LA SOBERANíA NACIONAL ó EL ÚL TI~IO SUSPIHO DE UN TRONO. TOMO PRIMERO. ...
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LA SOBERANíA NACIONAL
ó


EL ÚL TI~IO SUSPIHO DE UN TRONO.


TOMO PRIMERO.








.1) ~33 -1 .




BIBLIOTECA HISPANO-AMERICANA.


LA


SOBERANIA NACIONAL
ó


EL ÚLTIMO SUSPIRO DE UN TRONO.
(PÁGlN.~S DE tTIL ENSE~.tNZA PARA EL PUEBW.)


Gran coleccion de cuadros históricos, de episodios interesantes; de conmovedoras
escenas: Abusos de la mayor parte de los Monarcas de todos los tiempos y


paises: crímenes cometidos á la sombra de la Monarquia; luchas y
convulsiones políticas de gran importancia,


VíCTIMAS DEL DESPOTISMO DE LOS REYES Y DEL FANATISMO RELIGIOSO.
Combates sostenidos por la idea contra la fuerza,
doloroso~ martirios de los pueblos, vicios de que siempre han adolecido


las instituciones monárrluicas.


POR


CON UN JUICIO DE


ANTONIO ALTADILL.


SEGUNDA EDIOION. !""'.
---e.,~~o----


BARCELONA:


E~TAB1EClMlENTO TIPI1GRAFICO-ElJITORIAL DE JUAN PONS,
OLMO. 13.




ES PROPIEDAD DE JUAN PONS.
----------~~(




CUATRO PALABRAS PRELI~{INARES
AL LECTOR.


La libertad del pueblo acaba de lograr en España un triunfo de-
cisivo aunque no sea el completo de sus aspiraciones. Nada falta á
este triunfo para ser duradero y fructífero. Lo ha traido el poder
de las circunstancias unido á la fuerza de las ideas, sin la menor in-
tervencion de la fuerza de las armas.


La República Española, engendrada por la doctrina democrática
que desarrolló la constante propaganda de sus apóstoles, ha naci-
do de la necesidad de la época, y en la conciencia del pueblo ha de
hallar su sostenimiento.


Fortalecer esa conviccion, afirmar esa conciencia en los corazo-
nes con la continuacion de la propaganda de las ideas en las inteli-
gencias: hé aquí el deber que tienen hoy los escritores que han
consagrado su pI urna á la libertad y á la defensa de los derechos del
pueblo.


QUB no adormezca la mente el placer de la victoria; que no ener-
ven la actividad los goces de la conquista; que el entusiasmo no
oscurezca la razono La libertad se ha perdido muchas veces en Es-
paña, y siempre al compás del himn0 de Riego se han forjado los
primeros eslabones de las nuevas cadenas de esclavitud.


El pueblo debe saber cómo la libertad se conquiRta; mas debe
saber tambien cómo la libertad se pierde.


Importa asimismo que aprenda cuanto la libertad vale; única
manera de saber conservarla.




VI


La libertad 110 es un fin, es un medio de lograr los fines á que el
humano progreso se dirige.


El progreso se detiene y sus fines se alejan cuando falta la li-
bertad.


y la realizacion de los fines del progreso importa á todos los hom-
bres, aun á los mismos que, corrompidos por los goces de sus privi-
legios, repugnan, porque su corazon no la siente ni quiere su razon
eomprenderla, una sociedad dentro de la cual la igualdad de la
justicia sustituya la institucion de injustos privilegios, y matando
el gérmen de las malas pasiones, haga que formen los hombres una
gran familia en la cual no puedan caber las sangrientas guerras en
que individuos y naciones se destrozan.


Este es el último fin de la libertad; y para llegar á él, es indis-
pensable que el triunfo de hoy se afiance, sin lo cual habia de ser
cuando menos muy remoto el triunfo de mañana.


Tal propósito encierra la obra de Juan Belza, en la cual con la
historia en la mano, se propone fijar la atencion del pueblo de Es-
paña sobre los escollos en que otras veces ha naufragado, á fin de
que no vuelva á tropezar en ellos la nave que marcha con decidido
rumbo al anhelado puerto de la salvacion de la patria.


Propósito noble y en estremo patriótico en un escritor que si ha
sabido batirse mas de una vez alIado del pueblo en sus luchas por
sus derechos, nunca ha cometido la bajeza de adularle; que si celebra
con él su presente victoria, no por esto permite que se adormezca
con ella y quiere mantenerle despierto á fin de que no le sea otra vez
arrebatada su conquista.


De esta suerte sirve un escritor público á su patria, y no de otra
manera hallan empleo digno sus facultades.


Antonio Altadill.


Barcelona 23 de febrero de 1873.-AflO 1 de la República.




El AUTOR.


¡El Sol de la libertad acaba de brillar en el cielo de la justicia y
de la razon, de la verdad y del derecho!


Las absurdas preocupaciones, los pretendidos derechos di vinos~
la tiranía y el abuso se han hundido para siempre.


La vieja Europa, antítesis á tod8 idea de progreso y de adelanto,
en vano hizo poderosos esfuerzos para oponerse.


Desde el palacio á la cabaña, desde la mas h1,lmilde aldea hasta
la gran Ciudad, se abrió paso la luz y la libertad, que es la civili-
26cion y el prog'reso, ha tel'minado dignamente su obra.


y debe tenerse en cuenta que el resultado de hoyes el producto
de] trabajo de muchos siglos; porque los mismos monarcas, aquellos
tiranos que procuraban encadenar el pensamiento y hacian de sus
pueblos rebaños de esclavos de que á su antojo disponian, trabajaban
ellos mismos, hasta sin apercibirse, en pró de la Santa idea.


Entre los autos de fé ordenados por el sombrio Felipe II, en lo
mas infecto de los calabozos de Spiltberg y de las minas de Silesia;
entre las deportaciones decretadas por el prisionero del Castillo de
Ram y entre las escomuniones é intolerancias de la Córte Pontificia,
resonaba sin cesar la mágica palabra de libertad, y en ella esperaban
y confiaban las víctimas del segundo Felipe, los encarcelados por
Federico de Prusia, los deportados del tercer Napoleon , los esco-
mulgados; en fin, ó perseguidos por el fanatismo y la intolerancia
religiosa:


Fernando VII de España, con su ridícula farsa de la purificacion,
especie de crisol compuesto de la preocupacion mas ridícula, del
absurdo y del mas irritante fanatismo, no hizo otra cosa que prepa-
rar la aparicion de la aurora liberal de 1834.


Porque el pensamiento podrá cohibirse durante un espacio mas Ó
rllenos largo, podrá encadenarse la voluntad en un periodo determi-




VIII INTIWD"CCCION.


nado, pero así como el fuego se conserva entre ceniza, de la misma
manera la libertad, entre las cadenas, entre ](IS suplicios, víctima de
las mas atroces persecuciones, consérvasf' siempre parc1 renacer mas
grande despuE's de sus mumentáneas derrotas,


Porque la libertad es una idea encarnada en la humanidad.
Es una parte de la esencia del mártir dd GólglJta que, al derra-


mar su ~angre, salpicó con ella las generaciones futuras legándoles
tan preciado don. .


Ejemplos prácticos tenemos de esta verdarl, no solamente en los
grandes acontecimientos de la humanidad, sino qUf' circunscribién-
donos á nuestro pais, lo hallamos plenamente justificado.


No tenemos que remontarnos muy léjos.
Nunca se creía mas sf'guro el trono secular de los barbones que


cuando precisamente se hallaba mas mimado, mas próximo á der-
rumbarse.


La fuerza imperaba por dó, quiera: la prensa de oposicion habia
enmudecido bajo el férreo yugo de la volulltad gubernamental; el
pensamiento y la accion hallábanse encadé'lwdos.


Al ligero destello de libertad que en el bienio de 1854 á 1856,
sucediera á los once años del moderantismo, sig-uió bien pronto el
entronizamientode las antiguas ideas, que, resta bleciendo una omní-
moda autoridad en el trono, restringía poderosamente los derechos
y franquicias populares


La union liberal, dividiendo los partidos, rlpsorganizándolos to-
dos, puesto que ella en sí no era otra cosa qU8 un engendro sin
carácter propio ni definido, parecia haberles quitado su negatiYa
fuerza privándoles de sus mas importantes elementos.


Su forma de Gobierno parecíale todavía PUCCl á aquel trono en
el cual se hallaban encarnadas las tradiciollps autocráticas del se-
gundo Felipe, con las vanidades é inconsecupneias de Fernando VII.
y la union liberal sucumbió, despues de ahogar con fuego y sangre
el grito de libertad lanzado en 1866.


y de nuevo subieron al poder los mismos hombres que sintetiza-
ban la tiranía y la violencia, el abuso y la inllJoralidad.


y el espíritu liberal de la España pertelleciente a la segunda
mitad del siglo XIX, vióse de nuevo persf'g'uido y aherrojado.


Mientras los pueblos lanzaban gemido~ dp Hgonía, en el Alcázar
régio solemnizabase con festines y banquete~ el que creian postrimer
suspiro de la libertad.


Mas ¡ay! que quien estaba próximo á lallzar el último suspiro
era el Trono; era la caduca y viciada institu1'ion, era la vieja idea
que en vano habia tratado de oponerse al tl'Íllnfo de la llueva.


y llegó un momento en que á semejanza de aquellos edificios
cuyas fachadas se revocan sin procurar robustecer los cimientos y




INTRODUCCION. IX


:3atisfecho el trono por los resultados obtenidos, se entregó contiaela-
mente á sus ensueños de placer.


y mientras Isabel de Borbon se sumergía tranquila en las bené-
ficas a,O'uas de la cantabrica costa, al débil soplo de un puñado de
hombr~s dpsmoronóse el s6lio centenario que se creía invencible por-
que á su lado tenia el derecho de la fuerza.


¿ y fueron oquell()g hambl'~g, tt~r¿ader.amen{e, los que ~(c{eron
rodar por el suelo la herencia de Pelayo soberana, el trono cuyo
orígen algunos pretenden ser divino y la esplendente corona que or-
gullosa ceñia en sus sienes la heredera de Felipe V y Carlos IU'?


N6, y mil veces n6: fué la mágica palabra que aquellos invoca-
ron, fué la sublime idea que sintetizaba: idea que durAnte muchos
siglos y apesar del hierro forjado para extinguirla habia ido lenta-
mente minando, socabando, los cimientos del monárquico edificio.


• El rumor de los festines, los melodiosos acordes de las músicas,
la voluptuosidad de los saraos, el embriagador perfume de las orgías
impidieron siempre á los Reyes escuchar los destructores golpes de
aquellos trabajadores de la idea, que, sin descansar un dia, ni una
hora, ni un minuto, trabajaban sin cesar.


Por eso al primer ligero impulso rod6 el trono por tierra, viéndo-
se obligada á salir de España y casi como fugitiva, la hija de tantos
monarcas.


Pero como muchos de los hombres que invocaron aquella palabra
mágica carecían de fé en la idea que simbolizaba; como únicamente el
despecho les obligó tal vez á servirse de ella; como sus anteriores he-
chos y antecedentes estaban en abierta contradicion con lo que hasta
entonces habian predicado y mantenido, se asustaron de su propia
obra: aviniéronse mal sus bastardas aspiraciones con, la pureza del
simbolo proclamado y una lucha terrible dió comienzo entre la ver-
dadera libertad y los que solo hicieron de ella el escabel de su
fortuna.


Inauguróse en las esferas gubernamentales el hipócrita sistema
de los términos medios y una política incolora, indefinible, dió por
resultado una nueva monarquía mas incolora y mas indefinible
todavía.


En los dias que precedieron á esta recomposicion de un Trono
hecho pedazos y de una corona que habia servido de juguete despre-
ciable á las masas populares, habíasp empeñado la lucha entre la ra-
zon y la fuerza, entre la justicia y la violpllcia y las anterioyes ofertas,
fueron indignamente olvidadas, escarnecidas, pisoteadas; los campos
y las ciudades regados quedaron con la generosa :-angre de sus hijos;
de los que defendiendo la libertad, sucumbían en la lucha.


Satisfechos de su obra los que de la libertad hicieron un medio
para encadenarla con mayor seguridad, recompusieron del mejor


TO:UO J.




x INTRODUCCION.


modo que les fué posible un trono que cimentaron sobre las movibles
puntas de algunas espadas y que rodearon con las bayonetas asala-
riadas, símbolo siempre de la fuerza bruta.


Pero la libertad no se habia detenido un instante en su laboriosa
tarea.


La misma sangre, por ella vertida, sirvióla de poderoso abono, y
sin que fueran bastantes á. dominarla los potentes y desesperados
esfuerzos de sus contrarios, llegó un momento en que se impuso, no
por la fuerza material de que sus contrarios abusaron á cada paso,
sino por la fuerza de la razon y de la justicia.


y el trono elevado por 191 diputados, undióse con mayor facilidad
todavía que el de Isabel de Borbon.
~Y por qué'?
Por que le faltaba el apoyo de ]a voluntad nacional; por que en


vez de apoyarse en la libertad se hallaba sostenido por el favoritis-
mo y la ambicion.


Habian creido que la libertad estaba muerta y al aparecer de
repente, sus vivísimos resplandores les cegaron y no pudieron menos
de comprender el error en que habian vivido hasta entonces.


Hoy brilla esplendorosa la estrella de la libertad.
Ante su fúlgido destello te estasias, ¡oh pueblo!. ..
Mas no te entregues demasiado prematuramente á confianzas que


fácilmente pudieran quedar mas tarde defraudadas.
Los enemigos de esa misma libertad, que acabas de conquistar, te


acechan sin cesar, aguardan una nueva ocasion para herirte traido-
ramente.


En las páginas que hoy te ofrecemos encontrará.'; provechosa
enseñanza, pues todos los cuadros que en ellas hemos trazado están
arrancados de la historia de tantas tiranías, y esta es la verdadera
escuela en que deben aprender los pueblos para no dejarse sorpren-
der por los que, con mentidas frases, aspiran únicamente á esclavi-
zarlos.


Juan Belza.




EL LEGADO DE UN MASON.


PRÓLOGO.


Eran las diez de la noche del día 9 de Febrero de 1873.
Una agitacion estraordinaria reinaba en Madrid.
Habíase esparcido la noticia de que el rey Amadeo tra-


taba de abdicar y varios grupos estacionados en la Puerta
del Sol, en las inmediaciones del Congreso, Carrera de San
Gerónimo y otros diversos puntos, comentaban á su antojo
tan inesperado suceso dando distintas versiones al aconte-
cimiento y apreciándolo cada cual segun sus opiniones.


En una modesta casa de la calle de S. Agustin, próxima
al Palacio del Congreso y q ne hace esquina á la calle de
Prado, vamos á introducir á nuestros lectores, si se dignan
acompañarnos en la peregrinacion que tratamos de em-
prender.


En una habitacion ta.n modest~ como en el esterior de la
casa y tendido sobre un lecho mas limpio y aseado que lu-
joso, un anciano dormitaba con ese intranq.uilo y desaso-
segado sueño de los enfermos calenturientos.




XII PRÓLOGO.
A corta distancia del lecho y sentada delante de un cos-


turero, una jóven separaba de vez en cuando su vista de la
labor en que se hallaba entretenida para fijarla en el lecho.


Si nobleza, dignidad, honradez y sufrimientú habia en
el rostro del anciano; belleza, bondad, tristeza y resigna-
cíon se reflejaban igualmente en el de la jóven.


En las paredes de aquel aposento, despojadas de todo
adorno, veíanse sin embargo, colocados en grandes cuadros,
los cabalísticos signos masónicos.


La escuadra, el mazo y el triángulo destacábanse en
primer término, llamando poderosamente la atencion y
haciendo sospechar si aquel anciano que se ballaba sufrien-
do en el lecho del dolor, pertenecería á alguna de las lógias
masónicas de Madrid.


Rato hacia que el enfermo dormitaba y que la jóven
cosía 0uando la aguda vibracion de la campanilla hizo des-
pertar al anciano y abandonar su labor á la jóven.


Momentos despues un caballero penetraba en el aposento
precedido por aquella.


Aproximóse al lecho del enfermo y dijo:
-¿Cómo vá ese valor, D. Antonio~ María me ha dicho


que el médico le ha encontrado á V. mej 01' •
-El médico se engaña, repuso con voz débil el anciano;


sé que para mi mal no hay remedio.
-Tiene V. esa aprension ...
-No es aprension, amigo mio: bien sabe V. que me ha


conocido enfermo otras muchas veces y me oyó decir siem-
pre que viviria apesar de mis dolencias y de mis heridas.
Hoy, por el contrario, le dije desde el primer momento que
esta sería mi última enfermedad y puede estar seguro de


. que no me equIvocO.




PRÓLOGO. XIII


-¡Oh! padre mio! qué afan tiene V. de entristecerme,
esclamó María con sollozante acento.


-Hija, para sufrir estamos en el mundo y hace tiempo
que procuro preparar tu corazon para que puedas soportar
este golpe terrible.


-Pero ¡que hija puede soportar tranquila la muerte de
su padre!


-Tienes razon, María, replicó el caballeto que habia
entrado momentos antes en la estancia. No sé por qué tra-
ta V. de afligirla así cuando fácilmente, á veces la natu-
raleza haciendo un supremo esfuerzo, vence de las enfer-
medades mas graves.


-Al tronco carcomido basta para derribarlo el débil
esfuerzo de un niño!. .. Yo soy ese tronco: las infi.nit~s pero
secuciones que he sufrido, las numerosas heridas recibidas
en esa constante batalla que por la libertad sostuve, han
llegado á debilitarme, amigo don Juan. Habia concentrado
todo el espíritu vital que me restaba en el postrer esfuerzo
que hize el año de 1868, para ayudar á los que la libertad
nos ofrecieron. ¡Ay! el desengaño que desde ~ntonces he
recibido es la causa de mi muerte. No sabeV. 10 horrible
que es concentrar todo el postrer esfuerzo de la vida, cuan-
do se ha llegado á la ancianidad, en un obj~to determinado
y obtener por toda recompensa el mas triste de los desen-
gaños! ... es la gota de agua fria que vertida sobre la brasa,
aquella es absorbida por ésta, pero casi inmediatamente el
fuego se apaga y la brasa queda helada. Traté de absorver
la desesperacion que me asesinaba, afectando una indife-
rencia que no sentia, pero el ~eseDgaño ha ido poco á poco
helando la sangre de mis venas y ya siento el frio de la
muerte que se aproxima al corazon.




XIV PRÓLOGO.
-Pues con la noticia que le traigo, replicó don Juan,


estoy seguro de que ha de sentir circular por sus venas
el ardiente, el santo fuego de otro tiempo.


- 1m posi bIel ...
-No lo creo yo así.
-¿Qué hay, don Juan, que hay'? preguntó María con


anhelante acentoj hable V. pronto, si cree que con ello ha
de encontrar mi padre algun alivio.


- y tanto como lo tendrá: ya tú ves; yo, que apenas
puedo moverme, al saberlo, he brincado como un chiquillo.


-¿Qué pasa?
-Que el rey trata de abdicar.
- ¿Cómo? esclamó don Antonio incorporándose sobre


un brazo, abriendo desmesuradamente los ojos y fijando
una mirada insistente en su amigo.


-Sucede lo que lógicamente debia suceder: hay un
con~icto abocado. EH rey al punto q oe han llegado las co-
sas, no es posible que pueda hacer que se entiendan los
partidos que con tan ruda saña se disputan hoy el poder y
los hechos incontrastables, poderosos, se imponen de una
manera tal, que casi me atrevo á asegurar á V. que nuestro
dorado sueño, que nuestra aspiracion de tantos años está
próxima á realizarse.


-¿Qué me dice V.'? esclamó el anciano profundamen-
te afectado y conmovido.


-Sí sí, amigo mio; lo que V. oye.
-La república se aproxima y se aproxima atraída por


la lógica natural de los acontecimientos.
-¿ y que hacen los conservadores d.e la revolucion'?
-Ofrecerse al Rey para anonadar á los radicales.
-¿Y estos?




PRÓLOGO. xv


-Se aproximan á nosotros, se unen, quieren que for-
memos un solo partido! ...


-¡Ohl ¡Señor! esclamó don Antonio alzando los ojos
al cielo con indefinible espresion de alegría, dejadme al
menos que en mi última hora y antes de exhalar mi último
suspiro, pueda saludar la aurora de la república en mi des-
graciado país.


-En este momento el Congreso, declarado en sesion
permanente, se está ocupando de la manera mas acertada
para salvar tan dificil situacion. Figueras y Pi Y Margall,
Castelar y Martos, son los héroes de cuyos labios, de cuya
elocuencia, de cuya persuacion y patriotismo se halla pen-
diente el porvenir de la pátria en estos momentos supre-
mos.


-¿Y qué hace la cámara que no se ha declarado ya en
Convencion'? en situacio'nes tales un instante que S~ pierde
puede convertirse en un siglo de atraso. ¡Oh! y qué yo no
pueda salir á la calle!. .. ¡qné no me sea posible enterarme
por mí mismo y saberL ..


y el anciano trató de incorporarse en el lecho pero vol-
vió á dejar caer su abatida cabeza sobre la almohada de-
bilitado por el esfnerzo que acababa de hacer.


-¡No puedo!. .. no puedo!. .. murmuró, ¡qué desdichado
soy!


-No se apure V, por eso, repuso D. Juan, yo le tendré
al corriente de cuanto ocurra, ahora mismo vuelvo á ad-
quirir nuevas noticias que vendré á comunicarle, si son de
verdadero interés.


- ¡Oh! sí, sí; creo que la proclamacion de la república
seria capaz de devolverme la vida, si mi pobre existencia
no estuviera ya tan trabajada.




XVI PRÓLOGO.
-Vaya V., D. Juan, vaya V ... dijo :María con acento


suplicante.
-Al momento, hija mia: al personal interés que me ins-


pira un acontecimiento semejante únese en esta ocasion el
de tu padre; ya ves si no procuraré tenerle al corriente de
cuanto suceda.


Momentos des pues D. Juan abandonaba la modesta es-
tancia. Cuando María hubo cerrado la puerta y penetró de
nuevo en la alcoba del enfermo, aproximóse al lecho y
haciendo que aquel bebiese la medicina ordenada por el
facultativo, le dijo con acento mas cariñoso:


-¡,Cómo se siente V., padre?
-Por qué te lo he de ocultar, María!' .. ya te eduqué


para que pudieras soportar con resignacion todas las desdi-
chas, todas las borrascas de la vida. Procuré dar á tu alma
un temple tal que ni los peligros, ni los infortunios, fueran
bastantes á doblegarle. :Me siento mal, muy maL .. tú sa-
bes que tu padre no te engañó jamás y criminal fuera si
en estos momentos tratara de hacerlo.


-¡Dios mio, Dios mio!. .. murmuró la jóven dejando
resbalar por sus mejillas un torrente de lágrimas que habia
subido de su coraZOD á los ojos.


-No llores, amada hija mia, ¿que ha sido para mí la
vida"? un combate contínuo, una tiránica lucha sostenida sin
cesar por un pobre hombre contra pueblos enteros!... bien
lo sabes, María; bien sabes que yo he sido preso en Madrid,
que he sido herido en Barcelona, que en Francia fuí depor-
tajo á la Guyana, que en Italia pasé largo tiempo en los
calabozos pontificios; que en Polonia me dejaron por muer-
to y que por donde quiera que he ido, luchando siempre
por la libertad, solo recogí la persecucion, las inj urias, y




PRÓLOGO. xvn


la injusticia. ;;Qué puede ser la muerte para mí'? el des-
canso eterno, la paz~ la quietud! ...


-l, Pero, y yo, padre mio'?
-jAy! ¿de qué puede servir el carcomido tronco á la


robusta encina'? ¿qué sombra puedo ya prestarte, ni qué
apoyo ofrecerte'?


-No hable V. aSÍ, padre, pues me desgarra el alma,
esclamó la pobre la niña prorrumpiendo en amargos sollozos.


-Ya te he dicho que la vida no es otra cosa que un pro-
celoso mar rodeado de escollos, en que va tropezando sin
cesar el mas sábio piloto; toda nuestra ciencia, todo cuanto
podemos hacer, es procurar que el buque en que navegamos,
resista eon mejor fortuna los contrarios vientos que sin ce-
sar lo arrojan de uno en otro peligro. Yo he procurado ro-
bustecer tu corazon con la fé) con la energía, con el valor,
con la virtud y la resignacion mas santa; he procurado
abrir á tu inteligencia ancho campo para que en todo tiem·
po sepas conocer y apreciar los punzantes abrojos que el
mundo encierra, ocultos entre flores; puse en tus manos
seguro y confiado el timon de la vida y mue"!'o tranquilo y
satisfecho porque sé que, bajo tu frágil cuerpo de mujer se
esconde un alma recta~ esforzada y varonil. Empeñarse en
que yo viva es desear la prolongacion de mi martirio, pues
martirizado vive sin duda alguna el que, soñando con un
bien estar infinito, tropieza por do quiera con las contínuas
miserias de la vida; quien busca gigantes y solo encuentra
pigmeos, quien ansiando la luz se ve contínuamente ro-
deado de tinieblas.


Iba aun á replicar María, cuando un súbito campani-
llazo hizo á la sobresaltada jóven separarse del lecho del
anciano, en tanto que el pobre paciente murmuraba:


TOMO l. 3




XVIII PRÓLOGO.


-Si será Juan otra vez'?
Corrió María á abrir la puerta pero apenas lo hubo he~


cho retrocedió algunos pasos sorprendida.
-¿A quién buscan VV.'? esclamó.
Esta pregunta se dirigia á treq individuos que, decen-


temente vestidos, penetraron sin ceremonia alguna en la
habitacion.


-Tranquilícese V. señorita, dijo uno de ellos desem-
bozándose y dejando ver un rostro en el que, al fijarse las
miradas de María, arrancaron de sus labios una esclama-
cion de sorpresa.


-i V. aquí'?
- Yo, sí señora, yo; que vengo en nombre de la ley y


como representante de la autoridad á practicar un registro
en su casa.


-¿Qué está V. diciendo'? Qué tiene que ver la autori-
dad en mi casa, y en qué hemos faltado á la ley mi padte
ni yo'?


-Señorita, yo cumplo únicamente las órdenes que re-
cibo.


-Mi padre está muy enfermo y me atrevo á suplicar
á V. que tenga piedad de su estado.


-María, dijo el caballeró en voz baja y aproximándose
á la jóven, una palabra de V. es bastante para que, aun
faltando al cumplimiento de mi deber, retroceda inmedia-
tamente: dígnese V. pronunciarla y yo la prometo ...


-NuncaI replicó María con acento enérgico y altivo.
-Reflexione V. que yo la ámo; que mi amor puede


proporcionarla todo aquello de que carece.
-Cumpla V. con su deber, repuso secamente la jó",



ven.




PRÓLOGO. XIX


En este momento se escuchó la voz del anciano qw.e
decía:


-lVlaría, María ¿quién está ahí'?
-¡Oh!
-Aun es tiempo, continuó el representante de la auto-


ridad á la jóven. Hable V.
-No puede ser.
-Por su padre de V.
-l\1í padre no puede consentír en mi deshonra.
-Pero ...


"


- Basta: Obre V. como quiera.
y Maria, la.nzando una mirada de supremo desprecio so-


bre su interlocutor, penetró en la alcoba de su padre.
-i,Qué hacémos, señor de Lopez'? preguntó uno de los


dos individuos de la policía que permanecian en la puerta_
-Venid conmigo.
y Lopez, seguido de sus dependientes, lanz6se en se-


guimiento de la jóyen.
Al ver el anciano á las tres personas que acababan de


entrar en su alcoba, se incorporó vivamente, diciendo con
voz muy entera y que desdecia de su estado:


-Qué quieren ustedes'?
-Vengo en nombre de la autoridad ...
-Calle V., no vé como está'? dij o María en voz baja á


Lopez.
-Su amor de V. es lo que yo necesito; una sola pala-


bra, ULa esperanza ...
-No puede ser.
-Acabemos, dijo el anciano.
-Si, acabemos, murmuró el que parecia jefe de aque-


Uos hombres y que desde el primer momento se habia sig-




xx PRÓLOGO.


nificado en aquella casa y en momentos tan solemnes, mas
que como el hombre que cumple con un déuer ineludible"
como el que obedece á un interés personal, esclusivamente
propio, y que aprovecha la favorable circunstancia que se
le presenta. Tengo órden de registrar esta casa.


-Toda vía no han concluido las persecuciones? ¿toda vía
se han propuesto los tiranos ni aun dejarme morir en paz'?


-¡Padre!
-Calla, :María; deja que mi corazon se desahogue.


Cumpla V. con su deber, añadió, dirijiéndúse al agente de
la autoridad; cumpla V. la mision que le está encomenda-
da. Increible parece que estos gobiernos encuentren perso-
nas capaces de cometer semejantes atropellos.


-Tenga V. cuenta con lo que habla, pues si mucho me
apura ...


-Silencio, diJo María en voz baja interrumpiendo á
Lopez.


-¿Con qué tambien me amenaza V? esclamó el an-
ciano dirigiendo una mirada altiva y severa á su interlu-
cutor.


-y me veré obligado á pasar á vías de hecho, si con-o
tinúa provocándome.


-¡Oh! qué infamia!. .... murmuró la jóven cubriéndose
el rostro con ambas manos.


-Vamos, señorita, menos palabras injuriosas y entré-
gueme todos los papeles de su señor padre.


-Búsquelos V., replicó la jóven con tono despreciativo.
-¿, Es decir que prefiere V. la guerra? murmuró


Lopez.
-. y á muerte, tratándose de un miserable como V."


repuso María en el mismo tono.




PRÓLCGO. XXI


-Está bien; yo sabré doblegar esa fiereza.
-Imposible!
-Registrad la casa,· dijo Lopez á sus dos satélites.
-María, dijo el anciano, dame esa medicina que rece-


tó el médico, pues no me siento bien.
La jóven se apresuró á satisfacer el deseo manifestado


por su padre.
Aproximóse al lecho con una taza que contenia la


medicina indicada.
Apenas el anciano tuvo á su hija junto á sí yaprove-


chando el instante en que Lopez daba sus instrucciones á
los agentes, la dijo rápidamente y en voz tan baja que na-
die mas que ella pucHera oirlo:


-Busca en el cajon de tu cómoda un legajo de papeles
atados con una cinta verde y tráemelos.


-Bien está.
-Procura esconderlos entre los colchones.
--Asi lo haré.
-Si cayesen en su poder, lo sentiria extraordinaria-


mente.
-Descuide V. padre que no los encontrarán.
y ~laI'Ía se separó de la cama al mismo tiempo que Lo·


pez se vol via hácia ella diciendo:
- Las llaves de esas mesas y de esos armarios.
-Tome V.; ya pueJen registrar hasta mis vestidos,


hasta la ~opa blanca, hasta el lecho del pobre enfermo. Bra-
va accion llevan VV. acabo! Honrosos serán los hechos de
la historia de V. si todos son como este.


-Señorita tenga V. presente á quien está hablando.
-A un miserable, le dijo María indignada y al pasar


por delante de él.




XXII PROLOGO.


-¡Oh: y Lopez se puso en persecucion de la jóven que
se dirigió á su cuarto.


El polizonte fué á penetrar tras de ella, pero María vol-
viéndose hácia él le djjo:


-Atrás. ¿ Acaso tiene V. órden tambien para penetrar
en mi estanda '?


-Yo puedo entrar dónde me plazca.
-Usted entrará donde crea que existen pruebas de soña·


das conspiraciones, pero nó en las habitaciones de honradas
doncellas. Y á la par q ne esto decia, cerró de golpe la puer-
ta dejando un tanto confuso á Lopez.


l\laría sacó los papeles que su padre le habia encargado.
Momentos despues hallábase de nuevo en la alcoba.
Lopez al verla la dijo:
-A un cuando V. se oponga penetraré en su cuarto.


No tengo por que respetar femeniles caprichos.
-Veo que con V. es inútil pretender que conserve si-


quiera ciertas fórmas sociales. El móvil que le inspira es
sobradamente mezquino para que pueda apreciar la gran-
deza y la delicadeza de ciertas cosas.


-¿Se ha propuesto V. insultarme?
-Los insultados somos nosotros, ¿puede haber mayor


ultrage que el que nos hace con su presencia?
-¡Oh! VV. me han de pagar bien caro todo cuanto es-


tán diciendo.
y fuéronse precipitados hácia el cuarto de 11aría princi-


piando á revolverlo todo.
E.ntre tanto ésta se aproximaba al lecho.
-Tome V ., dijo á SR padre, entregándole los papeles.
-Ahora, que busque ese hombre todo lo que quiera., re-


puso éste.




PR6LOGO. xxnr


-Que habeis encontrado? preguntó Lopez viendo apare-
cer nuevamente á sus satélites con algunos papeles en la
mano, donde se veian los atributos masónicos.


-Nada mas que esto; repusieron aquellos.
--Con qué tambien es V. mason? dijo el de policía con


despreciativa sonrisa y dirigiéndose al anciano.
-y qué tiene eso de estraño ¿acaso es un crímen para


usted? En ese caso puede prender á su rey D. Amadeo y á
todos los que hoy gobiernan, que en su mayoría pertene-
cen á esa asociacion.


-¿y se atr~ve usted á decir semejante atrocidad?
-¿Por qué nó?
-Terminemos un debate inútil, dijo María; taflto sabe


usted como nosotros que semejante hecho no constituye de-
lito. Usted busca solamente un pretesto para obligarme y
se aprovecha del primero que se le ofrece.


-¿Qué quieres decir, María? preguntó D. Antonio con
trémulo acento.


-Nada, padre; son cueDtas pendientes entre este caba-
llero y yo. Inútil es que se esfuerze en justificar su atrope-
llo; ¿qué es lo que pretende tlsted? ¿conducirnos á la cárcel'?


-¡Oh! qué horrible luz alumbra mi espíritu, esclamó
D. Antonio de repente. Habla, María ¿acaso este miserable
se habrá atrevido á hacerte alguna indecorosa proposi-


• '2 ClOno ...


-Calle usted, gritó Lopez, cada vez mas furioso.
-No se altere usted, padre mio, no se altere usted, que


harto sé cómo se debe tratar á personas de su calaña.
-¡Qué humillacionI Y aun se llaman liberales los que


tales demasÍas consienten; los que á tales miserables pro-
tegen.




XXIV PRÓLOGO.


-Hará usted que me propase si así continúa faltándome.
- ¡Propasarse! ¿Pues acaso puede hacer mas de lo que


ya hizo'?
-Sí tal.
-Tiene usted razon: personas cual usted de todo son


capaces.
-Pues bien, ya que hablan ustedes a~í, dijo Lopez con


voz ahogada por la cólera, hablarán con razono A ver, uno
de vosotros, prosiguió dirigiéndose á los que le acompa-
ñaban, que vaya á buscarme un coche.


-¿Qué va usted á hacer'? preguntó temblando 'Maria.
-A llevar á su padre de usted á la cárcel.
- j~' la cárcel! en el estado que se halla!
- Sí. Todo lo que aquí pasa, todo lo que ustedes están


haciendo no es mas que una farsa indigna que es menester.
concluya.


-¡Oh! piedad, piedad; no comprende usted que el pobre
enfermo sucumbiria en estos momentos'?


-Yo tambien la he rogado á V. y mis ruegos no fueron
escuchados.


y el acento del polizonte vibraba lleno de celos, de
venganza y de impureza.


-¡Oh! qué inícuo es su proceder!
-Mi hora ha llegado y la aprovecho: Me parece que


obro con justicia.
D. Antonio seguia con estraviados qjos esta escena.
En ellos brillaba de vez en cuando un sombrío res-


plandor de cólera, que la misma debilidad, el mismo estado
de abatimiento en que se hallaba, hacia que desapareciera
instantáneamente.


No habia comprendido bien todo lo que se encerraba de




PRÓLOGO. :xxv


terrible y amenazador en el propósito de Lopez, y ya im-
pacien tado, pregun t6 :


-¿Pero de qué se trata'? ¿Qué quiere ese hombre toda-
vía? ¿No está satisfecho aun'?


-¡Oh! padre!. .. padre mio!. .. esclamó María precipi-
tándose sobre el lecho; pretende llevárselo á V., cuando su
estado no le permite ni aun moverse de la camaL ..


-Qué quiere llevarme? tY á dónde'?
-Donde hace tiempo deberia V. estar; á la cárcel, don-


de los conspiradores, los trastornadores del público sosiego
encuentran su correctivo.


-jDh!
y el anciano no pudo proseguir.
Sofocado por la misma emocion que esperimentaba, no


pudo al pronto proferir mas palabra; dejó caer la desfalle-
cida cabeza sobre la almohada, quedando inmóvil.


María exhaló un grito desgarrador, un grito de angus-
tia:


-¡Padre mio!. .. padre mio!. .. dijo; malditos sean de
Dios tus asesinos! ...


Lopez quedó tambien silencioso y como avergonzado.
Vi6 á la j6ven alzarse de repente y avanzar hácia él


terrible, implacable, amenazadora.
Vió destellar de aquellos hermosos y rasgados ojos un


fulgor tan sombrío, tan magnético, por decirlo así, que, á
su pesar, b,ajó los suyos ante aquella mirada fascinadora.


María dominaba todo aquel cuadro.
De repente y cuando ya se hallaba cerca de Lopez, que


maquinalmente iba retrocediendo á la par que ella avan-
zaba, un nuevo personaje apareció en la puerta de la habi-
tacion.


TOMO l.




XXV'I PRÓLOGO.


A su vista María dió un grito de alegría.
- 1 Felipe! Felipe!. .... Dios sea loado..... el cielo os


trae!
El recien llegado era un gallardo jóven como de unos


treinta años; buen mozo y vestido con cierta elegancia.
Abarcó de una ojeada todo aquel cuadro, comprendió lo


que sucedia, conoció á los personaj es qua allí encontraba y
dirigiéndose al polizonte le dijo con cierta severidad mez-
clada de asombro:


-¿ Qué g uiere decir esto, Sr. Lopez'?
El polizonte se quitó su sombrero, saludó ~umildemen­


te y contestó:
-Señor, he recibido órdenes y bien á mi pesar ...
-Salga V. de aquí inmediatamente y vaya al gobierno


civil á esperarme.
-Pero es el caso que ... se atrevió á murmurar Lopez


en estremo contrariado.
-Cuando yo mando deseo ser obedecido sin réplica,


sin observaciones; salga V. de aquí.
Lopez no se atrevió á insistir. Habia en el acento del


re cien llegado tan irresistible imperio, que el polizonte y
su satélite, pues ya sabemos que el otro que le acompaña-
ba habia ido en busca del carruaje, salieron de aquella es-
tancia mohinos y cabizbajos.


Tan luego como se quedaron solos, :María se dirigió al
lecho donde su . padre continuaba inmóvil y cogiendo un
frasco con algunas esencias lo aplicó á su nariz.
~¿Pero qué ha pasado aq ui? preguntó Felipe ..
- Todo lo sabrá V.
Momentos despues don ADtonio, merced á los ausilios


que se le prodigaron, volvió en sí.




,


Abdícacion del R_ey.




..




PRÓLOGO. XXVII


Sus estraviadas pupilas recorrieron la estancia ~urmu·
rando:


-j Infames!.. ~ .. se han propuesto no dejarme morir
en paz! joh! los verdugos no están satisfechos todavía! ...


-Ya se han marchado, padre, dijo :María, y creo que
para no vol ver.


-No lo dudes, volverán; la hiena necesita sangre to-
davía!


-Felizmente ya tenemos aquí 'quien nos defienda,
murmuró tímidamente la jóven.


-Nada tema V., don Antonio; si hubiese saLido el pe-
ligro que V. corria, antes hubiera venido, porque desde esta
maña estoy en Madrid, pero los acontecimientos se suceden
con tal rapidez que apenas tengo tiempo para nada.


Gracias, Felipe; gracias, hijo mio!. .. esclamó el viejo
con acento conmovido.


-Pero cómo tan humildemente ha obedecido á V. ese
hombre? preguntó María.


- Debe hacerlo porque soy su gefe.
-¿Usted'? esclamó María con asombro.
-Yo, sí, María: hace algun tiempo que ocupo un alto


puesto, mas para' poder servir á mis amigos que por hallar-
me identificado con el actual órden de cosas. Por esta razon
he tenido que ausentarme de Madrid algunas veces, -lo
cual estrañaba á VV.


-Díme Felipe, hijo mio, replicó don Antonio con voz
desfallecida, es cierto que nuestro triunfo está próximo'?


-Sí señor; en estos momentos es cuando de mas juicio,
de mas prudencia necesita nuestro partido. Don Amadeo ha
comprendido perfectamente que no le es posible continuar
en el trono y persiste en su abdicacion. La república se




XX.VIII PRÓLOGO
aproxima impuesta por las circunstancias y como lógica
consecuencia de los aconteciinientos.


'-¡Ohr Dios mio, Dios mior ... esclamó el anciano con
indefinible espresion de alegría, y que no pueda yo, que
tanto he luchado por ella, yo, que tanto la he amado, yo
que por su triunfo he sacrificado las mas caras y mas, santas
afecciones, verla brillar resplandeciente y pura en el cielo
d . t" e mI pa rla ....


-¿Otra vez tan tristes ideas?
-Sí, sí, María; mis fuerzas se agotan, comprendo que


me restan muy pocos instantes de vida.
-Usted exagera, don Antonio, replicó Felipe procu-


rando tranquilizar al anciano.
-Nó, hijo mio, nó; el que durante tantos años se acos-


tum bró á ver tan cerca la muerte en los enfermos que ha
asistido, crees que se engañará ahora?


.-y por qué nó'? tambien la ciencia suele á veces equi-
Yocarse.


-Yo n.o me engaño, nó: tú mismo sabes que yo no he
sido un médico como kt generalidad. Desde que caí en el
lecho he comprendido que no me levantaria mas y todos
mis esfuerzos, desde entonces, han sido para que mi hija
vaya poco á poco acostumbrándose á una separacion
eterna.


María lloraba silenciosamente.
Felipe se encontraba visiblemente afectado.
Para dar un nuevo giro á la conversacion este preguntó:
-María, esplíqueme V. que ha veüido á hacer aquí ese


hombre á quien encontré á mi llegada.
La jóven le refirió todo lo que ya conocen nuestros lec-


tores.




PRÓLOGO. XXIX


Durante su relato, mas de. una vez se crisparon de c6-
lera las manos del j6ven y se fruncieron sus cejas.


Cuando María hubo concluido, dijo aquel:
-Está bien; yo le aseguro al miserable que caro ha de


pagar su desmano Felizmente el ocaso de todas esas tira-
nías está cerca y próxima la aurora del imperio de la paz
y de la justicia. Todos esos asquerosos reptiles, satélites
indignos de la tiranía y del atropello pagarán con esceso
las amarguras que hicieron sufrir á sus semejantes.


-Nó, por piedad, Felipe, esclamó el anciano con voz
vibrante. El imperio de la paz y de la justicia debe ser
tambien el del perdon y el del olvido. ¿En qué se diferen-
ciaría sino la República de los demás gobiernos'? Nada de
venganzas, nada de represalias. Nuestro purísimo em-
bIema no puede, no debe manchar su blanco m'anto con la
sangre de la venganza y del rencor. Desde el momento
en que se inaugure en España esa era republicana, que
tanto he ambicionado, es necesario que desaparezcan todos
los vicios, todos los resabios de las épocas anteriores; es
necesario que así como la sangre de Cristo al ser derra-
mada en el Gólgota, purificó los pecados de la humanidad,
la República en España, purifique tambien la corrupta
atmósfera en que por tan dilatado espacio hemos vi-
vido.


-¡Oh! qué santas palabras!
-Son las de un moribundo que toda su existencia la


ha sacrificado al triunfo de una idea.
-Escuchándole á. V. me estaria toda la noche pero ...
-Tiempo tienes ya, hijo, de que mis p'l.labras hayan


hecho mella en tu corazon, de que todas mis máximas,
todos mis pensamientos se hayan grabado en tu m'ente y




xxx PRÓL060.


en tu corazon. Tú has participado de todos los azares, de
todos los peligros, de todos los sinsabores de mi existencia da-
rante muchos años y confiado y tranquilo en vosotros aban-
dono la vida porque sé que vosotros recogereis el fruto que yo
y otros como yo hemos sembrado.


-¿ y por qué no ha de verlo V. ya que tan pró~imo se
halla el ansiado triunfo?


-Porque yo estoy en los postreros instantes de la vida
y si muy pronto no proclamais esa forma por la que tanto
sufriera, no podrán mis ojos contemplar la realizacion de
tan bello ideal.


-Yo le aseguro que pronto lo veremos.
-No ha mucho tiempo que don Juan me decia lo mis-


mo: me prometió enviarme noticias de lo que ocurriera, y
veo que nadie viene, lo cual me prueba que vuestros deseos
superan á la realidad.


-No lo crea V., jamás hemos estado tan próximos.
-Mucho mas lo estábamos el año 1868 y ya has visto


lo que ha pasado.
-Son distintas las circunstancias. Yo voy ahora mismo


á adquirir noticias al gobierno Civil y á impedir que se
repitan hechos ,como el que felizmente pude evitar hace un
momento. Esté V. seguro que las nuevas que le traeré se-
rán satisfactorias.


-Dios te oiga, hijo mio!
-María, prosiguió Felipe dirigiéndose á la jóven, ¿te


hace falta alguna cosa'?
-Nada: ya sabes que aun nos queda algun dinero.
-Sentiria que carecierais de algo y por orgullo ó por


cortedad ...
- Gracias Felipe, gracias.




PRÓLOGO. XXXI


-Esa palabra no se -debe pronunciar entre nosotros:
tno soy tu hermano acaso?


-Siempre, repuso lajóven con voz trémula y sintiendo
llenos de lágrimas sus oj os.


Poco despues Felipe salia del aposento: cuando ~María
oy6 cerrar la puerta de la escalera, rompiendo á llorar amar-
gamente, se dejó caer sobre el lecho de su padre murmu-
rando:


-¡Ay, padre mio! Ya lo ha visto V.; por él me estoy
muriendo de amor y él no ha tenido para mí ni una sola
frase de cariño!




LA ABDICACION DEL REY.


Antes de pasar adelé:1nte, preciso es que consagremos
algunas líneas á la relacion de los gravísimos sucesos de
que D. Juan y el caballero que María ha designado en el
capHulo precedente con el nombre de Felipe, indicaron al-
go al anciano enfermo.


En ella hemos de relatar con tan rigorosa exactitud
como imparcialidad los hechos, dando al mismo tiempo
cabida á, ciertos documentos importantes que deben pasar &.
la posteridad, testuales, originales, tales como se concibie-
ron y escribieron. Muchos deo ellos conocidos son de nues-
tros lectores: los periódicos todos los han publicado y co-
mentado á su antojo, segun la impresion producida en el
ánimo de sus redactores y el criterio en que se inspiran.


Pero nosotros no escribimos esclusivamente para el dia
de hoy, lo hacemos tambien para el de mañana: tenemos la
idea de quee~ muy posible que dentro de ciento ó doscientos
años nuestro libro puede leerse por nuestros nietos, y si no
por estos, por cualquier curioso que se le ocurra ojearlo en·
una biblioteca.




PRÓLOGO. XXXIlI


Así que, la responsabilidad del historiador empieza don-
de la del novelista acaba.


Hoy están grabadas en la mente de la mayor parte delos
españoles hasta los detalles, las frases mas insignificantes
de las principales escenas de este grandioso drama popular
que ha terminado con la única solucion 16jica, posible,
única, para salvar la patria en tan supremo instante; la
proclamacion de la república. Los periódicos nos tienen
hoy al corriente de cuanto ocurre de notable; pero pasado
algun tiempo y cuando entremos en el sosiego del estado
normal, cuando á la agitacion haya sucedido ]a calma, se
bOl'rarán aquellas escenas de la memoria, poco á poco, sin
que por esto se entivie el patriótico entusiasmo que hoy nos


. alboroza y enagena á todos.
Los periódicos que al presente buscamos con tanta avi-


dez para devorar noticias, habrán desaparecido sindeja~
ninguna huella, porque tal es la condicion de cierta claSe
de publicaciones.


Pero el libro subsiste, el libro queda.
Un libro no se destruye tan fácilmente, y mañana pue-


de ser consultado, de la misma manera que nosotrus hoy y
á cada momento nos vemos en la imprescindible necesidad
de consultar obras, crónicas y otros documentos curiosos
para no cometer errores, mucho mas, tratándose de hechos
históricos de reconocida importancia y que 'pertenecen á
épocas lej~nas.


Era el dla 9 de Febrero de 1873, y en Madrid se . Dota-
ba cierta agitacion y cierto movimü~nto inusitado; los cor-
rillos de gente en la puerta del Sol y carrera de San Geró".
TO~fO I. 5




XXXIV PRÓLCGO.
nimo eran mas numerosos que de costumbre, y en ellos,
aunque sin precisar nada positivo, circulaban rumores
graves, de trascendencia suma.


Todo el mundo se preguntaba, pero eran muy pocos los
que, conalgun acierto y solo por congeturas, podian sa-
tisfacer la curiosidad pública.


A las seis de 1:1. tarde, segun nos dice un autorizado.
periódico, empezó á circular en el salon de conferencias
del Congreso una noticia, que por su estraordinaria grave-
dad, nadie se atrevia á darla crédito.


Rablábase de cierta resolucion que quizá diera por reo.
sultado el inmediato advenimiento de la república.


La noticia corrió instantáneamente, trasmitióse de boca
en boca hasta los mas apartados grupos, los cuales fueron
haciéndose cada vez mas numerosos y compactos.


El Consejo de ministros se hallaba reunido. Pocas per-
sonas sabian mas á aquella hora y los_ que estaban en otros
antecedentes, lo callaban prudentemente, temerosos de que
el rumor no se confirmase ó el pensamiento fracasara.


Pero,como no era posible que situacion tan violenta
pudiera sostenerse por mucho tiempo; al cabo de algunas.
horas, la verdad, que tanto preocupaba los ánimos, era ya
del dominio público.


El rey, fatigado por-las contrariedades con que venialu-
chando, habia anunciado hacia dos dias su propósito de ab ...
dicar.


El dia anterior, por la mañana, lo manifestó terminan-
temente al presidente del gabinete, y éste intentó en vano
di~uadir1e.


El Sr. Ruiz Zorrilla reunió el Consejo á las cinco, y
á las diez volvió á reunirse.




PRÓLOGO. XXXT


Por consecuencia de lo tratado en él y de las indicacio-
nes que se hacian despues de la una de la madrugada,
hora en que se retiraron los ministros, se daba por seguro
que al dia siguiente se suspenderian las sesiones por d"os ó
tres dias.


Pero el hombre propone y Dios dispone.
El estado de la opinion pública en Madrid y en aquellos


momentos, seria impo~ible describirla bien: era la duda, el
temor, el mal estar que precede á los grandes aconteci-
mientos.


Se hadan infinitos comentarios, pero en todos los áni-
mos se notó el levantado sentimiento del amor patrió y una
gran predisposicion, á la calma y en momentos tan solem-
nes en que la menor imprudencia pudiera ser perjudicialísi-
roa para el porvenir de la patria.


Los republicanos de ideas mas avanzadas, -lejítima ...
mente esperanzados con el giro que la política podia dar á
aquel suceso, eran los primeros en aconsejarse mútuamente
la prudencia y la moderacion.


y este consejo se oia en todos los labios, en medio del
estupor de que todos se hallaban dominados.


Las autoridades continuaron en sus puestos velando por
el sosiego público y el gobierno, 'olvidando que represen-
taba un partido, pellsó únicamente en que antes ,que los
intereses de una agrupacion cualquiera, está el bien supre-
mo y la salud de la patria.


Gran número de hombres importante~ 'se presentaron
tambien al gobierno ofreciéndole su apoyo.


Asegurábase tambien entre las personas que maS auto-
rizadas se hallaban para estar enteradas de ciertos detalles,


'que la primera vez que D. Amadeo habló al Sr. Zórrilla dEl




XXXVI PRÓLOGO_


su proyecto de abdicacion, fué á las doce del sábado 8, hora
en que llamó á su cámara ,al presidente del Consejo y al
Sr. Mart0s.


Decíase que el rey fundó su resolucion en que ]a vota'~
cion de la Cámara le ponia en la alternativa de obrar anti-
parlamentariamente, lo que no quería, ó de carec~r de li-
bertad constitucional para desaprobar una medida de go-
bierno y elegir en su consecuencia nuevos consejeros.


Tres horas emplearon, al decir de las gentes mejor en-
teradas' los señores ministro de Estado y presidente del:
Consejo para hacerle desistir de su)ntento.


Lo único que consiguieron fué que éste les prometiera
meditarlo y darles una contestacion definitiva al dia si-
guiente. :


Como se comprenderá, la situacion de los ministros era~
no solo embarazosa, grave y preñada de grandes responsa-
bjUdades.


A las doce del dia siguiente, fué cuando definitivamen,
te manifestó el rey al Sr. Zorrilla que se hallaba resuelto á
llevar á cabo su abdicacion.


¿Qué sucedia en aquellos momentos en la Cámara po-
pular?


Fácil es adivicarlo; ya no era un misterio para nadie lo.
que ·el diaanterior solo habia sido un enigma.


La apertura de la sesíon del dia 10 tuvo lugar, aun
contra la voluntad del ministerio que pedia una tregua
para tomar acuerdo; tregua que se negó á conceder el pre-
sidente de la Cámara, alegando que en aquellos momentos
supremo$ no podía permanecer inactivo el único poder le-
jítimo.


Como decia muy bien El Pueblo, en su número de.




PHÓLOGO. XX.XV .. I


aquel dia, anticipándose á lo que tlespues se propuso y se
acordó por la Cámara, lo que procedia era el nombramiento
de un gobierno provisional titulado de la república.


Nada de mistificaciones, decia, que dejen abierta la
pue:ta á los arrepentimientos monárquicos ¡nada de adjeti-
vos, peligrosos en estos momentos para la unidad de la patria!


La sesion fué, por]o tanto, en estremo animada: la
tribuna pública, y reservadas de la pre.nsa y del cuerpo di-
plomático, se veian atestadas de gente; todos con la respi-
racion contenida, ansiosos, anhelantes, se hallaban pen-
dientes de los labios de los oradores que iban á tomar parte
en el debate.


Efectivamente, el momento era solemne: iban á deci-
dirse dentro breves instantes los destinos de la nacion.


El Sr. Figueras preguntó si estaba dispuesto el presi-
dente á dirigir una escitacion al gobierno para que acudie-
se al Congreso y de no hacerlo así, que abriese el presidente
discusion sobre los sucesos que preocupaban á todo el
mundo.


Cuando el Sr. Rivero contestaba á la pregunta del señor
Figueras, se presentaron en el salon los Sres. Zorrilla,
Mosquera y Montero Rios, que ocuparon el banco azul, y
siendo nuevamente interpelados por el Sr. Figueras, el se-
ñor Zorrilla se escusó de no haber dado antes cuenta á l~s
Córtes puesto que hasta aquel momento nada ocurria que
debier~ ventilarse de una manera oficial. Hizo sin embargo
la relacion de los sucesos y de los incideI1tes todos que ya
saben nuestros lectores: que el rey les habia pedido veinti-
cuatro ó cuarenta y ocho. horas para pensar lo mas oportuno
y que en esto no creia hubiese nada de particular. Terminó
su discurso aconsejando á todos los partidos que no alterasen




XXXVIiI PRÓLOGO.


el órden público y dijo que el gobierno estaba resuelto á
morir en la calle para conservarle.


Leyóse inmediatamente una proposicion del Sr. Figue-
ras y seis diputados mas, pidiendo que el Congreso se de-
clarase en sesion permanente.


Despues de un debate en que terciaron los Sres. ~artos,
Zorrilla y Castelar, y de asegurar el Sr. Figueras que la
sesion permanente no significaba desconfianza hácia el go-
bierno, que no tenia por objeto deliberar ni resolver, sino
únicamente velar por la sal vacion de la patria y estar pre-
venidos para cualquier evento~ el presidente propuso se
nombrase una comision compuesta de cincuenta diputados
que permaneceria en el edificio.


Así se acordó y se suspendió la sesion, ó mejor dicho la
deliberacion, marchándose entonces las personas que ocu-
paban las tribunas y muchos diputados, saliendo unas y
otros por la calle del Florin, pues por la de Jovellanos no
era posible á causa de lo compacto de los grupos que inva-
dian la calle.


Por indicacion del presidente del alto cuerpo colejisla-
dor, los señores senadores se reunieron á las cuatro y media
de la tarde en el salon de conferencias del Congreso, por
el cual habian sido invitados con objeto de formar un solo
cuerpo, y abierta nuevameute la sesion, el presidente de
la Cámara popular dijo á los ugieres que manifestasen á
los señores senadores que el Congreso esperaba.


A los pocos moment0s penetraron estos en el emiciclo
y tomaron asiento.


El Sr. Rivero manifestó que se reunían para consti~uir
las Córtes soberanas de la nacion.


Los bancos se poblaron por completo y el ministerial




PR ,LOGO. XXXIX


fué oeu,pado por los ministros de Estado, Marina, Hacienda,
Fomento, Gracia y Justicia y Ultramar.


El p~esidente declaró constituidas las Córtes soberanas,
y el Sr. Martos, despues de esponer que al Sr. Zorrilla no
le era posible asistir á la sesion y que el rey habia mani-
festado aquella misma mañana su irrevocable propósito de
abdicar, juzgaba el gabinete que sus funciones habian ter,


,minado y que él y sus compañeros entregaban sus poderes
á las Córtese El mensaje de abdicacion se hallaba concebido
en los siguientes términos:


(,Grande fué la honra que merecí á la nacion española
eligiéndome para ocupar su trono, honra tanto mas por mí
apreciada, cuanto que se me ofrecia rodeada de las dificul-
tades y peligros que lleva consigo la empresa de gobernar
un pais tan hondamente perturbado.


»Alentado, sin embargo, por la resoludon propia de mi
raza, que antes busca que esquiva el peligro, decidido á
inspirarme únicamente en el bien del pais y á colocarme
por cima de todos los partidos, resuelto á cumplir el jura-
mento por mí prometido á las C6rtes Constituyentes y .
pronto á hacer todo linage de sacrificios por dar á este va'~
leroso pueblo la paz que necesita, la libertad que merece y
la grandeza á que su gloriosa historia y la virtud y cons-
tancia de sus hijos le dan derecho, creí que la corta espe-
riencia de mi vida en el arte de mandar seria suplida por
la lealta,d de mi carácter y que hallaría poderosa ayuda para
conjurar los peligros y vencer las dificultades que no se
ocultaban á mi vista, á las simpatías de todos los españo-
les, amantes de su patria, deseosos de poner ya término á
las sangrientas y estériles luchas que hace tanto tiempo
desgarran sus entrañas.




XL


»Conozco que me engañó mi buen deseo. Dos años lar-
gos há que ciño la corona de España, y la España vive en
constante lucha, viendo cada dia mas lejana la era de paz
y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fueran es-
tranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de
estos soldados tan valientes como sufridos, seria el pri-
mero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con
la pluma, con la palabra, agravan y perpetuan los males
de la nacion, son españoles, todos invocan el dulce nombre
de la patria, todos pelean y se agitan por su bien~ y entre
el confuso fragor del combate, entre el atronador y contra-
dictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opues-
tas manifestaciones de la opinion pública, es imposible
atinar cuál es la verdadera, y mas imposible todavía hallar
el remedio para tamaños males.
~)Lo he busúado ávidamente dentro de la ley y no lo he


hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha pro··"
metido observarla.


»Nadie achacará á flaqueza de ánimo mi resoludon. No
. habria peligro que me moviera á desceñirme la corona si
creia que la llevaba en mis sienes para bien de los españo-
les: ni' causó mella en mi ánimo el en que 'corrió la vida
de mi augusta esposa, que en este solemne momento ma-
nifiesta, como yo, el vivo deseo de que en su dia se indulte
á los autores de aquel atentado. _


»Pero tengo hoy la firme conviccion de que serian es-
tériles mis esfuerzos é irrealizables mis propósitos.


» Estas son, señores Senadores, las razones que me mue-
ven á devolver á la nacion, y en su nombre á vosotros la
corona que me ofreció el voto nacional, haciendo de ella re-
nuncia por mí, por mis hijos y sucesores. Estad seguros de




PRÓLt...GO. XLI


que al desprenderme de la corona, no me desprendo del
amor á esta España como agradecido y de que no llevo
otro pesar que el de no haberme sido posible"procurarla todo
el bien que mi leal corazon para ella apetecia-.}>-" Amadeo.
-Palacio de :Madrid, febrero (sin fecha).


Preguntadas las córtes soberanas si aceptaban la renun-
cia de D. Amadeo y acordaban se le dirigiera un mensage
de despedida, contestaron sí, por unanimidad: no podia es-
perarse otra cosa de la proverbial hidalguía castellana, de
la cortesía y esquisita política de nuestros dignísimos re-
presen tan tes.


N om bróse una comision para redactar el mensage y los
ministros abandonaron el banco azul para venir á tomar
asiento entre los diputados.


A los quince mjnutos los encargados de escribir tan
importante documento habian cumplido ya con su come-
tido: penetraron nuevamente en el salOl: y el Sr. Castelar
que era uno de ellos yal que fundadamente se atribuye su
redaccion, dió lectura de él, siendo en estremo aplaudido.


El mensage dice así:
«La Asamblea nacional á S. 1\1. el Rey D. Amadeo 1.~­


Señor: las Córtes soberanas de la nacion española han oido
con religioso respeto el elocuente mensage de V. M:., en
cuyas caball~rosas palabras de rectitud, de honradez, de
iealtad han visto un nuevo testimonio de las altas prendas
de inteligencia y de carácter que enaltecen á V. M. y del
amor acendrado á esta su segunda patria, la cual, generosa
y valiente, enamorada de su dignidad hasta la supersticion
y de su independencia hasta el heroismo, no puede olvidar,
nó, que V. M. ha sido gefe del Estado, personificacion de


-su soberanía, autoridad primera dentro de sus leyes, y no
TOMO 1. 6




XLII I>nÓLOGO.


puede desconocer que honrando y enalteciendo á V. M., se
honra y se enaltece á sí misma.


(,-Señor: las Córtes han sido fieles al mandato que traian
de sus electores y guardadoras de la legalidad que hallaron
establecida por la voluntad de la nacion y la Asamblea
Constituyente. En todos sus actos, eL. todas sus decisiones
las Cértes se' contuvieron dentro del límite de sus prerro-
gativas y respetaron la voluntad de V. M. y los derechos
que por nuestro pacto constitucional á V. M. competian.


»Proclamando esto muy alto y muy claro, para que nun·
ca recaiga sobre su nombre la responsabilidad de este con-
flicto, que aceptamos CJn dolor, pero que resolveremos con
energía, las Córtes declaran unánimemente que V. ~r. ha
sido fiel, fidelísimo guardador de los respetos debidos á las
Cámaras; fiel, fidelísimo guardador de los juramentos pres·
tados en el instante en que aceptó V. M. de las manos del
pueblo la. corona de España; mérito glorioso, gloriosísimo,
es, en esta época de ambiciones y de dictaduras, en que
los galpes de Estado y las prerrogativas de la autoridad
absoluta atraen á los mas sensibles, no ceder á sus ten-
taciones desde las inaccesibles alturas del trono, á que solo
llegan algunos pocos privilegiados de la tierra.
i)Bi~n puede "'l. M. decir, en el eilencio de su retiro, en


el seno de su hermosa patria, en eJ hogar de su familia,
que si algun humano fuera capaz de alejar el curso incon-
trastable de los acontecimientos, V."tt1. con su educaeÍon
constitucional, con su respeto al derecho constituido, los


'hubiera completa y absolutamente atajado. Las Córtes, pe-
netradas de tal verdad, hubieran hecho, á estar en sus
manos, los mayores sacrificios para conseguir que V. l\L de-
sistiera de su resolucion y retirase su renuncia.




PHÓLOGO. XLIII
,


»Pero el conocimiento que tiene- del inquebrantable ca-
rácter de V. M., la justicia que hacen á la madurez de sus
ideas y á la perseverancia de sus propósitos, impiden á las
córtes rogar á V. M. que vuelva sobre su acuerdo, y las
deciden á notificarle que han asumido en sí el poder su-
premo y la soberanía de la nacion, para proveer en cir-
cunstancias tan críticas y con la honradez que aconseja lo
grave del peligro, lo supremo de la situacion, á salvar la
democracia, que es la base de nuestra política, la libertad,
que es el alma de nuestro derecho, la nacion, que es nues-
tra inmortal y cariñosa madre, por la cual estamos todos
decididos á sacrificar sin esfuerlo, no solo nuestras indivi-
duales ideas, sino tambien nuestro nombre y nuestra exis-
tencia.


i)En circunstancias mas difíciles se encontraron nuestros
padres á principios del siglo y supieron vence.rlas inspi-
rándose en estas ideas y en estos sentimientos.


»Abandonados por sus reyes, invadido el suelo patrio
por estrañas huestes, amenazados de aquel génio ilustre
que parecia tener en sí el secreto de la destruccion y la
guerra, confinados e,u una isla, donde parecia que se aca-
baba el-suelo nacional, no solamente salvaron la patria y
escribieron la epopeya de la independencia, sino que crea-
ron sobre las ruinas dispersas de las sociedades antiguas
la nueva sociedad.


»Esta.s córtes saben que la nacion Española no ha dege-
nerado' y esperan no degenerar tampoco ellas mismas en
las austeras virtudes patrias que distinguieron á los fun-
dadores de la libertad en España. Cuando los peligros estén
conjurados, cuando los obstáculos estén vencidos, cuando
salgamos de las dificultades que trae consigo toda época




XLIV PRÓLOGO.


de transicion y de crísis, el pueblo español, que mientras
permanezca V. M. en su noble suelo ha de darle todas las
muestras de respeto, de lealtad, de consideracion, porque
V. M. se lo merece, porque se lo merece ,su virtuosísima
esposa, porque se lo merecen sus inocentes hijos, no podrá
ofrecer á V. M. una corona en' lo porvenir; perC\ le ofrecerá
otra dignidad, la dignidad de ciudadano en el senó de un
pueblo independiente y libre.


») Palacio de las Córtes, 11 de Febrero de 1873.»
Despues <;le leido este mensage se acordó el nombra-


miento de una comÍsion que lo llevara al Rey y otra para
que lo acompañase hasta la frontera.


Don Amade? hilbia significado su propósito de salir de
:Madrid en un término muy breve.


Inmediatamente despues se leyó una proposicion ro-
gando á las Córtes se sirviesen acordar como forma de Go-
bierno la República.


El señor Pí y Margallla apoyó proponiendo que por vo-
tacion directa se nombrase un Poder ejecutivo que cum-
pliese con rapidez los acuerdos dellegislati va. El señor Pí
se estendió en lógicas y robustas consideraciones en pró de
la idea que sustentaba, poniendo de manifiesto los incon-
venientes de las monarquías y la proposicion fué tomada
en consideracion.


En vano dos señores diputados pertenecientes á una de
las fracciones de la Cámara, aunque sus nombres sean res-
petables y de gran valía, usaron de la palabra en contra;
verdad es que con noble franqueza hicieron una salvedad
y esta fué: «Que de tQdos modos declaraban en nombre de
su partido que ayudarian á sal"var el órden y la integridad
fuese el que fuese el poder emanado de las Córtes. »




PRÓLOGO. XLV


El señor Salmeron (don Nicolás) dijo, hablando en
pró de la proposicion, que hoy no era posible otra forma
de gobierno que la republicana, bajo cuya bandera cabian
todos los partidos, añadiendo que. para la minoría no habia
republicanos de ayer, ni de hoy, sino solo españoles.


Momentos antes habia entrado en el salon el señor Zor-
rilla y propuso que se nombrase inmediatamente un go-
bierno que respondiese del órden público.


Esta proposicion fué causa de acaloradas réplicas entre
el Presidente del consejo y el señor Rivero; de palabras
mal interpretadas por algunos señores, de ofensas que se
creyeron inferidas en el ardor de la improvisacion y que
des pues de esplicadas no tenian la importancia que se les
supuso; susceptibilidades que no tenjan razon de ser y
mucho menos en aquellos momentos solemnes.


Así lo comprendió el señor Martos, pidiendo ardorosa-
mente que en bien de la patria, suplicaba que inmediata-
men te se votase la proposicioD del señor Pí. Añadió que
era preciso que cesase el período de interinidad para entrar
decididamente en la República y que al hablar así lo hacía
por encargo del partido radical, pues con la misma efusion
y cariño que el partido republicano les recibe, con la misma
efusion se acercan á él. Dijo por fin, que los radicales iban
á votar la república porque la aceptan lealmente y porque
otra solucion no era compatible con las ideas democráticas,
añadiend~ que seria una vergüenza para cualquiera que
en algo se estime, fijar su vista en la restauracion borbó-
nica, á la que trató tan dura como merecidamente.


En contestacion á algunas observaciones en contra, de
los señores Collantes y DUo a y en que el primero se esfor-
zaba en querer probar que la ,monarquía de la casa de Sa-




XLVI PUÓLOGO.


boya no habia sido derrumbada por las conspiraciones Al-
fonsinas, el señor Castelar con la elocuencia que le distin-
gue, con esa frase que seduce y cautiva, esplicó en breves
palabras que la república venia por sí sola, por haber
muerto la monarquía absoluta con Fernando VII, la parla~
menfaria con doña Isabel 11 y la democrática con Amadeo l.


Procedióse, pues, á votar la proposicion del senor Pí y
fué" aprobada por 256 votos contra 32.


El señor Figueras propuso que se comunicase tan faus-
ta noticia á todas las autoridades civiles y militares de Es-
paña, como así se verificó, terlninando con un entusiasta
viva á la república, que fué repetido con la mágica celeri-
dad de la chispa eléctrica, como un prolongado eco, desde
el salon de sesiones hasta los mas apartados barrios de 1Ia-
drid, cuyas calles, lo mismo que las principales, estaban
cuajadas de gente, ávida y ansiosa, impaciente, anhelante
por saber la resolucion de la Cámara. Suspendióse la sesíon
por br~ves momentos: era preciso que los diputados se pu-·
siesen de acuerdo par:\ la formacion del nuevo gobierno.
Apenas trascurrida media hora volvieron á entrar en el
salon y procedió se á la eleccion siendo elegidos: don
Estanislao Figueras, Presidente; Ministro de Estado, don
Emilio Castelar; de Gracia y Justicia, don Nicolás Salme-
ron; de Hacienda, don José Echegaray; de la Guerra, don
Fernando Fernandez de Córdoba; de Marina, don José 1\1a-
ría de Beranger; de Gobernacion, don Francisco Pí y Mar-
gall; de Fomento, don lVlanuel Becerra; de Ultramar, don
Francisco Salmeron.


Invitados los nuevos ministros por el presidente del
Congreso para que ocuparan el banco azul, así lo hicieron,
recibiendo un prolongado y atronador aplauso.


. ,




PRÓL(jGO. XLVII


El señor Martos dió un viva á la república, al presi-
dente y á la integridad de la patria, viva que no podía
menos de hallar eco en todos los corazones y que se repitió
por todos los señores diputados y senadores con igual en-
tusiaSluo que el señor Martos lo pronunció.


El señor Figueras pronunció inmediatamente un breve
discurso, diciendo que el gobierno acudiria á las necesida-
des públicas, aplicando los principios republicanos y sobre
todo que cuidaria de afianzar el órden público. Añadió que
las córtes constituyentes decidirian la forma que la repú-
blica debia ostentar, asegurando que en las próximas elec~
ciones habria la mas completa libertad. El señor Echega-
rayen nombre de sus compañeros, hoy ministros de la re-
pública, declaró que habian aceptado un compromiso que el
patriotismo les exigia; que cumplirían con su obligacion
y que Dios los juzgara.


Así terminó la célebre, Ja memorable, la patriótica se-
sion del dia 11 de Febrero de 1873, cuyo recuerdo quedará


,grabado eternamente en el corazon y en la memoria de to-
dos los españoles que sinceramente amen la patria.


Algunas horas despues, á las seis de la mañana del 12,
abandonaba á Madrid con direccion á Lisboa el ex-rey,
acompañado de toda su familia.


Consultados los médicos de Cámara si el delicado estado
de salud de la Reina la permitiria ponerse en camino con
tanta precipitacion, el señor Diaz Benito dió su opinion
afirmativa y doña María Victoria se decidió á no abando-
nar á su esposo.


Es opinion general gue esta egregia Señora es un mo-




XLVIU PRÓLOGO.


delo de virtudes, de caridad y que posee un bellísimo co-
razono Es lo cierto que sin ostentacion y sin orgullo, sin
hacer alarde de su munificencia, ha derramado pródiga-


,


mente sus beneficios durante su estancia en la capital de
España, enjugando no pocas lágrimas.


En la satisfaccion que produce siempre el'hac~r bien
encontrará su recompensa y nosotros faltaríamos á nuestro
deber de caballeros y de historiadores si aquí no lo dejáse-
mos consignado.


Los Reyes marcharon acompañados del Gefe del cuarto
militar, señor general Búrgos, de sus ayudantes los seño-
res Portilla, Tejeiro y Villacampa, del señor Almirante,
señor Pirala~ señor Diaz Benito, señor Conde de Rius y
otras varias personas.


:Momentos antes de salir de la régia estancia, la guar·
dia del R~y se colocó en la escalera para hacerle los hono-
nes debidos.


A las seis en punto salió de la cámara la comitiva,
siendo conducida la Reina en una litera hasta el pié de la
escalera principal donde aguardaban los carruajes.


Doña María Victoria estaba sumamente afectada y'der. _
ramaba abundantes lágrimas.


Al bajar la escalera iban saludando cariñosamente á
los guardias y servidumbre que encontraban al paso.


Cuando llegó la litera al carruaje, don Amadeo cogió
en brazos á su esposa y con el mayor cuidado la colocó en
el coche.-


El señor Rivero dió la mano á los Reyes y estos le en-
cargaron mucho que mirara p()r su desgraciada servidum-
bre: el señor Rivero les ofreció que así se haría.


Terminada la despedida, doña María Victoria dió la se-




PROLOGO. XLIX


ñal de la partida y á los seis y diez minutos salían por la
puerta del Príncipe cuatro carruajes dirigiéndose á la es-
tacion del Norte donde les esperaba un tren especial com-
puesto de un coche de segunda, donde iba alguna fuerza de
la guardia civil, un coche de primera donde iba colocada
la cama para la Reina, en un departamento y algunos fur-
gones.


A las seis y Inedia, próximamente, el t¡'en partió por el
'ramal del campo del Moro á tomar la línea del Medi terrá-
neo, de donde salieron enseguida en direccion á Lisboa
acompañados de la comitiva antes indicada y de la comi-
sion nombrada por las Córtes, para despedirle en la fronte-
ra del vecino reino Lusitano.


Viage de SS. MM. á la frontera de Portugal.


Para que nuestros lectores no carezcan ni aun de los
mas insignificantes detalles del viaje de D. Amadeo hasta
que pisó la frontera portuguesa, estractaremos lo y. ue un
testigo ocular refiere; el Sr. Pirala, cronista de la córte, y
que acompañó á SS. MM: hasta Elvas. Dice así:


«Trasladóse la reina en otra silla de manos al carruaje,
y á poco partió el tren por la vía de circun valacion á la es-
tacion del :Mediodía, tambien desierta. Solo estaba allí To-
pete, ese hombre de gran corazon, y el agradecido conde
de Almin~; pero ni autoridades, ni guardia, ni escolta, y
entre los dos citados señores y:Montesinos, siempre solícito
y fácil á proveer á todo, se dispuso que los ocho guardias
de órJen público que habia en la estacion subieran al tren
para dar escolta.


J)Sileuciosamente, y formando marcado contraste con
TUMO l. 7




L PRÓLOGO.


la partida del rey cuando fué á visitar la costa de Levante
hacia poco mas de un año, y siendo ministros algunos de
los mismos que ahora lo son, partió el tren) ocupando la
reina un departamento en el que fué acostada; inmediatos
sus hijos y el rey, yen un coche salon los que formaban la
comitiva (1).


»Nadie esperaba en las estaciones hasta Aranjuez, y
aun aquí fué escasa la concurrencia, á pesar de los muchos
dependientes y jornaleros del real patrimonio. Siguió el
tren á Alcázar de San Juan, donde ya se habia recibido
el parte' del gobierno para dispensar á las reales personas
los honores debidos, que los hizo el presidente de la junta
revolucionaria, y preparado el almuerzo á virtud de un te··
légrama que se envió desde Aranjuez pues nada se habia
dispuesto, hasta el punto de carecer la reina, enferma, de
una taza de caldo, no obstante haberse preparado en :Ma 4
drid algunas botellas de consommé, que quedaron muy
tranquilas;- descendió el rey del carruaje, y abriéndose
paso por entre la multitud silenciosa y respetuosa, ocupó la
cabecera de la mesa á la que se sentaron todos sin órden
ni etiqueta, pudiendo servir apenas los calnareros, por estar
invadido el comedor con la gente del pueblo, que contem-
plaba asombrada la digna tranquilidad del que acababa de
ser el jefe supremo de una nacion de 16 millones de
almas.


(1) La constituian, la comision de la Asamblea, compuesta de los señores
Montesinos, marqués de Seoane, Moncasi, Ro~sel1 Ulloa (D. Augusto), que iba
tambien con el carácter de administrador de la compañia del ferro-carril, el
Sr. Montero Rios, generales Tassara y Gandara, hermanos Alvaredas, general
Burgos, Portilla, Almirante, Villacampa, Tejeiro, Benifayó, Ogea, Benazuza,
algun otro y el que suscribe. Iban tambien los representantes de Portugal e
Italia. Este último quedó indispuesto en Alcázar de San Juan.




PRÓLOGO. LI


);.Continuóla marcha, atravesó rápido el tren los vastos
y desiertos campos de la Mancha, fijóse apenas la atencion
en el pueblo que tuvo preso á Cervantes, que á "ivir hoy,
abundante cosecha hall aria de locos y simples y aun mal"
vados, para inmortales obras; detúvose un momento en
Manzanares, donde recibieron SS. MM. respetuosos salu-
dos, y en Ciudad-Real se ofrecieron las autoridades: estaban
formadas las fuerzas del ejército, que presentaron armas
y batíeron marcha, y todo el anden y sus inmediaciones
invadido por inmenso gentío, ávidos todos de contemplar
á la real familia.


» Con una pequeña detencion en Puertollano y Alma-
den, y descendiendo por las gargantas de este venero de
ri.queza á Belalcázar, se dejó la Mancha, se atravesó un pe-
queño confin de Andalucía y se penetró en Estremadura,
parando un momento en Cabeza del Buey, y co"miendo en
Almorchon en una ruinosa y enegrecida pieza perfecta-
mente ventilada: no habia otro sitio.


»1.a noche, aunque alumbrada por espléndida luna,
apenas permitia contemplar las risueñas llanuras de Villa-
nueva de la Serena, don Benito y Medellin, patria de Here
nan Cortés, y las venerandas ruinas ~de la hoy triste Mérida
y antes opulenta colonia romana, y á las doce llegamos á
Badaj oz. -Era la última po blacion española que despedia á
don A~adeo, y que acostumbrada á recepciones de alegría,
no podia menos de pensarse en el contraste que formaba
aquel séquito silencioso y triste, mas triste cuanto m as se
alejaba de España, con el que presentaron las bodas allí
celebradas del rey de Castilla don Juan 1 con la infanta de
Portugal doña Beatriz, la recepcion de doña Juana de Por-
tugal para ser esposa de don Enrique IV, de] solemne re--




LIl PRÓLOGO.


cibimiento hecho á la infanta de Portugal doña Isabel para
ser esposa del emperador Cárlos V, del no menos ostentoso
dispensado á doña l\faría de Portugal que vino á StW esposa
del que fué á poco don Felipe II, hijo del que es fama que
al año de haber abdicado la corona, que le abrumaba por
el gran peso de su inmensa gloria, mostrábase arrepenti-
do, y de los grandemente celebrados conciertos reales en
1729. En este siglo Cárlos IV y María Lui8a se trasladaron
á Badajoz en 1801 con motivo de la guerra con Portugal,
para atender mas á un fa-rorito que á los intereses na-
cionales, y que tan funestos resGltados produjo á aquel
rey;-pues siempre los favoritos han sido funestos á los
reyes y á los pueblos,-y eu diciembre de 1866, tambien
estuvo allí la familia real de España á su paso para Lisboa
á pagar atenta visita á los reyes de Portugal.
>~QuedároDse en Badajoz los guardias que formaban la


peque'iia escolta, y siguió el tren á Portugal, cuya tierra
se pisó en breve. El silencio de la noche, la melancólica
luz de la luna, lo desierto de aquellos campos, la tierra
estranjera, cuanto á todos rodeaba, convidaba á la reflexion,
y grandes podian hacerlas cuantos el tren conducia ...


»Las músicas de ]a guarnicion de Elvas anunciaron la
llega>da á su estacion, donde esperaban las autoridades de
gran gala, y tropa de cazadores con músicas, que no cesa-
ron de tocar el himno nacional portugués. No habia pueblo.


»Parado el tren frente á la pequeña y humi1de aduana,
apeóse don Amadeo, y en el despacho del administrador,
una reducida pieza á la izquierda de la primera sala, reci-
bió á las autoridades y se despidió de la comision de la
Asamblea y de los que regresamos, aun cuando algunos
~levábamos ánimo de seguir hasta Lisboa, dando á la real




PRÓLOGO. LIII


familia esta prueba mas de sincera y desinteresada adhe-
Slon.


»Dispuesto allí otro tren, con un coche-salon que os-
tentaba las iniciales de don José Salamanca, se unió á él
el carruaje en que iba la Reina y los Infantes, y á las tres
partió para Lisboa, despedido con los mismos honores; re-
gresando á Madrid la comision de la Asamblea, el general
Tassara, brjgadier Portilla, coronel Almirante y el autor
de estas líneas.


» En todo el viaje demostró el público grande avidez
por ver y contemplar á doña María Victoria, cuya mere·
cida fama era general: todos preguntaban por esta señora,
cuyo talento y caridad conocían; todos la ad~iraban, todos
se apenaban por su desgracia, y la Reina, no muy atendi-
da por quien mas obHgaciC'D tenia de hacerlo, iba postrada
en un lecho, abismada en sus tristes pensamientos y sin
otro consuelo que el de tener á su lado á su esposo que ama
y á sus bijos que adora. ReciLa en lejanas tierras el tributo
del que siempre la ha admirado y la ha servido con vene-
racion profunda y respetuosa, sin haberla demandado nun-
ca la menor merced. »


. .


. .


En el entretanto el entusiasmo en las masas populares
en Madrid, desde el primer momento en que se hubo pro-
clamado la república,. fué indescriptible; á la intranquili-
dad anterior habia sucedido la mas franca y la mas espan-
sivaalegría.


Grupos de pueblo, en actitud pacífica, y al compás de la
marsellesa, discurrían por las calles precedidos de música,
y banderas.




LlV PRÓLOGO.


Ni eh los barrios principales, ni en los mas estraviados
de la capital se cometió el menor exceso, ni hubo que la·
mentar desgracia alguna: verdad es que desde la tarde del
dia anterior habia aparecido en las esquinas el manifiesto
de los republicanos mas intransigentes,.suscrito por cin-
cuenta y una firmas de las mas autorizadas en el' partido,
recomendando á todo el mundo la calma y el órden; ha-
ciendo comprender á las masas que se estaba atravesando
una de las mas graves crísis porque puede pasar un pue-
blo y que la mas ligera imprndencia .ba~taria para coro-
prometer la suerte de la repú blica y de la patria.


El inmenso gentío aglomerado la noche anterior y la
actitud como se presentó en los primeros momentos en los
alrededores del Congreso, hizo preciso adoptar algunas pre~
cauciones y hubo varias carreras, pero la alarma cesó á los
pocos momentos.


A la una y media de la tarde habia formado un bata-
llon de la milicia nacional delante del Congreso para con-
tener, á cierta distancia del mismo, la multitud que era
estraordinaria.


El Comercio y otras muchas personas de arraigo se or-
ganizaron por barrios para establecer patrullas y atender
al reposo público, pero todo esto pacíficamente, como no se
habia visto nunca en ninguna de las revoluciones conoci-
das hasta la fecha.


Mucho contribuyó á calmar los ánimos el dia diez, el
que, cuando á las cinco de la tarde, los grupos que rodeaban
el Congreso empezaron á agitarse y á dar vivas á la repú-·
blica. apareciesen en el vestí bulo de] mismo y areDga~en á
las musas los señores Figueras y Castelar, Ribero y Ocon,
Carmona y Sorní, Nouvillas y Luis Blanc, los cuales con




PRÓLOGO. LV


su autorizada palabra llevaron la confianza y la tranquili-
dad á los mas agi1ados ánimos.


Bajo esta impresion y despues de la partida del Rey,
" proclamada la república y hecho el nombramiento de los


que debian componer el poder Ejecutivo, dió principio la
sesion del dia doce.


Reunidos ambos cuerpos colegisladoaes, se precedió al
nombramiento de los tres Presidentes, Vicepresidentes y
Secretarios, y despues de haber anunciado el señor Figue-
ras que el Gobierno no tenia candidatos que proponer, pues-
to que la Asamblea era soberana y nadie tenia derecho
para in!!liscuirse en sus actos, se procedió á la votacion
siendo elegido presidente por 222 votos el señor D. Cristi-
no Martos.


Nada mas levantado y patl"iótico, nada mas entusiasta
que el notabilísimo discurso que al ocupar el sillon presi-
dencial, pronunció el nuevo presidente de la Asamblea.


Con la elocuencia que le distingue, con la facilidad
que le es peculiar, con la. ecsuberanciu de talento con que
la naturaleza le ha dotado, y en estremo conmovido por la
alta honra que acababa de dispensársele, cautivó por espa-
cio de mas de media hora la atencion de la Asamblea,
siendo interrupido varias veces por los mas entusiastas
aplausos.


Empezó dando gracias á la Asamblea por el alto honor
que le h~bia dispensado,y que consideraba, dijo, como un
puesto de honor y de peligro: «de peligro, por si sobrevi-
niese para España; de peligro, por si sobreviniere para la
libertad; de peligro, por si pudiere acontecer para la repú-
blíca, en favor de la cual, despues que por el voto libre de
nuestra conciencia todos la hemos proclamado, todos ten e-




LVI PRÓLOGO.


mos obligacion de trabajar, y si es preciso de da; nuestra
vida.,>


Añadió que la situacion que se habia creado imponia á
laAsamblea grandes deberes, que se resuleven en uno so-
lo: en el de salvar la república, prestando absoluto apoyo al
gobierno.


<\ Yo, señores, dijo, ,entiendo que así como la primera
necesidad de las monarquías en estos tiempos es la liber-
tad, del mismo modo el órden es la necesidad de las repú-
blicas. Trátase de establecer, de arraigar una forma nueva
y desconocida de gobierno en España; no cerremes los ojos
ante sus dificultades, que descorocer las dificultades no es
el modo mejor de vencerlas; antes bien; deteniéndonos de-
lante de ellas, consideremos que es preciso que hagamos
saber, no tan solo por nuestras palabras, sino tambien por
nuestros actos, que la república no es el desórden, no es el
tumulto, no es la pasion, no es la ruina de los intereses;
que la república puede y debe ser el órden, la libertad, la
confianza, la paz pública, la proteccion segura dispensada
por un gobierno liberal, pero fuerte á todos, absolutamen-
te á todos los intereses de la nacion española, porque es
singular privilegio de esta forma de gobierno que no haya
en su seno gérmen de division, sino que todas las opinio-
nes quepan en este gran molde en que vamos á dar nueva
forma á la vida de la sociedad española. '/


Este período fué muy aplaudido.
Declaró luego que'aquella era una Asamblea soberana,


y las asambleas soberanas, por lo mismo que son un grc;.u
poder, pueden ser un gran peligro .para sí propias. ('(y es
bueno, añadió, á fin de que inspiremos confianza y respe-
to, que comenzemos por l'espetarnos á nosotros mismos, y




PRÓLOGO. LVII


que no entendamos que el aso escesivo del poder es el signo
revelador de la fuerza. »


El nuevo pre~idente de la Asamblea terminó su discur-
so con las siguientes frases, que merecen llamar la aten-
.


Clono


«Si acaso las dificultades aumentan, y los peligros cre-
cen, y las nubes que tal vez comienzan á divisarse en
nuestro horizonte se cuajan y se condensan y amenazan
descargar sobre la República cruda tormenta, ¡ah! entonces,
señores representantes de la nacion, hemos de investir á
este gobierno de todos aquellos poderes que necesitare para
salvar la patria, para salvar la República; que la salud del
pueblo, pr~ncipio peligroso cuando nace del terror y se
concede para .su ejercicio la tiranía, es un principio salva-
dor cuando nace de la serenidad de la fuerza del derecho v


w


se concede para la realizacion de la justicia .. •


En tanto, el gobierno de la república no permanecia
.


'OCIOSO.


La responsabilidad que sobre sus hombros pesaba era
inmensa y desde el primer momento se dedicaron todos
sus dignos miembros, con un celo y actividad prodigiosas,
á entrar en el lleno de sus funciones, atendiendo lo prime-
ro á la cuestion de órden público, aunando sus esfuerzos
para precaver conflictos, para evitar escesos que mas tarde
tendrian que castigar.


Afortunadamente en casi todos los pueblos de España se
habia recibido con igual entusiasmo la noticia de la pro-
clamacion, al mismo tiempo que con una mesura y circuns-
peccion superior á todo elogio y encare.cimiento.


En los únicos puntos donde se cometieron algunos es-
TOMO l. 8




LVIII PRÓLOGO.


cesos, pero que fueron sin embargo reprimidos inmediata-
mente, fué en Málaga, donde generalmente se aprovecha
siempre, cierta clase de gentes, de cualquier conmocion
popular, esplotando el patriótico entusiasmo, para introducir'
el contrabando; en Montilla, Aguilar -y Fuentes donde des-
cuella desdichadamente el elemento demagójico-comunista,
muy distinto por cierto de lo que exige, significa, 'procla-
ma y representa la santidad de nuestra noble y generosa
causa; y finalmente, en Orihuela, donde los carlistas cuen-
tan con una gran mayoría dispuesta siempre á empuñar e~'
trabuco en pro de la ridícula y absurda causa que con·tan- .
ta pertinacia como mala fortuna vienen defendiendo 'hace
tantos años.


El empeño que se supone en el nuevo ministro de Es-
tado, Sr. Castelar, en el Memorandum que prepara para el
rápido reconocimiento de la república española por todas
las potencias, es demostrar al mundo que nuestras institu-
ciones han nacido del sentimiento nacional y de la repug-
nancia del pueblo español á toda ingerencia estrangera en
su gobierno interior. De consiguiente, la rep*blica espa-
ñola no tiene ningun carácter de agresion, ni directa, ni
indirecta al esterior.


No ha querido el pueblo español que se mezclen en sus'
asuntos, ni se mezclará él tampoco en los d~ los demás
pueblos.


Esta es la base de la política internacional del gobier-
no. En este sentido y como preliminar del Memorandum
que prepara el popular ministro, en su circular á los re-
presentantes de España en el estranjero y al darles cuenta
de los últimos acontecimientos les dice: «Las córtes sobe-
anas han proclamado la república como forma definitiva




PRÓLOGO. LIX


de gobierno. No ha sido resultado de una sorpresa sino
de la reflexion de las córtes que han creido que, en las ac-
tuales circunstancias previstas, hace mucho tiempo, tal era
el sentimiento nacionaL)


Haciendo despues justicia á la lealtad y al espíritu
constitucional del Rey Amadeo, dice, que no habiendo po-
dido vencer aquel la repugnancia innata, digna y orgu-
llosa de la nacion española, habia resuelto pacíficamente
el conflicto', abdicando:


El decreto de abolicion del juramento militar es igual-
mente un documento notable; en su preámbulo descuella
un párrafo que demuestra toda la nobleza, toda la indul-
gencia, toda la generosidad del partido republica:lo y que
dice así:


. (,Se necesita que no haya en el ejército españoles jura-
mentados é injuramentados. Se necesita destruh esta od~Q­
sa distincion que dividia á nuestros militares en ca~tas.
Todos deben ser soldados de la patria; y todos, obedeciendo
á la república, obedecerán á la nacion de que son leales
servidores y fieles hijos. Así la república, que no les pedi-
rácuenta de sus ideas, ni de sus compromisos, ni de su
·historia para emplearlos en su servicio, les exigirá en cam-
bio, con mas derecho que el antiguo régimen, la obedien.cia
·áuna autoridad que á nadie rebaja y la sujecion á. leyes
que á todos exaltan, y que se curan, no sQlamente de. S1;lS
derechos, sino tambien de la virtud de su honor y de la
tranquilidad de su conciencia.»


,





LA MUERTE DEL JUSTO.


¿Qué habia sucedido en todo este tiempo en la casa de
don Antonio?


Lo mas natural del mundo.
Lleno de vi vísima ansiedad, habia estado escuchando·


todos los rumores que hasta su casa llegaban de la vecina
plaza del Congreso.


Habia recibido, segun le ofrecieron D. Antonio y Felipe,
noticias del estado en que se hallaban las cosas, la marcha
de los acontecimientos que en el capítulo anterior hemos
relatado y á cada satisfactoria nueva que recibia murmu-
raba con acento de inmensa, de indescriptible angustia.


-¡Mucho tardan!. .. no será posible que yo lo alcanc&
á verl. ..


En el momento en que se presentaba :en el Congreso la
proposicion de Pí y Margall para que definitivamente se
declarase la república, único medio de salvar el pais de la
ruina, D. Juan se dirigió á la casa de su amigo.


El enfermo se habia debilitado de una manera estraor-
dinaria en el breve espacio trascurrido desde que nosotros.
le abandonamos. ..


-Albricias, amigo mio, esclamó D. Juan en el colmo.




PRÓLOGO. LXI


iel entusiasmo y al penetrar en la alcoba del enfermo. En
este momento acaba de presentarse la proposicion que será
aceptada indudablemente.


-¡Ay, amigo mio! replicó el anciano con desfallecido
acento, difícil es que alcance á ver su resultado.


-¿Volvemos á las andadas? .. vaya una manía ...
-Harto sabes que no me gusta entristecer á las perso-


nas á quienes amo; pero ...
-Pues entonces, qué diablo!' .. tenga V. ánimo y no


desmaye en su esperanza ...
~Imposible!. .. qué regularidad podrá exigirse á una


máq uina cuyas ruedas están ya gastadas'? .. He derramado
tanta sangre por la santa causa) que mis venas están exaus-
tas; de tal modo gasté mi inteligencia buscando los medios
de hacer que triunfara la idea á que desde la niñez me
habia consagrado, que hoy ya mi cerebro está vacío.


-Pues bien ágil y bien robusto le hernos estado á us-
ted viendo hasta hace muy pocos días; hasta que esa mal-
dita pulmonía le ha postrado de una manera tal, que su
espíritu lo encuentro en estremo abatido.


-¡Qué desatino! no es esa enfermedad, nó, la que me
lleva al sepulcro; la pulmonía solo es el pretesto: la reali-
dad está bien á la vista ... muero de consuncion, de debili-
dad ... mis años son ya muchos y debo como todo el mundo
pagar mi tributo á la naturaleza!. ..


-¡Padre! ...
-Pero no continuemos discutiendo sobre esto, porque


cosas mas graves, asuntos mas sérios reclaman nuestra
particular atencion ... y es preciso no perder tiempo: la vio-
lencia misma que hago para hablar, agota las pocas fuer·
zas que me restan.




1 XII PRÓLOGO
-¿ y no valiera mas que descansara V. un rato como


lo ha mandado el facultativo'? dijo María, estrechando en-
tre las suyas la mano de su padre.


-DescansarL .. ¡Ah! sí; dentro de poco descansaré para
siempre ... pero antes y cuando la razon aun existe y re-
flexiona, el que debe emprender tan largo viaje y,deja en
el mundo séres tan queridos, el que recuerda en sus pos-
treros instantes todos los dolores que le han atormentado
en su penosa agonía, esa agonía á la que dímos el nom-
bre de existencia y á la cual asociamos esos mismos séres,
si recordamos el triste legado que vamos á dejarles; si re-
cordamos que los perdemos para siempre y que ya no he-
mos de volverlos á ver! ...


-Padre, ¡cuánto me está V. haciendo sufrir!
--En el alma me duele, hija mia, pero llorando en-


traste en la vida, llorando pasaste la mayor parte de ella,
y llorando tambien la abandono yo, yo, que jamás he 110-
radoL .. Resígnate como yo me resigno.


y la voz del anciano, que cada vez iba debilitándos~
mas, quedó sofocada por un reprimido sollozo que tuvo la
duracion de algunos segundos, y una lágrima desprendida
de sus encendidos párpados resbaló lentamente por sus ca-
davéricas mejillas.


-Al fin conseguirá V. que vacile mi serenid8 d, dij o
don Juan. Si piensa V. proseguir hablando de ese modo
me voy otra vez, pero no vuelvo á traerle á V. mas no-
ticias.


-¡OhI no se vaya V .. .! quizá cuando volviera no IDe
encontraria ya vivo y es muy importante lo que tengo que


. decirle.
-Pues prométame V. ser mas razonable.




PRÓLOGO. LXIII


-Lo prometo: pero como calculo por las pulsaciones y
los latidos de mi corazon los cortos momentos que me res-
tan de vida, no puedo hacerme ilusiones y no quiero des-
aprovecharlos. Harto le consta á V., amigo mio, como á
todos nuestros hermanos de asociacion, los grandes traba-
jos de mi vida; no hay un momento en ella que no haya
sido consagrado á la def~nsa de la idea que ambos susten-
tamos.


Mucho tiene que aprender nuestro pueblo todavía, mu-
cho que es necesario enseñarle para que vi va siempre pre-
cavido.


En mis largos viajes, en esa colosal peregrinacion que
por el mundo hice, combatiendo bajo las banderas de la li-
bertad y en pueblos diametralmente opuestos, he recogido
muchos é interesantes apuntes, he leido y escuchado inte-
resantes tradiciones de los tiempos antiguos y modernos
que afanoso gravaba en mi mente para trasmitirl:ts al pa-
pel, presintiendo que algun dia habrian de ser útiles mis
apuntes, mis memorias y mis consejos, á ese mismo pueblo
por quien me sacrificaba y combatia.


El anciano se detuvo un instante al pronunciar estas
palabras, porque la violencia que estaba haciendo era su-
perior á las fuerzas que le restaban.


Don Juan, no pudo menos de decirle:
-¿Pero es tan importante lo que tiene V. que referir-


me? Porq~e si no lo es, no debe V. fatigarse de tal modo.
-Tiene razon don Juan, padre mio; ¿por qué no reposa


V. algunos momentos'?
-Dentro de poco reposaré para siempre.
-Pero ...
-Déjeme V. acabar y déjame tú tambien, pues tu suel'-




LXIT PRÓLOGO


te depende en gran parte del encargo y del dep6sito que
voy á confiar á don Juan.


-i, un depósito'?
-Sí, amigo mio: le estaba hablando de eSR co1eccion


de episodios de la tiranía, de esas leyendas de lágrimas,
de esa co1eccion de cuadros históricos de todos los pueblos,
de todas las épocas, desde las mas remotas hasta el dia,
que en mi larga vida recogí, y al escribirlas, tuve la de-o
bilidad tam bien de referir algunas escenas de mi vida en
las cuales representé el principal papel. No sé si podrán
ser útiles á mi partido, pero 10 que sí puedo desde luego
aseguraros á uno y otro, es, que en ellas va encerrado el
porvenir de mi hija.


-¿ y dónde están esos papeles'? preguntó don J nan.
-Aquí.
y el anciano sacó de entre las ropas de su cama e11e-


gajo de papeles que en otro lugar hemos visto le entregara
su hija, cuando el polizonte iba á comenzar el registro de
la casa.


Aquellos papeles, estaban cerrados cuidadosamente bajo
un sobre y sellados con los atributos masónicos.


-¿Y qué destino, debo dar á estos papeles'?
-El dia en que la república triunfe en nuestro pais, el


dia en que España sea un pueblo verdaderamente libre,
entregue V. esos manuscritos al 'Venerable de nuestra lógia.


-y si la muerte me sorprendiese á n;:lÍ, aun cuando no
la espero, antes de que llegara tan suspirado dia'? replicó
don Juan.


-Entonces de la misma manera que hoy le confío este
depósito, confíeselo V. á su mejor amigo. Esos papeles so-
lamente deben leerse en los momentos en que el pueblo,




PRÓLOGO. LXV
rompiendo las cadenas' que le s ugetan , sea dueño de sí
mismo; porque precisamente entonces es cuando debe te-
ner mas cordura para no vol ver á perder lo que á costa de
tantos sacrificios logró adquirir. Es, pues, mi deseo, que se
conserven hasta ese dia.


-Cumpliré sus órdenes religiosamente.
-Es mi postrera voluntad.
-Pero recuerdo, si no he oido mal, añadió don Juan,


que ha dicho V. que en estos papeles se encerraba tambien
la suerte de su hij a.


-Iba á hablarle sobre ese particular.
-¡Qué suerte mas desgraciada! es clamó María; qué


puedo esperar, ni desear si le pierdo á V.? N o se oc u pen us-
tedes para nada de mí; no quiero otra cosa sino que no se
desanime V. de ese modo, que viva para mí, y todo lo de-
más me importa poco.


-Noble corazon! Déjame, que de tí me ocupe, que tal
es el deber que los padres tenemos sobre la tierra.


y dirigiéndose á don Juan, continuó:
-Bajo este sobre, se encierran dos paquetes; en el uno


de e~los, que es el mas voluminoso, hay un lema que dice:
{,Para el dia en que sea una verdad en España, la Libertad, ,
]a Igualdad y la Fraternidad» y en el otro, dice: « Docu-
mentos referentes á mi hija María. ,) De este paquete, debe
usted raID per el sobre, y eu terado de las instrucciones qua
allí encontrará, obrar con arreglo á ellas.


-Preveo que es grave la mision que se me confía.
-Por esa misma razon lo hago, porque tengo ilimitada


confianza en V. y la completa seguridad de que cumplirá
como hombre honrado.


-¡Oh! en cuanto á eso, juro á V. que acaba de morir
rOMO l.




LXVI


en mi corazon cuanto me ha dicho, hasta el momento en
que deba de obrar.


y don Juan al pronunciar aquel juramento estendió el
brazo sobre el lecho con ademan solemne.


El rostro del moribundo espresó una visible satisfac-
cion y con su descarnada mano estrechó tiernamente la
de su amigo.


-Gracias, ¡oh! gracias: dijo en estremo conmovido.
Despues permaneció algunos momentos en silencio, al


cabo de los cuales esclamó de pronto.
- j "María! ¡Hija mia! ¿Dónde estás'?
-Aq uí, contestó la jóven visiblemente afectada, por-


que advirtió que á pasos agigantados iba descomponiéndose
el rostro de su padre.


-Ven aluí, dame tu mano! .. no te separes de mi lado ...
María pasó al otro lado de la cama, y no pudo menos


de estremecerse al advertir que la mano de su padre estaba
helada.


--¡Don Juan! ¡Amigo mio! esc]amó el anciano, á V. se
la encargo; vele V. por ella que tambien la pobre es muy
desdichada.


-¡Padre mio! ¡padre mio! ... esclamó l\tIaría sollozando
é imprimiendo' un amoroso beso en la sudorosa frente del
moribundo.


-¡Hijade mi corazon! ¡pobre y desdichada flor, que solo
para padecer viníste al mundo! si algun sentimiento llevo
á esa eternidad en que voy á penetrar, es el de no haber
podido hacerte dichosa. Don J uaD, mi buen amigo, ¿me
promete V. ser su segundo padre?


- Con todo mi corazon, contestó don Juan con voz con-
movida.




PRÓLOGO. LXVII


¡. María no podia articular una rrase ... las lágrimas la
ahogaban, un dolor inmenso desgarraba su pechol ...


La estension de su mismo dolor oprimía su garganta y
solamente las lágrimas encontraban paso hasta sus ojos.


La respiracion del anciano hízose cada vez mas di-
fícil.


Su agitacion era estraordinaria y todos los síntomas
que en él se advertian, demostrahan que su fin se aproxi-
maba.


Un silencio solemne reinaba en el aposento, únicamen-
te interrumpido por el leve rumor de la fatigosa respira-


. cion del moribundo y los sollozos que en vano trataba de
contener la jóven.


Don Juan se hallaba tan afectado que apenas podia
pronunciar una palabra.


Amaba al anciano con extraordinario afecto, con entu-
siasta cari ño.


Juntos habian hecho muchas de aquellas campañas á
que se re feria el infeliz y aunque de la misma edad próxi-
mamente' siempre don Juan profesó tanto respeto y ve-
neracion á su amigo, como fraternal cariño le tenia.


Así fUé, que al contemplarle en aquellos postreros mo-
mentos y próximo á espirar, sentia su corazon tan 'oprimido
que ni una frase de consuelo pudo brotar de sus labios, ni
acertó á formular una idea.


El anciano se aproximaba gradual y rápidamente á en-
trar en ese período que constituye el epílogo de la vida.


La agonía se hacia presentir por la agitacion nerviosa,
cada vez mas creciente, y por el cristalizado brillo de . sus'
ojos fijos en María.


En Maria á quien iba á "dejar para siempre.




LXVIII PRÓLOGO.


Hubo un momento en que pareci6 que iba á exalar el
último suspiro.


Todo su sér se agit6 con un marcado estremecimiento.
Cerráronse sus ojos, crispáronse sus dedos, oprimiendo


mas fuertemente las manos de su hija y de su amigo, que
conservaba entre las suyas.


-¡Padre! exclam6 :María, dando un grito yestrechan-
do entre sus brazos la cabeza del anciano.


-Amigo mio, dijo don Juan, inclinándose sobre el
lecho.


Pero en aquel momento un alarido inmenso que se al-
zó desde la Plaza de las Córtes y que llegó hasta los oidos
del moribundo, mezclado con las exclamaciones de las dos
personas que le acompañaban, le hizo incorporarse sobre
un brazo preguntando con voz entera:


-¿Qué es eso? ¿-qué significan esos gritos y víctores'?
En el mismo instante, llamaron violentamente á la


puerta.
~laría sali6 i abrir.
Felipe se precipitó en la alcoba gritando.
-Albricias, don Antonio, la república acaba de pro-


clamarse!
-¡Oh! gracias, señor! exclam6 el anciano, retratándose


en su rostro ~na espresion de inefable alegría.
-¿Oye V. '? ¿Oye V.?, con esos gritos espresa el pueblo


su entusiasmo; esos vivas son la f~rviente espresion de su
placer ... Figueras y Pi Margall, Castelar y Sorni, nuestros
queridos amigos, Ocon y Luis Blanc, dirigen su voz al
pueblo' y lo electrizan.


Don Antonio prestó durante algunos segundos su aten-
cion á fin de poder percibir mejor aquellas voces.




PRÓLCGO. LXIX


Su fisonomía parecía iluminarse, adquirir nueva vida.
Parecía que todo su sér, al mágico influjo de aquellos


vivas, habíase trasfigurado cobrando nuevo vigor y estra-
ordinaria energía.


-¡Se ha salvado! esclamó María.
¡Pero ay! ¡SU mismo deseo le engañaba!
Aquello no habia sido mas que el último resplandor de


la luz próxima á estinguirse.
Don Antonio dió un suspiro sonrió dulcemente y se dej6


caer sobre la almohada.
Cerráronse sus ojos, tornáronse á abrir, y dirigiéndose


á don Juan y á su hija, díjoles con acento apenas impercep4
tibIe.


-Los papeles ... mi hija ... se ... los ... confío ... no olvi-
deis vuestro juramento .


. Despues su agitacion fué aumentándose: hízose mas
violenta la respiracion, enturbiáronse sus pupilas, y el
noble anciano entró en el período de la agonía.


Pocos momentos después habia dejado de existir.
Una música improvisada pasaba en aquel momento por


la calle de San Agustin tocando la' marsellesa.


F in del prólogo.






LA SOBERANIA NACIONAL


EL ULTIMO SUSPIRO DE UN TRONO.


CAPÍTUl.O PRIMERO¡


Dos palabras sobre el origen de las sociedades masónicas, sus leyes, sus es-
tatutos, su representacion política y época en que se establecieron en Es-
paña.


Para mayor inteligencia del lector y antes de pasar ade-
lante, como quiera que :r;nuchos de ellos aunque conozcan
la palabra mason ó fracmason, no tienen noticia de su orí-
gen, ni saben 10 que simboliza, ni mucho menos cuál ha
sido su verdadera importancia política" vamos á esplicárse-
la, é indicar la época en que, como asociacion, fué estable-
cida en España, segun lo relata un ilustre publicista con-
temporáneo, hoy ministro de la república, variaciones q~e
en ciertas épocas sufrió por la di vision y particular modo de
apreciar las cosas en política, por varios de los individuos
que la formaban.
Poc~s épocas en la historia de los .pueblos prueban tan-


to como la de 1814 al 1820, y bajo el férreo yugo del dés-
pota monarca Fernando VII, del que tendremos lugar de
ocuparnos muy en breve, que las ideas no se encierran en
los calabozos, ni se matan con las bayonetas, ni mucho
menos se estinguen y anonadan bajo el hacha del verdugo:




2 LA SOBERANIA
por el contrario, se propagan y florecen al fin con la sangre
de sus mismos mártires.


Es imp~sible, no se ha conocido nunca una dominacion
mas suspicaz, mas violenta, mas rigurosa que aquella; y
sin embargo las conspiraciones se sucedian ligándose unas
á otras con estraordinaria rapidez.


Sobre cada víctima que se inmolaba, sobre cada 'una de
las sentencias que firmaba impasible aquel absoluto mo-
narca, que tantos liberales envió al patíbulo, sobre cada
uno de los atropellos, vejaciones y atrocidades que en nom-
bre suyo verificaban sus implacables sicarios, parecia que
venian á cruzarse miles de brazos para ofrecer á los augus-
tos males de tan ilustres víctimas el juramento de lidiar y
morir por la misma causa.


¿Cómo no receló el tirano que no siempre habría un
traidor en medio de tantas almas generosas ó que la fortuna
no pudiese proteger una vez sus secretas maquinaciones~
Una vez las protegió al fin y esa vez triunfaron de él.


Por aquella época y apesar de la poca suerte de :Mori-
110, el gobierno, obstinado en su propósito de someter las
Américas, preparó una grande espedicion que debia partir
á las órdenes del Conde del Abisbal. Para estimular á los
oficiales ofreció un grado á cuantos hiciesen parte de ella,
pero este galardon anticipado solo sirvió para exagerar los
peligros é indisponer á los soldados á quienes nada se ofrecía.


Se cometió además la imprudencia de concentrar en
Cádiz y sus alrededores las tropas, mucho antes de que es-
tuviesen preparados los barcos que debían trasportarlas, y
los conspiradores tu vieron en la ociosidad y crecido número
de aquellas, mas facilidad para promover el espíritu de in-
surreccion que ya las aminaba.




NACIONAL. 3


Ya no fueron los proyectos de conspiracion\ aislados. á
una provincia, 00mo sucedió hasta entonces, sino genera~~,
y obra, no de algunos individuos, sino de un número con-
siderable unidos por ci~rtas formas y"juramentos en socie-
dades secretas.
~iempre apeleron los hombres al misterio y á las som-


bras cuando se les vedó reunirse y comunicarse en pú-
blico.


La tiranía Oriental nada pudo contra esta tendencia na-
tural del hombre, y los conciliábulos contra los poderes
existentes ó las ideas reinantes se han sucedido constante-
mente, pasando de los egipcios á los griegos, de estos á los
romanos y de ellos á la moderna Europa.


De todas las sociedades secretas que nos legaron los
tiempos antiguós, la Francmasonería, la mas antigua de to-
das es la que, ó por sus fines, ó por su organizacion se ha
generalizado mas.


Los nuevos estatutos publicados últimamente en Fran-
cia, dan de ellos esta definicion: «La órden tiene por o~jeto
>jel ejercicio de la beneficencia, el estudio de la moral universal,
»de las ciencias, de las artes y la práctica de iodas las '()irtudes.»
El artículo 2.° añade: «Se compone de hombres libres, que:
sometidos á las leyes, se reunen en sociedades constituidas seglún
los e~ tatutos generales.})


Su organizacion es, apesar de fines tan filan.trópicos y
fraternales,altamente gerárgica pues hay en ella aprendices,
compañeros y maestros. Hay igualmente entre sí ciertas dis-
tinciones que sugetan á unos detrás de otros.


Hay lógicas y capítulos, ó sea pequeños círculos de 'aso-
ciados, dependientes de un grande oriente, presidido por un
gran maestro representante del grande arquitecto de¿·, uni'Ver ..


TOMO ),




4 LA SúBERANIA
~(), ooyas órdenes 6S preciSú respetar ciegam~n te. Tienen
ade'm.á-s· frases y términos simbólicos, como la escuadra, la
regla,. el compás; acompaña en fin á esta asooiacion cierto
misterio muy apropósito para ganarle prosélitos y rodear-
la de prestigio.


En España se introdujo á principios del siglo y á pesar
de la. vigilancia de las autoridades y las persecuciones de
la Inquisicion, se estendió estraordinariamente. Sin duda
por e·sto mismo tomó el color político con que entre nosotros
fué siempre conocida, hasta el punto de ser el nombre de
maso"" sinónimo de liberal.


Los liberales, en efecto, encontrando en la francmaso-
nería la organizacion que necesitaban y erigido el secreto
en principio religio,so, corrieron á ella como á un asilo
coiltra el rigor y la ruina de las persecuciones y desde el
cual podían combatir mej or á sus enemigos.


A esta asociacion habia estado afiliado siempre D. Anto .
nio, el pobre anciano á quien hoy contemplamos moribun-
do en e11echo del dolor y al lado de aquella desconsolada
jóven.


y esta misma asociacion, representada por algunos in-
dividuos de su seno, es la que, tan luego como la abdica ...
cion de D.· Amadeo fué un hecho oficial y se proclamó la
república, presentóse al nuevo poder constituido pa!'a feli·
citarle y ofrecerle sus servicios y cooperacion.


Tamoien tuvo ~u época de division entre sus afiliados,
por supuesto únicamente en España, yen la cual se hicieron
cruda gu(~rra por la forma de apreciar ciertas cue$tiones re-
ferentes á la política palpitante. Defecto gravísimo en que
el partido liberal incurrió oonstantemente y que le propor-
cionó siempre no pocas desdichas. La época á que nos refe~




NACIONAL. 5
rimos fué la de la segunda lejislatura del año 20 al 22
cuando la exhoneracion del ministerio ArgüeUes, y el ge-
neral Riego fué .separado de la capitanía general de Catalu-
ña; época desdichadísima en que los liberales se dividieron
tomando los nombres de masonel los unos, comuneros los
otros y anilleros los restantes, que se hicieron, con bien
poco juicio, una guerra á muerte.


Los moderados que habia afiliados á la masonería se
separaron para formar una sociedad pública con el título
d~ Los amigos de la Constitucion, dando á entender que los
demás no lo eran, y como entregándolos á la execracion


. pública. Estos, en vez de retirarse como habían imagina-
do aquellos, persiguieron á los disidentes con el $arcasmo
y el insulto, no siendo en breve conocidos del vulgo Illas
que por el mote de anillei'os, que les pusieron, ridiculizando
la puerilidad del anillo que adoptaron para reCOl1oceL'se ..


Pero luego que se vieron solos los exalt31dos1 se fraccio-
naron, así porque la masonería se habia hecho demasiado
pública, y viciádose con los especuladores, que siempre
acuden á donde quiera que el poder se halle, como porque
lo indirecto del reg lamen to de aqueUa ~ciedad y su orga-
nizacion no satisfacían ya sus miras. La mayor parte se
separó tomando el título de Oomuneros kyos ele Padilla, en
m~moria de aquellos infortunados defensores. de nuestras
antiguas libertades, que sucumbieron ba.l<> la tiranía de la.
cafla de Áustria. Sus estatutos declaraban fran.eamente que
«la confederacion de los CfJmUnerli.~ era, la reunio,Jil¡ libre y
espontánea de todos los alistados en las diferentes forta-
lezafl del te!ritorio de la cOIllfede:rrac.ion, en. los términos :y
eon las ÍG>rmalidades prereritas en ~1M$ le'J'es y JlegJamen~;
y tema por objeto, obtener y eonservau p~r ·iQd,QS)oo me":"




6 LA·SOBERANIA


dios que estuvieren á su alcancs, la libertad del género
humano, sostener con todas sus fuerzas Jos derechos del
pueblo español contra 10s· abusos del poder arbitrario, y
socorrer á los menesterosos; principalmente á los que hi-
cieran parte de la sociedad. \) Se dividía esta en metindades,
.en c(jmMn1·dade.~, en torres, fortaleza.~ ó ca.~til1o.~, y éra diri-
gida por una asamblea suprema compuesta de los siete
mÍenlbros mas ancianos residentes en la capital, y los pro-
curadores nombrados por las comunidades, tenian como
todas, sus palabras simbólicas y fórmulas de admision, que
nosotros espondremos aquí ligeramente por se: la única
sociedad de este género q ne pueda considerarse de crea-
cion nacional. Averiguado que el candidato era digno de
pertenecer á las banderas de los comuneros, el que lo habia
propuesto y el alcaide del castillo en que deseaba entrar,
salian á su encuentro, y le advertia éste las graves obli-
gacioDes que iba á contraer, de las cuales respondia con
su cabeza si faltaba á ellas, despues de prestar el juramen-
to. Conforme en esto, se le vendaban los ojos y acercaba al
castillo, cuyo centinela, al divisarlos, preguntaba:--¿Quién
vive'? El caballero cpnductor respondia: - Un ciudadano que
se ha presentado en las otras avanzadas con bandera de
parlamentario, á fin de ser alistado.-- Entregádmele, con-
testaba el centinela; yo le conduciré al cuerpo de guardia
de la plaza de armas. Y al punto se oía una voz que man-
daba bajar el puente levadizo y alzar el rastrillo, y un
ruido como de haber practicado estas operaciones. El can-
didato era conducido al cuerpo de guardia, habitacion
adornada con inscripcione~ en honor de las virtudes cívi-
cas, armaduras y grupos de armas, algunas con manchas
.de sangre, en la cual se le quitaba la venda y dejaba solo




NACIONAL. 7


con un centinela enmascarado. Trascurrido ·un rato para
que reflexionase su situacion, se le entregaba un papel que
contenia estas preguntas: -«¿Cuáles son las obligaciones
mas sagradas de un ciudadano para con su patria? --¿De
qué castigo es digno el que no las llena'?-¿Qué recompensa
merece el que se sacrifica en su cumplimiento? 1) -Escritas
las respuestas, el centinela las entregaba al alcaide y éste
al presidente, quien las leia á la Asamblea. Hallándolas en
el espíritu de la asociacion, el alcaide conducia ante ella al
candidato, vendados nuevamente los ojos, y el presidente
le dirigia la última exhortacion sobre las obligaciones que
contraía; y si el neófito preserveraba en su propósito, le
decian:-«Repeiid conmigo; juro ante Dios y por mi honor
guardar secreto sobre todo lo que he visto y . oido, sobre lo
que pueda ver en adelante y sobre cuanto me sea confia-
dO.)··-(,<Me comprometo igualmente ·á hacer cuanto se me
ordene por la confederacion; y si falto á esta promesa en
todo ó en parte, consiento en que me maten. '}-«Si cum-
pÜs vuestros deberes como hombre de honor, añadia el
presidente, la sociedad os ayudará: sino los cumplís, ella
os castigará con todo el r~gor de la ley.» Enseguida se le
desvendaba, y el recien afiliado se encontraba en medio de
los demás comuneros del castillo que habían presenciado
este acto espada en mano. Luego el presidente le decia:
(¡ Ahora que estais afiliado en la sociedad, y vuestra vida
nos responde de las obligaciones que habeis contraido y
que vais ájurar, acercaos, estended la mano sobre el escudo
de nuestro jefe Padilla, y con todo el ardor patriótico ~e
que sois capaz, pronunciad conmigo el juramento que
debe quedar grabado en vuestro corazon para que no falteis
á él jamás. -(,Juro ante Dios Y- esta Asamblea de caba ...




8 LA. SOBE.JUN1A
lleros comuneros guardar, sea solo ó con la ayuda de mis
confederados, todos nuestros dere~hos, usos, costumbres,
pri vilegios y cartas de seguridad, y defender eternamente
los derechos, libertades y franquieias de todos los pueblos.
Juro impedir, soo solO' 6 con ayuda de mis confederados,
por todos los medios que estén á mi alcance, que ninguna
corporacion ni persona ninguna, sin esceptnar el rey y los
reyes queje suceJan, abusen de su autoridad ó violen las
leyes: en este caso,juro tomar justa venganza con la ayu-
da de la confederacion para impedir el establecimiento de
toda inquisicion general ó particular; para oponerme á que
ninguna corporacion, ni persona ninguna, sin escepiuar al
rey y10s reyes que le sucedan, ofenda ó inquiete á los ciu-
dadanos españoles en su persona ó en sus bienes, ó los
despoje de su libertad, su fortuna y su propiedad; en fin,
para impedir nadie sea preso ni castigado sino en la forma
legal y despues de convicto ante el juez competente. Juro
someterme á todas las decisiones que tome la confederacion
y ejecutarlas. Juro union eterna con todos los confederados
y prometo ayudarles en toda eircunstancia, con todos mis
medios, mis recursos y mi espada. Y si algun poderoso ó
algun tirano quisiese destruir la confederacion por la fuer-
za 6 por cualquier medio, juro defender con la ayuda de la
confederacion todos nuestros derechos por las armas y á
ejemplo de los ilustres. comU,'1leros de la . batalla de Villalar,
morir antes que ceder á la tiranía óla opresion. JurQ, si
algun caballero comunero faltase en todo 6 en parte á este
juramento, matarle al punto que la confederacion lo decla-
rase traidor. Y si yo falto en todo 6 en parte á es tos jura-
mentos' me declaro á mí mismo traidor y digno de ser con-
denado por la confederacion á una muerte ignominiosa. Que




NACIONAL. 9


las puertas y los rastrillos de las torres, fortalezas y casti-
llos me sean cerradas; y para que no quede memoria de
mí despues de mi suplicio, que se me queme y arrojen mis
cenizas al viento.')


Acabado este juramento, le decia el presidente: «Sois
caballero comunero, y en prueba cubríos con el escudo de
nuestro gefe Padilla.» Los demás comuneros tocaban en-
tonces el escudo con la punta de sus espadas, y el presi-
dente volvia á decir: «Este escudo de nuestro gefe Padilla,
si cumplís los juramentos solemnes que acabais de hacer,
os pondrá al abrigo de todos los golpes que la maldad pueda
dirigiros: al contrario, si no los cumplís, n.o solamente es-
tas espadas os abandonarán, sino que os arrancarán el es-
cudo para que q uedeis descubierto y os harán tajadas para
castigar tan horrible crímen.» Despue~ de esta ceremonia
el alcaide le calzaba las espuelas y le ceñia la espada; los
demás caballeros envainaban las suyas, y segun iba pa-
sando por las filas el nuevo camarada, le alargaban yapre-


. taban la ~ano. Por último, el presidente le daba la palabra
de órden, la seña y contras~ña, y le mandaba sentarse. En
el día una sonrisa de compasion asomará á los labios del
lector recorriendo estas escenas tenebrosas, misteriosas fór-
mulas y terribles juramentos; pero no nos impide ·conocer,
q ne, en tiempos de menos descreimiento que los presentes,
de mayor inocencia y mas fé, pueden conducir eficazmente
al fin q\le se pr0pone la sociedad.


Por otra parte, el carbonarismo, mas democrático que la
'masonería y dotado así mismo de recuerdos antiguos y sím-
holos misteriosos, se estendió, reclutando tambien la mayo~
parte de sus adeptos en las antiguas 16gias.


A una de estas, quizá la mas importante, pertenecia el
difunto D. Antonio.




10 LA SOBERANIA. NACIONAL.
Al venerable, ósea gefe de la misma, era á quien iba di-


rigido el manuscrito que al espirar habia depositado en
manos de D. Juan, que era igualmente uno de los afiliados,
exigiéndole un solemne juramento.


El pobre anciano pudo al fin ver realizado, antes de es-
pirar, el sueño de toda su vida. La proclamacion de la re-
pública.


Los atronadores gritos de entusiasmo que se sucedian
sin interrupcion en la plaza de las Córtes, fueron el canto
funeral que acompañó la tranquila agonía del justo.


Su alma sublime vió elevarse al cielo en alas de los
querubines, puesto que su existencia la habia sacrificado
constantemente por sus semejantes, yen aras de la libertad.




CAPITULO 111


Una lógia masónica.,


Han trascurrido algunos dias des pues de los sucesos re-
latados anteriormente.


Penetremos en una casa de la calle de las Huertas, su-
bamos al primer piso y despues de franqueada la puerta
principal y haber cruzado varias piezas nos hallaremos en
el salon.


Adornan sus paredes signos cabalísticos y en el tes-
tero principal, sobre un escudo de bruñido acero, se desta-
can grabados con estraordinario mérito los atributos masó-
nicos.


Debajo del escudo se encuentran el sillon y la mesa
presidencial.


Sobre la mesa lucen dos magníficos candelabros y pen-
diente del techo brilla una lámpara de cristal esmerilado
que ilumina perfectamente todo el salon.


Varias filas de sillas, formando círculo, se hallan
dispuestas para la reunion que sin duda debe tener lu-
gar pocos momentos despues.


TOllO l.




12 LA. ::iOBERANIA
Daban los 10 y media en todos los relojes de la capital


cuando sucesivamente y poco á poco fueron llegando á-la
puerta de aquella misteriosa casa varios individuos que,
prévias varias formalidades de seña y contraseña, se les de-
jaba el paso franco hasta la sala de que ya hemos hecho
mérito.


Entre los individuos, por lo visto allí congregados, se
hallaban dos de nuestros antiguos conocidos.


Don Juan y Felipe.
Los dos únicos que habian asistido en sus postrimeros


instantes al pobre don Antonio, rindiéndole el último tri-
buto que nos es dado consagrar á la amistad.


El anciano parecia triste y dolorosamente afectado.
El jóven pensativo y como dominado por una gran


. preocupaclon.
Cuando sin duda habian llegado ya todos los que com-


ponian la lógia, se cerraron las puertas y el hermano vene-
rable ocupó el puesto que le correspondía, en el sillon pre-
sidencial.


Todas las conversaciones particulares de los personajes
allí reunidos cesaron inmediatamente.


El silencio era solemne y hasta tenia algo de impo-
nente.


Al cabo de algunos segundos el venerable tomó la pala-
bra y dijo:


-Hermanos, un acontecimiento grave, trascendental,
de inmensa importancia para nosotros, acaba de verificarse
en España.


La monarquía electiva que sustituyó á la hereditaria, ha
sucumbido como sucumbió aquella, como irán sucumbien-
do todas, unas despues de otras, porque la civilizacion mo-




NACIONAL. 13


derna, los progresos, los adelantos de todos los pueblos y la
luz que se abre paso hasta las mas oscuras' inteligencias


.


rechazan abiertamente la tiranía, la fuerza, el abuso y el
privilegio; bases únicas sobre las cuales descansan todos
los tronos de Europa.


Saludemos alborozados esa nueva era civilizadora que
brilla para España y derramemos al mismo tiempo una lá·
grima por los nobles m~rtires que por conseguirla se sacri-
ficaron constantemente, algunos de los cuales, 6 mejor di-
cho, la mayor parte de ellos, eran hermanos nuestros.


-Las lógias masónicas, replicó don Juan despues que
hubo terminado su discurso el venerable, me parece que
no solamente deben asociarse á ese gran movimiento polí-
tico, sino que tambien se hallan en el caso de ofrecer al go-
bierno de la república su mas decidido apoyo y coopera-
.' ClOno


-Ya está hecho; sin embargo de que mi hermano com-
prenderá muy bie~ que las actuales condiciones de nuestra
asociacion no la permiten figurar como institucion política.


La masonería hoy no ansía mas que al adelanto moral
y lnaterial de la sociedad; aspira igualmente á la forma-
cion de una gran familia universal, sin distincion de razas
ni de especies; al lazo fraternal que une todos los pueblos
como hermanos y como el sistema republicano es el que
precisamente mas afinidad tiene con las ideas que susten-
tamos y defendemos, como es el único á cuya sombra pue-
de nuestra propaganda hacerse mas activa, el gobierno de
la república puede contar con nuestro apoyo y así se le ha
hecho saber por una comision de nuestro seno, que le ha si-
do enviada.


-Mucho me sati~face escuchar á nuestro venerable hernla·




14 LA SOBERAN lA


no expresarse en los términos que acabo de hacerlo y como
quiera que la intencion mia no fué la de promover discu-
sion ni incidente alguno, dóime por satisfecho y le suplico
se sirva hacer presente á nuestros hermanos el verdadero
objeto que hoy nos reune en este sítio.


- Triste es, dijo el 'Venerable despues de algunos mo-
mentos de silencio y dirigiéndose á la asamblea, el objeto
que me hizo anticipar nuestra semanal reunion.


Todos estais viendo un sillon vacío en esta sala; todos
habreis observado qu.e lo cubre un fúnebre crespon.


Esta silla es la que ocupó por espacio de muchos años el
que fué nuestro hermano en la lógia;- pero mas que hermano
debiéramos darle el título de maestro, por su clara inteli-
gencia, por sus raras virtudes, por su temerario valor.


Antonio Rodriguez falleció en el mismo instante en
que la república se proclamaba en España, y él, que tanto
habia trabajado por ella, tuvo por lo menos la satisfaccion
de escuchar en su dolorosa agonía las entusiastas aclama-
ciones de la multitud, que saludaba alborozada la aurora
de su libertad.


Nuestro hermano ha dejado una hija., ha confiado un
doble manuscrito á un amigo y compañero nuestro, á don
Juan, para que se dé lectura de ambos en este sítio.


Una parte, ó mejor dicho, el pliego menos voluminoso,
se refiere á esa hija que ha quedado huérfana y cuyo por-
venir, segun parece, depende de su lectura. La otra parte
que es ya un abultado legajo, encierra á lo que entiendo,
útiles y provechosas enseñanzas históricas para todos nos-
otros.


-Con profundo dolor, dijo uno de los hermanos y des-
pues que hubo terminado el venerable, supimos la muerte




NACIONAL. 15
del justo, del honrado, del consecuente don Antonio y con
honda pena le acompañamos á su última morada. La maso·
nería en general y esta lógia, á la q ne tengo el honor de
pertenecer, en particular, debia mucho, muchísimo al her-
mano que hoy todos lloramos. Él, con incansable celo, ar-
rostrando toda clase de peligros yen épocas en que se con·
sideraba como un .crímen el ser mason, tuvo valor bastante
para arrostrarlo y desafiarlo todo; para salvar, aun á riesgo
de vida, documentos importantísimos; para ver sobre su
pecho sin palidecer y sin temblar las bayonetas con que le
amenazaron mas de una vez; sin que un solo nombre, ni
una sola palabra indiscreta, comprometiera ninguna de las
muchas y preciosas vidas que en varias ocasiones estuvie-
ron pendientes de sus lá bios.


Muchos de vosotros hermanos mios habeis venido á la
verdadera luz hace poco tiempo; la época que alcanzasteis
ha sido mucho menos azorosa que la que nosotros conoci-


. mos, así que, no podeis apreciar como los que tenemos el
triste privilegio de ser mas ancianos lo que aquel hombre
valia. Por mi fé de hombre honrado 'os juro que ese hunlil a
de hermano á quien siempre conocisteis tan prudente, tan
reservado y tan modesto, fué desde muchos años el alma de
nuestra poderosa asociacion.


Sus méritos igualaban á sus virtudes; sin su modestia
y abnegacion es muy posible que en lugar de verle con el
mallete del hermano, lo hubiéramos visto ocupando el pues-
to del Grana e Oriente.


Hoy la lógia debe demostrarse agradecida al que tanto
hizo por ella durante su azorosa vida. Deber nuestro es
auxiliar á los hermanos en sus aflicciones, pero en el caso
presente no es ya únicamente el deber, sino la justicia la




16 LA SORERANIA


que exigé hagamos por la hija lo que jamás su padre per-
mitió que hiciéramos por él, ni aun en las épocas de su ma-
y~r desgracia .


. Un grito de unánime aprobacion acogió las sentidas
frases del hermanó que acababa de usar de la palabra.


Cuando se restableció el silencio, dijo el 'Venerao!e.
-Tan conforme me hallo con los sentimientos nobilí-


simos que acaba de expresar nuestro hermano, que al ha-
cerlo, parecia que iba trasmitiendo frase por frase las quemi


.


corazon le dictaba.
No he podido conocer la época á que se refiere el her-


mano que acaba de hablar. Léjos de España entonces y
profundamente resentido con mis hermanos por razones
cuya esplicacion no es de este momento, no pude apreciar
los generosos esfuerzos, los inmensos sacrificios y el heróico
valor del compañero que acabamos de perder. Sin embar-
go, de tal manera oí encarecer sus virtudes, sus servicios,
su heróico valor, que si vosotros no os hubierais anticipado
á mis deseos yo me hubiera encargado de la suerte de la
desdichada huérfana.


-En mi casa se encuentra, dijo don Juan, en tanto
que la lógia, despues de escuchar la lectura del manuscrito
que me fué confiado por mi amigo, acuerda lo que consi-
dere mas conveniente y justo.


-La lógia debe acordar de~de luego encargarse de
asegurar la suerte de su hermana, puesto que como tal de-
bemos considerarla desde hoy, conte$taron algunos indi-
viduos.


-Me parece, añadió otro, que lo mas prudente por el
pronto es que se habra y se lea el pliego, puesto que así
tambien cumplimos con la última voluntad del finado.


> ".




NACIONAL. 17
Despues de hecho esto, la lógia podrá. resolver lo que con-
sidere mas acertado ..


-Sí, sí, contestaron varios.
- Están todos conformes en que se proceda á la aper-


tura del pliego? dijo el 'Oenerable.
La contestacion fué unánime y afirmativa.
La curiosidad, por otra parte, se hallaba escitada y to-


dos ansiaban saber lo que el pliego contenia.
-Hermano don Juan, dijo el ancia~o presidente, po-


deis dar principio á la lectura de tan interesante docu-
mento.


-Permitidme que os suplique, replicó aquel, que en-
carguéis á otro la lectura de ese pliego: en el~estado en que
mi ánimo se encuentra me seria imposible descifrar ni una
sola línea. Mi corazon se halla aun oprimido por la irrepa-
rable pérdida del amigo, del hermano á quien tanto quise
y tengo la seguridad de que, aunque mi voluntad sea mu-
cha' el valor me faltaria.


-Comprendo y respeto vuestro dolor; mi sobrino Felipe
se encargará de este trabajo.


Felipe habia permanecido silencioso, con la cabeza in-
clinada sobre el pecho y como en profunda meditacion.


Al oir pronunciar su nombre levantó la cabeza y ente-
rado de lo que se le exigia, exaló un suspiro y dijo:


-Estoy dispuesto.
Felipe, segun acabamos de oir, era sobrino del'Oenerable:


era el mismo Felipe, el gallardo mancebo que hemos co-
nocido en casa de don Antonio y por el cual María, segun
ella misma dijo á su padre, estaba muerta de amor.


Don Juan sacó del bolsillo de su gaban el paquete
sellc:t~o que le confió su amigo momentos antes de espirar,




18 LA SOBERANIA
-


al cual iba unido, no. ya otro paquete, sino un voluminoso
rollo de papeles igualmente lacrado y sellado.


Todo le fué entregado á Felipe, el cual se aproximó á
la mesa del presidente y, prévia su vénia, tomó asiento
próximo á uno de sus ángulos con objeto de tener mas
cerca la luz.


Sobre el primer sobre aparecia escrito lo siguiente:
«Para que se abra. despues de mi muerte en la lógia á


que pertenezco yen presencia de-todos mis hermanos.)
- Están conformes? preguntó el 'Venerable á la asam-


blea, ¿debe abrirse?
Ábrase, contestaron todos á una voz.
- Ábrelo, pues, replicó el 'V~nerable dirigiéndose á su


sobrino.
Felipe ejecutó lo que se le mandaba.
Rompió el sello y bajo el primer sobre aparecia otro con


esta inscri pcion.
«Documentos interesantes referentes al porvenir de mi


hija, que de hoy en adelante dependerá de mis hermanos.»
Seguidamente Felipe leyó tambien en alta voz el lema


que aparecia sobre el otro paquete, que era el mas volu-
minoso, y q ne decia así:


«Memorias de mi vida,-impresiones de ml: jU1)(!ntud-pá-
ginas de la tiranía de todas las épocas 11 paises-estudios críti-
cos y filosóficos sobre la libertad 'Y la emancipacion del hombre
desde los t?:empos primiti1)os-biografias de los tiranos-hor-
rendos suplicios de sus mártires. Para que mis hermano~, $i se
dignan leer mi pobre manuscrito, encuentren en él provechosa
enseñanza.


)8 e dará lectura de estas páginas, 11 aun imprimirlas S1: la
sociedad á que pertenezco lo juzgase con1)eniente, cua?tdo el




NACIONAL. 19
,triunfo de la república en España esté completamente6segu-
rado. »


-¿Por cuál damos principio'? preguntó Felipe.
-La voluntad de mi pobre amigo, repuso dún Juan,


fué que empezáramos por el que á su hija se refiere.
-Empecemos pues por él, replicó el 'Venerable.
Felipe, en virtud de la 6rden rompió el sello del segun-


do sobre y sacó un cuadernito escrito con letra tan correcta
como clara.


-Puedes empezar, dijo el presidente viendo que su so-
:brino únicamente esperaba sus órdenes.


El jóven dió principio á su lectura en estos términos:


1.


«El año de 1848 habia comenzado de una manera alal-
)mante para los tronos de Europa.


«Los monárquicos tradicionales empezaron á sentir 80-
» bre su rostro el poderoso aliento de las soberanías pópu-
·~)lares.


«Luis Felipe de Orleans descendió del trono Je Francia
»dejando el paso franco á la república .


. « A ustria y Prusia se conmovieron; Italia. hacia un su-
»premo esfuerzo; Polonia y Ungría se agitaban y todos los
»pueblos oprimidos trataban de alzarse contra sus tiranos.


«La hora de la espiacion habia sonado.
«El látigo de los señores se hacia pedazos entre las ma-


»llOS de los siervos.
«España tambien acudió á tomar su parte en aquel ge-


»neral movimiento, pero desgraciadamente en nuestro pais
,\>no se han sabido hacer aun revoluciones.


TOMO J.




20 LA SOBERANIA
«El plan mejor combinado fracasó; hubo traidores don··


»)de se creyó contar únicamente con leales.
«Acusaciones injustas se lanzaron contra honradísima~


»personas.
«(Uno de los maestros de nuestras lógias españolas fué:


»villanamente acusado de traicion ante sus hermanos.
(,Circunstancias puramente especiales habíanle obliga~


»do á auséntarse por aquellos dias, abandonando bien á su
»pesar su puesto de peligro.


«De esta ausencia tan inocente como involuntaria tomó
»pretesto el miserable que lo'rlelató.


«Para cubrir su crímen, no vaciló en arroj arlo sobre la
»cabeza de un hombre honrado.


« y o castigué mas tarde al criminal.
»Yo rehabilité en tiempo oportuno al mason indigna~,


» mente calumniado.
«Porque tambien sobre mí se arrojó la infame nota ds


»traidor.
«Sobre mí, qu.e en aquellos tiempos de prueba salvé la


»vida de centenares de hermanos mios.
«Sobre mí, que pude llev~r á paraje seguro papeles y


»)documentos de gran importancia.
«Sobre mí, que en poder de los tiranos opresores de 'mi


»patria, amenazado de muerte y halagado con deslumbra-
»)doras ofertas si me decidia á ser traidor, mis labios per ...
»manecieron constantemente cerrados, sufrí con resigna-
)cion cuantos qtartirios les plugo imponerme á mis verdu~"
»gos y cumplí dignamente con mi deber.




NACIONAL. 21


H.


(~El dia 26 de marzo y el dia 7 de mayo de 1848, son
)dos fechas escritas con sangre en la historia de la libertad
:»en España.


«( La traicion abrió el camino á los satélites del gobierno.
<~El pueblo fué arrollado por las tropas y por los sicarios


r)de N arvaez.
«Fueron fusilados sin compasion los sargentos y solda-


r:dos del regimier:.to de España, y á los que nos hicieron
»gracia de la vida, nos condujeron encadenados á los puer-
\)tos donde nos aguardaban los buques que debian condu-
») cirnos al otro lado del mar.


«Yo, mas afortunado que mis compafieros, conseguí es-
»capar.


(Oomo era pintor, supe desfigurarme de tal modo que
»pude desafiar impunemente el ojo perspicaz de la policía.


«Volví á Madrid con objeto de arreglar ciertos negocios
~)pendientes que no podia dejar abandonados, pero habien-
»do escitado nuevamente sospechas á la policía, víme obli-
t)gado á salir de la córte con direccion al estranj ero.


«En aq nellos momentos se combatia por la libertad en
~)Italia en Alemania, en Polonia y en la Ungría.
«Anc~o era el campo que se ofrecia á mi ardiente en-
~)tusiasmo.


«Provisto de un pasaporte estendido en toda regla, bajo
»un nombre supuesto y con un disfraz impenetrable, en;t-
~prendi mi viage.
~ ~Caminaba solo y á pié.




22 LA SOBERANIA.


«Comenzaba á desconfiar de todo. ¡Habia visto tanto en
»tan poco tiempo!. ..


»Traté de penetrar en Francia por los Pirineos, y al
»efecto salí de Jaca dirigiéndome á Canfranc, pretestando
»la compra de un poco ,de ganado mular, cuando al llegar
»al valle de hecho, un incidente inesperado me . obligó á
~<-cambiar mi itinerario.


»Habia hecho una jornada larga y fatigosa.
»Senteme para tomar algun,reposo á la orilla de aque-


»l1os murmuradores arroyos que las vertientes del Pirineo
»suelen á veces trasformar en rios y el fresco, el silencio,
»la quietud y el cansancio~ cerraron insensiblemente mis
»párpados: quedeme dormido.


»De pronto me desperté sobresaltado.
»Movido violentament~ abrí los ojos y quedé sorpren-


»dido.
» Una hermosísima jóven tenia cogido mi brazo.
-Pronto, me dijo, levántese V., su vida corre peligro.
,


-¡Cómo! es clamé yo sin acertar á penas á formular una
frase.


-V. sin duda Jebe l~evar encima papeles de impor-
tancia que le comprometen; alguno los ha visto y se ha
apoderado de ellos; en estos momentos los carabineros
cercan el bosque para prenderle.


»Instintivamente llevé la mano á mi bolsillo: recordé
»entonces que al sentarme, rendido de cansancio y creyén-
»dome completamente solo, habia sacado de mi cartera para
)repasarlas algunas cartas que acreditaban mi personali-
~ad para hacer uso de ellos bien en Francia 6 en Italia,
}>bien en cualquier otro punto á donde me condujera mi
)destino.





NACIONAL. 23
»Ellas eran un compendio de mis servicios á la causa de


»la libertad.
»Me quedé sin duda dormido con alguna de aq llellas


»cartas en la m~no, porque al registrar mi cartera me aper-
»cibí de que faltaban dos.


-¡Maldito sueño! esclamé.
-Es necesario que se ponga V. inmediatamente en


salvo, me dijp mi interlocutora.
-¿Cómo? ¿Por dónde'? Desconozco completamente el


terreno que piso ...
-¡Fatalidadt murmuró la jóven en estreroo agitada.
-Dígame V, señorita, por donde podré ganar la fronte-


ra lo mas pronto po si ble y me alejaré de aquí llevándo
un grato recuerdo suyo que jamás podrá borrarse de mi
corazon.


»La jóven se quedó pensativa por algunos segundos.
»Despues, tendiéndome la mano, me dJjo.
-¿La causa porque persiguen á V. es de aquellas que


en vuel ven algun crímen '?
-¡Oh! no señora, la contesté. Mi único delito es haber


consagrado toda mi existencia á conseguir.la libertad del
oprimido, á amparar al débil contra el fuerte, á enjugar
las iágrimas q ne otros hicieron derramar. He conspirado
y peleado contra el gobierno despótico en Madrid y ahora
me encamino á pelear y á sacrificarme por la libertad de
otros pueblos.


-Entonces venga V. conmigo; yo le salvaré, me dijo
mi celestial aparicion.


- ¡Oh! no; no puedo consentir en que V. se cOIDFrometa
por mí. Indíqueme V. únicamente alguno de estos senderos
que conducen al otro lado del Pirineo y esto me basta.




24 LA SOBERAN LA-
-Imposible; los carabineros que se ocupan en su per-


'secucion conocen perfectamente todos estos sitios y caeria
usted indudablemente en su poder .


. - Prefiero afrontar la ro uerte á causar á V. el mas pe-
queño disgusto.


-Sígame V., vuelvo á repetirle, y no se ocupe de mi
persona; no tenemos tiempo que perder.


-Pero ... , esclamé yo vacilante.
-Si no me obedece y continuamos en tan inútil polé-


mioa, positivamente que, sin salvarse V., conseguirá tam-
bien comprometerme.


- Esa consideracion es bastan te para decidirme á
aceptar.


-.Oorramos pues.
»Y la j6ven guiando y yo siguiendo sus pasos ,penetra-


»mos ambos por entre aquellas malezas salvando breñas y
¡>precipicios donde indudablemente, antes que nosotros,
»so10 habian puesto su planta las fieras de que aquellos lu-
tlgares se hallaban infestados.


IlI.


»Tres cuartos de hora próximamente duraria aquella
r~ peligrosa espedicion:


»Mi hermoso guia caminaba con una seguridad estraor-
»dinaria, sin temer á aquellos espantosos precipicios los
»cuales salvaba con la ligera de una corza.


»Yoapenas me fijaba en el peligro propio, preocupado
;);con el suyo.


» Habia momentos en que el mismo terror que esperi-




NACIONAL. 25
»mentaba me hacían quedar inmóvil, obligando á mi guía..
ȇ que vol viendo el rostro me dijese:


- Ande V. mas deprisa; el peligro DO ha desaparecido.
aun.


»De repente, y cuando mas intrincado se nos ofrecia el
»camino que íbamos recorriendo, la jóven cambió súbita-
i>mente de direccÍon y penetrando por un estrecho y tor-
»tuoso desfiladero vinimos á salir, al cabo de diez minutos,
ȇ. un ameno y delicioso valle en cuyo centro se alzaba un
»caserío.


-Ya estamos en salvo, esclamó la jóven batiendo pal-
mas.


-¿Qué casa es esa'? la pregunté.
-La puerta de esa casa, mereplicó con la mas encan-


tadora sonrisa, está siempre abierta para la desgracia. Mi
padre ha sido tambien muy desgraciado. .


-¿Y puede juzgarse tal ~ poseyendo un ángel como V'?:
me atreví á decirle arrebatado por la gratitud y el entu-
~iasllioq ua re.bosa ba que mi corazon.


La jóven no me contestó; únicamente fijó en mí una
severa mirada y prosiguió avanzando hácia el edificio.


Los criados recibieron respetuosamente á su señorita,
no pudiendo menos de demostrar cierta estrañeza al verla
acompañada de un hombre para ellos completamente des-
conocido.


-¿Está. mi padre en casa'? preguntó la encantadora
niña.


-N ór señorita, contestó uno de ellos; hace ya tiempo.
que salió con la escopeta y acompañado de Leal.


Leal era su perro de caza .
. - En ese caso ya no vol verá hasta la caida de la tarde ..




26 LA SOBERANIA


Disponed inmediatamente una habitacion y una cama para
este caballero, que necesita de quietud y descanso. Escuso
preveniros que si alguien os preguntase vosotros nada sa-
beis, ni habeis visto á nadie~


Aquellas buenas gentes comprendieron perfectamente
el encargo de la señorita, puesto que me dirigieron una es-
presiva y cariñosa mirada, tan compasiva como respetuosa.


- Ahora ya puede descansar tranquilo todo el tiem-
po que quiera, me dijo la jóven, aqui se encuentra V. per-
fectamente seguro.


-¡Oh! cuánto debo á V! ¡cuánto tengo que agradecerle!
esclamé yo.


-- A mí, nada: he cumplido con mi deber tal cual me
lo ha enseñado mi padre y por nada en el mundo trocaría
el placer, la satisfaccion que me produce cuando consigo
ser útil á cualquiera de esos desgraciados que por sus opi-
niones liberales padecen persecucion de la justicia.


-Segun eso, su padre de V., señorita, es ...
-Mi padre, segun le oí decir varias veces, se batió


en el año de 1820 alIado de Mina y Quiroga de quienes
fué íntimo amigo; mi pobre madre' hubo de pasar por la
vergüenza de verse en vuelta en un proceso críminai por
sus simpatías á la causa que mi padre sustentaba: mi ma-
dre arrostró toda clase de peligros y de humillaciones por
salvar á mi padre. Ya comprenderá V. que con tales ejem-
plos que imitar, nada tiene de estraordinario, ni de estra-
ño lo que acabo de hacer con V.


En este momento, un suspiro muy semejante á un ge-
mido resonó en la sala de la logia que hizo interrumpir á.
Felipe en su lectura.




NACIONAT,. 27


Todos los individuos que' componian aquella asamblea
y que seguian con gran interés la dramática relacion del
manuscrito, volvieron vivamente la cabeza en direccion á
donde habia partido aquel gemido.


Todas las miradas se fijaron sobre el venerable.
Era indudablemente de su pecho de donde se habia


exhalado.
Desde las primeras páginas del manuscrito habia ido


agitándose progresivamente.
Pintóse primero la sorpresa en su rostro, despues una


furti va lágrima brotó d-e sus párpados.
Conforme iba Felipe adelantando en su lectura, nuevas


y mas abundantes lágrimas siguieron á la primera, que fue-
ron resbalando silenciosamente por sus mejillas, viniendo á
esconderse entre los plateados hilos de su prolongada barba.


Llegó un momento en que no pudiéndose reprimir, 6C-
saló aquel suspiro, aquel plañidero gemido que tan pode-
rosamente llamó la atencion de los que le rodeaban.


Con afectuosa solicitud se dirigieron varios al sillon
presidencial.


-¿Qué tiene V? dijo uno de ellos, ¿se siente V. mal?
-No es nada, hermanos mios, contestó el venerable con


trémulo acento y llevando su pañuelo á los ojos, únicamen-
te que la lectura de ese manuscrito ha venido á evocar en
mí ciertos recuerdos que yo creia ya muertos. Prosigue Fe-
lipe, contiuuó dirigiéndose á su sobrino, esa relacion tiene
para mí. mas interés del que podeis imaginaros.


El jóven que habia dejado el manuscrito sobre la mesa
para volar de los primeros en ausilio de su tio, obedeciendo
las órdenes de este, volvió á tomarlo y continuó su lectura
desde el párrafo en que la habia interrumpido.


TOMO r. 13




28 LA SOBERA~IA.


IV.


»"tvle fué imposiblB contestar á las sentidas frases de la
jóven.


» Mi admiracion hácia ella tenia algo de esa adoracion,
»hasta supersticiosa muchas veces, que profesam?s á los
»séres celestiales.


»Vistiendo el caracterisco traje de las doncellas de aquel
y/país estaba tan hermosa, habia tanta belleza y tanto can-
»dor en aquel rostro angelical, que yo, que nunca habia
;:'creido pudiera existir en el corazon del hombre otro sen-
>,timiento, ni otra adoracion que la de la libertad, conocí
>,por la primera vez que me habia engañado.


»Sin duda el brillo de mis ojos debió espresar con so-
)) brada elocuencia lo que por mi pasaba y mi corazon sen-
>,tia toda vez que la jóven, cuyas megillas se tiñeron con el
'>:carmin de la amapola, volvió á lanzarme una segunda
,,;mirada aun mas severa que la primera y sin dejarme pro ..
>lnunciar ni una sola sílaba, me dijo secamente.


»-Lo que yo hago caballero es cumplir con un deber;
}>todos en este mundo los tenemr)s y es muy conveniente
¡>no olvidarlos jamás.


»Despues, dirigiéndose de nuevo á uno de los criados,
>,prosiguió:


»-Acompaña á este caballero á su habitacion.
~)-Sereis obedecida, señorita Angela.
);La jóven me hizo una ceremoniosa cortesía y desapa-


»reció.
)/Parecióme al pronto que habia quedado ciego; apenas


»me atrevia á moverme del sitio en que me quedé como
;'>clavado.




29


»Repúseme un poco al oir la voz del criado que me
»decia:


-Cuando V. guste, señorito.
»Le seguí maquinalmente.
»Una vez posesionado de la habitacion que me habia


»sido destinada, en vez de buscar el descanso, el alivio que
»mis abatidas fuerzas reclamaban, dejéme caer sobre una
»silla y mi pensamiento se fij 6 tenazmente en aq nella
.»mujer, en aquella hada benéfica que de una manera tan
»inesperada se me habia presentado para salvarme la
»vida.


»Antes de retirarse pregunté su nombre al criado. Se
)llamaba Angela y jamás nombre alguno tuvo aplicacion
»mas perfecta.


j)Se llamaba Angela y positivamente era un ángel.
»Apenas me fijé, en nadá de lo que me rodeaba, sino en


»las vicisitudes de la vida política de su padre que la hija
»acababa de referirme.


»Solamente á ella veia, su acento resonaba en mi oido
)j y no habia un latido en !!li corazon que á ella no fuese
»dedicafto.


»Ni me apercibí del tiempo trascurrido, ni de la lasitud
»en que me habia postrado el cansancio, debilitando por
)completo mis fuerzas.


»Fué necesario que el criado subiera á avisarme que su
»señor habia llegado y que me esperaba para cenar.


»Procuré sobreponerme á aquel poderoso magnetismo
»que me subyugaba y seguí al criado.




30 LA SOBERANÍA


v.


»Al penetrar en una espa~iosa habitacion, en cuyo
»fondo descollaba una colosal chimenea, ví sentado un ca-
»ballero que, al verme, se levantó cortesmente salié~dome
»alencuentro.


»Simpática era su fisonomía y desde el primer momen-
»)to cautivó mi atencion.


»Su hija ocupaba un asiento alIado suyo.
-Caballero, me dijo, mi hija acaba de manifestarme la


persecucion de que es V. objeto. Abierta está siempre mi
puerta para el que por delitos políticos es perseguido; cer-
rada para el verdadero criminal.


»Oomprendí lo que sus frases querian significar y me
»apresuré á contestarle, satisfaciendo su natural curiosidad.


-Mi nombre es Abelino Gutierrez; me he batido en
Madrid el 26 de marzo yel 7 de mayo: se me persigue ac-
tivamente, y ya que la desgracia ha hecho que tambien
por esta vez sucumba la libertad an España, huyo al es-
tranjero en busca de un pais donde aun pueda combatir por
ella.


-Difíoil es el paso en estos momentos por cualquier
punto de la frontera:' se ejerce una vigilancia muy activa.


-No importa, yo la. burlaré.
-Tenga muy presente que esta casa puede servirle de


seguro abrigo.
-Lo agradezco, pero no me es posible permanecer en


ella mucho tiempo.
-¿Y por qué'? si no es indiscreta mi pregunta.
-Porque me lo impide un juramento, y por nada del




AACIO~.A.L 31
mundo he dejado de cumplir hasta ahora ninguno de los
que hice.


-Eso es muy digno.
-J uré consagrarme sin descanso á la causa de la li-


" bertad y allí donde por ella se combate, allí está mi
puesto.


-Permítame V. que le diga que intentar salvar la
frontera en estos momentos, es una imprudencia, aun mas
que imprude~cia, una locura.


-Sin embargo ...
-Nada, nada, me pertenece V. desde ahora y no le


permitiré marchar hasta que yo lo crea conveniente.
-Tiene razon mi padre, dijo Angela fijando en mí sus


hermosos oj os.
VI.


»Aquella armoniosa voz que tantos encantos tenia para
»mi, produjo en mi ánimo mas efecto que cuantas reflexio-
~)nes su padre 'me habia hecho.


»)Fijé en ella una mirada que, por mas esfuerzos que
»hice, no pudo ser indiferente.


-Me es muy sensible ser molesto, repliqué, y por esta
razon ...


-¿Quiere V. callar? repuso mi huésped, V. me ofende.
-Además, un fujitivo, un proscrito como lo soy yo,


lleva consigo el peligro á donde quiera que vaya y no debo
envolver á Vds. en el que yo corro en estos momentos.


-No hablemos mas de eso, volvió á decir Angela con
su argentina voz que penetraba en lo mas profundo de mi
corazon.




32 LA SOBHRAN ÍA
-Pero ... me atreví, sin embargo, á balbucear.
-Mi hija lo manda y bien sabe V. que á las jóvenes:


aunque no sea mas que por galantería, ~e las debe siemprE
ciega obediencia.


ji N o insistí mas.
»Por otra parte es lo cierto que yo tambien, deseaba


»quedarme, cada vez 'me sentia mas prendado de aquella
»encantadora criatura.


»Un criado entró á anunciar que la cena estaba servida
..


»y mi huésped nos invitó á seguirle.
»üfrecí mi brazo á la jóven, pareciéndome notar un li-


»)j ero temblor cuando su mano se apoyó en él.
;) Una emocion desconocida embargaba mi ánimo.
ji Habría deseado que el trayecto hasta el comedor se


»hubiera prclongado indefinidamente.
»Nos sentamos á la mesa y fuí colocado frente á An-


»gela.
»Mis miradas se encontraron mas de una vez con las


»suyas y hasta me pareció advertir en sus mejillas, cuando
»esto sucedía, una ligera tinta sonrosada, efecto sin duda
»del rubor.


»Los primeros momentos fueron silenciosos.
»8emejante silencio me era tanto mas conveniente en


»aquellos momentos cuanto que la emocÍon que yo esperí-
»mentaba me hubiera impedido tal vez contestar acorde, si
»mi huésped me hubiera interpelado. Por otra parte me pro,-
»porcionaba el indecible encanto de ocupar mi vista y mi
»pensamiento escluslvamente en aquella mujer que habia
»conseguido subyugarme.


»De pronto, la voz de D. Eugenio, pues tal era el nOID-
»bre del padr~, vino á sacarme de mi éxtasis.




NACIONAL. 33
-,-- ¿Cuántos años tene V.?
-Treinta y seis, le contesté.
-Jóven es v. todavía y pocas deben ser las funciones


de guerra, es decir, de la guerra que sostiene ha~e tiempo
la libertad contra la tiranía, en que V. se halla encontrado.


-En cuatro nada mas. ..
-¡En cuatro!
--Sí, señor; recibí el bautismo de fuego en Barcelona


el año de 1841.
-¡Ah! con que por aquella época se encontraba V. en


Cataluña?
-Si, señor. Mi padre fué uno de los compañeros de


Riego y sufrió la misma suerte que él. Mi madre era cata-
lana, y apenas quedó viuda, regresó á su pais, donde poseía-
mos a1gunos bienes: por esta razon me hallaba en Barce-
lona estudiando cuando ocurrió el movimiento que acabo
de indicar.


-¡Bien desgraciado por cierto!
-Como que desde el principio fué mal dirigido, resultó


lo q ne no podia menos de suceder.
-¿Y despues'?
-Despues marché á Francia, regresando de nuevo á


Barcelona para tomar parte en el pr0nunciamiento centra-
lista de 1843.


-¿Es decir, que ha presenciado V. los dos bombardeoEC
de la primera capital de España?


-Sí, señor; he sentido ya muchas veces las balas cru-
zar por mi lado y francamente, no me infunden pavor.


-¿Y su madre de V.? me preguntó Angela que al pa-
recer tomaba vivo interés en mi relato.


-La desdichada, contesté yo ex al ando un suspiro f fa-




34 LA SOBERA.NrA


lleció del esceso de su dolor al saber que su hijo habia sido
hecho prisionero y que tal vez iba á ser fusilado.


-¡Qué horror!
-¡Pobre señora! dijo D. Eugenio conmovido.
-Creo, pues, que no me queda ningun dolor que sufrir.
-Muy jóven es V. todavía.
-Sin embargo he padecido mucho.
-Cierto es; ha visto V. morir á su padre por defender


una idea, y á su madre de dolor y de angustia al saber la
suerte que aguardaba al hijo de sus entrañas ...


-¿Y acaso le parece á V. poco'?
-Nó señor, por el contrario, me parece mucho; tanto,


que no he podido comprender aun, sino por una de esas
bondades que debemos á la Providencia, cómo un hijo pue-
de subsistir despues de perder á los que le dieron el sér ..
Pero ¡ay! amigo mio, desengáñese V., en el mundo se es-·
perimentan dolores aun mas grandes todavía.


-No sé cuales pueden ser.
-Pues los hay.
-Yo he visto morir á mi lado amigos queridos, que ni


aun tuvieron tiempo para terminar la frase que me diri-
. glan.


-Mas todavía.
- Yo he sufrido esas angustiosas horas de fiebre y de


aturdimiento. que preceden al que sabe que pocos momen-
tos despues debe ser fusilado.


-Todo eso no es nada, porque el que vá á jugar su vi~
da en un combate, debe tener por seguro que mas bien la
lleva perdida que no ganada. Los que como V. se consa-
gran á la defensa de una idea, deben tener anticipadame-
nte hecho el sacrificio de su existencia.




NACIONAL.


-Es cierto.
-Pues bien, amigo mio, ~Uij. hay dolores ma$gran4~~


que todos esos.
--En tal caso yo no los he sufrido.
-Ni quiera el cielo que jamás lo sufra.
-Puesto que V. lo dice, debo creer que efectivamente


existen esos acerbos dolores que yo no conozco, pero ...
-¿Ha sido V. vendido alguna vez'?
-¡Vendido!
-Si señor, vendido.
-No comprendo lo que V. quiere decirme, pues no he


amado hasta hoy á ninguna muger como no haya sido 4
mi madre.


y al decir esta palabras involuntariamente dirijí mis
ojos á Angela.


Esta se ruborizó baj ando los suyos.
- N o habló en este momento, continuó su padre, de la


falta de fe en la mujer amada; eso afecta á una sola clase
de sentimiento, pero nada mas.


-Sentimiento, sin embargo, que puede quitar la vida,
repliqué yo sorprendido de que diera tan poca importancia
á lo que en mi concepto era tan digno de respeto.


-Si no ha amado V., segun dice, mal puede hablar de
una cosa que no conoce; además, no es á ese sentimiento
al que yo me referia, sino á la traicion de los amigos.


-He. tenido muy pocos.
-Procure V. continuar, siendo muy parco en esto


porque son bien escasos los que merecen semejante tí ...
tulo.


El acento de don Eugénio, al esplicarse en estos térmi..,
nos, bivró de tal manera que no pude menos de uomprender


TOMO 1. lit




36 LA. ::;OBERA.NIA
que su corazon estaba herido por alguna de aquellas infa-
mes traiciones de que acababa de hablar.


Para mas seguri~ad le dige:
-¿Es decir que V. me aconseja desconfiar de ese sen-


timiento tan santo, tan preciado y que en nuestras tribula
ciones y desgracias siempre es un gran consuelo'?
~Si señor, porque en la duda de si el amigo es ó no


bueno, leal y consecuente; digno ó no de nuestro cariño, lo
mas prudente es abstenerse de confianzas indiscretas, evi-
tando de este modo graves disgustos.


-Me deja V. confuso; pero apesar de todo, no puedo, no
acierto á comprender como la desilusion que pueda produ-
cir en el ánimo la traicion hecha á la amistad, supere en


. dólorosa amargura á la que se esperimenta por la pérdida
de tan qlleridos séres, cual lo son un padre y una madre.


-Desengftña8e V., jóven, nada hay mas doloroso, mas
horrible que, despues de depositar esa santa afeccion, como
V. la acaba de llamar, ese profundo cariño y confianza en
una persona, despues de gozar ron sus alegrías, llorar con
sus desdíchas, verse de repente vendido por él.


-¡Efectivamente que debe ser un desengaño horrible!
-y no solamente vendido y puesto en evidencia, sino


ultrajado, vulnerado, escarnecido en lo mas santo y respe-
table que existe para el hombre sobre la tierra ... ¡en su
honra!


-¡Será posible! esclamé yo, viendo á aquel anciano que
cada vez mas escitado conforme abanzaba en su esplica-
cion, habíansecolorado sus mejillas con vivo carmin.


-Ese es el ~olor de los dolores, la desgracia mas triste
que un hombre puede esperimentar en su vida.
~ Me inspira V. tal temor ...




o
NACIONAL. 37


-Créame V., añadió despues de algunos momentos de
silencio y ecsalando un suspiro, V. todavía es ILuy j6ven;
puede decirse que empieza ahora á vi vif, su ecsistencia
puede ser preciosa á esa santa causa en aras de la cual la
ha consagrado, y por el bien de la misma le aconsejo se
muestre parco en contraer amistades.y entregar su corazon
ni su confianza á nadie, basta tener la completa seguridad
de que la persona en quien la deposita es digna deseme-
jante honor. De lo contrario, llegará dia que una traicion,
una decepcion 6 una villanía de esta especie lo conduzca
hasta el suicídio, hasta el crímen ... le hablo á V. por es-
periencia.


- ¿A tal estremo podria conducirme'?
-Sí, jóven, y á tal estremo me hubiera conducido á mí


á no haber tenido á mi lado este ángel por cuya existen-
. cia de bia velar.


y el caballero, al espresarse así, fijó una tiernísima mi·
rada en su hija.


-_.- ¿Por qué evocar esos tristes recuerdos padre II;lio'? ex-
clamó Angela en estremo conlllovida.


-Tienes razon; olvidemos lo que debe darse al olvido
puesto que ya no tiene remedio y tanto oprime nuestro co .
razono


VII.


Desde aquel momento la conversacion giró sobre otros
varios objetos, bien apesar mio, pues no me hubiera desa-
gradado conocer el secreto de don Eugénio, porque, no ca-
bia duda, segun su. manera de espresarse, existia unsecre·
to en aquella casa, donde positivamen te no ~ran cpmpleta·-
mente felices., ¡ i! i': ~'i




• 38 LA SORRRA'NIA
l\fis ojos aprlYVecharon todos los instantes que podia


pa1ttt dirigirlos á Angela sin que su padre lo advirtiese.
Cuando termin6la cena y nos quedamos solos, pues An·


gela habia sálid:O del comédor á dar algunas disposicio-
nes, D. Eugenio me dijo:


....... Voy á hacerle á Vd. una pregunta y deseo que me
ce~tést6 V. con iglIal franqueza .


.........:-Jamás supe UE'ar otro lenguaje .
..... No le sorprenda á V., porque tengo poderosas razones


pá:ra ello .
..... V. dirá; repuse yo cada vez mas sorprendido.
-¿Es V. mason?
Debo confesar que durante algunos segundos me quedé


sin saber que decir. Tanto me estrañó aquella pregunta,
que despues de algunos momentos de vacilacion y en vez
de contestar directamente, como se me exigia, le dije:


....... yerdaderamente caballero no me esplico ...
--Me ha dado V. su palabra y espero que me conteste


con sinceridad.
-Desde luego y estoy dispuesto á hacerlo así.
-Hable v.: mi exigencia no carece de razono
---Pues bien, sí, soy mason.
-¡Fatalidad!. .. exclamó D. Eugenio.
y en su acento habia algo tan estraño que me hizo es-


tremecer apesar mio.
~tPor qué dice V. eso le pregunté'?
-J-Porque precisamente los individuos de esa asociacion


son mis mas mortales enemigos.
-'-¿Qué dice V? exclamé en el colmo del mayor asombro.
---y á los únicos á quienes me veo en la precisiúD de


cerrar mis puertas.




NACJO:-iAL. 39
~Pero ...
-Por 10 tanto, y aun con gran sentimiento mio, me veo


obligado á ...
Y D. Eugenio se detuvo como si no tuviese valor para


terminar la frase.
-;,Obligado á qué? le pregunté maquinalmente.
-A evitar el que por mas tiempo permanezca V. en


.


mI casa.
-Está bien.
Al pronunciar estas palabras conocí que mi corazon se


oprimia y que todas mis ilusiones rodaban por tierra, como
al mas ligero soplo de un niño se deshace un castillo de


.


naIpes.


VIII.


D. Eugenio se habia quedado silencioso y como medi .
tabundo.


En su semblante se dibujaba algo de doloroso y colé-
rico á la par, que imponia é inspiraba interés al mismo
tiempo.


Despues de hacerle un respetuoso saludo; me dirigí há-
eia la puerta del comedor.


-¿A dónde va V.? me dij o con vi veza .
..;.;...A evitarle el disgusto que debe producirle mi pre-


. ~


sencia.
-Escuche V. caballero, repuso D. Eugenio con acento


un tanto conmovido, no quiero que me juzgue de un modo
inconveniente, creyendo que es el temor el que acaba de
dictarme ciertas frases, ó que me arrepiento del servicio
que acabo de prestarle.
~iOh! de ningun modo, le contesté; además y~ respeto




40 LA SOBERANÍA


como debo las razones que V. pueda tener para obrar así.
-Muy grandes son, caballero; hace un momento le


dije que habia sido indignamente vendido y de esa traicion
nace mi resolucion.


-Siento haberle causado tal disgusto, y si yo hubiera
sabido ...


-Desde luego lo esperimento viendo que la fatalidad
me obliga á obrar con V. de este modo, pero de igual
manera que antes me dijo V. que juramento que hacia por
nada en el mundo lo quebrantaba yo debo decirle tambien
que el dia en que tan villanamente fuí engañado y ven-
dido juré á mi vez, que ni tenderia la mano á un mason,
ni le prestaria mi ayuda.


-Esté V. seguro que no seré yo quien le obligue á
faltar á su juramento.


Volví á saludar ceremoniosamente y dí un paso ht\cia
la puerta.


-Espere V., me dijo D. Eugenio, viéndome decidido á
partir.


-¿Y para qué~
-Esta noche permanecerá V. en mi casa.
-De ningun modo; ni un momento mas despues de lo


que acabo de oir.
-V. no conoce el terreno y seria fácil qu~ le sucediese


una desgracia, lo cual para mí seria un remordimiento
eterno. Mañana cuando sea de dia saldrá V. de esta casa.


--Pero ...
- Por una noche bien puedo ser perj uro. Descanse V.,


recobre las perdidas fuerzas y parta mañana, cuando el pe-
1igro para V. no sea tan inminente.


-Obraré como V. quiera, contesté yo, dejándome con-




~ \ClONAL. 41
vencer mas fácilmente porque deseaba, como es natural,
permanecer algunas horas más bajo el mismo techo que
Angela.


-Por si se marc!:ta, como es muy posible, antes de que
yo me levante, dígame V. si necesita algo.


-Darle únicamente gracias por su hospitalidad.
-No las merece, máxime cuando por mi desgracia, me


veo obligado á despedirle, á aparecer á sus ojos como un
horo bre grosero é inhumano, pero ...


-Siempre conservaré un grato recuerdo de las horas
que he pasado en su casa.


-¿Pero de veras no necesita V. recursos?
-N o señor; toda vía me queda algo de la herencia de


mis padres y el administrador en quien tengo depositada
mi confianza es un hombre honrado.


-Como V. quiera.
--Vuelvo de nuevo á significarle mi gratitud.
-Descanse V. Y no olvide que á pesar de las razones


que me obligan á proceder con V. de tal m.odo, sin embar-
go de lo que me ha oido hablar respeto á la amistad, tal es
la simpatía que V. me inspira que me ofrezco por su amigo.


- Mil gracias.
En aquel momento entró uno de los criados en el come-


dor y D, Eugenio dirigiéndose á él le dijo:
-Conduce á este caballero á su aposento.
- Suplico á V. se sirva hacer presente mis respetos á su


noble y bondadosa hija, dije á D. Eugenio al disponerme
para seguir al criado.


-En su nombre los admito y se los agradezco, me dijo.
Un instante despues salí del comedor precedido del


criado.




42 LA SUDERANIA


IX.


En vano miré á todas partes por si podia ver á Angela
eIl. todo el espacio que recorrí hasta llegar á mi aposento.


El criado me dejó la luz que llevaba en la mano y se
retiró.


Dejeme caer sobre un sillon y un mundo de 'ideas á
cada cual mas estrañas é irrealizables, se presentó á mi
mente.


Tuve momentos de verdadera locura durante aquella
noche de agitacion y de fiebre.


Cogí la pluma una porcion de veces con ánimo de es-
cribir una apasionada carta y dejársela á cualquiera de los·
criados para que la entregasen á su señorita.


Pero la pluma se caia de mis manos; no sabia como em-
pezar.


Otras veces pensé en salir de mi cuarto, intentar un
medio cualquiera de aproximarme á Angela para decirla
antes de partir cuál era el estado de mi corazon.


Hubo momento en que hasta cruzó por mi mente la idea
de eS0aparme á favor de las tinieblas, descolgándome por
la ventana de mi cuarto,


Ignoro la hora en que el cansancio y la fatiga me rin-
dieron.


Cuando desperté, los primeros albores de la mañana de-
jaban pe.netrar en mi cuarto una ténue claridad.


Como me habia acostado vestido, me hallé bien pronto
en disposicion de emprender mi marcha.


Las pocas horas de reposo que habia disfrutado me pro-
porcionaron la sufici~nte energía para poder volver á ser
dueño de mí mismo.




NAClOKAL. 43


Pero mi corazon se desgarraba al pensar que iba á aban-
donar, para siempre quizás, aquel hospitalario techo donde
habia encontra.do lo que hasta entonces no pude presumir
siquiera existiese sobre la tierra .... un sér angelical que
tan repentinamente me hiciese conocer ese sentimiento tan
dulce que se llama amor.


:Mi deber me obligaba. á partir ahogando en mi pe-
cho aquel amor de un día, pero que por el ef·)cto que en
mí causaba, parecía contar muchos años de existencia .. Al
contrario que la noche anterior, solo anhelaba salir cuanto
antes de la quinta, no fuera que la casualidad me hiciera
encontrar á Ángela y su presencia debilitar:t mi resolu-
.


ClOno


En lo que menos pensaba ya era en los peligros que.
iba á correr.


Salí de mi cuarto y descendí al piso bajo.
Al llegar á la cocina ví que los criados estaban ya de


pié y sin duda advertidos de mi partida, pues se empeña ..
ban en que tomase algo antes de ponerme en camino.


-Gracias, amigos mios, les dije, ni. me encuentro bien,
ni tengo apetito.


-Como el señor 'gust.e. '
-Sin embargo, éreo que una copa de ginebra y unos


bizcochos no pueden. hacerle mal, y V. los aceptará, segun
creo, si yo se lo suplico, dijo una armoniosa voz que resonó
á mi espalda y que me hizo estremecer.


Volvíme vivamente y Ángela se presentó á mi vista
,mas hermosa que nunca.


Quedéme inmóvil y no supe al pronto qué contestar.
Sentia una mezcla estraña de alegría y de dolor.
De alegría: porque volvia á verla. . " .


TOMO l.




44 LA SOBERANrA
De dO'lor, pO'rque la iba á abandO'nar quizá para siempre,
Ángela tO'rnó á repetirme su O'ferta.
yO' la admití, porque'era ella quien la hada.
CuandO' hube· comidO' un bizcochO' y tomado un sorbo.


'"


de ginebra, me dijO':
-MarchemO's.
- iCómo! _'esclamé yo sorprendido.
- Ya lO' ha oidO' V.; marchemos.
-¿Pero, dónde'?
- Ya'lo sabrá V.


YO', maquinalmente, la seguí sin poder adivinar cuál
era su iritenciO'n.


Cuando estuvimos fuera de la quinta, añadió:
-Supe anoche lo que habia pasad<>e'ntre mi padre y V.
-Yo deploraba solamente el no poder despedir:me de


usted; de V., á quien tanto:debia,de V. á quien ...
-Si antes hubiese sabido que pertenecia V. á esá fu-


nesta asociacion, me interrumpió sin dejarme terminar' lo
que iba· á decir, hubiera evitado que sucediel'a lo que ha
sucedido ..


-¡Ay! Ángela; valiera mas que me hubiese, V. dejadO'
ayer dormir tranquilo á la orilla del rio, aunque al desper-
tarme me hubiese vistO' en poder de 1O's. soldados.


··-¿Quiere ·V. callar'? contestóme la jóven con acentO'
ligeramen te alterado.


-¡Si supiera V ~ la que sufrO'!. ..


x.


Ángela no me contestó; bajó los ojos y apresuró el
pasO'.




NACIONAL. 45
Yo no rile atreví á decirla mas palabra, ni á ser maS'


esplícito en aquellos momentos.
Así anduvimos algun tiempo.
Viendo que su silencio era tan pertinaz y que nuestro


viaje se prolongaba, me aventuré á decirla:
-Dígame V. señorita, ¿podré saber dónde vamos'?
-A un asilo tan seguro como impenetrable.
-Detengámonos, repuse, no quiero comprometerá us-


ted mas; estoy decidido á jugar el todo por el todo y hoy
procuraré salvar la frontera,.


-¿,Está V. en su juicio'? lo que V. pretende es una lo-
cura, mucho mas con la vigilancia que hoy se ejerce en la
frontera, de resultas de lo que sucedió ayer.


-Es que yo no puedo permanecer aquí, bien lo sabe v.
-Usted hará lo que .yo ;disponga,repuso Ángela,. ha-


ciendo un graciosísimo gesto de impaciencia.
-Pero señorita, esclamé sin poderme contener mas, ¿no


comprende V. que es martirizarme, obligándome áperma-
necer en estos sitios?


-¡Martirizarle!
-Sí tal, que vivir cerca de V. y no poder verla, no


poder escuchar su acento, terrible martirio ·ha de ser pa-
ra mí.
-~ ¡Caballero! replicó la jóven, mas bien ruborizada.que


ofendida.
y Angela inclinó la . frente ante el poderoso fuego de


mis miradas.
Despues, quedóse pensativa algunos momentos.·,
Al cabo de ellos, fijó en mí una mirada tranquil~ y con


tono resuelto me dijo: ,.
~No importa; sígame:V.; .1




46 LA. SOBERANIA


XI.


Yo 1:0 tuve valor para oponerme á sus deseos.
Fuí siguiéndola y' poco despues llegamos á una casita


escondida en el fondo de un valle.
- ¡Orosia! gritó la jóven desde la puerta.
Inmediatamente apareció una muger en el interior de


la casa.
-¿Qué tiene V. que mandar" señorita? preguntó ade ~


lantándose á nuestro encuentro.
-Este caballero necesita permanecer uculto algunos


dias, mientras se calma·algun tanto la persecucion de
que es objeto .


. -¡Todavía otro!. .. es clamó OrQsia, puesdígole á V. que
si el gobierno persigue de esa manera á los buenos libe-
rales, media España vá á emigrar.


-Inútil es que te diga nada. Ya sabes que va en ello
su vida.


-La guardaremos como la nuestra.
~¿ y tu 'marido'?· .


. -Ha ido· á Canfranc. '
-¿Se trata de alguna nueva introduccion?
-Que hemos de hacer, señorita, de un modo ú de otro,


preciso es ganarnos la vida.
-Sí; pero esponiéndola siempre.
-¡Cá! no señora; ninguno como mi Roque conoce todas


las veredas y todos los pasos del Pirineo: á ojos cerrados
va él por esas tierras.


-Sin embargo ...
-Ya lo sabe V. por esperieneia· propia, que algunos.




R\CIO~AL. 47
personajes han sido llevados por él á Francia, sin que, ja-
más hayan sufrido percance alguno.


-Por esa razon acudo á tí. Es necesario que ni aun mi
padre sepa que este caballero se encuentra aquí.


-Descuide V., señorita, nadie lo sabrá.
-Ya lo oye V., prosiguió Ángela volviéndose hácia


mí, puede V. estar tranquilo, esperando una ocasion en
que sin esponer su vida ...


-Imposib¡e, la contesté en voz baja, mi tranquilidad
ha desaparecido desde el momento que la ví á V.


Ángela tornó á ruborizarse.
Despues, hizo un movimiento como si tratara de ale-


jarse.
-¿No tiene V. nada mas que mandarme, señorita'?


preguntó Orosia ..
. -Nó: unicamente que ejerzas gran vigilancia.


-En cuanto á eso puede V.descuidar.
Iba ya á abandonarme, cuando aproximándome á ella


la dije:
-¿Pero no vol verá V. mas?
-¿Para qué?
-¡Oh! ¿no ve V. que me quedo sin vida'?
Ángela pareció reflexionar: pasados algunos instantes


y tendiébdome la mano, dijo:
-Veiveré.
-¿Cu~ndo'? ¿cuando? ... repliqué yo con efusion.
-Lo ignoro.
y hechó á correr como si tratara de alejarse cuanto an-


tes de aquel sitio. "
Roque era un paquetero ó contrabandista como la mayor


parte de los vecinos de aquellos valles.




48 LA SOBERA:SIA
Pero tenia sobre sus compañeros la ventaja de conocer,


tal vez mejor que ninguno, todos los pasos de aquellas cor-
dilleras, oj o certero y perspicaz y una serenidad á toda
prueba.


Su honradez era tan grande como su valor.
y su valor era reconocido y respetado por todos sus con-
.


veCInos. '
Orosia, su esposa, era una muger digna de tal nombre.
tos dos eran la providencia de los liberales que se veian


o bligados á buscar en el paso de los Pirineos el medio de
evadirse de las persecuciones de que eran objeto.


Penetré 'en .la, casa y Orosia me condujo á un cuartito
abierto en el hueco de un peñasco, diciéndome:


-Aquí estará V. en completa seguridad. El dia en que
mi Roque vuelva de Canfranc, si quiere V. que le lleve á
tierra estrangera, en menos de tres horas está V.en salvo.


-¡Oh! cómo les podré pagar á Vds.' .. , esclamé yo, con
voz ahogada por la emocioD.


-Muy sencillamente.
-Diga V.
-Haciendo por otros, si llega el caso, lo mismo q ne


nosot.ros hacemos por V.
, -¡Oh! cuánta nobleza y cuánta generosidad!. ..
-La señorita nos ha enseñado.
-¡Cómo!
- ¡Oh! Es un ángeL
-Así me lo ha parecido desde el primer momento que


la 'VÍ. ,-
-Usted no la conoce bien, nosotros que desde niña la


hemos conocido, que ha pasado largas temporadas entre
nosotros, mientras su padre se hallaba por esos mundos ds .




NAClONAL. 49


Dios, peleando y esponién.dose á que lo dejaran seco de un
tiro, por la causa de la libertad, somos los que verdadera-
mente podemos apreciarla.


---Es decir, que casi siempre ha vivido aquí'?
-Desde la muerte de su madre casi siempre.
-Segun eso su señor padre ...
-Don Eugénio, entre la política que le trajo siempre


preocupado y las persecuciones que ha sufrido, pasó mu-
chas temporadas léjos del pais.


¿Y cuánto ti~mpo hace que vino definitivamente á es-
tablecerse en él?


-Unos cuantos meses nada mas; y por cierto que tan
disgustado y tan triste llegó que daba pena el verle.


Esta sencilla esplicacion me hizo comprender la causa
de aquella tristeza , aplicándola álo que me habia dicho el
mismo don Eugénio la noche ahterior,respecto á la decep-
cion de que habia sido víctima ..


Durante aquel dia fué ya muy poco lo que hablé con
Orosia, puramente lo preciso.


Tenia demasiado en qué pensar.
Angela llenaba por completo mi pensamiento.
Llegué casi á olvidarme del amor delirante que profe-


saba á la libertad por el inmenso amor que habia desper-
tado en mi alma aquella celestial mujer.


Corrían las horas con sobrada lentidud para la impa-
ciencia devoradora que me consumia hasta volverla á ver.


Habia pasado tanto por mí y en tan breve espacio que
estaba como aturdido.


En primer lugar l~ aparicion de Angela.
En segundo la impresion que habia causado en mi


/


ánimo.




50 LA SOBERA ~r A
Despues el misterio de que parecia rodearse la existen-


cia de su padre.
¿De qué nacia aquel ódio profundo que profesaba á 10s


masones'?
Recurriendo y comentando en mi imaginacion todas las


frases que le habia escuchado la víspera, no me da,.ban otro
resultado que la seguridad de que habia sido víctima de la
traicion de un amigo, que por lo visto pertenecia á la socie-
dad masónica.


¿Pero quién era él'? ¿Cómo la logia representada por
uno de sus miembros pudo obrar de una manera tan im-


.


procedente?
¿Cómo esplicarme el interés que la hija me demostraba


aun despues de haber sido arrojado de su casa por el padre?
Todas estas ideas se agitaban y confundian en mi men·


te, produciendo una escitacion tal en todo mi sér, que olvi-
dándome por completo de la situacjon en que me encontra-
ba, no pensaba en otra cosa que en la hija y en el padre.


XII.


Orosia s encargó de sacarme de aquel estado.
Libre ya de aquella estraña fascinacion, las necesidades


materiales de la vida se hicieron sentir, como era natural.
Hacia muchas horas que no habia tomado alimento.
Por la . mañana muy temprano y por no desairar á An-


gela, habia llegado á mis labios una copa de ginebra y
probado un vizcocho.


El disgusto que en ~quel momentoesperimentaba, me
permitió apenas gustar la primera ni concluir el segundo.


Era mas de medio dia y podia decir que aun estaba en
ayunas.




~ACIONAL. 51
Así fué, que hasta con avidez me precipité sobre los


manjares que me habia preparado la buena Orosia; manja·
res que segun despues supe se los habia proporcionado la .
señorita.


Cuando concluí de comer me dirigí hácia la puerta. de
la cabaña.


-Cuidado señor, me dijo Orosia, no vaya V. á cometer
alguna imprudencia; no tendria nada de estraño que pa ..
sara algun conocido por el valle y le chocase el ver á la
puerta de mi cabaña una persona desconocida.


-Es verdad, y si por algo sentiría el verme descubierto
no seria por mí seguramente.


-¡Ah! pues yo lo sentiria por V., porque en cuanto á
nosotros, ni nada tememos, ni nada malo nos sucedería.


-Sin embargo, debe ser muy comprometido en estos
momentos el dar asilo á un proscrito.


-Cá, no señor; ya saben los· carabineros que en estos
valles tenemos la buena costumbre, que todo el mundo de-
beria imitar, de dar franca hospitalidad á los que nos la
piden.


Largo r~to continué hablando conOrosia.
Empezaba á anochecer y, aventurándo.me, me decidí á


salir á la puerta de la cabaña.
Ansiaba aspirar la perfumada brisa del valle.
Da pronto quedé inmóvil: acabaLa de aparecer ante mi


vista la encantadora figura de Angela.
Habia descendido por entre aquellas breñas con la agi-


lidad y ligereza que tanto me sorprendieron el día ante-
rior' y aprovechándose de mi dístraccion, presentóse repen-
tinamente á mi vista cual si hubiese salido del centro de
la tierra.


TOMO r.




52 LA SOllERA:\ Ü
Su padre habia tenido que marchar aquella misma tarde


á Jaca v ella venia á saber como me encontraba en el nuevo
'"


refugio que me habia proporcionado.
Parecióme algo mas reservada que el dia anterior, y


comprendí que estaba agitada, que no se atrevia á cruzar
sus miradas con las mias.


Breves momentos estuvimos hablando, y en ellos acabó
de mostrarme todo fÜ inmenso tesoro de v irtudes y de no-
bleza que se anidaba en su corazon.


Ella, en cambio, debió comprender igualmente todo el
entusiasta amor que habia producido en el mio.


y deLió comprenderlo por lo_ardiente de mis miradas
que' la 8spresaron lo que mis labios no se atrevían á decir,
por lo trémulo de mi acento y lo tímido de mi actitud ante
ella.


Cuando se retiró quedéme triste, pensativo y eonocí
que ella tambien iba muy preocupada.


XIII.


En vano la esperé al dia siguiente: sospeché si la ha-
bria ofendido y mi desesperacion era inmensa.


Comprendiendo que no podria vivir cerca de Angela
sin que de mis labios salieran enamoradas frases y calcu-
lando igualmente que esto tal vez la ofenderia, resolví ale-
jarme de unos sitios donde era tan desgraciado y podia
llegar hasta ser importuno.


Tomada mi resolucion, al día siguiente se la comuni-
qué á Orosia.


Aquella noche debia ponerme en camino.
La mujer de Roque se limitó á decirme:




NACIONAL. 53
-¿Lo sabe ya la señorita?
-Nó, ni es necesario que se en.tere de nada hasta que


yo haya desaparecido.
Orosia no me contestó, pero cuando al cabo de tres ho-


ras estaba disponiéndome para emprender mi ¡marcha, An··
gel a se presentó repentinamente en la cabaña.


-¿A dónde vá V.'? me dijo con voz alterada, mas bien
por la emoúÍon que por el cansancio de la carrera q ne aca-
baba de dar.


-A Francia, le respon dí inclinando la cabeza como
avergonzado.


-Sígame V., se lo suplico, replicó con aquel ac~nto de
ángel que embargaba todos mis sentidos.


La obedecí y salimos de la cabaña andando un cente-
nar de pasos.


Despues de haberse asegurado de que nadie podia es-
cucharnos, detúvose ante una piedra, donde se sentó, y
obligándome á que ocupara u~ sitio á su lado, me dijo:


-¿Por qué se alej a V.'?
-Porque aquí me ahogo, señora; porque el aire que


aquí se respira me asesina, porque yo no puedo continuar
viviendo en este estado.


-¿Es decir, que está V. resuelto?
-Muriera aquí de desesperacion, y ya que debo· morir


quiero hacerlo siendo útil en algo á la causa que defiendo.
-¡Morir! es que yo no quiero que V. muera, repljcó


Angela con voz temblorosa y fijando en los mios sus her-
.


mosos oJos.
. Lo que pasó por mí en aquel momento no me seria fáeil


esplicarlo.
Tenia resuelto callar y no supe cumplir mi propósito.




54 LA SOBERANIA


131 entusiasmo de que mi corazon se hallaba poseido, subió
hasta los lábios y desbordándose hizo público cuanto en él
se encerraba.


Treinta y seis años tenia y no habia amado aun á otra
mujer mas que á mi madre.


Por eso el amor de Angela compensó en un . instante
t()do aquel tiempo que yo habia estado ciego, mudo mi co-
razon y sin comprender la sublimidad de aquel noble sen-
timiento.


Brotó en un instante, se desarrolló en breves minutos,
creció en horas y un día fué bastante para avasallarme por
eompleto.


Angela sentia de igual manera que yo.
Tambien el amor en ella germinó instantáneamente


haciéndose dueño de su albedrío.
La confesion del mio se la hicieron mis labios.
La de su correspondencia me la hicieron sus miradas y


sobre todo su fina y torneada mano que vino á posarse en-
tre las mias y una furtiva lágrima de inefable dicha que
se desprendió de sus párpados.


XIV.


Un mes de inmensa felicidad trascurrió bien rápida-
men te para mí.


Al cabo de él, una nube vino á empañar el hermoso
cielo de nuestra ventura.


El padre de Angela regresaba á su quinta. Su e!.lpedi-
cion se habia prolongado mas de lo reJular Y volvia ansioso
de abrazar á su hija.


La dicha habia desaparecido para nosotros.




NACIONAL. 55
-¿Y qué hacemos ahora'? me preguntó Angela comple-


tamente trastornada.
-Mañana lo sabrás, la contesté.
Al día siguiente hice llegar á malios de D. Eugenio


una carta, en la cual le decia que amaba á su hija, que mi
amor era correspondido y que le pedía su mano.


La firmé con el mismo nombre de Abelino Gutierrez,
con que me habia presentado en su casa, no atreviéndome
á revelarle el mio verdadero por temor á una imprudencia
de cualquiera de sus criados, la cual podria muy bien com-
prometer la casa.


En mí no pensé, como no he pensado jamás, ni aun en
los mayores momentos del peligro.


La contestacion no se hizo esperar.
Don Eugenio me decia, aunque con formas muy corte-


ses, que. si no habia podido consentir que un mason per-
maneciese bajo el techo de su casa, faltando hasta á las mas
sagradas leyes de la hospitalidad, menos podia consentir
en entregarle la mano de su hija.


De nuevo volví á suplicarle, haciéndole presente todo
lo absurdo de su oposicion y de su negativa.


De nuevo tambien volvió á darme una negativa, aun
mas .seca que la primera.


A todo esto, Angela no hab!a vuelto á aparecer }?or casa
de Orosia. Supuse que su padre lo habria impedido, nó por-
que so~pechase que yo estuviese en la de aquella buena
mujer, sino por evitar el que su hija se encontrase con-
migo.


Supliqué á la mujer de Roque que fuese á casa de don
Eugenio á ver si podia adquirir alguna~ noticias, pero no
pudo ver á Angela.




56 LA SOBERANIA
Pasé otro dia sin verla, y mi incertidumbre y mi des-


esperacion iban en aumento.
El cuarto fué horrible para mí.
-¿,Qué habia sucedido en aquella casa~
Habia ya cerrado la noche hacía tiempo.
Todos estaban recogidos en la cabaña, cuando de repen-


te oí que llamaban á la puerta.
Mi corazon latió con violencia.
No sé porqué, me figuré que debían traerme noticias de


Angela.
Orosia se vistió con precipitacion y corrió á la puerta.


Una esclamacion de sorpresa llegó hasta mi oido.
Abandoné precipitadamente mi eseondite y salí á la


habitacion.
Allí estaba Angela.
Mi sorpresa fué tan grande como mi alegría.
Sin embargo, al observar la tristeza que aparecia en sus


ojos, al ver la palidez de su rostro, al recobrar la razon su
imperio y comprender lo intempestivo de aquella hora, no
pude menos de estremecerme, diciendo:


-jAngela mia! ¿Qué quiere decir esto~ tQué ha pasado
en tu casa?


-Nada me preguntes ahora: Orosia, tú conoces todos
los pasos hasta la frontera tambien como tu marido. Dis-
ponte á servirnos de guia.


-¡Cómo! ... esclamó sorprendida Orosia.
-Acabo de abandonar la casa de mi padre, para seguir


á mi esposo.
Yo dí un grito de alegría, y abrí mis brazos para estre-


char entre ellos á aquella mujer tan querida.
Pero ella me contuvo, diciéndome:
-Todavía no soy tu esposa.




NAClONAL. 57


xv.


Nada quise preguntar; nada mas supe por entonces.
Ol'osia habia despertado á su hijo.
Ambos estuvieron dispuestos en breves momentos.
Ni la madre, ni el hijo, dijeron una palabra.
Estaban acostumbrados á obedecer las órdenes de la jó-


velJ., porque sabian que todo cuanto disponia, era digno y
honrado.


El paso que Angela daba en aquellos momentos lo
creían justificado, por razones que, nila una, ni el otro,juz-
ga ban prudente preguntar.


Inmediatamente emprendimos la marcha.
Ol'osia conocia perfectamente el terreno que atravesá-·


bamos ..
Comenzaba á amanecer, cuando habíamos pasado ya la


frontera.
Entonces, Ángela, al despedirse de Orosia, la dijo:
"-V uel ve á tu casa y te ruego que jamás sepa mi padre


que me has acompañado y servido.
- ¿ Pero no vol verá V. señorita'?
--lVlucho tardaré, si es que vuelvo.
-¿Pero qué ha sucedido'? dige yo.
-Lo que debíamos esperar, conociendo el inflexible


caráctel,' de mi padre: lleva su rencor á todo lo que se roce
con la masonería á un estremo tal, que raya en exagera-
cion. Tus cartas le irritaron y mi confesion franca y digna
no consiguió mas que aumentar su disgusto. Traté de salir
y se opuso; procuré convencerle con mis ruegos y solo con-
seguí aumentar su cólera. Entonces y habiendo agotado ya




58 LA SOBERANU.
todo género de persuasiones, tomé la resolucion de aban-
donar el paterno hogar para seguir al esposo que mi corazon
ha elegido. Esto es lo que ha ocurrido; réstame decirte que
la espedicion que mi padre ha hecho estos dias pasados,
fué únicamente para ocuparse de mi matrimonio con un
caballero de Zaragoza, amigo suyo, á quien apena~ conoz-
co y á quien nunca podria amar. Esta es otra de las razo-


,


nes que mas han infl uido en mi resol ucion.
-Bien ha hecho V., señorita, repuso Orosia; antes que


ser mala esposa y sacrificarse, sacrificando tambien al hom·
bre que se uniera á V., es preferible el paso que ha dado.


-Dentro de breves días nos casaremos, dige yo, y tu
honor quedará cubierto.


Orosia y su hijo regresaron á su cabaña.
Ángela y yo nos detu vimos en la primera poblacion


francesa que encontramos y tres dias despues era mi esposa.
- Entonces escribimos ambos una carta á don Eugenio,


enviándole copia de la certificacion de nuestro enlace.
Don Eugenio no nos contestó. _
Ángela me esplicó las causas del ódio q1A.e su padre sen-


tia hácia los masones.
y comprendí que tenía razon.


XVI.


Desde aquel momento me ocupé con tenaz empeño en
rebabilitarle ante nuestra asociacion, yen procurar que es-
ta le diera todas las satisfacciones á que tenia derecho.


Recordé muchos de los papeles que yo habia salvado de
, .


la lógia, á que pertenecia en Madrid.
Don Eugenio habia ocultado su verdadero nombre al


l'egresar al valle.




',-


NACIONAL. 59
Sus criados y sus amigos llamábanle entonces así, mas


no era este su nombre verdadero.
Apenas Ángpla me 10 dijo, recordé que efectivamente


le habia visto escrito en algunos de aquellos importantes
documentos.


Arriesgando mi vida y acompañado de mi esposa volví
á Madrid.


Recogí todos aquellos papeles, hice cuantas diligencias
me fueron posibles y regresé de nuevo á Franci~.


Mas tarde, ante el Gran Oriente, tomé la defensa del
l)adre de mi esposa.


El mas feliz éxito coronó mis esfuerzos.
Don Eugenio quedó brillantemente rehabilitado.
Mas tarde, una comision de tres individuos, por man-


dato del Gran Oriente, se dirigia al caserío del valle á de-
vol ver á don Eugenio todos los honores y todas las digni-
dades que le habian sido arrebatadas.


D. EugenioDo supo jamás quien habia hecho tal milagro.
Ángela escribió á su padre y no tuvo contestacion.
Desde aquel momento consagróse por completo á la


causa que yo defendia, al amor que me proresaba y al
cuidado de la hija con que mas tarde bendijo el cielo
nuestra union.


:i\1uchosde mis hermanos de lógia, deben recordar, en
Paris y en Lóndres, una mano misteriosa que les socorría
durant~ su emigracion.


Aquella mano era la de Angela.
y sin embargo, mi desdichada esposa llevaba la muer-


te en el corazon.
El despego de su padre, llevado hasta el estremo mas


absurdo, la e,ausaba un dolor horrible. . :',
TOllO J. 1,




62 lA SOBhRANÍA.
Fui otra vez perseguido y. ya mis débiles fuerzas no


pudieron soportar el peso de tantos infortunios.
Conozco que Angela me llama á su lado.
Pero antes de morir, pues preveo que mi fin está muy


próximo, escribo estas páginas que llegarán á ser el acta
de reconocimiento de mi hija por parte de su abuelo.


Además, mis hermanos de logia deben velar por aque-
lla que fué tantas veces su providencia.


A unos y á otros se la encomiendo.
Cuando estas líneas sean leidas, yo habré dejado ya de


existir.
Su abuelo lo es D. Francisco de Rojas, nuestro 'Generable.
Mi postrera súplica es que abra sus brazos, no á la hija


del hermano Antonio Martinez, qua le rehabilitó ante el
Gran Oriente, sino.á la de Angela cuyas últimas palabras.
al espirar fueron para su padre.


Todo por ella, nada por mí.
Hermanos mios, velad por mi hija.
Venerable amigo, abrid los brazos á vuestra nieta.


XIX.


Felipe dejó de leer, y vivamente impresionado depositó
sobre la mesa el manuscrito.


Rato hacía que todas las miradas se hallaban fijas en el
veneraóle.


Los ojos de éste llenos de lágrimas, los sollozos que de vez
en· cuando se exalaban de su pecho, duraI~.te la lectura del
manuscrito habian revelado á todos los hermanos, aun an-
tes de la conclusion del mismo, quien era el padre de An ~
gela.




~ACIO~AL. 63


Cuando Felipe hubo terminado, el noble anciano con
acento tembloroso, efecto de la emocion que sentía, dijo:


-Hermanos mios, en vuestra presencia debo declarar
que cuanto ese manuscrito dice es exactísimo.


Yo, efectivamente, era el que habitaba en el valle de
Hecho: mi hija la que abandonó el paterno hogar huyendo
de él:por mi incalificable obcecacion. Reconozco á mi nieta
y no siento mas,. en estos momentos que, no haber conocido
á tiempo á su honrado y dignísimo padre.


-y nosotros á nuestra vez, repuso don Juan levantán-
dose de su asiento y en estremo conmovido, juramos am-
parar y proteger á la hij a de nuestro hermano, si la desgra.
cia hiciera que cual hoy ha quedado sin padre, quedára
mañana sin abuelo.


Momentos despues se disolvió la reunion dándose cita
para la semana siguiente, pues debia procdderse á la aper-
tura del segundo y mas voluminoso legajo, que les habia
sido legado por el difunto don Antonio.


El ,:enerable, Felipe y don Juan se dirigieron á la casa
de este último, para que el primero abrazase á su nieta,
quedando acordado que en la próxima reunion se daría co-
mienzo á la lectura de las memorias.




CAPITULO 1111


li'elipe. - Un recuerdo á la memoria de dos víctimas de la tiranía. - El Noy de
la Barraq ueta y Carvajal.


1.


. Han pasado dos dias de los sucesos anteriores.
Felipe se encuentra el café de Madrid discutiendo con


algunos amigos acerca de las inconveniencias de los go-
biernos anteriores y de las ventajas del actual sistema.


En uno de esos momentos en que el pueblo se muestra
impaciente é intranquilo, porque, naturalmente receloso
por las lecciones adquiridas por la esperiencia, teme le sea
arrebatado por cualquiera evolucion de la mayoria de la
Asamblea, eltriunfo conquistado.


Numerosos grupos pueblan la carrera de San Gerónimo
á cuya calle dá una d~ las puertas del café de Madrid.


Acaba de ocurrir un incidente que ha desagradado á
muchos, si bien á ciertos dislates y falta de juicio en esca-
sas individualidades y en momentos dados, no debe dárse-
les importancia ninguna, ni mucho menos servir de pre-
testo para esplotárlas en contra de todo un partido.


Uno de los grupos mas numerosos y lo que es peor ar-




LA SOBERANIA NACIONAL. 65
mados, se dirigian al congreso, promoviendo algun tumul-
to, á pedir al Gobierno la libertad de los presos republicanos.


El señor Figueras ,presidente del poder ejecutivo, al
tener noticia del prop6sito de aquellos, abandona el salon
y corre á su encuentro en la carrera de San Ger6nimo.


LOJ detiene, les habla con la energía y la severidad
que todos reconocen en tan esclarecido repúblico; les pro-
mete 10 que pedian, mas, significándoles terminantemente,
que tales resoluciones eran de la incumbencia del gobier-
no, pero de ninguna manera de grupos armados en son de
amenaza.


La mayoría de los que formaban el grupo compren-
diendo la justicia de los razonamientos del presidente,
aplaude y le victorea; pero unos cuantos, en número muy
escaso afortunadamente, y de esa gente que, aunque con
traje del pueblo, no pertenece por cierto á tan honrosa clase,
sino que por el contrario, el verdadero pueblo les rechaza;
unos pocos de esos individuos que vemos aparecer en todas
las revoluciones, de formas soeces y traza patibularia, de
esos que nadie conoce, ni nadie sabe de donde vienen ni á
donde van) sin embargo de que ambas cosas son de presu-
mir, se atrevieron, faltando á todas las consideraciones y
todos los respetos que son debidos al ilustre patricio, al
jefe del gobierno republican{), elevado por la vctacion ds
la asamblea, á mostrarle un gorro frigio, esclamando: (\Que
se lo ponga.»


El venerable, el pundonoroso, el patriota señor Figue-
ras, rechazó con cierto enojo el emblema republicano qua
se le presentaba, lamentando sin duda en lo íntimo de su
alma, aquellos escesos y aquella falta de respeto y con voz
gra.-ve y entera re-plic6:




66 LA SOBERANIA
«No me lo pongo, ciudadanos, porque no lo necesita


quien, como yo, hace treinta años que lo lleva puesto.~)
Severa leccion y bien aplicado correctivo para los que,


faltando á todos los respetos, se permiten escederse, abu-
sando de las circunstancias.


Este era el tema de la animada, conversacion que sos-
tenian en la mesa del café de Madrid los amigos de Felipe,
entre los cuales los cuales los habia de distintas opiniones
y procedencias.


Uno de ellos, que por su manera de esplicarse debia
pertenecer al antiguo partido moderado, segun pretendia
probar las escelencias de aquellos tiempos de órden y de
paz que ya desaparecieron, y Dios quiera que para no vol-
ver jamás, se desataba en injurias y en. improperios contra
el actual órden de cosas, comentando á su antojo los acon-
tecimientos de Málaga, Córdova y Orihuela, dando propor-
ciones de que carecian á los escesos cometidos por la turba
de merodeadores que se permitieron penetrar en la Casa de
Campo y en el Pardo, con objeto de matar un centenar de
conejos ó llevarse algunas leñas muertas.


Empeñábase en achacar y hacer responsable de seme-
jantes aislados desmanes l todo el partido y á los hombres
que hoy regian los destinos de la nacion, sin considerar
que aquellos escesos fueron instantáneamente reprimidos
por \os voluntarios de la república, y sus principales auto-
res entregados á los tribunales, por esos mismos volunta-
rios que desde los primeros momentos de alarma se ofre-
cieron á velar por la tranquilidad pública y que lo mismo
en Madrid, que en Barcelona, g11e entoda España, han cum-
plido tan dignamente su empeño, siendo los primeros á
evitar toda perturbacion. -'




NACÍONAL. 67


Felipe, indignado ya de oir tanto desatino, y no pudien-
do contenerse tomó ardorosamente la defensa del partido á
que pertenecia, probando que en el cambio esencialmente
republicano á que ha dado lugar la abdicacion repentina
de D. Amadeo, para honra nuestra y admiracion del mundo
la sensatez de los primeros momentos no se ha desmentido
despues por ningun esceso de carácter general y grave y
que era muy estraño que su amigo, inspirado ciegamente
por la pasion, se permitiera espresarse en semejantes tér-
minos, cuando hasta la prensa de todos los matices prodi-
gaba unánimes aplausos al espíritu de prudencia y de cor-
dura que ha presidido á la caida de la Monarquía demo-
crática y al inesperado advenimiento de la república.


Lo que mas ofenbió á Felipe, fué oir en los labios de su
amigo la apología encomiástica de la feroz domin~cion de
Narvaez y Gonzolez Brabo, pintándola con tan bellos colo-
res y como la época de mas paz J mas sosiego y bienestar
que hemos conocido.


N o se podia lanzar al rostro de un liberal un sarcasmo
mas sangriento.


Pocas épocas registra la historia de mayor opresion, de
mas inauditos atropellos, de f mas irritante tiranía que la
del año 66, postrimerías del reinado de doña Isabel 11, sien-
do presidente del Consejo D. Ramon María Narvaez, de in-
fausta memoria y de la Gobernacion del reino D. Luis
Gonzal~s' Brabo, el antiguo redactor de El Guirigay, el
transfuga del bando liberal, convertido en ~l azote, elláti-
go mas cruel de sus antiguos hermanos.


De los ocho individuos, dijo, que por aquel entonces for-
maban el ministerio y que firmaron el célebre decreto de
26 de julio, declarando la nacion en estado de sitio y que


'101110 J. 18




68 LA SOBERANIA
pusieron en manos de la autoridad militar lo espada de la
justicia, autorizando el Consejo de guerra para dictar en
breves horas cualquiera sentencia, llevando el terror y la
desolacion á todo el país, seis han dej ado ya de ser, ó lo
que es lo mismo,pagaron ya su tributo á la tierra.


Si Dios es justo debe haberlos juzgado bien severa-
mente.


¡Cómo usar de su infinita misericordia con hombres que
hicieron derramar tantas lágrimas y tanta sangre generosa!


Gonzalez Brabo, como ministro de la Gobernacion (1),
llevó la persecucion á un grado inconcebible.


Era el desafuero, el atropello y la arbitrariedad llevada
á pabo con el cinismo y la mas irritante audacia.


Baste con decir que se quiso prender hasta los muertos.
El· gobernador de Barcelona pidió una lista de los til-


dados por sus opiniones políticas, ó lo que es lo mismo, de
los liberales de ideas mas avanzadas y se le dijo que debia
obrar en la seccion de policía del gobierno civil.


En efecto, se buscó y se halló.
En tregóse á un comisario con la órden de prender á


todos los que la lista contenia.
Algunos de ellos habian 'fallecido; otros se hallaban


avecindados en distintas provincias.
Se prendió á todos menos á los ausentes y á los muertos;


pero como faltando estos la cuenta no salia, se buscó quien
tuviera·.el mismo nombre, y por el solo delito del homóni-
mo, se le prendió así mismo.


La lista se habia confeccionado el año cuarenta y
nueve.


{1) Altadill.~Ultimo Borbon.




NACIONAL. 69
En ese acto, lo estúpido corre parejas con lo brutal, y


lo arbitrario con lo ridículo.
Felipe rebatió cuantos argumentos habia presentado su


amigo en pró de sus ideas.
Hizo á grandes rasgos la verdadera apología de aquel


gobierno sanguinario y cruel: sus atropellos, sus persecu-
ciones, sus asesinatos y como una irrecusable prueba de lo
feroces que fueron estos por aquella época, hizo alusion al
de un amigo suyo, el de Vícente Martí, cuyo desastroso fin
aun lloran sus amigos de toda España.


Varios de los amigos de Felipe, que rodeaban la mesa
y que no conocian los verdaderos detalles de tan inaudito
crímen, le suplicaron que los refiriera.


Felipe no se hizo de rogar, pero haciendo sin embargo
la salvedad de que no iba á hablar por inspiracion propia,
sino en vista de los antecedentes recojidos y publicados ya
por su querido amigo y correligionario Altadill, que tam-
bien se habia honrado con la amistad de aquel mártir, co-
nocido por el N oy de la Barraqueta.


Todo el mundo le prestó religiosa atencion y Felipe dió
comienzo en estos términos á tan conmovedor como dra-
má tico episodio.


Nacido Vicente Martí en el año 1830 y en la villa de
J\fartorell, contaba treinta y seis años de edad cuando los
sicarios del moderantismo cortaron el hilo de una vida con-
sagrada toda á la patria.


Muy jóven aun perdió Martí á su padre, que, al morir,
legó una fortuna de cincuenta mil duros.




70 LA. SOBERANIA


El nombre de lvoy de la Barraqueta se lo dió el pueblo,
tomándolo del meson de su padre, que se llamaba la Bar-
raqueta.


Defsde sus primeros años, Mentí, que estaba dotado de
una constitucion física privilegiada, porque era robusto,
bien formado y hermoso, se sintió inclinado á las i~eas li-
berales, las mas en armonía con los sentimientos de un
corazon tan generoso y noble, como valeroso y fuerte.


Su instinto belicoso y el amor á la idea democrática,
perfectamente desarrollada en él á los diez y seis años, la
llevó en 1848 á unirse á la faccion republicana mandada
en las montañas de Cataluña por el generoso Baliarda, ase-
sinado posteriormente por los mozos de la escuadra de la
manera alevosa y traidora con que perpetró siempre aquel
cuerpo de verdugos sus sangrientos crímenes.


Vencidas á la sazon las partidas carlistas que recorrian
el antiguo Principado, sino por la pericia y el valor, por
el dinero que empleó en ello el general Concha', los repu-
blicanos, no pudiendo sostenerse por sí solo, se retiraron á
Francia en donde permaneció el Noy hasta 1853, regre-
sando á favor de un indulto que le libraba de la pena de
muerte pronunciada contra él por un consejo de guerra.


Desde entonces el Noy de la Barraqueta tomó una par-
te principalísima en cuantos trabajos y revoluciones se han
hecho hasta 1866 por dar la libertad á esta España, digna
de otros gobiernos yde otras instituciones, y lo hizo siem-
pre con pérdida de sus intereses y en exposicion constante
de la vida.


En 18 años que llevo de vida política, le oimos decir
en una ocasion, he pasado mas de doce escondido, entre
prisiones ó emigrado.




NACIONAL. 71
Los sucesos de Junio de 1866 abligaron al Noy, como á


otras personas en ellos comprometidas, á esconderse 'á las
iras del gobierno.


Con el advenimiento al poder de Narvaez, sustituyó al
general Cotoner, unionista, el moderado Gasset, en el man-
do militar de Cataluña.


Gasset la quiso hechar de paisano y tolerante con los
catalanes, y publicó una alocucion de la que importa transo
cribir algunos párráfos porque en ellos está el orígen del
sangriento drama que sucedió mas tarde.


({Traigo mision de paz, decia el capitan general á los
catalanes, y mi deber es ser útil á mi pais, ya que la suer·
te me ha conducido á él; las circunstancias· son difilícimas
p,ara todos, pero todos me ayudarán á vencer las que de-
ploramos .


. » Sin el órden material, base de toda sociedad culta, na·
da puede hacerse: desechad, nobles catalanes, las hala-
güeñas frases de la revolucion, ofreciendo siempre lo que
jamás cumple.


» Las condiciones del ciudadano no se cambian ni se
mejoran sino con el trabajo, la moralidad y el respeto á la
ley. Toda propiedad adquirida por la revolucion es un crÍ-
men, y los crímenes rara vez quedan sin castigo en la
tierra.


]) Reasumidas en mí todas las atribuciones de la autoridad
por el estado escepcioual en que se encuentra el distrito,
mi deber es velar por todos, enjugar lágrimas, devolver al
pais la confianza que tanto necesita para mantener la tran·
quilidad á toda costa; que el hogar doméstico sea el refu-
gio de la familia, lugar sagrado donde el cariño de todos
hace conllevar los males que Dios en su alta sabiduria




72 LA SOBERANIA


envia á los pueblos para poner á prueba sus virtudes.
) Mis queridos compatriotas: escuchad la voz de un hon-


rado soldado, siempre leal á su reina, que ha servido á su
patria en medio de vosotros defendiendo lo que todos he-
mos defendido, el trono de S. ~I. la reina doña Isabel II y
las instituciones que nos rigen.


» Acercaos á mí, no tengais reparo en ello, nunca me
encontraré mejor que entre vosotros, haciéndome conocer
vuestras necesídades, y feliz yo si, en nombre de S. M. y
de su gobierno, pudo contribuir á reparar vuestras desgra-
. Clas.


«Tened tambien entendido que pesa sobre mí la sagrada
obligacion de sostener el órden material, que este se sos-
tendrá y sin contemplacion de ningun género, única y
verdadera garantía de un país culto: esta promesa que á
favor de buen español os doy, debe llevar la tranquilidad
á todos y apercibir á los revolucionarios de oficio, de lo
que deben esperar de mi au.toridad; me sobran medíos para
ello, y al asegurarlo así, lo hago con toda la sinceridad de
mi carácter y de los deberes que pesan sobre mí, al defen-
der los sagrados intereses confiados por el momento á la
autoridad de vuestro paisano y capitan general-MANuEL
GASET.»


U na larga esperiencia ha bia demostr:A.do que era locura
fiar en las palabras de tolerancia y conciliacion de los mo-
derados; pero con tal carácter de sinceridad revistió las
suyas el general Gaset, que su alocucion fué recibida con
general aplauso, haciendo nacer la lisongera esperanza de
un período de seguridad para todos los que no perturbaran
el órden material.


El Noy de la Barraqueta, que s(hallaba escondido, leyó




~ . .;CIONAL. 73


la alocucion y creyó que podria aprovecharse. de las ga-
rantías en ella ofrecidas, ct)rrespondiendo él por su parte á
la conducta del general, dándole palabra de honor de no
hacer cosa contraria á la situacion, mientras permaneciese
en su casa de Martorell, si le permi tian regresar á ella.


Con esta comision y en nombre del Noy, presentáronse
dos amigos suyos al Capitan general.


Martí necesitaba ocuparse por algun tiempo en el ar-
reglo de sus intereses, harto descuidados y grandemente
perjudicados con el abandono de tantos años.


Estaba ya casado, por cierto con una señora modelo de
esposas, ejemplo de virtud6s y dechado de discrecion y
prudencia; tenia hijos y hubo de pensar "sériamente en sus
intereses, para dejar á lo menos á su familia á cubierto de
la pobreza, si los acontecimientos desgraciados le arreba-
taban al fin por completo á su cariño.


Los amigos del Noy intentaron disuadirle de su idea,
no fiand9 en las promesas que pudiera hacer el General.


-¿Quereis privarme, les dijo Martí, del gozo de pasar
unos dias al lado de mí familia y sobre todo de arreglar
mis intereses? Es este, hoy, un deber sagrado para mí y á
toda costa he de cumplir con él. Yo no quiero estar en mi
casa mas de quince dias; con ese .espacio de tiempo tengo
bastante. Despues, me marcharé al estrangero; doy mi pa-
labra de honor, de que mi permanencia en España no dará
un dia ma,s, recelo alguno al gobierno.


-Créeme, Noy, replicó uno de sus amigos, vete ahora
mismo al estrangero; no debes fiar en esa gente, porque te
darán su palabra y te matarán como un perro.


El Noy insistió y no hubo mas remedio que compla-
cerle.




74 LA. SOBERA.NÍA


El capitan general dijo á sus amigos que se tomaba
breve tiempo para consultar con el gobernador civil y el
comandante de mozos de la escuadra, á fin de saber hasta
que punto podia comprometer el órden, conceder lo que pe-
dia á una persona como Martí.


Vol vió á los pocos días la comision y Gaset d~j o á uno
de sus dos individuos, José Anselmo CJave:-Puede V. dar
al Noy toda clase de seguridades de que no se le molestará
en lo mas mínimo por lo pasado. Vuelva tranquilo al seno
de su familia y descanse en mi palabra de honor de que
como no me perturbe el órden, de hoy en adelante, nada
desagradable ha de sucederle. Hágame V. el favor de tras-
mitir estas mismas disposiciones á su hermano de V. (An-
tonio Clavé) á R. Targarona y demás comprendidos en los
sucesos de Junio. Que vivan tranquilos que á nadie se mo~
lestará por lo pasado.


Tales fueron las palabra9 y la seguridad que dió el ca-
pitan general, lo que se comunicó al Noy, insi~tiendo to-
davía sus amigos en que no se fiase en la garantía y en
que se marchara al estranjero.


Esto sucedió el 25 de Junio.
El Noy volvió al seno de su familia.
Pocos dias despues se encontró con uno de sus amigos


en una calle de Barcelona, y al darle la mano, lo llevó el
Noy á una escalerilla y allí le dijo:-Esto es insufrible!. ..
no puedo verme libre de espías; esa gente me sigue á todas
partes!... ~


En aquel instante pasaron por delante de la puerta dos
ó tres esbirros disfrazados.


-Temo que me jueguen una mala pasada, añadió. He
visto hoy á Gaset acompañado de un amigo mio, y lo que




NACIONAL. 75
este me ha dicho, despues no r:ne gusta. Segun él, una
simple denuncia, de un guardia ó de un polizonte, 'basta:ria
para llevarme á Fernando pó.


¿Cómo se concibe semejante modo de espresarse en el
capitan general despues de lo que habia dicho y prometido
en su alocucion y de lo ofrecido bajo palabra de honor?


Solo en el caso de que el Noy turbara el órden material
podia haber motivo justificado para proceder contra él.


y de la palabra del Noyy esto es, de que Gaset se es-
presó luego en sus términos no cabe duda.


Entre las buenas cualidades, y eran muchas, que ador-
naban á Martí, se hallaba la de no faltar nunca á la verdad.


Cuantos le tratamos íntimamente sabemos que desco-
llaba esta entre sus bellas prendas morales.


El amigo halló en el presentimiento de Martí qn nuevo
motivo para insistir mas vivamente en que lo aba,ndonara
todo, y se sustragera cuanto antes á una celada infame de
los esbirros del gobierno.


-No puede ser, replicó el Noy, me faltan ocho dias
para dejar terminados los asuntos de mi casa y familia.
Que me dejen este corto espacio de tiempo y me basta.


-No te dejarán.
-Pues antes no puedo abandonar mi casa.
y el Noy volvió á Martorell.
Llegó el dia 10 de Agosto. A la caida de la tarde se pre-


sentaron en Martorell cuatro mozos de la escuadra con un
cabo.


Su visita infundi ó en al~unos la sospecha de una prision.
Prision en Martorell estando Martí en el pueblo, no po:-


dia ser mas que la suya. Así lo presintieron instantánea-
mente varios de S'J.S amigos.


TOMO 1,




76 LA SOlIERANIA
Uno de estos corrió en su busca, pues se hallaba en


aqueJlo's' momentos fuera de su casa, y le avisó del peligro.
-¿A qué han de venir por mí'? ¿Qué he hecho yo estos


dias? nada, absolutamente Dad*" que pueda dar ni aun pre-
testo á mi prision .


. En efecto, los que fuímos sus amigos, sabemos· y' afir-
mamos qu~ Martí, desde que le fué concedido el permiso
por el capitan general, no s~ ocupó en otra cosa que de los
asuntos de su casa y familia.


Los mozos se dirigieron de la estacion del ferro-carril á
la calle donde vivia el Noy; se sentaron en el umbral de
la casa cuartel de la guardia civil, situado frente por fren-
te de la que Martí habitaba.


No podía caber duda de que se pusieron en acecho.
Apesar de esto, el Noy que se sentia sin culpa, no daba.


completo crédito á lo que era evidente para sus amigos.
-Pronto lo veremos, dijo: vamos á casa.
-¿Oómo'? ¿te vas á esponer'? ...
-No me espongo. Vaya delante uno de vosotros y deje


abierta la puerta de atrás: yo iré luego, entraré en mi casa
por la principal y si los mozos penetran tras de mí; me eva-
diré por la trasera; si, viéndome, no se mueven, prueba
será de que os habeis equivocado yescuso el recelo en que
constantemente me tendria la incertidumbre.


Así se bizo.
Marchó delante uno de los que le acompañ~ban; egecutó


lo convenido y á poco se dirigió el Noy tranquilamente á
su casa, acompañatlo de Mariano R., uno de los mas fieles
y leales amigos.


Ya amanecia.
El Noy y R., penetraron en la casa. y aq nel se dirigió




NACIONAL. '77


á la puerta trasera, en aguardo, y atento á lo que suce-
diese.


Dos minutos despues los mozos entraron en la vivienda
de Martí; cogieron á R. del brazo y le preguntaron:


-¿Dónde está el Noy?
Iba R. á responder, cuando de improviso se. presentó


Martí diciendo: ~
-¿Qué quereis? Aquí está el Noy.
Su amigo quedó estupefacto.
Nadie ha podido aun esplicarse, ni darsecuentá de esta


imprudencia ue Martí.
La salida por la puerta falsa estaba franca y por nadie


vigilada, y no se comprende cómo el Noy no quiso huir y
sí entregarse como lo hizo.


-DéseV. preso, profirió el cabo de lo~ mozos.
-Preso quedo, replicó Martí con estraordinaria calma


y serenidad.
- Venga V., pues, con nosotros.
-Permítame V. que tome antes algun dinero ...
El N oy, con el permiso del cabo, se dirigió al comedor


á donde le siguieron los cuatro mozos; tomó del cajon de
una mesa veinte piezas de oro de cinco duros y siguió á
los mozos á la estacion del ferro-carril.


Su amigo R. le acompañaba á poca distancia.
El tren ya habia partido.
Los, mozos propusieron tomar un carruaje para ir á Bar-


celona. El Noy y R., movidos por el mismo súbito y natu-'
ral temor, replicaron á un tiempo:


-Eso no puede ser.
-¿Por qué? dijo el cabo.
- Porq ue no tengo confianza para ir solo con mozos :de




LA SOBERANÍA


la escuadra, mucho' menos de noche y por una carretera
solitaria, contestó el Noy sin rodeos .
. ¡ . Los mozos no replicaron una palabra.


Los 'crímenes cometidos por aquella gente con los presos
políticos, eran de todos bien conocidos, y autorizaban á Mar-
tí áespresarse éoh tan ruda franqueza.


-- Entonces, dijo el cabo, pasaremos la noche en el
cuartel de la Guardia civil y saldremos mañana en el pri-
mer tren .
. . ''Se de8tinó en su consecuencia una sala de la casa cuar-
tel para prision del Noy, quedando con él dos mozos como
centinelas de vista.
'. R., que no le abandonó un momento, fué á buscar la


cena para su amigo.
El hermano de Martí encontró á R. Y le dijo:


. -Acabamos de reunirnos algunos amigos y hemos re-
suelto libertar al N oy.


-¿Cómo? esclamó su amigo.
-De cualquier manera y á toda costa, replicó el her-


inano c~n energía.
: El hermano de Martí tenia de éste la valentía y el ar-


rojo, y además, le queri,a entrañablemente. Oon pocos
amigos contaba para tan árdua como arriesgada empresa,
porque no quiso que fuera grande el numero, pero aquellos
eran escojidos entre los mejores de los muchos buenos de
Martorell.


; 'R., dij o al hermano del N oy, que éste seria llevado al
dia siguiente á la estacion para salir en el primer tren.


-Perfectamente, respondió éste, entonces yo estaré
apostado con mis amigos en una casa del tránsito, y, al
pasar~ le salvaremos. Oomunícaselo así á mi hermano.




NACIONAL. '79


-¿Pero estais decididos'?
-¿Y tú me lo preguntas'? Decididos á todo.
R. ya no dijo una palabra mas, y se encaminó con la


cena á la prision.
Difícil era, sino imposible, dar á entender nada á Martí


delante de los mozos sin que estos se apercibie.ran.
Durante la cena fué completamente inútil el deseo de


R.; los mozos no los perdian un momento de vista; solo al-
canzó á significar á su amigo con una espresiya mirada que
tenia absoluta necesidad de hablarle.


Poco despues de haber cenado el N oy dijo:
-¿ y cómo dormimos esta noche'?
-Se puede hechar un colchon en esa alcoba, replicó R.
El cabo de mozos hizo con la cabeza una señal de


asentimiento.
-¿Te quedas tú conmigo'? preguntó el Noy sencilla-


mente á R.
-Sí, me quedaré, respondió éste en el mismo tono.
La sala era reducida ..
De la mesa donde se habia cenado y junto á la cual se


!labian sentado los dos mozos, á la alcoba, mediaba muy
corto trecho.


Martí y R. comprendieron que los mozos no se move-
rian de allí en toda la noche.


El Noy, al recojerse, notando que la luz daba de lleno
en la alcoba y que los mozos podrian, sino oirles, ver como
hablaban en secreto, dijo á R.:


-Haz el favor de poner la luz en otro sitio, porque me
incomoda para dormir.


R. trasladó el velon al otro estremo de la sala y fué á
tenderse en el colchon que habían echado en el suelo.




80 LA SOBERANIA
Acerc6se al Noy, y aplicando los labios á su oido, le


dijo en voz casi imperceptible lo que su hermano y sus
amigos intentaban.


Luego de haber hablado R. separ6 un poco la cabeza y
qued6 en disposicion de oir.


El Noy hizo á su vez lo mismo que aquel, y dijo:
-Que vayan á apostarse en la casa de la esquina inme-


diata á la estacion y cuando vean que yo me quito el som-
brero pueden, lanzarse. Mientras yo no haga esta señal,
cuidado con que ninguno se' mueva. Darás esta 6rden á mi
hermano.


Al amanecer sali6 R. á desempeñar su cometido.
El Noy se levantó tambien y notó un malestar general


en todo su cuerpo.
Sin duda la cena no le habia sentado bien.
R. dijo adenlás al hermano de Martí:
-Me ha parecido observar que, al verme salir, el cabo


de mozos ha mudado de repente la conversacion que en voz
baja tenia con dos de los suyos; juraria que algo sospechan
y creo conveniente que se le haga saber al Noy.


El hermano de éste tuvo ocasion y medio de hacerle
decir que estuviese muy prevenido y que la gente estaria
dispuesta en el punto señalado.


A las ocho sacaron los mozos al preso y se encaminaron
á la estacion.


N o es posible describir la ansiedad del hermano de
Martí y de sus amigos, con él apostados. El primero se ha-
llaba en el umbral de la casa, los demás detrás de la puerta
y preparados: eran cinco que valian por veinte.


Al ver penetrar al Noy en la calle, su hermano clavó
en él sus anhelantes ojos, esperando la señal convenida.




~ACIONAL. 81


Pero Martí pasó por delante de la casa, miró tranquila-
men te á su hermano y ni ademan hizo de llevar la mano


1\-


al sombrero.
El Xien, que así llaman en el pueblo al hermano de


Martí, quedó como atontado.
Los mozos con el preso penetraron en la estaciono
Los amigos que se hallaban apostados preguntaron al


Xich:
- ¡Qué! ¿ha pasado?
-Sí, respondió aquel con desaliento.


k -¿Y qué ha hecho?
-Nada.
-¡Oh! ¿qué quiere decir esto'? esclamaron sus amig.os


en el colmo del mayor asombro.
- Ni lo sé, ni puedo esplicármelo. No os movais, yo voy


á verle y vuelvo enseguida.
Ei Xich penetró en la estacion y fué á dar la mano y


abrazar á su hermano.
Cuando lo tenia estrechado entre sus brazos, le dijo al


oido con voz rápida:
-¿Por qué no has echo la señal'?
-¿Cuántos sois?
-Cinco y yo seis.
N o podian permanecer abrazados los dos hermanos por


mayor esp~cio de tiempo sin despertar sospechas á los pers-
picaces mozos.


Al desprenderse de los brazos del Noy, el Xich le dijo:
-Pero qué hacemos?
El Noy le respondió en alta voz diciendo:
-Oye Xich, despacha á los trabajadores; diles que de-


jen las herramientas y se vayan, pues las cosas que no veo




82 LA SOBERA:NIA
y dirijo por Ini mism.o no tengo confianza en que ~algan
bien.


Traducimos literalmente dal catalan sus propias pala-
bras.


El Noy hacia á la sazon obras en una casa de su pro-
piedad.


El hermano, aunque descontento, salió de la estacion
resignado á cumplir la órden y á comunicarla á sus amigos.


Pero éstos, léjos de obedecerla, se enfurecieron, mani·-
festando que de todas suertes llevarian adelante su propósito.


Hemos dicho antes que Martí se sentia indispuesto. De
caJa momento su· malestar se aumentaba.


Sin duda la mala disposicion física influyó en la parte
moral, cortando los vuelos á su ánimo, tan fuerte siempre y
arrojado, y por esto hizo desistir á sus amigos de la em-
presa.


Pero ellos, repetimos, no se conformaron á dejarle en
manos del gobierno temiendo sériamente por su suerte.


En vano el Xich hizo esfuerzos para disuadirles.
Viendo que toda razon era inútil y que iban á ejecutar


su intento, entre abandonarles en el, lo cual era imposible,
y seguirles, se puso á su cabeza y puñal en mano se lanzó
á la estaciono


En ella habia además de los mozos, once guardias civi-
les armados.


El número de viaj eros no era escaso y habia mucha
gente en la sala de espera. ~


Al penetrar en ellá el Xich seguido de sus cinco va .
lientes camaradas, uno de estos disparó el trabuco al aire.


A la detonacion se apoderó de todos un pánico general
indescriptible.




NAC1PNAL. 83
Los mozos se acurrucaron. e.span~ados; 'los ciyiles se'


-eclipsaron entre las faldas de las mujer~s y por d~baJo ~e
los bancos.


El Noy quedó frio, helado como 'una estátua de már~oL
~ En, aquellos momentos s~s amigos y sp. hermano hu-
bieran podido acabar sin resistencia alguna con la vida de
los mozos y civiles.
N~ lo pensaron ni lo quisieron.
Uno de ellos se dirige al Noy y le dice:
- ¡Qué haces! ¡Huye!
Pero el Noy quiere andar y no puede.
Es empujado por uno de sus salvadores hácia la puer.ta


'que comunica con la vía, y con gran trabajo emp~ende la
fuga por la vía misma.


Los mozos y civiles empiezan á reponerse.
El Xich y sus camaradas luchan á brazo partido con'


·ellos.
La lucha es corta, la confasion aumenta;. al volvér en s1


del susto las personas al1 í reunidas,'"y á favor de esa misma.
eonfusion, escapan el Xich y sus camaradas sanos y sal-
vos.


El Noy, en un estado deplorable, incomprensible~ ape-
. sar del motivo que hemos señalado, en aquella naturaleza
,de hierro y en aquel corazon valiente y siempre sereno eI;l.
las mas críticas situaciones, anda una media hora escasa-
;mente.'


Respira acongojado, como' si se ahogara, y al fin no
puede dar un· paso mas ..


El fiel amigo que le sostiene auxiliado por otro que lltlgfl
jadeante, le coge en brazos, lo sube al rivazo de la vía. lJ.o
eonduce á una choza no distante.


TOMO l.




84 LA SOBBRANIA
El Noy siente abrasársele las entrañas. Pide ag~a y


bebe ávidamente.
Acaba de beber y s,us miembros se niegan á todo mo-


vimiento.
El trance as apurado, crítico por extremo, de vida (}


muerte.
,


No tardarán, quizá ya lo están haciendo, en buscarle-
en todas direcciones.


Ser habido es mórir sin remedio.
, En vano se int~nta infundirle valor, reanimar aquel


cuerpo ~asi exánime.
, La- vista y la palabra: son los dos únicos signos esterio ..


res queda de vida.
Todo lo demás está en él muerto.' .
Sus miradas revelan el recelo de una muerte próxima


y desastrosa. '
Los dos amigos, en la imposibilidad de cargar con él á


cuestas, dicen que corren á buscar un vehículo.'
-Es inútil, profiere el Noy con un acento desconsola ...


dor mezclado de amargura y de coraje. No tendreis tiempo
de- ir y volver. Pero salid, no os detengais, yo soy muerto,
salvaos vosotros.


Salieron los amigos presurosos con el propósito de traer,
un carro Ó U!la caballería y llevar al Noy de allí, pero ya
no tu vieron tiempo.


No habian andado la distancia de doscientos metros:
cuando subian de la vía al ribazo los mozos' y los civiles.


Un hombre infame, un guarda agujas del ferro-carril
habia señalado á los esbirros el lugar donde se hallaba el
fugitivo. -


Llegan ... miran á distancia y con recelo la entrada de




Asesinato de Vicente Marti (a) Noy de 1a barraqueta.






NACIONAL.' 85
la cabaña ... ven á Martí tendido en el suelo ... así ytod~
n~ se atreven á entrar ... cercan la. choza ... uno de ello~
levanta una teja y por el agujero dispara cobarde yalevo-


. samente el fnsil contra Martí.
Sucede á la detonacion U:Q. grito desgarrador, masdEl;


'coraje que de dolor.
. \


Entonces los mozos y los civiles se precipitan dentro
de la choza, y allí se verifica una escena cuyo horror no
alcanza á describir la pluma; disparos, bayonetazos, pata--
das, todo lo que la saña, la cobardía y la vileza inspiran á
los asesinos, lo emplean éstos para acabar con la vida da
Martí.


Este pronunció únicamente estas palabras:
-¡AhI «lladres,» cobardes asesinos!
y sus labios se cierran al atravesar su noble corazon el


hie1'ro vil que en él penetra.
El oficial de la guardia ci vil llegaba á la choza gritando:
-¡No le mateis, no le mateisf
¡ Ya era tarde!


- Y aunque fuera tiempo, le asesinaran aquellos tígres
sedientos de su noble sangre!


Así terminó sus di as el noble, el valerosoNoy de la
Barraqueta.


Así acabó una vida consagra'da á la libertad y á la ge-
nerosa idea del bien y de la honra-,ci~la patria .


. Lo.s periódicos de Barcelona, por Órden .del general Ga-
~set, dijeron lo que siempre, que lo.s mozos asesinaban á
hombres políticos para justificar la necesidad de su muer-\
te: que el Noy se habia resistido como una fiera.


- Ah! como un leon resistiera y se batiera contra sus
infames perseguidores, á no verse privado de todomovi-




/


ss LA SOBERANIA I •
I


miehto; pero la. verdad fué lo que. hemos referido; lo qU&
elcapi~an general mandó decir á los periódicos, una infa-
niementira.


El q ne mas se ensañó con el N oy .siendo ya éste cadá-
'Ve.~, ru.é el cabo de civiles que se cansó de dar patadas y
hundir la bayoneta en el cuerpo, de un hombre ya muerto,
llevando el alarde de su' bestial ferocidad al estremo de
'Volver lQ.ego·á, Martorel1, profiriendo palabras atroces de
la mas soez y br~tal satisfaccion y mostrando como frui-
eion horrible las manos teñidas de sangre.


,


No tan i~mediatamente pagó su cobarde crimen; pero-
no quedó impune.
:~~,/',Pasaron dos' años, y vino la revolucion de Setiembre.
_·~o· _


.' Al detenerse en la estacion de Gracia un tre:l de Sarriá,.
cuatro hombres que estaban en aguardo en la vía se acer-
earon á un vagon.


En él iba el cabo de civiles, que al verlos se puso pá-
lido como un cadáver.


El cabo, que se vió harto comprometido en el vagon,
saltó por el lado opuesto y echÓ á correr hácia la Riera.


Los hombres se lanzaron á su alcance.
,


'Una bala de rewolver hirió al fugitivo en los riñones.
Apesar de la 4erida continuó la fuga; pero tropezó, .


. 'cayó, y efecto del tropiezo ya no pudo levantarse.
Una convulsion general se apoderó de todo su cuerpo y


quedó sin movimiento en los miembros, como el Noy de la
Barraq ueta.


Sus p~rseguidores llegaron á él.
Solo los ojos del cabo daban señal de vida en su cuer-


PC?, lanzando miradas vagas de pavor y quedando luego,
estúpidamente fijos' en un punto.




NAClON'AL.


Varias 'veces penetró el· hierro en su cuerpo.
No profirió un grito, ni dió un suspire.


87


Hasta la lengua tenia paralizada. _
De esta manera acabó sus dias el mas sañudo de los ase-


sinos del Noy de la Barraqueta.
Antes de concluir, dijo Felipe á sus amigo~, debo hacer


una obs.ervacion para cortar los vuelos á la malicia de al-
guno que pudiera permitirse interpretar nuestras ideas y
sentimientos de torcida manera.


Si del desaliñado relato que acabo de hacer se~despren-
de, lo que es natural en nosotros, una indignacion por la
muerte del Noy, que no espreso por la del cabo de civiles,
,Preciso es decla~a~ que yo y cónmigG todo el partido, ~
probamos esta ultima. ." - ""


Las venganzas personales son siempre negras manchas
que empañan el lustre 4e una revolucion; el pueblo DO debe.-
nunca hacerse justicia por sus manos. Pero no hemos de
ser mas severos con el pueblo que con el goqierno, ni tan
poco en tanto grado con aquel como con éste. El gobierno
dé España, ó su~ esbirros en su nombre, ó por su mandato,
han asesinado siempre á sangre fria 'y cuando tenia 'en su
mano los medios de hacer justicia, con arreglo á la ley: El
pueblo no dispone de esos medios, y ha visto impunes,
despuesde una revolucion, á los asesinos, esbirros de la
tiranía, cuando ha encomendado la justicia al gobierno, ó '
la ha e~perado de los tribunales.


Mal hecho está lo hecho por el pueblo, pero al fin tien~
esta disculpa. A los gobiernos que hicieron lo mismo y
mayor número de veces, nada basta á disculparles ..


' .


• • • •


I




"


LA SOBERANIA


Calló Felipe por algunos momentos.
El amigo, orígen de la. cuestion, y que se habia empe-


ñado en probar las esce1encias del pa,rtido moderado, teme-
roso sin duda de la brQméA.· que le esperaba, habia desapare-
cido sin ser de nadie visto ..


Positi vamente su situacion era demasiado violenta en
aquel círculo de amigos, en el que casi todos eran' republi-
canos, y si alguno no llevaba este honroso título, pertene-
-cia á esa fraccion, jóven tambien, entusiasta y liberal que
solo difie·re de nosotros en la manera de aplicar sus princi-


.pios, pero que por afinidad y en el fondo de las ideas se dan
la mano.
-,·{uno de ellos se atrevió· á invocar ciertos apellidos y


"élertos hechos, para enaltecer á unos.y otros, respecto á los
hombres que ocuparon el poder inmediatamente desplies de
-la revolucionde seti~mbre, y á los que, segun su opinion,


. nose podia negar la gloria de haberla iniciado y haber




sido los que habian dado el primer paso, facilitando el ca-
mino, hasta entonces penosísimo y lleno de abrojos, para
el advenimiento de la república en España.


¡Horrible sarcasmo!
¡Decir esto de aquellos hombres que tantos atropellos


cometieron!
.


Sin embargo,en boca del referido jóven eran disc"ulpa-
das sus palabras; llevaba un apellido muy identificado con
a.quella situacion y se hallaba 8Il el imprescindible deber
de defenderlo; por lo -demás, hablaba de buena fé y sin
acrimonía, ni pasion ,condiciones de que por completo ca-
recia 'el que acababa de abandonar el campo, ó lo que es lo
mismo, la. mesa en que se hallaban sus amigos: Felip8
tomó nuevamente ~a palabra .




NACIONAL. 89
< -Sentiria molestaros, . dijo, pero me es muy sen~ible


. I .


haber de callar cuando la justicia y la razon están de nueS-
tra parte; cuando tan victoriosamente pueden combatirse
errores que creo hijos de la ~lucinacion, 6 de las simpatías,
mas bien que de la mala fé.


-Habla, habla, digeron todos sus amigos demostrand()
gran interés.


Verdad es que F~lipe tenia un especial talento como
< narrador y se le escuchaba siempre con gusto.


-Pues bien, hablaré; quiere decir que si al otro le he-
mos hecho batir en retirada, á éste, que es "Gn buen mu-
chacho, procuraremos convencerlo y traerlo a:l buen camin?


Nadie mejor que Moja y Bolivar ha hecho la verdadera
apología de aquellos hombres áe órden y de sus armonías re ...
'Dolucionarias.


Pedir la ruina de lo existente, ha dicho, y meditar en
su conservacion; atacar las institueiones y espulsar las
personas; prometer economías y crear gastos; transigir con
las exigencias y negarse á su cumplimiento; marchar con
la opinion p3.ra oponerse luego á su marcha; coronarse de
lau:eles y coronar con espinas; tomar el timon de la nave
.y estrellarla contra las rocas.... ¿En esto estriba la honra
de la revolucion~


Coadyuvar á que la tiranía se vaya á paso de carga y
hacerla vol ver por tren exprdss;' dar vi vas á las ideas y
mueras á-los que las sustentan; pedir la abolicion de las
injusticias para trabajar por la abolicion de los derechos;
escamotear y no da.r; burlarse del que pide y ametrallar al
que reclama. ¡Esto es horrible!


Todos somos libres, 'digeron los libertadores, y el aIllo
aherroja al esclavo.




.90 LA. SOBERANÍA


Todos somos igu.ales, y el fuerte oprime al débil.
Todos marchamos unidos y un abismo separa á los de


arriba de los de abajo. : '
Todos somos herm~nos, y Caín mata á Abel.
Dar' vida á la libertad para decretar su muerte; enseñar


el cielo y empujar hácia el infierno; economizar la sangre
espurea para derramar la noble; contra el derecho de peti-
cion silencio; contra las ideas bayonetas; contra la mirada
suplicante la despreciativa; contra las lágrimas y los la- .
mentos risas, banquetes y toda clase de excesos.
, . Tal es el retrato fotografiado de aquel gobierno, que,


'. mas que ningun otro, cometió violencias sin húmero, atro-
pellos sin cuento, asesinatos y fusilamientos que no, pueden
olvidar~e nunca .


. Aquellas violencias, aquellos atropellos, no pueden tener
justificacion ni perdon; mucho menos en una época y en
circunstancias tales que debia presumirse habia llegado
para este desdichado pais una era de justicia, de moralidad,
de .respiro y de bienestar, principalmente para los oprimidos
pechos ·liberales.


.


Derrocado el trono del último Borbon, alzada la enseña
nobilísima de la España con h('nra, ocupando el poder los'
mismos hombres 'que habian sufrido toda clase de -vejáme-
nes, destierrros y persecuciones, era lógico, era de presu-
mir que habrian aprendido en la desgracia lo que pueden
esperar los déspotas y los ~iranos en un plazo mas 6 menos
br-eve, y abstenerse y huir de una senda tan fatal.


Era de calcular que no se derramaria mas sangre.
Debia creerse que, léjos de esto, las antiguas heridas


serian cicatrizadas.
y sin embargo ¡cuánta y cuánta se dertam6 por aquel




NACIONAL. 91
gobierno que, haciendo traicion á 'sus antecedentes,: olvi-
dando que todo lo debia al generoso pueblo, desconocieiido
la alta mision q ne le estaba encomendada, no soló' rasgó
de una pluinada el título primero de la Constitucion, sino
que asestando las bocas de sus cañones al pecho de sus
propios. hermanos, derramó su sangre, barrió con la metra-
lla los campos y las calles de ciudades tan importantes como
Cádiz y Alicante, Valencia y Andalucía, las cuales dieron
el grito de rebelion contra un gobierno tan reaccionario
como el anterior, y c~ando ya nuestra causa se habia per-
dido en Cataluña, que fué la primera en iniciar el movi-
miento de acciono


Este, pala justificar semejante atentado, tan inÍcrta
violacion de todos los derechos, tantas atrocidades en fin
como presenciamos, en bien corto espacio de' tiempo, buscó
pretesto en un delito comun, aislado, parcial; el del asesi-
nato del secretario del gobierno civil de Tarragona, cuya
responsabilidad quiso arrojar el ministerio Sagasta sobre la
frente del partido republicano.


Los diputados que se honraban con este título y que se-
hallaban por aquel entonces en Madrid, se apresuraron á
protestar contra calumnia tan grosera.


El partido republicano, unánime, reprobó en todos sus
clubs, en todos sus periódicos, aquel atentado contrario á
sus doctrinas, y opuesto á su conducta; crímen aiolado que
no puede manchar la limpia historia de un partido, el cual,
en todo tiempo, predicó la inviolabilidad de la vida huma·
na, é intervino con su autoridad y su prestigio para evitar
la efusion de sangre.


En la referida protesta descollaban algunos párrafos,
admirablemente escritos y que hacian la verdadera apolo-


TOMO l. 21




92 LA. SOBERANIA
-


gía de aquel gobierno que tan mal correspondió á las espe-
ranzas que de,él se concibieron en un principio .


. «Desde el dia en que el cód~go. fundamental se promul-
gó, decían los diputados, traInóse contra él una conjura-
cion en el gobierno,conjuracion que comenzó por adulte-
rarlo ·aca bando por destruirlo. ,


,) Varios gobernadores, contrariando el espíritu y des-
conociendo la letra de la Constitucion, declararon el códi-
go fundamental indiscutible.


»El ministro de la gobernacion prohibió los lemas
. I


escritos en las banderas y los vivas con que, en todo tiem-
po ,ha espresado el pueblo sus votos y revelado su con-
eianciª,.
, ,»:tJna lllcha oontínua se empeñó, entre el pueblo que se


creia amparado en la manifestacion pacífica de sus opinio-
nespor la constitucion, y el gobierno que legislaba y aun
perseguia tales manifestaciones por medio de sus agentes.


»Impone, con audacia sin ejemplo, su autoridad admi-
nistrativa sobre la nacion, su policía sobre los legisladores,
su capricho sobre aquellas facultades primordialessuperio-
res á todas las leyes y que,á títulQ de código fundamental
de la naturaleza humana, habian pasado á ser, por el voto
de la revolucion, sancionado en las córtes, fundamento de
la socieq.ad democrática, levantada sobre las ruinas de las
instituciones monárquicas que por tanto tiempo oprimieron
ó degradaron al pueblo.})


L9 que aquellos dignos representantes no pudieron
creer, ni imaginar siquiera, y·~sí lo consignaron en aque-
lla noble protesta, fué que el gobierno llevase su demencia
reaccionaria hasta el estremo de imputar al partido repu-.
blicano el asesinato cometido en Búrgos y fundar sobre tan




NACIONAL. 93


calumniosa imputacion la méngua política que atentaba á
todos los de rechos de aquel.


Levantóse el pueblo en armas· contra un gobierno que
tan mal üorrespondia á los deberes que sehabia impuesto
un año antes.


El pronuncicmiento civil de 1869, al grito de la Repú-
blica Democrática Federal, no tiene ejemplo en España, ni
en ningun otro pais q.e Europa.


Grande fUé, impon~nte, imposible al parecer de que pu-
diera sofocarse, y, sin embargo, el resultado fué la derrota
de los republicanos y el triunfo completo del gobierno.


¿Cómo ·pudo suceder así'?
La causa principal estuvo, segun con gran juicio indica


nuestro correligionario Altadill, en la obra titulada La mo-
narqu.ia sin monarca, en la pugna del espíritu· conservador
y el espíritu revolucionario, dentro del mismo partido re-
publicano.


¡Fatal division! ¡error funesto cuyas consecuencias se
esperimentaron muy en breve!


Las pequeñas causas producen á veces grandes efectos;
quizá la conducta de un solo hombre fué como el primer
eslabon de la cadena de males que sucesivamente ha ve-
nido esperimentando despues tú do el partido republicano.


Permitidme tributar aquí un doloroso recuerdo de cari-
ñó á una de las ilustres víctimas sacrificadas en aquella
época, que aunque muchas fueron las que aquel ministerio
6 sus agentes inmolaron,· con inaudita barbarie, no todos
alcanzaron el triste pri\rilegio de hacerse notables yalcan-
zar por su hetoismo, con la palma del· martirio, una fama
imperecedera.


Me refiero á nuestro desgraciado y malogrado amigo,




;94 , lA SOBERANÍA


Froilan Carvajal; aquel infatigable republicano que sacri-
• fic6 todos los instantes de su vida, desde que tuvo uso de


razon, á la defensa de una idea por la cual habia combati-
do siempre.


No pienso relataros en este momento su historia, sus
padecimientos, SUS martirios y su desastroso fin,. porque
seria quitar el interés á cierta página de ciertas memorias
que muchos de vosotros habeis de oir despues, como 'Os es~
táprometido.


Felipe, al decir esto, dirigió- una mirada de inteligen-
.cia á algunos de los que le rodeaban.


Positivamente entre 'ellos habian muchos que perteu-e-
,cian á la lójia masónica de que él era hermano, y compren-
,dieron perfectamente que Felipe hacia alusion á las me-
mprias del difunt? don Antonio, cuya lectura estaba apla-
zada.


Felipe continuó:
.


-A Oarvajal, señores, yo le amaba mas que como ami·
go, con e~ fraternal cariño de un hermano ..


Verdad es que por su carácter, por su nobleza, por las
relevantes prendas que le adornaban, era querido de cuan-
tos le conocian. y trataban.


Pero dejando por el m~mento la cuestion del malogra-
dóFroilan, pues rp.as tarde tendremos ocasio,h de ocuparnos
de él y volviendo á la de las comparaciones, podrá nadie
negarme que no puede haber, que no ,existe en el mundo
un pueblo tan no~le y tan sufrido' como el nuestro? ¿qué
pueblo cambia de repente,. de institu~iones tan tranquila y
sosegadamente como nosótros, demostrando al mundo, eo-
mo dice El Gil Bias, nuestra sensatez y cordura?


Criminal es por demás se nos inj urie villanamente con




NACIONAL. 95
sospechas y'con ca1!lmniaS" que el pueblo no ha pensado
siquiera intent~r.


-A propósito; dijo uno de-los jóvenes que en la mesa
estaba y que sin embargo de prestar atencion al discurso de
Felipe, no por esto dejaba de reco~rer con la vista las co-
lumnas de un periódico ilustrado que tenia en la mano;
permítame que te interrumpa porque viene perfectamente
con lo que acabas de decir, las breves líneas de este perió-
co francés, a.l cual, mejor que á ningun otro puede aplicar.
se el epíteto de calumniador y de criminal. En él, señores,
se nos insulta, se falta á la verdad de una manera indigna.


-A ver, á ver, diieron todos con vivo interés.
-Lée, pues, añadió Felipe.
E~ jóven que tenia el periódico en la mano leyó lo que


.


sIgue.
«(1) Las noticias que, con la mayor irregularidad, con-


tinuan llegando del otro lado del Pirineo, nos pintan 'con
los mas sombríos colores la situacion del gobierno de aquel
pais (España). La anarquía es general, y bandas armadas
recorren impunemente y sin que nadie las moleste, todas las
provincias, ejerciendo todo género de escesos y atropellos.
La insubordinacion de las tropas ha llegado á su colmo; los
soldados del ejército español se niegan á reconocer, y á
ebedecer á sus gefes; el efectivo del mismo, en el Norte, ha
quedado reducido á casi la mitad y los carlistas van ga-
nando cada dia mas terreno. Para combatir este creciente
progreso, al gobierno de la república no se le ha ocurrido
otr-a cosa mejor, que organizar en cuerpos francos cuarenta
y cinco mil voluntarios, que no llegarán á reclutar segu:-


- C) L' lllustration.-Samedi.-8, Mars.-18i3.




96 LA SOliERAN lA
ramente, pero, aunque así fuera, su, presencia sobre el tea-
tro de la insurreccion, no hará otra cosa que entorpecer los
movimiep..tos del ejército regular, acabando de desmorali-
zarlo por completo. '


» Impotente para mantener el órden en el pais, el go-
bierno de la república española vé· cada dia am~nguarse
su autoridad, puesta ya en cuestion, hasta en el seno mis-
mo de la Asamblea nacional, ante la que acaba de propo-
ner la disolucion de la misma.


» En la sesion del dia 4 del corriente, el señor Figueras
ha leido un proyecto de ley ,convocando á los electores pa-
ra el primero de Abril, y fijando las elecciones para el pri-
mero de Mayo.)


. ,


Todos los jóvenes prorrumpieron en un grito de indig-
nacion.


Parecia increible que tan descaradamente se mintiera y
se desfiguraran los hechos por un periódico de cierta im-
portancia y procedente de una nacion amiga que 'se rije·por
una forma de gobierno llamado republicano!


Felipe, al ver la exaltacion de sus amigos, se sonrió y
procuró calmarlos.


·-Qué estraño tiene que allende el Pirineo se juzgue 'y
se escriba en esa forma, cuando entre nosotros mismos, la
pasion nos ciega á veces de tal manera, que negamos y dis-
put~mos las cosas mas evidentes'? Sin ir mas léjos ¿,quereis
una prueba'? pues aquí teneis dos periódicos llegados hoy
de Barcelona; edicion de la mañana el uno, edicion de la
tarde el otro.


Todos sabeis que el ilustre .presidente del Poder Ejecu-




NACIONAL. 97
tivo, Sr. Figueras, se halla' en Barcelona y que el entu-
siasta recibimiento que allí se le' ha hecho escede á toda
ponderacion.


Pues bien; uno de estos periódicos, que por cierto, no
debe abrigar grandes simpatías por lo existente, y mucho
menos por los hombres que han tenido la abnegacion de
sacrificarse, aceptando la pesada carga del gobierno en tan
críticas como espInosas circunstancias, dice en uno de sus
números: que «(habiendo asistido el presidente del Poder Efecu-
ti'Vo á la fruncíon que en el gran teatro del Liceo se dió en su
obsequio la noche del tantos ... contra lo que era de esperar, la
concurrencia fue muy escasa. »


Otro periódico, volviendo sin duda por los fueros de la
verdad y de la justicia, hace ver á su colega la inexactitud
cometida, puesto que, aunque así estaba anunciado, las
graves y perentorias ocupaciones del Sr. Figueras no le
permitieron asistir á la representacion de 1 Puritani,. que
era la ópera que se ejecutó aquella noche, ,lo cual no impí·
dió que el teatro estuviese completamente lleno, por un
público, que déseaba ver y aproximarse al que, por tantos
títulos, es digno de consideracion y aprecio.


Los amigos de Felipe no pudieron menos de prorrum-
pir en una carcaj ada.


La leccion del uno al otro periódico no podía ser mas
severa ni mas justa.


Positivamente, visto esto, y como esto tantas otras co-
sas de mayor importancia, nada debe estrañarnos que nues··
tros vecinos mientan y nos calumnien cuando nosotros mis-


I •


mos procuramos engañarnos y nos m~ntImos á cada paso.
De pronto, una confusa gritería llegó hasta la sala del


café donde se encontraban Felipe y sus amigos.




98 LA. SOBERA.NÍA
Las voces provenian de la Oarrera de S. GerÓnimo.


-Felipe y los demás jóvenes abandonaron la mesa para
sa1ir á la puerta y enterarse de lo que pasaba.


Eran alegres grupos, en ademan pacífico, con banderas
y estandartes de todos colores y con inscripciones mas ó
·menos acentuadas, que subían de !a plaza de las OQrtes con
direccion á la puerta del Sol.


Los gritos eran de entusiasmo, de alegría.
Todo eran vívas, pero ningun muera.
De pronto, Felipe frunció el ceño y comenzó á mirar con


mayor insistencia é interés hácia uno de los grupos, donde
sobresalia un individuo que era el que mas gritaba y mas
gesticulaba, demostrando un frenético entusiasmo..


Llevaba cügido del brazo. á un soldado., que habiendo
..


abandonado el ros, ostentaba en su lugar el gürrü frijio.
Ambos gritaban desaforadamente ¡ viva la libertad!. ..


jviva la república federalL .. y todos los demás les hacían
coro.


En los momentos en que no gritaban, el paisano habla-
ba alüído al militar y éste se encojia de hombros como
el que está convencido á medias de lo que se le dice, se le
aconseja, ó se le exige.


Al pasar el grupo pür la esquina de la calle de la Vi-
toria, Felipe, que permanecía en la puerta del café, vülvió


.á mirar con mas detencion y ya no pudo. dudar .
. Oono.cia perfectamente al mas ardiente patriüta del


grupo..
Pero no deberia merecerle gran confianza su entusiasmo


cuando dejando á su,s amigos, hasta sin despedirse de ellos,
di~ un salto y repartieI!do codazos y empujones á la, api-
ñada multitud que le obstruia el paso, pugnaba pür aproxi-




NACIONAL. , 99 ~


marsa al ,grupo ~ndicado, el .c1).&l, por efecto de aqll.:~l es-
'p~cie' de oleage de humana carne c:tda vez se aleJal,>amas
de su ,alcance.


-Ah: bribon, esclamaba Felipe, apretando los pnij.ps,
como te llegue á pillar yo teaju~taré: las cuentas: viyeel
cielo q r:.e ya le habia olvidado!.... Este infame, se propone
'sin duda de este modo salvar la. ~esponsabilidad que: pesa
<sobre él y eludir el castigo que merece, .;por tan~.os desm~­
nes y desafueros 'Como ha cometido en el de$,empe.ño de
su odioso destino... Per9 yo le juro que no se rei~á'~e la
gracia... . . :


El lector· ya habrá ct;)J1ocido que el patriota improvisado,
no era otro que el inspector Lonez, el ,audaz y gr:osero:.p~i·
~onte .. ·: que se pelimitió, .insult~,en$u l~ho de muert~ al
anciano don Antonio, yha&ta':reql;lerir~q~r . " r~~ . affi-
jida y honradísima. hij a. '. ;, ,: . ~; ~


El inspector Lopez, que segun lu~ ~,el'iguó tE. ·pe
f:e. ,. ~


por el mismo Gobernador, que lo era en ~~ . r.t:í;¡. en-~~c· (.,\~-:.
tos un cumplidísimo caballero, incapaz de a U\, i aun
consentir el mas mínimo atropello, habia obrado por
cuenta propia, sin órdenes de nadie y únicamente por ver
si consentia doblegar la noble altivez, la inmaculada honra
de la pobFe niña.


El señor Lopez, que desde que vió el pleito mal parado
abandonó las oficinas del gobierno y las insignias de su
cargo, se hizo furibundo republicano, y se dedicó con de-'
cidido empeño á seducir soldados, predicándoles la insobor-
dinacion y la desobediencia.


En esto llevaba su plan.
y además de llevarlo pór cuenta propia, era de presu-


/


mir que obra1)a tambien ... por cuenta agana.
TOllO l.




" 100 LA. SOBErtANIA. NACIONAL.


Era raro que desde aquella mañana se le hubiera visto
-gastar y triunfar' en los andaluces de la calle de Sevilla y
en los cafés, con una respetable cantidad de -oro en los bol-
sillos, cuando hasta entonces; su escaso sueldo apenas le
habia bastado para sus necesidades mas preciosas y sus vi·
cíos que' no eran 'pocos.
- Todase~iasnoticia:s fueron adquiridas por Felipe de


uno de sus 'dependientes, con 'el cual tropezó, cuando en
persécl1cion de Lopez corria. -


, 'A éste no le pudo dar alcance, porque al llegar el gru-
po frente á la calle de Carretas, el antiguo inspector volvió'
casualmeIite la cabeza, por casllalidad tambíen, su mirada
se encontró con la'de:F61ipe y comprendiendo algo de lo
que su antiguo ,gefe' intentaba se escabuLló entre ea: gentio
sin, que 'aquelplHllege ya da.r con :él.


Hn tanto el pueblo gritaba sin cesar iviva la 1ibertad!
¡viva la j'epública federal!




"" i


¡.,:


CAPIT:ULO IV J


La libertad.


¡Libertad! palabr~ m,ágiQa, qv,e ®nmn~ye, que ~~duce,.
-que: ele(}triz,a,. que hace ,f~~rte al ¡d~bil, :val~~~te _~ c,ob~r4~;,
arrojado al pusilánime; capaz por. si sola de' pro~ucir " las
mas nobles, las mas grandes, la~ :m.a.s generosas ac<?ione~:!


. Pero saben todos los que la invoc~n, los que laprpcla:-
man, los que de ella s~ valen, algunas; veces por, <l.esgra~~
-Con aviesos fines, lo que significa, lo que merec~ áyJo que
obliga'?'


Positivamente nó.
Escuchad como la define el ilustre Emilio. Castelar; e,~ ;


fig,ura la nlas siro páti ca del part~do ji ese gig~Ilrte de l~ e~o ~ .
cuencia, ese hombre áq uien.la na tu.raI6~a h~ .do~ado po~~l ,
envidiable privilegio de encantar, 'de, seducir'Jde arreba~~r:.'
con 'la palabra hasta á sus propios ad"Yie;J;sarios·Pf?lítioo.s .. "11 ,


En; medio de este contín,uo o~e.aje de jdeas, ' ~~ ~echq~j);
, , • ,.¡.


de grandes revoluciones y reacciones que agita al Eliglo
XIX, cuya vida parece sobradamente activa, existe ~n prin-


• .'. ; '. ~:.." .L .~.' ~ . • •




102 LA SOBERANÍA
cipio, una idea que todos invocan, aun sus mas ardientes.


, '


enemigos: la libertad. (1) Por ella el hombre se siente ma-
yor, y toda la fuerza de su naturaleza moral se reyela cla-
ramente á su conciencia; por ella se reconoce causa y agen-


o '. {,.. I .


te en el Univer~o;, y estáb1ecetodas las relaciones de su
espíritu. El hombre, al decir «siento,» afirma que existe
un mundo de hechos á su alrededor; al decir «pienso, » afir-
ma que existe un mundo de ideas sobre su frente; pero al
decir «quiero,) solo afirma y solo encuentra su propia exis-
tencia.


La sensibilidad, el pensamiento, son facultades de 1'e-
lacion, lazos que unen al hombre con la Naturaleza, con
esa patria que tiene en el tiempo y con el Cielo, con esa
ótra patria que tiene en la eternidad. Pero la libertad, el
dér~cho"dé; caú~r' :tb<fas §~úf: obras; todas sus "acCiones~ la
lib~ríaa';'medíantela 'cÍ1~l !determina su sér á producirse;
la Iioertatl' 'esla 'sústancia de su naturaleza, el alma de su
altha:' 'Todas las grandes' concepciones del hombre, sin eS8·
principid,' serian mentirarsueños,' nada; y toda institucion.
política, social y religiosa, sin ese firme asiento ,seria una
liOrr'ible'injusticia. ; " '. ','


Borrad la libertad en el hombre, y ved si es dable com-
prender la justicia, el gobierno, la sociedad, la religion, el
arté., S{lá'li1'>ettad' nÓ"éxisÍiera; si el hombre fueseesclavo
de la Natbr'a:lézaó del destino, ¿en nombré 'de qué';princi~.
pio l~ eiigiriala religion,sh;responsabilidad moral, y laso-
ciedad~ su' reSponsabilidad 'ante la ley? Su'prirnid ese' prin ..
cipiO'/,jf s'e árruihai'íari:lós templos, y arrui~arian loS tri-o
buiüiles; j ila ley :móraly laileypolítica' serian vergOE.zosas


.. ,


," ~. -: - -~ ~ ;' ¡ : "


j


O) Enciclopedia Republicana.




NACIONAL. 103
cadenas arra~tradas pQr 'un esclavo. Nada hay, pues, tan
verdadero, tan fuera de duda, tan arraigado en nuestra.:
cOílciencia y en nuestra naturaleza como ese principio de
libertad" que es el brillante norte de toda nuestra vida.


Por eso, sin duda, las generaoiones en sus peregrina.,..
ciones por la tierra, han buscado la libertad; por eso la his-
toria está llena de guerras tremendas, las ciencias de aspi-
raciones generosas, encaminadas todas á buscar esa ley
misteriosa de nuestro sér, que se' llama libertad. Palabra
divina, que 'conmueve el corazon y cautiya la inteligencia,
ha poblado ,de artistas, de héroes,de mártires la tierra, ha
inspirado generosos sacrificios; palabra que centellea en la
frente de los poetas, ctland'o abr~n las alas de su imagina-.
cion; que .... inunda de luz el alma del filósofo cuando sear-
roba en contemplár la verdad.; palabra:qne pronunciaban
los que morian por la patria'en las:'Termópilas, ylos que
morian -por Dios en los circos tomanos,; y Losqu~ ,morian
por la Humanidad en las grandes prjmeras 'guerras de
nuestro siglo; palabra que' está escrita al frente de nuestros
Códigos, en el libro de nuestras Constituciones, que está
grabada indeleblemente on nuestra conciencia; palabra por
la cual se 'han sacrificado infinitas generaciones, y que re-
suena como un eco' sin fin., desde las primeras hasta las
últimas páginas de la hum:ana'historia~,


Así, no ha dado el hombre un paso en el progreso que
no 1e1 hay~ conducido en la 'libertad,:y -no ha crecidQ su
libertad sino para acercarse á'Dios. Examínese toda la Ris-
ioria, y :s~ encontrará"que; desde el principio de :los tiem-
pO-s, todos 'los:'esftler~os del hom.bre, ,todos 'sus grandes mo~:
vimientosry' . todas las revolueioriesque h~n agitado e!'
mundo moral, tan pasmosas éomo 'las grandes catástrofes '




104 LA SOBERANIA
del mundo físico, h~ contribuido á exaltar aJ hombre á su
libertad, restaurando en su conciencia la imágen perdi.da
de Dios. Desd~ el hombre de los primeros tiempos históri-
cos] anegado en la naturaleza, envuelta en el seno del
panteismo materialista, adorando sus propias sensaciones,
aplastado. bajo la. inmensa. pesadumbre de las :Cf\stas que
oprimian su voluntad y su conciencia, hasta el hombre de
nuestros dias, sujeto á la ley, libre, en su pensamiento,
dueño de sus 'acciones, interviniendo en la sociedad yen el
gobierno, media un abismo que haL llenado mares de san-
gre, infinitas genetacione.s de mártires. Toda la historia del
mundo es la historiada los esfuerzos hechos por el hombre
para alcanzar su libertad y realizarla cumplidamente en


I


el espacio.
En: la Histor~a .. _moderna. desciende el eristianismo.del


cielo á dar al hombre la conciencia de la libertad, y vienen
nuevos pueblos, nuevas tríbus) nuevos hombres, en quie-
nes se encarnó esa idea. Al lado del castillo feudal, qu,e·
bosqoejabala primera imágen de la personalidad, nació: el
municipio, que levantaba generaciones enteras de esclavos
al goce de la vida. Y todas cuantas instituciones se crearon
por el progreso de los tiempos.y por los esfuerzos de los
hombres, ,todas vinieron á aumentar la personalidad hu-
mana y á añadir nuevos diamantes á la corona de sus de ...
'rechos.


Llegaron ·los tiempos modernos;. el mundo .se~i.t6 d~
manera" qll:e muchos creian oirJahOl'a del desquiciamientQ
universal; y.siu,embargo, delfo~do de aquellas tempesta-
des . revolucionarias, que- pare~iande~tinadas \ á sacar la,
Tierra de su eje, sa\ió el hombre mas fuerte y una socie-
dad mas, libre y mas justa •. ¿Quién no admite hoy la igual-




XAClONAL. 105
dad civil'? ~Quién no quiere la inviolabilidad del hogf\r'
doméstico? ~Quién no suspira por la libertad política'?
Hasta los mismos que la denuestan 'la ejercen, probando
con este ejercicio la libertad, como el filósofo a;;'tiguo pro-
baba, moviéndose, la ·necesidad del movimiento.


Pero la verdad es, que la angustia producida por estos
tiempos de sacudimientos y deesplosiones no ha concluido
todavía. En todos los puntos del horizonte se hallan signos
q oe dicen á los hombres que el cielo está cargado de tor-
m~ntas, y en todo el espacio hay ruinas que les enseñan
que la tierra que pisan está atórmentada por-el hervor de
grandes volcanes. Es nuestra época, una de esas· épocas tris-
tísimas, angustiosas, en que el hombre y el mundo oscilan
entre dos. principios; 'época en que la duda se apodera de
las 'Íntelig~ci8.S y 'la incertidumbre Teina en los corazones.
Tod~s los caraetéres' d's ,esta época Son' los :grandes 'caracté ...
res de una época de transicion. Lo mismo sucedia eh el
siglo v, cuando el mundo, empujado por las ráfagas de una
tempestad desoladora, gigantesca, abandonaba las rientes
riberas del paganismo; lo mismo sucedía ·en el siglo VllI,
cuando, al calor de un nuevo espíritu, surgia el feudalismo;
lo mismo en el siglo xv, cuando el mundo pasaba de la
Edad Media á la Edad ~foderna, y del cao~ feudal á las mo·
narquias de derechodivino~ El mundo no encontrará su'
base sino cuando la ti bertad se enca-rue en todas las insti-
tuciones' ,se muestre en todas sus fases y se desarrolle 16-
gicamente, sÍn encontrar ,esos grandes 'obstáculos que im-
piden su natural crecimiento, y que, tarde 6 temprano,
siendo coniO son causa perma:uante de desórden, arrojen la
electricidad de nuevas tempestades en los aires. '


La sociedad debe s;j¡empre estar en 'armonía con el hom-




106 LA SOBERANrA
bre; y como el hombre es naturalmente libre., la, sociedad
debe fundamentarse en la libertad. Las, leyes de nuestro
pensamiento son tan reales, tan verdaderas, como las leyes
con que Dios ha enla7.ado y unido y dado su armonía á toda
la Naturaleza, á-todos los mundos. Así como al hombre no
le es dado trastornar la Naturaleza- ni suS eternas leves.


. & f


así tampoco le' es dado fundar la sociedad, una sociedad
durable,: una sociedad justa, fuera de las leyes dela huma-
nidad.


Por 'es{), mientras las naciones no se levanten en la.ver-
dad9ra idea, acorde con la'Natur~leza humana, en la id'ea
de su libertad, andan solicitadas por diversos movimientos,
trabajadas por cOl).tínuos :dolores;, como el.cuerpo que ha
sido arrancado á' su. ,centro de' gravedad oscila' l' tiembla
hasta qpeencaja~dent~o de lá ley de su :p.aturaleza. La li-
bertad, pUéS, la libertad allegada á tanta costa,' esa nocion,
clarísima de nuestros principios,es.e instrumento poderoso
de nuestro destino, ese cincel que Dios nos bá dado para
perfeccionar en nosotros su imág:Bn; la libertad, tan fecun-
da en grandes bienes, puede resolver en :armoníás todas las
oposiciones históricas que tr.astanto, tiempo martirizan á
la sociedad y al homb:re., Porque la verdad es.que, cuando
todas, las neceSidades sociales se manifiestan á la clara, luz
del día; cuando todas las aspiraciones encuentran un. cauce
por donde correr, léjos de trastornar la sociedad,. le darán
todo lo que en sí tengan de justas y de .. verdaderas y de
grande,s,al paso que·lainjusticia morirá por sí misma con
golomó~tral' su dolorosa fecundidad por el mal.


i Dichosos.]QS pueblos donde el pensamiento es libre,
donde la leyes la norma á ;que todos se suj etan, donde el
hogar "doméstico está guardado como un santuario, donde




NAClO~AL. 107
el hombre encuentra todas las esferas de la vida abiertas á
su poderosa' actividad, donde los derechos fundamentales,
esas condiciones precisas de nuestra existencia moral,' es~
tán garantidas, y son tan firmes como nuestro planeta, y
se consid.eran tan necesarias á la vida como la atmósfera!


El mal mas grave q ne tiene esta nuestra edad, tan en..;
ferma, es á todas'luces que, confundiendo tod:J.s las nocio-
nes, se ha dado en llamar por los partidos medios libertad á
lo que es privilegio. Así los pueblos, cuando ven que esa
libertad privilegiada solo les dá trastornos por un lado, y
desconcierto y opresion por otro, cuando no tienen concien-
cia de su grandeza, suelen volver los ojos entristecidos á la
dictadura ó al despotismo.


Es necesario, pues, que todos contribuyamos á realizar
el gran ideal de nuestro siglo. Nuestra sociedad tiende,
'por' leyes propias de' su naturaleza; por el poderoso impul-
so de sus propios movimientos, á estender la libertad sobre
todos los hombres, para que sea como ese azul espacio que
Dios en su justicia estendió sobre todas las frentes, como el
sol que todo lo fecunda y lo ilumina. La libertad, que mo-
ráliza á los individuos, tambien moraliza á los pueblos.
Por eso nosotros creemos que solo son pueblos dignos de
este nombre los pueblos libres.


, La libertad, que inspira. grandes, pensamientos, que
fo'rtifica nuestro sér, que tiene tesoros inmensos, esa Uber-
tad tan fecunda en el mundo 'moral como la vida que cir-
culá por la Naturaleza; la libertad, que hace del hombre el
rey de todos los séres creados, puede tornar estas ráfagas
que agitan' y trastornan el mundo, en bla'ndas auras qu~
nos impulsen suavemente' á la realizacidn del ideal humano
en la tierra.


TOMO l. 23




108 LA. SOBERANA
Pero., fUerza es decirlo.: la libertad no. ha sido. cDmpren-


dida, no ha sido. alcanzada, no. ya co.mo.. ,derecho ó co.mo
institucio.n sDcial, como.. idea, hasta nuestro~ tiempo.s. Véase
sino. el libro de la histDria, y se comprenderá que la liber-
tad ha sido. el dogal CDn que el fuerte, el poderDsD, ha Dpri·
mido. al débil, al humilde. En elo.scurD fDndD de . las pri-
mitivas so.ciedades no. habia libertad sino. para eLsacerdo.te.
El que velaba al pié del altar de lo.s grDserDS primitivos
diDses,' ese tenia co.nciencia, vDluntad, razono Lo.s demás
hDmbres, sDmetido.s á su dDminiD, eran co.mD las gradas de
su tro.no." co.mo. las piedras inertes y frias de RU altar. Des-
pues, .el do.minio. de la so.ciedad pasó de lo.s sacerdo.tes á lDS
guerrero.s; el que habia fo.rjado. una espada, el que habia
conseguido. mas victorias, el que habia esterminado' mas
ejércitDs, ese: era hDmhre; los demás-que le rodeaban eran
sus instrumentos de muerte, eran co.mo. su lanza, CDmo. su
escudo., co.mo. su caballo.. Viniero.n o.tro.s tiempDs, amaneció
o.tro. dia en el ho.rizo.nte, y así co.mo. antes ID fuero.n tDdo.
ciertas clases so.ciales,despues lo. fué to.do. el Estado..


Ante esa deidad, que vivia devo.rando. y rumiando. á sus
hijos; desaparecia la cDnciencia, la vo.luntad, la razo.n del
ho.mbre~::EI 'Estado. envenenaba á Sócrates, abria las venas
á Séneca, crucificaba á Jesucristo. El Estado. dDminaba
desde. el seno. de la conciencia, último. refugio de la liber-
tad, hasta el seno del ho.gar dDméstico. Amaneció mas tarde
una luz' divina en el cielo, .. una nueva revelacion en el8fJ-
pírittidel hDmbre. La humanidad supo. cuál era su destino.
religiDsD, . cuál era la justicia divina. Esta justicia tenia
pDr base la libertad del hombre, SDlo por, ser hDmbre, y la
libertad tenia pOl'base la igualdad de tDdos ante DiDS. Mas
esta revelacion de la verdad no pasó de la esfera religiosa á
la esfera sDcial.




~ACIONAL. 109
El gran cataclismo del mundo antiguo; elnaoimiento


de una nueva edad; ia muerte de la religion de la natura ...
leza; la caida de tantos' dioses; -Ia rqina de tantas institu";
cion'es; la irrupcion general de pueblos bárbaros que cu-
brieron con sus bandas la tierra á manera de inmensa nube
de langostas; el dolor intentísimo que sentia en sus entra-
ñas la hu'manidad al producir un nuevo elemento social,
todo esto trajo consigo la inevitable necesidad del feuda-
lismo. Entonces solo hubo libertad para los señores yescla-
vitud para los demás hombres; El noble, es decir, el fuerte,
el poderoso, levantaba su vivienda, como el águila, allá en
el pico de las montañas; la fortalecia contra todo peligro;
la pohlaba de soldados; la aislaba con -fosos, con muros, con
rastrillos, y en su interior, apercibidos siempre, .caballo y
lanza' a lapelea~, 'vivia dictando leyes, recogiendo para sí
loS frutos del trabajo de sus ~ieÍ'vos,dominandosobre toda
la comarca con poder absoluto é incontrastable; 'de tal
suerte, que en mas estimaba sus ganados que sus vasallos.
Allí no habia mas hombre libre que el señor feudal. Es
verdad que al lado de] castillo se levantaba el municipio;
es verdad que el municipio escribia venerandos códigos y
forjaba derechos progresivos; es verdad que en esta suerte
de pequeñas repúblicas se conservaba el fuego sacro de la·
libertad; pero esta libertad era particular, prendida á la
tierra como la~ raíces de un árbol, encerrada. dentro de los
límites ,de un corto horizonte; libertad que hacia mas dura
y mas triste y mas penosa 'la condicion de los siervos
amarrados al pié del castillo feudal. Vino otra nueva edad:
los reyes, sobrep0I?-iéndose al feudalismo y al municipio,
destruyeron y enterraron la Edad :Media; eon una 'mano
rasgaban los fueros de los señores, con la otra los fueros de




110 LA. SOBERA~Ü.


los pueblos:; arruinaban los castillos y,arruinaban tambien
los ayuntamientos; hacían entrar todos los fuerosparticu-
lares, todas las libertades fraccionadas, todos los elementos
sóciales, todos los derechos y todas las tiranías bajo las pe-
sadas ruedas de su poder nivelador, de. su poder absoluto,
llegando así, socialmente, todos á la deshonrosa igualdad de
la servidumbre. El -noble fué criado del rey, el plebeyo
vasallo del rey. No hubo .mas quann hombre libre, el rey.


Mas cambiaron Jos tiempos. Aquella igualdad el\. la
servidumure era una gran enseñanza para los hombre$, y
adivinaron. que, así como eran iguales en la esclavit~d,
pod~an ser iguales en la libertad. Entonces el espíritu de
la revolacion traido en alas de la tempestad se apoderó del
hombre, . y agitándole yenfureciéndole corno el espiritu


, divino á la Pitonisa de Délfos, le inspiró el gran cántico
de la libertad, el Evangelio social, la declaracion de los
derechos del hombre. En la gran Revolucion francesa, en
aquel brillante Sinaí de las modernas ideas , cuando'la tem-
'pestad se desencadenaba sobre el mundo, ·cuando el ra:Yo
hervía sobre to(ias las ca.bezas, cuando iba á caer una lluvia
de sangre como nuevo bautismo de la humanidad regene-
rada, el.espíritu hum,a.no, hablando por boca de Francia,
arrojó en el llil1Iido.la. santa idea de la igualdad ciyil, de
la igualdad poHtiéa, de la verdadera libertad.


Mas sucedió con la Revolucion francesa loq1l8 antes
habia sucedido, con el Cristianismo. Como la verdad reli-
giosa. ,no pasó de la esfera divina, como no pasó de la con-
ciencia á la política, del mismo, modo la Revolucion fran-


.


ces~ no. pasó de los códigos civi!es á lós códigps políticos.
Bien: ,pronto la clase media, que se habia despertqdo al es-
truendo de la rev.olucion, la clase. media, que habia sido




t\ACIONAL. 111
la depositaria del poder en la Asamblea pon~tituyente; la
clase ,media, que habia acabado con las últimas sombras
del: feudalismo; la clase media, que habia uncido á su, carro
triunfal á los reyes, quiso alzarse con todo el poder, sin'
dar parte alguna al pueblo que la habia auxiliado en su
demanda con sus: ideas y con su sangre, La clase media,
menos gloriosa que la antigua aristocracia, nQ fué menos
injusta. Olvidó bien pronto que su frente habia estado ta-
ladra'da con el clavo de la servidumbre; que su hogar do-
méstico habia sido violado por la tiranía; que sus padres
habian regado de sudor y sangre la tierra para alimentar
á sus voraces señores; que su cuna era la misma cuna del
pueblo, el dolor y la servidumbre; y enriquecida con la
desmoralizacion, con los restos de la fortuna del clero y la
nobleza, y embriagada en el festin de.'~u victori~,yorgu ....
llosa como todos los vencedores, cayó ~n la injusticia, y
no sabiendo á qué precio vender la llbertad yel derecho,
los vendió vilmente por miserable oro. Sí, el privilegio
continuó, la libertad se fraccionó, la libertad se perdió, la
libertad no luce aun, nó, en Europa. Todos sois iguales
ante la ley; pero yo, que soy gobierno, dijo la clase media,.
nombraré los tribunales. Todos tienen opcion al derecho,;
pero solo el rico puede entrar en los comicios, sentarse en
]asCámaras. Todos po deis . publicar ·libremeIlte, vuestras


"-ideas; pero, á fin de probar la alteza de vue.sira' inteligen-
cia, es necesario que me mostreis oro, mucho oro. Sin di-
nero que os rescate de la servidumbre, no podeis ser.libres.
Todos sois iguales ante el impuesto; pero yo, clAse media,
que doy los diputados, los ministros, los empleados, los
alcaldes; yo, solamente yo, puedo yotarydistribu¡r los·
impuestos. La libertad, enianacion de Dios, ,.ciencia d~:1a




112 LA SOBllRANIA


naturaleza del 'hombre, : alma de su alma; la libertad, por
la cual se habiari' sacríficadotantasgeneracionesy habian
venido á la tierra tantas tempestades; la libertad, que el
Oriador repartió" igualmente' entre· todos los hora bres; la
libertad, quehabiasido sellada con divina sangre en el
altar delOalvario; la libertad fué vilmente veudida de
nUf3VO, vilmenteisacrificada, obligándola á llevar la coyun ..
da·'de la grosera materia bruta, cuando ha descendido pura
como el espíritu, inmortal como elhombre, y divina como
su origen, de los mismos cielos. '


Es necesario, pues, que la libertad sea verdad. Importa
poco que el poder esté en manos de uno~. ó en manos. de
muchos, si ese poder es tiránico e injusto. En materia de
tiranía' estaremos siempre por la mas sencilla, por ser la
menos gravosa~ Y todo pode~ que no se funda en la justi-
cia es tiránico; así como toda 'justicia que no· se funda en
la igualdad es abs urda y desmiente y contradice su propia
naturaleza.


,N osotros creem'Os que las sociedades no estarán organi-
zadas con arreglo al ideal de la verdadera· justicia,hasta
que no hayap. consagrado todas las libertades, y que todas
las libertades no, pueden existir sino 'basadas en su idea.
capital,en su idea madre, en la igualdad .. Por eso, no es
libertad la queso~o consiste en los privilegios de una aris-
tocracia, la que públicamente comer~ia con el derecho, y
lo tasa, aunque sea á vil precio.


Pero nosotros aun creemos mas; . conceded el derecho de'
sufragio universal á todo un pueblo, ceñidle la corona de
su fJoberanía, rodeadlo de todo el poder imaginable y deJad
á su libre arbitrio lajusticia, el déreoho, y habreisconsti~
tuido una tiranía aun mas 'temible que la tiranía de los




N_\CIO~AL 113
reyes, y habreis matado la libertad con muerte mas cel'tera
y mas dolorosa. N ó; la ~epública no quiere ninguna tira-
nía, no quiere ninguh despotismo, ni -el despotistllo de los
sacerdotes, niel de Los guerreros consagrados en Oriente,
~i el despotismo de 'la sociedad con sagrada en Grecia y
Roma, ni el despotismo feudal consagrado eu la Edad Me-
dia, ni mucho menos el despotismo de los reyes consagrado
en el Renacimiento, ni mucho .menos el despotismo del
pueblo, que quieren, con grave daño de la libertad, con-
sagrar ciertas escuela.s que se llaman á.sí mismas liberales
y progresivas.


N uestra fórmula es sencilla, es lógica: contra el derecho
DO hay derecho, ni en los monarcas, ni en las. Asambleas,
ni en los comicios donde se reune todo un pueblo. ¿Qué
me importa que me lo~<arranque un tirano, ó que me lo
arranque un pueblo'? Hay algo superior á todo poder, mas
alto que toda soberanía, mas fuerte que toda voluntad, mas
respetable que toda tradicion; y es la ley de la naturaleza
humana, grabada por Dios en mi conciencia con la misma
fuerza con que ha grabado la ley de la gra.vitacion univer-
sal en los cuerpos.celestes. Mi derecho es mi -vida, mi de-
recho es mi sér, el espíritu lo que el espacio es al·cuerpo.
y por eso, en una sociedad justa, todo poder, lláme.se·como
se quiera, todo poder habrá de respetar la conciencia, la
voluntad, la razon .del hombre encarnadas en grandes ins-
tituciones., como la prensa, ,el jurado, el sufragio univer-
sal. Y esta es la verdadera libertad; la. libertad qu~ no l~­
vanta: una elase sobre los hombros de otra clase; la libertad
que no preguuta1l1 hombre ni por su cun,a" ni por su or()-,
sabiendoqu8¡todo'hQmbre es hijo de,Dios,.y que el asiento
incontrastable del derecho es el alma; la libertad justa,




114 LA SOBERANÍA
que se manifiesta á todos igualmente', que se es tiende so-
bre' todos los hombres como lo's arreboles del cielo, como la
luz del soL


La libertad es unaé invisible: penetra toda el alma,
~omo el aire circunda todo el cuerpo. Si esclavizaisuna fa-
cultad del alma, si oprimís alguna de las manife~taciones
de nuestro sér; habéis esclavizado y oprimido todo el hom-
bre. 'Nada importa' que dejeis libre su voluntad si dejais
esclava su razon; la voluntad, sin la razon que la guie, se
déspeñará en los abismos como nave sin brújula ó sin pi-
loto. Pero nada importa que dejeis libre la razon si escla-
vizais la voluntad, porque la libert~d de la razon, sin la li-
bertad de la voluntad, será como un alma sin cuerpo, como
una idea sin forma, como un principio sin' consecuencias.
y no importa que liberteis la razon y la voluntad si -escla:'
vizais la conciencia; cualquiera que sea el altar donde se
sacrifique, la libertad se perderá en el vacío como la nube
d'e humo de los holocaustos i-'aganos. Nada importa, en fin,
que liberteis del yugo á una de las facultades humanas
sino las libertais á todas; porque será 'lo mismo que si li-
gais 'un miembro del cuerpo y lo separais del movimiento
de la vida y de la circulacion de la sangre; pronto vendrá
á entorpecerla vida de todo el cuerpo.


Cuanto mas' miramos esta teoría, cuanto mas la estu-
diamos, mas verdadero nos parece, como que es la conse-
cuencia 'social de toda la civilizacion presente. Mirad, si
nó, el movimiento de la historia moderna, yvereis como
esta misma verdad' que nosotros sustentamos en política se
reconoce en religion', en filosofía, en ciencias, en artes,' en


, códigos, en toda la gran evolucion dél pensamiento hu-
mano.




NACIONAL. 115
IJos pueblos antiguos tenían cada uno su religion pri-


vilegiada, su religion particular, su Dios que amaba á SU:
pueblo y aborrecia ~ los demás pueblos; que ofrecia una re-
compen~a á los sacerdotes y otra á los guer:eros; 'que guar-
daba un cielo para los libres y otro cielo distinto 'para los
esclavos; religion de privilegio que no murió hasta que
Jesucristo vino providencialmente á predicar un solo Dios
para toda la humanidad, padre de todos los hombres, justo,
igual para el pobre que para el rico; un Dios en cuya pre-
sencia no hay gerarquías sociales; un Dios que mira á cada
uno segun sus obras y nó segun su cuna; Dios justo, eter-
no ideal de la ci vilizacion moderna. Y esta es la democra-
cia religiosa.


y lo que sucedió primero con la religion, sucedió mas
tarde con la ciencia. Las escuelas filosóficas eran una aris-
tocracia científica. Se creia mas venerable el principio mas
antiguo. Aristóteles era un tirano que ungía con su óleo
todas las conciencias, y sol:> la razon por él ungida era una
razon Yerdaderament~ filosófica. La palabra del maestro
pasaba de genel'acion en generacion, aumentada) contra-
vertida, desfigurada, y la palabra del maestro era la única
autoridad de la ciencia. Para saber, lo que menos se nece-
sitaba era pensar; lo que mas se necesitaba era aprender.
La tradicion y la autoridad habian absorvido al único ins -
trumento de la ciencia, el raciocinio. Y un dia se levantó
un filósofo, y dijo:


«En la razon se encuentra la base de 10da la ciencia. »
y desde que este nuevo Sócrates apareció en la historja,


todo ha cambiado de rumbo, y el pensamiento humano ha
comprendido mas claramente su inmortal destino~ Y esta
~s la democracia filosófica.


,'01(0 l.




116 LA SOBERANIA
y 1,0 que sucedió con la filosofía, sucedió con las cien-


cias naturales, que, cuando un principio es verdadero,
llega hasta tocar la raíz misma de la .vida. Las hipótesis
tradioionales se enoadenaban unas OOIL otras de generaoion
en generaoion. Pero otro génio estraordinario, Baoon,
dijo:


<c.Es necesanio basar las ciencias físioas en el hombre, en
su obs.ervacion yen su esperienoia.~)


Y·desde entonces, las fuerzas del hombre se han centu-
plicado; su mirada se ha perdido en la inmensidad de los
espacios celestes y ha contado los astros; su pensamiento
enlaza en armonías unos séres con otros séres; sus fuer-
zas domeñan todos los elementos; su poder llega hasta
aproximar el rayo y esclavizar el vapor y la electri ~
cidad.


y esto mismo, en una palabra, ha sucedido en todas las
cienoias, en todas las manifestaoiones sooiales. La eoonomía
polítioa se enlaza oon el dereoho, y en ~ombre del dereoho
pide las libertades eoonómioas. Los oódigos civiles se fun·


.


dan en la igualdad, y por la igualdad esplioan y abonan
la justicia humana. Lo que es verdad en religion, en filo-


.


sofía, en oienoias naturales, en la eoonomía política, ¿no
ha de ser tam bien una gran verdad social?


Contra estas verdades no se oponen nunca objeciones
capitales: el temor á la anarquía, el recelo de gravísiruos
desórdenes, hé aquí todo cuanto se dice en contra de nues-
tra teoría. Nosotros creemos que la palabra libertad y la
palabra. órilen son los dos términos de una ecuacion, como
la palabra {f,11Jtoridad y la palabra razono N o hay órden .sin
libertad, n6 libertad sin 6rden, como no hay autoridad sin
razon en que se apoye, ni hay razon que no lleve en sí vir-




NACIONAL. 117


tualmente la autoridad. La confusion y el desórden, nacen
de la injusticia; de permitir á unos lo que se Diega á otros;
de basar el derecho en el oro, de establecer privilegios iní-
cuos, de matar la libre actividad del pensamiento, de me ...
nospreciar la naturaleza humana, de violar la inviolable
conciencia, de perseguir basta en el cerebro el espíritu, de
abogar todas las voluntades bajo la voluntad de un tirano,
de consentir que pesen aun sobre los hombres los últimos
eslabones de la dura cadena que han roto á tanta costa,
despues de tantos y de tan largos martirios; confusion y
desórden que no cesará hasta que no se consagre la verda-
dera libertad, la única que es posible, la libertad que or-
dena y concierta todas las voluntades y devuelve al hom-
bre toda la integridad de su sér.


Si esta libertad hemos sostenido siempre, hoy como
ayer, esta sostendremos mañana como hoy. Nuestra polí-
tica se apoya en algo mas respetable que la tradicion y la
rutina y el interés estrecho de partido, en la naturaleza del
hombre. Queremos levantar al oprimido, pero no conver-
tirlo en opresor; queremos destruir el privilegio; y nó que
el privilegio venga á nuestras manos; queremos justicia
para los mismos que han sido injustos, para los mismos
que nos tiranizan; queremos ser verdaderamen te hermanos
de los que han remachado nuestros hierros. La venganza
no es propia de corazones generosos. El terror y la muerte
todo io a'gostan, todo lo aniquilan, los abrojos y las flores.
Pedimos la abolicion de toda la tiranía, de toda inmorali-
dad política, porque no queremos ni que los mismos escla-
vizadores sean esclavos; pedimos la muerte de todo prjvi-
legio, porque no queremos que los privilegiados sepan
. cuán duro y amargo es sufrir las injusticias de los privile'"




118 LA SOBERAN1A NACIONAL


gios; queremos que caigan los cadalsos, que se acabe la
guerra del hombre C0n el hombre, que las revoluciones se
realicen allá en las esferas de la ley sin conocer la socie-
dad, que los pueolos se 'unan,' que todas las inteligencias
abran sus alas' á la luz del dia; y porque deseamos todo
esto., defendemos' la verdadera libertad, que es la Repú-
blica ).




CAPITULO VI


Dos palabra:,; sobre los acontecimientos de Barceloná.


, Nadie ignora los acontecimientos de Barcelona en los
dias 21 y 22 de febrero próximo pasado; pero no todos co-
nocen la exacta verdad y cada cual les ha dado á su antojo
el carácter que mejor le ha parecido.


Lo cierto, lo exacto, lo verídico, es lo que vamos á de-
jar consignado aquí para ilustrar convenientemente la opi-
nion, que sufre á veces lamentables estravíos.


Susurrábase en los círculos políticos de Barcelona desde
algunos dias antes, que se estaba aguardando UDa conspi-
racion militar en favor de determinada idea política; y tales
rumores tornaron mas pronto á reproducirse en la noche
del 20, cuando, al mismo tiempo que llegaban á Barcelona
algunas columnas de operaciones, recibian órden de salir
de la misma capital los batallones de cazadores de la Ha-
bana y Ouba, los cuales estaban considerados como muy
adictos á la causa republicana.


Circuladas estas noticias instantáneamente y sabiéndo-




120 LA SOBERANU
se ya que el general Gaminde, capitan general del Princi-
pado, habia huido, embarcándose para Marsella, despues de
resignar el mando en el general Andía, segundo cabo del
distrito, constituyóse la Diputacion provincial en sesion
permanente y una comision de la misma se dirigió á la mo-
rada del citado general Andía, para suplicarle que diera
esplicaciones satisfactorias acerca de la inesperada concen-
tracion de tropas que se habia verificado últimamente y
. cuya concentracion habia alarmado al pueblo de Barcelona.


Eran las primeras horas de la madrugada del 21, Y se
divulgó que los batallones de la Habana y Cuba se nega-
ban á marchar en socorro de Tordera, punto donde se ha-
llaban encerradas tres ó cuatro compañias del ejército, si-
tiadas por el gefe carlista Saballs. .


Entonces fué cuando un señor diputado provincial, el
señor Viñets, se presentó en el cuartel acompañado de
algunos republicanos y conferenció con el coronel del
cuerpo.


Los soldados, que estaban muy animosos, rompieron en
demostraciones de entusiasmo apenas se enteraron de que
los paisanos que habian entrado eran una comision de la
Diputacion provincial, y el coronel y la oficialidad no tu-
vieron el mas mÍúimo reparo en manifestar que se halla-
ban resueltos á sostener á todo trance la república, como el
gobierno que legalm'3nte se habia dado á España.


Un numeroso pueblo se agolpaba en las avenidas de los
cuarteles y al salir el batallon con charanga y bandera
desplegada, á los gritos de «viva la república federal) pai-
sanos y soldados se abrazaban, tirando los primeros los
gorros y roses al aire y colocándoles los paisanos gorros
frig·ios y barratinas encarnadas.




NACIONAL. 121


Así siguieron por la .esplanada, calle de Cádiz, plaza
del Angel y calle de Jaime 1 hasta la plaza de la Constitu-
cio, dando los soldados, cabos, sargentos y oficiales, contí-
nuos é incesantes vivas á la república.


Al llegar á la citada plaza, se formó todo el regimiento
y, desde los balcones de la Diputacion, se arengó á la tropa,
que con sus aclamaciones á la república federal y al pue-
blo, ahogaban la voz de los oradores.


El pueblo, que estaba allí imponente victoreaba al ejér ~
cito republicano.


Las tropas entraron con las culatas al aire y se posesio-
naron de -la plaza hasta la llegada de la artillería de mon-
taña que subia por la calle de Jaime 1. ,


Los gritos y aclamaciones á la república de los solda-
dos del regimiento de la Habana, dieron á conocer á la ar-
tillería que las fuerza~ que tenian delante eran amigas y
deseaban lo mismo que los artilleros, así pues, al entrar en
la plaza fraternizaron y se abrazaron unos á otros.


A las diez y media de la mañana, varios diputados pro-
vinciales y algunos conocidos republicanos se dirigieron á
sacar las tropas acuarteladas en A tarazanas y Santa Ma-
drona' y enseguida el diputado señor Carreras, se em-
barcó en la puerta de la Paz, para encaminarse á la Barce-
loneta, donde estaban acuartelados los regimientos de Te-
tuan y Navarra y el batallon' cazadores de Arapiles.


La adhesioD allí fué mas difícil, porque los coroneles
de los cuerpos se escusaban terminantemente, abroquelán-
dose en la ordenanza, y pidiendo una órden del general,
pero despues de haberles participado el señor Carreras, que
el general Andía habia desaparecido de la plaza, y viéndo-
lo ellos confirmado por mensajeros que al efecto enviaron, se




122 LA SOBERANlA


pu~ieron á las órdenes de la Diputacion, y á las dos de la
tarde los soldados recibieron la órden de partir.


Apenas se tocó llamada estos prorumpieron en grandes
demostracionés de alegria, victoreando la repú blica fede-
ral, la Diputacion y el ejército.


Entre tanto los señores diputados Lairet y Abella, se
embarcaron para que la escuadra se adhiriese, y recibidos
con el mayor entusiasmo en la Vt'Ua de Madrid, lo lograron
plenamente.


Mientras ocurrian estos gravüdmos sucesos, la Diputa-
cion habia asumido el mando militar superior de Barcelo-
na, y habia nombrado capitan general interino al coronel
mas an1Jguo de las fuerzas, que lo era el del regimiento de
caballería de Almansa, don Félix Remigio Iriarte, y se-
gundo cabo, tambien interino, al coronel del regimiento
de infantería de Cádiz, don Mauricio de Lera y Mendia,
quienes se hicieron cargo del mando.


Preparadas ya las tropas como hemos indicado, á las
doce se presentó en la plaza el regimiento de Cádiz, bata-
llon de Tarifa y sucesivamente, el regimiento de San Fer-
nando, que fué recibido con entusiasta.s victores. Saludó el
coronel á la bandera republicana y apeándosa, subió á las
Casas Consistoriales, desde cuyos balcones arengó al pue-
blo y al ejército, y victoreó á la república. Despues fueron
entrando en la plaza fuerzas de artillería rod~da, condn-
ciendo dos baterías de cañones Krupp; una seccion de
guardias civiles, sin armas, tres baterías de artillería de
montaña, una compañía de la de plaza, tres ó cuatro escua-
drones de caballería, el batallon de francos de Cataluña,
cuatro compañaís de carabineros, otros tres 6 cuatro regi-
gimientos de línea y otros tantos batallones de cazadores.




NACIONAL. 123
Al presentarse las fuerzas en la plaza echaban las culatas al
'aire, los gefes vitoreaban á la' república entre l~s aplausos
de, los paisanos y los gritos de la tropa, que, con un entu-...
siasmo indescriptible, se entregaba á los mas ~spansivos
trasporteg. El pueblo abrazaba á los soldados, se encarama-
ba en las baterías, levantaba en brazos á los gefes, y de to-
das suertes manifestaba el entu.siasmo que sentia. A eso de
las tres el aspecto que presentaba la plaza de la Constitu-
cion era imponente.


La artillería habia montado los cañones junto á la en·
trada de la calle de la Libretería: la de Jaime I estaba oeu ..
pada por un batallo n de cazadores; la de la Ciudad por la
caballería; la de San Honorato por los Francos de Cataluña;
en el centro de la plaza los cañones Krupp, yen los cuatro
lados de la misma los regimientos de línea, cazadores, ca-
rabineros yartilleria de plaza. Entre los nombres de estos
cuerpos recordamos los de la Habana, San Fernando, Cá-
diz,Arapiles~ Madrid, Tarifa, Cuba, Francos de Cataluña,
Alcántara y Tetuan.


Desde los balcones de las Casas Co.üsistonales varios
ciudadanos, diputados provinciales, gefes y soldados diri-
gieron la palabra al inmenso gentío apiñado en la plaza,
que acogia calurosamente los vivas y apóstrofes. A eso de
las tres y cuarto las cornetas hicieron la señal de marcha,
y las distintas fuerzas desfilaron, abriéndose con dificultad
paso entr~ las oleadas de la multitud. Dirigiéronse á la es-
planada, formaron allí en batalla, apoyando el frente en el
Jardin ,del General; presentóse el coronel señor Iriarle,
nombrado capitan general interino, y desfilaron otra vez
por la calle de Oádiz y plaza de la Constitucion, para' reti ..
!'arse á los cuaTteles.·


TOMO l.




124 LA SOBERANIA
Mas tarde, esto es, el 9 de Marzo, prodújose un nuevo


conflicto que pudo tener muy sérias y graves 'proporciones,
efecto de las noticias y de los rumores que circulaban y
que á todo el mundo tenian en viva zozobra yansiedacl.


La piedra de 'toque, la causa pri!lcipal, era la noticia de
que tal vez no se tomaria en consideracion por. la Asam-
blea) ni mucho menos se aceptaria el v9to particular del
señor Primo de ,Rivera para que ésta se disolviese, combo-
cándose en un término preciso y perentorio las nuevas Cór-
tes Constituyentss. Voto que el gobierno apoyaba y sobre
cuya aceptacion,ó n6, habiahecho cuestion de gabinete~


Como quiera que estos',acontecimientos son de impor-
tancia'suma, vamós á trasladar' aquí la relacíon de los
mismos, segun las diferentes versiones de dos de los perió~
dicos mas' autorizados que en la localidad se publican, 'd~,
clinando sobre los mismos la responsabilidad de su exacti-
tud, sin embargo de que, por I?-uestra parte, les concedemos:
entero crédito.


La lnaepenaerj-cia, en su edicion de la mañana del día
10, se espresa en los siguientes términos:


«Las dud.as que algunos ,de, nuestros correligionarios,
manifes.taban abrigar sobre la votacion verificada ante-,
anoche en la Asamblea nacional, fué causa de la agitacíon
que cundió en nuestras filas desde las primeras horas de la
madrugada de ayer.' Creciendo la misma, gracias á los pOI'
demás parciales comentarios que hacian algunos cí udada-
nos del voto particular del Sr. Primo de Rivera, aceptado.
por el gobierno, y de cuyo voto todos sabíamos, por lo que,
nos' habia comunicado el telégrafo, que, era en un todo
idéntico al proyecto presentado por el ministerio,menos en
la parte referente á la convocacion de los comioios para la.




NACIONAL. 125
eleccion de Constituyentes, que el voto particular retardaba.
de un mes, decimos, que creciendo la agitacion merced á.
estos errores y apasionados comentarios, llegó á su paroxis-
mo entre once y doce de la mañana, cuando, en verdad, la
situacion presentaba síntomas alarmantes. Sin embargo, la
sensatez de nue~tro pueblo, que nunca se pondrá ponderar
lo bastan te, triunfó de las esci taciones mas ó menos in ten-
cionadas de algunos pocos, y los telégramas tranquilizado-
res que por varios conductos se recibieron de Madrid, aca-
baron de restablecer la calma.


»Durante todo el dia circularon en la ciudad las mas in-
sistentes noticias, de las cuales no nos haremos eco por ser
todas ellas inexactas. Esto no obstante, debemos ocuparnos,
de la especie que cundió á las primeras horas de la tarde,
;¡ que por las particularidades de que se hallaba revestida
tomó; algunas proporciones.


})Decíase que sobre la una y media, desde los balcones
de la Diputacion provincial, se habia proclamado Cataluña
independiente, por algunos individuos de la corporacion
provinciaL Este rumor, sin embargo, .estaba desprovisto
de fundamento.


»Lo que sucedió fué que al llegar la manifestacion obre-
ra que tuvo lugar ayer; á la plaza de la Ciudad, y en la
cual figuraban delegados de varias importantes poblacio-
nes de la provincia y de los centros de esta capital, subió
una com~sion á la Diputacion, y en nombre de los manifes-
tantes y de las asociaciones obreras á quienes representa-
ban, pidió á dicha corporacion que proclamara la autono-
mía de Cataluña. En nombre de la Diputaci.;>nprovincial
y autorizado para ello, el diputado ciudadano Los tan dijo
q ne les animaban los mismos deseos, y los trabajos qUEJ se.




126 LA SOBEHANIA
estaban practicando tendian todos á· asegurar el pacífico
advenimiento de la república democrática federal, única.
forma de gobierno que garantía las libertades y por consi-
guiente las reformas sociales que la clase obrera anhelaba;
pero que debiendo llegar de un momento á otro el presidente-
del Poder Ejecutivo, ciudadano Figueras, les supli~aba que
reservaran para mas adelante la resolucion de la peticiono
Añadió, que si pedia el aplazamiento, era obligado por las.
graves y difíciles circun.,stancias por que atravesaba la pro-
vincia, pero que sin embargo de ellas, la Diputacion pro
vincial habia acordado: 1.0 La disolucion inmediata del
ejército que actualmente se encuentra en esta .provincia; y
2,1) La conversion,iambien.inmediata, del mismo en ejér-
cito de voluntarios. Terminó -dando vivas á la.república
federal, al ejército libre y á la union del pueblo.


) Usó luego de la palabra el diputado ciudadano Roig y
. Minguet para manifestar, que, dado por la Diputacion el de-
creto de disolucion, deben unirse todos los buenos republi-
canos para ir á combatir á los carlistas que asolan nuestras
hermosas campiñas y deshonran la España liberal, tremo-
lando su estandarte desprestigiado en todas las naciones·
cultas del mundo.' Añadió que no eran estos únicamente
los enemigos que tiene la república; que habia otros pa~ti­
dos qtiemas hipócrita y embozadamente trabajaban para
su destruccion, y estos estaban entre nosotros y con nos-o
o-tros se confundían, y que era indispensable conocerlos y
rechazarlQs para 10grar que se coloquen frente á frente y
podltrloo combatir con energía. Terminó dando un viva al
-ejército libre y; otro á la igualdad.


»SeguidameJite eloiudadanv Brugolat en nombre de los-
mawlestantes dijo que se felicitaba y se alegraba ds la




NACIONAL. 127
resolucion de la Diputacion provincial, recomendando á los
obreros el mayor órden y perseverancia y es citando á esta
corporacion á que siguiera por la senda revoluci<?naria, en
la seguridad de q'le ha de encontraren los obreros un firme
apoyo para sostener el ótden y para alentarla en la difícil
empresa que seguia. Al acabar dió un viva á la revolucion
y otro á la república democrática federal con sus naturales
consecuencias. La manifestacion se disolvió luego en me-
dio del mayor órden.


})Ta1 es en suma lo que dió pié ayer á los rumores que,
con tanta insistencia, cundieron. Las precauciones milita-
res que se tomaron por la mañana, colocando en varios
edificios algunas fuerzas ciudadanas, no tuvieron mas ob-
jeto que evitar la consecuencia de la alarma que á causa de
los sucesos de Madrid reinaba en esta.


! »Los partes telegráficos que publicamos ayer dando
cuenta del resultado de la votacion, han devuelto la calma
y la confianza á los ánimos tan so brescitados hasta ahora.
De esperar es que los que publicamos hoy y la llegada del
presidente del Poder Ejecutivo, contribuirán á la calma
completa en nuestra capital. \)


Por su parte el periódico La Imprenta, en su edicion de
la tarde se espresaba en los siguientes términos:


«Ayer tU'vieron lugar en Barcelona importantes acon-
tecimientos. El día anterior la Diputacion provincial de
acuerdo. con las delegaciones de las Diputaciones de las
otras tres provincias catalanas habia resuelto, si la Asam-
blea no acordaba disolverse, proclamar la República fede-
ral y constituir el Estado de Cataluña. Decíase que lasDf ..
putaciones de las Baleares, Valencia y Zaragoza estaban
dispuestas á hacer 10 mismo si Barcelona daba el ejemplo.




128 LA SOBERANIl
Para llevar á cabo este acuerdo, la Diputacion debia desa-
parecer cediendo su lugar á un directorio compuesto de dos
diputados . provinciales y un representante ~e cada una de
las tres grandes agrupaciones del pal'tido federal de esta
ciudad. Así las cosas, s.e supo que en Madrid los radicales
se proponían derribar al gobierno y solo se espe~aba que
les condujesen á mejor acuerdo los telégramasque las Di-
putaciones antes citadas habian dirigido al Presidente de
la Asamblea, señor Martos, en los que le manifestaban en
términos precisos que si era derrotado el gobierno, procla-
marian la República federal en sus respectivas provincias
ya que los radicales habian roto el pacto formado al procla-
marse la República. Empero, se sabia que el señor Martos
se habia reservado estos telégramas.


» En el ínterin, se iban tomando disposiciones y se for-
mulaba el programa de lo que debia hacerse. El impulso
estaba ya dado y eran muchos los que deseaban que se
hiciese la proclamacion en el acto, ya que para esto basta-
ban tres ó cuatro músicas y una proclama. Sin embargo,
en el seno deja Diputacion se hacian esfuerzos para que
ésta, modificando su acuerdo, se encargase de la direccion
del movimiento.


»En tal estado y agitados los ánimos, citado el meeting
de laclas.e obrera, avisadas las fuerzas ciudadnnas yagita-
dos los cuarteles, se recibió el telégrama que decia haber
sido tomado en consideracion el voto particular del señor
Prim.o de Rivera. Aunque este hecho no resolvía la cues·
tion,' una. de las agrupaciones republicanas se dió por sa-
tisfecha y acto contínuo se declaró en aciitud hostil contra
lo~.que queria.n qJle el primitivo plan se llevase á cabo.


»La situacion se fué poniendo tirante por momentos,




Nf CIO~AL. 129
empezó á dominar la pasion y amenazaba· un sédo cónflic-
too Sabíase que habia elementos poderosos que seguirianel
impulso que habian recibido y se temia, que, abandonados
á sí mismos, fueran mas allá del punto f\. donde querian Ue~
gar. Algunas personas de las que habian sido designadás
para formar el directorio, apoyadas por algunos amigos,
republicanos federales' antiguos y probados, creyeron que
solo poniéndose al frente del movimiento podrian encau-
zarle.


»Mucho debió trabajarse durante las pocas horas que
quedaban de la noche. Debieron darse noticias detalladas al
gobierno, citándole nombres propios, pues al amanecer em-
pezaron á recibir, las personas indicadas para ponerse al
frente del movimiento, telégramas de los señores Figueras,
Pi y Tutau, ,apelando á su patriotismo para que contuvie , ..
ran lo que se proyectaba .. '


»Poco despues de amanecer se tomaron algunas precau-.
ciones; fuerzas de guardia civil y voluntarios de la Repú-
blica se situaron en el Banco; un piquete de fuerza ciuda ...
dana ocupó las oficinas del telégrafo, y los batallones de
milicia se fueron reuniendo. Rec~bióse un telégrama·del
señor Figueras preguntando si seria conveniente su venida
á B:l.rcelona.


»A las nueve de la mañana pareciainmínente la procla-
macion de la República, yel salon,de San Jorge parecía un
campo ~e Agramante: Por 'último, tratóse de avenencia; en
los primeros momentos fué imposible entenderse, pero poco
á poco se estrecharon un tanto las distancias, hasta que por
último se convino que no se proclamaria la República feh
dera~,~i se d~s,ti~uiria el Ayuntamiento, pero ;sí QU8;,aE, ',i,"-
cenClarla el eJércIto. ' , '~.:




130 LA. SOBERANIA
»Reuni6se la Diputacion que sancionó esta transaccion y


promulgó el decreto de licenciamiento del ejército, que se
hizo público ante la manifestacion que habia llegado á la
plaza de San Jaime, y enlos cuarteles. Finalmente se anun-
ció que el señor Figueras estaba en camino para esta.
~)Tal fué el desenlace de una situacion que pronosticaba


important,es acontecimientos. Sus consecuencias no pueden
precisarse por ahora, pero las proclamas que han aparecido
hoy en las esquinas pueden servir de indicios para conje-
turar las. })


Por su parte las diputaciones de Gerona, Lérida, Tarra-
gona y Baleares, protestaron contra "el acuerdo de la Dipu-
tacion de Barcelona en lo que hacia 'relacion al licencia-
miento del ejército, por juzgarlo inconveniente en momen-
tos tan graves y cuando el enemigo comun" ó sean las
facciones carlistas, invadian el territorio, asediaban á los
pueblos, é iban tomando proporciones tales que mas que
nnnca necesitaban de una activa persecucion, se habia de
conseguir su esterminio.


La armada y el ejército, digno siempre, noble cuanto
valeroso y patriota, no quiso aceptar tampoco la licencia
ofrecida, por 10 menos en tanto que hubiera facciosos á
quienes combatir y elementos perturbadores dentro de la
ciudad,d~spue3tos siempre á alterar el órden y hacernos


• perder las conquistas adquiridas.
Asi lo consignaron, para que llegara á noticia del pú-


blico, en una especie de manifiesto tan lacónico como bien
escrito y mejor sentido, que se fijó en todas las esquinas
de :aar4)élona en la tarde del día diez.
"~tretanto, vencidos ya los elementos d~ discordia que
~ entonces se habian agitado, restablecida la calma,




NACIONAL. 131
por erecto de los partes telegráficos recihidos, si bien con
harto sentimiento de los que á otra cosa aspiraban y se
proponian llevar á cabo, ya no se pensó mas que en el re-
cibimiento que debia hacerse al Presidente del Poder Eje-
cutivo, que, segun noticias, debia llegar de un momento á
otro.


Este no pudo verificarlo tan pronto como era de esperar
por las interrupciones que sufrió en el camino, viéndose
obligado á detenerse en diferentes poblaciones del tránsito,
pero llegó por fin el dia doce, y se le hizJ un recibimiento
tan entusiasta como espontáneo.


Seria demasiado prolijo si hubiéramos de consignar
aquí, detalladamente, todas las atenciones, todos los cariños
de que fué objeto.


Su sola presencia bastó para que todos los ánimos se
tranq uilizaran, hasta los de las personas mas pusilánimes.


Él, concilió á los que se habian desunido, poniendo en
grave peligro los mas sagrados intereses.


El, hizo comprender su deber ti los que de buena ó de
mala fé se habian separado del buen camino.


El, restableció la disciplina en las filas.
Con su esquisita bondad y esa fuerza de conviccion que


acompaña siempre á su autorizada palabra, resolvió las
cuestiones mas difíciles é importantes. Cuantas comisiones
se presentaron á cumplimentarle salieron encantadas de
su amabilidad y cortesía.


y no hay que decir que aquellas fueran escasas,pues,
entre otras, recordamos que se apresuraron á rendir este
natural homenage de respeto y consideracion á tan ilustre
patricio, la oficialidad en masa de los buques ;~e guerra
surtos en el puerto, la Junta del Banco de Barcelona, la de


TOMO l.




132 LA SOBERAN lA
Agricultura Industria y Comercio; la del Colegio de Abo-
gados; la de la Sociedad Catalana; la del ferro-carril de
Martorell; Círculo Ultramarino; España Industrial; Ayun-
tamientos de los pueblos; Cónsules de Suiza y la República
Argentina; Vicario general Castrense; oficialidad del Ba-
tallon de Veteranos y de los Voluntarios de la República y
hasta una Comision de Obreros delalnternacional de Gracia.


Sin embargo de que su salud se hallaba un tanto que-
brantada y de las graves y urgentísimas ocupaciones que
le asediaban, á fuerza de buen deseo, de energía y aun
robando las horas al preciso descanso, el Presidente del
Poder Ejecutivo dedicó las primeras horas de dos ó tres
mañanas para visitar los establecimientos de Beneficencia,
con objeto de enterarse de sus necesidades y acudir á ellas
en la forma mas conveniente. La cárcel pública, el Hospi-
tal de beneficencia provincial, la Casa de Caridad y de Ma-
ternidad, la de Correccion, Misericordia y Hospital general
fueron inspeccionadas minuciosamente por el señor Fi-
gueras.
~or cierto que merece relatarse un episodio tiernísimo


ocurrido en una de estas visitas.
En la Casa de Caridad le fueron presentados dos niños


de corta edad, que trabajaban en la imprenta de aquel es-
tablecimiento, los cuales le entregaron una solicitud de
indulto á favor de su pobre madre, que se hallaba en Alcalá
de Henares estinguiendo la condena que le habia sido im-
puesta en virtud de los acontecimientos de Sanso


Escusado creemos decir que muy en breve aquella ma-
dre infeliz, volviendo al seno de la familia, podrá, gracias
al señor Figueras} estrechar contra S11 corazon á los hijos
de sus entrañas.




NACIONAL. 133
y puesto que de indultos hablamos, debemos tambien


hacer mencion del que fué concedido por el mismo ilustre
Presidente del Poder Bjecutivo, al cabecilla lYariano de la
Coloma, que se hallaba en !-fonjuich estinguiendo la con-
dena á que habia sido sentenciado, consiguiendo del citado
cabecilla la formal promesa de renunciar para siempre y
no volver á rcezclarse en los asuntos carlistas.


Siempre atento á todo y previsor como nadie, convocó á
una reunion de gran importancia á los comerciantes y
banqueros mas acaudalados de Barcelona. Correspondiendo
á ella asistieron casi todos los invitados, contándose entre
los mismos, los señores don Jo~é Amell, don Juan Jover y
Serra, don Manuel y don Ignacio Girona, don José A; Mun-
tadas, don Nonito Plandolit, don Antonio Brusi, don José
Ribas de Clascar, don José M. Serra, don José Canela, los
señores Vidal y Cuadras, don Miguel Boada, don Antonio
Lopez y Lopez, don Mariano Carsi, los señores Bacardí,
Batlló, Ferrer y Vidal, Freixa y Mercader.


La conferencia duró mas de dos horas.
En ella el señor Figueras empezó por manifestar qua


les habia convocado para esponerles la situacion del Go-
bierno. Que la guerra civil ocasionaba cuantiosos gastos,
que habia que atender á la movilizacion de algunos millares
de voluntarios, y que el gobierno apelaba á su patriotismo
para arbitrar recursos y mejorar la situacion económica.del
Tesoro. Todos los presentes estuvieron conformes en pres-
tar el necesario apoyo al gobierno, para que fuese mas de-
sembarazada su marcha, en especial, la Junta del Banco
de Barcelona, que ofreció incontinenti y con un patriotis-
mo que la honra, cuantiosas sumas. El acuerdo final fué
nombrar una comision, que entendiese en llevar á cabo el




134 I.A SOBERANÍA.
proyecto de facilitar recursos al gobierno. El seño:." Figue-
ras quedó muy satisfecho del resultado de la conferencia,
y los señores invitados muy complacidos del espíritu que
anima al señor Presidente del Poder Ejecutivo.


Al regresar á la Córte ha debido llevar el señor Figue-
ras, gratísimos recuerdos de la ciudad Condal, donde ha sido
constantemente objeto de las demostraciones mas vivas de
simpatía y de cariño, y sobre todo una gran satisfaccion en
su alma, por haber dejado complet3,mente restablecida la
tranquilidad y el órden en la capital del Principado.


GranJes han sido los obstáculos que ha tenido qlAe ven-
cer; ímproba y dificilísima la mision de que se habia en-
cargado; llena de abrojos y de punzantes espinas la senda
que debia recorrer y, sin embargo, con su colosal talento,
con las bellísimas condiciones de su carácter, .con el pres·-
tigio de su valía y con su espíritu conciliador, con la auto-
ridad de su palabra, lo ha vencido todo, lo ha allanado todo,
y, como César, puede lisongearse y decir Vini Vidi Vinci.




CAPITULO VII


Triunvirato de pícaros.


Nuestros lectores no deben haber olvidado, aunque no
hayan tenido mucho tiempo para conocerle, á un persona·
ge que en las dos escenas en que hajugado, apenas si he-
mos hecho otra cosa que delinearle.


Sin embargo, es un tipo digno de estudio.
Tomasito Lopez comisario de policía durante la situa-


cíon Amadeista, por cierta clase de servicios prestados an-
teriormente ... á no sabemas quién, era lo que se llama un
pícaro redomado.


y como en la sociedad en que vivimos, por mas que sea
una desgracia y una vergüenza el tener que confesarlo, los
pícaros tienen mas suerte que los hombres de bien, parecía .. "
que el tal Tomasito había nacido de pié 6 caído. en gracia.


Era hijo de honradísimos padres, pero como hasta en
los troncos mas sanos suelen brotar ramas viciadas, Toma-
sito fué una de estas.


Cuando chicuelo, en vez de ir á la escuela, allá en su


..




136 LA. SOBERANÍA
. puebl-o, los mas de los dias hacia lo que suelen llamarse
novillos, y en compañia de otros muchachos se dedicaban á
coger nidos y á robar frutaS en los huertos de los vecinos.


Es verdad que estas correrías solían costarle muy bue-
nas palizas que le arrimaba su padre, cuando se enteraba,
amen de no pocos pellizcos que por via de introd:uccion le
aplicaba su madre.


Pero poco á poco, porque á todo llega uno á acostum-
brarse en este mundo, se fué nuestro muchacho haciendo
á los golpes y lo mismo se le daba á él recibir una paliza
que comerse un merengue.


De este modo fué Tomasito, poco á poco, perdiendo la
vergüenza.


En la escuela le castigaba el maestro por su desaplica-
cion y su padre en casa por sus malos instintos y su hol-
gazanería.


Viendo la ineficacia en la correccion, (el buen padre,
que se habia propuesto hacer de su hijo un sabio) y que es-
te continuaba tan zopenco como cuando empezó á estudiar,
hizo, á fuerza de latigazos con el tirapié, que apreL.diera el
mismo oficio que él tenia.


El padre de Tomasito era zapatero.
El buen viejo sabia, como vulgarmente se dice, donde


le apretaba el zapatero, pero se encontró con la horma de
.... su ídem,. al tratar de enseñar á su hijo.


En vano blandia el tirapié y lo dejaba caer silvando so-
bre las espaldas del mancebo.


Este no llegó á saber otra cosa, durante su vida de
,_ aprendiz, que á machacar la suela.


En cambio sabia otras muchas, que su padre habia ig .
norado siempre.




NACIONAL. 137
:Mostraba felicísimas disposiciones para apoderarse de


los objetos de sus compañeros; sus inclinaciones eran tan
perversas que gozaba en pelar las gallinas vivas, ó en ator~
mentar con inaudita crueldad á todo perro 6 gato que le
venia á la mano; tenia un descaro á toda prueba para ne-
gar lo mismo que se estaba viendo; mentía con un aplomo
inaudito, era hipócrita y solapado, y en resúmen, demostra-
ba perfectamente desde su primera edad lo que podria llegar
á ser.


Su pobre padre le amenazaba constantemente con que
habia de conseguir el corregirle ó poco habia de poder.


Desgraciadamente sucedió esto último.
Pudo mas que él un maldito ataque cerebral que se lo


llevó al otro mundo en cuatro dias, sin haber podido corre-
gir á aquel pilluelo.


El muchacho derramó unas cuantas lágrimas, tan falsas
como en él lo era todo, y despues se marchó á jugar á las
naipes con los cuartos que habia encontrado en la cbaque -
ta del difunto.


Esto demostraba ya una de las nuevas habilidades que
Tomasito iba adquiriendo.


Jugaba, pero todo lo que tenia de torpe para aprender
en la escuela y en el modesto taller de su padre, túvolo de
diestro para cierta clase de juegos.


Tomasito ganaba siempre.
Cierto es que algunas veces solían decirle que· haciá.~


". ~~
trampas, pero el pillete, que tenia unos puños como un hér.
cules, y la fuerza de un toro, de tal manera ensangrentaba
las narices de los desvergonzados maldicientes, que les
obligaba á confesar en voz muy alta que se habian equi-
vocado.




138 LA SOBERANIA
Pero es verdad tambien que despues y en voz muy ba-


jita iban diciendo por todas partes que Tomás era un esta-
fador y un fullero, que despues de robarles los cuartos les
solfeaba de lo lindo; pero todo esto lo hablaban de manera
que el hijo del zapatero no llegase á oirlo.


La viuda no tardó mucho en seguir á su marido.
El dolor que la causó la muerte de éste y los disgustos


que su hijo la proporcionaba á cada paso, de tal modo acÍ-
bararon su existencia que la pobre mujer no encontró otra
cosa mejor que dejarse morir lo mas pronto posible, para no
padecer tanto.


Héte aquí á Tomasito dueño de sus acciones á los diez
.y seis años, y, aindamais, con unas cuantas monedas de
cien reales ahorradas á costa de muchos afanes por el pobre
zapatero y su mujer; propietario igualmente de la casa que
vi via y de un maj uelo y una viña á poca distancia del
lugar.


Personas caritativas y oficiosas trataron de aconsejarle
lo que meJor podia hacer para conservar aquello que sus
padres, á costa de tantos sacrificios y privaciones, le habian
dejado.


Pero ¿qué falta le hacian á Toinasito consejos cuando él
se creia: el mas sábio de todos sus convecinos?
/ Decíanle que debia pe!'manecer en el pueblo, acabarse
~.d9"perfeccionar en el oficio de su padre y de este modo
.~";,.<¡,'~ ..• ,
~.~i.tener la parroquia que aquel dejó.
'! .. ¡ Vaya una sarta de sandeces!


Tomasito no queria seguir un oficio, aspiraba á una
carrera; no le convenia residir en el pueblo sino que se
propo-cia brillar en la córte.


En su consecuencia, recogió bonitamente todo el dinero




NACIONAL 139
,~~ue habia heredado de sus padres, encomendó el cuidado
f:" ~e la casa y de las tierras al señor cura y caba.lgando 80-
:,:bre uno de los pollinos del arriero, que iba semanalmente
'\{l Madrid, encaminóse á la coronada villa del Oso y del
:",Madroño.
" ~. , Prudentes eran los consejos que le habian dado las gen-
~,les del 'pueblo, pero ¿qué necesidad tenia de ellos Tomasito
~;-eua;n.do era la nata y flor de los mozos espavilados'?


y prueba de lo lis!o que era, que aun no habian tras·
~>, .eurrido ocho dias de su llegada á la córte y ya los reln-
t;;"¡ t'
~'Cientes escudos, ahorrados por los que le dieron el sér, ha-
\:"bian ido á parar á los bolsillos de las honradas gentes que
~~e entretienen la mayor parte del dia jugando á la.s chapas,
::.'~l cané y á la carteta, en las afueras de la puerta de ~oledo
Lyen otros lugares no menos importantes y conocidos.
',',


:::' Tomasito habia querido averiguar si los jugadores de
": ' ...


:lIadrid eran tan sándios como los de su pueblo, y se encon-
)tró con que él estaba todavía en mantillas para poderse
~omparar con aquellos truhanes.
;;~, Entonces dió comienzo la gran educacion artística del"
Jóven lugareño.
,:~. La honrada sociedad qu,e le habia gan~do los cuartos, '
'¿omprendiendo que el muchacho prometia mucho, creyó
',in deber de humanidad el enseñarle á ganarse la vida de
'~a manera decorosa y digna.


': En esta nueva fase de la vida de Tomasito sucediV.L'''''IL.L.LlL
~rios percances .


• r:, Le abrieron un chirlo en la cabeza que le condujo
;~ospital, donde tuvo ocasion de ver cómo se trata en ciertos
tailos de la humanidad doliente, á esa misma humanidad
~uando se queja y no tiene un éuarto.
<,
~. . TOllO l.


~"'"




140 LA SOBERANIA.
Otro dia, le cogieron infraganti ·en el momento que po


..


nia en práctica el inocente juego .de salvar un pañuelo Y'
dieron con el buen Tomasito en el Saladero (cárcel de villa),
donde, menester es confesarlo, completó su educacion.


Porque en España, hasta el dia, doloroso es confesarlo,
las cárceles y los presidios han sido las mej ores escuelas del
vicio y las mas brillantes universidades del crÍmen.


Entre el Saladero y el Correccional de Alcalá y en el
breve espacio de dos años, quedó Tomasi to en disposicion de
dar quince y raya al mas pintado de todos los que fueron
sus compañeros en aquellos establecimientos.


Cuando volvió de nuevo á pisar las calles de Madrid
sabia leer y escriqir con tal perfeccion, que leía á veces lo·
que no estaba escrito, y tenia una habilidad asombrosa
para falsificar al vuelo cuántas letras y firmas veia.


Esto era en las postrimerías del partido moderado.
Tomasito fué uno de los mejores agentes de policía que-


tuvo aquel gobierno que nos desgobernó á todos.
Entonces cambió por completo de apariencia.
Era todo un caballero; vestia con elegancia y frecuen-


taba los paseos, los teatros y las reuniones ..
Desgraciadamente la revolupion del año 68 vino á dar


al traste con todos los proyectos de ambicion que habia
concebido nuestro héroe.


Durante los dias que se siguieron á aquel movimiento,
creyó muy conveniente ir á su pueblo, á dar una.


ta y ver en qué estado 'se hallaban sus intereses.
El buen cu~a habia creído de buena fé que el mucha-


cho' ya hombre, habia entrado en razon, que era juicioso.
y bueno y que seguia la honrada senda que sus padres le
trazaron.




NACIONAL. l41
Debemos decir tambien, en ob~equio de la verdad, qU&


:aquel buen sacerdote s~ apresuró á dar cuenta al jóvel1,
tanto del arrendamiento de la casa, cuanto de los productos
de la viña y el majuelo. '


Cierto es que, entre reparos, jornales, malos años 'y con-
tribuciones, casi, casi, los rendi~ientos estaban equipara-
-dos con los gastos.


Pero Tomás, echándoselas de generoso, dejó á favor del
eura la pequeña cantidad que le resultaba de beneficio y
pasó unos cuantos meses en el lugar viviendo de sus rentas,
segun decian algunos, aun cuando si' á registrar fuéramos
la conciencia de la mayor parte de la gente que ocupó des-
tinos en el ramo de policía en aquella ocasion, tal vez hu-
biéramos encontrado en ella algunos centenares de onzas
'que se echaron de menos, por aquel.entonces, en una caja,
á la cual fué Tomasito ,á practicar un registro en nombre
del gobierno.


Cuando lo víó ya constituido y calculó que sus servicios
podrian ser utilizables, dirigióse de nuevo á la córte y el
gobierno provisional, satisfecho del esquisito celo que de-
·mostraba en perseguir álos pícaros republicanos, nombróle,
no ya agente subalterno, sino gefe de un ramo de tanta
importancia.


Cierto que sobre Tomasito habia otros varios gefes su-
}'leriores, pero de cualquier manera que fuese lo cierto es
que ?abia.ascendido y al ensancharse la esfera de suacci~~~o~ .. ~
'ensánchábase tambien el círculo de los negocios lucrativos."


Merced á su cargo, tuvo ocasion de conocer á María, y
como Toma'3ito comenzaba ya á ser una persona de posi-
eion, trató de completarla casándose, si le era posible, con
~na mujer tan honrada y tan hermosa como aquella, y




142 LA SOBERA~ fA
euyo padre además tenia gran influencia en el partido re-
publicano.


Parecerá estraño que Tomás tratase de unirse con la
hija de uno de los gefes de este partido; pero precisamente
era esta una de las principales razones que á ello le impul-
saban.


Debe tenerse en cuenta que el tal mozo era muy pre-
,isor, y como veia el triunfo de la república mas ó menos
próximo, queria estar bien con ellos, para cuando llegase el
día; hábilmente combinado estaba su plan, pero para la
realizacion del mismo vino á tropezar en una grave difi-
cuItado


María rechazó enérgicamente el amor que aquel hom-
bre la ofreció.


Con ese privilegiado instinto de la mujer, comprendi(}
que en aquel coraZQIl habia algo de ediondo é innoble, que
repugnaba á su honradez y á su pureza.


Vanas fueron las sÍíplicas, los ruegos y aun las amena-
zas, que todos los recursos puso en juego aquel solemne-
bribon.


Ya hemos visto hasta qué estremo llevó su perversidad
y lo opottuno que estuvo Felipe al penetrar en la casa de
D. Antonio, en el momento que le dimos á-conocer en el
prólogo de nuestra obra.


Felipe estaba colocado en el gobierno civil y era uno.
.t· :d~Jos gefes superiores del mismo.
?L .~ . ~~8:


l\lercea al alto destino que desempeñaba podia evitar-
muchas persecuciones á sus correligionarios y amigos.


Precisamente Tomás Lopez era ULO de los gefes subal-
ternos que servia bajo las órdenes de Felipe..


De aquí la importancia que tuvo su aparicion en el mo ..




NA.CIO~AL. 143
mento en que aquel, viendo lo infructuoso de los _medios
emp1eado(hasta entonces para vencer la resistencia de la
jóven, se disponia ,á emplear otros mas eficaces.


La proclamacion de la república arrebató á nuestro po~'
lizonte el destino que disfrutaba.


Mas DO en balde habia servido en la policía y conocia á
mnchos elevados personajes.


Arrepentido de haber servido al gobierno de D. Ama-
deo, volvió sus ojos al bando alfonsino, y pensando muy
cuerdamente que de los arrepentidos es el reino de los cie-
los, cátate aquí, que de la noche á la mañana, reaparece
nuestro hombre derramando el oro á manos llenas, conver-
tido en un socialista furibundo y- aconsejando- á los soldados
la insubordinacion y á que reclamasen su licencia absoluta,
pllesto que así lo tenian ofrecido los republicanos.


Tal fué el momento en que, segun han viRtO nuestros
lectores, Felipe tropezó con él; y de la misrua manera que
el sobrino del venerable, al verle con el soldado y al recordar
su pasado, sospechó la verdadera mision que cumplia, así
tambien el Sr. Lopez, ó Tomasito, como mejor queramos
ij.amarle, al ver dirigirse hácia á él á su antiguo gefe, sos-
-pechó tambien que habia sido descubierto, y, poniendo pié s •


l,'én polvorosa, desapareció entre la multitud por la calle <le_._
Carretas.


,!'


Aquella misma noche, Lopez, acompañado de- otros dos
jóvenes, sentados alrededor de una mesa de un café en 'Un~
de los barrios mas reti~dos, hablaban sigilosamente.


Los dos coro pañeros d~, aq uel trnhan vestian con la -
misma elegancia que él.


Pero de la misma manera llevaban impreso en su rOstro
y en sus modales ese no ,é qué, indefinible y estfaño que




144 LA SOBERANIA
indica· á 'Pi'imel'a vista los dudosos antecedentes y la mas
dudosa aun posicion de los que lo poseen.


-Con qué díme, Manolito, preguntaba Lopez á uno de
sus comensales, ¿dónde has estado hoy'?


-Yo? en el cuartel del soldado; allí he jonjahao á unos
cuantos inocentes que, con la ayuda de algunos chulés. que
les dí, van á armar una marimorena de mil diablos si me
cumplen lo prometido.


-Bien, hijo, pero es necesario mucho ojo, porque si
nos p~scan puedes contar que nos divierten; ya que ha
fracasado el plan de D. Alfonso es neces~rio susc~tar cuan-
tos obstáculos podamos á esta gente.


-Sin disciplina, ni subordinacion no hay ejército posi-
ble, ap.adió el otro compañero de Lopez, y sin ejército para
hacerse respetar, á esta gente se la lleva la trampa .
. , - Así se los lleven los mismísimos demonios en cuerpo


y en ~lma.
-Calculad si los debemos querer bien, cuando han ve-


nido á limpiarnos el comeaero.
-Ya se vé, añadió Lopez sonriendo irónicamente, dicen


-que pueden pasarse sin policía ... pero no tengas cuidado
. ":-l"


~~.'rj,t~iitos, que ya les daremos nosotros tanto que hacer que·
". han de venir á buscarnos.' J


primero que tenemos que hacer es desmoralizar el
ejército; poco importa que sea una ignominia, un borron
para España y aun para él mismo, cometer escesos y tener
ciertas exigencias cuando la patri~ peligra y los carlistas
nos acosan por todas partes ... ¡¡pero á nosotros qué nos im-
porta eso'? la cuestion es hacer nuestro negocio y que man-
de Juan ó Pedro debe dársenos un ardite.


-Sí, replicó el tercer compañero de Tomasito, pero es




NACIONAL. 145


necesario q ne no carguemos nosotros solos con el mochue...;
lo ... nosotros nos encargamos de Madrid, pero en otras po-


" blaciones de importancia es necesario que tambien se tra-
baje.


-Eso ya está hecho, contestó Lopez; ya han salido emi-
sarios entendidos y activos que practicarán lo mismo que
nosotros, en Oataluña, Andalucía, Navarra, etc. etc.


-Se me antoja á mí, añadió el que Tomás habia de-
signado con el apodo de Antojitos, que esto no ha de durar
mucho .


. -¡Oh! Y si nosotros trabajamos con fé y en un país
donde hay tanto mentecato, mucho menos.


-¿Y qué vendrá des pues? preguntó Manolito.
-¡La mar, chico, la mar!. ..
-Pues entonces á nadar.
-Sí; á nadar, y sobre todo saber guardar la ropa; en


este mundo se necesita vivir muy despierto.
-Mientras haya parnés iremos por donde nos guien.
-i, y tú que has hecho, Antojitos?
-Oreo que algo hice con los intransigentes.
-Bien, hijo, bien; no abandones ese camino que es de


.. ~~j aquellos que mejores resultados pueden darnos; hay mu-
1 __ ~chas impaciencias que conyiene esplotar y bueno será que


:"las tengamos en movimiento antes de que les tapen la boca.
, -Oon qué?


-Qué estúpido eres, hombre; eso no se pregunta. ¿Con
qué ha de ser'? con alguna yema acaramelada ...


-¿Y tú, en qué ha's ocu~ado el dia? preguntó Manollto
á Lopez. ..'


-Cállate, porque el susto aun no me ha salido del
cuerpo; si me descuido me dan un mal rato.




146 LA SOBERA~IA
-¿Cómo?
-Figuraos que cuando yo salia del Congreso mas en-


tusiasmado que un Maziniano y con unos soldados medio
gilís á quienes iba camelando, trqpiezo de manos á boca,
.J,con quién direis? .


-¿Con quién~ contestaron los dos á un tiempo.
-Con don Felipe ... !
~Con el Gefe de .. .


-¡Demonio!
-Como el pícaro tiene aquel ojo tan perspicaz, apenas


me vió; debió comprender algo, porque le ví dirigirse á mí
disparado como una flecha.


-¿Y tú que hiciste?
- poner piés en poI vorosa ... la del humo, hijos, la del


humo ... en un decir Jesús me escurrí y le dí el mico mas
solemne que pudo llevar en su vida.


- ¿Y qué se hace ahora ese?
-Oh! está perfectamente. Y á propósito voy á daros


una comISIono
-Dí.
-Os advierto de antem~no que es servicio particul.ár..l.~··
~' .


mIO.
,'.


-Para qué están en el mundo los amigos sino para';
servirse mútuamente?


-Gracias, Antojitos, hecha esos cinco.
Y Lopez estrech6 entre las suyas la mano de su com-


pañero. .
-Habla, ¿qué es lo que 11eseas de nosotros? preguntó.


Manolito.
-Que me averigüeis d6nde ha ido á parar una mucha-




NACIONAL. 147


cha que vivía en la calle de San Agustin, cuyo padre mn-.'
rió hace unos diez y ocho dias.


-¿Te interesa mucho'?
-Ya lo creo; es una hembra de mistó.
---Vamos, y estás cltalao por ella ... '?
--, Ckalaito, pero me ha jugado una partida que la juro


la ha de costar cara.
--~Te engañó'?
-Por ahora no me pregunteis nada: averiguadme lo


que os digo y despues veremos lo que hemos de hacer. ,
-Pues mañana mismo lo sabrás.


,


-' i,Qué es eso? ¿nos vamos ya'? preguntó Antojitos, vi en- .
do que Lopez, despues de haber pagado el gasto, abando-
naba su silla.


\


-Sí, es. ya tarde y preciso es descansar; mañalta cada
cual á su. puesto y á obrar con arreglo al plan que nos tie-
nen trazado. Momentos despues aquellos tres bribones aban-
donaban el café y cada uno tomó distinto camino para ~i­
rigirse á su casa.


Eran las dos de la madrugada.


TOMO l.




CAPITULO VIII


Dan comienzo las memorias de D. Antonio.-Una necrología. -
~~~\l'ó..~ c.'ó..~~'ó..\'ó..l_


I.


Han pasado ocho dias desde la reunion celebrada en la
16gia, ála cual asistimos, y donde se habia dado lectura


. del manuscrito referente á l\faría, legado por el difunto
don Antonio. De nuevo encontramos reunidos en -el mismo
salon á todas las personas que ya conocemos.


El venerable, con un semblante mas risueño, con la son-~
risa en los labios, con la alegria en el corazon.


En su ancianidad ha encontrado casualmente lo que no
podia esperar siquiera, la viva imágen de su querida Án~
gela en su nieta María, y ya no se considera solo en el
mundo ~ puesto que tiene á su lado un ángel que le cuide,
que le ame, que velé por él.


La fisonomía de don Juan tambien demuestra la satis-
faccioD.


Es la que produce siempre el placer de un deber cum-
plido.


Por su parte, Felipe, demuestra cierta tristeza que se




LA SOBEitANIA NACIONAL.


revela en todo su sér, pero es esa tristeza dulce, cqY;Q:' mo-
. .¡. ' ..


tivo no se es plica aunque, sin embargo, siempre reconozca
por base algun motivo legítimo. .


¿Aquella especie de preocupacion tend:rá su orígen~.
los peligros que la patria corre, ó mas bien en los que debe


. ,


producir en su ánimo el amor de María, que desde la muer-
te de su padre está afligidísima y sin consuelo?


Quién sabe: tal vez sea una de estas c~sas; quizá ambas
. á la vez.


Todos los hermanos, conforme fueron penetrando en el
salon, se iban dirigiendo con cariñosa solicitud á saludar
al presidente, á enterarse de su estado y del de su amada
nieta.


El venerable aceptaba con gratitud aquellas marcadas
muestras de aprecio con que la sociedad le distinguia, es-


, ,


trechando la mano á todos los h(JIJ'rrtanos y. contestando con
.sentidas frases á todos aquellos cumplidos.


Cuando estuvieron todos y los asiento~ se ocuparon, ~t
vfnerable abrió la sesioD.


-Hermanos mios, dijo, hace ocho dias cumplimos en
una pequeña parte la última voluntad del que fué mi yer-
no y hermano vuestro; leímos el manuscrito confiado á la
custodia de don Juan y que hacia relacion á mi amada nie-
ta. L~ felicidad que desde aquel dia esperimenta mi co-
Dazon, no me seria fácil esplicarla. ¡Cuán léjosestaoa yo
de so.spechar entonces que aquel pliego encerraba tantas
tristezas y tantas alegrías como me ha proporcionado, con
una revelacion inesperada! ,


¡Pobre hija mi a! ¡pobre yerno mio!
y el venerable, en estremo conmovido, enjugó una lá- ._
. grIma. .¡l,.




15'0' LA."SOBERANfA'
'Altora nos r~sta' cumplir con' el; sagrado debér que nos
li~mb~r iiÍlpuest8~dando comienzo á ' la lecturá de sltffmemo¡


, rias; de este trabajo se encaÍ"gá.r~fml sobrino y)como'quiéra
qtie:el manus6rito' es en estremo voluminoso y hábtá de'
ocüparnos: ruuchis" sesibnes, lo dividiremos -y clasitlc~remos
con el titulo de veladas; quiere decir que todas las ~étna:­
nas, si bien os paréce, despues' del despacho ordinario; con-
sagraremos nuestra atencion á ~as útiles enseñanzas' que
nos ofrece nuestro hermano.


, -Aprobado, dijeron todos.
"":"'En talcaso, querido sobrino, si no te molesta puedes


dttr'pHncipio á la lectura.
,Felipe inclinó la cabeza- en señal de asentimiento y


rompió el sello lacrado del legajo.
, Este' se componía de cuadernos, cosidos separadamente.


El primero que apareció á su vistá llevabá suscrito en
su primera hoja el nombre de


FROILAN CARVAJAL.


El sobrino del1)enerable di6 principio á su tarea en los
sfguientes términos:
«Empiez~' por d~r gracias á mis hermanos.
Cuandcr lea:n estas líneas ya se habrán enterado de mi


árité!lól étbntó y é11iliplido mi última voiuntad.
Te'iJ.go i~ s~'guiidad del que mi hija habrá encontrado'


en: suahtie10 un s'egundo padre y en mis hermanos la fa-
Iriiltt dé qüé h::iS-ia allorit había carecido.


Teng8 igrúrltriénte él convencimiento de que nuastro
1)ene~aole habrá perdonado al esposo de Sl'l amiada;' hiJa. Án-
gela.
¡Graci'á~ á. tbdos, por ella y por mí!
~~~' Antes de empezar la ~stensa relacion de las desdieh:\s




NACIONAL. 1§-.1,
y tribulaciones de mi vida, de los trabajos que fueron el I
resultado dé' mis constantes estudios sobre las tiranías de
todos' los tie-ropos y paises; de todos los mártires que se sa,.. .. ·
crificarQD en defensa de la idea liberal, permitidme que os
cumpla lo ofrecido~ que os haga el relato de uno de los mas
espantosos crímenes que registra la historia de nuestros
días; de un asesinato que como indiqu~ en mi anterior ma~'
nuscrito fué, como si dijéramos, el golpe de gracia que pre·
cipit6 mi muerte, por la impresion que en mí produjo y las
circunstancias que lo rodearon. .


Carvajal era para mí, mas que un amigo, un hermano.
Este distinguido patricio, esta nueva víctima' de un go-


bierno tiránico y arbitrario, este mártir de la idea rep~bli­
cana, fué inhumanamente fusilado en, Ibi (provincia de
Alicante) el 8 de Octubre de 1869.


¡Horror y vergüenza siento al tener que consignar' su
horrible muerte, l!evada á cabo por 6rden del ,gobierno,
cuando aun no se habia publicado la ley marcial en el ter~
ritorio sobre el cual se levant6 en armas este valeroso pa-
tricio!


y todos debemos sentir horror, porque la sangre es
siempre repugnante, porque la pena de muerte, padron de
ignominia del siglo XIX, nos inspira horror; sentimos v-er.;.
güenza por el gobierno, que, cubriéndose con una máscara
de mentido liberalismo, arrebata la vida, el d6n IDaS pre-
cioso de la~ criatura, el único patrimonio del sér h}lmano,
á un hombre honrad? y leal, á un digno y consecuente pa-
tricio, cuyo solo delito consistia en ser republicano, cuyo
único crímen era profesar la idea federal, y que murió con
la sonrisa en los labios, con la fé en el alma, regandocQn
su sangre e] árbol santo de la república federal.




152 L~ SOBERA.NIÁ.
_. .


¡Sombra venerada, regocíjate! Tu memor~a vivirá eter-
namente en el corazon de todos los buenos republicanos, de
todos los hombres que aman'sinceramente la libertad de su
patria, de esta patria hoy hollada y escarnecida por los
mismos que juraron sal varIa.


¡Sombra querida, alégrate! Tu sacrificio no será estéril;
tu preciosa sangre vertida no será inútil: pueden haberte
quitadQ la viua perQ tu grallue \uea 1\.()\.a ~~ ~\ ~~~'(\.~\.~
como ténue gasa; tu martirio ha privado al partido'repu-
blicano de uno de sus mas valerosos soldados, de uno de
sus mas fuertes adalides, pero en cámbio ha impreso un
estigma de maldicion sobre la frente de tus verdugos y ha
arrojado á nuestro campo miles de hombres que han jurado
sacrificarse por nuestra" causa, que sienten hervir la sangre
en las venas al solo recuerdo de tu martirio.


¡Jiroilan Carvajal, duerme tranquilo! Descansa en paz,
amigo mio, y repite á _ aquellos de los nuestros, que ya no
existen, al inolvidable Sixto Cámara, al generoso amigo
Moreno Ruiz, al malogrado niño Bohorques, al noble Ruiz
Pons, á los valerosos patricios Abdon Terradas, Baliardo
Ribó ySaint Just, al desgraciado Francisco Cuello, á los
valientes Vicente Martí, Espiga y García, Lopez Carrafa y
Dominguez, y al invicto Guillen Martinez, que su récuer""
do está grahado en nuestra mente; que su sangre y la tuya
ha sido el fresco y puro rocío que ha hecho brotar miles de
fiores en los fértiles campos de la república; díles que nos-
otros procuraremos inspirarnos siempre en sus acciones, en
su valor y constancia; díles que el triunfo de nuestra cau-
sa es pronto y seguro: que todos los tiranos de la tierra
juntos no pueden impedir la aparicion del sol de la repú-
blico, cuyos primeros rayos, atravesando los mares,11e-




" .


NA,CIO~ALI 153-,
gan de América á Europa, del' nuevo al viejo mundo.


Díles tambien que el dia de nuestra redencion se acer-:- /
ca; que nadie es capaz de impedir la marcha del progreso; /
dHes que el pueblo español, harto ya de sufrir, se apresta
al combate, deseoso de"ocupar el primer puesto, llevando.
alta y erguida su gloriosa enseña; esa hermosa bandera en
cuyos pliegues está escrita la salvacion de Europa, que no
es otra, que no puede ser otraque la libertad, la igualdad,
y la fraternidad, bajo la forma republicana federal.


Díles, que gracias á vuestra preciosa sangre vertida y
á vuestro her6ico sacrificio, el partido republicano es uno
de los que mas héroes y mártires puede presentar á la vista
de sus conciudadanos) y que se equivocaron lastimosamente
los que pensaban que solo teníamos hombres para la pro-
paganda' la tribuna 6 el club. .


¡N6, Y mil veces nó!
Sixto Cámara era el tribuno del pueblo; Ruiz Pons el


gran publicista; Abdon Terradas el génio organizador;
Francis_co Cuello el enérgico propagandista; Saint Just re-
presentaba la audacia; Lopez Carrafa, Espiga y García, y
Bal~ardo Rib6 el valor.; Dominguez la idea consecuente;
Guillen Martinez era uno de los mas firmes baluartes de
nuestra cal.:sa; Moreno Ruiz y el niño Bohorques ert\n la
viva imágen de la. abnegacion y el sacrificio; tú, pobre
amigo mio, el valor y la constancia, y como si vosotros,
nobles víctimas, no fuérüis bastante á probar esta verdad,
recordaremos á esos detractores infames á nuestros desgra-
ciados hermanos de Sietamo, Alicante, Cartagena, Barce- I
lona"Madrid, Iznajar y otros cien, sacrificados por la ti-
ranía.


.•


i Afuera, pues, los detractores y los tiranos!


"-




, 154: ~A SOBERANIA.
¡Paso á los héroes y á'los mártires!
¡Hermanos, una lágrima sobre la tumba de nuestros


mártires y de nuestros héroes!
¡Valerosas y dignas republicanas, tejed guirnaldas de


acanto y siemp:fe vivas para adornar el sepulcro de nues-
tras queridas víctimas!


¡ Vates del gran partido federal, empuñad las sonoras
liras"y dedicad vuestro melodioso canto á nuestros valien-


,


tes campeones!
¡Republicanos federales, esperanza y fé; constancia y


energía, que si hoyes el dia de las lágrimas, quizá maña-
,na será el de las justicias!


.' .


.. •


Nació Froilan Carvajal el 5 de octubre de 1830 en
Tevar (provincia de Cuenca), y era hijo de una familia
acomodada.


Hizo sus prim,eros estudios en Tevar; pasó á cursar los
años de latin á Villanueva de la Jara, demostrandq una in-
teligencia poco comun; en 1841 se trasladó á Madrid cuan-
do ft penas contaba doce años y estudió en la Universidad
central, filosofía, continuando despues sus estudios para la
carrera del Notariado, hasta al año 1846, que regresó á su
puehlo, deseoso de abrazar á sus queridos padres y herma-
nos, de quienes estaba separado hacia cinco años.


Nuevamente partió á Madrid en 1850, á practicar en
casa de un notario los ejercicios de su carrera, donde per-
maneció hasta 1 R53.


España se hallaba éntor:ces bajo la mas odiosa inmora-
. lidad y la mas horrible tiranía; gobernaban el país los po-


lacos, y todos los que por liberales se tenian, no cejaban en




NACIONAL.


el firme y honrado propósito de derrotar un gabierno que
asesinaba al país politica y socialmente. Froilan Carvajal
no podia permanecer indiferente ante las desgracias de la
patria, y aunque muy jó.ven, solo la idea de libertad se al-
bergaba en su generoso pecho, y no dejó de trabajar un
instante en la revolucion que se anunciaba próxima á es-
tallar.


Deseoso de unir al glorioso nombre de su país al de los
libertadores de su patria, partió para Tevar en el mismo
año (1853), y poniéndose de acuerdo con varios amigos, se
dispuso á secundar la revolucion de ] 854.


Llegaron las célebres jorhadas de Julio, y Carvajal, en
union de sus amigos, ayudó al glorioso alzamiento que ar-
rojó del mando á los polacos, y alzó al partido progresista
entre ví6tores y aplausos á la gobernacion del país.


Orgal!izada la Milicia Nacional, tlivo la satisfaccion de
ser nombrado teniente de la compañía de cazadores, forma-
da en Tevar, perteneciente al batallon denominado de la
Motilla del Palamar, saliendo varias veces en persecucion
de malhechores y prestando otros vario~ é importantes ser-
vicios.


¡Pero, Carvajal no fué de los que se hicieron ilusiones!
Con su clara imaginacion, con su buen talento, compren-
dió que aquella situacion no era mas que transitoria, que
la revolucion habia degenerado, que las ptome$as no se ha-
bian cumplido, que el noble pueblo sufria en silencio otro
despotismo, peor aun que el de los polacos, el imperio del
sable: que á falta de un Sartorius, habia un O'DonneU, y
con verdadero amor á la libertad, con verdadero cariño
al pueblo, siguiendo sus nobles aspiraciones, y de acuerdo
en un todo con las ideas que el gran demócrata Sbtto Oá-


'rOMO l.




156 LA. SOBERANIA..
mara sostenia con valerosa energía en las columnas de La
Sqoerania Nacional, afilióse resueltamente en las filas de la
democracia, de aquella jóven democracia saludada en el
teatro de Oriente por el célebre Gonzalez Brabo, y que con·
taba entre sus filas, oradores como el jóven Emilio Oaste-
lar; políticos como Orense, y tribunos como Sixto Gámara.


De aquí puede decirse que arranca la vida política de
Froilan Oarvajal, cuyo único pensamiento era la sal vacion
moral é intelectual del pueblo; su redencion política y so-
cial, y el planteamiento del principio democrático, de ese
gran principio que se condensa en tres breves palabras:


Libertad, Igualdad y Fraternidad.
Todo para el pueblo, porque todo es suyo.
N o era preciso ser adivino para com prender que los tristes


sucesos de 1856 vendrian, como vineron, á ahogar la liber-
tad por muchos años; así que, Oarvajal se dispuso, en union
de varios amigos de la provincia, á resistir aquel tremendo
golpe: reunió sus amigos y compañeros, se proveyó de ar-
mas y municiones, recorrió varios pueblos, reunió á los
tímidos, arengó á los valientes, y firme en su puesto se
dispuso á jugar su vida en defensa de los sagrados dere-
chos del pueblo tan villanamente escarnecidos, pero ¡oh fa-
talidad! Barcelona, la valerosa Barcelona, cayó despues de
tres dias de sangrienta y horrible lucha, sostenida por un
puñado de hombres contra doce mil soldados.


¡ZaragozaI la heróica Zaragoza, despues de grandes es-
fuerzos sucumbe al sinnúmero de sus enemigos, y con ella
multitud de ciudades y pueblos importantes. ¿Qué hacer'?


Froilan Oarvajal con los pocos amigos que quisjeron
seguirle, levanta una partida republicana, que tiene que
di sol V{lr al saber que Barcelona y Zaragola han sido ven-




NACIONAL. 157
cidas; y errante y fugitivo llega á Madrid, donde perma-
neció oculto durante mucho tiempo, la mayor parte en 'casa
de un íntimo amigo suyo, don Juan Moreno y Sanmillan,
al que le unia un fraternal cariño.


Este puerle decirse que fué su primer paso en la carrera
política, costándole el abandono de su pais, de su familia,
de las comodidades de su casa, que abandonó «con el fir-
mísimo propósito de no volver, ni á las segundas, ni al
primero, sino en son de guerra» y valiéndole que le for-
maran una causa por conspirador y republicano.


Llegado á Madrid, entró en la carrera literaria, por la
cual tenia. una aficion que rayaha en delirio; escribiendo
sucesivamente en los periódicos literarios El L1tnes y El
Eco de la Razon, y como diario político, en El Porvenir,
periódico el mas avanzado de aquella época y que dirigia
Juan Belza, el cual sufrió en muy corto espacio de tiempo,
siete denuncias y dos de desacato. Tambien publicó algu:..·
nos artículos en La lIducacion pintoresca, La Bat1da, Elllco
de OlUlnCa y otros varios, hasta él año 1863.


Desde su llegada á Madrid hasta 1861, qué de sufri~
mientos, qué de privaciones, qué de amarguras no sufrió
el desgraciado Froilan para buscar el preciso sustento, en
cpmpañía de su hermano, el noble y generoso Basilio, com-
pañero desde entonces de su desgraciado hermano hasta su
muerte; siendo un modelo de abnegacion y cariño, sufrien-
do lo que Froilan sufria, amando lo que Froilan amaba., y
pronto siempre á sacrificarse por su hermano y por la noble
idea que defendia, que es la misma que él ama y defiende
con todo su corazon.


Hermanos, enviad á ese modesto cuanto noble j6v.en la
viva espresion de vuestro cariño y de vuestra .. a:dmiracion




LA SOBERANIA
\ '


á nombre del gran pal'tido r-epublicano federal y de la lógia'
á q na perteneceis.


D":fante algunos lllases;, Carvajal escribió en un perió-
dico de intereses material~, titulado El Faro de OasUlla,
que ~irigia don Saturnino Navarro de Vicente, y habién -
dos e ausentado éste y quedado Froilan al frente d.el perió··
d¡eo, su aficion á la política le hizo publicar un notable
articulo contra el gobierno que le valió ser conducido al
Saladero, y no pudiendo prestar fianza, fué preciso esperar
á que el señor Director viniesA, é interpusiera su influencia
y amigos, para alcanzar la libertad-de Froilan.


Llegó al punto mas importante de su vida, á un punto
de que ciertos hombres quisieron sacar partido contra nues·
tro amigo, y cuya miserable voz fué ahogada por un cla-
mor general de indignacion; es el en que Froilan aceptó
un destino del gobierno de la union liberal en órden pú-
blico: el partido republicano supo que la desgracia obligaba
á Froilan á aceptar semejante destino, pero lo que no saben
todos es, que al pJ:oponérselo, lo rechazó con noble indig-
nacion; que entonces fué á contar á varios de sus amigos
la insolencia que habian tenido de proponerle semejante
empleo, y que esos amigos le dijeron:


« FroilaIl, no seas· niño: en primer lugar has agotado
todos tus recursos y no tienes medios para continuar vi-
vie~do así; en segundo, puedes prestar grandísimos servi-
cios á la revolucion y á nuestro partido desde ese empleo,
y nó es cosa de que, por un orgullo mal entendido, vayas
á perder la magnífica ocasion que te ~e presenta de servir
á los amigos, á la libertad y á la patria.»


EntQnces, y solo entonces, pudo decidirse Froilan á
aceptar aquel empleo que le produjo grandes amarguras,




~A.OI@NAL. , 159
terribles dolores, é incalculables sacrificios; llevados á cabo
con la mayor abnegac.ion porque eran en bien de su parti- I
do, en pró de sus ideas y en servicio de su cansa.


Esta página, la mas triste é importante de su vida, la
ha descrito él mismo de una manera admirable, y yo quie·
ro rendir un justo tributo á su memoria copiando ínlegro
el notable documento en que reseña á grandes rasgos ese
período de su existen'3ia, contestando á un comunicado que
vió la luz pública en el periódico de Alicante titulado El
Comercio. . ..


(~En cambio, yo justificaré cumplidamente, decia, que
naciendo á la política el año 54, se me encausó el 56 por
haber levantado una partida en sentido republicano.-As1
dice la causa.-Que de sus resultas tuve que abandonar mi
pais, mi familia y las comodidades de mi casa, con el fir-
me propósito de no volver, ni á las segundas, ni al primero,
sino en son de guarra: Que careciendo de recnrsos~ no sa-
biendo estafar, y no queriendo molestar á mis amigos, ni
ceder en mi propósito, despues de tres años de amarguras
y de privaciones infinitas, á las que no estaba habituado,
y de las que podia prescindir transigiendo con mis enemi-
gos políticos y volviéndome á mi casa, se me ofreció PQ'r
personas respetables del patr-tido liberal de. Madrid, donde me
bana.ba, un aestzno de 6rden pú blieo-llámeselo de policia.
ó como guste el Sr. Jorro;-pues cuanto m~s lo denigre re-
saltará mas mi abnegacion y mi heroísmo: Que, porque se
me dijo con",enia así 4 los intereSfs ael partidQ, me decidí á
aceptarlo y lo acepté, no sin protestar solemnemente que
era un sacrificio inmenso que por el bien del p~rtido, M-cia
tan solo: Que, aceptado, en semejantes condiciones, seg"'"




160 LA SOBERANIA
los que me lo ltabian impuesto lo esperaban y segun mi deber
lo exigia, favorecí en cuanto pude y mas de ~o que pude
acaso, lo mismo á mis amigos de Madrid, que á muchos de
las provincias, sin reparar el riesgo que corria de' haber
ido á presidio, por lo menos, si me hubieran descubierto:
Que por semejante causa, léjos de decaer en la amistad y
la confianza de nadie, adquirí una cosa y otra hasta un
punto ilimitado; hasta el de no haber para mí secreto al-
guno: Que no ha habido desde entonces conspiracion chica
ni grande, donde yo no me haya hallado, ó donde yo no
haya tenido una inteligencia directa é inmediata: Que co-
mo no estaba ligado al destino que ejercía y sí con cuerpo
y alm:). á mi partido, cuando este dispuso que cada uno
saliera á ocupar el puesto que le correspondía en el
combate, yo salí á ocupar el mio, abandonando el destino
con muchísimo placer, y abandonando á la vez, como en
mi pais, mi casa y la familia que me habia creado en Ma-
drid: Que fué mi primer salida en abril del 64, cuando se
esperaban los sucesos de Valencia: mi segunda en enero
del 65, cuando los iniciados por D. Juan: mi tercera, cuan·
do los del 22 de junio del mismo año: y mi cuarta cuando
los de agosto del próximo pasado (1867): Que en todas ellas
he cumplido como iodos cuantos han cumplido bien; pero
en la ú)tima, anteponiéndome á todos, pues. me cabe el
justo orgullo de haber destituido entonces de sus supuestos


. derechos al t.rono de esta España tan desgraciada, bajo la
presion horrible de su mas horrible tiranía, á todo') los Bar-
bones, sentenciánd )108 á muerte como criminales de lesa


.


naClon.
Que he ~ufrido persecuciones infinitas, y tanto mas es-


puestas y temibles, cuanto que los mismos que me perse-





-NACIONAL. 161
guían me conocian perfectamente: Que he tenido que
emigrar: Que se me ha condenado á muerte: Que he veni-
do de la emigracion, esto no obstante, á trabajar si era po-
sible y que he trabajado á todas lioras, sin tregua ni des-
canso alguno, y sin tener en cuenta para nada lo mucho
á que me esponia: Que he salido en setiembre último (1868):
Que he sostenido la bandera que llevaba á la altura que
debia sostenerla: Que lo miRillo para s6tiembre, que para
agosto, que para junio, que para enero, y que para abril
arriba mencionados, no !te recibido de nadie un solo céntimo,
y me he compuesto ,deshaciéndome de lo poco que poseia,
para salir cuando llegaba el caso y para poder vivir mas
tarde.


Que me he quedado hasta sin ropa (lo digo con estraor-
dinaria vanidad) porque la guardia civil se apoderó de la
que tenia en el mes de agosto, y no sé por disposicion de
quién la vendieron en pública subasta: Que, á pesar de
todo, ni !te pedido, ni pido, ni pedú'd cosa ninguna que equi-
valga á recompensa; porque la mayor, la mas g~ande re-
compensa para mí, es la satisfaccíon que esperimento al
recordar, tranquilo en mi conciencia, que he cumplido
como leal y bueno, y al poder decir muy alto en todas par-
tes: ( ¡Santa y bienhechora idea, libertad querida y anhe ~
lada! te he sacrificado, mi honra en la apariencia, te he
consagrado mi vida y todo ha sido para tí: nada por el in-
terés, nada por el medro personal; único móvil de muchos.»


¿Queda con esto satisfecho el Sr. Jorro'? ¿Queda con esto
en aptitud de echarme en la cara el acto mas meritorio de-
mi carreta política?


Pues bien: escribí al principio que yo probaria cumpli-
darnente lo que acabo de esponer, y sin perjuicio de au-




, \


162 LA SOBERANÍA
mentar el número, ofrezco desde ahora para luego; en el
concépto de testigos sabedores, unos de unas cosas, otros de
otras y la mayor parte de todas, á Marcili, Cervera, Pino,
Bartomeu y Montesinos, de esta provincia: á D. Ramon
Moreno de Albacete; á D. Francisco Valero, de Villarroble-
do; a D. Ramon Castellanos, D. Antonio Villava y otros
mil de Cuenca; á D. Juan Pablo Soler, de Zaragoza, á la
vi uda de D. Pascual Ventura de la Torre, y á la madre de
D. Ramon Copeiro del Villar, fusilados en Barcelona y en
Palencia respectivamente; á D. Francisco y D. Ignacio Es-
cobar, hermanos; á D. Manuel Metelo, D. Bernardo García,
D. Pedro Mas, D~ Juan de Dios de Mora, D. Luis MoliIlé,
D. Telesforo Montejo, D. Manuel Lasala} D. Julio Vizcar-
roneto, D. Domingo Villasarte, D. Manuel del.()jo, D. To-
ribio C~strovido, D. Tomás Berenguer y D. Juan Santos
Rodrigue~ de Ma.drid; á los representantes de casi todas las
demás provincias, cuyos nombres no cito, porque lleván-
dolos supuestos cotuunmente, desconozco los suyos verda-
deros: á' D. Domingo Moriones, hoy mariscal de campo; á
D. Antonio Zapino, coronel gefe de estado mayor del ge-
neral Pierrad; á este mismo general y al ilUstre y respeta-
bil1simo decano de los republicanos españoles, D. José Ma-
ría Orense.


¿Quiere mas el Sr. Jorro? Si quiere mas que lo diga,
porq ue es tan largo el catálogo, es tan escesi vo el número,
que no reclamará segutan:ente tantos como yo pueda ci-
tarle, vivos, por fortuna aun, como los que he citaq,o ya y
que podrían desmentirme si á la verdad faltase. El polizonte,
pues, que dice el Sr. Jorro, ha ser'Dido á su partido 'constante y
activamente, desde que formó en sus filas hasta ahora, y


, por vestirse la. camisa roja, no II1erece el dictado de farsante.




NACIONAL. 163
Díganlo~ en vista de los datos anteriores, todas las per-


sonas imparciales: diganlo todas las que me han visto tra-
baj ar y sufrir y padecer con la decision y la constancia del
creyente, con la fé, la abnegacion y el desinterés del
mártir ..


Hasta aquí lo que el pobre Carvajal decia en su comu ....
nicado.


¿Y qué diré de su vida de emigrado, ya en Orán, ya en
Burdeos, ya en Marsella, que no digan sus viajes, sus mar-
chas de un punto á otro con riesgo de la vida, sus privacio-
nes y escaceses, su existencia intranquila y las grandes
amarguras pasadas en estranjero suelo, comiendo el negro
pan de emigracion, contemplando desde léjos las montañas
de España, aspirando el fresco viento que viene de la pa-
tria; recordando el hogar en que nació, los herIJ?osos cam -.
pos en que corrió su infancia, los besos de su adorada ma-
dre, las caricias de sus hermanos, y verse condenado á su-
frir y padecer solo, y á morir quizá en estranjero suelo,
sin recibir el último beso de su anciana madre, sin tener
quien cerrara sus ojos cuando la muerte se apoderase de su
cuerpo!


¡Qué diré de todo esto, que no sepan y comprendan tam-
bien como yo mis queridos hermanos!


El general Prim salió de Aranjuez e12 de enero de 1866
al frente de los regimientos de húsares de caballería de
Bailen y Calatrava, alzándose en armas al grito de libertad.


Froilan Oarvajal, que venia trabajando en este movi-
n1iento hacía mncho tiempo, partió para el pueblo de Si-
sante, donde tenia preparados sus amigos y compañeros
para secundar al general Prim en su empresa libertadora,


TOllO l.




164 LA SOBERANJA
pero una carta dirigida desde Madrid por persona de toda su
confianza le hizo retroceder, al saber que el general Prim,
en lugar de venir sobre Mad~id, se dirigía á PortugaL En
silencio devoró Carvajal esta nueva amargura "Y tornó á
Madrid, triste y desconsolado al ver perdida aquella mag-
nHica ocasion de dar libertad á España y devolver .al pue-
blo sus hollados derechos.


Un año pasó; año de peligros sin cuento, de tribulacio-
nes y desengaños, y llegaron los sucesos del 67.


Carvajal, seguido de sus buenos y valerosos amigos
.Juan Pujol, Alfonso Lopez, Adolfo García La Mora, Ramon
Izquierdo, Enrique Moreno y Fernando Valarino, respondió
al comprom.iso contraido de secundar el movimiento revo-
lucionario de Aragon y Cataluña, y se alzó en armas con
sus dignos compañeros en el pueblo de Vara de Rey (pro-
vincia de Cuenca) al grito de ¡Viva la República! Con solo
diez y siete hombres, por haber faltado los demás que se
hallaban comprometidos: de aEí pasó á Sisante, y antici-
pándose un año al resto de los españoles, destituyó del
trono á los Borbones.


Recorrió los pueblos de Picayo y Teba, llegando á reu-
nir 200 hombres; e·n este último punto fué cogido un pai-
sano que hizo resistencia á los libertadores de su patria, y
una mitad de la partida queria fusilarlo" mientras la otra
mitad se oponia á ello; Froilan tambien se opuso, y ordenó
que se le encerrase en la cárcel del pueblo para que á su
debido tiempo fuera juzgado: pero los caciques del pueblo,
aprovechando la ocasion de e~ta querella entre la partida,
comenzaron á ~scitar los ánimos de aquellos hombres sen-
cillos, prometiéndoles lo que no les podjan dar con tal de
que abandonaran :á Carvajal; no contentos aún, y aprove-




NACIONAL. 165


chando la hora en que la partida estaba comiendo tranqui-
laUlente, dieron la voz de alarma diciendo que la tropa es-
taba entrando en el pueblo, resultando de aquí la confusion
y el desórden consiguiente y la huida que ellos esperaban.


Carvajal y cincuenta hombres se hicieron fuertes en el
puente, abriéndose paso con las armas, hasta que recobrada
un instante la calma, Carvajal encomendó la defensa del
puente á Valarino, y seguido de sus valientes compañeros
Pujol, Izquierdo, García, La Mora y Lopez, todos á caballo,
recorrió el pueblo, retando ~ aquellos cobardes traidores,
que huyeron ante un puñado de hombres.


En la noche del 27, en vista de las tristes noticias que
llegaban de todas partes, y de que algunos pueblos impor-
tantes en quienes confiaban no secundaban el ~ovimiento,
á las doce de la noche disolvió la partida, y seguido de sus
cuatro amigos, fué vagando por los campos todo el dia 28,
dirigiéndose en compañía de Pujol á Alicante y embarcán "
dose despues para Marsella.


De nuevo comienza para nuestro amigo una vida de pri~
vaciones y trabajos; de nuevo la idea de libertar á su
querida patria, abrasa su mente, "de nuevo los viajes secre-
tos, los peligros, las luchas de todo género, en Marsella, en
Burdeos y en Orán.


Vienen los sucesos de Agosto del 68, y Carvajal, de
acuerdo con su íntimo amigo el valiente Tomás Bertomeu,
lanza una magnífica proclama el dia 23, y llegan al pun-
to de reunion (Villena) para levantarse en armas; pero des-
graciadamente fracasa el movimiento, y Carvajal y Tomás
logran salvar la vida, despues de grandes peligros, y per-
manecen ocultos, pero sin dejar un instante de trabajar en
la obra revolucionaria; buscando amigos, armas y muni-




166 LA SOBERANIA.
ciones, hasta el 13 de Setiembre, que, seguidos de algunos
bravos y leales compañeros, se levantan en armas en la li-
beral provincia de Alicante, y recorren los pueblos de la
Marina que los reciben en triunfo, ayudando en gran par-
te al éxito de la revolucion de setiembre.


Llega á su noticia que el heróico pueblo de Alcoy iba á
ser atacado por las tropas del gobierno; Carvajal y Tomás,
al frente de sus valientes corren á su defensa, y hacen
prodigios de valor en aquella sangrienta lucha; Carvajal,
encargado de la defensa del fuerte, demuestra una vez mas
su serenidad y arrojo, despreciando la vida, que no quiere
conservar si nú ha de ser la de un hombre li bre, en un
pais igualmente libre.


Despues de cumplir como bueno, una vez terminada
la revolucion, y constituido el gobierno, Froilan se ~etiró
á Alicante, donde tenia muchos y verdaderos amigos, to-
mando la direccion del periódico La Revolucion, del que era
propietario su buen amigo el consecuente republicano José
Marceli, llegando á ser, bajo su acertada direccion y su
enérgica pluma, uno de los periódicos mas importantes de
España.


Poco despues fué nombrado presidente del Club de los
Radicales, compuesto de buenos y valerosos republicanos.


Pero ¡oh infamia! el viernes 12 de febrero de 1869, cuan-
do Carvajal, tranquilo y satisfecho, se ocupaba solo de sus
tareas periodísticas, se presenta á las once y media de la
noche en la casa que habitaba el inspector de policía al
frente de sus dependientes con objeto de ,prenderle, en vista
de Ü.n exhorto del juez de primera instancia del partido de
San Clemente (provincia de Cuenca), porque el dia 26 de
agosto de 1867 se alzó en armas, secundando el movimien-




NACIONAL 1(57
to de Aragon y Cataluña, en Vara de Rey y Sisante, el cual
le valió la emigracion á Frar:cia.


Vean nuestros lectores un párrafo de los publicados en
el periódico La Re'V(lucion del dia siguiente, escrito por
nuestro inol vidable amigo:


«Apenas constituido el gobierno provisional, que des-
pues de la revolucion se creara, se mandó sobreseer en to-
das las causas incoadas por política, sobreseyéndose las de
los cinco oficiales que con nosotros venian, como así se jus-
tifica por el hecho de estar todos colocados, con sus ascen-
sos respectivos: la de ellos y nosotros era la misma; en ella
no aparece, fuera del delito de reflelion, ninguna circuns-
tancia que le agrave: es que es Política, pura y esencial-
mente Política.


¿Y ,por qué cumpliendo los mandatos del gobierno no se
encuentra sobreseida'? i Y por qué se sobeeseen las otras
cinco y ella no? i Y por qué cuando el delito es igual y
nuestros consortt:s están libres y han sido recompensados por
la patria, á nosotros se nos manda encarcelar y tal vez se
pretende castigarnos'?


¿Es esto justo'?
¡Revolucionarios españoles, compañeros nuestros, así es


como se premia el patriotismo, la abnegacion y la virtud
política. Abandonad vuestras familias, perded vuestros in-
tereses, corred todos los azares de la conspiracion y de la
lucha á' mano armada, conquistad la libertad últimamente
que á nombre de la libertad os pondrán presos, os encau-
sarán y os fusilarán! ,)


Tres di as despues escribió un artículo que se titulaba:
«Desde nuestra jaula, á los lectores de La Revolucion y al
público,» el cual empezaba así:




168 LA SOBERA N ÍA
«Salud: en nuestro primer artículo del número 88, di·~


gimos que por la policía se nos buscaba para prendernos
Por Politica, y que á fin de evitarnos los disgustos y las
vejaciones consiguientes, en vez de dejarnos poner presos,
optábamos por 'Volvernos á ocultar, exactamente lo mismo
que si el célebre Gonzalez Brabo se encontrase aun rigiendo
los destinos J.e esta nuestra pobre España.


Ocultos estamos, pues, pero ocultos nada mas que para
]0 arriba consignado.


Para propagar nuestras· ideas, para defenderlas donde
quiera que nuestra defensa lo reclame, para combatir los
abusos, para denunciar las arbitrariedades, para decir la
verdad y para responder de nuestros dichos, nunca.


Pero hagamos aunque sea á la ligera dos preguntas.
¿Hay dos leyes diferentes para una misma cosa?
¿Se castiga á los unos por lo mismo que á los otros se


premia'?
Entre otros que podriamos citar en este instante, se nos


ocurre el primer nombre que en la lista de la actual revo-
lucion figura: el del ciudadano general Juan Prim.


¿,Qué hizo éste'?
Sublevarse.
¿Qué hicímos nosotros?
Sublevarnos.
¿Por qué Prim se encuentra en libertad y ha recibido


empleos y honores infinitos'?
¿Por qué á nosotros se nos busca para llevarnos á la


cárcel?
¿Porque no somos Prim?
O por eso, Ó porque hay dos leyes diferentes: una para


juzgar al ciudadano referido, ot.ra parajuzgarnos á nosotros.




NACIONAL. 169
¡Bueno es saberlo!
Carvajal continuó escribiendo y dirigiendo el periódico


La Re'Ool1IJcion, bajo el nombre de Plácido Bernardo, y su-
friendo toda clase de persecuciones, mientras sus amigos
trabajaban en Madrid para que el gobie'"no abandonara el
camino que habia emprendido tan injustamente, y orde-
nara el sobreseimiento de una causa á todas luces ridícula
y ar bi traria.


En el mes de j ulío llegó á Alicante desde Madrid, su
buen amigo el ciudadano Enrique Rodriguez Solís (1), re-
dactor entonces de La lJemocracia Republicana, y se hizo
cargo por algunos di as de la direccion de La Revolucion,
durante los cuales Froilan Carvajal pudo marchar á Ma-
drid, donde su presencia era grandemente necesaria.


Al gobierno convenia mucho que Froilan Carvajal per-
maneciera] aunque injustamente, bajo la accion de los tri-
bunales, pees conociendo su decidido amor á la libertad, y
sus grandes trabajos y sacrificios por la causa de la Repú-
blica, comprendía, vista la situacion del pais, que la lucha
entre los partidos monárquico y republicano era inminente,
y f]ue nuestro amigo era un terrible elemento contra la
monarquía y los monárquicos.


El 15 de agosto de 1869 apareció el periódico La Revolu-
cíon con su primera plana ocupada en letra gruesa con los
siguientes lemas:


<<¡INJUSTICIA, ARBITRARIEDAD, ESCÁNDALO!;)
Desplles se llamaba la atencion de la prensa y del pais


entero para saber si el delito de sedt'cion y rebelion del año


(1) Autor de su biografi&.




170 LA SOBERANIA


67, podía ser tal delito el año 69, y terminaba pidiendo


«JUSTICIA!! JUSTICIAIl JUSTICIA!!»


El 26 de agosto recibió Carvajal una carta de su anti-
guo amigo Ramon Castellano, abogado y alcalde popular
de la villa de Belmonte, provincia de Cuenca, participán-
dole que «~l auto inaplicable de prision contra él, habia
sido alzado por el juez de San Clemente, con, los pronun-
ciamientos mas favorables para él, y que la causa seria so-
breseida en igual forma, luego que se evacuasen algunas
diligencias formularias que la ley exigía. »


Esto sucedia el 26, y el 28 se publicaba en el Boletin
Oficial de la provincia el siguiente decreto:


(,D. Mariano Dié y Pescetto, juez de primera instancia
de esta ciudad de Alicante y su distrito.


Por el presente se cita, llama y emplaza por primer
pregon y edicto á D. Froilan Carvaj al y Rueda, á fin de
que se presente en este juzgado en el término de nueve
dias, con objeto de recibirle indagatoria en la causa que
contra él mismo estoy sustanciando, por amenazas al señor
gobernador civil de la provincia, en la parte del artículo de
fondo, inserto en el periódico La Revol'llciO/¿ del dia 18 del
actual, que empieza: (,Venid aquí,\) y concluye (·muerto ó
herido de muerte por lo menos; » apercibido de que si no lo
verifica, le parará el perjuicio que haya lugar. »


Despues de insertar el edicto en e! periódico, escribía
nuestro amigo:


«Sin salir, pues, de una causa, se nos ha metido en
otra. Si ha sido á instancia de parte ó si ha sido de oficio, lo
ignoramos.


Mas á instancia de parte presumimos que habrá sido, y




NACIONAL. 171
la parte en la cuestion es el gobernador civil de la provin-
cia, contra el cual veis que protesta diariamente la pro-
vincia en masa.


¿otra causa criminal contra nosotros'?
Sí, otra causa.
¿ y por qué, ó con qué motivo'?




Escandalízate ó ríete á mandíbula batiente, pueblo
.


amIgo.
¡ Por amenazas!
¡Por amenazas al gobernador civil de la provincia!
¡Así lo vemos escrito y nos avergüenza el verlo!
¡Nos avergüenza, porque nosotros no tenemos por cos-


tumbre amenazar á nadie, y á mujeres mucho menos!
Mal es este que pica en historia y que hay que com-


batir como mal crónico.
Un dia le amenazamos con romperle un l¿ueso si se de-


terminaba á entrar en nuestra casa chillando y alborotando;
se nos llevó á los tribunales y se nos encausó por desacato!


Hoy, refiriéndonos á la prensa, refiriéndonos al terreno
de la discusion, le hemos citado, diciendo: Venid aquí, que
muerto ó herido de muerte, por lo menos, habeis de quedar en el
combate, y hace que de nuevo nos encausen.


¿Es esto regular'? ¿Es esto digno'? ¿Es esto caballeroso
señor gobernador'?


Mas, ¿á qué cansarnos'?
Y, ¿á qué dirigirnos á V. directamente?
No merece V. tal honra, y desde aquí en adelante nun-


ca nos di:igiremos.
Pueblo amigo., á tí, que nuestros pesares sientes con


igual sinceridad que nosotros sentimos lo que tu sufres; á
TOMO l. 31




172 LA SOBERANIA
tí, q'\l6 pOl! nosotros te interesas; á tí, que con imparcialidad
puedes jllzgar, á tí nos dirigimos solamente.


¿Es ponernos en la cárcel lo que se quiere'?
¿Es no dejarnos una hora de tranquilidad y sosiego'?
¿Es satisfacer una venganza'?
No puede estar ya mas claro.
Deduce de aquí lo que podemos prometernos del gober-


nador civil'de la provincia.
¿ Qué podemos prometernos'?
Pueblo amigo, á tí te toca decirlo.
Nosotros, sea lo que quiera, lo aceptamos desde luego


á calidad de reintegro, repitiendo lo que el otro dia di-
. gImos:


<! OJO POR OJO Y DIENTE POR DIENTE.»


Son innumerables las felicitaciones, las cartas y los
ofrecimientos que Froilan Carvajal recibió, no solo de los
pueblos de la provincia, sino de España entera, y las co-
lumnas de La Revolucion publicaron multitud de estas car-
tas, que entrañaban el cariño mas vivo, la amistad mas
desinteresada, el aprecio mas profundo, al constante defen-
sor de la idea republicana.


Pasemos á reseñar la última parte de la vida de este
noble mártir .


. De acuerdo con varios amigos de Madrid, se dispuso á
secundar el movimiento republicano-federal, que, segun
confesion del entonces ministro de la Gobernacion, señor
Sag~sta, fué provocado por el gobierno.


Jamás Carvajal faltó á su puesto, y en esta ocasion de-
mostró m~s val9f si cabe, mas abnegacio~ y mayor patrio-
tis~o.




NACIONAL. 1'73
N o siéndole posible secundar el movimiento en la repUi-'


blicana ciudad de Alicante, por haóerse opuesto á ello algu ...
nos que se llamaban republicanos, alegando que no tenian órde·'
nes para ello, y atendiendo á los a visos y cartas de personas
respetables del partido federal, y de buenos y leales ami·
gos que le aconsej aban la lucha, como el único medio de
responder á las insensatas provocaciones del gobierno; pro ..
testando así del desarme de las milicias de Zaragoza, Tor-
tosa y Barcelona; de la disolucion de los ayuntamientos de
las principales ciudades de España, y de la salLgre de sus
hermanos inhumanamente derramada en Cataluña, Aragon
y Valencia; d,ando así una alta prueba de que el partido re·
publicano tenia en mucho su honor, su dignidad y los de-
l'echos conquistados por la revolucion de setiembre. De
acuerdo con varios amigos, buenos y consecuentes republi-
canos, cuyos nombres omitimos por razones qu~ compren-
derán fácilmente nuestros ilustrados lectores; despues de
recibir multitud de cartas, recibió la órden da levantarse,
de la cual fué portador su íntimo amigo el ciudadano
E. R. S., que le acompañó en su salida, no separándo-
se de su lado sino por órden suya, y des pues de una jor-
nada de 12 leguas, para traer á Madrid documentos im-
portantes, los últimos que escribió, y comunioar enérgicas
órdenes á algunos pueblos comprometidos, corriendo gra-
vísimos peligros. Recibida esta órden, Carvajal dispuso el
movimiento en uno de los pueblos mas importantes de la
provincia, movimiento que fracasó por haber sido descu-
bierto el secreto.




Preciso rué pensar en otro punto, y despues de correr
las órdenes á todos. los pueblos de la provincia, que se pu"
sieran en armas inmediatamente, órdenes que no cumplie-




174 LA SOBERA.NIJ\


ron porque algunos qúe se titulan republicanos escribieron á
los pueblos que no se les diera cumplimiento, se combinó
por Carvajal, de acuerdo con sus valientes amigos de las
provincias de Alicante y Albacete, lanzar el grito salvador
en la madrugada del dia 4 al5 de octubre.


No cito los nombres de los valerosos republican?s que
acompañaron á Froilan Carvajal ni me detendré á describir
otros detalles interesantes porque nada seria nuevo, pero c0:r;t
datos y pruebas irrecusables quiero relataros, mis queridos
hermanos de lógia el horroroso drama de mi infortunado
amigo.


Conocidos son de todo el mundo los grande~ servicios
que la perseverancia y fé republicanas de Froilan prestaron
á la causa del pueblo en la provincia de Alicante.


Las contínuas persecuciones que sufrió durante su vida,
su conductá en los últililos acontecimientos y su heróica
muerte serán siempre el mejor testimonio de la grandeza
de su carácter, de su entusiasmo, y acendrado amor á la
causa que defendia.


Pero el papel de narrador no es el único que me pro-
pongo desempeñar; el enviar un recuerdo de gratitud y de
admiracion á la memoria de nuestro querido amigo no es la
única mision que debo cumplir. Me dirijo á vosotros, her-
manos mios, para acusar á sus matadores y al gobierno por
los incalificables atentados que se cometieron en la persona
del gefe republicano.


Los hechos, de que muchos fuímos testigos presenciales,
'constituyen la mas terrible acusacion que pueda lanzarse
'Contra los asesinos de Carvajal.


Mejor q'G.e yo pudiera hacerlo, los describe de una ma-
nera admirable y conmovedora, uno de nuestros compañe-




NACIONAL. 175
ros de desgracia, que despues de consumado el sacrificio,
escribió una carta á Basilio,. hermano de nuestro querido
Froilan, de cuya carta he conservado el borrador y he co-
piado en las memorias que os dedico.


El referido documento dice así:
«Salimos de Alicante el dia 4 por la noche, con direc-


cion á N ovelda, donde nos teníamos q ne reunir con C.; pero
cosa de una hora antes de entrar en el pueblo, tuvimos
aviso de que la columna del Sr. Arrando estab3. en el pue-
blo, lo que nos obligó á internarnos en la 'sierra de Casta-
lla, en la cual nos perdimos, viéndonos obligados á refu-
giarnos en la casa del Palomaret. Al dia siguiente pudimos
llegar hasta el pueblo de Castalla, en el que entramos unos
26 hombres, que formamos en Id plaza.


»Al poco rato supimos que se adelantaba una columna,
que habia salido de Villena á las dos de la madrqgada.


»En vista de esto, salimos del pueblo con la intencion
de refugiarnos en el monte; pero no pudimos conseguirlo,
porque al salir á una gran llanura que rodea á Castalla, nos
encontramos cercados por unos 30 caballos y 300 infantes.
¿Qué hacer'? Ibamos á morir: Froilan no quiso que hiciéra-
mos fuego, y además, se adelantó el teniente y el Sr. Arran-
do, gritando: No tirar, están V des. indultados; lean V des. el
bando: el cual rué leido por el noble mártir, que se acogió á él
como nos acogimos toaos. Entonces nos llevaron á Ibi, encer-
rándonos en dos calabozos; Froilan, solo en uno, y todos los
demás en el otro, donde no nos podíamos mover. Así nos
pasamos hasta el otro dia, en que nos llamaron á declarar. »


lié aquí la declaracion de Carvajal, ratificada por todos
sus compañeros:


({He tomado las armas, porque habiéndonos obligado el




176 LA SOBERANIA
gobierno á jurar una Constitucion con la mayor parte de
la cual no estábamos conformes, el gobierno ha sido el
primero en violarla en la parte mas aceptable que tenia,
esto es, en los derechos individuales.»


Digna y enérgic& es la declaracion de Carvajal,:y es
una nueva prueba de la noble independencia de su carácter.


«Por la tarde, Froilan, ya estaba en capilla. Al poco
rato oí subir tres curas y despues el Oleo.: los oidos me


. ,


zumbaron, pero no quise decir nada á mis afligidos com-
pañeros. A los po<}os minutos le vimos bajar lleno de vida
y de serenidad, y decirnos: «Nobles compañeros, valor 'JI
constancia;) y luego despedirse diciéndonos: <<¡Adios, repu-
blicanos!,» y dar un grito d~ ¡Viva la República!. ..


»Basilio, DO me pidas mas pormenores, porque me nla-
, tarias; imposible me. seria continuar.


Poco despues me trajeron un pañuelo con la inscripcion
«Oarvajal á su amigo 1,» y una carta, que me quitó (no es
testualla frase) el oficial de la guardia: se la guardó '!I no
~e la aevo lvió.»


,


De esta carta resultan claros y evidentes dos hechos:
primero, que los republicanos no hicieron resistencia; y
segundo, que se rindieron confiando en la solemne prome-
sa de indulto que para todos ellos concedía el bando publi-
cado por el capitan general; y sin embargo, al día siguien-
te, hollando los compromisos contraidos con los prisioneros,
y faltando á la palabra empeñada, era fusilado Carvajal.


El cura de Ibi, al cual enviamos un abrazo fraternal
en nombre de todo el partido republicano, seguido de su
clero, de las señoras todas de Ibi, y del pueblo en masa,
se presen tó al Sr. Arrando para pedir le la suspen,ion de la
ejecucion, obligándose ellos á pedir el indulto á costa de su




NACIONAL. 177
peculio; pero tan noble proceder, tan digna conducta no
fué comprendida por el Sr. Arrando, que despidió brusca-
mente á los que iban en nombre de lo mas sagrado que
hay en el mundo, en nombre de la caridad, á pedir por la
vida de un hermano.


Penetré en la capilla donde Carvajal, si bien con una
serenidad pasmosa, estaba resignado y contrito de una
manera edificante.


La pluma se escapa de mis dedos, porque" no puede
estampar lo que entonces pasó: yo, llor~ba, y él con la
serenidad de un caballero cristiano, cuya noble arrogancia
y serenidad guardó hasta su muerte, con admiracion de
los que lo presenciaban.»


Momentos antes de morir, escribió, con ánimo tranquilo
y sereno pulso, la siguiente carta á su hermano Basilio.


Capilla de la Cárcel de lbi, á las dos de la tarde del
dia 8 de octubre de 1869.


«Querido hermano Basilio: •
»Valor y serenidad. Sin llegar á rebelarme caí en poder



»de una columna de ejército.


»Sin estar publicada la ley marcial se nos ha sometido á
)}sU fallo, y voy á morir dentro de breves instantes, por-
»que me están esperando.


» Dos encargos:
»Consuelos á la familia.
»Cuidad todos de mi hijo.
» ¡ Hasta la eternidad!
»Tu apasionado hermano


FROILAN CARVAJAL.»


De la fé de un moribundo no hay quien plled~ duda,r,
y esta carta es la ~ondenacion m~$ terrible, ~l OO$tigo




1 '78 LA SOBERA'NÍA


mas cruel que jamás cayó sobre la frente de gobierno al-
guno.


Llegado el momento fatal, Carvajal, sereno y tranqui-
lo, se encaminó al lugar del suplicio: el pueblo en masa
cubria la carrera, y abundantes lágrimas regaban el cami-
no que el noble mártir debia recorrer.


Ya en el sítio de laejecucion, con paso fi~me y resuelto
fué á colocarse en el puesto señalado; alzó su noble cabeza y
esperó á que el plomo homicida viniera á poner fin á su


- .


existencia: un silencio sepulcral reinaba en torno suyo, el
pueblo contenia hasta el aliento, y los soldados se miraban
aterrados ante aquel sangriento' espectáculo. Una voz reso-
nó marcando las horribles voces de preparen, apunten, fue-
go .•. un ay! terrible y desgarrador salió de todos los pechos
y el humo de la pólvora empañó el puro azul del cielo.
Disipado por fin, todos los ojos se fijaron en el sitio fatal:
Froilan tranquilo y sereno, erguia aun su nople cabeza ...
las balas no habian penetrado en su noble cuerpo!


"Los pobres soldados no habian tenido. valor para ma-
tarle. Indudablemente y no queriendo ninguno ser verdugo
de tan noble mártir, habian disparado sin apuntarle.


¿Qué debió pasar en el interior de nuestro inolvidable
amigo'? Dios únicamente puede saberlo.


N uevamen te sonaron las mismas voces de fuego, y á
ellas contestó nuestro malogrado compañero, nuestro inol-
vidable amigo, con un sonoro ¡Viva la República Federal!
que fué á resonar como un eco en el corazon de todos: las
balas cruzaron el espacio, y Carvajal cayó para no levan-
tarse mas.


Ahora, pueblo amigo, á tí te toca juzgar de la vida y




Fusi1amiento de Froy1an Carvajal.




.,.




l80 LA ~OBERAN1A ~AClONAL.
das por una de las mas repugnantes figuras que registra la
historia entre los monarcas absolutos; la de Fernando VII,
padre de l~abel y penúltimo Borbon de España.


Los sublimes mártires á que aludimos son, el inmortal
Rie.qo y la simpática .ll1ariana Pineda; ahorcado el uno en
la plaza de la Oebada de Madrid, de la manera mas jnfame
é ignominiosa y agarrotada la otra en el Triunfo de Gra-
nada en el año de 1831.




~ACIONAL. 179
de la muerte de aquel que todo lo sacrificó por ti, por tu
libertad, por tus derechos: familia, amigps, carrera, amor,
honra y vida, todo lo despreció por tí.


Tú eres el juez que debe sentenciar en esta causa: ¡juez
imparcial pero severo!


Todo lo perdió por tí, y fué inhumanamente fusilado
cuando la ley marcia/no se habia publicado en el territorio
en que se alzó en armas; no fué un castigo por lo tanto lo
que se le impuso, su muerte fué ... tú sabes bien lo que
fué; tú, pueblo amigo lo sabes, y nosotros tambien. Cuan-
do el momento oportuno sea llegado, tú cumplirás con tu
deber, como él cumplió con el suyo; él dió su vida por tí,
y tú estás en el deber de dar tu vida por él: en tanto lle-
ga ese momento, pensemos que tiene un hijo, un hijo que-
rido, y que en su última carta nos dice:


(·'cuidad todos de mi hijo.»
El mártir Froilan Carvajal ha dejado un niño, un niño


que debe heredar las virtudes y el valor de su heróico
padre.


Paguemos hermanos mios á esa tierna criatura la deuda
que hemos contraido con su desgraciado padre.


Ni una palabra mas: Froilan cumplió con su deber;
vosotros cumplireis con el vuestro.


Si aquel fué el dia de las lágrimas quizá mañana sea el
de las justicias.»


Calló Felipe y colocó el manuscrito sobre la mesa; ha-
, bia terminado la velada. Disol vióse la reunion citándose los
hermanos para la semana siguiente, cuya sesion prometia
ser igualmente interesante, pues, segun Felipe habia leido
en el epígrafe del cuauernillo inmediato, era aquel dedica-
do á honrar la memoria de dos ilustres víctimas, sacrifica-


TOMO l.




CAPITULO VIlll


Lo que puede pasar durante ocho diai.


1.


~Iaría se encuentra instalada hace bastantes dias en la
casa de su abuelo.


Este, que tanto habia llorado á Angela, ha llegado á en <
contrar la compensacion del dolor que esperimentara por la
pérdida de su hija, con el hallazgo de su nieta.


María, por mas esfuerzos que hace, no puede dominar
el dolor que la devora.


¿,De qué nace esta paRían de ánimo?
¿Qué motivos tiene para sufrir tanto cuando al perder


un padre ha encontrado otro, y cuando á la agitada vida que
hasta entonces llevara ha sucedido una existencia tranqlli·
la, Hena de comodidades y con el disfrute de todos los goces
que puede proporcionarla la desahogada posicion de que su
a huelo disfru ta?


Necesario nos seria para comprenderlo poder registrar
esos imperceptibles pliegues del corazon humano, pliegnes
entre los cuaJes escóndese casi siempre la amargura y el
pesar.




182 LA SOBERANIA


Si nuestros lectores conservan en la memoria las prime-
ras escenas de nuestro libro, deben recordar una frase ex-
halada por María en una esplosion de angustia y de dolor;
frase, que es por decirlo así, la clave del enigma que hacia
palidecer sus mejillas ..


Al retirarse Felipe de casa de D. Antonio, la primera
vez que nuestros lectores le vieron en ella, María, sollo-.
zando y afligida se dejó caer sobre el lecho en que agoni-
zaba su padre, esclamando con aeento desesperado:


-¡Ay! padre mio, ya lo ha visto V.; por él me estoy
muriendo de amor, y él no ha tenido para mí ni una sola
f d '- , rase e carlno ....


Hé aquí la causa del dolor de María.
Acostumbrada desde su niñez á ver á Felipe á su lado,


pues ya sabemos que, muy niño aun, se habia quedado
,huérfano y el padre de María se le llevó consigo, fuese ésta
acostumbrando á quererle con fraternal afecto al principio,
pero con un cariño muy distinto conforme adelantaron los
años.


Felipe tambien amaba á María, pero como un hermano.
Imbuido en las mismas ideas de su padre, ideas avan-


zadas que de igual modo sustentaba el de María, educado
y nutrido por decirlo así, en medio del infortunio, fué hom-
bre antes de tiempo y todos sus esfuerzos, toda su energía,
todo su sentimiento, se con centraron en aquella causa por
la cual habia muerto el autor de sus días, y que con tan
delirante empeño defendia igualmente su otro padre adop-
tivo.


Mas tarde las exigencias de la misma causa á que se
consagrara le obligaron á separarse de este último.


María quedó profundamente herida é impresionada.




Del mismo modo que Felipe habia concentrado todo su
afecto en la libertad, constantemente perseguida y coibida
por dó quiera, María, cuyo corazon era todo sentímiento,
todo ternura, habia concentrado su afecto en los dos séres
que la rodeaban, en su padre y Felipe.


Este comenzó á viajar y su corazon vagó en mas anchos
espacios, las peripecias de su vida de conspirador, el cam-
bio que en su suerte se verificó al ser. reconocido por su
tio, todo ello contribuyó, no para que se estinguiera el
afecto que profesaba á María J á su padre, pero sí para que
se debilitase algun tanto.


En la jóven sucedia todo lo contrario.
Cada dia que pasaba, se acentua.ba de una manera mas


potente, aquel amor inmenso que profesaba á su tio.
Involuntariamente, sus mejillas se cubrian de vivo car-


min cuando su padre la daba algunas noticias respecto á
Felipe.


El dia en que supo que éste habia encontrado á su tio,
y que disfrutaba de la posicion que aquel tenia; que fre-
cuentaba los mas elevados círculos de la córte, que se ha-
llaba en camino tal vez de una gran fortuna, el dolor q ne
esperimentó su corazon adquirió mayores proporciones.


.


Empezó á medir la distancia que la separaba de Felipe.
Su padre no le habia revelado nunca su verdadera posi-


Clon.
No la habia dicho jamás que todavía de su patrimonio


conservaba alguna par~e; q l1e su orígen era digno y ~le­
vado; que su madre era hija de aquel mismo tio que Feli-
pe habia encontrado, y que, por lo tanto, era ella la única
heredera de sus riquezas.


Nada de esto sabia, y creíase muy inferior á Felipe, é




184 LA SOBRRA NÍA
inferior tambien á todas aquellas damas á quienes éste,
forzosamente, habia de conocer y tratar en su nueva posi-
cion.


y ansiaba poder regresar á aquella España, doblemente
queri<la, porque en ella se hallaba el hombre, objeto de su
ca,riño.


El movimiento insurreccional de 1868, abrió á D. An-
tonio las puertas d,? la patria.


Con delirante alegría llegó la jóven á Madrid, en com-
pañía de su padre.


Desgraciadamente, Felipe no se hallaba á la sazon en la
córte.


En las distintas ocasiones en que posteriormente pudo
verle, Felipe fué solo para María el hermano tierno y afec-
tuoso, pero nada nlas.


La jóven en cambio, comprendió, con harto dolor, que
amaba á Felipe con un afecto muy distinto del fraternal que
éste la profesaba.


Así fué que,alpenetraren la casa de su abuelo, alhabi-
tar bajo el mismo techo que habitaba Felipe, en medio de
la alegría que debia esperimentar al ver al noble anciano,
padre de su madre, que la estrechaba cariñosamente sobre
su corazon, sintió un dolor punzante, desgarrador ~ al es-
cuchar la voz de Felipe que la decia afectuosamente:


-_ .. Si antes te quería como un hermano mayor, hoy, qne
respecto á ti añado á este carácter el de tio, mi afecto es
doblemente estremado.
Desd~ aquel monlento la. vida de Maria fué un tormento


contínuo. Veíase obligada á ocultar toda la inmensidad de
su infortunio para no afligir á aquel noble anciano que la
quería y mimaba con paternal solicitud.




l\ACIONAL. 185
Mas á pesar de cuanto hacia, el dolor, mucho mas fuer-


te q na su voluntad, se reflej aba siempre en su sem blante.
En vano era que D. Euganio tratase de interrogarla


para averiguar la causa de su tris,teza.
María, entonces, lo acariciaba y procuraba hacerle com-


prender que era completamente feliz y que su duda era
hija únicamente del afecto que la profesaba, que le hacia
ver lo que no existia.


Felipe á su vez estaba igualmente preocupado hacia al-
gun tiempo.


Apenas dirigia una frase de afecto á la jóven; parecia
que hasta evitaba su presencia.


l\Ial'Ía ad vertía tan estraña conducta y esto contribuia
á aumentar su pena.


Tal era la situacion en que se hallaban nuestros perso ..
najes al cabo de los días que habian transcurrido yen que,
a consecuencia de la lectura de las memorias de D. Anto-
nio, la huérfana habia pasado á la casa de su abuelo .


. Volvemos"á encontrarnos con los tres bribones, que tal
calificacion podemos dar á Lopez, Antojitos y Antonio.


Han pasado tres dias de la escena que presenciamos en
el café de la plaza de la Cebada.


En este momento se halla nuestro célebre Triunvirato
en las puertas del Congreso, aumentando el número de los
curiosos, tomando parte en las discusiones mas ó menos
acaloradas' que tienen lugar entre los grupos, procurando
esci tar los ánimos y desprestigiar aquello mismo que
quieren enaltecer.


- Vamos á ver ~c6mo van nuestros asuntos'? pregun ~
tó Lopez dirigiéndose á sus compañeros y llevándolos
aparte.




186 LA SOBERANU.


-Se me antoja que no van muy bien, que digamos; por
mas esfuerzos que hacemos la mayor parte de los soldados
dicen que nones y creo que si continuamos así, saldremos
con las manos en la cabeza.


-Eso nunca, Antojitos, ó somos mozos de pesqui ó no; la
cuestion está en apandar los chulés de los Alfonsinos y de los
otros, que tambien nos pagan con largueza; lo demás debe
importarnos un bledo.


Lo principal es nadar y guardar la ropa, ó lo que es lo
mismo, conservar el número uno: con que se oigan unos
cuantos gritos y mantengamos cierta agitacion é indisci-
plina en los cuarteles, cubrimos el espediente y Cristo con
todos.


-Esa es la fija, Antonio; por ese camino' llegarás á ser
un mozo de provecho.


-Ya se vé que sí.
-Si por algo me gustas es por lo modesto.
-Chico, quien tiene modestia no pasa toda su vida de


ser un pelele.
-Hablemos de otra cosa; díme Antojitos i,hicíste mi


encargo?
-¿Cuál? el de la muchacha'?
-Sí.
-Pues no, que no; crees tú que yo me duermo en la.


pajas?
-¿Dónde para?
-¡Cá! chico si es toda una historia.
-Cuenta, cuenta ...
-Figúrate que aquella moza ha tenido un fortunon so-


berbio.
-Ya sospechaba yo que el viejo tenía cuartos.




NACIONAL.


-¡Oá! N o ha. sido ese viej o el que la ha proporei4n.adG
. ".


'esa suerte.
-Ya, algun tio berrugo, de esos que ya no pueden con


los calzones pero que están cargados de relucientes pelu~~ \
cona~ y van buscando muchachas bonitas para hacer su
suerte.


--Vamos, Antonio, tampoco das en el quid.
-. Pues entonces no sé lo que es.
-Antojitos, acaba ya y no me fastidies mas con tus


sandeces.
-Pues habeis de saber que la :!!luchacha se ha encon-


trado, como si dijéramos, un tio en Indias .
. -¡Hum! mala espina me da.n á mí esos tios.
-¡Mal pensado! este es u~ ,abuelo, pero un abuelo real


y efectivo que a'Oilla mas parné que has visto en toda tu .
vida.


-Pues señor, ahora si que me conviene la mucha\}ha,
repuso L'opez, cuyos ojos brillaron codiciosamente.


-Me llan;¡o á la parte, repuso Antonio .
• -Oalla, imbécil.


-Pues tendria que ver! Despues que uno se ocupa
de tí. ..


-Yo os prometo que no tendreis por qué quejaros de !
mí. .. el dia en que me case.


-Presumo que eso está un poco lejano.
~Mira, haz me el favor de no venirme con siniestros


:augurios.
--Cuando yo lo digo, me fundo en algo.
-Pues esplícate.
-En primer lugar debo decirte quién es el abueLo en


cuestiono
TOMO J.




188 LA SOBERANIA
-Acaba.
-Es el tio de D. Felipe.
~lAh!
-La muchacha parece que anda triste y preocupada;


áD. Felipe, que por lo visto es. tambien tio de María, le su ..
. cede lo mismo y todas estas cosas me prueban q ue ~i el
amor no anda entre ellos, les falta muy poco.


Lopez se quedó pensativo durante algunos segundos: lo-
que acababa de escuchar habíale llamado la atencion, ha-
ciéndole recordar la escena que ocurrió la noche en que,
se presenta en casa de D. Antonio á practicar el rejistro,
pretesto empleado para obligar á María á que aceptase su
amor.


El interés 'que Felipe mostró entonces, corroboraba.
I


hasta cierto punto la suposicion hecha por Antojitos.
Así fué, que al cabo de algunos momentos repuso:
'-'-Sabes que es grave lo que acabas de decirme'?
-Iriasá abando:q.ar la plaza por semejante contra ...


tiempo'?
-¡Cá! por el contrario, esto me hace formar mayor em-


peño.
-y es natural.
-Lo único que hay es que necesitamos proceder con


mayor cautela.
~Eso es cuenta tuya.
-Nó, cuenta vuestra: para que veais como. yo sé apre-


ciar á los amigos, desde este mismo momento os asocio á,
,los beneficios que pueda producirme mi matrimonio.


-¡Hombre! ¿será verdad?
-Lo dicho; yo hago las cosas siempre así.
- y bien mirado, qué demonio, á ayudarte vamos ....




NACIONAL. ,'- 189
--y mucho. Por lo visto, tú, Antojitos, cuántas con re-.


laciones dentro de la casa, he'? \ ~. ;
. -Ya lo creo; pues si hay allí una doncella que está.


muerta por mis pedazos. .
-Pues chico, francamente, mal gusto tiene la .désdl ..


'Chada.
-Vamos á lo que importa, dijo Lopez, cortando la frase. ';;,,< .•


eon que Antoji.tos iba á responder á Antonio. . , •. J •. '
;' ',; t"j:",


-Tú dirás. . -.. 0.,
-Antonio, es necesario que se ocupe en averiguar la


vida y milagros de D. Felipe.
-¡Cáspita! pues ahí. es nada la tarea que ·:ffie &D.CO-


miendas.
-Convié!tete en su sombra, y entérate á dónde vá yen


'qué se ocupa. . f o
I _


-Corriente; te prometo que has de quedar satisfeeho
de mí.


-¿ y yo'? preguntó Antojitos.
-A tí te permito que sigas haciéndole el amor á tu ...


-doncella, pero á condicion de que ésta consiga apoderarse
por completo de los secretos de su ama.


-Entiendo.
-Pero y tú, entonces, qué te re$ervas? .. dijo Antonio.
-El derecho de obrar en virtud de lo que vo~otros me


-digais.
- ~ sobre todo, el papel de casado ... si llega á serlo ...


iTe parece poco'?
-La cuestion es de cuartos.
-Tras ellos vamos todos.
-¿Teneis dinero?
- ¡ Phel alguno nos· queda; pero eso no viene nanca


\




19n LA. SOBERANIA
- "


mal; si quieres darnos algunos millones á cuenta de la dote-
. .


de tu mujer ... los aceptamos.
-Si tuvieras las' narices tan largas como la ambicion .. ,
-No estaria mal, nó; te aseguro que ni Ovidio Na-,


sone ...


, -En fin, tomad y seguid manteniendo la ~larma y la,
inquietud; esparcid de cua~do e~ cuando alguna noticia de
efecto.


-¡Oh! eso ya sabemos hacerlo á las mil maravillas.
-Pues no perdais la costumbre y á trabajar.
-Es decir, que por ahora. no nos necesitas.
-¡Nóf. en el momento en que sepais algo de interés


. avisadme.
-Por mi parte estate seguro que tal vez mañana ó pa-


sado te dé noticia exacta de lo que hace D. Felipe.
-Poeo es un dia para averiguar la vida de una persona


como D. Felipe; no por tu presuncion vayamos á dar un ·
golpe en vago.


-Descuida, que no soy tan tonto.
-En cuanto á tí, espavila bien á esa doncella que pue-


de servirnos de mucho.
-Muchas veces he tenido intencion de enviarla á paseo,.


pero me ha contenido el aquel de que quizás algun dia po ..
dia serme útil, y ya tú ves como no me he engañado.


-Si continúas así, llegarás á ser un buen lebrel.
-Lo malo es que con estos republicanos poco podremos:


medrir nosotros.
'-:¡Phef cuando Dios quiere con todos los aires llueve,.


dice el refrán, y los mozos como noso~ros siempre son ne-
cesarios. ¡Ea! á trabajar que yo voy á entrar en el Congre--
Boá ver lo que pasa por allí dentro.




NACIONAL. 191 . I
Log tr,es bribones diéronse un apreton de mano y ,se~


separaron tomando cada uno direccion opuesta.
Esta con versacion habia sido tenida en la acera de. las


casas de Santa Catalina, frente al Congreso; precisamen-,'
te al lado de una reja baja, adornadá con una persia~a
verde.


Imprudencia estraña en aquellos .bribones, porque de-
bieran calcular que detrás de aquella persiana podía haber
gente que escuchara y oyera.


Efectivamente, detrás de la persiana habia álguien que
escuch6 y oy6, porque inmediatamente que Lopez se separó
de sus camaradas, tres hombres salieron del portal á que
pertenecía la reja baja.


Como hacia frio iban abrigados con sus capas y con el
embozo hasta las narices.


Uno de ellos, que por sus maneras é inflexion de voz
parecia ejercer alguna, superioridad sobre los demás, di61es
en voz baja á los otros dos algunas órdenes, que inmedia-
tamente fueron puestas en ejecucion.


El uno se lanzó en seguimiento de An toj i tos, el cual
tomó el camino de la calle del Prado; el otro se, colocó so ..
bre la pista de Antonio, que, habiendo subido por la Car~
rera de San Gerónimo, se encaminaba á la de Jitanos; en
tanto que el tercer embozado, 6 sea el que parecia gefe ó
superior, penetraba en el Congreso en seguimiento de Lo-
,pez por l~ puerta de la calle de Jovellanos, ó lo que es lo
mismo, por la que solo es acequible á los diputados, pe-
riodistas, y á las visitas que 'van á robar el tiempo á unos
y á otros.


Por 1) visto, Tomasito tenia cierta influencia, 6 era co-
nocido de alguno de los porteros, porque la puerta de la




/ 192 LA SOBERA~rA
izquierda, que conduce á la tribuna de la prensa y á varias
~tras reservadas, se le abrió sin dificultad.


Lopez hizo un ligero saludo, dándose importancia, y
empezó á subir la escalera.


¿A dónde se dirigia'? mas tarde lo sabremos.
Pero es lo cierto, que el,embozado que le seguia los


pasos no debia tener men?s influencia que Tomasito, cuan-
. ,do al llegar delante del mismo portero que acababa de cer":


rar la puerta de la escalera, bastó que aquel bajara un poco
,elembozo de su capa y descubriera á medias su rostro,
para que el portero, gorra en mano y haciendo algunas ge-
nuflexiones-y cortesías, se apresurase á abrir nuevamente
la puerta.


Por pronto que el embozado, aun saliando de dos en dos
lo~ escalones, llegó al último tramo, ya Lopez habia des-
-aparecido de su vista y se habia eclipsado.


¿.A qué tribuna -se habria dirigido'? Vaya V. á adivi-
narlo. .


¿A la de periodistas'? no era lógico, porque en ella ha-
bria muchos que lo conocerian de muy antiguo y de allí lo
hubieran echado á patadas.


¿A la del cuerpo diplomático? pensar esto era un ab-
surdo.


¿A la de los ex-diputados. y senadores'? no era lógico
-que en semejante sitio tuviera Lopez cabida, ni menos re-
laciones de ninguna especie.


, En la duda, nuestro desconocido penetró en la de perio'";
distas, donde indudablemente tenia amigos, pues muchos
·al verle se apresuraron á sal'.ldarle y estrechar su mano .


. Colocóse en los asientos mas altos .de tercera fila y desde
allí -empezó á recorrer con la vista todas las tribunas de la




NACIONAL 193
derecha, que son precisamente las que acabamos de in--
dicar.


En aquellos momentos se ocupaba la Asamblea de la
interesantísima discusion del proyecto de ley sobre la abo-
licion de la esclavitud en Pllerto-Rico.


Todas las facultades, todos los oidos, todos los ánimos se
hallaban en aquel momento pendientes de la voz del emi-
nente orador que usaba de la palabra.


y nada tenia de estraño; aquel orador era Oastelar, que
pronunciaba uno de los mas notables discursos que han
brotado de sus labios; discurso que entrañaba tan estraor-
dinaria 'importancia, cuanto que á él se debió mas tarde el
patriótico, el sublime espectáculo que presentó á los ojos
de la Europa entera, la sesion del 22 marzo, votándose por
unanimidad la abolicion de la esclavitud.


Cuando nuestro desconocido penetró en la Tribuna se
hallaba Oastelar en uno de los mas brillantes períodos de
su disc urso.


El silencio con que era escuchado era tal y tan solero-
ne, que hubiér~se oído el vuelo de una mosca.


El mismo embozado, no pudiondo resistir á la general
fascinacion de aquella poderosa elocuencia y olvidándose
por un momento de Tomasito, :fiJó tod~ su atencíon en el
ilustre Tribuno que en aquel momento esclamaba: .


»Pues qué, ¿por ventura no debemos decir la verdad,
toda la verdad? ¿Por ventura, la cuestion ~de la esclavitud
es una cuestion naciopal, puramente nacional en que la
nacion sea dueña absoluta de su soberanía y de sus desti-
nos? ¿Lo creis así? ¡Ah! os engañais. ¿Por qué no hemos
de decir la verdad? La cuestion de la esclavítud es una


,


cuestion internacional, no puede menos de ser una cues-
tion internacional.




194 LA SOBERANIA.
- .


»Presoindamos de una idea que ya he apuntado muchas;
veces y que sostengo ahora; la idea de que es imposible;
que existan ciertas -instituciones y ciertos cambios en el
espírítu de los pueblos, sin que estos cambios en el espíritu




de los pueblos se universalioe por toda la tierra.
,>Pues qué, cuando no habia telégrafos, ni cam.inos de


hierro, ni los- pueblos se conocian unos á otros, ¿no coinci-
den con eso que se llama sincronismo histórico, no- coinci-
den todos los grandes movimientos y todas las grandes
transformaciones sociales? Es mas; hay un historiador que
sostiene, con gran copia de datos, que coinciden los movi-
mientos europeos con los movimientos asiáticos y con los
movimientos americanos, aun antes de que se conociera la
'América, por indicios de la historia y de los monumentos,
como si el espíritu humano habitara en todo el planeta.


-Pues qué, ¿no se conmueve á un mismo tiempo toda la
Europa feudal, y á un mismo tiempo aparecen en el siglo
duodécimo, poco- mas 6 menos, las comunidades con los
gremios'?


>:>¿No cae este feudalismo al mismo tiempo en toda
Europa? Luis XI, Fernando V, Maximilíano de Austria,
¿no son á la verdad un mismo espíritu, aunque sean dis-
tintas y diferentes personificaciones de este espíritu'? ¿Quién
descubre á un tiempo la brújula, la imprenta, el telescopio,
todos los medios. de dominar la tierra? Cuando en seguida
s~ descubre América para completar este poema-del trabajo
tno aparecen los reformadores'? ¿N o se fundan las monar-
quías absolutas'? Enrique VIII, Felipe 1, Cárlos V, Felipe
11 ¿ no son la misma personificacion'? ¿N o viene el moví-
miento liberal de Europa, el leva:ltarse de las clases me-
dias, el caer de los reyes, el abolirse la 6rden de los jesui-




NACIONAL. 195
tas, el establecerse el espíritu de la enciclopedia en todas
partes con Pombal, con Choisseaux, con el conde de Aran-
da, con Leopoldo de Toscana'? ¿Qué quiere decir esto'? Que
las cuestiones todas difícilmente son nacionales; que hay
en todos los grandes problemas humanos un lado interna-
cional.Yo recuerdo que aquí mismo, desde este sitio,
cuando yo hablaba del influjo que habia de tener la Revo-
lucion de setiembre en todos los problemas europeos, se
decia: (,Este Castelar es poeta siempre; siempre fuera de la
realidad. \Pues no decia que nuestro modesto ~uente de
Alcolea, que esta nuestra Revolucion, que como todas las
nuestras, se reduce á un cambio de destinos, que todo va á
influir en Europa y va á trasformar el mu.ndoI» Y sin em-
bargo, señores, mirad lo que ha sucedido; mirad á aquella
Revolucion española; el poder temporal de los papas ha


_ caido; el jefe de la Francia con eYantiguo imperio ha cai-
do tambien; la República está en la nacion vecina y está
en España; la unidad está en Alemania, y Europa entera
se ha trasformado al cañonazo que sonó en el puente de
Alcolea.


»¿Y por qué, señores, por qué? Por este sincronismo
histórico, por este gran sincronismo histórico, que prueba
una cosa, que si yo fuera capaz de entrar en esa discusion
que con tanto gusto entra mi amigo el Sr. Pidal, diria
que es la derrota de los materialistas y la victoria de nos-
otros los. espiritualistas; porque prueba la unidad, la iden-
tidad, y hasta cierto punto la divinidad bajo el cielo del
espíritu humano. .


})Pues bien; la cuestion de la esclavitud era una de
estas cuestiones; la cuestion de la esclavitud era lo que no
podia menos de serJ una'cuestion internacional. ¿Por qué?'


TOldO J.




196 LA SOBERANÍA
Porque el principio verdaderamente evangélico, ann que
algo comentado y ampliado por la ciencia filosófica, el es-
píritu que separa el siglo XVllt del siglo XIX, es la liber-
tad y la igualdad de derechos. Así, sucedió un dia, que la
Convencion francesa divulgó este gran principio, el cual
estaba ya proclamado en anteriores Constituciones; y I un
pobre negro que habia subido desde el hondo abismo de
su servidumbre y de su ignominia hasta la cima de la
Convencion, se levantó y dijo: «habeis declarado la unidad
de derechos humanos, la igualdad de derechos humanos, la
libertad del espíritu humano; yo tengo espíritu, yo tengo
ideas, yo tengo palabra como vosotros, yo siento algo aquÍ,
en mi frente; yo soy una conciencia y una razon y no soy
libre; luego son mentira todos vuestros principios.» Y en-
tonces, en una sola sesion, movida aquella gran Asamblea,
que algunas veces caia en el cieno de todos los crímenes,
pero que otras veces s~ levantaba hasta las alturas del
ideal, aquella Convencion dijo: «no nos deshonremos dis-
cutiendo esto;» y abolieron la esclavitud.


»Yo he referido muchas veces y repito ahora la escena
que se siguió á esto; se abrieron las puertas como si invi-
sible mano las moviera; entraron los negros, abrazaron á los
convencionales, se arrojaron á sus piés, lloraron; y yo he
dieho que aquellas lágrimas borraron para siempre las
manchas de sangre que tenia en sus manos la Convencion
francesa.


»Pues bien; desde este ~omento, desde este gran mo-
mento, no habia remedio; la abolicion d,e la esclavitud te-
nia que correr como un reguero de pólvora por toda la
tierra. El hombre á quien tanto ha adulado la servil com-
placencia con el poderoso, que ha llegado á llamarle génio




NACIONÁL. 197
sobrenatural, cuando no hay nada sobrenatural para salvar
á los ciudadanos mas que el ejercicio de sus derechos por
sí mismos, ese génio sobrenatural que ha dado en llamarse
el primer coloso de la fortuna y de la guerra, quiso des-
truir la obra de la Convencion; restauró la esclavitud en
Santo Domingo, y entonces vinieron, á resultas de esta
gran apostasía del gran apóstata, del Juliano apóstata de la
revolucíon, entonces vinieron aquellos escándalos, aque-
llas desgracias y aquellos crímenes que crímenes' fueron,
pero no menores que los que han cometido todos los pue-
blos desde España hasta Rusia, por su libertad y por su
independencia. »


Escusado es decir, porque se comprende perfectamente,
que cada párrafo, cada período; de tan magnífico discurso
era aplaudido frenéticamente.


Las voces de ¡Bravo! ¡bravo! ¡bien, Men! se repetian sin ce-
sar, lo mismo en los bancos de los representantes de la
Asamblea, que en las Tribunas, pública y reservádas.


La satisfaccion se hallaba pintada en todos los semblan-
tes; el entusiasmo se desbordaba de todos los pechos; la ale-
gría se reflejaba en todos los ánimos.


Uno de los que mas gozaban en aquellos momentos era
nuestro desconocido, que olvidándose sin duda del objeto
principal que le habia conducido á aquel sitio, parecia vi-
vamente impresionado.


Sin embargo, en medio de su entusiasmo, una voz, sin
duda bien conocida, vino á ~acarle de su éxtasis, obligán-
dole á volver rápidamente la 'cabeza.


En la tribuna de los ex-diputados y senadores, aunque
colocado en segundo término, Tomasito hablaba y gesticu-
laba acaloradamente, siendo uno de los que mas aplaudian.




198 LA SOBERANIA
A su lado y sonriéndose de una manera eq uí voca, habia


otro caballero de elegante porte y finas maneras, aunque
ya entrado en años y completamente calvo.


Lucia en el ojal de su levita una condecoracion encar-
nada, que lo mismo podia ser la de la Oruz de Cristo, la de
la Espuela de Oro, ó la de la Legion de Honor.


Lo cierto es que aquel individuo, que en tan cordial ar-
mo;nía se hallaba con el ínclito ex-polizonte, era igualmen-
te un ex -d!putado tradicionalista, que se hizo célebre, en
época no muy lejana, por los soporíferos cuanto insolentes
discursos que pronunció en el Congreso .


.Dime con quien andas y te dir.1 quien eres, dice el refran,
y en ninguna mejor ocasion podia aplicarse proverbio tan
~


verídico como en la presente, al ver á Tomás tan amigote
del ex-diputado carlista.


El desconocido púsose de pié, y como la distancia que
medía de la Tribuna de periodistas á la en que se hallaba
Lopez es muy corta, éste, que habia vuelto maquinalmente
la cabeza, conoció perfectamente á aquel, con tanta mayor
razon, cuanto que, como comprenderán nuestros lectores,
el embozo no le ocultaba ya la cara.


La sorpre$a y lp.. angustia se reftej al"on en 1 as facciones
del polizonte; aquel encuentro positivamente no le habia
iido nada grato.


Toda la sangre se le arrebató á la cara y deslizándose
poco á poco del asiento que ocupaba, procurando ocultarse
lo mejor posible, fué escurriéndose hasta la puerta, la cual
abrió sin hacer ruido, y salió de la Tribuna á paso de lobo
y hasta sin despedirse de su amigo.


Ya fuera, sus piernas adquirieron mayor ligereza y en
dos saltos cruzó las dos ó tres habitaciones que conducen á
la. escalera.




NACIONAL. 199
Dos minutos mas y estaba en salvo.
Pero habia echado la cuenta sin la huéspeda.
El desconocido, que habia seguido todos sus movimien-


tos, y aunque le era en estremo sensible dejar de oir la ter-
minacion del discurso de Castelar, con igual rapidez que
Lopez y casi á un tiempo llegó al peristilo de la escalera en
el momento en que éste, agarrado á la barandilla, se dis-
ponia á franquearla en dos saltos.


El desconocido le sujetó fuertemeJ+te por el cuello.
-No tan deprisa, señor Lopez, no tan deprisa ..... hace


dias que me vá V. huyendo el cuerpo, lo cual prueba que
me teme, y siendo esto así, algo me debe.


-¿Yo? .. señor D. Felipe, replicó el ex-polizonte com-
pletamente trastornado y confuso.


-Sí, V. que para haber pertenecido á la policía es bas-
tante poco precavido y aun mucho torpe.


-No comprendo lo que V. quiere decir.
-Quiero decirle, que para averiguar mi vida, que es


bastante pública, no necesita -valerse de ninguno de los
truhanes, dignos compañeros suyos, puesto que yo mismo,
si tanto interés tiene en saberla, puedo satisfacer cumpli-
damente su curiosidad.


-Francamente, Reñor D. Felipe, replicó Tomás, repo-
niéndose poco á poco, cada vez entiendo menos lo que V. me
q niere decir.


-Voy á darle un consejo, dijo D. Felipe clavando.sus
ojos de águila sobre el atribulado Tomasito; cuando haya
de tratar asuntos que requieran cierta reserva debe ha-
cerlo al aire libre y léjos de puertas ó ventanas, detrás
de las cuales puede muy bien escucharse.


-Como V. no se esplique mejor ...




200 LA SOBERANIA ~
-La esplicacion es muy sencilla. He oidÓ'y me He en-


terado de la conversacion que hace media hora tenia V. con
dos bribones en la acera de las casas de sta. Catalina. En-
cuanto á lo que á mí hace referencia, ya le he dicho que


I puedo satisfacerle cuando guste. Pero hay otra cosa de ma-
yor importancia y quiero prevenirle antes de que le suceda
una desgracia ... lo cual sentiria.


Se trata de mi sobrina María, en quien segun parece se
ha atrevido V. á poner los ojos.


-Señor D. Felipe, juro á V. que yo soy incapaz ...
-DéjemeV. acabar. Mi sobrina María ha despreciado


á V; desde el primer momento, tanto como se merece un
canalla como V.


-' Señor mio; V. abusa de su posiciono
-Abuso y usaré de ella como bien me pareciere; no


tengo por qué, ni para qué tener consideracion alguna con
un hombre cayo paradero sé perfectamente cuál ha de ser,
andando el tiempo ...


Tomás Lopez sudaba la gota gorda; su fisonomía habia
cambiado progresivamente de colores; del blanco mate al
rojo amapola. Sentia un malhestar en todo su cuerpo que
le producia una especie de temblor convulsivo. La domina-
cion que ejercia en él D. Felipe era bien patente.


Este, sin alterarse en lo mas mínimo y con una sere-
nidad que contrastaba perfectamente con el deplorable es-
tade del polizonte, continuó:


---Como he dicho, mi sobrina ha despreciado y despre.
cia á V. tanto como se merece. V., ya que por medios le-
gítimos nó, por otros altamente reprobados y punibles pro·
-yecta V. -yo no sé qué infamia; pero como estoy prevenido,
le advierto: 1.0 Que la criada á quien su satélite trata de




~~-::,'5~- ': ~ ,.
NACIONAL.:~_) 20]///0-


'Seducir Ó ha seducido ya, para hacerla c6mpli <dAlf~-l~n~;?\\
d- I ~ (fl


mia que medita, será dentro de una hora .\~¡>~dida 4::' ,
mi casa, y 2. o, añadió llevando la mano al b· "i:Uk~g~'..~lf / .
gaban y mostrando á Lopez un revolver de seis tir " ,. ':~V~
se permite, ó cualquiera de sus amigos, penetrar por las
puertas de mi casa, bé aquí el instrumento con que le haré
volver á la razono Esté V. convencido de que lo mataré co-
mo á un perro, si V. me obliga á ello.


Lopez quedó como petrificado: quiso hablar y no pudo;
las palabras no pasaron de su garganta ....


La manera de decir de D. Felipe era tan tranquila que
DO dejaba lugar á la duda y era positivo que cumpliria su
amenaza si Lopez se permitia el menor esceso.


La conversacion no pudo prolongarse por mas tiempo,
porque, habiendo terminado la sesion, la gente salia de las
tribunas agolpándose en el tramo de la escalera, donde se
hallaban nuestros dos interlocutores.


Felipe, despues de hacer un movimiento como para re-
cordar á Lopez que no olvidase lo que acababa de decirle,
descendió lentamente la escalera en compañía de dos ó tres
periodistas, amigos suyos, que se le reunieron, dirigién-
dose con ellos hácia el café Suizo.


Por su parte, Lopez, tal era la impresion de terror que
le habian causado las palabras y la terrible amenaza de su
antiguo Jefe, que, tambaleándose, bajó la escalera y hubo
de pedir un vaso de agua en la portería antes de salir á
la calle.


¿Qué resultado obtendrian las investigaciones de los
individuos que por encargo de Felipe siguieron á los otros
dos bribones'? Mas adelante lo sabremos; por ahora trasla-
démonos á la calle de las Huertas para asistir á la tercera




202 LA SOBEitANIA NACIONAL.
sesion que debe celebrarse en la lógia masónica y que pro-
mete ser intere$antísima: en ella debe leerse la relacion
histórica de los martirios y suplicio de dos ilustres vícti-
mas; Riego y Mariana Pineda: com pañero el primero del
padre del difunto D. Antonio; simpática figura la segunda
y cuyo recuerdo sé'conserva siempre grabado en el corazon
de todos los liberales. .




CAPITULO IX.


Fernando VII.-Lig·era reseña de sus iniquidades.-Historia de dos de las
mas ilustres víctimas sacríficadas á su implacable saña.-Suplicio de Riego
y la Pineda.


Il.


Eran las ocho de ]a noche.
Reunidos en su mayor parte todos los individuos de la


lógia masónica, que ya conocemos, se reflejaba en sus sem-
blantes el vivo interés con que se preparaban á escuchar la
continuacion de la lectura del manuscrito, cuyo trabajo es-
taba encomendado á Felipe.


El difunto don Antonio era hijo, como se lo oimos decir
á él mismo, de un ilustre patricio, amigo y compañero del
héroe que simboliza en España el progreso y la libertad;
de Riego, sacrificado á la implacable saña del monarca mas
ingrato y veleidoso, mas cruel y mas tirano que !egistra la
historia contemporánea.


Nadie mejor que un testigo presencial podia referir con
~scrupulosa exactitud los hechos que condujeron á aquel


TOMO J.




204: LA SOBERANIA


mártir á tan terrible catástrofe, y habiendo sido el padre
de don Antonio uno de los individuos que compartió con
el héroe de Las Cabezas de S. Juan, sus pen:ls, sus perse-
cuciones y sus amarguras, nadie mejor tampoco podia dar
cuenta de ellas, en términos precisos, irrecusables.


Todos los hermanos de la lógia se mostraban impacien-
tes; así que, tan luego como Felipe tomó en sus manos el
manuscrito, un profundo silencio sucedió á las conversa-
ciones particulares que momentos antes sostenian entre sí
algunos de ellos.


El venerable indicó á Felipe que podia dar principio á la
lectura, y éste lo hizo en los siguientes términos:


«Como mi constante propósito, ll;ermanos queridísimos,
es demostrar, para que el pueblo aprenda en las lecciones
de la historia, lo que puede esperar y debe tem.er de los
monarcas, cualquiera que sea la denominacion con que se
disfl'aéen, Rey absoluto] Rey constitucional, porque en la
esencia es lo mismo; como quiera que el reinado de Fer-
nando VII mas próximo á nosotros, se presta mejor que
otro alguno á la útil enseñanza que deseamos, pues, como
ningun otro, está plagado de crímenes y violencias, de
atropellos y desafueros, de villanías é iniquidades, y por
su causa se ha derramado tanta sangre liberal, lo mismo
en los campos de batalla que en los patíbulos, por él voy á
dar comienzo, teniendo muy presente las relaciones que de ,
esta época oí referir á mi pobre padre, que fué una de /
las víctimas de tantas persecuciones y tantas indigni-
dades.


En bien p'ocas líneas se halla admirablemente retratado
por el notable publicista Guzman de Leon, la fisonomía de
aquel,monarca ingrato, cruel y veleidoso; de aquel hombre·




NACIONAL. 205


'-que de nadie rué querido, ni aun de aquellos á quienes pro ...
digó sus beneficios y cuya muerte léjos de ser sentida ni
mucho menos ~lorada, "produjo un jú.bilo inmenso, univer-
sal en toda Europa.


lIluerto el monarca, el -pueblo -pareció respirar con al-
guna mas libertad.


Fernando VII no poseia el afecto de nadie.
Absoluto é inclinado por carácter y temperamento á la


ingratitud y al despotismo, así burlaba á los realistas y les
castigaba cuando le con venia parecer bien á los liberales,
como desterraba, ponía en duras mazmorras, ó asesinaba á
los liberales cuando las circunstancias le eran propicias,
para entr~e á sus instintos y echarse en brazos de Jos
realistas.


Perjuro é inconstante con todos, nunca satisfizo á nin-
gUDO.


Hijo desnaturalizado y falto de respecto, él fué la prin-
cipal causa de las tribulaciones y desdichas que "esperi-
mentó, en el último tércio de su vida, su mentecato padre,
y al que obligó á abdicar.


:Mal esposo, no pudo hacer felíz á ninguna de las cua-
tro Reinas, que con él compartieron tálamo y trono.


1\::fal español, perjuro y traidor; porque, aparte de otras
muchas razones de gran peso, basta para que el rubor de
la indignacion y de la vergüenza encienda nuestro rostro,
leer las, miserables cartas llenas de humillaciones y baje ...
zas, dirigidas por él á Napoleon 1 desde el palacio de' Va-
lenciens, donde estuvo prisionero, prodigando insultos á su
propia patria, á aquel pueblo que tuvo el mal gusto y el
estúpido capricho de apellidarle El deseado.


Los hombres exaltados de todos los partidos, de los par-




206 LA. SOBERANÍA


tidos entonces militantes, no podian ni aun estimarle; an-
tes habian de aborrecerle.


Los mas templados y pensadores, no podian menos de
despreciarle, cuando no le miraban con horror.


Rey ignorante y bajo, hizo como por escárnio, ó para
hacer alarde de la pequeñez de sus sentimientos, cerrar las,
universidades y mandó abrir escuelas de tauromaqu'ia.


No tuvo inconveniente en humillarse como vil siervo á
Napoleon, el cual le despreciaba igualmente, tratándole
hasta con dureza, mientras el pueblo derramaba noblemen-,
te su sangre por reconquistar su independencia.


El ingrato pagó con las cadenas y el suplicio los emi-
nentes servicios de los héroes, que, al mágico grito de in-
dependencia y libertad, levantaron la corona de España
arrojada por él á los pié s del sobervio emperador.


¿Qué podia esperarse de un rey que en el siglo XIX se
atrevía á tratar de vasallos á sus súbditos, como señor de
horca y cuchillo?


Tal era Fernando VII.
Infiui tas son las víctim~s sacrificadas á su crueldad y


su perfidia; tantas, que seria prolijo enume~a~ pero las
que se destacan eLL primer término, los prjrícipales nom-
bres de aquellos mártires, que no se borrarán jamás de la
me'nte ni del corazon de los españoles, son: Rie,t}o, Empeci-
nado, Torrijos, Lacy, Porlier, Ricart, Manzanares, LJlillar y
Mariana Pineda, todos ellos sacrificados á las iras del ti-
rano.


Cataluña; la noble, la valerosa, la indomable Cataluña
tambien pagó con esceso su tributo de sangre al feroz mOq
narca.


Un nombre existe gravado en la mente de los catalanes"




NACIONAL. .. 207
que vá íntimamente ligado al de Fernando y que pasará á
la posteridad, de padres á hijos, por el horror que inspira?
por la indignacion que produce:


Este nombre es el del Conde de España.
Él reorganizó en Cataluña los cuerpos de voluntarios


realistas y creó una policía secreta que en breve tiempo
pobló las Cá~ de liberales, tal vez para acallar los cla ..
mores del bando apostólico. ¡Cuántos inocentes fueron sa ..
crificados á su cruenta saña!


. Una declaracion anónima era suficiente para decretar
una prision, aceptándose como legítimas las declaraciones
de los mismos indivíduos de la policía.


No bastaba esto: los presos no tenian mas cama en su
inlilundo calabozo, que una mala estera; comian UD rancho
infame que se les hacía pagar á peso de oro y hasta se les
obligaba á limpiar sus propias inmundicias.


Se les encerraba con los ladrones y ase.~jnos, á quienes
se concedia el perdon para que sirviesen de espías. Se ha-
cian los registros de Jos presos esponiéndolos desnudos
á la intemperie, en medio de un dia cruelísimo del invierno
y los que no iban pronto al patíbulo, despues de algunos
meses de prision y de martirio, marchaban á los presidios
de Africa con la cabeza rapada! ...


Todo esto era lo que el pueblo catalan liberal debi6 á
su deseado monarca, siendo el ejecutor de tantas atrocida-
des el ~onde de España.


Aprende, pueblo, aprende, y no olvides jamás estas
tristes pero utilísimas lecciones!


Los presidios se llenaron de familias enteras en las que,
la esposa purgaba el delito de !lO haber querido declarar
contra su marido y su hijo contra su padre.




208 LA SOBERANIA


Aun no satisfecho con esto el inhumano, el sanguina-
rio conde, hacia de vez en cuando, como él decia, sn.s re-
mesas al cadalso.


¡Barcelona estaba aterrada!
La primera de estas remesas se verificó e119 de setiem-


bre del año 28, componiéndose de trece víctimas: otra de
once el 26 de febrero siguiente; y otra de nue'Ve el 30 de
. . JunIO.


Para mayor solemnidad, un cañonazo anunciaba las
ejecuciones y quedaban colgados de la horca los rígidos
troncos de tantos infelices, ofrecidos á la espectacion pú-
blica.


El conde no faltaba jamás á estos espectáculos: en ellos
se gozaba, se deleitaban sus instintos de hiena; sus labios
se plegaban, su boca sonreia con inefable deleite.


La desesperacion de los infortunados presos llegó á tal
estremo , que en pocos dias se in ten taron quince suicidios,
llegando algunos á consumarse; faltos de medios para lle-
var á cabo su desesperado propósito, el uno se traspasó la
cabeza con un clavo que habia en su calabozo; el otro se
abrió las venas con un hueso puntiagudo, un tercero se es-
tranguló y otro se atravesó la garganta con un vidrio!. ..


Es imposible escribir ni leer semejantes infortunios sin
estremecerse de indignacion y maldecir al mónstruo cau-
sante de tantos horrores.


El cielo es justo, y como no hay plazo que no se cum-
pla, ni deuda que no se pague, el feroz conde satisfizo la
suya pereciendo de una manera desastrosa.


¿Pero qué significa la vida de un mónstruo semejante
comparada con las de tantas víctimas inocentes sacrifica ...
das á su feroz venganza'?




N!~CIO.NAL 209
Como quiera que seria una interminable tarea referir


minuciosamente la historia de tantos y tantos mártires,
porque, en tal caso, habríamos de ocupar muchos volúme-
nes f nos limitaremo~ á reseñar algunos episodios de los mas
principales y naturalmente descuella como el primero en-
tre todos el que se relaciona con la muerte de


D. RAFAEL DEL RIEGO.


Si algnn nombT'e hay popular en España, dice con gran
verdad en una de sus obras un íntimo amigo nuestro, y
del cual tomamos estos apuntes (1), es sin duda el de Riego,
convertido por su popularidad en símbolo y héroe de la li-
bertad; cada vez que el pueblo sufre alguno de esos sacudi-
mientos que cambian de faz la política del Estado, la me-
moria de Riego hiere la imaginacion de todos y los corazo-
nes se electrizan á la simple audicion del himno que lleva
su nombre.


y sin embargo, estamos por decir que la mayor parte
de los que pronuncian aquel nombre, la inmensa gene-
falia;¡ de los que tararean aquel himno, el mas popular
sin duda de todos los cantos populares y patrióticos de Eu-
ropa, no conocen á punto fijo, ni las hazañas, ni las desdi-
chas del hombre á quien yictorean; Algunes tienen noticia
de que Riego fué el alma de una revolucion constitucional
y que pereció mas tarde en el cadalso, víctima de la reac-
cion absolutista, pero nada mas.


¿Basta esto para glorificar á un hombre ante la concien-
cia de los pueblos'?


N o basta; es menester que los ídolos tengan un pedes-
--------


(1) Angelon.




210 LA SOBERA"NIA


tal mas sólido que la mera opinion de la generalidad; es
indispensable que antes de hacer un héroe se conozcan sus
hazañas; la glorificacion debe ser consecuencia de la vir·-
tud probada. Los pueblos no están dispensados de tener
lógica, pero tienen derecho á que se les faciliten los medios
necesarios para ser consecuentes.


Poco se ha popularizado en España la vida de Riego, y
menester era que fuese referida al pueblo, si la epopeya
no habia de degenerar en cuento, si la historia no habia
de -perder con. el tiemro su ca:ráctel' de verdad "y adquirir el
incierto color de tradicion.


Vamos, pues, á bosquejar la situacion de España y á
trazar la série de acontecimientos en que tuvo participacion
el general Riego, ese ejemplo vivo de la verdad de una sen-
tencia que dice, que, en los períodos revolucionarios, el
Capitolio se halla á un solo paso de la Roca Tarpeya. A
llesar de lo cual, "Y de <lu.e esta sentencia es barto sabida de
~ctu.el\o~ b.é~oe~ ({\le ban l'ecibiao ue "Dios el uón, fatal mu-
chas veces, de descollar por cima del vulgo de las gente~;
únicamente en ciertos períodos críticos de las sociedades,
brotan por lo comun esos héroes de la abnegacion patriótica,
puntos luminosos, astros que disipan las tinieblas de un
período histórico, que mancharía las crónicas de un pais,
si los mas grandes confesores, apóstoles y márthes de una
causa no aparecieran en las épocas de mayor persecucion.
iAcaso la tiranía de Diocleciano no fué origen de una de
las mas brillantes fases del cristianismo'?
~ Rafael del Riego, oscuro oficial del ejército español,


conquistó un triunfo envidiable merced á las circuntan-
cias polítjcas de la época en que vivió; el comandante, cu-
yo nombre jamás habia resonado produciendo emocion




, ,


NACIONAL. 211
alguna en el corazon de los hispanos, acabó por signifiear
en nuestra patria lo que Guillermo Tell en Suiza; y oual
si escrito estuviera que el término natural de los redento-
res de los pueblos habia de ser el Gólgota afrentoso, Riego,
desde la cumbre de sus dignidades, descendió al mas igno-
minioso de los suplicios; su misma popularidad escitó la
envidia y embotó la clemencia de sus jueces; y en Madrid,
Jerusalen para el hombre de las cabezas de San Juan, en-
contró palmas y dogales, triunfos y cadalsos. '


Cuando en 1820 estallaron los movimientos de la isla de'
Leon, se encontraba España trabajada por cuantos elemen-
tos heterogéneos pueden producir una excision general.
Hacia mucho tiempo que los partidos trabajaban sordamente
para':alliquilarse en su dia, y el rey Fernando VII, que habia
sido recibido con entusiasmo por los españoles despues de
la guerra de la independencia, el rey Fernando VII que ob-
tuvo el epíteto de el deseado, timbre de gloria para un
monarca; el rey Fernando VII, decimos, luchaba entre los
instintos de su persona y la voluntad de su pueblo, del
pueblo español que le habia guardado incólume su trono á
fuerza de prodigar sin escrúpulo su generosa sangre; pero
que en ausencia del monarca habia aprendido algunas no-
ciones de libertad, mayormente despues de promulgada
la Constitucion del año 12.


y no era por cierto exigencia inconsiderada de un pue-
blo que regalaba un trono á un rey'J solicitar de este rey
un gobierno mas liberalizado; una palabra empeñada so,-
lemnemente de no vol ver á incurrir en los defectos y erro-
res de otros tiempos; tiempos tristísimos y separados de los·
presentes por un mar de sangre, der~amaba durante seis
años, en una lucha que se llamó de la independencia, y


TOMO 1.




212" LA. SOBERANIA.


que en pos de la victoria corri6 peligro de haberse de titu-
lar la guerra del servilismo.


El pueb10 queria pactar de nuevo con el soberano que
de nuevo se imponia; porque, seamos francos, el trono de
San Fernando dejó de existir el mismo dia er.. que se sentó
en él José 1; y en tanto que los españoles se batian ~eno­
dados para re,cobrar su. emancipacion de un rey extran-
gero; en tanto que en Gerona y Zaragoza, en Tarrago-
na y en Ciud3,d Rodrigo perecian los españoles á millares
de toda suerte de muertes horribles ¿dónde estaba el nieto
de Pelayo'? ¿qué brazo de príncipe borbónico se estendi6
hácia el trono español, huérfano de soberano? ¿Quién era
rey de España despues que Bonaparte dijo: no lo es Fernan-
do VII, y el pueblo españolhabia contestado: no lo será
tampoco ,José I?


Los derechos del monarca emigrado residian en el amor
de sus súbditos, á la terminacion de la guerra: verdad es
que los derechos basados en el amor, tienen, para nosotros
al menos, mucha mas estima que los ~manados del naci-
miento ó de la fuerza.


Fernando VII fué ingrato, muy ingrato con los españo-
les; sea cual fuere su modo de pensar, sean cuales fueran
los sentimientos que le animaban respecto de su pueblo,
ello es que sus mas ciegos defensores no podrán des-
truir dos argumentos dirigidos contra él, á saber: el mo-
narca que restablece el 3.bsolutismo entre un pueblo que
se da á sí ~ismo una Constitucion, mientras sacrifica por
aquel monarca sus tesoros y la vida de sus mejores hijos,
es un ingrato; el monarca que jura una Constitucion y
quebranta luego sus juramentos; que á medida de su ca-
pricho, luchando entre sus instintos y el poder de las cir-




NACIONAL. . 21:3


cunstancias, se hace alternativamente libera16,abgolu~~sta,
amigo Q verdugo de este 6 de aquel partido; es ú.n perjuro.


Malos csnsejeros rodearon al rey, se nos dirá: es .mtly
fácil, como lo era tambien que el rey hubiera oído las voces
del pueblo que bien claramente manifestaba sus aspiracio-
nes. En Fernando VII pudo haber exis~ido quizás la idea de
que toda.concesion hecha á la voluntad nacional debia re-
dundar en menoscabo de las preroga ti vas réj ias, pero al so-
berano de un estado no le es, cuando menos, lícito ignorar
el siglo en qué vive, en qué reina. ¿Acaso durante su larga
emigracion en Francia, no oyó referir nunca la historia de
los desaciertos de Luis XV, tan terriblemente espiados por
Luis XVI?


Entre la nacíon, pues, y el soberano existia una lucha
de principios, una contradicciondeaspiraciones; ma.s por
de pronto el absolutismo se erigió en gobierno; la vengan-
za de algunos malos españoles se :estableció en tribunal
ejecutivo y las sombras de los generales Lacy, Porlier,
Richard, y otras víctimas vagaban errantes pidiendo una
reparacion de tres sentencias pronunciadas y ejecutadas
contra lo mas respetable del derecho natural y'del derecho
social; el derecho de defensa.


Si tan triste era de una parte la situacion política de
España, no era mucho mas agradable la económica.


El tesoro estaba exausto; emitías e inconsideradamente
papel moneda, y el crédito, este último aunque poderoso
recurso de los estados, era nulo, despues que el gohierno
habia puesto de reliave la falta de buena fé con que
eludia los pagos de los intereses de la deuda nacionaL'


La ignorancia y la imprudencia se encargaban de
atesorar el absolutismo.




214 LA SOBERANIA


¿Cómo se pretende en tales casos, que toda sublevacion
encaminada á derribar lo existente, no en persona~ sino en
principios, deje de encontrar eco en los agobiados pue-
blos? ..


y hé aquí como una vez mas las circunstancias crearon
un héroe, á Riego; que fué el alma, la representacion de
una situacion nueva, creada por los desaciertos de sus pro-
pios enerp.igos.


Triunfó al fin y al cabo en la lucha. el partido absolutis-
ta, y Riego pasó á aumentar el número de los mártires de
la libertad; pero la posteridad se ha encargado de vindi-
carIe; la posteridad dice que la plazuela de la Cebada fué
el calvario de aquel redent.or de las libertades españolas.


Así, los favorecedores del despotismo, al envolver en
una sangrienta mortaja el cadáver de su implacable ene-
migo, no vieron que en lugar de aniquilarle le eterniza-
ban, y, por su desgracia, incurrieron en el error de olvidar
que en política los bautismos de sangre borran todas las
culpas, y que al ser regenerados por el martirio, los hom-
bres mas pequeños tienen derecho á azotar el rostro de sus
verdugos con una rama de la palma que orea el viento, al
pasar por encima de los sepulcros de Padilla y de Juan
Bravo.


Rafael del Riego nació en Oviedo en el año 1783: su
padre, administrador de correos de aquella capital, le des-
tinó á la carrera de las armas despues de haber cursado fi-
losofía y leyes en la universidad: desde muy jóven ingresó
en el cuerpo de guardias de Corps.


Licenéiado este cuerpo á principios de la guerra de la
Independencia, pasó Riego á servir en clase de oficial en
otro de infantería, perteneciente al ejército que por aquella




NACIONAL. 215
• época se puso á las órdenes de Acevedo, pero la suerte de


las armas le fué contraria, y conducido como prisionero á
Francia, no regresó á España hasta la paz de lB14.


Un hecho de aquella oampaña que relata con vivos co-
lores el notable publicista Chao, caracteriza perfectamente
su condicion moral.


Despues de la derrota de Espinosa, y disperso nuestro
ejército, se veia á su general caminando en un carro, ma-
lamente herido.


Los ~enemigos, divididos en pequeños grupos, perse-
guian á los fugitivos y éstos, llenos de pavura, se separa-
ban unos de otros para mejor salvarse.


La' autoridad y la desgracia del general apenas retuvie-
ron á su lado algunos soldados, todos le abandonaron; solo
Riego permaneció constantemente á su lado hasta que los
franceses los·atajaron: entonces, solo su espada se desenvai-
nó tambien para defender al general moribundo.


Conducido Riego á Francia prisionero, pasó los ócios del
destierro aprendiendo el francés, el inglés, el italiano é
instruyéndose en varios ramos científicos, sin olvidar el ar·
te de la guerra.


Estos conocimientos le valieron, al regresar á España
por la paz general, un puesto en el cuerpo de Estado Mayor.
Al ejército espedicionario habia ido en calidad de ayudan-
te de la plana mayor, y por efecto del grado general se
halló de comandante. Tenia entonces treinta y siete años.
Incor~orado por aquella época al regimiento de Astu-


rias' donde .por su celo llamó la atencion de sus gefes, fué
destinado á la espedicion de América con el grado de se-
gundo comandante.


Sin embargo, de aquel cuerpo espedicionario destinado




216 LA. SOBERAl'\ fA.


á ir á batir en América á los pueblos que se declaraban in-
dependientes del dominio español, debia salir el primer
grito de libertad, lanzado en la península en el año 1820.


Ya en 8 de julio de 1819, el mismo ejército se hallaba
dispuesto á dar el mismo grito; pero su general en gefe,
conde de Labisbal, que en un principio parecia favorecer y
aun estar al frente del movimiento Constitucional, no solo
descubrió al gobierno las tramas de sus subordinados, sino
que en virtud de la autoridad que ejercia decretó la prision
de varios gefes, entre ellos Arco Agüero, San Miguel,
O'Daily y Quiroga. El conde de Labisbal recibió del gobier-
no, en premio de esta defeccion, la gran cruz de Cárlos HI;
pero como nada hay mas débil que los juicios de los' hom-
bres, poco pudo el conde calcular, al desbaratar el pronun-
ciamiento del año 19, que seis meses despues estallaría la
revolucion, y que, el coronel Quiroga, preso en Santo Do-
mingo de Alcalá de los Gazules, habia de ponerse al frente
de un pronunciamiento, del cual, mas tarde, el mismo con-
de debía ser uno de los principales corifeos.


Era indudable el espíritu liberal que animaba al cuerpo
espedicionario de América; sus gefes y oficiales eran teni-
dos por adictos á la causa Constitucional, y quizás por esto
mismo se les desterraba políticamente de España, con des-
tino á un país mortífero, ya por su clima, ya por las guer-
ras contra la península, que á la sazon la ensangrentaban.


Nada tiene de particular por lo tanto que los gefes y
oficiales partieran de mala gana, y de peor sí cabe los sol-
dados, que si en todos tiempos tienen á desgracia el pasar
á las Antillas, por mayor desgracia debían conceptuarla en-
tonces, yendo á tomar parte en una guerra sin esperanza y
sin gloria.




NACIONAL. 217
A todo esto las sociedades secretas, ramificadas hasta lo


infinito en España, alentaban poderosamente el eupíritu de
rebeliou; yen este estado de efervescencia llegó el primer
día del año 1820.


El batallon de Asturias, acantonado en el pueblo de las
Cabezas de San Juan, estaba mandado á la sazon por Riego,
y colocado éste al frente de las banderas del cuerpo, pro-
clamó 'el primero la Consti tucion del año 12.


Acto contínuo se reunieron los oficiales superiores de
diferentes cuerpos, y de aquel consejo, celebrado por un
puñado de hombres 'entusiastas, que habian :concebido el
audaz proyecto de libertar á España, salió la resolucion si-
guíente:


El coronel Quiroga, con el mando de los batallones de
España y la Corona, debia arr,ojarse sob~e la plaza de Cádiz,
en tanto que Riego, al frente de los batallones de Asturias
y Sevilla, pronunciado este último en Villa Martin con su
gefe D. Antonio Muñiz, debia sorprender y apoderarse del
general en gefe, conde de Calderon, y demás autoridades
militares y civiles. El hombre de las Cabezas de San Juan
se puso en marcha inmediatamente contra el cuartel gene-
ral situado en Arcos de la Frontera y aun cuando por en-
gaño ó estravío de los guias, no pudo llegar al punto de
sus operaciones en compañía del batallon de Sevilla, no por
~sto titubeó en su empresa. Sin dejarse arredrar por el ma-
yor número de tropas con que podia contar el general, pe-
netró Riego en Arcos, arrestó al conde de Calderon, á los
generales Jaurnar, Salvador y Blanco, junto con las demás
a.\ltoridades y tuvo la buena suerte de proclamar la Cons-
titucion en Arcos, como la habia proclamado en las Cabe-
,zas, causando en la tropa tal entusiasmo, que, voluntaria-




218 LA SOBERANIA


mente, se le unió hasta el batallon de Guias del general en
gefe.


Al frente de este cuerpo, de su batallon de Astúrias, y
del de Sevilla, que ya se le habia reunido, pasó Riego á
Bornos, asoció á su causa en este punto el batallon de Ara-
gon, se trasladó á Jerez de la Frontera, atravesó el puerto
de Santa María, llegó á la isla de Leon, depositó sus com-
prometidos prisioneros en el fuerte de San Pedro, y en cuan-
tos puntos se dejó ver proclamó acto contínuo la Constitu-
cion del año 12.


Quiroga, por su parte, se dirigió á la isla Gaditana,
apoderóse de la importante posicion del puente de Zuazo,
hizo prisionero en San Fernando al general Cisneros, mi-
nistro de marina, y si no tomó á Cádiz contando como con·
taba con el espírit~ público y los trabajos de las socieda-
des secretas, fUé, porque sabedor de lo ocurrido el teniente
rey que accidentalmente mandaba la plaza, pudo con es-
traordinarias medidas conjurar por de pronto aquel grave
peligro.


Al reunirse Quiroga con Riego en la isla de Leon, con-
taban los sublevados con siete batallones, sin el de Cana-
~


rias, que se pronunció en Osuna, y la artillería de la Car-
raca, que al tiempo de su pronunciamiento entregó á los
constitucionales el punto confiado á su defensa.


Respetable era en consecuencia este cuerpo de ejército,
y de él fué nombrado general en gefe el coronel Quiroga,
sin que Riego manifestara celos de ninguna especie por
aquella preferencia, aun cuando podia conceptuarse, no
solo como el verdadero inaugurador de aquella revolucion,
sino asimismo quien con su valor y hábiles medidas habia
asegurado su éxito, destruyendo con un solo golpe de ma-




NACIONAL. 219
no el mayor contratiempo que pudo haber sobrevenido, y
arriesgando su cabeza en el cuartel general del conde de
Calderon.


Esta conducta destruye la acusacion que algunos han
dirigido contra Riego, suponiendo que aspiraba al mando
supremo, no solo del ejército, sino tambien de la España,
proclamándose dictador.


Pero los hechos de su vida pública demostraron hasta
la evidencia, que las aspiraciones de Riego se reducian á
liberalizar la monarquía, haciendo entrar al soberano en la
senda de la libertad Constitucional.


Este proyecto podia hacer traicion á los planes de la
camarilla que rodeaba á Fernando VII, pero en tanto, no era
un delito contra la nacion, en cuanto ésta fué la que, se-
cundando unánimemente los pasos de los pronunciados,
consiguió que la chispa prend~da en las Cabezas de San
Juan, circulara. rápidamente por todas las provincias pro-
duciendo en los ánimos un verdadero entusiasmo en pro
de la causa "liberal.


En varias poblaciones de España se publicó solemne-
mente la Constitucion y en ninguna de ellas hubo que
lamentar disturbios, sino es en Cádiz, cuyo pueblo pedia
con mas ánsia que otro alguno el restablecimiento de una
Constitucion, que en los momentos de gran peligro para la
patria, habian elaborado en el seno de la antigua y esfor-
zada Gades unos próceres á cuya valentía y nobles deter-
minaciones nunca la nacion y la monarquía estarán bas-
tan te agradecidas.


Pedia el pueblo gaditano que fuera proclamada la Cons~
tituclOll, pero la gU~l.rnicion de la ciudad no participaba de
esta voluntad: era de temer un choque violento, choque


TIl\fO J. S7




220 LA SOBERANIA
que trataron de impedir el capitan general Freire y el ge-
neral.del departamento de m"arina Villavicencio.


Pero á las exortaciones de estos contest6 el pueblo vic-
toreando á la Constitucion y dando al aire las campanas, y
tan formidable se presentó la opinion pública, que hubie-
ron de prometer las autoridades pára el siguient~ dia la
proclamacion del suspirado código.


'Llegó con efecto el dia siguiente: alegre el pueblo, por-
que iba á conseguir el objeto de todas sus ánsias, se reunió
en la plaza de San Antonio; mas cuando Sd prometía ver
cumplida la palabra que el dia antes se le habia empeñado,
resonó una descarga seguida de un contínuo fuego gra·
neado, y á los cantos de alegría y á las expresiones de júbilo
reemplazaron los ay es de dolor y las escenas de la mas vio-
lenta desesperacion.


y fué el caso que el batallon de Guias, instigado se-
gun despues se dijo por su coronel y por ~l general Cam-
pana, habia roto el fuego traidoramente sobre el pueblo,
hiriendo y matando sin piedad, á jóvenes, ancianos, niños
y mujeres, reunidos con un plausible motivo bajo la ga-
rantía de la palabra empeñada por las primeras autoridades
gaditanas.


No pararon a1uí tampoco los desenfrenos de la solda-
desea; antes bien, profanando y saqueando los hogares de
muchos pacíiicos ciudadanos, llevaron á muchos de ellos la
desolacion, la miseria y la muerte.


y fué lo peor de todo q Ile mientras el pueblo era. asesi-
nado tan vilmente, el rey habiajurado ya la Constitucion,
y tanta sangre derramada no hubiera manchado los anales
militares de Cádiz, si los gobernantes, que no podian ig-
norar el estado de agitacion en que se encontraba la pe-




NA(;IONAL. 221
nínsnla, hubieran procurado apresurar todo lo posible el
hacer llegar á noticia de la España entera la resolucion del
soberano.


Pero vol viendo á Riego, debemos decir que, nombrado
por el consejo de oficiales comandante general de la pri-
mera division del ejército constitucional, si bien no fué
por cierto afortunado en sus empresas militares, sin em-
bargo, demostró en todas ellas la mayor pericia, constan-
cia, serenidad y arrojo. esponiéndose mas de una vez á la


\ '


muerte puesto al frente de sus soldados, como le sucedió el
dia 16 de Enero, al atacar infructuosamente la cortadura
de Cádiz.


Rechazado por los enemigos, cayó de la muralla y reci-
bió una fuerte contusion que le obligó á guardar cama du~
raute algunos dias.


No bien estuvo en disposicion de emprender la marcha,
cuando acometió una empresa aun mas arriesgada, como lo
fué salir el 27 de enero de la isla de Leon, al frente de un
cuerpo de ejército de mil quinientos hombres y escasa-
mente cuarenta caballos, con el intento de proveer de ví-
veres á las tropas encerradas en la isla.


Dirigióse Riego por Chiclana á Algeciras, punto de
grande importancia por ser la llave de la retirada á Gibral-
tal', de donde fácilmente podian estraerse recursos.


El general Freire mandó entonces en persecucion de
Riego al' teniente general O'Donnell, quien colocándose en-
tre ,la columna de Riego y el cuartel general, trató de cor-
tarle la retirada, de lo cual, apercibiéndose el gefe de los
pronunciados y convencido que no podia luchar con es ..
peranza contra las fuerzas superiores de su enemigo, S6
internó en la montaña y tomó el camino de Málaga. Du~




222 LA ~O.BERANIA
rante esta larga y penosa travesía, colocado el cuerpo es-
pedicionario entre el mar y la montaña, fué atacado varias
veces por el general O'Donnell y perdió unos cien hom-
bres.


Al fin y al cabo pudo penetrar Riego en Málaga, cuyo
gobernador evacuó la ciudad tan pronto como los pronun-
ciados hicieron su entrada por la calle de la Compañía. Los
malagueños recibieron con grandes demostraciones de jú-
bilo á Riego y á sus soldados; iluminaron los frentes de sus
casas, repitieron el himno que varios venian cantando y
que tan popular se ha hecho posteriormente en España; pero
cuando al dia siguiente se presentaron en los campos de la
Trinidad las tropas del general O'Donnell, y entrando por
la tarde en dos columnas por la calle de la Carretería rom-
pieron el fuego, con las tropas pronunciadas, en la calle de
Alamos y Ancha de la Madre de Dios, aquel vecindario que
tanto entusiasmo habia mostrado pocas horas antes por el
héroe de las Cabezas permaneció indiferente espectador de
aquella lucha desigual, dejando que la desconfianza del
éxito helara sus fogosos instintos patrióticos. Riego tuvo
que abandonar la ciudad, y seguramente llenóse su cora-
zon de amargura viendo que un solo malagueño se habia
unido voluntariamente á compartir las glorias y los pe-
ligros de aquella giganteS'ca empresa.


Sin embargo, no eran estas las únicas defecciones que
debian atorment.ar á Riego durante su vida política; la pa-
sion debia ser antes que la muerte.


O'Donnell perseguia sin trégua á aquel débil ejército,
mermado á un tiempo por los combates, la fatiga, la falta
de víveres y la desercion. Cuando llegan los malos di as de
una causa, cuando se eclipsa el astro de un hombre, el sín-




....


NACIONAL. 223


toma mas indubitable de la desgracia es la ingratitud, la
tibieza, la defeccion de los antiguos partidarios.


El dia 11 de marzo, cuarenta dias despues de su salida
de la isla de Leon, Riego, cuya division se hallaba ya re-
ducida á 300 hombres e8casos, vióse obligado á fraccionar
su gente en guerrillas para evitar la persecucion de que
era incesante objeto. Por UD momento hubo de creer que su
causa habia fracasado, y es dudoso averiguar si aquel hom-
hre entusiasta tomó la desesperada resolucion de morir sin
deponer las armas, 6 trasladarse á un pais estranjero, en
cuyo punto aguardara impaciente á que luciese una aurora
mas brillante para la causa de la libertad española.


Pero la Providencia guardaba á Riego para el cumpli-
miento de mas grandes designios: el héroe de las Cabezas
de San Juan habia de pasar sucesivamente por el mas po-
pular de los triunfos y por el mas ignominioso de los su-
plicios ..


Felipe fué interrumpido en su lectura por la entrada de
un nuevo personaje, que penetró en el salon en estremo
agitado y conmovido.


Era uno de los hermanos, cuya falta no habia sido no-
tada en un principio.


Era tan visible su agitacion, era tal el dolor de que pa-
recia hallarse poseido, que todas las miradas volviéronse
hácia él y la inqui.etud y la curiosidad que despertó su lle-
gada, impidieron, tanto el que Felipe prosiguiera su lec-
tura, cuanto que sus amigos le prestaran atencion.


--¿Qué os sucede? preguntóle el venerable, tratando de
satisfacer con su pregunta la general impaciencia.




224 LA SOBERANU
-Acabo de saber una noticia, repuso el interrogado,


que me ha llenado de indignacion, que me ha producido
un efecto tanto mas grande, cUéA.nto que yo, hijo de la co-
marca á que se refiere, tengo en ella relaciones, amigos,
parientes, que tal vez hayan sido víctimas de la infamia y
villanía de los que se dicen defensores del altar y cle.l trono.


--¡Qué! ¿ha sido alguna fechoría de los carlistas?
-Sí, por cierto; una nueva infamia, tan indigna como


todas cuantas cometen esos miserables.
-Algo se susurraba cuando" eníamos á la lógia.
- ¡Oh! per? los detalles que se han recibido en el mi-


nisterio son verdaderamente horribles.
-Pero esos hombres ¿qué es lo que defienden'? dijo Fe-


lipe, porque hasta ahora no es posible que puedan procla-
mar causa política alguna los que asesinan bftrbaramente
como el cura Santa Cruz, los que hacen fuego sobre los
trenes de viajeros y los que roban y saquean. de la manera
que lo están haciendo; si es una causa política la que se
vale de semejantes medios, indigna es de consideracion
alguna.


-Aun no lo sabe V. todo. Lo que acabo de oir sobre-
puja á cuanto hasta hoy tenemos que deplorar.


-¿Pero qué ha pasado'? esclamaron algunos.
-Porque la entrada en Ripoll, añadió el 'lJenerable, ya


la conocemos, y á no ser algo de nuevo ...
--y mucho: del mismo Ripoll no sabíamos mas que los


términos generales en que estaba concebido el primer par-
te; posteriormente han llegado nuevas noticias que han
acrecentado la indignacion que ya se sentia, indignacion
que llega á su grado máximo con lo ocurrido en Berga.


-¡Cómo! en Berga tambien'?




NACIONAL. 225
-¡Oh! sí, señores; y lo mas doloroso todavía es que se


presten te una traicion infame.
-Eso mas?
--Hable V., hable V.
y la impaciencia, la cólera y el dolor, se reflejaba en


todos los semblantes.
Porque desde el momento en que de los carlistas se


trataba ya estaban presintiendo alguna infame alevosía.
Porque desde el primer momento en que se alzaron en


armas esos miserables que se titulan partidarios de una
causa que lleva ~or lema Religion y Trono, su paso fué se-
ñalado constantemente con las depredaciones y las violen-
.


mas.


Siguieron á estas, en lúgubre progresion, los asesinatos
y las tropelaís.


y finalmente, para que nada faltase á tan des~ichado
cuadro, el incendio y los fusilamientos, bien en masa, bien
en individuos que ya se habian rendido, siguieron á los
primeros asesinatos y á los posteriores robos.


y lo que es mas doloroso todavía; lo que apenas hemos
podido concebir á pesar de que lo estamos viendo constan-
temente, es que los q ne se dicen ministros de un Dios de
paz y de justicia, de un Dios de misericordia y de perdoll,
sean los que esciten, los que aconsejen, los que dirijan y
los que llevan tras sí esas hordas de forajidos, cuyo único
norte es la sangre y el pillaje.


Mas que hombres que obedecen á un fanatismo político,
son bandidos que roban, que incendian, que asesinan.


Mas 1ue sacerdotes dignos, intérpretes de una religion
todo mansedumbre, todo pureza, todo virtud, son los terri-
bIes sucesores de aquellos vengativos jueces de la inqui-




226 LA SOBERANlA
sicion, intolerantes é intransijentes, que se complacian con
los ayes de las víctimas y con los tormentos de los desdi-
chados que caían en su poder.


Con el crucifijo en una mano y la tea 6 el trabuco en la
otra, éstos, como aquellos solo dejan tras de sí el espanto y
la desolacion.


Perdona y olvida, no 'Oiertas la sangre de tu hermano, dice
esa religion que proclaman; formad nuevos creyentes por la
bondad de vuestras predicaciones! ... y la manera de inter-
pretar semejantes máximas, de enaltecer la religion, de
practicar las sublimes máximas del Evangelio, es crear
nuevos rencores, es destruir, y prostituir, y envilecer la
misma religion.


De indignacion rebosa el generoso pecho repasando to-
das esas negras páginas de que está sal picada la historia
del partido carlista, especialmente en sus últimas ha"
zañas.


Pero esta indignacion no puede menos de subir de
punto ante los últimos hechos que GarcÍa, el mason que
acababa de entrar en la lÓJia, venia á referir á sus com-
pañeros.


-En Ripoll, les decia, recurrieron al indigno medio
de prender fuego á la iglesia, obligando á rendirse á los
carabineros que en ella habia.


-De manera, que los mismos que tanto habian ana te·
matizado el uso del petróleo; en las sangrientas escenas de
la Commune de Paris, lo santifican hoy, empleándole como
medio para asegurar su triunfo.


-Naturalmente; ¿cree V. que si no fuera por eso po-
drian vencer á los valientes que hoy luchan, no !wr soste-
ner en el trono á tu:~a persona determjnada, sino por defen-




NACIONAL. 227
der su propia soberanía, su independencia y su libertad?
¡Oh! 116 por cierto; serian invencibles!


-Pero todavía no nos ha dicho V. que es lo que ha pa-
sado en Berga.


-¿Los últimos detalles de Ripoll tampoco los cono-
cen Vdes? ...


-Sí, por lo que hemos leido en los periódicos.
-Sabrán, pues, que fueron fusilados nueve carabineros


pero no los detalles de este indigno asesinato.
-Hable V. hable ... es clamaron todos á una voz.
-Horrorízense Vdes.; abriéronse los hoyos en que ha-


bian de ser enterrados, hízoseles arrodillar á la orilla y
muertos ó vivos todavia, sus últimas convulsiones, sus
ayes de dolor quedaron sofocados bajo la tierra que se ar-
roj 6 sobre ellos 1. ••.


-¡Oh! qué infamiaI
-¿Verdad que sí, señores'? ino es cierto que contra un


acto semejante tiene que sublevarse el hombre mas pacífi-
co, el hombre mas indiferente, el que no tenga vacío el
sitio en que el corazon se halla colocado?


-Sí, García, repuso D. Juan; porque ese crímen no es
ya el fusilamiento político mas ó menos justificado; es la
infamia refina.da, es la maldad llevada al último estremo,
es, señores, el crímen repugnante y hediondo que obliga á
todos los hombres, sin distincion de partidos, á alzarse
contra fieras de semejante naturaleza.


-P¡':es todavía hay mas.
-1\13S aun? .. parece imposible!
- Pero si no cabe mas maldad!
-Escuchen Vdes.; Berga, por si lo ignoran, es de las


poblaciones mejor defendidas por la naturaleza del terreno.
TOMO r.




228 LA SOBERANIA
Unan V des. á esto la fortificacion militar facultativa.


. 7


merced á la cual y aunque de escasa importancia, podia
sostenerse, sino muchos dias, los bastantes al menos para
que llegase el refuerzo de alguna de las colunlnas que ope-
raban por aquella parte y que con tiempo se habia recla-
mado.


-Yo he estado en Berga, dijo Felipe, y recuerdo un
convento que hay aislado, y muy apropósito para la de-
fensa.


-Justamente, el de S. Francisco; pues ya vé V. lo só-
lido que es y si podría resistir con ventaja todos los esfuer-
zos de la escasa artillería que lleva esa canalla.


-Sé muy bien lo que es Berga; repuso el venerable y
con un poco de inteligencia en el Jefe militar, secundada
por el valor y decision de parte de sus defensores, la creo
á cubierto de cualquier golpe de mano.


-Eso mismo creía yo tambien, pero desgraciadamente
todos mis cálculos, todas mis esperanzas han quedado do ..
lorosamen te defraudadas.


-¡Cómo! pues, ¿han entrado en Berga los carlistas'?
-Sí, señor, y lo mas triste de todo es que su entrada


no ha sido debida ni á la cobardía d~ sus defensores, ni á la
falta de elementos para defenderse.


- Pues á qué entonces'?
-Sospéchase que fué debida á la traicion del Jefe mi-


litar que mandaba en la plaza.
-¡Oh! qué vileza!
-Si así ha sido, con cien vidas que tuviera no pagaba


ese nuevo Vellido Dolfos su traiciono
- y cuando sepan Vdes. que la cobardía, ó la traicion


de ese Jefe, ha costado la vida á toJos los voluntarios que




NACIO~AL. 229
formaban la compañía movilizada de aquella villa; cuando
sepan Vdes. que en estos momentos tal vez hay mas de
cien familias que lloran la pérdida de un sér querido; cuan-
do sepan Vdes. que quizá en estos momentos cien infelices
niños se encuentran huérfanos, aun antes de haber podido
balbucear el dulce nombre de padre; cuando se hagan car-
go del porvenir de miseria y de llanto, de luto y desolacion
en que quedan esas pobres esposas, esas acongojadas ma-
dres, esas hijas de los miserablemente fusilados en Berga,
estoy convencido que á esta sola idea sentirá alzarse en sus
nobles corazones, mas grande, mas potente, su justísima
cólera contra el vil traidor, si es que lo ha habido, y con·
tra los que, despues del triunfo, en vez de mostrarse ge-
nerosos se han mostrado mas salvajes que hordas de Cari-
bes. Despues del rendimiento ¡horrorícense Vdes! sesenta
y seis francos voluntarios han sido bárbaramente fusilados,
viniendo á aumentar con su her6ica muerte el largo catá-
logo de los ilustres mártires de la república.


-¡Desdichada noticia!
-Al saberla yo, hermanos mios, confieso francamente


que no pude esplicarme lo que sentí; creo que hubiera sido
capaz de volverme tan fiera como ellos si en mi mano hu-
biera estado poder vengar tanta y tanta maldad.


-Es decir, replicó Felipe temblando de cólera, que esa
gente ha cometido en ese desdichado pueblo las tropelías á
que están ya tan acostumbrados'?




-¡Horrores, amigos mios, horroresl .. figuraos que segun
los partes y cartas recibidos, hace apenas una hora, dicen
«que las personas que van llegando á Barcelona, procedentes
de Berga, están como aleladas de espanto: no saben darse
'cuenta de los actos de salvagismo que han presenciado, des-




230 LA SOBERANIA


honra infamante no solo de la causa carlista sino de la raza
humana. Los asesinos que pretender pelear por un Dios de
paz y de misericordia, no se contentaron con fusilar á los
prisioneros que habian capitulado bajo la garantia de que-
dar salvas sus vidas, sino que se complacieron en darles
tormento.


¡A un pobre 'Voluntario le sacaron los ojos antes de fusilarle!
Los Caribes, los pieles rofas no hubieran hecho otro


tanto.
A un valiente capitan, llamado D. Rafael Niqui, qt:.e


fué de los últimos en rendirse, lo llevaron al sitio del su-
plicio atado por los pies y como no pudiera andar de prisa,


. sus verdugos lo apalearon inhumanamente, y para acabar
de martirizar le, le obligaron á presenciar el fusilamiento de
sus subordinados.


A otros les destrozaban á bayonetazos las estremidades
de su cuerpo, y mientras aquellos infelices, bañados en su
propia sangre, padeciendo horriblemente, pedian por mise-
ricordia la muerte, los energúmenos de Saballs contestaban
con satánicas carcajadas, con cánticos de alegría, con soe-
ces insultos!. ..


y cuando quedó consumado el sacrificio y revolcándose
en un charco de sangre sesenta y seis cadáveres, entonaron
los carlistas un canto de victoria y obligaron á los demás
prisioneros á desfilar por encima de sus desventurados
com pañeros de armas! .


La casas y establecimientos de los liberales fueron sa-
queadas ó incendiadas despues de los asesinatos; sus mue··
bIes y alhajas sacados á pública subasta.


-Positivamente, dijo el venerable, que no puede escu-
charse semejante relacion sin sentirse aterrado.




NACIONAL. 231
-Es una relamon que espanta, que estremece!. .. Figu-


raos que hasta ha f';lncionado una seccion de petroleros
franceses que los acompañan; delicioso obsequio que nos ha.
hecho Francia, á quien somos deudores de tan buenos ser'Dicios
desde que principz'ó la guerra.


-Es decir que tambien ha jugado el petróleo'?
-Sí señores, el pet1'óleo, usado por los carlistas; el pe-


tr.óleo que era el S. Benito que arrojaban sin cesar al rostro
del partido republicano y precisamente ellos son quienes lo
han venido á poner en práctica en nuestro país.


-y qué otras infamias han cometido además de esos
bárbaros fusilamientos?


- El incendio y destruccion de dos ó tres edificios:
fácilmente pueden V des. comprender la rabia de que se
hallaba posei~a aquella gente por la resistencia que les


.


opusIeron.
-Luego hubo resistencia?
-y desesperada; hasta hubo algun jefe q ne en los pri·


meros momentos trató de, desobedecer la órden que para.
rendirse se le habia dado.


-Pero lo que no puedo concebir, dijo D. Eugenio, es
como se ha podido dejar tan abandonada á esa desdichada.
poblacion.


-Muy censurable es en efecto; así como es censurable
lo de Ripoll y como son censurables otras cien cosas que se
están' viendo por 'aquella alta montaña de Cataluña.


-Hermanos mios, esclamó Felipe, poniéndose en pié y
exsaltado por la noble cólera que brillaba en sus ojos; per-
mitidme que por breves momentos use de la palabra; la
mas santa de las indignaciones se desborda de mi pecho
á la sola enumeracion de semejantes infámias: es preciso




232 LA SOBERANÍA.


que yo hable, que diga lo que siento, que me desahogue!. ..
La conducta de esos miserables, de esas hordas de fo-


ragidos, pues no merecen otra calificacion, es tan indigna
como villana, tan salvage como cobarde.


El asesinato y el incendio, la desolacion y el estermi-
nio, la desolacion y el robo, lágrimas y sangre es la hue-
lla que dejan en pos de sí por el camino que recorren.


¡ Maldicion y anatema sobre tan inicuos séres t
Como los antiguos ibridas ante el pedestal de Bracma,


esos miserables que se titulan defensores de la religion, in-
cendian las iglesias, profanan los altares, escarnecen los
símbolos de esa misma religion, y se gozan, y se recrean,
improvisando á cada. paso festines de carne humana cuya so-
la descripcion espanta y horroriza! ...


Mentira parece que sea España el teatro de semejantes
crímenes! Solo el pensarlo me avergüenza.


¡Esta España que ha sido siempre, ante la Europa en-
tera, modelo de nobleza, de hidalguía, de generosidad
hasta con sus propios enemigos! ¡ Cómo no sentirse pro-
f~ndamente afectado, hondamente conmovido!


El rubor de la vergüenza abrasará las mejillas de todo
buen español, al reflexionar el concepto que de nosotros
formarán las demás naciones civilizadas.


Daremos cumplida razon á los hace tiempo dijeron y
continuan sosteniendo que el África empieza en los Pirineos.


Pero nó; con toda la noble indignacion de que nues-
tro ardiente pecho se halla :poseido rechazemos siempre
semejante injuria!


Esos canaUas no son hij os de España.
Los que militan á las órdenes de Saballs, de Tristany,


Cura de Santa Cruz, Cucala, Barrancot, Dorregaray y tan-




NACIONAL. 233
tos otros bandidos, no pueden ser españoles, no lo son; la
patria los rechaza y los repudia como hilos espúreos, como
infámes parricidas, como brutales facinerosos! ...


No en valde llevan entre sus filas lo mas abyecto y mi-
serable de todos los paises; la escoria de las naciones ve-
cinas, que, ávidos de sangre destruccion y ruina, su único
móvil es el robo y el saqueo.


En esas hordas multícores en las que se ha condensado todo
el 'Vicio, toda la crápula, toda la bestial ferocidad procedente
de las mas cenagosas capas sociales, aparecen organizados, Pe·
troleros de la comune de París, zuavos Pontzftcios, los indivi-·
duos mas viles, los mas repugnantes séres, que parece se ltan
dado cita para satisfacer en nuestra desgraciada patria sus
salvajes instintos.


Parece mentira, vuelvo á repetir, que haya hombre tan
inícuo que, titulándose general y despues de la rendicion
de una plaza, traidoramente vendida; en lugar de apreciar
el heróico valor de sus defensores, en vez de tener con ellos
las consideraciones que se prodigan siempre al enemigo
vencido y en casos semejantes, cometa el inaudito cr'Ímen de
fusilar sesenta y seis prisioneros indefensos r


¡Gran hazaña por cip,rto! i puede vanagloriarse de ella!
¡Este es Saballs! Si Dios es justo, si cierto es que no hay


plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague, cuando lle-
gue á este foragido su vez y el plazo termine, su fin debe
ser desastroso.


La para y noble sangre que h9Y hace derramar caerá
sobre su frente gota á gota como plomo derretido.


Singular c~ntraste el que presenta, al lado de estas
inauditas atrocidades, el juicio, la mesura, la sensatez, la
noble y generosa actitud del pueblo liberal.




234 LA SOBERANIA
La idea de j ustísimas represalias ha cruzado por la


mente de todos; y ¿cómo no? cuando son muchos los que
se hallan lastimados y heridos en las mas santas y mas
caras afecciones de su corazon"? .. pero la han rechazado
para no justificar en lo mas mínimo los crímenes de sus
enemigos; en silencio devoran sus lágrimas, procuran vio-
lentarse, acallan su justa indignacion y .... esperan ..... .!


Esperan, sí; esperan á que el gobierno de la república,
en quien tienen absoluta confianza, acuerde en su alta sa-
biduría y reconocido patriotísmo, el medio mas breve y efi-
cáz de acabar en un corto espacio de tiempo con esas hor-
das de salva/es, vengando á la sociedad de los continuos n1-
trages que la están infiriendo.


Pero ¡guay! si el remedio se tarda.
El pueblo es noble, es paciente, es generoso; pero la pa-


ciencia tiene tambien sus límites.
Si se le provoca, si se le obliga á dar el primer paso en


la senda de las represalias.,. ¡el rugido del leo n herido será
terrible! ...


¡Guayl si sacudiendo su melena empieza á usar de su
potente garra!


¡Guayl si el pueblo acepta como buena y legítima aque-
lla célebre máxima de un fanático: Ojo por %, diente por
diente!


Si este caso llega, ni nada, ni nadie, será bastante á
refrenar su fiera saña; con tanta mayor razon, cuanto que,
abusando de su generosidad, en plazas y calles, en teatros
y reuniones, paseos y cafés, se vé continuamente insulta-
do y escarnecido con la sonrisa despreciativa de aquellos
que, habitando en la ciudad y profesando las mismas ideas
que los bandoleros que aparecen en armas incendiando los




NACIO~A.L. 235


pueblos de la montaña, se presentan en todos los sitios mas
públicos, haciendo alarde de su cinismo y como desafiando
las iras del pueblo!


Pues, mucho cuidado, imbéciles defensores de una cau-
sa tan absurda como ridícula: la justicia del pueblo, cuan-
do se le llega á provocar, suele ser tremenda, y llevada al
último límite, se ensaña con inaudita crueldad!
, En último resultado; si lo que Dios no quiera, y de todo


corazon debemos pedírselo, Begase esto á suceder, doloroso
es confesarlo, pero tendria su justificacion.


yenga pronto el remedio de donde debe venir, y eviten
el conflicto las personas que están en el deber de conjurarlo.


-A ello estamos obligados todos, dijo el venerable, des-
pues que Felipe hubo terminado su'discurso, y yo os pro-
pongo, si es que lo juzgais acertado, que nombremos una
comision de nuestro seno que se presente al ilustre Presi-
dente del Poder Ejecutivo; no solo para significarle el pro-
fundo dolor que han ca usado en nuestro ánimo tan sen si -
bIes catástrofes, sino para ofrecer al gobierno el concurso
de nuestros servicios, suplicándole al mismo tiempo que, sin
consideracion de ninguna especie, escogi te los medios mas
rápidos y eficaces para acabar con esta desastrosa guerra.


-A pro bado. -Con testaron todos.
Procedióse, en su consecuencia, al nombramiento de la


comision, de la cual formaron parte, en union con el vene-
rable, nu~stros amigos D. Juan y Felipe.


Siendo ya una hora bastante avanzada de la noche y,
además, hallándose los ánimos profundamente afectados
con los sucesos de Ripoll y de Berga, acordaron unánime-"
meIJ.te dar por terminada la sesion, dejando para la próxi-
ma la continuacion de las memorias referentes á Riego.


TOllO l. 39




CAPIT-ULO X¡


c'ontinuacion de una velada interrumpida .


. A la semana signiente,. -volvió, en su dia marc~do, á
reunirsela logia, para continuar la ses~on interrumpida el
sábado anterior, ó lo que es lo mismo, la desdichada histo-
ria de Riego.
-' Felipe, sin embargo, no habia parecido, lo cual era muy


estraño sabida su puntualidad y hubq de encargarse de
ocupar su puesto y continuar la lectura del manuscrito,
3.quel mismo D. Juan, amigo del difunto D. Antonio, y
que fué verdaderamente su único testamentario.


Continuó, pues, la relacion en los siguielltes términos.
La nacion española habia -acogido con júbilo la noticia


del pronunciamiento llevado á cabo por el ejército espedi-
cionario ,de América; en varios puntos se habia. proclamado
la C'onstitucion; reinaba la mayor efervescencia en las ca-
pitales,' y aun -cuando el gobierno no ignoraba la mala
suerte-que habia cavido á Riego, sin embargo, se sentia
harto débil para oponerse á la obstinada manifestacion de
la opinion pública. El mismo monarca llegó á comprender




LA SOBERANIA :\ACIO:"AL. 237


que, cuando un soberano deja de ser la síntesis de la-vo-
luntad nacional, libremente manifestada, siente bambolear
bajo la presion de su planta el trono que tiene por únicos
cimientos la exageracion' del derecho de imponer leyes; y-
Fernando VII, pese á sus absolutistas instintos, hubo de
convencerse de que si la lucha se travaba, habia de hallar-
se el dia del peligro solo y cara á cara con los poderosos
enemigos de su mal aventurado sistema de gobierno. En
tan críticos momentos, el conde de La Bisbal vino á arrojar
el peso de su espada en el platillo donde se pesaban los des-
tinos de España. El mismo general que, en julio de 1819,
hizo abortar y sofocó la conspiracion constitucional, se
pronunció contra el gobierno absoluto en Ocaña, á nueve
leguas de Madrid, al frente del regimiento de infantería
Imperial Alejandro, cuyo mando estaba 'confiado á D. En-
rique O'Donnell, hermano del conde. Esta circunstancia
hubo de llamar poderosamente la atenciondel monarca,
pero lo que sin duda contribuyó mas á mover su ánimo,
fué la conducta observada por la inmensa . mayoría de la
Guardia Real, que notiéiosa de los sucesos de Ocaña, no
ocultó su resolucion de formar causa comun con los pro-
nunciados.


- El rey tendió la mirada en torno suyo, y enc{)ntró tan
solo á su lado á unos ministros débiles é- incapaces de con-
jurar la tormenta; era necesario obrar y obrar pronto, por-
que en los períodos revolucionarios un día de dilacion im-
porta muchas veces la destruccion de una dinastía, ó la
desgracia de todo un pueblo.


Por un momento pudo creer Fernando VIlque el peli-
gro se alejaria fácilmente, haciendo á la nacion algunas
concesiones en sentido liberal, y por decreto de 3;de marzo


,




LA SOBERANIA


dió al derecho de representacion una latitud nunca vista en
su reinado, por medio de un decreto relativo á la organi-
zacion del consejo de Estado, cuya firma debió conmover
profundamente el corazon del soberano, tan inclinado al
réjimen absoluto.


Sin embargo, á la altura en que se encontraba.1a revo-
lucion española, aquella concesion era un paliativo que no'
debia producir ningun buen resultado, y tres dias despues,
reunido él pueblo con una multitud de oficiales del ejérci-
to, restableció la lápida de la Constitucion, y dirigiéndose
en tumulto á la casa de la villa donde se estaba instalando
el Ayuntamiento Constitucional, mandado reunir por el
monarca, exigió de la nueva municipalidad se trasladara á
palacio y exigiera al' monarca el juramento de fidelidad á
la Constitucion del año 12. El Ayuntamiento, con efecto,
se trasladó al real alcázar, y Fernando VIl accedió á la vo-
1untad del pueblo, y al pié del trono prestó el jurament
que se le exigia. N o bien cundió la noticia por Madrid, se
entregó el pueblo á la alegría que le dominaba por aquel
triunfo, y aun cuando no descuidó reiterar su solicitud de
que se nombrara una junta provisional de Estado, dedicó
por de pronto sus atenciones á reparar agravios del pasado
réjimen, por cuyo medio no solo creia inaugurar digna-
mente el nuevo, si que tambien desahogaba la bilis que
durante muchos años habia amargado su corazon.


EIi semejantes casos, siempre el pueblo busca una víc-
tima, y el de Madrid tuvo un feliz pensamiento en la elec-
cion de aquella. Dirigióse fuerte y amenazador á la cárcel
de la Inquisicion, puso en libertad á los presos que gemian
en sus lóbregos calabozos, destruyó los archivos en que se
encontraban causas célebres, por lo espantosas unas, por lo




~ACIONAL. 239


ridículas otras, por las personas procesadas muchas; y borró
con su fuerza incontrastable aquellos títulos con que el fa-
natismo yel despotismo aunados habian manchado la re-
putacion de innumerables familias.


Poco despues, el tumulto se habia calmado por comple-.
10, y con general contento se nombró la junta consultiva
de Estado, compuesta de las personas siguientes: el arzo-
bispo de Toledo cardenal de Borbon, presidente; Queipo,
obispo de Mechoacan; D. Ignacio de la Pezuela; Lardizá-
bal y el conde de Taboada, antiguos magistrados; D. Ber-
nardo de Borja y Tarrius, antiguo empleado en rentas; don
Vicente Sancho, teniente coronel de ingenieros; Tejada,
rico propietario; y el general Ballesteros, el hombre que
despues de haber sido destinado para reprimir el pronr:n-
ciamiento de la isla de Leon, tuvo la valentía de decir á
Fernando VIlque, en el estado en que España se encon-
traba, no quedaba al monarca otra alternativa que el jurar
la Constitucion 6 resignarse á perder el trono. Esta junta
inauguró sus actos proclamando el olvido de los agravios y
la completa fraternidad entre todos las españoles.


Posteriormente y á propuesta de la misma, formó el
rey el siguiente ministerio: D. Agustin Argüelles, minis-
tro de la Gobernacion; Ganga Argüelles, de Hacienda; Por-
cel, de Ultramar; Perez de Castro, de ERtado; el marqués
de las Amarillas, de la Guerra; y García Herreros, de Gra-
cia y Justicia. Estos seis personajes representaban genui-
namente el espíritu Constitucional, y todos ellos se habian
hecho notables durante los acontecimientos del año 14.


La revolucion que Riego habia inaugurado en las Ca-
bezas de San Juan habia triunfado por completo: el hom-
bre acosado en la montaña y batido sin compasion, como




240 LA SOBERANIA
una fiera, cuyos sanguinarios instintos alarman á toda una
comarca, vió cambiada por completo la decoracion del tea·
tro en que se representaba el drama de su azarosa vida.
Habiéndose trasladado á Sevilla, vió á los pueblos agol-
parse á su paso, saludando entusiastas al héroe de la rege-
neracion española, y en los oidos en que pocos di~s antes
silvaban las balas enemigas, resonaba un prolongado grito
de ¡viva la Constitucion! ¡Viva Riego!


Las poblaciones en que se hospedaba le obsequiaban á
porfía con bailes, banquetes, músicas é himnos en su ho-
nor; triunfal era su marcha, y Riego, constituido en ídolo
del pueblo, cuyas cadenas habia sido el primero en romper,
pudo mirar, hasta con· desprecio, aquellas ovaciones que
las antiguas sociedades tributaban á los guerreros que lle-
gaban á Rom&.manchados con la sangre de todo un pueblo ..
El mérito de Riego consistia en haber liber~ado á España,
lanzando entre el pueblo el primer grito de libertad,
rompiendo aquellas ataduras con que los conquistadores de
otros siglos sujetaban la fiera y noble independencia de las


.


naCIones.
Riego podia gozar y enorgullecerse de su triunfo, que


no habia conseguido derramando sangre ni haciendo correr
lágrimas; y sin embargo, el corazon del bizarro jóven
nunca sintió el mas mínimo impulso de ambicion; nunca
sus ojos perdieron la tranquila ,mirada de la inocencia, se·
rena en medio del vendabal revolucionario, para buscar
entre el pueblo que le victoreaba frenético, el basto n de.
mando que se habia caido de las manos de un monarca que
confundió los tiempos en su gobierno y el progrese de los
pueblos.


El alma del movimiento liberal tuvo siempre en sus


I




NACIONAL 241
labios palabras de respecto para el monarca juramentado,
y encaminó la voluntad de los pueblos hácia Fernando VII
constitucio:c.al, que se habia enagenado de mucha parte de
la de los españoles.


La modestia de Riego era quizás la prenda mas segura
de su popularidad.


y con todo, inspiró celos al gobierno, á los hombres
cuya autoridad habia él creado, á los que se hallaban muy
léjos del peligro cuando Riego veia caer en torno suyo á
los pocos soldados que le restaban, diezmados por las tro-
pas del general O'Donell.


¡La ingratitud, siempre la ingratitud! ...
Hé aquí el premio que comunmente recogen los que,


como Riego, crean instituciones de que se apoderan des-
pues ambiciosas individualidades.


Los celos que inspiró Riego no fueron disimulados
mucho tiempo. -


El marqués de las Amarillas, ministro de la Guerra
como hemos dicho, empezó por cambiar el nombre al ejér-
cito de la isla de Leon, que se tituló ejército de Andalucía,
calculando que por este medio menguaría el espíritu de
aquellas tropas; y enseguida intentó licenciar aquel ejér-
cito cuyo entusiasmo por Riego hacia peligrosa la suerte
del gobierno.


El nuevo ministerio quiso seguir una conducta tortuosa
y contr~dictoria, y en tanto que por una parta procedia con-
tra los sesenta diputados de las Córtes del año 15 üonocidos
con el nombre de Persas, porque al representar á Fernando
VII en contra del sistema constitucional, ponían por ejem:-
plo la anarquía de los interregno s en la nacíon Persa, pro-
curaba destruir un cuerpo de ejército por temor á los sen-




242 LA SOBERANIA
timientos liberales que siempre. habia manifestado y al
influjo que sobre él ejercía Riego.


A fin de deslumbrar á este y obtener su consentimiento
para la destruccion de su propia obra, le nombró capitan
general de Galicia; pero Riego comprendíó de sobra la
mira que el gobierno llevaba en aquella promocion, yan-
tes que hacerse cómplice de las consecuencias que pudiera
tener aquella disposicion del ministerio resol vió pasar á
Madrid, villa que le recibió el dia 3 de setiembre tribután-
dole toda suerte de honores y ofreciéndole para su entrada
un carro triunfal adornado con los emblemas de la Cons-
titucion.


Las sociedades patrióticas corrieron con estos obsequios,
y la de la Fontana de Oro le dió un gran banquete, durante
el cual se sucedieron sin interrupcion los vivas al código
político y al primero que habia tenido valor de restau-
rarle.


Terminado el banquete se dirigió Riego al teatro del
Príncipe; á su entrada rompió la orquesta con la cancion
del T'rágala: gran parte del público la e:p.tonó á coros, y
dícese si el héroe de la fiesta siguió en este punto el ejem.
plo de la multitud.


Si así es, prueba de poco talento dió Riego en aquella
ocasion, pues no supo prever con cuanta facilidad, en mo-
mentos criticos, el entusiasmo degenera en esceso.


Con efecto, aquella noche quiso la autoridad poner
término á tan ruidosas y acaloradas demostraciones, y fué
insultad'o y atropellado el presidente del coliseo, y la villa
de Madrid hubiera presenciado quizás deplorabilísimas
escenas, si la reaccion de los liberales, perfectamnte co-
nocedores de la situacion, no hubiera puesto un dique á




NACIONAL. 243


los desmanes de lo~ anarquistas, que tan oportunamente
favorecian los planes de los anticonstitucionales.


El general Riego, causa inocente de aquel deplorable
lance, empezó á resentirse acto contínuo de sus consecuen-
cias. Por de pronto, el partido templado empezó á temer
que aquel hombre, embriagado por su triunfo, no se dejara
arrastrar por ambiciosas ideas que los anarquistas hubie·
ran alagado de' muy buena voluntad; y el gobierno, que
indudablemente no veia con buenos ojos á Riego, pudo con
justo motivo qui.tar de por medio á su sombra, ya que al
estremo á que habian llegado las manifestaciones y los ~s­
cesos, era imposible ser gobierno y transigir á su tiempo
mismo con los fautores de aquellas crísis continuadas en la
córte.


Por de pronto, alejó el gobierno á Riego de Madrid des-
tinándole de cuartel á Oviedo~ su pais natal; y en cuanto á
los demás oficiales que habian tomado parte en los moví-
mientos de los últimos dias, se les alejó destinándoles á
distintos cuerpos y aun confinándoles á distintos puntos.


La estrella de Riego palidecia momentáneamente, pero
bien pronto volvió á brillar con nuevo resplandor.


Aun cuando ya llevamos dicho qU,e el gobierno se portó
con ingratitud respecto á Riego, no se crea tampoco que
para obrar como obraba con los autores de los desmanes
acontecidos en Madrid, le faltara un motivo, en aquel en-
tonces muy digno de ser atendido. No debemos suponer
que un ministerio, al frentedel cual se encontraba un hom-
bre del carácter de D. Agustin Argüelles, atropellara sin
nece~idad ó sin fUDdam~nto los fueros de los españoles; y
la clave de este enigma político se encuentra indudable-
mente en el recelo que debia inspirar al gobierno un hom-


TOMO 1 ~o




244 LA SOBERANÍA
bre de la popularidad de Riego en los críticos momentos
que atravesaba España, en víspera de ser presa de la anar-
quía y descubriéndose, como todos los días se estaban des-
cubriendo, nuevas conspiraciones en sentido republicano.


(,Contra todas las declamaciones de sus riv-ales, contra
los envenenados tiros de los enemigos de su causa, contra
las interpretaciones calumniosas que daban de su conducta
los políticos del retroceso, los camarilleros de Fernando VII;
el gobierno tenia á mano un documento incostrastable,
cual lo era. la representacion que desde Sevilla, con fecha
21 de Marzo, habia dirigido Riego al soberano. Esta repre-
sentacion, profesion de fé del general, estaba concebida en
los siguientes términos:


;)Señor: D. Rafael del Riego, comandante general de la
primera di vis ion del ej érci to nacional, que en el primer dia
de este año se pronunció por la causa de la patria, se apre-
sura á poner á los piés del trono de V. M. los sentimientos
de amor y de respecto que abrigó constantemente en su
corazon, y que su conducta no ha desmentido jamás.


Ni la ambicion, ni el deseo de adquidr celebridad, ni
ninguna de las pasiones que con frecuencia influyen en las
acciones de los hombres, le han podido impeler á publicar
el primero la Constitucion sancionada por la nacion, que
garantiza su prosperidad y su grandeza. El amor mas puro
de la patria y los deseos mas ardientes por su dicha han
sido las únicas guias de mi conducta.


»Gefe de la columna móvil de los patriotas, que el 27 de
Enero salieron de la ciudad de San Fernando, para propa
gar los sentimientos liberales de que se 8entian animados,
jamás he perdido de vista una misio n tan importante de la
que no me hice nunca indigno por mis acciones. La vio-




NACIONAL. 245
lencia, el robo y los desórdenes que suelen acompañar las
insurrecciones, no han mancillado jamás la causa que mis
compañeros de armas y yo hemos resuelto defender. Los
trabajes, las privaciones, los mayores sacrificios, no pueden
borrar los proyectos con tanto ardor concebidos y con tanto
valor realizados. Las ciudades por donde he pasado son
testigos de la su bordinacion, o bediencia y disciplina de
mis tropas. El ciudadano no ha sido molestado por su opi-
nion y se han respetado sus propiedades; el magistrado ha
seguido en sus funciones; el venerable carácter de los mi-·
nistros del altar ha sido respetado, y los penosos trabajos
de la guerra no han deteriorado la agricultura, ni la in-
dustria. Las ventajas oLtenidas sobre los que se llaman
sostenedores de V. M. no han acarreado ningun abuso y
las leyes de la humanidad no han sufrido menoscabo. Cuan-
do han sido vencedores no han insultado al vencido; cuando
han cedido al número de sus enemigos, ha sido sin humi-
llarse y sin que su honor padeciese la menor mancilla.
~)Debilitados por un conjunto de circunstancias desgra-


ciadas que se conjuraron contra ellos, se sintieron, sin em-
bargo, bastante fuertes con la rectitud de su conciencia y
con la buena opinion que concebian de ellos los hombres
de bien.


)El cielo no ha querido dejar sin recompensa sus servi-
cios; constantemente )nteresados en la dicha de Jos hom-
bres y de las naciones, ha querido que la España fuese el
teatro de tan noble resolucion.


»EI amor de la patria ha inflamado toda la península.
}) V. M. ha rasgado el yelo tejido por los mal'vados y ha


cedido á los impülsos generosos de su corazon paternal.
»EI código sagrado, objeto del amor de todos los bue-




246 LA SOBERAN CA.


nos españoles, recibió de los labios de V. M. la sancion tan
suspirada, á lo que se han resistido todos aquellos que no
tienen mas patria que su interés, ni mas Dios que las né-
cias sugestiones de su orgullo.


»La nacion, que ha levantado este monumento de sabi-
duría, recibe el juramento de V. M.; colmada d~a]egría
funda en su sinceridad la esperanza de la dicha futura y
de la gloria á qUé la llama su destino.


»N ó, jamás ha ofrecido la España un espectácnlo tan
grandioso; jamás el trono de San Fernando se ha visto tan
radioso de gloria.


J)Un -rey unido á la nacion j un rey que jura la Consti-
tucion que le priva del triste poder de hacerla desgraciada,
es el objeto mas grande que se pueda presentar á los ojos
de la humanidad y de la justicia.


»¿Quién no se enternecerá, señor, mirando la brillante
perspectiva que ofrece una resolucion tan noble y tan ge-
nerosa'?


»El renacimiento de la industria, la proteccion de la
agricultura, la reaccion del comercio y el nombre de Fer-
nando VII, que pasará á la posteridad con tanta gloria, ¿no
son objetos que aplaude el corazon de V. M.?


» ¿N o hacen que á cada momento se felicite por haber
sacudido el yugo que le habian impuesto la adulacion y la
perfidia?


»Recibid, señor, etc. etc.»
Este documento demuestra hasta la evidencia que nun-


ca trató Riego de negar al rey la obediencia que le era de-
bida por entonces, y convencidos de esta verdad, varios di-
putados, que no pudieron avenirse con que se hiciera res-
pon sable á un hombre de los escesos cometidos por un pueblo




NACIONAL. 247·


que durante mucho tiempo se habia visto privado de poder
desahogar sus sentimientos, promovieron en las C6rtes una
sesion acalorada á prop6si to de ULa manifestacion suscrita
por Riego, y pidieron que el ministerio se presentara en el


. seno de la representacion nacional para responder á los car·
gos que se le iban á dirigir.


El ministro Argüelles pudo con su elocuencia conjurar
por de pronto la borrasca; pero esto no impidió que el go-
bierno se convenciera de la necesidad en que se encontraba
de reconciliarse con Riego si no queria perder ante el pue-
blo el poco prestigio que ya le restaba.


En consecuencia, nombró á Riego capitan general de
Aragon (de cuyo destino fué separado al poco tiempo) des-
terrándole á la ciudad de Lérida, bajo pretesto que se habia
descubierto alguna otra conspiracion en sentido republica-
no, y' achacando, como de costumbre, la responsabilidad al
capitan general de Aragon.


El destierro de Riego dió márgen á varias manifestacio-
nes de descontento por parte del pueblo, y aproximándose
el dia de su santo, comu·nicáronse las sociedades patrióticas
un aviso para que en aquella festividad se preparase en
todo el reino un nuevo triunfo al hombre de la isla de
Leon.


y así se hizo en efecto.
En la capital de la monarquía se dispuso pasear por las


calles el retrato de Riego representado en actitud de soste-
ner con una mano el libro de la Constitucion y amenazan-
do con la otra á dos figuras, símbolo de la ignorancia y del
fanatismo.


Recurrió la comitiva algunas calles, pero salió ll;lego á
su eneuen tro el jefe político Martinez de San Martin, y la




·.


248 LA SOBERANIA.
intimó que se disolviera, á lo cual, resistiéndose los rie-
guistas, hubo necesidad de emplear la fuerza, dispersándo-
se los grupos entre los cuales se escondió el trofeo que es-
citaba el entusiasmo popular.


Sin embargo, la fiesta interrumpida en las calles con-
tinuó en el seno de las sociedades patrióticas, don~e el gOM
bierno, con voluntad ó sin ella, hubo de tolerarla, ya que
no consentirla.


. Diariamente aumentaba el descontento del pueblo, el
cual se iba convenciendo de que la reaccion ponia enjuego
poderosísimos manejos, contando con el favor y simpatías
del soberano y con la indiferencia y hasta apatía del go-
bierno, que al paso que era intransigente con lo que llama-
ba excesos de los exaltados, se precavia harto poco contra
los recursos poderosos de los absolutistas.


El gobierno tenia el 'don de descubrir contínuamente
conspiraciones republicanas y de no apercibirse jamás de
las que á sus propios ojos estaban tramando los serviles.


Como si tantos males no bastaran para trabajar una na-
cion que, en todo lo que iba de siglo, se hallaba agitada
por continuas guerras, un nuevo azote, mas terrible si ca-
be, vino á aumentar las angustias de los pueblos.


Declar6se en Barcelona la .mortal fiebre amarilla, y tan-
tos fueron sus estragos que hasta á la política obligaron á
suspender la lucha que empezada tenia.


Convocadas las córtes extraordinarias, ofreció el gobier-
no grandes recompensas á los médicos que fueran á atacar
el mal en los puntos infestados; mas por desgracia la cien-
cia se hizo sorda á las voces de la humanidad> y mientras
la muerte diezmaba la poblacion de Barcelona, los faculta-
tivos de Madrid, á muchas leguas del peligro, discutían




NACIONA.L. 249
friamente si era ó no contagiosa una epidemia que no co-


.


nOClan.
La fiebre amarilla, que nada ciertamente tenia que ver


con la política, sirvió de pretesto no obstante al rey de
Francia para que, con el título ó apariencia del cordon sa-
nitario, constituyese en la frontera un formidable ejército,
que desde el primer momento fué mal visto por los libera-
les de España, pues nadie en ésta ignoraba que el monarca
francés, participando de la misma opinion que las córtes


,


del norte, no veia con buenos ojos el restablecimiento de la
Oonstitucion en nuestro país, mU0ho menos despues que los
reinos de Nápoles, Piamonte y Portugal habian liberalizado
asimismo su gobierno, á imitacion de la península hispana.


En esta sitnacion se abrió la tercera legislatura en mar-
zo de 182], Y como quiera que el partido exaltado tenia en
ella numerosos repl'esectantes, quisieron estos dar un tes-
timonio público del descontento con que habian mirado el
destierro de Riego, y para calificar mejor el espíritu q ne
animaba á la asamblea, concibieron el proyócto, q~e lleva-
ron á cabo, de nombrar á Riego presidente de las Córtese


Fernando VII abrió en persona la legislatura, y fué de
admirar q ne en un país regido constitucionalmente, ter-
minara el soberano su discurso, llamado vulgarmente de
la Corona, con una adicion de que no tenian ninguna noti-
cia los ministros, cosa nUlica vista en semejantes casos.


Aqúella adicion decia lo siguiente:
«No se me ocultan las ideas de algunos mal intenciona-


dos, que procuran seducir á los incautos, persuad~éndoles
que mi coraZO:1 abriga miras opuestas al sistema que noS
rije; y su fin no es otro que el de inspirar una desconfian-
za de mis puras intenciones y recto proceder,




250 LA SOBERANIA
He jurado la constitucion, y he procurado observarla en


cuanto ha estado de mi parte, y ¡ojalá qne todos hicieran lo
mismo!


Cooperemos pues, unidos al poder legislativo, y yo,
como á la faz de la nacion lo protesto, en consolidar el sis-
tema que se ha propuesto y adquirido por su bien y com-
pleta felicidad.»


Riego, como presidente de la asamblea, contestó al
monarca de la manera siguiente:


«Al escuchar, dijo, de los mismos labios de V. M. la
situacion en que se halla la fuente de la riqueza pública,
el órden interior del Estado y sus relaciones con las poten-
cias estrangeras, parece que debemos entregarnos todos á
las mas lisongeras esperanzas· de un dichoso porvenir.


Sin embargo, las circunstancias difíciles que-p.os l'0-
dean, las maquinaciones constantes de los enemigos de la
libertad y la resistencia que siempre ofrecen todos los cam-
bios de cosas, hasta por parte de aquellos que no aborrecen
las reformas, reclaman imperiosamE'nte la mayor energía
para consolidar el sistema político actual.


Para efectuar las reform~.s ya principiad~l.s, es necesario
remover con rnano fuerte los obstácnJos que se puedan
ofrecer.


Las C6rtes, señor, sin pasar mas allá de sus atribucio-
nes, trabajarán sin cesar para vencer todas las dificultarles
y se ocuparán además en tomar en consideracion todo lo
que les propondrá V. M.


Intimamente unidas á V. M., ellas se prometen asegu-
rar para siempre el goce de las libertades del pueblo e~pa­
ñol, elevando á la nacion al grado de -prmrperiuad. á que es
llamada; ellas buscarán al mismo tiernpo modos para dar




252 LA SOBERANIA


tuvo un desenlace hasta trágico para su autor. Fué el caso
que circuló, sin prévio anuncio, por Madrid, un impreso
titulado: La Gaceta ae Munich, junto con v:1rias proclamas
subversivas, todo lo cual se supo era debido al presbítero-
D. Matías Vinuesa, ex-cura del lugar de Tamajon y á la
sazon capellan de honor de Fernando VII.


Pudo descubrirse la tipografía de donde habian salido
dichos impresos, ocupáronse los moldes, y en la casa del
ex·cura fueron hallados igualmente varios papeles que con-
tenian un plan de conspiracion en sentido absolutista, que
luego se hizo célebre en España bajo el título de Plan de
Vinuesa.


Su autor fué reducido á prision acto contínuo, y el
pueblo, que esperaba impaciente la condena del procesado
como reo de alta traicion, recibió con sorpresa, el dia 5 de
marzo, la noticia de que el conspirador habia sido conde-
nado únicamente á diez años de presidio.


Esta sentencia exasperó los ánimos, y una masa de unos
cien hombres turbulentos, asaltó impunemente á las tres
de la tarde la cárcel llamada de la Corona, y penetrando
en el calabozo donde se hallaba preso Vinuesa, le dió muer-
te, deshaciéndole la cabeza á martillazos.


Este ej emplo de la terrible justicia popular, estremeció
á los madrileños y sirvió de poderoso argumento á los ene ..
migos de la causa constitucional, que con negros colores
pintaron la conducta de los asesinos de Vinuesa.


y en este puesto la imparcialidad nos obliga á confe-
sar que los autores de aquel motin sangriento dieron una
prueba, no de sus instintos justicieros, sino de sus apetitos
'Vengativos.


Mas ó menos .criminal y digno de un castigo mas ó




NACIONAL. 251
un nuevo esplendor al trono Constitucional de V. M. Y
. '


patentizarán al orbe entero que el verdadero poder y la
verdadera grandeza de un monarca, consiste únicamente
en el exacto cumplimiento de las leyes.


En obsequio á la verdad es lo cierto que muy pocos
diputados dieron créditJ á las palabras del monarca, que
pocos dias antes habia dado una muestra patente de sus
absolutistas instintos á propósito del nombramiento del
capitan general de Castilla la. Nueva.


Apesar de lo cual y de que no ha faltado quien suponga
que las mencionadas Córtes se componian de antí-monár-
quicos demagogos, la asamblea del año 21 confeccionó una
ley que responde y confunde estas acusaciones, pues en
'su artículo primero dice textualmente:


«Son objeto de esta ley las causas que se formen por cons ..
piracion ó maquinaciones directas contra la observancia de la
Constitucion, la seguridad interior y este1'ior del estado, ó la
invio lab le persona del rey Constitucional.


Esta determinacion demuestra que en las Córtes del
año 21 pudo haber dominado un espíritu inminentemente
liberal, pero de ningun modo hostil á la monarquía ni al
monarca.


Por aquel entonces los partidos del absolutismo, que
comprendieron sobradamente que el triunfo de la causa li-
beral se habia debilitado en mucha parte por la mala orga-
nizacion conque el partido habia luchado contra sus ene-
migos, tomaron leccion del pasado, y dispuestos ya á
levantar la cabeza, formaron núcleos y sociedades secretas;
titulándose delensores del altar y del trono.


Entre otras de las tentativas practicadas por los absolu-
tislas, debemos hacer especial meneion de un hecho que
'ro~1O l.




NACIONAL. 253


menos terrible, ni Vinuesa era responsable de la sentencia
que habian dictado sus jueces, ni en ocasion alguna le es
lícito á un pueblo asesinar por su propia mano á un hom-
bre que, aunque sentenciado, se halla bajo el amparo de
la misma ley que le condena.


Pero el pueblo se hallaba irritado con las nuevas que
todos los días llegaban á la capital de la monarquía: en
varios puntos de España se habian levantado partidas,
que engrosándose con los contrabandistas del país y la
gente holgazana y perdida del pueblo, recorrian la monta-
ña dando vivas á la religion y al absolutismo, y mueras á
la Constitucion del estado.


Esto acontecia principalmente en Navarra, Asturias-,
Galicia y Castilla la Vieja; los obispos de Orihuela, Pam-
plona y Barcelona se negaron á mandar esplicar la Consti ...
tucion á sus párracos, como estaba mandado; el primero y
el último de aquellos prelados redactaron famosísimas pas-
torales escitando al Fueblo á la desobediencia al gobierno
Constitucional, hasta tal punto, que por su conducta hu-
bieron de ser extrañados del reino, como tambien al gene-
ral de la órden de Capuchinos; y para colmo de escándalo,
en Toledo, Orihuela, Sevilla y otras cabezas de diócesis,
se hacian diariamente procesiones en las cuales millares
de personas rezaban el rosario, entremezclándole con '()ivas
al rey absoluto y mueras á la Constitucion, en tanto que los
curas fanatizaban las conciencias ofreciendo numerosas
indulgencias á los que se alistaban en las filas de los fac-
ciosos.


España era ya presa de la guerra civil, de ese azote con
que la Providencia parece haber querido aniquilar las fuer ..
zas de n uestta gran nacion.




254 LA. SOBERA.NfA.
Al poco tiempo los absolutistas contaban ya con nu-


merosas gavillas y pertrechos de guerra que, tal vez la
Francia, habia proporcionado en mucha parte; y gefes J
cabecillas, entre los cuales con dificultad olvidar~ España
al baron de Eroles, al célebre Trapense, al cura Merino, á
Miralles, y á Besieres.


¡Cosas del mundo ... !
Este último, Jorge Besieres, de nacion francés, habia


sido condenado á muerte en Barcelona como autor de una
conspiracíon en sentido republicano, y estando ya en ca-
pilla, debió la vida á las influencias. y tal vez á la coaccior
que algunos de los barceloneses mas exaltados ej ercieroI
sobre Villacampa, entonces capitan general del Princi-
pado.


Elocuente leccion para los pueblos que las mas veceE
ponen su estúpida confianza en esos empíricos políticos~
cuya creencia y lealtad se reduce á trasladar á sus bolsillo~
el oro de los crédulos, sin perj uicio de ensangrentar horri-
blemente el país cuya felicidad prometieron hacer.


A todo esto el general Riego, gracias á las simpatía~
que supo captarse como presidente de la asamblea, erE
conside!'ado como el símbolo del régimen liberal, y su~
partidarios mas acérrimos le llamaban único defensor de~
código político y personiflcac~on de la constitucion misma.


En e,stas críticas circunstancias, mientras la guerra
civil empezaba á producir sus consiguientes estragos y en
tanto que unas poblaciones vituperaban lo que se exaltaba




en otras, y unos partidos erigían ídolo~ que otros partida-
rios derribaban, la única popularidad que se sostuvo incó-
lume era la del héroe de la Isla de Leon.


Una vez que pasó de Valencia á Madrid, fué su marcha




::WACIONAL. 255


una ovacion continuada: á su llegada á la córte, se presen ..
taron á felicitarle todas las autoridades, y el 18 de marzo
se dispensó al regimiento que Riego mandaba en Cádiz,
cuando tuvo lugar el primer pronunciamiento, el grande
honor de desfilar por delan te del salon de las Córtes al
mismo tiempo que se devolvía al jóven libertador el sable
de su pertenencia, cuando era comandante del batallon de
Asturias, y cuya arma habia ofrecido en homenaje á la.
asamblea.


La entrega de aquella espada le fué hecha bajo la con-
dicion de depositarla en el honroso sitio de donde era es-
traida, tan pronto como hubieran sido esterminados en
España los enemigos del órden Constitucional.


Tantos honores, tantas ovaciones, tanto prestigio con-
cedidos á la virtud de un patricio, hubieran podido, con
razon, hacer cobrar orgullo á un hombre en quien la fria
esperiencia de los años, no hubiera aun 6Lf'riado los fuegos
del corazon.


y á pesar de todo, á pesar de que en la época de sus
mayores triunfos no contaba aun Riego la edad de cuaren-
ta años, el orgullo no prevaleció poco ni mucho en aquel
pe~ho, cerrado al parecer á todo mal pensamiento.


Antes al contrario, en Riego resplandecia primero que
todo, la humanidad, la modestia y el desinterés.
Noticio~o de que á su entrada en Madrid se le prepara-


ba,un nuevo triunfo, entró de noche y de incógnito; pidió
seguidamente á las córtes que se prohibiera dar el grito de
¡Viva Riego! porque no se glorificara á un hombre en me-
noscabo de la causa constitucional; renunció la pension de
cuatro mil duros anuales que la nacion le habia votado; y
para poner el sello á su magnanimidad, pidió que se con-




256 LA SOBERANIA
cediera una ámplia amnistía á los rebeldes absolutistas, á
aquellos mismos que en pago de su noble generosidad le
dieron posteriormente la mas afrentosa muerte.


No es nuestro ánimo trazar un cuadro de la guerra ci-
vil de España en aquella época, pero sí diremos que los
absoluti.stas adelantaban á paso tan rápido por la senda de
la reaccion, que declarándose abiertamente enemigo's de
todo lo existente, llegaron hasta á constituir una regencia
en la Seo de Urgel, compuesta del baron de Eroles, el mar-
qués de Mata Florida y el obispo Creus, cuya regencia, por
muy ridícula que pareciera su instalacion, fué reconocida
por las juntas apostólicas de Navarra y Mequinenza, y en-
tre otros hómbres de alguna representacion, el general
Eguía, don José O'Donell, el inquisidor general de España,
el arzobispo de Tarragona, el obispo de Pamplona yel ge·
neral de la órden de Capuchinos.


Sin embargo y apesar de la proteccion que el bando
absolütista encontró en algunas potencias de Europa, espe-
cialmente en la Francia, cuyo ministerio habia dicho en
las cámaras, que la Constitucion española. tenia defectos
esencialmente ruinosos, la regellci~ de Urgel hubo de
evacuar el punto de su instalacion, trasladándose precipi-
tadamente á .Puigcerdá, desde cuyo pueblo contrató un
empréstito de ochenta millones, delirio financiero que nin-
gun resultado hubiera producido, á no ser porque la nacion
francesa, que fué la que aprestó el capital, se desprendió
por cálculo, de él voluntariamente, á trueque de que, ba-
tida la Constitucion en España~ no cundieran en el reino
francés los principios representativos y de soberanía na-
cional.


El empréstito se ejecutó pues en París, hipotecando en




lSACIO~AL. 257


garantía el subsídio eclesiástico, para lo cual ningun de-
recho asistia á la regencia de Urgel, por mas que el inqui-
sidor general de España y el superior de los Capuchinos,
no hubieran creido hereges, ni'escomulgados, á los que
destinaban las rentas eclesiásticas á un objeto tan poco
canónico.


No era dudosa la victoria entre los dos partidos conten-
dientes, y quizás la obstinada resistencia de los absolutis-
tas hubiera logrado tan solo afirmar mas y mas en sus ideas


e á los defensores del sistema Constitucional, único legal por
ser el vigente en España.


Mas, por desgracia, la nacion francesa miraba con ma-
los ojos nuestra libertad; las tropas que habia reunido en la
frontera, y á las que dieron el nombre de cordon sanitario
fueron llamadas ejército de observacion, y bien pronto de-
jó de ser dudosa la intincion que abrigaba el soberano del


. .


veCIno reIDO.
La invasion estrangera era mas <\.ue temible., era inmi-


nente; y para contrarrestarla se resolvió aumentar el ejér-
cito y poner bajo pié de guerra, á la milicia nacional espa·
ñola.


Antes empero de que esta eficáz medida pudiera ser lle-
vada á cabo, luchando como luchaba el gobierno con la
estremada penu~ia del tesoro, tuvo lugar la invasion fran-
cesa, verificada sin declaracion de guerra y de esa manera
desleal que tanto habia irritado al pueblo español, en
tiempo del primer Bonaparte.


Cien mil bayonetas al mando del duque de Angulema,
venian á destruir la Constitucion que el pueblo español se
habia dado, mientras luchaba con otra invasion, así mismo
francesa; y el dia 6 de abril de 1823 rompió el ejército




260 LA SOBERANIA.
los enemigos de la causa constitucional comprometieran
al rey.


Pero las Córtes 1:0 consultaron en este punto la volun-
tad del soberano, y el dia 12 de marzo amenazó UD nuevo
conflicto á consecuencia de la lectura de una comunica-
cion del ministro de Gracia y J ustida, acompañando una
certificacion de siete médicos, cinco de los cuales opinaban
que la salud del rey no le permitia emprender el viage sin
riesgo de su vida.


Mala opinion formaron los diputados de esta escusa de
Fernando VII, y cundiendo rápidamente la voz de que el
monarca deseaba permanecer en Madrid para estar al fren-
te de una gran conspiracion en sentido anticonstitucional,
tomaron las Córtes una resolucionextrema, cual lo fué
nombrar una comision de su seno compuesta de nueve in-
dividuos, seis de ellos médicos, para que, prévio un reco-
nocimiento de S. M., informase á la asamblea de la verdad
que hubiera en la escusa alegada para no emprender el
. .


vIaJe.
La diputacion cumplió su cometido, y dió cuenta á las


Córtes, reunidas en sesion permanente, de que la salud del
rey en nada podia alterarse por efectuar el viaje á Sevilla.


---Así pues, resol vieron las Córtes que aquel se verificara,
y á las 0ho de la mañana del día veinte, salió Fernando VII
de Madrid, de buena ó de mala gana, pues aun no se atre~
vía á chocar abiertamente con los liberales de España.


A esta traslacion del gobierno y del monarca contribu-
yó primero que todos el general Riego, y aun cuando es-
tando Fernando en Sevilla nombró á D. Rafael segundo
jefe del ejército que mandaba Ballesteros, es muy probable
que el rey no olvidara la conducta observada en este pun-




NACIO~";AL 261


to por el hombre de la isla de Leon, conducta que tan terri-·
blemante se le hizo espiar poco tiempo despues.


A todo esto continuaba la guerra sostenida por los fran-
ceses, los cuales en breve llegaron hasta Madrid y se dis-
pusieron á salir contra el gobierno de Sevilla.


Respecto á las intenciones que llevaban los invasores
y á la idea política que representaban, no hay que dudar
gran cosa, pues á su paso, unánimes eran los gritos de las
turbas victoreando al aosolutismo y á la inq'llisicion.


y preguntamos nosotros ¿ quién habia llamado á ese
ejército extranjero'? ¿acaso España no habia restablecido
~ibremente la Conbtitucion'? ¿acáso el rey no la habia ju-
rado, asegurando en pleno parlamento que estaba decidi-
do á marchar el primero por la nueva senda constitucional?


Si el rey de Francia temia que las ideas de libertad
traspasaran el Pirineo, en hora b~ena tomára en su casa
todas las medidas que creyera oportunas para garantir la
seguridad del principio político que tenia la desgracia de
representar; pero esto no le autorizaba nunca para matar en
un reino amigo la libertad de que este era partidario desde
m:uchos siglos, antes que la raza del rey de Francia em-
pezase reinar en aquella nacíon.


Matar un principio en un pueblo sobre el cual no se
tiene derecho alguno, era un renuncio solemne del monar-
ca francés que de hecho y ante la España se colocó en la
misma, poco envidiable posicion deN apoleon Bonaparte al
invadir traidoramente nuestra península.


A la noticia de q ne las tropas francesas se dirigian so-
bre Sevilla, las Córtes obraron con gran prudencia mani-
festando la necesidad de que el gobierno se trasladára á
Cádiz ; á Cádiz, cuna de la Cünstitucion del año 12 ; á Cá-




258 LA. SOBERANIA


las hostilidades, dividido en cinco cuerpos, mandados, el
primero, por el mariscal duque de Riego, el segundo por el
teniente general conde de Molitor, el tercero por el tenien-
te general príncipe de Hohenloc, el cuarto por el mariscal
Moncey, y el quinto por el tentente general conde de Bou-
defulle.


No por esto desmayó el aliento de los constitucionales:
'en España se sabia de sobra lo que era 1 uchar con los fran·
ceses, y lo que es mas, sabian lo que era vencerlos; y to-
mando una de esas resoluciones supremas que salvan á las
naciones en los momentos de mayor peligro, se comprome-
tieron los constitucionales, á luchar por su causa, para que
nunca se dijera que el hierro de los estranjeros era bastan-
te á encadenar una nacion, que durante siete siglos habia
luchado encarnizadamente para sacudir el yugo que la
impusiera un pueblo estraño.


La situacion del monarca era cada dia mas crítica: na-
die ignoraba que Fernando VII era poco adicto á la causa
constitucional, y que si en una ocasion solemne habia di-
cho que marcl¿a1'ia el primero por la nueva senda en, que Es-
paña voluntarz·amente habia entrado, su verdadero ánimo era
muy distinto por cierto.


De esta verdad respondian ante la Europa todos los actos
dol rey; sin conocimiento de los ministros procedia al nom-
bramiento de altos funcionarios: frecuentemente se descu-
bria que sus allegados mas adictos, eran los primeros en
conspirar contra la ley del estado; y su cuerpo favorito, los
guardias de la real persona, llamados de Corps, habian
acuchillado una vez al pueblo por haber este tenido la au-
dacia de victorear á la Constitucion á pocos pasos del pa·
lacio de S. M.




NACIO~AL.


El descontento natural que todos estos actos debían pro-
ducir, aumentó tan pronto como se hicieron públicas las
intenciones de Francia, y circulando la voz de que el so-
berano del vecino reino amoldaba su conducta á los deseos
del español, á quien se suponía el primer conspirador con-
tra la libertad, aumentó la efervescencia popular; y el diez
y nueve de febrero, día en qne se cerraron las Córtes del
año 22, hubo un motin en Madrid, con pretesto de que
Fernando VII había destituido el ministerio, y por primera
vez durante aquel período revolucionario, se oyeron los
gritos de ¡muera el rey! ¡muera el tirano!


Quizás aquel dia corrió peligro la seguridad de algun
alto personaje, la del rey mismo tal vez; pero los gefes del
partido constitucional, secundados por la milicia nacional
de :Madrid, contuvieron á los amotinados y evitaron proba-
blemente un crímen desconocido en la gloriosa historia de
nuestra patria.


Fácilmente se comprenderá sin embargo, que despues
de la invasion francesa, rotas las hostilidades entre los dos
partidos que se disputaban el triunfo, y conspirándose pú-
blicamente en Madrid y en varios otros puntos de España


. por los absolutistas, que, gracias á Francia, contaban con
un ejército mas numeroso que los constitucionales, era su-
mamente dificultoso impedir que el descontento público no
estallára un dia ú otro de una manera terrible y deplorable
para todos los hombres enemigos de la violencia y de es-
cenas de sangrientas represálias.


Ante estas conBideraciones, que pesaron no poco en
el ánimo de los gefes de aquella situacion, decidióse
que el gobierno se trasladára á la capital de Andalu-
cia, á donde iria tambien el monarca, á fin de evitar que


TOMO J.




260 LA. BOTIERAN lA.


los enemigos de la causa constitucional comprometieran
al rey.


Pero las Córtes :co consultaron en este punto la volun-
tad del soberano, y el dia 12 de marzo amenazó un nuevo
conflicto á consecuencia de la lectura de una comunica-
cion del ministro de Gracia y Justicia, acompañando una
certificacion de siete médicos, cinco de los cuales opinaban
que la salud dell'ey no le permitia emprender el viage sin
riesgo de su vida.


Mala opinion formaron los diputados de esta escusa de
Fernando VII, y cundiendo rápidamente la voz de que el
monarca deseaba permanecer en :Madrid para estar al fren-
te de una gran conspiracion en sentido anticonstitucional,
tomaron las Córtes una resolucion extrema, cual lo fué
nombrar una comision de su seno compuesta de nueve in·
dividuos, seis de ellos médicos, para que~ prévio un reco-
nocimiento de S. M., informase á la asamblea de la verdad
que hubiera en la escusa alegada para no emprender el
VIaJe.


La diputacion cumplió su cometido, y dió cuenta á las
C6rtes, reunidas en sesion permanente, de que la salud del
rey en nada podia alterarse por efectuar el viaje á Sevilla.


----Así pues , resolvieron las Córtes que aquel se verificara,
y á las 0ho de la mañana del dia veinte, salió Fernando VII
de Madrid, de buena ó de mala gana, pues aun no se atre·
vía á chocar abiertamente con los liberales de España.


A esta traslacion del gobierno y del monarca contribu-
yó primero que todos el general Riego, y aun cuando es-
tando Fernando en Sevilla nombró á D. Rafael segundo
jefe del ejército que· mandaba Ballesteros, es muy probable
que el rey no olvidara la conducta observada en este pun-




NACIO~AL 261
to por el hombre de la isla de Leon, conducta que tan terri-,
blemente se le hizo espiar poco tiempo despues.


A todo esto continuaba la guerra sostenida por los fran-
ceses, los cuales en breve llegaron hasta Madrid y se dis-
pusieron á salir contra el gobierno de Sevilla.


Respecto á las intenciones que llevaban los invasores
y á la idea política que representaban, no hay que dudar
gran cosa, pues á su paso, unánimes eran los gritos de las
turbas victoreando al absolutismo y á la inq~lisicion.


y preguntamos nosotros ¿ quién habia llamado á ese
ejército extranjero'? ¿acaso España no habia restablecido
~ibremente la Con¡,titucion'? ¿acáso el rey no la habia ju-
rado, asegurando en pleno parlamento que estaba decidi-
do á marchar el primero por la nueva senda constitucional '?


Si el rey de Francia temia que las ideas de libertad
p


traspa~aran el Pirineo, en hora buena tomára en su casa
todas las medidas que creyera oportunas para garantir la
seguridad del principio político que tenia la desgracia de
representar; pero esto no le autorizaba nunca para matar en
un reino amigo la libertad de que este era partidario desde
muchos siglos, antes que la raza del rey de Francia em-
pezase reinar en aquella nacion.


Matar '\In principio en un pueblo sobre el cual no se
tiene derecho alguno, era un renuncio solemne del monar-
ca francés que de hecho y ante la España se colocó en la
mism~ poco envidiable posicion de Napoleon Bonaparte al
invadir traidoramente nuestra península.


A la noticia de q ne las tropas francesas se dirigian so-
bre Sevilla, las Córtes obraroll con gran prudencia mani-
festando la necesidad de que el gobierno se trasladára á
Cádiz ; á Cádiz, cuna de la Cc-nstitucion del año 12 ; á Cá-




262 LA SOBERANIA
diz, que ya otra vez habia sido baluarte de la libertad es-
pañola contra el despotismo de los franceses.


Mas ya al punto en que se hallaban los negocios de la
guerra, Fernando VII se creia en el caso de poder oponer
una resistencia mayor que otras veces á la voluntad del
partido constitucional.


Los defensores del absolutismo, á que tan aficionado
era el traidor é ingrato monarca, cada dia ganaban mas
terreno en España, merced á la creacion de la fuerza en
principio de derecho; el ejército de Ballesteros no se ha-
llaba en disposicion de ofrecer gran resistencia po.,. causa
de los grandes descalabros que habia esperimentado: en
una palabra, la fortuna habia ya vuelto la espalda á los


'constitucionales y el rey opuso para trasladarse á Cádiz,
mucha mayor resistencia que habia opuesto para trasla-
darse á Sevilla.


El dia 11 de Junio, las Córtes llamaron á su seno al mi-
nisterio, interpelándole para que diera cuenta de las me-
didas que hubiese tomado á fin de garantir la seguridad
del rey y de la asamblea.


Contestó uno de los ministros, que si bien se habia
hecho presente al rey la necesidad de su traslacion á Cá-
diz, S.M. nada habia resuelto todavía.


Esta respuesta no podia tranquilizar á la asamblea, que
con harta razon creia inminente el peligro ; y á propuesta
del diputado Argüelles, acordó el Congreso quedar en se·
sion permanente hasta tanto que una comision de diputa-
dos daba cuenta de la reso]~cion definitiva del rey.


Nombrada la comision y presidente de esta el general
D. Cayetano Valdés, fué recibida por el monarca á las cin-
co de la tarde del propio día 11 de Junio, y á la media




NACIONAL. 263
hora regresó al seno de la asamblea para dar cuenta de su
cometido.


Se reducía este á que S. M. habia contestado con la
mayor enterez.a que «su conciencia y el a.mor que profesaba á
sus subditos no le permitian salir de Sevilla; q'ue como parti-
cular no tendria inconveniente en hacer este ó cualquier sacrifi-
cio; pero que como rey no se lo permitía su conciencia.»


-«Hice presente á S. M., añadíó el presidente de la
comision, que su conciencia estaba á salvo, pues que, aun-
que como hombre podia errar, como monarca constitucional
no tenia responsabilidad alguna ni otra conciencia que la
de sus consejeros constitucionales y de los representantes
de la nacíon, sobre quienes estribaba la salvacion de la
patria; y que si S. M. era gustoso de ello, podía oir sobre
este punto á cualquiera de los individuos de la diputacion
que me acompañaba.»


A pesar de las oportunas reflexiones que el general
Valdés habia dirigido al soberano, se limitó éste á contes-
tar:-l¿e da·clto.-Y volvió groseramente la espalda á la di-
putacion, sin añadir mas palabra. En consecuencia, la
diputacíon del Congreso ponia en conocimiento de sus
comitentes que el rey no tenia por conveniente su trasla-
cion de Sevilla á Cádiz.
Pue~e calcularse el efecto que esta respuesta produjo en


la Asamblea.
Hubo una escena acalorada en la cual tomaron parte


varios diputados, entre ellos el general Riego, y por últi-
mo, haciéndose Galiano eco de la opinion general de la
Asamblea, presentó la siguiente notabilísima proposi-
.


ClOn:


« Pido á las Córtes, en vista de la nega.tiva de S. M. á




264 LA ~OBERANIA
poner en salvo su real persona y familia de la in vasion
enemiga, se declare es llegado el caso de considerar á su
magestad en el de impedimento moral, señalado en el ar-
tículo 187 de la Constitucion, y que se nombre una regen ..
cia provisional, q ne para solo en el caso de la traslacion,
reuna las facultades del Poder ejecutivo.»


La proposicion del diputado Galiano fué votada acto
contínuo por las Córtes, y nombrados,~ regentes del reino
los Sres. Valdés, Ciscar y Vigodet, los cuales tomaron en~
seguida las disposiciones oportunas para la traslacion de
la real familia y del gobierno, segun así se verificó el dia
12 de junio, á las seis de la tarde.


Opuso el monarca resistencia, noticioso sin duda de
una conspiracion tramada para impedir su salida de Sevi-
lla, pero el Poder ejecutivo descubrió con tiempo el pro-
yecto y fueron reducidos á prision los jefes que debian po-
nerse al frente del movimiento. ...


Salió Fernando VII de Sevilla, escoltado conveniente ~
mente para su seguridad y la del órden público; y no hay
para qué decir, porque se comprende, si en el interior de
su corazon juró desquitarse con aquel partido, y sobre todo
con aquellos diputados causantes principales de la ir..terina
suspension de su autoridad.


Los enemigos de las Córtes del año 23 califican de aten-
tado contra la magestad soberana la medida propuesta por
Galiauoi ~e!o de esta medida habia una necesidad absoluta
en aquellos críticos momentos, y el espíritu de aquella
Asamblea, arrastrada á pesar suyo á un acto previsto en la
Constitucion del reino, se reflejó en la conducta observada
á la ins talacion del gobierno en Cádiz, pues uno de sus
primeros actos fué devolver á Fernando VII la. autoridad




NACIONAL. 265
soberana, de que solo estuvo desposeido durante cuatro
dias.


A todo esto habia en España dos gobiernos, pues el
generalísimo francés habia establecido en Madrid una re-
gencia que declaró reos de alta traicion á los votantes de
la suspension de Fernando VII, fulminando contra ellos la
pena de muerte. Y fué lo mas terrible que esa sentencia
odiosa é inj ustificada, dictada por una fuerza estranj era é
invasora, vino á ser cumplimentada con el tiempo por los
mismos españoles. ¡Vergüenza es decirlo!


Riego en tanto fué destinado por el gobierno á Málaga,
para ponerse al frente del ejército que mandaba el general
Zayas, en quien los liberales receJaban defeccion y no sin
fundamento, pues harto evidenció las miras que sobre
aquel ejército se habian tenido, el estado en que lo encon-
tró Riego.


Por de pronto, el nuevo general redujo á prision al an-
tiguo, y en union de varios otros oficiales, le embarcó en
una fragata anclada en aquel puerto.


Procuró enseguida reanimar el espíritu del soldado,
cubrir las muchísimas bajas de los batallones, estirpar el
hasta entonces impune delito de desercion, y luego hacer
que las tropas se acostumbraran á mirar al ejército francés
como turba de gente mercenaria, venida á España con la
sola idea de asesin~r la libertad que el pais habia recobrado
á costa de jigantescos esfuerzos. Despues que hubo conse·
guido ::.-ealizar en parte sus proyectos, fogueó á las tropas
en varias salidas que hizo para batir á las facciones de la
Sierra; pero impotente para reprimir á las huestes france-
sas, cuando estas atacaron á las de su mando, hubo de re-
plegarse sobre Velez·-Málaga tan pronto como supo que en




266 LA SOBERA-NIA
su persecucion habian salido fuer1es cuerpos estranjeros de
Granada.


Esto ocurria el dia 4 de setiembre, y por la noche, á su
llegada á Velez-Málaga, tuvo Riego el disgusto de saber
que un escuadron del Rey y cuatrocientos infantes, que
debian componer la retaguardia de su ejército, se habian
entregado cobardemente al enemigo.


Este contratiempo perjudicaba considerablemente los
planes del general, que ya tenia que comba tir á la vez
contra fuerzas diez veces mayores que las suyas y contra
la deÍeccion de sus propias tropas, seducidas por el mal
ejemplo de muchos generales que, sin escrúpulo alguno, se
hacian absolutistas ó constitucionales,.' segun así lo exigía
la ley de su conveniencia y de su ambiciono ¡Cuando los
de arriba dan este ejemplo, qué tiene de particalar que los
de abajo se miren en su espejo!


Harto preveia Riego todo lo que debia suceder, pero su
corazon no se prestaba á ninguna doblez política, y con los
pocos amigos que le restaban, resolvió hacer frente al fatal
destino que tan de cerca le amenazaba.


Sus operaciones hasta el dia 10 de setiembre, en que
tuvo lugar uno de los lances decisivos de aquella compa-
ñía, fueron las siguientes:


En la madrugada del 5 emprendió la marcha sobre Ner-
ja, y por la noche tuvo noticia de que una division fran-
cesa, fuerte de dos mil hombres, habia entrado en Almu-
ñecar.


En la madrugada del 6 salió decidido en busca d~l ene- '
migo, pero á media legua de Nerja cambió de direccion y
comenzó á ascender el elevado monte del Lucero en cuyas
escabrosidades sorprendió la noche á Riego, siendo talla




NACIONAL. 267
oscuridad que le rodeaba y tan inminente el peligro, en
razon á los muchos precipicios que bordeaban· el camino,
que fué preciso incendiar algunos pinal"es para procurarse
la indis,ensable luz; á pesar de lo cual, las dificultades de
aquella marcha fueron infinitas y se despeñaron algunos
caballos desde asombrosas alturas.


El dia 7 marchó la columna con direccion á Llena, y
por la tarde con direccion á ViII:!, N~Jeva.


El dia 8 se encamÍI¡ó Riego con los suyos hácia Monte'
frio, resolviendo dar á las tropas algun descanso, que bien-'
lo necesitaban.


El dia 9 por la mañana descubrió á poca distancia un
escuadron de lanceros franceses, y habiéndose aquel ade-
lantado á su pequeña columna para esplorar la situacion
del enemigo, cortóle este la retirada y el general hubo de
abrirse paso entre los franceses, sable e"!l mano, batiéndosA
en aquella ocasion como hombre de valor que desprecia la
vida por salvar esta vida misma.


N o bien escapado Riego á este peligro, continuó la mar-
cha sobre Montefrio, y á las 7 de la mañana del dia 10, á
media legua de aquel plleblo, tuvo el peor encuentro que
podia temer en aquellos momentos: el general Ballesteros
con su ejército estaba allí para cerrarle el paso.


No bien Riego tuvo noticia de aquel encuentro, se di-
rigió acto contínuo á las avanzaClas de Ballesteros y tan
inspirado se sintió en aquel momento que cow::iguió del
capitan de artiJ1ería D. Manuel Pezu


'
31a, un parte para el


general enemigo, cOIDlluicándole las in~enclones puramen
te patriótica') del hombre de la lsla de Leon; pero transcur-
ridas f!(IR horas sin que el capitan Pezuela volviera con la
contestaeion, se rompió el fuego entre la avullzada de Ba ..


rOMO l. i3




268 LA SOBE RANIA.
Besteros y la vanguardia de Riego; maS como el jefe que
mandaba esta última ordenase á sus soldados hacer fuego
al aire mejor que disparar sobre enemigos que eran espa-
ñoles y compañeros de armas, estos se sintieron conmovi-
dos con tal proceder y se pasaron á los de Riego, con uno
de sus oficiales al frente.


Esto sin embargo no impidió que Ball~steros tomara
posiciones y presental'a la batalla. Trabóse la lucha, y
cuando ya habia comenzado á derramarse sangre en uno y
otro campo, Ballesteros se dirigió solo con sus ayudantes al
de Riego y Riego salió al encuentro de Ballesteros. Enton-
ces tuvo lugar una de aquellas conferencias de que pende
á veces el destino de una nacion. Ya reunidos los dos ge-
nerales se dirigió Riego á Ballesteros, hablándole en los
siguientes términos:


-¿Es posible que V. E. permita que las armas de la
patria se empleen contra los defensores del código que V. E.
Y su ejército tienen jurado? ¿Es posible que hermanos con-
tra hermanos derramen esa sangre preciosa que toda vía
puede salvar á esta nacíon desventurada? La de mis solda-
dos ha sido vertida por los de V. E.; uno de mis ayudantes
ha sido víctima de su arrojo y bizarría, y cuando mis tro-
P:l,S se presentaban como amigos á sus hermanos de armas,
han sido recibidas á balazos. Me cuesta mucho creer que
V. E. haya dado semejante órden, que V. E. permita tales
asesinatos, porque asesinatos son en efecto; que V. E. haya
transigido vergonzosamente con los enemigos de la nacion;
y si es cierto que V. E. haya hecho esa transaccioD, V. E.
no podia hacerla, ni como general, ni como patriota. Los
ejércitos son do la patria, y no de los generales que los
mandan. V. E. no estuvo, ni pudo estar autorizado por la




NACIONAL. 269


patria para transigir con sus mas inexorables enemigos.
¡Cómo pódria V. E. cohonestar semejante defeccion á los
ojos de España y á los de Europa entera que nos con-
templa!


- Yo no he traLsigido, respondió Ballesteros, trému-
lo y balbuciente; mis tropas son las que han querido se-
pararse del camino que su honor debiera haberlas tra-
zado.


-- No obstante, replicó Riego, si he de dar crédito á las
señales positivas que descubro en el ejército del mando de
v. E., es de esperar que no tarde el momento en que cor-
ramos unidos á salvar á esa cara patria del peligro que la
amenaza. V. E. como general esperto y acreditado, puede
toda vía esplotar á fa vor de España el resto de entusiasmo
que anima á sus tropas: tome V. E. el mando de ambos
ejércitos; yo me uniré á V. E. como ayudante, como mero
ordenanza, como el último de Jos soldados; y si V. E. con-
ceptua que mi presencia en el ejército puede ser causa de
disturbios, deme V. E. palabra de romper esa malhadada
transaccion y contento me volveré á las Córtes.


-Mi nombre, djjo Ballesteros, está comprometido ante
las naciones estranjeras: he firmado la transaccion y no
puedo dejar de cumplir mi palabra.


-Primero tenia V. E. comprometida su palabra y su
honor con la Constitucion, y este empeño era mas sagrado
que el otro: cumpla V. E. con él, y cumplirá con su honor
y con su patria. Y toda vez que dice V. E. que el ejército
ha sido quien se ha pronunciado por esa nefanda transac-
cion, tan pronto como ese mismo ejército vea que la tran-
saccion no le es conveniente, queda roto todo compromiso.


-No sé lo que sobre el particular opinará mi ejército,




270 LA SOBERANIA
pero desde este momento prometo á V. E. dar órden á mis
tropas anuncjándolas quedar libres de todo compromiso si
prefieren retirarse de las filas, caso de que su voluntad no
esté de acuerdo con la transaccion de que hemos ha-
blado.


No otra cosa pudo recabar Riego de Ballesteros, pero de
todos modos se suspendi6 la batalla y los dos ejércitos pe-
netraron juntos e:c. Moniefrio. Alojadas las tropas, las del
primero de aquellos generales recibieron órden de evacuar
silenciosamente el pueblo al mando de su segundo jefe, y
la retirada se verificó con tanto disimulo, que, cuando Riego
fué advertido de ella y corrió á los cuarteles para contener
aquella nueva defeccion, ya encontró desiertos los aloja-
mientos. Entonces, sin consultar nada mas que al peligro
de la patria y en uno de aquellos arranques que tan freo
cuentes eran en aquel ilustre patricio, montó á caballo, y
0010 y á todo escape tomó el camino que habia seguido el
ejército de Ballesteros. Echáronse sus ayudantes detrás de
él y consiguieron alcanzarle y disuadirle de sus proyectos,
haciéndole presente el peligro en que se veria la causa
constitucional si el segundo jefe del ejército de Ballesteros
retenia á Riego en su poder, en rehenes de lo que pudiera
acontecer al otro general. Comprendiólo así Riego, y re-
gresando á Montefrio puso en arresto á Ballesteros, aunque
hubo de levantárselo pocos dias despues, convencido fle que
le seria imposible sostenerse en dicho punto.


Pocas esperanzas de libertar á la patria restábanle al
caudillo de la isla de Leon: el ejército de Ballesteros, cuyo
entusiasmo habia resucitado por un momento, acababa de
dar una prueba de sus pocas simpatías por la causa cons-
~itucional. El jefe de esta causa siguió el carrlÍno de Martos




NA.CIONAL. 271


á Jaen, y el dia 14 se encontró con una de las columnas
de facciosos apoyados por los franceses, que las seguian á
corta distancia.


El general Riego no podía rehu~ar el combate ni tam-
poco esperar un triunfo; pero sí podia pelear corno un va-
liente y morir con gloria, si era preciso; y esto se resolvió
á poner por obra. Presentó el combate, pero los facciosos
tuvieron el buen talento de no aceptarle hasta tanto que se
les uniese el grueso de la infantería francesa. Así lo com-
prendió Riego, y mandando romper el fuego de guerrillas,
destacó al batallon de Galicia para que desalojara á los ene-
migos del ventajoso punto en que se habian situado. Oon-
~;iguiéronlo los bravos soldados; pero en esta operacion
transcurrió un tiempo precioso, y llegando las fuerzas fran-
cesas, mucho mas numerosas y descansadas que las cons-
titucionales, atacaron al ejército liberal. La refriega no fué
larga pero sí terrible. Riego hubo de emprender la retira-
da, y en esta y en la accion perdió dos mil hombres, es de-
cir, se quedó sin ejéruito. Pero esta derrota, si tal puede
llamarse al vencimiento de los más sobre los menos, prue-
ba indudablemente el entusiasmo que reinaba en el ejér-
cito constitucional y la fé con que las tropas se batian al
mando del héroe de la isla de Leon. No retrocedid éste ante
el peligro, ni reusó encontrarse cara á cara con la muerte,
que nunca tal vez le pareció mas apetecible. Batiéndose
como el último de los soldados vino al suelo por la muerte
de su caballo, y allí sin duda le hubieran esterminado sus
enemigos á no ser porque el Lravo oficial D. Agustin La-
nuza se desmontó presuroso y con noble generosidad cedió
su corcel al geueral.


La retirada de Riego se verificó por la Manchuela, don-




272 LA SOBERANIA


de racionó á sus tropas en la noche del fatal 14, llegándo á
.Todar en la madrugada del 15.


Sin embargo, decidido estaba que ni una hora de de~­
canso debian esperimentar aquellos bravos hombres, pues
no bien habian detenido su marcha para proporcionarse al-
gun descanso, cuando fueron sorprendidos por la caba,llería
francesa.


Riego, con su estado mayor y trescientos infantes, tra-
tó de rechazar el ataque, pero inútilmente.


Pronto la dispersion fué completa, y convencido el ge-
nera] de que era imposible luchar por mas tiempo con tal
desventaja, ordenó á su ayudante de campo D. Joaquin Gar·
cía Segovia que reuniera á los fugitivos, en tanto él, con
el resto de sus ayudantes y oficiales, peloton de hombres
leales que todo lo sacrificaron para asociarse á la suerte de
su general, tomaba la cordillera de la izquierda con direc,
cion al pueblo de Arquillos.


Así lo hizo Riego, y como á media leg"J.a de la pobla .
cion entró á desayunarse en una casa de campo solitaria;
pero ni en ella encontró comestibles, ni tampoco podia
adela n tar un so lo paso por el mal estado del herraj e de los
caballos.


En este conflicto, aquel hombre, cuyo corazon leal no
le permitia so~pechar que bajo un esterior honrado cupie-
ra una alma negra y tra~dora, suplicó al ,dueño del cortijo
que se llegára al vecino pueblo en busca de lo que tanta
falta hacia á los fugitivos, un poco de alimento para no
morirse de hambre y los medios para continuar una re ti .
rada que harto sensible se les estaba haciendo.


Partió en efecto el dueño de la casa, y volvió provisto
de lo necesario para satisfacer las necesidades de su ilus-





~AClONAL. 273


tre huésped; Riego apenas pudo probar algunos bocados,
coal si previera que aquel era. el último alLlluerzo que en
libertad debia hacer.


Dominábale por completo el pensamientQ de la suerte
futura 'que cabria á su amada España, y el pesar que'sen-
tia su corazon embargaba sus sentidos.


Aquella patria cara, á la cual habia sacrificado su re-
poso, por una libertld que habia suspirado tantos años,
iba á verse en vuelta otra vez en los horrores de la anar·
quía; otra vez iba á ser aherrojada por los satélites del ab .,
solutismo.


Riego debió llorar lágrimas bien amargas al sondear
aquel nuevo porvenir entre cuyos densos vapores vis-
lumbraba tal tez algo parecido á un cadalso afrentoso.


Embargado por estos pensamientos no se apercibió sin
duda de un rumor que por el campo se dej ó oir; pero su
desilnsion debió ser horrible, cuando de repente se vió
preso en las redes de la traicion mas negra. El dueño del
cortijo, infiel á las santas leyes de la hospitalidad, puso
una carabina al pecho del general, intimándole que se rin-
diera; acto continuo penetraron en la sala unos ve1nte
hombres armados, prorrumpiendo en voces de prision y de
muerte.


El dueño del cortijo habia dado parte de la llegada del
gene~al á los vecinos de Arquillos, y estos corrieron á apo-
derarse de la persona del q ne habia cometido el exclusivo
delito de querer liLertar á un pueblo, que en aquel enton-
ces renegaua de su glorioso pasado.


Escrüo está que nunca á los redentores ha de faltarles un
Judas.


Riego no trató siquiera de oponer resistencia: en aque-




274 LA SOBER:\ NÍA.
lla lucha no cabía esperanza de triunfo, ni gloria en la
derrota; por lo tanto se entregó en manos de sus aprehen-
sores, que tanto equiva1ia ponerse á merced del verdugo.


Antes empero de seguir á nuestro héroe hasta el fin de
su azarosa vida, veamos en que vino á parar el descala-
brado ejército del insigne libertador.


El ayudante encargado de recoger á los fl:1gitivos con-
sigui'Ó reunir á unos dociento~ de aquellos, y en su cami-
.no hasta Cazorla, se aumenM la columna hasta reunir una
fuerza de quinientos infantes y veinticinco caballos, cuyo
mando tomó el coronel D. Ignacio María Aguirre, nom-
brando geje de estado mayor á D. Tomás Yarto.


De esta suerte caminó aquel puñado de valientes á tra-
vés de un pais enemigo, luchándo con el ejército francés y
con las facciones que incesantemente se oponian á su
paso.


Ante la inminencia de aquel peligro, ante la cuasi se-
guriJad de la muerte, conEultaron los gejes á las t.ropas,
si esfaban en voluntad de seguir adelante en su azaroso
empeño, ó bien si por lo contrario preferian dispersarse
evitándo el peligro de un encuentro, pero los soldados,
aleccionados con el ejemplo de su antigLo general, respou"
dieron á una, que en defensa de las banderas Constitucio-
nales se ba tirian un dia y otro, y morirlan cuando otra co-
sa no pudieran hacer.


Formada tal resolucion, llegj la columna. á las Hanuras
de A viles, y allí se ti ñió el s ael0 con sangre de los es pa
ñoles, en lucha desigual, peleando de un lado él número,
de otro la desesperacion, en entrambos el en~arnizamiento.


Era el dia ~ 9 de setiem bre, dia terrible en los fastos de
la libertad española, pues en él murieron ó fueron hechos




275
prisioneros los últimos campeones que por aquella empu ..
ñaban sus armas.


Las bayonetas francesas se hundieron nuevamente en
el cuerpo de los Constitucionales, y estos vendieron caras
sus vidas mientras quedó á los soldados un solo cartucho
que quemar, un pedazo de espada que romper ..


Al cabo de cincuenta años trascurridos sobre aquel
dia aciago, la España recuerda con orgullo aquellos héroes,
y quiero dejar consignados los nombres que de ellos nos
restan, para que sirvan de estímulo á los españoles que ca-
minan sobre las huellas de aquellos bravos.


La posteridad nunca es ingrata con los héroes; jamás
se han dejado de erigir, tarde ó temprano, altares á los ver-
daderos mártires.


Relacion nominal de los señores gefes y ofic:iales que se ha-
llaron prisioneros de guerra en el convento de la Merced de Lor·
ca:-D. Ignacio :María Aguirre, coronel.-Tomás Yarto,
teniente coronel, segundo ayudante general.-Pantaleon
Yerro, id. teniente coronel.-Manuel Castro, capitan.-
Francisco Mola, teníente.-José Pumarejo, capitan 'de Ma-
rina. ,_. Joaquín García de Segovia, id. de caballería regi.
miento 8. o de línea,-Santos Cremona, comandante.-
Mariano Gonzalez, capitan de cazadores.-Juan Santos,
teniente. --- Felipe Gomez,. id. --, Juan Bautista Groch, id.
ayudante. --Juan Casanova, id. agregado.-Agustin José
Rada, ayudante. -Fernando Llamas, subteniente.-Joa~
quin Ruiz, id. --- Manuel Laserna., id.-- Pedro Marcos San··
chez, id.-José 0011, id.-Pedro OarpL capitan.--Antonio
Lacerda, id.-Casiano Arroyo, id.-Estevan Reyz, id. ayu-
dante.-Segundo Prado, teniente.-Jaime Moneada, te-
niante.-Mariano Guardiola, id.-TeJmo del Villar, id.-


lOMO l.




276 LA í::iOBERA.NIA
Francisco Perez, id.-Juan del Villar, id.-José Noriega
Guerra, subteniente. - Francisco Tomarid, capitan. -José
Maria Sorazaba, id.-Juan Caballero, id.-Antonio Panca-
biea, id.-Martin Carreño, teniente.-Fulgencio Fernan~
dez, id.-Manuel Baltasar, id. ayudante.-Francisco Bar-
reda, subteniente.-Manuel Suarez, id.-Francisco Gradoli
id. --Rafael Amad, id.-Ignacio Legarsegui, teniente.-
Estevan Orox, id.-Manuel Clemente, id.--An.tonio Jole,
subteniente. --Antonio Porta, capitan.-Francisco Velasco,


. teniente.-Benito Cavajal, id.-Andrés Puig, subteniente.
- Francisco Corrales, id.-Alonso Barreno, id.-Manuel
Riber.o, capitan. - Ricardo Maestro, ayudante. - Juan La
Fé] teniente. - José Valentin, subteniente. -- Manuel Fello
Camus, coronel.-- Felipe Sanchez, teniente.-Francisco
Ason y Evia, id.-l\fanuel Suarez, subteniente.-Anselmo
Imurrigarro, primer comandante.-Vicente Sarlaguillas,
capitan. --Leon lriarte, id.-Pedro Balvés, id.--· José de
Montes, id ... Cárlos Ballina, id.-Cárlos Robador, primer
ayudante.-Rafael Delgado, teniente.-Fernando Portosa,
id.-Diego Corrigar, id.-Angel Mendio)a, id. -- Jorge
Amador, id.-Sehundo Amich, id.-Juan Perez, subte-
niente. - Ramon Martinez, id.-José Acevedo, id.-Miguel
Aguilar, id.-Tomás Gibert, id.-Cárlos Ralor, id.-Este-
van Rebusí, id. -Juan Charriel, id.-Nicolás Esteras, id.
- Loren:lo Cabrera, comandante. - Francisco Maria Arro-
gia, capitan. --Agustin de Lanuza, teniente.-Manuel Gal-
.


ves, subteniente.-José Campuzano, id.-Francisco de
Paula Ramirez, ayudante del regimiento. -.. José Altimira,
subteniente.-José Blanco, id.-Vicente Villar, capellan.
-Luis García, teniente. - Ramon Aceveredo, subteniente.
- Restituto Jauregui, id. -- Agustin Bada teniente ayudan-




NACIONAL. 277
te.-Leandro Martinez, capitan.-Juan Ruiz, oficial dé la
intendencia. ---Francisco Morido, teniente.-Gaspar Carde-
nas, subteniente. -Juan Antonio Peri, capellan. ,; i


En cuanto á los indivíduos de tropa, la patria recono-'
cida guarda su memoria en el panteon no menos glorioso,'
donde descansan los innumerables é incógnitos mártires
de la libertad.


Restablecido en España el gobierno absoluto, gracias á
la intervencion de los franceses, pudo Fernando VII entre-
garse sin rebozo á su pasion decidida por el mando despó-
tico, y para justificar en algun modo el cambio que iba á
introducir en el gobierno de la nacion, espidió desde el
puerto de Santa María un real decreto, cuyo preámbulo
era una condenacion terminante del movimiento liberal,
una apoteósis del absolutismo y de los absolutistas y un
ridículo tributo, satisfecho á Jas opresoras armas de los
franceses.


Este real decreto espedido por Fernando VII, contenja
el siguiente párrafo:


« 1. o Son nulos y de ningun valor todos los -actos del
gobierno llamado Constitucional (de cualquiera clase y-
condicion que sean) que ha dominado á mis p'leblos desde
el 7 de marzo de 1820, hasta hoy día l. o de octubre de 1823,
declarando como declaro que en toda esta época he careci ....
do de libertad, obligado á sancionar las leyes y espedif las
órdenes, decretos y reglamentos que, contra mi voluntad;
se dictaban yespedian por el mismo gobierno.


Apruebo todo cuanto se ha decretado y ordenad.o por la
junta provisional del gobierno, y por la regencia del reino,
creadas) aquellas en Oyarzum, el dia 9 de abril, y esta 'en
Madrid el dia 26 de mayo del presente año, entendiéndose




218 LA SOBERANIA


interinamente, hasta tanto que, instruido competentemen-
te de las necesidades de mis pueblos, pueda dar las leyes y
dictar las providencias mas oportunas para causar su verda-
dera felicidad y prospe,ridad, objeto constante de todos mis
deseos.


Tendréislo entendido y lo comunicareis á todos los mi-
nistros.


Puerto de Santa María 1.0 de octubre de 1823.
Rubricado de la real mano.
A D. Víctor Saez. »
Preciso es confesar que así los absolutistas como el pri-


mero de ellos, Fernando VII, apreciaban muy poco el deco-
\


ro de la monarquía, cuando así se prestaban á suscribir un
documento que la posteridad apreciará como la mas gran-
de palinodia que puede haber cantado un soberano.


Antes que firmar este escrito debió el rey haber tenido
presente que no era dueño de haber puesto en ridículo á la
monarquía, y los hombres que de monárquicos blasonaban,
no debieron haber olvidado que los pueblos aprecian tanto
mas y respectan las instituciones, en cuanto los encarga-
dos de representarlas velan con mayor interés por su pres-
tigio.


Esto es lo q ne no tuvieron presente ó quisieron olvidar
los consejeros de Fernando VII; pero -la cuestion estaba re-
ducida á entronizar el gobierno absoluto, y al decreto de
1. o de octubre siguió en breve otra real órden, dictada á
consecuencia de haber hecho creer al rey que su vida peli-
graba durante el viaje á Madrid, si no alejaba del camino
que S. M. debia recorrer á las personas tachadas de libe-
rales.


Creyera 6 no Fernando VII en la existencia de aq nel pe-




NACIONAL. 279
ligro, apresurándonos á hacer constar que nosotros opina-
mos por la negativa; ello es que antes de emprender el via-
je, se espidió la siguiente indigna disposicion:


«El rey nuestro señor quiere) que duraIJte su viaje á la
cóL'te, no se encuentre á cinco leguas en contorno de su
tránsito ningun indivíduo que durante el sistema Consti-
tucional haya sido diputado á Córtes en las dos últimas le-
gislaturas, ni tampoco los secretarios del despacho, conse-
jeros de estado, vocales del supremo tribunal de justicia,
comandantes generales, jefes políticos, oficiales de las se-
cretarías del despacho, jefes y oficiales de la estinguida
milicia nacional voluntaria, prohibiéndoles par'a sie'mpre la
entrada en la córte y sitios reales, al radio de quince le-
guas.


Esta soberana determinacion, esta voluntad de S. M. no
sea comprensiva para aquellos individuos, que despues de
la entrada del ejército aliado hayan obtenido por la junta
provisional ó la regencia del reino un nuevo nombramiento
óreposicion en el que tenian por S. M. antes del 7 de mar·
zo de 1820; pero unos y otros con la precisa condicion de
encontrarse ya purificados.»


Imposible parece que en un pueblo c.ulto se fulmine un
decreto de esta naturaleza y contra unos hombres cuyo
único delito consistia en haber elevado sus pensamientos á
la altura de la dignidad de un pueblo qUé hacia muchos
años habia sacudido el yugo del feudalismo.


y no fué lo peor que el decreto se promulgara, sino que
se cumplimentase con tal rigor, que hasta fué arrojado de
Sevilla el general Za.yas, el valiente militar que el dia 7 de
julio habia espue8to su vida en palacio por salvar la del rey
y los cortesanos, despues que derrotados los guardias cau-




280 LA SOBERANÍA
santes del enojo popular, creyeron los absolutistas llegada
la hora de su esterminio.


Los dos decretos que en parte hemos transcrito, son bas-
tantes para demostrar la nueva via porque entraba el go-
bierno de España y las pocas esperanzas que podrian res-
tarles á los Constitucionales de buena fé, que no 'quisieran
pasar por una innoble apostasía mal disimulada con el
nombre de purificacion.


En tales circunstancias llegó Riego á !vladrid, atado co-
mo un malhechor, despues que hubo estado preso por los
franceses en la cárcel de la Carolina, desde la cual fué en-
tregado á las autoridades españolas de órden del duque de
Angulema, que con tal accion puso el sello á la conducta
observada por la Francia.


Semejante mancha empañará eternamente el escudo de
aquel militar; que no merece ser llamado valiente, ni sol-
dado, el general que se venga de un noble enemigo entre-
gándole á los verdugos que no tenian derecho á reclama··
cion alguna.


Los paisanos que habia~ verificado la prision de Riego,
. entregáronle voluntariamente á las tropas francesas, de


que era generalísimo el duque de Angulema: éste se ha-
llaba en su derecho reteniendo á Riego como prisionero de
guerra, y si tanto se nos apura, si se quiere erigir en prin-
cipio que en la carrera de las armas no caben la clemencia
ni la magnanimidad, diremos que el duque de Angulema
estaba facultado para disponer á todo trance de la "ida de
su prisionero, enemigo que babia sido aprehendido despues
de una batalla y sin garantía de gracia alguna.


Pero lo que la hidalguía, el valor, la civilizacion, no
pueden perdonar al duque de Angulema, por mas duque y




~ÁCIONA.L. 281
príncipe y francés que sea, es que no atreviéndose á dictar
por sí mismo la sentencia de Riego, no siendo bastante ge- .
neroso para perdonarle, ni bastante valiente para darle
muerte, hiciera de él entrega al gobierno español, no pu-
diéndole caber la mas mínima duda acerca del destino que
de tal suerte le cabria á la infeliz víctima.


Cuando el duque de Angulema regresó á Francia, hasta
arrepentido del éxito de su espedicion, pues pronto se hubo
de convencer de que el agradecimiento no era la virtud que
mas resplandecia eIllos absolutistas, y mucho menos en su
Rey, ninguno en la córte ni en el pueblo le pidió cuenta
de la conducta que habia observado con Riego.


Verdad es que la Francia, patria de adalides:1 cumpli-
dos, como Bayardo el caballero sin tacita, lo ha sido tambien
de capitanes como Duguesclin, el villano por escelencia.


Riego llegó á Madrid el dia 2 de octubre y fué encerra-
do en uno de los calabozos del Colegio de nobles.


En vano su esposa y su hermano, respetable eclesiásti-
co, intercedieron por él con los ptimeros hombres de la si-
tuacion; en vano escribieron hasta á Lóndres, tratando de
hacer interesar á favor de la víctima á algunos elevados
personajes que por sus opiniones debian simpatizar con el
ilustre prisionero.


Así los españoles como los ingleses, le abandonaron por
completo á su suerte: á los tres años de recorrer incesan-
temente la gloriosa senda de los triunfos y los honores, es-
taba escrito que recorrería á su vez el ensangrentado ca-
mino del ignominioso cadalso.


A solas en la oscuridad de su prision, insultado por sus
carceleros, atacado por una cruel enfermedad nerviosa,
abandonado por el mundo entero, y abatido, mas aun que




28.'Z L .... SOBEB.ANIA.
por todo, por la idea que la misma mano que le postraba á
él postraba á la patria; muchas veces el general Riego de-
bió volver los ojos á aquellos hermosos dias de su vida en
que el pueblo se electrizaba simplemente con pronunciar
su nombre, símbolo de una nueva era de libertad y de dig-
nidad que él habia tenido la envidiable suerte' de inau·,
gurar.


Entonces, por fuerza debió pensar en la inconsecuen-
cia de los pueblos y para sí debió temer que el peor azote
de una nacion es la ignorancia y la frivolidad de sus
hijos.


Uno de los principales cargos que entonces hicieron á
Riego fué haber solicitado el ausilio de los estranjeros para.
empeñar y prolongar una guerra, que al decir de los abso-
lutistas, los franceses habian venido á terminar.


A nadie por aquel entonces se le ocurrió decir que aq ue-
lla guerra hubiera dej:].do aun de tener comienzo, si en mal
hora los retrógrados no hubieran sublevado á los incautos
de España contra una constitucion qU3 el pueblo se habia
impuesto y el rey jurado solemnemente; y que aquella
guerra hubiera terminado tambien mucho antes, si los
franceses no hubieran intervenido en ella, cuando por na-
die legítimamente habian sido llamados.


A pesar de todo, veamos en qué se fundaba la acusacion
dirigida contra Riego. En una ca.rta, en un escrito del ma-
logrado general á Sir Roberto Wilson, implorando de los
ingleses un ausilio de dinero y municiones para proseguir
la. campaña; solicitud que el defensor de las libertades es-
pañolas tenia poderosos moti vos para hacer, sin que por
esto su memoria se empañe con el feo borron de estranje-
risillo, que sus enemigos han arrojado sobre la brillante y




NACIONAL. 283
sangrienta historia de aquel adalid. Antes empero conoz-
"camos la carta.


Decia así:
«Ilustre patriota, mi compañero de armas y amigo: La


situacion deplorable á que ha reducido á mi pais la inva-
sion estrangera, me obliga á dirigirlLle á vos para reclamar
vuestro ardor patriótico en favor de los bravos que pelean
á mis órdenes. Las circunstancias y los acontecimientos
desgraciados que han sobrevenido á esta fraccion de la pe-
nínsula, me han colocado en una posicion muy crítica, y
yo imploro los sufragios de los hombres libres y generosos,
para que pueda ser mas útil á mi patria y á la sagrada
causa de la independencia de España. Bajo este concepto os
dirijo esta carta, rogándoos que empleeis toda vuestra in-
fluencia sobre vuestros compatriotas, á fin de que pqedan'
enviar á la mayor brevedad posible todos los fondos y mu-
niciones, que sus generosos esfuerzos me puedan procurar,
para socorro de mi ejército, completamente exausto de
medios de subsistencia: y vivid seguro, en pago de los be-
neficios señalados que aguardo de vos y de vuestros ge-
nerosos compatriotas, de mi reconocimiento yel de mi
patria.


Rafael del Riego.»


Digamos ¿qué pensamiento criminal, qué plan traidor,
qué v,enta infame al estranjero encierra esta carta, que al-
gunos han echado en cara á Riego, precisamente al tiempo
mismo que con aplauso de los detractores de aquel gene-
ral, el duque de Angulema habia penetrado en España al
frente de cien mil hombres de armas franceses?


El paladin constitucional pudo dirigirse á los ingleses,
TOMO J.




284 LA SOBERANlA
en primer lugar, porque Inglaterra, con buenas ó malas ra-
zones, hace muchos años que venia representando el pape}
de protectora de la libertad y de los oprimidús pueblos; y
en segundo lugar, porque defendiendo Riego la Constitu-
cion del año 12, era muy natural que llamara en su apoyo·
á aquella nacion que tanto habia contribuido á la procla-
macion del célebre códjgo, cuando España se hallaba
empeñada en lucha horrible y gigantesca contra las hues ...
tes del invasor Napoleon I.


Por segunda vez los franceses venian á destruir la li-
bertad españolao ¿Tenia algo de particular que Riego im-
petrase por segunda vez el apoyo de aquella nacion que
tantos servicios habia prestado la primera'?


Desgraciadamente, el gobierno inglés distó mucho de
portarse el año 23 como el año 12; el duque de Angulema
no hubo de temer los golpes de la espada de otro 'Velling.
tono Seamos francos, Inglaterra se portó poco generosa-
mente con el hombre de la isla de Leon, pues no solo se
desentendió de sus súplicas, sino que ninguna gestion
practicó, ni con el gobierno francés ni con el español, para
salvar la vida al desgraciado que de tan buena fé se habia
lanzado á defender aquel principio que la soberbia Albion
se glorÍa de personificar.


Era llegado por fin el dia del juicio de Rafael del Riego:
sus enemigos iban á vengarse, humillando aquella cabeza
orlada de tan inmarcesibles laureles o


Era el día 3 de nomoemore del afio 1823, dia de luto en los
anales judiciarios de España.


Riego enfermo y abatido, mas aun por sus dolores que
por sus padecimientos físicos, fué sacado de su calabozo y
presentado ante sus jueceso ¿Quiénes fueron estos'?




NACIONAL. 285
Se ignora; pero es lo cierto que nunca aquel nombre.


:augusto estuvo peor aplicado.
¡Los hombres, reunidos con aquel motivo, no iban ájuz ..


gar; iban á condenar, iban á matar ... eran unos ase-
sinos!


Sus nombres nunca se han hecho públicos; el proceso
del general jamás ha sido hallado ¿qué mejor prueba de la
vergüenza que debia causar á los que en el intervinieron?


Es fácil que en épocas de mejor aspecto político, lo des-
truyesen aquellos mismos que le habian instruido.


Si así fUé, se habrá perdido un curioso documento his-
tórico, pero al menos no figurará en ninguno de aquellos
archivos españoles pertenecientes á la administracion de
una justicia vilipendiada? ~scarnecida en aquel proceso.


Sin embargo, se conserva y ha llegado hasta nosotros
la acusacion fiscal; sin duda porque no existia el mismo
interés en ocultar los cargos que se hacian contra Riego,
que en apartar la vista del público del juicio informal que
se celebró para dictar una sentencia de antemano pronun-
'ciada por sus jueces.


La acusacion estaba concebida en estos términos:
«Serenísimos señores: sí el magistrado á q uíen se ha


cometido el encargo de proceder contra el traido~ Riego, se
yiese en la precision de enumerar los crímenes y desafue-
ros que llenan la historia de su vida criminal, colmada Gon
el delito de alta traicion de que está acusado, no serian
bastantes muchos dias para referirlos todos.


)La comision impuesta á su ministerio, el poco tiempo
que el procurador general ha tenido á la vista las piezas
-del proceso, porque él no ha atendido sino á los intereses de la
'vindicta pública, no le permiten ser difuso en su esposicion;




286 LA SOBERANIA


es necesario que el mayor y mas atroz de todos los críme-
lles reciba pronto castigo.


»Además de estos motivos y atendido á que esta causa.
debe ser juzgada sin distincion, el magistrado que tomó á
su cargo este negocio se ve obligado á reducir su acusacion
y á concretarse solamente á uno de los numerosos crímenes
que se imputan al acusado: el crímen de alta trm·cion.


»Elleal pueblo español entero pide venganza de todos
los delitos que se han cometido en España durante la re-
volucion; la sociedad y el pueblo piden que Riego sea cas-
tigado como el mas culpable revolucionario, que despues
de haberse rebelado contra el gobierno legítimo de nues-
tros reyes, ha causado tantas desgracias á la generosa y
noble nadon española.


»El infame Riego, aprovechándose de la cobardía de los
soldados destinados á la pacificacion de América, olvidando
los deberes que le imponia la mision de que estaba encar-
gado, y proclamando una Constitucion que estaba abolida
por su soberano como destructora de sus sagradós derechos
y base de un gobierno anárquico, destructor de las leyes
fundamentales de la monarquía, de nuestras costumbres,
de nuestros hábitos, de nuestra santa religion; el infame
Riego es el autor de todos nuestros males; él es quien ha
hecho correr por las mejillas de un rey justo y magnánimo
las lágrimas que le arrancaron las desventuras de España;
él es el que ha menospreciado los mas santos deberes, el
que ha violado el juramento que habia prestado á las ban-
deras del rey su señor, en el momento en que entró en la
c~rrera honrosa de las armas; este Riego en fin, es el que,
no solo ha publicado la Constitucion, sino que poniéndose.;
al frente de una soldadesca desenfrenada, ha violado el ter-




NACIONAL. 287
ritorio español, obligando á sus habitantes, con la fuerza
de las armas, á participar de su traicion y de su perjurio;
ha destruido las a u toridades legí timamen te consti tuÍ<las y
reemplazádolas con otras constitucionales, compuestas de
facciosos y rebeldes, lo que les valiera el nombre de héroes
de las Cabezas; ha obligado al rey nuestro señor á aceptar
esa odiosa Constitucion, fuente de tantos males para Es-
paña.


»Desde entonces Riego no ha cesado de ser objeto del
escándalo de la Península, presentándose en las plazas pú-
blicas y en los balcones de todas las casas en que estaba
alojado, predicando la rebelion, haciendo triunfar el siste-
ma constitucional y autorizando los mayores crímenes, re-
sultado inevitable de una revolucion que ha colmado de
amargura y de ultrajes la persona augusta y sagrada de
S. M.


»Si vuestro fiscal, serenísimos señores, usando del de-
recho que confiere su ministerio, quisiese aglomerar los
cargos que se levantan contra el acusador, producirian una
série de crímenes de toda especie que han indignado de tal
suerte al pueblo español, que de todos lados de la Península
se ha levantado el grito de ¡muera el traidor Riego! mez-
cIado con el ardor de su celo con el de I1)i1)a el rey. absoluto!


»Sin duda, el motivo en que se funda la formacion de la
causa á Riego, impone á vuestro tiscalla obligacion de :fi-
jar especialmente su acusacion, sobre el horrible atentad(}
que este traidor ha cometido, como diput&.do de las preten-
didas Córtes, votando la traslacion del rey y de la familia
real á Cádiz; empleando la violencia y la amenaza contra la
resistencia de S. M. que rechazaba enérgicamente prestar-
se á semejantes medidas; y teniendo la audacia de despojar




288 LA SOBERA~IA
:al monarca, ya cautivo, de la autoridad efímera que le ha-
bia dejado la revoluciono


}) Mas si en la causa en cuestion no obran en nuestro
poder todos los documentos, todas las pruebas, que en cual-
quier otra causa menos grande son indispensables para
hacer una aplicacion justa y proporcional de las pepas á los
delitos, el delito está en la violencia empleada contra el
rey nuestro señor, para obligarle, á pesar de su resistencia
á su traslacion á la isla de Cádiz, crímen sin ejemplo en los
anales del pueblo español; está en la creacion de una re-
gencia, formada á consecuencia de una proposicion hecha
en las mismas C6rtes por el diputado Galiano, otro c6m-
plice de Riego, y todos estos actos de violencia y revolu-
cion constituyen evidentemente el crímen de lesa m3jestad
que nuestras leyes castigan con la pena de muerte y otras
penas infamantes prescritas en el título 2. 0 de la 7. R Parti-
da, acorde sobre este punto con la Novísima Recopilacion.


» Nosotros reconocemos como reo convicto de este hor-
rible atentado á don Rafael del Riego, uno de los diputados
que votaron en favor de la odiosa proposicion de Galiano.


»La prueba de su culpabilidad, no solo resulta de los in-
formes adquiridos en las córtes reales, audiencia de Sevilla
(cámara criminal) y corroborados por todos los periódicos
de esta época, que dieron una exacta y fiel relacion de la
funestajornada de 11 de junio, sino de las mismas confe-
siones del clllpable, confesiones que hacen brillar sobre to-
das las pruebas materiales que hemos recogido, la viva luz
de la evidencia.


»Por todas estas consideraciones, pues, el fiscal requiere
que el traidor don Rafael del Riego, acusado y convencido
del crímen de lesa majestad, sea condenado al último su-




NACIONAL. 289


plicio; que sus bienes sean confiscados para el comun, que
S~t cabeza quede espuesta en las Cabezas de San Juan, y que
su cuerpo sea dividido en cuatro pedazos, colocados uno en
Se'tilla, otro en la isla de Léon, otro en Málaga, 'V el último es-
puesto en esta capital y en los lugares acostumbrados, ¡JUes estas
cwd8.des han sido los principales puntos donde el traidor Rt·ego,
l~a escitado el fuego de la revolucion y manifestado su péJ'flda
conducta.


» Así lo requiere el fiscal por el interés de la vindicta
pública, cuya defensa se le confió, y en virtud de los dere·
chos q ne le están cometidos en calidad de taL»


Esta fué la acusacion fiscal, y por ella se ve claramente
que Riego no fué juzgado'y condenado como autor princi-
pal de la sublevacion ocurrida en las Cabezas de San Juan,
que no lo fué como caudillo armado de la libertad consti-
tucional, sino como votante de la proposicion que suspendió
de su autoridad al monarca.


Los absolutistas, no contentos con matar á un hombre)
condenaron á muerte á unas córtes eDteras.


Al general Riego no se le nombró patrono, ni tampoco
se le proporcionó medio alguno para su defensa.


Se le permitió, empero, que hablase ante el tribunal, y
el ilustre acusado lo hizo, limitándose á demostrar que, en
el mero hecho de haber sido entregado por los franceses á.
los españoles, se habian violado con él las mas santas leyes
de la guerra.


Nada mas quiso probar en su discurso, ni se esforzó
en defender una vida que de antemano le constaba haber
sido condenado á perder.


Todos, pues, se 'hallaban preparados para el sacrificio,
los sacrificadores y la víctima.




290 LA SOBERA~fA
No cogió, por tanto, de sorpresa á ninguno de los inte-


resados, ni tampoco á ninguno de los partidos, la sentencia
fulminada de esta manera:


«La segunda cámara de alcaldes de la Real Casa y Cór-
tes, ordenan lo siguiente: don Rafael del Riego está conde-
nado á la pena de horca: será por lo tanto conduc~do allu-
gar de la ejecucion, atravesando las calles mas públicas de
la capital; sus bienes serán confiscados para el tesoro real;
estando además condenado al pago de las costas del pro-
ceso.»


Consultóse con S. M. sobre el modo de llevar á ejecucion
la sentencia; y Fernando VII respondió que no quert'a inler-
'Venir en este aSlllnto, dejándolo toao á cargo ae la justicia ordi-
narta.


¡El corazon palpita y la sangre hierve al escuchar se~e­
jantes infames palabras!. ..


Sentenciado Rjego, fué puesto en capilla para ser ajus-
ticiado al tercer día.


El esforzado adalid de la causa cons~itucional, sufrió
'Con cristiana resignacion la suerta que le habia calJido: lo
que sin duda no podria sufrir con igual ca~ma, sería verse
a bandonado de todos sus amigos en aquel instan te su pre-
IDO, Y á merced de sus verdugos, que antes de quitarle la
vida, le llenaron de insultos, cebándose en su maniatado
antogonista.


El general fué bárbaramente cargado de cadenas, y
ningun respecto ni miramiento se tuvo con él; con él que á
fuerza del entusiasmo que habia producido con sus precla-
ros hechos, habia recorrido en el cQrto espacio de tres años
todos los escalones de la dignidad y de los bonores; con él
que pudo disponer de la suerte del rey y del reino, y que




NACIONAL. 291-
en épocas bien críticas habia conservado al primero para
el segundo yal segundo para el primero.


i Digna fué la recompensa del tirano! ...
Llegó por nn la maña del fatal dia 7 de noviembre: las


calles de Madrid presentaban un aspecto imponente: nume-
rosas patrullas las recorrian, y eran de ver, asustando á la
gente honrada, muchas turbas compuestas de lo mas soez
del pueblo bajo, que armados de cuchillos y pistolas, iba.n
profiriendo toda suerte de amenazas contra los liberales.


No bastaba matar á un hombre; era preciso matar una
causa, aniquilar una idea.


Afortunadamente no se inmola un principio tan noble
y fecundo, como se ahorca á uno de sus campeones.


Llegada la hora, vistieron al ilustre reo una túnica ú
, hopa blalJ.ca, y le sacaron de la cárcel fuertemente, es-
. coltado.


Faltaba, sin embargo, cometer un acto de ridícula fero-
cidad, uno de esos hechos que no se esplican porque re-
pugnan á la religion, á la justicia, á la humanidad y hasta
al decoro com un.


Este acto fué meter á Riego en un seron y conducirle
al lugar del suplicio tirado á rastras por un asno.


La civilizacion y la caridad se sublevan ante esta cir-
cunstancia; 'y no obstante, no fué la única de que han de-
bido ruborizarse los autores de aquella escena.


Compadecidos quizás de la triste posicion del general,
los hermanos 4e la paz y caridad pidieron permiso para le-
vantar el seron algunas pulgadas sobre el suelo, y de esta
suerte le acompañaron hasta la plazuela de la Cebada,
donde el gentío apenas dejaba paso al fúnebre acompaña-
miento.


TOMO r.




292 LA SOBERANIA.
En el centro de la plaza se habia levantado una horca


de inmensa altura.
Riego llegó tanquilo, sereno, como el que camina á la


muerte con la conciencia muy tranquila ... ¡Como el Reden-
tor del mundo llegaba al término de su Calvario!


El silencio rnas profundo reinaba en todos los c~rcuns­
tan tes: la tragedia tocaba á su término.


El verdugo se apoderó de la persona del reo, á quien
hubo que ayudar á subir la terrible escalera, no por falta
de valor moral, sino porque las piernas se le habian incha-
do con el peso de las caden~s que sus enemigos le habian
puesto desde el momento de su prision.


I


Así pue~e decirse que en todo fué tratado Riego peor
que el mas indigno y mas temible de los facinerosos, peor
que el mas degradado de los hombres.


De repente resonó entre las turbas un grito de ¡viva!
Riego habia dejado de existir, y algunos, miserables


victoreaban sin duda la esclavitud del pueblo, el yugo á
que buenamente se doblegaba. Aquel grito de ¡viva! pro-
ferido á la vista del cadáver oscilante del general Riego.
era el anatema, la voz de esterminio lanzada contra los
liberales todos de España.


Acto contínuo la cuchilla del verdugo hizo pedazos el
cadáver: nuestra nacíon habia retrogradado de repente al
orígen de los pueblos primitivos y por ella habían pasado,
sin producir efecto alguno favorable, diez Y ocho siglos de
ci vilizacion cristiana.


Aquella misma tarde, el cadáver ensangrentado del
general fué trasladado á la vecina iglesia por compasion y
8Gterrado de limosna ...




t,,:.I.·'O,:,,¡}
.,'t ! 1"


u.


conducido al patibulo.






NACIONAL. 2J3


Así vivió y así murió D. Rafael del Riego, el restaura-
dor di3 las libertades españolas.


Cincuenta años despues de su desastroso fin, aun el pue-
blo pronuncia su nombre con entusiasmo y lo pronunciará
eternamente. Hermoso y triste es á la vez el pr-ivilegio de
los mártires. Se les erije un altar por premio de la san-
.grienta ignorancia é ingratitud de los pueblos. El de Es-
paña en el año 23, sentimos tener que decirlo, no fué dig-
no de que entre él hubiera brillado un hombre como el
general D. Rafael del Riego.


Por esto algun tiempo despues, Dios le castigó, permi-
tiendo que le azotaran otros hombres como el general conde
de España, como Elío, como Calomarde, como el feroz Mo-
reno!. ..




CAPITULO XI.


Consecuencias de la muerte de Riego.-Persecuciones y horribles asesinatos
de los liberales.-Dicho célebre del monarca, que hace la verdadera apolo-
gía de su carácter sanguinario.-Un recuerdo á las ilustres víctimas sa-
crificadas á su saña.


1823 á 1825.


Si por la época en que ocurrió la desgracia de Riego el
gabinete de las Tullerías no habia pensado llevar la reac-
cion hasta el absolutismo, amargo desengaño debió sufrir
en el decreto de 1.° de octubre del año 23.


Conoceria entonces con cuál culpable imprevision habia
'14


procedido al prestar sus armas para derribar unas institu-
ciones' sin haber antes convenido en las que debian reem-
plazarlas.


La intervencion por sí sola podia parecer una falta
cuestionable; pero, sin objeto préviamente establecido, la
intervencion á la ventura, no puede mirarse sino como un
atentado contra la humanidad.




LA SOBERANIA ~ACIONAL. 295
Porque ella sigue su marcha; y no siendo la anarquía


un estado natural, duradero, entregar al azar la suerte de
una nacion es alterar sus leyes, es sustituir la nada al
pensamien to providencial.


Triste debió ser tambien el desencanto de los que ha-
bian con tanta indiscrecion confiado en que las lecciones
de la desgracia habrian enseñado á Fernando, y un régi-
men templado, aunque absoluto, sucederia á la Constitu-
cion democrática de 1812.


Angulema, al leer aquel documento y observar el es-
píritu de ódio y de venganza que respiraban todos los que
rodearon al rey desde que puso los piés en el puerto de Santa
María, al ver desestimados sus prudentes consejos y la es-
casa inflúencia que podria. ejercer la Francia en la situa-
cion que acababa de crear, partió precipitadamente sin
acompañar á Cádiz á sus tropas, sin detenerse en Sevilla,
sin aguardar al rey, próximo á emprender la marcha á la
capital, y hasta sin despedirse de él.


Tampoco en Madrid quiso esperarle, pues, por no ser
testigo del suplicio de Riego, á quien habia él entregado á
las autoridades españolas, se salió la víspera y regresó á
Fran.cia, de~lorando quizá los males de la cruenta reaccion
que se preparaba y á que habia contribuido tan principal-
mente.


La muerte de Riego, de aquel en que habia venido á
personificarse la revolucion, fué un presente que quisieron
hacer al rey los furiosos y aduladores que le aguardaban
en Madrid. Habíanlo reclamado á Andalucía á fin de que,
ajusticiado en Madrid, fuese mas solemne el espectáculo.


Entró Fernando ~nMadrid á los pocos dias del asesinato
con.~\1.mado, habien.do ~ido el trán.~ito desde ~n.dalucía un.a




296 LA SOBERANIA
contínua ovacion popular y un grito incesante de ven ~
ganzao


Un inmenso gentío poblaba los balcones y las calles de
las carreras hasta palacio, cubierta por una doble fila de
~ropas españolas y francesas y de voluntarios realistas y
cortada por tres arcos triunfales o


¡"Miserable degradacion del pueblo del Dos de Mayo!
Restablecióse el diezmo, se ordenó la devolucion de los


bienes nacionales pertenecientes á las comunidades reli-
giosas; por supuesto, sin género alguno de resarcimiento
y considerando como un delito el solo hecho de haberlos
comprado; se repusieron los mayorazgos y vinculaciones;
y en fin, por decirlo en una palabra, se anuló como en
1814, todo cuanto se habia hecho ó_creado bajo el régimen
constitucional.


Porque entonces se habian establecido varios colegios
y academias militares, se mandaron cerrar los de Segovia,
Alcalá, Santiago, Granada y Valencia, fundando la provi-
dencia en que la juventud educada en ellos estaba imbui-
da en las detestables máximas de la revoluciono


Porque varios estndios, como los de física y química,
habian merecido alguna proteccion, fueron suprimidos, in-
vadidas las cátedras y destrozadas las máquinas por un
vulgo ignorante, á quien se hacia ver en la ilustracion el
mayor enemigo de la ilustracion y del Estadoo


Lo único que no se consiguió del monarca fué que se
restableciese la Inquisicion; pero no por el horror que le
causase tan odioso tribunal, sino por el temor de que
su influencia sobre el espíritu público ]e sometiese á él
mismo á una esclavitud tan dura como difícil de eludir;
tampoco podia restablecerla, aunque quisiese, por la enér ..




NACIONA.L 297


gica oposicion que manifestaron las C6rtes estra'!ljeras.
No se limitó el ódio á lo que habia sido creado durante


la época nefanda, sino que comprendió tambien á cuánto
habia sido tolerado.
Des~e el 7 de marzo de 1820 todo tuvo que pasar por


las aguas del Jordan de la reaccione
Para que nada pasase olvidado ó desapercibido, se resu-


citaron las purificaciones contra los empleados desleales á
la causa de la patria, y de las cuales habian desistido los
mismos gobiernos absolutos por conocer las granJes injus-
ticias y venganzas privadas á que aquellas daban lagar.


Debian purificarse, no los empleados nombrados por los
gobiernos Constitucionales, que esos desde luego fueron
destituidos en masa, sino los que habian seguido en sus
destinos.


Al efecto se crearon juntas especiales encargadas de
recoger informes secretos sobre la conducta política que
hubiesen observado, sin que las disposiciones generales ó pu-
ramente negativas, decia el decreto, puedan servir, 11 sin que
sea permitido aamitir las }ustiflcaciones 'Voluntarias de los tes-
tigos presentados por los ·interesados.


Con arreglo á estos informes se hacian las calificacio-
nes como les daba la gana, y admitian ó desechaban al
infeliz, á quien quizás sacrificaba traidoramente un falso
amigo o algun resentimiento privado.


Convertido en delito el acto de haber renunciado los
destinos, sin que valiese la disculpa, el que habia jurado
el rey y la Constitucion y mandado jurarla, se vió el re-
pugnante espectáculo de much,os que se esforzaban en pro-~-.r'


ar que habian sido infieles en el ejercicio de sus fun-
• Clones.




298 LA SOBERANIA
Los militares fueron tambien sometidos á calificacion,


teniendo que presentar una confesion escrita y firmada de
propia mano de todos los actos de su vida desde principios
de 1820; la cual, para salvarles, debia concordar con los
informes secretos.


La desmoralizacion que por tales medios cundia acaba-
ba de gangrenar la sociedad.


En cuanto á los que habian dado pruebas de adhesion á
los principios liberales, por inofensiva que hubiese sido su
conducta, nada pudo salvarles de una cruda persecucion.


Ya al partir el rey de Andalucía se espidió el célebre
decreto de que hablamos en el capítulo anterior, diciendo
ser la voluntad de S. M. que «durante su viaje á la córte
no se encontrase en cinco leguas en contorno de su tránsito
ningun individuo que durante el sistema constitucional
hubiese sido diputado en las dos últimas legislaturas ... ,
ministro, consejero, jefe político, comandante general, jefe
en la milicia nacional etc; prohibiéndoles para siempre la
entrada en la córte y sitios reales al radio de quince le-
guas.)


A este anuncio correspondieron inmediatamente otras
disposiciones que sembraron el terror en las familias ame-
nazadas.


Se estableció con el título de Superintendencia de ~igi­
lancia pública una comision de pesquisas, que, introdu-
ciendo el espionaje y otros medios inquisitoriales en el ho-
gar doméstico, pob161as cárceles de delincuentes políticos,
cuyo delito en su mayor parte consistia en haber profesado
opiniones contrarias á las reinantes.


De los diputados pudieron salvarse los mas por hallarse
en Cádiz, y haber favorecido su fuga los franceses.




NACIONAL. 299
El número de presos fué en poco tiempo tan grande


que, no pudiendo los tribunales ordinarios juzgar con la
rapidez que se necesitaba, ni sirviendo para conocer segun
las leyes en esta clase de delitoR, se crearon en Madrid y
las capitales de provinci~ tribunales especiales mas espedi-
tivos, sin las travas de las formas judiciales, y permanen-
tes para sentenciar las causas de conspiracion: se les dió el
nombre de Oom'isionr:s militares ejecutivas.


Al principio fueron arbitrarias en la imposicion de las
penas, y es de suponer los infelices que sucumbririan al ri-
gor de Jos ódios que animaban á los vencedores.


Despues, á consecuencia de algunas dudas y consultas,
so marcaron las penas, pero sin disminuir el rigor (9 de
octubre de 1824).


De los once artículos que contenia el decreto solo uno
dejaba de condenar á muerte: á los que desde 1.0 de octu-
hre del año anterior se hubiesen declarado ó declarasen en
armas ó con luellOS de cualquier clase enemigos de los legí-
timos derechos del trono 6 partidarios de la constitucion,
pena de muerte; á los que desde la misma fecha hubiesen
escrito ó escribiesen papeles, ó pasquines, dirigidos á los


,


luismos fines, pena de muerte; á los que sedujesen ó pro-
curasen seducir á otros para formar alguna partida, pen&.
de muerte; á los que promoviesen alborotos, cualquiera que
fuese su naturaleza ó prete,sto, si se dirigian á trastornar
el gobierno ú obligar á S. M. á que concediese á un de-
creto contrario á su voluntad soberana, pena de muerte; á'
los que gritasen muera el t¡'ey, pena de muerte; á los maso-
nes, comuneros y otros sectarios, pena de muerte y confis-
cacion de todos sus bienes; á los que usasen las voces alar-
mantes y subversivas de ¡viva Riego! ¡v'¡'va la constitucion! ,


TOI'IO l.


"




300 LA. SOBERANIA


¡mueran los serviles! ¡mueran los tiranos! ¡viva la libertad!
pena de muerte ... ¡Mas todavía! q aedaba «al prudente é
imparcial criterio de los jueces la fuerza de las pruebas en
favor y en contra del procesado y no debia servir de escep-
cíon para la imposicion de la pena ¡horroriza el decirlo! la
embriáguez ... »


El único artículo que no imponia la muerte es el que,
por solo hablar en contra de la soberanía de S. M. ó en fa-
vor de la abolida constitucion, si sus conversaciones no
producian actos positivos, condenaba á cuatro ú diez años
de presidio con retencion, segun las m.iras qne en ellas se
hubiesen propuesto y la mayor ó menor trascendencia de
su malicia.»


Horribles fueron las consecuencias de está 'legislacion
draconiana.


Una delacion, que la envidia. ó un sentimiento particu-
lar sugeria muchas veces, bastaba para llevar á cualquie-
ra al banquillo de los criminales: una palabra vaga ó fria
era suficiente para sumergir á uno en un calabozo: el ca-
pricho de los jueces decidia sobre la validez de las pruebas,
sin hacerlas constar en el proceso.


Se de bia arroj al' veneno en la con versacion y respirar
sangre. ,


No se pueden leer sin estremecerse las Gacetas de aquel
tiempo, llenas de sentencias de las comisiones militares:
CIENTO DOCE PERSONAS fueron ahorcadas, y fusiladas en el
espacio de diez y ocho dias, desde el 24 de agosto al 12 de
setiembre, entre ellos, varios muchachos de diez y seis á
diez y ocho años: un infeliz zapatero, por la imprudencia
de conservar colgado en las paredes de su cuarto el retrato,
de Rie~o, fué condenado á diez años de presidio, llevándolo




NACIONAL. 301


antes pendiente del cue~lo :!1asta el lugar de la horca para
verle quemar por mano del verdugo; y su mujer, por cóm-
plice en el mismo delito, á diez años de galera ... !


Seria interminable el catálago de las atrocidades que
en nombre de la ley se perpetraron.


Era frase usual que se de bia esterminar las familias de
los negros hasta la cuarta generacion.


Así estimulados los ódios y los resentimientos privados,
se aumentaron prodigiosamente las víctimas de la reac-
cion, porque se formaron en casi todos los pueblos compa-·
ñías de apaleadores, que caian sobre el infeliz á quien per-
donaron ú olvidaron los tribunales .


. Consentidas por las autoridades, su tiranía no fué de las
menos duras que entonces sufrieron los liberales, porque
~ra imposible defenderse, y era inútil quejarse.


En casi toda España podia decirse lo que en Galicia :
«En Santiago no hay mas ley, que Radia y Asarey», dos jefes
-de los apaleadores.


:Mucho contribuyeron á exaltar y envenenar las pasio-
nes los dos p.,eriódicos que entonces se publicaban en Ma-
drid, el Resta~trador y la Gaceta.


Sus artículos eran rugidos de fiera hambrienta que ne-
,cesitaba carne y sangre que devorar.


El primero, dirigido por un eclesiástico, fray Manuel
Martinez que predicaba diariamente el degüello y el ester-
mInIO.


Cuando los liberales, espantados de los primeros indi-
'cios de la reaccion, corrieron en tropel á Cádiz para buscar
un asilo en Gibraltar, en América ó en Inglaterra, El Res-
tanrador escribia estas líneas provocadoras: «Desde que ~l
rey ha salido de Cádiz han entrado ya en aq:uellaplaza




302 LA SOBERANIA
cuatrocientos ochenta bn"bones y br'ioonas de ltt negrería •.


Antes habia cerca de mil: no se puede andar por aque~
lla ciudad por que no se vé más que esa canalla, y como
no tienen nada que haüer .se están todo el dia en las calleg
como los judíos.»


El mismo Fernando llegó á cansarse dellenguaj e pro-
-caz y sanguinario de este periódico, y lo suprimió, bien
que premiando al redactor sus servicios con la mitra de
Málaga.


La Gaceta, mucho]mas moderada, jamás nombraba á los
constitucionales sino los pillos, los asesinos, los ladrones.


Tambien el clero contribuia á la volcanizacion de log
ánimos convirtiendo en lógia de nueva especie la cátedra
del Espíritu Santo, y el púlpito en tribuna de demagogo.


Por todas partes y con cualquiera acasion se oia predi-
car una cruzada contra los. herejes, confundiendo de pro-
pósito ante el vulgo la causa de sus propios intereses mun-
danos, únicos atacados por)os constitucionales, con la ~au­
sa de la religion católica, cuya unidad y esclusivísmo ha-
bian consagrado en la ley fundamental. •


Natural era, sin duda, que se celebrase con entusiasmo
el triunfo; natural tambien que los resentimientos engen-
drados por las reformas, mas que por las persecuciones de
los liberales, buscasen una satisfaccion' en' la venganza:
que ningun pueblo se sustrae á las convulsiones de estos
períodos de fermentacion social.


Pero ¡esas purificaciones que condenan. á la miseria á
muchos infelices que tal vez no tuvieran dolor para arran-
car un mezquino pedazo de pan de la boca de sus hijos!


. .


¡esas escitaciones desde el púlpito á la persecucion y el
esterminio! j esa multitud de proscritos que buscan léjos




NACIONAL. 303


de la patria un asilo para sus dias amenazados por el do-
gal del verdugo! ¡esas cárceles cuajadas de presos, cuyo·
delito consiste las mas veces en haber obedecido las órde-
nes del monarca ó profesar distintas opiniones! ¡ esos ca-
dalsos crujiendo sin cesar con el peso de las víctimasl ¿á
qué cadalsos? ¿á qué encarcelamiento y proscripciones? ¿á
qué comisiones militares y depuraciones correspondían?
¿De qué eran represalias? ¿de qué venganzas que hubiesen
ejercido los liberales por las persecuciones de que fueran
objeto en la primera reaccion?


Que hubo lesion grave de intereses en el trienio cons·
titucional, persecuciones injustas, agravios irrita:l.tes, es.
innegable; pero lo es tambien que unos hechos correspon ...
dian á la esencia del sistema, y otros efectos de las cir·
eunstancias y de la necesidad de la defensa.


La ley no inició las persecuciones como ahora; no es-
tableció comisiones militares, ni purificaciones, ni lanzó.
decretos de esterminio como el de 9 de octubre de 1824~


Aprendan los partidos"á saber que la 'Venganza, como la
bola de nieve, 'Va creciendo segu;¿ lJ'ueda, y que los pueblos por
donde corre ¡tallan tambien en el {o.ndo del abismo la destruc-
cion y la 1·uina.


Al fin sonó la voz de la templanza. .
El general Pozzo di Borgo, privado del emperador de


Rusia, aunque en un tiempo revolucionario, y enviado por
él á felicitar á Fernando por su libertad, fué quien prime-
ro osó hablar á éste de la conveniencia de un sistema me-
nos violento, menos tiránico y opresor.


Atribúyense á sus consejos el cambio ministerial que
inesperadamente se verificó~


El marqués de Casa,Yrojo sustituyó en el ministerio.




304 LA. SOBERANÍA.


de estado á Saez, á quien en recompensa se dió la mitra
de Tortusa; el conde de Ofalia ocupó el de Gracia y Justi-
cia ; el mariscal de campo Cruz,el de la Guerra; Balles-
teros, el de Hacienda: todos conocidos por su moderacion
y prudencia.


Muy luego, por la muerte de Casa-Yrujo, Ofalia .pasó á
ocupar su vacante, y llenó el puesto de este, Calomarde,
persona de bien distinta índole, y por sus maldades, de im-
perecedera memoria.


Disgustó el cambio á la mayoría del partido realista,
que tenia toda su confianza en el P. Saez, y un hecho vi-
no en 'breve á aumentar sus recelos.


Ofalia, puesto de acuerdo con Cruz, ministro de la
Guerra, á quien como militar desagradaba el espíritu de
insubordinacion que caracterizaba á los cuerpos realistas,
trabajó porque se concediese un perdon en favor de los
perseguidos liberales.


Se publicó en efecto elLo de mayo, con el nombre de
amnistía; pero ¡cuánto distaba aquel documento de la gran-
deza del sentido que eneierra esa sublime palabra!


La verdadera amnistía perdona á la víctima sin ofen-
derla; la rehabilita sin humillarla: no hace escepciones;
cobija á todos bajo sus grandes y generosas alas; bor-
ra lo pasado sin dejar mas que su memoria para aborre-
cerlo.


Aquella amnistía fué solo un indulto; lo único tal vez
que permitian lRS circunstancias á tan corta distancia del
período constitucional; pero un indulto que, por sus nu-'
merosas escepciones, revelaba mas el encono que aun abri·
gaban los corazones de los realistas, que la generosidad que
empezaba á introducirse en ellos.




NAClONAT,. 305
Parecia que no se perdonaba á los unos sino para mani-


festar mejor el 6dio que se profesaba á los otros.
Quedaron esceptuados de la falsa amnistía los autores


principales de las rebeliones militares de las Oaoezas, de la isla
de Lean, Ooruña, Zaragoza, Oviedo y Barcelona, donde se pro-
clamó la Constitucion de Cádiz antes de haber recibido el
real decreto de 7 de marzo de 1820 mandando jurarla; los
de la conspiracion tramada en Madrid para obligar al rey
á espedirlo ; los jefes militares de la rebelion de Ocaña y,
señaladamente, el conde de La Bisbal; los que le habian
obligado al establecimiento de la junta provisional, primer
gobierno constitucional, y los miembros que la compu·-
. Sleron.


Los que en los tres años habian firmado ó autorizado.
esposiciones para privar al rey de su libertad ó autoridad, y
con ellos los que hubiesen dictado providencias con este fin.


Los que en sociedades secretas hubiesen hecho proposi-
ciones con los mismos objetos y los que hubiesen concur-
rido á ellas, despues de abolida la Constitucion.


Los escritores y editores de ooras en que se impugnase la
religion cat6lica.


Los autores de las asonadas que hubo en Madrid en
1820 y 23 en que se coartó la prerogativa real de separar
libremente á los ministros.


Los jueces y fiscales de las causas de Elío y Goiffieu.
Lo~ autores y ejecutores de la muerte de Vinuesa, del


obispo Levich y de los atropellos cometidos en los presos
de Granada y la Coruña, así como cualquier otro de la mis-
ma naturaleza.


Los comandantes de guerrillas, formadas despues de la
entrada de los franceses, contra estos y los realistas.




306 LA SOBERANIA
Los diputados de las c6rtes que en Sevilla votaron la


destitucion del rey; los regentes entonces nombrados y el
general que lo condujo á Cádiz.


Los que en América tuvieron parte directa en el conve-
nio celebrado entre O'Donoju y Turbide.


Los que ausiliaron la insurreccion de aquel país y los
. .


emigrados que conspiraron contra la soberanía del monar-
ca, 6 contra su familia. »


¿Qué quedaba,. pues, de una amnistía tan ridícula qua
esceptuaba todos los sucesos notables del sistema constitu- .
cional'?


Aquel era un documento irrisorio que se reducía á la li-
bertad de algunos procesados, dejándolos, sin embargo, su-
jetos á la purificacion y vigilanoia de las autoridades.


La mayor parte de los liberales tuvieron que huir yes·
patriarse, decididos sin embargo á aprovechar la primera
ocas ion que se les presentase para levantar de nuevo el
abatido estandarte de la libertad.


El primero á intentarlo, con mas ardor que prudencia,
fué el coronel Valdés, oficial valiente que se habia distin-
guido en el período constitucional combatiendo sin tregua
á los realistas.


A principios de agosto desembarc6 en Tarifa seguido de
los suyos y se apoder6 fácilmente del pueblo que se halla-
ba fortificado.


Pero ¡ay! veinte y ocho dias de~pues y no habiendo res-
o - pondido los pueblos de Andalucía al generoso grito por él
lanz~do, Íúé batido, y mas de cincuenta prisioneros fusi-
lados de una manera bárbara en Algeciras y en Almería.


¡Sangre y siempre sangre!
Fernando VII era una verdadera hiena.




NACIONAL. 307
La derramada por Riego, Lacy, Porlier, Torrijos y el


Empecinado no era suficiente á satisfacer su hidrópica sed
de vep.ganza.


Alguno de sus cortesanos le animaba en sus feroces ins-
tintos diciéndole á cada paso las siguientes testuales pala-
bras: «Señor, un poco de sangre impura derramada con oportu~
nidad es muy conveniente para la salud de un imperio.»


Verdad es que Fernando no necesitaba que le animasen
á obrar de esta suerte; pero si la sangre de los liberales era
impura á los ojos de los realistas, por una consecuencia
muy lógica, 'se desprende que la de los realistas no debia
ser mas sagrada para los revolucionarios.


Seguramente una de las figuras mas simpáticas de
aquel terrible período de crímenes y de asesinatos es la de
la ilustre mártir Mariana Pineda, cuyo recuerdo imperece-
dero se conserva en el corazon de todos los españoles y mas
particularmente en la poética ciudad que el Darro y el Ge-
ni! baña; lugar de su nacimiento y de su suplicio.


Lo interesante de su proceso, lo dramático de cuantas
circunstancias lo rodearon, lo conmovedor de ciertos deta-
lles y finalmente la sublimidad de aquel martirio me im-
pulsan á darlos á conocer tal y como lo relata un reputado
autor contemporáneo, correligionario nuestro, (1) en u.naJ
obra publicada hace veinte años, y cuyo interés, á pesar
del tiempo trascurrido, aun se conserva palpitante.


(1) Tresserra.


TOMO l.




CAPITULO XIII


DOÑA MARIANA PINEDA.


Liberal sí, pero religioso.


En una de las estrechas y tortuosas calles de Fernando
vivia el año 1831 un hombre ya de alguna edad, de opi M
niones exageradamente realistas en compañía de un hij o
suyo, jóven y eclesiástico.


El dia 18 de Marzo del indicado año se hallaba el sa-
cerdote sentado en un sillon de cuero leyendo en voz baja
la" Gaceta de Madrid, cuando ~e repente" no sabemos que
hubo de ver en ella, pues arrojándola al suelo con violen-
cia, esclamó:


-¡Dios mio! cuando terminarán estas tiranías!. ..
Su padre, que se hallaba á co~ta distancia, oyó seme-


jantes espresjones y dirigiéndose al hijo con lento paso y
una infernal sonrisa en los lábios :-¡Qué dices! .. perverso
sacerdote, esclamó, ¿te lamentas del rigor con que n"uestro
paternal gobierno persigue el crímeny la impiedad de ""los




LA SOBEHANIA NACIONAL. 309
negros? lOh! vosotros los liberales sois incorregibles ... é
aquí porque el Gobierno, gracias al cielo, es incansable en
vuestra persecucion.


¡Bien hecho¡ ... ¡bien hecho!. .. yo le aplaudo.
y recogiendo la Gaceta del suelo con dificultad, porque


el peso de"los años se lo impedia, buscó con avidez la últi-
ma línea del decreto y besó con toda la ponzoñosa hi pocre-
cresía de un blanao el «YO EL REY.»)


-Padre, dijo el sacerdote, yo soy discípulo de J esu-
crito y Jesucristo me munda amar al prójimo.


-Los liberales no son nuestros prójimos: son de la ra-
za de Satanás.


-Dios es el padre común de la humanidad y nos man-
da no aborrecer á persona alguna.


¡Bien! Persiste, persiste en esas ideas ... Dios haga que
algun dia no te arrepientas de ellas.


El gobierno de nuestro sabio monarca tiene oidos en
todas partes de las casas y... quizás un dia no te valga tu
estado, ni la probada fidelidad de tu padre.


Anda con tiento.
-Lo mismo le recomiendo á V., padre mio; ¡ándese


V. con tiento!. ..
Estas palabras fueron pronunciadas por el jóven sacer-


dote con una entonacion tan significante que, alarmaron al
padre de una manera manifiesta.


-¿Qué quieres decir con esto? repuso precipitadamente.
Habla; habla ... hay que temer algo?
--Quizá sí, padre mio" y sentiria en el alma que por


una indiscrecion de V., mañana nos proporcionase algnn
disgusto.


-Pero esplícate querido hijQ mio, ¿qué hay"?




310 LA SOBERA.NIA
Háblame con confianza; ya sabes cuanto te quiero.
-Pues bien, padre; le recomiendo á V. una gran cau-


tela: se trabaja mucho para derrocar ese ínicu,o sistema que
V. llama sábio y paternal, y cuando un pueblo entero y
bravo como el español hace desesperados esfuerzos para lo-
grarlo, es muy posible que lo consiga.


Yo mismo he visto cosas que ...
~¿Qué has visto hijo mio, qué has visto'?
-Cosas que no me dejan dudar que tenemos una revo-


lucion muy próxima; le aconsejo á V. que sea prudente.
¡Ouidado que no sean cosas de vuestra ardiente imagi


nadon!
Los masones soñais siempre en el triunfo, y en realidad


os encontrais muy amenudo con el cadalso.
¡Oómo no me digas lo que has visto! ..... .
-Pues bien: se lo diré á V., pero fiando en que un


padre no puede delatar á un hijo y en que V. me guardará
el secreto.


-y acercándose al oido) le dijo con mucho misterio:
----lIé visto la bandera q1~e debe servir de enseña pa'ra la


próxima reüolrucion.
-¿Dónde'?
El sacerdote pronunció un nombre con acento apenas


inteligible.
- ¡Gran Dios! esclamó el viej o realista; si esto es cier-


to, estoy perdido, estamos perdidos todos ..... .
- ¡Oh, nó! repuso el sacerdote con dulzura, los libera-


les no se vengan; no dicen, diente pór diente y ojo por ojo,
como sus crueles é in placables enemigos.


La grandeza del perdon es nuestro mas bello atributo.
-¡Cálla! ¡cálla!. .. me avergüenzo de que seas mi hijo.




:SACIONAL. 311
Y tapándose los ojos', erizándosele materialmente los


cabellus, añadió:
-¡Me voy!. .. ¡me voy!. .. ¡Dios nos asista!
Habia en Granada y en la época á que me refiero un


hombre tan perverso, que su nombre como el del conde de
España en Cataluña, á pasado á la posteridad como símbo~
lo de infámias y crueldades: este hombre se llamaba
D. Ramon Pedrosa, alcalde del crímen y subdelegado de
policía.


Instrumento ciego del sanguinario Calomarde, tenia la
misio n especial de perseguir á Jos liberales y llevarles,
por cualquier pretesto, á la horca, que era el suplicio co-
mún en aquel entonces.


Gozaba de una gran fama de adicto al sistema absoluto
y ejercia una influencia tal sobre la chancillería de Gra-
nada, que bien puede decir~e que era en ella juez y árbi-
tro de todos los destinos del territorio.


El padre del cura,. al verse poseedor de tan gran secre-
to, por la criminal imprudencia de su hijo, yoló á la casa
del mencionado Pedrosa y se lo reveló todo.


Pedrosa conoció al momento lo delicado de este asunto
y opinó que si no obraba con toda la infáme sagacidad de
que la naturaleza le habia dotado, el buen celo del viejo
realista quedaria frustado y el perderia una ocasion de
acreditar ,mas y mas su servilísmo, en favor del rey su señor
'!I amo.


En esta alternativa resolvió mandar á buscar al cura,
dándo palabra á su padre de no castigarle, si el se atenia
en su presencia á lo que acababa de revelarler.


El padre se avino á todo y consintió en esconderse de-
trás de unas cortinas, desde donde pudiera oir el ínterroga-




312 LA SOBERANIA.


torio y salir repentinamente en el instante que fuese lla~
mado.


La casa de Pedrosa distaba muy poco de la del cura;
así es que, á los pocos momentos, se presentó aquel acom·
pañado de un alguacil.


Estaba pálido y conmovido como si un secreto presenti~
miento le anunciase toda la desdicha de que iba á ser causa .


. Pedrosa le mandó tomar asiento y dejó que se serenase;
hasta que por fin, prévias algunas preguntas de mera for ..
mala, principió el siguiente interrogatorio.


Preguntado: Si sabe que en Granada se está fraguando
una conspiracion para derrocar al gobiern,o del rey N. S.
por los constantes enemigos del trono y la religion'?


.Dijo: Que él no sabe nada de esto, por ser cuestiones
ajenas á su sagrado ministerio.


Preguntado: Si sabe en qué casa se está bordando ona
bandera destinada á servir de enseña á la revolucion?


Dijo: Que nada sabia.
Pr~guntarlo: Si conoce á dos señoritas hermanas, llama-


das, Mercedes la una y Angustias la otra, y de qué las co-
nocia'?


.Di/o: Que si las conoce, por ser amigas suyas desde la
infancia, pero nada mas.


Preguntado: Si estas señoritas tienen modo de vivir co-
nocido.


lJi/o: Que eran bordadoras.
Preguntaio: Si recordaba baber dicho á alguna persona


que habia visto en su casa una bandera'?
Dijo: Que nó.
Acto contínuo se levantó Pedrosa y preseniándole un


crucifijo, le dijo:




NACIONA.L.


""t; ... , .i
a.'


."'\. ..... :


-313
-Jurad por Dios y los santos Evangelios, que cuanto


habeis dicho es cierto y de pura verdad.
El sacerdote temblaba; impulsado por un sentimiento tan


noble como generoso iba á estender su diestra sobre el cru-
cifijo, cuando el alcalde del crímen hizo una seña y el pa-
dre del sacerdote se presentó rápidamente, gritando:


-jPerjuro!.,. ¿qué vas á hacer? ..
El sacerdote retiró la mano como herida de un rayo. El


padre continuó:
-¿ Te atreverás á negar lo que yo mismo he oido de tu


boca'?
-¡Padre!. .. esclamó el sacerdote ¿qué ha hecho V? ....
-Dí la verdad y no tengas miedo por tí.
Pedrosa contemplaba aquel cuadro con sarcástica son-


risa y gozaba en ver aquella lucha de encontJ:ados afectos:
su génio infernal se complacia en la ira del uno, en el
acerbo dolor del otro.


Efectivamente, el trance DO podia ser mas duro, sobre
todo para el hijo, que era liberal, si, pero religioso, y como
tal, mucho debia repugnarle acusar á su propio padre de
calumniador, cuando en realidad no lo era.


Largo tiempo luchó consigo mismo como acosado por
las ánsias de la muerte.


Sus ojos parecian saltársele de las órbitas y su mirada
vagaba desatentada y siniestra como la de un loco.


Una e~pantosa tempestad rugía en el fondo de su cora-
zon y de su conciencia; se interrogaba á sí mismo pero sin
acertar á darse contestacion niLguna, hasta que por fin,
pasándose la mano por la frente, para 'enjugarse el frio y
el sudor que la inundaba, murmuró entre dientes: -


-¡Perdon! Iperdon!. ..




314 LA SOBERANfA


y cayó de cabeza contra el respaldo de la silla, exámi-
ne y sin sentido.


-Ya lo ve V., señor magistrado, esclamó el padre,
¡todo era cierto! Mi hij o está perdonado ... Ahora ¡persiga la
ley á los culpables!


MERCEDES Y ANGUSTIAS.


Una hora despues Pedrosa ponetraba, acompañado de un
alguacil, en la casa de las dos hermanas.


Eran huérfanas, jóvenes y hermosas.
Esto para el sanguinario alcalde del crímen no signifi-


caba nada; al contrario, el déspota, que tiene mucho de
cobarde, siempre se ceba mas cuanto es mas débil la víc-
tima de su encono.


Pero en la ocasion presente, conociendo que las dos ni ..
ñas debian ser instrumento muy secundario del delito que
trataba de perseguir, creyó que el modo mejor para conse-
guirlo era presentarse en la casa, mas bien como amigo
que como autoridad.


De todos modos su resolucion estaba tomada: si no lo-
graba su objeto tenia preparados crueles tormentos y qui-
zás el mismo cadalso para las dos infelices huérfanas.


El alguacil se habia quedado en la pieza anterior, de
modo que las niñas, á quienes encontró Pedrosa en un ga-
binetito que daba á unosjardines, ignoraban la permanen-
cia de aquel en la casa.


Cuando estas reconocieron al subdelegado, no les fué
posible co~tener un doble movimiento de repugnancia y
sobresalto.




NACIONAL. . 315


Pedrosa era muy conocido en Granada y su poder te-
mido de todos, y como no podian sospechar el objeto de la
visita de un hombre con quien no las unia ninguna clase
de relaciún, de ahí que su sorpresa fuese legítima; por otra


,


parte, los comentarios q ue sobre sus infames crueldades
pasaban de boca en boca tenian aterrorizadas de antemano
á las dos huérfanas y esta quizás seria la única causa de
haberse manifestado mas de una vez simpáticas por el
bando contrario.


Esta circunstancia no se ocultaba á la perversidad de
Pedrosa y ]e dió pié para entablar el siguiente diálogo:


-Señoritas, dijo, mi presencia no debe alarmar á uste-
des. Yo vengo simplemente para hacer á Vdes. una pre-
gunta, como amigo, aun cuando no tengo el honor de con-
1;arme en ese número.


Desearia que me fuesen V des. francas y leales y que
sin rodeos se limitasen á corroborar un hecho del cual es-
toy perfectamente enterado.


-Caballero, contestó Angustias, que erala mayor de las
dos hermanas, puede V. hacernos las preguntas que tenga
por conveniente, seguro de que nuestra franqueza y leal-
tad corresponderá á la opinion que de V. tenemos formada.


Esta contestacion fué acaso mas franca de lo que Pedro-
sa hubiera deseado, por lo que, mordiéndose ligeramente
los labios, y comprendiendo todo su significado, repuso:


-Ya sé que no tengo la dicha de hablar con personas
~ctas al gobierno que á mí me cabe la alta honra de ser-
vir y que por consiguÍente ...


- ¡CaballeroI es clamó entonces Mercedes, tOI?ando por'
primera vez la palabra; nosotras, pobres huérfanas, $in
instruccion, sin amparo, no entendemos nada de política:


TOMO l.




316 LA SOBERANIA


llo sabemos quien manda, pero le respetamos y obedecemos
q,\l.i~u. ~"\\.i~ra ~"\\.~ sea.


-En este caso, dijo Pedrosa, ¿podré saber por encargo
de qué persona bordan Vdes. cierta bandera 6 lienzo que-


,


sé positivamente ha visto alguno en esta casa'?
Las dos hermanas se quedaron mudas de asorp.bro; no-


acertaban á mirarse la una á la otra: sus ojos fijos en el
suelo y sus rostros repentinamente cubiertos del mas vivo
carmin formaba un singular contraste con la actitud ar-
rogante, con la Ronrisa burlona del sagaz subdelegado de
policía.


-Caballero, dijo por fin Mercedes; nosotras no hemos
bordado bandera ni lienzo alguno que pueda infundir á V.
la menor sospecha.


-Bien decia yo, contesto Pedrosa, que sus opiniones
políticas les obligarian á mirar en mí otra cosa que un
amigo.


---Ya hemos dicho á V., repuso. Angustias, que nos-
otras no tenemos opiniones políticas.


-Sin embargo, Vds. han bordado una bandera, y se-
gun el interés que tienen en ocultármelo, me hacen dudar-
de sus contestaciones.


Pero todo es inútil, señoritas, ya que no me quieren
ustedes recibir como amigo tendré que valerme de mi au-
toridad.


Les doy á Vds. cinco minutos de tiempo para presen-
tarme esa bandera, dijo sacando el reloj, que coloc6 sQbre
un pequeño velador; si pasado este término Vds. no se han
decidido, llamaré al alguacil que aguarda en la antesala y
se procederá á un minucioso registro.


Entonces seré yo, señoritas, quien tendré el disgusta




NACIONAL, 317


de presentársela á Vds. y el negocio tomará un sesgo muy
diferente.


Como saben nuestros lectores, Pedrosa podia hablar con
toda' seguridad.


Pero las niñas, aunque su semblante y el terror de que
se hallaban poseidas las hacian traic~on, se mantuvieron
algunos instantes en actitud negativa.


Cuando solo faltaban dos minutos de los cinco prefija-
dos, dijo Pedrosa:


-¡Cuántas veces la temeridad es la única causa de una
muerte en un cadalso!... Señoritas; el tiempo concluye.


En este supremo instante la idea del cadalso consiguió
desconcertar á las dos hermanas que prorrumpieron en un
copioso llanto.


El infame Pedrosa habia triunfado por el miedo -de dos
huérfanas, hasta aquel dia puras é inocentes.


-¿Por qué llorar? ¡si no tienen Vds. la bandera, no la.
encontraremos! dijo Pedrosa con entonacion burlona. ¡Pron ..
to lo veremos ... !


Aquel instante era decisivo.
Revistiéndose Angustias de valor y anim-ada de una de


'esas inspiraciones rápidas é intuitivas que son propiedad
esclusiva de las mujeres, trató de alejar al menos toda sos-
pecha de complicidad, dando á entender que ignoraban el
objeto de la tal bandera, y con este motivo dijo:
~jLloramos, sí, lloramos, porque somos pobres; porque


si V. se nos lleva el lienzo en cuastion, tendremos que pa-
garlo y Dios sabe lo que sucederá!. ..


-No tengan Vds. ningan temor: yo pagaré á Vds. el
trabajo, y el importe del tafetan lo satisfaré á la persona.
que se lo ha entregado.




320 LA SOBERANIA.
ninguno que merezca como el presente todo elódio y exe-
'Cracion de los séres humanos y justicieros.


Comprendemos hasta dónde 'pueden llegar las vengan-
zas políticas y á lo que puede conducir un fanático celo,
mayormente despues de una violenta reaccion absolutista
como la que atravesaba la desgarrada España desde el año
1823; pero no comprendemos la impudencia de ciertos
hombres que, escudándose en la inmensidad de su poder,
subordinan todas sus acciones á la sed de sangre y de des-
truccion que les domina.


Ray hombres "feroces por temperamento y por organi-
.


zaClon.
De estas desgraciadas naturalezas han de valerse los


gobiernos absolutos que comprenden bien que solo por el
terror pueden detener el carro del progreso un año, un dia,
una hora mas, en esa lucha de todos los instantes, de todos
los siglos; lucha gigantesca, incansable, entre el derecho
y la tiranía, entre Dios y Luzbel.


Pedrosa era una de esas naturalezas.
En Mariana Pineda, no solamente queria destruir un


enemigo, que cierta y sinceramente lo era, sino que iba á
recrearse en uno de sus mas grandes placeres; la matanza.


y para esto iba á invocar ¡tremendo escarnio! el nom-
bre de la ley, el interés del monarca, la gloria de la reli-
gion.


Para conseguirlo, poco tuvo que discurrir; muy poco
que preparar.


Le bastó valerse de una mujer, quizás inadvertida,
mandarla con el lio, cuidadosamente envuelto en varios
papeles, á la casa de la Pineda y entregárselo de parte de
las dos hermanas.




NACIONAL. 321
A esa mojer debian seguirla el celador de policía don


Pedro Fernandez) el dependiente Juan Diaz, con otros, y el
escribano n. Mariano Sanchez; y una vez que aquella mu-
jer hubiera saJido de la casa, debian entrar en ella y regis-
trarla minuciosamente, poniendo arrestados á cuantos en-
contrasen dentro.


La trama era infernal.
Si se hubiese Pedrosa limitado á proceder contra la Pi-


neda, solo por lo que habia de verdad, la hubiera podido
atormentar mucho, es cierto: quizás no hubiera pasado por


,


menos que por una condena de infamante presidio; pero
esto no era bastante para el mónstruo; la ferocidad de sus
instintos pedia ~angre, siempre sangre.
~ra preciso que el cuerpo del delito se encontrase den-


tro de la casa de la víctima predestinada, para arrebatarla
de este modo el punte ó la. baee capital de su defensa ..


Así efectivamente llevó á cabo Pedrosa su criminal
atentado.


En la tarde del mismo dia 18 y á eso de las cinco, los
indicados sujetos penetraron en tropel en la casa de Ma-
riana.


Encontraron sentado junto á la puerta de la antesala del
cuarto principal al sirviente de doña Mariana, llamado
Antonio José Burel, á quien intimaron la órden de no me-
nearse, dejando un dependiente en su custodia y observa-
cion; el Fernandez, el escribano Sanchez y otro dependien-
te penetraron en la habitacion principal, donde encontra-
ron á la Pineda, y el Diaz subió al cuarto segundo en el
que encontró á doña Ursula de la Presa, señora que habia
aprohijado desde muy niña á la Mariana, y la profesaba un
cariño entrañable.




322 LA SOBEl'UNÍA.
El celador y el escribano procedieron en presencia de la.


Pineda, á un minucioso registro y nada encontraron que
ind uj ese la menor sospecha.


Acto seguido se trasladaron al cuarto segundo, y Diaz,
sin aguardar apenas á que entrasen en la habitacion, les
presentó un Ho de ropa que era precisamente .el tafetan
morado ó bandera que ya conocen nuestros lectores, di-
ciendo que lo habia encontrado debajo de un hornillo.


- ¡ Es falso! djjo Mariana Pineda, con tono resuelto y
varonil: esto DO lo han encontrado V des. en mi casa.


La infeliz ignoraba lo acaecido y que doña Ursula lo
habia recibido de la consabida criada en aquel mismo ins-
tante.


-Que lo diga la señora ..... contestó Diaz, señalando á
doña Ursula.


La anciana no tuvo palabra que responder; un temblor
'Convulsivo se habia apoderado de ella y apenas podia rom-
per el llanto que la ahogaba.


La Pineda dirigió una mirada rápida pero penetrante
'Sobre todo& los individuos que la rodeaban, particularmen-
te sobre su buena madre, como llamaba á doña Ursula, y
-se penetró de todo lo crítico de su posicion; adivinó en el
acto toda la maldad que encerraba el hecho.


-¡Ah ... triste de mí! esclamó.
Por fin ... Ino me puedo sustraer á sus iras! pero ustedes,


-que sin duda serán mas caballeros ¿no se apiadarán de una
infeliz mujer'? ¿consentirán Vdes. que pérezca en- UD ca-
dalso quien jamás ha hecho mal á nadie'?


Señores, no quieran Vds. ser instrumentos ciegos de una
perversidad tan grande! tan inauditaf. ..


--Señora, contest61e el Diaz con tono despreciativo, pa-




'i';,J;' \ .. ", .1".
'\ < .... \ ~
,~ .. -, ,. I I ,~~ .!,..


NACIONAL, '


ra'no'sotros las lágrimas y las súplicas no significan nuda,
cuando el cumplimiento de nuestro deber está por medio,o


Doña Ursula se arrastraba por el suelo, abrazaba las
piernas de los esbirros, suspirando y gritando con desespe-


.


raClOn:
-¡Perdon! ¡perdoD' al menos para mi hija, señores!
La Pineda lloraba tambien, sí, porque comprendia toda


la infame traicion de que era víctima; pero su aptitud era
siempre noble y digna.


Sus lágrimas, el color encendido de sus mejillas, su ru-
bio cabello desmelenado y ondeando sobre su cuello yes-
paldas la daban el aspecto de una heroina de la antigüe-
dad.


Era alta, esbelta y bien formada: su cútis blanco y de
una tersUra sin igual; 'el color de ,su cabello rubi~suave;
sus ojos azules y aterciopelados, grandes,' espresivos y cir-
cuidos de una pestaña larga, espesa y bien cortada; su boca
era pequeña con una dentadura menuda y lustrosa como
una sarta de perlas y el color de sus la~ios y mejillas de
un cármin sonrosado, m'lY raro aun entre las mujeres mas
hermosas.


Sus manos eran celebradas como un prodigio de la na-
turaleza. ,


Una mujer de esta clase que suplica, que llora amarga-
mente, es capaz de conmover al hombre mas empederni-
do, pero no á aquellos cuyo corazon sin jugo era incapaz
de esprimir otra cosa que el 6dio y la venganza qu~ respi-
raba su Señor y dueño.


Así es que, escepto uno de los de la comitiva, los de--
más oian indiferentes y hasta con salvaje satisfacciou el
llanto é imprecaciones de aquellas dos mujeres.


TOMO l. 50




326 LA SOBERANIA NACIONAL.
\


Y·destinando para su custodia á,los individuos dela po-
licía J nan Diaz y Mariano. Rodriguez, se marchó con 108
demás, llevándose. solamente.: el cuerpo, del delito.


Era ya muy tarde ,cuando la policía hubo terminado es~
tas diligencias.


Pedrosa empleó toda la noche en instruir un b~eve su-
mario, faltando á todas las formalidades y pasando por en-
cima de la ley.


Al día siguiente, mandó su traslado á la sala segunda
del orímen de la real chancillería, al propio tiempo que es-
cribia á Calomarde suplicándole espidiese una real órden
cometiendo al subdelegado el conocimiento esclusivo de la.
causa.




• /'


CAPITULO XIII.


La bandera liberal.


Mariana Pineda, hija de D. Mariano y de D.- María.
}{uñoz, nació en Granada el l.- de setiembre de 1804.


,


Su padre, capitan de navío de la real armada., caballero
de la distinguida órden de Calatrava y dueño de nn gran
mayorazgo, pidió dos veces consecutivas licencia al gobier"
no para casarse con D.· María Muñoz, siéndole otras tantas
negada por el humilde nacimiento de la persona con quien
queria enlazarse, á tenor de las leyes del reino, vigentes e~
aq nella época.


Veinte dias antes de nacer Mariana, su padre la insti-
tuyó heredera de todos sus bienes qUA no estuviesen afec-
tos á vinculacion, así como de sus muchos créditos, que no
detallaba por ser muchos en número.


Contaba Mariana apenas cuatro meses, cuando su m~­
dre, mal aconsejada, creyó que si no se verificaba su casa-
miento era por falta de cariño ó por tibieza en las negoci~­
ciones que para este objeto practicára su amante, y deter-
minó huir de él para avivar así su actividad y celo. . ."


Estos cálculos salieron fallidos á la po bre .se~ora. ¿>




328 LA SOBERANIA.


Enfurecido su amante, creyendo aquella conducta prue~
ba de infidelidad, rompió con ella toda clase de relacior:es,
se negó á verla y hablarle, limitándose á reclamar judi-
cialmente la hija.


Poco tardó en alcanzarlo, 'pero apenas contaba la niña
quince meses, atacado su padre de una grave en~ermedad,
bajó á la tumba, dejándole á su hermano D. José el encargo
de su hija, pero aquel, prevalido del desvalimiento de la
niña, se alzó con todos sus bienes y renunció despues su
tutorí~, haciendo que recayese la que le nombraron los tri-


. bunales, en la persona de un confitero llamado D . José de
Mersa, hombre honrado y bueno, casado con D.· Ursula de
la PI"eSa, virtuosa familia quecar60ia de hijos y trató á
Marianá como á tal, no reclamando jamás del desnaturali~,
zado · tio el menor socorro .


... Recibió Mariana una educacion- esmeredísima y desde
muy jóven manifestó una· precocidad y un talento tan
grandes, una nobleza de sentimientos y una fineza tal,que
era la admiracion de cuantos la conocían.


Tenia quince años cuando se enamoró de ella eljóven
D. Manuel Peralta y Valte, natural de Huesca y poseedor
de una mediana fortuna.


,


A los dos años de casados entablaron demanda contra
su tío, el ex-tutor, pero éste, desde los primeros pasos, les
ofreció una transaccion, aunque no muy ¡Ventajosa, y re.,.
nunciaron todos sus derechos á cambio de un mayorazgo
radicado en la ciudad de Loja, cuya. renta era de ocho á
diez mil reales .


. A tos tres años de matrimonio,. durante el cual ni el
mas ligero disgusto vino á turbar su feliz y enamorada
existencia; todo debia cambiar de aspecto.




NACIONAL.


· , .-;,,: ~.~~~ 7~ :_.~'> ~
,'.:.. -!.,.~


....


; .


... ~


El-12 de mayo de 1822 qued-ó, Mariana Pineda viuda
con dos criaturas: un niño y' una niña.


El estrago que esta desgracia causó en ella se pudo
apreciar por la estraordinaria mudanza de su semblante.


Pero no hay humana sensibilidad q~e resista al influjo
del tiempo; así es que, pasado ese período, S11 calma fué re-
naciendo aunque muy lenta y dificultos~mente.


Viuda á los diez y ocho años, con talento y entusiasta
por todo lo grande y generoso, naturalmente :debia atraer
á su alrededor una coorte de admiradores y de pretendí en -
tes á su mano.


Contrajo en esta situacion muchas relaciones con jóve-
nes distinguidos y partidarios. del sistema constitucional,
caido en 1823.


' .. N ~ p<>dia. menos- de· ser, . así ,poseyendo . ,una alma. tan
no ble y generosa.


Esto le. atrajo, en 1827, y á la sazon que tenía algunQs
amigos y parientes presos por causas políticas, un proceso
criminal por sospecha~ de íntima correspondencia con los
numerosos emigrados españoles, residentes en Gibraltar.


La policía la vigilaba muy de cerca, pero confiaba de-
masiado en su esquisita vigilancia para temerla.


Era el ángel consolador ,de los presos políticos y de s~s
familias, y lo fué especialmente del presbítero D. Pedro de
la Serrana, tio suyo, y tambien de su primo .D. Fernando
Alvarez de Sotomayor, cuyas cabezas se hallaban ,eIl: gran
peligro.


Para que s~ vea el ingénio y valor que aquella ~ujer
desplegaba en. favor de los liberales, oigamos el rel~to au-
téntico q.ue hace el mismo Alvarez de la fuga que logró
verificar en la cárcel, por mediacion y consej~ de MariaIla ..




330 LA SOBBRANIA.


Acord6, dice, hacer· un hábito de capuchino y se vali6
para ello de una señora muy patriota pero pobre, que llo-
raba la reciente pérdida de un pariente, víctima sangrien-
ta del despotismo, la cual sali6 del apuro lo menos mal que
pudo haciéndolo de paño pardo, y creo· se lo cortó un sas-
tre de buenas ideas, aunque ignorando el objeto.


Tan;tbien me proporcionó Mariana un gorro negro, un
rosario, el cordon y unas barbas, llevándome estos efectos


, , . por SI mIsma.
Las barbas las proporcionó una cómica, cuyo nombre


ignoro, y-antes de una hora, despues de una hora de ha-
berme fugado ya estaban en su sitio en el vestuario del
teatro, sin que nadie hubiese notado su falta.


Debiafingi!"me enfermo, me acostaba temprano, y cuan-
do los compañeros de prision que ocupaban la sala princi-
pal de la torre de Santa Bárbara, se acostaban, que era
despues de la segunda requisa que nos la hacian á media
noche, espiaba yo el momento en que se dormian para de-
dicarme á mis preparativos de fuga, cuyo trabajo abando-
naba tan luego como me advertia el ruido de las llaves que
venian á la tercera req,uisa.


Llegó el dia señalado, que era el en que pusieron en
capilla á un desdichado para ajusticiarlo por robo de vasos
sagrados.


Hasta entonces habia yo reservado el secreto aun de
mis mayores amigos.


Siempre que se ponia un reo en capilla, nos encerraban
en nuestros respectivos calabozos 6 habitaciones, hasta que
á media tarde abrian las puertas de las salas ·para limpiar
los vasos inmundos y llevarnos agua fresca y las cenas:
entretanto salíamos á los corredores.




r,ACIONAL. 331
Pocos momentos antes de esta hora principié á vestir-


me: mientras estaba ocupado· en esta faena estuve varias
veces en peligro de ser descubierto por los muchos depen-
dientes de la casa.


Me puse un pedacito de caña entre el labio superior y
la encía y una holi ta de cera en cada ventanilla de las na-
rices, lo mas gruesas que pude para contribuir á desfigurar
la cara y la voz; todo segun consejo de la Mariana, que me
lo proporcionó.


Por el piso alto habLl" comunicacion á los corredores del
departamento inferior, y daba la puerta cerca de la capi-
Ha, pero habia ot'.'as cinco puertas intermedias cerradas.


Para abrirlas, Mariana me habia proporcionado unos
gruesos alambres, cuyas puntas doblarlas me servian ma-
ravillosamente, y como si fueran llaves ganzúas.


Salí, pues, saludando al paso á los muchos presos que
encontraba y dando á besar mi mano humildemente á
cuantos ·me lo pedían.


Llegué á la jaula, que así se llamaba una pequeña di-
vision formada de fuertes rejas y rastrillos con tres puertas
de golpe, y mandé abrir estos últimos para pasar á la ca-
pilla.


Todo me salió perfectamente; el mismo sota-alcaide me
acompañó y abrió el rastrillo de la ante puerta y pasé por
delante de la guardia riéndome de los sarcasmos y dicha-
rachos ~e los soldados. Ya en libertad, me trasladé á la
calle del Agulla, á una casa que la Mariana me tenía Jis-
puesta de antemano.


Por todo esto, y por ser tachada la Pineda de abrigar
opiniones manifiestamente hostiles al gobierno, se formó
en contra suya el primer proceso, Clue no llegó á sustan-


TOMO J •. ;)1




"


332 LA SOBERANIA


ciarse, y durante el cual se la dió por cárcel todo el rádio
de la ciudad.


En esta ·situacion se hallaba cuando llegó el 18 de
mayo de 183l.


Al difundirse por Granada la noticia del registro, hallaz-
go de la bandera y arresto de Mariana en su propi~ casa, se
apoderó una alarma general del ánimo de todas las gentes
honradas, pero el partido liberal sobre todo se agitó de una
manera estraordinaria; los unos, por un sentimiento de
terror al considerar sp. suerte pendiente de los labios de una
mujer; los otros por un deseo de venganza previendo el trá-
gico fin á que la destinarian sus im placa bIes enemigos;
todos por un movimiento de dolor profundísimo, por las


. inestimables prendas que reconocian en Mariana.
Al dia siguiente, algunos de sus mas entusiastas ami-


gos y partidarios políticos se reunieron en una casa -de la
calle de Elvira, con ánimo resuelto de tomar un partido de-
cisivo y salvarla á toda costa.


El entusiasmo que reinó en aquella reunion, la emocion
de que todos se hallaban poseidos, las lágrimas que se ver-
tieron y la febril impaciencia que todos manifestaron por
salvarla, es imposible de describir.


Allí se espusieron con valentía mil planes, se discutie-
ron mil proyectos, y aun hubo quien propuso con este mo-
tivo lanzarse á la calle y promover una asonada, desarmar
la guarnicion y ahorcar á Pedrosa, á su infame satélite e]
escribano Fernandez, y demás cómplices de sus enormes
crímenes.


Decíase que la guarnicion estaba en buen sentido, pues
no pocos de sus oficiales se babian afiliado al Caroonaris-
mo ... y en cuanto al pueblo, creian era seguro que desde el




NACIONAL. 333
momento en que la campana de la Vela tocase á rebato no
faltaría uno solo de sus individuos al combate.


Hemos oído relatar aquella escena á testigos presen-
ciales y podemos asegurar que todos rebosaban de entu-
siasmo, de liberalismo y de deseos por salvar á la Pineda.


Pero estaba escrito que DO lo lograrian.
Faltaba una persona que fuere la primera en dar el


grito: nadie tuvo valor.
No dudamos que la Pineda se hubiera podido salvar


por éste y muchos otros medios, porque al fin se hallaba
en su casa sin mas guardia que dos solos dependientes de
la policía, pero quiso su desgracia que se tomase con me-
nos calor la parte ejecutiva y que ~e pasase el dia sin
adoptarse ninguna determinacion.


Cuando las circunstancias son perentorias, no se dis-
cute, se obra y reflexiona á un mismo tiempo.


El veinte por la tarde, sin embargo, enterados de la
verdadera situacion de Pineda, y sabedores de que amenu-
do se la dejaba sola con uno de sus guardianes, lograron
hacerla comprender que todo se hallaba preparado para su
fuga, siempre que ella pudiese salvar libremente la esqui-
na de la calle.


Para el valor de Mariana esta empresa era de muy fá-
cil ejecucion.


En la mañana del dia siguiente, veinte y uno, -apro 4
vechaildo la ocasion en que el Diaz se hallaba ausente en
busca de provisiones de boca, se vistió un traje de D. a Ur-
sula de la Presa y levantando con mucho sigilo el pesti-
llo de la puerta principal, en ocasion q ne Rodriguez se
hallaba contemplando unas obras que se practicaban en el
patio interior de la casa, se lanzó á la calle.




334 LA SO»ERAN lA


Quiso su desgraciada suerte qua dicho es birro notase
al punto su desaparicion, y como una saeta salió en su
busca en el momento en que salvaba la esquina convenida.


Mariana, al verse sorprendida, no por esto dejó de se-
guir su camino con precipitado paso, pero Rodriguez la
detuvo por el brazo y la dijo;


-Señora, si V. vuelve á dar un paso mas, la paso el
corazon con este espadin.


y sacando el arma hasta mas de la mitad del baston
que le servía de vaina, continuó:


.-Tengo órdenes muJ'" severas, "Y no -puedo -permitir
que salga V. de su casa sin órden espresa.


-¡Por Dios! contestó Mariana ¡por Dios, no tenga V.
una alma tan cruel!


Déjeme V... ¡tengo hijos! ¡soy inocente!
-¿Eso no es cuenta mia, contestó el polizonté: vuelva


V. á su casa al instante.
-¿,Qué interés puede V. tener en perderme? ¿qué le he


hecho á V.? ¿qué mal he hecho á nadie? .. V. no se com-
promete; déj eme V. marchar ...


-¡Basta de palabrerías! ¡Vamos; vamos! y acompañó
estas bruscas palabras con un fuerte empellon: Mariana
perdió el equilibrio, cayó, y el polizonte la levantó del
suelo, no por compasion, sino para asegurarse de su per-
sona.' ...


El rostro de la Pineda se puso encendido. como la gra-
ma; pero de ira y de vergüenza por el inmundo contacto
de aquel hombre en medio de una calle pública, aunque
á la sazon solitaria; así que llena de noble indignacion es-
clamó:


¡Infáme, tú eres mi perdicion!




NACIOhÁL 335


Entónces se tiró e] velo de la mantilla á la cara y mar-
chó á dos pasos de distancia delante del cruel Rodríguez.


Constituida de nuevo en prision., acto contínuo el de-
pendiente dió parte por escrito al subdelegado principal
de policía, el cual trasladó la comunicacion al juez D. Gre-
gario Ceruelo, que ya entendia de la causa, y éste proveyó
un auto para que se condujese á la cárcel de córte á la
Mariana, á D. a Ursula y á sus dos úriados.


Mas habiendo pasado el dicho Cernelo á la casa de Ma-
riana asistido de los dependientes de su juzgado, la encon-
tró acostada en cama, al parecer enferma é imposibilitada
de levantarse, y mandó fuese reconocida por facultativos,
como se verificó; despues de esta providencia se la re-
cibió declaracion, en la que se le preguntó si sab~a ó pre-
sumia el motivo de su arresto y si habia sido alguna vez
presa ó procesada; contestando que lo habia sido una sola,
por una declaracion falsa, en la causa que se seguia por
la policía, sobre supuesta infldencia; por último, se tomó de-
claracion á los facultativos, yen su virtud el juez proveyó
otro auto mandando suspender por el momento la trasla-
dacion de la Pineda á la cárcel de eórte.


El criado Burel y sirvientas María Roman y Cármen
Sanchez no pudieron evadirse de esta providencia.


Los dependientes Juan Diaz y Mariano Rodriguez fue-
ron releyados )or los algúaciles Pedro Ga~cía, Francisco
de Leon', Félix Merino y Fernando de Cámara.


Cayó efectivamente :Mariana en un profundo abati-
miento, en una enfermedad real.


Conocia que el proceso que se le iba formando tomaba
muy graves proporciones y que su desenlace seria fu~esto.


No hay alma, por grande que sea, que al verse·presa




336 LA. SOBERA.NIA.


de una vil emboscada no sienta todo el horror é indigna-
cion de su fa tal estrella.


Mariana Pineda era jóven, era sensible, era mujer y
en séres de esta naturaleza, las grandes emociones causan
profundos estragos; por esto al verse sola, incomunir,ada,
enferma; ~l ver que se pasaban las horas y aun 'los dias
sin que sus amigos tomasen ninguna determinacion, siem-
pre en. medio de un profundo silencio solo interrumpido
por]a presencia del escribano, del juez ó de Pedrosa, su
mortal enemigo, tuvo momentos de verdadero desaliento
y postracion.


tNó hay cuatro hombres, esclamaba, cuatro hombres
en el partido liberal de Granada, capaces de librarme de
las garras de esos esbirros cuya presencia me atormenta
mas que mil muertes'?


¿Qué hacen mis amigos que así desperdician esta oca-
sion~ ¡Dios mio! ¡Dios mio! ¿porqué me abandonarán'?


Pero liÓ, esclamaba acariciando aun las vanas ideas de
esperanza que cruzaban por su mente, ¡nó!. .. e1108 ven·
drán y me sacarán de aquí: tal vez en este mismo ins-
tante~ ....


y poniendo el oido atento, suspendiendo su propia res-
piracion, la parecia á cada eco, á cada lejano rumor, que
iban por ella, q"J.e la llamaban para salvarla .....


¡Pobre Mariana! Es cierto que no faltan de dia y de no-
che conciliábulos con este objeto, perotambien es cierto que
al ver frustrado el primer intento de evasion, un terror
pánico se apoderó de no pocos, el entusiasmo fué amorti-
guándose y finalmente se adoptó la resolucion de ver ve-
.


nIr .....
Apenas la robusta constitucion de su naturaleza triun-




NACIONAL. 337


fó de la enfermedad, Pedrosa, que estaba acechando ese
momento propicio para sus intento~, la hizo trasladar al
beaterio de Santa María Egipciaca.


Este golpe debió ser muy fatal para la Pineda.
Trató de resi~tirse á todo trance pero en vano; tuvo al


fin que despedirse de su casa.
Aquella escena fué triste y desgarradora.
Lloraba, pero sus lágrimas corrian silenciosamente por


sus megilla.s; era el llanto de la que principiaba á ser már-
tir resign ada .


Al verla tomar su mantilla y ponérsela delante del es-
pejo, al cerrar lOR cajones de sus comodas, entorr...ar los
postigos de los balcones y ventanas, meterse despues de
cerradas todas las puertas las llaves en los bolsillos, cual-
quiera hubiera creido que se preparaba para un largo
. .


vIaJe:
¿ Tendria la con viccion de q ueno vol veria mas á aq ue~


lla casa? .
Creemos que sí.
Cuando hubo coneluido su tarea:
-Vamos, dijo; señores, ya estoy -dispuesta.
Los alguaciles pasaron delante hasta la puerta de la ca-


lle, allí emprendieron su marcha de esta suerte: primero
marchaba Pedro García y Francisco d~ Leon; á la distancia
de unos cuatro pasos seguia la Pineda, que iba sola, y de-
trás, formando la retagu~rdia, Felix Merino y Fernando de
Cámara. ~


Bueno es que se conozcan todos estos nombres para que
la posteridad los execre.


Al atravesar el umbral de la puerta en medio de la ma-
Jor congoja, esclamó Mariana:




338 LA :HBERANIA.


-I Adios! ¡adios, querida casa mia! ...
El beaterio de Sta. l\laría es uno de los e,dificios monás-


ticos mas tristes y lúgubres de Granada, su diciplina una
de las mas estrechas y severas, sus rentas escasas ... es ana
comunidad pobrísima.


N o es solo una clausura sino una cárcel esp~ntosa ...
es un verdadero sepulcro en vida.


Todas las ventanas tienen dobles rejas de hierro con
esperas celosías, todas las celdas son estrechas y húmedas;
el coro, el refectorio, la iglesia de forma chata y above-
dada.


La oscuridad, au~ en medio del dia, es profunda; ni
una ráfaga de aire puro, ni el canto de un pájaro penetra ni
turba nunca aquella soledad ni aquel silencio imponente.


Mariana Pineda 'fué colocada en una de las celdas del
"tras-coro, que era como todas, pequeña, húmeda y nlal
sana.


Un catre de tijera, una mesita sobre la cual habia al-
gunos libros de devocion, un crucifijo de madera en la ca-
becera del catre, una imágen de la Vírgen de los Dolores
dentro de un nicho 'y dos solas sillas con asiento y respaldo
de cuero, constituian todo el mueblaje de la celda.


Mucho padeció la infeliz en aquella tristísimamansion,
sugeta A, una severa disciplina monástica, privada de toda
comunicacion con sus deujos y amigos: allí no tenia mas
amparo ni consuelo que el dt3l cielo, y falta de todo género
<le recursos, sufrió privaciones que aunque pequeñas en sí,
~o por esto dejaban de atormentar su alma oprimida ya
por tantas congojas! ...


Ella, habituadaálos naturales halagos que siempre sabe
conquistar el talento, la hermosura y la juventud; ella,


, .




NACIONAL. 839
:ac0stumbrada á las comodidades de su posicion un tanto
-desahogada!. .. Cuánto debió sufrirL ..


¿Cómo no hahía de comparar con punzante dolor el hor-
rible contraste de su situacion presente'?


Sin embargo, era talla fortaleza de su ánimo, que en
medio de la terrible agitacion de su espíritu manifestaba
la mayor conformidad.


La dulzura de su carácter cautivó bien pronto á las her-
manas del beaterio, á quienes edificaba con su humilde
comportamiento, y acabaron por ser su,s mas humildes ser-
vidoras, mas bien que compañeras de infortunio.


Aun recuerdan algunas de aquellas beatas, hoy ya bien
ancianas, y con lágrimas en los ojos, 'las virtudes, la ama-


. bilidad, la resignacion de aquella muger que tuvieron en
e-pinion de santa.


Conservan como reliquias algunas de las labores de su.
mano, trabajadas en las cortísimas horas que la lectura y
la meditacion le dejaban libre.


¿En qué pensaban entretanto sus amigos del partido
liberal de Granada'?


Continuaban celebrando nocturnos conciliábulos: en
España siempre sucede lo mismo ... resueltos estaban segun
decían á salvarla, pero ¿cuáles eran sus trabajos} sus me-
dios, los elementos con qué contaban? ..


No tenemos noticia mas que de sus buenos deseos y de
la conviccion en que todos estaban de que podrían sacarla
del Beaterio el dia en que se lo propusieran, pues que allí
no tenia guardia, ni celadores, ni esbirros.


Pero siempre la fatal resolucion de, 1)er 'Venir era la úni-
ea que se tomaba.


Recibida estaba la causa á prueba, por auto de la sala y.
TOllO l.




340 LA SOBERANIA


'Por término. de quince dias, cuando Pedrosa, recibiendo·
contestacion de su digno amigo' el ministro Calomarde, á.
la carta en que pedia le confiriese el conocimiento esclusi-
vo de la mIsma, obtuvo á medida de su deseo una real
órden mandándole incautarse de ella, y en caso de ser la'
sentencia de pena capital, encargaba su revision ~ la sala
de alcaldes de casa y córte.


Al recibo de esta real 6rden estendió Pedrosa un escrito
reduciendo á doce los quince dias señalados para el término
de prueba, improrrogables, con calidad de todos cargos y
con plazo fatal de veinte y cuatro horas para que elletra-
do se enterase del proceso y formulara la defensa.


Apenas Mariana principiaba á disfrutar algun reposo-
en la soledad, cuando vino á exacerbar de nuevo sus an-
gustias el escribano encargado de notificarle la peticion del
fiscal de S. 1\1. ¡Terrible trance!


Se le pedia, en nombre de la vindicta pública, la pena
capital en los siguientes testuales términos:


«El fiscal de S. M. en vista de esta sumaria en que se
trata de un delito horroroso y detestable, como es el del
encuentro y aprehensiones del signo mas decisivo y termi-
nante de un alzamiento contra la soberanía del rey N. S. y
su gobierno monárquico y paternal, dice:


);Que indudablemente aparece comprobado el cuerpo
del crímen de la mayor y mas intensa gravedad, con la
aprehension del tafetan mÜ'rado, cuyo trozo y signos que
comprende y que por una afortunada casualidad acababan
de aclararlos J las letr:as 6 caractéres sueltos, y la plantilla ó
,


modelo de sus tres lemas que fueron aprehendidos, presenta
la forma de una bandera, para que sirviese de señal de alar-
lIla para un gobierno revolucionario: y acerca de losperpe-




~ACIONAL. 341 '.


''tradores, cómplices y ocultadores de tan infernal como.
horror~sa trama y aun de la ejécucion de aquel signo con-
'vincente de su existencia, presenta tambien el sumario
proporcional y respectivamente el conocimiento mas apre-
'ciable contra los inculcados en él.


\)8e ofrece al exámen y juicio del trihunal uno de aque-
llos delitos, en que por circunst~ncias y modo tenebroso y
de estraordinaria reserva con que se maquina, hasta el mo-
mento de estallar, es susceptible de prueba privilegiada,
la cual en tales casos produce, segun derecho, la misma
virtud y valor que la mas solemne y acabada.


»La indicada bandera, señal indubitada del alzamiento
que se forjaba, se halló y fué aprehendida con los demás
earactéres que habrian de completar su forma, dentro de la
'casa en que habitaba doña Mariana Pineda, cabeza prin-
cipal de ella; y al modo que la ley recopilada hace respon-
der del homicidio al morador de la casa, si en ella se halla-
se muerto un hombre, salvo su derecho para defenderse si
pudiese; esta misma responsabilidad obra con la doña Ma-
riana, teniéndosela por autora del horroroso.delito, motivo
de este proceso; y tanto mas urgente se hace este cargo y
responsabilidad legal, cuanto que en la causa de aquella"
no era desconocido el carácter y objeto criminal de la meu-
-cionada insígnia, pues que resulta, que doña Ursula de la
l)resa, habitante de la misma casa, y quien tenia en ella
recogida á doña Mariana, aun dispensándole el título de
madre, luego que entendió que dentro de la misma casa se
hallaban los dependientes de policía, trató de ocultar el '
'cuerpo del delito} que al fin entregó por sorpresa, rogando
·al dependiente aprehensor, hiciese lo posible por no peraer
la familia de casa.




LA SOBERANIA


»La conducta criminal de la doña Mariana, por su exal-
tada adhesion hácia el sistema constitucional revoluciona-
rio, y por su relacion y contacto con los anarquistas expa- .
triados en Gibraltar, y por lo que tambien tiene procesOf
pendiente, segun informa el señor subdelegado de policía}
y aun ella misma tiene contestado, es una indicacÍon in-
destructible y del mas apreciable enlace con la perpetra-.
cion del deli to que se persigue, y para tenerla por uno de
sus principales autores, y el hecho mismo de haber em-
'prendido su fuga de la prision que le fué constituida en
su casa, y cuyo descargo es por sí mismo despreciable, la
presente confiesa, segun la ley, en el delito de que proce-
dia su prision, y con doble motivo porque intentó seducir·
ó cohechar al dependiente que la custodiaba, y que la dió·


I
al~ance en su fuga; diciendo á éste que la dejase, ofrecién-·
dole qua se fuese con ella y que le haria feliz : de forma,
que de todo ello se deduce, que la doña Mariana Pineda se
halla legalmente convencida de la perpetracion del atroz
delito de que se trata; como de maquinaciones y por actos
de rebeldía contra la autoridad soberana del rey N. S., Ó
suscitar conmocion popular que ha llegado á manifestarse,
pOI' un acto preparatorio de su ejecucion, como se designa
en el artículo 7. o del real decreto de l. o de octubre del año.
próximo pasado, y que por consiguiente es merecedora de
la pena capital que en el mismo artículo se fija.))


El magistrado que así reclamaba la imposicion de tan
cruel y desproporcionada pena era amigo de la. ~usada,
ministro puro '!J recto, segun se decia, hasta entonces; hom-·
bre compasivo 11 de carácter temp lado, pero de ánimo apocado.
y débil en sumo grado, que se dejó acobardar por las ame"" ~


. nazas del sanguinario Pedrosa.




\
NACIONAL. 343


Para nosotros no merece perdon; tan criminal es como
su cómplice, tan infame, ó mas si cabe, que todos ellos.


Aun cuando aquella circunstancia fuese cierta, no amen ..
guaría la gravísima responsabilidad en que incurrió seme ..
jante funcionario del órden judiciaL


Ningun poder. ha de ser bastante á torcer la vara de la
justicia.


Mucho sintió Mariana que pidiese su muerte un hom-
bre que hasta entonces habia tenido cqmo honrado, y mi-
rado como amigo.


Q d· ., ¡ ué 19no an:lgo ....
No podia convencerse de semejante anomalía.
Sin embargo, ni una queja, :c.i una espresion que indi-


case el menor resentimiento contra el fiscal .pronunciaron
sus labios.


Bien es verdad que la infeliz no consideró semejante.
atroz peticion sino como de pura fórmula.,


. P.or esto sin duda, echando una mirada risueña pero,
despreciativa al tribunal, dijo,:


-Noten Vds., señores, que tengo el cuello bastante ro-
busto para ser aj usticiada.


Pero el escribano de la causa, sin pararse en estas pa-
labras, la hizo firmar la notificacion y la indicó que nom-
brase abogado -y procurador para sus defensas.


-Nombro] dijo, con singular entereza, al letrado don '
José Escalera y al procurador D. Francisco l\tlendez.


Una de las' hermanas del Beaterio con quien hemos te·
nido ocasion de hablar mas de una vez, nos ha dicho que
desde aquel dia fatal hubo en la comunidad un verdadero.


.....


dolor y espanto.
-..;.AIgunas de nosotras, decia, pasábamos las noches




344 LA. SOBERANIA
prosternadas en el coro llorando amargamente é imploran-
do á Dios la salvacion de Mariana.


No la abandonábamos un momento, aun cuando no te-
níamos necesidad de confortarla, porque estaba tranquila,
en cuanto cabe, en situacion ta!l triste:


Aun ella misma nos exhortaba á tener valor yá no des-
consolarnos.


Durante estos momentos sus amigos hicieron llegar á
sus manos algunas cartas, recomendándole valor y espe-
ranza, asegurándola que se trabajaba mucho y que no sal-
drian fallidos sus esfuerzos ..•


¡ Pobre Mariana!
El abogado defensor pidió la vista de la causa en estra-


dos públi?os, lo que debt3 -preceder á la sentencia para que
el juez se ent~re á fondo por los informes del acusador y
defensor del mérito de_los autos y de las disposiciones de
la ley; pero esta utilísima solemnidad, que jamás se niega
en cuestiones de alguna importancia, se negó en esta cau-
sa' y no se notificó la negativa para que se ignorase cuan-
do habia sido consultada la 8entencia con la sala de al-


. -' \


c~ldes~
Hé aquí algunos de los principales párrafos de la de-


fensa, defensa pobrísima por cierto:
-«Cierto es que el delito de que se trata, decia el de--


fensor, es de los mayores y mas graves y que exige por las
leyes el mas ejemplar castigo: cierto es tambien que la


...


llamada bandera, letreros y demás encontrado, son cuerpo
de delito: é igualmente lo es q,ue la aprehension de todo
ello se ejecutó en la espresada casa como va referido; pero
DO lo es que mi defendida sea autora ó cómplice del atroz
delito que se le imputa, porque sobre ella no hay una prue-




NACIONAL. 345


ba cierta, y sí muchas duda~ que impiden la claridad qU&
exigen 'las leyes del reino, para que se imp~nga la pena.
del último suplicio, ni la inmediata, sin embargo. que sea
por las mismas privilegiada la tal prueba, porque es bien
sabido que ha de ser efectiva y cierta, aunque de menos so":
lemnidad, y que no bastan para ella, en el caso propuesto,.


"los meros indicios, sospechas, ni presunciones que resul-
ten contra los procesados.


(Aquí hace la historia del registro, hallazgo de la ban-
dera y arresto de la Pineda en su propia casa; en seguida
continúa :)


»Con presencia de todo ello, puede decirse con verdad,
que lo primero que en toda causa 6 proceso debe resaltar
bien comprobado, que es el cuerpo del delito porque se pro-
cede, no lo está en la presente, puesto que no es indudabl6
ni cierto positivamente que el tafetan aprehendido consti-
tuy~ 6 forme una bandera, y bandera de alzamiento, cons-
píracion 6 revolucion: lo uno, porque aun no estaba hecha'
bandera, y por consiguiente aun no lo era, y lo otro por-
que el emblema del triángulo verde fijado en su centro,
demues.tra que su destino era mas bien para adorno de al-
guna lógia francmasónica; y acerca de este delito que es de
otra especie, solo serán reos los que lo sean, ~ se reunan, y los
cojan; pero no los que formen cosas ó borden sus atavíos, '!I
menos las mujeres, que así como no pueden ser obispas ni
confesoras, tampoco pueden ser francmasonas; por lo inismo
el calificar de bandera revolucionaria el tafeta:a aprehen-
dido por solo los letreros, de los cuales solo dos están prin-
cipiados á bordar, es tan aventurado, como lo seria estimar
envenenado á todo difunto que tuviese las uñas moradas, ó
alguna otra señal de las que produce el veneno; siendo así




, , "


,


346 I.A SOBERANÍA


que muchos se mueren sin to~ar otro q,ue el que tenia n
en la'masa 'de sus humores, propio 6 adquirido, 6 el de las
medicinas que les recetan; y porque hay muchas cosas que
se equivocan con otras, así como el insultado con el muer-
to, el hip6crita con el hombre de bien, la venganza con la
rectitud, la ignorancia y la cobardía con la prudeI,lcia, y la
tontería con la santidad.


»Todo es de presumir que lo tuvo presente el señor go-
bernador de las salas del crímen, y que por ella usó de la
agudeza satírica en su oficio dirigido á V. E. con fecha 19
de marzo de llamar al tafetan aprehendido bandera tricolor
en lugar de revolucionaria, pues no podia ignorar S. S. que


, no toda bandera de tres colores se llama tricolor, que los de
esta son azul, blanco y encarnado, y los que se ven en el
tafetan son encarnado, morado y verde, y así tambien por
igual razon, no todo lo que forma tres es trinidad, pues no
lo son los tres números de un terno de lotería, ni los ene-
migos del alma que eran tres, antiguamente, aunque ya
se cuentan por gruesas como los del cuerpo, y los de la
tranquilidad y felicidad del género humano. \)


¡Qué defensa tan pobre! ¡qué lenguage tan vulgar el
del defensor! qué ideas, qué argumentos, qué figuras retó-:
ricas tan prosáicas! .


¡Pobre Pineda! ...
»A ello se agrega, continúa diciendo el abogado defen-


sor, que para un alzamiento 6 revolucion no hay necesidad
de banderas, sino de armas y gente, y así es que en las
muchas revoluciones que conocemos, unas por desgracia y
otras por fortuna, no habrá quien diga con verdad que ser-
via de señal ninguna bandera, y no habiendo en el caso.
presente ni armas, ni gente dispuesta ó alistada para aI-




~ACIONAL. 3t7
zarse á revolucionar, la llamada bandera es un trapo insig-
nificante.


»Por otro concepto, el legislador trata de ~ontenér, con
las graves penas que establece contra los conspiradores, la
ambicion de los hombres que las promueven para tomar
destinos.


»¿ y cuál podria esperar la doña Mariana Pineda, ni la
vieja doña Ursula'?


»¿Seria aca.so por la Iglesia, por la toga ó por la mili-
cia?


»¿Qué interés, pues, podia moverlas á tal atentado'?
»A la verdad, ninguno.
»Mas, sin embargo, la parte fiscal acrimina severamen·


te á una y otra.
(Habla aquí el defensor del tanto de- culpa de doña Ur-


su ~a y enseguida continua.)
»En cuanto á la doña Mariana PiLeda, puede decirse


que aun es menor, si cabe, la prueba que resulta de la cri-
minalidad que se le atribuye, porque ni la llamada bande-
ra) ni los letreros se le aprehendieron en su persona, ni en
cofre ó cómoda suya, ni en su habitacion, ni puede decirse
con fundamento que sean obra de sus manos las letras
bordadas del tafetan, porque no sabe bordar, y porque en
la casa no se halló bastidor alguno, ni otro indicio de que
allí se hubiese bordado, cuya ocultacion tampoco es de
presumi~, porque era inútil dejando el tafetan y letreros y
. siendo mas fácil y urgente esconder estos, que no un mue-
ble que por sí solo no prod ucia sospechas; ni además se
conve:c.ce que la doña Mariana supiera existian en su casa
el dicho tafetan y letreros ...


»A ello se agrega que no hay prueba alguna de que el
TOMO l. 53




348 LA 80BERANIA
repetido tafetan fuese para formar con él la bandera llama·
da revolucionaria, ni aun cuando para ello fuese, que se
niega, el h~berse aprehendido en casa de la doña Mariana,
no constituye por su mera existencia el acto preparatorio
de ejecucion del 'grave delito de rebeldía contra nuestro
soberano, ni el de conmocion popular de que habla el artí-
culo 7. o del real decreto de l. o de octubre del añó próximo
pasado, para que pueda imponer la pena en él señalada á
la doña Mariana Pineda, por dos razones: por la ignorancia
de esta ley de cuya noticia ó conocimiento DO se ha inter-
rogado, pues siendo mujer la referida, le basta solo alegar-
la para que sea atendida y la escuse por derecho; y la se-
gunda,porque los tales actos preparatorios deben ser de los
necesarios á la rebeldía ó conmocion popular, y 'no bastan
los contingentes ni equívocos, y porque además han de
ser completos ó perfectos; pues ya está dicho que el tafetan
aprehendido podria haberse formado con otro fin ú objeto;
esto es, para otro uso que el de bandera revolucionaria:


; qué las tales qanderas no son precisas, ni aun ne~esarias
para las revoluciones; y que aun cuando con el repetido
tafetan se hubiese pensado en formar semejante bandera,
se observa que no estaba, ni concluido el adorno ó distin-
tivo de sus lemas, pues faltaban por bordar mas de la mi-
tad dé ellas, y que por consiguiente, que sin estarlo, se
quitó del bastidor, del cual es bien sabido que no se separa
lo que se está bordando hasta que se concluya, porque se
desperfecciona y no puede despues continuarse bien, fal-
tando el primer atirantado que tenia la tela: y cuando se
quitó á medio bordar, seria por algo seguramente.


I »¿Y no es posible que fuese porque el autor de esta
obra se arrepintiera y desistiese de su empresa, y que tra-




NACIO~AL. 349


tara de conservar el tafetan· para aprovecharlo, desco-
siéndole y quitándole lo que tenia bordado?


) y si así fuese, porque es posible que lo fuera, y por-
que no hay prueba alguna en contrario, ni la hay tampoco
de que por otra causa se quitase del bastidor el tr.fetan an-
tes de concluÍ!- su bordado ¿cuál seria el delito del que lo
ejecut6?,


»Y cómo podrá, bajo de estos supuestos tan racionales
y prudentes, constituir en buena filosofía acto preparatorio
completo ó perfecto de rebeldía ni de conmocion popular la
mera existencia del tafetan aprehendido en la espresada
forma?


»No es posible, sin embargo de que se estime 'lue hay
alguna responsabilidad en la persona de cuyas manos se
aprehendió.


» Así como no se estimaría tampoco, si no es dispara-
tando' acto preparativo completo ó perfecto de un homici-
dio, el resolverse á ejecutarlo, tomar armas, dirigirse con
ellas á buscar ó á esperar en sitio fijo al que 'habia de ma-
tarse; pero que arrepentido el que lo hacia, se volvió sin
haber llegado al sitio en que debia esperar ó acechar y en
el camino, ya de vuelta, fuese aprehendido por la justicia;
al contrario, con razon podria estimarse que el acto prepa-
ratorio del supuesto homicidio era completo, si habiendo
llegado el figurado homicida armado al sitio que habia
de esperar ó acechar para ejecutar la muerte, Re le apre-
hendiese en él, esperando ó acechando con las armas pre-
paradas.


»Y por otro concepto, los delitos y delincuentes, asimis-
mo como las virtudes y los virtuosos, no se deben calificar
por el esteríor que presentan, porque no es lo mismo pare-




350 LA SOBERANIA.


eer criminal que serlo, así como tampoco es lo mismo ser
justiciero que justo; pues entre uno y otro hay mucha di··
ferencia.


,)Mas, sin embargo de todo ello, que es tan claro y sen-
cill01 y tan fácil de comprender, la parte fiscal acrimina á
la doña Mariana por dos conceptos, ambos en ley,. de pre-
sunciones: el -primero lo funda en el hecho de la aprenen-
sion ejecutada, porque se hizo en la casa morada de doTía
Mariana, "Y 'Porque ésta, como cabeza de ella, debe respon-
der, y para demostrarlo, hace comparacion de lo prevenido
en la ley de fuero y recopilacion acerca del hombre muerto
ó herido <lue se hallare en alguna casa -y no supiese quién
lo hirió ó mató; pero este argumento de comparacion no
podrá menos de o bservarse que no es tan exacto como se
supone, por muchas y poderosas razones; entre otras, por-
que no es tan fácil matar_ á un hombre sin veneno en una
casa sin que lo entienda el dueño de ella y que pueda de-
signar quién lo mató, como el introducir y colocar en al-
g~n sitio de ella un trapo y unos papeles de poco bulto ó
volúmen, sin que lo vea, ni entienda el dueño de la casa;
bien sea por los domésticos de ella ó por otra persona de
las que concurran á la misma, ó por las dos cosas, porque
la indicada prevencion de ley recopilada que produce la
notada sospecha y el cargo á ella consiguiente, se ciñe y
limita al homicidio de que trata; no se contiene en el real
decreto citado del l. o de octubre del año próximo pasado, y
su ampliacion de aquella á este; y con tan diverso objeto
es improcedente y odiosa en derecho; y sobre todo porque
la ante dicha ley recopilada solo ordena que el morador de
la casa sea tenido de responder de la muerte, pero. no que
muera por ende ni por allende.




NACIONAL. 351 '


»Y la misma respuesta que podia dar el morad.or de la
casa donde se hallare el muerto, si aquel fuese manco de
ambas manos, ó estuviese de otro modo impedido yen im-
posibiJidad de dañar á nadie, es la que debe dar doña Ma-
riana Pineda á la reconvencion que se le hace por el medio
muerto que se halló en su casa, puesto que no pudo ser
obra suya porque no sabe darlos.


»Aque se agrega, que en ninguno de los artículos del
citado real decreto se establecen reglas para la calificacion
del delito de que se trata, ni para la de sus autores ó cóm-
plices: y por ello es visto que en esta parte debe estarse á
las comunes establecidas por derecho.


»Segun estas, es bien sabido que no se conceptúan ni
autor ni cómplice de delito alguno al que no lo comete ni
tiene parte en su ejecucion; y para estimarle delincuente
es necesario que se pruebe en bastante forma lo uno ú lo
otro, y tambien que tenia el debido conocimiento de lo que
hacia y la libertad necesaria, porque sin esta ni aquel no
hay verdadero delito, ni delincuente; así como tampoco
hay pecado con respecto á la conciencia: y de -estas verda-
des que son bien sabidas, se podrian poner muchos ejem-·
plos que fuesen á propósito en el caso presente: entre otros,
se ocurre uno que no seria muy dificil se presentase; tal es
el caso en que, bien la ante dicha bandera ú otro trapo se-
mejante, se hubiera aprehendido á una bordadora de ejer-
cicio, estándole bordando por encargo de persona para ella
desconocida, puesto que ya la habia pagado su trabajo, y
que ni la tal persona ni otra alguna le hubiese manifestado
ó descubierto el emblema 6 significado de lo que hacia.




.. ..




352 LA. SOBERANIA.


»Ciertos acontecimientos y circunstancias fatales son
los que han hecho que á la acusada se la tenga por algu-
nos en un concepto que no merece.


» Por deber y por caridad ha dado pasos y gestionado la
misma en favor de algunos desgraciados; y por no haber-
accedido á pretensiones de otros sugetos se ha adqlJ.irido y
tiene algunos enemigos y no seria estraño que estos se ha..,
yan propuesto llevar su resentimiento y venganza hasta el
es tremo de arruinar la.»


(Concluye diciendo que no merece su defendida la pena
pedida por el ministerio fiscal y pasa á hablar de los demás
procesados. )


Es digna de observarse una circunstancia; el abogado
defensor que tiene momentos en su defensa verdaderamen-
te notables por el aplomo y acierto con que trata la cues-
tion. ;¡ ~or las ~ican.tes alusiones al ju.ez ue la causa, era
tenido en Granada por furibundo realista~ y lo era real-
mente; mientras que el fiscal pasaba, como hemos dicho,
por un hombre recto y bondadoso.


¡De todas maneras la forma de la defensa es deplorable;
su lenguaje chabacano, sin inspiracion ninguna!. ..


No sucedia así, sin embargo, con respecto á la persona
de D. Ramon Pedrosa, á quien conocian todos y en cuyo
juicio no se equivocaba ninguno.


Él impuso á la doña Mariana la pena capital; y con el
mayor secreto, como el que teme se malogre con la pu bli-
cidad un negocio de grave interés, consultó la sentencia
con la sala de alualdes de la real casa y córte.


En ella se vió la causa á puerta cerrada, sin citaCÍon ni
audiencia de la interesada, y se vió tambien una pieza
reservada, de que no se habia comunicado traslado en




NACIO~AL 353
Granada á ninguno de los acusados, y que era respectiva
á cierto depósito de escarapelas tricolores halladas en una
maceta de Doña Mariana.


Semejante pieza separada, obra hoy adjunta al proceso,
pero en Granada nadie sabia una palabra de su existencia
mientras aquel duró.


Llegó el trece de mayo y se difundió como una chispa
eléctrica la noticia de la confirmacion de la sentencia ...


N o es decible la dolorosa impresion que causó en toda
la ciudad.


Vagaban las gentes desatentadas de acá para allá, con
semblantes músticos y taciturnos, con la angustia en el
corazon y contristado el ánimo.


Llenos de ira los corazones no 1 es era dado espresar los
rencorosos sentimientos que todos abrigaban contra los au-
tores de tan inícuo é impío asesinato jurídico.


El alcalde mayor, segundo, en quien delegó Pedrosa
sus poderes para la ejecucion de la sentencia, se presentó
en el beaterIo, que ya se hallaba rodeado de los satélites
del despotísmo, y mandó que se presentase la Pineda.


Era ya muy entrada la mañana.
Mariana se presentó vestida de negro y acompañada de


algunas religiosas que la miraban con semblante triste y
alarmado.


-Señora, la dijo el juez, ha terminado ya su perma-
nencia en esta santa casa y es preciso que me siga V ...


Las religiosas que la acompañaban prorumpieron en un
desconsolador llanto.


Pero la Pineda, sin preguntar siquiera á dónde iba, se
dejó caer de rodillas delante la imágen de los Dolores es-
clamando:




354 LA SOBERAN fA


-¡ Madre mia; vos pasasteis por el amargo dolor de ver
espirar en la cruz á vuestro inocente Hijo á manos de sus
impíos verdugo$; contemplad lo que entonces sufrísteis y
consolad á una débil criatura que va á morir, tambien
inocente y como él por la causa de la libertad del género
humano; que vá á separarse para siempre de sus tiernos é
idolatrados hijos! ...


Hasta entonces tenia los ojos secos y conservaba una
actitud tranquila, pero al nombrar á sus hijos, prorrum-
pió en un amargo llanto, y alzando al cielo sus manos,
continaó :


-¡N o los abandoneis, Señoral ¡á vos los encomiendo! ...
¡Qué seria de ellos sin el ausilio de la gracia divina!
y levantándose de repente, y enj ugándose los ojos con


violencia, como si se avergonzára de este acto de debilidad
delante de su verdugo:


Vamos caballero, le dijo, vamos á dónde V. quiera ...
Iba á adelantarse, cuando retrocedió algunos pasos y


se lanzó en brazos de las beatas que la rodeaban.
--Queridas hermanas, les dijo, nada me queda con que


mostrarme agradecida á vuestros servicios ...
Cuando me vea en la presencia de Dios, rogaré sin ce-


sar por vosotras ...
¡ Su di vj na magestad os colme de beneficios y recom-


pense lo mucho que habeis hecho por mí! ...
'A d' ,


- J lOS .•••


y volviéndose de nuevo al juez:
-Vamos, señor, vamos, le dijo.
Las hermanas, anegadas en llanto, no podian pronun-


ciar U!1a sola palabra; pero al fin, revistiéndose de valor y
haciendo un supremo esfuerzo, la rectora la contestó:




NACIONAL. 355
-Hermana; no pierda V. la confianza en Dios, él la


ayudará en sus penas: nosotras rogaremos por V. eterna-
mente ...


A estas últimas palabras habia salido ya del claustro.
Atravesó los umbrales del beaterio entre los alguaci-


les y entró con el juez en una berlina qua tenia prepara-
da á la puerta.


La cárcel baja es un edificio próximo á la Catedral y
dominado por sus encumbradas torres, que la infunden un
aspecto melancólico y sombrío.


La entrada es por un zaguan lÓbrego y ruinoso.
Frente al zaguan paró la berlina que llevaba á Ma-


rIana.
Rechazó la mano del juez, que se la ofrecia para bajar;


atravesó hasta con indiferencia nor entre los soldados de
..


la guardia, de los hermanos de la caridad, de una turba
de frailes preparados para auxiliarla, de una multitud de
lla veros, alcaides y alguaciles, hasta llegar al cuarto prin-
cipal donde iba á notificársele la fatal sentencia.


El escribano estaba aguardándola y despues de haberla
mandado que se sentase, principió á desplegar sus rollos
de papeles, interin daba tiempo á que se formase en la
sala un aparato de fuerza y un lujo de arbitrariedad in-
decible.


Pedrosa se hallaba en el umbral de la puerta con los
ojos clavad08 en el rostro de la Pineda.


Cuando el escribano lo tuvo todo á medida de su gusto,
mandó á su víctima que se levantase y diese algunos pasos
hácia la mesa, detrás de la cual aquel se hallaba.


Entonces principió la lectura de la sentencia, que era
larga pOI' sus muchos considerandos.


TOM(I l.




356 LA SOBERANÍA
Mariana escuchaba atentamente y sin inmatarse hasta


que oyó pronunciar las palabras: en nomóre de S. M. el
rey (q. D. g.) decimos que debemos condenar y condenamos á
la pena de muerte en garrote 'Dil ... etc.


Entonces prorrumpió en aruarguísimas quejas contra
el rey, contra su gobierno y el juez de la c&.usa. .


Tuvo un" momento de verdad aro arrebato, durante el
cual, y vol viendo la cabeza de un lado para otro, reparó en
el rostro infame de Pedrosa, que con sonrisa burlesca en
los labios contemplaba esta escena desde el dintel de la
puerta.


Esta circunstancia la devolvió su natural calma y san-
gre fria.


-¡Ah! Señores, esclamó, perdonen Vds. mi destem-
planza: habia olvidado por un momento los santos princi-
pios de mi partido.


Prometo en lo suceúvo no dej~,rme arrebatar mas por
las pasiones humanas: estas podrian hacerme perder la ra-
zon y quebrantar el silencio que me he impuesto respecto
á ciertas pregunta'3 que incesantemente se me dirigen.


¡Nó, nó! es preciso q 'le por mi culpa nadie sufra un
solo dia vuestra odioso persecncion.


Prefiero mil veces sufrir una lnuerte gloriosa á cu-
brirme de oprobio profiriendo una sola palabra impruden-
te que pueda comprometer á nadie.


Se la condujo en seguida á la capilla.
Era esta una sala cuadrilonga, estrecha, con dos alco-


bas sin luz; negras las paredes, sucio y desenladrillado el
suelo, sin mas rauebles que dos sillas y una mesa sobre la
cual colocaron entre dos velas una jmágen de la Virgen
de las Angustias.




NACIONAL. 357
Al estremo de la sala se puso un centinela de vista, y


contínuamente vigilabau los ministriles y los dependien-
tes de la cárcel.


Apenas había entrado la infeliz en esta triste mansion,
cuando la cayeron encima un enjambre de fn:iles y her-
manos de la caridad, cuyas destempladas exhortaciones y
desaforados gritos disgustaron mucho á Mariana, basta el
punto de verse precisada á mandarles salir- en mas de una


.


ocaSlOn.
El R. P. F. Juan de la Hincjo,~a, del órden de S. Fran·


cisco (el mismo que la ha.bia bautizado) se att'evió á ha-
blarla en los siguientes términos:


__ o ¡Mariana! ¡bija mía! el lance en que te encuentras es
fataL .. no hay remedio para tí... la muerte te aguarda si
no logras templar las iras del monarca confesando quienes
son tus cómplices ...


C0nfiesa, hija mía, confiesa y confia en la clemencia
d el mas bondadoso de los soberanos.


-¡Padre!. ... le contestó indignada Mariana; esas pala-
bras me ofenden, y si lograseis que las diere oidos, nle ha-
rjan desconfiar de la divina clemencia.


Váyase V., retírese V.: para nada ,ne,eosíto seloejantes
exhortaciones.


-Cuando yo hablo así, hija mia, es porque me intere-
sa tu vida, porque estoy autorizado ...


---.:.Lo repito, no quiero oir á V.
y acercándose mas el fraile, murmur6 en su oidQ:
--- Tengo órden de anunciarte que nuestro digrro ma-


gistrado D. Ramon Pe:irosa tieue plenos podei'es para In-
dultarte sí dejas dI::) peL'sistir en tu silenüio, si permites
que ...




358 LA SOBERANÍA


-Pues diga V. á ese mónstruo, le contestó con altivez
Mariana, que no espere que mis labios pronuncien una sola
palabra; dígale V. que le emplazo ante la presencia de
Dios ... El fraile viéndola tan decidida, se despidió de l\1a-
riana diciéndole con enfático acento:


-Voy á cumplir con tu encargo.
Efectivamente, Pedrosa estaba facultado para perdonar-


la en nombre del rey, si se prestaba á declarar quienes
eran los que debían dar el grito de libertad, con la bande-
ra que de su órden se estaba bordando.


Cuando estuvo desembarazada de aquel molesto reli-
gioso, pidió á los encargados que, de su órden, fuesen á
buscar á su confesor, al honrado y liberal presbítero D. José
Garzon, cura de la parroquial iglesia de las Angustias.


Su presencia no se hizo esperar mucho.
Así que llegó, se retiraron los hermanos de la caridad,


dependientes da justicia y religiosos que allí habia, que-
dando solos Garzon y l\lariana en aquel tristísimo recinto.


Mariana se arroj ó en sus brazos.
-- Amigo mio, le dijo, gracias al ci~lo que tengo la


suerte de tener á V. á mi lado; así al menos este duro tran-
ce se me hará mas breve y menos doloroso ¿no es verdad?


El. párraco dejó asomar algunas lágrimas que rodaron
por sus mejillas.


-Animo, ánimo, continuó; he llamado á V. no para
entristecerme, sino para alentarme.


y sentándose en las dos únicas sillas del aposento, solos,
casi á oscuras, principió por enterarle minuciosamente de
sus negocios de familia; le ~ hizo varios encargos y solo sal-
taron sus lágrimas y se estremeció profundamente su co-
razon al recordar á sus hijos queridísimos.




N'.CIONAL. 359


-Quedan huérfanos, esclamaba, confiscados sus bienes,
sin apoyo, ni proteccion de nadie: 3GaSO mal mirados por
ser hij os de una ajusticiada! ...


¡Desgraciados! ¿,por qué no os sacrifican tambien con-
migo y se sacian de sang-re inocen t0 :r.. u estros enemigos'?


Mas os valiera, hijos mios, perecer hoy en un cadalso,
que quedar en tan tierna edad, sin padre, ni madre, aban-
donados á vuestra suerte.


El cielo oiga mis fervientes súplicas en vuestro favor,
y despierte la compasion de algunos de mis amigos, para
que mire por vosotros.
~,--Mariana, Mariana~ no desespere V. sobre este punto.
No le faltan á V. amigos fieles que miraremos por el


porvenir de sus hijos, que serán de hoy mas los nuestros
pr~dilectos .


No les abandonaremos ni los dejaremos conocer el triste
fin de su buena madre, hasta que siendo mayores, sean
capaces de apreciar el noble timbre que su desgracia les
lega por herencia.


¡Ah! Mariana; dia negará, no lo dude V., que todo es··
to cambiará de aspecto: V. desde el cielo lo verá, y ...
-Nó~ no lo dudo, contestó inspirada de un santo entu-


siasmo, no lo dudo, amigo mio.
La causa sagrada de la libertad de los pueblos, fecun-


dizada por el lnartirio de tantas víctimas, ha de triunfar
al cabo y los satélites del impío gobierno que hoy nos


,


rige han de ser arrojados de este suelo, y tal vez su propia
sangre lavará la mancha que la mia vá á causar en todo su
partido: el pueblo no puede ya con los duros hierros que
hoy pesan sohre él, y que arrastra mal de sn grado: ¡ay del
dja que rompa sus cadena~ y se arroje sobre sus opresores! ...


..






360 LA SOnERANJA


-- No se agite V., Mariana, se 10 suplico ...
-Poco pierde, amigo mio, el que en estas circunstan-


cias abandona este mísero mundo:- feliz mil veces quien
con una conciencia tranquila se somete con resignacion á
la voluntad del Señor.


Luego volviendo la vista hácia uno y otro lado de la
habitacion, llena de insectos incómodos y asquerosos, mirt) al
confesor con significativa sonrisa y le dijo:


-¡En qué aflictiva y humillante situacion me han co-
locado~ ...


¡ La muerte es poco para los satélites del despotismo;
nece~itan tambien a.tormentarme! ...


Pasando algun tiem,po en confidencial conversacion,
con aquel digno sacerdote, sintió una sed abrasadora.


-¿Qué quiere V., Mariana'? le preguntó el cura.
-Un vaso de naranja.
Al instante mandó traerse, y habiéndole side servida en


preseneia del juez, éste le dijo:
-Me parece que esta bebida puede dañar á V.
-Bien puede ser, contestó Mariana sonriéndose; pero


antes que esto suceda todo habrá concluido para mí. ..
Quedó el juez admirado, no menos de la pronta y opor··


tuna réplica, que de la calma y serenidad con que la pro-
nunció.


Al anochecer de aq nel primer día de capilla, indicó el
alcaide mayor 01 confesor que era necesario que la víctima
se sujetase á· ciertas formalidades establecidas para seme-
jantes casos, por cuya razon convenia la persuadiese se de-
jase mudar de traje, y entregase asimismo el cordon de
sus cabellos, las horquillas de su peinado y hasta las ligas.


Duro trance fué para el confesor el desempeño de esta




NACIONAL. 361
comision, pero al cabo se resolvLJ á ejecutarla de la mane-


,


ra mas conforme á la dulzura de su car . 'Lcter y menos humi-
llante para la infeliz :Mariana.


Poco costó convencerla: á todo se avino sin la menor
resistencia, sin bacer la mas mínima úhjeeion.


Entró para esto la mujer del primer alcaide; pero al
quererle ('!llÍtar las ligas:


... ' ¡Alto aquí, señora~ la dijo echándola una mirada de
noble dignidad; jaluás co'nsentiré snbir al patíbulo con las
medias arrastrando: que se tranq uilicon e"os ministros de
la tiranía, y vivan seguros de que aunq ue tuviera medios
de quitarme la vida, no lo haria, p01'q ue me sobra valor
para subir al cadalso ... y el que se suicida es un cobarde!


La mujer del alcaide LO insistió, tambien estaba pro-
fundamente conmovida.


A poco rato pidió una jofaina con agua para regar la
habitacion á fin de ahuyellt~r un poco los muchos insectos
que en ella pululaban.


Hecho esto, se aeostó vestida sobre una cama que aea-
baban de preparar al intento y durmió tranquilqmente
unas cuantas horas.


Apenas despertó por la madrugada, llamó á su confesor
y se reconcilió"pafa estar preparada á recibir la comuulon
que se administraba á los reos, el segundo dia de capilla,
con toda pompa y aparato.


Concluid.a esta ceremonia pidió hacer testamento y le
fué LJegado, bé1jO el pretexto de que tenia todos sus bienes
embargados por el tribunal ..


Entonces pidió papel y ti!.ltero para hacer ciertas acla-
raciones respectivas á sus deudas y empeños.


Estos documentos obran en la pieza de diligencjas de




362 LA SOBERANlA


ejecucion de la sentencia, en la escribanía de cámara de las
~alas del crímen de la chanchillería de Granada.


Suplica, entre otras co~as, se desempeñe un anillo de
brillantes y se entregue á su hija Luisa, para eterna y úni-
ca memoria de su cariño.


Despues escribió una carta tiernísíma á su. hijo, di-
ciéndole:


«Te recomiendo mucha firmeza en los principios polí-
)lticos de tu madre; te suplico que huyas de este pais cuan-
»do tengas edad y medios para hacerlo: no te avergüenzes
»nunca de haber nacido de una madre sacrificada por la
»mano del verdugo, puesto que muero por la libertad; por
»la causa santa del pueblo ... te ruego pOI' fin que jamás
»abandones á tu hermana Lucía! ... )


Otra carta escrí bió tam bien recomendando la tutela de
sus hijos al presbítero don Pedro la Sel'rana, condenado á
la sa20n á presidio por opiniones políticas.


Concluidas estas cartas se retiraron los dependientes de
justicia y se pasó el dia en la práctica de algunos ejerci~
cíos espirituales y hablando del mundo como de una cosa
ya remotamente pasada para ella.


El recuerdo de sus hijos era lo único que turbaba de vez
en cuando su serenidad.


_ Antes de media noche se acostó, y por última vez dur-
mió tranquila y sosegada el sueño de los justos.


A las seis de la mañana del día siguiente, mientras el
gorgeo de los innumerables gorriones que anidan en las
cornisas de la Catedral entonaban su canto matinal, la
Pineda se bajó de la cama y llamó al confesor.


-Amigo mio, le dijo, mi hora se acerca; poco tiempo
me resia ya de vida ...




NACIONAL. 363
-y bien, Mariana ..... para todos ha de llegar la hora


suprema.
Usted es un ángel y no debe temer la presencia de Dios


que la aguarda para colocar en su frente la corona de los
mártires.


-¿Qué hora es?
-Princi pia á amanecer.
-De modo que dentro de una hora ... '?
-Den tro de una hora habrá principiado para V. una.


vida eterna de 'paz y de ventara! ...
El confesor lloraba como un niño ... le era imposible


mostrarse sereno.
-Amigo mio, le dijo, es V. demasiado sensible yapo-


cado para vivir en este pais, en donde son por desgracia
tan frecuentes las escenas de horror y de sangre; aprenda
usted. de luí que en medio de los mayores infortunios toda-
vía tengo presencia de ánimo, espíritu suficiente para so-
portarlos: solo me siento débil cuando pienso en mis que-
ridos hij os.


¿Es posible que haya de morir sin verlos, sin estrech~r­
los en mi regazo, sin darles mi último adios, sin imprimir
en sus tiernos corazones la tremenda leccion que les daria
mi moribundo semblante? ¡Oh.! qué infames son mis ver-
dugos!. ..


¡Hijos mios, hijos de mis entrañas; vuestra madre
muere sin besaros una vez siquiera ... sin poder daros el
, lt' .,1' 1 U lIDO aL'lOs ....


En esto ya se oian á lo léjos los tambores de las tropas
que marehaban al sitio de la ejecucion y el piafar de los
caballos que tomaban las avenidas de la cárcel.


Al percibir el padre Garzon aquel siniestro ruido su.
TO,\fO r.




364 LA SOBERANtA


semblante hizo una trasmutacion visible y se apoder6 un
ligero temblor de todo su cuerpo.


-Vamos, vamos, dijo entonces Mariana al observar el
completo trastorno del sacerdote; le relevo á V. del com-
promiso de acompañarme en la carrera: no' podria V. sos-
tenerse en su papel, y me haria V. falta en el último
trance.


Váyase V. á aguardarme al pié del cadalso.
El cura se resistió algunos momentos, pero Mariana


continuó:
-Se lo pido á V. por favor, padre; vaya V. 'á aguar-


darme al pié del suplicio, no me faltarán religiosos que me
ausilien por el camino.


Efectivamente, en el instante en que el padre Garzon
obedecia á Mariana, se presentaron los hermanos de la paz
y caridad, los frailes agonizantes y el ejecutor de la jus-
ticia.


El hermano mayor de la caridad traia en una bandeja
de plata la h·opa y un birrete negro.


-Señora, la dijo, un sagrado pero penoso deber nos
obliga á presentarnos á V ...


- N o nos mire V. como enemigos, añadió otro de fiso-
nomía noble y respetable.


-N6, caballero; ya sé cuál es la mision de Vdes. en
este momento y es muy digna de ser apreciada.


-Animo, D. a Mariana, dijo uno de los frailes con des-
entonada voz.


-No me falta, padre!. .. morir por una causa tan santa,
no es morir, es ir al cielo! ...


El hermano mayor desplegó la hopa y le dijo presentán~
dosela:




NACIONAL. 365
-Hermana ... es la última prueba de resignacion cris ...


tiana. ..
-Sea enhorabuena, amigo mio.
y prestóse con la mayor humildad á vestirse aquel hor-


rible trage: el hermano mayor, turbado sin duda, se lo co-
locó al revés.


La Pineda lo observó y le dijo:
-Deje V. hermano, ya me lo pondré yo misma: no es


usted muy práctico en esto.
Ella misma se lo quitó y volvió á poner bien.
Luego se le acercó el verdugo y le dijo con humilde é


hipócrita acento:
-Es práctica, señora, en estos cas-os, aparentar las


manos atadas. Permítame V. que la coloque estos corde-
les ....


-¡Dios mio! esclamó Mariana; esto mas ¿temen mi re-
sistencia por ventura?


-Perdon, señora; la leyes inflexible.
-Está bien, sea; Jesús tambien fué atado y escarneci-


do!. .. yo no debo ser menos.
y aquellas manos tan delicadas, tan bellas, tan cele-


bradas por su blancura y por los lindos hoyuelos que al
abrirlas formaban las coyunturas de los dedos, se entrega-
ron al verdugo con la mayor humildad y resignacion.


Uúa tosca cuerda las aprisionó, no por mera fórmula,
sino dura y estrechamente.


-Me lastima V. mucho!. .. esclamó Mariana.
-Eso no es nada, contestó el verdugo, prescindiendo


ya de su primitiva hipocresía; es el primer momento .
. Los frailes de capuchinos, San Antonio y San Francis-


co que dehian acompañarla al suplicio, la colocaron un




366 LA SOBERANIA.
crucifijo entre los dedos, y sobre el pecho algunas reliquias
y escapularios.


El verdugo la puso el birrete que casi la tapaba la
cara.


Ella se lo retiró con el crucifijo, dejándose descubierta
hasta la mitad de la cabeza.


Destrenzado el cabello, salia por debajo del birrete cu-
briéndole la espalda, los hombros y una parte del pecho;
los bucles de delante ondeaban sobre SllS mejillas y caian
flotando casi hasta la mitad de su hermoso cuello.


Hubo un momento en que, concluida toda esta opera-
cion parecía que se aguardaba una voz, una órden para po-
nerse en movimiento aquella lúgubre comitiva.


Mariana lo conoció:
-Vamos, señores, dijo, marchemos al calvario.
y emprendió su marcha con paso firme, con semblante


animado, sonriente.
Los frailes principiaron á exhortarla todos á un tiempo;


todos gritaban á la vez, dirigiéndose, precedidos del ver-
dugo, á la puerta de la cárcel.


Al pisar sus umbrales, tuvo que aguardarse á que el
pregonero público anunciase á voz en grito el crínien de
traicion por el que habia sido sentenciada á la pena de gar-
rote y conflscacion de bienes, y en nombre del rey se amena-
zaba con igual suplicio al que implorase perdon ó de cual-
quier manera se opusiese á la ejecucion de 'la sentencia.


Evacuada esta formalidad, .ayudaron los hermanos deja
caridad á Mariana á montar en una mula; tiraba del ron-
zal el verdugo, precedido del pregonero ""S de un piquete de
c:tballería; alrededor iban los frailes rezando y amonestán-
dola; seguian los hermanos de la caridad, un receptor á.




NACIONAL. 367


caballo vestido de sério, y cerraba la comitiva una com ...
pañía de infantería con cajas destempladas.


. El pregonero repetia su pregon en los sitios de cos·
tumbre.


Granada estaba de luto: todos los balcones y ventanas
cerradas; los pocos curiosos que habia en la carrera guar ..
daban un silencio sepulcral.


Llegó la comitiva por fin á la puerta de Elvira,-desde
donde se veia la Vírgen del Triunfo, lugar de la ejecucion.


-(Madre miar esclamó al divisar la efigie, objeto de
particular veneracion en Granada.
¡~Madre mia! por la preciosísima sangre que en la cruz


vertió vuestro Hijo, ¡el grande mártir de la libertad! os
ruego que perdoneis á mis asesinos, os ruego que - mireis
por mis infelices hijos!


En esto el pregonero publicó el último pregon dentro el
cuadro que formaban las tropas al rededor del cadalso.


Al entrar en él la víctima, creció de repente el fervor
de los religiosos que la auxiliaban y el pánico de los con-


\


currentes sa retrataba en el rostro de todos.
El patíbulo estaba levantado alIado izquierdo d6 la


Vírgen, como á unas cuatro varas de la verja que la rodea.
Era un tablado de madera de cinco piés de altura, cu-


bierto de bayetas negras, en señal de la nobleza de la víc--
tima.


Una eircustancia merece consignarse en este lugar, que
no pasó desapercibida de persona alguna.


Al salir de la cárcel el fúnebre cortejo, el cielo estaba
límpio y sereno como el mejor dia de mayo en la hermosa
Andalucía; pero á los pocos momentos principió á ennegre-
cerse, á bramar el viento y hácia el horizonte, por la parte




368 LA SOBERA:\IA


de Guádix, serpenteaban de cuando en cuando algunos re·
lámpagos seguidos de terribles y prolongados truenos.


Principiaba á lloviznar cuando Mariana tocaba ya al
pié del cadalso.


Allí le salió al encuentro su confesor, don José Garzon;
el buen sacerdote lloraba amargamente.


La abrazó y cubrió con su manto reconciliándola por
última vez.


Subió Mariana las gradas fatales, mas bien abrazada
que sostenida por el confesor.


Al ver el espantoso banquillo que los religiosos procu-
raban ocultarle, levantó los ojos al cielo y gritó con voz
elara y distinta:


-¡Perdon, Dios mio, perdon!
Se sentó, y mientras el verdugo le arreglaba ]a férrea


corbata, el padre Garzon, sacando fuerzas de flaqueza, le
entregó su mano que asió la víctima con fuerza.


-Yo te absuelvo pobre ángel, en nombre de Dios, de
todas tus culpas; vuelve la vista al cielo, infeliz Mariana,'
y allí encontrarás la dicha y la ventura que te fueron ne-
gadas mientras has vivido en este valle de lágrimas; tien-
de tus ojos á la inmortalidad y desprecia todo lo de este
mundo, que no dura sino breves instantes, comparado con
la eternidad de la gloria: el Omnipotente te ha perdonado,
yo te lo aseguro!. ..


i Hasta el cielo hija mia deplora tu desgracia! ... mírale
ennegrecerse y amenazarnos con una tempestad; míralo,
infeliz mártir; al través de las nubes vas á pasar ahora
mismo,para subir á la mansion de los justos.


Ruega allí al Todopoderoso por nosotros! .. : jAdios!
¡adiosI




~ACIONAL. 36;)
Un violento apreton de manos y un horrible estremeci-


miento de Mariana anunciaron el último instante de su
vida.


Pedrosa, en aquel instante, penetraba en el interior del
cuadro.


¿Iba-á contemplar el cárdeno rostro de su víctima?
Algunos habian supuesto que iba á usar de la preroga-


tiva que tenia de indultarla en nombre del rey ...
Jamás 10 creeremos ... mentira; si tal hubiera"sido su


intencion tiempo tuvo de sobra.


Dos dias despues de la muerte de Mariana, Mercedes y
Angustias, vestidas con el hábito de los Dolores, se presenta-
ron al párroco de la iglesia de la Vírgen de las Angustias y
le entregaron cuatrocientos reales, para que mandase cele-
brar misas por el eterno descanso de la alma de 11ariana
Pineda.


Eran los veinte duros que dejó el infame Pedrosa en su
casa el dia en que vino á apoderarse de la desdichada ban-
dera mandada bordar en mal hora por la infeliz Mariana.


Algunos años despues, derrocado aquel odioso gobier-
no, se erigió un monumento de mármol á su memoria y se
inscribió su nombre con letras de oro en el salon de reunio-
nes del palacio del Congreso Nacional.


Hé aquí la única recompensa, el premio del sacrificio.
Su nombre en letras de oro sobre un mármol; su nombre


en letras imperecederas en el preciado Libro de la historia.
Abandonemos ya este reinado, pues seria interminable


tarea atravesar, sin mancharnos, las espantosas lagunas
de cieno y sangre que cada una de sus páginas encierra ..




370 I LA SOBERANIA


Me limitaré á trasladar aquí un párrafo, el último, con
que el notable publicista Eduardo Chao, termina la descrip-
cion del reinado de semejante m6nstr.uo.


Dice así:
«Es imposible juzgarlo sin severidad, pues basta para


»que le condenen los corazones honrados esta simple con-
»signacion de hechos sucesivos.


)jlntrigas del Escorial; motines de Aranjuez; viage á
»Francia; humillaciones de Bayona; felicitaciones á Napo-
»leon y peticioÍl de una esposa; decreto del 1 de Mayo en
»Valencia y persecuciones; jura la Constitucion y conspira
»contra ella; manifiesto de Cádiz y decreto del Puerto de
»Santa María; comisiones militares y cadalsos y asesinatos.
)JHijo, conspira contra su padre; rey cautivo, es cobarde é
»Ínnoble: rey rescatado, es ingrato y pérfido: rey constitu-
»cional, es perjuro: rey absoluto es déspota, receloso y
;)vengativo; ni respeta las leyes, ni atiende á la razon, ni
» usa de prudencia: como hombre, es artero} inconsecuente
\)y desleal. (1)


(1) ~ apoyo de este juicio, además de los hechos consignados, tomamos
dé la obra de] Sr. Galiano los siguientes:


Hablando de la disputa que sostuvieron el mínistro Cebllllos y Escoiquiz-
Bn folletos impresos con Real licencia, sobre los sucesos de Bayona, dice que
entretenia á los ociosos J divertia al monarca mismo, que por su condicion
gustaba mucho de ver pelear entre sí á sus servidores.


Cuando separó á Echevarr~a del ministerio de policía, creado por él, dice:
«Espidió en secreto una órden para que Echevarría no solo fuese depuesto
sino mandado salir de Madrid desterrado en una hora avanzada de la noche;
y como antes de saber el ministro su desgracia, aunque ya estuviere no solo
resuelta, sino encargada de su ejecucion al capitan general de Madrid, fuese
á presentarse al rey, segun solia, á la hora de recogerse el monarca, le recibió
éste con muestra de estraordinario agasajo y le despidió muy satisfecho.


»A pocas horas, cuando vuelto á su casa el general se habia acostado y
dormido, fué despertado por un oficüil que, trayéndole un coche á la puerta,




l\ACIUNAL. 371


;o¡Reyes como Fernando VII son siempre una calamidad
»para los pueblos y hacen mas y mas cdiosa la institucion
/)que los produce.


>;Con sobrada razon, al juzgarle un eminente escritor
»estrangero, termina con este enérgico pensamientQ: ¡que
i)descanse en paz! es todo lo que pudieron decir los menos
»rencorosos, porque en efecto, -vivió sin gozar un dia de
~reposo, y murió sin dejar sobre la tierra un amigo que 110-
» rase s u muerte. ,)


le obligó á levantarse, meterse en él sin demora y.salir de la capital, prorum-
piendo la pobre víctima en esclamaciones y justos reproches.


»Cansado por entonces Fernando, diee mas adelante, de sus ministros Ga-
ray y Pizarro, los separó de sus cargos, dándoles el golpe con la alevosía que
acostumbraba, y mandándoles salir desterrados á media noche, con el adita-
mento asimismo acostumbrado, de que pagasen los gastos del viage en el coche
que pata llacede se les ponia á la puerta.»


))Dióse á salir disfrazado por las noches, dice en otra parte, con algunos
de sus privados, siendo su intento, no como suponian algunos por mero paS(l-
tiempos de poca decencia, lo cual habria sido un tanto de disculpar en un hom-
bre todavía mozo, sino con la mira de indagar el estado de los negocios y de
la opinion; llaciendo á modo de califa de los cuentos árabes, CaE su visir, ó de
\'a.l'ios reyes de comedias.


Ganó con ello poco la justicia, y perdió mucho el régio decoro.
))Se elogiaba por algunos su llaneza, confundiendo esa virtud que nace de


la bondad del corazon y la persuasion de la igualdad humana con la natural
pasion á los placeres bastardos.


))Nosotros sabemos que el gabinete Argüelles hizo una vez dimision por las
palabras obscenas con que les contestó á una observacion hecha en consejo dé
ministros.


»Despues, uno de sus allegados consiguió que desistiesen de hacerla, dis_
culpando al rey con el mal llábito que tenía de tusar es presiones feas e inde-
ceiltes.)




CAPITULO XIV.


Gn resucitado.-·Mas detalles sobre el desgraciado acontecimiento de Berga-.
-Saballs.-Sus fuerzas y su organizacion.-Breves consideraciones sobre
la indisciplina del ejército y fatales consecuencias á que puede dar lugar.-
Un honrado veterano.


Pocos dias despues de los acontecimientos que acaba-
mos de relatar, reuníanse nuevamente en el salon de la
~


lógia masónica, los individuos pertenecientes á la misma, y
en la mayor parte de los semblantes se leia cierta tristeza
y abatimiento que~ sin embargo, tenia su esplic'lcion.


Muchas de las víctimas sacrificadas por esas hordas de
caribes que se titulan carlistas, ya en Cataluña, Valencia
ó las provincias Vascas, eran bien, parientes, bien amigos
de muchos de los llermanos.


Aun no se habia abierto la sesion por ser muy tempra-
no, yen diferentes grupos se discutia acaloradamente sobre
el estado del país y los sucesos mas importantes del dia.


Ninguno podia esplicarse lógicamente el crecimiento
que las facciones habian tomado, habiendo dispuesto el go-
bierno desde hacia mucho tiempo de fuerzas sobradas para




LA SOBE:rtANIA NACIONAL. 373


haber aniquilado en su orígen ese azote de los abatidos
pueblos, ese borron de España, esa manada de buitres ham-
brientos que están desgarrando las entrañas de la madre
patria.


y desengañémonos, decia uno de los masones que ha-
blaba en un corro, demostrando gran exaltacion, la mayor
parte de lo que se nos dice es mentira, la faccion no es hoy
lo que hace un año.


Hoy cuenta en ciertas localidades con fuerzas organi-
zadas, respetables en número, perfectamente armadas y
equipadas.


Triste, doloroso es leer en algunos partes oficiales, no
sé con qué obj6to, porque con ello se amengua el heroismo
de tantos valientes, se debilita el entusiasmo patriótico y
hasta se ultraja la memoria de tantas víctimas, que el cer-
co, el asalto y larendicion de Berga lo efectuó la faccion
con solos 700 hombres.


un testigo presencial é irrecusable, un actor principal
en tan sangriento drama, un héroe sal voado milagrosamen-
te de la desastrosa muerte que se cernia ya sobre su cabeza
y á quien llorábamos ya muerto, afirma todo lo contrario.


Don Rafael Niqui vive; se halla en Barcelona segun los
periódicos lo anuncian, y debemos enviarle la espresion
de nuestro mas síncero para bien.


Don Rafael Niqui vive y á su autorizada palabra nos
referimos.


Este valiente oficial, afirma y asegura que el grueso de
las facciones que cercaron á Berga pasaban de cinco mil
hombres J siendo las fuerzas car listas que dieron el asalto
unos 2500, con los Zuavos pontificios, mandados todos por
Miret, Cadiraire hijo,. Nasratat, Vila y a]gun otro, y sin.




· 374 LA sonER:~ ~ ÍA
embargo los bravos defensores de Berga sostu'déron un
mortifero fuego de ] 9 horas antes de capitular.


-Pero entonces, cómo se esplican las :loticias qlle hasta
nosotros llegan'? ¿por qué mentir tan descaradamente? re-
plicó otro de los del corro.


-Pues deje Vd. que aun no he terminado.
El mismo valiente oficial, cuyo valor y veracidad nadie


puede poner en duda, añade: que los que digan que los
carlistas carecen de importancia y que no están bien orga-
nizados faltan á la verdad; por supuesto, en lo que respecta
á Cataluña.


No solo están organizados por batallones ~¡ por briga-
das, sino que tambien divididos por escuadras y compa-
ñías.


Cada batallon tiene 600 plazas y van perfectamente
armados de Chasepots, Berdans y Hemingtons.


La oficialidad es mas numerosa que entre nuestros sol-
dados, en términos que el corneta de órdenes de Saballs es
un teniente.


Todos van uniformados y con gente de 20 á 40 años,
fuertes y de buen aspecto.


Llevan una compañía de unos cien hombres de zuavos
del Papa, en su mayor parte franceses é italianos, muy
buenos mozos v valientes .


...


f


En la infantería va ona compañía de chiquillos, mas
terrible que las o)~l':Js y á la cual llaman del recaté.


Los trabucaires van mezclados con la infanteria, están
muy disciplinados y guardan los mismos usos militares
que nuestro ejército.


Saballs lleva un numeroso y brillante estado mayor y
una escolta de 80 lanceros de imponento aspecto.




375
Tiene dos piezas de montaña de bronce y sistema anti-


guo y un tren de bombas de fábrica para lanzar el petróleo,
el cual llevan cargado en unos mulos.


En los dias en que Niqut permaneció con ellos prisio-
nero recibieron otras tres de las primeras, nuevas y fla-
mantes.


Cuando quieren incendiar un edificio ó un pueblo, re-
cogen por menio de pregones todo el petróleo de las loca-
lidades por donde pasan, y aquellas bombas las manejan
indistintamente zuavos pontificios ó voluntarios catalanes.


Va con ellos un cura armado de revolwer y sediento de
fusilamientos y de sangre; otro capellan lleva las insíg-
nias de Mariscal de Campo.


Entre ellos el grande hombre es Saballs, pero tambien
Huguet disfruta de gran reputacion.


Cuando llegan á una poblacion todos sus partidarios les
salen al encuentro; las autorida.des les acompañan y sobre
todo los curas; se echan las campanas á vuelo, y despues
de la c.omida ó del descanso se dá un gran besamanos, al
cual acuden todos los habitantes.


Doña Blanca es una señora de pequeña estatura, more-
na, poco agraciada, y que habla un chapurrado apenas in-
teligible.


Los carlistas la respetan tratándola como una verdadera
. prIncesa.


Todos ellos tienen gran confianza en el éxito de su
causa, esperando que dentro de pocos dias entrarán en Bar-
celona, desde donde pasarán· inmediatamente á Madrid,
¡ilusiones engañosasI


Fúndase principalmente su esperanza en la indiscipli-
na del ejército, la cual fomentan y en ella confian, y ade-




376 LA SOBERANIA
más en lo visoño de los cuerpos francos, en que la repú-
blica caerá por falta de energía ó por contemporizaciones
que no se esplican, y entonces serán ellos los llamados para
restablecer el órden y la religion en España.


-¡Terrible escarnio! esos miserables llamados á resta-
blecer el órden, á enaltecer la religion '?


¡Los incendiarios y los asesinos, los hombres que dia-
riamente, á cada hora, á cada minuto escarnecen esa reli-
gion santa y sublime!


-Pues bien, hermanos mios, continuó diciendo el jó-
ven que tenia la palabra, si esto dice, si esto afirma, si esto
asegura el valiente oficial tan milagrosamente salvado,
¿no debemos creerlo mejor que esos par tes, esas noticias
con que diariamente se nos quiere hacer ver lo blanco ne-
gro, y para que DO dando importancia al verdadero peligro
nos abandonemos á una ciega y temeraria confianza'? ;,Es
esto justo'? ¿Por qui, ni con qué objeto el periódico oficia!
viene todos los dias diciendo «de carlistas nada importante,>}
y esto repetido uno y otro dia, y leido en los pueblos, en
las comarcas, en las ciudades en que se está sufriendo tan
duro azote; en donde se está derramando tanta sangre, en
donde la industria, la agricultura y el comercio se arrui·
nan, viene á producir un efecto fatalísimo, indescriptible;
hace palpitar el pecho de rábia y desesperacion.


Dígas6 la verdaJ, señálese el verdadero peligro yaplí-
quese el remedio; esto es lo razonable, lo lógico, 10 que es
justo.


Esa relajacion de la disciplina de que habla Niqui, y
que es la principal esperanza de los carlistas, por desgra-
cia es una verdad, y si bien es cierto que ha mejorado
mucho la situacion de quince días á esta parte, no lo es




NACION.~L. 377


menos que aun el gérmen de tan grave mal subsiste en
muchos cuerpos del ejército.


Aun no se ha hecho un escarmiento, ni se ha impuesto
un castigo, sin embargo de que la salud de la república lo
reclama.


Afortunadamente las cuestiones de indisciplina quedan
hoy limitadas al ejército que opera en una esclusiva loca-
lidad, pero precisamente es la mas amenazada, la que ins-
pira mas sério cuidado, donde el peligro es mas inminente
y la subordinacion mas necesaria; pero aun es posible su
remedio con autoridades dignas, celosas, enérgicas y que
no se amilanen: así por lo menos lo exige la salud de la
patria.


¿No es deplorab'ilísimo el estado de lamentable insu-
bordinacion en que últimamente llegó á Barcelona el ba-
tallon de Navarra y que inmediatamente fué mandado
embarcar en el vapor Lepanto con destino á Puigcerdá y
otros puntos'?


¿No es tristísimo que el comandante general de la pro-
vincia de Gerona tuviera que decir, hace muy pocos dias,
al revistar sus tropas, entre las cuales se hallaba el bata-
llon cazadores de Madrid, que ya era tiempo de que la in-
disciplina cesara y que estaba resuelto para conseguirlo y
por doloroso qu~ le fuera, á fusilar al que no acatara yobe-
deciera la ordenanza, aunque le costase la vida'?


¿No es vergonzoso lo que ha estado sucediendo en Man-
resa con algunas compañías del regimiento de Estremadu-
ra, Saboya y de Artillería de á pié completamente entre-
gados en aquel punto á la insu bordinacion y á los escesos;
dando lugar á la colision habida entre ellos y las tropas
que formaban las avanzadas de la vanguardia del general




378 LA.. SOBERANÍA.


Velarde, el dia 10 de este mes, tropas leales, tropas sumi-
sas, tropas disciplinadas y dispuestas á no tolerar escesos,
ni mas actos punibles de desacato é insubordinacion?


Parece ser que á los sargentos, cabos y soldados que el
general Velarde ha mandado arrestar, por esta vez no se
les juzgará con arreglo á la ordenanza sino que s'erán in-
corporados á otros batallones en que la disciplina no esté
que bran tada.


La república será clemente y aun benigna en esta oca-
sion, sin embargo de su grave delito, con esos soldados'
víctimas sin duda de su inesperiencia y de las sugestiones
de algunos perversos; pero entiéndase bien que esta clemen-
cia y olvido solo serán por las faltas cometidas hasta hoy
y que no revistan el carácter de delitos comunes: de hoy
en adelante y segun tengo entendido, advertidos ya, toda
infraccion de la ~rdenanza será castigada inmediatamente
y con arreglo á las leyes, tanto en el gefe y oficiales como
en el soldado.


-Cierto, replicó otro de los hermanos que hasta enton-
ces habia guardado silencio, pero no me negará V. que no
toda la cul pa es del sol( lado, si no tam bien de los gefes y
oficiales, cuyo amilanamiento en ciertas circunstancias es
inesplicable; para exigir que los subordinados cumplan
con su deber, es necesario que los superiores empiecen por
dar el ejemplo.


Este ejemplo lo encontramos á cada paso en la histo-
ria, y sin remontarnos á lejanas épocas, ni estraños paises,
en el nuestro, y en nuestros dias tenemos uno bien paten-
te; un terrible escarmiento, ap1icado por un hombre cuyo
apellido inspirará eternamente respeto, porque va siempre
unido á la causa popular.




NACIO~AL. 3/9


¿Qué hizo Espartero en el año 37, cuando se hallaba
batiendo á 10s carlistas al frente del ejército del Norte"?
'¿No recordais, entre las diferentes insurrecciones militares
que ocurrieron por aquella época, la de Miranda de Ebro,
en la cual fué inícuamente asesinado el general Escalera'?
i)a muerte del conde Sarsfield y del coronel Mendivil en
Pamplona y la insubordinacion de Gayangos, en la cual,
los gefes y oficiales del regimiento de Mallorca se vieron
atropellados y maltratados por sus mismos soldados?


Pues bien, Espartero, entonces, y apenas se lo permi-
tió la importancia de las operaciones que habia empren-
dido, comprendiendo que era necesario cortar de raíz el es-
píritu de indisciplina, sopena de dar el triunfo á los carlis-
tas, se dirigió al teatro de aquel horrible crímen (la ruuer ..
te de Escalera,) mandando que, al paso, se le incorporase el
batallon provincial de Segovia que lo cometió, y con el cual
se habia propuesto hacer un castigo ejemplar.


Despues de un aparato imponente que dejó aterrados á
los cuerpos allí presentes, el general anunció, con aquella
'Voz de trueno que tanto imponia á los facciosos cuando los
cargaba con su escolta, y tanto entusiasmaba á sus valien-
tes soldados, guiándolos á la victoria, anunció, digo, el
tenible escarmiento que iba á hacer con el batallon en
cuyas filas se ocultaban los asesinos.


A invitacion suya, despues de un discurso enérgico y
conmovedor y para no verse diezmados como lo exige la
ordenanza, los soldados mismos delataron á los autores de
aquel crímen, que fueron fusilados inmediatamente.


N ada puede dar una idea mas exacta de aquel acto im-
ponente que la memorable órden general publicada por
Espartero en l\1iranda de Ebro, fecha 30 de Octubre de 1837.
TO~lO 1 57




380 LA SOBERANIA


Buscad el tomo de Gacetas correspondiente á aquel año
y leed: es un documento curiosísimo que se alegrará co-
nocer el que de vosotros no lo conozca ya.


Efectivamente, uno de los hermanos se dirigió á la
pieza inmediata al salon, donde la lógia masónica tenia
una especie de archivo ó biblioteca, y volviendo casi en el
acto con un voluminoso libro encuadernado á la rústica,
se buscó la Gaceta en que aparecia la indicada órden ge-
neral: decia,esta así,


«Soldados del ejército del Norte.- La sublevacion del
batallon provincial de Segovia en Santander en 9 de agos-
to último; la sombra sangrienta del dignísimo general
D. Rafael de Cevallos Escalera, sacrificado cobardemente
por una turba de asesinos sublevados en esta misma villa
en 16 del propio mes; la espantosa brecha abierta á la dis-
ciplina militar, único lazo de que depende la esperanza de
la patria; el feo borron de ignominia que tan inaudito
atentado inferia en la a,crisolada reputacion de este bene-
mérito ejército; y, en fin, el clamor de la nacion angustia-
da con ver impune un crímen tan atroz, que minaba por
su base las instituciones sociales, todo esto exigia de mí,
como vuestro general en jefe, una pública vindicacion.


»El dia de hoy la ha visto del modo mas auténtico y
solemne.


»)Los asesinos del héroe inmolado han sido en número
de diez, pasados por vuestras armas ...


'» Estas han lavado la mancha que oscurecia el preclaro
renombre del ejército.


»El brazo de la justicia militar alcanzará tambien á los
que no se hallan hoy en este cuartel general.


»Treinta y seis de menos criminalidad, aunque c6mpli-




381
ces en el hecho, salen hoy para el presidio de Ceuta, con-
denados por toda su vida; y el provincial de Sego,-ia, que
abrigó en su seno estos mal vados, ha sido disuelto al fren-
te de las divisiones de la Guardia Real de infantería, se-
gunda, tercera, caballería y baterías rodada y de montaña.


»SUS jefes, oficiales y sargentos, que no tuvieron la sufi-
ciente energía para morir defendiendo á su general en jefe
y la integridad de la disciplina, marchan á disposicion de
Su l\fajestad; y la tropa, quedando los cabos de soldados,
ha sido diseminada en todos los cuerpos, para que en todos
se recuerde la memoria de este dia.
»E~te acto de expiacion que reclamaban imperiosamente


tan fuertes consideraciones, repugna como todo castigo á
mi corazon, que os ama y aprecia vuestras virtudes;
pero era indispensable, y si lo he diferido hasta hoy ha
sido por la activa persecucion que hemos terminado, y por-
que deseaba que tuviese lugar la pena en donde se perpe-
tró el crímen.


»En vuestros rostros he visto con placer, mientras se
ejecutaba, la satisfaccion que os causaba el presenciar la
reparacion solemne de la nota que gravitaba sobre el ejér-
cito, y el castigo de los que os robaron un general, un
hombre á quien amábais y á quien siempre vísteis á vues-
tro frente en los peligros y en la senda de la victoria.


»Una diputacion de sargentos de todas las armas, ha ve-
nido al concluirse el acto, á darme las gracias en nombre
de sus clases y con permiso de sus jefes por el castigo de
los criminales, y este hecho espontáneo de vuestro amor á
la disciplina ha inundado de júbilo mi corazon .....


»Con soldados como vosotros nada es imposible.
» El tirano y sus hordas se estremecerán en sus guari-




384 LA SOBRRA NÍA.


-Estraño, replicó otro de los hermanos, que llame us-
ted actitud al desórden en todos los actos ... hemos presen-
ciado y hemos visto á los periódicos relatar hechos escanda·
losos, abusos y atropellos inauditos que no merecen perdono


-Sí, es verdad, tiene V. razoD, pero V. comprenderá
que en el desórden se halla siempre, aun cuando no sirva á
éste de disculpa, una razon lógica para existir; preciso es,
señores, elevarnos á la superficie, si hemos de juzgar con
acierto.


- Vamos á ver: ¿qué le parece á V. el gorro frigio so··
bre un capote militar? ó lo que es lo mismo, el gorro del
del liberto sobre el capote del autócrata'?


-Muy mal. yo no apadrino absurdos: pero ahora escu-
chadme y no me interrumpais; emitiré, buena ó mala, mi
opinion sobre tan delicado y grave asunto. Soy militar es-
perime::1tado y mi apreciacion debe valer algo, segun creo;
por lo menos está formada con la mas buena fé y mej or
deseo.


Mi amistad y compañerismo con muchos oficiales del
ejército, mas ó menos ilustrados, pero todos ellos pundono-
rosos y valientes, así como el placer con qUt3 por puro de-
seo de instruirme he leido sus libros y terciado en sus con-
versaciones, me permiten hoy t3mitir la opinion formada
sobre el estado, triste es confesarlo, de indisciplina en que
hemos visto y aun se encuentra el ejército en algunos
puntos. Dice la ordenanza que el soldado no llevará en su
'Oestuario prenda alguna que no sea de su uniforme y hoy, ya
ven V des. á qué distancia se halla el ejército del sentido
de aquel artículo. Dice tambien la ordenanza, que; para
oorár o'ien en paz ó en guerra, la dú;isa mz:titar ha de ser siem ...
pre el honor.


" .:




NA.CIONAL. ~85
Se lee además en el prólogo de las leyes penales del


./.}!anual coleccionado por Perea, qrue la e{lJÍsle¡~cia del ejército
depende de la disciplz'na, como la vida del Jwmbre de la sangre
que C074 re por sus venas.


Juzguemos pues la cuestion de la indisciplina actual
partiendo del fondo á la forma, porque en último término,
nunq ne habeiu empezado hablándome del gorro frigio,
quizá este detalle esterior, este accidente de forma, es lo
mas disculpable: yo seré severo pero justo.


El ejército español ha sido constantemente modelo de
valor, lealtad, disci plina y ...


-Pues, ¿y las insurrecciones y pronunciamentos, y
otras escenas de su historia? se permitió observar otro de
los hermanos.


-Oalma, amigo, que ya llegaremos á sus causas de-
terminantes, si no me interrumpís á cada paso.


Decia pues, que dotado de tan altas virtudes, puesto,
gracias á su disciplina y brillante instruccion táctica, á la


,.cabeza de los primeros de Europa; siendo sufrido en la paz;
á pesar de su exigüo sueldo y sóbria alimentacion, así
como poderoso y valiente en la guerra, porque se hallaba


..


su ser infiltrado todavía del generoso aliento y varonil es-
píritu con que tan altas empresas realizaron los Guzmanes
y Oórdobas, ese ej ército habria continuado dando dias de
gloria á su patria, si hubiera tenido otros generales.


Aquí, .Y solo aquí, hay que buscar primeramente la cau-
sa de todos sus desaciertos actuales; aquí y solo aquí hay
que ver el orígen de los presentes disturbios; en ellos y
solamente en ellos descansaba, como sólidas columnas ~ue
debieron ser del templo de su gloria, un ejército con el cual
no podia medir sus fuerzas ningun ejército de Europa.




386 LA SOB.ERA~IA
Dice Folard, que la guerra es un oficio para los ignoran-


tes y una ciencia para las personas hábiles.
Veamos si los generales españoles, ennobleciendo su


oficio, lo elevaron á categoría de ciencia; veamos cuáles
han sido sus ocupaciones en estos últimos años y compren-
deremos entonces, con la mayor claridad, la síntesis del
cuadro que tenemos ante nuestra vista.


Yo divido á los generales españoles, que son por des-
gracia muchos, en tres grupos.


Los ilustrados, grupo pequeño; los audaces grupo mucho
mayor que el anterior, y los de cuartel, grupo numerosísimo.


Los primeros se dedican á cultivar, de una manera bien
deplorable por tiierto en su mayor parte, la literatura, las
cieccias y las artes, pero casi ninguno de ellos se ocupa en
escribir sobre ciencia militar cual era su deber. --=--1


Los segundos, esto es los audaces, son generales de par~
tido, farsantes' de salon y de ante-cámara; generales que lo
mismo visitan el club que el palacio episcopal; generales
que sublevan regimientos, que viven constantemente cons ..
pirando, que se inclinan ante el hombre político que mas'
probabilidades tiene de estar en candelero; generale, que
con la punta de su espada, y no en el campo de batalla,
sino en el de accion de sus intrigas y de sus cábalas, escri-
ben los codiciados despachos de sus nuevos entorchados.


Estos generales son nocivos porque hacen descender el
mal ejemplo de arriba; siembran el descontento y despier-
tan la ambicio n en sus inferiores, que, naturalmente, se
contemplan instrumento de los medros de aquellos y por
último, destruyendo la fuerza de cohesion del cuerpo mi-
li~arJ que es la disciplina, infiltran en él un virus que tarde
6 temprano ha de dar sus resultados.




NACIONAL. 381
El tercer grupo, el de los generales de cuartel, carece


,de importancia. Sin valor ni talento, en su generalidad,
para conspirar y sin los conocimientos necesarios para
eclipsar á Gustavo Wasa ó á Turena, vegetan en un pueblo
ó dormitan en :tn casino; cobrando un magnífico sueldo,
con uso de uniforme que únicamente visten el dia de be-
samanos, ó la mañana del Corpus Cltristi.


No quiero citar nombres propios porque en vuestra me-
moria recordareis treinta ó cuarenta lo menos, que pueden
distribuirse entre los tres grupos.


Ahora bien, yo diría á los segundos « ltabeis sembrado
vientos .1/ recogeis tempestades. » Habeis enseñado al ejército
la indisciplina y el ejército ha aprendido prácticamente la
leccion.


,Hasta el último momento habeis tratado de seducirle, de
sublevarle y la esplosion moral que queríais causar se ha
vuelto contra vosotros mismos; pero al propio tiempo, yo
,diría tambien á los soldados; <por el camino de la indiscipli-
na no se va á ninguna parte.» La disciplina, como diga an-
tes, es una ley moral, innata á la formacion del primer
ejército permanente, como la fuerza de cohesion ~na ley
material, innata á la cr~acion del mundo.


Faltando la cohesion en la segunda, el mundo vuela en
átomos; faltando la disciplina. en el primero, sus partes dis-
gregadas caen en el espantoso caos de todos los desórdenes.


De forma, que tenemos pues una causa de indisciplina
ya, cual es el mal ejemplo que constantemente ha recilJido
el ej érci to .


La segunda é inmediata, es el poco interés que se han
tomado los que debieron hacerlo, en reformar sus orde-
nanzas.


TOMO l.




388 LA SOBERANIA.


Considerada esta obra literariamente, tiene rasgos que
honrarian á Esparta 6 Atenas.


«Todo servicio en paz ó guerra, dice, se h8.rá con igual
puntualidad y desvelo que al frente del enemigo.


»EI que tuviera 6rden absoluta de conservar su puesto,
á toda costa ¡ lo hará!


»El capitan cuya compañía esté mal gooe'rnada d peor
disciplinada no tendrá ascenso alguno.


»Desempeñaria mal mayor empleo, quien no l.lena bien
el menor que tiene.


»El oficial cuyo propio honor y espjritu DO le estimulen
á obrar siempre bien, vale muy poco para mi servicio. »


Todos estos fragmentos de artículos de la ordenanza que
al acaso cito, y q ne por la impresion que me causaron la
primera vez que los leí, quedaron gravados en mi mellloria)
los considero magníficos, pero pierden su brillante esp1en ..
dor al lado de otros vulgares é innecesario~.


. Considerada además la ordenanza como código, con-
tiene articulos terribles, dignos de Solo.n, que escribia sus
leyes con sangre, pero poco en armonía con el espíritu ci-
vilizador del siglo presente, y sus dulcificadas costumbres.


Se pensó, pues, que en vista de la poca ó ninguna apli-
cacion que aquellos tenian por parte de los tribunales mi-
litares, era necesario nombl'ar una com ision reformadora de
aquel código.


La comision _se nombró, é inmediatamen te se durmió. En
vano clamaba la prensa militar diariamente; en vano la
prensa política, mas clairvoyant que aque 11a, dirigía con-
tínuas escitaciones á la comision, y en vano oficiales, que
nada tenian de luteranos, clamaban por la suspirada re-
forma.




389


Ello es que Lutero terminó la traduccion de su Biblia,
pero la célebre comision ni aun comenzó la reforma de las
ordenanzas.


Siguióse de aquí que se relajasen mas y mas los lazos
de la disciplina, al observar los soldados que aquel código
no se obedecia, aun cuando se conculcára en favor de ellos,
pOl~ la gran distancia <l ue mediaba e.nt.re los leg{sLadores
de entonces y los jueces de ahora.


Habia "aquí un mal relativo que puedo presentaros con
claridad.


Es cierto que el delito por el cual antes un soldad'o era
fusilado, hoy se castiga con presidio, pero tambien es
cierto, que ese mismo delito en un general, le servia de
honroso luérito para pasar á una capitanía general, de ma-
yor consideracion é importancia.


Llegó á ser frase proverbial en el ejército que la orde-
nanza estaóa deúajo de la mesa para los generales y abierta
sobre ella para los soldados, y en cuando en un ejército se
dice esto, el gérmen de indisciplina, como veremos mas
adelante, no deja nunca de producir sus frutos.


Sigamos.
Con el advenimiento de la revolucion de Setiembre se


inauguró una era de propaganda y de personalismo.
La propaganda, cuando es noble, sincera, y sobre todo


ilustrada, hace irradiar la bondad de la doctrina que un in~
dividuo profesa, sobre toda la multitud; yel personalismo,
pequeño, miserable é interesado, hace refluir y condensa
el bien á que aspira cada uno de los individuos, en una sola
persona.


El ejército se hallaba solicitado por ambas fuerzas, ar-
r:1strado por las dos corrientes y al par que tenia la desgra-




390 LA SOBERANIA.
eia de no oir mas que la parte nociva ó mal comprendida de
la propaganda, esperimentaba el sentimiento de oir á sus
oficiales pronunciar constantemente la palabra ascenso, Y'
y veia que, caida de su pedestal y hecha pedazos la estátua
de la diosa Belona, todos habian elevado sobre ella á la.-
diosa Propuesta, con su ropage bordado de estrellq,s.


Llegan los sucesos carlistas y la tropa, en los cuarteles,
en sus alojamientos, va perdiendo su buen espíritu al oir
contínuamente ciertas confidenciales conversaciones en
que se pone de relieve la sed de ascensos de sus oficiales;
éstos acentúan cada vez ~as sus ambiciones y las presen-
tan ante sus propios subordinados de una manera mas des-
carnada, mas al desnudo.


El partido republicano dió siempre vagas esplicaciones
acerca de los futuros destinos del ejército, porque presen ....
tia que lo habia de necesitar; pero algunos de sus indivi-
duos, ya en la tribuna, ya en la sorda y contínua pro-
paganda de las conversaciones particulares ó de café,
habia insinuado la idea de un licenciamiento probable y
próximo.


Entremos, pues, en la República.
En el primer momento, el ejército no se opuso al plan-


teamieLto de aquella, acostumbrado como estaba á ser una
máquina; y tan máquina, que ninguna responsabilidad mo-
ral contraia cuando sus generales se dignaban sublévarle,
pero por lo mismo tampoco se le mandó reconocer la nue-
va forma de gobierno, como se habia hecho siempre en si-
tuaciones idénticas, siendo así, que en la presente, habria
sido sumamente fácil, pues cada soldado, en el fondo del
hermoso cuadro que se estaba desarrollando 'ante su vista,
veía el suspirado campanario de su pueblo.




NAClO~AL. 391
Si el presidente del Poder Ejecutivo 6, mejor dicho, el


señor Ministro de la Guerra hubiera dictado sus órdenes á
los capitanes generales en este se'ntido, habrian obedecido
todos y entonces se hubiese puesto perfectamente de relie-
ve la autoridad que tratara de desobedecer.


No se hizo así y en Barcelona, segun hemos leido en
los periódicos, se di6 lugar á una manifestacion de protes ...
ta contra los alfonsinos'j en lugar de una brillante y frater.,.
nal parada republicana.


Entonces estallaron las iras comprimidas ante el hura-
can republicano; se abrieron y maduraron rápidamente los
frutos de cuyos gérmenes ó semillas hablé anteriormente, y
estas son, el constante mal ejemplo de los generales y el aban-·,
dono completo, ó poco menos, en que se hallaba la Ordena.nza;
una propaganda mal esplicada y peor comprendida; el es-
píritu de injustici.a que dominaba en el ejército; el asque-
TOSO personalismo, individualismo, egoismo, 6 como que ...
rais llamarle, que existia entre los oficiales; la desespera~
cÍon en que sumia al ejército aquel abandono y muelle
descuido con que miraba el gobierno á los carlistas; las
sugestiones del reaccionarismo disfrazado de republicanis-
mo; el olvido del gobierno en cuanto á determinar de una
manera oficial y pública la actitud del ejército y por últi-
mo, la desaparicion, siempre punible, por mas que con ar ..
gucias quieran hoy justificarse aquellos señores, de los
generales Gaminde y Andía.


y aun añadiré mas causas para justificar, en lo que es
posible, la actitud, reprensible á pesar de todo, del ejércitn.
de Cataluña.


En tanto que unos cuerpos llevaban ocho meses de
campaña, ofros no habian salido nunca de las ciudades.




392 LA SOliERAN lA.
En tanto que unos tenian magnífico vestuario, otros


llevaban sus ?apotes desgarrados y los piés descalzos, y en
tanto que el soldado caminaba y se batía heróicamente sin
mas premio que su mezquino haber, los oficiales superio-
res medraban, ascendian y se daban buena vida.


Es mas; muchos oficiales abandonaron en seguida sus
regimientos y, desorganizado ya el ejército, fácil fué á otros
cuerpos obligar á sus oficiales á que se retirasen de grado
6 por fuerza.


Tan cierto es que el descontento y la injusticia son cau-
sa suficiente para desorganizar aun aquellas instituciones
llamadas á callar y obedecer de la manera mas absoluta.


No estrañeis, amigos mios, que sea prolijo en mi dis -
curso y un tanto severo en mis apreciaciones; se ha hecho
un llamamiento á mi franqueza y "digo lo que siento.


Hay que ver el camino que ha recorrido la falta, como
dice V. Hugo; en el exámen, hay que desüender aunque sea
á los infiernos.


No importa: tambien descendió Jesús.
Lo preciso, ante todo, es hacer justicia y en esta cues-


Hon" he procurado hacerla.
Entre la culpa y el delito os he mostrado la diferencia.
Hoy, el ejército, comete un grave delito, pero la culpa


no es suya.
El primero es digno de castigo, en tanto que la segun-


da asume la responsabilidad y esta será siempre de los que
han dado márgen á tales desmanes y á los cuales juzgará
mas tarde el tribunal de la historia.


-Cierto; interrumpió uno de los amigos, pero habién-
dose V. ocupado del fondo de la cuestion, justo es que des-
cienda á la forma.




XAClONAL. 3~3


- ¡Oh! La forma, naturalm~nte es aeplorabilísima. En
toda institucion cuyas partes estén sábiamente organiza-
das, en toda doctrina, cuyos principios estén armoniosa-
mente entrelazados, faltando una parte en aquellos, 6 un
principio en estas, todo lo que queda de la institucion 6 la
doctrina no tarda en derrumbarse; y así ha sucedido en el
ejército como institucion y en el respeto á la gerarquía co-
mo doctí'ina.


Rotos los lazos de la subordinacion concluyó el anti-
guo rigor en la uniformidad, y al par que en ciertas loca-
lidades se buscaba á los oficiales para ultrajarlos; al par
que se les perseguia, ó se les hacia dar vivas á la repúbli-
ca; al par que se abandonaba el fusil y se faltaba á lista, 6
se vivia d.ia y noche en la taberna ó en las calles de las
prostitutas; al par que se gritaba: «¡abajo galo:c.es y estre-
llas!» al par que las columnas se negaban á salir á campa-
ña como no las mandara un diputado ó un paisano cual-
quiera; al par que pedian algunos su licencia ó el aumento
de prets, se han presenciado espectáculos muy poco edifi-
cantes, tal como el pedir limosna con acompañamiento
de música, 6 bien parodiar al héroe del Gil BIas de Santi-
llana.


Se han visto por espacio de muchos dias y especialmen-
te en ciertas localidades, soldados promoviendo escándalos á
las altas horas de la noche; se ha visto á otros imponerse al
público de los teatros, interrumpiendo la representacion con
dicharachos y sandeces del peor género, viniendo á ser ob-
jeto de disgusto y desconfianza para todos; precisamente
aquellos mismos que debian ser la salvaguardia del órden
y están llamados á protejer los mas caros intereses de la
sociedad; los que, á semejanza de las antiguas Vestales, de·




39-i LA. SOBERA.NIA


bian conservar encendido, brillante y puro el sagrado fue-
go en los altares del honor.


En cuanto á la uniformidad siguió el mismo camino
que todos los buenos principios militares.


Hemos visto con dolor, y en Madrid no tanto como en
alguna otra poblacion no menos importante, soldados que
caminaban muy sérios y satisfechos con el capote militar
y el gorro frigio.


La estra vagancia y el afan de ganar dinero, por parte
de algunos comerciantes de gorras, llegó á tal estremo, que
en la mayor parte de los escaparates se han visto y conti-
núan aun viéndose gorros frigios, por cierto bien mal con-
feccionados, con triángulos de metal, en cuyo centro apa-
rece una bomba, distintivo de los artilleros; una estrella
para la infantería; una lira para los músicos1 y así sucesi-
vamen te. ¿Puede darse mayor irrision? ..


Hemos visto soldados con chaleco y chaquetilla abier-
ta; otros con el capote sobre los hombros, pero en mangas
de camisa; otros haciendo crujir su látigo de artillería
montada, asustando á las señoras; y otros, por fin, intro-
ducir la alarma en los transeulltes, sin comprender en su
ignorancia, que estaban desgarrando el corazon de la ma-
dre patria, y sin que nadie se atreviera á darles un buen
consejo, á guiarlos por el buen camino, á hacerles com-
prender el ridículo en que se ponian.


Tiempo es ya de que terminen escenas tan lamentables,
que en último resultado vienen á redundar en perjuicio y
desprestigio de la institucion y del gobierno proclamado,
con gran placer, "no solo:de los carlistas, SiDO de los ene-
migos todos de la república.


Si mi voz pudiera ser oida y escuchada con la misma




NACIONAL 395
sinceridad que yo la emito, diria al soldado: ¿Crees q U~
por llevar un gorro color de grana sobre la cabeza, sientes,
com.prendes, defiendes y conoces la libertad mejor q 118
otros infinitos que por ella se han sacrificado constante-
mente? ¿Crees, por ventura, que esta situacion anómala é
insosteni bIe p nede durar, ni que tú continuarás vi viendo y
obrando á tu capricho, sin respeto; sin consideracion á tus
superiores'? ¿Te figuras que la república, la redentora de
los pueblos, la que proelama]a igualdad y la fraternidad,
la que lleva por lema en su bandera el respeto, el órden y
la consideracion para todos, "ino para sancionar absurdos y
desmanes, creando un insufrible estado de cosas, á perver-
tir las buenas ideas, hacer triunfar las malas, introducir el
desórden y falta de respeto que nos debemos todos, inaugu-
rand.o el reinado del caos? Nó: la república rechaza, detes-
ta, anatematiza ese interregno entre el órden monárquico
fundado en vuestras bayonetas y el d.esórden republicano
RlOtivado por el abuso de esas mismas bayonetas.


Veis la pa;ja en el o.fo ageno y no la biga en eZ 'C1testro, por
que en tanto que, con sobrada razon, llamais cobardes ase-
sinatos á los bárbaros fusilamientos llevados á cabo por esa
eanalla indigna que se apellidan carlistas, no siendo otra
cosa que hordas de foragidos, vosotros os habeis permitido
atropellar á hombres indefensos yal salir de una taberna:
aquellos malvados, aunque sin razoD, é invocando un
principio absurdo, juzgan, condenan en nombre de una cau-
sa que por mala que sea ellos creen justa; y vosotros lo ha-
ceis guiados únicamente por un espí'J'itu bien distinto, por
la perturbacion de vuestros sentidos.


¿ y es así como comprelldeis la república?
¿Y es así como sentís la libertad?
TO~O 1.




396 LA ~BERANIA
¿Qué dirían si de un sepulcro se alzaran y en la forma


en que ahora os presentais, ú os habeis presentado hace
muy pocos dias, os contemplasen todos v uestros nobles
compañeros fusilados por defender la causa que vosotros
quereis desprestigiar con cierta clase de escesos? ..


La libertad, amigos mios, no es mas que la manifesta·
cion del bien en todas las esferas de la actividad'humana,
que busca su perfectibilidad relativa, porque la absoluta
solo reside en Dios.


Siendo buena como causa, es bella en sus efectos, y co-
mo lo bello no es mas que el resplandor y el vivo reflej o
de lo verdadero, claro está que la república, como la pri·.
mera y mas sublime de sus espresiones, es tambien la mas
suprema verdad, pero ¿cómo ha de comprender esto un sol-
dado cuando grita vi'oa la federal y abajo estrellas?


Si el ejército no se licencía en tanto dure la insurrec-
cion facciosa, yo tengo fé, abrigo la esperanza de que vol-
verá á ser subordinado; porque las instituciones, así como
los in di víduos, tienen cierto seguro instinto de conserva-
cion que les guia en aquellas situaciones difíciles, en que,
rotos los lazos que las unian á la firme base de la moral,
flotan descuidadas al impulso del viento de sus pasiones,
y el ejército, como institucion, obedecerá al mismo prin-
. .


ClplO.
Cierto que no habrá aquella ciega, entera y absoluta


subordinacion que antes, eso es ya muy difícil, pero tam-
bien no es menos seguro que han terminado los pronuncia~
mientos para elevar á un general ó entronizar á un par-
tido.


Por lo demás yo no niego que los desórdenes, con senti-
miento presenciados por todos, y mas particularmente en




NACIONAL. 397
ciertas locaHdades especiales, han sido reprol)ables, dignos
-de castigo, é impropios de la siempre acrisolada lealtad de
nuestro valeroso y cual ninguno sufrido ejército.


¿Cuándo se ha visto que un cuerpo en masa se niegue á
perseguir al enemigo"?


¿Cuándo que, tumultuariamente, se pida aumento de
paga?


¿Cuándo levantar la mano sobre un oficial inerme"?
¿Cuándo se vió en fin igual emancipacion de todo po-


der, igual imposicion, altanería, insolencia y des6rden'?
y en tanto los' encubiertos enemigos de la república


sonríen de gozo; los oscuros reaccionarios contemplan con
satánica alegría el envilecimiento del ejército, y al verlo
divorciado del pueblo sensato y digno, tocan los resultados
de su obra y esta no es mas que la realizacion de la ma.-
quía vélica frase divide y 'Vencerás.


No en vano se representa como un niño en mantillas á
toda institucion en los primeros dias de su planteamiento:
y así como todos los principios, los mejores elementos de
la economía se elevan al seno de la madre para alimentar
al hijo, del mismo modo el concurso de todos los ciudada-
nos que colectivamente forman la patria, han de unir sus
buenas ideas para alimentar la naciente República.


Si una institucion como el ejército retira su concurso,
'si se convierte en enemiga de aquella por quien ha de ser
libre ¿con qué derecho la pedirá mas tarde su libertad"?


Estraña lógica la del soldado que grita viva la federal
y la insulta con sus actos; que dá vivas á la República y
se coloca, vistiendo el uniforme, un gorro anti reglamen:'
tario, gorro que en su cabeza es el signo de la mas abyecta
de las esclavitudes, la esclavitud del fanatismo político.


\




398 LA. SOBERANIA


No en valde djce Cárlos Rubio, que el fandt~smo cun'Cierh
á los ltomores en fieras y ahora tocamos los resultados prác,.
ticos de su axioma.


Os reasumí, pues, las causas anteriores y determinantes
de la presente indisciplina y para condensar en una sola
frase todo lo que acerca de ello os llevo dicho, gola me re~·
ta definirla diciendo que es el mayor \jrímen militar d€ la
España contemporánea.


Calló el veterano y sus amigos, que le habian escucha-
do con el mas religioso silencio, apenas osaron añadir ni
una palabra á su brillante peroracion, ni interrumpir la
profunda meditacion en que quedó completamente abs-
traido.


¡Alma generosa y noble! quizás soñaba ser él el encar-
gado de prestar pacífico curso al impetuoso torrente de to-
das las ideas revolucionarias; quizás recordaba los grandes
tribunos, generales y hombres de gobierno q1le llevaron su
palabra, su espada ó su accion á las inmensas piras de las
revoluciones, salvando á su patria y sacándola incólume del
abismo en que la sumiera esa ceguedad, que parece velar
moralmente los ojos de ciertas individualidades en los pri-
meros instantes de la caida de una instituciofl..


Quizás pensaba en las antiguas glorias de nuestro ejér·
cito, ora cuando sitiaba el imponente recinto de Marsella,
con el de Borbon, en tiempo de Cárlos V; ora cuando ven-
cia en los Países Bajos; ora cuando peleaba en Africa con
Cisneros, ó en América con Cortés y llevaba con la antor-
cha de la ci vilizacion en una mano y en otra la espada de-l
conquistador, la voz de sus misioneros y los pendones de
sus caudillos hasta los mas recónditos ~enos de los bosques
vírgenes del Nuevo Mundo.




~ACIONAL. 39;)
Quizá recordaba tambien el período en que los preto-


rianos eran los verdaderos déspotas de Roma, y fué aquel
en que mas se acentuó su decadencia.


De su abstraccion vino á sacarle la campanilla agitada
por el venerable.


Cada cual ocupó su puesto y abrióse la sesion, para con~
tinuar, despues del despacho ordinario, la lectura de las
memorias de D. Antonio, que á todos interesaban viva-
mente.


Pero como quiera que hace tiempo abandonamos á los
principales héroes de nuestra novela, preciso es, antes de
pasar adelante, que nos ocupemos de ellos, pues no menos
vivamente deben interesar al lector que las memorias de
D. Antonio.


Son dos narracjones de bien distinto género; la una que
procura hablar á la inteligencia, la otra que pretende im-
pre~ionar al corazon.


Por supuesto que Felipe no se encontraba tampoco aque-
lla noche entre los concurrentes cosa bien estraña en un
hombre tan exacto y tan puntual.


¿Dónde estaba'?
~Qué importantes negocios le retenian?
Pronto lo sabremos.





CAPITULO XV.


Amor sin esperanza.


Es muy natural que nuestros lectores ansíen volver á
ponerse en contínua relacion con los principales personajes
de nuestra novela; las tristes relaciones de las memorias
del difunto D. Antonio han debido sobrecoger su ánimo
haciéndolos casi olvidar.


Volvamos, pues, á ellos y sirva la interesante continua-
cion de la verídica historia de Felipe y de María, de bálsa-
mo consolador, de lenitivo, de eficaz alivio á la dolorosa
impresion con que embargan el espíritu y lo martirizan las
horribles descripciones de ciertas catástrofes, de esos mar-
tirios que, despues de todo, han sido siempre provecho-
sos para la útil enseñanza del pueblo, por que han conse-
guido encarnar mas y mas en su espíritu la idea republi-
cana, acreciendo en su pecho el profundo aborrecimiento
á las tiranías.


María, como ya lo hemos dicho en los precedentes ca-
pítulos, no solamente no era feliz, sino que se conceptuaba
como la mas desgraciada de las mujeres.




LA SOBErtA~IA NACIONAL. 401
Suponemos al lector interesado por esta pobre niña yes


natural que desee conocerla mas íntimamente; en su conse-
cuencia trazaremos en breves rasgos su retrato.


Si antes no lo hemos hecho, ha sido porque las dos si-
tuaciones en que la presentamos no admitiaD, por su palpi-
tante importancia, que nos detuviéramos en descripciones y
detalles insignificantes, robando el interés á la accion dra-
mática de la obra .


. l\Iaría era mas bien de una estatura pequeña que alta,
pero sin embargo de sus pocos años, se hallaba ya perfec-
tamente formada y desarrollada.


Su talle era esbelto y gracioso, su cuerpo bien mode-
lado.


Redonda y proporcionada su cabeza, se hallaba cubierta
de una brillante cabellera rubia la cual tenia costumbre de
recoger hácia atrás y en una sola trenza; pero aquel pei-
nado tan sencillo, recibia de sus manos cierta gracia espe-
cial: demasiado finos y al mismo tiempo espesos, sus ca-
bellos no podían sujetarse ni enroscarse todos al rededor del
diminuto peine, razon por la cual se escapaban muchos en
rizados y pequeños bucles, que venian á caer sobre su fren-
te y torneado cuello.


Rodeados de una casi imperceptible línea oscura y guar-
necidos de largas y sedosas pestañas, sus párpados se abrian
para dejar brillar unos espresivos ojos garzos, húmedos,
aterciopelados, y cuya pupila se hallaba dotana, hasta el
mas alto grado de contraccion y dilatacion.


La nariz, aunque pequeña, presentaba un perfil irrepro-
c hable y la boca perfectamente rasgada y arq ueada en sus
estremos, dejaba asomar entre dos sonrosados labios~ dos lí-
neas de menudas perlas blancas, tan iguales y de tan purí-




402 LA SOBERA~ÍA
simo esmalte, que la Vénus de Milon las habria envidiado
seguramente.


Aunque María podia pasar por bonita y hasta por her-
mosa, su belleza no era del todo irreprochable; los contor-
nos de su perfil, en conjunto, carecian de cierta esquisita
pureza, pero tal como aparecia, era imposible olvidarla des-
pues de vista una sola vez, y cuando se la miraba con algu-
na fijeza era preciso igualmente hacer un violento esfuerzo
para separar la vista.


En sus facciones se reflejaban constantemente las iro-
presiones de su alma; su franca y movible fisonomía reve -
laba claramente sus sentimientos, sus penas, sus emocio-
nes' y sus ojos límpidos y profundos dejaban leer hasta el
fondo de su corazon, cuando brillaban animados por la ale-
gría ó la ansiedad de un deseo no satisfecho.


La espresion que comunmente se reflejaba en sus fac-
ciones era la de la dulzura y la tristeza; mas marcada aun
desde el fallecimiento de su padre y cuando llegó á adqui-
rir casi el convencimiento de que Felipe ni la amaba, ni
siquiera habia hecho aprecio de la tierna solicitud con que
la pobre niña por él se sacrificaba.


En tanto, María, como ya lo hemos dicho, adoraba á
Felipe con todas las fuerzas de un corazon potente y jóven.


Para ella Felipe, aun no amándola, era la única felici-
dad de su existencia; su consuelo, su esperanza, su pasado
y su porvenir; no vi via sino por él y para él.


Desgraciadamente, tanta pasion y tanto sacrificio, ní
era apreciado en lo que valia, ni hallaba la merecida re-


\
-compensa. -


Felipe no comprendia nada de esto; parecía estar ciego:
La tierna solicitud y el delicado esmero de que contí-




NACIO~AL. 403
nuamente se veia rodéado por la niña, lo juzgaba como la
cosa mas sencilla y natural del mundo; para él no era aq ue-
110 mas que efecto del fraternal cariño de la hermana al
hermano.


\
Sin embargo, tantas y tan continuadas demostraciones


llegaron por fin á fijar su atencion ; le hicieron comprender
algo de lo que pasaba en el alma de María y motivo fué
este mas de sentimiento que de alegría.


¿Por qué? porque Felipe, sin embargo de que profesaba
á María entrañable afecto, era un cariño muy distinto del
que la pobre niña hubiera deseado.


Además, fuerza es confesarlo} Felipe que hasta enton-
ces se habia mostrado indiferente á los encantos del amor,
que no habia fijado su atencion en ninguna mujer, que su
corazon no habia palpitado por otro sentimiento que el de
la patria y por el del amor á la causa de la libertad, á la
que consagró todos sus sentidos y potencias desde que tuvo
uso de razon, habia llegado un dia en que la vista de una
mujer bella, elegante, considerada y de elevada posicion,
consiguió impresionarle de una llianera tan vivísima, que
le tenia como atontado.


Como todos los hombres en que el corazon ha estado dor-
mido mas tiempo de lo que es natural y cuando llega á des-
pertarse al eléctrico choqu~ de ciertas impresiones, es mas
violento y mas exigente en sus deseos, el de Felipe se sin-
tió herido, pero vivamente herido, y de aquí nacia la pre-
ocapacion en que últimamente le hemos visto; de aquí
tambien su falta á la lógia en la última sesion.


Precisamente á aquella hora Felipe estaba en el teatro,
porque sabia que la persona que le interesaba se hallaba
tam bien allí.


TOMO l. 60




404 LA. SOBERA.:'\ÍA


Preciso será que el lector se entere y sepa de qué modo
nació y tomó cuerpo este repentino amor en un hombre
hasta entonces tan indiferente y hasta escéptico para cierta
clase de afecciones.


Paseaba un día solo y meditabundo por una de las ala-
medas de la Fuente Castellana.


Completamente distraido, salióse de la línea marcada
del paseo y penetró en el de carruajes, que en aquel mo-
mento se contaban en gran número.


De pronto, vino á sacarle de su abstraccion un agudo
grito femenino, que fué seguido de un rudo choque que re-
cibiD en el hombro y que casi lo derribó por tierra.


Hasta pasado un momento, no pudo darse cuenta de to do
lo que aquello significaba.


Uno de los ginetes que galopaban ó caracoleaban al re-
dedor de los lujosos trenes, no pudo refrenar el ímpetu de
su corcel, y vino á chocar con el distraido Felipe, que se
vió muy espuesto, por su misma distraccion, á ser estro ~
peado y herido de una manera grave.


Una de las señoras que ocupaba el testero de una mag~
nífica carretela abierta y que precisamente se hallaba cerca
del sitio donde podia haber ocurrido una desgracia, al ver
el inminente peligro de Felipe, al considerar que iba á ser
atropellado por el caballo, lanzó un grito de angustia y de
terror, grito que á Felipe le obligó á hacer un movimien .. -
to, alzar la cabeza y esquivar en lo posible el rudo choque
del inesperto ginete.


Pero sus ojos se fijaron en la hermosa dama que habia
lanzado aquel grito, y al cual debia en gran parte el no
haber sido aplastado.


Al cruzar su mirada con la de aquella muger, no solo




:SACIONAL. 405


quedó como extasiado, sino que experimentó una impresion
tan extraordinaria como la que se produce al poner la mano
sobre el alambre eléctrico.


Aquella lujosa carretela, tirada por dos magníficas ye-
guas tordas y servida por lacayos de ostentosa librea, con-
ducia lo que muchos han dado en llamar un ángel, otros


"-


un demonio; Racine, un objeto lleno de encantos y atrac
tivos; una mártir, segun los menos ... una muger en fin
en todo el apogeo de la belleza y de la seduccion.


Nada, pues, tiene de estraño que Felipe, por indiferen-
te que fuese, quedase estático ante aquella peregrina apa-
l'icion, que al verle ya fuera del peligro, no pudo menos
de significar su satisfaccion con la mas encantadora de las


.


sonrisas; Felipe se inclinó, correspondiendo al interés que
por su peligro habia demostrado aquella hermosa dama,
quitándose respetuosamente el sombrero.


Un ligero movimiento de cabeza, equivalente á un salu-
do, correspondió igualmente á su fina ate~cion.


Los caballos partieron al trote largo y Felipe, que ha-
bía vuelto al buen sendero, ó lo que es lo mismo, á la calle
donde pasean las gentes que no pueden hacerlo en carrua-.
ge, quedó por algunos instantes perplejo y en esa situa-
cion especial de los que, víctimas de una emocion violenta
y repentina, no saben en los primeros momentos qué ha·-
cer, ni qué determinar.


Len.tamente continuó su camino, pero siempre atento
al regreso del carruage, que de bia vol ver por el mismo si~­
tio, si, como era de suponer, habia de dirigirse al Prado
como comunmente acostumbran las personas que pasean
en las primeras horas de la tarde por la citada Fuente Cas-
tellana.




406 LA. SOBERA.NIA


Efectivamente, aun no habia trascurrido un cuarto de
..


hora, la carretela volvió á pasar, y tal fué la precipitacion
con que Felipe quiso lanzarse á contemplar de nuevo su
ídolo, que de nuevo penetró en el paseo de carruages, y de
nuevo tambien estuvo á pique de ser aplastado por uno de
estos.


La carretela pasó á una vara de distancia del sitio don-
de se habia colocado Felipe, pero la señora en cuestion,
muellemente recostada en los almoadones de seda, ni si-
quiera fijó la atencion en el jóven que la contemplaba ex-
tasiado y con los labios entreabiertos, palpitante el cora-
zon, fascinados los sentidos.


En aquel momento pasaba por su lado una berlina de
plaza, que regresaba de vacío, segun aparecia de la carac-
terística targeta de metal fijada en la parte superior de la
caja, y Felipe, asaltado de una súbita idea, la mandó pa-
rar, y penetrando rápidamente en ella, dió órden al coche-
ro de colocarse detrás de la carretela, y seguirla á donde
quiera que fuese.


Felipe quería conoceJ' quién era su ídolo, dónde vivia,
su nombre y estado.


El auriga alquilon, obedeció las órdenes que hauia re-
cibido, y desde aquel momento se adhirió á la arristocra-
cia carretela, como la ostra á la roca, como la yedra al ol-
mo, como la enrredadera á la caña.


La cabeza del escuálido caballo parecia incrustada" en
las piernas de los lacayos: si marchaba al paso, seguia al
paso; si las yeguas tordas trotaban, á fuerza de látigo el po-
bre jamelgo sacaba fuerzas de flaqueza y trotaba tambien,
con objeto de no perder una pulgada de terreno.


Felipe, á todo esto, sacaba incesantemente la cabeza




NACIONAL. 407
por la portezuela., pero todos sus esfuerzos eran inútiles
para ver á la divina hermosura que tan repentinamente lo
habia cautivado.


Colocada en el testero de su carretela y yendo él detrás,
no era fácil que pudiera verla.


Así continuaron dando aun dos vueltas en el 'Prado, en
el trayecto que media desde la fuente de Cibeles hasta
el paseo de Atocha, despues de lo cual, la carretela tomó
el camino de la antígua puerta de Alcalá, y en direccion
al barrio de Salamanca.


Ante uno de los mas lujosos hoteles de aquel barrio aris-
tocrático, vino á parar, quedando la berlina de alquiler á
algunas varas de distancia y Felipe, abriendo la portezue-
la se lanzó á tierra con objeto de ver nuev-amente, yaun-
que no fuera mas que breves momentos, á la muger, al án-
gel, á la diosa que tan preocupado le tenia.


Efectivamente, descendió aquella de la carretela y dán-
do 6rden al cochero para que vol viese á la hora del Tea-


, tro, penetró en su casa, sin haber observado la persecucion
de que era objeto, ni mucho menos hecho aprecio de aquel
pobre mortal que la contemplaba embobado, apoyado en
uno de los árboles del boulevard Serrano.


Por el pronto Felipe sabia su domicilio y lo que es mas,
que aquella noche iria al Teatro; pero ¿á cuál? vaya V. á
adivinarlo: e;J, la duda, y puesto que aun faltaban dos horas
para que principiara el espectáculo, resolvió, utilizando la
berlina, trasladarse á comer á cualquier fonda ó restaurant
y volver á colocarse en acecho para continuar siguiendo á
la carr~tela cuando se dirigiese al Teatro; de este modo no
h:'tbia medio de equivocarse.


Hízolo así, y el auriga, segun su 6rden, lo llevó á casa




408 LA ~OBERANIA


de Fornos, calle de Alcalá, por ser la fonda mas próxima y
tambien la mas confortable.


Pidió de comer, pero apenas probó bocado; no tenia ape-
tito: era natural, su imaginacion estaba demasiado preo-
cupada.


Cuando le servian los postres y el café, penetró en la
sala uno de sus ma's íntimos amigos, . un pintor; un repu-
tado artista, relacionado con lo mejor de Madrid y muy
querido, por las bellas cualidades de su carácter, con lo
principal de la buena sociedad de la c6rte.


Llamábase Luis Marin y su edad próximamente la de
veinte y seis á veinte y ocho años.


Aunque de carácter alegre y jovial, se reflejaba contí-
nuamente en sus facciones un fondo de tristeza y de amar-
gura que no estaba muy en armonía con la constante son-
risa que plegaba sus labios.


Dos años hacia que habia perdido á su madre, y si bien
es cierto que aquel rudo golpe le habia impresionado vi-
vamente, porque la adoraba, positivamente no era aq uella
pérdida, aquel dolor, el único que daba á su fisonomía aquel
tinte de tristeza, aunque disfrazado siempre con cierta
máscara de franca alegría y hasta de volubilidad.


Luis habia quedado huérfano y no tenia parientes.
La corta renta que su madre le legó al morir habia sido


acrecentada con el trabajo, y como su pincel le proporcio-
naba desahogadamente para vivir, hasta con cierto lujo,
disfrutaba en Madrid, aunque con estremado juicio, de la
cómoda posicion que la buena suerte y su laboriosidad le
habian deparado.


Profesaba las mismas ideas liberales de Felip~ yen mas
de una ocasion, sirvió á éste la casa de Luis, de amparo y




NACIO~AL. 409


de refugio, cuando en épocas no lej anas tuvo necesidad de
esconderse huyendo de la persecucion de la policía.


Era además íntimo amigo de D. Eugenio, y visitaba la
casa con la misma franqueza que si fuera un individuo de
la familia.


Conoció á 1\1aría y desde el primer momento esperimen-
tó por ella la tierna simpatía, el dulce cariño de un her-
mano. Esta por su parte, conociendo lo que Luis valia, cor-
respondió á tan santa y desinteresada afeccion con un cariño
igual, y á los pocos dias de conocerse y de tratarse, ya se
habia entablado eIftre ellos esa ilimitada confianza que ge-
neralmente no se adquiere sino á fuerza de años y de posi-
tivas pruebas.


Luis conocía el estado del corazon de la jóven.
Sabia que amaba á Felipe con un amor inmenso, im-


perecedero, pero al hacerle depositario de sus confianzas, la
pobre niña le habia exigido su palabra de honor de que por
ningun concepto llegase á saber su tio el secreto que guar-
daba su corazon.


Su delicadeza, su noble orgullo, así lo exigia.
Tampoco Luis ignoraba que Felipe era insensible á


tanta ternura y que preocupado en asuntos muy sérios, ni
siquiera habia fijado su atencion en las muestras de cariño
de que constantemente era ohjeto.


Mas de una vez estuvo á punto de descubrirle la ver-
dad, pero 'el juramento que se le habia exigido sellaba sus
labios y contemplaba, con profunda pena, como languide-
cia aquella pobre flor sin esperanza.


Sin embargo, sus consej os servian de gran consuelo á
la pobre María; á fuerza de repetírselo llegó á hacerla creer
que llegaría un día en que su inmenso amor tendria su re ...




410 LA SOBERANIA


compensa y que Felipe, despertando de su sueño, ó arran-
cada la venda que le cubria los ojos, vendria á caer á sus
piés ofreciéndole todo el amor de que tan digna era.


Al penetrar en el comedor de la casa de Fornos donde
Felipe se hallaba terminando de saborear su café, se halló
agradablemente sorprendido con el encuentro de éste.


Dirigióse á él y estrechando afectuosamente su mano,
colgó el sombrero de una de las perchas y se dispuso á ocu-
par el asiento vacante, frente á Felipe y en su misma mesa.


-Ouánto me alegro de encontrarte, le dijo, y si quieres
que te sea franco te confesaré que hasta por egoismo.


-Oómo así~ replicó Felipe.
-Muy sencillo, chico, hoyes uno de esos dias que me


aburro, que no sé qué hacer, que todo me incomoda. Vengo
del Suizo donde he dejado media docena de esos que se
llaman nuestros amigos y cuya conversacion me cansa, me
hastía, me hace daño.


Parece que no saben hablar sino mordiendo; si se habla
de mujeres no hay para ellos una reputacion á salvo; si se·
habla de política barbarizan; si de ciencias, artes ó litera-
tura, el veneno de la envidia rebosa en todas sus palabras.


Francamente, me avergüenza unajuventud tan cínica,
tan maldjciente, tan pervertida, como la de esta época, á
la cual desgraciadamente pertenecemos tú y yo, que si no
somos impecables, por lo menos tenemos otras condiciones
de lealtad y de honradez que la juventud dorada desconoce
por completo.


Oompletamente fastidiado me he venido aquí á comer
y mi buena suerte me hace encontrarme contigo; esto al,
meDOS me sirve de compensacion y de consuelo.


-Mucho siento, mi querido Luis, replicó Felipe, que




NACIONAL. 411


-tus esperanzas se vean defraudadas; pero, bien á pesar mio,
solo breves instantes puedo permanecer en tu compañía.


-¿Cómo es e~o'? ¿me abandonas? ¡Y yo que habia pen-'
sado que pasaríamos juntos la noche!


-Imposible; un asunto de la mayor importancia me
llama á otra parte.


-Asunto político'?
-Nó; es asunto de bien distinto género y que me tiene


en estos momentos harto preocupado.
-En efecto; encuentro DO sé qué de estraño en tu por-


te, en tu fisonomía, en el acento de tu voz!. .... Creo que
siempre me has distinguido con tu confianza y si no me
consideras indigno de ella, si crees que puedo serte útil
'{~on mi persona ó con mis consej os ...


Felipe pareció reflexionar algunos momentos.
Luis le contemplaba atentamente, procurando adivinar


el secreto que su a.migo parecia vacilar en confiarle.
-Tal vez sí; es muy posible que te necesite y en prue-


ba de que ahora y siempre posees toda mí confianza, de
que te tengo por el mej or de mis amigos ...


-y puedes creerlo, ninguno hay que te quiera tanto
como yo: habla, habla ...


-En tal caso, come pronto lo que hayas de comer; que
te sirvan con presteza y te vendrás conraigo ...
~Si la cosa es tan urgente, puedo pasarme sin comer.
-- NÓ 1 aun tenemo~ tiempo; replicó Felipe, despues de


haber mirado Sil reloj.
Llamóse al camarero, pidió Luis la. comida y habiéndole


éste indicado que tenia prisa, le fué servida inmediatamente.
-i y adónde nos dirijimos'? áñadió interpelando á Feli-


pe, en tanto que se servia la sopa,
TOllO L 61




412 L.\. SOBERA.NIA.


-Al Teatro.
-¿Y á cuál?
-Aun no-lo sé.
-¿Qué no lo sabes? pues tiene gracia.
-No lo sabremos hasta que nos hallemos en la puerta


del mismo.
-Pues no lo entiendo.
-Ya 10 comprenderás á su debido tiempo; pero en el


entretanto, dime; tú que estás tambien relacionado con la
alta sociedad de Madrid y que "isi tas las principales casas,
¿conoces una m uj el' hermosísima que pertenece á la clase
mas elevada y que posee un magnífico llotell en el barrio
de Salamanca'?


-Hombre, conozco tantas de esas señas que no es fácil
acertar con la que quieres decir.


-Es que como la que yo digo no hay dos, ni fácil tam-
. poco equIvocarse.


Luis, que se llevaba en aquel momento una pechuga de
Salmi de cJwc1ws á la boca, quedó parado en su rnovimientu
y mirando á Felipe con estraordinario asombro le dijo:


-¿Qué no es fácil equivocarse'? .... ¡gran Dios! esta..,
rías ...


-¿Ena+norado? sí, no puedo negarlo; hace dos horas que
no sé lo que por mí pasa, que no tengo conciencia de lo
que hago, ni de lo que digo ... que estoy completamente
trastornado.


Tal fué la sorpresa de Luis que el tenedor se le escapó
de la mano sin haber llevado la pechuga á la boca.


Era una noticia tan estraordinaria para él, que contem-
plaba á su amigo como alelado.


¡Enamorado Felipe 1 y enamorado de otra mujer, cuan-o




NACIONAL. 413


do la felicidad le sonreía en su casa, cuando un ángel co-
mo :María era la única, que, en un caso, tenia derecho á
ser preferida en ta:l santa afeccion!. ..


Todo esto pensaba Luis y en su lealtad, en su bellísimo
corazoll, en el afecto síncero que profesaba á la huérfana,
lJ.O habia podido escuchar aquella confesion sin esperimen-
tar cierta molestia y mal estar, la cual, sin embargo, pro-
curó ocultar á los ojos de su amigo.


Pero tal fué la desagradable impresion que produjo en
su ánimo, que ya no quiso continuar comiendo y dijo al
camarero suprimiera los demás platos que aun restaban,
trayéndole únicamente el café y una copa de cognac.


Felipe en tanto permanecía peLsativo.
Por espacio de diez minutos y en tanto que Luis tomó


su café, el silencio no fué interrumpido por ninguno de los
dos an1igos. "


Pedida la cuenta y satisfecha, Luis fué el primero que
se levantó de su silla y cogió su sombrero.


-Vamos, dijo, cuando quieras; estoy á tus órdenes.
-Vamos, contestó Felipe, y ambos se dirigieron á la


puerta, d.onde les esperaba la berlina de plaza, que Felipe
no habia despedido, y á cuyo cochero dió nuevamente sus
órdenes.


Partió el vehículo otra vez camino del barrio de Sala-
lllanca, parándose al frente de losjardinillos que rodean los
antiguos monumentales arcos de la puerta de Alcalá y
quedando desde aquel sítio en acecho.


El cochero h'lbia comprendido la mision de que se ha-
llabu, encargado; no dudaba de que la propina seria esplén-
dida y procuraba cumplir con su obligacion.


A todo esto ya se habia hecho completamente de noche,.




414 LA SOBERA}lIA


pero la luz de los reverberos de gas alumbraban lo suficiente:
para distinguir, no solo los carruages, sino las personas.


En todo el camino, ni Luis ni Felipe habian cambiado-
una palabra; cada uno parecia absorto en sus reflexiones.


Por fin este último se decidió á romper el silencio:
-Parece, dijo, que mi confianza no ha sido muy de tu


agrado.
-A mí'? ¿y por qué no lo ha de ser? replicó Luis; lo


que si ha producido en mí es el efecto de la sorpresa: no te
creia susceptible de enamorarte y mucho menos tan repen-
tinamente.


-Tampoco yo me lo esplico, pero es lo cierto q,ue la
impresion que he esperimentado, á la simple vista de esa
mujer, es superior á cuanto yo te pudiera decir.


-Pero ¿y cómo ha- sucedido todo e~o'? ¿qué hemos ve-
nido á hacer aquí? ¿á quién esperamos?


Entonces Felipe le contó minuciosamente todos los de-
talles de su aventura de aquella tarde.


-y no hay nada mas? replicó Luis un poco mas tran-,
quilo.


- Nada m as ¿te parece poco'?
Luis no pudo menos de soltar una sonora carcajada.
-Vamos, vamos; dijo, yo creia otra úosa mas séria;


siendo no mas que lo que me cuentas aun, no hay peligro. 06
-Peligro ¿de qué?
-De nada ... pero me estraña que un hombre tan formal


como tú, tan juicioso como tú y que jamás ha rendido culto
á ciertos ídolos, se conduzca en esta ocasion ni mas ni me-
nos que un chiquillo.


-Es que tú no puedes formarte idea de lo que esperi--
m.ento, de lo que sufro ...




NACIONAL. 415


-Pues, hijo, ni que hubiera sido un disparo á quema
ropa, ó una exalacion ... no puedo comprender ni he com-
prendido nunca esas violentas pasiones repentinas, que,á
guisa de ferro-carril, penetran por los ojos y van directas
al corazon.


-Búrlate cuanto quieras, pero es lo cierto que desde
esta tarde estoy como un loco.


-Bueno, bueno; y como dice el refrán que un loco ha-
ce ciento, participaré de tu locura, pero te advierto que
hasta cierto límite.


-No te comprendo.
-:Muy sencillo: yo tengo mis ideas y mis ridiculeces;


te quiero mucho así como todo lo que te pertenece; me
tendrás á tu lado en cuanto esto no pase de una broma, pe·
ro si la cosa se formaliza, te abandono; no quiero ser c6m-
plice de ...


-De qué'?
.


-De ... nada; yo me entiendo, y Dios me entiende.
Por segunda vez y sin que Felipe se apercibiera de ello


Luis habia indicado su pensamiento.
La memoria de María no se apartaba de su mente desde


el momento en que Felipe le hul)o confesado que amaba.
Amar á otra mujer que á María, era para el noble jóven


una cosa tan absurda como indigna.
Comprendía que María. era capaz de morirse de pena) si


llegaba á' saber que el objeto de su cariño amaba á otra
mUJer.


Podia esta perdonarle y aun sufrir en silencio que no
fijase en ella su atencion, por las preocupaciones políticas en
que lo veia contínuamenteengolfado; podia esperar al menos
que llegase un día en que abriera los ojos, reparase en




416 LA SOBERANU


ella, y obligado por tantas y tan repetidas muestras de ab-
negacion y de ternura, la ofreciera la merecida recompensa;
pero cómo habia de tolerar que amase á otra mujer! ... y si
no podia impedirlo, podia al menos morir! ...


En esto la berlina de plaza se puso en movimiento.
Felipe sacó precipitadamente la cabeza por la portezue-


la, despues de haber bajado el cristal.
Delante de ellos marchaba al trote largo, no ya la car-


retela abierta de la tarde, sino un Olarens, con distinto
tronco de caballos.


Felipe creyó que su cochero se habia equivocado, pero
no era así: el auriga habia conocido perfectamente los co-
cheros y la librea y calculó perfectamente que era lógico
el cambio de carruage, mucho mas tratándose de ciertas
casas que disfrutan el privilegio de poseer varios trenes.


El carruage de la noche es completamente distinto del
que se usa para paseo.


Atravesaron ambos carruajes, uno en pos de otro, la dis-
tancia que media desde la puerta de Alcalá al teatro del Prín-
cipe, término de su carrera, y del primero descendió y pene-
tró en el vestíbulo la dama en cuestion; cubierta de un
lujoso abrigo y dejando en pos de sí ese perfume aris-
tocrático tan ensalzado y encomiado por las gentes de buen
tono.


Inmediatamente despues, y habiendo tomado sus loca-
lidades en el despacho, penetraron Felipe y Luis y fueron
á ocupar sus butacas de sesta fila, haciendo la casualidad
que se hallasen colocados frente á frente de la elegante
dama, gue lucia los encantos de su hermosura y la riqueza
de sus joyas y adornos, en un palco bajo de la derecha, in-
mediato al proscenio.




~AClO:VAL. 417


La representacion estaba ya empezada y casi terminaba
el primer acto.


Esto importaba poco á Felipe; él no iba á ver la funcion,
ni el estado de su e8píritu le permitis, fijarse en otra cosa
que en la contemplacion de aquella mujer que lo habia
cautivado.


Si Felipe no hubiera indicado á Luis por señas el palco
en cuestion, tampoco habria necesitado que su amigo le
dijese una palabra, porque sin mas esfuerzo que seguir la
direccion de todas las miradas y de todos los gemelos, ha·
bria comprendido y adivinado el resto.


Efectivamente, aquella hermosa mujer llamaba pode-
rosamente la atencion por su elegancia y por su belleza.


Además, sabido es que, cuando el público de un teatro
y en medio del silencio de la representacion, oye abrir un
palco y siente el crujido que produce la seda, instintiva-
mente la curiosidad obliga á todo el mundo á volver la
cabeza, para ver las personas que vienen á ocuparlo.


La dama en cuestion vestía un traje de crepe, color de
rosa, de anchos pliegues y larga cola, abierto por delante,
en forma de túnIca y recojido con lazos de la misma tela;
una especie de pardesus de terciopelo verde esmeralda, de
forma particular y elegante, ceñia su cuerpo, y ópalos ma-
ravillosos, en que se reflejaban todos los prismas del Iris,
brillaban en su frente, en sus di!:!linutas orejas, en su gra-
cioso cuello y en sus torneados brazos.


otros dos ópalos mas gruesos y guarnecidos de brillan Q
tes, sujetaban dos lazos sobre los hombros, y una magnífica


perla negra, de estraordinario valor, venia á unir sobre su
pecho y en la parte superior los pliegues del escote.


Esta elegante como rica toilette, atrajo naturalmente




418 LA SOBERANIA


las miradas de todos: pero lo que mas llamaba Ja atencion
era la hermosura y esquisita elegancia de su dueña.


El teatro, en la referida noche, estaba concurridísimo,
brillante, como suele decirse.


Tantas bonitas y elegantes damas ocupaban los palcos
y aun las butacas, que, mas que sala de espectáculo, pare-
cia un magnífico jardin cuajado de frescas y embalsamadas
flores.


Nadie acompañaba á la citada dama; apareció sola en
el palco y ocup5 el asiento principal con cierta magestad
de reina, no exenta, sin embargo, de cierto estudio y co-
quetería.


Cinco minutos despues terminaba el acto y el telon
descendia.


Felipe continuaba como embobado contemplando á
aquella mujer y sin perder ninguno de sus movimientos.


Por su parte, Luis, sonreia de una manera particular,
si bien St}. sonrisa no parecia exenta de aquella am~rgura,
de aq uena tristeza de que ya hicimos mencion anterior-
mente.


Conocia á aquella mujer y temia.
Temía por su amigo, pero principalmente por ~laría.
Restábale, sin embargo, una esperanza y era, que si


bien es cierto que Felipe podia haberse enamorado, aquella
dama era muy probable que, atendida la posicion que ocu-
paba en el mundo social, no hiciera aprecio de la pasion que
habia inspirado.


De pronto, Felipe estrechó el brazo de su amigo y con
viva ansiedad le interpeló:


.. - Ya la ves, le dijo, ¿no es c~erto que es un ángel?
--O un demonio, quién sabe; no te fles de apariencias.




NAClO~AL. 419


-La conoces'?
-Sí.
-¿Cómo se llama? quién es'? cuál es su estado'? ..
-Su nombre es Margarita; su posicion elevada; su es-


tado, viuda.
--La tratas'? ¿la visitas'? ¿eres su amigo'?
-N inguna de las tres cosas.
-Es estraño en tí, que estás relacionado con todo el


mundo.
-Es que yo elij o la sociedad que mas me agrada y la


de esa señora no se halla en armonía con mis aspiraciones.
-Verdaderamente que no acierto á esplicarme la con-


trariedad que noto en tí desde que te he confesado mi
amor.


-¿Contrariedad? y ¿por qué'? yo nada tengo que repro-
char á esa señora; además, tú ya no eres un niño y sí muy
dueño de obrar segun los impulsos de tn corazon.


Lo que no me agradaría, porque te quiero bien, es que
sufrieras mas tarde un desengaño.


-¿Un desengaño'? yen qué sentido'?
-Estas señoras del gran mundo, de cierta clase de so-


ciedad, por lo general ni tienen corazon, ni los sentimien-
tos que inspiran son para ellas otra cosa que un juego, al
que no suelen dar importancia, sin comprender las desgra-
cias y las consecuencias que semejante juego puede pro-
ducir.


Felipe no oyó estas últimas palabras; estaba completa-
mente extasiado en la contemplacion de la hermosa dama
que Luis habia dicho llamarse Margarita, y á la que, en
lo sucesivo, continuaremos designando por su nombre.


_ Casualmente, Margarita habia dirigido á Felipe sus ge-
TOMO 1-




420 LA SOBERANU


melos y permanecia fij ándose en él como si quisiera recor-
dar su fisonomía.


A esto contribuia la pertinaz insistencia con que era
contemplada por eljóven.


Indudablemente llegó á reconocerle, recordando tal vez
la escena de aquella tarde en la Fuente Castellana, pues
una significativa sonrisa y una lijera inclinacion de cabeza
vinieron á hacer de Felipe el hombre mas dichoso: inme-
diatamente se quitó su sombrero, saludándola respetuosa-
mente.


-- ¡Se ha fijado en mí!. .. ¡me ha reconocido!. .. dijo lleno
del mayor entnsiasmo y estrechanuo la mano de su amigo.


--Sí, sí, ya lo he visto, replicó aquel con la mayor in-
diferencia; por algo se empieza.


En medio do su entusiasmo, de su alegría, un inci-
dente, por otra parte muy sencillo y bien natural, vino á
hacerle descender de su paraiso, con tanta precipitacion
(~omo á él se habia elevado.


De pronto, hizo un brusco mQvimiento de contrariedad
que no pasó desapercibido para Luis.


Acababa de ver entrar en el palco un caballero de me-
diana edad y de elegante porte, que despues de estrechar
afectuosamente la mano de Margarita, vino á senta!se á
invitacion de la misma, en el sillon colocado á su derecha,
quedando por lo tanto fuera del alcance de la vista de Fe-
lipe.


1\Iargarita se volvió hácia el lado del recien llegado en-
tablando con él una conversacion, al parecer, muy animada
é interesante, porque, sin embargo de haberse alzado el
telon y dado principio el segundo acto, ninguno de los dos
prestó atencion á la obra que se representaba, ni á lqs ac-






N.~CION.ü. 421
tores que continuamente eran aplaudidos por lo esmerado
de su ejecucion.


Felipe estaba en brasas; la presencia de aq~el hombre
le hacia. daño y su pecho palpitaba con violencia.


Quizá presentía en él un rival y el demonio de los celos
empezaba á morder su corazon.


-¿Conoces á ese caballero' que ha entrado en el palco'?
dijo á Luis, con acento balbuciente y cortado.


-Sí, yo conozco á todo el mundo.
-¿Quién es'? ¿qué relaciones tiene con esa mujer'? ¿es


su amante'?
-Acabarás por hacerme reir ¿cómo quieres que yo pue-


da contestarte á cierta clase de preguntas?
Sin embargo, para tu inteligencia, satisfaré en lo que


me es posible á la primera.
Ese señor es estrangero y se le conceptúa riquísimo; s6-


cio de la casa Rostchild, ha venido i España hace unos dos
meses con objeto de tomar parte en ciertas especulaciones
de gran importancia; empréstitos, subastas, que sé yo ...
amigo y aun consócio del difunto esposü de esa señora,
naturalmente y desde su llegada á Madrid frecuenta su casa
y su sociedad .... mas no te puedo decir porque lo igno-
ro; como no sea ..... y esta no es una razon para que te so-
bresaltes, añadi6 Luis sonriendo, que ese hombre es ... sol-
tero.


Felipe se reprimió cuanto le fué posible para .ocultar la
contrariedad que le causaba la noticia y hasta se mordi6
los labios con rabia, pero no contestó una palabra, temeroso
de aparecer aun mas niño y mas ridículo á lüs .ojos de su


.


amIgo.
En el intermedio del segundo al tercer acto, otras dos




422 LA SOBERA;:\IA.


señoras y dos caballeros mas, vinieron á saludar á :Marga-
rita ocupando todos los asientos del palco y ya no se reti-
raron hasta que finalizó el espectáculo.


En vano Felipe permaneció con los ojos clavados en
su bello ídolo, esperando q ne por lo menos, al retirarse, le
concederia una nueva sonrisa y un nuevo saludo ..


¡ Vana esperanza!
Margarita púsose de pié, prendió su abrigo, que el ca-


ballero estrangero se apresuró á colocar sobre sus hombros,
;¡ despues de despedirse de todas las perilonas que última-
mente la habían favorecido con su visita, tomó el brazo de
aquel y salió sin volver siquiera la caoez<:t.


Felipe habia sido 00mpletamente olvidado.
Sa desesperacion no se marcó por ningun s:gno esterior,


pero no pasó desapercibida para Luis, que le obseryaba
.


atentamente y que tal vez en su interior se felicitaba del
desencanto de su amigo.


Siguió á éste hasta la puerta del teatro, donde Felipe
queria ver aun otra vez á Margarita, en el momento de
subir á su carruage.


Su deseo fué cumplidamente satisfecho, observando que
tomó asiento en el :;larens, frente á ella, el caballero que la
habia dado el brazo hasta allí.


Afortunadamente y para hacer illell0S amarga la deses-
peracion de Felipe, no iban solos: una señora anciana y
otra jóven, amiga sin duda de Margarita, ocupaban los otros
d9s asientos del carruage.


·-Supongo, dijo Luis á Felipe, que no marcharemos
ahora nuevamente en pos del coche de tu bella ingrata,
pOl'que sobre ser inútil, parecería hasta }·idículo.


-Tienes razon, replicó Felipe, despidamos el nuestro




KACIONAL. 423


y entremos en cualquier café donde yo pueda tomar algun
refresco.


Tengo seca la garganta; hasta me parece que tengo
fiebre.


Fué pagado el carruage, añadiendo á su cuenta una
buena propina; verdaderamente el cochero lo merecia.


Felipe y Luis, sin desplegar sus labios, siguieron por
la calle del Príncípe á la carrera de san Jerónimo, p,ene-
trando en el café de la Iberia.


El primero pidió una botella de cerveza y el segundo
una copa de Jerez con vizcochos.


V erdaderamen te s u comida en casa Fornos, y por las
circunstancias que ya sabemos, habia sido harto escasa.


Tres ó cuatro mesas mas al fondo de donde nuestros
amigos se habian colocado, se hallaban dos indivíduos en
animada plática, los cuales al verlos entrar en el café cam·
biaron de posicion, vol viéndoles la espalda, con o bj eto sin
duda de no ser conocidos.


Despues que de un solo trago Felipe hubo bebido un
vaso de cerveza, alzó la cabeza y dijo á su amigo:


-Positivamente, mi querido Luis, tu corazon está vír-
gen de cierta clase de impresiones y te felicito.


De igual privilegio disfrutaba yo y he sido feliz hasta
hoy ... tú no has amado nunca ... si supieras lo que yo su-
fro en estos momentos me compadecerias en vez de mos-
trarte indiferente.


-- ¡Qué no he amado nunca!. .. que mi corazon está
vírgen de cierta clase de sentimientos! ... replicó Luis con
una sonrisa amarga y exhalando un profundo suspiro,
e uán engañado estás!


He amado tanto como tú puedas amar; mas aun, puesto




424 LA SOBERANIA


que en tí lo q uc hoy tanto te preocupa puede ser únicamen ~
te la impresion de un momento, un capricho pasajero, una
alucinacion momentánea de los sentidos, en tanto que yo ...
yo he sufrido lo bastante para adquirir una dolorosa espe-
riencia,para temer por tí,áquien quiero como á un hermano.


-¿Pero qué es lo que puedes temer?
-Que elijas mal.
He amado lo bastante para poder hablar del amor, Y't


cruelmente herido, para juzgar á las mujeres.
¡El amorL ..
¡Oh! yo le rindo culto á pesar de todo y se lo rendiré


toda mi vida ¡es un sentimiento santo, sublime, infinito!. ..
pero en caanto á las mujeres, es otra cosa ...


Los poetas las califican de criaturas ideales y seráficas;
ángeles y flores, flores sobre todo; con todas las bellezas,
todas las gracias, todos los perfumes de la creacion ... los
poetas tienen razon, pero yo aseguro que si recoges en tu
jardin las mas hermosas, las mas fragantes flores, formas
con ellas un ramillete, lo colocas sobre cualquier mueble
de' tu habitacion y extasiado ante su hermosura te duermes
contemplándolo; perfumes embalsamarán tu sueño, pero á
la mañana siguiente, aquellas flores marchitas te habrán
envenenado.


Estas son las mujeres.
Te hablo en estos términos porq ne he sido envenenado,


porque me encuentro herido, porque no quiero que te suce-
da á tí lo mismo.


Algun dia te contaré una triste historia y ella te servi·
rá de leccion.


-Bien, pero no podrás negarme que en todo hay es-
.


cepcIones.




NACIONAL. 425
-Claro está; yo no profeso absurdos, seria para rene-


gar dA la humanidad; pero tampoco podrás convencerme
de que tu Margarita sea una de esas escepciones.


-¿Y por qué'?
-Porque ... porque esa mujer no te conviene; mi cora-


zon es muy leal y no puede engañarme.
Por lo demás, esto no es otra cosa que un consejo y si no


qUIeres seguirlo, eres muy dueño de obrar segun te plazca.
Felipe pareció reflexionar breves momentos.
Una lucha interior se libraba en su pecho entre el jui-


cioso consejo del amigo y las impresiones de su corazon.
De pronto alzó la cabeza y fijando los ojos en los de


Luis, djjo, con entonacion resuelta.
-No importa; acepto las consecuencias: Luis, yo nece-


sito ser presentado á esa mujer.
Luis hizo un ligero movimiento de disgusto, se enco-


gió de hombros y despues de lanzar al aire una bocanada
de humo del magnífico habano que estaba saboreando,


\


dijo flemáticamente-:
-Está bien; sea, puesto que tú lo quieres.
Nuestro amigo Mauricio el ingenie?o, que visita la casa


de esa señora con cierta intimidad, podrá servirnos para el
caso; él se encargará de presentarte.


-- ¿Y dónde le veremos'?
-Mañana en la misma casa de Fornos donde hoy he-


mos comido: lo citaré á las doce para que nos acompañe á
ulmorzar:


-Ahora retirémonos; va haciéndose ya tarde y preciso
es descansar.


Ambos amigos se despidieron en la puerta del café, to-
mando cada uno de ellos distinto camino.




426 LA SOBERANIA NACIONAL.


Ambos iban preocupados y silenciosos; el uno pensando
en su bella de la Fuente Castellana; el otro en la pobre Ma-
ría, que á haber escuchado la conversacion de Luis y de
Felipe, habria muerto de dolor.


Los dos indivíduos que ocupaban la mesa del fondo en
el café, segun dijimos anteriormente, recatándose de aque·
11os, cruzaron una significativa mirada; plegó sus labios
cierta sonrisa irónica y poniéndose de pié, salieron igual ~
mente del café con direccion á la Puerta de] Sol.




CAPITIJLO XVI,


Historia de una gran dama.-Delirios de una mente estraviada
y de un corazon vírgen.


Al dia siguiente, á las doce, hallábanse reunidos en el
)'estaurant indicado y al rededor de una mesa servida con
un suculento almuerzo, Felipe, Luis y Mauricio el inge-
. 11lero.


Este último se hallaba ya préviamente enterado de lo
que de él se solicitaba, á lo cual babia accedido gllstosísi-
IDO, por serIe Felipe una persona estraordinariamente sim-
pática.


A instancias de Luis y para satisfaccion de Felipe, no
tuvo inconveniente en decir cuánto sabia, hasta en sus mas
pequeños detalles, de la historia y crónica de la casa en que
este último deseaba ser presentado.


El difunto esposo de Margarita era un banquero anda-
lúz que habia metido mucho ruido en Madrid por sus ar··
desgadas em presrls.


Llamábase D. Ramiro Leguina y al llegar á la córte,
media docena de años antes, ambicioso y miserable, todo
el mundo se admiraba como en un espa0io de tiempo bien
~OIlO l.




428 LA SOBERANIA


exíguo, habia hecho una primera fortuna y la habia perdj·é
do: como habia vuelto á rehacerla; corno con gran ventaja
habia salido bien de dos ó tres quiebras y pjc~uciones en la
Bolsa; nadie ignoraba la parte activa que habia tomado en
cinco ó seis grandes negocios escandalosos; gerente ó ad-
rninistrador de varias sociedades anónimas, que al cabo de
algun tiempo ~e declararon en quiebra, él habia salido siem-
pre incólume de todas estas catástrofes, habiendo llegado á
agrupar una cifra de millones bastante respetable para pro-
porcionarle honor, consideracion y crédito.


Entonces compró el magnífico 1wtél del barrio de Sala-
manca y al poco tiempo, con gran sorpresa de sus amigos
y enemigos, casó con Margarita; preciosajóven que llama-
ba la atencion por su belleza en los saloneo:; de la aristocra·
cia madrileña, pobre de dote y de esperanzas, pero empa-
rentada con dos ó tres de las principales familias.


Apenas transcurrido año y medio, D. Ramiro murió de
un ataque de asma: su mujer esperimentó en aquella oca-,
sion el pesar que debe sentir una jóven hermosa y rica,
viuda de un hombre á quien no amaba y condenada á ves-
tir, seis meses por lo menos, de rigoroso l.u to.


Conformándose con las conveniencias sociales, suprema
regla de todas las cosas, hubo de suspender sus bailes y
reuniones, renunciando á los placeres que formaban el en-
canto de su existencia, é imponiéndose una contrariedad
real, por fingir un dolor que no sentia.


Pero el hastío, el aburrimiento, fué tomando en ella tan
sérias proporciones que, para no morir de pasion de ánjmo,
acortó el plazo del luto y á los tres meses próximamente
del fallecimiento de su marido, volvió á redbir á sus ami-
gos mas íntimos una vez por semana.




.NACIO.NAL. 429
Esto:) se componian, segun añadió Mauricio~ si no da


esa sociedad dorada que solo riude culto á los pergaminos,
de perso::J.as muy dignas y bien recibidas en todas partes:
por ejemplo, médicos y abogados que aspiran. á periodistas;
periodistas 'cuyo sueño dorado es ocupar los bancos del Con-
greso, una poltrona, ó hacerse especuladores y bolsistas;
comerciantes, homhres, en fin, de negodos, con los que
siempre es bueno estar en relaciones.


Por lo demás, respecto á la conducta de :Margarita, co-
rno mujer, nada tenia 1\fauricio que reprocharle.


Segun él, la bella viuda recibiendo con igual agasajo y
esqnisita cortesía á todos sus amigos J no habia mostrado
desde que se quedó libre, predileccion por ninguno de
ellos.


La crónica escandalosa de los salones no habia podido
hincar su envenenado diente en su intachable reputacion.


De carácter franco y jovial, solo pensaba en divertirse
y gastar espléndidamente la respetable renta que su esposo
la habia legado al morir .


. Tal fué la relacion que hizo Mauricio y que Felipe es-
cuchó con religiosa atencion.


Luis, por su parte, tambien escuchaba atentamente,
pero las impresiones por éste esperimentadas eran de muy
distinto género que las de Felipe.


Luis no estaba tr'anquilo y bien huhiera querido quitar-
le de la .caoeza la idea de la presentacion.


Tenia el presentimiento, sin poder esplicarse el por qué,
de que aquel amor habia de causar sérios disgustos á su
amigo y ha~·er derramar no pocas lágrimas á otra persona,
digna por cierto de mejor suerte.


Pero ¿cómo hacerlo? al estado á que ~abian llegado las.




,(30 LA ~OBERANIA
cosas y ante la resolucion inquebrantable de Felipe LO ha·~
bia mas remedio que ceder.


Sirviéronles el café, y Mauricio, que ya con anticipa--
cíon estaba enterado por Luis del naciente amor que :Mar-
garita habia inspirado á Felipe, dirigiéndose á éste con la
mayor afabilidad, le dijo:


-Pero ¿de veras estais enamorado?
-Aunque quisiera, no podria negarlo.
La impresioIl que en mi ánimo ha causado la vista de


esa mujer, ha sido tanto mas viva, cuanto que mi corazon
ha permanecido hasta el dia, no solo mudo, sino muerto
para cierta clase de sensaciones.


-Pero, sin que esto sea ofenderos, añadi,:) el ingeniero,
¿qué podeis ofrecer á esa señora en cambio de la respetable.
fortu~a de que disfruta~


--Mi amor y el entusiasmo de mi adoracion hácia..
ella.


-l\lucho es para las personas que comprenden y saben
apreciar cierta clase de sentimientos, pero muy poco para
las que, colocadas en cierta esfera, solo cifran su dicha en
las vanidades y el oropel del mundo.


No es esto decir que la viuda de Leguina pertenezca á
este número, pero yo la he visto rodeada de obsequios y de
atenciones; solicitada por ciertas personas que reunian á la.
juventud, al talento y á la riqueza, condiciones de atracti-
vo y de seduccion poco comunes, y su corazon ha perma-
necido constantemente insensible.


-Comprendo y aprecio cuanto me decís, pero mi amor-
es superior á cuanto po dais aconsejarme..... cuántas re-
flexiones me hagais serán inútiles ... amo y espero ... ni una
palabra mas; lo único que deseo es ser presentado.




NACIONAL. 431


-Lo sereis esta misma noche, os lo prometo; dijo Mau~
ricio sonriendo y escanciando tres copas de Jerez.


-Brindemos, pues, al feliz éxito de vuestro naciente
amor.


- Brindemos, repitió Felipe, apurando su copa de un
solo trago.


Luis llevó la suya á los labios, por pura fórmula sin
duda, y la volvió á dejar sobre la mesa sin haber probado.
una gota.


Este detalle no pasó desapercibido para ningunQ de los
dos amigos.


-¿Qué, no beJeis?
-No haga V. caso, replicó Felipe sonriendo, Luis es


tan original en sus apreciaciones que á veces se pone has-
ta ridículo. No sé por qué se empeña en contrariarme, pre-
sintiendo desdichas y catástrofes para un amor en el que
yo busco y creo poder encontrar la dicha ...


-El que viva lo verá, contestó Luis sentenciosamente ..
-¿Y si mi amor llegase á ser correspondido? ¿qué di-


rias?
-Diria ... diria que era lo peor que te pudiera suceder.
-Pero, ¿por qué?
-Por nada; cada cual tiene sus aprensiones: dejemos


al tiempo y él dará la razoná quien la tenga. Por el proúto,
tú ya has conseguido lo que deseabas y vas á ser presen ..
tado .. "


-Esta misma noche, dijo Mauricio interrumpiendo á.
Luis; precisamente esta noche hay reunían en casa de la de
Leguína y para q ne las cosas se hagan en toda regla y
como la buena sociedad exige, voy desde aqui, esta misma
mañana á anunciar á V. como es costumbre.




432 LA SOBERAl'\IA.


Efectivamente, una hora despues, Felipe era anunciado
á la señora de sus pensamientos por el galante oficial de
ingenieros, que disfrutaba en la casa de cierta confianza.


Casi á la misma hora er.. que se verificaba el almt:erzo
de los tres amigos, tenia lugar una escena de distinto gé-
nero en el parterre del Retiro.


Sentados en uno de los pancos de piedra que adornan
aquellos jardines, departian mano á mano ysin temor á que
oidos indiscretos pudieran sorprender sus confidencias, To-
masito Lopez y su amigo Anto/itos.


Indudablemente escarmentados de lo que les habia ocur-
. rido en la acera de las casas de santa Oatalina, habian to-
mado el consejo de D. Felipe y para tratar de sus picardías,
buscaron un sitio en que no pudieran ser oido~, ni espia-
dos y desde el cual, á cien varas de distancia, podian ver
si alguno se les aproximaba.


-Conque vamos á ver, dijo Lopez sacando la petaca y
ofreciendo un magnífico puro á su compañero ¿qué es esa
noticia tan interesante que me has ofrecido y para cuya
revelacion empleas tanto misterio?


-Asegurémonos primero si alguien puede escucharnos;
desde que me contaste la escena que tuviste con D. Felipe
y la amenaza de la pistola, estoy muy sobreaviso.


-¡Bah! á mí, al pronto, me impresionó, pero despues
he reflexionado que esas no son mas que baladronadas. Por
lo demás, puedes hablar con entera confianza, pues ya ves
que las únicas personas que nos rodean son chiquillos que
juegan, amas de cria, criadas y niñeras.


-Pnes bien, has de saber que la que te preparo es una
gran noticia.


-Desembucha.




~.'~ CIO~Ar.


-Creo que no ignoras que soy amigo, paisano y aun
algo pariente del ayuda de cámara de D. Luis Marin, ese
gran pintor que está de mo~a en la córte y que contra lo
que generalmente sucede á los artistas~ en nuestro pais,
tiene una regular fortuna, vive hasta con lujo y se da aires
de gran señor.


-¿.Pero y que tengo yo que ver ... ?
-Déjame continuar que aun no he empezado.
-Prosigue.
-Pues como decia; el referido ayuda de cámara, medio


pariente mio, es un bobalicon á quien esploto en distintos
terrenos, segun á ello me obligan las circunstancias.


Entre otras atenciongs que le merezco, entra la de con-
vidarme á almorzar 6 á comer muchos dias, lo cual me
economiza no pocos reales en el bolsillo y alguna que otra
indigestion, efecto de los guisotes que me sirven en los bo-
degones donde acostumbro á satisfacer tan imprescindible
necesidad.


--¿Pero á mí qué me importa todo esto'?
--Un poco de paciencia que ya llegaremos.
-Adelante.
-Hoy ha sido uno de esos dias y por cierto que no ha


podido tener mej or ocurrencia, ni eleccion mas acertada,
puesto que, aparte de los esqnisitos manjares con que ha
regalado mi paladar', y el esquisito vino con que ...


-Te has achispado ¿no es esto'? porque segun observo
estás mas hablador que de costumbre, dijo Lopez son-
riendo ...


-' Está bien, búrlate por de pronto, pero muy luego te
arrepen tirás.


-Continúa, continúa, hijo; pero te advierto que como




434 LA SOBERAN lA


no desembuches pronto la sorprendente noticia q ne me has
ofrecido, me levanto y te dejo en libertad para que des al-
gunos paseos por esta3 alamed~s, los cuales contribuirán á
que hagas mas b.ien la digestion.


-Todavía espero á que tú me convides á comer en pago
de la gran noticia que te preparo ...


-Acaba de una vez ó me marcho .
.. -- Calma, paciencia, que todo se andará. H::-"llábame


como te he dicho en compañía del ayuda de cámara de
D. Luis, regodeán"lome con una magnífica chuleta á la mi-
lanesa y una copa de escelente jerez, cuando oimos un
campanillazo.


Perico, que así se llama el tal corrió á la puerta é in-
mediatamente pasó á anunciar á su 'amo una visita.


Era este un jóven que, segun pude enterarme, era in-
geniero, amigo de D. Luis y convidado por éste á al-
morzar.


Por supuesto que el almuerzo no era en la casa sino en
la fonda y segun pude enterarme igualmente en compa-
ñía de ... una persona de nuestro mas íntimo conocimiento.


Como del gabinete en que los señores ba'lüaban á la
pieza en que yo me encontraba no habia mas que un paso,
su conversacion llegaba distintamente á mis oidos.


Calcula cuál seria mi sorpresa cuando oí repetir dos 'Ó
tres veces el nombre de D. Felipe!. .. ese nombre que de al-
gunos días á esta parte produce entre nosotros el mismo
efecto que aquellas tres simbólicas y aterradoras palabras
del festin de Bal tasar.


Sol té la copa que tenia en la mano y me dirigj á la
puerta de comunicacion, escuchélndo con estraordinaria an-
siedad.




NAClOXAL. 435


-Adelante; tu relato me vá interesando.
-He llegado á saber que D. Felipe e stá perdidamente


enamorado.
-¿Y es esa la gran noticia? pues nada nuevo me vie-


Des á contar.
-¿Cómo que no es nuevo'?
-Que D . Felipe ama á María lo sa bíam os ya hace


tiempo.
-Si tuviera uno mas confianza contigo te diria que


eres un majadero. María no entra en la cuenta para nada;
María podrá amar á D. Felipe, pero éste á quien ama es á
otra.


-lA otra! esclamó Lopez con alegría y dejando ver en
sus labios una sonrisa de satánica satisfaccion ¡á otral iY
quién es ella?


--Una señora que pertenece á la aristocracia del dinero
y que disfruta una elevada posiciono Esta noche debe ser
presentado en su casa.


-Es preciso averiguar quién es y dónde vive.
-Ya está hecho. La señora en cuestion se llama doña


Margarita Ribas, viuda de Leguina; su casa es uno de los
magníficos hoteles del barrio de Salamanca y sus re unio-
nes de las mas brillan tes de la c6rte.


-Preciso es hacernos amigos, buscar auxiliares en el
interior de la fortaleza) para que nos tengan al corriente de
lo que ocurra y para utilizarlos en un momento dado.


-En todo tienes suerte: dá la casualidad que la don-
cella de la referida señora es prima de mi novia, de aquella
desdichada que por causa tuya fué despedida de casa de
D. Felipe.


Además, yo procuraré rondar la de la señora de Legui-
TOMO J.




436 LA SOBERA'NIA NACIONAL.


na; ver á qué taberna concurre su cochero, entablar rela-
ciones y echármelas con el de generoso.


-Perfectamente; no hay cochero ú quien no le guste el
vino, ni criado de casa grande que deje de ser chismoso y
murmurador. Veo con placer, Antojitos, que te vas for-
mando.


-En tal escuela curso. ¡Gloria al maestro!
-En prueba de lo satisfecho que me dejan tus noticias


aquí tienes estos veinte duros para lo que eD: mi servicio
puedas necesitar; y además, puesto que me has significado
el deseo de comer en mi compañía, te convido; pero nada
de bodegones, hoy en albricias echaremos la casa por la
ventana... ¡cubierto de á duro y en el Restaurant del café
Europeo.


-¡Déjame que te admire! ¿habrá Champagne'?
--Lo habrá.
-Pues el primer bríndis á la posesion de tu bella in-


grata.
-Te juro que antes de un mes, María será mia 6 yo


habré dej ado de existir .
. -Cuidado, sin embargo, con la pistolita de D. Felipe ...
-No la temo; no ama á María, adora á otra mujer y


por consecuencia el campo me queda libre; sobre todo, con-
tra la fuerza bruta del leon está el diente envenenado de
la víbora y la astucia de la serpiente.


Una hora despues, aquellos dos bribones terminaban su
segunda botella de Champagne, entre risotR.das y soeces
gracias, dando ya por seguro' el triunfo de sus pérfidos
planes.




Sueños de oro.


Alas diez y media de aquella misma noche una modes--
ta berlina de plaza conducia á Felipe y á Mauricio á las
puertas da la casa de la señora de Leguina, resplandeciente
hasta en su interior, de luz y de armonía.


Descendieron del carruage en la puerta que rodeaba un
precioso jardin, iluminado con candelabros de gas hasta el
vestíbulo y cuajado de macetas de flores.


Subieron la escalera, cubierta de una preciosa alfombra
verde y rosa, y empezaron á sentir desde luego ese deli-
cioso perfume que se aspira en todas las reuniones de cierta
clase y que empieza por embriagar los sentidos.


Felipe sintió palpitar vivamente su corazon cuando, al
abrir la puerta del salon, un criado vestido completamente
de negro, anunció su nombre yel de Mauricio.


Al penetrar en aquella magnífica sala, donde el gusto,
la elegancia OS la riqueza se disputaban la supremacia, el
orgullo y la felicidad, le dieron hasta cierto valor y el
aplomo de que momentos antes no se creia capaz.




LA ::30BERA1\ÍA


El recibimiento que le fué hecho por la señora de la ca-
sa no pudo ser mas lisongero; circunstancia de escaso va-
lor si se tiene en cuenta, que, como persona del gran mun-
do y de esq uisi to tacto, en la señora de Leguina era
costumbre invariable obrar siempre así, haciendo á los
nuevos presentados los honores de la primera recepcion.


Sin embargo, con Felipe hubo una circunstancia parti-
cular; le reconoció al momento, recordando el incidente de
la Fuente Castellana, en que por su incalificable distraccion
debió ser aplastado bajo los piés del caballo.


Mauricio habia dicho verdad: el salon de la señora de
Leguina era de los mas agradables, observándose entre los
convidados no solo muchas personas que disfrutaban un
nombre distinguido en la sociedad, sino muchas hermosas
damas que eran tenidas en los principales círculo~ aristo-
cráticos, por reinas de la belleza y modelos de hermo-
sura.


Pero entre todas, descollaba y llamaba poderogamente la
atencion el ama de la casa.


Efecti v~mente, nada mas seductor que la preciosa viuda.
Representaba unos veinte y ·siete años; era morena y de


una estatura mas bien alta que baja; sus formas redondas
y bien proporcionadas, y en todas sus actitudes y movi-
mientos' descollaba una pureza de líneas que habrian he-
cho enloquecer á un artista.


Despues de media noche y á la terminacion de un wals
bailado con Felipe, durante el cual éste se creyó traspor-
tado al quinto cielo, sin embargo de que durante el mismo
solo se cruzaron palabras indiferentes ó de mera política,
tomó Margarita el brazo de su extasiado adorador, y prece-
diendo á otras varias parejas, se dirigieron á la sala del




~ACIONAL. 439


buffét, donde Felipe solo se permitió tomar un vaso de pon-
che, servido por la hermosa dama.


El resto de la noche se pasó sin incidente alguno parti-
cular: Margarita hubo de abandonarle, como era natural,
para atender al resto de sus convidados, no demostrando es-
clusivamente deferencia por ninguno de ellos.


Sin embargo, una cosa sirvió de gran consuelo á Fe- .
lipe.


El caballero estrangero, que en conversacion tan íntima
habia permanecido por mas de una hora con Margarita en
su palco del teatro del Príncipe, formaba tambien parte de
la reunion; pero con gran sorpresa y satisfaccion del ena-
morado jóven, que desde el primer momento que lo vió
sintió renacer sus celos, apenas cruzó en toda la noche al-
gunas palabras de cortesía con la dueña de la casa, retirán-
dose inmediatamente despues de haber tomado un té, y
mucho antes de que se tocase el cotillon.


Cuando Felipe regresó á su casa y se metió en la cama,
le fué imposible pegar los ojos en toda la noche; toda ella la
pasó en vela, soñando despierto, recreando su in:aginacion
en esos ensueños de oro, tan naturales y tan comunes en
todos los enamorados.


Tambien es cierto que no era él el único que velaba en
la casa; tambien habia otro sér bien desgraciado, que, en el
silencio de su retiro, derramaba amargas lágrimas, ator·
mentando su corazon y su mente.


Maria tambien velaba y soñaba despierta, pero sus sue-
ños, en vez de ser de oro, lo eran de hiel y desconsuelo.


Por primera vez Felipe se habia retirado á aquellas ho-
ras y la pobre niña habi:t esperado intranquila su vuelta,
temorosa si habría sucedido algo; pero al verle entrar á las




440 LA SOBERANIA


dos de la ma.drugada, vestido de etiqueta, cosa muy estra-
ña en él, que jamás habia asistido á bailes ni á reuniones;
al ver reflejada en sus facciones la satisfaccion y la ale-
gría que no podia ocultar, sin saber por qué, su corazon
se oprimia y cuando se vió sola rompió á llorar amarga-
mente.


Quizá su corazon presentía, adivinaba, la aproximacion
de una rival.


Felipe, por el contrario, completamente satisfecho no
pensaba mas que en aquella mujer, la primera que habia
revelado á sus santidos el verdadero imperio de la belleza y
la anhelacion del deseo.


Escusado es decir que á los poco::; dias Felipe se presen-
tó á hacer la indispensable visita de etiqueta; que fué re-
cibido de la manera mas amable y ¡oh felicidad inesperada!
invitado para formar parte de las reuniones de confianza
que la señora de Leguina daba, tres dias á la semana, cuan-
do no iba al teatro, y en las que solo eran admitidas sus
amigas y amigos mas Íntimos.


Pocos dias des pues Felipe estaba enamorado como un
loco: su vida hasta entonces tan metódica, tan juiciosa y
tan tranquila, se habia convertido en una vida de emocio-
nes y de fiebre: no tenia mas que un pensamiento, una as-
piracion, un deseo; ver á la q ne desde el fondo de su cora-
zon llamaba ya su amada Margarita.


Sin embargo, él se decia muchas veces, que como una
señora rodeada de homenajes y de lisonjas, de fausto y de
esplendor, de todo aquello en fin que mas puede envanecer á
una mujer de cierta clase, podia descender á fijar su aten-
cion ni su mirada sobre el mas oscuro y el mas modesto de
sus amantes; pero apesar de esta observacion justísima, ni




NACIONAL. 441
desistió de su empeño, ni dejó de hacer cuanto pudo por
obtener aquella mirada.


La pasion habia entrado en su corazon, lo habia llenado
completamente, arrojando toda otra clase de sentimiento.


Poco á poco, su condicion noble y enérgica se trasfor-
mó en la de un niño; tenia miedo de todo y por las noches,'
cuando se dirigía á la tertúlia con precipitado paso, se pa-
raba de repente y decia: ¿cómo me recibirá hoy'? ¿qué gen-
te habrá esta noche'? ¿llamará la atencion mi asiduidad'?
¿me comprometerá una palabra imprudente'?
. Si 11argarita, durante la velada, le dirigía una palabra


cariñosa, de atencion, 6 de cortesía; si le tendía la mano, si
por una casualidad en el discurso de la conversacion fijaba
en él sus ojos un momento mas de lo regular, cuando vol-
via á su casa, Felipe se abandonaba á las mas locas ilusio-
nes, á las esperanzas mas estravagantes.


Ella le habia sonreido, ella le habia hablado ... por qué
desmayar'? .. y ya cantaba las celestes alegrías del amor
triunfante! ...


Pero sucedia muy frecuentemente que Margarita, obli·
gada á hacer los honores de la casa, como una señora com-
m' il faut, le olvidaba para atender á otro, ó para hablar
con sus amigas, ó para ocuparse de los figurines que la ha-
bia traído la modista ... ¡oh! entonces eran los suspiros, las
lágrimas, la desesperacionI ...


Ella. no le amaria nunca; tal vez queria significarle
que su presencia la era importuna; sin duda aguardaba
una ocasion para despedirle, y otras mil simplezas por el
estilo, eran las que en tropel acudian á su imaginacion.


Todos estos tormentos, aunque muy bastantes para
martirizarle, no eran los únicos.




442 LA SOBERANÍA
Amar á una muger que no nos ama aun, y que no sa-


bemos si llegará ó no á amarnos algun dia, y querernos
proporcionar la inefable dicha de estasiarnos bajo su em-
briagadora mirada algunos minutos mas que lo que las
circunstancias de la vida lo permiten, es un suplicio de los


o mas tremendos.
Las noches que no habia reunion, porque á l\-largarita


tocaba su turno de palco en el Teatro Real, desde las pri-
°meras horas de la mañana ya estaba Felipe en el despacho
del mismo en bosca de una butaca, desde donde pudiera
contemplarla mas á su placer, y antes oque diera principio
la sinfonía ya estaba Felipe en su puesto, esperando con
impaciencia, no las sublimes melodías de Donicetti, Be-
llini, ó Verdi, si no la aparicion de su bella Diosa.


Llegaba esta por fin; se sentaba, distribuia á derecha
é izquierda sus saludos y monerías, y Felipe, :fijo<; en ella
los ojos, esperaba pacientemente á que por casualidad le
mirase y se dignase saludarle.


Generalmente, cada dos ó tres dias, iba Felipe á ver á
Luis por las mañanas, no solamente porque le conceptuaba
siempre, y con justicia, su mejor amigo, sino por que este
no creyera que la oposicion mostrada á sus amores le ha-
bia ofendi do.


Conocia la lealtad de Luis, y en aquella tenacidad no
vió otra cosa que su buen deseo.


Por una especie de respeto mas bien que desconfianz:1
no le hablaba jamás de Margarita, y se guardaba muy
bien, no solo de hacer orgullosa ostentacion de sus alegrías
y sus esperanzas, sino de contar sus penas y decepciones;
hubiera sido dar razon, d-emasiado pronto, á las lúgubres
profecías de Luis.




NACIONAL. 443


Sin embargo, en el momento en que volvemos á pre-
sentar juntos á los dos amigos, precisamente una de las
mañanas en que Felipe habia ido á visitar á aquel, nuestro
enamorado estaba tan satisfecho, que rabiaba por romper
la reserva que voluntariamente se habia impuesto.


Ambos ocupaban dos cómodas otomanas, próximas á un
caballete en el que descollaba un cuadro de grandes di-
mensiones, representando el descendimiento de la Cruz,
obra maestra, casi terminada, y que Luis destinaba á la
Exposicion.


Luis conoció que Felipe deseaba hablar, y sonriendo
de la manera particular que le era propia, rompió el pri-
,mero el silencio.


-¿Y bien? ¿á qué altura nos encontramos? .. ihas ade-
lantado mucho en tu conquista?


-¡Ah! lui querido Luis, dispensa si hasta hoy no he
sido franco contigo por la oposicion que me has demostra-
do, pero no seria buen amigo si no tuviera en tí ilimitada
confianza ... ¡soy el mas feliz de los hombres!


-¡Bravo! replicó Luis, siempre con su burlona yamar-
ga sonrisa; puedes decir como Shakspeare: TIbe beast roith
l1VO backs .....


-Si en vez de escuchar y hablar formalmente, replicó
Felipe un tanto amo8tazado, me dices tontunas me voy.


-¡Vamos, no seas majaderol ... ¿no puedo gastar una
broma? dentro de un mes te lo volveré á repetir y quizás
entonces no te ofenda.


- Entónces, lo mismo que hoy y que siempre .....
-Bien, bien; cuéntame el por qué eres tan feHz.
0-- j Ayer pasé toda la noche á su lado!
--¡Hornbre! lne parece perfectamente!. .. solitos ¿éh?


TQ:.!o l.




444 LA SOBERANlA.


-Solos precisamente... nó: ella en su palco, y yo en
la butaca.


Luis tuvo que hacer un supremo esfuerzo para no sol--
tar la carcaj ada.


-¿Sábes que eso es muy bonito? dijo.
-Fué en el Teatro Real, y me dirigió tres yeces sus


gemelos! ...
-¡Oh! pues eso es ya mucho ... palabra de honor que-


me das lástima: no puedó comprender que un hombre tan
juicioso, tan formal y de tanto talento como tú, se haya
trasformado en tan poco tiempo.


Te predije que este amor te vol veria estúpido, pero
jamás hubiera creido que la trasformacion se verificase en
tan pocos dias.


-¡Ah! si tú la conocieses á fondo, si la trataras! ...
-Ni quiero.
-Yo no sé por que la tienes esa aversion; Margarita es;:


una muger .....
- Como todas.
-Recuerda que dijimos que hay escepciones.
-No lo niego; pero no la juzgo á ella en semejante


caso.


-Pero qué te ha hecho, 6 en qué te fundas para .....
·-A mí nada; pero el corazon me anuncia que ese amor


debe ser causa de muy sérios disgustos .....
Esa señora vive en otra esfera que tú; sus aspiraciones,


sus costumbres, su existencia, muy distinta de la tuya .. Q
en tí todo es ingenuidad, franqueza, noble entusiasmo, es~
pansion; en esa clase de señoras sucede precisamente todo
lo contrario; jamás aman de veras; el finjimiento y la men ..
tira brota constantemente de sus labios, su corazon está




NACIONAL. , 445
seco para cierta clase de sublimes impresiones, y si alguna.
vez aman <5 creen amar, es solo 'un capricho pasagero, es
la ráfaga de viento, el vuelo de un págaro, el silbo de una
saeta, pero una vez el capricho satisfecho, el acto material
cumplido, sucede al entusiasmo el hastío, el cansancio, la
postracion, el desengaño ..... y lo mismo rompen y destro-
zan el corazon del hombre que les ha consagrado toda su
existencia, que arrojan por la ventana el búcaro en que
acaban de aplacar su sed devoradora de felicidad y de de ..
Jeite.


Oréeme Felipe, créeme; aun es tiempo ... resiste á la
tentacion y procura olvidarla .....


-¡Imposible! ... yo no podria vivir sin esa muger ... es
preciso que me ame, y me amará... replicó Felipe, con
Hcento enérgico, y profunda seguridad.


-Corriente: por mi parte te prometo no volver á ha-
blarte de ella, en pró, ni en contra, hasta que llegue un
dia ... que llegará, no tengas duda, en que afligido, deses-
perado, loco, vengas á buscar en mis brazos el consuelo de
,~a amistad.


Esto no impide que continues haciéndome tus con-
fianza~, desahogando conmigo tu corazon; hasta te permito
-que me hables de ella, puesto que tanto te agrada.


Oasi todos los dias, y apesar de los propósitos que se
lo


habian hecho, empezaban idénticas variaciones siempre
sobre el mismo tema.


Luis escuchaba con paciencia, y Felipe se espresaba
con entusiasmo, rebosando de felicidad.


Amaba á Margarita apasionadamente, y aquel amor,
que habia empezado por la admiracion, habia llegado en
muy poco tiempo á la adoracion sin límites.




446 LA SOBERANIA


Lo mas singular, en una persona de su edad y en que
generalmente no se vive ya de ilusiones, él se consideraba
feliz con amar, sin reclamar la recompensa.


Al solo pensamiento de confesar su pasion, al idolo que
se habia creado, se estremecia y se veia asaltado de un in-
vencible miedo.


Si yo me atreviese á confesarla mi amor, tal vez ss
ofenderia y me recbazaría.


¿No soy dichoso solo con verla'? ¿para qué mas'?
Sin embargo, las mugeres tienen una prespicacia y un


talento especial para adivinar estas cosas.
¡Verdad es que en la presente ocasion no tenia gran mé·


rito la adivinacion, pues Felipe era bien poco disimulado;
pero es lo cj erto que Margarita conoció desde la segunda
visita el amor que habia inspirado y sin mostrarse resen-
tida, ni animarle, tampoco lo rechazó.


Continuó siendo para él lo que para todos; amable,
atenta, coquetamente provocadora, pero solo de los labios ...
con la esquisita finura que la era peculiar.


El amor de Felipe era tan respetuoso, que se asemejaba
mas bien á un culto desprendido de todo pensamiento ter-
renal y egoista, y esto, ella lo conoció desde su principio y
como en su tertulia de confianza, compuesta casi esclusi-
vamente de hombres, era la única señora del salon, y por
esta circunstancia se encontraba mas al abrigo de una eno··
josa curiosidad ó envidia, ella misma dió pié á que, poco á
poco, f"'.lera desarrollándose sin obstáculos, una pasion que
ni la interesaba, ni tampoco dejaba de interesarla.


En su imaginacion exaltada y romancesca se propu so
'Únicamente seguir sus progresos y observar.


Empezó á jugar con el amor, y desdeñosa hoy, amable




NACIO~AL. 447
mañana, llegó i esperimentar cierta satisfaccion en abusar
de su poder sobre Felipe, para calcular mejor su fuerza. .


Este, siempre sumiso, besaba con igual respeto y sin
hacerse jamás traicion la mano que lo heria 610 acariciaba. ·


Pero poco á poco y sin sospecharlo siq ui~ra, vino á ser
ella misma el principal personaje en esta pieza, donde, en
su prineipio, creyó no representar otro papel que el de es-
pectador; la coquetería cedió la plaza al corazon; porque
para permanecer insensible á una pasion como la de Feli-
pe, para no ser arrastrada por un amor como el suyo, para
mostrarse fria y resistir á su atraccion simpática, era pre-·
ciso 6 no ten~r corazon, ó tenerlo ocupado con otro objeto ú
otra persona.


Precisamente Margarita no se hallaba en este caso,
puesto que no habia amado hasta entonces; los placeres de
los sentidos los habia conocido muy superficialmente y
hasta cierto punto, pero no las delicias de un amor que ella
ignoraba y cuyos goces Felipe la ofrecia.


Empezó por sentirse orgullosa por aquel sentimiento de
admiracion que habia inspirado; despues empezó á consi-
derarse feliz, y ciertas cuerdas sensibles del corazon que
hasta entonce:3 habian permanecido mudas, vibraron al con~
tacto imperioso del amor.


Bajo esta prestigiosa influencia comparó á Felipe con
los demás hombres que la rodeaban, hallándole muy supe-
rior á todos ellos.


Su voz llegó á causar en su ánimo cierta impresion de
inefable bienestar y, en el salon como en el paseo, en el
teatro como en todas partes donde se encontraban, de la
misma manera que Felipe, ella buscaba ávidamente su mi-
rada d e fuego.




44S LA SOBERA!\"IA_


La timidéz de aquel, su admiracion, su sacrificio, su
fidelidad, su entusiasmo, la parecieron llenos de embria-
gadoras promesas, y de-ellas aguardaba la revelacion de
ciertos goces desconocidos.


Una ardiente curiosidad, una sed de amor, siempre cre-
ciente, la arrastró poco á poco hácia su adorador; com-
prendió que una nueva vida iba á dar comienzo y llena de
desprecio y de piedad por el pasado, solo recreaba su fan-
iasía con la esperanza y el orgullo de un porvenir lleno de
delicias.


Lentamente fué embriagándose en esa atmósfera que
arrastra muchas veües á las mujeres á buscar en un nuevo
amante la rara y maravillosa flor de lo ideal, que ellas so-
ñaron y no pudieron encontrar en los primeros; flor que
muy á menudo huellan con sus piés sin hacer de ella el
menor aprecio y que en su loco orgullo, en su infatuacion
desesperada, buscan sin cesar, acusando á la fortuna en vez
de culpar á su pr0pia ceguedad.


Así fué, que Margarita se dejó arrastrar hácia Felipe
por una fuerza de atraccion desconocida; Felipe era jóven,
lleno de ilusiones, casi desconocido en aquella sociedad
que no habia frecuentado jamás ¿qué mejor objeto para una
úl tima esperiencia'? ..


Pero sobre todo, la prueua mas evidente de que él era
el Mesías esperado, el revelador de sus suMíos de oro, era
que, aunque no se habia declarado todavía, ella se consi-
deraba ya dichosa; se deleitaba en pensar que existia un
coraZOD que solo por ella palpitaba; que la era suficiente
un gesto, un movimiento, una sonrisa para proprocionar la
mas grande felicidad 6 el mas terrible sufrimiento; tenia
la seguridad de la pasion inmensa que habia inspirado, "1




~ACIONAL. 449


el orgullo y la alegría deben ser permitidos siempre á la·
mujer que se conceptúa amada de tal manera.


Además, lo que la arrastraba con mayor fuerza era su
esperiencia de la vida: contaba veinte y siete años y lleva·
ba diez viviendo continuamente en una atm6sfera impregA
nada de engaño y de mentira; todas las creencias de su ju-
ventud no la habian proporcionado mas que crueles decep··
ciones, y al presente, el amor era lo único que le parecia
eficáz y real; en él cifraba toda su esperanza, él era un re-
fugio, la rama salvadora hácia la cual tendia sus brazos;
lo que ansiaba era un amor j6ven y exaltado, con bastante
fuerza de voluntad para elevarla hasta él; y á Felipe, tal
cual ella lo veía y conocía, le j uzg6 digno y capáz de 11e-
val' á cabo esta grande obra de redencion y de iniciacion.


En cuanto á Felipe, estaba muy léjos, sin embargo, de
saber ni de comprender lo que pasaba en el corazon de su
bello ídolo.


.


Muy á menudo habia tenido ocasion de regocijarse es··
cuchando la terneza de la voz de Margarita y observando
la dulzura de su mirada, pero jamás, tanto era su amor tí--
mido y respetuoso, habia tratado de investigar la causa;
era talla ceguedad de su pasion que hasta se creia indig-
no de ella; no osando alzar los ojos hasta su ídolo, no veía
las muestras de deferencia de que empezaba á ser objeto.


Pero esta situacion no podia durar.
El amor, así espresado, por bien sentido que sea, no sa-


tisface á ninguna mujer; mucho menos á 1\largarita que
ya no era una niña, que disfrutaba de libertad completa y
en la cual la naturaleza reclamaba sensaciones mas vivas
que las que podia proporcionarle un exagerado plato-
.


nlsmo.




450 LA SOBERANIA.


El aburrimiento fué poco á poco apoderándose de ella;
el recuerdo de Felipe la perseguia sin cesar, noche y dia,
y cuando no le tenia á su lado, las horas se le hacian inter-
minables, insufribles ...


En este estado las cosas, llegó una noche en que, pene,
trando Felipe en el to(',ador de Margarita, donde ésta se ocu-
paba, sentada al piano, en preludiar un wals de \Vewer,
ésta no pudo menos de quedar en estremo sorprendida al
observar la alteracion que se dibujaba en las facciones de
su amante.


Inmediatamente púsose en pié y saliéndole al encuen-
tro' le tendió su preciosa mano.


Afortunadamente estaban solos, porque ninguna de las
personas qüe formaban la reunion de la bella viuda habían
parecido todavía.


-- i,Qué tiene V.'? le dijo con el acento mas cariñoso y
espresivo; n~to en su fisonomía cierta alteracion que DO es
natural y que me pone en cuidado.


-Verdaderamente, señora, que no tengo motivo para
estar muy satisfecho, replicó Felipe, añadiendo con voz
temblorosa y débil: -Vengo á despedirme de V.


-i,A despedirse'? esclamó Margarita en el colmo del
asombro .


.. -Sí señora; he sido llamado por uno de los ministros
que hoy forman el Poder Ejecutivo de la República, un
intimo amigo mio, á quien nada puedo rehusar y que exj-


·je de mí salga para las Provincias Vascongadas á desem-
peñar una mision importante; comision que por lo menos
ha de durar quince dias ó un mes.


-i,Y V. ha consentido'?
-No podia escusarme; un deber sagrado me lo impidió.




NAClO~AL. 451


-¡Ah!
Y sobre este ¡ah! bien seco y pronunciado, Margarita,


que miraba á Felipe con cierta sorpresa mezclada de curio-
sidad, bajó los ojos.


En esta situacion permanecieron algunos minutos en
silencio.


Felipe, inmóvil sobre su silla y estudiando atentamen-
te, al parecer, los dibujos de la alfombra: ambos visible-
mente contrariados.


-¿Y cuando piensa V. marchar? dijo de repente Mar-
garita.


- Pasado mañana ..
--¿Tan pronto'? .. en fin, como ha de ser; hay deberes


y compromisos que efectivamente no pueden eludirse: pero
,


si tan urgente es la mision que se le ha confiado, añadió
con maligna sonrisa, cómo no parte V. mañana'?


-Porque mañana, dijo Felipe levantándose, deseaba.~.
esperaba venir á ver á V. por última vez.


Y con los párpados llenos de lágrimas, los dientes apre-
tados y el corazon palpitante, esperó una respuesta, en la
cual se cifraba todo su porvenir.


-Muy bien, si así es, venga V. mañana, que le espero.
Al decir esto, alzó la vista y sus ojos se encontraron con


los de Felipe: los vió tan suplicantes, comprendió tan per-
fectamente el imperio de aquel mudo dolor que, cediendo á
pesar suyo á los impulsos de su corazon, añadió, tendién-
dole la mano:-vellga V. tempranito; comeremos juntos.


Felipe la estrechó entre las suyas y cayendo de rodillas,
la besó repetidas veces con frenesí; despues, levantándose,
huyó precipitadamente sin atreverse á pronunciar una pa-
labra mas.


TOMO J.




452 LA SOBERANIA.


Toda la noche la pasó temblando y en la incertidumbre
de si habria ido demasiado léjos; todo su afan se reducia á
saber como seria recibido al dia siguiente.


¿Cómo hqbia de serlo'? ¡pobre niño, apesar de tener la
edad y la esperiencia del hombre! fué recibido con la son-
risa en los labios y la primer palabra de Margarita fué una
espresion de cariño, su primer mirada un vivo destello de
la felicidad soñada! ...


--Ya ve V., le dijo, levantándose para salirle al encuen-
tro, que le recibo sin ceremonias y como si se tratase de
una persona de mi familia.


Esto no era verdad, porque la bella viuda habia arre ...
glado su toillette de mañana de una manera provocadora é
il'l'e~i~tiale. S(I~ eg.afJll(Jg', reeogidoS' hácia atráS', aefaban- al
descubierto unas nacaradas sienes en que se cruzaban mul-
titud de venas azules; su traje, de una muselina blanca
ligera como una telaraña, dejaban al aire sus brazos des-
nudos, y sus torneados hombros permitian adivinar su
morbidez, bajo un guipur negro pero transparente: ni un
adorno estraño, ni una joya, ni un diamante, ni siquiera
una flor en su peinado; era la be l1eza únicamente en todo
su esplendor, sin adornos y sin atavíos.


Durante la comida se mostró llena de atenciones y de
seducciones para con su nuevo esclavo, hasta el estremo de
que Felipe, sin embargo de su timidez, recobró un poco de
calma y se permitió alguna mas libertad, disfrutando de
una felicidad que hasta entonces le habia sido negada por
su carácter tímido y apocado.


Pero terminada la comida y vueltos al gabinetito, que
servía á Margarita aun tiempo de tocador y de estudio,
Felipe se vi6 asaltado nuevamente de aquel temor, de




1\ACIO~AL. 453
aquella timidez, de aquel embarazo que formaban el fondo
de su carácter.


Comprendia que la si tuacion habia llegado á ,ser difícil
y que una palabra, un jesto, la menor torpeza podia resol- .
verla de una "manera desagradable para él.


Positivamente tenia miedo.
No era posicle permanecer callado por mas tiempo pero


¿de qué hablar como no fuera de su amor'? ¿qué decir á no
decirlo todo? ni aun se atre via á levantar los ojos, temero-
so de que en el brillo de su mirada hallase su bello ídolo
la completa confesion del inmenso amor que la profesaba.


Era uno de esos dias sereno s y puros de fines de Marzo
en que el sol de Madrid tiene ciertos encantos y en que el
frio no se hace sentir muy rigorosamente; para disfrutar de
aqüel sol, que dGoba de lleno en el balcon del tocador, abrie-
ron las vidrieras y las flores del jardín, en alas de la brisa,
les enviaron su delicado perfume, porque el ind:cado baleo n
daba sobre el jardin de la casa de l\largarita.


Sin embargo, como contrariados, ó mejor dicho, tímidos
ambos, se sentaron léjos uno de otro y permanecieron en
esta situacion próximamente un cuarto de hora.


Pero la si tuacion era en estremo violen ta, no podia con-
tinuar' y para escapar al vértigo que le iba ya dominando,
Felipe se decidió á levantarse y trasladarse al piano.


Felipe estaba muy léj os de ser un profesor, pero era sin
embargo un aficionado muy notable y lo poco que tocaba
de memoria lo ejecutaba con una precision tal, con tan
estremado sentimiento, que se le escuchaba siempre con
placer.


En esta ocasion no solo tocó de memoria, sino que im-
provisó.




454 LA SOBERANIA


01 vidando la promesa que se habia hecho de permane-
cer impasible, conforme sus dedos recorrian el teclado ar-
rancando dulcísimas arruonÍas impregnadas del sentimien-
to que le dominaba, sefué dejando arrastrar por el entu-
siasmo y se olvidó completamente de todo lo demás.


Sin afrontar sin embargo la mirada de Margarita, sin
hablarla una . palabra, le pareció que podia confesarle su
amor ejecutando algun trozo de música conocido y que es-
presase el verdadero estado de su alma; si ella le amaba
necesariamente habia de comprenderle.


Entonces acudió á su imaginacion el trozo de ópera que
mejor podia significar el amor, la pasion, la amargura de
un corazon herido, y con un sentimiento superior á todo
elogio, empezó á preludiar el ária final de la Lucía, aquel:
bel' alma inamorata, que es imposible oir sin que las cuer-
das mas sensibles del alma dejen de sentirse impresiona-
das: hizo mas, uniendo su voz á los inspirados acordes del
inmortal maestro, improvisó con voz dulcísima y apasio-
nada el andante de la preciosa ária; ~ de tal modo consi-
guió su objeto, que Margarita, que habia permanecido
silenciosa en su principio, si bien mas de una vez las lá-
grimas asomaron á sus párpados, al escuchar aquella es-
plosion de amor tan sublimemente espresada, tan delica-
damente sentida; cuando llegaron basta el fondo de su alma
aquellos armoniosos conceptos que parecian proféticos, ya
no fué dueña de su emocion y acercándose al piano, esclamó:


-¡Ohl basta, basta ... esto es demasiado! ...
y casi sin darse cuenta de lo que hacía, colocó fami-


liarmente su preciosa mano sobre el hombro de Felipe.
Este se puso inmediatamente en pié, fijando sobre J.\.1ar-


garita su fascinadora mirada.






.11




NA CION.l..L. 455
Así permanecieron algunos minutos en silencio; inmó-


viles, estrechadas sus manos, los ojos del uno fijos en los
del otro ... lentamente fueron aproximándose mas y mas ...
y sin una palabra de súplica, ni mucho menos de reproche,
ambos temblaron y... se enlazaron de pronto en un estre-
cho abrazo! ...


Los purpurinos labios de Margarita fueron los primeros
en imprimir en los de su amante un ardiente y prolonga-


/


do beso ... Felipe creyó morir de felicidad!. ..
Un ahogado grito de angustia y de dolor se dejó escu ..


char á dos pasos del sitio en que se encontraban; detrás de
uno de los portiers que cubrian la puerta de la vecina es-
tancia.


Pero este grito no llegó á los oidos de los que en aquel
momento solo pensaban en su inmensa felicidad.


Creemos escusado decir que aquella noche la señora de
Leguina no recibió á nadie.


La señora, segun anunciaron los criados á los tertuIíos
cutodianos de la casa, se hallaba atacada de una fuerte ja-
queca, que la habia obligado á recogerse muy temprano.


Luis, fué á la mañana siguiente á casa de Felipe y con
gran sorpresa supo q ne, contra su costumbre, Felipe no
habia ido á dormir aquella noche; pero habia tenido al
menos la atencion de mandar un recado.


En cambio, María, atacada repentinamente de una fie-
bre y un delirio espantoso, habia puesto en cuidado á la
familia, oñligándola á llamar al fa0ultativo inmediata-
mente.


¿Qué ~abia causado este trastorno en la -pobre niña? '




455 LA SOBERANI~ ~ACIONAL.
Una villanía del bribon Toroasito Lopez, con la cual


daba comienzo al plan de campaña que se habia trazado.
En el mismo dia recibió el ministro una atenta carta de


Felipe, escusándose, y diciéndole que le era imposible
marchar á N a varra; que podia confiar á otro la honrosa co-
mision que, con harto sentimiento suyo, á él le er~ impo-
sible desempeñar.


Los salones de la señora de Leguina se cerraron con
harto sentimiento tambien de sus tertulios; pero segun una
esquela que recibieron todos se les anunciaba que Margarita
habia tenido que arreglar algunos de sus negocios en una
de sus posesiones de Andalucía y que habia partido, aun-
que pensaba regresar á la córte antes de terminado el mes.


El hecho de la verdad era, aunque nadie sospechó lo
mas mínimo, que ambos amantes partieron al dia siguiente
á disfrutar de su dicha léjos ,de miradas curiosas, importu-
nas, y de las lenguas maldicientes; no á Andalucía sino á
una magnífica posesion que Margarita tenia en Alboraya,
provincia de Valencia, proposicion que fué hecha por aque-
lla al enamorado Felipe y que éste, como era natural, aceptó
con entusiasmo.


El único que, léjos de ser engañado, sospechó toda la
verdad, fué Luis; pero le fué imposible saber por el pron-
to la direccion que habian tomado los felices amantes.


En tanto que podia averiguarlo y obrar segun su con-
ciencia y su amistad le dictasen, se dedicó con la mayor
solicitud, en compañía de D. Eugenio y de D. Juan, al
cuidado de la pobre María; la opinion de los facultativos
respecto á su enfermedad, no era por cierto nada tranquili-
lizadora.




CAPÍTULO XVIII .


.continuacion de las memorias.-Consejos y verdades útiles.-EI Parlamenta-
rismo.-La política del porvenir.


Justo es que volvamos á la interrumpida relacion de las
memorias.


Lo útil no debe olvidarse por lo agradable.
La nove1a debe de vez en cuando hacer plaza á la his-


toria y á la parte científica.
Si es muy grato conmover al corazon, no lo es menos


hablar al entendimiento.
N os hallamos de nuevo en la lógia.
Por esta vez la ausencia de Felipe no solo es notada


sino t.ambien comentada.
Don Juan ocupa su lugar y cogiendo el manuscrito se


dispone á leer.
Tanto la fisonomía de éste como la del 'Venerable. reve· ,


lan cierta tristeza que no es natural.
Sin embargo, despues de un suspiro, D. Juan:, empieza


á leer en esíos términos:
<. Cada buen libro que se pone en manos del pueblo, es


un arma terrible contra sus eternos enemigos, los oscu-




460 LA SOBERANIA
.


por la pasion y por la codicia, desafian imprudent.emente~
'Olvidando los ejemplos que la historia nos presenta y en
los cuales debieran estudiar y aprender.


Para con estos seré muy breve.
El responsable de un acto cualquiera, aunque sea este


acto un crímen, no lo es tanto el que lo ejecuta como el
que lo provoca.


El hombre que, castigado uno y otro dia, herido en sus
afecciones, ajado en su dignidad, escarnecido en su des-
gracia, violentado en sus derechos, se lanza á una resolu-
cion suprema que lo conduce al delito, no es, moraJmente~
tan culpable como el que lo ha puesto en el estado de exal-
tacion que produce sus desmanes.


No de otra manera las clases y los pueblos que, opri-
midos y maltratados un año y otro y por siglos enteros, se
levantan de su postracion, yal sacudir el yugo que los su-
getaba van mas allá de lo que la justicia y la moral orde-
nan, son menos résponsables de sus excesos que aquellos
que, oprimiéndolos sin piedad, han excitado sus pasiones,
alimentando el rencor en su corazon y la desesperacion en
su mente.


Desde la sublevacÍon de Euno y Esparrtaco en la histo--
ría antigua, laiaquería de la Edad media, y hasta la revolu-
cion francesa en los tiempos modernos, casi todas las gran-
das catástrofes que han producido las revoluciones han
sido provocadas por los mismos que primero han suffido


. sus efectos.
Los patricios romanos, manteniendo con la tortura yel


látigo manadas de esclavos, para gozarse en su muerte, sin
mas razon que su bárbaro capricho, ni mas derecho que


---el de la fuerza, provocaron y justificaron la terrible su-




NACIONAL. 461
blevacion que inundó de sangre los campos de la Italia .. ,


De los excesos de aquellas cosas, que quisieron ser
hombres, responsables eran los que los arrojaban al Circo
para pasto de las fieras, y les obligan, por un refinamiento
de maldad abominable, á saludar á sus verdugos.


Si los siervos de Francia asaltaron los castillos feudales
y los entregaron á las llamas; si pasaron á cucbillo á sus
señores, sin respetar el honor de las mas nobles doncellas;
si se embriagaron con su sangre y se hartaron con el pilla-
je, culpa fué de los que con la .f¡leva, el inmundo derecho de
pernada y el tormento, encendieron el ódio y sed de vengan-
za en el pecho del labriego, y le enseñaron con' su cruel-
dad á ser feroz.


Las hecatombes humanas del 92, mas que á los instin-
tos sanguinarios de los Marat y Robespierre, deben atri-
buirse á las violencias del despotismo, á la desmoraliza-
cion escandalosa de la córte, á las traiciones continuas de
los realistas, á la mala fé y á las asechanzas con que á cada
momento se irritaba la susceptibilidad _ de un pueblo que
reclamaba el uso de sus legítimos derechos y sentia aun el
dolor de sus pasados sufrimientos.


Esta verdad que la historia enseña y la rU,zon natural
-explica, pocas veces es negada, pero con sobrada frecuencia
se la olvida, y nunca tanto como ahora conviene recor-
darla.


El ~utócrata que allá en el Norte ordena ó permite que
se~'ametralle á un pueblo indefenso porque invoca su nacio-
nalidad y aclama el Dios de sus padres; el déspota que en
una parte de Italia sujeta á sus súbditos con lazos de hierro
y castiga al que proclama á su pátria; los que desoyen las
fundadas quejas de los oprimidos y desprecian los gemidos




462 L.\ SOBERANÍA


del que sufre, debieran tenerla siempre muy presente para
evitar lo que con su proceder hacen inevitable, siendo los
primeros en sentir sus terribles efect08.


Ellos, si así no lo hacen, serán responsables de los de-
sastres que ocurran; ellos, y solo ellos, serán los responsa-
bles de las víctimas inocentes que la reyolucion sacrifique.


Pero el egoismo y la pasion los ciega; y nada ven, y
nada comprenden, y, aún comprediéndolo, les importa
poco la destruccion de la hUinanidad entera si, con provo-
carla para mañana, pueden conservar hoy :sus privilegios
y disfrutar de los goces de su imperiosid:ld.


Un día empero, vendrá, y quizá no tarde, en que su
tenacidad les pese.


¡Dios es justo!
Mas ¿por qué ha de llegar ese día teniendo la seguri-


dad de que á todos á de ser fatal? tpor qué empeñarse en
provocar una lucha sangrienta y desastrosa, cuando tan
fácil seria conservar la paz, y con ella la tranquilidad y el
bienestar de todos?


¿Qué génio infernal, enemigo de su felicidad y de la
agena, inspira á esos hombres de todos los paises, que pu-
diendo ser tan poderosos para el bien, prefieren serlo para
el mal'?


¿Qué espíritu maléfico anima á los que, pudiendo es-
parcir á su alrededor la dicha y la alegría, se complacen
en causar el dolor y la tristeza'?


El egoismo, la ambicion, pero un egoisnlo ciego y tor-·
pe, una ambicion raquítica y miserable.


Si no fuese su egoismo ciego, vieran que con obrar·cual
obran, arriesgan y exponen á mil peligros aquello mismo
q 1le quieren conservar; si no fuera su egoismo torpe, com--




~ACroNAL. 463


prenderian que no es haciéndose' déspotas como conseguirán
. ser felices.


Si su ambicion no fuese raquítica, abrazaria algo mas
grande que los estrechos límites de su persona; no se ali-
mentaria en un grosero materialismo con los goces sensua-
les del cuerpo; buscaria en su espíritu placeres mas delica-
dos y mas dignos.


Si su ambicio n no fuera miserable, no se satisfaria con
fri volas apariencias, no se arrastraria por el polvo de los
palacios, sin mas norte que la vanidad.


¡Qué dicha mayor puede esperar el hombre que la de
verse aclamado y bendecido por aquellos á quienes ha he-
cho un bien 1. ..


¿Qué déspota, rodeado de cortesanos, qué magnate en
medio de sus lacayos ha tenido la satisfaccion inmensa del
patricio honrado á quien rinden sus conciudadanos el sin-
cero homenaje debido á sus talentos y á su·~ servicios?


¿Cuándo, los interesados obsequios que compra el oro,
han llenado el corazon de un hombre que siente algo, como
las rudas manifestaciones de un pueblo agradecido'?


¿Cuándo han resonado en los oidos de un hombre de
alma grande las mas corteses, finas y almibaradas frases de
un enjambre de aduladores, como las enérgicas yatrona-
doras aclamaciones de una nluchedumbre entusiasmada'?


Nunca.
Aun siendo el egoismo el móvil de todos los hombres,


debieran ser los poderosos defensores del pueblo, el amparo
del d6bil y el consuelo del afligido.


Por egoismo debieran serlo; pues tiO hay capital que
mayor interés produzca, ni esfuerzo que mayor prenlio al--
canee, que el que se emplea en hacer el bien de los demás.




464 LA SOBERA~ÍA
Compárese si no la existencia del que, buscando la.


dicha en las satisfacciones interiores, se complace en ser el
bienhechor y el padre de los que pueden menos, y la del
que, poseido de sed de riquezas y de mando, oprime, veja
y esplota sin reserva á los que, mas débiles que él, no pue-
dan resistirle.


El uno, siempre satisfecho y tranq uilo, nada teme y todo
lo espera.


El otro, siempre ansioso, siempre frenético, todo le
asusta y ve en todo un peligro.


Aquel, al m:1zclarse con sus inferiores, encuentra por
doquiera rostros afables, miradas de cariño que revelan fe-
licidad y gratitud.


Éste, solo encuentra á su paso rostros ceñudos, miradas
torvas, en las que, mal disimulado por el temor, brilla el
ódio y el fuego de la venganza.


El primero, al hallarse con un desgraciado á quien afli-
ge un pesar ó abate algun quebranto, observa en él cual
se dibuja en sus facciones la esperanza de un alivio.


El segundo, cuando encuentra un desdichado, víctima
quizás de SUE: vejaciones y de su crueldad, solo puede ob-
servar el horror que su presencia le inspira.


El uno, cuando solo con su conciencia se entrega al
descanso, el recuerdo de sus beneficios le mece y le halaga;
su imaginacion le ofrece el cuadro de plácida ventura que
presentan aquellos cuyas lágrimas ha enjugado; llegan
hasta él, como en dulce murmullo, las bendiciones que le
dirigen.


El, á su vez, se siente felíz, y es su dormir sosegado,
son tranquilos sus sueños.


El otro, cuando fatigado por la agitacion incesante de..




1\ACIONAL. 4G5
una ambicion sin medida y de una conciencia intranquila,
busca en el lecho el reposo, sus recelos le desvelan y el
recuerdo del mal que ha hecho le persigue, por mas que lo
disimule luego y se esfuerce en ocultarlo.


La noche es un martirio; la oscuridad le asusta.
El primero, cuando un :!?eligro le amenaza, sea el que


fuere, le anima y le alienta la confianza en cien brazos que
la gratitud alzará en su ausilio.


El segundo, cuando este peligro existe, aumenta sus
ansias el temor fundado de que cien brazos se dirijan con·
tra él, movidos por el resentimiento.


Aquel, doquiera espera un protector; éste, doquiera en ..
cuentra un enemigo.


En el uno, el recuerdo del bien que ha hecho alivia sus
pesares; en el otro, el recuerdo del mallos endurece.


El primero se siente halagado por sinceras protestas de
amor y de respeto; el segundo se siente perseguido por ru-
gidos de rabia, ó, á lo mas, engañado por interesados alar~
des de una adhesion mentida.


El uno cree en la virtud porque la practica; el otro solo
cree en la maldad porque en ella vive.


Aquel es feliz; éste desdichado.
El uno, en su secillez, es grancIe, y en su modestia


querido y venerado; el otro, en su 0p111encia, es miserable,
y en su orgullo, aborrecido y despreciable.


Tal es el cuadro exacto que ofrece el poderoso, segun su
proceder.


Si tan caro cuesta el ser déspota, y tan dulce es el ser
liberal, generoso y humano, ¿por qué no lo son cuántos pu-
dieran serlo'?


lSi no por virtud, séanlo por egoismo!




466 LA SOBERANIA


Ocurre con frecuencia sobrada, y en todas las clases de
la sociedad, á fuerza de hablar de los deberes ajenos, olví-
darse de los propios.


y de esta regla general, aplicable á todos los honlbres,
es, por desgracia, muy cierto que no siempre se esceptua
la clase proletaria.


Bueno será, pues, recordar que, si es verdad que los
poderosos de la tierra tienen muy grandes deberes que cum
plir, no lo es menos que tambien tienen los suyos los po-
bres y los débiles; y quien se los oculta ó disfraza, mas
que su amigo es un peligroso adversario, poes si al poten-
tado le perjudican sus defectos, mucho mas le perj lldica al
que se acostumbra llamar homore del pueblo.


No tengo la pretension, que seria en mí ridícula, de
constituirme en maestro, esponiendo yesplicando todos los
deberes que pesan sobre el hombre del pueblo, pero me per-
mitiré, sin embargo, señalar algunos defectos que, si por
fortuna no son comunes á todos los proletario~, afean por
desgracia un número mayor de lo que fuera conveniente.


A consecuencia sin duda de dolorosos y frecuentes des-
engaños y de ingratitud en ciertos hombres para con el
pueblo que los ha levantado y engrandecido, para verse des-
pues por ellos burlados y combatidos, se observa en mu-
chos proletarios una suspicacia, una desconfianza que, si
contenida en Jos límites de la prudencia es sumamente
útil y necesaria, llevada á la exageracion y constituida
en sistema es, no Sulo inj usta, sino perjudicial en sumo
grado.


Entre abandonarse desde luego y sin exámen al primer
eharlatan que se presente, y negar que puedan existir hom-
bres que de buena fé y con santa intencion sostengan la.




NACIONAL. 467


causa del pobre y los intereses del pueblo, hay una diferen- ,
cia inmensa.


De que baya habido traidores, no puede deducirse con
razon que no puedan existir hombres leales; y ejemplos
hay, no tan escasos por cierto en nuestra historia contem-
poránea,' que prueban cuán cierto es lo qu~ afirmo.


Los que se entregan sin reserva á esa desconfianza ab-
soluta, y no creen en nada ni en nadie, califican de igno-
rantes y estúpidos á los que se abandonan á una confianza
ciega; mas debieran advertir que tan hijo de la ignorancia
y de la estupidez es un estremo como el otro, pues que el
hombre á quien la razon sirve de algo no juzga sin
exámen.


«La confianza en los hombres, dicen, nos ha perdido
muchas veces; á no haberla tenido, no hubiéramos sido tan
amenudo vendidos y esplotados» y si bien esto es verdad,
tampoco puede negarse que en las desgracias del pueblo
tiene una gran parte él misrllo, y que tan perjudicial es
entregarse por completo á un hombre, como rechazarlos á
todos con acritud.


-Tratando adustamente y con desvío á cuantos no perte-
neciendo á su clase, se acercan á los proletarios y se aso-
cian á su causa, precisamente lo que se consigue con eso
es alejar á muchos que van de buena fé y sin interesados
propósitos.


El qp.e pretende medrar á costa del pueblo, desdeña sus
desprecios, disimula sus defectos, le halaga uno y otro dia,
y le adula.


Las humillacjones que recibe las sufre resignado; y las
guarda como un capital que ha de producir su interés, y
no solo no se aparta, sino que insiste con mayor ahinco,


TOMO' • 68




468 LA SOBERA:'{IA


consiguiendo por 10 regular> á fuerza de astucia, y sobre
todo á fuerza de 8ecundar á los degconfiados, murmurandQ
de todo el mundo y empeñando las reputaciones mas lim-
pias, atraerse aquellos mismos que en nadie creen.


El que nada .pretende, el que solo aspira, co~o único
prémio de sus sacrificios y de sus esfuerzos, á 1~ estima
cion de sus conciudadanos y á un poco de gratitud de
aquellos por quienes se desveléi; el que no busca en el pue-
plo beneficios materiales, sino á ]0 mas algunas de esas
satisfacciones interiores que son la mas justa y noble COID-
pensácion de los servicios hechos á la patria, compensacion
á la cual puede aspirar cualquiera sin rIloor; éste, al verse
desdeñado en su celo, ajado en sus mas puras afecciones,
herido eY! su amor propio, siente apagarse su entusiasmo,
y necesita estar dotado de una fuerza de voluntad muy
grande y de una virtud sublime, es preciso que sean muy
,profundas sus convicciones y que esté en él muy arraiga-
do el sentimiento del deber, para' no abandonar á los que
tan mal corresponden á sus desvelos y cariño.


¡Cuántos auxiliares que hubieran podido serIe muy
útiles no ha perdido el pueblo por culpa de algun impru·.
dente, de esos que se titulan experimentados, y que ha
atajado en su~ primeros pasos á uno y otro jóven que, lle-
no de fé y ardor, iba á ofrecer al pobre, al proletario, al
pueblo, el ardor de su corazon vírgen, y ha encontrado en
vez de la buena acogida que esperaba, el desdén, la frial-
dad, ya que no el insulto!


Afortunadamente, el núme~'o de los experimentados va
siendo cada dia meno~, mal que les pese á los que, ansio-
sos de hallar en el pueblo defectos y motivotl de descrédito
afirman hoy lo contrario.




El proletario va comprendiendo que, con entregarse sin
reserva á una desconfianza exagerada y constituida en sis-
tema, no hace mas que secundar á los que deseosos de ex-
plotarle' hacen cuaLtto pueden para aislarlo.


No se le puede ya ocultar que semejante desconfianza
le es dañosa, y que es injusta; pues ni por sus condiciones,
ni por su estado general de instruccion, puede prescindir
aun el proletario por completo de auxiliares; ni es gen{::l'O-
so pagar con el desdén y con la ingratitud al que con bue-
na intencion y completo desinterés le ofrece su afecto.


Pero, aunque es hoy dia ya menor el número de los expe-
rimentados, quedan todavía algunos y estos están demás.


Al hombre debe j uzgársele) . no precisamente por sus
palahras, sino por sus obras.


Antes de calificarle debe examinársele, y no conlpren-
derle desde luego y sin motivo ni razon alguna, en esa re-
gla general de reprobacion estúpida.


Sin pasar de un estremo á otro, es decir, sin entregarse
ciegamente y por completo á nadi,~~, el proletario debe ad-
mitir y escuchar á todos; y bené,"olo siempre, pero siempre
prudente, acostumbrarse á comparar, á estudiar, á tener
ideas propias y á obrar conforme á. ellas, y no por instiga-
ciones agenas, como máquina que obedece sumisa al resor-
te que la. mueve.


Haciéndolo así podrá el proletario precaverse contra los
traidores y los que pretenden traficar con él; Y podrá asimis-
mo premiar cual debe con .3U afecto y gratitud al que ver-
daderamente se coloque á su lado, movido por un sentí,
miento dejusticia.


Haciéndolo asi, podrá esperar la cooperacion eficAz y
1l~\)~'t-~1\\\. \\~ \~~~~ ~"\\.~~\~~ \S\1.~~'ó..~ l'O. ~~~d.~d. ~ am.an lo




470 LA SOm~nA.NjA


que es ju.sto y no se encerrará imprudentemente en un
aislamiento pernicioso.


otro defecto muy parecido al anterior y no menos de-
p10rable que él se observa en algunos individuos pertene-
cientes á la clase proletaria.


Irritados por la altanería y poca consideracion . con q ne
por mucho tiempo los han tratado en general las clases ri-
cas y aristocráticas, han dado cabida en su pecho á un sen-
timiento de ódio, en el que envuelven no solo á cuantos
ocupan una posicion superior á la suya, sino á cuantos
visten distinto trajeo


Impulsados por ese resentimiento, se entregan muchrls
veces á ciertos desmanes, mortificando de palabra y hasta
con hechos á los que llaman ellos sefiores~ solo porque vis-
ten trage largo.


Este defecto, aun cuando se esplica en cierto rnodo, no
• fOfi • á se JUSto1 ca Jam s.
La falta agena nunca autoriza la propia; y no porque


sea cierto que muchos individuos de las clases aristocráti-
cas son altaneros, imprudentes y mal educados, deben ser-
lo los que pertenecen á las clases populares o


Lo bueno debe imitarse siempre en todo; pero lo malo
no hay modelo q ne lo haga digno de imitacion.


Se dice con mucha frecuencia que el pobre yaletanto
eOIDO el rico y que el plebleyo no es inferior al noble; pero
al decir que son iguales en valor:l se entiende que lo serán


. siempre que ignales sean en educacion y virtudes.
Al decir que tanto vale el uno como el otro, se entien-


de que la diferencia de fortuna y de linage no constituye
desigualdad de valor, pero la constituirá siempre la dife-
rencia de cualidades.




KAClm;AL. 471


Si el pobre y el proletario tienen mejores cualidades que
el rico y el noble, cierto que no valdrán ni serán mas que
ellos; pero si lo contrario sucede, tambien valdrán menos.


Quien lo contrario les diga, es su enemigo; los adula
para perderlos y explotarlos.


La urbanidad, la cortesía, el buen trato, cuadran á todo
el mundo, pero á nadie son mas neeesarios que á la clase
proletaria.


Sus enemigos han saeado argumentos poderosos de su
rudeza, de lo que ellos han llamado su ferocidad; y estos
argumentos subsistirán siempre mientras exista realmente
el hecho en que se funda.


De nada servirá desmentirlos; inútil será que los abo-
gados del pueblo afirmen un dia y otro que el proletario es
urbano y social, si éste no lo confirma con sus obras.


Esta preocupacion, por otra parte, contra tOllo el que
viste un trage distinto del proletario es altamente iDjusta,
no menos que la anterior, y tiene como ella muy fatales


.


consecuenCIas.
Los que así tan imprudentemente insultan á todo el


que viste le1jita, se exponen á cada insta:tte á injuriar pre-
cisamente al hombre que mas digno sea de su respeto, por
sus servicios á favor de la causa popu1ar.


¿Y qué efecto ha de producir en quien haya dedicado
su existencia toda á la defensa de la causa del pobre, y sa-
crificado por ella su porvenir, su fortuna y hasta quizá. su
familia, al verse insultado por los mismos por quienes tan-
to ha hecho y sufrido'?


Un desengaño cruel, que en muchos bastará para aban-
donar y, si conviene) hasta combatir á quien tan malle
corresponde.




472 LA SOBERANIA
¡De cuántos defensores no han privado al pueblo, cuán-


tos enemigos no le han creado esos imprudentes, que por
un nécio prurito, se complacen en provocar de un modo ú


... otro, y cuando tienen la ocasion de hacerlo impunemente,
á los sefLres!


Se dirá quizá que, el que tiene una fé profunda y con-
- vicciones verdaderas, resis:e á todo; que el que defiende


una causa solo porque esjusta, la defiende en todas oeasio~
nes, sin pararse en semejantes pequeñeces, que sabe des-
preciar; pero p,;ua esto se necesita una virtud muy gran-
de, que no todos los homdres poseen, y que es muy difícil
hallarla en aquel q lle nada pretende, ni espera nada de su
adhesion al pueblo.


En el hombre hay ciertos sentimientos, debilidades si
se quiere, pero que es peligroso DO respetar.


Sin embargo, este defecto, que algun dia era muy co -
mun, particularmente en las grandes capitales, va de~apa­
reciendo con rapidéz, gracias á la instruccion que se pro-
cura el pueblo, y desaparecer&. por completo el dia en
que esa instruccion pueda extenderse á todos sus indivi-
duos.


Hoy dia se ven ya reuniones de proletarios, en las que
- pudieran ir á aprender urbanidad muchos caballeros enco-


peta.dos, que se precian de ser el tipo de la finura y de la
cortesía.


Enallas encontrarian muchos lo que les falta, esto es,
el verdadero buen trato sin afectacion, sin exageraciones
ridículas, y con esa sencillez que es la expresion de la sin-
ceridad y que no admite la hipocresía.


El pueblo,- las clases trabajadoras, merced á nuestra re·
velacion política y á la incesante propaganda de las Due-




NAClO~A:,. 473


vas doctrinas, se encuentran hoy, comparativamente, mas
ilustradas que otras clases.


Del seno de esas clases desheredadas, eteI'nas víctimas
de la tiranía de los reyes y del monopolio del capital, salen
hoy escritores, oradores, políticos <listinguidos, hombres de
recto criterio, de voluntad firmísima, que, guiados por su
amor á la ~umanidad, trabajan constantemente para con-
segnir la anhelada emancipaciJn del Cuarto Estado, que es
el problema gigante de nuestro siglo.


Pero quedan aun resabios del mal; todavía se ven por
nuestras calles y en ciertos pueblos, de vez en cuando,
cuadrillas que, si bien son poco numerosas, lo son siempre
demasiado, y que, con palabras -S con actos que repugna


I la decencia, dan de sí una idea muy baja.
A destruir estos resabios, á educar estos morosos de la


civilizacion, deben dedicar todos sus esfuerzos los hombres
del pueblo que adquirieron ya cierta clase de ilustracion.


Es preciso que observen, que cinco de esos que haya,
entre cien que sean lo que deben ser, bastan para propor~
cionar á los enemigos del proletario armas muy poderosas.


Los que son comedidos y prudentes no se notan, los
dísculos y' los insolentes se ven siempre demasiado; ellos
son los que llaman la atencion, y hácia: ellos la llaman con
mucho empeño aquellos á quienes interesa.


Sobre otro defecto deben reflexionar los' h('}mbres del
pueblo" si bien no es peculiar de ellos y comprende á mu-
chos que, por su educacion y hasta por sus conocimientos,
parece que debieran hallarse libres de él.


Me refiero á los que, cuando se trata de discutir sobre
una cnestion 6 un asunto cualquiera, se empeñan en que
su opinioú prevalezca siempre, y se irritan y se enfurecen,




474 LA SOBERA~HA


nada escuchan y lo trastornan todo, si sospechan y con-
vencen de que no sucede así.


La verdad solo se comprende y triunfa discutiéndola, y
el que está seguro de tener la razon y en ella se funda, no
debe temer nunca que se le combata. '


¿Con qué derecho pretenderá, quien q uiera qu~ sea, que
se le escuche y atiendan sus razones, si no quiere escuchar
y aten der las de los demás?


¿Cómo convencerá á nadie de que busca la verdad, si no
se aviene á oir las esplicaciones que conducen á conocerla'?


¿Cómo podrá nadie creer que la razon es la fuerza, si no
quiere someterse á ella?


La intolerancia con las opiniones agenas revela poca fé
en las propias; y los escesos á que algunos se entregan
para sofocar una discusion, denotan, mas que otra cosa,
que están poco seguros de que la razon les asiste.


El hombre del pueblo, por lo raismo que la razon es su
arma mas poderosa, no debe nunca negarse á oirla.


Para que pueda exigir que los demás le escuchen, debe
él empezar por dar el ejemplo escuchando á todos.


La poca práctica~ la falta de costumbre en discutir, es
sin duda la principal, si no la única causa, de ese defecto
tan comun en ciertos hombres; y que es seguro que, á me-


, dida que se instruyan y se acostumbren á discutir y á reu-
nirse, se irá modificando y acabará por destruirse; es pl'e- '
ciso que esto sea cuanto antes.


No se olvide que de esa intolerancia contra las opinio-
nes ajenas, sacan tambien partido los enemigos del pueblo
y muy poderosos argumentos, sobre todo para oponerse á
la libertad de asociacion y de reunion pacífica.


Múchos son los que con poca prudencia, c<;>n menos pru·




NACIONAL. 475


.dencÍa de la que deberia esperarse de su posicion, de su es-
periencia y de su deber, incurren en otro grave defecto.


Refiérome al entusiasmo con que algunos hablan á cada
instante, 6 siempre que la ocasion se presenta, y á veces
con mas afan cuanta mas gente los escucha, de los grandes
y ter'ribles escarmientos que debe verificar el partido repu-
blicano el dia en que triunfe por completo de todos sus ad-
versarIOS.


Para entonces prometen ya desde luego el cúmulo de
horrores de la Revolucion francesa, y todo se les vuelve
verter sangre á. torrentes y cortar cabezas á millares, sin
advertir q lle las cabezas no se cortan con tanta facilidad de
hecho como de palabra, y que precisamente por haber cor-
tado demasiadas no produjo la Revolucion francesa todos
los provechosos efectos que de una revolucion tan grandio-
sa podían esperarse.


Pero lo notable es que, por lo regular, los que mas ha-
blan de matarlo y destruirlo todo, son los menos capaces
de matar á nadie.


Hombre hay que para aquel dia se promete ser un se-
gundo l\Iarat, y en cuanto la ocasion se presenta de con-
tra.er el mas leve compromiso, todo su ardor se cambia en
nieve; mientras que otro que se promete ser mas sangui-
nario que los Carriers y Fouquiers Tinvilles, es incapaz de
ver padecer por mucho tiempo á su mas encarnizado ene-
migo sin' acudir en su ayuda.


Semejantes alardes de ferocidad importarían poco, si de
ellos no supieran aprovecharse los enemigos de la libertad
y del pueblo.


Ni las circunstancias son ahora las mismas que prece-
dieron á la Revolucion francesa, ni podrían serlo, á lo me-


TO;\W l. 69




476 LA SOBERA~UA


nos no es probable que lo fuesen; las circunstancias en que,
se encuentra el pueblo español desde el dia en que entró en
la plena posesion de sus derechos es muy distinta.


Triunfante el partido republicano no debió, como no lo
hizo, entregarse á los escesos de los patriotas franceses del
93; escesos que mataron la libertad y dieron orígen al Im~
perio, tras el que vino la degradante restauracion, y que
de seguro no bastaría los deseasen ó pidiesen algunas do~
cenas de aspírítus inquietos y vengativos, para que la ma-
yoría consintiera en cometerlos.


Es verdad que hoy dia son muy pocos los que creen en
la posibilidad de que se reproduzcan las escenas desastro--
sas de la Revolucion francesa; pero esos alardes amedren-·
tan á los que son naturalmente tímidos; asustan mas 6-
menos á esa gran masa de hombres pacíficos, por lo regular
indiferentes en política, y ofrecen un arma á los enenligos
del partido republicano, los cuajes no dejan de aprovecharse
para desacreditarlo, augurando, aunque sin oreerlo, todos
los horrores que sea posible imaginar, y que estos de quie-
nes me ocupo predican con tan poca cordura.


El partido republicano solo debe hacer justicia; y si en
algun sentido ha de apartarse de ella, no sea por lujo de:
severidad, antes mejor, por esceso de clemencia.


Con esto está dicho á la clase pl'oletaria cuanto debe
decírsele.


Nuestro objeto es prevenirla contra los defectos que
prevalecen entre algunos de sus individuos, mas bien que
ensalzar y poner de manifiesto las grandes cualidades que·
la adornan á toda ella en general, y es porque aquellos son
los que la perjudican, y por consiguiente los que urse des--
terrar.




NA.CIO~AL. 471
La adulacion adormece al que es objeto de ella, y le es
. .


caSI SIempre pernlclosa.
Hablar mucho d·~ lo bueno que en un individ uo resalta,


callar siempre acerca de lo malo que en él se nota, consti-
tuye la mas temible de las adulaciones~ por lo lllismo que
para incurrir en ella, no es necesario apartarse de la verdad.


La clase proletaria, para merecer la estimacion general
no necesita que se pongan de manifiesto, uno y otro dia, las
'virtudes que posee; 10 necesario, lo útil es que destierre los
defedos que en ella existen aun. ~


La calumnia, cU'1ndo es tal calumnia, esto es, cuando
se apoya en la mentira, es siempre impotente; porque, mas
ó menos tarde, la verdad triunfa, y ante la evidencia no
valf~n las declamaciones ap2.sionadas.


Pero cuando una acusacion se funda en un hecho cier-
to, y por lo tanto fácilmente demostrable, en este caso es
dificil destruirla, y sus efectos son siempre temibles para
'el que es objeto de ella.


El dia que la clase proletaria haya ~onseguido que en su
seno no exista ninguno, 6 á lo menos que sean muy pocos,
los que adolezcan de los defectos citados, y son los únicos
de que, con luas 6 menos razon, pudiera acusársela, aun
cuando será siempre una injusticia notoria comprenderla
á toda ella en la acusacion, siendo así que ésta solo pudie-
ra alcanzar á algunos de sus individuos; el dia, ~epito, que
ninguno, ó muy pocos á 10 menos, deaquellos sean los que
adolezcan de esos defectos, inútil será que sus enemigos se
esfuercen por desacreditarla, é inventen contra ella toda
clase de calumnias.


Fuerte la clase proletaria por sus propias virtudes y es",
cudada por la verdad, resistirá victoriosamente á todos los




478 LA SOBERANIA.


ataques de que es y pudiera ser objeto, y alcanzará la COll-
sideracion á que tiene derecho y q ne le ha sido hasta hoy
negada.


Existe en todos los paises una gran masa de hombres
que se titulan indiferentes, y que son la rémora del progre-
so y la mayor calamidad de los pueblos.


Esta masa es la que ha servido de apoyo á todas las mi~
Dorías despóticas que han oprimido y esplotado las na·-
. Clones.


Ella es la que ha sancionado todos los escesos de que
acusa la historia á los gobiernos impopulares; ella es la que,
con su indolencia, ha sido, si no su autor~ cómplice de casi
todos los grandes males que han afligido á la humanidad.


El sabio legislador de Atenas, consignó en el código
de sus leyes, una, por la que se condenaba á la pena de
infamia, pena de las mas terribles que entonces se cono-
cian, al que, cuando estallaba una discusion ó una lucha
er:tre los ciudadanos, dejaba de afiliarse en uno ú otro de
los partidos militantes, y se declaraba neutral ó indife-"
rente.


Esta leyes} sin duda, una de las que mas honor hacen
á Solon, yen la que mas se revela el profundo conocimien-
to que tenia aquel gran hombre de lo q ne es la sociedad,
y de los deberAs que esta impone á los ciudadanos.


Indiferente en política es sinónimo de egoista.
El indiferente, en efecto, aunque acostumbra por lo re-


gular á cohonestar su conducta alegando su amor al órden
y á la paz, lo que en realidad le mueve, ó mejor dicho, le
paraliza, es su propio interés.


El indiferente, tan pacífico siempre y tan optimista
cuando se trata de los demás, es casi siempre el que mas·




NACIO~AL. 479


grita y mas se mueve, cuando, por casualidad, alguna dis-
posicion del gobierno le afecta á él particularmente.


Entonces lo encuentra todo malo, y todo digno de vitu-
perio; la revo]ucion es just.a y conveniente, mas es preciso
que la hagan los demás, porque su indiferentismo no le
permite mezclarse en asuntos de los que pudiera salir mal
parado.


Pero mientras pueda hacer el indiferente aquello que
á él le acomoda; mientras los males de la sociedad no al-
cancen en grandes proporciones á los de su clase; como por
lo regular disfruta de una posicion acomodada 1 nada le im-
porta el sacrificio de algun dinero q ne puedan costarle las.
dilapidaciones de los gobernantes, ni el sacrificio de aque-
llas libertades que él por su posicion no necesita.


Poco importa para el indiferente que los recursos del
pais se malversen miserablemente; poco importa que los
grandes capitales de la nacíon, que debinran servir para
aumentar sus fuentes de riqueza y de prosperidad, sirvan
para labrar la fortuna de unos cuantos; poco importa que la
honra y la dignidad nacional se vean arrastradas por el
suelo; poco importa qne millares de familias, clases ente-
ras, permanezcan sumidas en el malestar ó en la miseria;
poco imp~rta, en fin, que la razon se vea desatendida y la
justicia hollada: al indiferente nada de eso le interesa, y
encerrado en su neutralidad yen su criminal egoismo, con~
templa impávido cuál se derrumba el mundo entero, si él
cree poder hallarse seguro en el miserable círculo que acos-
tumbra recorrer.


:Mas, ¡ayl si una disposicion, justa ó injusta, si la ac·-
cion de un partido 6 de un gobierno toca á sus intereses en
mas de lo que él cree justo para mantener el 6rden! ¡ay! si




480 LA SOBERA~nA


se le restringe 6 se le mortifica en alguna de sus di versio-
nes 6 pasa tiem pos!


Quien tal hiciera será entonces digno de todos los cas-
t~gos, y merecerá el mas ejemplar escarmiento.


Así es como se observa que á esa gran masa de indife-
rentes solo han conseguido moverla aquellos gobiernos des-
póticos, persiguiendo por lujo y tiranizando por placer, han
tocado á ella ó la han amenazado] ya mortificándola con
disposiciones que le impidan entregarse á toda esa inmen-
sa libertad, que muchas veces pudiera llamarse licencia y
que los indiferentes reclaman para sí, ya demostrándoles
con hechos que no habia quien pudiese cons~derarse seguro
contra los caprichos del poder.


El indiferente, sin embargo, pretende siempre ser con-
siderado como modelo de ciudadanos.


El patriotismo, el amor al órden y á la virtud son) si
hay quien lo escuche y le crea, los únicos móviles de su
proceder.


¡Cuánta hipocresía, ó cuánta preocupacion!
El patriotismo, nunca ni á nadie podrá aconsejar que se


deje á la patria abandonada y á mer~ed del primer aven-
turero ó intrigante que se presente.


El órden nunca podrá consistir en la quietud, ni podrá
decirse que existe cuando no impera la justicia y no es la
razon la que gobierna.


La virtud nunca podrá autorizar que se persiga al dé-
bil, se castigue al inocente y se esplote al pobre; en una
palabra, que la maldad triunfe.


La virtud no 1a practicará quien falte á los deberes de
caridad, y á ellos falta quien deja en el desamparo al in-
justamente oprimido.




¡.fAClO¡.fAL. 481
El indiferente, pues, con intencion ó sin ella, es en


realidad mal patricio y mal cristiano.
Cuando una discusion estalla, la verdad, la razon, que


no es mas que una é indivisible, solo en una parte puede
hallarse; uno solo, pues, de los partidos puede poseerla.


Al que la tenga en su favor, es al que el buen ciudada~
no debe adherirse.


Si ninguno la tiene, á su entender, deber suyo será
manifestar lo que crea justo, y formar, si es necesario, un
tercer partido; pero nunca podrá, en nombre de la patria y
de la virtud, consentir sin resistencia en que triunfen el
error v la maldad .


.,


Decir que no se tienen ideas ni principios en política,
es, ó decir lo que no es cierto, ó confesarse estúpido.


Cuando se discute una cuestion, y una cuestion de in ~
terés general, el hombre que se entera del debate, y obli-
gacion tienen de enterarse todos, necesita ser muy negado,
ó forzosamente deberá juzgar que la razon está mas pr6xi-
ma ó de uno ó de otros; deberá comprender, mas ó menos
claramente, cuál es mas conveniente que triunfe.


El que en este caso no se halle, será porque no habrá
querido tomarse el trabajo de enterarse de lo que se trata;
será porque, para él, lo mismo importa que triunfe la ver ,-
dad que la mentira; será porque le es igual cuanto pudiera
hacerse, resulte en bien ó en mal del pais; será, en fin,
porque' para él la palabra patriotismo y la palabra justicia
son espresiones sin significacion alguna.


Nada hay mas irritante que oir á un hombre que afir-
ma que ama á su patria, y al mismo tiempo declara que le
es indiferente cuanto hagan los encargados de dirigirla y
administrar sus intereses.




482 LA SOBERAMA


Nada mas contradictorio que oir á otro, que se precia de
hombre virtuoso y buen cristiano, decjr que solo debe cui-
dar de sí mismo, y que debe serIe indiferente cuanto hagan
los demás.


Este mismo hombre, en nombre de Dios, pedirá, si mal
no viene, que se castigue al que blasfema, sin advertir
que es una verdadera blasfemia espresarse en este sen-
tido.


Este hombre creerá justo que se castigue alladron y
que se persiga al asesino; confesará que es un deber de
caridad, un deber de cristiano, acudir al ausilio del que
cayera en manos de algun bandido ó se viera bárbaramen·-
te maltratado por otro mas fuerte que él; este mismo hom-
bre confesará que, si dos individuos luchan en medio de la
calle, es deber de todo el que observa la doctrina de Jesús,
restablecer entre ellos la paz y dar la razon á quien la ten-
ga; y al mismo tiempo afirma y sostiene muy formalmen-
te, en nombre de esta misma doctrina, que es no solo líci-
to, sino justo, mirar indiferente cómo se roba al pais; cómo
se asesina y maltrata á familias enteras; cómo se persigue
al inocente; cómo luchan entre sí hermanos con hermanos;
cómo se cometen, en una palabra, impunemente, todas las
infamias, todas las iniquidades que sea posible concebir.


La conducta del indiferente no tiene, pues, justifica-
cion posible, y solo se esplica por una ignorancia crasa,
por una preocupacion estraordinaria, ó por un egoismo
feroz.


El indiferente, por mas que blasone muchas veces de
buen patricio y de virtuoso, es casi siempre materialista,
grosero, y hasta me atreveré á decir ateo; plles si practicara
la moral, si creyera que hay en el hombre deberes y dere-




NACIONA'L. 4ti3


chos, si creyera que entre estos deberes hay el de ~mar al
prójimo y oponerse al triunfo del mal, no podria perma~e '-
cer tranquilo, á lo menos en su conciencia, cuando viera á
sus semejantes injustamente perseguidos y maltratados, la
maldad triunfante y la virtud despreciada.


El número mayor ó menor de indiferentes que existe en
un pais deberá considerarse como el termóm~tro en que se
marcan los grados de ilustracion y de virtud del mismo.


Qbsérvese que este número es mayor en los paises su-
midos aun en las tinieblas de la ignorancia como en las
vastas regiones de Rusia hasta hace poco, ó en aquellas
naciones gastadas y degeneradas por un materialismo re-
pugnante y una desmoralizacion profunda, como en ciertos
pueblos de nuestros dias y como en el imperio romano en
el período de su decadencia, cuando una minoría audaz,
cualquiera que fuese, una legion atrevida, algunos cente-
nares de hombres, disponian á su antojo del imperio mas
vasto del mundo, gracias al número inmenso de indife-
rentes.


El indiferentismo es, pues, una verdadera plaga, á
cuya destruccion deberán dedicarse de consuno los que'
deseen el triunfo de la libe.rtad y estension de la virtud.


El indiferentismo debe ser comb(\tido en nombre de la
patria, del cristianismo y de la moral universal.


Hubo un tiempo en que se consideraba á la juventud
como el mas firme apoyo de la libertad.


y es natural que así fuese.
'.


El hombre, cuando es jóven aun, cuando su corazon es
todavía vírgen y conserva entera la fuerza de sus senti-
mientos; cuando los vicios de una dociedad corrompida LO
han gangrenado aun su naturaleza; cuando el frio escepti-


TOMé} 1, iO




484 LA SOBERANlA
cismo p.o ha helado aun su frente y apagado el ardor de su
imaginacion; cuando un ma terialismo desconsolador y soez
no ha enmohecido todas las fibras de su sensibilidad; cuan-
do, en una palabra, el hombre es todavía jóven porque
conserva aun su vigor y hay en él mucha vida, su corazon
ama todo lo que es noble y generoso, y su mente s~ entu-
siasma ante todo ]0 que es grande y bello.


Yes noble defender al débil; y es generoso emancipar
al oprimido; y es grande la causa de la humanidad; y es
helIo combatir con ella.


Por esto la juventud estaba alIado de los pobres; por
esto se entregaba con el alma á la defensa de los pueblos;
por esto la idea del progreso la exaltaba; por esto dedicaba
á fomentarla toda la fuerza <le su robustez, todo el fuego
de su fantasía, toda la violencia de sus pasiones.


Tambien hoy la juventud ama, dafiende la libertad;
mas, ay! ¿dónde está esa juventud?


Cuando con afan la busco, no atino á descubrirla.
Doquiera vuelvo los ojos, encuentro solo viejos de pocos


años.
Los jóvenes son cada vez menos; apenas si es posible


descubrir alguno, casi'oculto y confundido entre esa turba
inmens(.!. de medios hDmbres, que pululan por nuestras ciu-
dades arrastrando un cuerpo sin alma. t


Los jóvenes desaparecen; los antiguos dejan de serlo, y
no hay quien los reemplace.


El hombre pasa hoy de niño á viejo; su juventud es tan
rápida que no se percibe.


Apenas abandona el regazo maternal, no siempre cas,
to, Y aparece en lo que se llama el mundo, una atmósfera
emponzoñada lo marchita; y si alguno conserva la frescura




NACIO~AL. 485
de su semblante, la bondad de su corazon, la candidez de
su espíritu y la fuerza de su imaginacion, con dificultad
se le descu breo


Asombrado de conservarse puro en medio de tanta pes r
tilencia, casi se avergüenza de mostrarse tal cual es, teme-
roso de escitar en los que le rodean la sonrisa del desden 6
la curiosidad que inspira un objeto raro.


Algun dia los jóvenes amaban la gloria, y la busca-
ban con afan; hoy, los que se dicen jóvenes solo porque
cuentan poca edad, no aman mas que el placer y lo bus":
can con delirio.


El jóven cultivaba antes su espíritu y aspiraba á brí-
llar por sus hechos; hoy dia solo cuidan de su cuerpo y
procuran brillar por su traj e.


Un sábio, un héroe, un má.rtir de la virtud excitaba
su entusiasmo; hoy, solo un dandy excita su admiracion, y
un millonario su envidia.


Noble en sus aspiraciones, generoso en sus actos, de-
fendia lo que creía justo; hoy defiende solo 10 que cree
ú ti! para sí.


Si amaba la libertad, sacrificaba á ella su vida; hoy su
vida la sacrifica solo al vicio que le domina.


La libertad era para él, la independencia de los pue-
blos, el triunfo de la verdad, el imperio de la justicia; hoy
es para él la libertad, la licencia desenfrenada.


El objeto de su vida era una idea; hoy el objeto de su
vida es ... nada; á lo mas, un puñado de oro, y la embria-
guez del deleite.


¡Triste y horrible degradacion, que cunde con rapidez
asombrosa!


¿Por qué?




486 LA SOBERANH ..


Porque la juventud verdadera, porque los jóvenes dig·.
nos de ese nombre, se acobardan y 2.milanan; porque en
vez de combatir el mal, pasmados de su magnitud, se en-
tregan á él, 6 le abandonan el campo; porque el jóven de
sentimientos y de aspiraciones elevadas, en lugar de mos-
trarse tal cual es, y de dar libre vuelo á sus impulsos, los
reprime, y los oculta, y cediendo á un temor puéril, 6 á
una vanidad mal entendida, por ser lo que los demás, se
esfuerza por corromperse, 6 afecta estarlo para conseguirlo;
porque el indiferentismo, como hemos dicho antes, está de
moda, y creeria hacerse ridículo no adhiriéndose á él; por-
que el excepticismo está en boga, y temeria tambien ha-
cerse ridículo confesando que cree en algo; porque, en fin,
los jóvenes no gastados no se unen, y no se auxilian para
oponerse á la podredumbre que los envuelve y amenaza.


Unanse, pues, muéstrense tales como son, y no teman
ni las comparaciones ni la lucha.


Que no les afecten, ni la forzada sonrisa del excéptico,
ni el afectado desden del vicioso.


Lo grande, lo bello, ejerce siempre sobre el hombre un
imperio irresistible, y no hay belleza sin poesía ni poesía
sin espiritualismo.


La mujer, objeto preferente y natural de la atencion del
jóven; la mujer, cuyas miradas busca, y cuyo cariño anhe-
la, estará de su parte, y le ayudará en su noble empresa.


La mujer, mas sensible y mas espiritual que el· hom--
bre; la mujer, que, vive en el amor y del amor; la mujer
no puede menos de buscar la poesía que la eleva y la
enaltece, y de aborrecer un materialismo que mata ese
amor y la reduce á la condicion de un vil objeto de sensua-
lidad ó de lujo.




NACIONAL. 487
No les asuste la facilidad con que esos séres sin vida


se acercan á ella, y algunas veces la cauti van; si las mu-
jeres los escuchan, es porque no oyen una voz que mas
grata suene á sus oídos; si aceptan 10 raido y feo, es por-
que sus ojos no alcanzan á de~cubrir objetos mas bellos.


Mostraos, pues, mostraos adornados con los atractivos
de vuestra juventud; engalanaos con la nobleza de vues-
tros sentimientos, con la elevacion de vuestras aspiracio-
nes, con el ardor de vuestra imaginacion, y con la bondad
de vuestros actos, y atraereis sobre vosotros sus miradas y
conquistareis su afecto.


¿Qué jóven insustancial y pedante de esos que emplean
todo su talento en formar con gracia el lazo de su corbata,
pudiera resistir ante una mujer la comparacion con el víe··
jo Garibaldi, con ese bravo hijo del pueblo, con ese héroe
de la humanidad, cuyos altos hechos asombran á la ima-
ginacion mas atrevida; ese campeon ilustre de la libertad
é independencia de los pueblos, cuyas virtudes encantan;
esa epopeya viviente, cuyo solo nombre entusiasma y
electriza '?


La mujer, nacida para el amor, no puede menos de adi-
vinar que, mal puede sentir y comprender ese afecto su-
blime, ese sentimiento que todo lo idealiza, que se alimen-
ta de la poesía y cree en la ilusion; que mal puede expe-
rimentar esa senRacion inmaterial, aquel que todo lo ma-
terializa,. que t6do lo reduce á lo palpable.


Si alguna hubiere, sin embargo, que comprendiéndolo
ó no comprendiéndolo así, prefiriese á un alma bella un
cuerpo perfumado, ésta seria digna á lo mas del objeto de
su predileccion, y no mereceria el culto sagrado de un amor
verdadero.


,




488 LA SOBERANIA NACIONAL.
El j6ven de corazon deberia entonces huir de ella y


desdeñarla, pues no podría corresponder á su cariño y amor
la que no sabria apreciarlo, ni fuera capaz de sentirlo.


Que los jóvenes, pues, y aun los hay que sienten en
sus venas el fuego de la vida, levanten con resolucion la,
bandera contra el materialismo; que los que sea:r;:t aun ca-
paces de regenerarse sacudan ese letargo que los enerva,
ese indiferentismo que, cual manto de hielo, los cubre y los
ma.ta antes de nacer.


Solo se les pide que, inspirándose en la idea de lo justo,
defiendan y sostengan con resolucion y entusiasmo lo que
su conciencia les dicte.




CAPITULO XIX.


El parlamentarismo y la política del porvenir.


Las elecciones se aproximan y por esta vez es necesa-
rio que sean una verdad; preciso que demos en el poder el
ejemplo de que sabemos cumplir y respetar lo que en la
oposicion hemos condenado.


El sufragio debe ser, pues así lo ha prometido sincera-
mente el poder ejecutivo de la república, todo lo libre, to-
do lo espontáneo que debe ser; sin coacciones, sin "'dolen-
cias, sin las bribonadas qUA generalmente, ya por unos, ya
por otros, se han puesto en juego, desacreditando el parla-
mentarismo.


Desde que los gobiernos del absolutismo, cumpliendo
esas tan iúmutables cuanto eternas leyes de la Naturale-
za, la Filosofía y la Historia, pasaron al no ser, siendo
reemplazados por los sistemas representativos, con visos
de legalidad, viene representándose en el mundo políti-
co una triste comedia que, con el nombre de constituciona-
lísmo, al absolutismo aventaja en lo perniciosa, en lo des-
moralizadora y en lo tiránica.




490 LA SOBERANlA


Porque es indudable que la tiranía de muchos es mas
aborrecible que la de uno.


Esos reyes absolutos, de de1'eclto divino, dueños de vidas
y haciendas, que aparecen hoy como sombrías mómias en-
tre los calcinados escombros de la vieja tradicíon, eran mas
lógicos y tenian en sus respecti vas épocas mas. razon de
ser que los reyes constitucionales; y estos, aunque inex·
plicables, siquiera sea sofísticamente, son mas lógicos, si
se nos permite la frase, que los reyes democráticos.


La monarquía democrática es la mas grande heregía
política que han podido abortar las postrimerías del doc-
trinarismo para acabar de prostituir el sistema parla·
mentarÍo. (1)


El primitivo modo de ser del Parlamento desde luego
es vicioso é injusto, aun en las Repúblicas de Roma y Ve-
necia, toda vez que, para ser diputado como para ser elec·
tor, se necesitaban ciertas condiciones materiales que ha-
cían inasequible este derecho al mayor número, á los des-
heredados de la fortuna.


De aquí la perturbacion, la lucha constante entre pa-
tricios y plebeyos en los comicios romanos.


La aristocracia y la teocracía, de acuerdo con el poder,
iban al Parlamento á cubrir su explotacion, sus miserias y
sus maldades con la máscara de una legalidad absurda,
esto es, á sancionar sus propios crímenes.


Véase lo que, á este propósito, dice el eminente fil6sofo
francés, J. Jacobo Rousseau en su Contrato Social:


«Con tales Parlamentos existen dos Estados; 6sclavo el
uno, señor el otro.»


(1) F. Flores y García.




491
Entonces es cuando los ciudadanos, sometidos á la ser~


'vidumbre, ya no tienen libertad, ni voluntad; entonces el
temor y la lisonja, mudan en aclamaciones los sufragios;
no se delibera, se adora ó se maldice.


Tal era el víl mode Q-e opinar del Senado en tiempos de
los emperadores.


Solo así puede comprenderse el largo imperio de la ini-
quidad sobre la justicia, como asimismo el creciente de-
sarrollo de la inmoralidad política en los Parlamentos que,
falsos en su orígen y bastardos en sus aspiraciones, susti-
tuian dignamente á las antiguas cohortes de palaciegos y
favoritos de los reyes absolutos.


Dando un paso en la senda del progreso, en la institu-
cion de los congresos de Diputados, entró á participar de
la cosa pública la aristocracia del dinero, en union de la
aristocracia del pergamino y de los comerciantes de la ley de
.. Dios; este adelanto, esta nueva conquista de la libertad,
no significa otra cosa que el advenimiento de las clases
medias al poder, el aumento considerable del número de
los explotadores, la continuacion, en la esencia, del abso-
lutismo; pero en nada vino á mejorar la condicion mate-
rial del Cuarto Estado, de las clases productoras de la so-
ciedad.


l)olítica, económica y socialmente considerado, el pro-
letario nada provechoso para sí consiguió con el derrum-
bamiento de las monarquías absolutas; porque, como deja-
ffiOS dicho, los gobiernos constitucionales, fundados y re-
presentados en el Parlamento, solo en la forma y en algu-
nos detalles dif'erian de los gobiernos absolutos, represen-
tados en la persona del rey.


Su esencia y sus tendencias eran idénticas.
TOMO l. 'Tt




492 LA. SOBERA~\HA


No negaremos, empero, que la institucion del Parla~
mento, aun en tan malas condiciones, dAjase de ser un
progreso en el camino de la civilizacion y de la libertad.


Moralmente considerado, fué una conquista del derecho
sobre el her.:ho, de luz sobre las tinieblas.


En ESFaña, país dominado por el clero desde l~engos si,
glos, inauguróse el periodo de la libertad el año 1812; pero
aquella Constitucion, aquel Parlamento y aquellos revolu-·
cionarios ilustres, pasaron como un relámpago en medio de
la tempestad, viniendo á caer el pueblo nuevamente bajo
la férula del despotismo sangriento de Fernando VII, de
aquel execrado monarca de que nos hemos ocupado ya en
nuestros capítulos anteriores.


Todas las tentativ~s, todos los conatos d.e revolucion
fueron inútiles hasta el 8 de marzo de 1823, dia en que
aquel rey cruel y sanguinario vióse precisado, por la efer·
vescencia popular, á jurar la Constitucion ga.ditana, á res-
tablecer los ayuntamientos constitucionalAs y á suprimir
definitivamente el Santo-Oficio, convocando nuevas Córtese
que fij asen la suerte de España.


Por el mismo rey Fernando se nombró una junta con-
sultiva mientras se constituia el nuevo ministerio.


Aquel movimiento revolucionar~o fué estéril; la influen~
cia clerical pesaba ro. ucho todavía sobre el poder civil como
tambien hemos tenido ocasion de probar; el presiden.,te de
aquella junta era el cardenal arzpbispo de Toledo ]J. Luis
de Borbon, yal Parlamento que se reunió mas tarde acudie-
ron gran número de militares y prelados.


Los parlamentos de los privilegiados fueron los prime-
ros peldaños que subió la libertad por la escala del progre-
&0, aunque no eran nada democráticos; mejor dicho, no




NACIONAL. 493
·eran nada, siendo una mezcla de lo antiguo y de lo moder ..


,


no, de lo justo y de lo injusto, de lo liberal y de lo tiránico ..
La misma historia del Parlamento prueba de un modo


,


palmario el absurdo de las monarquías constitucionales y
el delirio de las monarquías democráticas.


En aquellas edades bárbaras, cuando la fuerza bruta
era el derecho, el capricho la ley, y el fanatismo' la razon;
cuando se creía en la divinidad de los reyes y de los sacer-
dotes; cuando la inconsCiencia del pueblo llegaba hasta el
punto de gozar en los espectáculos que ofrecia el Santo-Ofi-
cio, quemando en inmensas hogueras millares de criaturas
humanas; cuando, en una palabra, los pueblos dormian el
sueño de la mas completa ignorancia, degradados y envi-
lecidos por el clero "Y el rey ... entonces tenian razon de ~er
1 ' , as monarqulas ....


Las monarquías no tienen mas que una forma, el abso ..
lutismo; mas como el absolutismo ha sido condenado por la
conciencia universal, las monarquías han muerto.


Desde que se llamaron constitucionales; desde que, aun
conservando el monarca su inviolabilidad é irresponsabilidad
antiguas, formó Consejo de ministros en que apoyarse) y
este Consejo buscó Parlamento donde descansar, la monar-
quía murió, si bien el pueblo no se vió libre de la monar-
quía.


La monarquía murió de aereclw; pero sobre cada nacion
pesaban. de ,\ec1w tantos monarcas cuantos individuos com·
ponian los Consejos de ministros; tantos monarcas cuantos
individuos componían las mayorías ministeriales de los
Parlamentos, y además el monarca-pantalla, el monarca in-
violable é irresponsable, imprescindible para el doctrina-
. flsmo.




494 LA SOBERANIA.


y la arbitrariedad y la inj ustida llegaba á su colmo ..
Repetimos que, en el órden moral, la institucion del


Parlamento fué un progreso; por lo que hace al órden ma-
terial, si no un retroceso, fué un ·paliativo perjudicial.


Era mucho mas aceptable y beneficioso para el pueblo,
dado el desconocimiento del derecho, la tiranía de un solo
hombre, de un rey absoluto, que la tiranía de este mismo
rey, de siete ministros y de una mayoría parlamentaria su-
bordinada á éstos; de una mayoría servil, dócil y ciega al
servicio del gobierno, que á su vez se erigía en tirana del
pueblo, esclavizándolo y explotándolo despiadadamente.


Así, pues, el Parlamento, léjos de extinguir la tiranía
de los reyes, vino á aumentarla, á fecundar la inmoralidad,
á desarrollar el vicio) á crear nuevas ambiciones y á empo,
brecer mas y mas al pueblo.


Hemos tratado, aunque ligeramente, de los Parlamen-
tos primitivos, de los Parlamentos hijos de la aristocracia,
de la teocracia y de la ourocracia ; pasemos á examinar los
malamente llamados Parlamentos populares, para señalar los
vicios que, segun nosotros, los trabajan.


Gracias á la no interrumpida série de convulsiones so .
ciales que, desde los patíbulos de Cárlos I de Inglaterra y
Luis XVI de Francia hasta nuestros días, viene contemplan·
do la Europa; gracias á esas primeras revoluciones popula~
res que no han terminado ni terminarán en mucho tiempo,
han sido reconocidos los derechos naturales del hombre.


La elevacion del Cuarto Estado á la vida pública es una
nueva conquista de la verdad sobre el error, de la justicia
sobre el privilegio.


La aristocracia y la ouroclacia han transigido con el pue-
blo en ese acto humanitario, no por el convencimiento ra-




NACIONAL. 495
cional y lógico de sus conciencias, sino por la fuerza de las
circunstancias, por la necesidad del momento; pero, á true-
que de conservar su antigua preponderancia y poderío, vio ...
lan y escarnecen constante y asíduamente los derechos del
pueblo, cubiertos con la máscara de la hipocresía, é invo-
cando la razon del dogma democrático.


Al ser llamadas las clases populares á la vida pública
por medio del sufragio universal (aun cuando éste no fuera
tan ámplio como debiera, pues fijaba á los ciudadanos la
edad de veinte y cinco años para poder ser elector y elegi-
ble, cuando de veinte los reconocia aptos para el servicio
de las armas), parecia lógico que el Parlamento se trasfor-
mara; que, dejando de ser el gérmen de todas las pasiones
bastardas, y extirpando de su seno la inmoralidad, la tira-
nía y los múltiples vicios que tanto lo han trabajado y des-
acreditado ... viniera á ser la verdadera espresion de la so ~
beranía pop ular .


Esto era lo lógico.
Pero no ha sucedido así hasta hoy; veremos si bajo el


gobierno de la República lo que es lógico llega á ser ver-
dad.


Los Parlamentos, malamente llamados populares, de los
países donde viven en nefando consorci? la monarquía y la
democracia, causas tan antitéticas y tan repulsivas entre sí
como la libertad y la tiranía, esos Parlamentos que, siendo
la emancipacion del sufragio universal, tienen por cúpula
el veto de un rey democrático, inviolable é irresponsable;
esos Parlamentos cuyas mayorías se forman al rededor de
la mesa del pr~supuesto para inspirarse solo en el capricho
S las aspiraciones de un consej o de ministros, al y. ue o be -
decen tan ciega como inconscientemente; esos Parla-,




496 LA. SOBERA.NIA


mentos, como los que hasta ahora hemos tenido en Espa-
ña, son en su esen0ia como los primitivos de las castas
privilegiadas, como las cohortes y las pandillas palaciegas
de los reyes absolutos.


¿A qué, pues, denominarlos populares, si son Parlamen-
tos absolutistas'?


En los primitivos Parlamentos, resultantes del sufragio.
limitado, la influencia gubernativa poco ó nada tenia que
emplearse, puesto que los electores, atendiendo solo á sus
propios intereses, aunque en algun detalle no estuvieran
de acuerdo con el Gobierno, lo estaban en la totalidad: esto
-es, en explotar y tiranizar al pueblo ..


Eran, generalmente, Parlamentos aristócratas, teÓC'1'atas
y "burócratas, sobre una clase productora, explotada, vejada
y escarnecida.


Pero vengamos á los Parlamentos populares de los paí-
ses donde florecen, por la gracia de Dios, las monarquías
democráticas.


El poder, dueño de la fuerza bruta) de las riquezas pú·
blicas y de los públicos destinos, lleva su influencia á los
comicios, lleva su dinero, ó mejor dicho, el dinero del
pueblo; ofrece grandes empleos con pingues sueldos... y ...
cuando todo e'sto no es bastante, lleva la arbitrariedad. la
violencia, la fuerza material que posee, y que el pueblo
ha puesto á su disposicion, para triunfar de las oposiciones
y llevar al Parlamento una mayoría servil y prostituida
que se amolde á sus caprichos y sancione sus crímenes.


El sufragio universal, bajo estos sistemas monárquÍcos
democráticos, es una mentira, una farsa ridícula, un mar-
tirio para el pueblo y un descrédito para el Parlamento;
~


para el Parlamento, que, si hasta ahora ha producido tan.




NACIONAL. 497


fatales resultados por la falsedad de su orígen, no dejará
de ser fecundo en bienes y en justicia si llega á ser la ver-
dadera y genuina expresion de la conciencia libérrima de
todo un país.


El gobierno que no merece la confianza del pueblo,
que no descansa en la ancha y firmísima base de la opi-
nion, que no interpreta el sentimiento de la mayoría de una
nacionalidad, que se apoderó del poder por medio de la
fuerza que posee y que tiene siempre á su dísposicion, este
gobierno cuenta con medios, aunque ilegales y reprobados,
para vencer á las oposiciones materialmente, y las vence á
todo trance; cueste lo que cueste, se propone llevar una
mayoría suya al Parlamento, y lo consigue.


y los hombres de esa mayoría, que solo al gobierno
deben el alto honor de ir á sentarse en un Parlamento que
se llama democrático y popular como el gobierno, eS03
hombres se prestan á semejante iniquidad, porque ni co-
nocen la nocion mas leve de lo que es decoro político, ni
tienen otro criterio que el criterio de los ministros, ni ven
con otros ojos que con los ojos de los ministros.


¿Qué ha de ser, pues, un Parlamento con semejante
mayoría?


¿Puede racionalmente llamársele Parlamento popular?
¿N o es una blasfemia?
¿No es un sarcasmo hablar de democracia y de sufragio


universal á la vista de un Parlamento cuya mayoría aplau-
de muchas veces los discursos de las oposiciones porque
éstas han llevado el convencimiento á su ánimo, para des-
pues, obedeciendo la consigna del gobierno, votar en con-
tra?


Esto es monstruosamente inícuo.




498 LA.. SOBERANIA.
Tengamos confianza de que ahora no sucederá así.
Esta amalgama de elementos heterogéneos, este nefan-


do maridaje de cosas y causas divorciadas por la razon y
la filosofía ... no puede producir otra cosa que el descon-
cierto, la miseria, el atraso y la ruina de los pueblos, que
tienen que pechar con las nuevas calamidades del, consti-
t~cionalismo y el doctrinarismo monárquicos, sin haberse
visto libres ni un momento del absolutismo. de las edades
primitivas.


Como dejamos dicho, en las elecciones verificadas con
el sufragio limitado, poco 6 nada, segun las circunstan-
cias, se dejaba sentir la influencia gubernativa á causa de
la grande afinidad que existía entre aquellos poderes y
aquellos cuerpos electorales.


Pero, al llegar á ser el sufragio universal, y por tanto
patrimonio· de las muchedumbres, éstas, semi regeneradas
moralmente por la enseñanza de la historia de muchos si-
glos de tiranía, é iluminadas por la luz eléctrica de las
nuevas ideas republicanas, no podian en manera alguna
transigir con aquellos poderes y aquellas clases que tanto
18s habian oprimido y explotado, y que pretendian seguir
Qprimiéndolos y explotándolos tan inÍcua y bárbaramente
como ántes.


Las muchedumbres, pues, dueñas del sufragio" con~
tando con la fuerza de su razon y la del número, pensaron
sériamente en su emancipacion, trasladando, sus esperan-
zas al Parlamento que resultara de su voluntad soberana.


Compréndenlo así los poderes tiránicos que con el nom-
bre de democráticos aun dominan- en los pueblos, y"no es
ya su influencia oficiosa y disfrazada la que llevan á las
urnas electorales; llevan el abuso, la coaccion, la fuerza




NACIONAL. 499


roa terial para vencer á la verdadera democracia y crear un
Parlamento que en su mayoría siga las corrientes reaccio-
narias de los reyes absolutos y de los primitivos Parlamen-
tos.


y una nueva clase priveligiada viene á esclavizar al
pueblo: la autocracia del sable, la preponderancia del cesa-
'rismo militar.


y se marchitaron en flor las dulces ilusiones del pue-
blo, que se vió violado en sus mismas aspiraciones.


Auméntase el malestar de los desheredados de la for-
tuna.


Murieron sus esperanzas.
y en plena democracia, con el sufragio indi vid ual y los


derechos de los individuos, escrito en el Código fundamen-
tal del Estado, como escudo de los monarcas de la mayoría,
de los monarcas que forman el Consej o de ministros y del
monarca pantalla, el Parlamento vino á ser absolutista en
esencia, inmoral en su desenvolvimiento, y falso y bastar-
do en todas sus aspiraciones y tendencias.


Esta es la manera de ser del ~Parlamen to de un país
monárquico democrático, cuyo gobierno posee la fuerza ma-
terial.


El parlamentarismo es una farsa, han dicho la mayor
parte de las escuelas políticas avanzadas: esta es una ver-
dad á medias.


La manera de ser de los Parlamentos actuales es sobra-
damente corruptora é inmoral; mas no por eso hemos de
condenar la institucion, susceptible de reformas que pue-
den perfeccionarla, haciéndola entrar en un verdadero
eauce de justicia.


Es al tamen te escandaloso lo acaecido en estos últimos
TOMO Po 72




500 LA SOBERAN lA
tiempos de democracia y sufragio universal á lo Sagasta.
Todo linaje de abusos, de arbitrariedades y de cohechos, se
han cometido en los colegios electorales por los gobiernos
que se han llamado revolucionarios, á trueque de vencer á
las oposiciones.


N o' contentos con emplear la violencia cuando lo han
creido oportuno, han arreglado las listas á su gusto; resul-
tando que Cádiz, poblacion de diez y siete mil electores,
segun las listas de ayuntamientos monárquicos, ha queda-
do reducida á cuatro mil y pico.


Jerez tuvo en sus listas electorales, antes de la Revolu-
ci.on, diez y seis mil electores; despues bajaron hasta nueve
mil y por último, hasta seis mil.


Todo esto, por obra y gracia de los gobiernos democrá.-
ticos de la España con honra.


Yen el caso de Jerez y de Cádiz se encuentran gran
número de poblaciones importantes.


Dicho está que el Parlamento resultante de esta ini-
quidad es una farsa miserable y ridícula.


Mas no es esta una razon para condenar en absoluta al
Parlamento.


DaJo el derrumbamiento de la monarquía, el primer
paso de la revolucion democrática. ha sido armar al pueblo
en los primeros momentos de triunfo, desarmando á la vez
el Estado, que es un peligro constante para la libertad,
cuando dispone de la fuerza.


Ya en este estado las cosas, cuando el pueblo posee la
fuerza para garantizar su dereého, es innegable que su
voluntad soberana, egercida libremente en .. los comicios,
vendrá á dar al Parlamento el carácter y la legalidad de
que ha carecido hasta hoy, en que el sufragio se ha falsea-




J\ACIONAL. 501
do y los pueblos fueron compelidos á la desmoralizacion
política por sus enemigos de siempre.


Pero hay mas.
No es suficiente, para perfeccionar el sistema parla-o


mentario que el pueblo «esté» armado, y que tenga con-
ciencia de su derecho, y que esté planteada la Hepública
democrática, se necesita algo mas para que el Parlamento
llegue al estado de perfeccion que los intereses públicos
reclaman.


Este algo, es el sufragio universal permanente.
De utópica han calificado esta idea los reaccionarios de


todos los matices, y los vividores políticos de todas las es«
cuelas moná~quicas.


Sin embargo, nada mas sencillo ni mas práctico que su
realizacion. ·


El sufragio pel."manente significa el derecho indestruc-
tible del cuerpo electoral á elejir indistintamente sus repre·
sentantes, anulando todo poder que no emane de sú sobera-
nía cuando á sus intereses convenga.


Algunos creen que con este derecho permanente de
elejir ó renovar la representacion de la soberanía popular,
siempre que el pueblo lo juzgue oportuno, se fatiga dema-
siado el cuerpo político, puesto que todos los dias, 6 todas
las semanas pueden verificarse elecciones, lo que perjudi-
caria la publica riqueza.


Los que tal creen se equivocan.
Planteado el sufragio permanente, antes de procederse


á una eleccion, se celebra un pacto entre el candidato y los
electores, y solo cuando el primero falte al compromiso tan
solemnemente contraido, tendrán derecho los segundos á
retirarle sus poderes y á nombrar persona que le,sustituya.




502 LA ~OBERANJA


El individuo que es diputado bajo estas, condiciones
jamás vende su conciencia á poder alguno; tanto por la
vergüenza á que se expone, cuanto porque ni al mismo
gobierno le acomoda comprar un diputadó para el breve
plazo que á de mediar desde su venta á su destitucion.


Queda demostrado que el cuerpo electoral se fatigaria
mucho menos con el sufragio permanente que con las con-
diciones que hoy se practica.


Entónces, y solo entónces, responderá el Parlamento á
la alta y saludable mision que la historia le tiene enco-
mendada' dejando de ser vanas formas y palabras engaño-
sas, la libertad, la justicia y la democracia.


Por el Gontrario, si el sufragio continua mucho tiempo
en las condiciones en que le hemos visto hasta ahora, el
Parlamento acabará de hundirse en la profunda sima de su
descrédito, y lo que es peor, el indiferentismo vendrá á
npoderarse del pueblo, extinguiéndose la vida del cuerpo
político-social.


Porque no todos los pueblos y mucho menos los pue-
blos de hoy, tienen la fé, la abnegacion y virilidad que
los antiguos.


En tiempo de los Gracos, una parte de los ciudadanos
daba su voto desde los tejados por no serIe posible hacerlo
de otro modo á causa de los embarazos, el tropel y los tu-·
multos que promovia el Poder, para extraviar y perturbar
la opinion del cuerpo electoral.


Si los pueblos de hoy observasen por mucho tiempo
que el resultado de sus esfuerzos en los comicios producia
un resultado negativo, abandonarian el campo al gobierno
en medio de la mas cruel desesperacion.


Urge, pues, si la justicia ha de imperar alguna vez




NACIONAL. ' 503
sobre la tierra y la reptLblica democrática no ha de ser una
de tantas herejías políticas como ha pronunciado este si-
glo, hacer una revolucion verdadera que vuelva por los
fueros de la verdad, que establezca en toda su pureza la
soberanía nacional, y que se reforme, como consecuencia,
la viciosa, desacreditada y corruptora institucion del Par-
lamento.




CAPITULO XX.


Berir por la espalda.


Volvamos á María á quien hemos dejado gravemente
enferma en el lecho del dolor.


Sepamos cuáles han sido las causas que han motivado
esa nueva y repentina desgradia.


En ella aparece siempre la mano de Tomás Lopez y de
su infame cómplice.


Ya· dijimos que la novia de Antojitos, la criada que fué
despedida de casa don Eugénio, era prima de la doncella
de la señora de Leguina.


Puestas en relacion ó contacto, nuevamente, merced al
I


n6vio de la primera, no solo se veian diariamente en un
principio, siuf) que al cabo de algunos dias consiguió la
segunda hacer entrar á su prima al servicio de la casa,
valiéndose para ello de la influencia que tenia con el ma-
yordomo ...


Luisa, que así se llamaba la n6via de Antojitos, fué
destinada al cuarto de costura, en su consecuenciíl., don Fe-
lipe, ni aun por casualidad se tropezó con ella en las di-




LA. SOBBitA.~IA NACIONAL. 565
terentes veces que visitó la casa; es mas, la señora de Le-
guina no conocia á su nueva sirvienta, porque como casi
todas las señoras de cierta clase, no se ocupaba del perso-
nal de su servicio, escepto la doncella, que naturalmente
era de su eleccion.


Lo demás era asunto esclusivamente del mayordomo.
Lo cierto es que el enemigo habia entrado en la forta-


leza: Luisa pudo enterarse perfectamente de cuanto ocurria


en la casa, y lo que no veía, oia, 6 adivinaba, su prima se
10 contaba hasta con sus menores detalles.


La señora de Legui na tenia u na gran confianza en su
doncella y se lo con taba todo.


Esta, no dejaba ignorar nada á su prima, que á su
vez trasmitia á Anto/itos todas aquellas interesantes con-
fidencias, que algunas horas mas tarde pasaban á ser del
dominio de Lopez.


Para formar mejor su red de operaciones, hicieron en-
trar en el comp16t á una planchadora que vivia en el cuar-
to piso de la casa de María, y que diariamente, por razon
de su oficio, tenia fácil acceso hasta aquella.


La planchadora era viuda, no mal parecida y sin em-
bargo de la libertad que la concedia su estado, era reputa-
da en la vecindad como modelo de juicio y de honradez.


María, que la daba mucho trabajo, no solo de plancha-
do sino ~e costura, se habia aficionado tanto á ella que
muchas veces, cuando bajaba la viuda á traer su canastilla
del planchado, la hacia sentar y'conversaba largos ratos .


. Otras veces subia al piso cuarto y se distraia escuchando
los detalles que de su vida la contaba la planchadora, que
por otra parte era una mujer simpática y de muy buen ta-
lento.




,


506 LA ~OBERANIA


Lleg6 ya la confianza á un estremo tal, apesar de la
diferencia de clases, que mas de una vez la planchadora
'acompañaba á María cuando ésta tenia que salir á compras,
6 á oir misa los dias de fiesta.


Don Eugénio no se opuso nunca, porque la buena opi-
nion que disfrutaba Catalina era para él una garantía.


Este era el nombre de la planchadora.
María, por otra parte, y en el estado doloroso en que su


ánimo se encontraba, necesitaba una persona de su sexo,
una amiga, un corazon en quien depositar sus penas.


Privada de cierta clase de sociedad, metida siempre en
el rincon de su casa, sin amigas y mucho menos amigas
de confianza, nadie mejor que Catalina podia reemplazar á
aquellas, y lleg6 un dia en que, dando espansion á su al-
ma, la revel6 el secreto de su corazon.


¿Supo Catalina apreciar aquella prueba de cariño y de
confianza? ¿era digna de ella'? mas tazade lo veremos.


El dia en que Felipe se present6 en casa de Margarita,
con objeto de despedirse y fué invitado por esta, con gran
sorpresa y satisfaccion suya, para el siguiente tet-á- tet,
cuyo resultado ya sabemos; aquel dia por la tarde, Luisa
busc6 á su n6vio y le puso al corriente de todo lo que


.


ocurrla.
Don Felipe era correspondido; al menos así se lo habia


tonfesado la señora á su prizp.a.
Don Felipe debia ausentarse, pero la señora no lo deja-


ria marchar.
Don Felipe estaba convidado á comer por la seiiora y


era mas que probable, seguro, que en aquella entrevista
ocurririan cosas... dignas de verse y oírse.


Escusado nos parece decir que Antojitos se apresuró á co-




NACIONAL. 507
municar á su principal, ó lo ,.que es lo mismo, á Lopez, lo
que pasaba y éste, des pues de reflexionar algunos momen-
tos, concibió un plan diabólico, que de tener cumplido
éxito, calculaba él habria de producirle muy buenos re-
sultados.


Por supuesto que lo que meditaba era una infámia; que
podia, causar la muerte de la pobre María, pero como las al-
mas degradadas no hacen aprecio de ciertas delicadezas, ni
comprenden que una impresion fuerte y dolorosa puede
causar la muerte~ mas breve y mas instantáneamente que
una puñalada, ni siquiera se fijó en el peligro á que su
plan iba á esponer á Maria; el demonio de la venganza era
el único que le dominaba.


No tardó mucho en hallarlo; los pícaros siempre en-
cuentran para sus bribonadas auxiliares en todas partes.


Recordó que en la calle ,del Amor de Dios, habia en un
l)Ortal cierto memorz'alista, ex-polizonte que habia servido á
sus órdenes y que habiendo quedado cesante se habia de-
dicado á esta industrja, pues era un gran pendo lis tu, , por
cuyo especial mérito fué alojado, en tiempo no muy remo-
to, en el presidio de Alcalá, donde al cabo de dos años con-
cluyó de perfeccionar su educacion y adquirir honroso tí-
tulo de ... falsificador.


A éste se dirigió Lopez yel memorialista se apresuró á
complacer á su antiguo gefe, no solo por sus gratos recuer-
dos del pasado, sino por temor al porvenir.


Cierto que en esta ocasion á nada se esponia., ni la es-
critura de una c~rta anónima en que solo se trataba de
amoríos podia comprometerle, pero de todos modos, el ex-
presidario hubiera hecho cuanto le hubiera mandado s u
antiguo gefe y antiguo compañero de grillete.


TOMO l. 73




508 LA SOBERANl'A.


Lopez dic~ó y el memorialista escribió, con letra clara y
menuda, un anónimo concebido en los siguientes térmi-
nos:


«Señorita: una persona que ama á V. y la respeta, que
»conoce y siente sus amarguras; que vé pagado un amor
»tan santo y tan sublime como el de V. por la mas negra
»de las ingratitudes y que no tiene otro móvil, ni otro de-
»seo que el de ver á V. desimpresionada de una afeccion
»que solo ha de proporcionar á V. inmensos dolores, se atre-
»ve á intentar un supremo esfuerzo, arrancando la venda
»de sus ojos.


» DOD Felipe no ama á V., ni la amará nunca.
»Adora á otra mujer co:c. entusiasmo, con frenesí! y lo


»que es peor aun, es correspondido.
>,Hoy deben verse y comer juntos.
»¿Tiene V. valor para;sin ser notada, asistir á su en-


»vista '?
I


»¿Quiere V. desengañarse por sus ojos y dar crédito
»únicamente á sus oidos'?


» y o pued o proporcionarle este d esen gañ o, q u e si bien
»es muy cruel, deberá ser sin embargo saludable para su
») tranquilid.ad futura.


»Si se considera con la suficiente energí~ para resistir
»á tan difícil prueba, si acepta V. la proposicion que solo
»por su bien me atrevo á hacerla, esté V. mañana á las tres
)en la primEj'a calle de árboles del boulevart Serrano, acom·
»pañada de la persona que mas confianza la inspire y allí
»se presentará á V. alguna otra de su conocimiento y que
»la conducirá donde pueda ver y oir lo que no debe igno-
»rar.


I¡'SO y con el mayor respeto etc. ':




NACIONAL. 509
Nó nos detendremos en la esplicacion de cómo se hizo


llegar á manos Cíe María este escrito infame: baste, saber
que la pobre niña lo encontró en el canastillo de su labor
~ que, produciendo el efecto apetecido, creyó por un mo-
mento que iba á morir de pena y desesper~cion. ..


Afortunadamen te rompió en amarguísimo Han to y este
fué ya un inmenso desahogo para su oprimido y lacerado
corazon.


Sin esperiencia de mundo, sin reflexionar siquiera en
la importancia de un llaso tan imprudente, siguiendo solo
los impulsos de sus celos, trastornados sus sentidos, sin
conciencia del bien ni del mal, resolvió asistir á la cita que
se le daba, y como no podia ir sola, recordó á la planchado-
ra CDmo la única persona que podia servirla para el caso y
en la que podia tener confianza.


Púsose la mantilla y subió al Cl:arto piso.
La planchadora, que indudablemente no era agena á


todo aquel negocio y que sin duda esperaba la visita, ya
estaba vestida como si fuera á salir á sus queha0eres; sin
embargo, al ver entrar á María desolada y llorosa, fingiendo
una sorpresa que estaba muy léjos de ser verdad, la dijo:


-¿Qué es esto señorita? ¿,qué es 10 que ocurre'?
-¡Ah! Catalina, Catalina! replicó María anegada en


llanto, soy la mas desgraciada de todas las mujeres!
-Pero tranquilícese V ..... ¿,qué ha sucedido? añadió


Catalina presentando una silla y obligándola á sentarse.
-Lee, y juzga si mi dolor no tiene justificacion.
Esto diciendo la presentó el anónimo que Catalina leyó


en voz baja, demostrando el mayor asombro.
-y bien, señorita, dijo la planchadora despues que


hubo leido, qué piensa V. hacer?




510 LA ~OBERANÍA
- y tú me 10 preguntas, cuando me vés loca, desespe-


rada? ..
-Sin embargo, á pesar de que conceptúo verídico este


escrito y calculo debe ser de persona que por V. se intere-
sa' no considero ,prudente ...


-Es escusado que trates de hacerme reflexio~es, estoy
decidida; quiero verlo con mis propios ojos) quiero, por do-
loroso que me sea, escuchar esa entrevista ... quiero en
fin ... conocer á mi rival.


-Pero ...
-Yo no tengo á nadie en quien depositar mi confianza


mas que á tí; nadie de quien valerme, ni que me acompa-
ñe; he contado contigo, pero si no quieres servirme en esta
ocasion, iré sola ... tomaré un coche y me haré conducir al
sitio de la cita.


-Eso nó, replicó Catalina, pues no faltaba mas ... yo
no abandono á V. pero sentiria que mañana, si ocurriese
una desgracia ó un trastorno, cualquiera de su familia di-
. Jera que yo ...


-¡Oh! nada temas; ni ocurrirá desgracia ninguna, ni
mi familia sabrá nada, te lo juro.


-Entonces, consiento; pero empiezo por encarecer á
V. la prudencia: cualquier escándalo que se promoviese no
solo comprometeria la reputacion de V., sino que pondria
en evidencia á las personas que por V. tan vi vamen te se
interesan.


-Oiré, veré y callaré, vuelvo áj"ararlo; por amargo que
sea el cáliz de hiel que se me ofrece, lo apuraré hasta la
última gota, sin q ae mis labios prorumpan la mas mÍ-
nima queja, sin que de mi corazon se exhale un sus-
. pIro.




~ACIONAL. 511
-En tal caso puede V. disponer de mí; estoy á sus ór-


denes.
--Marchemos, pues; son las dos y media y no hay, tiem-


po que perder; en la plaza del Ángel tomaremos un coche,
siempre será mejor cuanto mas recatadas vayamos.


Cinco minutos des pues y en una berlina de plaza) Ma-
ría y Catalina seguian el mismo camino que, quince ó vein-
te dias antes, llevaba D. Felipe en pos de la blasonada car-
retela de Margarita, cuando aun no era feliz, ni se alimen-
taba de otra cosa que de sueños y esperanzas.


A la entrada del boulevard paró el cochero é inmediata-
mente des pues se presentó á la portezuela la vivaracha
Luisa.


Un poco mas arriba y en la calle de árboles que condu-
ce á la que comunica con la casa de la Moneda, estaban en
acecho Lopez y Anto/itos.


La antigua criada de María, de suyo melosa y muy za-
lamera, empezó por abrazar y aun besar con efusion á su
señorita; derramando algunas lagrimitas que Dios sabe los
esfuerzos que tuvo que hacer para que á sus párpados acu-
dieran.


Es de advertir que cuando Luisa fué despedida de la casa
de D. Eugenio, María, sin embargo de que lo preguntó va-
rias veces, no pudo saber nunca el motivo, pero convencida
de que éste no era, ni podia ser grave) no lo tenia ella tam-
poco para querer mal á su antigua sirvienta, ni mucho me-
nos para desconfiar de ella.


Calculó que seria por cuestion de amoríos y semejante
pe cadillo es siempre disculpado por una mujer, mucho mas
si ésta padece de un mal idéntico, ó parecido al menos.


- ¡ Po bre señol'i ta mial dij o Luisa arrojándose en los




512 LA. SOBERANÍA


brazos de María y estampando en sus mejillas un sonoroso
beso. iEsto no tiene perdon de Dios!. .. ¡Oh! los hombres! los
hombres!. .. ino es un dolor que una señorita tan buena, tan
bella, tan jóven como lo es V. se vea tan mal correspondida?


María, al pronto, no podia comprender la presencia de
Luisa en aquel sitio, y creyéndolo efecto de la casualidad,
esperimentó en un principio cierta contrariedad; pero al
oirla espresarse en aquellos términos, al ver aquel interés
que la significaba, al observar aquellas lágrimas, que aun-
que fingidas siempre eran lágrimas, ya no dudó que la
presencia de su antigua sirvienta no era un encuentro ca-
sual, sino que por el contrario, obedecia á un plan precon-
cebido de antemano; pero jamás María pudo presumir que
aquel plan estuviese formado por los que, con capa de la
mas acendrada lealtad y buen cariño, eran los principales
enemigos de su reposo.


De cualquier manera que fuese, la pobre niña, comple-
tamente trastornada, se dejó conducir por Luisa, y ambas
penetraron por la puerta falsa del jardiniLlo que comunica-
ba con la escalera del servicio interior de la casa de la se .
ñora de Leguina.


Como que la presencia de Catalina no er!l de absoluta
necesidad al lado de l\'laría, mien tras con ella estuviese
Luisa, quedó aguardando la planchadora en el carruaje.


Cinco minutos despues, Lopez y Antojilos se aproxima-
ron á la portezuela, cambiaron algunas frases con Catalina
y volvieron á colocarse en observacion en la puerta de una
taberna.


Una hora mas tarde, Luisa y el cochero de Margarita,
condujeron casi en brazos á la pobre lVlaría, colocándola en
la berlina de plaza y en brazos de la planchadora.




NACIONAL. 513
"


La infeliz niña estaba desmayada; habia perdido el sen-
tido.


El sacrificio se ha bia consumado y el infame Lopez po-
dia recrearse en su obra.


Colocada detrás de un portier en la pieza inmediata al
tocador de su rival, María lo habia oido todo, lo habia visto
todoI ...


Aquel amoroso y ardiente beso de Margarita á Felipe,
habia producido en María el efecto de un agudo puñal que
hubieran clavado en su corazon.


Por supuesto que ni Felipe ni Margarita, embriagados
en la inmensa felicidad de que se hallaban poseidos, oye-
ron el grito de dolor que se exhaló del pecho de María, ni
se apercibieron de nada.


Con el mayor sigilo y guardando el mas profundo si-
lencio, recogieron del suelo, entre Luisa y su prima, el
cuerpo inanimado de la jóven y lla:nando en su ausilio al
cochero, se apresuraron, para no verse descubiertos y com-
prometidos, á trasladarla al carruaje escojiendo el mismo
camino que les habia conducido hasta allí.


Por su parte, Catalina la planchadora, no poco apurada,
dió órden al auriga para que las condujese á su casa, calle
de Atocha, núm. 90, procurando por el trayecto hacer re-
cobrar los sentidos á María, que continuaba desmayada en
sus brazos.


Su preocupacion era grande y ~uy lejítima, pues si en
C:Lsa de la señorita María, como era natural, se veía some-
tida á un interrogatorio, no sabria lo qué podria decir.


Afortunadamente María volvió de su desmayo antes de
llegar á la calle de Atocha y Catalina respiró con mas li-
bertad.




514 LA SOBERANIA.
Sin embargo, ni una ni otra cambiaron una palabra.
María, con la cabeza inclinada sobre el pecho y los bra·


zos caidos sobre la falda, se asemejabaála estátua del dolor.
Tambien Catalina tuvo suerte de que, al penetrar en


casa de la señorita, ninguno de los amos estapa en ella en
aquel momento, y pudo acompañar :i María hasta su habi-
tacion sin que nadie se apercibiera mas que un chicuelo
que les abrió la puerta y que era el hijo de la co0Ínera.


María se dejó desnudar por Catalina, que la condujo al
lecho.


Un cuarto de hora despues se presentó la calentura y el
delirio.


D. Eugenio llegó una hora mas tarde, y justamente
alarmado, mandó en busca del facultativo y al mismo tiem-
po escribió dos cartas á sus amigos D. Juan y D. Luis para
que vinieran á ayudarle.


Aq uellos dos leales amigos no se hicieron esperar, y
con el mas tierno cariño compartieron con el anciano vene-
rable los cuidados que la pobre enferma recIa maba.


Su estado era desesperadísimo: el facultativo, en su se-
gunda visita, habia pedido consulta de médicos y aunque
claramente no lo decia, su opinion no era por ningun con-
cepto tranquiliza dora.


Lo que á todos les habia dejado estupefactos y como
confundidos era la repentina marcha de Felipe y sobre todo
en aquellos momentos.


Sin embargo, á uno de los tres, á Luis, no podia ocul-
társele el verdadero motivo de aquella ausencia; pero deli-
cado y prudentísimo, se guardó bien de hacer partícipes á
sus amigos de lo que sospechaba, ó mejor dicho, de lo que
para él era una evidencia palpable.




NA.CIO~AL. 515


Dejémoslos, pues, cuidando á la enferma, á la pobre
mártir, y trasladémonos á un sitio de delicias donde todo
lmnrie, donde todo es felicidad y hasta donde no llegan los
sollozos que el dolor arranca, ni el suspiro de un corazon
herido mortalmente.


En nuestra facultad de novelistas podemos de un paso
franquear grandes distancias: demos, pues, este paso y J10S
encontraremos en Alboraya, precioso pueblo de la provin-
cia de Valencia y cuya campiña se asemeja á una matiza-
da alfombra de hermosas y fragantes flores; donde la aca-
cia, el aromo y el azahar embalsaman con su embriagador
perfume el alubiente que allí se respira.


l'ON.O l. 7i




El paraiso.-LTn nido de amor.


Alboraya es uno de los pueblos mas bellos de la pro-
vincia de Valencia y r.n su término, no muy léjos de la
poblacion, poseia la señora de LeguIIla una preciosa ca8a
de calupo, mitad granja, mitad palacio, con todas las üO-
modidades y recreos que el mas exigente pudiera ape-
tecer.


Era un verdadero Oasis.
Esto, sin embargo, Margarita apenas lo conocia, pues


únicamente una vez, recien casada, y habiendo un verano
ido á tomar los baños de mar á Valuncia, se habia dignado
visitarlo; pero su permanencia habia sido tan corta, que
apenas el colono y su familia la conocian.


Su repentina llegada causó en todos ellos tan profunda
sorpresa como franca alegría, porque sabido e,q que en estas
buenas, sencillas y honradas gentes del campo !¡j, presen-
cia del amo es siempre de buen agüero, muc:to mas, si
aquel no es tirano, ni les molesta, ni mucho menos les
apremia en el pago de los iJrriendos.




LA SOBERANIA NACIONAL. 517
tu señora de Leguina, para justificar de una manera


decorosa la presencia de un estraño, hubo de recurrir á una
mentirilla, y presentó á Felipe como á su nuevo esposo.
Preciso era hacerlo así, pues los colonos y las gentes de los
alrededores sabian que Margarita habia enviudado.


De este modo, si los dichosos amantes se entregaban á
ciertos trasportes y confianzas, aun en presencia de los es-
tr-años, la maledicencia no podia clavar su acerado diente,
p'.lesto que nada era mas natural, en dos recien casados,
que ir á pasar en su hermosa posesion, lo que generalmente
se acostumbra á llamar la luna de miel.


Fol' otra parte, no era fácil que el engaño fuese descu-
bierto, porque ni los colonos, ni su familia, ni niguna de
las personas que allí les rodeaban, habían salido nunca de
su pueblo, ni tenian relaciones en la córte, ni conocian
otro mundo que el que diariamente se desarrollaba ante su
vista.


A las pocas horas de haber llegado á la granja ya todo
estaba preparado y en buen órden en las habitaciones;
pero como lo que los felices amantes necesitaban, 10 que
mas principalmente anhel~ban, era el silencio y la sole·
dad, prefirieron, á permanecer en la casa, trasladarse a
una especie de pabellon ó Cltalet Suizo que, á dos tiros de
fusil de la habitacion principal, se destacaba al pié de un
montecillo de chopos, y á orillas del arroyo y barranco de
Carrairet.


El pabellon estaba unido á un molino harinero, cuya
fuerza motriz eran las aguas del citado arroyo, recogidas
y utilizadas por una presa,


A el hizo 1Ylargarita trasladar los muebles absoluta-
mente precisos y en él se instaló con su amante.




518 LA. SOBERANJA


Era verdaderamente un nido perdido en el fondo de n n
b08que de moreras; sin horizonte apenas, porque de todos
lados se elevaban rápidas colinas de una vegetacion exu
berante.


Un poco mas léjos, y á medida que el terreno descien-
de, los árboles, aparte de los frutales que son é1 bundantísi-
mos, son ya mas corpulentos, su corteza ma~ lisa, su fo·
llage mas compacto.


En fin, dos 6 tres pequeños arroyuelos se forman en
distintos sitios, y tomando su orígen de grandes distancias
vienen á perderse en un estanque de donde vuelven á salir
ya reunidos yen una sola corriente, para aUmentar el prin-
cipal que comunica su poderosa fuerza, como ya hemos di-
cho, á las piedras del molino.


Nada mas fresco, mas deliciosamente sombrío, en el
buen sentido de la palabra, que lag orillas de este estan-
que: robustas moreras, colosales algarrobos, gigantescos
robles se inclinan sobre él, para formarle con sus estensas
ramas una especie de cúpula; las clemátidas y las enreda-
deras descienden, formando una especie de cascada, y el
gorgeo de los ruiseñores y demás pajarillos que entre las
ramas hacen sus nidos, forman un perenne y armonioso
concierto desde las primeras horas de su mañana.


Durante la semana todo permanece tranquilo y silen-
cioso por aquellos sitios; nada ni nadie viene á turbar la
paz que allí se disfruta; pero los donlingos el aspecto
cambia por completo y como el C1wlr t y molino) aunque
de propiedad particular, ni está cercado, ni murado, y ya se
ha hecho costumbre elegirlo, por su estromada belleza, para
recreo de los vecinos de los pueblos inmediatos y desde las
primeras horas de la mañana, los campesinos, unos ~espues




NA.ClO~AL. 5~9
de otros, y cargado~ con eanastos llenos de provisiones van
llegando con sus familias con objeto de pasar el dia, y co ~
mer bajo los árboles.


Hay ciertas horas en que por toda la estension de la
pradera y del bosquecillo inmediato, el ruido, el tumulto,
los gritos son insoportables: allí se come, se bebe, se grita,
se juega y se abraza á las muchachas; las mugeres se ha-
cen conlumpiar por sus maridos, á cuyo efecto y con an-
ticipacion se ba colocado una cuerda atravesada de un árbol
á otro; otras. que son mas sentimentales y novelescas,
toman asientú á orillas del arroyo, metiendo las manos en
el agua, ó entrelazando juncos, como vemos en las lito-
grafías de algunas novelas pastoriles; otras, mas positivis-
tas, se dejan conducir, al parecer sin apercibirse) por sus nó-
vios 6 sus amantes, léjos del bullicio donde puedan hablar
con mas libertad ... y desde donde no se oiga ni se perciba
el sonjdo de un estraviado beso; los hombres, en mangas de
camis3, y sin otro ropaje que cubra su cuerpo que los ca-
racterísticos y blancos zar(1güelles, juegan á la pelota, al
salta cabrilla, al rueda la bola, ó bien duermen' sobre la
yerba; algunos otros, aunque son los menos, asaltados de
un acceso bucólico espirituoso, hablan de comprar una al-
quería, cuando la suerte les favorezca, con un jardin y su
cercado, persianas verdes en las ventanas, y sobre todo
muchos naranjos en el huerto.


Todo es allí bullicio y algazara, espansion y alegría;
pero al día siguiente la calma y la tranquilidad recobran
su imperio, y en legua y medja á la ·redonda el silencio es
únicamente interrumpido por el gorgeo de los pájaros, ó el
plañidero canto de algun trabajador.


Pne:i bien, en aquel Oasis, en aquel delicioso nido de




520 LA :sO BERA NI.\
amor, se instalaran desde la noche de s n llegada Felipe
y Margarita. Ocuparon un gabinete del pabellon desde
cuyas ventanas se distingue el mar, á una legua próxi-
mamente de distancia, y del pabellon 'no salieron en dos
dias.


En él permanecieron encerrados, formando á .su amor
dulcísimo y mágico concierto los rayos purígimos del sol
que penetraban hasta su lecho, los cantos de millares de
pájaros, el murmullo de agua y la fresca brisa murmurado-
ra que agitaba las hojas de los árboles.


Al fin, la mañana del tercer día se decidieron á mas·
trarse y se presentaron en la pue1·ta del molino.


Para poder disfrutar de mayor libertad en sus movi"
mientos y correr mas á gusto por el campo, 'Margarita
habia sustituido el traje de muger con otro de hombre, que
aunque sencillísimo~ la sentaba á las mil maravillas; unas
botas altas á la polonesa, y un ancho pan talo n de pana,


,


color de hoja seca, cubrian la parte inferior de su cuerp~;
una corta blusa de lana azul, lo ceñía~ ajustando su talle
un ancho cinturon de charol con hebilla: su gra,cioso y tor-
neado cuello no llevaba otro adorno que una corbata de
seda roja, la cual oprimia un finÍsÍIno cuello de batista cai-
do sobre sus hombros, un sombrero de fieltro de anchas
alas cubria su cabeza.


Positivamente estaba con aquel trage hermosísima.
El molinero, que no la habia visto mas que un mo-


mento la noche de su llegada, al pronto no la reconoci(),
pero su muger que habia servido á los señores en su habi-
tacion durante aquellos dos dias de voluntaria reclusion,
no pudo menos de es clamar al verla .


. »¡Oh! ¡qué hermo~a está V, a~;Í señoral .. y dirigién-




NACIONAL. 521


dose á su marido, añadi6:-¡Mira Miguel, mira, la señori-
ta ... si parece un ángel!. ..


Margarita y Felipe apenas tu vieron tiempo de escu-
char las esclamaciones de aquellas sencillas gentes, porque,
agarrados de la mano, hecharon á correr á través de los
campos; sin embargo, al poco tiempo se detuvieron.


El so!' no habia penetrado aun con la viva fuerza de
sus resplandores en el valle y las hojas de los árboles de-
jaban caer gota á gota el rocío de la noche.


Las sendas que tenian que atravesar estaban muy res-
baladizas, y Margarita se vió obligada á cogerse del brazo
de Felipe.


En esta forma marchaban lentamente, estrechamente
unidos: de vez en cuando Margarita apoyaba su hermosa
cabe~a sobre el hombro de su amante, 6 bien, poniéndose
on puntillas y enlazando con sus orazos el cuello de aquel,
estampaba sobre sus labios un ardiante beso.


Apenas hablaban, pero positivamente ambos disfru-
taban de los encantos de la naturaleza con la misma
delicia que si hubiera sido creada esclusivamente para
ellos.


Todo aquel panorama que se desplegaba ante su vista,
les parecía completamente nuevo; respiraban un aire mas
puro, mas ligero, mas embriagador .


. Tamá.s babian visto las hojas tan verdes, ni las flores
tal1 l)rillantes; las raices y los yegetales exhalaban perfu-
mes desconoeidos; bajo las moreras, los robles y los naran-
jos se habia formado una capa de musgo espeso y suave,
sin duda para recibirlos, y de cada matorral, de cada árbol,
de cada planta, de cada flor, les parecía que salian voces
misteriosas que hasta entonces ellos no habian escuchado




522 LA SOBERA.N1A
nunca. lEra el himno de amor y sus almas cantaban al
unísono en este di vino concierto! ...


-¡Oh! cuánto te amo! ... Dios mio, cuánto te amo! ...
decia Felipe, estrechando á Margarita contra su corazon.


Despues se miraban extasiados, se daban un beso, y
volvian á continuar su camino.


-¿Por qué no nos habrenl0s amado mas pronto? escla-
mó de repente :Margarita.


--Lo que yo me pregunto muchas veces es como tú has
podido amarme á mí, preferirme entre tan tas person~s co-
mo te rodeaban y que .. .


-¡Qué niño eres! ... te he amado ... por tu amor.
-y yo te he amado por tu belleza, por tu gracia, por


tu talento ... empecé amándote sin reflexionar, sin querer
arrastrado por una fuerza superior á mi voluntad y desde
el primer momento que te ví en la fuente Castellana.


-Te seré franca; yo al pronto no comprendí la adora-
cion de que era objeto: la primera vez que lo sospeché fué
en el teatro Real.


Tú estabas en tu butaca, yo en mi palco de espaldas al
palco escénico; por casualidad pasaba revista con mis ge-
melos por los palcos y la platea y me figé en ti; me se fi-
guró que alguna cosa magnética me llevaba hácia tí; volví
á mirarte, nuestros ojos se encontraroli y mi corazon se
inundó con un rayo de calor; ¿te acuerdas?


.' . ¿Y tú, recuerdas mis alegrías cuando, al tenderme la
mano, yo temblaba y apenas me atrevia á estrecharla'? '


-¿Pero tonto, no llegastes á comprender que ya hada
tiempo que te amaba'?


.. Lo presentía vagamente, pero mi respeto era mucho
mayor que mI esperanza.




NACJONAL. 523


Sin embargo, ¿por qué te mostrabas á veces tan cruel
conmigo'? ¿por qué permanecías noches e1:iteras sin dirigir-
me 1:1 palabra? ¿por qué te ocupabas mas de les otros que
de mí?


, -¿Podia hacé~ otra cosa sin dar lugar á la crítica'? ¿tú
no comprendes cuáles son los deberes de una señora en so-
ciedad, mucho mas teniendo que hacer los honores de su
casa?


-Es verdad, pero no es menos cierto que muchos dias
abandonaba la tuya llevando la muerte en el corazon.


-¡Pobre niño! prometo pagarte todas tus penas yamar-
te cada vez mas por lo que, inocentemente, te hice sufrir.


De este modo continuaron por mucho tiempo repitiendo
la historia de sus amores; haciéndola mas interesante cada
vez, ya con un beso, ya con una caricia.


Oomieron aquel dia bajo un almendro en flor: la moli-
nera les sirvió la comida. retirándose discretamente tan


/


luego como llegó á comprender que su presencia no solo
era ya necesaria sino que pecaba de importuna.


Escusado nos parece decir que los felices amantes, dis-
frutando de la libertad que proporciona el campo, se en-
tregaron por completo á los mas deliciosos trasportes; be-
bian en el mismo vaso, se quitaba!! los pedazos de la boca,
se reian y disputaban á quien tiraria con mas destreza pe-
queños pedazos de pan á un hermoso perro de Terranova,
que, atado á una cadena, era el único testigo de sus ale-
grías.


• Muchas veces, los pedazos de pan lanzados por Marga-
rita no llegaban á la boca del perro y, con desesperacion del
mismo, las gallinas se apoderaban de él huyendo precipita·
dam~nte en distintas direcciones .


• TMIOI.




524 LA SOBEItAN lA


-¿Quiéres que comamos siempre aquí'? dijo Margarita
echando los brazos al cuello de su amante.
~-Siempre, sÍ; respondió éste con la mayor alegría.
Llegó la noche y despues de haber dado un largo paseo


por las huertas magníficas que bordean. el camino de Be-
nimaclet, vinieron á sentarse bajo una robusta encina á
orillas del arroyo.


La noche estaba hermosísima y lli el mas ligero soplo
de viento se permitía agitar las hojas de los árboles, que
permanecian inmóviles.


Al cabo de algunos minutos apareció la luna, viniendo
á reflejar sus plateados rayos sobre las aguas murmurado-
ras del arroyo y del estanque; los árboles que circundaban
á éste, prolongándose por el camino q \le conducia al pabe-
Hon, proyectaban sombras inmensas y fantásticas; como
relucientes di~mantes sobre una alfo m bra de esmeraldas
lnil y Jnil gusanos de 1 uz brillaban á su alrededor.


Todo permanecia en silencio; el único ruido que hasta
los felices amantes llegaba, era el del agua del arroyo ca·
minando hácia la. presa del molino.


Felipe y Margarita, estrechamente unidos, con las ma
nos entrelazadas, cambiaban entre sí esos eflú vios eléctri-
cos que forman la felicidad ce las almas enamoradas.


De pronto, se estremecieron como heridos por· una im-
presion magDética; una penetrante nota habia desgarrado
el aire ... era el ruiseñor que cantaba ...


Al cabo de dos horas emprendieron de nuevo su camino
dirigiéndose hácia el pabellon: ambos luarchaban silen-
ciosos y felices; alguna cosa de inesplicable delicia em-
bargaba sus sentidos; veian algo mas allá que su razon;
el aire les parecia habitado, comprendiendo todo un mun-




N A..CION AL 525


do inmaierial, estraño, que les hablaba de lo infinito .....
--¿Y bien, señorita, dijo la molinera que los esperaba á


la puerta, que les parece á V des. de este precioso retiro?
- N os parece precioso, respondió Margarita dirigiendo


á su amante una espresiva mirada; tanto, que presumo que
hemos de permanecer aquí mucho tiempo.


Y efectivamente, quince dias trascurrieron, reproduc-
cion unos de otros, y en los que la felicidad era siempre
igual, sin que la empañara la mas ligera nube.


Por las mañanas, muy temprano, eran despertados porel
canto de los mirlos y de las alondras; vestíanse y se diri-·
gian á contemplar la salida del sol, bien desde las colinas
que cruzan la ll.auada entre el mar y el camino de Barce-
lona, bien desde las huertas y naranjales del término de
Alrpasera y Meliana.


Un dia que se entretenian en contemplar las ruinas de
un castillo desmantelado, que se encuentra en el camino de
este último pueblo y que perteneció á D. Jaime de Gerica,
hijo bastardo de D. Jaime Ir de Aragon, á Felipe se le ocur-
rió inventar una historieta.


-Érase una vez, dijo á su amada, un page enamorado
de su señora.


El page era bien humilde, bien tímido, pero la dama,
bella, poderosa y adorada de todos; los mas altos y grandes
señores la solicitaban y el page desesperado moria de amor.


-Sí, continuó .M~lfgarita sonriendo y queriendo tam-
bien hacer halarde de su ingénio, sí, pero la dama tuvo
piedad de su page, adivinó su desesperacion y su amor, é
impresionado igualmente su corazon, tendió los brazos al
page diciéndole:-¡Yo tambien te amo; tu amor es para mí
la suprema felicidad!. ..




526 LA SOBERANIA
-Grande fué su dicha, continuó Felipe, y para ocul-


tarla á los ojos de todos, abandonaron la ciudad y fueron á
vivir al fondo de los bosques ... su dicha era infinita.


-Sí; pero despues de algunos meses de haberla disfru-
tado, llegó un dia en que el son de una corneta vino á des-
pertarlos de su sueño.


El page pensó entonces en la guerra, en los combates,
en sus compromisos, en la gloria, y ofreciendo á su amada
que regresaría pron to, partió.


Pero ¡ay!. .. no solo no volvió á parecer sino que la her-
mosa castellana ya no supo jamás que habia sido del her-
moso page.


-Nó, nó, replicó Felipe interrumpiendo á Margarita, no
fué el page el que partió sino la-hermosa. dama, que echan-
do de menos la ciudad, sus triunfos y sus grandezas, huyó
una mañana sin despedirse, sin ofrecer al page una pala-
bra de consuelo.


El pobre jóven esperó por espacio de mucho tiempo á su
bella ingrata y una tarde, cuando se convenció de su olvi-
do y de su abandono, murió desesperado.


Cuenta la tradicion que la tumba del page se halla al
pié de esa gran palmera.


-Pues yo he oido contar esa historia de distinto modo,
replicó Margarita haciendo una graciosa mueca, ni el page
ni la hermosa señora partieron; continuaron amándose y
murieron ambos en un mismo dia.


Sus cuerpos reposan juntos, segun dicen, al pié de esa
gran palmera.


Cuando Felipe y Margarita, en sus paseos matinales, hu-
bieron recorrido todos los alrededorés, se dedicaron á recor-
rer el país emprendiendo caminatas á mas largas distancias.




NACIONAL. 527


Margarita era infaiigable y sus músculo~ de acero ja-
más se vieron abatidos por el cansancio y el sudor.


Emprendian sus caminatas muy temprano y Felipe lle-
vaba el almuerzo, compuesto generalmente de fiambres,
en una cestita que les preparaba todas las noches la moli-
nera.


Margarita gustaba de estos largos paseos por el entu-
siasmo que producian en su amante; para el COl'azon de
Felipe cualquiera cosa era motjvo de amor; un recuerdo,
un árbol, una flor, un pájaro, le daban pié para hacer com-
paraciones, é inmediatamente ejecutaba á grande orquesta
la sinfonía de la felicidad; como en su pecho se encerraban
inm~nsos tesoros de una pasion creciente, se hallaba siem-
pre inspirado y á cada paso entonaba un eterno canto lí-
.


rICO.
Margarita se dejaba dócilmente conducir á través de


aquel mundo desconocido, pero aquella naturaleza que les
rodeaba y que algunos dias antes habia encontrado ella
misma tan llena de encantos y de inspiraciones, empezó á
parecerle insípida y monótona.


Las flores tan brillantes y llenas de perfumee el dia an-
terior, llegaron á parecerle ajadas y descoloridas; los árbo-
les eran raquíticos, las colinas áridas, el valle húmedo, la
proximidad al estanque y á las aguas. del molino perjudi-
cial y mal sano.


No tardó en encontrar los paseos largos y fatigosos; las
sendas mal cuidadas y llenas de guijarros que lastimaban
sus piés ; las cuestas en la subida muy cansadas y dema-
siado rápidas en su descenso; y lo que nunca le habia su-
cedido, hasta tuvo miedo de que la briBa de la mañana
ajase su cútis y que el rocío mojase sus piés.




528 LA SUB1i:RANIA.
Felipe perma~eció bastante:; días sin observar estos sín-


tomas y cuando llegó á notarlo, por mas que cavilaba, no
acertaba á comprender la razono


Su primer movimiento fué interrogarse á sí propio pre-
guntándose si., "Qor algun.as de ~u.~ a~~\.<:m .. ~~ \\ l\'\\~6.\Yl'Q.~, ~~­
bria in voluntariamente ofendido á su amada; pero á todas
eBtaB plegllntas Sil conciencia, permaneció muda.. y á pesar
de su buena voluntad, nada halló en su conducta digno de
reproche.


Entonces, lleno de quietud y de temor, interrogó á
Margari ta haciéndola ver lo distintos que eran aquellos
dias de los que habian disfrutado anteriormente; la suplicó
al mismo tiempo que nada le ocultase, diciéndole franca-
mente si la habia ofendido en algo, y en tal caso recurria
á su generosidad y á su amor para que le perdonara su tor-
peza.


Margarita era demasiado mujer de mundo y estraordi-
nariamente hábil para confesar, que el aburrimiento y el
hastío que ella sentia, á nadie ni á nada podia achacarlo
sino á la volubilidad de su carácter ó al estado de su cora-
zon: es mas, ella misma ignoraba las causas de tan súbito
desencanto, y no teniendo ningon reproche directo ni pre-
ciso que formular, bien contra su amante, bien contra el
sitio que ella misma habia elegido y que en su principio
consideró como un paraíso, no pudo dar á todas aquellas
preguntc • .s sino contestaciones vagas y engañosas, escusán .
dose con la movilidad de S".lS nérvios y la debilidad de su
salud ..... verdaderamente ¿de qué podia quejarse? ¿no era
Feli pe el mas tierno, el mas solícito yel mas entusiasta de
los amantes? ..


Pero si el corazon es potente, el cuerpo es á veces bien




NACIONAL. 52~


débil, bien pobre y bien poca cosa para resistir á la felici .
dad.


Felipe aceptó aquellas mentidas escusas, como hombre
que pide, mas bien una esplicacion por el afan de tranqui-
lizarse, que no para saber lo cierto, y mas que nunca rodeó
á Margarita de solicitud y de cuidados.


Las esplicaciones de ésta habian q üebrantado su creen-
cia sobre una dicha eterna; por eso no habia interrogado
sino para obtener una escusa mentirosa en vez de la ver-
dad.


El pobre enamorado reflexionaba tristemente en su si-
tuacion y trataba de comprender, aunque en vano, el mis-
terio que le rodeaba.


Muy á menudo aceptaba Margarita, con una impaciencia
mal disimulada, las caricias de que era objeto ; desesperá~
base al ver que sus quejas eran torcidamente interpretadas
y sus deseos bien mal comprendidos: se preguntaba mu-
chas veces si aquellos dias uniformes y monótonos conti·
nuarian por mucho ti,empo, puesto que Felipe parecia ciego
é imbécil.


Ni imbécil ni ciego, pero sí ignorante y torpe en el es-
tudio del corazon de la mujer; en vez de interrogar el de
su amada y adivili~,r Jo que en sus pliegues se escondia, se
obstinó en interrogar al suyo y buscar en su conducta la
cla"e del enigma.


Sin 'embargo, como á pesar de sus esfuerzos no encon-
tró nada que reprocharse, acabó por abrir al fin los ojos y
comprender que la enfermedad de Margarita era el hastío,
(' 1 abul'l'imi.e.nto, e.l fastidio.


Terrible golpe fué el q ne recibió su esquisita sensibiU-
dad.




530 LA 50BERAN{A
Mucho era ya haber llegado á convencerse de n.lgo, pero


esto no era bastante; era preciso hacer un descubrimiento
de no menor interés y mas difícil aun, el conocer las cau-
sas de aquel hastío.


Observó, espió, dió tortura á las palabras y ha.sta á las
menores acciones ... todo inútil, porque á su parecer, Mar-
garita lo amaba cada vez mas y le daba una nueva prueba
cada dia y sobre todo, para él era la principal la palabra
empeñada.


Sin embargo, Margarita se quedaba algunas mañanas
en el lecho, mientras él continuaba dando sus matinales
paseos, bajo pretesto de ligeras ó fingidas indi~posiciones.


Observó tambien ó llegó á s09pechar que Margarita es-
cribia, pues en sus dedos percibió mas de una vez manchas
de tinta.


Pero ¿á quién y con qué objeto'? vaya V. á saberlo.
Felipe se confundia dando tortura á su iInaginacion


pero no podia adivinar ni una palabra.
Una tard{\, cuando acababan de comer, el molinero se


presentó con una carta que el cartero habia traido para la
señora.


Margarita la recibió, al parecer sorprendida, porque en
todo el tiempo de su permanencia en la granja no habia te-
nido eorrespondencia alguna.


Tomóla de manos del molinero, sjgnificando con un mo-
vimiento de hombros su estrañeza y esclamando:


--¿,Para mí'? ¡es original! quién puede escribirme, ni
saber ...


-- Ábrela, pue3, replicó Felipe no menos sorprendido, y
saldremos de dudas.


Hízol0 así Margarita, pero apenas habia recorrido con




NACIONAL. 531
la vista media docena de renglones, dió un grito y la carta
se le escapó de las manos.


Felipe se apresuró á recogerla del suelo, pero no se atre·
vió, en tanto que para ello no se le facultara, á enterarse
del contenido.


Margarita, que comprendió su an~iedad y su vacilacion,
quiso corresponder sin duda á la escesiva delicadeza de su
amante y rompiendo á llorar le indicó que podia leer aque-
l]a carta que la anunciaba una gran' desgracia.


Efectivamente, en ella se ponia en conocimiento de
'Margarita que su madre habia llegado á Madrid yalojádo-
se en su casa, pero que al dia siguiente de su arribo se ha-
bia visto atacada de una grave enfermedad y que su vida
8e hallaba en peligro.


En su consecuencia, la presencia de Margarita en Ma·
drid era, no solo urgente, sino necesaria.


Por mucho que apenara esta forzosa partida á Felipe, se
hallaba tan justificada, que él fué el primero que rompien.
do el silencio y procurando consolar á Margarita esclamó:


-No te apures, quizás sea tiempo aun; partiremos si
es posible esta misma noche.


·--¿Cómo'? ¿juntos'? no conoces que esto es imposible?
-¿Cómo imposible'?
-¿Y mi reputacion? no comprendes lo que es la socie-


dad, la maledicencia ...
En el mis'mo dia hemos desaparecido ambos de Madrid;


si regresamos á un tiempo, las sospechas que semejante
circunstancb. habrá hecho concebir, se convertirán en evi-
dencja ...


-Sí, pero ... , se atrevió á replicar Felipe interrumpien-
do á su amada. '


TOMO l.




532 LA sOBlmANIA


-Creo que tú me amarás lo bastan te para hacerme el
sacrificio de algunos dias; sa~rificio que por otra parte es
tan doloroso para mí como para tí puede serlo, pero mi de-
coro, mi reputacion, las exigencias del mundo así lo exi -
gen y debemos someternos.


-Está bien, replicó Felipe con acento resign~do; man-
da, dispon, obra como mejor juzgues y díme qué es lo que
yo debo hacer.


-Lo que debes hacer, esclamó Margarita tendiéndole
los brazos al cuello y en ademán de súplica, es partir ma-
ñana para Valencia y permanecer allí veinte dias ó un mes,
hasta que yo te avise.


Te prometo que tendrás diariamente noticias miase
Yo, en tanto, marcharé á Madrid al lado de mi madre,


á asistirla en su enfermedad, á cerrar sus ojos, cual es mi
deber, si ha llegado efectivamente su última hora.


De este modo cuando regreses á mi lado nadie podrá
sospechar la verdad y mi reputacion quedará á salvo.


-Estoy dispuesto á obedecerte en todo.
-Lo único que te saplico :es que no dudes de mí; que


creas en mi amor y tengas la suficiente resignacion para
soportar los breves dias de ausencia que debemos estar se-·
parados.


Felipe nada tuvo que objetar, ni aun siquiera se le
ocurrió que en todo aquello pudiera haber su parte de farsa
y de engaño.


Recibió con el mismo entusiasmo que siempre los amo-
rosos besos y caricias de despedida, que su amada le prodi·
gó en las escasas horas que transcurrieron hasta su parti-
da, marchando á Valencia, sino completamente satisfecho,
al menos tranquilo y lleno de confianza.




NACIONAL. 533
Aquella misma noche Margarita tomó el tren dirigién-


dose á Madrid á donde llegó el dia siguiente.
En su casa encontró, <:lS cierto, á su madre, pero buena


y sana, y arrojándose en sus brazos esclamó:
-¡Gracias á Dios! ¡semejante idilio se me iba haciendo


ya intolerable!
En tanto el pobre Felipe, que habia llegado á Valencia


y se habia alojado en la fonda de Villarrasa, daba rienda
suelta á su imaginacion, nutrida por las mas risueñas es-
peranzas y contando los dias, las horas y los miLutos en
que habia de recibir la primera carta de su bello ídolo,
carta que desgraciadamente habia d~ esperar por mucho
tiempo.




CAPÍTULO XXIIJ


Continuacion de la lectura de las memorias de D. Antonio.-Reinado de Pe~
lipe II,-Retrato fiel de aquel sombrío y terrible monarca.-Glorias y graIl-
dezas de España en aquella época.-Origen é hístoria de la privanza de An-
tonio Perez.-Suplicios, homicidios y crueldades del hijo de Cárlos V.-
Asesinato de Escobedo.-:-Matanza en el Escorial.-Autos de Fé en Madrid y
en Valladolid.-Ingratitud del monarca para con su privado.--El príncipe
Cárlos, su prision y su muerte.-Muerte del rey en el Escorial.


De pocos monarcas se ha ocu pado la historia mas es
tensamente que de Pelipe II; de ninguno tampoco han di-
sentido mas los autores al delinear la fisonomía del som-
brío heredero de Cárlos V. Yo, hermanos mios, que he leido
cuanto se ha escrito sobre el particular y estoy acostum-
brado á juzgar los hombres y las cosas desapasionadamen~
te, puedo deciros que mi opinion en tan grave asunto ha
de ser muy concreta.


Prescir:diendo de que la época á que voy á referirme
fué de las mas brillantes y florecientes para EspaSa y que
bajo el reinado de aquel tirano, adusto, taciturno y cruel,
se llevaron á cabo las mas grandes empresas que honrará.n
siempre á nuestra nacion, no por eso es menos cierto que-
como pocos, era Felipe IT una hiena sin corazon, un hom,




LA SOBERANIA NACIONAL. 535
bre cruel y sanguinario, que, mal podia tener cariño á los
estraños cuando c!lrecia de eLtrañas de padre y para que
no se crea que en esto hay un esceso de exageracion, para
preparar el ánimo á escuchar lo mucho que tengo que decir
de este monarca, os referiré de qué manera y por qué moti-
vo consintió en hacerse parricida.


Era en los dias en que la Reina Isabel acababa de dar á
luz una hermosa niña, á la cual se puso por nombre Cata"
lina, y con este motivo todo eran festejos y regocijos en la
c6rte.


Pero á esta alegría, segun refiere un autor contempo-
ráneo, se sigui6, por la incostancia de las cosas humanas,
una grave tristeza, una desolacion general.


El príncipe Cál'los habia sido encerrado por su padre en
una prision, obligándole á esta severidad el bien público,
segun él decia.


Los motivos de este hecho se refirieron con mucha va-
riedad, porque el rey no los descubri6 á persona alguna.


Para mí, la causa principal no fué, como algunos supo-
nian, el contínuo trato y correspondencia que el prín~ipe
mantenia con el príncipe Orange y con los 7¿erejes, como se
llamaba entonces á los que profesaban religion distinta
que la nuestra; no fué tampoco el deseo en el padre de do-
minar el carácter irrascible del hijo; mucho menos efecto de
los celos que algunos supusieron por absurdas relaciones
amorosas entre el príncipe y su madrastra, n6; lo que tenia
Felipe II era miedo; lo que temia era que su hijo le mina-
se el terreno antes de tiempo y le arrebatase el trono.


El monarca supo que su hijo pensaba fugarse y huir de
España y la víspera del dia marcado para la partida, llam6
al conde de Feria, Ruy Gomez, D. Juan Manrique, don




536 r.A. SOBRRANIA
Antonio Ud Toledo y D. Luis Quijada, cuya fidelidad le era
muy conocida, yen union con algunos de sus domésticos,
á la medi:t noche del 18 de enero del año de 1568, entró en
el cuarto donde dormia su hijo, á quien llenó de pavor una
visita tan inesperada, revolviendo en su imaginacion mil
pensamien tos.


Mandóle tuviese buen ánimo, y habiendo hecho sacar de
allí las armas y todo género de instrumentos de hierro, y
clavar las ventanas, le entregó para su custodia á algunos
caballeros con una guardia de soldados armados; esto irri-
tó de tal manera al jóven, que en sus palabras y acciones
parecía haber perdido el juicio.


Al dia siguiente convocó el rey el consejo y le hizo
presen te que se ha bia visto obligado á acelerar el encierro
de su hijo, por causas gra'Oisimas, que no creia conveniente


. manifestar por entonces.
Escribió cartas del mismo tenor al César, al pontífice, y


á las principales ciudades, en las que decia; que como pa-
dre de un hijo muy amado y educado para suscederle en la


, corona, le habia impuesto Dios la obligacion de corregirle,
y que debia,hacerlo por el bien público, y que era indis-
pensable reprimir con la severidad las perversas costum
bres y desordenadas inclinaciones de aquel jóven, para
impedir los males que podia ocasionar, y que él cuidaria
de que no recibiesen detrimento alguno los reinos que .Dios
le había confiado.


Esto es lo único que quiso el rey que se supiese de este
suceso, y calló lo verdadero, por vergüenza.


No obstante, cundió entonces por el vulgo, quizás
por órden del mismo rey, que el príncipe habia proyectado
sublevar las provincias del imperio español, y que mas




NACIONAL. 537


queria arrebatar el cetro de su padre que heredarle despues
de su muerte.


Pero es lo cierto que no se descubrió ninguno de los
cómplices de este, para mí, supuesto atentado.


Los estrangeros refieren en sus crónicas muchas cosas
vanas, absurdas y que deben tenerse por sueños. Alguno,
sin embargo, asegura, con 'ciertos datos muy graves, que
el príncipe fué envenenado en su prision por órden de su
padre.


El ánimo se resiste á creerlo; pero en lo que fuera, es
lo cierto que el príncipe no salió de su prision sino para
la tumba.


Es sin embargo lo mas lógico, que aquel jóven de ca-
rácter ardiente y altivo, no pudiendo tolerar tan grande
ignominia, se obstinase en acelerarse la muerte, como dice
~lariana, á pesar de las amonestaciones y ruegos de Hono-
rato Juan, hombre insi~ne en piedad y doctrina JI á quien
habia sido entregado el príncipe para instruirle en las le-
tras humanas.


Pa.f<.t conseguir su intento, esto es, darse la muerte,
añade aquel reputado autor, se ~bstenia D. Oárlos muchas
veces de tomar alimento, y otras comia inmoderadamente;
bebia agua de nieve con mucho esceso, y con estas y otras
cosas se le debilitó el estómago de tal modo, que, viéndose
atacad~ de una enfermedad peligrosísima, los médicos
anunciaron que viviría poco tiempo.


En este estado, llamó á su confesor, fray Diego de Cha-
ves, con el cual se confesó y despues de recibir el Viático
y la extremauncion, falleció el dia 24 de julio á los 23 años
de edad.


Ahora bien, sea por efecto de muerte violenta ó por en-




538 LA ~OBEl'tANIA


fermedad natural; sea por efecto de la impresion causada
en el ánir~lO del altivo príncipe al verse preso y tratado de
tal modo. ¿Quién en buena lógica fué su asesino'?


Pero aun hay mas: inmediatamente de aquella desgra-
cia ocurrió otra no menos estraña que significativa.


La reina estaba nuevamente embarazada.
Aun no se habian enjugado las lágrimas por la muerte


del príncipe, cuando una nueva desdicha 11en(5 de luto y
de tristeza á la córte.


La reina doña Isabel falleció repentinamente, á la tem-
prana edad de 23 años; aquella virtuosa mujer, que debió
ser la esposa del príncipe Cárlos y que, bajo pretesto de ra-
zon de estado, le fué arrebatada por su padre, razon por la
cual el taciturno monarca tuvo siempre celos de su hijo y
de su mujer.


Se a1ribuyó la causa de su muerte á la imprudencia de
los médicos; pues, hallándose en cinta, la administraron
remedios que solo se acostumbran á aplicar á los hidrópi-
cos, ral0n por la cual perecieron, no solo la madre, sino
tambien el hijo que llevaba en sus entrañas,


¡Singular torpeza la de estos facultativos y que se pres-
ta á no pocos comentarios, si se tienen ~n cuenta ciertos
hechos y antecedentes! ...


¿Quereis, amados hermanos mios, otro rasgo que carac-
. terice cumplidamente la fisonomía de este feroz monarca
que algunos autores han dado en apellidar Felipe el Prudente?


Pues escuchad.
Habian dado comienzo las colosales obras del gigantes-


co monasterio del Escorial, de esa octava maravilla que
Felipe II hizo construir en conmemoracion de la. famosa
batalla de San Quint,'n.




539
¡Cuántas lágrimas, cuánto dinero, cuántas vidas, cuán·


ta sangre costó, sin embargo, aquel grandioso monumento,
alltes de verse terminado!


Para que los trabajadores avanzaran mas rápidamente,
se habian formado cuadrillas de obreros de diferentes pun-
tos de España, compuestas cada una de ochenta á cien
hombres, y allí las habia de catalanes, castellanos, arago-
neses' valencianos, vascongados y navarros.


Aquellas imponentes breñas se asemejaban á un esten-
so panorama, á un vasto cam pamen to salpicado de chozas,
barracas y cantinas, donde los trabajadores hacian sus co-
midas, ó reposaban por la noche de sus fatigas.


Generalmente, cada seccion tenia su cantina especial y
su cantinera, la cual, por un precio alzado, les proporcio-
naba las dos comidas de la mañana y de la :loche.


Llegó un día en que Felipe II hizo una reduccion en los
jornales, y una seceion de navarros exijió de su cantinera
que, proporcionalmente, les hiciese igualmente una reduc·
cion en el precio establecido.


Negóse la desgraciada mujer á la exijencia, bieL por
que no pudiera, ó bien porque no quisiera hacerla; pero es
lo cierto que lo~ navarros se amotinaron y en la confusion
que aquella escena produjo, fué muerta, sin que se supiera
por quién, la pobre cantinera.


El hecho es bárbaro, el asesinato un crímen justiciable
y lógico que se castigara: estamos conformes.


Pero lo natural, en sernejante caso, era haber formado
causa y procedídose á la averiguaeion dol verdadero ó ver.
daderos asesinos, y justificado el crímen, castigarlo e~~
que lo habian eometido; pero el re~' D. Felipe tenia su'j1i,;:~
risprudenci:1 e8pecial y no se le ocurrió cosa mejor, sin


TOMO J.




540 LA SOBERANIA


meterse en mas clase de averiguaciones ni procedimientos,
que mandar ahorcar, como así se verificó, á los ochenta ó
cien navarros que componian la secciono


¡ Esto es bárbaro, es inícuo, es inconcebible!. ..
Aun se vé á la entrada del pueblo, sobre la derecha, y


encima de una gran piedra, una Cl"lZ que indica el sitio
donde se llevó á cabo la ejecucion de aquellos desgracia ..
dos.


1\1e parece que este es UllO de los hechos q ne hacen 'me-
jor la apología de aquel múnarca sin corazon y sin sentí-
miento s humanitarios.


Lo que aun me resta que referir, que no es poco, os pa-
recerá tal vez pálido despues de un acto tan salvaje.


Al tratar D. Salvador Bermudez de Castro, en sus estu·
dios históricos, del célebre Antonio Perez, secretario de Es-
tado del rey Felipe II, dice, con razon sobrada, que fre
cuentemente la Historia es el apasjonado prisma de las
iDj usticias del ID ilndo, eco fiel de las causas que tri unfan é
inflexible azote de los desgraciados oprimidos; ella, las
mas veces, eterniza en sus falaces pájinas el orgullo del
fuerte y el baldon de los que sucurnbieron.


:Mucho se ha escrito sobre la privanza que gozó Antonio
" Perez, pero pocos escritos han visto la luz pública. Recien-


, temente un drama y un romance español pretenden refle-
jar algunas facciones de su notable fisonomía; pero la luz
poética es la mas falsa de todas las falsas luces.


Lo que sí es cierto, que siendo nuestro ánimo hacer la
biografía de Felipe II, creemos que es indigno de la impar·
cialidad histórica repetir sobre e~te monarca las acusacio-
nes apasionadas de iuteresados cronistas: la ilustracion de
la época no me permite cOllsiderar á este hombre á la luz




~ACJONAL. 541


del engañoso prisma de sus enemigos políticos y religiosos,
I


y bajo el punto de vista de las preocupaciones filosóficas
del último siglo. En los errores de su administracion, en
los arrebatos de sus pasiones (que mas de una vez me han
de proporcionar en esta obra campo para describir san-
grientos sucesos como el de Escobedo, del príncipe Oárlos,
las víctimas del Escorial Y 'los autos de fé de Madrid y Va-
lladolid), en las exajeraciones de su carácter, en la perver-
sidad de sus sentimientos, ha dado el hijo de Cárlos V sufi-
cientes motivos de censura, para que sea necesario acumular
sobre su cabeza falsos crímenes.


Bastan con los que de derecho le pertenecen que no son
pocos.


El asesinato de don Luis de E~cobedo es uno de ellos, y
fuerza será, para q uo os penetreis bien de la índole é im-
portancia de este c1"ÍU1en político que me permitais haceros
una bre ye reseña del caráeter y condicion es especiales de
los varios personages que jugaron en el sangríento drama
que nos ocupa, particularmente en lo que tiene relacion
con el privado del rey, que representó en él el principal y
mas activo papel, y sobre todo de la situacion política de
España por aq uella época.


Para escribir este crímen, no me he querido fiar de lo
dicho por algunos parciales cronistas, ni en mi mala ó
buena opinion, he querido hacerlo tampoco por inspi-
racion 'propia, sino consultando antes todos los escri-
tares mas autorizaios, tanto antiguos como contempo,
ráneos; entre ellos Freixas, Bermudez de Castro, Lafoente,
Ferreras, Sandoval, Miguel Prescot, San Miguel y otros


.


varIOS.
Para negar al desenlaee es absolutamente necesario




542 LA SOBERC\.N ÍA
que cOliozcais tambien anticipadamente una parte de la
his toria de cada uno de aquellos personages, y la re pre-
sentacion que á cada cual cupo en tan repugnante como es-
candaloso homicidio.


Nació Antonio Perez en :Monreal de Ariza.
Su padre fué Gonzalo Perez, secretario único de estado


que sirvió durante cuarenta años al emperador y &. su hijo,
sin dejar despues de su muerte á su heredero otro patrimo-
nio que el recuerdo de sus grandes servicios y de su inta-
chable probidad.


Sin deslumbrarse con el· brillo de su elevada posicion,
en la larga práctica de los negocios públicos y en su pro-
funda esperiencia de la córte, babia aprendido el prudente
anciano á conocer los escollos del favor y la ínstabilidad de
los caprichos de la suerte.


Retirado del pozo de las intrigas palaciegas, eu cuanto
su importante destino lo permitia, trató de enderezar por
senda mas segura, si bien menos brillan te y alhagüeña,
el porvenir de un niño que desde sus primel'os años daba
hartas pruebas de la precocidad de su talento y de la viveza
de sus pasiones.


Queriendo proporcionarle, sin embal'b'o, la mejor edu-
cacion que á su alcance estuviese, euvióle á la Universidad
de Alcalá, célebre entunces por la ol'ganizacion de los es-
tudios, por la calidad de los maestros y pOI' los aitos y es-
clarecidos personajes que acudian de todos los dornínios de
España á perfeccionar su instruccion.


Apenas salia de la infancia y ya Antonio Perez, por
consejo de su padre, marchaba á recorrer la Europa para
estudiar la ciencia política en la ol>servacion de las córtes
estranjeras.




1\A.CIONAL. 543
Con ansia y curiosidad, con una actividad inq uieta, pro-


pia de sus años, con fondo de instruccion bastante para sa-
car fruto de sus peregrinaciones, lanzóse el jóven estudian-


. te en la senda que la proteccion del ministro abría á sus
ambiciosos deseos.


Provisto de cartas y recomendaciones para los persona-
jes mas poderosos de los estados que habia de visitar, tuvo
Antonio Perez ocasion de conocer por sí mismo la particu-
lar estl'uctora, la administracion y los recursos de las na-
ciones' la capacidad y tendencias políticas de sus go·
biernos.


Bajo una fisonomía franca y abierta, bajo una aparien-
cia de disipada alegría, ocultaba Perez una sagacidad pe-
netl'ante y una ambicion desecfrenada.


Apenas dejó el territorio español, se reveló otro mundo á
sus atónitos sentidos, y abandonando para mejor tiempo la
satisfaccion de sus pretensiones, aedicóse únicamente al
estudio, á la observacion, al conocimiento de la huma-
nidad.


Su prodigiosa memoria conservaba cuanto adquiria de
su inmensa lectura.


En Suiza leia á Ovidio, meditaba á Horado; y en Ve-
necia y en Roma se deleitaba, despues de escuchar con
aparente modestia á los célebres estadistas, leyendo por las
noches á Tácito y estudiando profundamente á Maq uia-
velo.


Cuánto observaba, cuánto veía, todo el fruto de sus me·
ditaciones era anotado y comentado en un memorandum
que quemó á su vuelta.


Así, aquel jóven tan disoluto y amable en apariencia,
era en realidad un filósofo aplicado y observador: así, COIl




544 L1. ;:¡OBERA1\ fA


un corazon apasionado y ardiente, unia el curioso viajero
á. un entendimiento sano, un ánimo seguro y una razon
fria.


Pero si bien se ensanchó con sus largas escursiones el
horizonte de sus ideas, si bien su temprano talento adqui-
rió un fondo de instruccion poco comun, cierto es tambien
que su padre no consiguió el resultado que esperaba.


Creia Gonzalo Perez, qu~ tal vez la contínua observa-
cion de las peripecias cortesanas y los azares del mundo
escarmentarian á. su hijo en cabeza agena, calmando la vi
veza de sus impresiones y embotando con la cautela del
peligro los arrebatos de su ambiciono


N o sucedió así.
No era Antonio Perez de aquellos hombres que tiem-


blan ante la fortuna; antes bien, su audacia amaba los ries-
gos de una carrera ayenturada, al paso que los recursos de
su iugénio activo y pronto, le garantizaban el triunfo.


Nada de lo que observó en sus viajes pudo espantar su
ánimo, porque comprendió el terreno en que se maniobra-
ba y el arte con que se combatia.


Prometiéndose asimismo evitar las faltas que en aque-
llas córtes notaba desde léjos, fortificó su ambicion con el
estudio contínuo de los resortes que levantaban y mante-
nian á los políticos hábiles en las gradas de los tronos; de-
jando en todas sus propósitos algo á la suerte y mucho á
sus propIOS recursos.


La aficion y la curiosidad le llevaron e~pecialmente á
contemplar el variado panorama que presentaba la Italia
en aquella época: la inmoralidad mas profunda y calculada
era el alma de todos sus gobiernos, y Perez creyó que cier-
tas máximas equívocas debian ser pauta y norma de los




NAClO~AL. 545


hombres de e8tado, juzga.ndo que, en política, el resultado
siempre justifica ó condena los medios.


Florencia y Venecia fueron en su imaginacion los go-
biernos mas perfectos de Europa; aun cuando siempre ocul-
tó, bajo aparente franqueza, sus tendencias á un maquia-
velismo exagerado.


Por otra parte, en las civilizadas y espléndidas córtes
deItalia, habia contraido Antonio Perez un amor desenfre-
nado á las delicias del lujo y á los goces de la magnifieen-
cia: en Roma habia aprendido el valor de las artes y ama-
ba sus producciones, mientras que, como solaz de log
trabajos políticos, consideraba el mejor de los remedios
las e2candalosas bacanales de los senadores venecianos.


Allí tambien, en las academias de los poetas, en el tea-
tro de los artistas, en las tertulias de los palacios, ornó su
imaginacion flexible con el te~oro' de una instruccion clá-
sica y pura, con las seducciones de las esqui sitas lisonjas,
con los atractivos de la cortesía y las gracias de la mas
animada conversacion.


Tal era Antonio Perez euando, despues de largos años
de viajes, vol vió á su patria en pos de sus esperanzas am-
biciosas.


Dedieado luego á continuar sus estudios int~rrumpido~,
no descuidaba sin embargo el cultiyo de las poderosas re-
laciones que le proporcionaba la antigua posicion de su di-
fun to padre.


Oon deudas en vez de bienes, necesitaba desplegar todos
los recursos de su ingénio para poner el impaciente pié en
la escala de la fortuna.


Interesando en su favor á Ruy Gomez de Silva, supo
cavtarse la amü,tad del mejo,r de los protectores.




546 LA SOTIERANIA


De simple paje de la emperatriz, habia subido Ruy Go-
mez al mayor valimiento en tiempo de Felipe II.


Con inmensas riquezas, con alto poder, el príncipe de
Eboli no habia ensoberbecido su ánimo al compás de Sil e1e-


.


vaCIon.
Conocia los peligros de su altura y las exigencias de su


puesto.
Sea por sincera aficion á Antonio Pere,z, sea porque en


sus talentos y sagacidad viese el D1edio de conservar el fa-
vor del monarca, ó bien por tener á su lado una hechura
suya, Ruy Gomez dió cuenta al rey de sus altas cualidades.


Díjole en un informe, que Gonzalez Perez, su antiguo
secretario, habia dejado un hijo de talentos singnlares y de
notable esperiencia; criado espec~jalnlente para su servicio,
tanto por la profundidad de sus conocimientos como por la
peregrinacion que le habia llevado por diversas tierras y
naciones, estudiando sus usos y costumbres, y envuelto
siempre, desde su niñez, entre lo mejor y mas granado de
las córteu y provincias por donde anduvo.


El rey mandó entonces que fuese á palacio y el príncipe
de Eboli fué su introductor.


Felipe II gustaba en gran manera de la buena conver-
sacion: su buena. memoria y sus conocimientos superiores
en historia, en c.Íencias morales y en geografía. ponian fre-
cuentemente á prueba la capacidad y el ingénio de las per-
sonas que le rodeaban.


La vez priInera que recibió á Antonio Perez. aquel as-
tuto luonarca le habló de sus viajes por Europa, y le hizo
nlil preguntas s9bre la organizacion y secretos políticos de
las córtes que babia estudiado en su larga ausencia.


Sus respuestas ex.actas y ~espetuosas, la delicadeza de




NAeIONA.L. &47
sus observaciones, la frialdad de sus juicios, hicieron im
presion en el ánimo del monarca, poco acostumbrado á en-
contrar tanto peso y madurez en una cabeza tan jóven.


Sus modales atentos, la variedad de su il)struccion, su
lisonjera y graciosa cortesanía, cautivaron la ateDcion del
rey.


Su suerte estaba segura ya: secretario de Estado á los
veinte y cinco años, cargado de favores y mercedes, reci-
bió des pues cargos de la mayor importancia que aumenta-
ron y ensalzaron su fortuna.


El monarca le distinguió con su amistad personal, y en
la mesa, en el coche, en los paseos, le acumpañaba cons-
tantemente el jóven y prudente ministro.


Si Felipe era sagaz y astuto, Antonio Perez no le iba en
zaga.


En los primeros tiempos de su privanza, erguida su ca-
beza entre los personajes mas notables de la córte, caminó
Perez con la sonda en la mano, con pasos cautelosos, y si-
guiendo en gran parte la brúj ula del príncipe de Eboli, su
principal protector.


Ruy Gomez de Sil va, anciano ya en aq uella época, ha-
bia sabido sostener su vali'miento por medio de una condes-
cendencia contínua, de atenciones incesantes y de un impe-
rio nunca desmentido sobre sus paeiones.


Así habia atra vesado los tiempos mas borrascosos de dos
reinados; plegándose al viento que corría y dejando pasar,
como la caña, la tormenta sobre su cabeza.


Oortesano antes que todo, modelaba sus deseos y hasta
su entendimiento al gusto del monarca, de tal manera, que
solia llamar templanza del pensamiento al antídoto de la en-
vidia real.


lOMO J. i8




548 LA SOBERANIA
El duque de Alba le pintaba bien cuando decia: \·el se-


ñor Ruy Gomez no fué de los mayores consejeros que ha
habido, pero del humor y natural de los reyes le reconozco
por tan gran maestro, que todos los que por aquí dentro
andamos, comparados con él, tenemos la cabeza donde
traemos los piés.»


Su máxima constante era no contradecir jamás á su se-
ñor, porqua nada habia, á su entender, mas peligroso, que
humillar con razones el entendimiento del soberano, mucho
mas de un hombre"tan temible como Felipe.


Así mantenia su fortuna al abrigo de los vaivenes y
conservaba un favor de que sin embargo no abusaba: an-
ciano envejecido en los desengaños de la córte, solo desea-
ba conservar su opulenta tranquilidad en los últimos años
de su vida.


Jóven, altiva y espléndida, la princesa de Eboli, era el
encanto de la grandeza española.


Doña Ana de Mendoza y la Cerda, dominaba con su be-
lleza y con su lujo, toda la aristocrática sociedad de Madrid.


Casada, casi contra su voluntad, con Ruy Gomez de
Silva, comprendió, al poner el pié en la córte, todo el poder
de su posicion y los recursos de su hennosura.


En un alma como la de Felipe 1I, el a¡nor debía ser una
pasion vehemente aunque refrenada, y la princesa conoció
harto pronto la profundidad del amor que habia inspirado
al rey.


El cortesano marido, sobrado hábil y observador para
no ser ciego, cunsentia de buen gradu relaciones que no hu-
biera podido cortar sino á C05 ta de su privanza.


Tal vez fué la princesa de Eboli la única mujer g ue
tuvo un ascendiente positivo y constante sobre el alma de




NACIONAL. 549


Felipe: pero obstinada y caprichosa, despreciaba la bajeza
servil de los palaciegos, á quienes humillaba de continuo


,


con desdenes y d6saires.
Su alma vehemente y ansiosa de placeres, buscaba los


peligros que trajesen consigo fuertes aunque punzantes
.


emOCIOnes.
Ligera y vengativa, sacrificaba á un momento de sa-


tisfaccion 6 de venganza, sus mas acertados planes y sus
mas caros intereses.


Con una imaginacion viva y fecunda, con talento pron-
t) y variado, con suma delicadeza de sentimiento, estraña-
mente conservada en su equívoca posicion, marchaba in-
diferentemente hácia el bien 6 hácia el mal, sin abrigar
orgullo por lo uno ni remordimientos por lo otro.


Dispuesta siempre á ceder á la fuerza de sus primeras
impresiones, disimulaba, sin embargo, con tanta habilidad
en ciertos casos, qne sus mas allegados amigos y sus mas
antiguos servidores no alcanzaban á comprender la natu-
raleza de sus sentimientos.


Cautelosa y previsora algunas veces, imprudente é in-
discreta otras, tan pronto dulce y afectuosa como colérica
y vengativa, cínica en la espresion de sus amorosas pasio .
nes 6 sublime en su generosidad, la princesa de Eboli era
un enigma eterno en la imaginacion de los cortesanos.


A dar cuenta 6 á descansar de sus victoriosas campañas
y de los trabajos de sus gobiernos volvia, á temporadas á
Madrid el duque de Alba.


Con asiento en el consejo de estado, gustaba mucho el
rey de escuchar su parecer en los casos difíciles, ya por la
franqueza enérgica con que los esponia, ya por la alta es-
periencia del antiguo y afamado capitan.




550 LA SOBERANU


Tranquilo con el testimonio de su concieLcia, severo en
el desempeño de sus obligaciones y con ideas caballere~cas
acerca de los deberes de un vasallo, el duque de Alba no
comprendía que nariie pudiese poner su fidelidad en duda,
y así nunca adulaba, ni tomaba parte en las intrigas pala-
.


cIegas.
El hábito del mando supremo, habia impreso en su sem-


blante un sello de altivez, que aumentaba su austeridad
acostumbrada.


Su génio despreciativo y un tanto intolerante solo cedía
al ascendiente del rey, cuya superioridad intelectual é
inexorable carácter acataba con supersticiosa veneracion.


Risueño y alegre por casualidad, derramaba su buen
humor en crudos y vigorosos sarcasmos contra los cortesa-
nos aduladores.


Otras veces se burlaba de la hip6crita devocion de pre-
lados palaciegos; pero su aventurada franqueza nunca ir-
ritaba al rey porque conocía su intencion y habia puesto á
prueba su lealtad.


Amante casi siempre de la c6rte, uniendo su nombre á
las glorias militares de España, D. Juan de Austria, her-
mano bastardo del rey, se deslumbraba poco á poco con el
esplendor de sus hazañas y la altura de su posiciono


Jóven soldado, con capacidad y valor para la guerra,
entusiasta de la fama de su padre y con todrt. la impreve-
sion de sus años, abria su ambiciosa imaginacion á las mas
estra va gan tes espera nzas.


Agradecido al hermano generoso que lo arrancó de la
oscuridad clerical á que le condenaba su destino, para ele-
varlo á la posicion mas brillante de Europa, daba oidos sin
embargo á pérfidos consejeros que le· pintaban como fácil




~ACIONAL. 551


empresa la adquisicion de una gran corona y la realiza-
cion inmediata de la inmensa monarquía que soñó el em-
perador.


Con fondo de buenas inclinaciones, pero lijero y en al-
glln tanto vanidoso y altivo, daba continuamente motivos·
de queja á su hermano, que perdonaba sus imprudencias
y le proporcionaba en cambio nuevos laureles.


Su pretension dominante era que le pusiese el rey casa
de infante de España; en su escusable a:rr.bicion olvidaba
la ba~tardía de su nacimiento, y no escuchaba el secret.o
que se contaban al oido los cortesanos sobre el misterio
vergonzoso de su orfg'en.


De confesor del desventurado príncipe D. Cárlos, habia
pasado fray Diego de Chaves á dirigir la conciencia del
monarca.


Con conocimientos casi esclusivamente teológicos, de
.


buenas costumbr'es pero de escaso talento, figurábase el
buen padre que dominaba á su augusto penitente, sin ser
mas q ne el primero de los instrumentos, en las manos há-
biles y poderosas de aquel.


Si bien se ofrecia á la medi tacion para todos los nego-
cios, no sabia sin embargo de los asuntos del estado mas de
lo que á los designios de Felipe convenia.


Atendible, por el aprecio con que le distinguia el rey,
el conde de Chinchon no ocupaba destino importante en
la administracion del reino.


Sus conocimientos eran muy escasos; vacilante y dé-
bil su voluntad, limitado y torpe su talento.


Habíase educado en cOlllpañía de Felipe, quien nunca
olvidó á su antiguo condiscípulo. dándole constantemente
un lugar á su lado.




552 LA SOBERANlA.


Ocupóle sin embargo pocas veces, y solo en lo que po-
dia fácilmente desempeñar, pues solia decir que no todos
los estómagos eran capaces de digerir las grandes fortunas; y
que no se corrompia tan pronto, ni se reducia á alimento ruin
una mala vianda, como las honras escesil)as en un alma sin
merecimientos.


Tales eran los personajes mas influyentes de la cÓl'te
española, cuando entró Antonio Perez al servicio del rey:
con ellos habia de tratar todos los dias, sea discutiendo los
negocios de estado, sea comunicando las órdenes especia-
les del monarca.


Los otros secretarios encargados de los diversos ramos
de la administracion, el presidente del consejo de Castilla,
el arzobispo de Toledo, el cardenal de Granada, el clérigo
Hernando de Escobar, Rodrigo Vazquez y el marqués de
los Velez, tuvieron épocas mas Ó menos largas de favor y
de influjo, pero nunca tan sólida y constante como los per-
sona j es nombrados.


La grandeza no tenia, como corporacion ni como dis-
tintivo, alta importancia á los ojos del rey, que conservaba
siempre presente los últimos consejos del emperador.


Con antiguos privilegios y riquezas considerables, los
grandes de España tenian ciertamente poderosa influencia
social, para sin alcanzar mas importancia política que la
que sus talentoso, sus servicios Ó su valor les conquistaban.


Príncipes de Alemania y de Bohemia, señores refugia-
dos de Inglaterra y Francia, magnates de Flandes y de
Italia que traian á Madrid sus negocios y pretensiones,
todos los elementos inquietos de la primera capital del
mundo, se chocaban y bullian al pié del trono de Felipe;-
y en la primer grada, levantado sobre tantas antiguas am-




NACIOlttAL 553
biciones, luchando con tan poderosos rivales, en medio de
afanados palaciegos y alIado de los príncipes, supo sentar
su firme planta el jóven y novicio ministro, sin otra brú-
jula que su talento, sin mas antecedentes qu~ su audacia,
sin otro apoyo que el reciente aprecio del mas hábil y te-
mible de los soberanos.


La penetrante perspicacia de Antonio Perez adivinó
pronto los misterios que encerraba aquella córte espléndida


. y sumIsa.
La poderosa enerjía del rey comprimia ó alborotaba. á.


su voLuntad los agitados elementos q ae se derramaban
luego por Europa, para conmoverla ó espantarla con intri-
gas gigantescas.


Todos aquellos altos personajes, que ostentaban el lujo
de su poder en las sillas proconsulares de los gobiernos de
Flandes ó de Italia, venian luego á dar cuenta á Madrid,
y á temblar ante una mirada de su inflexible y sombrío
soberano.


La aplicada curiosidad de Antonio Perez, al despachar
las consultas y negocios de los gobernadores y generales,
al recibir en nombre de Felipe los memoriales y las visitas
de los palaciegos, entendió la dificultad, el móvil y los re·
sortf)S de las pasiones de cada uno.


Pero la sagacidad de su talento faltóle para compren-
der y analizar bien el carácter personal del rey.
Felipe~II era, si nos es lícito espresarnos así, la encar-


naCÍon del hombre en el monarca.
Los azares de su vida privada se confundian en la pro-


digiosa actividad de su vida pública.
Los altos pensamientos ~ nacian siempre abrigados por


la corona, que nunca. abandonaba su cabeza.




554 LA SOBEftANlA.
Todas sus pasiones se escitaban ó se templaban por las


consideraciones del interés propio.
Gobernar era su destino; la prosperidad del estado su


objeto: la conveniencia pública, segun decia, su guia.
Reservado en sus resoluciones, seguía frecuentemente


un camino impenetrable para la limitada vista de sus con-
sejeros mas allegados; y alguna vez parecian contradic-
ciones caprichosas las mas lógicas consecuencias de sus
secretos designios.


Los primeros años de su juventud fueron pasto de sus
fogosas pasiones.


Escesos en los tratos amorosos le produjeron enferme--
dades que afligieron por mucho tiempo su robusta consti-
tucion.


La aficion desmedida á las mujeres era una necesidad
de su temperamento, pero sus relaciones transpiraron
pocas veces al público, y sus favoritas, cosa bien rara
en un monarca, nunca influyeron en los negocios del es-
tado.


Solo la princesa de Eboli dominó algun tanto su alma
severa.


Contrario á la molicie, jamás se abandonó á los place-
res sensuales, ní los admitió, sino como una necesidad de
la vida que era necesario satisfacer.


Pocas veces abria su corazon á los afectos espansívos,
pero si sucedía por acaso, no se entregaba á los objetos de
su amor ó de su amistad; antes bien estaba Biempre pronto
á sacrificar sus mas tiernos afectos á los intereses de la
monarquía.


Su disimulo y entereza en las ocasiones críticas eran
la admíracion de los cortesanos.




NA.CIONAL. 555


Su semblante, casi siempre sereno y taciturno, nunca
era el espejo de su alma.


Impenetrable para todos, abrigaba las mas violentas
pasiones, sin que los ojos, ni los labios, manifestasen la
emocion mas lijera.


N unca en los triunfos de la próspera suerte, cuando la
Europa esperaba temblando sus mandatos, manifestó inso-
lenciani vanidad; jamás, cuando se desvanecieron en humo
sus gigantescas esparanzas, pudo verse en su frente la
huella del abatimiento de su ánimo.


A prueba de las mudanzas de la fortuna, preparado
siempre el pecho á la desgracia, parecia á veces que las
pasiones humanas no tenian asiento en su corazon.


Ganada la batalla naval de Lepanto, que, despues de
tantos azares, afirmaba el porvenir de la cristiandad He-·
vando á tan alto punto l~ gloria del monarca español, He·
gó .un correo eu bierto de polvo, ganando horas y minutos,
á. darlé tan fausta noticia: rezaba el rey en el Escorial, y
cuando los cortesanos no podian contener los arrebatos de
su entusiasmo al escuchar las particularidadAs de la
victoria, el semblante de Felipe permaneció impasible,
frio, sin que nadie pudiese conocer ni emocion, ni ale-
gría: la relacion acabada, solo pronunció estas pala~
bras textuales, en el tono majestuoso y melancólico que
le era habitual: «(J:fucho ha aventurado ])~ Juan,> y vol ~
viéndos~ hácia la iglesia, continuó por largo rato sus ora-
. Clones.


Llegado el aviso de la pérdida de La Invencible, de
aq uella magnífica armada destinada á trastornar la faz del
mundo, oyó con suma tranquilidad el mo:carca la infausta
not.icia que daba en tierra con los proyectos de su ambi-


TOM(') t 70 ,.




558 LA eOBERANU


No dejó entrar en Castilla á los Capuchinos, y, ejemplo
único en su linaje, murió sin dejar á los jesuiias muestra
alguna de su liberalidiad.


Declamando con frec~ellcia contra la gran muchedum-
bre de religiones y el aumento de tantas órdenes, decia
que lo único conveniente era reducir las nuevas 1 Y las an-
tiguas mantenerlas en toda la integridad de su institucion,
pues al pasó que marchaba la época, era de temer que
abundase mas el mundo en religiones que en piedad.


Superior á casi todos los magnates de su siglo y á An-
tonio Perez que, apesar do su inmensa ilustracion y de su
claro talento, consultaba á los astrólogos y tenia un tanto
de fé en sus agüeros, Felipe JI despreciaba la astrología,
dudaba de la mágia y condenaba públicamente la adivina-
cion y los pronósticos.


Los secretos del porvenir, decia, están cerrados para la
miseria del hombre: estos temerarios juicios quieren prevenir el
de lJios.


.


Si bien naturalmente alt~vo, severo y hasta cruel, disi-
mulaba las ofensas que no queria castigar, sin hablar ja-
más de ellas; pues solia decir que en tales ocasiones es el
sumo saber hacerse el desentendido.


Con semejante carácter, dominaba Felipe II y tenia á
raya á sus mas ambiciosos cortesanos


Profesábanle un respeto temeroso sus palaciagos, tem-
blando en su presencia.


Pero afable é indulgente á veces en la vida privada,
era nímio y severo en demasía al tratar con sus agentes los
negocios públicos.


Felipe JI se ocupaba con estremada atencion de los cui-
dados del gobierno.




. NACIONAL. 559
Las enseñanzas de la historia, los ejemplos contempo-


ráneos y los profundos consejos de su padre, habian dado
á su carácter, desde sus primeros años, abundante fondo de
madurez y de esperiencia.


Lástima que los instin tos de su corazon no fueran otros! ...
Basta leer las instrucciones que comunicaba á los em-


bajadores' para convencerse del estudio y sagacidad polí·
tica que presidian en todos qUS pasos.


Instruido como ninguno de sus consej eros en la admi-
nistracion y recursos de la monarquía, enderezaba por sí
solo el timon del estado, enseñando frecuentemente á sus
ministros el modo de despachar con rapidez yaprovecha-
miento.


Arreglaba bajo una planta cómoda y conveniente los
negocios de sus secretarios, dando á cada uno lo que podia
fácilmente desempeñar.


Como gobernaba por sí mismo y de la manera mas abso-
luta, necesitaba agentes instruidos que ejecutasen con in-
teligencia sus mandatos; así daba entretenimiento y suel-
dos á los oficiales de capacidad, á los jóvenes que se
distinguian en cualquier carrera, honrándole~ y haciéndo-
les merced con el objeto de tenerlos á su lado y formar un


. plantel de ministros para en adelante.
Cuidadoso de recompensar el mérito y de distinguir á


los hábiles, mandó á su secretario de cámara, Juan Vaz-
quez de Salazar, formar una relacion de todos los que sir-
vieron ministerios desde los tiempos de Fernando V.


Pocas veces empleó á los grandes de España en eleva:-
dos puestos, acostumbrando á decir que nada era el naci-
miento sin el estudio y sin el talento, y l~amando á las se-
cretarías seminarios de los hombres de estado.




560 LA.. SOBF.liA..t~lA..


Desconfiado en el despacho de los asuntos" examinaba
el rey por sí mismo los papeles antes de poner la firma.
Gustába~e proceder con órden y método en la adminis-


tracion, para aliviar su peso y facilitar la buena inteli-
. genCla.


Amigo de la claridad, devol via una instruccion cuan-·
do un período confuso podia perjudicar á su efecto.


Fuerte en conocimientos gramaticales, no disimulaba
las faltas en el estilo, llegando al estremo de hacer copiar
tres veces á un ministro una misma carta por hallar faltas
de ortografía, y despedir á otro porque no puntuaba bien.


Enterado de todo por los personajes de su córte, conser-
vaba en su memoria las circunstancias mas indiferentes
de un asunto intrincado: sus secretarios, antes de despa·
chal' con él, estudiaban y examinaban las materias en
cuestion como si á confesar fueran.


Naturalmente reservado, holgaba sin embargo le con-
fiasen sus servidores todo cuanto el vulgo decia, sin respe-
to al favor ni al poder: así peligraron en su reinado mu-
chas alturas.


El secreto era' el alma de s as designios: todos sus mi-
nistros y cortesanos cuidaban de guardar silencio sobre lo
q 11t3 llegaba á su noticia, sabiendo que la indiscrecion era
un defecto imperdonable para el rey.


Así los embajadores estranjeros vivian en Madrid sin
entender nunca la política española.


Jamás vendia él tampoco lo que le confiahan: todos los
cortesanos iban á contarle cuánto sabian acerca de sus mas
poderosos consejeros, seguros de que el orígen de sus noti-
cias no transpiraria jamás.


y de tal modo amaba la reserva, que era parte para al-




NAClO~AL. 561
canzar su favor y tener mas lugar en el gobierno, imitar


.. la discreta conducta del monarüa.
El presidente de órdenes reveló en una ocasion á la


reina doña Ana, lo que habia dispuesto en un testamento
que otorgó eL Badajóz, durante su peligrosa enfermedad.


Súpolo el rey: llamóle á su presencia, y tan áspera fué la
reprension que le dió por su conducta, que el infeliz se re-
tiró á su casa y de la sofocacion y la vergüenza perdió la vida.


Los designios de los reyes, decia, deben abrasa1~ la garganta
del que los 'i'etJela: si ,r;e dpjan discutir por el1ntlgo las causas
ele proveer, de castigar, dar y pedir, esponariase á la censura
la auforidad que manda, y supondrianse flacos fundamentos d
las mas ltidalgas resoluc'iones.


Para que sus designios no pudiesen divulgarse, tenia
tal cuidado con los papeles de su mesa que hasta advertía
el órden con que los dejaba.
~egociando un dia con Mateo Vazquez, vió desde otra


pieza que un ayuda de cámara los hojeaba para buscar una
consulta sobre un negocio suyo; y dirigiéndose á un gen-
til hombre, le dijo: «Decid á aquel que no le mando corlar la


Ir


cabeza, por los servicios de su tio Seoastian de Santoyo, que me
dió, que si no fuera PO?' esto, de palacio saldria descabezado. j)


Pero lo que no podia sufrir era la mentira: faltar á la
fidelidad 6 á la legalidad, no admitia ni merecia para él
perdono


Dos de sus ministros murieron dederrados por haber
ocultado la verdad en sus relaciones.


No daba gran valor á las palabras; pero atendia mucho
á la intencion y al pensamiento de sus consejeros.


# Amigo de la exaciitud, advertia con indulgencia leves
faltas que escapaban á la intencion de sus secretarios.




562 LA SOJlERANIA
Llevándole á firmar una carta con título de Provincial


de una religion, dijo: «No hay sino general en ella, 'Vuelvase
á hacer.»


Firmando una yenta para un D. N. de un lugar de
behetría, escribió al márgen: «Vuélvase á 'hacer sin el don,
porque no puede l¿aberlo en lugar de benetria.1)


Pidiéndole facultad un clérigo para que heredase una
hija suya setecientos ducados de renta, anotó: « Bastan ciena
to para hija de clérigo.»


Dando prisa al presidente de Hacienda para que le en-
viase una cuenta importante, y alegando aquel que podia
venir cerrada, le respondió: «No importa como venga exacta. '»


Estos detalles, casi insignificantes, dan una idea de la
minuciosidad y atencion de su despacho.


Lo que escribia era incalculable: casi todas las consul-
tas iban anotadas de su puño.


Cuidadoso de la cortesía y decoro en las relaciones entre
príncipes, frecuentemente daba en elegante estilo los bor-
radores de las cartas.


No cansándose jamás, trabaiaba mas que ningun mi-
nistro en la espedicion de los negocios.


Perpétuamente asistia á los despachos, y cuando iba de
camino, llevaba su bolsa de papeles, en cuyo exámen se
entre tenia en vez de descansar.


Con lo que por sí mismo decretaba en dos horas, ocupa-
ba á todos sus tribunales y secretarios, leyendo luego todo
cuanto le presentaban y acordándose de todo cuanto babia
leido.


Presidia rara vez los consejos, aunque se hacia referir
cuando habia pasado; porque una de las mas eficaces ad-
vertencias del emperador, le recomendaba ~a ausencia de




\'AClO\'AL. 563


las sesiones de los cuerpos colegiados corno el mejor me-
dio de dejarles lilJertad en la discusion y el acuerdo.


Tal era en s us designios y en su carácter, tal era en su
despacho y en su política, el rey Felipe n.


Superior en talento y energía, en esperiencia y conoci-
mientos á los mas lli'tbiles magnates de España; ni le arre-
draba el temor, ni le engañaban las lisonjas.


Un soplo suyo derribaba de repente en el polvo á los
mas encun1brados palaeiegos y los que le juzgaban dis-
traído caían pronto víctimas de su error.


Con estas magníficas condiciones hubiera sido un gran
rey, y lo fué en cierto sentido, fuerza es confesarlo; pero al
fin era rey, era un tirano, y como tal, sin entrañas y sin
corazo n.


Antonío Perez, jó'/en sagaz] flexible, se elevó á la mas
alta posicion en el favor del rey: secretario de Estado, proto-
notario luego de Sicilia, con participacion en los negocios
de Italia y agente de los proyectos ocultos de Felipe, era,
por decirlo así, el ministro universal del reino. Todo iba á
parar á sus manos y alIado del monarca parecia inaltera-
ble su fortuna.


l\'lientras que descansaba el favorito en su orgullo, pre-
pará banse á estallar dos acontecimientos, sin relaciones en
apariencia, unidos en realidad, que pretesto público, causa
secreta, crímen al par que error, habian de enlazarse Ínti·
mamente para minar el alcázar de su privanza.


Pasaron los primeros años de la privanza de Antonio
Perez en la tranquilidad y aplicacion de los negocios.


Los asuntos mas secretos de la diplomacia iban á su
despacho particular, donde nadie podia escudriñar sus
misterios; y la facilidad, la prontitud, la habilidad previ-


TOMO l. 80




564 LA SOBERA~IA.


sora con que resol via los enredos y complicaciones de la
política estranjera, lo alzaban mas y mas en el ánimo del
rey.


Poco á poco fué estrechándose la intimidad del monar-
ca y del vasallo; Antonio Perez pudo estudiar, en el aban-
dono de su vida 'pri vaca, aquella alma tan enérgica y tan
sombría, tan oscura y al propio tiempo tan vehemente;
aquellas pasiones tan reprimidas y profnndas, aquel en-
tendimiento tan altivo y orgulloso que, uniendo con fuer·
tes lazos los deberes del monarca con las inclinaciones del
hombre, marchaba á un gran objeto, arrollando los terrÍ-
bIes obstáculos que á su paso se oponian.


Identificándose con loe:: altos pensamientos de su rey,
propusose el j óven secretario ser instrumento de sus
planes.


Temiendo y amando al par á Felipe, porque sin espli-
cal'se la causa efectivamente lo queria, sirvióle . leal y fiel-
mente, recibiendo en pago mercedes, honores y distincio-
nes, que lo hicieron pronto el personaje mas importante de
la córte española.


Los obsequios lisonjeros, los magníficos convites, los
regalos suntuosos, empezaron á deslumbrar lentamente su
alma. apasionada 'Y liviana.


La sed de lujo., que habia adquirido en las capitales de
la Italia corrompida, se despertó en su corazon para abra-
sarlo con yanidosos deseos.


Naturalmente espléndído y generoso, necesitaba mas
que otro alguno la riqueza para derramarla en dones y
prodigarla en festejos y festines: así, sus sueldos, si bien
considerables, no bastaban á cubrir la enormidad de sus
gastos.




NAClO~AL 565
Aunque poco aficionado á los goces del lujo personal,


ayudaba el monarca con donativos de valer á la insensata
magnificencia de su caprichoso favorito.


El pueblo, sin embargo, le acusaba ele conecciones y si
bien algunas eran hijas de la envidia cortesana, desgracia-
damente quedaron bien probadas otras, por el dicho mismo
de los interesados y la confesion de los que intervinieron.


Sin contar los altos derechos que señalaba la costumbre
á los secretaI'Íos que refrendaban los despachos de investi-
dura, recibió Antonio Perez magníficos regalos, conocien-
do que, á saberlo el rey, corría grave peligro su fortuna.


Decia Felipe que los funcionarios públicos no debian
aceptar á título alguno, dones de estrangeros, que siempre
demandaban en cambio sacrificios perjudiciales al estado.


Contábase en la córte. que el mismo D. Juan de Austria,
por tener á su favor á Antonio Perez le habia enviado,
entre otras cosas, un brasero de plata que se estimaba en
doce mil duros: asegurábase que los ~lédicis le mandaban
sumas considerables para conservar el gran ducado de Flo-
rencia y la investidura de Sena: decíase tambien que to-
dos los pretendientes á embajadas y á vireynatos dejaban,
como ofrenda propiciatoria en sus altares, alhajas y dona-
ti vos de considerable valor.


Hablábase mucho de las famosas pinturas que Andrea
Doria le habia regalado de Italia para adornar sus sontuo-
sas habitaciones; de las telas de oro y de damascos carme-
síes, que, valuados en alta cantidad, le dió D. Pedro de
Padilla, maestro del tercio de Nápoles: de los seis mil do-
blones que costó á Marco Antonio Coloma su título de vi-
rey de Sicilia y de los seis mil escudos que por el gobierno
de 11ílan abonó el duque de Mediúa Sidonia.




566 LA SOBEnA;';IA.
y estos rumores corrian cada vez mas acreditados, aun


que se revelaban en secreto por ser difíciles las pruebas,
delicado el asunto y temible y poderoso el rninistrú.


Fuerza es sin ero bargo confesar que tenian harto sérios
fundamentos, dándoles cuerpo é importancia el frenético
lujo del envidiado secretario.


Ningun personage de la córte, incluso el rey mismo,
ostentaba tanta magnificencia esterior.


Cubiertos de aceites y de esencias sus cabellos, con
guantes y valonas perfumadas, bordado de oro el tisú de
sus vestidos, deslumbrando la pedrería en los puños de
sus mangas y en el broche de su gorra, se presentaba An-
tonio Perez en las funciones y en la cámara real, al lado
de Felipe Ir, vestido casi siempre de seda ó de terciopelo
negro y al frente de los cortesanos que procuraban in1Ítar,
en palacio al menos, la severa sencillez del rey.


Como los mas encumbrados personajes de la grandeza.
tenia Perez gentiles-hombres y pajes á su servicio.


Sus lacayos, sus sirvientes se agolpaban en sus salas
para atenderle: y cuando viajaba al Escorial ó á Toledo,
llevaba consigo coche, carroza :llitera; con muchos cria-
dos de á pié Y á caballo para guardar su persona y real-
zar su dignidad.


Vivía junto á San Justo, en las casas del Cordon, per-
tenecientes al conde de Puñonrostro; y á poca distancia de
la poblacion tenía su casa de campo, construida y alhajada
al gusto de las villas de Roma.


Ansioso de trasplantar en la severa capital de la mo-
narquía española las costulD.bres afeminadas y la muelle
cortesanía de los príncipes de la antigua Iglesia, imitaba
en el adorno de sus habitaciones la delicada suntuosÍ-




NACIONAL. 567


dad de los Caraffas y Albanos, de los Colon nas y Orsinis.
Los tapices flamencos alfombraban el pavimento de


mármol, y las pinturas de los mejores maestros de la es-
cuela italiana, las vírgenes de Rafael y las Vénus de Ti-
ciano se juntaban en las paredes.


Trabajados muebles de maderas raras, sillones y recli-
natorios cubiertos de paño de oro ocupaban sus cámaras, y
en sus gabinetes reservados, veíanse imágenes voluptuosas
regaladas por Francisco de Médicis.


Habia mandado hacer su cama igual en un todo á la de
este soberano; y los ociosos que se reunian por las mañanas
en las gradas de San Felipe, decían, g ne mas de una dama de
alta prr'osapia habia ido á -olvidar en aquel tecliO y en aquellos
gabinetes, ellwnor de su nombre y las lradl:ciones de su lu:rLtlguía.


Ni en los mejores tienlpos del emperador habia gastado
mas ostentacion un secretario.


El día que no comía en palacio servianle las viandas
en su casa con la mas minuciosa etiqueta, en vajillas de
plata y oro, acompañadas de muchos criados de servicio.


En sus caballerizas tenia siempre trejnta caballos de
silla para paseo, y su mesa estaba franca para sus nume-
rosos amigoE: y los estranjeros de distincion, que acudian á


4


.Madrid á activar el despacho de sus pretensiones.
Sus alhajas eran siempre las mas elegantes de la córte,


y adornadas con lazos y divisas misteriosas, sacadas unas
veces de los poetas latinos y otras de las Santas EscrHuras;
porque Antonio Perez estudiaba indiferentemente la Biblia,
Petrarca y Horacio.


Avaro de delicias, aficionado á los goces del amor, ha-
bia apurado en los brazos de mucha" mujeres los placeres
que le orindaban su posicion y su figura.




568 LA oOBEHAN lA


Su razon serena despreciaba la vanidad femenil y j uz-
gaba friamente los móviles y resortes de sus pasiones, al
paso que su alma inconstante y su ardiente temperamento
le .!.levaban siempre á buscar esas empresas amorosas de
que se burlaba luego con ásperos sarcasmos.


Su conversacion fina y delicada entre las damas, con-
servaba siempre una tinta de ironía al hablar de la dulzura
de ciertos encantos y de la veracidad de ciertos senti-
mientos.


Mas accesible á. la vanidad que al amor, vendíase á, los
piés de una encumbrada señora, ó se lanzaba en bacanales
nocturnas y secretas entre prostituidas cortesanas, como
para vengarse de la delicada y amante pasion que sabia
afectar con tan admüable hipocresía.


En la córte de España, mas que en otra alguna, era
necesario salvar las apariencias: el rey daba el ejemplo del
decoro, y su severidad no consentia que el mas leve escán-
dalo contra la moral pública quedase impune, si bien no
escudriñaba la conducta particular de sus consejeros.


Antonio Peraz, sin embargo, fiado en la alta confianza
que le dispensaba, no guardaba con frecuencia la reserva
debida y, alguna vez, despues del despacho diario, le vie"':
ron los gentiles-hombres y los pajes platicando por las
ventanas de palacio con las damas de la reina, y te~iendo
con la bella doña Ana Manriq ue diálogos amorosos de eq uí-
vocos conceptos.


Estas libertades, en el severo ceremonial de la córte
austriaca, llamaban fuertemente la atencion; pero nadie
daba cuenta al monarca de tan lijera conducta porque to-
dos sabian en cuánto estimaba la capacidad y servicios de
Antonio Perez.




NACIO~AL. 569
Felipe notaba muchas de estas faltas, aunque las disi-


mulaba como defectos inevitables de un carácter ardiente
-y allasionado.


Los enemigos y rivales se multiplicaban en torno del
secretario imprudente, al paso q ne, mas orgulloso cada vez,
chocaba con los personajes mas altos y poderosos.


A penas se djgnaba. saludar á los señores capitanes que
noblaban los consejos.


Cuando comia en el Estado, se levantaba el primero
segnido de sus amigos, sin dirigir siquiera la palabra al
duque de Alba; torcido y destleñoso el rostro, dejando solo
en la mesa al venerable anciano y quitándose por acaso li-
jeramente la gorra antes de salir.


Contradecia en su vanidad á las personas mas graves
del reino, y de tal manera, que alguna vez hubieran pasa-
do á lances mayores sin la intervencion de los que presen-
tes se hallaban.


En la administracion de los negocios oia el rey con pre-
ferencia su dictámen y lb consultaba todos los de gran
entidad.


Frecuentemente, en las juntas y consejos:; abusaba de su
talento para hacer pesar su superiodidad sobre los demás
ministros.


Así, espuesto siempre al ódio de sus compañeros, abor-
recido por la nobleza, envidiado por los cortesanos, el cír-
culo de'su privanza se iba haciendo cada vez mas estrecho;
y sin embargo cada vez mas confiado en la condescendiente
amistad de su poderoso protector, levantaba mas alto sus
mir(l~ y su orgullo el desatentado secretario.


Acorll pañado de un astrólogo llamado Pedro de llera,
amigo y comensal interesado que, con su perspieacia y as-




570 LA ;:;OBEItAN [A
tucia, habia deslumbrado su talento superior, creías e In-
vulnerable en su fortuna.


lYlíserables aduladores, atraidos por la fama de su lujo
y esplendidez] acudian á sus antesalas á mendigar entre
lisonjas los escudos que con mano desdeñosa léS arrojaba
el valido.


Las fiestas, los saraos, embriagaban cada vez mas su
vanidad, alhagando sus pasiones con envidiados obse-


.


qUIOS.


Allí tal vez, cansado de las fáciles y gastadas emocio-
nes de sus conquistas amorosas, adq.uirió esa aficion al jue-
go, que fué al fin de su privanza una verdadera 2asion.


El almirante de Castilla, el marqués de Auñon, don
Antonio de la Cerda y algunos otros personajes, se reunían
en su casa para entregarse sin testigos á este peligroso en-
tretenimiento.


y luego, bien entrada la noche, pasaban frecuentemen-
te las horas de la madrugada en ostentosas cenas, con gran
profusion de viandas y de vinos, refiriendo las anécdotas
escandalosas de la córte.


Con tantos defectos, con tan indiscreta conducta, unia
. Antonio Perez cualidades de valía.


Su bolsa, abierta para los q ne le rodeaban, socorría in-
diferentemente á la necesidad ó al vicio, como el vicio y la
necesidad se acercasen á implorar su amparo.


Mas de una vez acudió con dinero en sus apuros á hom-
bres que despues sacudieron la pesada carga del agradeci-
miento para arrojarle befa y baldon en la hora del infor-
tunio.


Confundidas en su cabeza todas las nOClOnes de la
moral, no tenia otra guia que el interés y la conveniencia




~AcrONAL. 571
en su~ acciones; pero en la franqueza de su ,carácter sentia
entusiasmo en su alrna por los grandes hechos, que luego


-.su corrompida raznn escarnecía.
Háhil alguna ve? para rlisimular, incapaz de atender á


las per~onas que despreciaha~ tenia, sin embargo, la rara
cualidad de ngradar á primeJ'a vista.


Pocas personas salian de su presencia sin qued3;r pren-
dadas de la artificiosa naturalidad con que cautivaba el
ánimo de las peJ'sonas cnyo afecto deseaba.


Don1inándose en estremo en las ocasiones críticas, sabia
inspir;lf interés y estirnncion á sus mas prevenidos ene-
m1gos.


Su palabra persuasi va y elegante se insinuaba dulce-
mente en la imnginacion de los que le escuchaban, inspi-
rando la mas profunda conviccion.


Así, si bien adquiría la animadversion de los magnates
y el ódio de los cortesanos, es citaba en las personas mas
allegadas á su servicio un afecto desinteresado y generoso.


En ]a austeridad de la etiqueta austriaca, la licenciosa
conducta de Antonio Perez disgustaba fuertemente al rey.


Pero la inteligencia que manifestaba en los negocios,
la lealtad y sincera aficion que contínuamente demostraua,
abogaban poderosamente en su favor.


Todo podia perdonársele al hombre que entendía en un
momento los designios del monarca, redactando con suma
habilidad sus resoluciones; al hombre que, en medio de
sus locos devaneos, atendia con aplicada curiosidad á los
negocios del Estado.


Tras largas ho.ras de escandalosos placeres, debilitado
con la disol ucion y fatigada el alma con la vigilia, sabia
encadenarse al trabajo mas asíduo, si le necesitaba el rey ..


TOMO 1. 81




5lPJ2 LA SOBERANÍA
Por otra parte, Felipe II le profesaba una amistad sin-


cera y le habia abierto algunos de los secretos de su alma;
aquel corazon reservado y altivo no podia mndar fácilmente
de confidentes porque habia pocos hombres á quienes sin-
ceramente apreciase.


En medio de su vida relajada afectaba Antonio Perez J
la mayor veneracion hácia larelígion católica, contempla-
ba al clero y tenia correspondencia directa con la Santa
Sede, correspondencia que en tiempo de su desgracia con-
virtióse en capítulo de culpa.


Versado como pocos humanistas de su tiempo en la
lengua latina, poseyendo el italiano como el español,
tenia un fondo no comun de instruccion cristiana y reli-
gIosa.


Sabia de memoria capítulos enteros de la Biblia; los
puntos mas intricados de teología le eran familiares, y es-
plicaba con alta superioridad de razon las obras de san
Agustin, de san Pablo, de san Ambrosio y muchos manus~
critos inéditos de los Santos Padres, que habia recogido
Gonzalo Perez en las abadías y monasterios de Sicilia.


Favorito por esta razon del alto clero, tenia un fuerte·
apoyo alIado de Felipe.


El nuncio de Su Santidad consultaba frecuentement.e al
disoluto jóven sobre puntos canónicos y casos eclesiásticos;
favorecíale con su amistad el arzobispo de Toledo y respe ...
tábanle los rectores.


¡Ouán diferente hubiera sido su suerte siguiendo su
primitiva conducta, en vez de añadir á sus escesos la ofen ..
sa personal al monar~a, la aespreocupacion imprudente en
aquella época de hipocresía, de juzgar con embozadas pa,..,
labras el movimiento luterano de Europa!




NACIONAL. 573
En la calle de Almudena, frente á la iglesia de Santa


:María, tenia su casa la princesa de Eboli.
PreE'entada en la córte con todo el esplendor de su her-


. mosura, sus gracias y sus prendas conmovieron el corazon
de Felipe.


Sea táctica hábil para asentar sólidamente su imperio,
sea que aquel monarca temible asustase su alma incons-
tante y ligera, las primeras atenciones del rey no hicieron
aparente impresion sobre la orgullosa señora.


Acostumbrado á no hallar obstáculos en sus inclinacio-
nes y deseos, el amor propio del poderoso pretendiente se
resentía al ver cuán distraida é incrédula escuchaba la
princesa sus protestas apasionadas.


Su aficion fué creciendo de dia en dia, alzando cada vez
• -mas á Ruy Gornez en su favor.


Llegó á amarla al Hn el monarca con delirio, con ve-
hemencia, y estaba en el apogeo de su profunda pasion
cuando entró. Antonio Perez á su servicio.


La circunstancia de serIe presentado por el príncipe, el
rumor que corria en la córte acreditándole como hijo natu-
ral de Ruy Gomez, entregado en secreto para su educacion
á Gonzalo Perez su íntimo amigo en aquella época, la en-
trada franca que el jóven diplomático tenia en casa de.! de
Eboli su protector, su modestia, su gracia, su talento, todo
inspiró confianza á Felipe II para depositar en su nuevo mi-
nistro ~l secreto de su cuidado.


Agente de estos amores, Antonio Perez sirvió al rey en
sus relaciones con la princesa, y su ascendiente fué por
esta razon cada vez mavor sobre su ánimo.


IJ


, A preciaba el monarca como muestra de noble amistad
la interesada eficacia de su favorito, y agradecía le la dul-




574 LA SOBERANÍA


oe correspondencia de su amada, rendida ya á sus impe-
tuosos deseos.


En medio de estas relaciones crecia cada vez mas arro-
gante la orgullosa presuncion de Antonio Perez.


En el trato contínuo con la prin0esa de Eboli, hablan-
do, aunque en nombre ageno, de negocios de amo~ á la be-
lla y graciosa dama, su corazon apasionado y audaz con-
cibió el proyecto de rivalizar con su amigo y con su
rey.


Penetrante y acostumbrado á la ::->ociedad femenil, co-
noció que el alma ardiente de aquella mujer· caprichosa,.
el orgullo y el rendimiento, escítando y calmando alterna-
tivamente sus vanidosas pasiones, producirían al fin el
efecto vehemente que deseaba.


Harto bien consiguió Perez su objeto.
Paseando solos en las alamedas de Pastrana y en las tar-


des deliciosas de la primavera, contaba el secretario á la
princesa las historias de amor que habia aprendido en Ita-
lia y que tan profundamente ardonaba con su galana con-
versaClon.


Su voz, sus ademanes, la intencion de relaciones reve-
laban una pasion tímida y profunda que, ayudada de su
talento, de su traza y de su juventud, conmovia cada vez.
mas el ánimo de su veleidosa compañera; al paso que de-
lante de los numerosos personages que cornponian la tertu-
lia habitual de la esposa de Ruy Gomez, entraba Antonio-
Pefez casi sin saludarla, con aire ligero y presuntuoso, con
andar seguro y altivo, á platicar livianamente en su pre-
senc~a de la inconstancia y miserable valor de las pasiones
mug-eriles.


Esta táctica hábil y calculada, la soledad que favorecía




hACIONAL. 575
las entrevistas, despertaron una pasion violenta en el co-
razon de la princesa de Eboli.


Sus relaciones secretas adquirian cada vez mayor inti-
midad, porque era!2 dos almas que tenían un lazo comu:n:


,ambas confiaban ciegamente en la fortuna y ambas anhe-
«han nuevas y peligrosas emociones.


Cuando empezaron sus amistades á tl'anspüar en el pú-
blico, fué un rumor vago, sin fundamento, pero causó la
mayor irritacion en la grandeza enlazada con estrecho pa-


..


rentesco á doña Ana de Mendoza, y enemiga implacable
del secretario de estado.


Felipe ó no supo las voces que corrian, ó creyó que era
harto fundamento para la crHica la entrada contínua de
Antonio Perez, por su órden y para asuntos suyos, en casa
de la princesa.


Su afecto hácia su valido aumenta! la, cada dia sin sos·
pechar una traicion, y el poder de Ruy Gomez se elevaba
á mayor altura.


Aq uella dama, bella y amada, el R uy Gome'z de Sil va
indiferente al doble adulterio de su mujer, Antonio Perez
confidente del rey y amante favorecido de la princesa, for-
maban alIado de Felipe II una triple mUL"alla, impenetra-
ble á la verdád.


Murió entre tanto el príncipe Eboli, y cada vez mas
enamorada su esposa, cada vez mas imprudente su amante,
se entregaban á su azorosa pasion, olvidando en su delirio
al terrible y poderoso monarca á quien engañaban.


En medio de estas peligrosas intrigas, apareció en la
córte un personage que complicaba mas hondamente los
enredos del secretario de estado.


Luis de Escobedo acababa de llegar inesperadamente


, -J ..




5'iG LA SOBERA?-;IA


de Flandes, donde se hallaba destinado alIado de don Juan
de Austria, gobernador de aquellas provincias.


Su venida era un paso audaz que disgustó fuertemente
al rey y alarmó con razon á su valido.


Tiempo hacia que miraba Felipe II con desconfianza,
si bien con indulgencia, los aventurados designios de su
bastardo hermano.


La ardiente sangre de Cárlos V, corria por las venas de
aqueljóven activo y sediento de ambiciono


Despues de la batalla naval de Lepanto, deshecha la
armada de los turcos y libertada la Europa de su formida-
ble poder, inflamó don Juan de Austria su pecho con de-
seos mas levantados de lo que su nacimiento le per-
mitía.


Su nombre corrió el mundo en alas de tan señalada
victoria, y ya se figuraba en su altivo orgullo, rotos los
diques que le separab::tn de un trono, término de sus altivos
y constantes pensamientos.


Sus prétensiones, si bien exageradas, eran naturales en
su génio y en su posiciono


Las alabanzas que le prodigaban los venecianos, las
atenciones del Santo Padre, las lisonjas de la Francia y la
fortuna que acompañaba á todas sus empresas, le inspira-
ban la mas alta idea de propio valer y bastaban para tras
tornar una cabeza mas firme y madura que la suya.


Tanto los aliados como los enernigos de Felipe, contri-
buian á alimentar una ambicion que amenazaba embarazar,.
con graves disturbios los temibles intentos del rAy de las
Españas.


Don .J uan de Austria, a.maba por aficion· y por cálculo 1~:,:.
guerra; el ruido de los campamentos era su delicia y abria




~AClONAL. 577


las filas de sus valientos tercios á todos los aventureros de
Europa.


Los que aborrecían la paz de sus casas, los que anhela-
ban una fortuna devida á su valor" todas la gentes bullí-
ciosas é inquietas, corrian á alistarse bajo sus banderas,
conociendo que su belicoso humor no gusfaba del reposo
de la paz y que dónde él estuviera era fuerza que hubiese
mudanz~ y alteraciones.


El rey q ne habia tomado sobre sí la responsabilidad de
su fortuna, cuando, en vez de hacerlo eclesiástico como lo
dejó mandado su padre, le abrió la carrera de las altas em-
presas, procuró enmendar sus errores, utilizando sus ta-
lentos y proporcionándole reputacion y gloria.


Para esto y desde el principio, procuró rodearle de per-
sonas de valía. .


En vida del príncipe Huy Gomez y por su consulta y
consejo, diósele por secretario á Juan de Soto, hombre de
antiguos servicios, de probada esperiencia y que habia
señalado su aptitud en el despacho del rey de Nápoles.


Entendido como pocos en el arreglo de la hacienda
militar, marchó á reunirse con el príncipe de Granada, para
dar fin al sosiego de los levantados moriscos.


Conociendo pronto el carácter franco y vanidoso de su
señor, supo ganar su gracia con oportunas lisonjas, ha-
ciéndole cC)llcebir empresas aventuradas, pretensiones des-
conocidas que disgustaron al rey.


El príncipe de Eboli advirtió á Antonio Perez y á Esco-
bedo, amigos y allegados de Juan de Soto, que su fortuna
corria peligro si no refrenaba algun tanto su ipdiscreto


..... -


proceder.
Finalizada la guerra de Granada, acompañó Soto á don




578 LA. SOBRRANIA
Juan de Austria á HaHa, conserva.ndo su destino y ayu-
dándole con sus consejos en las empresas gloriosas á que
dió fin.


La guerra en el reino de Túnez iba á empezar, y el rey~
avisado con la esperiencia de su padre, (lespues de muchas
consultas en cónsejo de estado y de acuerdo con su parecer,
resolvió que se desmantelase la ciudad .


. Juan de Soto que tenia presente en su memoria el po-
der é importancia de la patria de Anibal, deseoso de hacer
á gU señor igual á los primeros reyes del mundo~ inflamó
su juvenil imaginacion, prometiéndole q lle desde Túnrz
alc;-¡,nzaria el dominio de toda el Africa. 1'vletrópoli y centro
con1ercial del Mediterráneo; la nueva Cartago, atrayéndose
el afecto de los vencidos y resucitando, con el ausilio de la
Europa, una civilizacion muerta que debia levantar un im-
perio cristiano y poderoso en las riberas profanadas por la
media luna.


Persuadió para esto el irreflexivo secretario á D. Juan
de Austria~ que desatendiendo las órdenes de Madrid, soli-
citase del Papa la creacion de este nuevo reino, interpo-
nien do su mediacion con Felipe II para que espidiese el
título de rey de Túnez á favor de su hermano.


Pio V, agradecido al vencedor de los turcos, comisionó
eficazmente á su nuncio en España, monseñor Ormane-
to, para coadyuvar cerca del monarca á los deseos de don
Juan.


:Muc!1o disgustó á Felipe no haber tenido noticia óJguna
de proyectos sem~jantes; pero disimulando su justo enojo,
mandó esponer á Su Santidad, en términos corteses, el sel!--
timiento que le cabia por no poder acceder á sus súplicas,
manifestándole las poderosas razones que se oponían á tan




NACIONAL. 579
aventurado plan, y agradeciéndole sin embargo con dulces
palabras el amor que mostraba á su herma:lo.


Entre tanto D .. TU1ti de Austria, en vez de obedecer las
Ólrdenes que se le habian comunicado anticipadamente,
mantuvo la ciudad y reino de Túnez, añadiendo fortifica-
ciones é introdnciendo para guardarlas las mejores fuerzas
de Italia; su artilleI'Ía~ munidones y pertrechos de glJerra.


N o la dió á saco como le estaba prescrito, siguiendo los
consejos de Juan de s~to, que queria fundar sobre aquel un
nuevo reino. Las consecuencias de su indiscrecion fueron
las que habiaprevisto el rey.


Siman-Bajá y Aluch-Alí, gracias á desórdenes y des-
coidos de los cristiano~, combatieron y ganaron la goleta
y el fuerte, á pesar de la beróica resiRtencia de los italianos
y españoles.


,


Los turcos adquirieron preponderancia, y la reputacion
de D. Juan palideció ID ucho.


Antonio Perez y Escobedo fueron juntos á ver al rey:
espusiéronle los pm:juicios que traia á sn hermano la com-


. pañía do Jnan de Soto, y lo urgente que era separarle de
su lado para evitar el peligro de sus consejos.


Felipe 11. despneR de meditarlo maduramente. resolvió
dar al príncipe secretario mas seguro, nombrando para este
destino á Escobedo; pero por no disgustar á su hermano que
habia tomado afieion á Juan de Soto, nombróle proveedor
general de la armada.


Recibidas las instrucciones del rey y las mercedes con
que le plugo agracüule. partió Escohedo cerca de D. Juan
~ de Aw:;tria.


Los principios (le ~n servicio' correspondieron al fin de
sn asistencia; pero á medida que ganaba el afecto del prín-


TOllO' •




580 LA SOBERANU
cipe, iba siguiendo las huellas y empeñándose en el cami-
no de su imprudente antecesor.


Manteniendo inteligencia's con algunos cardenales, se-
guia en Roma negociaciones misteriosas de q U9 no :.daba
cuenta al monarca y que rec:1taba de sus agentes.


lba y venia con notable frecueneia 'á la córte pontificia,
soeolor de comisiones ordinarias de Juan, pero advertíase
que permanecia mucho tiempo y procuraba entrevistas se-
cretas con altos personajes.


Bien fuese por resentimiento de la resr.rva que usaba
Escobedo en sus proyectos, bion por celo en favor del ser-
vicio, Antonio Perez dió parte al rey de sus sospeehas,


.


llamando su atencion sobre las cOlllunicaciones del comen-
dador mayor de Castilla, D. Diego de ZÚlÚiga, que desem-
peñaba la embajada.


Por aquel tielupo determin/\ Felipe enviar á Flandes á
su hermano; y oberfientB D. Juan de Anstria, ad'llitió tan
delicado gobierno, despachando desde Italia á Escobedo
para que arreglase en Madrid las provision(~s, conductas y
requisitos concernientes á la jornada.


Mientras que cumpEa su comision, avisó el Nuncio á
Antonio Perez que habia recibido un despacho en cifra de
Su Santidad: en que le mandaba que interpusiese sus oficios
con el rey para la pr'Jnta realizacion de la empresa de In-
glaterra, de modo que fue.3e D. Juan acoD:lOdado e~ aquel,
reino, todo en la manera y forma que Escobedo le pi-
diese.


El secretario de estado promp.tió el secreto que se le
exigia~ pero dió al punto cuenta al monarca.


Aunq ue disgustado por esta doble conducta; mand(~ el
,/ . .


rey á Antonio Perez que participase á Escobedo lo que ha,




\.'


NACIONAL. 581


bia p&.sado con el Nuncio, procurando indagar sus inten-
ciones é informándose del pup.to á que las tramas habian
llegado.


"Entonces, de acuerdo ambos secretarios, formaron una
instruccion para dirigir al obispo de Padua en sus oficios á
fa vor del prínci pe .


• Con suma calma oyó el soberano al embajadpr del Santo
Padre, despidiéndole con palabras ,afectuosas, pero esqui-
vando todas las ocasiones de compromiso.


Impaciente D. Juan con la tardanza, aportó á Barcelona
con dos galeras, desatendiendo el precepto de su rey que
le lnandaba salir directamente desde Italia para los Países
Bajos sin tocar de modo alguno las costas españolas.


Pesar recibió Felipe de su de:50bediencia; pero disimu-
lando con su reser\'a habitual, recibiolo a.fablemente y oyó
con atencion sus pretensiones.


Dejóse para ocasion mas favorable el trato d,e su esta-
blecimiento c~mo infante de España; y tocando al punto
de la espedicion á Inglaterra, djjole terminanteme"!:lte el
rey, que si se acababa con felicidad la guerra de Flandes
y venían los est.ados e11" que saliesen por mar los soldados
estranjeros que ocupaban el territorio, holgaría que con
ellos le hiciese la prevenida jornada.


Animaba así Felipe al ambicioso jóven, quien, arregla-
do lo necesario para su empresa, partió en compañía de
Escobedo' para los Paises- Bajos.


Aunque penetrado de las inmensas dificultades que el
negocio le ofrecia, hubiera consentido el rey en casar á don
Juan de Austria con la desdichada reina de Escocia.


J María Stuard, prisionera á la sazon de su hermana Isa-
bel, mantenia una correspondencia activa. y secreta'con el




682 LA SOBERANIA


monarca espanol, jefe del catolicismo Europeo y enemIgo
implacable de la orgullo3a Inglat~rra~


Con el ausilio de los papistas oprimidos, ayudado de las
armas espirituales de Roma, esperaba Felipe II invadir con
sus tercios de Flandes el territorio inglés y rescatar en
Lóndres á la desgraciada cuanto imprudente María.


Su matrimonio con D. Juan resucitaba sus fundadas
pretensiones al trono de Enrique VIIl, y las fuerzas espa-
ñolas, echadas en la balanza de la guerra civil, hubieran
decidido irremisiblemente la cuestion á favor del catoli-
. CIsmo.


Neutralizado y sugeto el inquieto poder de los ingle-
ses, la marina española reinaba sin ri val en todos los ma-·
res; ·al paso que la reforma religiosa, perdiendo su mas fir-
me columna, iba á espirar abatida á los pié s del protector
de la antigua iglesia.


Así pues, si bien precipitaba sus proyectos el vehemen-
te anhelo de su hermano, obedecia tambien en este caso
el monarca español, al impulso de la fé católica y al interés
bien en tendido de sus miras.


El príncipe de Orange penetró pronto .el secreto de los
preparativos de D. Juan de Austria.


Conociendo que su prestigio y su valor podrían al cabo
afirmar la paz en las provincias fiam8ncas, cuya Íl'ritacion
iba á cesar en gran parte con la salida de los soldados es-
tranjeros; previendo que bajo cualquier desenlace de los
proyectos políticos del gabinete de :J.ladrid, quedaba com-·
prometida la suerte de Holanda, tratu de neutralizar con
su astucia la fortuna de su contrario.


.. .


. No consintiero~ los Estados la salida por mar de la gen-
te de guerra, y, falta de este apoyo, disipóse como el humo




NACiONAl. 583


la empresa que alimentaba los dorados sueños de don Juan.
Los bandos, las alteraciones renaCieron en los Países-


Bajos, al ver que pesaba sobre ellos la insufrible carga de
10s estranjeros aborrecidos que, no pudiendo J)a llevar su
inquieto ardor á la espedicion de Inglaterra, no debian tám·
poco, por razones de conveniencia pública y sobre todo por
la voluntad interesada de su jefe, derramarse por los domi-
nios pacíficos de Italia.


Despechado D. Juan con la pérdida de sus esperanzas
desvanecidas, volvió á anudar' de:-1de F~andes sus inteli-
gencias é intrigas con la córte de Roma.


Ya no se trataba de María Stuard; aspirábase á la man.o
de la. orgullosa Isabel.


Creia el Papa que una vez casada la poderosa reína eón
el jóven vencedor de Lepanto, el influjo de su marido bas-
taria á hacerla abjurar los errores de la reforma, atrayendo
á sus pueblos con su ejemplo é influjo á la antigua comu-
nion del apostolado romano.


Volvió á hablar el Nuncio á Antonio Perez de estos pro-
yectos y á interponer sus oficios con el rey: súpose enton-
ces que habia recibido D. Juan de Austria breves, bulas y
aun dinero de la Santa Sede para dar cima á sus planes; y
mientras tanto ni un despacho, ni una carta confidencial
habia avisado al monarca de los arriesgados tratos de~ am-
bicioso príncipe.


Sea que creyese realmente á Escobedo alma S guia de
los d8signios de D. Juan, sea que estuviese alarmada su
prevision, el secl'etario de Estado pintó con vivos coI(jres
al rey los perj uicios que alIado de su hermano podian cau'"
sal' hombres tan imprudentes y desleales como el que en-
ton ces era consejero de sus negocios.




584 LA SOBERANIA


Felipe II no queriendo romper decididamente con el
p!íncipe, y esperando llevar á buen puesto y con dulzura su
ambicion, encargó á Antonio Perez que le escribiese con-
tándole lo que pasaba y como si nada supiese el rey de sus
intentos.


Hízolo así, reprendiendo al propio tiempo á Escobedo
por la reserva que guardaba en asunto de tal cuantía .


. Tal vez iba en todo de acuerdo el secretario de Estado
con el monarca; tal vez por medio de un juego doble, de-
nunciaba al rey las intrigas de Do Juan al paso que lison-
jeaba la ambicion de aquel; pero es indudable que el prín-
cipe' cor.fiado en su eficacia, le envió en cifra varios de~pa­
chos para que procurase de cualquier manera impedir que
la gente de Flandes volviese á Italia segun lo acordado pÜf
el consejo; ofrecíale tambien considerables regalos, y aun
,dícese que fué aceptado alguno.


En sus respuestas, asegurábale 'Antonio Perez q ne ha-
cia oficios cerca del so berano para conseguir sus deseos; y
que los soldados entre tanto no salian como debieran de las
provincias de Flandes.


Con su habilidad acostumbrada, propaló el príllcipe de
Orange entre sus partidarios la noticia del casamiento de
D. Juan con la reina de Inglaterra.


Parecióle que con tal traza lograria desacreditar al c.a·
pitan enemigo y, perdiéndole en el ánirno del roey, conse *
guir que le quitase el gobierúo de los Países Bajos.


Así en Bs1e delicado asunto uníanse contra Felipe, para
favorecer el matrimonio de su hermano, el jefe del catoli-
cismo y el caudillo dé la reforma.


Esperaba el primer9 que por su medio volvería la" In-
glaterra al gremio de que se separó: aseguraba pública-




~AClO~AL • 585
. mente el segundo q ne por su mano se negociaba este casa-
miento que, al d~r á D. Juan de Austria el señorío .de los
Países-Bajos, afirmaba la exaltacioIl de la religion nueva;
acrecentando los privilegios, prerogativas y exenciones en
el gobierno y administracion de,j usticiaó


y no se limitó el príncipe de O!'ange á vanos rumores.
Escribió á Isabel, y segun se dijo con los mayores vi-


sos de fundamento, púsola en corr~s'pondencia con D. Juan;
cruzáronse cartas; vinieron y fueron regalos; los despachos
de Inglaterra llegaban á manos del flarrl(~nco directamente,
pasando luego á las de D. Juan de Austria, mientras que
por espías dobles recibia las copias Juan de Vargas Mexia,
embajador de España en París, enyiándolas luego directa-
n;tente ~l rey.


Pensaba FeHpe II en los medios de enmendar estas tra-
zas peligrosas, que daban ventaja á sus enemigos, compro-
metiendo la tranquilidad de sus reinos, cuando recibió
nuevas pruebas de la impaciente ambicio n de su hel'·
mano.


A yisaba Juan de Vargas ~lexia al secretario de Estado,
que algunas personas despachadas por el príncipe á París
aparecían en público algunos dias, en cumplimiento de las
comisiones de su encargo, y encerrándose des.pues secreta-
mente en el palacio del duque de Guisa mantenían largas
y misteriosas conferencias.


Súpose des pues que el objeto de estos viajes era una
confederacion entre los dos magnates, con nombre de de-
fensa de am has coronas y baj o bases desconocidas; pero el
vordadero fin de D. Juan de Austria era dejar la carga del
gobierno de Flandes, que cada vez se hacia más pesada y
espinos;I,) y conservar aquellos tercios veteranos para cuya




586 LA SOBERANIA
det'3llCion en los Países-Bajos no habia ya pretesto algu-
no, pero que convenia reservar para los no abandonados
planes de la empresa de Inglaterra.


El príncipe entre ta:r;lto escribía confidencialmente á An-
tonio Perez, manifestándole el sentimiento que le cab~ia si
perdiese sus antiguos soldados; y creyéndole en su inte~
rés, le instaba para alcanzar pronta realizacion de sus deo.
. .


slgnlos.
Aburrirlo en el gobierno de Flandes, anhelando un


puesto que lisonje-ase mas su sed de gloria y S1] ambicion,
deseaba dejar á cualquier precio aquellas provincias.


DecíaIe en una carta de 10 de f8brero de 1557: «Reso·
lutamr;nfe antes de queda¡" en aquel C1hí'/!() , si no es entre tanto
que se provee para dl, no habrá resolucion que no t0ril:e hasta
dejarlo todo) y mI? iré á la córte cuando menos ~e cata?'en~ aun-
que pienso ser cos~1:gado á sangre. '


y añade luego:
«Sacá'1d01ne de aqll'Í me librardn, cierto, de incurnr en caso


de desobedien~l~a, por no pasa?' por el de infam1·a.)
Luis de Escobedo no dejaba tampoco de manifestar en


sus cartas confidencia les al secretario de E~tado su disgus-
to y ~u impaciencia.


Escribíale el 3 de febrero de 1557.
«Tendria Do .• Juan por mas honrac1a cosa, jr como a"l::en-


tur6ro con seis mil infantes y dos mil caba]]os á Francia,
que el gobierno de Flandes. I


(Conservemos al que nos conserva y ayud~mos al señor
D. Juan donde le llevare el contento, y si fuesen menester,
él irá á ayudar á Jas trazas. ,\


«Habiéndose caido la empresa de Inglaterra. todo ha de
ser cansancio y muerte. »


\




NACIONAL. 587


Estas comunicaciones se disfrazaban en la secretaria de
Estado por el famoso Hernando de Escobar, clérigo hábil,
encargado de este servicio.


Enseñábaselas Antonio Perez al rey, esplicándole los
puntos que pudieran aparecer en confusion.


El enojo del soberano crecia contra Escobedo, autor ó
inetrumento de desaprobadas intrigas, que daban mano á
los estranjeros en los negocios de España.


El mal iba tomando tal fuerza que se hacia necesario
cortarlo de raíz para que no se propagase su contagio.


En este tiempo y con tan poco favorables circunstancias
llegó inesperadamente Luis de Escobedo á Santander y de
San tander á :Madrid.


Salió á recibirle, por mandato del rey, Antonio Perez,
con encargo especial de vigilar sus pasos y de averiguar
su conducta.


Aquellos dos hombres, hábiles y ambiciosos, comenza-
ron á observarse mútuamente, mientras Felipe II aguarda-
ba la confirmacion de sus sospechas para tomar una reso-
lucion que diese fin á las turbulencias que se temian.


Juntos frecuentemente en la córte y dándose recíproca-
mente testimonios de estimacion, parecia que la antigua
amistad de Perez y de Escobedo revivia con mas vigor des-
pues de la ausencia.


N o tenia el secretario de Estado un admirador mas en-
tusiasta' de su talento, ni el confidente de D. Juan de Aus-
tria defensor mas constante de su lealtad -y de sus principios.


Ambos, sin embargo, se con ocian sobradamente para no
entregarse desarmados en poder ageno, y ambos tenian
alto interés en conservar el tiempo que pudiesen sus bt¡e-
nas relaciones.


TOMO l.




588 LA SOBERANIA
Antonio Perez, mediador del rey y de su hermano) era


dueño de todos los secretos mas importantes de la monar-
quía, navegando con habilidad entre ambos escollos para
conservar su fortuna.


N o temia ciertamente, que, trabada la batalla, resistie-
se ni un momento D .• Juan de Austria á la omnip?tente vo-
luntad de Felipe 11; pero, teniendo en cuenta el paternal
cariño que el rey le profesaba, no se atrevia á declararse
abiertamen te contra sus proyectos, no fuese que, hacién-
dose blanco de su apasionado ódio, levantase al lado de su
privanza tan poderosa enemistad.


Luis de Escobedo, (1) por su parte, conocia bien la c6r·
te, y el favor de que gozaba Antonio Perez; sabia que po-
dria repetirse en perjuicio suyo el ejemplo de Juan de Soto,
y que su posicion y tal vez su vida dependia del uso que
hiciese el valido de las comunicaciones que, COTno prenda8,
conservaba en su poder.


A::;í ambos secretarios procuraban respetarse, sin salir
en ciertas conversaciones de los límites de la prudencia y
de la cortesía.


Pero, pasado algun tiempo, observó Escobedo con te·
mor cuan equívoca era su posicion .en :Madrid.


La libertad con que se habia quejado al rey desde Flan-
des en nombre de D. Juan, cuando se deshizo la empresa
de Inglaterra, la osteEtacion que habia hecho del favor del
príncipe y algunas pláticas imprudentes que tuvo con al-
tos personajes estranjeros al llegar á la córte, le habían ya·


(1) Algunos historiadores llaman Juan en vez de Luis al célebre secretario
de D. Juan de Austria, pero nosotros creemos mejor ser su nombre este últi-
mo, por algunos documentos que hemos tenido ocasion de inspeccionar y por_
que otros autores tambien lo denominan así.




NACION_~L. 589·
lido señalados desaires del soberano, desaires cuyo peljgro
y trascendencia conocía.


Al manifestar sus incertidumbres á Antonio Perez, ad-
virtió con asombro la reserva que éste guardaba, y com-
prendió que habia sido víctima de la doblez y astucia del
secretario de Estado.


A pesar de todas sus protestas, Escobedo empezó á sos-
pecbar y á precaverse.


Sabia que instaba D. Juan de Austria porque le despa-
cnasen, y sin embargo, poco habia adelantado en su comi-
SIOll.


Vióse entonces aislado y á merced del favorito.
Tratando en tal an~ustia de buscar un medio de salir


del peligro~o enredo en que se hallaba, púsose á obser-
var eautelosamente las intrigas que se cruzaban á su alre-
dedor y los personajes que figuraban en primera línea; fijó


. su atencion en los rumores que corrían acerca de la prin-
cesa de Eboli, seguro de hallar buen apoyo si adquiria
pruebas de la escandalosa intimidad del secretario de Es-
tado con la imprudente señora.


N o fué difícil la tal'f!a.
Luis de Escobedo habia servido anteriormente y por


muehos años f:t Ruy Gomez de Silva.
La casa de 1 a viuda estaba, pues, franca para su obser-
.


vaCIOn.


El marqués de Talavera y conde de Cifuentes pudieron
enterarle de muchas sospechas que empezaban á concebir
~obl'e aquellas relaciones.


Hecordó tambien la repugnancia con que habia consen-
tido Antonio Perez en el matrimonio que el príncipe de
Eboli le proponia con doña Juana de Coello, mujer sí, de




590 LA. SOBERANIA.


mas edad que el secretario, pero de alto linaje yescelentes
prendas: matrimonio que tenia una obligacion moral de
contraer, y en que habia mediado el mismo Escobedo por
órden de Ruy Gomez de Sil va.


Por otra parte, la apasionada familiaridad con que al-
guna vez trataba á la princesa y los regalos secretos que
por ambas partes se cruzaban, daban bastantes indicios de
los ocultos lazos que los unian.


En la casa misma de la de Eboli no faltaron damas y
criados que enterasen á D . .Luis de algunas conversaciones
secretas, de anécdotas escandalosas, producidas por el ca-
rácter violento de aquella señora, caprichosa y altiva.


Con estos datos y propias observaciones, pudo averiguar
. á fondo hasta qué punto ha bia llegado amistad tan insen-
sata.


Seguro ya de la certeza de sus sospechas, no tardó en
aquirir pruebas de cuantía que conservó cuidadosamente,
como impenetrable escudo contra las insidiosas asechanzas
del secretario de Estado.


Pero si bien habia obrado con habilidad en su conducta
de observacion, no tuvo don Luis suficiente prudencia pa-
ra guardar, hasta el momento oportuno, el secreto que
poseía.


Conociendo el valimiento de Antonio Perez y la influen-
cia de la favorita soore su régio amante, creyó que ame-
nazándoles á la vez subyugaría á sus intereses por medio
del terror á las personas mas importantes de la córte espa-
ñola.


Muy de ligero procedió en sus juicios.
El secretario de estado le aparentó nueva amistad y


confianza., tomando esteriormente parte en sus miras, fa-




NACIONAL. 591


voreciendo ostensiblemente sus proyectos, mientras se pre-
paraba á deshacerse de su peligroso enemigo. .


La princesa Je Eboli no se inmutó siq uiera por sus inti-
maciones, dándole por respuesta los mas irritantes desaires.


Confesando en su orgullo los arrebatos de su pasion,
dijo á Escobedo, que amaba mas un cabello de Antonio Perez
que loda la persona del rey, dándole permiso para referir es ~
tas palabras al poderoso soberano si bien le parecia.


y de nada bastó que, afectando un celo hipócrita, la re-
cordase las obligaciones que tenia á su difunto marido: la
princesa le demostró que adivinaba sus intenciones, y va-
nidosa hasta en los mornentos mas críticos, levantóse del
asiento que ocupába, marcándole con poco mesurada frase
la distancia que mediaba entre el escudero afortunado d'e
su padre y una dama de su gerarquia.


PasaLan los dias entretanto y repetia el embajador en
Paris sus revelaciones acerca de Los. manejos de don Juan
de Austria.


Comen tá baselas el secretario de estado al rey, encare-
ciéndole á cada instante la urgente necesidad de deshacer-
se del hombre que tan inconsiderada y pérfidamente acon-
sejaba al envanecido príncipe.


Recordábale las palabras imprudentes de Escobedo, re-
feríale las conversaciones y mostrábale las cartas en que
tan poco cautelosamente ha bIaba de su persona.


Resistíase Felipe á castigar con la muerte al consejero
de. ~u. he.rID.'u\(), 'O.\l1lC).\le \)\.1.~~'O.b'C\. \."\n.a, \;ra,'La. -pa:ra. a.\eja.--rl.0 u.e


. .


su serVICIO.
Pero tales eran las pruebas de traicion que presentaba


Antonio Perez, tales las comunicaciones de don Juan, que
el monarca prometió ocuparse séri::tmente del asunto.




592 LA. SOBERANIA


y mientras tanto, confiado Escobedo en la peligrosa
importancia del secreto que guardaba, cuidábase menos
que debiera de su rey, hablaba con menosprecio de la
princesa, lanzaba algunos sarcasmos punzantes contra el
secretario enamorado, y exigia un despacho pronto y sa-·
tisfactorio de sus pretensiones.


Aquellos dos amigos tan íntimos, unidos en público,
aguardaban con impaciencia una ocasion de peruerse sin
arrriesgar la propia fortuna, ocultándose poco en su trato
secreto, el ódio profl1 ~do qu~ les animaba.


Estado tan violento no podia durar mucho y la ocasion
vino á favorecer á Antonio Perez.


Pasóle el rey una consulta del secretario delegado so-
bre la pretension que Escobedo tenia de que se fortificase
la P6ña de Mogro junto á Santander, y se le diese la te-
nencia de ella.


Al espresar su parecer sobre aquella cuestion, mostró
Perez al monarca el atrevimiento de su desatentado rival:
recordóle minuciosamente las tentativas de Escobedo para
la empresa de Inglaterra: díjole que públicamente se ala-
baba de alcau:lar su fin en aq ue] la espedicion, colocando á
don Juan en el trono y reservándole el puesto mas aventa-
jado entre los señores del pais; trájole á la memoria sus
:lntiguas palabras antes de partir para Flandes, cuando
aseguraba, que siendo dueño de la Inglaterra se podrian
alzar con España solo con tener la entrada de Santander y
de s·~ ca&tillo con un fuerte en la peña de Mogro; alegan-
do para esto, que cuando se perdió la nacion española, des-
de las montañas se recobró.


La pretension, pues, de Luis de Escobo era un acto de
sedicion manifiesta que era necesario castigar pronto y se·




NACIO~AL. 593
veramente para evitar turbulencias sucesivas en daño y
perjuicio de los reinos.


Pareció á Felipe II que, en vista de los antecedentes
referidos y de los recientes despachos de don Juan, en que
pedia tan solo dinero y su secretario, teniendo en cuenta
la opinion razonada de Antonio Perez, se consultase á
don Pedro Fajardo, marqués de los Velez, del consejo de
estado v mayordomo mayor de la reina doña Ana.


'" "" ct,!


Era este respetable caballero, entusiasta admirador y
amigoparticul~I' del sagaz ministro.


Sin gran fondo de instruccion ni de talento, sin profun-
da esperiencia de la córte, aunque con antiguos servicios
en la guerra, cedia el poderoso marqués al impulso que
Antonio Perez le comunicaba.


Ni le habia servido de poco su amistad para llegar al
encumbrado puesto en que se veia, ni dejaban de <1gradar-
le las lisonjeras y poco comunes atenciones del orgulloso
valido.


Así en casi todos los negocios de aJgun valor, seguia
la senda de un ingénio superior al suyo, creyendo obede~
cer sin embargo á sus propias inspiraciones.


Cuando se reunieron á conferenciar, llevó Antonio Pe-
rez los papeles odginales y recapituló en un estenso y bien
razonado informe las culpas que, no sin razon, achacaba á
Lnis de Escobedo.


Co:q.taba detallada y claramente las tramas que ee traían
desde Italia p::lra el beneficio de don Juan de Austria, sin
co:nunicacion ni noticia del soberano; las conferencias con
el nnncio, los oficios hechos por Su Santidad para realizar
la empresa de Inglaterra, las .negociaciones en Roma, el
sentimiento de desesperacion que se apoderó del alma del




594 LA SOBEnANIA


principe al ver deshechas sus esperanzas; sus cartas vio-
lentas y sus intrigas en Francia con el duque de Guisa:
imputaba todas estas faltas á Escobedo, pareciéndole que
si se le dejaba correr mas tiempo al lado de don Juan, po-
dia temerse que, al par de la perdicion del príncipe, causa·
se sérios alborotos y perturbaciones en la quietud de la mo·
narquía.


Varios caminos se presentaron para conjurar estos
!!lales.


Podíase vol ver á despachar á Flandes al secretario Esco~
bedo, pero en su carácter, en sus intenciones, en el estado
peligroso de sus proyectos planteados, hubiera sido indis-
culpable semejante indiscrecion.


Entretenerle mientras acababa don Juan con el cargo
de su gobierno, ni era fácil, porque era hábil en demasía,
ni hacedero porque reclamaba el príncipe su vuelta.


Tal vez lo mas sencillo y natural era formarle causa
entregándolo á los tribunales, pero temíase que al saber don
Juan de Austria el motivo particular de su prision, ó sos-
pechándolo si no se lo dijesen, pensase que habian de llegar
hasta su persona las consecuencias de aquel juicio, arro-
jándose á formar una resolucion desesperada que diese alto
escándalo á la Europa.


Siendo inadmisibles estos medios, juzgaba Antonio Pe-
rez~ y seguia su opinion el marqués, que solo quedaba un
recurso para salir de tal embarazo; la muerte de Escobedo
por tósigo ó por puñal, guardando el mayor tiento en su
ejecucion, para que la creyese don Juan hija de una ven-
ganza particular ó de una ofensa privada.


Vaciló un poco el rey; parecíale desproporcionada la
pena, pero'despues de oir de los labios del marqués de los




NACIONAL 595
'Velez que, aun con el sacramento en la boca votaria la
muerte de Luis de Escobedo, decidióse al fin á decretarla,
dando á Antonio Perez el cargo de la ejecucion.


El secretario de estado alcanzaba de este modo la vic-
toria que apetecia; pero profundamente hábil en el arte del
disimulo, platicó y paseó familiarmente algunos dias con
Escobedo, preparando los medios de acabarle sin escitar
la sospecha mas ligera en la imaginacion de su descon-
fiado eneGligo.


Decidióse á envenenarle en la mesa, pues Luis de Es-
cobedo comia con la mayor frecuencia en su casa, y uno
de sus pajes llamado Antonio Henriquez, por intervencion
de Antonio Martinez su mayordomo, se ofreció á ser ins-
trumento del alevoso asesinato.


Partió con este objeto á buscar en Múrcia unas yerbas
emponzoñadas que, en ensayos diferentes, no surtieron
efecto alguno; pero en cambio proporcionóle cierto boticario
un agua,sin sabor, propia para confundirse en las bebidas.


Convidó Antonio Perez á Escobed~ á su casa de campo,
y en medio de la animacion de las pláticas mas delicadas,
sin perder el apetito, ni turbarse un solo instante, cuidaba
desde su asiento que mezclasen con el vino porcion del
maléfico licor.


Pero tampoco esta vez hizo brecha el vene~o en la ro-
busta constitucion de su enemigo, á quien preparó otro
magnífico convite en Madrid y ensu casa junto á San Justo.


Asistieron á él muchas mojeres; y mientras que ser-
vian los platos, echaba Antonio Henriquez cantidad de
polvos minerales en la escudilla de Escobedo.


Retiróse enfermo á su casa sin sospechar siquiera el
OTígen de su mal; y mientras que guardaba un régimen


TOllO l.




596 LA SOBERANIA
de dieta, hizo amistad con su cocinero un pícaro ó galopin
de la cocina del rey, llamado Juan Hubío; hombre de alto
nacimiento y que habia adoptado tan ruin oficio para ocul-
tar sus crímenes y la muerte reciente que habia dado á un
clérigo de Cuenca.


Aprovechándose de un momento de abandono,. y segu-
ro de que nadie le veía, echó unos polvos que le habia da-
do Diego ~lartinez en la olla preparada para Escobedo;
pero estrañando al comerla el gusto desagradable que le·


'repugnó, hallóse que tenia tósigo.
Las sospechas recayeron sobre una esclava que asistía


á la cocina; prendiéronla, y al cabo de escaso tiempo, sin
formalid~~es y sin pruebas, la aho:-caron en la plaza de
l\Iadrid.


Cansado de usar sin fruto débiles venenos, determinó
Antonio Perez que le matasen de noche con pistolete, esto-
que ó ballf!stiUa: partió Henriquez para Barcelona á buscar
un medio hermano que le ayudase á la muerte; y en tanto
avisó Diego l\lartinez al aragonés Juan de l\lexia, que trajo
consigo otro hombre de torvo aspecto llamado Insuati.


Reunidos en junta, concertaron los asesinos los medios
de consumar su crímen, pareciéndoles mejor un estoque
que una ballesta.


Antonio Perez, dejando este asunto arreglado y en vía
de ejecucion, partió á pasar la Semana Santa en Alcalá de
Henares.


Rondaban, segun lo concortado, por la plaza de San-
tiago todas las tardes al anochecer, Miguel Bosque, Juan
R,ll bio é Insuati, encargados de ejecutar la muerte de Es-
cobado y aguardando á su paso una ocasion oportuna: que-
dando algo atrás, y para prestarles auxilio, si necesario




NACIONAL. 597
fuese, Juan de ~1exia, Antonio Henriquez y Diego Martinez


En algunos dias, sea por el contínuo tránsito de gente,
sea por venir la víQtima acompañada, no pudo verificarse
el delito.


Al fin del segundo dia de Pascua de Resurreccion, 31
de marzo de 1578, á las siete de la noche, apareció descui-
dado Escobedo; echáronse los asesinos sobre él, y metién-
dole el estoque de ancha canal, matóle Insuati de una sola
~


herida.
Esparcióse instantáneamente la noticia de la muerte, y


la gente corria y las puertas se cerraban.
Las calles quedaron desiertas, y los delincuentes á fa-


vor de la confnsion y de la oscuridad pudieron alcanzar en
sus casas un asilo.


Como precisamente el asesinato se cometió frente al
palacio de la princesa, y Felipe á aquella hora estaba de
visita en casa de su amada, al primer grito ~e asomaron
ambos al balcon y pudieron presenciar aquel crímen que
de su órden se ejecutaba.


Partió aquella misma noche Juan Rubio para Alcalá de
Henares, á dar cuenta á Antonio Perez del resultado: hol~·
góse mucho de que ninguno estuviese preso; mandóle que
fuese á Madrid á esperar sus órdenes, y dióle á entender
que el rey se alegraría muchísimo de la muerte de Escobe-
do, pues de su órden se habia hecho.


Repartió el mayordomo cien escudos á cada uno de los
asesinos, encargándoles la mayor cautela en' sus palabras.


Dló además á Antonio Henriquez cédula y cart~ de
veinte escudos de oro de entretenimiento al mes, para Ná.-
poles, con nombramiento de alferez: igual grado y el mismo
sueldo á Insnati, con destino á Sicilia: los mismos emo-




5gS LA SOBERANIA


lumentos y la misma categoría á Juan Rubio, para Milan.
Estas cédulas y cartas son todas de 19 de abril de 1758,


firmadas por el rey, y refrendadas por Antonio Pereza
Están escritas de mano de Bernando de Escobar y para


que no se enterasen los oficiales de la secretaria, no se senta-
ron en los libros generales del registro; se apuntaron en
un pliego aparte y trasladáronse luego sus partidas al cua-
derno de las datas de entretenimipntos.


Libre del cuidado que Escobedo le inspiraba, dedicó se
el secretario de estado con nuevo ardor á los asuntos públi-
cos y á la satisfaccion de sus pasiones.


No escaseaba las entradas á deshora en casa de la prin-
cesa de Eboli, como si 110 tuviesen ojos, despues de ht
muerte de su principal enemigo, sus demás rivales pala-
cIegos.


El confidente de don Juan de Austria, mas bien que á
su deslealtad hácia el rey, debió su trágico fin á la sobra-
da intervencion que tomó en las relaciones amorosas de
Antonio Pereza


Si al menos hubiese tenido la cordura del silencio, hu-
biese conservado la vida mientras llegaba la hora de des·-
moronar la fortuna del privado; pero hacieudo inoportuno
alarde de sus fuerzas, asentó la p?evision enseñándole á
cada instante la espada suspeDdida de un cabello sobre su.
frente.


Era una lucha implacable la que se preparaba, pero
Perez, mas hábil que su contrario, dió juntos el aUlago con
el golpe.


Uniendo las exigencias del interés público con la sa-·
tisfaccion de su seguridad, quiso ennoblecer y garantizar
su asesinato con el color de justa ejecucion.




NACIONAL. 599
Decidida la muerte de Escobedo, encargóse de llevarla á


cabo, derramando la sangre de su enemigo sin escrúpulo
ni pena, porque en su juicio valía tanto la conveniencia
como la ,moral.


Al dar la órden de matar- á Escobedo, no obró Felipe
impulsado por sentimientos de ódio ni de utilidad propia.


Muy inclinado á repetir la destitucion de Soto, cedió
sin em bargo á las interesadas exigencias de su astuto se-
cretario.


:Mucho se le ha culpado por esta resolucion; pero en las
idea.s de la época no se miraba como crímen la muerte de
un hombre, cuando el monarca la decretaba.


¡Qué tiempos tan felices!
Segun los principios de las antiguas monarquías abso-


lutas, la fuente de la. justicia está inmediatameD:te en el
re-y: los tribunales son meros delegados que espresan su
voluntad, y las fOI'lllaS judiciales sirven únicamente para
ilustrar al juez, pero no para encadenar al monarca.


Las muertes secretas ordenadas por los soberanos eran
en aquellos tiempos frecuentísimas en Europa; los reyes
tenian el derecho de juzgar á su arbitrio, siempre que qui-
siesen adminis tra1' la justicia por juicio propio.


Así ha podido decir el ilustre Perez, que la muerte de
su enemigo «era una accion de que le J¿acia un deber el cócU-
gó absoluto de la obediencia al ?-ey.})


Así Fr. Diego de Chaves, confesor del monarca, ha po-
dido escribir como legista y como sacerdote: <<.Seg'un lo que
)yo entiendo de las tey'!s, el príncipe seglar, que tiene poder
;>sobre la vida de S!.lS s1zbdúos y 'vasallos, como se la pueda quitar'
»por fusta causa y por juicio formado, lo puede l¿acer: sin él,
»teniendo testigos, pues la órden en lo demás, y lela de los iui-




600 LA SOBERANIA
}>cws es nada por SltS leyes, en las cuales el mismo puede dis-
»pensar; y citando él ten.(jrt alguna cl,-lpa en procede,' sin órden,
,)no la tiene el vasallo qU/1 por su' mandado matase á otro, que
»(ambien fuese vasallo suyo, porque se ha de pensar que lo man-
» da con fusta causa como el derechu presume que la hay en 10-
»das las accionzs del príncipe supremo; y s,: no /wy culpa, no
»puede haber pena ni cast(qo.


Así, Felipe creyó hasta el último momento de su vida,
que había usado de un derecho real, al ordenar la muerte
secreta de Escobedo como la de tantos otros, si bien abri-
gó luego alguna duda sobre la exactitud de las relaciones
de su secretario de Estado.


Si la princesa de Eboli no tomó parte en el desgraciado
fin de Escobedo, fuerza es confesar, que la acusan sobrado
las apariencias.


Si no incitó á Antonio Perez, alimentó al menos, mas
bien que apaciguó, los conatos de su maquiavélica vengan-
za; y tal vez tuvo n1as influjo del que debiera cerca de Fe-
lipe Ir para exagerarle las desleales con versaciones que el
secretario de D. Juan se permitia.


Por otra parte, la favorita arrie~gaha su porvenir si se
descubria su secreto, y en la violencia de sus pasion~s y
en el ódio profundo que á Escobedo profesaba, no es
<;reible que hubiese d~jado de contribuir con su poder á un
resultado que calmaba su temor, al par que saciaba sus re-
sentimientos.


Pero si por el pronto pareció ventajosa la posici0n del
secretario de Estado, sin ri vales ni enemigos, la propia im ~
prudencia de sus anteeedentes y su desatentado orgullo ha-
bían de traerle al fin á la si tuacion que evitaba; y tal vez
la muerte de Escobedo, que prometia alejar por algun tiem-




NACIONAL. 601


po los peligros de AntonÍo Perez, precipitó por contra.rios
medios, su estraordinaria caida.


Despertóse la curiosidad pública ce>n el asesinato de
Escobedo.


La alta diguidad en que estaba aquel constituido y su
fin trágico y misterioso, escitaban las sospechas de los cor-
tesanos, espantando la imaginacion del vulgo.


La familia del muerto procuró averiguar las ca usas que
pudieron preparar crímen semejante, y analizóse punto
por punto la vida del secretario de D. Juan, desde que por
su comision última hahia venido á :Madrid. Sin otros nego-
cios que los de su ambicion, no parecia que pudiese ser re-
sentimienlo de amores la veng~nza de sus enemigos.


Todas las sospechas recayeron inmediatamente sobre
Antonio Perez y la princesa: recordáronse los sarcasmos y
livianas frases con que habia hablado Escobedo de aquellas
escandalosas relacioIles: contáronse á profusion curiosos
lances ocurridos en casa de la favorita, y hablábase públi-
camente de las amenazas que habia. murmurado delante de
sus damas y escuderos, en los arrebatos de su furor.


La opinion, con gran acierto, señaló reos á estos dos
personajes del delito cometido, mas su alta posicion y el
favor del monarca entibiaron el celo de los acusadores.


Pero entre tanto la m uj el' é hij o de Luis de Esco bedo
acudieron al rey á pedir justicia; añadiendo en la deman-
da que· Antonio Perez habia sido el autor del asesinato, por
órden y satis.faccion de la princesa de Eboli.


Recibió Felipe al hijo mayor del muerto y supo de su~
labios lo que hablaba su padre de la familiaridad que unia
al secretario de estado con la viuda de Ruy Gomez.


Nadie se habia atrevido hasta 'entonces á tocar tan de-




602 LA SOBERANIA
licada cuestion, pero una vez tocada, no admÍtia reparo, ni
compostura, la brecha estaba abierta á la fortuna de Perez.


Todos los cortesanos !'i vales, todos los envidiosos de su
puesto, los poderosos enemigos que habia labrado su alti-
vez y su imprudencia, se agruparon en torno de Pedro Es-
cobedo para sostener su ánimo en la desigual contienda
que emprendia.


Afectado como quedó el rey al reconocer el infame enga-
ño de que habia sido víctima, no aparentó darle valor algu-
no, proponiéndose averiguar la verdad, sin alarmar con la
mas ligera indiscrecion la suspicacia del Secretario.


Así, contra su primer propósito, dejó correr fácilmente
la querella y recibió, aunque sin darles curso, todos los
memoriales.


Antonio Perez no alcanzaba á comprender semejante
conducta: parecíale que si hubiese sabido el monarca sus
peligrosas relaciones, un castigo espantoso é inmediato
fuera la consecuencia de tan terrible descubrimiento.


Suplicaba al rey pusiese fin á las persecuciones sordas
que se multiplicaban á su alrededor, pero sin conseguir
otra respuesta que contestaciones evasivas.


«De esto me vienen cadadia pesadumbres (decíale Perez
en un billete de 12 de febrero de 1579): y no conviene andar
tanto tiempo así estas cosas, ni que á mí acaben~ si no hay
algun secreto para que conven~a del servicio de V. ~1. que
si para esto conviene, otras formas habrá mejores y á me-
nos costa de V. ~1. Y mia.~)


Respondióle el rey al márgen:
({Creed por cierto que lo que deseo poder ir, es por este


negocio ... espero que esto no pasará adelante; y entretanto
que voy, vos traed cuidado de vos. '»




NAC1O~AL. 603
Aguardaba Felipe pruebas palpables de la culpabilidad


de su secretario: á pesar de su conocimiento del mundo,
costábale creer tan insensata perfidia; y mientras tanto,
aq uel estado de espectacion alarmaba á la princesa, impa-
cientaba á los acusadores, y asustaba á Antonio Perez el
abandono de los cortesanos anuncios seguros del peligro de
su fortuna.


Propuso en tal estado al rey una resolucion aventurada.
Entregando á justicia la demanda sobre la muerte de


Escobedo, en lo que á él concernía, y reservando cuanto po ..
dia rozar¡:::e con la princesa de Eboli, en ateijcion á interve-
nir el honor de una señora, se desataba eL nudo que tantas
y tan diversas emociones escitaba.


Por lo demás, el resultado no podia ser dudoso: el pre-
sunto reo estaba en Alcalá de Henares al tiempo que se
cometió el crímen: ninguno de los matadores habia sido
aprehendido, y por tanto no tenia la parte contraria género
alguno de prueba.


Pero su causa tenia un poderoso protector en la persona
de Mateo Vazquez, antiguo secretario del rey y enemigo
implacable de Antonio Perez: solicitando al monarca y no
abandonando la acasacion, ofreció presentar pruebas de la
traicion del valido.


Mientras mas tiempo pasaba, mas confianza tenian los
querellantes; y Felipe, que no entendia precipitar el a&unto
mientras dudase de la lealtad de su secretario, mandóle
dar cuenta del estado del negocio á D. Antonio de Pazo,
presidente del consejo de Castilla.


Mucho ganaba Antonio Perez con esta resolueion., "Q()l'-
que el presidente era su amigo y pudo probárselo en el dis-
curso de sus prisiones.


TOMO l. 85




604 LA SOBERANIA
Con la autoridad que le daban su edad y su gerarquía,


habló á Pedro de Escobedo, asegurándole en nombre del
rey que estaba dispuesto á hacer justicia cumplida, sin es-
cepcion de persona, ni de lugar, ni de sexo, ni de estado;
pero advirtiéndole que considerase bien la demanda que
entablaba, porque si no tenia probanzas bastantes, la ofen-
sa que hacia á tan aItas personas pudiera traerle graves y
calificadas consecuencias.


No alcanzando mas recursos que sus sospechas, re-
flexionó el mozo con temor y dió su palabra por sí, por su
hermano, y por su madre, de no hablar mas de esta muer-
te, ni contra la una ni contra el otro.


Faltaba asegurarse de :Mateo Vazquez, cuyo vengativo
celo daba impulso á la acusacion, y el Presidente, en COll-
versacion secreta, le aconsejó mas mesura en sus oficios,
porque no teniendo deudo ni obligacion al muerto, se ha-
cia muy sospechosa su solicitud.


Calmóse con esto, temporalmente, la irritacion de los
ánimos contra el secretario de estado: alejábase un p')co la
tormenta y libre de contínuas peticiones, podia el monar-
ca observar mas de cerca á su desventurado valido.


Aunque sin suponer al rey inquieto ni preocupado en
sus amores, guardaba Antonio Perez mayor circunspeccioa
en aquellos dias.


Eran menos frecuentes sus entradas en casa de la prin-
cesa, y cási siempre lo hacia acompañado de alguna perso-
na que no pudiese inducir sospechas por su carácter.


Aprovechándose de la tregua pasajera que le d(~aba al
parecer la enemistad de sus contrarios, solicitaba del sobe-
rano el permiso de retirarse de la córte, apartando su per-
50na del choque contínuo de la envidia palaciega.




NACIONAL. 605
N o convenia esta resolucion al rey.
Si inocente de la sospecha de traicion, el secretario de-


bia humillar á sus enemigos con el espectáculo de su sólida
privanza: si delincuente y desleal, su crímen no admitia
ni blandura, ni merced.


Así, á cada nueva instancia, á cada dimision nueva,
asegurábale Felipe la confianza que tenia en sus servicios
y en su amistad .
..


La posicion de Antonio Perez se iba haci~ndo insopor-
table: sabia los manejos de sus rivales y envidiosos, no le
era dado sin embargo contenerlos con el castigo: conocía
q ne alimentaba el rey algun propósito secreto, y no podia
prevenirlo ni penetrarlo.


Por aquel tiernpo escribió Felipe II a10ardenal de To-
ledo, D. Gaspar de Quil'oga, para que en su nombre pidie-
se á la princesa de Eboli que sosegase al secretario de
estado, prometiéndole entrambos mercedes, honores y
distinciones en abundancia porque no dejase su servicio.


Proponíase con esto juntarlos en secreta conferencia,
ya q11e esquivaban las ocasiones de verse como antes se
veian, pensando con razon que el disimulo de dos personas
que se aman, no podría resistir á semejante prueba.


Cayó Antonio Perez en el lazo, ayudado por la vehe-
mente pasion de la temeraria señora.


Parecióles la peticion del rey la demostracion mas con-
cluyente' de su ignorancia, y parte por esta consideracion,
parte por la ceguedad de los deseos, volvieron á entregarse
sin recato á sus peligrosos placeres.


y mientras tanto, buscando la conviccion y preparan-
do su venganza, aguardaba el rey con suma paciencia la
ocasion de su justicia.




606 LA SOBEHANÍA


Enfermo de graves males, ausent6se en aquellos mo·
mentos de la c6rte el marqués de los Velez.


Sus servicios, su grandeza, ~u valor, sus bienes de for-
tuna le daban jnfluencia entre los cortesanos, y su lealtad
le proporcionaba la benevolencia del monarca .


. Mucho pesó su partida á Antonio Perez, porque era de
las mas fuert.es áncoras que podia guardar para cuando ar·
reciare la tormenta.


Debíale favores el marqués y conocíale bastante para
saber qua serian pagados con usura.


l\1nrió en el camino de sus estados y su muerte fué una
verdadera pérdida para su inquieto y amenazado ene-
mIgo.


Al considerar las enigmática~ palabras del soberano y
,


la frialdad que manifestaba hácia la princesa, tuvo mas
de una vez Antonio Perez la ocasion de meditar sobre su
vjda.


Recordaba la altura á que habia llegado su favor y su
posicion en la c6rte; pensaba en el poder qt:e quizás iba á
abandonar para siempre, y en la desatentada pasíon que le
ha.bia hecho reo de crímenes, cuya expiacion se acercaba.


Si tuvo voluntad de cortar aquellas relaciones, cuyas
cadenas habian de ahogarle al fin, 6 no pudo 6 no supo ve-
rifiear sus proyectos.


N o era posible tampoco abandonar á la princesa: bella
amante y caprichosa, ejercia alta in:lnencia sobre su áni-
mo: temeraria y alti va, consentía en perderlo todo y en mo-
rir antes que sacrificar sus pasiones ..


Así, conociendo el riesgo y sin fuerzas para huirlo, el
secretario de estado se contentaba con dar parte de sus te-
mores á su dama.




~AClONAL. 607


y corno empezasen de nuevo sus enemigos á dar im-
pulso á la acnsacion, y como en lugar de Pedro de Esco-
bedo buscasen otro deudo mas firme, si bien mas lejano,
para proseguir la querella, redobló Antonio Perez sus ins-
tancias de retirarse, con tal solicitud, vehemencia tanta,
que el rey afirmó mas sus sospechas anteriores.


No se descuidaba :Mateo Vazquez en estender cuanto
podia sus observaciones acerca de la princesa.


Hacíase ya conversacion pública en ~Madrid de sus aID.O-
rosas relaciones; contábanse los regalos de reposteros y ca-
mas de tela de oro que habian recibido y regalado: sabíase
que Antonio Perez tenia un aposento en la casa de las co-
medias á donde la llevaba sin otra compañía.


Llegaron estos rumores á oidos de la princesa, que pa-
gaba con el desprecio mas profundo las hablillas de la c6r-
te, oponiendo á la mnrmuracion el desden, y á las ame-
nazas el orgullo.


Pero subió el escándalo al punto de escuchar insultan-
tes observaciones de sus dependientes y palabras irrespetuo-
sas de sus criados; y ofendida en su altivez, y aislada en
su azarosa posicion, y perdido el afecto del rey, que ni aun
la yisitaba ya, y decaida del alto rango en que por tantos
años se habia visto, resolvió jugar el todo por el todo y ar"
riesgar en un golpe de dado su fortuna.


Sin pararse en los términos, ni calcular su resultado,
escribió una estensa ~arta al lTIOnarCa, HeDa de sentidas
quej:1s, para pedir satisfaccion 4e los contínuos disgustos
que recibia.


Hé aquí su principio:
«Señor:


»Por haber mandado V. M:. al cardenal de Toledo que




608 LA SOBERAN (A
»me hablase en estas cosas que han pasado de Antonio Pe-
»rez, para que yo procurase reducirle, he entendido yo y
»tratado de ello muy diferentemente de lo que ontendia;
»pues quedar un hombre inocente despues de muchas per-
);,secuciones, sin honra ni sosiego, no era cosa que á ello
l)podia estar bien, ni nadie con razon persuadírselo: mas
»todo lo puede el servicio de V. M.


»Bien se acordará V. M. que le hd dicho en algun pa-
]) pello que habia entendido que decían :Mateo Vazquez y
»los suyos, que perdian la gracia de V. M. los que entra-
»ban en mi casa.


»Despues de esto he sabido que han pasado mas ade-
j)lante, como á decir, que Antonio Perez mató á Escobedo
»por mi respeto, y él tiene tales obligaciones á mi casa,
»que cuando yo se lo pidiera estuviera obligado á hacerlo.


»Y habiendo llegado esta. gente á tal y estendídose á
]) tanto su atrevimiento y desvergüenza, está V. M. como
»rey caballero obligado á que la clemostracion de esto, sea
»tal que se sepa y llegue, á donde ha llegado lo primero.


»Y si V. 1\1. no lo entendiere así, y q uisiere aun que la
»autoridad se pierda en esta casa, como la hacienda de
»mis abuelos y la gracia tan merecida del príncipe, y que
~sean estas las mercedes y recompensas de lo~ servicios,
»con haber dicho yo esto me habré descargado con V. M. de
»la satisfaccion que debo á quien soy.


»Y suplico á V. M. me vuelva este papel, pues lo que
»he dicho en él es, como á caballero y en confianza de tal,
»yen sentimiento de tal ofensa.»


En el discurso de la carta habla tambien de un pleito
que mantiene en nombre de sus hijos, y dice, quejándose
de su estado: (Iaunq ue en esto se ha usado de buen go-




NACIONAL. 609
bierno con otros, soy yo tan mohina c~n V. M. Y ba toma~
do de manera tal el desfavorecerme, que la razon y'ue dá el
presidente, es decir que el no hacerse conmigo lo mismo, es
porque V. M. lo quiere así.»


Pero ni las quejas, ni las amarguras, ni las poco respe-
tuosas exigencias de su antigua favorita, hicieron impre-
sion en el ánimo del rey.


Resuelto á hacer justicia y á vengar su buena fé enga-
ñada, ordenó á fray Diego de Chaves, su confesor, bablase
á la princesa para que declarase los fundamentos de su
queja: la altiva dama citó como testigo bastante al sobera-
no, que sabia la verdad; pero escuchando mayores consejos,
indicó al cardenal Quiroga y al maestro fray Hcrnando del
Castillo, predicador del rey.


Entonces, para quedar libre entre tantas intrigas, para
acabar de una vez con los dos bandos que dividian secreta-
mente la córte, resolvió el monarca reconciliar á Mateo
Vazquez con la princesa de Eboli, reservándose su accion
para en adelante como á sus intentos cumpliese.


Encargado tambien de esta negociacion, vió el confesor
estrellarse sus esfuerzos en la altivez de la princesa, que
respondia: « Ya he satisfecho y el re,y lo sabe: 7w:Ja S. JÍ. lo
que bien 1)isto le sea: las quejas justas ó infustas no tienen otra
pena de su natural sino r,¡uetlar5e sin satisfaccion. .lvo ir.á 1m:
persona para andar en trato de amistades con persona tal, ni lo
sufre la ofensa de que se trata.,)


Conocia harto bien Felipe II el carácter de la orgullosa
señora para saber que era loco empeño el violentar su vo-
luntad.


Queriendo, sin embargo, acabar á toda costa aquenas
enemistades que daban pábulo á las hablillas del vulgo,




610 LA. SOBER.\.N ÍA


mezclando el nombre del rey, intentó reconciliar á :Mateo
Vazquez con Antonio Perez, sabiendo que así le perdonaría
mas fácilmente la princesa.


1 Además de las recien~es murmuraciones y de la parte
que tomaba en su acusacion, tenia contra su compañero
otro motivo de resentimiento el secretario de Estado.


Al enviarle en el Escorial el despacho del dia, introdujo
un anónimo ofensivo á la nobleza de su casa: la letra estaba
tan poco, disimulada, que fácilmente fué conocida hasta
por el rey, q ne tomó mucho pesar en ello.


Pretendía le matar Antonio Perez; pero Felipe, apelando,
á su cordura y discrecion, le prohibió dar mas escándalo
sobre aquellas enemistades.


Su intencion era castigar severamente á Mateo Vaz-
quez, teniendo la mano en los asuntos de la princesa, has-
ta que la evidencia le convenciese de la villanía y traicion
con que había sido engañado en sus amores.


No tardó mucho.
Aunque completamente separado de su antigua favori-


ta é inflexible en la aparente indiferencia que habia suce-
dido á tanto amor, no habia logrado 61 monarca triunfar
completamente de los sentimientos que le habia inspirado
la princesa.


Conteníase con la mayor calma en público; pero en se-
creto se lamentaba y sufria.


Algunas noches salia solo por una puerta escusada de
palacio á rondar la calle de la Almudena, por si podia
sorprender el secreto de las relaciones de su secretario.


En una de estas escursiones pudo convencerse por sus
ojos de la perfidia y doblez de su valido y de su dama.


Luchando con mil afectos, ofendido en su amor propio




NACIONAL. 611


de hombre, en sus sentimientos de amante, en sus favores
de rey, tuvo, sin embargo, suficiente voluntad para conte-
ner su enojo: resolvió el castigo, pero sin entregar á las
hablillas su reputacion, sin comprometer con un escándalo
la tranquilidad de la monarquía ..


Encerrado al amanecer en su aposento, llland6 llamar á
fray DiegQ de Chaves que habia intervenido en todas
aquéllas neg~ciaciones: informóse del estado en que se ha-
llaba el trato de reconeiliacion entre Antonio Perez y Ma-
teo Vazquez, y haciel.ldo subir al conde de Barajas, mayor_
domo mayor de la reina por muerte del marqués de los
Vel-ez, comunicóles su resolucion, encargándoles la invio-
laLilidad del secreto.


El día 28 de julio de 1579, á las once de la noche,
prendió el alcalde Al varo García de Toledo al secretario de
Estado: en el mismo instante tluedaba presa ]a princesa de
Eboli.


y á aquella hora, acompañado de su ayuda de Cám.ara,
Sebastian de Santoyo, estuvo el rey en Santa 1iaría, en-
frente de la casa misma, inmóvil en la sombra de un por-
tal disimulado, presenciando cómo se llevaba á efecto la
ejecucion: vuelto luego á palacio, mantú vose paseando en
su gabinete hasta las cinco de la ma,ñana, en que abrió el
balcon para calmar con el fresco de la madrugada el ardor
de sus sienes y la alteracion de su ánimo.


Sentándose luego á escribir, despachó cartas para algu-
nos grandes de Castilla, singularmen te para los duques del
Infantado y de Medina Sidonia; deudo el primero y yerno
el segundo. de la desventnrada princesa.


El motivo o3tensible de la prision, era su oposicion cons-
tante á la reconciliacion de ambos secretarios.


TOllO l.




612 LA SOBERANIA


Esta causa se alegó por la justicia, y con nombre de las
amistades de Mateo Vazquez, se comenzó el proceso.


La familia de Escobedo, ni se querellaba, ni se movia:
las desaveniencias que daban pretesto al juicio y color á la
prision, á nadie parecian motivo suficiente para tamaña
desgracia.


El vulgo comentó de mil maneras este acontecimiento,.
suponiendo los motivos mas estravagantes: los cortesa:nos,
que podian dirigir con mas tino sus sospechas, guardaban
un silencio cauteloso y el público suspendia prudente-
mente su juicio hasta ver el desenlace.


Entre tanto permaneció preso Antonio Perez en casa del
alcalde de córte y recogida desde aquella noche la princesa
fué conducida mas tarde á la fortaleza de la villa de Pinto.


Las vicisitudes que sufrió Antonio Perez, su fuga de la
prision, su estancia en Zaragoza amparado por los fueros
y por el granjusticia, su emigracion á Francia, los escritos
que publicó en el vecino reino) poniendo de manifiesto to-
das las atrocidades cometidas por Felipe y de las cuales
nadie m~jor que él podia estar enterado; la rabia y deses-
peracion del monarca al verse burlado y hecho traicion,
asuntos son que necesitarían muchos volúmenes si de ellos
fuéramos á ocuparnos.


Preciso es concluir y voy á terminar de la misma ma-
nera que empecé, diciendo con Bermudez de Castro que la
l¿istoria es el apasionado prisma de la& injusticias ilel mundo;
eco fiel de las causas que triunfan é inflexible azote de los des-
graciados y de los oprimidos; las mas veces eterniza en sus
falaces páginas el orgullo del fuerte y el baldon de los que
sucumbieron.


1 Qué verdad tan innega bIel




NACIONAL. 613


A nadie mejor pueden aplicarse estas líneas que á Fe-
lipe II; á ese monarca á quien autores apasionados han
elevado al quinto cielo, enalteciendo y queriendo justificar
hasta sus crímenes mas repugnantes; retratándole como
modesto, grave, concienzudo, piadoso ..... ¡Qué horrible es-
carnio!


Yo acepto y admiro y enaltezco, lleno de orgullo el
ánimo, todas las grandes cosas que, durante su reinado, se
llevaron á cabo y que deben lisonjear á España; pero entre
ellas y las condiciones del hombre, en cuyo tiempo se veri-
ficaron, media un abismo.


Para probar hasta qué estremo puede conducir la adu-
lacion y la lisonj a, la pasion ó el alucinamiento en algunos
historiadores, me voy á permitir trasladar aquí un párrafo
de uno de ellos, en el que dá cuenta del fallecimiento de
aquel rey que tantas lágrimas y tanta sangre hizo derra-
mar durante s u reinado:


«El rey D. Felipe, dice, consumido por una calentura
lenta que venia minándole hacia tres años, y atormentado
con los agudísimos dolores de la gota, á que se le juntó la
hidropesía, parecia que no podia vivir mucho tiempo. Co-
nociendo, pues, que se acercaba su último dia, quiso que
le llevasen al Escorial, y habiéndole advertido que la aji-
tacion del camino le pondria en peligro de morir, respon-
dió: «Yo mismo seguiré mis lunerales hasta el sepulcro.» Cin-
cuenta y tres dias estuvo postrado boca arriba y llelio de
llagas, y en todo este tiempo se mantuvo invencible y
uniforme su ánimo contra aquella multitud de dolores y
miserias, conservando la serenidad de su semblante.


En tretanto enviaba dones y ofrendas á las iglesias y
san tuarios, á :fin de aplacar á Dios, que era el objeto de to-




614 LA SOBERANIA.


das sus oraciones, (1) y en todas partes se hacían fervoro-
sas rogativas por su salud.


Lavaba fl'éCuenteluente las manchas de su alma por
medio de la confesion~ protestando que queria descargar su
conciencia, y no omitir para esto diligencia alguna.


Comnlgómuchas veces con admirables demostraciones
de piedad y gran recogilniento de á.nimo, que se manifes-
taba aun en su mlt;ffiO -rostro.


Para disponerse al último combate, pidió con mucha
instancia el Santo Sacramento de la Extrema-Uncion, la
que le administró el arzobispo de Toledo, y la reciuió con
tanta tranquilidad de ánimo en medio de los crueJísiDlos
dolores que sufda, que parecía estar enagenado de todo
sentimiento.


11.0.110.6 á. su. bij o -y beredero del reino q ne se hallase
presente á este acto: «para que entre la majestad y eleva-
cion peligrosa del trono se acordase que era mortal, y que
llegaria el dia en q ne se viese en el mismo trance; por lo
cual debia tener siempre á. la vista el ejemplo de su padre,
para q ne él mismo lo practicase cuando se hallase en igual
estado.» (2)


Con versaba algunas veces con varones pios y religio-
sos, discurriendo sobre el desprecio del mundo y su mise-
ria, sobre la separacion del alma, de los vínculos y lazos
del cuerpo, y sobre la estrecha cuenta que habia de dar al
juez suprerno, y sobre otras cosas semejantes, con gran en-
tereza de ánimo.


Dos dias antes de morir llamó á su presencia al prínci-
pe D. Felipe y á la infanta doña. Isabel, á quien siempre


(1) Era natural; su conciencia no podia estar tranquila.
(2) En cierto sentido aceptado; pero en otro .....




615


había amado con estremo, y les echó su bendidon hacien-
do con la mano la señal de la cruz.


Encárgoles con el mayor cuidado que guardasen y de-
fendiesen la religion católica, y les dió muy saludables
consejos para el buen gobierno del reino y para vivir san-
tamente.


Despues arregló y dispuso el órden que se habia de ob-
servar en sus funerales y entierro, que en todo babia de
ser comun y vulgar, y otras prevenciones relativas á su
úl tiwa partida.


En esto tenia ocupados enteranJente todos sus pensa-
mientos, y conservaba üna tranq uilidad y entereza de es-
píritu nada comun en aquel trance.


Hizo tambien que le llevasen á su cuarto el ataud en
que debía ser depositado su cuerpo, y q ne se le pusieran
delante, para considerar en aquel triste espectáculo, el poco
tiempo que le quedaba de vida.


Finalmente, cuando conoció que se le iban acabando-
las fuerzas, mandó que le llevasen un crucifijo que su pa-
dre el César Cárlos tuvo en su mano al tiempo de espirar;
y teniéndole en la diestra, y en la izquierda una vela en-
cendida con la imágen de la Vírgen María, que se venera
en Monserrate, bañado todo en lágrimas, y con un afecto
fervoroso, imploró la divina clemencia y el perdon de sus
culpas. (1)


Sus últimas palabras fueron que moria católico y obe-
diente hijo de la .iglesia romana.


Luego que dejó de hablar volvió los ojos al crucifijo
que tenia en su mano, y de este modo espiró tranq uila-


(1) Convencido estaba de que no eran pocas.




616 LA SOBERANIA


mente el domingo trece de setiembre al amanecer, hallán·
dose á los setenta y un años de su edad, á la que se dice
que no llegó otro de los príncipes de la casa de Austria.


Verdaderamente fué un gran rey, (1) cuyo poder ad-
miraba y temia todo el órbe.


Sin embargo, en tan ele"vada fortuna fué modesto,
prudente, grave, piadoso, (2) y tan amente de la verdad, que
no podia tolerar que ninguno mintiese ni aun en chanza.


Pué mucho mas célebre por su talento en el manejo y
despacho de negocios, desde el retiro de su gabinete, que
en la pericia militar, cuya profesion aborrecia en cierto
modo, ó por natural carácter, ó por el contrario hábito de
dirigir todas las cosas con la pluma, léjos del tumulto de
la guerra, 6 por uno y otro.


Acostumbrado pues desde niño á la córte y al exámen
de los negocios civiles, era muy poco inclinado por su na-
tural y por ~u educacion al estruendo de Marte, y estaba
persuadido de que la magestad régia no debia, sostenerse
~on la fuerza, sino con el consejo apartado del peligro.


Tenia además otras causas que le retraian de la milicia
personal, pues la dilatada estension de su imperio, que
abrazaba las dos estremidades del orbe, exigian de él que
repartiese sus cuidados en tan varias y tan distantes regio-
nes, y que su espíritu se hallase en todas partes.


Punzábale tambien el cuidado y solicitud de corregir
y arreglar muchas cosas, así sagradas como profanas, que
con las largas ausencias de su padre y sus contínuas guer-
ras en paises remotos, se hallaban abandonadas y descui·


(1) En cierto sentido.
(2) Díganlo los suplicios de D. Juan de Lanuza, Aragon, Vrrea, Ayerbe y


tantos nobles castellanos y Aragoneses.




Auto de fé ETl VaUadohdJ presenclado por Felipe ll.







~AClO~AL. (H7
dadas, y finalmente, los escelentes generales que se eda-
caron en las campañas del César, desempeñaban tan cum-
plidamente su ministerio, que de ningun modo era nece-
saria su presencia; pero con su gran juicio y prudencia di·
rigia las operaciones de todos.


Por esto, pues, hizo las guerras por medio de sus te-
nientes, las que ciertamente fueron perpétuas con los ene-
migos de la religion católica; y era tal su piedad, que ja-
más pudo resolverse á hacer paces con ellos. (1)


Fué muy diestro en encubrir sus defecto3 con tanta
modestia y gravedad, que inspiraba en los ánimos de to-
dos la mayor reverencia á su persona.


Solo se echaba de menos en él la popularidad paternal
y algo de mas suavidad en su trato. (2)


La piedád fué la virtud que sobresalió en el rey don
Felipe, de la cual dejó á cada paso ilustres monumentos en
tan vasto imperio.


Edificó á su costa colegios, monasterios, iglesias y hos-
pitales, y reedificó tantos, que seria obra muy prolija el
referirlos por menor.


Procuró que se estableciesen algunas nuevas diócesis,
y que la de Búrgos se erigiese en arzobispado.


En el Escorial, la mas admirable de todas sus obras,
espendió veinte millones.


Enriqueció la biblioteca con libros muy eS<luisitos.
Hizo 'imprimir la segunda Biblia en Amberes, con


mucha hermosura y magnificencia, valiéndose para esta
empresa de Benito Arias Montano, varon de singular doc-
trina, de cuya obra, si emprendiese hablar, escederia los


(1) El lector comprenderá cuántas víctimas no sacrificaria.
(2) Por el príncipe Cárlos podemos sacar la consecuencia.




618 LA SOBERANIA.


límites de la brevedad que me he propuesto en esta histo-
ria, por lo que remito al lector á los prologómenos de ella,
para que conozca sn grandeza y el aprecio que merece.


Estableció un archivo general en la fortaleza de Si-
rnancas, habiéndole añadido nuevas obras, y cuidó se re-
cojiesen en él las escrituras y documentos públicos, así
~agrados como profanos, que antes se hallaban dispersos
en mnchas partes, y que se custodiase con gran dili-


. genCla.
Hizo fortificar y guarnecer las costas de América y Es-


paña, erigiendo en ellas fortalezas y atalayas para alejar
á los piratas; y finalmente fabricó astilleros, puertos y
o~)ras innumerables obras públicas para el resguardo y de-
fensa de estos reinos.


Recogió, alimentó y socorri6 á los obispos ingleses, ir-
landeses, griegos y armenios espulsos de sus diócesis, y á
toa(;(; 103 católicos perseguidos, con una piedad digna de
eterna alabanza, de tal modo, que España era el hospi-
cio y asilo de todos cuantos padecian por causa de reli-
gion. (1)


Reprimió con mucha severidad, y aun estingui6 ente-
ramente los perniciosos partidos de los grandes.


:Mandó á los consejeros que vistiesen la toga, para que
este trage las conciliase la veneracion y respeto de todos.


Anuló por medio de una pragmática los vanos títulos
que con escesivo fausto y arrogancia se atribuian los DO-
bles unos á otros, y seña16 el tratamiento que correspondia
á cada cbse, imponiendo pena á los contraventores.


(1) En cambio, si un infeliz que profesase la religion reformada le hubie-
ra pedido una limosna, le habria seguramente enviado á la hoguera. ¡Vaya.
una piedad! ....




NACIO~AL. 619
Fué aficionado al estudio de las matemáticas, de la


historia y de la filosofía moral.
La estatura de su cuerpo era regular, y algo mediana;


su frente grande, su rostro blanco, y su cabello rúbio y
cortad~ segun la costumbre de aquellos tiempos, el que
despues se mudó con la edad en venerables canas; sus ojos
azules y rasgados, en que se manifestaba la majestad de
su persona, no menos que en su modo de andar: finalmen-
te, todo su. esterÍor era yenerable y lleno de decoro. (1)


Despues de celebradas sus exequias entre lágrimas y
gemidos 1 fué encerrado su cadáver en una caja de plomo
sin elllbalsamarle ni tocarle, como él lo habia mandado, y
se colocó en el panteon real.


D. Felipe, su hijo, escribió en el mismo dia al Sumo Pon·
tífice, dándole noticia de la muerte de su padre, y le rogó
con muchas súplicas que le tuviese en lugar de hijo.


Concluido el funeral, se restituyó el rey á Madrid, don-
de se celebraron magníficas exequias con insigne pompa
por el alma de su difunto padre.


Tambien se hicieron en todos los dominios de España,
y aun en muchas partes de Europa, cuyos príncipes no
podían olvidar los beneficios que de él habian recibido.


Cumplido que fué el novenario, se mudó el luto en
alegre gala y espléndido adorno, y en el domingo once de
octubre fué proclamado rey de las Españas D. Felipe, ter-
cero de' este nombre, tremolándose los pendones segun la
costumbre de la nacion.


El nuevo rey eligió por su primer ministro, para que le
ayudase en el gobierno, á D. Francisco de Sandoval, mar-


(1) Escepto lo que se relacionaba con sus apetitos mundanos.
TOMO J.




620 LA SOBEHANIA
qués de Denia; y liabiéndole elevado al grado mas alto de
favor y autoridad, le condecoró con el título de duque de
Lerma.


Inmediatamente comenzó el rey á~.mudar los empleado8';,
en la córte; y porque con la larga enfermedad de su padre-
se hallaban abandonados muchos negocios, dirigió todos?
sus cuidados á poner el debido remedio. (1)


(1) Como última prueba del carácter y condiciones de Felipe 1I, de ese
rey prudentísimo. fácil, suave, caJ'itatico, piadoso, pues con todos estos califi-
cativos le designan sus apasionados panegiristas; aparte de los infinitos ase-
sinatos privados que en detalle se cometieron por órden suya; aparte de las
innumerables justicias que mandó hacer, en grandes y pequeños, en todos sus
reinos; aparte de los ríos de sangre derramada en Flandes, Borgoña, Portugal
é Italia, aparte de tantas y tantas atrocidades que sería prolijo enumerar, tenia
una gran aficion á tostar hombres, sin mas delito que preferir el sermon á la-
misa, y los horribles autos de fé se sucedian á cada paso, llevados á cabo en
las principales provincias de España.


Los mas brillantes y magnificas fueron los tres últimos á que asistió el S~ta­
've y piadoso monarca; dos en la plaza mayor de :Madrid y el tercero en Valla-
dolid el dia 8 de octubre de 15/9.


En ese dia fueron quemados vivos Cárlos Sesé de una familia noble de Lo-
groño y Juan Sanchez yahorcad\ls veinte y seis, entre los cuales se hallaba
un hermano de Cazalla, cura de Pedroso, cuya casa rué demolida y se puso
en el solar una columna con una inscripcion que declaraba el hecho, para
perpétua ignominia.


El Inquisidor general, D. Fernando Valdés, arzobispo de Sevilla, procuraba
con piadosa y ferviente solicitud, satisfacer á cada paso los feroces instintos
de su amo yen su nombre, envió á la hoguera en el escaso término de tres
alios, mas de mil cien desdichados, que no habian cometido otro delito que
pertenecer, ó mostrarse inclinados á la religion reformada.


En Sevilla, fueron condenados en un mismo dia, A~ustin Cazalla, otros dos
hermanos suyos, y basta diez y nueve compañeros, entre los cuales se baIla-
ban algunas monjas; no se salvó de la fatal hoguera ni aun la madre del re-
ferido Cazv.lla, apesar de haber muerto mucho antes, IHles de órden del rey,
¡horrible sacrilegiol se la desenterró y fueron quemados sus huesos.


En la misma Ciudad y á principios del otoño, perecieron de igual suerte
entre las llamas mas de doscientas personas, y se desenterraron igualmente




NACIONA.L, 621
los huesos de ConstantiNo POil~'e, para hacer con ellos igual operacion que
con los de la madre de Cazalla.


¿A qué cansarnos mas, refiriendo horrendas atrocidades? seria intermina-
ble nuestra tarea.


Digan nuestros lectores, diga España, diga el mundo entero si quien tales
infamias cometió merece el título de suave, prudente,fiír:i1?J ljiadoso! ...


¡Esto mas que alabanza es un escarnio!
Yo, para terminar, voy á copiar los magníficos versos que mi querido ami-


go Marcos Zapata pone en boca de D. Juan ele Lanuza, en el precioso drama
que lleva por título La CaLJilla de Lanuza, dirigiéndose al capitan que por or-
den de Felipe viniesen á presenciar su suplicio.


Nada como estos valientes versos para significar gráficamente cuanto
pudieramos nosotros añadir.


Dicen así:
Lanuza.-Cualldo en presencia


de Felipe segundo,
narreis la ejecucion de mi sentencia,
decidle estas palabras
que le arroja á la faz la Providencia.
Tímbres, honores, libertad y gloria,
todo lo quitarásl quita si puedes
el tribunal de Dios y el de la historia!


y mas adelante, al oir el pregon, por el cual se hacía saber que aquella
justicia se ejecutaba por órden del monarca en la persona del traidor D. Juan
de Lanuza, éste, arrebatado por la mas noble indignacion, esclama:


)lEl traidor es el reY,que sobre el pueblo
»puso cobarde su maldita planta! .... ))


Es imposible decir mas en tan pocas palabras.




CAPÍTU LO XXIII I


Desencantos y perfidias.-Lo que se puede esperar del amor de una
gran dama.


En vano permaneció Felipe próximamente un lncs en
Valencia.


En vano esperó un dia y otro dia y con la ansiedad que
es de suponer, sin recibir la primer carta de su amada.


El noble jóven, al ver que no recibia noticias, se deya-


naba los sesos en conjeturas, pero fiel al n1andato q Uf; le
habian impuesto no se atrevió á moverse de Valencia, GOll-
tentándose únicaluente con escribir algunas cartas, no 80;0
á .Margarita, sino tambien á su tio y aun á su amigo Luis,
si bien, ni á uno ni á otro, les hacia partícipes de ciertas
confianzas, que, .pensando delicadamente, no le perteIlo-
Clan.


Mas de una vez se preguntó y aun llegó á temer si' la'
madre de su amada habria muerto y esta era la causa. de
tan pertinaz silencio, pero, bien reflexionado, caso de que


. hubiese sucedido una desgracia, tampoco era una I'aZOLl
para no escribir, sino doble motivo para practicar todo 10
contrario.




LA SOBErtANIA NAClONAL. (i23
·Muerta la madre, :Margarita debia haber venido á reu-


nírsele ó por lo menos haberle llamado, ansiosa de con-
suelo.


¡Qué hubiera dicho Felipe si hubiera sabido, si hubiera
sospechado la verdadl


Aq uella señora no solo no habia estado enferma, COlno
se le hizo creer para justificar la precipitada marcha de Mar-
garita, sino que Felipe tenia en ella un poderoso enemigo.


La tal señora, que n llllca fué simpática al primer espo-
so de su hija, por convenio de ésta y de aquel y merced á
una pension crecida que se la asignó, fué á establecerse á
un pueblo de la provincia de Búrgos, donde el señor de Le-
guina tenia fincas y en el q ne permaneció por espa.cio de
dos años; pero muerto el esposo de su h~ja y aburrida de
vi vil' en un lugaron, volvió á la córté, precisamente en los
rnomentos en que Margarita se hallaba en Alboraya, lo cua.l
no impidió que tomase posesion de la casa y se enterase,
hasta por la propia doncella, á quien ya conocemos, de todo
/juanto ignoraba respecto á los amores de su hija.


Además, sin que Felipe lo notase, hizo saber á é~;ta su
llegada á Madrid y entablaron ambas una correspondencia
secreta, rnientras les convino ocultarla, cuyos resultados
ya conocemos por la última carta que, con fingida sorpresa,
recibió l\largarita en presencia de Felipe y de manos del
molinero.


Carta que produjo la separacion de los dos amantes, con
gran desesperacion de aquel, por mas que la creyera mo--
tivada y momentánea.


La madre de Margarita era una mujer de un carácter
orgulloso, altivo é intolerable; en cuanto á su físico corría
parejas con la parte moral. -




624 LA SOBERANU


Seca, de enjutas carnes, huesosa, de elevada estatura,
-con una nariz aguileña y unos oj os desproporcionados por
lo grandes y por su gran movilidad; el perfil de su cara se
asemejaba á la hoja de un afilado cuchillo, su cuello á un
tuvo de estaño, el contorno de sus caderas á un saco de al-
godon, y cuando andaba, se balanceaba á derecha é izquier~
da como un sauce lloron.


Hablaba siempre melosamente, y en medio de un sus-
piro, ó de un cumplido, deslizaba á cada paso un epígrama
cruel y tan venenoso como la viperina lengua que lo pro-
ducia.


A Margarita, :nas que amor y respeto, era miedo el que
la inspiraba, particularmente por su monomanía constante
de interrogar y aconsejar.


Ouando la hija regresó del lado de su amante é hizo á
la madre ciertas confianzas, los consejos y las interroga-
ciones subieron de punto, tomando un carácter mas grave.


A las interrogaciones, Margarita se habia negado termi-
nantemente á contestar, indicando á su madre que debia
conformarse con lo que buenamente le habia dicho, y esta
no tuvo mas remedio que resignarse, porque, aparte de
que existia entre aquellas dos mujeres un pasado que su-
primia toda especie de obediencia y de respeto, :Margarita
era dueña absoluta de su casa y de sus acciones y esta cir-
'Úunstancia no era olvidada nunca por la vieja.


En cuanto á proyectos y á consejos, era Margarita mas
fácil y mas paciente para escucharlos; los que al presente
se le ocurrian á la vieja no eran otra cosa que la reproduc-
cion ó continuacion de los antiguos.


Todo su afan, todo su empeño estaba reducido á que su
hija, dando al olvido estúpidos amoríos, volviese á contraer




NACIONAL. 625


segundas nupcias, pero con una persona titulada 6 que dis-
frutase al menos de una fortuna mayor que la de Margarita.


i Pícara ambician! ¡despreciable orgullo!
Tanto era esto aSÍ, que, en la primer carta que escribió


á su hija cuando supo ]a muerte de su yerno y cuando aun
el cadá ver de éste no habia sido conducido al cementerio,
ya se esplicaba en este sentido, sin consagrar un recuerdo,
ni una palabra de sentimiento á la memoria del hombre á
quien su hija debia la consideracion y la fortuna que dis-
frutaba al presente.


Al dia siguiente del regreso de Margarita, sentadas
ambas en el gabinetito ó sea tocador que ya conocemos,
decia la madre á la hija:


-Desengáñate, los consejos de una madre siempre son
buenos; la esperieúcia es madre de la ciencia y yo he ad-
quirido no poca en mi largo trato de mundo: en primer lu-
gar te debes á tí misma y á la sociedad que te rodea.


Aunque no sea mas que por vengarnos de la familia de
tu padre, que tan indignamente nos olvidó y rechazó des-
pues de su muerte, tú deberias elevarte bastante alto para
humillarlos á tu vez.


Eres jóven, bella y rica; estúpido seria en tí no tener
un poco de am bicion.


Por otra parte, en la posicion que hoy te hallas, un se-
gundo matrimonio ha llegado á ser indispensable; el solo
podrá hacer callar ciertos rumores ... y devolverte la con8i-
deracion <lue tu imllremeditado viajecito á Valencia te ha
hecho perder.


-Pero mamá ...
-Hij a mia esto no es reñirte, es un consej o y una ad-


vertencia amigable.




626 LA SOBERANIA


Comprenderás perfectamente que no es fácil engañar á
.


una mUjer como yo.
Has sido, por un poco de tiempo, la amada de un caba~


llerito que creo debe llamarse Felipe, Juan, ó una cosa pa-
recida, pero sin fortuna ni representacion social; te has en-
tregado á él en cuerpo y en alma y te has creido por espa-
cio de algun tiempo trasportada al paraíso; pero del paraíso
se desciende, y caida de nuestros ojos la venda que ofusca-
ba nuestros sentidos, nos encontramos que, al descender
nuevamente á la tierra, la desiIusÍon es completa.


Si. las murmuraciones de tus amigos y criados, si -tus
mismas confianzas no me hubieran puesto a] corriente de
todo, tus contínuas imprudencias me hubieran revelado la
palabra del enigma, ó lo que es lo mismo, el principio de
una novela que debe terminar en el primer capítulo.


Tú eres viuda, me dirás; es muy cierto, pero no ere~
libre, como te figuras.


Casada con el mundo, tu amor dedicado á un hombre
que no pertenece á cierta clase, es un adulterio, una grave
falta que ese mismo mundo no te perdonará jamás.


Que ese jóven, bien por su talento, su figura ó sus be-
llas condiciones, te gustó y te dignaste concederle cierta
clas~ de favores; que le has amado un poco de tiempo, todo
eso está muy bien, pero como no estais unidos por toda la
eternidad, puedes romper, cuando bien te plazca, unas re-
laciones que no pueden tener consecuencias mas sérias.


Son una clase de relaciones que nosotras las mujeres
de cierta clase, considerándolas como un ligero capri-
cho, adquirimos y abandonamos sin concederles impor-
tancia.


Verdad es que sus lecciones nos sirven mas tarde para




~ACJONAL. 627


la vida real y preparan la felicidad basada en un amor mas
honroso y mas sédo.


Este amor, una consideracion mayor que la que hoy
disfrutas, una riqueza inmensa que unida á la tuya te pon·
dria á 1a altura de las primeras casas de España y del es-
tranjero, hace tiempo está llamando á tu puerta y tú lo
estás despreciando.


Mister Wan-Gelu, el antiguo consocio de tu marido, no
ha cesado un momento de ofrecerte su mano y su fortuna:
reuniendo como reune todas las condiciones que en tu es-
tado pudieras apetecer ¿por qué no le aceptas'?


Durante tu ausencia no ha dejado de venir ni un solo
dia á preguntar por tí.


Me ha reiterado sus ofrecimientos y si llegaras á deci-
dirte, seria cuestion de que tu matrimonio con él quedase
terminado en el preciso término de una semana.


Como hombre previsor y alimentado por una esperanza
que tus desdenes no han sido bastante á destruir, tiene en
debida regla todos los papeles y documentos necesarios para
el caso; una palabra tuya es bastante para hacer su felici-
dad, para satisfacer en mí la natural ambicio n de una bue-
na madre y conseguir hacerte dichosa aun á pesar tuyo.


Contando con tu beneplácito le he convidado hoy á co-
mer.


Margarita escuchaba á su madre y no contestaba; pero,
síntoma aun mas grave, permitia que aquella fuese, poco á
poco, desprendiéndose de las antiguas relaciones de la casa
y dando lugar á nuevas presentaciones.


Mister Wan-Gelu vino á ser la visita constante de la
madre y de la hija, acompañándolas á todas partes y siendo
admitido en su intimidad.


TOMO l. 8S




628 LA SOBERANÍA
La sociedad com prendia que algo mas grave y mas sé-


rio que una simple relacion de amistad se ocultaba en todo
esto.


Próximamente habia trascurrido un mes y Felipe con-
tinuaba aun en Valencia, esperando inútilmente cartas ó
noticia de su amada Margarita.


Su corazon estaba oprimido y lacerado.
Para Felipe el tiempo trascurria en doloroS'as alterna-


tivas.
Todo lo que un alma enamorada puede preveer de des-


gracias, veinte veces las habia previsto: todas las probali-
dades las habia calculado y pesado, y en su sencillo cora-
zon, habia admitido hasta las imposibilidades.


Margari ta retenida en Madrid por la enfermedad de su
madre, -Margarita obligada por sus deberes,-Margarita
ofendida ,-Margarita infiel,-lVlargarita abandonándole,
01 vidándole, y rechazándole ...


Pero las dos id(3as que con mas pertinacia acudían á su
ünaginacion, por ser tambien las mas problables, eran las
de enfermedad ó de olvido, porque en lo que respecta i las
obligaciones y necesidades sociales su corazon no las acep·
tata.


¡Enfermat léjos de él, sin poderla ver, sin poderla cui~
dar y velar, y lo que es aun mas cruel, sin saber qué clase
de enfermedad era la suya'? ..


¿,Pero estaría efectivamente mala? dias antes de sepa-
rarse de su amante, no habia cambiado por completo y una
frialdad y una indiferencia bien estrañaino habia sucedido_


I


á los primeros y embriagadores entusiasmos de una pasion
frenética'? es que sin duda ella ya no le amaba, queria
romper con él, no la vol veria á ver ...




NACIONAL. 629
y en este estado, un dia y otro dia, sin tregua, sin
.


descanso; alimentado por falsas esperanzas, ó sumido en
la desesperacion mas ctmpleta, iba consumiéndose lenta-
mente y llegó á un estado de postracion tal, que le fué pre·
ciso guardar cama.


Así se pasaron próximamente dos meses.
Una mañana el mozo de la fonda llamó á la puerta de


su cuarto y le presentó una carta procedente de :Madrid
que acababa de traer el cartero.


Arrojóse del lecho, y con el afan de un hombre sedien-
to que enmedio del desierto se arroja sobre el manantial
que á su paso encuentra, para aplacar la sed devoradora que
lo consume, del mismo modo Felipe, alagado por una ri-
sueña esperanza se apoderó de la carta que el mozo le pre-
sentaba.


La letra del sobre, si bien fina y correcta, le era com-
pletamente desconocida.


Abrióla precipitadamente y en ella solo encontró dos
renglones, que aunque mucho decian, solo consiguieron
aumentar su confusion y sus dudas.


»Una persona que por V. se interesa y que siente la
decepcion de que es V. víctima, le aconseja se preseRte en
Madrid inmediatamente, pues su presencia es absoluta-
mente necesaria. »


La carta no tenia firma; era un anónimo, pero en el
estado' de duda, de agitacion y de amargura en que Felipe
se encontraba, era lo muy bastante para que se resolviese
á seguir el consejo que se le daba.


Tres horas despues, y en el primer tren exprés que sa-
lia para la córte, Felipe ocupaba un asiento de primera
clase.




CAPITULO XXIVl


Desilusiones.-Del paraiso al infierno.


Serian próximamente las nueve de la noche cuando el
tren exprés de Valencia llegó á la estacion del ID edi terráneo,
próxima á la puerta de Atocha.


De un brinco saltó Felipe al anden y como su equipage
lo componia únicameRte una maleta de mano, no tuvo que
aguardar á que abrieran el despacho de equipages, sino que
saliendo por la puerta principal, tomó un coche de plaza y
se hizo co:tiducir á su casa, que como el lector sabe no se
hallaba léjos de la estaciono


Con gran sorpresa suya, solo haJló en la casa un criado.
Don Eugenio, María y la criada, hacia próxim~mente
q~ince dias que habian abandonado á Madrid, por consejo
de los facultativos, pues que habiendo estado la sQñorita á.
la muerte se consideró de absoluta necesidad que la conva-
lecencia la pasase en el campo.


Preocupado como se hallaba Felipe por aquella insen-
sata pasion que absorbia esclusivamente todos sus sent~dos
y potencias, no hizo aprecio, ni dió gran importancia á.




LA SOBERANIA NACIO~AL •. 631
aquella desgracia de familia, que á él, sin embargo, era
debida, y á él mas que á nadie debería interesar.


Vistióse precipitadamente y se lanzó á la calle.
¿Adónde se dirigiria primero? ¿seria prudente presen-


tarse en casa de Margarita sin haberla hecho antes saber
su llegada?


¿Nó seria mas natural enterarse con antelacion de lo
que ocurria? ¿á quién dirigirse, pues?


Pensó en Luis, y como era el único amigo en quien po-
dia tener ilimitada confianza, se dirigió á su casa.


Una nueva contraridad vino á ofrecerse; Luis hacia al·
<


gunos dias ~e hallaba tambien ausente.
Era un contratiempo en el cual ni siquiera habia pen-


sado, así que, se vió indeciso enmedio de la calle, y sin sa-
ber á dónde dirigir sus pasos.


Marchó por espacio de algunos minutos andando á la
ventura y tratando de reflexionar; desplles, exasperado
porque nada se le ocurria, penetró en un café y pidió un
refresco.


En la situacion en que se encontraba respecto á Mar-
garita, un paso imprudente podia tener graves consecuen-
cias, y por otra parte, de las personas á quienes habia cono-
cido en su casa, Mauricio el ingeniero era el único á quien
hubiera podido interrogar, porque con los demás solo le
unian relaciones de simple política, y aun cuando supiera
su domicilio no le autorizaba ningun pretesto legítimo
para presentarse.


Tratar de ver á Mauricio era tambien escusado, pues á
semejante hora no era probable que estuviera en su casa.


Cuanto mas fatigaba su imaginacion menos encontra-
ba el medio de salir de su apuro, y sin embargo, las horas.




632 LA SOBERANIA
transcurrian y 13S once de la noche habian tocado ya en al-
gunos relojes.


Desesperado y resuelto en fin á jugar el todo por el
todo, se decidió á presentarse en casa de su bella ingrata;
no habia regresado á Madrid para permanecer en aquella
terrible ansiedad; cualquiera cosa que fuese lo que debia
saber, queria saberlo inmediatamente y salir de dudas; si
á ella no podia verla, veria á algun criado y éste le ente-
raría de algo al menos.


Salió del café y se dirigió al barrio de Salamanca: en
menos de cinco minutos llegó á los jardinillos de la puerta
de Alcalá y encaminándose por la calle de árboles de la iz-
quierda dió frente al lujoso palacio de la señora de Leguina.


,El aspecto que aquel presentaba en aquella hora, no
pudo menos de sorprenderle é impresionarle.


Multitud de carruages se hallaban alineados en toda
la estencion del boulevard.


Siguió ] a fila de coches y á los pocos momentos se en-
contró en la verja que rodeaba los jardines del palacio.


La puerta principal estaba abierta de par en par, y en
los jardines, en el peristilo de la entrada yen el patio, todo
era animacion y movimiento; los balcones y las ventanas
del edificio despedian torrentes de luz y de armonía.


Felipe se detuvo estupefacto: allí donde esperaba en-
contrar el silencio, las lágrimas y el luto, hallaba una es-
pléndida fiesta.


Esto le pareció tan prodijioso y tan incomprensible al
mismo tiempo, que creyendo haberse engañado, pasó y re-
pasó dos ó tres veces por delante de la puerta; desgracia-
damente, ni se habia engañado, ni estaba soñando; era la
misma casa de Margarita, era el mismo jardin, si bien iln-




NACIONAL. 633
minado á la veneciana; aq uello era una verdadera fiesta y
hasta llegó á sus oidos los acordes de la orquesta que pre-
ludiaba una mazurca.


Felipe escuchó y contempló todo aquello como atonta-
do, por espacio de algunos segundos, pero tomando de pren-
to una decidida resolucion, se didjió en primer lugar á un
reherbero con objeto de asegurarse de si su traje podia
permitirle la entrada en la fiesta; despues, volviendo sobre
sus pasos, penetró alldazmente por la puerta principal.


Los criados que se hallaban en.el vestíbulo, al verle
marchar tan resueltamente, juzgaron que seria uno de los
con vidados y le dej aron pasar.


Al entregar su pardesús á uno de aquellos criados, ob-
servó que la librea habia sido cambiada; antes era azúl y
plata, al presente se habia transformado en color de casta-
ña con botones dorados.


Sin tratar de esplicarse esta anomalía, subió á grandes
pasos la escalera principal; adornada con profusion de ma-
cetas de camelias, y cuando el lacayo, colocado en la pri-
mera antecámara, le preguntó su nombre para anunciarle,
]e contestó:---no es necesario-y sin detenerse e:u. mas es -
plicaciones penetró resueltamente en el salon.


Una ráfaga de ambiente abrasador y perfu~ado opri-
mió su garganta; por encima de multiplicados grupos de
hombres, que se apiñaban en las puertas, para hablar y res-
pirar con mas libertad, pudo distinguir u~a linea no inter-
rumpida de salones espléndidamente iluminados.


Las lámparas y las bugías, faltas del preciso aire, pare-
~ian arder en una aureola de polvo rogjzo.


De aquella multitud que poblaba los magníficos salones
del hotel Leguina, se elevaban murmullos confusos de pa-




634 LA SOBERANIA.


labras cortadas, el crugido de la seda, y todo esto, dominado
por las notas claras y agudas del violin y de la flauta y por
los firmes acordes del cornetill de piston.


Pasado el primer momento de fiebre, su determinacion
empezó á debilitarse, comprendiendo, aunque vagamente,
las dificultades de un paso tan arriesgado como el que aca-
baba de dar.


Sin embargo, ya no era hora de retroceder, y llaman-
do en su ayuda toda la energía de que su dolor era suscep-
tible, se deslizó en el salon principal.


La polca mazurka acababa de terminar; pero Felipe no
se atrevió á aventurarse penetrando en el centro y, ocul-
tándose detrás de un grupo, procuró buscar con la vista á
Margarita.


Al pronto no pudo verla, pero, cOlLtinuando en su exá-
men, hizo una observacion análoga á la del cambio de la
librea en los criados: la mayor parte de las personas que le
rodeaban le eran completamente desconocidas y apenas
pudo encontrar dos ó tres de los antiguos tertulianos de la
casa.


El adorno de las habitaciones se hallaba completamen-
te en armonía con aquel estraño cambio; las pinturas y
frescos de las paredes y del artesonado eran recientes; los
muebles, colgaduras y adornos completamente nuevos y de
gran lujo; el oro flamante de las cornisas dejaba caer sus
brillantes reflejos, sobre el oro y las piedras preciosas de los
magníficos aderezos, de las riquísimas joyas de las señoras.


Felipe, completamente aturdido, se preguntaba en vano
qué podian significar todas aquellas metamórfosis, cuand(),
de pronto apareció ante su vista la hermosa M'argarita, mas
bella que' nunca,altiva, orgullosa~ deslumbradora.




NACIONAL. ()35


Avanzaba por en medio del salon, apoyada en el brazo
de un hombre que á Felipe no le era desconocido; de aq uel
estrangel'o de quien tuvo celos en cierta ocasion; de lUis-
ter Wan-Gelu antiguo consocio del difunto Sr. de Le-


. gUIna.
La seductora sirena recorria el salon, haciendo los ho-


nores de su casa y distribuyendo á derecha é izquierda son-
risas y sa.ludos.


Cuando solo la separaban dos pasos del sitio donde Feli-
pe permanecia como clavado, sus miradas se cruzaron.


Impresionada por una súbita conmocion eléctrica, pa-
lideció y vaciló de una manera visible.


Él, por su parte, se sintió desfallecer; pero, sin bajar los
ojos, continuó mirándola fijamente: creyó por un momento
que ella se aproximaria y le dirigiria la palabra ¡vana es-
peranza! recobrando su aplomo y haciéndose superior á un
instante de debilidad, Margarita pasó sin dignarse siquiera
saludarle volviéndole la espalda.


Al parecer estaba serena y tranquila, pero; en honor de
la verdad, la presencia de Felipe en su casa y en aq ueHos
momentos habia sido para ella un golpe terrible; un sudor
frio brotaba de su frente y de sus hombros.


Los ojos de su burlado amante brillaban de una ma-
nera tan terrible; sus facciones estaban tan trastornadas,
esperaba tan poco encontrárselo frente á frente, que el
miedo se apoderó de su ánimo, y temiendo un escánda-
lo, hasta pensó volver sobre sus pasos, dirigirse á él y, em-
pleando la astucia, la dulzura y la mentira, procurar cal-
marle y alejarle con cualquier pretesto.


Pero ¿cómo hacerlo? era esponerse mucho, en medio de
toda aq uella sociedad, provocar mas esplicacion; porque


TO"'O J. 89




.636 LA. SOBERANIA


esta esplicacion podria, apesar de su habilidad, conducir á
un escándalo, mucho mas inevitable que el silencio.


Comprendió inmediatamente, gra,cias á ese poder ma-
ravilloso que sobre sí misma tenia, que el único medio de
salvarse era no estar sola ni un minuto en toda la noche;
mantenerle á él á cierta distancia y desesperarle $in cesar;
porque, positivamente y conociendo su carácter tímido, él
no se atreveria jamás á aproximarse á ella, ni hablarla,
mientras no se le autorizase para hacerlo.


Margarita conocia bien su imperio y su prestigio;
com-prendió la dominacion que sobre el ánimo de Felipe
. .


eJerCla.
Cuando éste la vió alejarse, fria y desdeñosa, el pobre


enamorado. sufrió una conmocion tan violenta, su corazon
se oprimió de tal modo, que por algunos momentos hasta
creyó perder el sentido, y en tanto que ella inventaba y
resolvia su plan, él se devanaba los sesos por adivinar el
motjvo, por comprender las razones de aquel estraño reci-
bimiento; pero cuando la vió volver y á los primeros acor-
des de la orquesta, que comenzaba un wals, lanzarse en
medio de aquel torbellimo, graciosa, sonriente, provocado-
ra yen brazos de otro hombre, se apoderó del pobre Felipe
una cólera loca y desesperada.


Al principio, las parejas giraban lentamente; despues,
pasaron un poco mas de prisa, y llevando la orquesta el
compás gradualmente y cada vez mas vivo, las parejas se
dejaban arrastrar hasta con vertiginosa velocidad.


Cada vez que pasaba ~fargarita, como una exhalacion,
por delante de Felipe, cada vez que la veia éste mas estre-
chamente unida á su valsador, con la cabeza inclinada
atrás, con su pecho apoyado ep. el de su pareja, con los ojos




NACIONAL. 637


de aquel fijos, ávidos, curiosos, sobre el lijero escote del
traje de su amada, la sangre se le subia á la cabeza y una
mano de hierro parecia que oprimía su garganta.


Diez veces, durante este wals cruel, Felipe, con los
ojos estraviados, crispados sus nervios, estuvo á punto de
lanzarse sobre Margarita y producir un escándalo con una
escena brutal; pero el temor respetuoso que ella continua-
ba inspirándole, mas bien que su razon, próxima al com-
pleto estravío, afortunadamente le contubieron en los lí-
mites de la prudencia.


Pero como á los tormentos que sufria, á los esfuerzos
que tenia que hacer, comprendia que de un momento á
otro podía dejarse arrebatar por el furor, tornó á las vacila-
ciones que le habiar.. asaltado antes de penetrar en el baile,
sintió haber llegado hasta allí y pensó en marcharse, para
DO padecer mas.


Por otra parte, Margarita permanecía siempre rodea-
da de gen tes, no podia verla sola ni un momento en toda
la noche, á él le seria imposible ni aun aproximarse á ella,
menos aun hablarla, obligarla á una esplicacion era una
locura, aun mas; era perderse y perderla condenándose á
un r--ompimiento irreparable; Margarita no le perdonaria
jamás; quien sabe; tal vez ella tendria escelentes razones
para obrar así; razones cuya esplicacion se le darian mas
tarde~ él ya la habia visto, no estaba enferma; su mas
viva ansiedad ya estaba calmada; ¿no podia esperar al
dia siguiente para saber el resto?


Todas estas reflexiones se hizo el pobre Felipe, y con esa
movilidad de un espíritu que siente pero no razona, resol-
vió retirarse.


Pero para hacerlo era necesario atravesar nuevamente




638 LA. SOBERANIA.


el salon principal y otras dos ó tres salas mas; era preciso
pasar por en medio de lós sillones y divanes ocupados por
las señoras; molestar á los que, en conversacion con las
mismas, formaban diferentes grupos; afrontar las miradas
que ya le habian, segun él presumia, observado hacia
tiempo.


y el baile se hallaba en el momento de su mayor
apogeo.


Apenas habia espacio suficiente para moverse.
Las danzas continuaban, el brillo de las luces palidecia,


y enmedio de aquel murmullo, de aquella confusion, de
aquel acodamiento general, las flores de los adornos y de
los ramilletes caian pétalo á pétalo.


Se'Glejante reso]ucion, es decir, la de atravesar los sa-
Iones, le pareció á Feli pe superior á su valor y una reac-
cian de timidez y de debilidad le paralizó por completo.


Entonces, solo pensó en huir; calculó que podia hacerlo
por una escalera del servicio interior, que, del gabinete á
la puerta, en la cual él se apoyaba, conducia á las habita-
ciones del entresuelo.


El camino le era bien conocido.
Al pié de esta escalera habia un invernadero; despues


una biblioteca, despues el tocador y la alcoba de Marga-
rita.


Conociendo todas estas habitaciones, entradas y salidas,
como él las conocia, nada era mas fácil, en aquella noche
de movimiento y de de~órden, que escapar, bien por el pa~
tio, bien por el jardin.


Sin atreverse á mirar al lado donde se hallaba ~1arga ..
rita, porque, poco seguro de sí mismo, comprendia que la
cosa mas insignificante era suficiente para detenerle, abrió




NACIONAL. 639


la puerta y descendió por la escalera, sin volver siquiera la
cabeza.


Él invernadero estaba desierto y todo en él, poco mas
ó menos, se hallaba en el mismo estado que Felipe lo ha-
bia visto otras veces.


Sin embargo, la vista de aquellas flores y los perfumes
que de ellas se exhalaban, reanimaron en su corazon todo
un poema de recuerdos felices.


No se detuvo allí y penetró resueltamente en la bi-
blioteca.


Algunos jugadores, graves y silenciosos, se habian re-
tirado á aquel sitjo, léjos del ruido y los curiosos, y sobre el
verde tapete, rodaba el oro en crecidas cantidades.


Allí nadie hablaba, pero de vez en cuando se oia el
tic fac de los naipes, y el ruido claro y sonoro de las onzas
y de las monedas de oro de todas clases, al contarlas y al
recojerlas.


Felipe no habia previsto esta complicacion y permane-
ció por espacio de algunos segundos como indeciso y em-
barazado; pero en tanto que con un aire indiferente se es-
forzaba por aparecer tranquilo, reflexionaba y trataba de
ingeniarse para encontrar un medio de abrir la puerta,
que, de la biblioteca, comunicaba con el vestíbulo, sin lla-
mar la atencion de los jugadores.


De pronto, y á través de un portier medio levantado,
pudo distinguir el cuarto tocador y la alcoba de Margarita,
oscura y silenciosa.


Inmediatamente germinó en su inmaginac.ion un nue-
vo proyecto, y aprovechando un momento en que la aten-
cion y las miradas de todos los jugadores se hallaban en-
cadenadas por uno de esos golpes decisivos de los juegos




640 LA SOBERANlA
de azár, se deslizó cautelosamente en la referida alcoba.


Una lámpara de alabastro iluminaba con su pálida clari-
dad aquella especie de santuario, permitiendo á Felipe guiar
sus pasos sin tropezar en los muebles, y como sabia per-
fectamen te que no encon traria el menor rincon, ni arma-
rio, ni gabinete, donde esconderse, se dirigió desde luego
y fué á colocarse detrás de las colgaduras de la ventana.


El moaré de las mismas era bastante doble y espeso, y
con los adornos de pasamanería, quedaban completamente
cerradas; el espacio que mediaba entre ellas y las vidrieras
suficientemente ancho y hasta cómodo para ocultarse un
hombre y permanecer escondido, bien de pié ó sentado,
como mejor le pareciera.


Felipe se colocó en aquel sitio y seguro de volver á ver
á :Margarita, de tenerla al fin en su poder, de interrogarla
cuan to quisiera y todo el tiem po que le diese la gana,
aguardó, al parecer tranquilo, y con una esperanza llena
de seguridad y de orgullo.


Por espacio de algunas horas duró todavía el baile; los
lejanos acordes de la orquesta llegaban á sus oidos, pero
poco á poco todos aquellos acordes y aquel ruido se fueron
de viii tando grad ualmen te.


Los jugadores abandonaron la biblioteca; los carruages,
unos despues de otros, desfilaron en el patio y en eljardin
y despues de un cuarto de hora, se oyó la puerta principal
que sordamente giraba sobre sus pesados goznes.


El baile habia terminado: la fiesta concluido.
- ¡Gracias á Dios! dijo Felipe, y de igual modo que


hasta entonces su ánimo se habia visto contínuamente
asaltado de temores y debilidades pueriles, adquirió de
pronto cierta energía y resolucion.




NACIONAL. 641
Sabia que Margarita iba á venir y un mundo de dolo-


rosos recuerdos asaltó su mente y enardeció su espíritu.
Efectivamente, diez minutos despues, Margarita pene-


traba en la alcoba, pero no venia sola.
Desde su escondite, Felipe no podia ver quién era la


persona que la acompañaba pero sin oir su voz, que indu-
dablemente le era conocida, no podia acertar á quien per-
tenecía.


La voz pertenecia á un hombre.
-¿,Qué tiene V. esta noche'? decia la voz, como con-


tinuando una conversacion interrumpida'?
¿,Se siente V. mala?
- N6; un poco de cansancio y nada mas, contestó I\1ar-


garita; las luces, el ruido, el calor, me han fatigado
mucho.


Mañana el cansancio habrá desaparecido y podremos
partir.


-Sin embargo, creo que seria mejor descansar un
dia y .....


-De ningun modo, le interrumpió Margarita viva-
mente ..... esto no es nada, se lo aseguro á V ..... puede pe-
dir el carruage para las ocho y media; el segundo tren no
sale hasta las 9 y 40.


-V. sabe que estoy á sus órdenes, contestó la voz va-
ronil con cierta entonacion respetuosa; me retiro, porque
conozco que necesita V. reposo y no debo abusar .....


-Mil gracias y hasta mañana, dijo Margarita tendién-
dole la mano.


-Hasta mañana.
-¡Ah! ¡esclamó Margarita! ¿,tendría V. la bondad de


decir á mi doncella que venga á desnudarme'?




642 LA 80BERANIA


-·Con mucho gusto.
El hombre se retiró cerrando tras sí la puerta; pero casi


inmediatamente volvió á abrirse para dar paso á la donce-
lla que ya conocemos, á la prima de Luisa.


Cuando Felipe hubo escuchado la conversacion ante-
rior, la c6lera volvió á despertarse en él, tan viol~nta y tan
desordenada como en el salon del baile; ¡.qué querían de-
cir, qué significaban aquellos detalles familiares? ¿,por qué
aquella partida, aquella especie de fuga, cuando él acaba-
ba de regresar de Valencia?


¿Qüién era aquel hombre cuya voz no le era descono-
cida, pero con cuyo nombre no podia atinar su turbada
memoria?


Las sospechas de perjurio y de traicion, que habia de-
sechado hacia un instante, vol vieron á asaltarle de nuevo,
mas evidentes y mas dolorosas.


La doncella permaneció un cuarto de hora al lado de
Sll ama, pero, terminada su tarea, despojada aquella de sus
joyas y brillante atavío del baile, cubierta únicamente con
un sencillo peinador JI destrenzados sus cabellos, hizo se-
ñal para que se retirara, lo cual verificó la jóven, cerran-
do tras sí la puerta y dej ando ~o bre la chimenea una ele-
gante lámpara de noche, encendida, la cual comunicaba á
la habitacion una luz opaca y ténue.


Felipe se encontraba al fin solo con su bella ingrata,
con su desleal amante, pero no se atrevió á salir de pronto
de su escondite.


Esperó algunos minutos, temeroso de que á la doncella
no le diera la gana de volver, con cualquier pretesto, ó por
cualquier olvido.


Cuando se hubo convencido de q,ue ya nada tenia que




Marsarita¡ al ver á Fehpe I ecsaló un aho$ado Srito.






NACIONAL. 643
temer, separó lentamente las colgaduras y avanzó, procu-
rando no hacer ruido.


Reclinada en un butaquin de raso, color de cereza, Mar-
garita, delante de la chimenea que aun permanecia encen-
dida, parecia absorta en una profunda meditacion; fijos los
ojos maquinalmente en los tizones que iban consumién-
dose poco á poco.


Vuelta completamente de espaldas á la ventana donde
se hallaba escondido 'Felipe, no habia podido verle salir de
entre las colgaduras y avanzar, pero al ruido de la seda,
que crujió, apesar del cuidado que aquel puso para no ser
sentido, al ruido de los pasos sobre la alfombra, ella volvió
rápidamente la cabeza y, al ver un hombre que avanzaba
hácia ella, llena de terror, sin tiempo para reconocerle, re-
trocedió instintivamente y dejó escapar de su oprimido pe-
cho un ahogado grito.


Felipe dió un salto y la tapó la boca con la mano.
-No grites, la dijo en voz baja, no te asustes; soy yo.
-- ¡Tú~ tú! esclamó :Margarita en el colmo del terror ...


¡tú! ...
-Sí, yo. ¡Ah! ¿tú no 'esperabas encontrarme aquí'?
Hace un nl0mento, cuando me has. evitado, cuando me


has huido, arrojándome al rostro miradas de desdén y de
desafío, te creias en seguridad ¿no es cierto? al presente es-
tás en mi poder y vas á responderme.


Hubo, despues de estas palabras, breves momentos de
silencio, interrumpido únicamente por la fatigosa respira-
don de ambos.


Ella temblaba y cuanto mas le miraba, mayor era su
espanto; porque lo veia loco de cólera, furioso de rlesespe-
l'acion, y en sus trastornadas facciones, podia leerse perfec-


TOMO l. 90




644 LA SOBERANIA


iamente una lucha de pasiones y de afectos que nada bue-
no presagiaba para ella.


Lo cierto es que efectivamente estaba en su poder.
Sin embargo, con ese privilegio de gran serenidad que,.


Dios ó el demonio, ha concedido á las mugeres en los IDO-
mentos mas difíciles, con ese don de percepcion rá:pida, es-
elusiva de su sexo, Margarita empezó por preguntarse .. .
¿qué es lo que sabe? ¿qué es lo que quiere'? .. esperemos .. .
veámosle venir.


Al pronto pensó en gritar, llamar en su auxilio, pero-
inmediatamente rechazó aquella idea, porque seguramen-
te podia perderse ella misma.


La quedaba el recurso de luchar y defenderse: con el
imperio que siempre habia egercido sobre Felipe, con la.
destreza y la calma que formaban el fondo de su carácter,.
nada estaba perdido aun.


¿Qué es lo que sabia'?
Todo estribaba en esto.
-y bien, dijo al fin rompiendo la primera el silencio


y fingiendo una serenidad y un aplomo que estaba muy
léj os de ser verdadero.


¿Qué es lo que quieres? ¿qué es preciso que yo te conteste'?
-¿Qué es 10 que quieru'? replicó Ft3lipe ahogado por la


cólera; en primer lagar quiero saber quién es ese hombre
que ha penetrado contigo hasta aquÍ; qué significa ese
viage proyectado para mañana mismo, cuando yo acabo de
llegar, medio loco de desesperacion.


Sin frases, sin rodeos, sin m'en tiras vas á contestarme
inmediatamente á estas dos preguntas; y despues, si es
que te es posible, me contestarás á las que aun me quedan


,
que hacer.




NACIONAL. 645
Estas palabras fueron un rayo de luz para 'Margarita, ha.,.


'ciéndola respirar con gran libertad y cumplida satisfaccion.
Al primer amago, Felipe habia caido en el lazo que la


pérfida tan habilmente le tendió.
Es decir que nada sabia; que acababa de llegar de Va-


lencia y sus reproches y sus qu~jas, eran las de un amante
celoso, qu~, para saber la verdad, la exige franca y leal-
mente.


l.\Jargarita nada mas podia apetecer; estaba salvada, y
con tal de que él no cometiese algun arrebato en los pri-
meros rllomentos de la discnsion, la victoria era de ella: la
cuestion se hallaba reducida á ganar tiempo.


-Veamos, djjo, ya casi tranquila, con una voz mas
dulce, volviendo á ocupar su sitio en la butaca y como si
continuase una esplicacion amistosa, momentáneamente
interrumpida, ¿,á qué vienen esos arrebatos'? ¿No he con-
testado siempre y con gran sinceridad á todas tus pregun-
tas, por absurdas, nécias, ó insensatas que hayan sido'?


Pues tambien contestaré á estas, aunque me ofenda
. mucho que me trates de este modo.


-Aquí no se trata del pasado sino del presente, y si he
podido dejarme engañar hasta hoy, no ha de suceder así
en 10 sucesivo.


Responde.
-¿ y por qué habia yo de tratar de engañarte'? para que


te hable con sinceridad no es necesario tampoco que em-
plees la violencia, 'lue de cualquier modo que sea, es in-
digna de un caballero, empleada con una señora.


Yal decir esto, procurába desprender su brazo, que ma ..
quinalmente habia cojído Felipe, y que en el paroxismo de
su cólera, oprimía con brutalidad.




646 LA SOBERANIA
Avergonzado de su accion la dejó escapar.
Esta ya era una ventaja que para ella no pasó desaper·


cibida y continuó:
-Yo sé perfectamente que las apariencias me acusan y


que debo parecerte culpable, pero antes de condenar has
debido escuchar.


--¿Por qué, hace un momento, en tus mismos salones,
en medio del baile, me has rech:lzado, te has mostrado
desdeñosa, altiva y despreciativa conmi.go'?


-Porque en presencia de tanta gente no podía obrar
de otro modo.


-¿Cómo'? ¿ni siquiera una sonrisa que se concede á la
persona mas indiferente'? la mas lijera seña, una palabra ...


-Temia hacerme traicion y dar pábulo á ciertas habli-
llas, que, respecto á nuestra inteligencia é intimidad, han
corrido ya por desgraeia y que n1e tienen en evidencia.


-¡Nlentira y mil veces mentira!. .'. miedo tú? ¿y luiedo
de hacerte traicion'? .. Vamos, vamos... no quieras hacer-
me tan tonto ... pero ya que encuentras escusa á todo, aun-
que son de tal naturaleza que yo no puedo aceptarlas, res-
ponde inmediatamente á mis dos primeras preguntas:
¿quién es ese hombre'? ¿qué viaje es ese proyectado para
mañana'?


Viendo J\1argarita q1 e la dulzura no la daba ell'esulta-
do apetecido, resolvió acudir á otra táctica.


-¡Ah! dijo con altivo acento y marcada firmeza, ¿órde-
nes á mí'? ¿toda vía dudas y ofensas bochornosas'? .. esto ya
es demasiado y mi lejítimo orgullo se revela.


-Margarita!. .. cuidado con abusar de mi paciencia!. ..
hoy, no soy el hombre humilde, la mansa oveja de Albora-
ya, soy el leo n herido, el celoso tígre, el hombre que, á




NACIO:iAL. 647


fuerza de sufrir, ha perdido ya la razon y vengo dispuesto á
todo.


-- Pues qué, ¿mis primeras respuestas no prueban 110
bastante mi inocencia? y porque yo tenga compasion de tu
furor estúpido, ~ me defienda como si fuera culpable, ¿tú te
crees ya en el caso de abusar? nó, y mil veces nó: nada
diré; y aunque pudiera darte razone~ que te vol verian loco
9.e amor y da felicidad, te juro que mis labios no pronun-
ciarán ni una palabra mas.


- i :Margarita! ...
--Tú dices que me tienes en tu poder; veamos ¿qué es


lo que vas á hacer'?.. Si en vez de amenazar me huLieras
suplicado, yo, con el mayor gusto, te lo hubiera dicho todo;
pero me amenazas, me ultrajas y me ofendes, en su conse-
cuen"cía, me callo. No creo que pretender;"¡s hacerme hablar
á la fuerza.


y con anhelosa ansiedad, Margarita, á hurtadillas, tra-
tó de espiar el efecto de estas últimas palabras, en las que
tenia una gran confianza; palabras que en otra ocasion hu-
bieran sido muy bastantes para que Felipe cayera á sus
piés implorando su perdono


Desgraciadamente aquella noche el resultado fué muy
distinto del que ella se prometía; no habia tenido bastante.
calma, ni paciencia, dejando estallar demasiado pronto
aquella esplosion de dignidad, que, un poco mas tarde y
mejor preparada, habria producido el efecto apetecido.


-Ah! esclamó Felipe con furia reconcentrada yarreba-
tado por una especie de frenesí, ¿con qué te niegas á ha-
blar? .. eso es lo que vamos á ver.


En medio del baile y de esa sociedad brillante que te
rodeaba, han enmudecido mis labios; hice callar á mi cora-




648 LA SOBERAN rA
zon, he sufrido en silencio, sin embargo de que podía per-
derte; pero te j uro que al presente, de grado ó fuerza, ha-
blarás ... jmírame bien! ¡mírame bien á la cara!. ..


y cojiéndola por las muñecas con violencia, atrayéndola
así, la hizo que contemplase su faz descolorida y completa-
mente trastornada.


-Ya ves en el estado en que me encuentro. No trates de
mentirme, ni de luchar, ó vive el cielo que no respondo de mí.


Yo ya no soy el juguete que escitabas y calmabas á tu
capricho; ten muy en cuenta lo que vas á decirme, porque,
si me engañases, seria capaz de ahogarte entre mis manos.
¡Ah! ¿tiemblas'? sí, sí, haces bien en temblar ... No dirijas
la vista al tirador de la campanilla, ni al tímbre que veo
sobre la chimenea, porque si haces un movimiento para
llamar, seré yo el p!'imero que grite y diré muy alto que soy
tu amante y que tengo derecho á obrar como obro.


Llego de Valencia con una cólera comprimida por espa'
cio de dos meses; comprende, pues, que ni puedes enga-
- . narme, nI escapar.


¡Ah! ¿te parece que puedo resignarme despues de tus
juramentos, de tus caricias, de tus pérfidas seducciones, á
que me encuentres en tu casa y me vuelvas la espalda
con desprecio'?


Encuentro un hombre en tu habitacion, te dispones á
partir mañana cuando yo acabo de regresar, y haciendo
alarde de un pudor y de una dignidad que desconoces com-
pletarr.ente, te niegas á responderme ...


-"Pero qué he de hacer yo sino me crees'? murmuró
:Margarita débilmente y con razon alarmada.


-Porque conozco que solo buscas frases y lo que quie-
res es mentirme.




NAC;ON.\L. 649
Ni tienes corazon, ni orgullo, ni dignidad.
Veamos; si efectivamente tienes un nuevo amante,


confié salo con franqueza; al presente, conozco bastante tu
falsedad y tu depravacion para comprenderlo todo; ten al.
menos el valor de tu infamia ... Acabemos; ¿sí 6 nó? ¿quie-
res contestar'~


-¡Felipe, Felipe, yo te juro .. .
-¡Ah! ¡miserable! ¡miserable! .. .
y Felipe, en el parosismo de la cólera, la sacudia con


furor, como si con sus manos esperase arrancarla su se-
creto. ,


-¿Hablas ó nó? ¿qué te detiene? ¿es el temor de hacer-
me sufrir mas'? ¡qué desatinoí no ves que al pi'esente te
6dio y te desprecio'2


En otro tiempo, aun despredándote, te amaba á pesar-
mio; pero al presente que he podido juzgarte bien, he lle-
gado á convencerme que jamás has tenido ni pudor, ni
honor, ni dignidad, y que la última de las mujeres perdi-
das, es mas pura y mas digna de consideracion q ne tú.


Tú, me has deshonrado á mis propios oj os, has hecho
pedazos mi corazon, depravado mi carácter, muerto mi
porvenir y mi juventud ... por tí he sido malo cruel, é im-
placable ... Existe en el mundo una pobre niña, buena,
pura, cándida, virtuosa, que me amaba con todo el entu-
siasmo de un corazon vírgen; yo, alucinado por tus sedllc-
ciones, he fingido no conoverlo, he martirizado aquel pobre
corazon y tal vez habré sido causa de su ID uerte! ... He des-
preciado por tí los sanos consej~s de un leal amigo ... hoy,
ya no tengo amada, ni amigos, ni paril3ntes; todo el mundo
tendrá el derecho de escupirme al rostro y despreciarme! ...
y despues de todo esto ¿crees que impunemente vas á aban-




652 LA SOBERANIA.
Era positivo que allí no habia fingimiento ni mentira:-


el golpe habia sido terrible; y la cólera empezó á ceder en
Felipe ante la piedad y la conmiseracion.


Al fin, acercándose á ella, y un poco mas tranquilo, la
dijo:


-Te doy mi palabra de honor que mi intencion no ha
sido hacerte daño.


Margarita, sin contestar, continuó sollozando.
-Vamos, perdóname.
Margarita se volvió un poco y mirándole fijamente~ ba-


ñadas sus mejillas con verdaderas lágrimas, replicó:
-¡Ah! lo que acabas de hacer está muy mal hecho y es


indigno de tí.
-Sí, lo comprendo; pero ...
-y precisamente cuando acababa de hacerte una cari-


cia ... ¡ah! esto es atroz ... !
-Sí, sí, he hecho mal; soy un miserable y te pido per-


don; pero tambien es terrible, es poco cuerdo, cuando yo
me presento irritado y medio loco, impulsarme hasta el úl-
timo límite.


Te veo casi culpable, te exijo una esplicacion y en vez
de satisfacerme, te atreves á desafiarme.


-¿ y por qué te estrañas de que yo me ofenda? te ha-
bria yo de haber sorprendido haciéndome traicion y hubie-
ra rechazado el testimonio de mis propios ojos; y tú, úni-
camente por simples indicios, me tratas como la mas ab-,
yecta de las criaturas, y para hacerme hablar, cometes la
infamia de levantarme la mano.


¡Ah! Felipe, tú no me amas, ni me has amado nunca.
-- ¿Pero tú no comprendes que todo lo que yo he sufrido


por espacio de dos meses) que tu pertináz silencio) gue tu




NACIONAL. 653
-despreciativo recibimiento, que la presencia de ese hombre
acompañándote hü.ce un momento hasta tu alcoba, que el
anuncio de ese próximo viaje, que tantas y tantas decep-
ciones y dolores han llegado á trastornar por completo mi
razon?


¡Ah! ¿si tú hubieras esperado como yo por espacio de
sesenta y dos dias, con la duda en el corazon y la muerte
en el alma, una carta que no llegaba, tendrias paciencia
para esperar por mas tiempo'? el horror de mi situacion está
bien á la vista.


¿Quieres tener un poco de piedad? ¿te decides á respon ...
derme? ¿quieres justificarte'?


-Pero si no deseo otra cosa.
-Entonces, habla francamente: si me has engañado


dílo; pero te vuelvo á suplicar que no me desafies, que no
me irrites, que no me precipites nuevamente!. ..


Veamos. ¿Por qué no me has escrito'?
-Porque estuve muy enferma, y próximamente un mes


me ví precisada á guardar cama.
-Eso no es verdad; si has de mentirme, procura que tus


mentiras tengan por lo menos visos de verosimilitud.
-¿Si no has de creerme, para qué quieres que hable'?


mírame bien y verás si en mi fisonomía hay las huellas de
mi enfermedad y la prueba de que no te engaño.


Felipe 13 contempló por espacio de algunos minutos y,
á pesar suyo, se estremeció.


¡ Estaba tan hermosa 00n el llanto que bañaba sus me-
-"11 , JI as ....


- Quiero creer, replicó, que hayas estado enferma, pero
antes y despues de tu enfermedad ¿no has tenido tiempo
para escribir y hacerme llegar noticias tuyas?




654 LA SOBERANIA.


-Como yo no podia salir á lá calle y en nadie tenia,
confianza temí comprometerme y por eso no lo he hecho.


-¿Pero no conoces Margarita, que con tus justificacio-
nes in verosímiles me estás haciendo creer cada vez mas que
continúas burlándote de mí'?


-Precisamente porque te parecen inverosímiles es lo
que prueba que son verdaderas; si quisiera mentirte, creo
que me concederás talento suficiente para ofrecerte escusas
que te parecerian completamente verosímiles.


-Escucha, Margarita; tengo tan turbados mis sentidos
que en este momento no puedo distinguir bien si me en-
gañas ó me dices la verdad; pero las respuestas que aun te
restan que darme van á probármelo.


¿Quién es ese hombre que ha venido acompañándote
hasta aquí'?


Sin contestar inmediataulente á tan categórica pregun-
ta, Margarita miró á Felipe, cara á cara, de una manera
estraña é indifinible.


Felipe creyó que vacilaba y dudaba.
-¿Es tu amante, no es verdad'?
-Nó, Felipe, nó.
-¿Qué no es tu amante?
-Te lo juro; escúchame bien, te lo juro por lo mas sa-


grado que hay en este mundo, por mi eterna salvacion.
-¿Entonces, quién es'?
-Temo que te voy á decir la verdad y tampoco la


creerás.
-Habla, habla; bien vés que estoy ahogándome.
-Pues bien, ese hombre, como tú dices, ha venido


acompañándome hasta aquí precisamente en obsequio tuyo.
- ¿En mi obsequio'? replicó Felipe con sonrisa irónica~




NACIONAL. 655
-- Ya vés que yo tenia razon al decir que no me cree-


rlas.
-Pero lo que me dices es un absurdo, 6 una completa


burla.
·--¿Será preciso que yo mienta para convencerte'? ¿qué


quieres que yo haga si dudas de cuanto digo'?
. - ¡Pero ese hombre!. .. ¿quién es ese hombre" ¿quién es'?


_ .. Mister 'Van· Gel u ve.
-¡Ah! debiera haberlo reconocido.
Sin dejarle continuar, :Margarita le interrumpió con voz


segura y rápida:
-Mister \Van-Geluve, con quien yo debia partir maña-


na para Valencia á donde le llevan negocios de importan-
cia y que tenia la amabilidad de acoulpañarme hasta allí,
donde yo iba á buscar precisamente á lin amante ingrato,
y que me ultraja de una manera descoll. cida entre las per-
sonas de cierta clase.


-¡Ah! ¡Margarita! ¡Margarita! i,~erá cierto'? esclamó
Felipe trastornado por la esperanza y la alegría.


-Sí; en tanto que tú me acusabas, yo lo estaba dispo-
niendo todo para reunirme contigo.


Durante mi enfermedad, todo lo que tú sufrías por mi
silencio yo lo comprendia perfectamente y sufría al par
tuyo; dias y noches me he visto atormentada pensando en
tu propia inquietud yen tus celos.


Cuando me he visto un poco mejor, en vez de escribir-
te, he querido proporcionarte una sorpresa, volar á tí, pa-
sar mi convalecencia en tus brazos.


Para no despertar sos pechas y dejar con ten tas á las per-
sonas que forman mi sociedad, he dado el baile de esta no-
che y aprovechando la ocasioL. de la marcha de mister WaD-




656 LA SOBERANIA
Geluve y de este modo hacer el viaje acompañada, pensaba
marchar mañana á Valencia.


Si el baile de esta noche no me hubiera ocupado mas de
una semana, hace quince dias me hubiera hallado á tu lado,
alIado de V., caballero, que á pesar de tantas pruebas como
le he dado de amor y de entusiasmo, ha sospechado de mi
lealtad, me ha injuriado, y hasta se ha permitido levan-
tarme la mano.


A medida que ~largarita hablaba, la mas inefable dicha
se dibujaba en las facciones de Felipe: cuando ella hubo
concluido, éste cayó de rodillas á sus plantas uniendo sus
manos en ademán de súplica.


- ¡Ah Margarita! esclamó como dominado por un reli-
gioso éxtasis ¡eres un ángel!


Pero de pronto y como si un relámpago de lucidez hu-
biera iluminado su razon, añadió:


-Si el viaje proyectado era para reunirte á mí, ¿cómo,
despues de haberme visto esta noche, has citado tu carrua-
je para las ocho y media de la mañana, y has dicho á ese
caballero que te hallabas decidida á partir en el tren que
sale á las nueve y cuarenta minutos?


-Siempre sospechas, replicó Margarita con cierto aire
de dignidad ofendida: ¿Es decir que todavía dudas? está
bien: puesto que es absolutamente necesario que yo me
defienda hasta el fin, me defenderé, aunque no sea mas que
para castigarte.


He dicho, é insistido en que queria partir mañana mis-
mo, porque de pronto no podia cambiar de opinion sin des-
pertar sQspechas y dar pábulo á las murmuraciones, mucho
mas, habiéndote visto en el baile personas que te conocen
perfectamente, que han llegado á entender las relaciones




NACIONAL 657


que nos unen y que para ellas seria muy suficiente un he-
cho de tal naturaleza para, á costa de mi reputacion, sacar
inmenso partido; pero como ya, á pesar de mi fingida ale-
gría, he tenido buen cuidado de aparecer toda la noche fa-
tigada é indispuesta, mañana me habria encontrado real-
mente enferma y ya tenia una justificacion.


¿Estás ya satisfecho?
-¡Ah! jMargari~a! {Margarita! esclamó Felipe en el


colmo de la alegría ¿qué podré hacer yo en el mundo para
que tú me perdones?


y levantándose de su asiento, la estrechó entre sus bra-
zos y se puso á llorar como un niño.


En su delirio, en su entusiasmo, en su loco frenesí, be-
saba sus manos, sus brazos, sus cabellos.


-¿Es decir que me amas todavía?
-Pues que ¿he dejado nunca de amarte'? verdadera-


mente el amor es un niño mimado y esa es tu única dis-
culpa.


-jOh! te lo suplico, perdóname: dílo, dílo; ¿me perdo-
narás'?


-Quisiera prometértelo, pero se necesita mucha abne-
gacion para olvidar tus sospechas, tus insultos y tu bruta·
lidad.


¡Ah! Felipe, me has inferido heridas que no se curarán
jamás.


¿,Qué hubieras dicho, qué hubieras hecho, si efectiva~·
mente hubiera yo sido culpable?


. -Te hubiera asesinado sin piedad y despues me habría
levantado la tapa de los sesos; al presente y mas que nun-
ca mi vida está ligada á la tuya; si me faltases, no tendría
mas remedio que morir; pero tú me amas ¿no es verdad?




658 LA SOBERAN [A


me perdonas ¿,no es cierto? .. ¡ah! sí, sí; y si tienes piedad
de todo lo que he sufrido, si quieres hacerme el mas dicho-
so de los hombres, si te dignas probarme que todo cuanto
me has dicho es verdad ...


-¿Necesitas mas pruebas aun'?
-Nó, nó; no son cierta clase de pruebas lo que me per-


mito suplicar ... es ... una consagracion.
Creo en tus palabras, te lo juro, pero si quieres permi-


tirme creer en tu perdon ... ¡oh!. .. :Margarita mia!' .. debes
comprender lo que no necesito decir ...


y con una mirada suplicante acabó su súplica, mejor
que hubiera podido hacerlo con la mas espresiva frase .




Margarita bajó los ojos y pareció reflexionar breves mo-
mentos.


Demasiado esperta y con una imaginacion vivísima,
habia comprendido á la primer palabra.


Una lucha interior la agitaba, presa al propio tiempo
de una estraña confusion de sentimientos bien diverso~.


Turbada é impresionada por aquella voz que resonaba
siempre en su corazon como un eco quejumbroso, privada
al mismo tiempo de una parte de su primitiva fuerza por-
que el desfallecimiento físico empezaba á reunirse con una
especie de temerosa inquietud, estaba, sin embargo, muy
léjos de ceder á la apremiante exigencia de Felipe, presen-
tada, sin embargo, en forma de la mas humilde súplica.


Su espefiencia de la vida y del mundo no la permitian
hacerse la menor ilusion sobre las consecuencias gravísi-
mas que podian acarrearla un momento de debilidad.


Se decía, con sobrada raZOll, lJ.ue vencida una vez, lo se-
ria, si no siempre, al menos por largo tiempo.


En fin, aue menos podia disimularse que seria la mas




NACIONAL.


insigne de las torpezas dej arse en· esta ocasion vencer' por
- Felipe; la era por consecuencia imposible, aunque lo hu-


biera deseado, hacerle traicion á medias.
Todo el mundo sabe que entre la pantera y el domador


de fieras se establece siempre una lucha de miradas q üe
participa mucho del magnetismo; lucha que es completa-
mente decisiva: la vida del uno y la libertad del otro pen-
den del movimiento, de la accion mas insignificante: el
primero que baja los ojos, ó los separa de su enemigo na-
tural, está irremisiblemente perdido.


Margarita conocia este irresistible poder de la mirada
fascinadora, ayudada de la voluntad firmísima.


Dirigió sus oj os sobre Felipe y los clavó en los del ya
fascinado amante, con voluntad y con pertináz insistencia.


Era de noche; comunmente consejera de los malos pen-
samientos, y era positivo que las tinieblas que rodeaban en
aquel morneúto su palacio, eran menos negras que las ideas
que se agitaban en su volcánico cerebro.


¿Qué podía Felipe contra este poder diabólico? nada.
:Margarita no fué tan estúpida, ni tan torpe, que deja-


ra entrever sus dudas, sus pensamientos 1 ni los verdaderos
motivos de su vacilacion.


Cuanto mas pérfida fuera su intencion, mas necesitaba
usar un lenguaje franco en la apariencia y con todos los


,


visos de la mas digna nobleza.
Pasad.os a1gunos minutos, se levantó, y rechazando sua-


vemente á Felipe, que permanecia á su lado amoroso y su-
plicante:


-Nó, le dijo, tú no me estimarías!."
Felipe al pronto la miró estupefacto; no comprendia lo


que significaban aquellas palabras y esperaba la esplicacion.
TO~IO T. 92




660 LA SOBERANIA


Margarita continuó con 'Voz lenta y vibrante:
-Escucha, Felipe, y comprende bien lo que voy á de-


.


cirte.
Si yo fuera la mujer culpable que tú sospechas, si fuera


lo que has tenido la indignidad de suponer, una mujer tai-
mada y vulgar, hubiera podido fácilmente burlarme de tí,
pobre niño, en cuestiones de astúcia y de amor.


¿,Qué me importaría, si verdaderamente no te amase, si
solo ansiase el placer, ser tuya una vez mas, en medio de
la noche, sin testigos, bastante segura de tu lealtad para
no estarlo de tu discrecion y con el convencimiento de que
á la primera señal que yo te hiciese, la mas mínima pala-
bra que murmurara en tn oido, seria bastante para que te
alejaras?


Pero nó, yo no quiero eso: la cólera ha hinchado tu
frente, ha hecho palidecer el carmin de tus labios, ha opri-
mido tu garganta, ha martirizado tu corazon; pues bien, si
yo quisiera podria servirte una copa tal de delicias y de
olvido, que, en tu frenesí, en el esceso de tu felicidad, te
preguntarías á tí mismo si era cierto que habias sufrido,
dudando si todo habia sido un sueño.


Pero mañana, vuelto á la realidad, en la plenitud de tu
razon y de tus sentidos, interrogando únicamente á la pu-
reza de tu alma, tal vez dirias: « iesa mujer me ha burla-
do! » y te lo repito, no me estimarias como yo quiero y
merezco ser estimada..


Felipe podia esperarlo todo de su antigua amante, todo,
escepto semejante lenguaje.


Sus razones, deducidas con un arte tan cruel, le pare-
cieron que no tenian réplica.


¿Qué derechos podia él alegar? Si antes la amaba por




NACIONAL. 661
su belleza, por su talento, por su claro ingénio, al presente
la adoraba por su angélica nobleza, por su orgullosa dig-
nidad, y como en aquella alma noble y privilegiada, las
impresiones se sucedian con una movilidad asombrosa, al
deseo mas ardiente sucedió, en un minuto, la abnegacion
mas sublime.


Además, tambien sobre él pesaba la fatiga con su
mano de plomo; cansado del viaje, abatido por el insonmio
de tantas veladas, quebrantado por las emociones, habia
llegado á esa natural crísis de atonía y de soñolencia que
abate á los mas fuertes, que aduerme al centinela en su
garita, al oficial de marina sobre el banco de cuarto, ~l
sábio sobre su libro, ó sobre su hornillo; pasion, inquie-
tud, voluntad, deseo, todo calla cuando la fiera naturaleza.
se impone con sus naturales y lejítimas exijencias.


Él mismo, aturdido de tanto como habia hablado', de
tanto como habia sufrido, de tanta cólera como habia des-


• perdiciado, habia llegado á una situacion tal, que no podia
esplicarse con precision ni lo que quería, ni lo que verda-
deramente deseaba.


Instintivamente una luminosa idea vino á sobrenadar
entre todas las que agitaban su calenturiento cerebro: no


l


alejarse, no perderla de vista, pero no exijir nada, limitán-
dose á velar su sueño.


La.l\largarita de Felipe no era seguramente la Marga-
rita del i?a7Mto; aquella tímida niña, última imágen de la
inocencia y del candor que nos ha legado el arte contem-
poráneo; pero debia ser algo parienta de Meflstófeles, por-


I


que nuestra heroina, era una perla brillante pero falsa, des-
prendida sin duda de alguna celeste corona.


Quien la hubiera visto, fija la pupila, contemplando á




662 LA. SOBERANÍA.
su amante fascinado, y desembrollando en su cerebro el
plan que se habia prop1lesto conducir á buen término, hu-
biera quedado absorto.


Tan segura estaba de su triunfo, que cuando Felipe se
puso en pié, disponiéndose á hablar, antes de pronunciar la
primera palabra, ella sabia ya perfectamente lo que iba á
decir.


- Nada temas, murmuró Felipe, con voz ahogada por
la emoci<>n.


Te prometo que seré digno de tí.
Obra como si estuvieras completamente sola; desde


este momento soy tu hijo, tu hermano, menos aun si tu
quieres, un perro, un mueble; lo que únicamente te su-
plico es que me concedas el privilegio de que disfru ta el
IDas insignificante de los juguetes y chucherias que miro
sobre las mesas, estar contigo, permanecer á tu lado.


Te lo repito, puedes conceptuarte sola: el cortinaje ó la
colgadura mas espesa no te velaria mas á mis ojos que mi


.


firme y respetuosa voluntad.
Pero hace dos meses que DO te he visto y tengo necesi-


dad de contemplarte, de aspirar la misma atmósfera que tú
respiras; necesito escuchar, si estás despierta, el sonido de
tus pasos ó el tímbre de tu voz acariciadora; si duermes, el
ténue suspiro de tu respiracion tranquila.


No te violentaré, pero tampoco te abandono.
-&Y dónde y cómo vas á pasar la noche'? le interrum.


pió Margarita, acabarás por enfermar si continúas ator-
mentándote de ese modo ... mírate en ese espejo y verás qué
cara tienes.


Lo que pretendes, Felipe, es un imposible, una locura'
q QJj yo no debo pelmitir.




NACIONAL. 663


-Tanto he velado y sufrido en dos me~es, pensando en
tí, que una noche mas ó menos es bien indifetente.


Esta butaca será mi lecho; quiere decir que si no estoy
cómodo, sino. duermo, soñaré y esto me basta.


Verdaderamente Margarita habia obtenido cuanto podia
desear; exijir mas era es ponerse á perderlo todo, chocando
contra una de esas resistencias pasivas que nada en el
mundo puede vencer, ni quebrantar: se decidió, pues, á no
insistir mas:-«Son dos horas, se dijo, las que nos restan;
dentro de poco empezará á amanecer y entonces no tendrá
mas remedio que marcharso. »


-¿Con qué accedes á mi deseo? dijo Felipe con voz
dulce y tranquila ¡oh 1 gracias, gracias!. .. pero ya que eres
tan buena, permíteme que ta dirija aun una súplica: lo que


..


no has querido conceder á la sorpresa, en estos momentos,
y por un noble sentimiento de lejítima dignidad, que yo
aplaudo y respeto, lo que has rehusado al amante irritado
y celoso, prométeme concederlo mañana al mas rendido y al
mas apasionado de los hombres.


Comprendo que ahora, en tu casa, no es fácil vernos
con la libertad que en otro tiempo, mucho mas viviendo tu
madre contigo, se despertarian ciertas sospechas y daríamos
pábulo á la maledicencia; pero en la mia, por el pronto, es-
toy solo con un criado de confianza; mi familia está ausente.


Prométeme que, mañana, en un momento que tus ocu-
paciones te dejen libre, irás á verme ... ¿me lo prometes? ..


Margarita, recostada muellemente sobre su butaca..y
con los ojos medio cerrados, escuchaba sin responder; pres-
taba atento oido á una voz interior que murmuraba:


--«Sí, sÍ; para mañana prometeré cuanto tú quieras ...
porque mañana ... Dios dirá.»




664 LA SOBERANIA


Cuando Felipe hubo terminado de hablar, aunque im-
I


plorándola aun con la mirada, ella se levantó, é impri-
miendo un beso sobre la frente de su amante, le dijo:


-Está bien, haré cuanto quieras; iré á tu casa, pero
• por ahora, vuelvo á suplicártelo, concédeme algunos ins-


tantes de reposo; no me hables mas, porque estoy comple-
tamente rendida y trastornada; necesito recobrarme un
poco; tus arrebatos y violencias me han abatido de una
manera terrible.


Semejante súplica equivalía á una órden.
Felipe se levantó y se alejó lentamente al otro estremo


de la habitacion, en tanto que ella se dirijió al lecho, re-
costándose en él vestida.


Felipe volvió paseando hasta la chimenea, ante la cual
se detuvo, cojiendo y contemplando triste y dulcemente
las joyas y adornos que, momentos antes, acababa de depo-
sitar sobre el mármol su amada Margarita.


Ella, por su parte, cerró los ojos y permaneció inmóvil
por espacio de algunos minutos, como expiando los movi-
mienios de aquel; perE> de pronto y por un movimiento pu-
ramente natural, apoyó fuertemente su mejilla sobre la
almohada, suspiró délJilmente y se quedó dormida: el can-
sancio y la lucha de tantas emociones habian vencido
aquel cuerpo y á aquella naturaleza privilegiada.


Felipe se aproximó al lecho, la contempló ávidamente
y en delicioso éxta·sis por espacio de algunos segundos .....
quizá por su imaginacion cruzó algun sensual pensamien-
to, pero habia dado su palabra de honor, y para no dejarse
tentar, corrió nuevamente á la butaca, donde se sentó, pro-
curando reflexionar, ya mas tranquilo, sobre -los sucesos
de aquella agitada noche.




NACIONAL. 665
Empeño vano: del mismo medo que á Margarita, el


sueñ.o le venció y á los 'cinco minutos, dormia, sino con un
sueño tranquilo, con esa soñolencia al menos que concede
una tregua á nuestros dolores: la fatiga lo tenia rendido.


Sin embargo, apenas habia trascurrido una hora cuan-
do de pronto se despertó sobresaltado: se ahogaba bajo el
peso de una opresion nerviosa, y por sus mejillas corrian
lágrimas abrasadoras: todo era efecto de un mal sueño, de
una pesadilla.


Se puso inmediatalnente de pié; limpió sus ojos y miró
á su alrededor.


Todo yacia tranquilo y en la mas perfecta calma.
:Margarita continuaba dormida; ni siquiera se habia


movido de su primitiva posiciono
Por las rendijas de la ventana que daba al jardin pe-


netraba ya esa débil claridad que precede al dia; pronto
iba á amanecer, y Felipe comprendió que )10 tenia un mi-
nnto que perder.


Su primer movimiento, mas fuerte sin duda que su vo-
ll'lntad, le arrastró al lecho donde reposaba :Margarita; hu-
"Liera deseado, antes de alejarse, estampar al menos un
amoroso beso sobre la frente de Margarita, pero á dos pa-
sos de distancia, se detuvo:
-~)Nó, se dijo, aquí nada.»
y temeroso de faltar á su resolucion se dirigió á la


ventana, la abrió poco á poco para no hacer ruido y saHó
eon "Ql'ecauc1.<:m., descendiendo al j(\~din.


Por la ventana entreabierta, penetró una ráfaga del
aire fresco y embalsamado de la mañana: Margarita al
sentir sn impresion, se despertó, enderazándose sobre la ca-
ma; Felipe ya no estaba allí, y ella no tUYO necesidad de




666 LA SOBERANIA
mas esplicacion para comprender lo que podia haber suce-
dido: conocia perfectamente la delicadeza de su amante.


Dirigióse en puntillas á la ventana y oculta detrás de
las colgaduras, observó.


Inmóvil en el jardin, Felipe contemplaba la fachada
de la casa, pero de sus facciones habian desaparecido las
huellas de los sufrimientos pasados; hasta parecia' feliz.


¿Qué tiene de estraño? ¿no llevaba la alegría en el
alma, y la esperanza en su corazon~


La contemplacion, sin embargo,fué de breves instantes.
FeUpe se deslizó á paso de lobo, y recatándose cuan-


to pudo, por un camino que ya de antemano le era cono-
cido, se encaramó á la terraza, franqueó la balaustrada y
se dejó caer á la parte estedor de la casa, sin accidente al-
guno.


En el lllomento en que al fin le vió desaparecer, :Mar-
. garita, radiante de satisfaccion, no pudo contener un grito
de victoria.


-¡Gracias al cielo! dljo, y vagando en bUS labios dia-
bólica sonrisa, yol vió á ocupar el lecho, abrigando su cuer-
po con eL finísimo edredó que tenia á los piés.


En cuanto á Felipe, marchaba alegre y satisfecho: el
cr0púsculo se marcaba ya en el horizonte, y el cielo iba
colorándose en fuego.


Su corazon respiraba con desahogo; las matinales brisas
refr'escaba sus pulmones, su cabeza se despejaba.


¡Cuán feliz se consideraba en aquellos momentos~
Ya no estaba solo en el mundo; no mas dolores, no mas


inquietudes: amaba y era amado .... _ una nueva vida iba á
dar comienzo; era necesar'io 01 vidar el pasado para no acor-
darse mas que del presente, y del porvenir ....




N.\CIONAL. 667


Sus labios estaban aun húmedos de los embriagadores
besos de su Margarita, en sus oidos resonaban las dulces
palabras de su amadá.


Tenia su palabra ..... ella le amaba; ella iba á venir á
verle á su propia casa; ella le habia prometido recompen-
sarle' espléndidamente de los martirios pasados!. .... ¿qué
mas podía desear?


Antes de dirigirse á su casa, calle de Atocha} atravesó
el prado, tornó el camino del canal, y penetró en el jardin
fl'ancés del embarcadero, donde mandó hacer multitud de
ramos.


Margarita era apasionada por las flores, y Felipe que-
ria, que, al penetrar en su casa, esta se hallase alfombrada
y embalsamada.


Su habitacion le pareció bien fea, bien fria, bien des-
nuda, para servir de templo á tan espléndidos amores.


Tragéronle las flores, y colocó ramilletes en todas par-
tes~ sobre las mesas 1 sobre las rinconeras, en el reborde de
las ventanas, sobre el velador y hasta á los lados de un
divan de damasco carmesí que ocupaba el testero de su
gabinete.


Quitó el polvo de los muebles, puso en órden los que
estaban desordenados, encendió fuego en la chimenea y,
terminados todos estos pequeños detalles~ se sentó y es-
peró.


Ni siquiera se le ocurrió pensar que todo aquello era·
una profanacion.


Traer á la casa de María otra muger, era, bien mirado,
una cosa indigna: Felipe debia ser juzgado con severidad,
si no supiéramos de muy antiguo, que un hombre enamo-
rado de tal suerte, es un loco capáz de cometer los mayores


TO¡'IO l. 93




668 LA SOBERANIA
crímenes y bajezas, del mismo modo que es susceptible de
las mas grandes acciones.


y en Felipe era tanto mas criminal, puesto que, segun
él mismo habia confesado en un momento de arrebato, no
le era desconocido el inmenso amor que le profesaba Ma-
ría, ni ignoraba que su conducta era causa de la grave en-
fermedad de esta.


Pero ¿estaba Felipe en estado de reflexionar'? nó; un
solo pensamiento, una sola idea, una pasion única absor-
via y dominaba sus sentidos..... el amor de Margarita;
todo lo demás, para él, era menos.


Sin embargo, las horas trascurrian, y :Margarita no
. pareCla.


A cada minuto, á cada instante, se levantaba, é iba al
balcon, miraba á la calle, salia á la puerta de la escalera,
volvia á su gabinete, se sentaba, reanimaba el fuego de
la chimenea, y para engañar ó entretener su impaciencia,
hélsta se entretenia en contar los hilos del tegido da la al-
fombra, ó las hojas de cada rosa de las que guarnecian los
floreros.


Llegó la noche, y Margarita aun no habia aparecido;
sin emLargo, sus risueñas esperanzas no por esto le aban-
donaron; calculó que su amada preferiria tal vez, por no ser
tan notado, venir de noche á hacerlo de dia, esponiéndose
á que cualquier persona conocida la viera entrar en su casa.


Durante dos ó tres horas permaneció aun en este esta-
do; si bien impaciente, tranquilo y resignado, pero poco á
poco los murmullos de la calle fueron estinguiéndose; el
ruido que producen los carruajes cesó por completo, y media
hora mas tarde pudo únicamente oir la voz del sereno que
cantaba la una.




NACIONAL. 669
La noche fué para él espantosa; imposible le fué des-


cansar, aunque bien lo necesitaba, ni cerrar los ojos.
A cada instante se repetia la justificacion de Margari-


ta, y cuanto mas reflexionaba, en cada una dd sus frases
. hallaba mas contradicciones, la que anteriormente ni si-
quiera se le habian ocurrido.


Pero si no le amaba ya; ¿por qué aquella~ caricias? ¿por-
qué aquellas mentiras? ¿por qué aquellas promesas?


Llegó á comprender que aun se puede sufrir mucho mas,
despues de haber creido que la desesperacion tiene su límite.


lEl dolor, por desgracia, es infinito!. ....
Amaneció por fin, y la mañana y gran parte del dia


trascurrió del mismo modo sin que Margarita pareciese.
Devorado por la inquietud y la duda se decidió á salir


y dirigirse á su casa.
Acababa de ponerse el sombrero y colocar sobre sus


hombros el gaban, cuando un violento campanillazo se hi-
zo sentir en el recibimiento.


Naturalmente, aquel campanillazo resonó en su cora-
zon como la mas deliciosa de las armonías y, sin poder con-
tenerse, lanzó un grito de alegría.


-¡Ellal. .. es ella! ¿quién puede ser sino ella? ..
¡Triste desilusionI. .. ¡fatal desengaño!
No era Margarita, pero sí el cartero que traia trna carta


del correo interior, y que le fué presentada á Felipe por el
criado, al que no dió tiempo siquiera de penetrar en el ga-
binete; en su impaciencia le habia salido al encuentro.


La carta era de gran tamaño, si bien de poco peso.
La letra del sobre exactamente la misma á la que él


habia recibido en Valencia dias antes, y muy parecida á la
del anónimo dirigido á la pobre María.




670 LA. SOBERA.NIA.
El pliego contenia una elegante y perfumada targeta


de charol bristol, con media docena de renglones impre-
sos con tinta de oro.


Aquellos renglones decian lo siguiente:
(1 Doiia Margarita Flores, viuda de Leguina, participa él V.


su efectuado enlace con Mister Wan-Geluve, ofrece á V. su, casa
enel Boulevard Serrano n.o-y se despiden para el estrangero.»


Una bomba que hubiese estallado á sus piés, una chis-
pa eléctrica que le hubiera derribado por tierra, el puñal de
un asesino penetrando en su corazon, no habria producido
en Felipe efecto mas terrible, ni mas doloroso, que el que
esperimentó con la simple lectura de estas breves líneas.


Le fué necesario apoyarse en un mueble para no caer:
habia quedado completamente anonadado.


-Nó, nó, dijo de pronto, golpeándose la frente con
ambas manos; esto es mentira, esto no es posible, esto LO
puede ser! ...


y despues de dar dos ó tres paseos por la habitacion;
con la respiracion fatigosa y anhelante, desesperado, loco,
cojió nuevamente el sombrero y se lanzó á la calle.


En la plazuela de Anton ~lartin, tomó una berlina de
plaza y mandó al cochero le condujese á casa de Margari-
ta, dándole las señas.


Quería desengañarse por sí mismo; saber la verdad y
si era cierto lo que en aquella targeta se le anunciaba; si
la infame aun estaba en su casa, si podia llegar hasta ella,
anonadarla, maltratarla ... asesinarla, porque en el paroxis-
mo de su cólera, con la justicia que le daba su derecho,
iba dispu~sto á todo.


Diez minutos despues paraba el coche en la puerta prin.
cipal de la verja que rodeaba el jardín.




KA,CIO~AL. 671
Con la ligereza de un gamo, saltó Felipe en tierra, atra-


vesó rápidamente la calle de tilos que conducia al vestí-
bulo y allí se encontró ya con dos criados cuya fisonomía
le era completamente desconocida ~ y que, con ese sans-
fa90n peculiar á los criados de casa grande, fumaban y
charlaban, repantigados en dos cómodos sillones.


-¿La señora de Leguina'? preguntó Felipe con ansie-
da~ y tan luego como llegó hasta ellos.


-La señora está ausente, contestó uno de los criados
levantándose.


-¿Cómo ausente'?
-Sí señor; partió ayer á las nueve de la mañana pcr el


tren del Norte, y en compañía del señor.
- Pero si es por la señora de Leguina por quien yo pre-


gun to á V. '? ...
-Ya lo he entendido bien, pero por lo visto V. ignora


que la señora se casó hace tres dias y que en compañía de
su esposo, han partido para Alemania ayer mismo.


Esto era una cosa bien pública y ninguno de los ami-
gos de la señora lo ignoraba., puesto que antes de ayer
se dió en esta casa un baile, en celebracion de la boda, y
al mismo tiempo como fiesta de despedida.


Sin contestar una palabra porque el dolor y la sorpresa
le habian vuelto estúpido, Felipe se dirigió á la puerta y
en su atolondramiento, ni acertaba á abrir; uno de los cria-
dos vino en sa ausilio facilitándole la salida.


-Este señor parece que está loco, dijo el criado á su
compañero.


-- Calla tonto, replicó este, sonriendo maliciosamente,
¿no conoces que es un enamorado á quien la señora no ha-
brá tenido por conveniente participar su nuevo enlace?




672 LA SOBERANIA
-¡Hola! ¡Hola! ¿y tenia muchos la señora?
-Jamás ha podido saberse.
-Eso no tiene duda: segun me ha dicho la doncella, el


nóvio ha regalado á su suegra una casa en Andalucía y
ocho ó diez mil reales en agradecimiento á sus buenos ofi-
cios, pero poniendo por condicion que han de vivir sepa-
rados.


El nóvio lo entiende y por eso la vieja hace ya ocho
dias que marchó á Sevilla, sin esperar siquiera la cele-
bracion del matrimonio.


-Lo que me ha chocado mucho es que el señor, preci-
samente el dia de su boda, no haya dormido en casa ¡cosa


. . lf mas orlglna ....
-Segun parece, es una atencion respetuosa que ha


querido guardar á la señora; mucho mas, cuando al día
siguiente se ponian en camino, y tiempo sobrado tenian
para disfrutar de las dulzuras del amor, léjos de testigos
importunos.


-- Pues, francamente, será tal vez que yo no lo entien-
do, pero lo que es el primer dia de boda, ¡cómo habia yo de
abandonar á mi muierI. .. facilito seriaL ..


- Calla, tonto, ¿qué entiendes tú de esto? ..
Las personas de cierta clase tienen su gramática parti-


cular, que no está á nuestro alcance, y que no compren-
deremos n anca nosotros.


Durante esta conversacion, Felipe marchaba dando tras·
pies, como si estuviese ébrio; sus piernas flaqueaban y
varias veces tuvo que apoyarse en los árboles del paseo
para no caer.


Maquinalmente y sin esplicarse el por qué, habia des-
pedido el carruaj e.




NACIONAL. 673
Sus . pulmones necesitaban aire, su cabeza ser refresca-


da por la brisa de la tarde, que avanzaba á su terminacion.
Al llegar al salon del Prado tuvo necesidad de sentarse


en un banco, porque la sangre latía con tanta fuerza en
sus sienes, que parecia que iba á saltársele el cráneo.


De pronto, y, con gran sorpresa de dos ó tres personas
que pasaban en aquel momento por su lado, se llevó ambas
manos á la cabeza y lanzó un ahogado grito.


La verdad completa se le apareció en toda su desnudez
y con su claridad siniestra: en un momento lo comprendió
iodo, lo adivinó todo; la farsa de la enfermedad de la ma-
dre, las promesas y las mentiras de Alboraya, el silencio
de aquellos dos meses mientras permaneció en Valencia,
su recibimiento en el baile, la presencia de Mister Wan-
Geluve acompañando á Margarita hasta su alcoba, el ter-
ror de ésta al verse en su presencia, su astucia, su perfidia,
su fuga!. ..


Creyó por un momento volverse loco, y tan pronto se
levantaba, marchaba precipitadamente, gesticulaba y ha-
blaba en alta voz, cual si estuviese solo, como, rendido por
tan ruda batalla, se dejaba caer sobre un banco, ó sobre una
de las sillas del paseo, completamente abatido. Si Marga-
rita hubiese estado en Madrid y en aquellos momentos, Fe-
lipe, seguramente, en el estado de escÍtacion nerviosa en
que se encontraba, no hubiera retrocedido ante un crÍmen;
pero estaba léj os de su alcance, una venganza in media ta
era imposible y fué contra sí propio contra quien dirigió su
furor.


Acudió á su mente la idea del suicidio y la acogió con
regocijo, como un refugio, como un término á sus horribles
sufrimientos.




674 LA SOBERANIA


-Sí, SÍ; se decia, es preciso morir!... yo ya no puedo
. vivir en el mundo... soy un miserable de quien todos


tendrán el derecho á burlarse!. .. acabemos de una vez ...
y torciendo á la izquierda, suhió hácia el retiro, diri-


giéndose resueltamente al estanque vulgarmente denomi-
nado de las campanillas. Estaba decidido.


Cuando llegó á la barandilla del mismo y de~pues de
haber subido la pequeña cuesta que á la plataforma con-
duce, miró al rededor suyo para ver si alguien le o bserva-
ba y podria tratar de impedir la ejecucion de su siniestro
proyecto.


Todo estaba silencioso y en calma: la noche avanzaba
á pasos agigantados y no era fácil que por allí pasara nin-
gun importuno; pero dirigió sus ojos al fondo y una repug-
nancia instintiva le hizo retroceder un paso.


Aquel agua amarillenta y sucia, casi siempre mezcla-
da con algas podridas y con ese verdin suave y gelatinoso
que se escapa de entre los dedos, cuando se intenta cojerlo,
;¡ que forma generalmente el lecho de todos los estan-
ques, era capaz de remover el estómago mas bien orga-
nizado.


Además, una idea molesta acudió á su pensamiento ¿y
si por casualidad, en el momento de arrojarse al agua, apa-
recian los guardianes y lo estraian de aquel cieno antes de
haber podido consumar el suicidio'?


Como para justificar sus lógicas observaciones, apareció
efectivamente uno de estos, que, aunque al parecer distrai-
do, no le perdia de vista.


Felipe lo comprendió y echó á correr nuevamente con
direccion al Prado y desde allí á su casa.


¿Para qué necesitaba el estanque teniendo en el cajon




NACIONAL. 675


de su armario un magnífico par de pistolas de tiro y un
precioso revolwer'?


Habia donde poder elegir y su muerte seria mas rápida,
sin convulsiones y sin agonía.


En dos saltos subió la escalera, llamó, le abrieron y pe-
netrando en su gabinete, se cerró por dentrQ, dejándose caer
sobre una butaca.


Sacó de su bolsillo el pañuelo para limpiar el sudor que
de su frente brotaba, pero de pronto recordó que aquel pa-
ñuelo habia pertenecido á su querida y con violenta rabia
lo hizo mil pedazos.


Al dirigir la vista por aquella habitacion que el habia
tan cuidadosamente preparqdo para recibir á la diosa de sus
sueños, se fijó en aquellos ramilletes de flores que el mis-
mo habia ido á comprar al jardin francés y que con profu-
sion se hallaban colocados sobre las mesas, las rinconeras
y la chimenea.


En cinco minutos no quedó una flor sana; con creciente
cólera todo lo destrozó y lo hizo pedazos entre sus man::>s.


En seguida se dirigió á la alcoba, y <;le un armario, sacó
la caja de las pistolas que vino á colocar sobre el velador.


La abrió, asegurándose de que estaban cargadas.
Despues se sentó alIado de la mesa de escritorio y to-


mando la pluma, pensó en escribir á Margarita, pero por
mas que queria aparecer tranquilo y escribir con cierta
calma y cierta mesura, le fué cempletamente imposible; no
encontraba que decirla sino injurias y groserías.


Iba á morir y queria hasta el último momen to perma-
necer digno, así que, haciendo pedazos el pliego de papel
en que ya habia trazado algunas palabras, cogió otro y des-
:pues de reflexionar hreves momentos, escribió lo que sigue.


'\'0110 J.




. ,~.
".,.1' '~11


678 LA SOBERANIA
Yo continuo siendo para tí lo que he sido siempre, tu:


mejor amigo: algun dia lo conocerás y sabrás apreciarlo.
-Porqué lo conozco y lo aprecio, la primer persona á:


quien procuré ver, tan luego CQmo hace dos dias llegué de
Valencia, fué á tí, pero me encontl'éconqueestabas ausente.


-¡Ah! ¿con qué has estado en Valencia'? replicó Luis
con maliciosa sonrisa.


-Sí, y tu no lo ignorabas, aunque quieras ahora ha-
certe de nuevas.


-Bien podrá ser; sin embargo, no lo deberé á confianzas-
que me hayas hecho, porque hace tiempo me retiraste la
tuya.


-Voy á probarte que estás en un error, y que no sola-
mente éres el único que posee toda mi confianza, sino que
precisamente me ocupaba en estos momentos de tí.


1vlira y juzga.
Esto diciendo, indicó á Luis con el dedo el pliego cer-


rado que se hallaba sobre la mesa, y en cuyo sobre escrito,
aparecia el nombre de su amigo.


-¿ y qué es esto'?
-Una carta que acabo de escribirte.
-Entónces, dame.
Felipe vaciló un momento, pero habientlo reflexionado;


presentó la carta resueltamente á su amigo.
-Lée, y verás en esos breves renglones, no solo que


pensaba en tí, sinó tambien la esplicacion de mi conducta.
Fué bastante una rápida ojeada para que Luis se ente-


rase perfectamente del contenido de la carta, y, tirándola
so bre la mesa, corrió á Felipe y en estremo conmovido lo,
estrechó entre sus brazos.


-¡Ah! ¡Felipe, amigo mio! ¿te has vuelto loco?




NACIONAL. 679


Pero éste, desprendiéndose vivamente de los brazos de
Luis, y no queriendo darle tiempo para hablar, ni hacerle
reflexiones:


-No trates de detenerme, le dijo, no creas que obro
con lijereza; es una resolucion que he tomado despues de
meditarlo bien, y cuento con tu amistad y tu buen sentido
para esperar me evites observaciones inútiles: mi resol u -
cion es irrevocable.


-¿Irrevocable?
-Sí; y si efectivamente me aprecias, no trates de de-


bilitar mi valor; además que seria un tiempo perdido.
- ¿Pero en fin, que es lo que te ocurre?
- Mi querido Luis, lo que me sucede es que, á pesar de


tus sabios y juiciosos consejos, me empeñé en una lucha
de amor con una persona que ha. roa tado en mí, todos los
nobles, todos los generosos instintos de mi corazon.


He sido miserablemente engañado, indignamente ven-
dido; y, como tú me decias muy bien en cierta ocasion,
cuando uno llega á tan desdichado estremo, no le resta mas
que morir.
-¡~forirI ¿y por una mujer de esa clase? eso es com-


pletamente absurdo:
-No se trata de una mujer, no es por ella, no; es por


mí, es por mi propia dignidad.
Yo habia puesto en esa mujer toda la idealidad, toda


la santidad de que es susceptible un corazon apasionado;
ella lo ha manchado todo, lo ha destruido todo, me ha en-
vilecido en mi conciencia; y mas bien que vivir deshonra-
do á mis propios ojos, prefiero morir.


No es por debilidad, nó, como presumo que tu crées;
me suicido por orgullo.




680 LA SOBERANÍA
¡ Ah! pensó Luis; en ese grani to que parece tan sólido


existe una mezcla de fibras y de sentimientos que me
hace presumir que no está todo perdido.


En ese corazon privilegiado la vanidad sobrenada; y,
en esta situacion crítica, no es seguramente al corazon al
que SA debe recurrir sinó al espíritu.


La vida de su amigo se hallaba entre sus manos; de-
pendia de su sagacidad y de su talento; en saber hacer vi-
brar con esquisito tacto ciertas cuerdas sensibles del alma.


Era un combate en el cual tenia Luis que luchar contra
las vertiginosas seducciones del suicidio.


El momento era solemne: hábil, podia ganar la batalla;
torpe, la perderia indudablemente; lo mas grave en seme-
jante situacion era que no tenia un minuto para reflexio-
nar ni para prepararse;. ~ra preciso triunfar de su emocion,
de sus temores y hasta de su propio afecto.


¿Pero cómo principiar el ataque? ¿por la desesperacion,
por el dolor ó por el orgullo'? ¿qué armas emplear? ¿la ter-
nura, el sarcasmo, ó la razon?


Así permanecia perplejo por algunos momentos, cuan-
ao Felipe, que creia que con su argumento de orgullo lo
phbia clavado á la pared, reduciéndole al silencio, le pro-
porcionó él mismo la ocasion apetecida para dar principio
al ataque.


"- ¿Con qué, es decir que puedo contar contigo'?
-Indudablemente, contestó Luis, aprovechándose de


las palabras de Felipe, pero tén mucho cuidado y mira lo
que haces: cuando á la lotería del amor se juega á un solo
número, y este número es la rauerte, es preciso tener muy
en cU'jnta que en vez deja. celebridad póstuma, entre. cierta
clase de sociedad, es muy fácil encontrar el ridículopóstumo.




NACIONAL. 681
'Vamos á ver; puesto que estás bien decidido y que crees


cumplir con un deber, mis objecciones no quebrantarán tu
resolucion en lo mas mínimo: siendo esto así, déjame tam-
bien á mi cUlnplir con el que yo creo el mio.


Si tú te encontráras en mi caso presumo que harias 10
mismo.


-Sabiendo que habias sufrido lo que yo he sufrido, es-
tá seguro de que me callaria.


-- ¡Qué disparate! hablarías, Felipe, hablarias, porque
me quieres, porque mi vida no podria ser indiferente para
tí: no se vé con tranquilidad, ni mucho menos con fria in-
diferencia, á un amigo, á un camarada, á un hermano, que
corre á la muerte, sin lanzarnos á detenerlo, procurando
salvarle.


Pero no se trata ahora de eso; quiero suponer que nues-
tra vida DúR pertenece, y podemos disponer de ella á nues-
tro capricho, pero es preciso que tengamos la conciencia
de nuestros actos, que sepamos lo que hacemos.


-·¿Creés por ventura que yo no lo sé'?
,_ ... Pues bien; puesto que lo sabes, examinemos juntos


las razones en que te fundas: ¿qué te importa?
Tú ya has razonado, pues razonemos di~z minutos mas;


diez minutos son bien poca cosa, á mi parecer, mucho mas
tratándose de la vida de un hombre.


Tú vas á tomar una de estas hermosas pistolas que veo
sobre tu mesa, montas el gatillo, la colocas sobre tu sien 6
bajo tu barba ...


-N6, dijo Felipe, en estremo afectado, sobre el cora-
zon ...


-Sobre la sien, ó sobre el corazon, para mí es iguaL ..
en seguida, oprimes con tu dedo índice el pié de gato y ...




682 LA SOBERANIA


Luis habia cogido una de las pistolas y jugando con
ella iba ejecutando lo que decia ...


-Cuidado, Luis, cuidado, esclamó ";Tivamente Felipe,
mira que están cargadas ...


- Ya 10 sé, pero no tengas miedo; yo no quiero matar-
me: en otro tiempo tambien se me ocurrió á mí cometer se-
mejante estupidéz, pero afortunadamente aquella especie
de calentura pasó y no hay miedo que se reproduzca.


Pues como iba diciendo, das gusto al dedo y ¡cataplum!
quedas muerto en el acto, ó solamente quedas herido.


-Nó, me mato, dijo Felipe ...
-Bien, hombre, bien, pero déjame suponer por un mo-


mento que solo quedas herido; despues supondré que efec-
tivamente quedas muerto.


Figúrate que somos dos filósofos discutiendo sobre el
suicidio; así pues, hiciste fuego, el tiro DO fué bien dirigi··
do, la bala no tocó ninguna entraña interesante y quedas
muerto ... á medias ...


Al ruido de la detonacion entra el criado, sube el por-
tero> bajan los vecinos; si has cerrado por dentro la puerta
la derriban y te encuentran en el suelo revolcándote en tu
sangre; horrible, desfigurado, pero con vida; empiezan los
gritos, se reune la gente en la puerta de la calle, se llama
al primer médico que vive mas cerca, te conducen al lecho,
te sondean la herida, te hacen la primera cura, te vendan y
te martirizan: á todo esto ya han acudido los agentes de
órden público, y el alcalde de barrio y el juzgado que le
toca de guardia, y como conservas la integridad de tus sen-
tidos, te se interroga, y el juez te dirige su discursito en el
cual trata de probarte, con sobrada razon sin embargo, que
el suicidio es una cobardía: ¿qué te ha hecho esa sociedad




NA.CIONAL. 683
en el seno de la cual ya no quieres vivir~ ~quién te ha dado
el derecho de atentar contra tu vida? ¿no sabes que es un
crímen que el código castiga? ..


Además, él te hablará de la ley, de la moral, de la
religion y qué sé yo cuántas otras cosas mas, que aumen-
tarán los grados de la fiebre que debe anonadarte antes de
un cuarto de hora.


En fin 1 despues de dos 6 tres meses de cama y horri ~
bIes padecimientos, abandonas el lecho y te encuentras en
estado de volver á comenzar la obra no terminada, ó bien
no te vuelve á ocurrir semejante idea y esto es lo mas
probable, porque una copiosa sangría cambia mucho el ca-
rácter y dulcifica el temperamento mas bilioso y mas irras-
cíble; pero quedas ridículo y desfigurado, lo cual es bien
triste.


Ahora, puesto que te empeñas, vol vamos la oracion por
pasiva y supongamos que quedas muerto en el acto ..


--Espero que esto te parecerá menos ridículo, dijo Fe ...
lipe, la muerte tiene su poesía y hasta su santidad.


- Prescindo del horrible disgusto proporcionado á la
familia; prescindo de las consecuencias graves que seme-
jante crímen puede proporcionar á la misma, continuó Luis
sin hacer caso de la interrupcion de Felipe; prescindo de
que es muy fácil que alguna inocente persona sea víctima
de un dolor superior á sus fuerzas y pague una preciosa
existencia delitos que otros cometieron; prescindo, como he
dicho~ de todo esto, pero tendremos en primer lugar el mis-
mo début de criados, portero, agentes y vecinos; lo único
que faltará es el discursito del jue¿, pero en cambio ten-
dremos los comentarios, las hablillas de la vecindad, las
suposiciones y hasta las afirmaciones; la calumnia se ce·


TOMO l.




684 LA. SOBERANIA
bará en tí, y como todo el mundo tiene enemigos y tú por
tus ideas políticas muchos mas que otros, al dia siguiente
los periódicos de oposicion vendrán comentando á su anto-
jo el hecho y, aunque ellos no lo digan, se supondrá que á
un hombre tan juicioso como tú solo puede haberle condu-
cido á un estremo tal, una mala accion, una pérdida de jue-
go, un desfalco; en fin, cualquier cosa denigrante ... todo,
~enos lo que es verdad ... calumnia que algo queda, esta es
nna sentencia tan antigua como verdadera ...


Luis calló breves momentos, observando atentamente
el efecto que producian sus palabras en el ánimo de su
amigo.


Este permanecia con la cabeza i1J.clinada sobre el pecho,
en actitud meditabunda y sin atreverse á desplegar sus la·
bios.


Los argumen tos de que Luis se valia, el tono bur Ion
con que los adornaba, habian positivamente herido y hu-
millado su orgullo.


Sobre todo, aquella última apreciacion, la de que su
muerte podia dar pábulo á conjeturas deshonrosas é indig-
nas, le impresionó de tal suerte, que levantando su hermo-
sa frente con noble orgullo, esclamó, brotando de sus ojos
un torrente de lágrimas:


-Nó, nó: eso nunca; mi hvnra antes que todo ... mi
honor es limpio como el sol. .. pero yo debo morir y dejaré
escrita una carta que me ponga al abrigo de cualquier sos-
pecha infamante ... la mandaré á los periódicos; por ellos se
sabrá ...


,--Nada mas q ne lo q ne ellos quieran decir ...
Pero ¿por qué ese afan de morir'? ¿no conoces q ue ~sa


infame mujer, cuando sepa tu muerte, léjos de sentir el




NACIONAL. 685
menor remordimiento se reirá de tu estúpido sacrificio'?


Además, considera que no estás solo en el mundo; quete
debes á otras personas, que te ligan deberes sagradisimos ...


-Pues por lo mismo: hay ciertas personas ante las cua·
les yo no puedo presentarme sin ruborizarme ..... ante las
cuales debería presentarme como un reo.


Antes que vivir torturado por el remordimiento prefie-
ro mil veces el suicidio.


Luis empezaba á comprender algo de aquel enigma y
sus labios sonrieron con satiRfaccion.


-Tú has sido muy delicado, continuó diciendo Felipe,
y nada me has dicho respecto á una persona á quien he
ofendido, á quien he ultrajado de la manera mas cruel y
mas infame, arrastrándola á las puertas del sepulcro.


Tú nada me has dicho, pero yo lo sé todo y lo que no
sé, lo adivino: soy un mónstruo á quien se debe odiar ...
jamás tendria valor para ponerme en su presencia.


Felipe lloraba amargamente y Luis se habia propuesto
no interrumpirle, por el momento, dejándole que se des-
ahogara:


-jAh! continuó: santa y pura niña, ángel venido á la
tierra para sufrir y padecer; si cometi la infamia de des-
preciar tu casto amor, de abandonarte, de asesinarte, quie-
ro al menos tener el valor de morir y hacerme digno de tu
perdon! ...


-Pero, replicó Luis, sin dejarse abatir por aquel esce-
so de sensibilidad y comprendiendo, lleno de alegría, que
habiendo vencido á su amigo en el terreno del orguJIo, le
er4 mucho mas fácil vencerlo en el del sentimiento.


Ven aCá,pobre tonto, ¿crees por ventura que ~l $uicidio
~ea una espiacion?




686 LA. SOBERA.NIA.
Un deudor que tiene cuentas pendientes con sus acree-


dores ¿puede suicidarse, obrando con nobleza, sin haberlas
satisfecho primero?


Tú tienes una deuda, págala ... con tanta mas razon que
tu acreedor solo espera una buena palabra tuya.


Si ese acreedor nos escuchara ... tú verias ... por desgra-
cia se halla á sesenta leguas de la córte y no lo tendremos
aquí hasta dentro de tres ó cuatro dias ...


-¡Dentro de tres dias! esclamó Felipe lleno de terror y
levantándose de su silla ... ¡oh! nó, nó, es preciso que an-
tes ... es necesario que cuando llegue, yo ... !!


La voz espiró en sus labios; la frase empezada no pudo
terminarla y cayó pesadamente sobre la alfombra atacado
de un accidente, al parecer epiléctico.


Luis corrió á él, lo leYa!!t6 en sus brazos· y lo condujo
á la cama; agitó violentamente el cordon de la campanilla
y el criado apareció.


-Inmediatamente, volando, le dijo, corre á buscar un
médico, el primero que encue::::ttres.


El criado obedeció, y, apenas habia trascurrido un cnar-
to de hora, cuando ya estaba de vuelta con uno de los fa-
cultativos del hospital general, que fué el sitio mas próxi-
mo y donde calculó el doméstico que encontraria lo que con
tanta urgencia se necesitaba.


En el entretanto, Luis, lleno de la mas viva ansiedad,
inclinado sobre el lecho sujetaba á Felipe que se debatia y
se revolcaba sobre los colchones atacado de una furiosa con·
·vulsion.


Sus mejillas estaban amoratadas é hinchadas; hablaba
á media voz y gesticulaba vivamente; sus palabras, en me-
dio de su delirio, eran rápidas, breves, incoherentes; los




NA.CIONA.L 687
nombres de Margarita y de María se mezclaban á cada ins .
tante, pronunciándolos unas veces con acento de súplica,
otras con amor, en su mayor parte con furibunda rabia.


Por fin llegó el facultativo y despues de haberle pr(\pi-
nado uná antistérica calmante, que en cinco minutos se hizo
traer de la farmacia mas próxima y se le hizo tragar á pe-
sar suyo, cuando ya le vió un poco mas sosegado, sacó de
su cartera una lanceta, practicando en su brazo izquierdo
una copiosa sangría.


La sangre aparecia en la sangradera, que se llenó has-
ta la mitad, negra, fibrosa y en marcado estado de inflama-
.


Clono


Terminada esta operacion y des pues de recetar una
nueva bebida que debia tomar el enfermo, á cucharadas,
duril.nte la noche, y de media en media hora, el galeno se
retiró ofreciendo volver á la mañana siguiente.


Como LuiS'no conocia á aquel facultativo; como por esta
razon no le inspiraba su ciencia ninguna confianza; como
tampoco nada habia dicho, ni clasificado la enfermedad yel
estado de Felipe era muy grave segun se debia deducir por
los síntomas, mandó nuevamente al criado que fuese á bus-
car al suJt0, que vivia en la corredera de San Pablo; pero
era una hora tan intempestiva que no se hallaba en casa.


Hubo de dejarle recado, pero no pareció hasta la mañana
siguiente.


La noche fué para Luis de contínua agonía y sobresalto.
Naturalmente, no se separó de la cabecera del enfermo:


las convulsiones habian cesado y no vol vieron á rep~tirse,
pero el delirio era terrible y la calentura espantosa.


Al fin, serian las siete de la mañana cuando el faculta-
tivo llegó.




688 LA SOBERANIA
Despues de escuchar á Luis la relacion que le hizo del


carácter y de los síntomas de la enfermedad, de haber re-
conocido y pulsado á Felipe, de haber mandado que inme-
dÜl-tamente se le hiciese otra sangría y se le aplicasen cons-
tantemente paños de nieve en la cabeza, con cierto aire
grave y melancólico se volvió á Luis y le dijo: .


-Dígame V., amigo don Luis, ¿este jóven tiene fami-
lia'?


-Sí, señor, pero est,á fuera de Madrid.
-Pues es necesario avisarla inmediatamente; la enfer-


medad es grave y mi conciencia no me permite que yo lo
oculte á V.; tan luego como tenga un momento de lucidez
es preciso que se confiese, yen último resultado, que se le
administre la extrema-uncion.


-¿Qué me dice V.? es clamó Luis completamente atur-
dido.


- La verdad: este delirio espasmódico y nervioso que
científicamente el célebre Dupuitren lo denomina a~'achi­
noide cerebral, generalmente mata al enfermo al tercer dia,
y es muy raro el que se salva.


-¡Dios mio! Dios!. .. esclamó Luis sin poder contener
sus lágrimas y uniendo sus manos como en ademán de sú-
plica., ¿con qué no debo tener esperanza? ..


- Solo Dios puede hacer milagros ... hasta la tarde, ami-
go mio, volveré á verle á las cinco.


Cuando el médico hubo desaparecido, Luis se dejó caer
sobre una butaca llorando como un niño.


Su cariño á Felipe era verdaderamente el del mas cari-
ñoso de los hermanos.


Una hora mas tarde, fué comunicada por telégrama tan
infausta nueva á don Eugenio y á María, que ya, muy




NACIONAL. 689
adelantada ésta en su convalecencia, se disponían á regre-
sar á Madrid.


En tanto Luis, dia y noche, sin permitirse el descanso
de un solo momento, velaba constantemente á la cabecera
del enfermo.






CAPITULO XXVI


Continuaclon de las memorias .


Merino el regicida.


Pienso distraer hoy vuestra atencion, hermanos mios,
con el relato de un episodio sangriento, de gran importan-
cia por el carácter de la persona que figur6 en él como
principal héroe, si bien de consecuencias insignificantes;
puede asegurarse, sin embargo, que de haberse consuma-
do el crímen, porque de crÍmen debe calificarse, siempre el
asesinato, quién sabe lo que habria sucedido entonces.


Demos gracias al cielo de que no se consumára porque
habria sido un borron para esta España, tan noble y gene-
rosa como desgraciada, tan hidalga y tan valiente como
sufrida y trabajada.


Me refiero á Martin Merino el regicida.
Aludo el célebre dia 2 de Febrero de 1852, en q ne aquel


intentó asesinar á la reina Isabel de Borbon.
España no habia registrado aun ~n sus anales históri-


005, ningun ateniado de esta especie.




LA SOBERA~IA. ~ACJONAL. 691
Los Fiesqúis y los Orsinis, los Clementes y los Ravai-


llac, no habian tenido imitadores en este pais clá.sico· de la
bravura, sí, pero al propio tiempo de todas las más levan-
tadas ideas. España, apesar de haber sido como pocas na-
cion3s, sacrificada por ta.ntos y tantos tiranos como la opri.
mieron, no fué nunca el país de los'regicidas, ni su suelo
abrigasemejantes mónstruos. Enemigos irreconciliables de
las monarquías y de cuantos soberanos absolutos en el mun·
do existen, les hicimos y,continuaremos haciéndoles una
g l~rra sin trégua, sin descanso, sin piedad, pero será siem-
pre una guerra noble, digna, legítima; sin manchar nues-
tras manos en sangre, sin atentar á la vida de nadie.


Las coronas deben caer por su propio peso, los tronos
derrumbarse por la potente fuerza de la razon y del uere-
cho que nos asiste, pero no con la ayuda de homicida
hierro.


Merino fué una desdichada escepcion; una individua-
lidad que mas bien que obedecer á una idea, á un princi-
pio político, ó á una imposicion de partido, como algnnos
han querido suponer, su infame accion, fué un hecho ais-
lado, sin colectividad, sin c6mplices y producto esclusiyo
de un cerebro enfermo, de una especie de monomanía.


Al ocupar vuestra atencion con el relato de aquel san··
griento episodjo, no es porque yo juzgue á Martin Merino,
un mártir, un héroe, una víctima sacrificada en aras de la .
idea liberal, si no porque la importancia que se dió al he·
cho~ suponiendo que la iniciativa partia de otras esferas,
me obligan á escribir algunas palabras para protestar eon-
tra el mas irritante de los absurdos, contra la mas grosera
de las calumnias.


Mienten desc.aradatnente, los que entonces supusi~ron
!'()MO l. 96




692 LA. SO:BERA.N fA
y aun continuan creyendo que Merino pertenecia á una de
nuestras lógias masónicas y que en ella recibió la órden
de su crímen.


En nuestra sociedad impera precisamente todo 10 oontra-
rio de lo que el regicida representaba, físioa y moral-
men te ha blando.


Nuestro credo, nuestros preceptos, nuestros estatutos,
nuestra organizacion, resplandece por sn caballerosidad,
por su nobleza, por los santos principios de la caridad mas
evangélica, al propio tiempo que rechaza y anatematiza
todo cuanto no esté de acuerdo con tan sublimes máximas.


En nuestras lóg'ias no se cobijan mónstruos, no se aprue-
ban ni sancionan crímenes.


Sentado esto, paso á relat.al"os el hecho, t.al y como su-
cedió, haciéndoos una lijera reseña de aquel tristemente
célebre personaje.


Para que mi escrito no careciera de exactitud, me pro-
curé entonces cuantos datos me fueron precjsos, no á la ven-
tura, y por referencia de personas mas 6 menos parciales,


I


si no en los centros oficiales donde contaba con algunos
amigos; así que, ]a relacion que voy á haceros es de una
rigurosa exactitud; empiezo pues.


Acaban de sonar las 9 de la mañana del dia 2 de Fe-
brero de 1852.


El: una lóbrega y reducida habitacion de la casa nu-
mero 2, de la calle del Triunfo, en Madrid, hallábase en
aquella misma hora un hombre, que, sentado con aparien-
cia tranquila, á una' mesa oubierta con un exíguo mantel,




NA.CIONA.L.


se ocupaba en consumir con envidiable apetito el mezqui-
no y miserable almuerzo que una criada jóven y de vulgar
aspecto le serv ia, cuidando de atender á lo que pudiera ne-
cesitar su amo, de pié y con los brazos cruzados, en uno de
los costados de la mesa en que tenia dispuestos los dos pla-
tos que constituían el referido almuerzo .


. Ella y su amo, eran los dos únicos séres que se movian
y agitaban dentro de aquel tenebroso recinto.


y en efecto, así era: nada mas tétrico y repugnante que
la súcia y miserable habitacion á donde hemos trasladado
á nuestros lectoros y en la que habitaban hacia ya mucho
tiempo los dos individuos, cuya presencia en aquella raquí·
tica y oscura estancia acabamos de sorprender.


Para llegar hasta el segundo piso donde con tanta faci-
lidad hemos conducido á nuestros lectores, era preciso atra·
vesar primero un portal, súcio y abandonado, en cuyo es·
treillo, se elevaba una estrecha y fatigosa escalera de im-
posible ascension.sin. el ausilio, á toda hora del dia y de la
noche, de la luz artificial, que sustituia á la clara y pura
del sol, que jamás hasta allí habia podido penetrar.


Despues de haber pasado una especie de cuarto entre ~
suelo ádonde se llegaba por una lóbrega galería, se· encon-
traba el principal que lo habitaba, en la época á que nos
referimos, un maestro sastre, y despues de 'subir algunos
escalon.es mas, se alcanzaba á tocar la puerta de la habita-
cion de la cual hemos visto ya una de las piezas.


El resto, que aun desconocemos, se componia de una
especie de sala que comunicaba con la escalera por la puer·
ta de entrada, abierta en una de sus paredes y en cuyo tes··
tero de la izquierda, segun se penetraba en ella, existia un
reducido y negro dormitorio.




694 LA. SV.8~.bUA.
Por una estrecha puerta, situada. an el fondo de aquella


alcoba, se pasaba á la pieza destinada á comedor.
Habia tambien otro cuartito pequeño y oscuro, como


todos los de aquella aterradora vivienda, que servia de des-
pacho al inquilino de ella, y mas allá, adivinábase un
cuchitril inmundo que daba albergue á la criada ..


Tal era la tétrica casa en donde vivia aquel hombre.
Vol vamos á él, Y veremos que, terminado el almuerzo,


se levanta de su asiento con alegre y despreocupado ade-
man, y con tranquila y entera voz, dirige algunas pala-
bras á su sirvienta: oigamos lo que la dice.


-¡DomingaI esclamó con seco acento.
-Mándeme V. señor: repuso la criada con solícita aten ..


.


Clono


-Dáme, si tienes ahí á mano, una aguja enhebrada en
hilo negro, y enseguida, si quieres, puedes marcharte á
paseo, á fin de que disfrutes de los festejos que se preparan
hoy.


V é, pues, y verás la formacion y á la Reina, que sale
hoy á Atocha con objeto de dar gracias á la Santísima Vír-
gen, por el auxilio que le ha prestado y con ayuda del
cual ha salido bien de su reciente alumbramiento.


-Sí señor, iré: dijo la criada entregándole la aguja tal
como se la habia pedido, pero vendré á la hora de comer.


-- No te canses, ni te apresures, pues no como !loy en
casa y además, vendré tarde, si es que vuelvo esta noche.


Dijo, y ~in dar lugar á nueva respuesta de la sirvienta,
se encerró en su despacho en donde permaneció una media
hora escasa, saliendo despues vestido con el traje talar y
capa de los sacerdotes.


Aquel hombre, que segun vemos era eclesiástico, frisa-




NACIONAL. 695
ba en los 63 años de edad, apesar de que en la energía de
sus ademanes y en la singular fijeza de su mirada no se·
revelaba que tuviera mas de cincuenta: su ancha frente
descubierta, se prolongaba del mismo modo hasta la parte
esterior de su cabeza, adornada por sus costados tan solo
por unos mechones de pelo gris, que, mas poblados por la
parte posterior, subian espesos hasta rodear precisamente
la corona.


Su estatura elevada, su esbelta apostura y su paso se-
guro y decidido, formaban además un estraño conjunto de
inesplicable misterio que hacia aun mas imponente su fi-
gura.


Apenas salió del cuarro, se despidió de la criada, y di-
rigiéndose á la escalera, la bajó con segura planta: á los
pocos insta:'1tes se encontró en la calle Mayor que, como
todas las que componian la carrera que S. M. habia de
atravesar, para ir desde su palacio al templo de Atocha,
estaba adornada y favorecida por el inmenso gentío, que
ya, desde muy temprana hora de aquel dia, se apresuraba á
cojer sitio para mejor ver á la Reina.


Aquel hombre que habia salido de su casa del callejon
del infierno, como vulgarmente se llama en Madrid, á la del
Triunfo, donde vi via, se dirigió, sin fijar su distraida aten-
cion en lo que le rodeaba, á la iglesia de San Justo, sita en
la mis~a calle Mayor y en la que aquella mañana se cele~
braba fiesta -y sólemne procesion.


En ella le dejaremos, para volver á encontrarle despues.
Hemos dicho que aquel dia era el 2 de fe brero de 1852.
A la hora que dej amos en San Justo al misterioso sa-


cerdote, un sol hermoso y radiante iluminaba en las calles'
de la coronada villa el mas vistoso y animado cuadro de




696 LA. 30BERA.NIA.
que ofrecen memoria los anales de nuestras solemnidades.


Febrero habia robado á la primavéra, tan solo para aquel
dia, todo su calor vivificante, toda su hermosa serenidad,.
toda su radiante diafanidad y trasparencia.


La naturaleza embellecida y animada con todas sus
galas, no habia querido dejar de concurrir á la ceremonia.


La poblacion entera de Madrid habia~ como hemos di-
cno, acudido tambien,· y esperaba impaciente llegara el
momento de saludar á la Reina.


Aguardaba constante pero en vano: el objeto de su aten ..
cion no se presentaba á su vista.


De repente un increible rumor difundióse por todos los
ámbitos de la villa.


La magnitud de la noticia hacía dudar de su verosimi-
litud, pero la duda aumentaba el quebranto de los que la
esperaban.


Abandonémosles y acudamos á Pa1acio.
Allí veremos lo que acontecja, pues tenemos el privile-


gio de que nuestra presencia preceda á los sucesos.
Muy poco tiempo hacía que habían sonado las doce,


cuando la reina, vestida con un trage de tercipelo carmesí
bordado de castillos y leones, con flores de lís en la union
de la falda c~n el cuerpo, ostentando ~n su cabeza una
magnífica corona de oro, y cubierta con un manto igual
al q:ue usa la Reína de, Inglaterra, en los dias de gran cere-
monia, pasó á la real capilla á ver celebrar el santo sacrifi-
cio de la misa.


Concluida la misa, salió la Reina de la capilla real, pre-
cedida y rodeada de un numeroso acompañamiento, cuan-
do haciéndose paso por en medio del gentío, se le aproximó
un sacerdote con hábito talar y sombrero de teja, quien hizo




,


Martin Merino 81 reJlcldd.




,




NACIONAL. 697
ademan de hincar la rodilla, como para besar la real mano.


Esta accion tan COJlun en los españoles, por des~racia,
á nadie llamó la atencion.


Todas las personas ele la comitiva creyeron que iba á
poner en manos ,de la Reina algun memorial.


otro era el pensamiento del clérigo, el cual, dirigiendo
la mano al costado izquierdo y sacando un puñal que 11e-
yaba oculto, lo clavó en la parte baja del costado derecho
de S. M" diciéndole al mismo tiempo con bárbara y cruel
ferocidad.


-- «Toma; ya tienes bastante.»
La escena que se siguió fué rápida como el pensamien-


to. S. M., con gran presencia de ánimo, paró el golpe con
el brazo, yal sentirse herida, se hizo atrás y fué sostenida
por el mayordomo de semana que llevapa el manto: su pri-
mer pensamiento y sus primeras palabras, al sentirse he-
rida, fueron para su hija.


¡Mi hija! ¡mi hija! esclamó: el alabardero que estaba al
lado del regicida le cogió por el brazo; el mayordomo mayor
de S. M. la Reina se apoderó del asesino y el marqués de Al-
cañiees, que volvia en aquel mom~nto de dar unaórden á
la cabeza de la comitiva, hizo lo mismo, sin saber lo que le
pasaba.


.'


El Rey y el duque de Riánzares desenvainaron sus es-
padas ~ se lanzaron sobre el asesino; lo mismo hicieron los
alabarderos, que habrian hecho pedazos al agresor sino hu-
biese salido una voz gritando: 1.VO matarle, no matarle, que
puéde hacer revelaciones.


El asesino, en el primer momento, forcejeó por desasir-
se y huir, pero ya sugeto y desarmado, dijo con at::.oevi-
mir.nto: yo he sido, no huiré.




698 LA SOBERANa.
Entre tanto la ~eina, en brazos de algunos de la comiti-


va, fué conducida á sus habitaciones, atravesando la galería
que hay sobre de la escalera, el salon que conduce á la sa-
leta, la saleta misma, la antecámara y la cámara.


S. M. á c8,da instante preguntaba por su hija, temien-
do sin duda que la hubiese sucedido algo, y cada· vez que
lo hacía se la presentaba la marquesa de Povar para tran-
quilizarla.


Al entrar en la~ habHaciones, S. M. se sintió muy so-
focada' sin duda por el inmenso co:ccllrsode gente que ha-
bia á su alrededor y pidió que abriesen los balcones y que
le diesen agua y aire.


Al llegar á la cámara, le dió un profundo desmayo, que
duró mas de un cuarto de hora.


En su cuarto y. rodeana de su familia, los facultativos
de cámara, don Francisco Sanchez, don Juan Drument y
don Antonio Solis, hicieron el primer reconocimiento de la
herida, que resnltó estar hecha en la parte media anterior
y superior del hipocondrio derecho y ser de siete á ocho lí-
neas en su diámetro tfasversal, no ofreciendo, afortunada-
mente, segun desne luego aseguraron, síntomas de gra-
vedad.


En seguida se procedió al reconocimiento de las ropas
de S. M., que eran, el manto real de terciopelo carmesí
bordado de oro con castillos. leones. flores de lís y otros


. I L


emblemas; el vestido, que era de color de ba,rqnillo, y el
corsé que llevaba ceñido; resultando que el puñal, que te-
nia una cu~rta de longitud y era de forma do cuchillo~ con
calados en el centro de su estrecha hoja, como todos los que
se fabrican en Albacete, habia atravesado uno de los leo-
nes del manto real, embotándose alguIi tanto en el borda-




!'ilAClONAL. 6~9
do y tropezando además su punta en una de las ballenas
del corsé, lo que impidió que el instrumento regicida pe-
netrase hondamente en el cuerpo de S. ~f.


Vuelta por fin de su desmayo, se dispuso que se la san-
grase, y S. M. quedó descansando y con un copioso sudor
que fué segun los facultativos el mejor de los síntomas.


Las primeras palabras que pronunció S. M. al volver
., en sí, fueron las siguientes y que indudablemente la hon~


rano


-Que no le maten porr mi causa .
. Deg~mos á S. M. en su lecho, donde la aguarda un


pronto y feliz restablecimiento, y acudamos en averigua-
cion de quien era el asesino, al que dejamos en poder de los
alabarderos, los cuales lo condujeron inmediatamente preso
al cuarto del sargento, donde debia esperar para sufrir el
primer interrogatorio.


Una vez allí, lo despojaron de su ropa talar é insignias
sacerdotales, sin que él aparentase el menor sentimiento
de pesar, ni se vislumbrase en su rostro la menor sombra'
de arrepentimiento: se sentó al brasero, con igual imper-
turbable sangre fria que ya le hemos visto otra vez sen-
tado á la mesa, en su casa de la calle del Arco del Triunfo.


Porque preciso es que lo digamos: el regicida es aquel
hombre alto y seco que vimos almorzar con la mayor tran·
quilidad:. el asesino, es el mismo sacerdote á quien dejamos
á las puertas de San Justo, donde entró á celebrar el santo
sacrificio de la misa y concluido el acto, acompañó la proce-
sion de las Ca.ndelas, volviendo de nuevo á su casa sin que
nadie advirtiera el atroz desígnio que le impulsó á salir otra
vez inmediatamente; dirigiéndose á palacio, donde se colo -
có en sítio apropósito para su criminal objeto, que, medi .


rOllo l.




700 LA SOBERANlA
tado á sangre fria, no pudo realizar por una de esas ca-
sualidades en que aparece la mano de la Providencia; el
mónstruo aquel, era el que, tranquilo aun, aguardaba ilu-
sionado con su triunfo, la merecida y vergonzosa muerte
que como castigo le preparaba la sociedad: aquel hombre
por fin, se llama Martin Merino.


V ~amos su pasado ya que conocemos su presente, y en
tanto que lajusticia nos revela su porvenir.


Don Martin Merino Gomez, de 63 años cuando cometió
el crimen que nos ocupa, era natural de Arnedo, provincia
de Logroño; entró en el convento de San Francisco en San-
to Domingo de la Calzada á principios del siglo actual, y
despues de los acontecimientos de España en 1808, tomó
las armas como individuo de la partida de cruzados forma-
dos en Sevilla.


Se ordenó de sacerdote en Cádiz en 1813, y volvió en
1814 al mismo convento de donde salió anteriormente fu-
gitivo.


En 1819, viéndose perseguido, se marchó á diferentes
pueblos de Francia en donde permaneció hasta 1820.


En este año regresó á España; se secúlarizó en 1821;
tomó parte en las ocurrencias del 7 de julio de 1822; estu-
vo preso en Madrid por ca usa de estos antecedentes en 1823,
Y habiéndole alcanzado la amnistía públicada en 1824
se fué Regunda vez -á Francia y estuvo en varias poblacio -
nes del alto Garona y otros puntos, hasta que en 1830 fué
nombrado cura-párroco de Saidental, pueblo distante tres
leguas de Burdeos.


Allí estuvo desempeñando este cargo dura.nte once




NACIONAL. 701
años, al cabo de los cuales volvió á Madrid, donde perma-
neció hasta el momento en que le hemos encontrado.


Con las cantidades en efectivo q ne traj o de Francia y
con cinco mil duros que en el año 1843 ganó á la loteria,
en la administracion de las Cuatro Oalles, se dedicó á hacer
préstamos y otros negocios usurarios.


Este oficio de tlsurero le produjo quimeras de tal espe-
cie, que estu vieron para matarle difer~ntes veces, habiendo
hasta sido apaleado una mañana á tiempo que ibaádecirmi~
sa, por cuya pendencia fué conducido preso á la guardia del
principal y llegó á tener tal miedo á las pel'sonas á qt1ien
habia hecho préstamos, que en la última temporada que
estuvo de capellan en Sa;n Sebastian, buscó quien asistie-
ra á los entierros que se hacia n de noche, por no atreverse
él á salir de casa despues de oscurecer.


Aquel hombre era ya conocido en el gobierno político
de la provincia, donde habia insultado en cierta ocasion á
un oficial, por haberle negado una solicitud que tenia pen-
diente, pidiendo se le declarase el derecho á la pension de
esclaustrado, desde 1822.


Natural, como hemos dicho, de Arnedo, pertenecia á
una familia pobre de aquel pueblo, en el que hacia treinta
años que no habia estado.


Fué en .cierta época uno de los mas rabiosos oradores del
café de L,orencini, en Madrid, y de aq·uí ha nacido la idea
de que ~1erino profesaba ideas a,auzadísimas, pero es lo
cierto que él obraba, no en pro de una idea santa, ni de un
~tido, .sino ,te su particular interés.


Un vil usurero, un hombre que esquilma al prójimo,
faltando á todos los principios de humanidad y de ·religion,
no puede ser liberal.




'702 LA SOBERANJ A.
Fugóse á Francia, donde, como llevamos referido, es-


tuvo, y en cuyo país segun se ('·ree y por su propia auto-
ridad, sin acudir á la silla apostólica, arrojó los hábitos de
religioso de san Francisco, cuyo hecho fué causa de que en
su país natal le conociesen por El Apóstata.


Cuando ocurrió el suceso cuya historia vamoS relatan-
do, habia ya siete años que no se trataba con nadie; al
anochecer se acosta~a, y cuando se dispertaba á media DO-
che, se entretenia en leer, que era su ocupacion constante.


Tales eran las antecedentes y la clase de vida que te-
nia aquel hombre singular, á quien hemos dlljado tranqui-
lo y sereno, sentado en una silla del zaguanete de Alabar-
deros en el Real palacio.


Una vez allí, acudieron á verle y á hacerle diversas
preguntas multitud de personas notables, que habian vola-
do al régio alcázar noticiosas del suceso, cuyo rumor cir-
culó instantáneamente por Madrid, difundiéndose ense-
guida por todos los ámbitos de la penínsu~a.


El asesino, con impasibilidad aterradora y horrible pre-
sencia de ánimo, contestó á todos con la mayor tranqui··
lidad.


Preguntándole uno de aquellos si tenia cómplices, res-
pondió con tranquilo acento y repugnante orgullo:


·--¿Creeis que en España hay dos hombres como y6?
En esto no se equivocaba: es imposible la repeticion de


'semejante monstruosidad.
A los pocos instantes de hallarse en la referida habi-


tacion del sargp,nto de alabarderos, €sclamó con cinica
sonrisa.


- »8iempre ke creído que en España no kaln'a justicia '!J
anora me con",enzo de ello, al ver que torlavia estoy vivo.




NACIONAL. 703


Un personage de los alli presentes que le oja, le repli-
có' {(si '!Jo hubiera estado aliado de 8. JI. cuand~ ha querido
"V. consumar su horrible crímen, no lo diria así, porque le ha~
bria heclw 'Pedazos. \)


-En ese caso, repuso Merino con indiferancia salvaje,
no hubiera V. hecho mas que lo que dentro de poco hará
el verdugo.


En tanto que esto ocurria, y despues de haberle despo-
jado, como antes hemos dicho, del hábito sacerdotal que
tan indignamente llevaba, se le encontró cosida en la parte
interior de la sotana una funda de ba0.ana que cubria la
de acero, en que iba metido el puñal, y que habia colocado
allí con diabólico artificio y que realizó sin duda, cuando
despues de pedir la aguja á su criada, le vimos encerrarse
en su despacho, y con objeto de que pudiera sacarse la
hoja rápida é instan~áneamente.


A seguida de esta operacion, el ayudante de alabarde -
ros, señor Casani, en presencia del escribano D. Luis Cas-
tillo de Lerín~ fué el primero que le tomó declaracion, pro·
cediendo al interrogatorio que trascribiremos tal y como
entonces vió la luz pública.


Hé aquí el citado interrogatorio.
Preguntado: cómo se llama, dijo: llamarse Martin Me-


rino; natural de la ciudad de Arnedo, y ser de edad de se-
senta y tres años.


Preguntado: con qué objeto ha venido á palacio, aV'o:
que á lavar el agravio de la humanidad, veDgando, en
cuanto esté de su parte, la necia ignorancia de los que creen
que es fidelidad aguantar la infidelidad y el perjurio de
los reyes.


Preguntad.o: que cuando se apareció á la Reina, cuál fué




70-i LA SOBERANJA
SU objeto, ai.fo: que lo hizo con el objeto de quitarle la vida.


Preguntado: si tien~ alguna persona que esté en con ..
nivencia con él, di/9: que ninguna.


Preguntado: qué destino tiene, dijo: que es sacerdote
ordenado en el año 13: y que se halla en la córte hecho un
salta tumbas.


Preguntado: qué motivos ha tenido para atentar contra
la vida de S. M. la Reina, si tiene algun resentimiento
particúlar con ella, diio: que ninguno personal.


Preguntado: que con quién ha entrado en palacio, di/o:
que habia entrado solo.


Preguntado: qué arma llevaba cuando trató de matar
á S. M. db'o: que un puñal.


Preguntado: si es el que tiene delante, dijo: que sL
Parece es de los llamados de Albacete.
Preguntado: que con qué objeto se hizo con este puñal


y donde se lo facilitaron, dijo: que lo compró en el Rastro,
hallándolo apropósito para matar al general Narvaez, á la
neina Cristina, ó á la Reina Isabel cuando fJ.era mayor, y
que entonces no lo era, aun cuando estaba declarada ma-
yor de edad.


Preguntado: si sabe si con su puñal ha muerto, ó ha
herido á S. M. la Reina, dijo: que sabia que la ha herido,
y que ignora si morirá de la herida,


Preguntado: dónde vivía, y el tiempo que hace que
está en Madrid, d(jo: vivir en el Arco del Triunfo, núm, 2,
euarto 2.'°., y que hace que está en Madrid diez años.


Preguntado: ,si tiene algo mas que qecir, di/o: que no
tiene mas ,qlilt deeir, y l~lida que le fué esta declaracion se
ratificó en ella, firmándola con el escribano y el seijor as-
-cal, ·en Madrid á 2 de Feb~ro de 1852.




NACIONAL. 705


Despues de terminado este acto y difundiéndose, como
hemos dicho antes por todo Madrid, con la celeridad del
relámpago, la noticia del atentado, el digno señor Juez del
distrito ~e palacio, que lo era á la sazon el señor D. Pedro
Nolasco Aurioles, llamó inmediatamente al celoso promo·
tor fiscal de su juzgado, D. Antonio Sanchez Milla, y am-
bos, acompañados del escribano señor Perez, acudieron á
las puertas del real alcázar, sin q ne pudieran penetrar en
un largo rato, pues aquellas se encontraban cerradas, por-
que en los primeros momentos de la ocurrencia, así tuvo
la feliz prevision "de mandarlo el Excmo, Sr. general Ca-
ñedo, para impedir el que la multitud aterrada saliese des-
pavorida por la poblacion, desfigurando la triste noticia, y
aumentando su gravedad.


Habiendo por firL logrado penetrar en palacio 1 y entra·
do el juzgado en todo el lleno de s~s funciones, principió
á instruir el sumario, uniéndose á él las diligencias prac-
ticadas de antemano por el señor Casani, y que estaban re·
dncida'3 á la indagatoria del procesado, que mas arriba de-
jamos consignada.


A las cinco, poco mas ó menos, de la tarde, comenzó el
Juez sus diligencias, asistido del promotor fiscal y del es-
cribano de la causa.


Recibióse nueva indagatoria á Merino y en ella mani-
festó, como en la primera, ser presbítero, fraile seculariza·
do, natural de Arnedo y tener 63 (\.ños de edad.


Repitió lo que en aquella habia dieho, añadiendo, que,
vistas las injusticias que se cometian }tabia concebido a'Oer-
sion á la vida '!I Jwn'oi' al género IlUmano, y que quería que
constára así; para que se supiesen los móviles que le ha-
bían ] levado á cometer su horroroso crímen,




706 LA SOBERANIA
Terminada que fué la indagatoria, pasó el señor Juez á


recibir declaraciones del hecho á los alabarderos que esta-
ban mas inmediatos á S. M. en el momento de cometerse
el crímen y cuyos nombres eran, D. Sebastian Vicuña, que
se arrojó en el acto sobre el criminal; D. Joaquin Alvarez,
que le quit6 el puñal de la mano, y algunos otros que se
hallaban cercanos al sitio de la catástrofe.


Todos contestes declararon el hecho en su fondo, sin
que pudiera ni remotamente abrigarse género alguno de
duda.


De igual manera declararon tambien, guardando el
mas perfecto acuerdo en sus manifestaciones, los Excelen~
tísimos señores condes de Revillagigedo, Balazote y Pino-
hermoso; la señora marquesa de Povár, aya de S. A. R. la
princesa de Asturias, yel señor Torrijos, gentil hombre de
cámara.


Comprobado el crímen por tan autorizadas y contestes
declaraciones, despues de haber sido confesado por el mis·
mo reo con el mas insultante y cínico descaro, se procedi6
á nuevo reconocimiento de las ropas que en el acto vestia
la Reina, del cual ya hemos dicho el resultado, prestando
tambien los facultativos de cámara inmediatamente su de-
claracion; manifestando bajo un contesto, en aquella dili-
gencia, que es tendió porsu mano el señor Drument, que
la herida era grave, al menos por lo delicado del sitio en
que habia sido inferida y por la clase de instrumento pe·
netrante y cortante de que el asesino se hahia valido.


Para la completa instruccion, faltaba el reconocimiento
del puñal por maestros armeros, lo cual verificóse, decla-
rando éstos que era un arma de uso prohibido á toda clase
de personas.




NAClO~AI •. 707
Tambien reconocióse la habitacion del encausado pres,


bítero, en la calle del Arco del Triunfo; núm. 2, cuartd 2. o
¡


Esta diligencia la practicó el Sr. Gobernador de la pro-
".


vincia, D. Melchor Ordoñez, a'sistido del comisarió D. To .
más Fábregas y l\tledina.


La casa del regicida, como ya vimos al principio, ofre ..
cia un pobre y miserable asp~cto.


En los cajones de la mesa,. se hallaron, un cachorrillo,
unos perdigones y balines, y un libro en blanoo con algu-
nas hojas escritas donde estaban consignados variós ápun-
tes: sin importancia.


Tambien se encontraron diferentes ejemplaiJPes del pei -
riódico que antes se habia publicado en Madrid con et tí-
twlo de El Espectador.


El regicida, mientras todo esto ocurria, continuaba.
preso en palacio, sin mostrar el menor abatimiento, aun
despues de haber tenido suficiente tiempo para recapacitar
las consecuencias de su horrible crímen.


Por el contrario; con ademan resuelto, las palabras un
tanto desenvueltas con que contestaba á ciertas preguntas,
el aire de desprecio que manifestaba á los que desd.e' fuera
de la habitacion podian mirarle á través de las rej~s, to-
das sus acciones, en fin, indicaban, que, bajo áquel traga
propio de la !!lansedumbre y la virtud, se ocultaba.n un
alma estraña á todo sentimiento de humanidad y un cora~
zon lleno de perfidia.


A las nueve de aquella misma noche fueron al alcázar
á buscarle, haciéndole entrar en una berlina de alquiler que
esperaba á la puerta, escoltado por la guardiái civil, y
acompañado por el ofieial de la misma, con objeto de ódI'i'-
ducirle á 181 cárcel del Saladero.


TOM'O T.




:7JO
@a~gl-'ieD t(l. ~e §Í Jl).is11illo "3 del ,patÍ:M~o., q,ue 4~cia ver ya
d$l~r;tte de sus ojo~.
~«¡Que le levante~ bi~n a.lto" deci~, para que todo el


.mundo lo vea bien.»
Ustedes verán lo que es un hombre que sabe, morir con


valor.
Añadió, que no tenia procurador ni abogado que le de -


fendiera, y en tal concep~o, el tribunal dispuso que se le
nombrara uno de oficio.


Recayó el nombramiento de procurador en D. Pascasio
Lorrio y el de abogado en el jóven D. Julian Urquiola, que
eran los que se halla"Qan en riguroso turno.


Concedióse al abogado el término improrogable de seis
horas para hacer la defensa del reo y proponer toda la prue-
ba que creyese conducente.


El letrado se constituyó inmedia,tamente en la cárcel
Saladero y pasó á ver al regicida, que se hallaba en el mismo
estado d~ impasibilidad que desde un principio.


Habló con él largamente, pidiéndole cuenta de su aten-
tado y tratando de investigar cuáles habian sido los mó-
viles que le impulsaron á tan infame crímen, por ver si
descubria alguna circunstancia que pudiera atenuarlo.


El reo, insensible á las exhortaciones del defensor, dió
en esta entrevista la última prueba de sus perversos ins-
tintos, de su hori-ible impenitencia.


Estuvo frio, indiferente, hasta con la única persona que,
por deber, ya que no por inclinacion y sentimiento, iba á
prestarle prote,ccion y amparo.


El defensor tuvo, pues, que limitarse á sus propios re-
cursos, viendo que el procesado le decia que no necesitaba
defensa alguna,




NACIONA.L. 711
Es muy notable en este punto la manifestacion espon ~


tánea hecha por el reo á su abogado defensor, de qur¡ nQ
acudie,e al recurso, ya muy gastado, de fUPQne'l'le demente, parq,
atenuar su delito, pues le tI{endería. •


-Si V. alega que estoy loco, dijo, yo me enca.rg~ré de
desmen tirio.


El procurador devolvió la causa á las seis horas prefija.-
das con el escrito de defensa.


Eran próximamente las cuatro de la tarde del dia 3.
El defensor del reo manifestó en el escrito q ~e el hor-


rendo crímen de que se trataba era por desgracia un hecho
positivo, así como que el presbítero Martin Merino habia
sido su autor; espuso, no obstante, que las circunstancias
del suceso, lo monstruoso del crímen mismo, el niDgun re-
sentimiento del delincuente con la augusta señora á quien
habia herido, la avanzada edad del regicid~ y su c~J'ácter
sacerdotal, podian tal vez infundir la duda de que aquel
hombre estuviese enagenado de s.us facultades me:atales al
cometer el atentado, por mas que él dijese lo contrario: pu-
diendo ser acaso est~ misma negativa una prueba de la
perturbacion ,de sus sentidos.


En su consecuencia, pidió que, resultando cierto este
estr,emo, se le de0larase libre de respopsabilidad conforme
el párrafo primero del artículo 8. o del Código penal, y pi-
dió, por medio de otrosí, que se recibiera á prueba la causa,
reconociéndose al procesado por dos facultativos, quienes
declarasen si juzgaban que el presbítero Merino e~taba en
el cabal uso de ~us facultades intelectuales.


A las ,cuatro y media se recibió l~ causa á prueba, se-
gun el abogado pedia, por térmio.o de una hor~ para prac-
ticar el espresado reconocimiento facultativo, y cerca de




712 LA. l50BERA.NIA
las seis comenzó la vista pública en el salon de declara-
ciones de la cárcel del Saladero, sitio que eligió el señor
Aurioles para evitar la agitacion que pudiera haber produ-
cido, si aquel acto hubiera tenido efecto en otro lugar mas
céntrico.


El afan principal del público consistia en fijar sus in-
dignados ojos sobre la fisonomía del regicida; pero éste no
quiso asistir á la vista, segun manifestó al juez, que subió
al calabozo con el fiscal á participarle la próxima celebra-
cion del acto, por si queria concurrir á él.


Contestó que nó, y segun se asegura por algunos, pa-
rece ser que, habiendo sa\)ido que S. M. se encontraba fue-
ra de peligro y muy aliviada de la herida, manifestó cierto
abatimiento y pesar.


Dióse, pues, principio al acto de la vista, habiendo pe-
netrado en el salon cuantas personas ca1ian en él.


A continuacion de la lectura de los documentos, tomó
la palabra el señor promotor fiscal, Sanchez Milla, trazan-
do un breve cuanto interesante y patético cuadro del suce-
so; pintando con vivos aunque lijeros rasgos la enormidad
del crímen y los horrores y calamidades que hubieran
caido sobre la infeliz España, si el infame regicida hubiera
logrado el fin horrendo que se proponia:: reprodujo en su
informe la peticion del último suplicio contra el reo cuya
causa se veia.


Difícil y espinosa en estremo, era; como nuestros lecto-
res comprenderán, la posicion del patrono del reo, al tener
que hacer su defensa.


Dió, sin embargo, principio á ella, manifestando el do-
loroso sacrificio que le costaba el cumplir en aquellos mo-
mentos el triste deber que se le habia impuesto.




Nl'CIONAL 713


Espuso diferentes consideraciones tomadaq de las estra-
ordinarias y portentosas circunstancias del hecho y que ya
hemos enumerado en otro lugar, para venir á inferir que,
quien así obraba, no podia estar en el capal uso de sus dotes
mentales; que no habia procedido con libertad,y por con-
siguiente, debia declarársele exento de responsabilidad
para no esponer á la justicia á que, acaso sin quererlo, con-
dujera al patíbulo, en vez de un sér racional, un instru~
mento tan ciego é inerte como el puñal mismo con que se
habia perpetrado el crímen.


Concluido que fué el discurso del defensor, pidió el pro-
motor fiscal que se leyera la certificacion de los profesores
de medicina y cirujía que habian practicado, por vía de
prueba, el reconocimiento del presbítero Merino.


En eHa manifestaban los facultativos, de comun acuer·
do, que despues de haber observado y examinado al reo y
oídole además en oiros asuntos, observaron su recto juicio
y la perfecta. coherencia y enlace que guardaban todas su~
ideas y raciocinios.


Leido este documento, que produjo en el público una
profunda sensacion, terlninü el acto y quedó el salon des-
pejado.


Eran cerca ·de las siete de la noche.
Despues de un breve rato, vióse salir del salon al señor


juez seguido del promotor fiscal y del escribano, que pasa-
ron al cala bozo del reo, donde aguardaba éste la fa tal noticia.


El juez habia dictado sentencia de muerte contra el
f,naile secularizado D. ]lfar/in Merino, y la ley iba á llenar
con el reo su ministerio: ministerio imponente y pavoroso
para el hombre que, aunque criminal y perverso, conser-
ha en sus entrañas algun instiúto de humanidad.




714 LA SOBERANIA


La escena de la notificacion fué tan aterradora para los
que oumplieron al hacérsela con el triste de-ber de su ofi~io,


I


como indiferente pala el hombre que figuraba ser en ella
la víctima expiatoria del crímen.


Oyóla Merino con torvo ceño y cínica impasibilidad.
Terminada la lectura, manifestó que no le babia sor-


prendido dicha sentencia; --(, Y solo siento ahora, dijo, el110
haoer presenc'l'aao el acto (le la vista pública: allí hub,,'era pedz"do
q'tM se me a.lzara un alto y soberbio cadalso, desde donde me rtiera
bien toao el mundo.)


Estas palabras ya las habia espresado en otra ocasioll,
como nuestros lectores recordarán.


Tambien manifestó que no temia á la mue1"te, y que te-
niendo ya 63 años, no era su existencia sino una hoia seca
que se caia de un árbol.


Estendido inmediatamente el oficio de remision de la
causa á la Audi~ncia, en consulta de la sentencia de muer-
te, segun está mandado, á las ocho de la misma noche se
hallaba ya en poder del regente.


Concluido el proceso en segunda instancia, seña16se
para vista el dia 5 á las diez de la mañana.


El tribunal quiso guardar el debido respeto á las fór-
mulas legales, y así es que dispuso que trascurriese el tér-
mino de las veinte y cuatro horas, que á lo menos debe
concederse en estas causas, á pesar de la ansiedad é impa-
ciencia del público.


En tanto que trascurre el plazo indicado veamos lo que
hacía el regicida.


A la misma hora que se remitía su causa á la Audien .
da, que era á las 8 de la noche del dia 3" rogó el reo hi-
ciesen llamar á los señores Arrazola, presidente del Tribu-




NACIONAL. 715


nal supremo de Gracia y Justicia, y al señor Huet, fiscal
{lel mismo, que, comisionados de real órden, aquella mis-
ma mañana habian pasado en el acto á la cárcel, con objeto
de averiguar cuanto posible les fuera acerca de las causas,
fines y cómplices que 1ferino pudiera tener en el enorme
atentado- del dia 2.


Acudió en seguida el señor Arrazola, y despues de ha-
ber permanecido una hora en su compañía, sin q ne en esta
entrevista, ni en la que ya habían tenido por la mañana,
ni en la que se verificó al dia siguiente, pudiera conseguir
dicho señor, como tampoco el señor Huet, otra cosa mas
que oir al reo afirmarse mas y mas en que no tenia cóm-
plices, cosa que aseguraba, añadiendo con increible arro-
gancia, que era demasiado soberbio para conve,"'tirse en instru-
mento de nadl:e, ni menos servir á estrafias miras.


Segun él mismo se espresó en el trascurso de estas con-
ferencias, desde los primeros años de su vida y cuando es-
taba en el convento, se dedicó mas que á la lectura de li-
bros propios de su estado, á la de obras que por aquel en-
tonces corrian con mas yoga entre las gentes; pasó despues
una gran parte de su vida en Francia, como ya sabemos,
y continuó con la misma aficion, como lo demostraron siem-
pre las repetidas citas que hizo á los señores comisionados,
de los <1ntore.3 clásicos, griegos y latinos, y de los filósofos
y mitológicos, añadiendo tambien, que le cuadraba perfec-
tamente la pintura que Juvenal hace del vicio, en su sátira
décima, pues lleno de achaq lles y sin vínculos de afecto en
el mando, de todo se aburria y aborrecia á todos.


Desd3 que llegó á la cárcel, se impuso tambien una die-
ta rigurosa, pues la gran escitacion física y moral que le
aq uej aba lo exigia así, persistiendo siempre fuerte y enér-


10,\10 l. 99




'716 LA SOBERANIA.
gico en sus contestaciones, consecuentes todas, en quesolo
él, por su absoluta é independiente voluntad, habia sido
el autor del crímen que estaba pronto á expiar.


Los señores Arrazola y Huet se apartaron de su lado el
dia 4, sin haber conseguido mas qUE' en sus anteriores vi-
sitas.


El regicida dijo áaquel, que quería entregarle un plie-
go cerrado, que contenia su testamento y cuyo ejecutor le
nombraba, manifestándole además el sitio en que tenia 60
onzas de oro y que era entre la tierra de una maceta que
estaba en el balcon de su casa y de cuya cantidad se habia
de hacer distribucion, entre su criada Dominga Castellanos
y una parienta que dijo tener en Arnedo, su pueblo natal.


El señor Arrazola se negó á admitir ningun encargo,
añadiendo, que sin órden espresa del gobierno no podia ac-
ceder á sus deseos.


Despidióse despues de esto el señor Arrazola, y nosotros
saldremos tam bien con él, abandonando al regicida para
ocuparnos un momento de la víctima.


El estado de su salud ofrecia á cada momento nuevas
esperanzas de que por completo se restableciese.


En la madrugada del mismo dia 4, en que hemos visto
al señor Arrazola hacer la tercera visita al reo, hubo un
momento de angustiosa é indescriptible desconfianza en
palacio.


La paciente, habia pasado una noche desasosegada é in-
cómoda, por efecto de sensaciones nerviosas que pudieran
haber sido orígen de alguna perniciosa complicacion.


El parte de los facultativos, dado á las 5 de la mañana,
no era nada satisfactorio.


s. M. fué trasladada de la cama provisional á la ordi~




NACIONAL. 717


naria, y se le continuaron los cuidados que siempre fueron
·esmeradísimos.


El parte dado á las once ya revelaba cierta satisfaccion
en los médicos de cámara.


A las cuatro de la tarde de aquel mismo dia, la enferma
se hallaba totalmente fuera de peligro y no sufria ni pa-
recia acordarse de cuanto habia sufrido.


La fisonomía de Madrid cambió visiblemente y la alar-
ma de por la mañana se convirtió por la tarde en esperan-
za, en creencia, y, por fin, e!l absoluta seguridad.


Acudamos ahora á presenciar la vista de la causa en la
Audiencia territorial, que, como hemos dicho, estaba anun-
ciada para el dia siguiente y hora de las diez de la ma-
nana.


Desde las ocho, un gentío inmenso ocupaba las galerías
de la Audiencia.


A las diez menos cuarto se abrieron las puertas de la
sala en donde estaba constituido el Tribunal, presidido por
el señor Govantes y compuesto además por los señores Fer-
nandez Baeza, Aynat, marqués de Morante y Marquez.


El defensor del reo y el fiscal ocupaban sus respectivos
puestos.


Despues de leidos por el relator los procedimientos se-
guidos en la causa, y que ya conocen nuestros lectores,
·despues de dada cuenta del interrogatorio que hemos tras-
ladado en otro lugar, dijo el señor Regente: «El defensor
del reo tiene que hablar primero, porque el fiscal sostiene
la sentencia del inferior. »


Entonces, levantóse de su asiento el señOr D. Julian
Urquiola, que era como sabemos el abogado encargado por
turno de la defensa, y con voz conmovida en un principio,




718 LA SOBERANIA


pero serena y apacible despues, comenz6 S"J. discurso en
medio de un sepulcral silencio y de la mas estraordinaria
atencion por parte del auditorio, en los siguientes términos:


«Al presentarme, Excelentísimo Señor, en este honroso
puesto, no se me oculta la difícil posicion en que me en-
cuentro y que conocen todos.


Yo vengo á defender un cadáver, porque un cadáver
será dentro de poco el acusado D. Martin Merino; pero la
suerte me ha designado para defenderle, y en cumplimien-
to del imperioso deber que me impone, vengo á hacer pre-
sentes algunas consideraciones que en mi humilde opinion
no carecen de importancia y que merecen ocupar la aten-
cion de V. E.


Inútil es, como he dicho en mis escritos, detenerme en
reflexiones sobre el hecho y su completa prueba.


En ella encontraremos todos los antecedentes para de-
ducjr que en el régio :alcázar se ha cometido un crímen
horrendo, crímen contra el cual se rsublevan la r~zon y la
conciencia públicas, crímen que rechaza con indignacion
el seniimiento de todos los españoles.


Probado el hecho y comprendida su enormidad, no que.
da otra a veriguacion que hacer que la de apreciar el esta-
do moral del acusado, para deducir si el hecho puede serIe
imputable, ó si ha obrado en un estravío de su razon, im-
pulsado por m6viles mas poderosos que le hayan impedido
el libre eiercicio de su voluntad.


Para hacer esta apreciacion, preciso es considerar al
acusado en tres épocas; antes de cometer el atentado, en el
momento de cometerle, y despues de cometerle, sin olvi-
dar tampoco los antecedentes que acerca de su vida nos,
presenta el proceso.




~ACIO~AL. 719


Se trata, Excmo. Señor, de un hombre que ha estado
casi siempre envuelto en nuestras contiendas políticas; le
vemos en las diversas fases de su vida, fraile, guerrillero,
esc/auslrado; le vemos alimentar su espíritu con la lectura
de obras políticas, y de ello hay una prueba en el proceso,
que demuestra que alimentaba su imaginacion con esta
clase de lecturas; consta, por la confesion, que en las altas
horas de la noche se dedicaba á leer; le vemos asimismo
alejado de todo trato social, viviendo aislado, sin trato ni
comunicacion eon nadie.


Su criada nos revela que la única persona que solia pre-
sentarse en su casa, y no con frecuencia, era el cura de san
Justo, que es uno de los testigos que declaran en la causa.


Vemos en este hombre un hastío marcado á la "ida, un
ódio inestinguible á la sociedad; manifestándonos en sus
declaraciones, que este ódio no tiene un objeto determinado,
que tan pronto se dirigia contra el general Narvaez, como
contra S. M. la Reina Madre, como contra S. ]\;1. la Reina
doña Isabel II, y hasta contra todo el mundo: en una de
sus declaraciones nos dice que habia comprado el puñal con
ánimo de atentar á la vida de cualquiera de estas tres per-
sonas.


Hallamos un¿l. verdadera aberracion, ateniéndonos á sus
declaraciones, puesto que dice que suspendió el atentar á
la vida de S. M:. porque, aunque declarada mayor de edad,
no lo era 'tal en su concepto, presentando como único obstá-
culo para cometer. un crímen horrendo y que en este mo-
mento ocupa la atencion del tribunal, una razon que no
puede considerarse SiDO como un dato del estado de su cé-
rebro.


Considerado este hombre en los momentos inmediatos




7.20 LA ::;OBERANIA


al de la perpetracioD del delito, notamos que se entregaba
á sua ocupaciones ordinarias; que asiste á Ja parroquia de
San Justo, donde celebraba el santo sacrificio de la misa,
que en seguida regresa á su casa, entrega á su criada una
vela y se despide diciendo que va á asistir á la ceremonia
del dia.


En todos estos actos, no ha manifestado en su ademan,
ni en sus palabras la menor alteracion.


Si pasamos á considerarle en el momento de la ejecu-
cion, vemos que nada le arredra; ni lo sagrado del sitio, ni
lo solemne del acto, ni la seguridad de una muerte ins-
tantánea.


En la perpetracion de crímenes de esta especie, Exce-
lentísimo Señor, hay siempre un momento en que, desva-
necida la primera impresion, el ánimo decae, faltan las
fuerzas físicas y morales y llega el abatimiento y la pos-
tracion, ya por efecto del remordimiento, ya por miedo al
castigo cierto é inevitable.


Nada de esto acontece al procesado l\lartin Merino.
Lejos de presentarse á nuestros ojos de esta manera, se


muestra ufano de su obra, esclamando, segun uno de los
testigos: <.<J1uerta es, » y en el momento en q t18 pugnan por
cojerle, se le vé, segun uno de los testigos, vol verse y pre-
guntar:-¿Qué hace V? D. Martin l\lerino, no da la menor
señal de arrepentimiento, se muestra impasible, y cuando
pasadas algunas horas, conoce lo terri ble de la si tuacion en
que se encuentra, léjos de temer la muerte, la desprecia,
la invoca y hasta desecha la idea del indulto, como si en
su posicion desgraciada le fuera posible obtenerle.


¿Puede deducirse, en virtud de estos antecedentes, que
haya en estos hechos algun resto de sentido comun?




NACIONAL. 721
En caso de que le concedamos algun pensamiento ra-


cional, ¿podrá ser otro que el hastío de la vida y la consu-
macion de un suicidio, que, no atreviéndose á intentarlo
por su propia mano, quiere que venga á consumarlo la de
la justicia?


Bien se le considere en un caso, bien en otro, podrá
decirse que se presentó con todos los caractéres y circuns-
tancias de un insensato.


Y esta deduccion, no la hace solo el letrado que tiene
el honor de hablar al tribunal; consta en las apreciaciones
del fiscal y en su acusacion, y por eso, penetrado el defen-
sor del conocimiento de que D. Martin Merino está muy
léjos de hallarse en su cabal juicio, pidió, por via de prue-
ba, que dos facultativos de reconocida reputacion y de los
mas caracterizados de esta córte examinasen al acusado y
certificasen de su estado moral, p9rque está toda la averi-
guacion en la responsabilidad del hecho, toda vez que este
resulta plenamente probado.


El juzgado acordó que la causa se recibiese á prueba
por término de media hora, y que en vez de verificar el
exámen y reconocimiento del acusado las dos personas que
se indicaban en el escrito de defensa, lo verificasen los fa-
cultativos de la cárcel; personas á quienes no es mi ánimo
lastimar, pero que no son las mas competentes para el caso.


Estos dos facultativos examinaron al procesado y de-
clararon que, por el exámenque de él habian hecho, por la
coher·)ncia que advirtieron en sus respuestas á las pregun-
tas que le dirigieron, creian que D. Martin l\ierino se en-
contraba en su estado normal, sin preseniar síntoma algu-
no de demencia.


Este es el dictámen de los facultativos; pero yo pregun-




722 LA SOBERANI.\.
taria, Excmo. Señor, ¿es este un dato bastante fuerte, es
una prueba bastante eficaz, puede deducirse de ese exámen
que no padece el acusado enajenacion mentar?


¿Cuál es el dato que presenta'?
Que ha habido coherencia en sus días, que ha contesta-


do con analogía á lo que se le preguntaba.
¿Y es este un dato suficiente para semejante deduccion?
Sabido es que no solo tratándose de una manía sino de


un grado mas intenso de locura, todos los dementes tienen
sus in térvalos en los cuales, el oj o mas per~picaz, no acer-
taria á comprender su estado, porque hay analogja en sus
contestaciones y lucidez en sus ideas. ;,Y esta consideracion
no resalta mas en el caso presente, cuando se trata de un
hombre cuyos antecedentes no conoeen los facultativos, los
cuales no tienen tampoco ningun dato del proceso?


Sí, pues, la apreciaci,on del estado moral del acusado no
se ha hecho con las circunstancias que pueden hacerla efi-
caz y solemne, dieho se está que resta por decidir el punto
principal del proceso, la apreciacion del estado moral del
individuo, único punto que puede resolyer la cuestiono


En el momento en que V. E. ha negado la admision de
la prueba, sin duda porque ha considerado bastante eficaz
la practicada en primera instancia, se deduce que el dic-
támen de los facultativos resuelve la cuestion que D. IvIar-
tin Merino estó. en el uso de todas sus potencias y es res-
ponsable del delito de que se le acusa.


Si esto resultara justificado sin~ objecion alguna ¿qué
hacer contra ese dictámen? su insistencia seria inútil.


Pero hay, Excmo. sellor, IDas altas cor:sicleraciones en
el caso presente.


Se trata de un crímen de que por primera 'vez en tanto~




NACIONAL. 723
siglos se oye hablar en los tribunales espáñoles, el primer
ejemplo de esta especie que registran los anales de la his-
toria de España; se trata de un hecho que, á nuestro pesar,
arroja una mancha sobre la hidalguía y proverbial lealtad
de nuestro pueblo.


Al decidir V. E. esta causa, al fallar que Merino ha co-
metido el delito en el uso completo de sus potencias, V. E.
va á sancionar que en España ha habido un regicida.


Sancionado que esto sea, echamos sobre España un bor·
ron que no tuvo hasta hoy.


Estas consideraciones son de bastante importancia. para
dejar que pasen desapercibidas.


El tribunal tendrá noticia, como la tenemos todos, de
que las primeras palabras que pronunció la Reina despues
de consumado el crímen, fueron, espresar la duda de que
hubiese un español capáz de atentar contra su vida, porque
no creia á ninguno, cualquiera que fuese su opinion po lí-
tica, capáz de semejante crímen.


Aquí no se trata solamente de castigar un delito, deli-
to horrendo que la hidalguía española no concibe, se trata
de consignar un hecho en la historia, y un hecho que afec
ta al buen nombre de nuestra nacion.


Por eso decia yo que venia, nó á defender á don Martin
J\1erino sino la honra de los españoles, á evitar que caiga
sobr~ nuestra historia un borron de que hasta ahora no ha
habido ejemplo.


Por eso :ni insistencia en que el recunocimiento fuera
mas ámplio, y que los dos facultativos, verdaderas espe-
cialidades en la materia, de los mas caracterizados en la
opinion hubiesen hecho este exámen detenidamente y apre-
ciado el verdadero estado moral del individuo.


TO)IO l. 100




724 LA. SOBERA.XIA


En un hecho de esta naturaleza nunca está demás. el de·
tenimiento.


Cuanto mas grave es el hecho, con mas mesura y mas
circunspeccion debe procederse.


Hay una d~ferencia inmensa entre detener la ·accion de
los tribunales y procurar que recaiga sobre hechos fijos,
bien determinados y debidamente apreciados.


Comprendiendo esto mismo, y no por un alarde de de -'
fensa, no por apelar á recursos gastados, no por decir algo,
sino porque la cuestion merece examinarse antes de emitir
el fallo, por eso he pedido que se practicasen reconocimien- '
tos en una forma solemne, para que el resultado fuese mas
autorizado, como debido á personas mas competentes.


Tenga presente el tribunal, que de esta apreciacioll nace
un fallo; tenga presente el dilema que se vaá establecer,
si á la vez que se castiga un delito horrendo, se consigna
una cosa que nos lastima á todos, porque ofende al car1cter
español.


Hechas estas observaciones, que he creido que estalla
en el caso de presentar en cumplimiento del deber que la
suerte me ha impuesto, no precisamente por defender al
acusado, porque ya he dicho que no quiere defensa y que
le es indiferente morir; que solo quiere p~ugar su delito
porque dice) que no hay 1~azon que p7(,eda disculparle; yo rue-
go al tribunal que al fallar prescinda del acusado.


Un hombre supone poco ante consideraciones mas altas:
que juzgue la estension de este fallo lo que la historia dirá
de él.


Yo deseo vivamente que conste que solo he venido aquí
para hacerme. eco de estos sentimientos y de las ideas de
indignacion del pueblo, que rebosa en todos los corazones.






NACIONAL. 725
Sírvase V. E. tener presente cuanto ac~bo de. decir, y


convénzase de que solo he venido á cumplir con un deber
• á que me ha obligado la honrosa profesion q ue ~j erzo.


Téngase por hecha la defensa y falle V. E. con arreglo
á justicia.»


Terminado este discurso, que fué oido con religiosa
atencion por la numerosa concurrencia que llenaba los ám-
bitos de la sala, levantóse el fiscal de S. :'M., señor Villar,
y apoyando la acusacion, pronunció el que trasmitimos
tambien, para que nuestros lectores conozcan los dos docu-
mentos mas interesantes de este notabilísimo proceso.


El señor Villar se espresó en estos términos:
«El fiscal de S. 1'1. quisiera,en esta ocasion grave y ~o­


lemne, ser tan breve y al mismo tiempo tan severo como lo
exigen la impaciencia pública y la importancia del pro-
ceso.


Empezaré examinando éste y dando, en lo que la tiene,
la razon al defensor del reo, que ha demostrado: 1. o ,. que
hay motivo para sospechar que el presbítero don Martin
lVferino está loco; 2.°, para dudar del estado de su razon, y
3.°, para hacer entender á la sala la conveniencia de sus-
pender el fallo, hasta tanto que conste de una manera in-
dudable el estado de razon en que se encuentra.


El fiscal de S. 1\1. está por fortuna de acuerdo en cierto
modo y hasta cierto punto con el defensor del reo.


Es verdad que el crímen del dia 2 de febrero, de ese dia
de oprobio para la nacíon española, que atenta á la prime-
ra de sus tradiciones, como dice la Ley de Partida, que ese
crímen es imposible pueda perpetrarle un hombre sin que
en el momento de cometerle le falte el juicio.·


N o se concibe que un ministro de Jesucristo, sexage-




726 LA SOBERANIA
nario ya, saliera de su casa. á las nueve de la mañana, que
celebrase el santo sacrificio de la misa en la parroquia de
San Justo, que despues, acompañara la procesion de las can·
delas y que volviera ~ su casa, sin que ni el cura, ni su
Griada, advirtieran alteracion alguna, y que luego marcha-
ra á Palacio tranq uilo y sereno, se colocara en un sitio á
propósito para su objeto, meditándolo con sangre fria, y que
allí esperase á que S. M. saliera de la real capilla, á don-
de habia ido á dar gracias al Todopoderoso por el grande
beneficio que acababa de dispensarla.


No se concibe, repito; que fuese á esperarla allí, con
sangre fria y corazon sereno, UI1 ministro de Jesucristo, y
que al acercarse á S. M., se inclinase hácia ella con humil-
dad fingida y refinada hipocresía, no para pedirla alguna
gracia, sino para clavarle un puñal asesino, haciéndole dos
heridas de un golpe, y que todavía al caer S. M. sobre el
aya de la princesa, intentara secundar el golpe ,como lo
intentó Merino, aunque no pudo realizarlo, porque dos lea-
les servidores lo impidieron y le arrestaron.


Es cierto que este crímen, que por sus circunstancias
puede decirse q~e es el primero de que han conocido los
tribunales españoles, este crímen ¿ha podido cometerse sin
que se suponga que ese presbítero, en el momento de con-
sumarlo y llevarlo á cabo, no obraba con su completo jui--
cio'?


Para atentar á la vida de una señora, sin motivo de
queja ni de resentimiento y en una ocasion tan solemne y
en la régia morada, para esto se necesita que ese hombre
obre con falta dejuicio y en este concepto, el fiscal está con-
forme con el abogado defensor, en la aceptacion lata, en la
ac~ptacion moral de la palabra locura.




NAClONAI.. 727
El fiscal no tiene reparo en confesarlo, Merino es un


loco, pero un loco como lo son todos los criminales; loco por
voluntad, loco por perversidad.


¿Es posible, por ventura, cometer un crimen, perpetrar
alg~n delito, obrar mal simplemente, sino con falta de
juicio?


Nó; es preciso, para cometer una accion tan infame, ol-
vidarse de la razon, desentenderse de sus consejos, desoir
los gritos de la conciencia, obrar, en una palabra, por falta
de juicio.


Así obró el pres bí tero Merino.
En ese concepto fué loco, como lo son todos los crImI-


nales; y fué loco, porque, para cometer un crimen tan es-
pantoso J es preciso ser un mónstruo.


¿Loco el presbítero Merino?
Nó, ¿con qué moti va?
¿Qué datos hay en el proceso para suponerlo, ni mucho


menos para asegurarlo?
Sus antecedentes, se ha dicho.


, ¿Cuáles son los antecedentes en que se funda esa supo-
sicion?


l\1etióse de j óven en una casa dA San Francisco, y San
Francisco le adoptó por hijo, y le educó, y apenas supo go-
bernarse por si., abandonó la casa, y renegó de su padre y
de su religion.


Despues, ha dicho que tomó parte en la accion del 7 de
julio de 1822: pero no tomó parte en ese acontecimiento
como un hombre liberal, nó.


No es un liberal don Martin Merino, que no tiene ape-
go á ninguna forma de gobierno.


Tomó parte en este acontecimiento como un hombre




I


728 LA SOBERANIA


sanguinario, sediento desangre y por elgusto de derramarla.
Estos son los antecedentes de don Martin Merino.
La enormidad del crímen, se dice.
La enormidad del crímen prueba una grande maldad;


prueba que el procesado es capáz de cometer el mas grave,
el mas espantoso !le todos los c:'ímenes conocidos. '


Ese hombre, se ha dicho, es hombre de malas ideas,.
¿Y quién es responsable de que su mente se baya per-


turbado con esas ideas venenosas que han alimentado su
carácter y estragado su alma'?


¿Quién'?
El hombre que, por satisfacer sus pasiones, Ó por lison-


jearlas, ha ido á beber en las fuentes mas in1puras, esas
doctrinas de que están llenos los libros que se le han en-
contrado.


Si ellas han perturbado su mente á sabiendas, él es único
responsable.


N o Ir.uestra arrepentimiento, y de aquí debe inferirse,
dice el defensor, que ese hombre ha perdido la cabeza; no
muestra arrepentimiento, porque ha premeditado el crímen
muchos años hace; porque ha premeditado su fin y su suer-
te, porque ha ambicionado la fama del mas alto criminal
que ha habido en España.


Que estaba hastiado de la vida.
¿Y qué le habia sucedido?
Que habia sufrido algunas desgracias y le habian oca-


sionado algunos disgustos; que habia tenido algunos des-
- 1 enganos ....


Eso es todo lo que dice el presbítero :Merino.
¡Y qué! ¿un sacerdote, un ministro del crucificado, se


hastía de la vida por tan pequeño motivo'?




NACIONAL. 729


¿,Se hastía de la vida por lo que á todos los hombres su-
cede? ¿Ignora acaso que todos los humanos han venido á
este valle de lágrimas para llorar y sufrir?


Que le sucedieron deBgracias, que no constan en el pro-
cese; pero dándolas por supuestas, ¿era este un motivo para
sublevarse contra todo el género humano?


¿Era una razon para concebir, como dice que concibió,
ódio y aversion al linaje humano? Que le robaron, añade,
que le estafaron, que no halló proteccion en las autorida-
des, y sin otra razon, concibió ódio á toda forma de gobier-
no, á toda autoridad.


Le robaron y le estafaron, perdió algunos bienes de
fortuna, y en hlgar de decir, ese ministro de un Dios que
nació y murió en la pobreza, en lugar de decir con Job,
lJeus dea?:t lJeus abstulít, se revela cOIltra Dios y contra· el
principio de autoridad, olvidándose de que en este mun-
do, como Abraham en la tierra de Canaán, no tenia dere-
cho mas que á la sepultura.


¿Dónde están los antecedentes, los motivos, el mas
leve indicio de gue ldartin l\lerino estuviera loco? ¿Dónde
está?


• El cura de san Justo, único que al parecer le trataba, ha
declarado que es un hombre de razon completa,


Su criada le sapune con juicio cabal; dos facultativos
de crédito, de8ignados por el juzgado del inferior, despues
de haberle reconocido dos veces y de haber conferenciado
con el procesado, no han vacilado un momento en decir q ne
le han hallado en su recto y cabal juicio·, que no tiene sín-
tomas de niDgun padecimiento que pueda menoscabar sus
facultades intelectuales.


¿Dónde estáD, pues, los fundamentos, los datos, la ra-




730 LA SOBERANÍA
zon legal, para suponerle loco y demente, aplicándose el
artículo 8. o del código? ¿Dónde están?


Hay grande riesgo, se dice, en llevar al patíbulo á un
hombre sin que la sala esté bien segura desu estado moral.


¿Y no lo está?
¿Se suspenderá el procedimiento, se suspendará la cau-


sa, dejará de castigar el crímen indefinidamente, hasta
que el abogado de fensor, 6 uno ó dos médicos digan que no
pueden asegurar ~i está en s,u cabal juicio, ó no, lo está?


La sala ha procedido con acierto y ha hecho perfecta-
mente en desestimar el nuevo procedimiento que se ha so-
licitado en este instante, porque no tenia objeto, porque á
nada podia conducir, porque no se fundaba mas que en una
suposicion, y una suposicion gratuita, destituida de todo
linaje de fundamento, que no puede servir para practicar
una prueba y exigir un reconocimiento.


N o hay pues ningun medio de esculpacion para el pro-
cesado; su causa no tiene defensa, y la sala, sin temor nin-
guno, y sin necesidad de detenerse, puede desde luego dic-
tar su fallo.


Las investigaciones han sido cQPlpletas, tan acabadas
como pueden desearse y como lo exije el interés de la so-
ciedad.


Las formas del procedimiento se han abreviado, es ver-
dad, pero sin perjudicar al reo y acordándole toda la pro - .
teccion que la compasion y la humanidad exijian.


El crímen está comprobado perfectamente en los autos;
el criminal está identificado; pero in fragante delito, con el
arma aleve y ensangrentada en la mano, lo ha confesado;
por otra parte, está con victo por las declaraciones de diez
testigos presenciales, mayores de toda escepcion.




NACIONAL 731
La calificacion del delito no puede ofrecer ningúna


duda.
Felizmente, el regicidio puede asegurarse ya que no se


consumará.
La Divina Providencia no ha permitido que se consu-


me, y puede asegurarse que ya queda frustado; así como
el fiscal tiene la satisfaccion de poder anunciar en este mo-
mento que S. :M. recobrará su buena salud, tan bien y tan
cumplidamente como lo desean todos los leales españoles,
todos, sin escepdon de opiniones.


Don Martin Merino no es un español, y si es un espa-
ñol, no es un hombre, es un tigre con forma humana, es
un tigre con hábitos clericales; es una furia, y una furia
enemiga de la España, que se ha escapado del Averno.


El regicidio ha quedado frustado, pero el artículo 160
del Código impone la pena de muerte á los autores de ten-
tativa de este delito.


Por manera, que si hubiera mayor pena que la impues-
ta por el juez de primera instancia, debiera sufrir la ma-
yor, y mas aun por la circunstancia atroz con que perpetró
el crímen; por las circunstancias del día, del sitio, de la
ocasion; por la debilidad del sexo á que la víctima perte-
nece; por las consecuencias que hubiera tenido el atentado,
si se hubiera consumado, y por todas las condiciones del
culpable.


Pero ¿á qué fin ocuparme de las circunstancias que pu-
dieran agravar el a ten tado '?


Seria perder un tiempo precioso, y el fiscal va á con-
cluir.


En cumplimiento de su deber, pide que la sala con-
firme sin alteracion, la sentencia consultada por el juez de


TOMO J. 10f




732 LA SOBERANIA


primera instancia de palacio, y la mande ejecutar inme-
diatamente.


A la lealtad española ultrajada, al honor del clero es-
pañol manchado, á la tranquilidad pública interesa é im-
porta que caiga la cabeza de ese sace:dote indigno, que
tan alto ha levantado la cátedra de crímen para predicarle
con su ejemplo, y que con él desaparezca de la faz de la


. tierra, esta torre de escándalo y de oprobio. >.'>
Inmediatamente que concluyó de hablar el Sr. Villar,


el regente dió po!' vista la causa y dispuso que los concur-
rentes despejasen la sala, á fin de que el tribunal pudiera
proceder á dictar su fallo.


Serian las doce en aquel momento; el auditorio aguar-
dó en los corredores la publicacion de la sentencia, que tuvo
lugar á las tres y cuarto, siendo conforme de toda confor-
midad con la del inferior, y que se reducia á condenar al
presbítero D. J\lanuel1\'lartin Merino á la pena de muerte,
en garrote, con las circunstancias de regicida; esto es, de-
biéndosele conducir al patíbulo con hopa amarilla y bir-
rete del mismo color, una y otro con manchas encarnadas,
segun previene el artículo 81 del Código penal; precedien-
do la degradacion legal y habiendo de ejecutarse la senten-
cia en los afueras de la puerta de SaRta Bárbara.


A la notificacion de esta sentencia, debia preceder un
acto imponente y terrible, el de la degradacion del regi-
cida: veamos de qué manera se llevó á efecto este acto,
que sin duda, én sus detalles, será nuevo para nuestros lec-
tores.


Serian las dos y media de la tarde de aquel mismo día
y una inmensa concurrencia ocupaba todas las ínn;tedia-
ciones del Saladero, además de que la sala donde debía ce-




NACIONAL. 733


lebrarse aquel acto, estaba atestada por un inmenso gen-
tío; en esta pieza, cuyos balcones dan vista á la subida de
Santa Bárbara, se colocó un tablado ó tarima en el que se
habia puesto el altar y demas cosas necesarias para el caso,
como son: un crucifijo, misal, cáliz y candeleros.


La sentencia de muerte contra el regicida, que aunque
pnblicada mas tarde se habia dictado á la una, se remitió
al cardenal arzobispo de Toledo, para que ejecutase la de-
gradacion del reo.


El Ilmo. Sr. obispo de :Málaga, comisionado al intento
por dicho Emmo. cardenal arzobispo, se trasladó á la cár-
cel con los asistentes nombrados, que lo fueron, D. Benito
Torcelledo, obispo electo de Astorga; D. Telmo Mazeira,
que lo era asimismo de Caria; D. Ramon Durán de Corps
arcipreste de la Santa Iglesia metropolitana de Toledo;
D. Celestino Mier y Alonso, chantre de la misma Iglesia;
D. Miguel Sainz Pardo, capellan mayor de los muzárabes
de dicha metropolitana y D. Antonio Aguado y Lopez, ca-
nónigo de la catedral de Córdoba, capellan de honor y se-
cretario del Emmo. Señor cardenal arzobispo de Toledo.


Además de estos prelados, habian ocupado la parte su-
perior de la sala, separada del público por medio de una
barandilla, los gobernadores civil y militar de Madrid;
y algunas otras personas de carácter oficisl.


Hallándose ya el prelado vestido de medio pontifical,
de color encarnado, con mitra puesta y el báculo en la ma-
no sentado de espaldas al altar y de cara al pueblo, que
estaba contemplando la terrible ceremonia desde la calle, y
desde la sala, los que habian podido penetrar en ella, se
presentó el reo acompañado de los ministros de la justicia
y de los señores D. Pedro Nolasco Aurioles, y D. Antonio




734 LA. SOBERANIA


Sanchez J\1illa, juez y fiscal de la causa y que debian pre-
senciar la degradacion para hacerse luego entrega de aquel
desgraciado.


Aquella misma mañana, habia tenido un fuerte arreba-
to el reo al cambiarle el alcaide los grillos por esposas mas
ligeras, y temiendo que en el acto de la degradaéion pu-
diese intentar algo, se habian tomado las mas grandes pre-


.


caUCIones.
El alcaide llevaba preparada una mordaza: las manos


del regicida iban atadas por detrás, y de cada uno de sus
piés, pendia una cuerda, que llevaba un granadero.


Así se le vió entrar en la sala y en el momento de ha-
cerlo, firme como siempre, y con una serenidad inconce-
bible, dirigió una mirada investigadora á todos los cir-
cunstantes y al público, que se le presentaba por el balcon.


Todos se sentian afectados en aquel momento, menos él.
-«Tiene V. que vestirse,» le dijeron, señalándole los


ornamentos colocados en la mesa de un altar improvisado
donde habia un crucifijo con dos velas.


-«¿, Y cómo~ respondió él, ¿cal! las manos atadas~ ...
Entonces se le desataron las muñecas y empezó á ves-


tirse con calma y sin irreverencia, antes bien, murmu-
rando al parecer, las oraciones que al ponerse las sagradas
vestiduras rezan los sacerdotes.


Los acólitos le ayudaban y como uno de ellos fuera á
ponerle el manípulo en el brazo derecho, le dijo, sin inco-
modarse:


-Alorazo izquierdo.
El amito, la estola, y todo, en fin, fué respetuosamente


besado por él, como si fuera á celebrar realmente el santo
sacrificio de la misa.




NACIONAL. 735


Se acabó de vestir y le mandaron ponerse de rodillas;
lo hizo así, pero á bastante distancia del obispo, qne se ha-
bia colocado en la silla que le estaba preparada, y habién-
dole dicho que se acercase mas, lo efectuó, arrastrándose
sobre sus rodillas y con tan estraña rapidéz, que puso en
alarma al venerable pr'elado, el cual se levantó inst'lntá-
neamente, lo mismo que todos los demás que ocupaban la
sala; entonces el gobernador de la provincia creyó conve-
niente colocarse á uno de sus lados, mientras el alcaide lo
hacia del otro.


Sin duda no tenia miras hostiles porque se quedó tran-
quilo; sin cuidarse siquiera de his precauciones que se ha-
bian tomado.


Al hincarse de rodillas dirigió de nuevo la vista al pú-
blico que llenaba la sala, y con la mayor sangre fria, pre-
guntó á los que le rodeaban:


-¿Es de rúorica tambien que esos balcones estén abiertos?
Nadie le respondió, y manifestó su indiferencia enco-


giéndose de hombros.
Una vez arrodillado, le entregaron el cáliz con vino y


agua y la patena con la sagrada hostia.
El prelado le quitó enseguida de las manos ambas co-


sas, diciendo esta tremenda fórmula, que, con todas las
demás que citaremos, están sacadas del pontifical ro-
mano.


Te quitamos, ó mas bien te declaramos pri1)ado de la potes-
tad de ofrecer á lJios sacrificio y celebrar rnisa, tanto por los
vivos como por los difuntos.


El prelado le fué rayando con un cuchillo las yemas de
los dedos y diciendo:


Por medio de esta rasura te arrancamos la potestad de sa-




736 LA SOBERANIA
criticar, consa,r¡ra1' y bendecir, que recibiste con la '/,lin,cion de las
manos y los dedos.


y quitándole la casulla que llevaba puesta, añadió:
. Oon harta ?"azon te despojamos de la vestid'ura sacerdotal,


que sigm>/lca la caridad, ya que tú mismo te despojas/es, no so-
lo de la caridad, sino de toda inocencia.


Al quitarle la estola, dijo tambien:
Pues cometiste la infamia de eclwr de tí la señal del Sefio't,


figurada en esta estola, te la quitamos, l¿aciéndote inltábil para
e,jercer t1{¡ oficio sacerdotal.


Degradado así del sacerdocio, se pasó á la degradacion
de las demás órdenes: los asesores le vistieron los distinti-
vos de diácono y le entregaron el libro de los Evangelios:
el prelado se 10 tomó, diciendo:


Te quitamos la potestad de leer en la iglesia de Dws el Ercan-
gelio, porque esto no corresponde sino á los dignos.


Al despojarlo de la dalmática:
Te privarnos del órden dalmático, porque en él no cumpliste


con tu mm'Ísterio.
Añadiendo al despojarle tambien de la estola:
J e arrancamos con ,justicia la cándida estola, que recibiste


pa1'a llevarla inmaculada en la pfrosenda del S eiior, porque no
lo lticist.~ w;í y te proltibimos todo oticio de diácono.


En seguida le vistieron las insígnias de subdiácono, y
al quitárselas el prelado, le dijo:


Te quitamos la potestad de leer las epistolas en la Iglesia de
lJios, porque te Itas ¡tecltO indigno de seme,jante ministerio.


A la dalmática:
Te desnudarnos de la t1tnica subdiaconal, porque tu corazon


ni tu cuerpo están revestidos de aquel casto y santo temor de Dios
que permanece eternamente.




NACIONAL. 737


Al manípulo:
.Deja el manipulo, porque no comoatiste las asechanzas del


enemigo, por medio de las ouenas ooras que él designJ.
y al amito:
Porque no castigaste tu 'Voz, te quitamos el amito.
Cuando le quitaron la casulla, se le descompusieron un


poco los cabellos y él se los arregló eI1seguida con la ma-
yor calma, así como observó que la sobre-peliz que le po-
nian no era de primera clase.


Por este órden y con fórmulas parecidas, se le fueron
poniendo y q ui tando todas las demás insígnias de los otros
cuatro grados menores, para llegar á los de primera ton-
sura, de que tambien lo despojaron.


En seguida, el obispo, con unas tigeras, le cortó un po -
'Co de pelo, y un peluquero que estaba allí al efecto, conti-
nuó la operacion para dejarle todo el pelo al igual de la co_
rona, á fin de que esta no se conociera, segun previene el
ritual; el reo se opuso en un principio, pero habiéndole ad-
vertido el prelado que era preciso, se conformó, diciendo
sin embargo al peluquero:


Corte V. poco porque ¡tace trio y no quiero constiparme.
Mientras tanto, decia el obispo:
Te arrojamos de la suerte del 8 eñor, como h1)0 ingrato y


borramos de t~t cabeza la corona; signo real del sacerdocio, á
causa de la maldad' de tu conducta.


En' aquellos momentos, viendo el público de la calle que
la degradacion tocaba á su término, prorumpió en un ¡,viva
la Reina! que llamó la atencion del sacerdote degradado, y
le inspiró estas palabras, que dijo tambien con sereno
,acento:


-Pero ipor qué no cierran ese balcon?




738 LA SOBERANIA.


No lo digo por mí, sino por la solemnidad del acto,
Los sacerdotes que asistian al obispo desnudaron al reo


de los demás vestidos clericales que aun tenia puestos, qui·
tándole el alza-cuello, dejándol~ solo con el pantalon y la
chaqueta, en cuyo estado ya, dijo el prelado al juez ordi-
nario y al fiscal:


Pronunciamos, que al que está presente, despojado y degra_
dado de toao óraen y privileq'io clerical, lo reciba en su fuero
la curia secular; añadiendo enseguida:


Sefior juez; os ruego con todo el alecto de que somos capa-
ces, que p01' el amor de Dios, por los sentimientos de piedad y
miser¡'icordia y p011 la intereesion de nue.f)tras súplicas, no casti-
gueis á ese con pel(qro de muerte, ó mutilacion de miembro.


El reo escuchó estas palabras, que son testuales del ce-
remonial de la Iglesia, dando muestras de incredulidad: el
señor obispo de :rvlálaga, que se hallaba sumamente afec-
tado? notólo y elupezó á exhortarle á que no fuera duro de
cOl'azon; que tenia los IDomentos contados; que reconocie-
ra sus ha rrend os crímenes, porq ne si graves eran los deli-
tos de los hombres, la misericordia de Dios es infinita, y
ya que hubiera de recibir el castigo que la justicia le im-
ponia, que hiciera porque el Señor le tocase en el alma, pa·
ra que, convirtiéndose, se le abrieran las puertas de la ce-
lestial morada.


El venerable prelado no pudo continuar y prorumpi6
en llanto, pero n1erino, siempre insen~dble, contestó:


-Que me dejen en paz.
Terminado ya el acto, condujeron al reo á la capilla,


y á su entrada se le notificó la sentencia, que oyó arrodilla-
do, sin perder su aire de insultante calma y fria indife·


.


renCla.




CAPITULO XXVII


La capilla.-El suplicio.


Dos sacerdotes acompañaban á ~Merino en la capilla y
con ellos se puso á conferenciar sobre varias materias, con
la mayor regularidad y exactitud.


A las pocas horas de estar en la capilla, manifestó su de-
seo de hacer testamento, á cuyo efecto se avisó al escriba-
no señor Carbonell, quien se presentó con otros tres de su
misma clase, que sirvieran de testigos.


La última voluntad del reo, fUé, que se cumplieran las
instrucciones que tenia dadas verbalmente al Exmo. Señor
D. Lorenzo Arrazola, presidente del tribunal supremo de
justicia, y que, segun tenemos ent~ndido, consistian, entre
otra~, en el encargo de regalar su escogida biblioteca á un
catedrático de la Universidad y hacer que se cumpliesen
algunas mandas que dej aba á los presos de la cárcel y va-
rios establecimientos, disponiendo por último, que el resto
de su caudal, se entregara á la criada, que como saben
nuestros lectores, le servia y se llamaba Dominga Caste-
llanos, á la cual instituyó por su única heredera.


TOlllO l. 102




740 LA SOBERANrA.
Dicho caudal se componia de las setenta onzas de oro


que hemos mencionado en otro lugar, y de unos 5000 duros
en créditos á S11 favor, procedentes de préstamos.


Despues que otorgó testamento se puso á hablar el reo
con el Exmo. Sr. duque de San Cárlos, quien, como indi-
víduo de la hermandad de Paz y Caridad, era uno de los
encargados de su asistencia.


El regicida sostuvo con el señor duque una larga con-
versacion en francés, manifestando en sus atinadas res-
puestas su instruccion especial y serenidad admirable.


Concluida la conversacion y despues que el duque salió
de la capilla, rogó á los que le acompañaban que le deja-
ran descansar un rato: así lo hicieron, y el reo se echó en
la cama, quedándose dormido á los pocos instantes.


Así lo dejaremos hasta volverlo á encontrar al siguien-
te dia, en que, por una circunstancia que puede llamarse
providencial, se alcanzó que el regicida, con una síncera
contricion~ imposible de poner en duda, volviese al gré-
mio de la madre Iglesia.


Tan digno y noble cámbio se efectuó del modo que va-
mos á referir á nuestros lectores.


Serian las siete de la mañana del dia 6, cuando el pres-
bítero don Francisco Puig y Esteve presentóse en la cárcel
del Saladero, y sin ánimo deliberado y tan solo por satisfa-
cer su natural curiosidad, entró en el calabozo donde se ha-
lla ba el reo.


El eclesiástico que asistia á éste, se levantó en aquel
momento y pidió al señor Puig que se quedase allí, mien-
tras él iba á celebrar el santo sacrificio.


A este incidente casual se debió el que el señor Puig y
Esteve pudiera entablar con el preso la conversacion mas




NACIONAL. 741
interesante, tal vez, que oyeron las paredes de una cárcel.


Merino estaba tendido en el suelo, sobre los colchones,
con el mismo aire indiferente y apático que habia ofreci-
do desde el instante de su prision.


A su lado colocó una silla el señor Puig y se sentó.
De repente, dijo el reo:
-Todos los que sepan mi situacion, me tendrán hoy


lástima, y sin embargo, no me cambiaria por ninguno: soy
el mas feliz del universo.


El señor Puig se adheria á estas frases, en el sentido en
que la religion podia aceptarlas, pero el regicida. le mani-
festó que interpretaba mal el sentido que él habia q aerido
darles, moviendo la cabeza en ademán negativo.


Comprendió entonces el señor Poig, que la organizacion
y el carácter de la persona que le hablaba, exijian un mo-


·do muy particular y meditado para hacerle oir la palabra
de Dios, si esto ha bia de ser con algun fruto ..


Despues que hubo versado la conversacion sobre temas
diferentes, se le ocurrió á Merino decir:


-Segun veo, V. debe ser hombre de carrera.
-V. es el que tiene en Madrid fama de gran latinista,


le respondió el señor Puig.
-He leido rrtucltO, pero no he estudiado nada, por haoer


d'igerido 1nal mis lecturas, le replicó el reo, haciendo de sí
mismo una apreciacion demasiado exacta.


Lanzado ya en su terreno fa vori to, el diálogo rodó por
espacio de media hora sobre la poesía antígua, cayos prin-
cipales autores, fueron examinados uno á uno por Merino.


En el curso de su animada crítica, el señor Puig se
aventuró á hacerle una observacion religiosa, que consistia
en hacer ver, que, tan estimada aficion á la literatura del




742 LA. SOBERANÍA
gentilísmo, podía haber sido la causa de todos los males que
le ocurrian, pues le habian distraido de sus estudios teo-
lógicos.


-,¿Quién sabe, replicó él despues de unos momentos
de silencio, si la teología será una mitología dentro de dos
mil años, y si alguno de nosot.ros será un semidios'? '


Sin aparentar irritarse ante un pen.samiento tan blasfe-
mo, el señor Puig respondió en tono de la mas amistosa


.


reconvenClon.
-¡Qué idea, señor don Martin! ¡qué idea!
-Tiene V. razon, dijo éste, despues de otro rato de


silencio, dejemos eso .
. '" Aquel momento pareció oportuno al señor Puig para
avanzar un paso en el ánimo del regicida, y apelando á
una diestra transacciori, le propuso al reo variase de con-
versacion, hablando d~ los libros religiosos, bajo el punto
de vista literario.


.


Con este aliciente, se avino l\tlerino de buena gana á los
deseos de su interlocutor.


Los libros del antíguo testamento que merecieron la
predileccion del reo, y que el Sr. Puig se ofreció á adi vi-
nar para escitarle á entrar en materia, fueron, en primer
lugar el de Job, del cual recitó Merino varios trozos de
memoria; luego los salmos; y con especialidad el primero,
Beatus 1)ir; y por último, todos los libros de Saloman.


Entre los del nuevo testamanto, solo tenia aflcion al
evangelio de San Mateo.


El señor Puig lo habia adivinado así; y el reo le pre--
gunt6, estrañándose:


- i, y por qué'?
-Porque San Mateo es el evangelista mas culto, repu-·




NACIONAL. 743
so el sacerdote, y el que mejor se adapta al gusto de los
li tera tos paganos.


Merino se sonrió, como quien confiesa haber sido com-
prendido, y en seguida, quiso á su vez saber cuáles eran
los pasages de la Biblia que preferia el señor Puig.


Este lo esperaba en este terreno, pues le contestó re-
sueltamente.


-Lo que á mí me gusta, no lo digo; en tal caso lo leo.
-¿Trae V. la Biblia'?
-No señor; pero mandaré por ella.
Conformándose el reo con la propuesta, salió un her-


mano de la Paz y Caridad en busca de la Vulgata en latin,
y mientras tanto, apesar de las instancias de 11erino, el
señor Puig se mantuvo en su negativa.


Cambiando nuevamente de conversacion, recayó esta
sobre los santos Padres, y los dos interlocutores disertaron
con especialidad sobre las bellezas de San Agustin, lamen-
tándose Merino de que fuesen tan poco apreciadas.


Llevaron la Biblia y el señol' Puig la abrió, sin permi-
tir que el reo reconociese el sitio por donde lo hacia.


Merino se acomodó en su lecho para oir, y el sacerdote
comenzó su lectura por el capítulo 12 del Evangelio de
San Juan.


No habia llegado el señor Puig á la mitad de aquel
elocuente y tiernísimo discurso, que Jesucristo dirigió á
los apóstoles, durante la última cena, cuando el preso le
interrumpió diciendo:


-Veo que no hay entre nosotros tanta an~logía como
al principio habia creido.


V. tiene por lo visto un carácter inclinado á ternura y
el mio, por el contrario, se afecta solo con las cosas fuertes.




t744 LA. SOBERANÍA


No detuvo esta reflexion al señor Puig , que continuó
su lectura hasta llegar al final del capítulo y subsiguien-
tes; leyó el XIV y el XV: su oyente le escuchaba sin per-
der palabra.


Al concluir el XVI, 1ferino estaba rendido; dejóse caer
sobre su cama y al acercársele el señor Puig, murmuró:


-Déjeme V., mi espíritu está demasiado fatigado.
El señor Puig no creyó prudente insistir mas; le dejó


allí la Biblia y se despidió para vol ver despues.
Hasta las cuatro de la tarde, hora en que salió el señor


Puig, el reo estuvo hondamente preocupado.
A cuantas personas le visitaron, que fueron el Exmo. se-


ñor cardenal arzobispo de Toledo, el señor Arrazola y el
teniente cura de la parroquia de Santa Cruz, les habló de
su conversacion con el señor Puig.


Cuando volvió éste, pudo ya espresarse con mas fran-
queza y le escitó á confesarse.


El reo dijo que ya habia pensado en ello, y se confesó,
en efecto, con don Manuel Tirado, teniente de la parroquia
de San Millan, á quien de antemano habia mandado llamar
~on este fin.


Terminada que fué la administracion del Sacramento,
. manifestó Merino al señor Puíg que creía que aun le fal-
taba alguna :0 silla , y éste, aprovechándose de aquella oca-
sion, le repuso que la cosilla debia ser sin duda, la nece-
sidad de subsanar en cuanto pudiera el escándalo y los
grandes daños que habia causado con su inícua accion; y
que para esto, el mejor medio seria pedir perdon á los agra-
viados.


-Estoy dispuesto á todo, contestó el reo.
Pediré perdon mañana en el patíbulo, si me lo permiten.




NAClONAL. 745


Pero como desconfio de poder coordinar mis ideas, rue-
go á V. que se sirva escribirme en un papel, que yó a.pren-
deré de memoria, las palabras que he de pronunciar, para
dejar al mundo satisfecho.


El señor Puig, despues que persuadió al preso á que co-
mulgase aquella misma noche, se obligó á dictarle lo que
debia decir, ante el sacerdote que le administrase la Eu-
caristía.


Retiróse en efecto el señor Puig para redactar aquellas
frases de contricion, y, apremiado por la falta de tiempo,
no le fué posible interrumpir su trabajo mas que para rogar
al señor cardenal arzobispo de Toledo) el c~"_al, por una fe-
liz casualidad y repitiendo la caritativa visita que ya por
la mañana habia hecho al reo, llegaba en aquel instante,
que se sirviera administrar por sí mismo el sacramento y
dar toda la publicidad posible al acto.


En efecto, arrodillado el reo sobre la cama y á su lado
el señor Puig; presentes cuatro hermanos de la Paz y Ca-
ridad, los familiares del señor arzobispo, y todas las perso-
nas que habian acompañado al Viático, un gentil-hombre
de S. M., el comandante y un teniente de la guardia de la
cárcel, el alcaide de la misma, y muchos de los curiosos
que circulaban por los pasillos vecinos, dió el prelado prin-
cipio á la sagrada ceremonia.


Desp.ues de la protestacion de la fé, y al decir el admi·
nistrante con la forma en la mano, Ecce agnus Dei, el ~e­
ñor Puig hizo un movimiento, pidiendo algunos minutos
de silencio, y comenzó á dictar al reo las palabras que es·
presaban su arrepentimiento.


Merino repetia con ademan contrito, pero en voz mas
clara y entera que la del sacerdote, las palabras que le dic·
taba éste.




746 LA SOBERA.NÍA.
·Pidió perdon á Dios Todopoderoso, á la Reina, á quien


tanto habia ofendido, á los indivíduos de la real familia,
al clero, á los españoles y á los hombres en general; por
los daños que con su inícua accion pudiera. haberles infe-
rido.


Declaró, que no habia tenido cómplice, ni instigador
alguno en su horrible delito.


Rogó á los circunstantes y á todas las personas, antes
designadas, que le ayudasen para obtener gracia de la po-
testad divina.


Protestó por último, de querer vivir y morir en el seno
de la santa Iglesia católica, apostólica, romana; cuya~
creencias habia olvidado algunas veces, sin embargo, de
que confesó que son las únicas verdaderas.


Terminadas las prote~tas, su Exma~ tomó la sagrada
hostia y ,prosiguió, hasta concluir las ceremonias.


Acabadas estas, el reo cayó de espaldas sobre sa lecho,
y estrechando las manos del señor Puig, le dijo:


-»V. me ha salvado; ahora creo que tengo el pecho
mas ancho que el universo.


El señor Pnig rebajó sus demostraciones, diciendo:
-,>Señor D. Martin, demos todos gracias á Dios por-


que me ha e~cojido por instrumento de su misericordia~
El anciano cardenal de Toledo, mas trémulo por la


emocion que por le edad, repetía en tanto á los circunstantes:
-,)Este pobre, señores, no ha podido hacer mas de lo


que ha hecho: si alguno le hubiere odiado por su espanto-
so crímen, no nos queda á todos mas que rogar á Dios por
él, para que le perdone y reciba en su seno.


Su conmocion le impidió seguir adelante; el con\~urso
todo se hallaba igualmente afectado.




NACIONAL. 141


Apenas el señor Gobernador de la Provincia tuvo cono-
cimiento de una transformacion tan inesperada, se apresu-
ró á buscar al señor Puig para que le diera copia de las so-
lemnes protestas y súplicas de perdon que habia hecho Me-
rino, en el acto de recibir el Sagrado Viático; pero no lo
encontró, y se fué á la cárcel, donde se redactó una esposi -
clon á S. 1\-1. la Reina, que, aconsecuencia de los importan-
tes a~ontecimientos que llevamos espuestos, firmó el reo á.
la primera indicacion.


Esta esposicion estaba concebida en los siguientes tér-
.


mInos:
»Señora: Martin Merino, indigno de contarse entre los


súbditos de V. M., no puede menos, para calmar la inquie-
tud de su conciencia, de acudir á suplicar rendidamente á
V. M. se digne, como cristiana, perdonarle la atróz injuria
que, en un momento de deplorable estravío, ha tenido la
desgracia de cometer contra la augusta persona do V. M.


La infinita misericordia del Rey de los Reyes le hace
esperar haber obtenido su perdon, y para morir tranquilo,
quiere alcanzar, ó cuando menos, si de esto no es digno,
implorar el de V. M.


En esta at~ncion y á presencia de los que le rodean, i
quienes ruega firmen con él, declarando no haber tenido
cómplices, rendidamente suplica se digne añadir una prue-
ba mas de caridad cristiana, á tantas obras como tiene da-
das, echando en perpétuo olvido el horroroso atentado del
infeliz, :Martin Merino,-El gobernador de la provincia,
1vfelchor Ordoñez.-El capellan de los Excmos. señores du-
ques de San Cárlos, Cárlos Lopez y Cordero.-El cura-te-
niente de Chambery, Miguel .Martinez y Sanz.--Los ma~·
yordomos de la Paz y Caridad, .Joaquin Maraci, Alonso
rlJ~o l.




748 LA SOBERA.~fA
Cipriano Masehori, Antonio Castellanos. ,,-El comandante
de la guardia, FaJstino de Neila.--El alcaide, Ramon Ba-
ños. -Capilla de la cárcel de Villa, á las once de la noche
del 6 de febrero de mil ochocientos cincuenta y dos.


Este documento lo redactó el cura de Chamberí y des-
pues de varias observaciones que tendian á que no sé inter·
pretara nunca como una peticion de indulto, que no mM'ecia
n~' qum'ia , el reo lo firmó como hemos dicho.


El Sr. D. 11elchor Ordoñez partió inmediatamente á po-
nerlo en manos del presidente del consejo de ministros, al
que halló reunido con los demás miembros del gabinete.


En seguida tornó chocolate, elogiando mucho su calidad
y dando las grauias á los hermanos de la Caridau que se lo
habían dado bueno, bien n,eclw y calien te: mucho mfior que el
que él tomaba de nueve reales y del que dejaba en su dc.rrpensa
una tarea casi entera.


Los individuos de la Paz y Caridad le preguntaron des-
pues, segun costumbre de la Hermandad, su nombre, edad,
estado, patria, y deudas, á lo que él respondió:


Pón,r¡anlo Vdes. todo, menos las deudas, que no las tengo, ni
las he tenido nunca,
Añ~diéronle los hermanos que podja disponer de la


cuarta parte de las limosnas recogidas, á lo que contestó
agradecido, que, no necesitando de ellas, las cedia para la
hermandad.


Espresó sin (~mbargo el deseo de que se le diera dinero
para repartirlo entre la gente, al tie'mpo de ir al su plicio,
eosa á que no se accedió porque era imposible y mas que
todo inconveniente, como nuestros lectores compren-
derán.


Terminado este incidente se puso á hablar de sus des-




NACIONAL. 749


gracias, atribuyendo á ellas la causa del desastroso suceso
que le habia conducido al estado en que se hallaba.


Tambien se ocupó de su criada y lo hizo con elogio.
A las once y media se marchó el señor cura de Cham-


berí, reemplazándole el presbítero D. Oárlos Cordero, te-
niente de Santa Cruz.
~1ientras tanto el reo, para entretener, segun decia, el


tiempo, ya discurria sobre un punto de la Sagrada Escri-
tura, Ó ya variaba de medio anunciando alguna cuestion
histórica.


Al oir que aun duraba la conversacion, volvieron á en~
trar algunos hermanos de la Caridad y varios alguaciles,
y dirigiéndose á ellos el reo, parece que les preguntó que
á qué bora iba á ser la ejecucion.


-A la una le contestaron.
-¿Saben V des. como me v:tn á conducir al patíbulo'?


repuso.
-En una caballería menor: le dijo uno de los hermanos.
-Será en un mal borrico, replicó vivamente el reo:


añadiendo en seguida:
.. - ¿Me llevarán con estos grillos?
-Nó, señor; se los quitarán á V. y le atarán los piés,


le dijo uno de los alguaciles.
--Hombre, esa es una invencion diabólica.
Cualquiera creerá que me sujetan como á un niño para


que no me caJga.
Soy un buen ginete y si lo quieren ver, que me trai~·


gan un caballo.
Despues de este diálogo, dirigiéndose al presbítero don


CArlos Lopez, le dijo:
-Sr. D. Cárlos, creo que va V. á pronunciar un ser'




" 750 LA SO BER A NIA


lIlon en el tablado despues de mi ejecucion; no seria malo
que me lo recitara ahora, por ver si me gusta. .)(


No me importa nada que diga V. lo que quiera, con tal
que manifieste que no he tenido cómplice alguno, y que no
he obrado por sojestion de nadie.


El señor D. Cárlos Lopez, sacerdote respetable, mostró
cierto disgusto de la locuacidad del reo, cuando tanto ne-
cesitaba entregarse á un especial recogimiento: y á pretesto
de que tenia que hacer una diligencia, se salió un momento
de la capilla.


Como el regicic1a notara la jncomodidad del sacerdote
auxiliante, dijo á las personas que le acompañaban:


-El Sr. D. Cárlos se ha ido enfadado: cuando vuelva
le he de referir un cuento para que se ria.


Manifestó despues á los circunstantes que queria des-
cansar, y durmió prol undamente desde las cuatro }¿asta las $eis
menos cuarto.


Cuando se despertó, dijo al presbítero J4>ez.
__ o Antes se marchó V. incomodado, y para que se ria


voy á referirle un chascarrillo.
En efecto, así lo hizo, y durante su relato se le vió reir


tambien á Merino mas de una vez.
Al ser de dia los sacerdotes de la ca pilla encomendaron


el alma del reo á su presencia, quien con la mayor sereni-
dad recitó varias oraciones.


A las siete de la mañana llegó el Sr. Puig y Esteve á la
lúgubre estancia y encontró á ~lerino sentado en la cama,
con la Biblia abierta, y sirviéndose de ella á manera de
atril para escribir subre él.


Cuando vió al señor Puig retiró el papel, pero éste le
suplicó que se lo entregara, como lo hizo.




~ACIONAL. 751
E\ra el borrador de una arenga que el preso se proponía


pronunciar sobre el cadalso.
• En él se veian trazadas con pulso firme las siguientes


palabras:
»Cor contritum et humiliatum, Deus non despic,·es.
)}Antes fuí soberbio.
»Quia milis sum et J¿umilis corde.
»/uslitia regt'na virllttum.
)Justit'ia prompta.
»Justitia coram ofensis.
})Por eso no me he defendido, ni deberia aceptar el par-


don, porque llevaria conmigo y sobre mi. cual otro Caín,
el pecado.


) Pfcalum meum contra me esl semper.
Se le disuadió al reo de su idea de hacer un discurso


desde el patíbulo, por el peligro en que esto le ponia de dis-
traerse en sus últimos momentos, y convino en ello «pues,
segun dijo, su soberbia, que hasta el dia anterior habia sido
mas grande que un g~r¡ante, y comp la de Luzbel, ya estaba aman-
sada. »


A las diez se reconcilió nuevamente con el señor Tira-
do, que ya no le volvió á abando:lar hasta el último mo-
mento.


A las doce menos cuarto pidió un chocolate, que tomó
con bollos, be biéIldose en seguida dos vasos de agua.


Poco despues el señor Puig. y antes de retirarse del ca-
labozo, le presentó puesta en limpio la declaracion, súplica
y protesta que la noche antes habia hecho al recibir el
Viático, y le preguntó si se conformaba y ratificaba en
ella.


«Si, señor, contestó Merino, con toda mi alma; y Dios




752 LA SOBERANIA
me fué testigo entonces y lo es ahora, de la sinceridad de
mis palabras; quisiera firmarla con mi sangre.


Se le acercó el tintero y con segura mano, firmó y ru-
bricó el documento pidiendo á todos que tambien lo hiciesen.


Poco ó nada mas de notable ocurrió despues en la capi-
lla hasta las doce del dia.


A esta hora entraron los hermanos de la Paz y Caridad
precedidos del alcaide y un mozo, que con un yunque y
martillo, iba á quitarle los pesados grillos.


Un momento antes habia estado allí el señor Ordoñez, á
quien el reo hizo un cumplido por lo bien que le sentaba
el uniforme.


El reo estaba en la cama, cubiertos los grillos y las pier-
nas con la manta.


Al decirle que iban á quitárselos, se incorporó, y él
mismo con sus manos tomó parte en esta ope~acion resada
y difícil, dirigiendo á los que la ejecutaban y pidiéndoles
tuviesen calma para no cometer alguna torpeza.


Terminada la operacion, cogió los formidables grillos
en la mano y esclamó: son una p1:eza magnfjlca.


A poco rato despues entró el verdugo.
Los hermanos de la Paz y Caridad le llevaron la túnica,


y al presentársela, le dijo su confesor D. Manuel Tirado .
. _.- Sr. D. Martin, va V. á ponerse esta túnica, que debe


traerle á V. á la memoria la de nuestro Señor Jesucristo.
- Bien, contestó; y, al introducir en ella el brazo iz-


quierdo, dijo á los que allí se hallaban, mientras se compo~
.nil1 y ajustaba su horribl~ traje:


- Es feo pero no tanto como yo creia. "
Ya verán V des. con qué serenidad la visto; con la mis ..


ma serenidad con que vestiria la túnica de César:




753
Al fin el mundo es un teatro, donde cada cual represen ..


ta su papel, y aun que yo no creí nunca tener que re ves -
tirme este uniforme, ya q ne así ha sucedido, po.agámonoslo
bien.


y dicho esto, se ató el lazo que unia la hopa al cuello.
A una reflexion cristiana de uno de los sacerdotes, que


estaban espantados de ver á aquel hombre y de oirle hablar
de teatro, de César, y quejarse de que habiéndole quitado
los botones no se podia arreglar el traje, bajó el reo la ca-
,beza, y al oir el nombre de Jesucristo y el recuerdo de su
sagrada túnica, que en tales momentos presenta siempre
como un consuelo la religion y la caridad, se confesó pe-
cador.


En cuanto al gorro, declaró que se lo habian hecho de··
o I


masiado ancho, y dijo que se 10 colocase otra persona por-
que él no acertaba á hacerlo.


El verdugo, segun costumbre, le abrazo y pidió perdon
por la muerte que le iba á dar, á lo cual le contestó muy
sereno:


Nada tengo que perdonar á V.: Usted cump~e con su .
deber, con lo que manda la ley y va V. á ejecutar un~ sen-
tencia que es justa; lo único que quiero pedir á V. es, que
cuando llegue el momento de desempeñar su oficio, lo eje-
cute lo mas pronto posible; «y llevándose la mano al cue-
llo añadió:


,. -- ¡Buen pescuezo! ¿no es verdad?
Vestido ya con la túnica amarilla y puesto el birrete, se


le van tó a.celeradarnen te.
-Vamos, dijo.
Los sacerdotes le manifestaron que no era hora, puesto


que aun no habia avisado la autoridad; y aconsejándole que




754 LA SOBERANlA
se sentara en una silla, se impacientó un tanto, diciendo:


-"', - (eMe hablan V des. de mansedumbre y yo quiero tener
serenidad sin"afectacion y calma, pero se acaba con tanta
impertinencia.


En seguida le pusieron las esposas y salió de la capilla,
deteniéndose en la pieza de la entrada, delante de la irná-·
gen de la Vírgen, donde, hincado de rodillas, rezó la Sal ve
en latino


Despues se volvió hácia los que quedaban en la cárcel,
y se despidió, haciendo un saludo respetuoso.


Eran entonces las doce y media y empezó á bajar las
escaleras, que son muy largas, sin querer aceptar el apoyo
que se le ofrecia, porque dijo no necesitarlo.


Quejóse sin embargo de que las esposas eran algo estre-
chas y cuando se puso al lado del burro que lo habia de
llevar, declaró que para montar necesitaba ausilio.


El verdugo y su criado lo tomaron en brazos para mon-
tarlo sobre la bestia, y entonces se irriió mucho, llamando
bárbaro al criado del verdugo porque dijo que le lastimaba
el brazo con su torpeza.
~olocado sin embargo sobre el burro, dijo, con aire de


satisfaccion:
-Ahora sí que estoy cómodo.
¿Pero no podian haber puesto unos estribos para que


montara?
Elogió mucho la hermosura del animal, que por su gran


alzada lo merecia, y mirando al verdugo y á su criado, con
aire muy complacido, dijo:


- Vaya un par de escuderos que me he echado ..
Al salir á la calle, el burro no queria andar, y el reo,


con una calma atroz, esclamó.




NACIONAL.


---No quiere andar; si fuera mio ya le haria andar de-
recho.


La lúgubre comitiva se puso al ~n en movimiento.
Abria la marcha un escuadron del regimiento del Rey,


con espada en mano; de;;;pues marchaban dos filas abiertas
de soldados del mismo cuerpo; entre estas filas iba la her-
mandad de la Paz y Carjdad: uno de los hermanos llevaba
una cruz grande en la que se veia la imágen de Nuestro
Señor Crucificado, é inmediatamente despues, iba el reo ro ..
deado de varios sacerdotes .


. :Marchaban luego á caballo, el !5obernador de la provin-
cia, de uniforme y con la banda de Isabel la Católic't; va-
rios oficiales, los ministros del tribunal y otros ausi liares
de la justicia y á continuacion, una compañía de infante-
ría que cerraba las dos filas de caballería, formando cuadro.


Despues, marchaba otro escuadron de caballerh\ y un
fuerte piq uete de guardia civil de la misma arma, que cer ..
raba la comitiva.


El reo, montado sobre el burro, con las manos sujetas
por las esposas, llevaba en ellas un pap~l en que estaba
grabada la imágen de la Santísima Vírgen.


Su rostro estaba algun tanto pálido y sobre él resaltaba
l1na barba canosa que no se habia afeitado en cinco dias.


De cuando en cuando, fijaba la vista en la sagrada imá-
gen y rezaba.


Despues, miraba á un lado y á otro para ver, sin duda,
al inmenso pueblo que se apiñaba en la carrera; pero no
habia en su mirada ni ódio, ni temor, ni alardes de valor
y tranquilidad, sino la mas completa indifereIlcia hácia
todo lo que sucedia, indiferencia de todo y por todo, qua
C',oDstitnia la base de su carácter,




756 LA SOB.8RANIA
A veces se incorporaba un poco sobre su montura para


mirar el cadalso, que se veia á lo léjos por encim~ de las
tropas que formaban otro cuadro al rededor de él y por en·
cima del inmenso pueblo que ocupaba el campo.


Pero no lo miraba con terror, ni repugnancia, y al ins-
tante volvia la vista con la mayor naturalidad, para 'fijarla,
ya en la imágen que llevaba ~n las manos, ya en uno y
otro lado del camino.


En todo lo que decia se marcaba tambien su incompren-
sible serenidad.


U na vez se q uej 6 de que la comi ti va marchase con de ~
masiada lentitud, y manifestó el deseo de que avivase el
paso.


Se dirigió una vez al criado del verdugo, que llevaba
la caballería del diestro, diciendo: <, eres tan bárbaro que ni
sabes guiar un burro; si te tuviera aquí cerca te daría tal pa-
tada, que te ltabrdas de acordar de mí.


y como uno de los sacerdotes, que iban dolorosamente
afectados, le dijese: «señor D. Martin; ¿son estos momen-
tos oportunos para espresar semejantes sentimientos'?,) re-
plicó el reo: Ya ve V. que es broma; aunque estuviera cer-
ca de mí, soy incapaz de hacerle daño; todo lo toman Vds.
por lo f;ério.


Su penetrante mirada, la dirigia generalmente á dere-
cha é izquierda, y entre muchas de las observacjones que
hizo álos sacerdotes que le asistian, fUé, la de que algunos
sembrados de los que veia por las orillas del camino, nece-
sitarian pronto de los beneficios de riego.


Cuando pasó por frente á la jglesia de Chamberí, pJ.ir6
á este edificio, y con la mayor sangre fria, dijo á los sacer-
dotes: efectivamente está desnweladlJ.




NACIONAL. 757
Al entrar en el cuadro, dirigió una penetrante mirada


'al tablado.
Al tiempo de pasar por en medio del gentío, oyó una


voz que decia: lleva tunica amarilla con manchas encarnadas,
y vol viendo la cabeza, repuso en el acto, si, amarilla y con
manchas.


Cuando la comitiva llegó al patíbulo, hizo alto.
Allí el reo se reconcilió y recibi.ó la sagrada absolucion


de uno de los eclesiásticos que le acompañaban.
Luego que terminó este acto, quiso subir la escalera


del patíbulo, pero para que fuese la misma hora en que co-
metió el atentado, aun faltaban algunos minutos.


Preguntó Merino que por qué se detenian y habiéndo-
sele contestado que aun habia algo que hacer, replicó; si
es por Vds. bien: pero yo por mi parte estoy enteramente listo.


Llegado el fatal instante, subió la escalera sin querer
apoyarse en nadie.


Una vez sobre el tablado, púsosele la argolla al cuello,
que él se probó, y separándosela un poco, manifestó que que-
ria hablar.


-«Señores, prorrumpió con voz entera y sonora, voy á
decir la verdad, como la he dicho toda mi vida.


Al 'llegar aquí le interrumpió un grito general de (viva
la Reina.)


No voy, continuó, á decir nada ofensivo á esa señora.
El acto que he perpetrado es un acto esclusivamente


de mi voluntad y no tengo cómplices.
Téngase entendido, y sé pase que ninguna conspiracion


ha tenido connivencia ni conexiún conmigo.
He dicho.)
Dichas estas palabras, Merino se dirigió al banquillo,.




758 LA ~OBEIt¡\NIA


sin prisa, pero sin que le flaquearan las piernas, sin que en
su impasible fisonomia se pudiese descubrir la mas leve
alteral'ion. :.::i


Sentóse con la mayor naturalidad como si no hiciese
mas que ejecutar la parte del programa que le correspon-
día, y vol viéndose al verdugo, le dijo:


-Cuando V. quiera.
Ent.onces el verdugo le puso nuevamente la argolla al


cuello, y él se la arregló como pudo, porque le lastimaba
de un lado.


Acto contínuo empezaron los sacerdotes á recitar el cre-
do, él á repetirle, y á las pocas palabras, dió el verdugo
UDa vuelta al tornillo, quedando instantáneamente muert.o
el regicida.


Parece que hasta en el momento de morir, tu~·o fuerza
de voluntad para no hacer movimiento, como habia pro-
metido.


Terminada la ejecucion, el señor C,\rdero, teniente de
Santa Croz, lleno de fervor religioso y con voz clara y so-
nora, aunque conmovida pronunció el siguiente dis-
curso:


«Españoles: 1Iirad e~a sangre de que está salpicada esa
túnica de horror y de ignomiuia.


Es la sangre del inocente Abel, que clama venganza
al cirIo; es la sangre de nuestra antigua soberana, derra-
mada á impulsos de un puñal regicida.


Crímen tan horroroso ha abierto l1na herida muy pro-
funda en nuestros leales corazones.


Tudos hemos levantado la voz para pedir justicia seve-
ra contra un atentado en ofensa de la humanidad, de la re-
ligion y del Estado: yacabais de ver que la cuchilla inexo-




NA.CIONA.L. 759
rabIe de la ley ha descargado su terrible pero justo golpe
sobre la cabeza del regicida.


Este ya no existe.
:Miradle, ¡q ué horror!
En este patibulo de ignominia ha espiado su inaudito


crimen.
Como leales españoles, amantes por naturaleza de la


religion, execremos tamaña maldad, como católicos cristia-
nos pidamos á Dios por su alma.


Despues, unámonos todos, señores; unámonos todos sin
distincion de matices ni de partido~ y, perdonando al cri-
minal, recemos un Padre nuestro por el descanso de su
alma. '1)


El pueblo que habia escuchado este discurso con reli-
giososilencio, se puso á r-ezar con estraordinario fervor.


Algunos hermanos de la paz y caridad se encargaron
segun costu!!J.bre de la custodia del cadáver, y la gente y
la tropa se retiró, casi simultáneamente; sin que hubiese
que lamentar el mayor desórden, á pesar de haber sido in-
meDsa la concurrencia.


Veamos ahora qué se hizo del cadáver de Merino.
Lo que se hizo fué una atrocidad incalificable y que á


todo el mundo causó horror, haciéndonos retroceder á los
tiempos de Felipe II; á aquella época en que los reyes y
sus ministros se convertían en tostadores de hombres.


La prensa estrangera lanzó un grito unánime de indig-
nacion, afeándonos y anatematizando un hecho incalifi-
cable.


Verificada la ejecucion del reo, creyó el gobierno que
las circunstancias del crímen exigían alguna medida espe-
cial y, con este objeto, dictó varias providencias y entre




760 LA. ~OBBRA.NIA.


otras la mas importante fué la que trasladamos á continua-
cion y que dice así:


«Teniendo en consideracion que por mas eficaces que
fuesen las medidas que adoptara el gobierno, no podria tal
vez evitarse que se sustragese bien en todo 6 en parte el
cadáver de Martín Merino, 6 con objeto de especulacion ó
con el pretesto de estudiar su disposicion orgánica; que lo
primero debe impedirse como vergonzoso é inmoral y que
de lo segundo no puede resultar ningun beneficio á la hu-
manidad; y á fin de que no quede motivo alguno de re -
cuerdo del horrendo crímen cometido contra la real perso-
na de S. M. la Reina, de acuerdo con la autoridad surerior
eclesiástica, del muy Rdo. Cardenal arzobispo de Toledo, y
en cumplimiento de lo resuelto por el Consejo de ministros,
prevengo á V. S. disponga lo conveniente para que á pre-
sencia de su secretario, del eclesiástico encargado en el ce-
menterio, nombrado al efecto por el muy Rdo. cardenal, y
del juez y escribano que han entendido en la causa, se
proceda á quemar el cadáver de Merino dentro del mismo
cementerio, á la hora que V. E. designe, y á esparcir en
seguida sus cenizas dentro de la sepultura comuo; y que
de ello se levante acta que, firmada por los concurrentes,
se remita por V. E. al ministerio de Gracia y Justieia de
.


mI cargo.
De real órden lo digo á V. E. para su inteligencia y


cum plimien to.
Dios gaarde á V. E. muños años. Madrid 7 de Febrero


de 1852.-VENTuRA GONZALEZ ROMERo.---Sr. Gobernador de
la Provincia.


El acta á, que se reñere el documento anterior se esten-
dió de la. manera siguiente:




..


~AClONAL. 761
En la "iHa de Madrid, y su cementerio, extramuros de


la puerta de Bilbao, siendo las cinco menos cuarto de la
tarde de hoy 7 de Febrero de 1852, hallándose reunidos el
Excmo. Sr. Gobernador de la provincia, su secretario, el
Sr. D. Antonio Guerola, el Sr. D. Antonio Tiburcio Aceve-
do, capellan del Excmo. Sr. Cardenal arzobispo de Toledo,
comisionado por su eminencia, el Sr. D. Pedro N olasco Au-
rioles, como juez de la cau~a y el infrascrito, como escriba ..
no de ella, se procedió á quemar el cadáver de D. Martin
Merino, segun lo dispuesto en Real órden de esta fecha,
comunicada por el Excmo. Sr. ministro de Gracia y Justi-,
cia al es presa do Sr. Gobernador; al efecto se hallaba pre-
parada la leña y útiles necesarios, y en el patio de la iz-
quierda, entrando, de dicho Campo Santo, inmediato á la
sepultura comun, colocando sobre las llamas el cadáver
del repetido Martin Merino, sacándole al efecto de la caja
en que se hallaba, y quedando reducido á cenizas, que fue-
ran esparcidas dentro de la indicada sepultura, y quedan-
do finalizada esta diligencia á las siete y veinte minutos,
y habiendo concurrido igualmente á este acto el capellan
de cementerio D. José Losada, y lo firman todos los seño-
res concurrentes de que doy fé.-Melchor Ordoñez.--Pedro
N. Aurioles.-Antonio Guerola.-Antonio Tiburcio Aceve·
do.-José Losada.-Antonio José Perez Martinez.


j Esto es horrible, esto fué inícuo, esto no se concibe en
el siglo XIX! •.•••


La descarnada relacion de los criminales hechos que
formaban la trabazon de aquel, deja inmenso campo, muer-
to el asombro del primer instante, á la reflexion y al es-
tudio.


Fin del tomo primero.






INDICE
de It& eapítulos que contiene el tomo primero.


Cap,


CUATRO PALABRAS PRELIMINARES AL LÉCTOR ••
PRÓLOGo.-Ellegado de un mason. . . . .
LA ABDICACION DEL REY.. • • • • • •
VIAGB DB SS. MM. Á LA FRONTBRA DE PORTUGAL. •
LA MUBRTE DBL JUSTO. _. ••
CAPITULO PRIMERO.-Dos palabras sobre el o~i­


gen de las sociedades masónicas, sus le-
yes, sus estatutos) su representacion
política y época en que se establecieron
en España.. . .. ...


CAP. H.-Una lógica masónica. .
CAP. III.-Felipe.-Un recuerdo á la memoria de


dos víctimas de la tiranía. - El N oy de la
Barraqueta y Carvajal..


CAP. lV.-La libertad ..


CAP. V.·-Dos palabras sobre los acontecimientos
de Barcelona. . ..


CAP. Vl.-Triunvirato de pícaros. . . .
CAP. VIL-Dan comienzo las memorias de D. An-


rOllo J,


Pags,


V


Xl


XXXIl


XLIX


LX


1
11


64
101


119
135




II íNDiCE.


tonio.-Una necrología.-Fl'oilan Car-
vajal. . . . . . • . . . .. 14R


CAP. VIll.-Lo que puede pasar durante ocho dias. 181
CAP. IX. -Fernando VII.~Lijera reseña de su~


iniquidades.-Historia de dos de las mas
ilustres víctimas sacrificadas á su im-
placable saña.-Suplicio de Riego y la
Pineda.. . . . . . . • • •.• 293


CAP. X.-Continuacion de una velada interrum-
pida. . . . . . . . . . •• 236


CAP. XL-Consecuencias de la muerte de Riego.
-Persecuciones y horribles asesinatos
de los liberales.-Dicho célebre del mo-
narca, que hace la. verdadera apología


'de su carácter sanguinario.--Un recuer-
do á las ilustres víctimas sacrificadas á
su saña. .. . .. . . . . . · 294


CAP. XlI.-Doña Mariana Pineda. . . . .. 308
CAP. XIlI.-La bandera liberal. .'. . . .. 327
CAP. XIV. - Un resucitado.-Mas detalles sobre el


desgraciado acontecimiento de Berga.
-Saballs.-Sus fuerzas y su organiza-
cion.-Breves consideraciones sobre la
indisciplina del ejército y fatales conse-
cuencias á que puede dar lugar.-Un
honrado veterano. . . . . . .. :172


CAP. XV.-Amor sin esperanza.. . . , .. 400


CAP. XVI.-HistlJna de una gran dama.-Delirios
de una mente estraviada y de un COl'U-
zon vírgen. . . . . . . . . . 421




iNDlülll.


CAP. XVII.-Sueños de oro. . . . . .. . .
CAP. XVIU.-Continuacion de las memorias.-


Consejos y verdades útiles.-El Parla-


111


437


mentarismo.-La pol1tica del porvenir. 457
CAP. XIX.-EI Parlauumtarismo y la politica del


porvenir. . . . . . . . . 489
CAP. XX. - Herir por la espalda.. • • • •• 504
CAP. XXI.-EI paraiso.-Un nido de amor. .. 516
CAP. XXII.-Continuacion de la lectura de las


memonas de D. Antonio.-Reinado de
Felipe H.-Retrato fiel de aquel som-
Orío y terrible monarca.-Glorias y gran·
dezas de España en aquella época.-
Origen é historia de la privanza de An-
tonio Pereza - Suplicio, homicidios y
crueldades del hijo de Cárlos V.-Ase-
sinato de Escobedo.-Matanza en el Es ..
corial.-Autos de féen Madrid y en Va-
lladolid. -* Ingratitud del monarca para
con su privado.~El príncipe CArlos, su
prisioD y su muerte.-Muene del rey en
el Escorial. . . . . . . . ... 534


OAP. XXIlI.-Desencantos y perfidias.-Lo que se
puede esperar del amor de una gran
dama. . . . . . . . . . .. 622


CAP. XXIV.-Desilnsiones. Del paraiso al infierno. 630
OAP. XXV.-Continuacion de las memorias.-


Merino el regicida.. . . . . 690
CAP. XXVl.-La capi~la.--El suplicio.. . 739


Fin del índice clel tomo primero.




para la .,olo_eloo de las lá_lnas del toUlO .lrlJuero.


Láminas


1 Portada.-Despedida de S. M.
2 Abdicacion del rey.. ..
3 Muerte de Vicente Martí ..
4 Fusilamiento de Froilan Carvajal. .
5 Riego conducido al pa~ibulo. o
6 Se enlazaron, de pronto en un estrecho


abrazo .. , . . "
'. 7 Auto de fé en Valladolid en tiempo de


Felipe Ho • o • o •
8 Margarita al ver á Felipe exhala un aho-


gado grito. '.
9 Toma! ya tienes bastante. . .


Páginas.


111


XXXVI


85
178
292


455


616


643
697




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CAPÍTULO PRIMERO,


La piel del siervo y el látigo del señor.


, tJ'fLleg6 el momento, hermanos mios, de describiros uno
,. los mas conmovedores episodios de mi vida, enlazado
(~'r~


H nralmente con el recuerdo del mayor crímen diplo-
,


",' ico y político que registra la historia ; del mas gigan-


,:
o de los atentados que ha visto la humanidad en nues-


,'siglo; el crímen, el atentado, no contra un individuo,
¡' o contra una nacion.
lJ)1 Matar ~ un hombre es mucho) matar á una 'patria es'
itas. '
·~)'l<Verdaderamente, ¿qué son mis propios infortunios ante


los grandes dolores de Polonia, ante los infortunios de una
,acion, cuyas desgracias son como la epopeya de lágrimas
te1 siglo XIX'? '.
t Os hablaré primero de Polonia; de la primera de las dos
~cas en que la visité: mas tarde os referiré la segunda.


Polonia ha venido á ser como la escuela donde nuestra


:'"




6 .: LA. SOBERA.~IA.
juventud aprenderá el 6dio á toda tiranía, lé}. abominacion


I


del abuso de la fuerza.
Su maestro es Kosciusko.
Este es el héroe por escelencia, desgraciado como su


nacion, como ella vencido, g~neroso, ~omo ella~'
Imposible es hablar de España sin recordar á Riego, de


N ápoles sin nombrar á Masaniello, de Francia sin pensar en
Mirabeau, de Polonia sin adorar á KosciuslUl.


Hé aquí en qué términos habla Michelet de la una y
del otro.


«Hemos dicho en otra parte, que Europa no es un con-
junto fortuito, ni una simple agrupacion de pueblos, sino
,un gran instrumento armónico, una lira" de la que cada
nacionalidad es una cuerda y representa un tono .


. N'Ü !:layen ellas nada de arbitrario.
Cada una es necesaria en sí misma y en cuanto se rela-


ciona con. las demás.
Quitar una sola cuerda es alterar el conjunto y hacer


imposible, disonante y muda, esta. armonía unísona de las
.


naelones.
Solamente un loco furioso, 6 un niño destructor, pue-


den destrozar el sagrado instrumento, obra de Dios, de la.
necesidad de las cosas, y del tiempo; herir esas cuerdas vi-


. vas, concebir el impío pensamiento de romper una, de des·
...


truir para siempre la sublime armonía. calculada por la Pro-
videncia.
~tas abominables tentativas fueron siempre impotentes.
Las naciones cuya existencia se creia poder suprimir,


han renacido siempre florecientes é indestructibles.
Un déspota ha podido decir, en un acceso de cólera pu~­


ril: « Yo suprimo la Suiza.»




NA;OIONAL. ., 7


M. Pitt ha dicho de la Francia: «Serd un espacio "blanco
* ,¡mapa.»


La Europa entera, Jos reyes co.n lo.s papas, aprovechán-
do.se del mortal sueño. en que parecia sumida la Italia, han
creido. desmembrarla, dividirla; cada cual to.mó su parte y
dijeron: « Ya pereció.»


¡Nó, bárbaro.s!
Ella res u.ci ta.
Se eleva viva y entera de vuestras 'mo.rdeduras; sale re- .


juvenecida del labo.rato.rio. de l\1edea do.nde ha dejado. ,su ve-
jéz; héla aquí jóven, fuerte, armada y terrible.


¿La reco.no.ceis?
¿Sabeis, imbéciles asesinos, po.r qué ninguna de estas


grandes nacio.nes puede perecer'? ¿po.r qué so.n indestructi-
bles si no. invulnerables'?


No. es so.lamente porque cada una de ellas, ~n su glo.rio.-
so. pasado., en lo.s inmenso.s servicio.s que ha hecho. al géne-
ro. humano., tenga su razo.n mo.ral de existir, su legitimidad
y su derecho. ante Dio.s; es, además, porque no. siendo. la
Europa mas que una persona, cada una de estas nacio.nes es
una facultad, una po.tencia, una actividad de esta perso.na;
de fo.rma, que, si fuera po.sible suponer po.r un mo.mento.
que se puede matar á una nacio.n, sucederia á la Ellropa
como. al sér vivo., del cual se destruye un pulmo.n, ó se le
segrega parte del cráneo.. .


Vive to.davía, pero. de una manera enfermiza y débil,·
que acusa su mutilacion, y. ro.to. su equilibrio., o.bra co.mo.
un autómata, no. co.mo. una perso.na.


Nunca, desde Edipo, desde el atro.z enigma de la Esfin-
ge, ha arrojado. el destino. á las nacio.nes un pro.blema mas
cruel ni mas misterio.so. que la ruina de Po.lonia.




8 /. LA SOB.ERANIA.
¡Oosa estraña!
La nacion humana entre todas, ha sido puesta fue!'8. de'


la humanidad.
La nacion gp.nerosay hospitalaria, la nacion donante


por decirlo así, aquella para quien la liberalidad sin límites
fué una necesidad del corazon, es la. que ha sido despojada,
la que mendiga hoy por toda la tierra.


El pueblo c~ballero que á precio de su sangre, tan fre-
cuentemente derramada contra los tártaros y contra los tu+".
cos, nos ha defendido á todos, es aquel cuya defensa no ha
tomado nadie.


El siglo XVIlI que presenció su ruina, fué para la Polo-
nia una época de singular dulzura en las costumbres; los
estranjeros que la visitaban entonces nos decian que en
este'pais, donde no habia ni policía ni gendarm~s, se podian
recorre~ la~ mas inmensas y solitar-ias selvas con las manos
llenas de oro.


Oasi no hubo ningun proceso criminal.
Los archivos de mucq.os tribunales demostraban que,


en treinta años, solo habian tenido que juzgar á bohemios
ó judíos, pero á ningun polaco.


Se dirá que los pol3:cos tenian siervos, pero ¿por ventu-
ra no los tenian tambien los rusos? '


¿Y los alemanes no los tenían?
Un amigo nuestro h~ visto todavía en un Estado aleo..


• man á una niña, sierva, alojada en una 'perrera, con ur:a
caden,a al cuello.


N os otros mismos, que tanto hablamos, con todas nues-
tras humanitárias leyes, no dejamos de tener negros, sin
hablar de los negros blancos, de la esclavitud industrial, que
frecuentemente equí vale á la ser'Vid~tmbre.




NACIONAL. 9


El siervo, en la república de Polonia, pagaba diez ve-
'Ces menos que hoy, sin contar que estaba exento del mas
terrible impuesto que exige la Rusia.


La nobleza llevaba sola las armas.
N o se yeian esas largas filas de jóvenes polacos con la


cadena al cuello, que marchan, aguijoneados por un cosaco
para servir al enemigo de la Polonia ~n el


k


Cáucaso, en la.
Siberia y aun en las fronteras de l~_ China.


Mueren la mitad en el camino y á su vez son reempla-
zados por otros q ne no tornan jamás.


La Polonia solo 'procrea víctimas para el 11inotauro que.
se llama Rusia.


i, Cuál ha sido en realidad el pecado de la Polonia'?
Ese espíritu novelesco y de grandeza (falsa ó verdade-


ra) que crea héroes, pero que no conviene tanto á los ciuda-
danos de una república.


Cada hombre era como un rey; tenia su córte, mesa
siempre preparada, las puertas abiertas á todos, se invita-
ba al estranjero á entrar y se le colmaba de regalos ..


'No era solamente orgullo y fausto, era una amable dul-
zura de corazon, una natural bondad lo que les impulsaba
á este esceso de desprendimiento.


Al observar un objeto en casa de vuestro huésped y os
parecía agradable, os decian: Vuestro es, podeis llevároslo. ,)


Hubiera sido bajo, innoble, antipolaco, el obrar de otro
modo.


De tal manera estaba este espíritu de generosidad infil-
trado en las costumbres, que se decia á los niños cuando
iban á visitar una casa agena: «no alabes ningun objeto,
ni lo examines, por agradable que te parezca, pues te lo
daria al instante el dueño de la casa. '»


TOMO U.




10 LA SOBERANIA
Esta liberalidad pródiga y la falsa grandeza, la fastuo-


sa vida del caballero que vive de gloria y derrama el oro á.
manos llenas, tu ,,"ieron un doble efecto y muy fatal.


Miraron sus negocios sin descender á ocuparse de ellos
y dejaron que sus intendentes se entendieran con lOR sier-
vos, de forma que~ los' hombres mas generosos, los mas hu-
manos, los menos á~idos, aparecieron como los dueños mas
endurecidos, gracias' á ~9.uellos intermediarios.


Este abandono de los negocios fué tambien causa de que
tomaran un gran ascendiente los sacerdotes romanos y los
iesuitas.


La Polonia, en el siglo XVI, era el pais mas tolerante·.
de la tierra, el asilo de la libertad religiosa; todos los libre-
pensadores iban á refugiarse allí.


Los jesuitas llegan; el clero polaco sigue el impulso de,
aquellos y se convierte en perseguidor; emprende la insen-
sata empresa de convertir á las poblaciones del rito griego,.
á los belicosos cosacos.


Estos, polacos de orígen, salvajes independientes, como·
el fiero caballo de la Ukrania, volvieron bridas y se incli-·
naron del lado de la Rusia.


La República de Polonia dió este dia á su enemigo la
espada con que debia mas tarde atravesarle el corazon.


Hasta aquí Michelet(l) y comocomprendereis, hermanos
mios, mal puede ser inoportuna una cita en la que' se pone
de relieve que uno de los principales orígenes que ha te-
nido el desastre de Polonia radica en la abominable, am-
biciosa y materialista órden de los Jesuitas, tan diametral-
mente opuesta á nuestro sublime ideal masónico.


(1) Légendes démocratiques du Nord.




NACIONAL. 11
¡Cuán bello era luchar en aquel país, en el cual dice,


Michelet todos son nobles porque la Rusia les ha en noble-
'cido á fuerza de sufrir, y en el que tambien todos son már-
tires que saben pelear y morir por la sacrosanta causa del
progreso!


¡Oh Polonial ¡Polonia! ¡cómo hablas al corazon demo-
crático de los viejos liberales cual yó, y como exaltas el
'espíritu republicano de la juventud! :


Eres una nacion pequeña, desmembrada, pero tu génio
·abarca toda la estension del mundo civilizado.


Yo ignoro qué misteriosa y fatal profecía pareció cum-
plirse en tí, como en el hijo de Dios, para que fatalmente


"camináras á tu calvario, para que apuráras todo el cáliz de
·tu dolor, y sintieras la lanza del Cosaco como Jesús la lan-
zada del Centurion.


¡ Polonia! i Polonia! tú vol vias los dolientes oj os á todas
las naciones, y ellas, incapaces de leer en el porvenir, tal
vez temiendo el poder de la ,Rusia y sus aliadas, ora cre-
yendo que tu insignificacia no merecia seriamente la aten-
cion de esos equilibrístas llamados diplomáticos, te deja-
ron morir con los brazos esterididos sobre tu cruz, cruz he-
·cha de nobles y gloriosas tradiciones.


¿ Cómo el 47, el 49, el 30 y el 62, como antes en las In-
-ehas ds Kosciusko habiande entreveer las naciones que la.
.República, muy en breve, cual la blanca aurora del Manco
Lepantino, habia de abrir con su~ rosados dedos las puer-
tas y balcones del Oriente, que es la luz, y borrando los tro-
nos, ~omo blancos luceros que palidecen al alba del cielo
de la política, habia de inaugurar el brillante dia de la
regeneracion humana por la fraternidad, y del gobierno
:republicano, como fórmula en breve universal?




12 LA SOBERANIA.
. Rusia tendrá su castigo.


Si no lo tuviera no habría Bios.
La juventud polaca, educada en el amor pátrio, en ~e1


pátrio sentimiento de unidad, verá colmados sus deseos de.'
total emancipacion; vivirá vida libre, propia, é indepen-
diente, porq.ue todos los grandes mártires tienen en la
tierraó en el cielo brillante resurreccion.


Solo los verdugos mueren en la. oscuridad y en el 01-
...


vido.
Llegué á Varsovia, hermanos mios, en una fría maña,.


na de Marzo de 1851 .
. Un padre, porque mi corazon habla á veces como padre


y otras como patriota, no podia olvidar que llevaba con-
sigo á su esposa y á su hija.


Angela y María me acompañaban en aquel clima de
. hielo, sufriendo con resignacion tan intenso frío, y tanto
mas intenso para nosotros, acostumbrados á la agradable-
temperatura que se disfruta e~ algunas provincias de nues·
tra querida España.


Yo hubiera deseado fijar mi residencia en \Vilna, pero.
aquel país no me parecia tan apropósito, segun informes
adquiridos, para centro de esas misteriosas y formidables.
conspiraciones que con tanta frecuencia se traman en Po-
lonia, país amante de su territorio, y sediento de su li-·
hertad.


Varsovia, en su aspecto general, presentaba un espec-
táculo verdaderamente triste.


Una religion oficial y por consiguiente impues;ta; un
Papa oficial, el Czar.


Una idioma oficial, el ruso; una burocracia compuesta
de rusos y alemanes ambiciosos; un ejército semi··polaco,.




NACIONAL.


semi-ruso, en que el soldado polaco forzoso, bajo la terrible
amenaza del látigo ó-la esportacion á Síberia, obedecia los
caprichos de un general ruso; por todas partes la lanza, la
servil 'tiranía del cosaco, y en su aspecto íntimo, profundo,
interior, misteriosas conjuraciones y una vida de temores
y zozobras.


Tal era el modo de ser de la patria de Kosciusko.
¿Cómo semejante 'espectáculo no habia de~avivar el sen-


timiento de la santa independencia en el corazon de un
proscripto, que, cual yo, habia jurado amor eterno á toda
la humanidad?


Quien no la haya penetrado, sentido y visto como yo,
no puede comprender la desgraciada existencia de los pue-
blos oprimidos. Ver como se le arrebatan, una á una, todaJ
las ramas del tronco de su nacionalidad, presenciar la ago-
nía magestuosa de un pueblo, agonía mezclada .. con un
triste éxtasis de libertad; un sueño, doloroso y solo, co-
mo decia, puede sentirlo mejor .quien mas de cerca lo pre- ,
sencie. En Polonia se ha tratado de matar la religion, el
idioma, las costumbres, el modo de ser, la generacion mis-
ma, con los innumerables robos de niños, ordenados por el
Czar.


Las madres, dice un historiador, se arrojaron un dia
bajo las ruedas de las carretas, prefiriendo la muerte á tan
cruel separacion. '


En cuanio al idioma, oigamos dos bellas palabras de
1\fichelet, el poeta, el amante platónico de Polonia.


Sin embargo; la empresa que me parece mas enorme,
mas monstruosamente bárbara y la mas desnaturalizada,
es la de matar el idioma. ,


La lengua materna de todos aquellos en que cada pala-




.14 L:\. SOBERA1' fA
bra, cada sonido, recuerda el acento de nuestra patria y
todas las emociones de nuestra vida, nuestra cuna y nues-
tros amores, ¡ah! arrancarla de nuestros corazones es arran-
carnos á nosotros mismos.


Parece que para las personas que hemos amado ó perdi-
do, la entonacion de estas palabras habituales es lo que mas
grabado nos queda en la memoria y forma parte de nues-
tros recuerdos:, mas que los rasgos de la fisonomía, mas que
el gesto y el mOVImiento.


Lo que recuerdo mas de mi padre, con el cual he vi-
vido cuarenta y ocho años de mi vida, es su voz.


Tiemblo de emocion cuando creo todavía que está á mi
lado, que me habla y me dice <<¡hijo mio!¡) ¡Oh! sí; todo el
corazon está en la lengua.


En ella se concentran la familia y el pais.
Cada .una de las grandes naciones han puesto lo mejor


de sí mismas en su palabra, en su verbo.
La heróica leng na polaca, vibrante, y de entonaciones


vigorosas y fuertes, hace sentir, aun al que no la sabe, la
magestad de la antigua república y reproduce ante el alma
conmovida toda la gloría de su historia.


Se creería oír la voz varonil de s as héroes.
Un estudiante me dijo que, para poder hablar polaco,


necesitaban algunos amigos reunirse clandestinamente.
Es la mayor miseria á que puede llegar una nacion.
En Varsovia, como en la capital de toda nacion oprimi-


da, sea interior ó esterior esta opresion, la vigilancia que
se ejerce sobre los emigrados es incesante y activa.


Un emigrado viene á ser como la antorcha de la re-
volucion que propaga el incendio mas allá de las fron-
teras.




NACIONAL. 15:.
Son, como si dijéramos, las zorras de Sanson en el caro- .


po de los Filisteos.
Por esta causa renuncié á vivir en fondas ó casas de


hospedaje, situadas en puntos demasiado céntricos y habi-
tadas las mas por em pleados que pudieran ser para mí otros
tantoS! espías.


Además, mis escasos recursos no me permitian acomo-
dar á mi familia con aquel lujo y bienestar ql1e yo hubiera
deseado.


Opté pues,. por buscar_la casa de una modesta familia,
la cual, mediante una módica retribucion proporcionada al
gasto que en su casa hiciéramos, consintiera en admitir-
nos como de la familia, á fin de que mi esposa hallara en
tierra estrangera, al menos un hogar, un alma de mujer,
porque sabido es como entre sí se entienden, como simpa-
tizan, qne armónicas en su modo de sentir son d~ .muje-
res, mucho mas cuando sus corazones son buenos y habi-
tan bajo el mismo techo.


No tardé en hallar lo que deseaba.
Yo habia sido presentado al segundo día de mi llegada


y por un antiguo emigrado, al noble y generoso Stanislao
Hiszpan~ki.


Despues de K6scíusko, es el que mas sacrificios ha hecho
por la indepeudencia de Polonia y él era el alma de esas
formidables conspiraciones, ahogadas, sin embargo, por el
poder de la Rusia, mas formidable aun.


Cuando estábamos en su casa, cuando el criado nos
hubo ahierto y reconoció á nuestro amigo, nos invitó á pa ..
sar al salon, en tanto que él daba aviso á su amo de nuestra


. presencIa.
Un solo rasgo de su carácter bastará para dar á conocer




16 LA S OBERANIA
aq nel corazon esencialmente republicano y enemigo de to-
da fórmula.


No pudiendo él presentarse en el acto á causa de estarse
vistiendo, nos mandó al criado con órden espresa de decir-
nos, que si él no se presentaba en el act0 1 era porque se
estaba vistiendo y lamentaba que nos viéramos precisados
á aguardarle.


Acostumbrados en nuestro país á hacer tres hora~ de
antesala en las dependencias públicas y á veces media hora,
sin causa justificada, en la casa de cualquier particular,
no dejó de llamar nuestra atencion esta sencilla disculpa
y esta inocente manera de proceder.


Hiszpanski, sin embargo, no se hizo esperar mucho.
Era un hombre de arrogante y magestuosa talla, noble


y e~presi va. fisonomía, y dotado de ese tacto y penetracion,
de ese. gol pe de vista q 11e con solo una mirada dirigida á
su interlocutor, penetra, por decirlo así, en todo su sér.


Despues de las ordinarias fórmulas de presentacion, nos
rogó que tomáramos asiento y me dirigió la palabra en es-
tos términos:


-l\1ucho me lisonjea tener á mi lado á un español, per-
seguido por sus opiniones políticas. ¡Ah! lo que se persigue
en nosotros no es la opinion, es la libertad, es la idea.


Polonia misma es un volean cuya hirviente lava es li-
bertad; lo seria, mrjor dicho, si los esfuerzos del Czar no
tendieran á comprimir su cráter; para evitar esa moral erup-
cion que se llama alzamiento.


Un español en mi casa me parece un embajador de Cer-
Yantes; el in~igne~ el escritor sublime, cuando asegura que
sl:endo la libertad el mayrir de los bien,.~, es aquel por el que el
hombre debe perder la 1-1ida sin vacilar.




NACIONAL. 17
-Todos los liberales españoles, repuse, pensamos lo


mismo, porque España es la cuna clásica de tan sagrada
idea.


--:-¿Y con qué medios de subsistencia cuenta V. para
residir en Varsovia?


-Aun cuando escasos, cuento con algunos recursos;
pero traigo conmigo una esposa y una hija, de forma que


..


quisiera encontrar un polaco, verdad~ramente amante de
la libertad, franco, seuijillo y reservado, en cuya casa alo-
jarme durante mi permanencia aquí y mediante una con-
venida suma.


Mi deseo es evitar una vida demasiado pública, para
que, en cualquier eveútualidad, sean menos notadas mis


.


aCCIones.
Esta sola frase, eventualidad, hizo comprender al caba-


llero Hiszpanski, que no solo podía contar co1TIn.igo sino
. que lo deseaba yo mismo.


-Quizás, me dijo, pueda yo proporcionar á V. algo de
lo que desea. Tengo un íntimo amigo, sugeto de vasta eru·
dicion, que á las dotes intelectuales reune la belleza del
alma y que vive en el retiro y la soledad mas completa en
uno de los mas apartados barrios de Varsovia. Dueño de
una fortuna inmensa, heredada de sus padres, pero h~m·
bre amante del estudio y de la ciencia en su punto de vista
mas elevado, careciendo de aquel tacto que se necesita para
la vida de los negocios, ha. sido muy desgraciado ,en todas
sus especulaciones.


Hoy le resta un modesto capital y vive, amante plató-
nico de la libertad y de la independencia de su patria, so-
ñando, en el !etiro de su gabinete, con el ideal de toaa su
vida.


TO!110 11. ;¡




LA SOBERANIA


-Desearia conocerlo, porque me figuro, y dispénseme
usted este movimiento de franqueza, que me ha dicho us-
ted la verdad, pero nó toda.


-Hé aquí sus señas, dijo Riszpanskisonriendo -de mi
perspicacia.


-¿Pero cree V. que me admitirá en ISU compañía?
-Hé aquí m~ tarjeta.
-Ya no dudo, r~epuse, sumamente satisfecho del desen-


lace de aquella entrevista; ya no dudo, porque escudado
por un nombre tan popular y tan querido en Varsovia, si
he hallado abiertas todas las puertas"con doble razon he de
hallar las de vuestro íntimo amigo.


Sin embargo, aun no me ha d.icho V. su nombre.
El caballero Hiszpanski, en su distraccion, me habia


entregado las señas de la casa de su amigo pero habia omi-
tido el escribir su nombre.


¿Era distraccion en realidad? ¿Tenia su amigo motivos
poderosos para permanecer oculto y por estarazon, temiendo
elestravío de aquella nota, habia dejado el nombre en claro?


Todo podia ser.
El caballero Hiszpanski sonrió al escuchar mi observa-


mon y dijo:
-En la casa cuyas señas he dado á V., pregunte úni-


camente por Pablo Krautzik y tengo por cierto que al ver
mi tarjeta será recibido como yo mismo.


-Doy á V. las gracias.
Mi reconocimiento es sincero, leal; solo serán limitadas


mis .facultades para emplearme en su servicio, para serIe
útil en cuanto de mí dependa, para probar, en fin, que un
alma democrática no puede bañarse en el negro manantial
de la ingratitud.




NACIONAL •. :. 19


Hay personas que mueven las tee~as del ,piano, hacién-
dolas sona~, pero sin p~oducir melodias, así como ex.isten
hombres que hacen un favor sin inspirar el menor a~ade~
cimiento.


. .


V., por el contrario,. sabe insinuarse de tal manera·, que
solamente su conversaclon es ya un grato c'onsuelo é inspira
agradecimiento, cual si se recibiera favor.


-Cuando cumpla ll.n sagrado deber }lQ creo nunca ha..-
cer favor, sino satisfacer mi propia. con.ciencia.


-Dios, dijo mi amigo, el cual hablaba poco y pensa\)a
mucho, debia colocar á los ingratos sobre un trono, de fa¡vo-
res acabados en punta.


Así se pincharian, es decir, se acordarian constante-
mente.


Reimos de buena gana su chistosa ocurrencia y,. despi-
diéndonos del generoso HisApanski, ~os dirig~lllQS..á.casa de
Pablo Krautzik.


Duran te el camino de una casa á otra mi amigo, me re-
firió varios rasgos de generosidad y de nobleza que retrata-
ban al vivo el carácter del caballero Hiszpanski, pero entre
todos no debo pasar en silencio uno que me encantó, y no
puedo resistir á la tentacion de referirlo, pOJ'que prueba
que Hiszpanski pertenece á una lógia masónica, que es dig-
no de la verdadera. luz y de pertenecer á nuestro Gran
Oriente; de ceñir el mandil de maestro, ó bien de empuñar
la flamígera espada de V.'.


Hélo aquí:
Una aldeana de sus tierras habia jurado amor eterno á.


un aldeano, compañero de su niñez.
La aldeana iba á casarse con él, mas un desgraciado ac~


cidente fué causa de que se le rompiera una pierna.




20 LA SOBEitANIA NACIONAL.


El jóven, al saber que era inevitable la ampntacion á
consecuencia de la ga'~grena q~e se habia presentado, la
consoló diciendo: «Sana la amé 11 cola la debo adorar 11 ali-
mentar.»


Dios, que prueba á veces el hombre por medios al al-
cance únicamente de su alt~ sabiduría, prueba, tambien á
la mujer y pocos días despues, cazando el amante de nues-
tra aldeana, tuvo el sentimiento y la horrible desgracia de


, que, reventando el cañon de su escopeta, y combinado al
retroceso del arma con una falsa posicion de su brazo, éste
se dislocára, amenazando quedar inútil.


Cuando ella lo supo dijo:
«Yo le amé cuando estaba sane, pero ahora mas le debo


amar; y si pierde el brazo, aun podré yo, hilando, trabajar
por él y para él.»


Cuancku.l.lpo esto Hiszpanski, dotó á la novia con una
propiedad rústica suficiente para ambos; fué padrIno de sus
bodas, tuvo el consuelo de sp-r el bienhechor de los dos y


. desempeñó el papel de Providencia para ellos, premiando
de esta manera la constancia y la virtud.


Por eso os decia que esta conducta me parece esencial-
mente masónica.


Cuando nos hallábamos cerca de la casa de Pablo Kraut·
zik, mi amigo se retiró discretamente, porque habia com-
prendido como yo, quizá sin conocerlo, lo que pudiéramos
llamar la base principal del carácter de Krautzik, es decir,
su gusto por la soledad y el misterio, el afan de vivir ocul·
to é ignorado.




CAPITULO II.




El sabio, el poeta y el conspirador.


Tres personas, mejor dicho, tres entidades morales dífe~
rentes y un solo hom~re honrado verdadero. ~ .;


Tal era la trinidad que en su modo de ser resplandecía,
cuando íntimamente se le trataba, en la persona del que
llegó á ser para mí, un poco mas tarde, un fidelísimoamigo.


¿Quién me podrá esplicar la simpatía?
Nadie.
Si este sentimiento pudiera definirse, esplicarse mate-


rialmente, entonces, con producir de una manera que sin
redundancia pudiéramos llamar amanerada, sus causas que
creyéramos constan tes, o btendriam os la· sim pa tía artificial,
como se obtiene eI guano. '


fié ahí porque, no esplicándose la simpatía, no puede
comprenderse y no comprendiéndose no puede producirse
una simpatía que, en último resultado, espiraria en el en-
fermizp y triste lecho del hastío.


El hecho es que antes de conocer á Krautzik habia sim-




22': LA. SOBERANfA. I
patizado .con él, lo cual se es plica por la afinidad de nues-
tras ideas politicas.


¿Qué tiene de particular, dijo Jesús, que ameis á los
que os hacen bien? _


Si Jesús hubiera retardado s a venida por espacio de diez
y :nueve siglos, hubiera visto que ahora acostumbramos á
no pensar en los que una vez fueron nuestros bienhechores,
á olvidarlos por~ompleto.


Pablo Krautzik vivia en uno de los mas apartados bar-
rios de Varsovia, cuya distancia tuve que recorrer á pié,
pues aunque los rusos y polacos son escelen~es cocheros, y
si bien sus carruajes caminan con alguna mas velocidad y
brio que los nuestros de alquiler, no queria, por miedo á la
activa policía, que mis pasos fuesen seguidos, el cochero
interrogado,.6 la casa de Krautzik vigilada.


\. -.~ hemos-vivido bajo las formas de gobierno au-
tocrático, despótico ó absolutista, cuyo fondo es idéntico,
mejor que nadie compre~deremos que todo este lujo de pre·
cauciones es nada en comparacion de las infinitas que- se
necesita~ para no ser molestados hasta en el seno de la vida
privada.


Krautzik era un tipo original, digno de estudio.
Casado con una linda polaca de alguna menos edad que


él, al~jado del trato social, compartiendo sus tranquilos
ócios entre el amor á la ciencia y el amor de su esposa,
ocultaba ambos tesoros como el avaro oculta sus riquezas.


Las brillantes cualidades, la rara belleza, el talento y
la esmerada educacion de la señora Zilda, la habdan abier-
to las puertas de todos los salones, en los cuales hubiera
sido, espiritualmente hablando, el mas bello adorno, y el
profundo conocimiento de las ciencias naturales, así co-


I




NACIONAL. :'23
roo la decidida aflcion á las bellas letras de Krautzik, le
hubieran proporcionado un distinguido lugar en las uni-
versidades y en la prensa.


Mas ¡ay! todo se halla contrarestado por la situa,cion 6S ... ·
pecíal de su patda, que, á hombres de un temple semejan ..
te al suyo, colocaba tambien en una situ8.cion especial.


En efecto, la universidad era una miserable esclava;
. .


los ramos de las coronas de laurel está.b~atadas con ellá ...
tigo ruso, la prensa oprimida, la sociedad temiendo siem ...
pre las minas de la Siberia, el Cáucaso y el Spitzberg; y al
par que se rusificaba todo, todo se iba, digámoslo así,d~$p()w
lonizando.


Por otra parte Krautzik tenia una natural aver'sion al
mundo y á la sociedad, que conocia muy á fondo, así como
profesaba un grande, un ferviente, un entusiasta amor al
pueblo. .--~ .


Desgraciadamente las altas clases pueden rennirse con
pretesto de un sarao, en tanto que el pueblo, el pobre pue-
blo no conocia el derecho de asociacion, cuando de tan bue-
na gana hubiera él concurrido á una reunion de obreros ...
para instruirlos y enseñarlos.


Si añadimos á esta manera de ser, el efecto que produ-
jo en su carácter la lectura de La Soledad de Zinmeermann,
los desengaños que la amistad le produjo y lo víctima que
habia sido siempre de falsas promesas en sus especulacio-
nes' .se" comprenderán seguramente en su boca axiomas
como los siguientes, que repetia con frecuencia.


«Si el dinero no existiese yo seria el primer optimista.»
« La amistad es un bien, pero el amigo á veces es un


estorbo.»
»Tres cosas me molestan: el llanio de niño, ladrido de




24·: LA SOBERANIA
perro y. convarsacion de tonto. Salomon asegura que los
tontos so:p. infinitos.


»La virtud y la filosofía ponen muy sucias las camisas
pero mantienen limpias las conciencias. El demasiado al-
midon es á veces el blanquete de la prostitucion de una


. .


conCIenCIa. » "
»La fotografía es la inmortalizadora de los tontos.»
»Todos en e~ mundo son sastres. Unos cortan levitas


.y otros reputaciones; unos sisan costuras y otros mérito;
unos hil vanan forros y otros dramas, pero lo difícil, en el
mundo, para no ser engañado, es tomar bien las medidas.»


Las almas heridas tienen acordes graves, pero amargos
y sarcásticos, si bien dichosamente los corazones en la
generalidad son buenos.


Cuando penetré en su casa lo hallé, como de costumbre
en él,J.ltado en su ancha butaca, inmediato á la chi-
menea y leyendo.


Representaba de cuarenta á cuarenta y dos años; era
pequerro de estatura, pálido, de despejada frente, de cejas


... y cabellos espesos, como prueba de inquebrantable energía,
la mirada penetrante y viva; pupilas que no se detienen
en el exámen pero que a barcan de una sola oj eada tofio lo
que les basta para formar un concepto favorable ó desfavo-
rabIe de aquellos á quienes ven por primera vez.


Yo, para él, fuí objeto de muy breve exámen, pues ha-
biéndole introducido su viejo criado, antes de pasar al sa·-
loncito, la tarjeta de el caballero Hiszpanski, estaba ya
prevenido favorablemente hácia mí.


Apenas saludé, se levantó para recibirme, me hizo sen-
tar,á su lado y dijo.
~ Veo que, á pesar de mi alejamiento de la vida, de so-




SACJONAL. 25
ciedad en Varsovia, á pesar de que':frécuento muy pocas
casas y de que no se me vé por ninguna parte, aun se acuer-
dan de mí, honrándome con tener por recomendado en la
persona de V., á' un proscrito político, á un mártir delta
mas noble y justa de las causas. ¿Hace mucho que vive V.
en Varsovia'? •


-Nó; soy nuevo en esta capital: vengo de' Francia,
pais que, mas dichoso'que nosotroya logrado fundar una
república. '


'-En breve toda Europa será republicana. Vendrá la
epizoi tia de esas bestias coronadas, como decia Mad. stael.


En tanto, hemos de sufrir, porque las grandes ideas no
se defienden desde el terciopelo de los almohadones si nó
desde la paja de los calabozos.


En una prision se engendró el Quijote y de un establo
brotó el E1.,a'Ytgelio.


No importa que algunos hombres, vestidos de negro, se
empeñen en enseñarme á conocer á Dios, no tal como ellos
lo comprenden, si no cual á ellos conviene que lo compren-
da el pueblo, como si un recluta tratase de esplicar á su


....


general la batalla de Mantinea; no importa, digo, que esos
hombres vestidos de negro afilen los puñales 'de Cain en la
piedra de los altares cristianos; nada importa, porque, como
decia, toda nueva idea ha de tener sus mártires que pueden
llamarse en la religion Jesús, en la ciencia Galileo, en la
polí tica Rie.lo.


- Es verdad, es verdad, eS.clamé admirado. de oir el sen.
cilIo y convinéente discurso de Krautzik.


La fuerza ha entregado su cetro á la inteligencia, como
Marte su lanza á f}upido, como Sanson su cabellera á
Da lila.


TOMO 11.




26 LA SOBERANIA
Concluyó el reinado de los hombres y comienza el de


las ideas ..
\


Todo rey no és mas que el portero de una República en
.


·su naClon.
Cuando veo á uno de esto.s, se me ocurre preguntar al


portel'o-rey.- ¿Está ~n casa'? Y su conciencia me contes-
taria.


-N o señor pero ~o tarilará en 'Venir. Y las naciones, no
]0 dudéis, serán feli~ cuando la palabra reinantes solo se
em plee despues de la voz 'Vientos, cuando los encargados de
formar regimientos no sean los comisionados de formar
gabinetes.


Además, los pueblos, despues de todo, han de esperar
únicamente su emancipacion de sí mismos.


Un rey no hará nunca revoluciones provechosas.
La mayoría son necios, ó malvados, y ni un necio ni un


malvado puede revolucionar la faz de una nacion, como
ningun fuego fátuo tiene la suficiente intensidad para que-
mar un poI vorin.


Creo que si Lázaro hubiera muerto de puro necio, Jesús
..


no se habria tomado el trabajo de resucitarle.
-y luego, añadió, Krautzjk, los reyes nos traen siem-


pre las guerras de sucesion, las de ambicion y las civiles.
Yo creo que terminarian las guerras ci viles haciendo las
coronas de goma elástica; así cabrian dentro dos cabezas.


-A esto dirá algun loco, aunque patriota, que seria
mej 01' suprimir las cabezas.


-El Evangelio opina porque se supriman las coronas.
Quitad de ella lo,s florones y queda únicamente la ar-


golla de la esclavitud.
- Hé ahí porque, concluí yo, muerto para siempre el




NACIONAL. 27


pendon y la caldera, nos queda hoy la {mldera del vapor y
elpendon de la libertad, para matar la idea monárquica.


No lo dudeis, haya luz, instruccion, saber; Gorranlos
caños de tan ~agradas fuentes en el festín de la inteligen-
cia' es tiéndanse sobre el pueblo infundíépdole el santo re-
gocijo de la esperanza, y á pesar del clero, del rey y del
noble, el astro que no tiene ocaso, el sol de la libertad cuya
órbita se pierde misteriosa en el ~en~e Dios) irradiará' so-
bre la hermosa superficie de la tierra.


Al oir en mis palabras mezclada la> voz luz, mi amigo
hizo un ligero· movimiento de sorpresa que no pasó desa-
percibido para mí.


Precisamente esta palabra masónica me convenció de lo
que hacia rato trataba yo de averiguar.


Krautzik era masOn, con gran contento mio, mas ~c6mo
darme á conocer? Zilda escuchara ateñtamente nuestro
diálogo y si ésta no conocia tan importante secreto de su
esposo, secreto que podia ser probable él la ocultára á fin
de no alarmarla, sucederüi. que, no comprendiendo el rumbo
que necesariamente habia de tomar nuestra misteriosa con-


. ,


versacion, hallando indudablemente un vacío en ella, im-
portunaría tal vez en lo sl1cesivoá su esposo á que se lo
revelára y calmar sus inquietudes.


Yo, por otra parte , habiallevado allí un objeto único, un
plan determinado, como sabeis, el de habitar con Krautzik;
aquella familia con venia á mis planes por todos conceptos;
la soledad y el retiro del barrio, el amable y liberal carác;;.
ter de su dueño, sus relaciones políticas en el país como
ve:reis'mas adelante y principalmente, su bella y vi~uosa


. Zilda.que podia ser perfectamente una buena amiga para.
Angela.




28 LA SOBERANIA
Zilda no nos abandonaba y yo hubiera deseado estar


solo; luchaba Cf;ln mis pensamientos, hasta que rápidamen-
te tomé mi partido. .~


.: -Señor Krautzik, dije, conociendo el ca~ácter amable
y agasajador .del pueblo polaco, suplico á V. me perdone
la indiscrecion que cOpleto, pero desearia tomar algun li-
gero refresco porque la fatiga y el cansancio han aumen-
tado mi sed. ..,


"-No estoy muy bien: de salud á causa de mis muchos
viajes y padecimientos y esto me restauraria.


Sucedió lo que yo me imaginé: Krautzik se dió una
palmada en la frente que equivalía casi á la cuarta parte
de una tentativa de suicidio y Zilda se puso de pié, con
una velocidad inicial, algo menor que la de la salida de un
proyectil, pero muy parecida.


-Perdóneme V. amigo, perdóneme V. ¿dónde tenia yo
la cabeza, cuando estaba faltando así á todas las leyes de
la hospitalidad? ¿Cómo no comprendí que distando mi casa
dos kilómetros de la vuestra, habríais llegado aquí, ren-
dido y cansado? Vamos, nosotros, en poniéndonos á hablar
de política, nos olvidamos -de todo.


-La falta es mia, dijo la amable Zilda, mia solamen-
te, porque mi esposo rara vez desciende á la tierra, ocupa-
do con las ideas científicas, en la elevada region de las es-
peculaciones, ó en la esfera de las concepciones artísticas,
ó en sus sueños de patria, regeneracion y yo no sé cuántas
cosas mas; pero elho-mbre no vi ve solo d.el espíritu y esto
esto es lo que olvida muy á menudo mi am.ado esposo.


- Ver4aderamente, ya siento haber hablado:,yo solo
deseo una copa de agua} con algunas gotas de cualquier
licor.




; , - ,


NA..CIONÁ.L •.


como dueña de la casa, para dar algunas
nlL ... ·.~.L·ones.


o no deseaba otra cosa.
;J;;< La salida de la j óven era por decirlo así el obieti~o de


.. .1IpI,alla calculada maniobra .


, .


. ;~;' Cuand~hubodesaparecid(\, dije rápidamente al que creia
, .


mi hermano.
-Los momentos urgen. V. es mason, lo he.conocido.


Hé aquí mi toque, dije, cogiendo su mano. ni aquí nuestro
signo, hé aquí la palabra; vea V.mi diploma de maestro; en
fin, las planchas (cartas) de recomendacion que me reco-
,miendan, escritas por los ltermanos venerables de algunas
lógias estrangeras; y esto diciendo, entreguele mi cartera, .


:,que rechazó.
,i¡ --qna sociedad tan perfecta, me contestó, tan sábia-
~ente organizada como la nuestra, no necesita tantos me-
,dios de reconocimiento .
. ' El caballero Kitzpanski me lo decia en su tarjeta por un
.?:~~.ugno particular convenido entre ambos y que V. no ha
;~vbservado. .


,\l.;¡r.".


'ir -Pero i,cómo lo ,Sabia Hitzpanski?
::;.: -Si la masonería no fuera misteriosfl .. é impenetrable
... ~


'Boseria masonería.
,; ,-Tiene V. razon, dije algo turbado.


-Ahora que nos hemos reconocido, inútil es decirle que
Jo, que hay en mi casa es propiedad deV .. .¡ hasta mi
, en. nombre dé la fraternidad, mi bolsillo y cuanto yo


Hablemos pues del porvenir .
,. j 'i,TieneV ó. familia?


-Solo tengo una esposa que me acompaña.




: 30 LA SOBERANIA
-Sus recursos serán escas.os ¿n.o es cierto'?
-Algunas letras se me han girad.o sobre Varsovia por


mi familia y amigos políticos, pero se ag.ota.rán mas iarde
ó mas tempran.o, y será preciso que en Varsovia halle una
.ocupacion decorosa y digna de mí, porque el ocío, segun
decia un perdido de mi tierra, llamado Guzman . de Alfa-
rache, es campo franco de perdici.on; arado con que se siem-
bran maloo ~pensamientos; semilla de cizaña; escardadera
que entresaca -las buenas costumbres; 7wz que siega las
buenas .obras; trillo que tritura las honras; carro que acar-
rea maldades, y silo, en fin, donde se recogen todos l.os vi-
.


Cl.oS.


-Pues n.o me parece tan malo ese perdido.
-Entre tanto y puesto que somos herman.os, ya que


s.on las mismas nuestras ideas p.olíticas, puest.o, que com.o
yo, tiene V. una esp.osa, deb.o con franqueza decirle el ob-
get.o q ue aquí me ha traido, conf.orme lo he manifestado
igualmente al caballer.o Hitzpanski.


Apenas hube dicho mi deseo á Krantzik, su "alegría no
tuvo límites.


-Hace rato que iba á proponérselo, d~jo, per.o me con-
tenia la idea de que tal vez mi proposicion ofendiera á V.
de que quizás n.o necesitaría de nada, pues á veces se en-
cuentran emigrados p.olíticos, suficientemente ric.os, para
pr.oteger aun á l.os mislIlos emigrados compañeros suy.os.


Quedam.os pues en qu~ vivirá V. en mi compañía; la
casa por 1.0 demás es espaciosa y bastante capaz para que
ambos matrim.oni.os, sin molestia, podamos habitarla.


Daré cuenta además de vuestra llegada á nuestr.os her-
manos de la l6gia y nada abs.olutamente faltará á V.: se ID
asegurD.




NACIONAL • 31


. -Gracias en nombre de mi esposa, en nombre de mi


Ah! ¿con qué tambien tiene V. una hija'? ¿cómo no
lo dijo antes'? ¡Cuánto se alegrará mi esposa al saberlo!


}, t.~8i'iElla que ama tanto á las niñas!. .. aun Dios no ha'que-
(tirlo'bendecir nuestra union con uno de esos -pequeños án-
~' geles que forman la dicha del hogar doméstico.
r; • ........


ff Ahora, con mas empeño, le suplico que se~ueden, por-
1 .


j:,.tpIe en ello somos nosotros los que saldremos gananciosos,
ti.¡ws prestareis un señalado servicio. .
" 11]-; La llegada de Zilda puso término á nuestra conversa-




32 LA SOBERANlA
cuál era el colmo de mi. agradecimiento, cuál mi placer, al
pensar en la buena noticia de que iba á ser portador cuan-
do regresara á donde Angela, impaciente, me estada-aguar-
dando; porque acostumbrados vosotros á practicar diaria-
mente y á todas las horas la mas santa de las virtudes,
no puede catisaros novedad ni sorpresa el espectáculo de
una buena acciono


"'-U--- ~ o


En este ü~!,reno, de nada teneis que admiraros.
La conversacion _giró, como era natural, sobre varios


asuntos; de las costumbres del país, del gobierno, del es-
tado actual tie Polonia, y sobre todo respecto á la conducta
que yo debia observar en tanto permaneciese en Varsovia.
-Sobr~ todo, me decia Krantzik, no vaya Vo á Rusia,


no vaya por Dios á ese pais donde la vida de la inteligen-
cia se hiela por el rigor del despotismo, como la vida ve-
getH-l se abrasa bajo las sábanas de nieve.


No vaya V. á ese país, cuyos arroyos, convertidos en
hielo, ni aun pueden murmurar como los libres arroyuelos
de vuestros poetas meridionales; á esa tierra en la cual
hubo una época en que estaba prohibido hasta fumar en
las calles, no teniendo por consiguiente derecho al espacio,
ni aun el humo de vuestra pipa; no se le ocurra á Vo visitar
ese país en el que, pasado algun tiempo, vuestro corazon


I


y vuestra inteligencia, dotados de esa diafanidad que dá
la pureza de ciertas ideas, tomarian, como los cuerpos diá-
fanos, el calor del medio por donde pasan.


Iria V. lentamente embruteciéndose, corrompiéndose,
degenerándose á pesar suyo, y despues de algun tiempo
de residencia en San Petersburgo, acabaria V. por no en-
contrar desagradables del todo sus costumbres, ni del todo
injusta su tiranía, ni del todo ilegítimo su gobierno y ter-




r L


",


NAClO~AL. r·33
minaria V .. , quizá, como el oJ>timista de V"Zlaire, por ha-
llarlo todo agradable, legítim.o y justo; por creer que en
Rusia se vive bien sin pensar y que quien estaba en error
~ra vuestra libre opinion.


Vea V. añadió, cogiendo de su biblioteca la obra de un
viagero polaco cuyo nombre siento no rec.ordar, vea V. una
página que pnede retratar perfectamente y de un solo ras-
go el carácter de unanacion, y podrájuzga~d~ fisonomia.


(ILa mayor' parte de los que vuelven de Rusra deja~
allí algo de sí mismos.»


»Los que han vivido mucho tiempo en aquel pais, no
.


hablan de él sino con mucha prudencia; sea que guarden
un resto de terror, que no les abandona jamás, bien sea


..


-que se hayan asimilado á sus costumbres, ó por decirlo así,
rusificado.


No niegan que haya en Rusia mucho de odioso y des-
naturalizado; lo confiesan, sí, pero sin murmurar de ello.


Así su sentido moral, debilitado, ó enervado, no es el
de todos los hombres.


Quedan incapaces de un j uicio ~eguro y sólido.
La Rusia, además de sus terrores, tiene una potencia


de enervacion considerable.
Aquella vida de estufas y de harios, aquellas casas ca-


lientes noche y dia, las muelles costumbres de aquel país
de esclavos, todo relaja la fibra moral.


El corazon, herido desde luego por el espectáculo de
tan bárbara esclavitud, aprende á callar.


Solamen,te el aspecto sensual prevalece en él.
y tal hombre que desde luego sintió sublevarse su al-


ma de sant.a indignacion ante tanta tiranía, la escusa des-
pues y termina por encontrarla hasta dulce.


TOMO 11.




,LA SOBERANÍA


. , . - /~~ [,aprimé~~zque 'vi' azo.tar ~ádos¡ m ugeres, se apode-
~"demi¡"¡"horror;indescriptibl6.;'


: 'j(l)~~vooes'lastimeras" Y' desgarradoras llegaban á mi
{~1:;,~ ","~~ido mezcladas c~n tiernas Ó lamentables quejas de dolo-


rosa sen&llez, 6 con las acariciadoras frases con que la víc··
tima eSpera enter\1~er el corazon de su verdugo.


-'


Decia la hija: IperdcmL .. ¡pie?ad! ¡no mas por hoy! ¡yo
esto~ enfermlif~¡fierdonadme algunos!


Deciá lamadi'e: ¡perdon! ¡estoy en cinta! ¡con menos
fuerza por DiosL .. ¡vais á matar de una vez á' dos per-·
sonas! ...


En fin; todo lo ,que el dolor y el miedo pueden inven-
tar de mas conmovedor.


Yo lloraba, sufria, estaba indignado .. !
La princesa" dueña' de la casa donde se verificaba tan


atroz suplicio, me sorprendió en este estado, incomprensi-
ble para ella, y me dijo:


-«Vos sois la causa de eso que tanto os contrista.
»Habeis dicho que os gustaban las fresas, he enviado á


la madre y la hija en busca de una cestita y se han mar-
chado á bailar á la vecina aldea.)


De forma, que, por gua~dar una atencion delicada á
un "Viagel'o, aquella buena señora azotaba cruelmente á
sus criadas.


y a no me gustaron mas las fresas, y siempre que me
las han presentado en la mesa me be estremecido.


Zilda, que noshabia escuchado, replicó:
-¡Pobres mugeres! i.Y no tenian quién las defendiera~
-Contra las tiranías, añadió Krantzik, no hay mas de-


fensa que las revoluciones; contra el látigo el hierro ...
Pareciéndome oportuno retirarme ya, presenté mis res-




..... ,
, , :.,:\' '!J~!',7'~';'v ~ i', .


; -; ~ ~.' .
. . NA.cíONÁL~ . .... .


petos á aquella honrada familia! jJ'eite~ hilO ál/ofre-
,- l '


cimiento, sino la absoluta exigen~'Jd.6)¡qne: dentlo· .de
algunas horas volveria para·quedar .,a·insttal~o definiti-
vamente, despidiéndose de mí eon' lás:~mas mareada.-s
muestras de afectuosa simpatía. ; '.~. ','. ,(' :,:¡u P


Nó, decia yo en mi interior. .' . . :,,;,
La humanidad no es ta.n mal~ como se la quiere ;supom:er~
Lo que desde las 'Primeras sociedade~aata:questros


·dias ha .pervertido su condicion moral y la ha snm(Jlgido en
en ese estado de abyeccion en que por dó quiera se la ;vé~
puede decirse que es, sintéticamente hablando, la tendeq~ /
cia de unos pocos.á esclavizar la materia, en nombre' de lo
invisible, absorbiendo por consigniente sus fuerzas y sus
tendencias hácia la libertad.


Así como la malicia es el talento del s~lvaje, suele ser
el egoismo el iinpulso primero del i3sclavo, y la fuerza del
egoismo es siempre disgregativa.


Ved las antigu~s teocracias, apoyándose en el prodigio;
ved las modernas monarquías pavoneándose hoy todavía
con su derecho divino y ved siempre.lo- sobrenatural, há-
bilmente manejado por unos pocos, crear un mund.o de ig-
norancia; como Dios creó un mu.ndo de luz con o-bjeto de
evitar un cáos social, formar y sostener las negras nieblas
de la ignorancia y de la esclavitud.


Jesús fué el sol que trató de ro~perlas, pero los mismos
que hipócri tamente bendicen su piedra en el altar, procu-
ran mañosamente destruir su obra en el púlpito, hasta ha.-
cen de la sencilla y sublime doctrina del Evangelio un in-
sulso latínajo, que lastimaba los nérvios del. sabioc&r~nal
Bembo, segun el mismo deeia,imponiéndonos eua~ro má-xi-
mas. tontas de ayunos, confesiones y sufragios.




36 LA SOBERANIA


>' Como-el egoismo tiende á disgregar'i encerrando á cada
-uno en sí mismo, lo que el sacerdote conseguiaamenazan-
do con los infiernos, lo conseguia el rey tambien asustando,
con sus verdugos, y un pueblo que se aterra, un pueblo-
que, tanto en sentido religioso como en sentido político,
dice «sálvese el qu;e pueda, ,). está tan cerca de la esclavitud
como dentro de la confusion.


El pueblo >~ caido constantemente en cuantos lazos se'
le han téndido bajo sus piés; siempre en él ha tenido buen
éxito la conocida máxima «divide 'Y 'Vencerás,) yen tanto-
que unos pocos han gozado, la humanidad de todos los si-
glos ha cultivado la tierra, la ha regado con el sudor de su
frente,sin mas esp9ranza de dicha que el bienestar de la
tumba y la herencia de Ultra tumba.


¿Sucederá siempre así? pensaba yo.
¿Será constantemente la ignorancia una poderosa pa-


lanca en manos de la tiranía'?
Solo Dios puede saber el porvenir; pero él tiene dicho


que el trabajo es la ley de la vida y preci~amente no hay
trabajo sin progreso.


Trabajemos y progresaremos.
Ré aquí el lema de todo hom brQ honrado.
No encerremos nuestro modo de pensar, ni nuestros 'co-


nocimientos, dentro de la dura concha del egoismo; no sea-
mos como la esponja que absorbe y necesita la ,opresion
para esprimir; seamos como la palmera que puede fecundar
libremente todo un desierto.


Ocupado en estas meditaciones llegué á mi casa. '
bnítil es decir que Angela me8speraba intranquila~


afanosa y con los brazos abiertos.
Las esposas amantes esperan siempre aSÍ; pero en nUeB--




NACIONAL~ 37


. tras circunstancias, espatriados, en tierra desconocida y lé-
jos de nuestras afecciones mas caras, aquel amor habia au-
mentado, se habia concentrado mas en nuestras almas.


Referíle detalladamente mi entrevista con Pablo Kraut-
zik y lo necesario que nos era empaquetar apresuradamen-
te nuestros equipajes (bien ligeros por cierto) y todos nues-
tros efectos, pues deseaba, á favor de la oscuridad, poder


...


instalarme de noche en casa de mi nuevo amigo, á fin de
llamar menos la atencion.


He olvidado, sin embargo, un hecho que comprenderán
perfectamente todos los afiliados á la francmasonería, cual
es el de que en la órden, secta, asociacion, ó·como querais
llamarla, hay poderosos y mendigos, generales y soldados,
duques y obreros, literatos y grumetes; existe, en fin, la
humanidad, como en un ramillete se admiten todas las
flores.


Ahora bien, sabiendo mi amigo que yo necesitaria un
carruaje para conducir mi familia y equipajes, 6 quizá dos,
me habia dicho que probablemente hallaria aurigas afilia-
dos, indicándome su punto de parada.


Como comprendereis esto era importante para mí, pues
garantizaba perfectamente el secreto que yo deseaba guar ..
dar respecto á Pablo y á mí, sobre nuest.ro comun retiro.


Despues que hablé y me puse de acuerdo con Angela,.
salí de la fonda para dirigirme á la parada de carruajes.


Recorrí su es tensa fila, fingiéndome, como era natural,
algo monómano con la repeticion del signo y mirando fija-
mente, ora si podia ser observado por la policía, ora si era
comprendido y contestado por algun cochero.


N o tardé en hallar un Itermano y despues de estrechar
su mano para obtener un completo conocimiento y cercio-




38 LA SOBERANIA


rarme de la realidad, le dije si era activo y concurria á la
lógia.


Díjome que sí y entonoes le pregunté por mi amigo.
-No teneis que decirme donde vive, replicó.
- N ecesi to dos carruaj es.
-El otro cochero será tambien de los nuestros.
Pararé en la puerta de vuestra fonda y no te neis que


QCU paros de nada.
" Los carruajes irán separados para no llamar la atenci{)n;


vos y vuestra familia ocupareis el mio, nuestro hermano
conducirá los equipajes en el suyo y cuando lleguemos, no
penetraremos por la entrada que ya conoceis, aunque es la
calle solitaria, sino por un sucio y solitario callejonque
hay á espaldas de la casa.


Hago esta adveriencia porque nada hay que iguale á la
suspicacia," siempre nec6saria pero á veces ridícula, de un
emigrado, que la policía tendria gusto en vigilar.


Así dijo el cochero y yo, en tanto que me retiraba para'
aguardarlo, pensaba para mi coleto que no seria la vida tan
mala, sí, desde que nacemos hasta que morimos, todo, ab-
solutamente todo, saliera á medida de nuestro deseo.


En aquel dia, reasumiendo, me habia sucedido lo si-
guiente:


Presentacion á Hiszpanski.
Agradable recepcion por parte de éste.,
Recomendacion á Krau tzik .
Recepcion doblemente amistosa y casi puede decirse


fraternal.
Hallazgo de un h ....
Hospitalidad, con mi mujer y mi hija, por tiempo ili-


mitado.




NACIONAL. 39


Conocimiento de Zilda, que seria una cariñosa herma-
na para Angela ..


Hallazgo de dos cocheros afiliados.
Oportunidad de penetrar en casa de mi amigo por don-


de nadie podia verme.
Y, por último, la risueña pers pecti v·a de un porvenir


seguro, gracias á la lógia. • ~
Dias de felicidad hay pocos en la vida, y al fin son un


dia, pero dias de desgracia hay muchos y la felicidad es
una fugitiva ninfa que, cual las del bosque d~ laurel mi-
tológico' camina ligerísima sin dejar huella; en tanto que
la desgracia es el terrible carro armado de hoces de los ejér-
citos antiguos, que deja en su marcha hondamente marca-
da la destruccion.


Las once de la noche habian sonado ya y aun no ha-
bíamos terminado nuestra cena, amenizada con las gracias
de mi pequeña María~ de la cual, la amable Zilda, estaba
prendada, en términos de no dejarla de sus brazos, pro di -
gándola las mas tiernas caricias.


Cuando Angela y yo estuvimos solos, la dije ¿no parece
que estamos soñando?


-Nó, Antonio, me dijo.
Es que hemos nacido, por desgracia, en una generacion


tal que cuando se presentan ciertos actos naturales con el
atavío de la virtud, los creemos una fantástica ilusion de
nuestros sueños.


La. humanidad no es tan mala como ciertos pesimistas
han dado en suponer: aun existen corazones honradoS y
generosos; bendigamos pues á Dios, y no dudemos de la
Providencia.




CAPÍTULO 111.'


Continuacion de mi episodio en Polonia.-Empiezan las desgracias.


Muchos dias llevaba ya instalado en casa de Krautzik;
habia profundizado su carácter como él habia penetrado el
mio; mi esposa amaba á la suy~, como la suya á la mia, y
mi hjja l'vlaría era como el lazo de amor que lig~ba la an-
tigua familia á la familia adoptiva..


Nada nos faltaba para conceptuarnos felices mas que
una cosa en Pablo y otra en mí; en él, var á su querida
Polonia libre del tiránico poder de la Rusia; y en mí, ver
á mi q nerida España libre de' la tiranía bajo la cual y con
distintos nombres ha gemido tantos años.


Pasábamos los dias enteros hablando de política.
Era nuestra conversacíon favorita; era el norte de nues-


tros pensamientos,. el cristal objetivo de nuestras aspira-
. ciones, el punto al cual convergían todas nuestras ideas, el
faro que guiaba nuestros pasos, el iman que nos atraía, el
encanto que nos fascinaba, el ídolo que adorábamos, y ti-
nalmente, el omega de nuestra amistad.


Esto se comprende.




LA SOBERANIA ~ACIONAL. 41


La política tiene dos únicas ,definiciones.
Política; 'para las almas pequeñas, es el arte de' alcan-


zar un de~t¡no, una posicion, un medro cualquiera.
Política; para las almas grandes, es la ciencia de go-


bernar. v así la entendíamos nosotros.
) "


, Si todos los hombres la entendieran &sí, la humanidad
no seria esclava, y no se tome la palabra esclavitnd en su


••
material sentido.




Un pueblo podrá ser esclavo de un rey, podrá tener va-
lor para sacudir el yugo, para romper las cadenas, pero si
ese pueblo ha convertido indignamente el campo de la po-
lítica en campo de merodeo, sufrirá, cuando se haya hundi-
do, la tiranía mas espantosa de las esclavitudes, la esclavi-
tud de la ignorancia; y de ésta caminará á la vacilacion,
y de aquí á los defectos, á los errores, á las pasiones por
personalidades audaces.


Sufrirá la esclavitud de unos pocos en ~ombre de la
fraternidad, y día llegará en que, m'lldiciendo su libertad,
echando quizás de menos su pasada abyeccion, su antigua
esclavitud, suspire por las ollas de Egipto ... ! porque al me-
nos tenian olla,f\.


¿Y de qué dimana todo esto? Ya lo ,be dicho.
Simplemente de la falsa acepcion que damos en España


á la palabra política; acepcion que convierte á unos en e,~­
plotadores,o que son los menos, y á otros en esplotados, que
son los mas; á unos pocos en 'lJerrlugos, y en '1;íct1:mas propi-
_ciatorías la generalidad.


Cuando Krautzik me oia hablar en este sentido, aumen-
taba la simpatía de que yo ya era objeto, y mil veces, se-
ñalándome un crucifijo, me d\jo sonriendo: «Perrlónalo~ que
n() sab;n lo que se hacen. ,)


Te)lO Il




LA SOBERANIA


«Solo Aq1M31 dijo la verdad.
\>Los reyes destronados y los regimientos que sufren


una derrota, se asemejan mucho, porque ambos quedan en
cuadro; pero Jesús quedó en el corazon dé la humanidad;
corazon palpitante de amor por la verdad, único sendero
por donde puede'triunfar la demac'facia. '»


Estas ideas, estas discusiones nos infundian aliento~ ga-
naban, unificaban nuestras voluntades y concluian por ha-
cernos solidarios en nuestras aspiraciones todas y ellas tam-
bien fueron la causa del triste episodio que voy á referiros.


Oidme, pues:
Un dia, y tras uno de aquellos animados diálogos que


á cada instante entablábamos, versó Ja conversacion sobre
conspiraciones.


Referí á Krauizik d.etalladamente aquellas en que yo
habia tomado parte en mi pais; le probé que no era estraño
á las'complicaciones y trabajos secretos inherentee á toda
conspiracion y, en llna palabra, entre el deseo que é,l tenia
de que yo tomara parte en alguna que estendiera sus ra-
mi:&caciones por todo el territorio polaco y el afan que yo
esperimentaba por combatir en favor de la desgraciada Po-
lonia, quedó vencida la timidez que ]{rautzih esperimen-
taba cada vez que se proponia. revelarme trabajos, cuya
existencia estaba yo c'lnsado de sospechar.


-Antonio, me dijo, V. no ignora cómo se hacen estas
cosas; una conspiracion no necesita para poder elaborarse
mas que ,una sola cosa; su fuerza de cohesion, la necesidad
única de su forma de existencia. El secreto.


Para conseguir su fin y alcanzar el soñado fruto, se ne-
cesita. despues valor, energía, audacia, co-p.stancia y fé en
la idea por la cual se trabaja.




NAClONAt:.. 43
Todo es útil y necesario en ellas.
El banquero la facilita sus fondos; el armero sus armas;


el periodista propaganda pública y clandestina; el pobre
espionaje disimulado; tódos á porfía contribuyen masó
menos en la esfera de accion que pueden; pero todos, desde
el coronel, con cuyo rejimiento se cuentp., hasta el propie ...
tario de la casa en donde se trabaja, están ligados por el fu-
ramento de fidelidad, ahnegacion, sigilo !I secret().


Confiando yo, pues, en vos como en mí mism·o, no he
tenido inconveniente en anunciar á los amigos vuestra pre-
sentacion.


Hoy nos reunimos precisamente y espero que, en vista
. de el estado de nuestros trabajos, me dé V. su opinion, des-
pues de iniciado, sobre las probabilidades de éxito que
pueda tener nuestra empresa.


-Pero ¿qué os propOneis1
-¡Me estraña la pregunta!


,


Libertar á Polonia de la tiranía de la Rusia, que es
nuestro constante anhelo; conquistar con nuestras bayone-
tas, con nuestros obreros, con nuestros ,soldados, ese terri-
torio querido que Alejandro prometió á Kosciusko, cuando
éste, puesto el dedo ·sobre el mapa de Europa, le señaló el
nuiepet¡' y el J)~wina, antiguas fronteras del territorio po-
laco.


Queremos destruir la obra comenzada por la prosti tu ta
Catalina contra la integridad de la vírgen polaca; quere-
mos hacer de un re baño de esclavos una sociedad de hom-
bres libres; queremo$, en fin, la Polonia republicana! ...


-y si vuestros pla.nes fracasan?
--Entonces, dijo Krautzik, con una sencillez esencial-


mente Espartana ... , volveremos ~ empezar.





44 LA. SOBERA NÍ.\
-. Contad conmigo.
-Eso ya 10 sabia antes de hablar á V. una palabra;


pero dispénseme que le diga que deseaba conocerle bien á
fondo antes de confiarme. V., en mi caso, hubiera hecho
lo mismo, y un secreto de esta Datu!aleza no se revela sin
ciertas precaucio~es.


Esta noche iremos al sitio en que nO$ reunimos.
-¿Sabe al~ vuestra esposa'?
-LoJsabe todo, yo no tengo secretos para ella, pero po-


demos contar con su discrecion .
. Por otra parte era necesario que lo supiese.
El local de nuestras juntas está precisamente á pocos


pasos de nosotros, en esta misma casa, y difícil hubiera
sido ocultarle lo que pasaba.


No hay inconveniente tampoco en que lo reveleis á la
vuestra.


A Angela con mayor razon, puesto que os sigue á to-
das partes, o compartiendo con vos, los trabajos y fatigas de
tan errante existencia; no es justo que, cual un autómata,


. cam~ne sin darse cuenta del por qué camina y se detenga
sin saber por qué se detiene.


Hay mas toda vía: á veces la perspicaz imaginacion de
las mujeres y sobre todo su cariño les revela instantánea,
mente lo que no alcanza á ver nuestra inteligencia y no
dejan de sernos útiles, porque, como djje aDtes, en toda
conspiracion no hay elemento que no deba utilizarse.


La conspiracion es quizá la única y misteriosa gesta-
cion del mundo moral que tiene por fin destruir y crear.


o Este doble movimiento es causa de que necesite fuerzas
que, distintas al parecer, se armonizan entre sÍ; elementos
que si en el mundo oon heterogéneos, allí pueden tener un




NACIONAL. 45 .


carácter de homogeneidad; en una palabra, de que tan útil
sea la mujer como el hombre, y el sarao aristocrático como
la taberna. Esto todos le sabemos.


-Basta; ya lo he dicho, me teneis á vu.estra disposi-
. Clon.


-Una cosa, sin embargo, no deja de estrañarme, si-bien
me la esplico perfectamente, y es que Hiszpanski, nues-
tro jefe, haya dado la hora de la cita hoy, con dos deanti-




cipacion á la acostumbrada.
Yo supongo que se habrán recibido importantes noticias


de nuestras juntas y centros de todos los puntos d~ Polonia
á que nuestra accionse estiende, que habria hoy tal vez mil
urgentes negocios de que tratar; que!a junta de esta no-
che tendrá mas importancia que las anteriores y por tanto
~as estension que otras noches.


-¿A qué hora se reunian V des. comunmente.
-A las doce, y hoy estamos citados para las diez.
-No es estraño. Nosotros tambien hemos acostumbra-


do á cambiar la hora ó sitio de nuestras reuniones con al-
guna frecuencia, por pura precaucion, y con objeto de des-
orientar á la policía.


Despues de este diálogo nos separamos.
Yo corrí á noticiar á Angela todo lo que ocurria.
Ya sabeis el valor de esta criatura escepcional, cono-


ceis su espíritu poderoso y fuertemente organizado en fa-
vor de la libertad.


En Lacedemonia, hubiera ella misma dicho á su hijo:
Mi'uelve con tu escudo ó sobre tu escJ¡do. » En Varsovia me dijo:
tanto me regocija e·; que trabajes por España como por la des-
graciada Polonia; hoyes nuestra patria adoptiva JI deoes tra-
bajar la mismo aquí por la santa causa que defendemosl •••




46 LÁ. BOltDANIA.


Regoeijad~ con esta respuesta, bajé á donde me es-
peraba Kiautzik .


. -y bien'? me dijo .
....... Mi mujer, repliqué yo, no tiene mas que un deseo.
-y cuál es'?
-La libertad~de la patria de Zilda.
Pocos momentos despues de esta brevísima escena, que


compendiaba un mundo de amor, de abnegacion y patrio-
o


tismo, mi amigo tomó al propio tiempo que un manojo de
llaves,. dos escelentísimas señoras, como el llamaba alegre-
mente á sus magníficas pistolas, y dándome una, me orde-
nó seguirle.


Bajamos al patio de su casa, en el cual estaba la puerta
del oscuro y desierto callejon por donde recordareis me
condujeron los dos cocheros afiliados.


-Cada uno de los conjurados, me dijo mi huesped, tie-
ne una llave igual para penetrar en este patio.


Lo demás lo comprendereis fácilmente si tenei~ la bon-
dad de seguirme, sabiendo no obstante, segun desde muy
antiguo decimos en los ritos masónicos, que aun estais á
tiempo de retiraros, si quereis.


-Líbreme Dios, repuse, de retroceder; vuestro soy. en
cuerpo y en alma.


- Vamos, pues.
-Mi amigo abrió una puertacita que daba paso á un


reducido establo, especie de cuadra inhabitada y cuyo piso
estaba cubierto por una gruesa capa de estiercol.


Penetramos en aquella habitacion y mi amigo, oon el
ausilio de un pequeño azadon, que desenterró, puso al des-
cu.bierto una losa de cerca de una vara cuadrada, aunq ue de
poco espesor.




NACIONAL.


Levantada esta, merced á los goznes que la sugeta.ban
y á favor de una anilla que servia . de tirador, 'se presentó
á mi vista una escalera de mano.


Unida á la losa,. de la cual pendia por su part~ i oterior,
ha bia una cuerda.


Mi amigo me esplicó que,
dos y cerrada aquella trampa,


reunidos tod<:>s los conj ura-
la cuerda comunicaba con


••


una campan illa de aviso. • '
Todas las pre~auciones estaban tomadas; los conjurados


eran reconocidos por el anciano criado, y cuando habian
penetrado todos, la entrada se cerraba, el heno la cubria
nuevamente, el azadon quedaba oculto y si la policía, lo'
que no era fácil, llegaba por casualidad á descubrirlos, en
tanto se forzaba la verja de que. ahora hablaremos y cuya
e~calera portatil que á ella conducía quedaba 'quitada, loS
conj urados podían salvar sus vidas á fa VOl' de otra secreta
salida.


Nosotros descendimos; dejamos puesta la escalera de
mano y hallamos, como queda dicho, una fortísima verja
que giró sobre sus goznes á favor de las llaves de mi amigo.


La oscuridad mas completa nos rodeaba; Pablo encendió
una linterna y continuamos caminando por una estrecha y
abovedada galería que remataba en otra puerta.


Franqueada igualmente y despues de bajar todavía al·
gunos escalones, penetramos en una estancia de elevado
techo, de altas y denegridas paredes.


Mi imaginacion, como es n atllral , recordó todo lo q ne
de maravilloso, fantástico, novelesco y terrible hahia yo
leido en mi vida, si::J. pensar en que la novela, general-:-
mente, no es otra cosa que el traslado, la copia fiel de 10
que pasa la vida real.




48 LA SOBWRA NIA


La habitacion en que me hallaba era sombría y" difícil
hubiera sido adivinar' cual podria haber sido su anterior
destino.


En mi concepto, era una antigua bodega de la casa,
cuyaprincipql entrada seria lo que al presente formaba,


. por decirlo así, nüestra puerta de escape .
. Del suelo blotaba agua; las paredes estaban cubiertas


por esae mohosas vegetaciones que produce siempre la hu-
medad, por ese musgo propio de los sitios oscuros y al par
que de su techo pendian negras telarañas~ los últimos lí-
mites' las aristas de sus ángulos mas elevados se confun-
dian en una penumbra de oscuridad y sombra que no bas-
taba á romper la débil luz de nuestra linterna.


Allí los pasos no resonaban, pero la voz humana, ca-
vernosa y vibrante á la vez, prolongaba su eco hasta la
bóveda.


Era una mansion muy á propósito para que los perió-
dicos ministeriales dij eran con raZOD.


«Hasidodescubierta una tenebrosa conjuracion etc. etc. ,)
. ~ Habia en aquella tétrica estancia una mesa con tres
grandes sillones, así como sillones y bancos ó escaños á su
alrededor. Nada de cuadros, doseles,cristos, puñales, velas
amarillas, ui '!linguno de los accesorios que generalmente
usan los conspiradores de novela, ¡qué quereis! Eran sin
duda unos conspiradores modestos.


-y bien ¿qué os parece de todo esto? me dijo mi amigo.
-Me parece que aquí es casi imposible ser sorprendidos.
-Sorprendidos podria suceder; pero seria difícil qua


nos cogi~ran.
-:-No esperaba yo menos de: talento de V des.
-En estas cosas, el buen deseo suple al talento. La vo-




NA.CIONAL. 49


luntad es una potencia del alma sin la cual no se compren-
den el entendimiento, ni la memoria.


Mi amigo, diciendo esto, comenzó á encender algunas
bujías que se hallaban sobre la llesa y adosadas á las pa-
redes, preparando así la llegada de sus amigos que desde
luego ya lo eran mios tambien. •


El primero que apareció fué Hiszpanski. Gustábale lle-
gar siempre el primero. Si hubiera sido señor feudal habria
puesto por, divisa en su escudo «antes que nadie.» •


Sucesivamente fueron entrando varios otros y en tanto
llegaba el instante de abrir la sesion, hablaban en diversos
corrillos, ya comentando los últimos úkases del Czar, ya
las últimas noticias de aquella capital tan desgraciada.


-¿Estamos todos? dijo por fin Hiszpanski.
-Todos, respondió Krautzik, que habia vigilado cui-


dadosamente la entrada, reconociendo, saludando y con-
tando á los que penetraban en aquella especie de tumba,
de la que, cual otro Lázaro, debia salir la resurreccion de
Polonia: -tal al menos era su noble propósito.


-Sentémonos, amigos, dijo Krautzik.
Todos tomaron asiento, presidiendo Hiszpanski aquella


reunion compuesta de tan decididos patriotas. Instalados
ya, dijo el infatigable polaco.


- Amigos; ninguna de las re uniones que hemos cele brad o
hasta hoy se presentó con peores auspicios que la presente.


Procuraré esplicarme, pero antes sabed que tenemos en-
tre nosotros á D. Antonio Rodriguez, emigrado político de
España á consecuencia de los sucesos de 1848, que raspon-
do de él como de mí mismo, que lo presento á todos como
un amigo, como un valiente auxiliar y que es además ¡ter ...
mano de todos nosotros.


TOMO ll. i




-


,




50 LA. SOBERA.NIA
Todos se apresuraron á estrechar mi mano con efnsion,


y cuando la calma se hubo restablecido, Hiszpanski con-
tinuó:
~Ahora tengo que comunicaros, hermanos mios, una


desagradable noticia. Nuestros trabajos en pro de la santa.
causa han sido deseu biertos.


Todos se levantaron como si hubieran sentido el sacu-
dimiento de una poderosa pila eléctrica.


-Yo, que como hombre de honor, (continuó Hiszpans-
ki) no tengo derecho á dudar del de los demás; yo, que


. soy incapaz de una infamia y por consiguiente tampoco
creo á nadie capaz de ~ometerla~ no puedo pensar de nin-
gun modo que entre nosotros haya un traidor.


Pero, señores, ¿cómo la policía ha podido penetrar la
mas misteriosa quizá de todas nuestras conjuraciones? He
aquí pues el discreto anónimo que he recibido. (.Queridos
amigos, salvaos; si bien la policía ignora el punto de vues-
tras reuniOnes, posee la lista de vu estros DOro bres y os pren-
derá en vuestras propias casas. -«Un patriota.»


-P--1>r lo tanto, señores, (dijo Hiszpanski), poniéndose de
pié, la prudencia aconseja que nos separemos, que ponga-
mos en sal VD nuestras vidas y aguardemos días mas felices
para la naCÍon y para la causa que defendemos.


Todos se pusieron de pié, se estrecharon la mano y sa-
lieron silenciosamente.


En sus miradas se refl~jaba la ira contra el delator ig-
norado; esa rabia nacida de la impotencia; poderosa como
el mundo que sale de la nada.


Cuando solo quedamos en el salon Hiszpanski, Kraut-
zik y yo, el primero nos hizo presente que, en concepto
suyo, solo tendrian -que sufrir los gefes de la conjuracion;




.sACIONAL.


pero que no hallándose seguro de que así sucediera, se ha-
bia guardado muy bien de inspirar á sus amigos esta con-
fianza que podia serIes fatal.


Pocos momentos despuesnoR hallábamos solos en el
gabinete de Krautzik, arreglando algunos papeles que ha-
bíamos de llevar en nuestra fuga, y tomando el dinero ne ~




cesario para verificarla, cuando penetraroaen él Zilda y
Ang~la. -
Sem~jantes d,d0S gr~cias mitológicas, iba apeyada una


en el hombro de la otra, como dos pensativas doncellas de
Corinto, separadas de sus compañeras.


¡Triste condicion humaDa!
Ahora que las íbamos á perder por algun tiempo, nos


parecian mas amantes y mas bellas.
Ese presentimiento íntimo de una futura d.esgracia, que


tan dl3sarrollado se halla en el alma de la mujer cuando es
esposa ó madre, el haberse .estrañado de lo cortísima que
,habia sido nuestra reunion y el constalltesonidQ de lllone-
das que oían en la estancia qua oc:upábamos, bastaron para
alarmarlas.




Cierto que nosotros necesari.alJilen..te habíamos de coinu~ -----
nicarlas .n~estra situacion, mas ¡era inútil porque ya lo ha-
bian adivinado. ..
-~Qué ocurre, Pablo'? dijo alarmada Zilda.
~6N osamena~ algun ,peligro, Antollio'? añadió ¡ipbre·


,saltad.a Angela.
No nos oculteis Dada.
Estamos harto convencidas.
__ o Ciado, aiiadióPablo.
Todo se ha descubierto.
Preciso es.que . lap.qlicía teng~a á sU8el'vicio un diablo




52 LA SOBERANIA
familiar que la muestre hasta,el centro mismo de la tierra.


Nada escapa á sus investigaciones, nada á su mira.da,
nada á su accion.


Oidme con calma; esta noche partimos para Wilna An-
tonio y yo.


Nos ocultare~os por algun tiempo en casa de nuestro
amigo Craoroitzki, á quien ya conoces.


Esto debe trai:1quilizaros á ambas, porque allí estaremos
con toda seguridad, y os unireis con nosotros cuando yo os
avise.


Partiremos inmediatamente y si vienen, como es mas
que seguro, á prendernos, permitireis que rejistren por to-
das partes, pero negareis constantemente el conocimiento
qne teneis de el sitio en que nos ocultamos.


El menor descuido, la menor imprudencia, la mas mí-
nima revelacion, nos costaria la vida.


Las dos pobres mujeres quedaron .anonadadas.
Tal era su de8tino.
Pablo concluyó de poner en ·órden todos sus papeles y


de recoj er los fondos necesarios á nuestra espedicion, y to-
mando una pequeña maleta de mano, 'en la que Zilda .ha-
bia colocado algunas provisiones, dijo conmovido:


-Ahora, despidámonos.
Valor, y resignacion.
Abrazó á su esposa, como yo á la mia; se despidió de la


que él llamaba ya hermana, como yo á Zilda; dió un beso
á la pequeña J\.laría, despues que yo me hube desprendido
de ella: la pobre niña sonreia inocente y graciosa; hicimos
un último esfuerzo en el que tomó parte toda nuestra pode-
rosa voluntad y nos lanzamos á la calle.


Aqní, hermanos mios, la historia de mi vida se ramifi-
.




NACIONAL. 53


ca; pero mis sufrimientos aumentan, porque si es doloroso
el ver sufrir á una persona querida, este dolor crece
cuando sufre por nosotros; hé aquí precisamente lo que
hace la grandeza de la pasion, lo que constituye el fondo de
sublimidad de Jesús.


Cuando nosotros, á favor de la noche, -que era oscurísi-
ma, nos hallábamos cerca de Wilna, dimos á un labrador


-algun dinero para que llevara una carta á casa de .nuestro
amigo Craotvitzki.


La carta no estaba firmada y solo decia: «Ven á los
afueras en donde te espero.


»Ellabrador que te entregue.mi carta te conducirá an-
te mí.)


Media hora despues nuestro amigo nos abrazó.
Proporcionó se en las inmediaciones dos trajes de cam-


pesino' merced á los cuales, si alguno á pesar de lo avan-
zado de la noche, nos veia entrar en su casa, nada sospe-
charía, pues constantemente estos iban á casa de aquel
amigo para negocios de sus haciendas.


Se acordó que una vez dentro de su casa, la cual era
espaciosa, debíamos ocupar una habitacion interior, no
saldríamos jamás y el secreto de nuestro asilo quedaria in-
violable; pero iodos estos detalles de ejecucion, vulgares si
se quiere y propios de toda persona que tiende á ocultarse,
no merecían la pena de ser relatados.


Volvamos á Zilda y Angela, á nuestras amadas esposas,
á nuestras hermanas J á aquellos dos ángeles del hogar que
tan á pesar nuestro quedaron, no abandonadas, pero sí
súlas y para quien ama, la soledad sin el objeto amado eR


. un tormento no descrito por el sublime Dante.
Zilda y Angela, á pesar de que poseian un temple de




..


LA SOBBRANU


alma superior, á pesar de estar dotadas de valor y energía,
quedaron silenciosas y tristes.


Lloraban, no por ellas, sino por la suerte de sus e~'po·
sos: su llanto no era el del egoismo sino el de la abnega.-
cion y el del amor.


¡Cuánta me a:re:piento, dijo Angela, de no haber mar-
chado con ellos!
Aq~ella mAxima que dice: «La mujer debe &eguir·á s,u
marido,~) es ahora aplicable como nunca.


Si corren algun peligr~ deberíamos participar de él.
-Ahora menos que nunca, dijo Zilda, pues debemos


atemperarnos á las circunstancias y, en las actuales, no bu-
biera sido de ningun modo prudente el que les hubiéramos
ac oro pañado.


La mujer en estos casos es un estorbo mas que un au-
silio; es un inconveniente para todo y solo sirve para ins-
pirar sospechas.


-Es cierto, dijo Angela conmovida, al menos así lo creo
tambien; pero como yo he seguido siempre á mi esposo en to-
das sus vicisi t ades, hu hiera q uerido seguirle tarn bien en esta.


-Eso es muy natural; pero su ausencia será breve y
no es 10 mismo alejarse á algunas leguas de distancia qu-e
¡pasar de una naciol.l á ,otra. ,


Quedaron ambas silenciosas y pensativas por algunos
. momentos.


¿Qué hacian? Oraban.
La oracion, en estos casos, es como la tiernísima amiga


en cuyos brazos se arroja confiada y segur:a el alma de la
.


mUJer ..
Ambas, por un instintivo movimiento, se habian puesto


á,orar.




NACIONAL.


Rezaban por sus esposos, porque Dios les condujera sa-
nos y sal vos á casa del amigo de Pablo, en aquella noche
oscura y tristísima.


Rezaban tamhien por sus enemigos, pedian perdon para
I


ellos, rogaban al Señor apartara los malo~ instintos de sus
corazones y, como decia Jesús, querian presentar sus almas
en el altar de las plegarias, libres de todo r~cor mundano,


• purificadas de todo 6dio, de toda mala pasion.
Dios es todo amor y el alma que no se siente capaz de


perdonar, no puede hablar con ÉL
Largo rato hacia que rezaban cuando en la puerta de la


easa se oyeron dos fuertes aldabonazos.
El ,anciano criado, que se habia asomado á una venta-


na, penetró en el gabinete aturaido, trémulo y ajitado por
la mas viva emocion.


Habia visto á la justicia, mejor dicho, á la policía, por-,
que la j u~ticia jamás se ha conocido en Polonia.


Un comisario de policía, seguido de algunos soldados,
era el que llamaba á la puerta.


-Abre, dijo Zilda resueltamente.
-Pero señora ...
-Abre, ¿no comprendes que de todos modos han de en-


trar, si no de grado por fuerza? ¡Imposible parece que vi-
viendo en Polonia me preguntes si debes abrir!


,


Los golpes redoblaban; Angela sufri.a horriblemente,
no por sí, sino por el compromiso en que habia puesto á su'
amiga, pues creia que su esposo habia sido el que instigara
á Krautzik para que se fraguase la abortada conspiracion,
y por lo tanto, sentia en su conciencia el dolor de creer
que, desde nuestra entrada en aquella casa, no habia podi-
lto ser feliz Krautzik en su dulce retiro.




56 LA SOBBRANIA
El criado habia bajado á abrir la puerta y, pocos ins-


tantes despues, un comisari0 de. policía, aquel mismo hom ..
bre irresponsable que existe bajo distintos nombres en
todas las naciones, se presentó á la puerta de la habi-
tacion.


Mientras el polizonte, el esbirro, el gendarme, el comi-
sario, el inspev-tor, se concretaban simplemente á detener
el mal, aun cuando á veces desgraciadamente se tuvieran
que valer como instrumento de un mal menor, mientras
que s~lo pensaban en perseguir ladrones y asesinos, su pa-
pel no era desairado; eran su salvaguardia, vivian respeta-
dos y hasta queridos por los hombres honrados, y gozaban
de todo género de consideraciones, pero cuando el de.monio
de la política infiltró en los poderes públicos un virus de
ódio á las instituciones liberales, nació el llamado delito
político y aquel virus se hizo contagioso; de los 'hombres
de gobierno pasó á los agentes de órden y vióse entonces al
cOluisario, al esbirro, al celador, tener demasiado celo por
~conservar sus buenas relaciones con el poder, tiranizando á
los pueblos en detall.


Desde entonces, el celador, el hombre de policía, fué
odiado y despreciado; porque comprendiendo que es instru~
mento de tiranía, consiente en seguirlo siendo y al ver que
todos le desprecian como al mas vil de los delatores, él con-
tinúa vejando, atropellando) martirizando eual el mas ac-
tivó de los funcionarios.


Si en aquel momento Angela hubiera sido capáz de dar
una forma precisa á sus ideas) este hubiera sido el resulta-
do de las reflexiones que la sugiriera tan siniestra apari-
cion en casa de su amiga y á aquellas horas.


N o venia solo el comisario.




NACIONAL. 57


Dos soldados le acompañaban dispuestos á prender de
una manera ciega, pasiva y automática, á quien su amo les
ordenara.


El cpmisario abarcó con una rápida ojeada la habitacion
y como solo apercibió á las dos mujeres preguntó con au-
toridad: •


-i,Dónde está Krautzik~
-Lo ignoramos, señor, contestaron an!bas.



-¿Dónde se encuentra un español refugiado y que, se-


gun noticias, habita en esta casa'?
-Lo ignoramos tambien.
- Ved que esas contestaciones impregnadas de tan ca-


tegórica ignorancia, pudieran perjudicar notablemente á
ambas; reflexionad que no se burla así la justicia del So-
berano; que en los d o)1i tos de Estado toda complicidad es
casi un crímeu; que constituye por sí solo un fundado mo-
tivo de prision y pudiera muy bien sucederos un grave mal,
en caso de que persistais en vuestras negativas ...


-Lo comprendemos, así pero es lo cierto que nada sa,...
bemos.


N uestros esposos han salido; ignoramos donde fueron y
cuando regresarán.


-' Nosotras, añadió Angela, ya un poco mas repuesta y
con fina ironía, sin ser malas como Caín podemos daros la
respuesta que él dió: «Vos no m~ ltabeis encargado de él.»


i,Somos acaso guardianas de nuestros maridos'?
-Tal audacia en dos mujeres solas, y en peligro cierto


de una futura prision, no deja ,de estrañarme, pero como
semejante tenacidad solo sirve para aumentar mis sospe-
chas, me veré obligado á practicar un reconocimiento en
todas las habitaciones, ya para prevenir cualq uier lazo


TOMO JI. 8




58 LA SOBERANÍA
'contra nosotros, ya para averiguar si se hallan ocultos en


la casa los presuntos reos que buscamos.
-Como gusteis, dijo Zilda con indiferencia; la casa es-


tá á vuestra disposicion. •
y tnmando una luz, les aoompañó por todas las habita-


ciones y depende!lcias de la casa.
Cuando volvieron al gabinete, el comisario, que no se


hallaba satisfecho de sí mismo, y que, además, habia reci-
bido las mas halagüeñas y lisonjeras promesas del gobier-
.no cuya realizacion seria un premio á la 'decision y activi-
dad que empleara en prende¡ á Pablo, el comisario, vuelvo
á repetir, incapáz de salir de la casa sin dejar como los ago-
reros romanos un signo funesto' de su presencia en ella,
dijo á Zilda y á Angela que se veia obligado á arrestarlas
por no querer declarar el paradero de sus esposos.


Mas conocedora Zilda de las leyes y costumbres del pais,
DO se hizo ninguna ilusion soBre la suerte que les estaba
reservada; pero Angela, ignorante de todo, cteia que sola-
mente tendrían que sufrir algunos dias de prision.


-Guardadlas de vista hasta mi regreso, dijo el comi-
sario á los soldados.


Volveré pronto.
Trataba de interrogar separadamente al 'viejo criaao de


la casa, á quie'!} encontr6 en el piso inferior, mas como ob-
tuviel'a idénticas respuestas, aumentóse mas su encono con-
tra las dos desgraciadas que presas de una indecible an-
gustia, con él corazon oprimido y turbado el ánimo, le
aguardaban en el gabinet~.


Atendida la avanzada edad del criado y la seguridad
que tenia 6 crei.a tener de hallar la declaracion que desea-
ba por otro medio, no consideró conveniente ponerle preso;




"~~~
NACIONAL. 59 . '.)~~." ~


subió, ma~dó á uno de ~os soldados que hiciese aproXim~:~
un carruaje á la puerta, yendo á buscarlo á la mas próXl-~~;;jj'
ma parada, y pocos momentos despues, Zilda, Angela y la ' .. ~
:.'~


pequeña María, ligados ambos pulgares de la mano como .t
los mayores criminales y escoltadas por los soldados que' se
colocaron en el pescante, penetraron con ~l comisario en el
carruaje alquilado al efecto, en tanto que el criado, despues
de impetrar en vano el perdoIl para aquel4rs infelices, des-
pues de haberse prestado á indicar el sitio en que- su amo
guardaba los interesantes documentos de la j unta (pues ya
él sabia que no hallarian ninguno) y despues de haberse,
despedido de su ama con las lágrimas en los ojos, cerraba
tristemente la puerta de aquel hogar que momentos antes
rebosaba calor y vida, amor y entusiasmo y que al presen-
te se asemejaba á un tristísimo páramo, helado al soplo de
la tiranía ru sao .




CAPITULO IV 2


¡El suplicio de ..... dos mujeres sublimes!


. La história de la humanidad, hermanos mios, no es mas
que la historia del mal que el hombre hace al hombre.


Si se pesan en la balanza de un imparcitil criterio todos
los hechos históricos, colocando en un platillo los hombres
y los sucesos que han tendido al bien, á la felicidad, á la
fraternidad yal amor, yen otro los restantes, relacionados
con el mal en todas sus manifestaciones, vereis como no
hay esa proporcion,' esa armonía, ese equilibrio que entre
el mal y el bien suponen los optimistas.


¿Ni cómo lo ha de haber en tanto que el mal sea hijo de
la ignorancia que lo practica ó lo tolera, y el bien, hijo de
la instruccion que 10 propaga y 10 predica?


Siempre alIado de Jesús, de ~Moisés, Platon, Sócrates,
Licurgo, Epitecto, San Juan de Dios, y otros grandes hom-
bres, proclamadores y mantenedores de la idea democráti-
ca, encontraremos, emperadores, tiranos, papas disolutos,
reinas prostitutas, favoritos ladrones, soldados de fortuna,




LA SOBERANÍA NACIONAL. 61
ambiciosos invasores, asesinos célebres, traidores, guerras,
crímenes, asesinatos, devastaciones, feudalismo.


Siempre el libro será un Calvario, cada página una cruz
de la que se destacará un· augusto crucificado, un mártir
de la libertad: el pueblo!. ..


y sin ceñirnos mas que á un solo período, á la Edad


Moderna, á una sola nacion, España; á una cierta época, la
de 1481 á 1820; á un solo hecho, la Inquisioion; á una sola
institucion que es el clero; concretándonos, digo, ~ consi-
derar únicamente lo dicho, quedaremos mud.os de estupor
al saber que fueron 34,658 los españoles quemados vivos;
18,049 los que solo lo fueron en efigie, 288,214 los senten-
ciados á galeras ó prision perpétua, y mas de 200,000 con-
denados á la infamia del sambenit), sin contar mas de
5.000,000 que se suponen los emigrados.


Ved porque yo digo que siempre hemos visto al hom-
bre maltratando á su hermano yen esa eterna lucha de
Abel pereciendo á manos de Caín; convertido siempre en
verdugo de sus semejantes; siempre el velo histórico man-
chado de lodo y sangre.


Ved á Angela y Zilda aherrojadas, solas, humilladas,
escarnecidas, presas; viajando de noche y en compañía de
un repugnante polizonte.


¿Qué delito han cometido?
·,Ninguno.


¿Por qué se las trata así?
Por el delito que se supone en sus esposos.
¿Son responsables de él?
N6; pero la ley del mas fuerte 6 sea la ley de la fuerza


vá á penetrar brutalmente en el santuario de estas· dos
sublimes almas, para arrancar de allí, si le es posible y has-




62. LA SOBRAN lA


ta violentamente, un depósito que aun no sabe la ley si
existe; el del secreto del paradero de Kran tzik y el mio.


¿Y nosotros miemos,quédelito habíamos cometido'?
El de. amará la humanidad, á la humanidad que igno-


ra hasta nuestra humilde y efímera existencia, la cual sa-
crificamos en sus aras; dispuestos á sufrir los: mas grandes


" y horribles tormentos, por un amor' sublime que depura el
alma y que to~ura el cuerpo.


Existe _ en Polonia y lo mismo en Ru~ia, un horrible
castigo, que es el Knout, (el azote).


Muchos han sucumbido víctimas de este bárbaro casti-
go, administrado, ya con el látigo, ya haciendo pasar á
la víctima por las filas de soldados armados todos de sus
baquetas, como previene, aunque rarisima vez practicailo,
nuestra ordenanza .militar española.


El castigo mas notable de esta clase, es el que sufrió el
ilustre poeta Sierocinski.


Ved como lo cuenta Piotrowski, á propósito de los SI1-
cesos de noviembre de 1831, en que tomó parte nuestro.
poeta polaco.


«En 1837 ha perecido el ilustre poeta Sierocinski con
tres mas' de sus compa.ñeros..


»Juzgado en 1831 y condenado, á pesar de su edad y
de su carácter, (era sacerdote) se le obligó á ser soldado.


»A caballo y con la lanza en la mano) el infortunado
hácia la vida ruda de los cosacos de la frontera. que están
destinó.dos á la caza de los tártaros contrabandistas.


»Las autoridades de la Siberia, mas prudentes que las
de San Petersburgo, pensaron que seria mas útil como ins-
tructor en una escuela militar.


>lAllí este hombre débil y delicado, pero de una alma




NACIONAL. .63
enérgica, concibió el mas atrevido proyecto, el de hacer
en toda la Siberia lo que hizo Benicwski en el Kamsckatka,
sublevar á los condenados y á la Siberia misma.


».Itste pais, gobernado municipalmente, hubiera gana-
do sin ninguna duda en aislarse del gran imperio que no
coloniza al Sud si no haciendo del N orte un inmenso desierto.


» ... Formóse una importan~e asociacion.
»Se habia convenido en abrirse paso, con las armas en


• la mano, é ir hasta Bucltaria.
)}Tres conjurados hicieron traicion; desgraciadamente


nunca ha de faltar un Judas.
»Desde 1834 hasta 1837 la instruccion del proceso se


hizo en San Petersburgo.
»Sicrocinski guardaba inmutable y perfecta serenidad


en su alma sublime y hacía versos en su prision.
»Finalmente, la horrible sentencia llegó de San Peters-


burgo.
»Muchos polacos y un ruso debian recibir SIETE MIL


GOLPES SIN COMPASION y SIN PERDONAR UNO SOLO.
»Otros debian recibir TRES MIL, lo cual sobraba ya pa,:, .


.


ra mOrIr.
»Se habia enviado espresamente al general Gatafiefew,


que se colocó en el centro de la operacion.
»Las baquetas eran de fresno y las dos filas, una fr~nte


.á otra, se aproximaron para que apoyaran mejor los golpes.
»Hacía mucho frio(¡marzo y en Siberia!) lo cual no


impedió que desnudáran á Sierocinski.
»Se le ató al cañon de un fusil cuya bayoneta estaba.


vuelta contra su pecho, como es costumbre.
»Dos soldados conducian entre las filas al sentenoiado


para que su marcha se hiciera lenttlmente.




64 LA SOBERANIA


»Entonces, el físico del batallon se acercó al paciente
para reanimarle, haciéndole beber algunas gotas de un li-
cor fortificante, porque su constitucion algo débil, se ha-
bia estenuado con los tres años de prision sufrida, y aun
cuando parecía una sombra mas que un hombre, habia
conservado su f\~erza de alma y su enérgica voluntad.


» Volvió la cabeza cuando el médico le presentó el fras-
co y le dijo: Bebed mi sangre y la de mis amigos si es que


L


'V~estro 'Valor se debaita que yo no necesito {ortl"jlcantes.
»Cuando se dió la señal, entonó en alta voz el salmo


Miserere.
»Gatafiejevv, dijo tres veces con rábia: Herid mas fuer-


te! mas fuerte! mas fuerte!
»Los golpes eran tan terriblemente administrados, que


habiendo pasado una vez; por las filas hasta la cola del ba-
tallon, despues de mil palos, cayó el pobre sobre la nieve
cubierto de sangre y desvanecido.


»Quisieron ponerle de pié, pero sus piernas se negaron
á sostenerle.


»Un cadalso, á propósito para este castigo, y colocado
sobre un tríneo, habia sido traido de antemano: Sierocins-
ki fué colocado en él; de rodillas, con las manos atadas
atrás yel cuerpo inclinado adelante.


»En esta posicion se le ató al cadalso de manera que
fuera imposible todo movimiento.


»Así comenzó á arrastrársele por entra filas.
»Gatafieje",~ gritaba siempre:
»Mas fuertel mas fuerte! mas fuerte!
»Al principio Sierocinski exhaló algunos gemidos ar-


rancados por el dolor, pero debilitándose cada vez mas,
cesaron al fin del todo.




NACIONAL 65


»Respir.-,ba todavía, pero habiendo recibido hasta cuatro
mil golpes, al fin espiró.


»Contáronse los tres mil que quedaban descargándolos
'Sobre su' cadáver, ó mas bien sobre su esqueleto; la carne
habia desaparecido.


»Todos los condenados, y Sierocinski. sobre todo, reci-
bieron tantos golpes que segun la espresion de los testigos
polacos y rusos con quienes yo he halrlado, la carne se
desprendia en partículas á cada golpe y no se:~;eian mas
que huesos hechos pedazos.


»)Esta carnicería bárbara, inaudita, produjo una indig-
nacion general entre los polacos'y aun eLtre los rusos.')


Como comprendereis, hermanos mios, por est~ muestra
de la ferocidad rusa, la suerte reservada á mi esposa y mi
noble amiga no podia ser mas espantosa: iban á ser azota-
das hasta que declara¡;en.


El carruage que las conducía rodaba rápidamente en
díreccion á la cárcel de la" villa, y si en nuestras provin ..
cias de España son espantosas las prisiones, juzgad en Po-
10nia' donde todos los ultrages, vejaciones, insultos y d.o-~
lores no son mas que dósis que se agregan a la natural
ferocidad que se emplea para el tormento.


Hubiera podido conducírselas á una cárcel de mugeres,
pero esto habda sido casi una galanterja.


Cuando llegaron y fué despedido el carrnage, cuando
el portero, ayudado por el centinela ruso, hubo cerrado la
pesada verja de hierro, y cuando empezaron á marchar pOl~
un sombrío corredor que se encontraba á mano ,izquierda,
las dos mugeres, comprendiendo el horrible sitio en que se
hallaban, comenzaron á temblar.


La tierna María, inocente ángel que nada cOlllPrendia
TOMO JI. 9





66 LA SOBERANIA
de aquel fango, pero á quien inspiraba desconfianza ellu-
gar, el aspecto de la prision y los rostros siniestros de al-
gunos hombres que allí habia, comenzó á llorar lastime-
ramente.


-Haced callar á esa chiquilla, dijo el comisario, ha-
cedla callar ó me _veré obligado á separarla de vuestro lado.


-¡Separarme de mi hija! dijo Angela horrorizada.
Eso nó, jamas! ... mi hija no se separará de mí; vos sereis


bueno, sereis tal vez padre de familia y no lo hareis, porque-
comprendeis demasiado que un hijo no es mas que un pe-
dazo de nuestro corazon, que nos habla, que nos mira, que
se agita entre nuestros brazos, como el corazon se agita en
nuestro pecho.


¡N Ó, por Dios! ¡no la separeis ne mí!. .. y Angela estre-
chaba CQntra sucorazon á la niña, la cual afortunadamen-
te calló.


Las dos mugeres, seguidas dél Comisario que al bajar
del carruaje habia desatado las ligaduras que oprimian sus
dedos, fueron introducidas en una sombría habiiacion que


_se hallaba situada en el corredor, y digo sombría, moral-
mente hablando, pues recibia la luz por una gran ventana
á la altura de medio 'Cuerpo, y desde la cual se distinguia
un inmenso patio que en otros tiempos debió haber servi-
do de huerta; pero como parece que hasta la naturaleza
misma huye horrorizada de las cárceles y de ciertos luga-
res de terror, solo quedaban algunos tronco~ gruesos de
secos árboles, como esas poderosas colnmnas que de pié,
inmóviles y fijas, se elevan sobre los montones de ruinas,
señalando el lugar en donde se contemplaba á Dios.


Esto en lo que se refiere al esteríor:
En cuanto al interior, todo era triste, todo nauseabun-




NACIONAL. 67
,do; un horrible escritorio donde las mas absurdas delacio-
nes tenían cabida; cuadros en que se leían las mas terribles:
órdenes del Czar; paredes tristes y ennegrecidas por el humo
de las pipas rusas; banquillos duros por asiento; estufa.
oficial mal alimentada como para los pobres, á quienes so-
corre una filantropía reglamentada, y des pues de todo, el


. ,


aspecto de algunos innobles instrumentos de suplicio co-
locados en un rincon, bastarian para darilos idea de este
·cuarto donde se oian las quejas y deposiciones, ~e toma-
ban las primeras declaraciones, se instruian los sumarios,
y se decretaba, sin fórmulas jurídicas, el tormento, bajo
todas sus formas.


Aquí fueron introducidas Angela y Zilda.
Era aquella habitacion el despacho del geje de policía,


autoridad que hasta cierto punto tenia gran influencia
sobre los destinos de las víctimas.


Cuando el comisario hubo penetrado e~ pos de las dos
mugeres, y cerrado la puerta tras sí, el gefe de policía le
dijo, sin levantar siquiera la cabeza, ni dignarse mirarlas:


¿Y bien? ¿,qué tenemos?
-----


-Tenemos, dijo el comisario, el hilo de una terrible
#


-conspiracion, pero hilo tan delicado y tan sutíl que ame-
,naza quebrarse apenas lo enredemos en nuestras manos;
pero puede conducirnos con seguridad hasta el retiro en
que se ocultan dos de los principales conspiradores.


Cualquier delito hubiera hecho poca mella en el cora-
zon del comisario, hombre .avezado á presenciar dlariamer..-
te los mas horribles tormentos, familiarizado con el mal y
acostumbrado á lo q uepudiéramos llamar la respiracion de
una atmósfera de crímen, pero la palabra conspiracion te-
nia para él un doble efecto, el del atractivo, y el del temor.





68 LA SOBERANIA
Del atractivo, porque descubrir á sus autores, é impe-


. dirla, le hubie~a proporcionado un ascenso.
El del terror, porque si esta triunfaba, si los conspirado-


res se le escapaban, su muerte ó su fuga eran seguras.
Alzó la cabeza, dejó la pluma y se fijó en las dos mu-


geres, que, timida~ y temblorosas, apenas .osaban mirarle.,
-¿De qué se las acusa? dijo.
-Son las es~osas de Pablo Krautrik y de un español


alojado en su casa, los cuales, comprometidos en la aborta-
da conspiracion, han huido esta misma noche sin que ellas.
quieran confesar á donde se han dirigido.


-Esto, dijo el gefe, entraña naturalmente una compli-
cidad que tendrá indudablemente su castigo.


-Ya las he exhortado, aunque en vano, dijo el comi-
sario, á que revelen el paradero de sus esposos.


-:--¿ Y se niegan'?
-Terminantemente.
-Está bien.
Es de noche.
Hasta las 5 de la mañana teneis tiempo de meditarlo.
Se os vá á conducir juntas á un calabozo, y en él esta-


reis hasta mañana á las seis, á cuya hora, si no os habeis:
resuelto á dar la declaracion pedida, me veré en el sensible
deber de someteros á cuestion de tormento.


-Señor, dijo Angela, puedo juraros que no sé nada ...
Angela solo sabia que ,Dios oye con placer estos jura-


mentos falsos, cuando sirven para salvar la inocencia de
las iras de,los verdugos.


-Si algo supiéramos, dijo Zilda, lo confeHaríamos, pues--
to que de todos modos, aun cuando se quisiera alcanzarlos,
es probable que habrán salvado ya la frontera de Polonia4.






NACIONAL. 69


No pareció muy conveniente al comisario este argu-
mento, pues, dirigiéndose al gefe de policía.


-Si os parece, añadió, serán entregadas al alcaide para
que, puestas en prision, se las someta mañana á la última
prueba.


El gefe hizo un signo afirmativo; agitó la. campanilla
y los dos soldados de que hablamos antes, seguidos de un


-guardian ó carcelero, penetraron en la habitacion .•
-Llevadlas á un calabozo, dijo el gefe.
Esta órden fué obedecida inmediatamente.
Generalmente en las cárceles todas, se cumplen con


exactitud y precipitacion marcada, menos aquellas por las
que se manda poner en libertad á un preso.


Un calabozo en las prisiones de Polonia y Rusia es hor-
rible.


De Boche sobre todo es espantoso; y si el espíritu del
que lo habita es débil, ó se halla fatigado por sufrimientos
anteriores, entonces la estancia en él se hace mas dura, la
imaginacion exaltada es parte para que sus dolores to-
men gigantescas proporciones; las horas son de eterna.r-·"-·
duracion; los sonidos dolorísimos é imponentes; los pensa-
mientos que acuden á la imaginacion del preso siniestros y
desconsoladores; la incertidumbre reviste cuanto le rodea de
atroces caractéres; el miedo y el desaliento debilitan la espe-
ranza yun fúnebre velo de tristeza, lo envuelve y martiriza'


Juzgad lo que sucedería á nuestras dos esposas para
quienes no habia felicídad, ni tristes pensamientos, porque
todos lo eran, ni esperanza, ni incertidumbre.


El problema estaba planteado.
Sus esposos se salvarian si ellas aceptaban el tormento;


su valor era la fórmula salvadora.




70 LA SOBERANÍA


¿Lo resolverían? '
¿Les faltaría resolucion?
Es lo que veremos mas adelante.
Angela y Zilda no durmieron en toda la noche.
Sobre la única estera del calabozo se veía una vieja


manta, quizá olvidada por algun preso por su estado casi
'inservible.


o:,


Allí 21cústaron á la pequeña María, que inocente y feliz,
dormía el ~ueño de la inocencia: los ángeles no saben 6
aparentan no saber la maldad de los hombres.


Ouando se dirigieron al ángulo del calabozo en que es-
taba tan inmundo lecho, la luz se proyectó sobre algunas
inscri pciones que los anteriores presos ha bian depositado allí.


Oostumbre a~tjgua es que los presos dejen un r~cuerdo,
una fecha, un nombre, una frase, cualquier cosa en las pa-
redes que por algun tiempo les han servido de prision .


. El hombre cruza verdaderamente la senda de la vida
como esos viajeros olvidadizos que en todas partes dejan
algo de su equipaje,


-- Él tambien, en todos los lugares, deja algo de su alana.
Tambien debe, ser con el objeto de renovar el remordi-.


miento en la conciencia de sus tiranos, suponiendo qUQ los
tiranos tengan conciencia, ó de animar á aquellos que SU~
fren el y ugo de una desgracia com un.


Las habia tan singulares como esta: «( A. K. 13 de Abril
de 1829.


¿Estáis contentos?)
«Esperanza, speme, espoir, spes y libertad.})
«Donde está tu corazon, alli está tu tesoro¡) (Evangelio.)
«¡Cuán triste es un hermoso dia para quien no puede


disfru tal' de él!» «Butrick preso.»




NACIONAL. 71
«Es una cárcel antro horrible y repugnante, donde


toda incomodidad tiene su asiento, y donde todo triste rui-
do forma sociedad.» (D. Quijote.)


Aquí se detuvo Angela y dij9:
--Ved una voz querida de mi patria que me saluda des-


de la cima de su inmortalidad. •
¡Cervantes tambien estuvo preso! •
-El hombre, dijo Zilda, tortura y aprisiona 8.1 génio


porque teme ¡cobarde mil veces! que el peso de su poderosa
inteligencia desequilibre, la armonía del mundomo-
ral, sin considerar que sus ideas son mas bien como la po-
derosa presion del vapor, y basta un solo génio para hacer
marchar el mundo, determinando la eterna via de su con-
tinuo progreso.


Las dos prisioneras pasaron así la noche.
En diáÍogos mas ó menos animados, mejor ó peor con-


ducidos, porque sus imaginaciones se hallaban al lado de
sus esposos.


Ambas, por otra parte, casi se consideraban felices con
sacrificarse por ellos; habian aceptado el martirio y lo su- I
frieron con resignacion, mas 10 único que atormentaba á
Angela era la suerte de su hija María.
~Qué seria de esta pobre niña, si ella, por desgracia,


perecia en el tormento?
El Evangelio le hubiera dicho: «Tu fé te salvará.»
¿Habeis visto alguna vez amanecer en una prision'?
¡Oh! es tristísimo.
Yo lo he visto mil veces, hermanos mios.
Nótase desde luego un va.go, triste, tíbio, indeciso y


pálido rayo de la aurora -que, refractándose en la ventana
del calabozo, lucha con la densa masa de oscuridad y




~----- -.......


72 LA SOBERANIA


de sombra, como el tierno niño con el nervudo atleta.
Vése despues, poco á poco, como á 'medida que este rayo


de templadísima luz vá ganando en intensidad, estiende
tam bien su dominio y rechaza las sombras á las aristas de
los rincones y á las curvas aun mas tenebrosas del above-
dado techo. ~


Poco á poc<lla luz estiende sus ondas, ilumina, baña~
acaricia lentamente los rincones del antro, en tanto tiende
á señalar de una manera indeterminada el marco de la ven-
tana sobre la frontera pared.


El prisionero saluda aquel albor de] nuevo dia mientras
palidecen los últimos luceros y durante su oracion por los
que ama.


Atraido su espíritu á la plegaria, por el metálico eco de
la campana que señala á lo léjos la misa primera, y en
tanto que un fresco vientecillo impregnado de gérmenes de
fecundidad y vida, pasa por los barrotes del calabozo, éste
se va iluminando, muestra de una manera mas franca sus
conocidos detalles, la negra argolla, el sucio cántaro, la


r empolvada telaraña, 6 la leñosa tarima.
Pocos minutos despues, una inefable y celeste claridad


contenida en un' rayo de sol penetra en la estancia y la
naturaleza, eterna artista que parece retocar sus cuadros,
trasforma la blanca claridad que sobre la pared proyectaba
el ventanillo, en un cuadrado luminoso y exacto que dá
cierta dolorosa alegría al interior, en tanto que al esterjor
se oyen las interminables querellas, las frases de amor, los
trinos, los gorgeos, los multiplicados cánticos, los bulli-
ciosos conciertos, los alegres ritornelos, que, saltando por
todas las ramas, cantan las aves, saludando al astro del
dia.




NAmONAL. 73
Pero es tristísimo este amanecer para el pobre prisio-


nero, é indudablemente así lo debió comprender el preso
que, cual dije antes, dejó allí esta inscripcion:


«¡Cnán triste es un hermoso dia para quien no puede
disfru tar de él!·)


La sola consideracion de los horrores 'lue Jas aguarda-
ban hubiera bastado para contristar almas mas fuertes, me·
jor templadas que las de Angela y Zilda. •


• Solo cuando Jesús vió tan cercano su suplicio pudo de-
cir: «Mi alma está triste nasta la muerte.»


No habria trascurrido media hora despues de amane-
cer, cuando los cerroj os de la puerta resonaron con ese pa-
voroso QStruendo que causa todo ruido en el interior de un
calabozo.


Angela lo oyó antes de que se produjera, porque si no
tuviera presentimientos no seria madre, y tomó á la niña
en sus brazos como si temiera que se la arrebataran, pues
nunca creyó que sufriera ella, tan inocente, el martirio
que les estaba reservado, pero sí se figuraba que durante
este acto tratarian de separarlas. /


La puerta se abrió y la grosera y brutal fisonomía del
carcelero apa:reció detrás de ella, seguido de dos soldados
y un ayudante del verdugo.


-Seguidnos, dijeron.
-¿A dónde? dijo Angela con cierta orgullosa altivez.
-A la presencia del jefe de policía y del alcaide.
Angela y Zilda se miraron, mejor dicho, trataron de


prestarse con aquella mirada el ánimo que tan necesario
les era en tan supremo instante.


Seguidas por aquellos esclavos, sin inteligencia para el
bien, salieron de la prision.


TOllO 11. 10





74 LA SOBEItANJA
Aquí, hermanos mios, necesito detenerme.
El pintor observa á veces que para trazar el caadro que


crea, para impregnarlo de las tintas que concibe como ne-
cesarias, faltan colores en su paleta porque todos palide ...
cen ante la realidad que vive en su ideal creacion.


De la misma "manera ¿cómo acertaré yo á describiros,
tal como Angela que lo sintió me lo describió á mí, el es-
pantoso tormenio que sufren los que en Rusia dejan esca-


L


par aun entre sueños la palabra libertad?
~Ni cómo pínáar mi dolor y mi desesperacion al saber-


lo de su boca'?
¿Acaso creeis que lloré al oír su relato y la emocion no


permiti6 á mi inteligencia escuchar, ni á mi memoria re-
tener'?


N6.
Es que hay dolores que no se lloran por la fuerza de la


impresion que producen.
Es que hallo muy difícil el que desde las inmensas pro-


fundidades de los grandes dolores del alma, llegue á la su·
perficie del rostro el amargo manantial de nuestras lágri-
mas.


¡Oh! que bien dice Chateanbriand: «El que no Ita sufrido
al.qun dolor, no es homb,.e todavia.»


Las dos prisioneras deshicieron el camino que el dia
antes habian recorrido y fueron de nuevo conducidas á pre-
sencia del terrible jefe de p()licía, que, probablemente, ha·
bría pasado la noche en vela redactand o reservadas dela-
ciones 6 tomando notas de sospechosos.


-¿Persistís aun en negar'? las dijo, apenas penetraron
en la habitacion.


-Nada sabemos, contestaron casi simultáneamente las




NACIONAL. 75.


dos amigas, es inútil que os molesteis en mas averigua-
. Clones.


-Pero ¿,no sabeis que vais á ser apaleadas?
-1 A paleadas! esclamó Angela con terror.
-Palo ó látigo.
Eso es á gusto del verdugo. •
--Pero nosotras, señor, no sabemos nada .



-Imposible. •
-Nada mas cierto sin embargo, y es una horrible . ln-


humanidad lo que vais á hacer con nosotras.
-Bien; el interrogatorio termina en vuestra primera


negativa y comienza el tormento.
y dirigIéndose á un carcelero añadió:
- Llevadlas al árbol grande; sujetadlas á su tronco y


reciban cincuenta latigazos, desnudas de medio cuerpo,
sin ninguna clase de compasion, ni de piedad.


Si se deciden á confesar se las oirá, pero sin desatarlas.
Tráiganseme noticias de sus palabras y yo providen-


ciaré.
Apenas pronunció estas frases, cuatro servidores de los' T


que por sus atléticas fuerzas y granítico corazon parecen
espresamente creados para las cárceles, se arrojaron sobre
Znda y Angela, que solo opusieron una leve resistencia. ,


Era repugnante aquel ataque de la fuerza br~tal contra
la debilidad de la mujer; de la tiranía á la democracia, de
las tinieblas á la luz.


Poco menos que á golpes y empellones fueron conduci-
das á la tristísima y árida llanura, la que rodeada de una
tapia, habia sido antes huerta.


Znda pensaba en su esposo; Angela oraba por ambas y
la niña lloraba, contemplándolos á todos, con esa mirada





76 LA SOBERANIA


particular de los niños para quienes unestraño es causa
siempre de estrañeza Ó, asombro ..


Cuando llegaron al pié del mas grueso de los troncos,
un ayudante del verdugo dió varias apretadas vueltas en
derredor con una cuerda de cáñamo y cogió fuertemente
en cada una la mano de cada prisionera por la muñeca.


En esta disposicion, y DO pudiendo huir, el mismo espi-
ritu de c~nservacion y..hasta de pudor, las obligaba á pre-
sentar la espalda al verdugo, que no hubiera hallado repa-
ro, ¡triste es decirlo! en herirlas con su látigo el delicado
rostro.


La niña, en la que nadie ha.bia pensado por serIes to-
talmente indiferente, fué echada 'en el suelo, cerca de las
dos amigas.


El drama que se estaba desarrollando~ por un estraño
contraste, debia tener por espectador una niña, la mas be-
Ha personiñcacion de la inocencia.


Apenas terminaron de atarla's, aproximó se un hombre á
cada mujer con intento de desnudarlas.
~- . ¡Tristísima escena! cada una á su vez, con la mano que


le quedaba libre, pugnaba por rechazar á su verdugo; de-
fendian tenazmente esa celeste ciudadela que se llama el
pUdor y ora furiosas ó suplicantes, ora altivas ó humilladas,


, .


pedían mil veces la muerte antes que pasar por semejante
vergüenza; cubiertas de ese hermosísimo carmin que Só-
crates llamaba el color de la virtud!


Empero, el jefe habia hablado\y donde impera el abso-
lutismo, entre la palabra y la accionde obediencia, no me-
dia mas que un hombre vigoroso quJ se llama el verdugo~


Habia sin embargo cierta pureza en el fondo de aquel
acto impuro y esta idea de pureza era la consideracion que




El la tiso silva en el aire y V1TIO á herir hasta hacer brotar san3re,
las espaldas de Ansela, de~3arrandCl' su finisimapie1.







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NACIONAL.


ambas se hicieron de que todoeontribuiria á salvar las vi-
das de sus esposos; en tanto que ellas sufrieran, obedece-


. rian pero no confesarian jamás.
~Desnudadnos, dijo la pobre Zilda desesperada, reba-


jadnos hasta donde podais, ultrajad nuestra virtud, pero
sabed que ... no sabreis nada!' .. nada!'.. "1


Exasperada la ira de aquellos verdugos con tal arran-
que, que mas parecía un reto que una coni'esion, no vaci-


- .. ,...,JIj)i#


laron en desgarrar sus trajes haciéndolos caer liasta la
cintura y dejando descubiertas, desnudas, sus hermosas
formas á las ávidas y repugnantes miradas de algunos em-
pleados atraidos por la curiosidad.


¡Pobres mujeres!
Ellas lo sufrian todo, ellas á todo se atrevian, porque


peleaban bajo la hermosa bandera del conyugal amor.
¿Qué importa que estuvieran desnudas'?
Sus almas estaban revestidas de valor, resignacion, sa-


crificio, patriotismo, abnegacion y martirio ...
Era todo un tegido de virtudes.
Era un trage purísimo de inijlarcesible gloria! ...
¡ Po bres m ~j eres!
Inclinadas bajo el látigo del verdugo, á quien presen-


taban sus espaldas; caidas sus hermosas cabezas sobre el
pecho con todo el abatimiento del dolor, parecian dos
blanquísimos lírios, que inclinan desmayados hasta la tÚ~l' ..
ra sus marchitas coloras.


¡Pobres mujeres! Ellas, diosas de ahnegacion que la Gre-
cia hubiera divinizado y á las que Roma hu1;>iera elevado
altares, sabiendo que aquel heróico sacrificiopermaneceria
ignorado, lo aceptaban sin embargo y sufrian; lo arrostra-
ban y callaban, padecian y no exhalaban una queja, se sa-




78 LA SOBRRANIA
crificaban y temian no haber hecho lo bastante, porque
Dios á veces se complace en poner la fortaleza. donde el
hombre juzga que se halla el asiento de la debilidad.


Frinea, presentando sus hermosas formas al tribunal
griego, artista é idólatra de la belleza plástica, esterna,
obtuvo su absolu~ion.


Aquellas heroinas no lograron conmover ni una sola
fibra del alma d'e sus implacables verdugos.
~--'" ~-


Eran bellas. i, Y qué?
Sus formas aparecían divinas; eran, digámoslo así, un


reclamo á la piedad. ¿Y qué?
Los pueblos esclavos no pueden sentir, ni comprender la


belleza física) ni moral.
El arte necesita la libertad, como el ejér~ito la táctica.
Niégueseme este axioma.
En tanto que Zilda y Angela aguardaban su martirio,


el verdugo examinaba su látigo firmemente atado á la corta
y sólida vara.


Temía que se deshiciera ó desatara.
Los verdugos siempre temen!
Por fin, el látigo silró en el aire'!l 'Vino ti lterir' hasta ha-


cer' hrotar sangre, las espaldas de Angela, desgarrando su finí-
sima p·iel.


Esto se comprende: Angela era e~trangera y recibió los
primeros golpes.,


Un dia llegará en que todas las naciones sean una sola
nacion y hablen una sola lengua.


El cuerpo de Angela se retorcía en dolorosas contorsio-·
nes; el verdugo redoblaba sus golpes; azotaba sin piedad,
sin misericordia, sin tregua y cada vez que ellátígo caia
sobre sus espaldas, retirábalo manchado de sangre y de-




NACI01tJ,A.t. 79


jando en ellas una amoratada huella; el rastro de la sangre
estravasada que invade los tegidos segun la ciencia, el
himno de la victoria del alma sobre el cuerpo, segun el di-
vino espíritu de la libertad.


Angela sufria lo que no es decible ¿pero pensais q-ae por
esto pidió perdon, ni suplicó que se tuviera compasion de
ella, ni trató de enternecer el corazon de sus verdugos, ni


, #


procuró de conmoverlos con sentidas frases dictad.g.s.. por el
dolor~


Nada menos que eso; Angela, como todos los mártires,
tenia una fé.


En el siglo 1 de la Iglesia se llamaba Evangelio.
En el XIX s~ llama libertarla
Es una simple cuestion de sinónimos y Angela, ayuda-


da por esta santa fé, luchaba y sufria por la libertad como
habiera luchado por el Evangelio.


Ella sabia que la libertad no es mas que el sendero que,
á partir de la felicidad relativa de los pueblos, conduce á
la felicidad absoluta.


Ella, que se humillaba y suplicaba para que 'no la des-
nudasen, no pedía perdon para que, una vez desnuda, de-


'" jasen de azotarla. i Admirable consecuencia!
En tanto la niña, que aunque sin conocimiento de las


cosas, comprer,dia el dolor, porque este es uno de los pri-
mero~ rudimentos, una de las primeras nociones que se ad-
quieren en la vida, no dejaba de gritar, de llorar, de arras-
trarse hasta los piés de su querida madre, y esta, con una
mirada de angustia, de amarguísima pena, parecia tran-
quilizarla' pero en vano, porque la niña comprendia la rea-
lidad.


o El látigo que crugia, la sangre que lo tornaba de dis-





80 LA SQJBRANU
tinto color, los gritos de 18, inocente niña, la sonrisa de
placer del desapiadado verdugo, la calma glacial de los
espectadores que allí habia, la avidez d~l sitio y el frio
glacial de la mañana que parecia penetrar el alma del eje-
cutor, eran las tintas de aquel sombrío cuadro que mi plu-
ma se resiste á t:razar, que no quiero recordarlo por no 8en-
tir deseos de venganza, porque la venganza es el placer
de las !'!!!las que no comprenden el perdono


-¿Confesareis? la decia el verdugo cuando iban conta-
dos quince ó veinte latigazos.


-¡Mil veces nó1 respondia ella casi moribur..da y ellá-
tigo crugía, y Angela lloraba.


¿Mas qué diremos de Zilqa? No bien Angela con heróica
resignacion hubo sufrido sus cincuenta golpes, qnedando
casi desmayada de dolor~ regando el suelo con su sangre,
y sintiendo su espalda llagada en mil partes, comprendió
que era llegado su turno.


El látigo del verdugo se dirigió sobre ella, é impresio-
nada con el espectáculo que acababa de presenciar, enter-
necida hasta el fondo del alma con los gritos de su compa-
ñera, movida á piedad por tan horrendo martirio y presa de
terror ante la contemplacion del que le aguardaba, cayó
desmayada; doblánronse sus rodillas y desca1J.só en el suelo
en tanto que sus dos manos amoratadas y sangrientas por
la presion de las ligaduras, se mantenian unidas á la áspe-
ra corteza del árbol.


No por esto el verdugo sintió conmoverse en lo mas mÍ-
nimo sus entrañas de jierü" sucorazon de tigre; si nó que
antes bien, redoblando sus esfuerzos como si tratara de vol-
verla el conocimiento por un esceso de dolor, comenzó á
asentar el látigo en sus espaldas con un furor inusitado.




NACIONAL. .;- &1
. Zilda vol vi6 en sí.


Su compañera yacía en tierra casi sin sentido, estre-
-ehando al fin entre sus brazos á la niña que habia conse--
guido aproximarse á ella, y que con sus manecitas procu~
raba limpiar la sangre que los hombros de su madre desti-
laban. . •


El verdugo contaba los golpes con esa automática im-
pasibilidad del que ha recib-ido una con~gna, y ~a iba á


--..


eompletarse la mitad de ellos, cuando dirigió á Zilda la
, misma ruda pregunta que habia hecho á Angela.


-¿ Confesarás'?
-Nada sé, dijo Zilda. l\fatadnos si quereis.


-Exasperado el verdugo ante tal firmeza, que pocas veces
habia tenido ocasion de cont'emplar, no vaciló en continuar
'Su tarea con mas furor aun, y Zilda, contando interiormen-
te los golpes, transformaba &u martirio en amor, su dolor
en sacrificio, su sufrimiento en conyugal virtud, porque (t.
úada golpe del látigo, respondía un latido de su corazon en
memoria 'de su esposo amado.


Cuando para ella hubieron trascurrido tambien los cin-
euenta; la hubierais visto, estenuada y abatida, recostada
alIado de su amiga, sangrientas sus espaldas, lívido su
rostro, decir á Angela, que sufria igualmente que ella,
estas sublimes palabras del Evangelio:


«(Bien aventurados los que ¡tan hambre y sed de justicia por-
que ellos serán hartos.»


Tal fué el suplicio reservado á estas dos heroinas del
amor conyugal, y tal el espectáculo muy comun er,. los
pueblos que aun, por su estado de abatimiento, enervacion
y cobardía, no han tenido valor para reducir á astillas el
trono de sus tiranos!. ..


TOllO 11.





· 82 LA. SOBERA~{NACIONAL.
".: .. ~ , .'


Cuando Angela y Zilda fa&ron desatadas no podían te-
nerse en pié.


Cop.ducidas en brazos del verdugo, de su ayudante, dos
dependientes y los soldados, al calabozo que ocupaban an-
teriormente y habiendo -dado cuenta al jefe de policía del
infrn~tuoso res~Uado que habia tenido el martirio, solo.
cOBtestó 'es~s palabras.


-Yo prbvidenciaré mas tard·e.
~~


Cotnó se vé, aquel hombre providencial no estaba satis-
fecho todavía; necesitaba mas dolor, mas sangre que ofrecer-
en holocausto al autócrata de todas las Rusias.




CAPITULO V,


--.,-


Convalecencia.-Del infierno al paraíso.


Han transcurrido quince dias desde que Felipe, desau-
<l{}iado por los facultativos, fué sacramentado.


Quince dias de completo delirio.
Quince dias entre la vida y la muerte.
El médico, hombre de ciencia y de esperiencia, se sor-
~prende cada vez mas, sin poder comprp,nder como el pa-
ciente puede resistir tanto, pues, segun sus pronósticos,
Felipe ha debido morir hace ya muchos dias; sin embargo,
aquella robusta naturaleza combate con el mal y resiste,
yen la lucha; es ya muy probable que lo venza, pues los
síntomas graves van desapareciendo poco á poco, y ofrecen
.alguna esperanza.


Pero, naturalmente, estos quince dias han verificado
una transformacion completa en su físico.


No parece el mismo hombre.
Pálido, flaco, las mejillas hundidas, los labios blancos,


la piel descolorida, hasta el estremo de haber adquiriqtf:eJ,,··
-Unte máte de la cera; los ojos cabernosos cristalizados'~·' .... ' ,





84 LA SOBRA;NIA


verdaderamente no era mas que su sombra. La calentura y
el persistente delirio habian hecho estragos terribles.


Luis no ~e abandonó un instante durante todo el tiem-
po de la enfermedad, si bien, desde, el tercer dia, ya no es·
tuvo solo para ,cuidar ásu :amigo.


El ángel de la ~easa habia pa·recido.
María habia regresado con su abuelo, y ni de dia, ni de"


noche] consintió,"ui por un momento, en separarse de la ca-
b,ecera d8renfermo. No permitia que nadie le diese las me-
dicinas mas 'que ella; todo habia de ser hecho' por su propia
mano; tenia hasta celos de que cualquier otro se aproxi-
mase al lecho.


Pensaba que le iban á arrebatar á su querido enfermo.
Al único á quien concedia alguna participacion en sus:,


cuidados era á Luis; ingrata hubiera sido obrando de otr()-
modo.
~ompletamente restablecida de su enfermedad, ! lo que-


contribuyó no poco el cambio de aires y aquel viaje de dos,
meses, estaba mas bella que nunca, mas que nunca seduc-
to~a.


Luis la ha bia referido, sin ocultarle nada, toda la his-
toria de los desgraciados am(}res de Felipe; las difíciles'
pruebas porque habia pasado, los rudos golpes sufridos, las
decepciones, las infamias, los desengaños de que habia •
sido víctima, y, finalmente, la terrible y asquerosa villanía
de Margarita, la cual produjo en su ánimo la fatal idea
del suicidio.


La contó igualmente como', por una casualidad provi-
dencial, llegó tan á tiempo para evitar aquella catástrofe
y los esfuerzos que tuvo qué hacer para disuadirle de su
propósito, sin olvidar las lisonjeras frases que en un mo-




.NACIONAL. 85
mento de desesperacion, de arrepentimiento y de dolor, se
escaparon de sus labios respecto á el~a; una sonrisa de ine-
fable satisfaccion plegó sus purpurinos labios.


Nada turbaba el silencio en aquella alcoba, donde no se
permitia entrar sino á muy escasas personas, como no fue-
ra el acompasado tic-tac de la péndula y Ja respiracion fa-
tigosa del enfermo.


Sin embargo; todas las noches, aun pisado el -e.eligro,
continuaban haciendo guardia en la sala inmedi~ia dos de
los hermanos de la lógia, que turnaban en este caritativo
deber.


Felipe, aunque fuera de todo peligro, como ya lo habia
anunciando el médico, no por eso habia vuelto á la razon ...
a"9ria los ojos y no veia; su cerebro debilitado no le per ...
mitia fijarse en nada; el vértigo y el abatimiento moral
habia llegado á tal estr¿mo que producia á veces el estupor
complicado con el delirio y terribles contracciones neu-
rálgicas.


La cuestion estaba reducida á poder conseguir que dur-
miese, natural y tranquilamente, por espacio de muchas
horas, y el facultativo aseguraba, que, c~nseguido esto, la
enfermedad cambiariacompletamente de aspecto.


Todos los esfuerzos de los -que rodeabaI1'á Felipe tendían
á'este objeto. -


Jtl sueño era en esta ocasion la salud y la vida.
El.sueño por fin se apoderó de aquel trabajado cuerpo


y todos respiraron con gran satisfaccion.
Diez Y ocho horas permaneció Felipe en este estado, du-


rante las cuales, María, inclinada sobre el lecho, atenta al
menor movimiento, respirando apenas, fijos sus ojos en la
fisonomía de Feli};le, espiaba con afan el momento en que




86 LA SOBERANIA
,


el enfermo abriera los ojos. El facultativo habia asegura-
do que al despertar recobraría su razon y la conciencia de
su pasado mal, pero que era preciso cuidar mucho de no
escitar en su ánimo nuevas emóciones, pues una recaída.
seria capaz deprQducir instantáneamente la muerte.


La noche se babia pasado tranquila; la respiracion del
enfermo acompasada y regular, su sueño sin pesadilla.


Hubo un mbmento, dos horas antes de amanecer, en
q ne hi~un movimiento natural, procurando cambiar de
postura: María pasó su brazo por bajo de su cabeza y le
ayudó para conseguirlo.


La calentura habia cesado: abrió el enfermo los ojos y
los fijó en los dos de su enfermera que tenian la dulcísima
espresion de los del ángel custodio.


-¡María! ... escla~ó con voz tan débil, que apenas po-
dia percibirse á dos pasos de distancia .


. La encantadora niña se limitó,congracioso pero al
propio tiempo imperativo ademan, á colocar su preciosa
mano sobre los labios del enfermo, -imponiéndole el si-
lencio.


Sin embargo, Felipe añadió: ¡Perdon,María, perdon!. ..
-¡Silencio! replicó la jóven con aquella dulcísima son-


risa que le era habitual, silencio yá dormir; yo lo quiero ...
y como si Felipe estuviera dominado por un flúido


magnético superior á su voluntad, inclinó nuevamente la
cabeza sobre la almoada y volvió á quedarse dormido.


La enfermera abandonó por un momento su puesto al
lado del lecho y vino á la sala donde estaban D. Eugenio,
D. Juan y Luis, todos soñolientos y naturalmente fatiga-
dos por tantas noches pasadas en vela ..


Marh, apareció radian te de felicidad y de satísfaccion.




NACIONAL. 87
-Ha: despertado un instante y me ha reconocido, les


dijo; ¡está salvado!. ..
• • • • • • • .. . • • • •


• • •


. \. • •


La convalecencia fué larga y penosa .•
Tanto mas sensible, cuanto que, para evitar mayores


males, se le habia prohibido,termlnantem~nte hablar del
,.


pasado, ni recordar ciertos hechos.
Felipe, sin embargo, estaba como avergonzado ... que-


:tia pedir perdonA todos, pero principalmente á María; em-
peño vano: á las primeras palabras ésta le imponia silen-
cio y era preciso -obedecer.


Hubo de apelar al recurso de los ojos y con sus mira-
das, llenas de espresion y de ternura, habló y espresó aun
mas de lo que hubiera podido espresar con la lengua.


María correspondia á este lenguaje en igual forma y
empezó á disfrutar de una dicha que hasta entonces le ha-
bia sido negada. Luis' estaba loco de contento; por supnes-
to que no se separaba de su querido amigo, y cuando éste
queria hablarle de abnegacion, de agradecimiento, del sa-
crUicio, Luis le interrumpia siempre, diciendo:


; -Bien, bien; déjate ahora de eso: tiempo tenemos para
cié& clase de esplicaciones. '


'i!Pero si á Felipe le estaba' prohibido el hablar sobre
ciertas' cosas, no podian impedirle la facultad del racioci-
nio, y al reflexionar á sus solas en todo cuanto le habia
pasado, en la traicion de que 'habia sido víctima, en las
estrañas escenas de aquel drama en que habia representado
el papel de pr~tagonista, y finalmente, en aquella tierna
afeccion, nueva para él, que de pronto se habia desarro-




88 LA. SOBERA.NIA.
Hado en su alma, inspirada' por la bella María, no podia
darse euenta de un cambio tan estraño.


y sin embargo, aun quedaba en su corazon. un resto del
inmenso amor que habia profesado á Margarita; á aquella
muger indigna que tan infamemente lo habia vendido.


Esto no podia esplicár~elo.
Una rivalidad de amor, tal vez, una comun pr~te!!sion


al cor~ de María, por su cariño, sus cuidados y su sacri-
ficio, podia ser y debia ser lo que él sentia, la verdadera
palabra del enigma; pero al propio tiempo, por una aber-


. racion estraña de nuestra naturaleza, no queria que este
, pensamiento llegara á ser cierto é hiciere callar su razon;


rechazaba la evidencia y preferia, cosa bien estraña en ver-
dad, una oscuridad llena de turbaciones y de inquietud á
una claridad resplandeciente y llena de encanto.


Para llegar al fondo de su corazon, no necesitaba mas
que descender un grado; pero, como un niño perezoso y


, terco, se hahia aferrado en una idea y no se atrevió á ir mas
léios, ó lo que es lo mismo á profundizar la verdad.


Esto no obstante, preciso fué que al fin se hiciera luz,
que la verdad triunfara y, aunque humillado, no pudo me_
nos de reconocer una cosa; que amaba á María. Mas de una
vez se avergonzó de su derrota, mas de una vez se des-
preció á sí mismo por es'perimentar un nuevo amor, despues
de haber creido su desgracia tan grande, tan inmensa que
hasta le impulsó al suicidio; mas de una vez se juzgó dé-
bil, inconstante y hasta cobarde; pero siempre acababa por
triunfar.la razon, por presentar ante sus ojos la realidad
y esta realidad era, que sin poder olvidar completamente
á Margarita, no solo amaba, sino que adoraba á María ..


Sin embargo, tal es la hipócrita habilidad del orgullo,




~ACIONAL. , 89


que supo bien pronto hallar escusas para justificar esta
coiifesion, que no habia tenido mas remedio que hacerse.


Felipe se decia que era estúpido enterrarse p,n su do-
lor por la pérdida de una mujer ingrata, sin procurarse ali-
vio y curacion; que era locura' no querer ser dichoso,
cuando aun podia serlo y la providencia lG indicaba el ca-
mino; que la venganza mas segura y mas cruel contra
Margarita, no era dejarse morir legándola eternos remordi-



mientos, mas ó menos terribles, sino vivir y que ella le
viera dichoso en brazos de un nuevo amor.


, Desde que se hizo estas reflexiones se consoló y hasta
, se consideró feliz.


La convalecencia avanzaba y, casi sin transicion, pasó
rápidamente de la contrariedad maS dolorosa al mas dulce
abandono. Ninguna de estas impresion~s pasaban desaper-
cibidas para 'María, ni para Luis, que leian en su corazon
como en un libro. Afortunadamente para Pelipe todas esas
pequeñas alegrías, tan seductoras cuando verdaderamente
se ama, todos aquellos inocentes placeres de que, por' una
mezcla de delicadeza y de falsa vergüenza, se habia siem-
pre privado, no solo los aceptó sino que los busc6 ávida-
mente. Amaba y se lo confesaba á sí propio, regocijándose,
y se entregó ya, sin escrúpulos, á todas esas encantadoras
inocentadas que hacen á los amantes .tan felices.


- .


'Delante de la casta y pura niña, es cierto que no se
atrevia á hablar de ciertas cosas pasadas; además, que le
estaba terminantemente prohibido; pero la contemplaba
horas enteras con un placer, que léjos de inspirarle como
otras veces ardores llenos de cólera y de remordimientos
le conducian á un éxtasis lleno de delicias y de tranqui-
lidad. En vez de alejarse de ella, permanecía siempre á su


TOMO JI. ',;'!'I ,~,




90 LA. SOBERANIA


lado, aprove.chando todas las ocasiones de estrechar su mano;
en la mesa, inventaba mil astucias para n.o tocar mas que


.


aquello que :María habi~ tocado; y, para encontrar sus de-
dos bajo un plato ó· bajo cualquier objeto, se arriesgaba á
ridículos atrevimientos, .que haci~n latir su corazon.


Estas niñada§ y estas ilusiones eran las mas gra.ndes
felicidades de su nueva vida.


Era compleiamente dichoso y María, como el lector
compr~ñderá, despues de haber sufrido tanto, al v~r esta
trasformacion, gozaba no menos que él.


Sin embargo, todo no era ilusion en este nuevo paraiso;
desde que Felipe comprendió que amaba verdaderamente á
María, se habia operado en él un completo cambio.


Su pasion por Margarita le habia hecho impaciente,
susceptible, egoísta, brutal en sus pensamientos, cínico en
sus deseos, inquieto y exigente en sus placeres; pero, in-
sen,siblemente, este menosprecio y esta indiferencia ha-
bian desaparecido ante su amor naciente; insensiblemente.
se vió arrastrado y seducido por un sentimiento mas tier-
no, mas melancólico, mas reconocido; habia tornado á ser,
jóven, apasionado, cariñoso y agradecido para con aquellos
. que le amaban; complaciente y solícito con los que sufrian;
habia llegado á estimarse á sí propio y su alma se enorgu-
llecia con un amor tan sa~to y tan puro.


Era sobre todo ese sentimiento de pureza lo que le en-
tusiasmaba en su nueva pasion, y cuando la comparaba con
los ardores, con el heroismo que él habia esperimentado al
lado de Margarita, comprendió por la primera vez la enor-
me distancia que separa la niña de la mujer, la inocencia
de la astucia, la juventud de la belleza.


En María, en su carne como en su espíritu, todo reve-
I




NACIONAL. 91
laba el indecible encanto de las cosas que empiezan á vivir;
el encanto de la niña, el de la flor que. entreabre su capu-
llo cubierta, aun del rocío de la mañana.


Margarita le habia seducido, le habia arrastrado por su
espléndida belleza, por su maravillosa elegancia, por sus
estudiadas maneras, por la altivez de slJ. carácter, por su
talento; María consiguió trasformarle y encantarle, por su
gentileza, completamente natural y espdhtánea, po:r su
franqueza é ingenuidad, por su frescura, por su gracia, por
su inocencia, por el divino pudor que se revelaba e:n cada
una de sus acciones 6 palabras, por la limpidez tranquila
de su mirada de ángel.


Margarita, en el' tiempo de sus locuras y en medio de
los esplendores del lujo, se le presentaba generalmente pro-
vocativameÍlte escotada; el pecho casi al descubierto, los
brazos desnudos, los labios rojos, la boca sonriente é inci-
tadora, los ojos reflejando constantemente un flúido provo-
cador: llegaba. á él, le estrechaba en sus brazos, colocaba
con lujurioso estudio la cabeza sobre su pecho y lo inunda-
ba de deseos y de· voluptuosidad.


María, por el contrario, para hacerle ~sperimental' una
inmensa alegría, no tenia mas que aparecer ante sus ojos
cubierta con una modesta bata de lana cerrada hasta el cue-
110 Y llena de gracia por S'1 estremada sencillez; si le mi-
ttiba sonriendo, Felipe sentia estremecerse todo su. sér y
todó el dia. guardaba en .su pecho una indecible y tierna
emociono


AlIado de ~1argarita habia constantemente vivido como
calenturiento y atormentado por los deseos perennes del
sensualismo; al de María, gozaba de tranquila calma y era
completamente dichoso en su dulce felicidad.







92 LA SOBERANIl
Así fueron -pasando los dias y al cabo de un mes, Feli-


pe casi estaba ,completamente restablecido, pero aun' no
I


salia de casa.
Esto poco le importaba; la felicidad le sonreía en ella y


en ninguna parte se encontraba mejor que al lado de su
bella enfermera.,


Sin embargo de que ya se habia levantado la prohibi-
ciorr,de hablar~e ciertos asuntos, pues el peligro habia
desaparecido, ninguno se habia aun atrevido á romper el
silenóio, ni hacer la menor alusion á las pasadas desdichas;
en unos, tal vez por delicadeza, en otros indudablemente
por vergüenza.


Solo un dia, Luis, se permitió hacer observar á Felipe
una circunstancia, apro'vechando la ocasioD en que ambos
arreglaban unos papeles; la de que la letra del anónimo
que éste recibió en Valencia y la del recibido por María la
víspera de la fuga con Margarita, era exactaIT.ente igual,
es decir, que procedian de la mislna mano.


Felipe ignoraba que la pobre María hubiera asistido, de-
trás del portier, á aquella escena de delirio y de amor, q ne
fué, como si dijéramos, el prólogo de los desaciertos subsi-
guientes.


,El rubor de la vergüenza enrojeció sus mejillas~
Pero ¿quién seria aquel infame que de tan viles medios


se habia valido para destrozar el corazon de aquella pobre
niña? ¿quién, el que con satánicQ intento, le hizo salir de
Valencia para que viniera inmediatamente á Madrid para
ser testigo de la mas negra de las villanías?


En vano Luis y Felipe se devanaban los sesos por bus-
car la clave de este enigma.


Como ~1aría nú habia tenido secretos para Luis, éste se




NACIONAL. 93
hallaba enterado de todo, hasta de las circunstancias mas
insignificantes, y, dando vueltas á su imaginacion, vino á
fijarse en una idea; en la de que Catalina la planchadora
no debia ser estraña á esta historia y que por ella podrian
al merios sacar algo en limpio.


Pero Catalina habia desaparecido; hacIa un mes que se
habia mudado sin dejar á nadie las señas ~ su nueva ha-
bitacion. •


Tal vez habia comprendido que podia llegar este caso y
proouró evitar el compromiso, haciendo, como suele decir-
se, la procesion del niño perdido.


En la imposibilidad de poder averiguar nada por el mo ..
mento, tanto Luis como Felipe resolvieron dejarlo á la suer-
te, calculando que tal vez, mas tarde 6 mas temprano, la
casualidad les revelaria la clave de este enigma.


A todo esto, ni Felipe, ni María, se habian esplicado;
continuaban amándose pero sin decírselo.


¿Para qué'? ambos estaban convencidos de su amor y
satisfechos de sí mismos ¿para qué mas'?


Sin embargo, este platonicismo no podia durar toda la
vida; era preciso, mas tarde 6 mas temprano, descender
á la real y positiva, pero como quiera que ambos temian
romper el silencio, preciso fué que un tercero se encargara
de hacerlo, de dar al traste con aquellas meticulosidades y
delicadezas, que, al estreillo á que habian llegado las cosas,
eran ridículas' é improcedentes.


Además" todos aquellos que se interesaban por María y
por Felipe, calculaban, con gran fuerza de razou, que era'
preciso evitar que este último volviese á las andadas, no
fuera que por casualidad tropezase en el mundo con su in-
grata Margarita, y todos sus buenos propósitos, su arre-




94 LA SOBERANIA


pentimiento, SU nuevo amor, viniesen por tierra al mas-li~
gero soplo ~e cierta inc@nstante diosa.


Para conseguir que esto no llegara á sucQder, era preci-
so lig~r á Felipe con ciertos lazos, aprisionarle en las redes
de himeneo.


i


Don Eugenicr, don Juan y Luis, habian tenido ya varias
conferencias s~cretas, poniéndose de acuerdo sobre lo que
debían bacer.


Los momentos 'eran preciosos y la cosa urgía, pues el
facultativo habia exigido, de igual suerte que en la con~1a­
lecencia de María, que Felipe fuera á pasar un par de me-
ses, si era posible, á las Provincias Vascongadas, donde ha-
llaria un completo restablecimiento y recuperaria la, salud
perdida.


Hallábase reunida una tarde toda la familia, y en ella
incluimos á LuiR y á dOfi Juan, porque, verdaderamente~
podían conceptuarse parientes mas que amigos, segun el
cariño, . la solicitud y el interés que siempre habian mos-
trado en todos los sucesos anteriores.


Se discutia sobre el punto que se deberia elegir, en Na-
varra ó Vizcaya, para que Felipe fuese á.pasar en él la tem-
porada del verano, segun habia indicado el médico, cues-
tion bastante delicada por el estado de guerra en que se
encontraba y aun se encuentra aquel pais, invadido por
las facciones carlistas.


Cada cual emitió su opinion, viniendo á fijarse esta, por
unanimidad, eligiendo como pueblo el mas á propósito para


'el objeto el que lleva por nombre Aldaz,situado en el valle
de Larraun y á seis leguas y media de Pamplona; sitio de~
Hcioso por su situacion pintoresca, sus puros aires, sus ri-
q u ísimas aguas y por el carácter sencillo y noble de los ha-
bitantes.




NACIONAL. 95
Aldaz es un pueblecito de poco vecindario, solo tiene


28 casas y 58 vecinos.
Lo que mas decidió á todos á elegir este mejor que cual-


quier otro, rué, además de sus buenas condiciones higiéni-
cas, el que la persona mas pudiente y mas respetable del
pueblo lo era un próximo pariente de don.Juan .


. Bastaba una simple indicacion de éste ~ara que Felipe
fuera en Aldaz recibido, considerado y festejado ~omo un
hermano.


Es necesario conocer el carácter navarro, para compren-
der la solicitud, el esmero, y la espléndida generosidad con
que acostumbran á obsequiar á los forasteros; todo les pa-
rece poco y hasta se agravian y se ofenden si no se ace ptan
sus servicios con igual franqueza que ellos los ofrecen.


Resuelto ya definitivamente el punto principal, era ne-
cesario determinar el dia de la partida, pues el facn] tati vo
habia dicho que cuanto mas pror..to seria mucho mejor ..


De repente, Luis se dirigió á Felipe interpelándole en
los siguientes términos:


- ¿Supongo que no partirá~ solo?
-¿Y con quién he de ir'? .. si tú fueras tan bueno gue


te· decidieses á acompañarme ...
-Deseos nome faltan, pero me es absolutamente im-


posible, al menos en estos dias.
-~y por qué'?
-Porque me tiene muy ocupado la remision de un cua-


dro que envíoá la esposicion de Viena y que tu enferme-
dad me ha retrasado.


-¡Cuánto te debo!. ..
--A mí no me debes nada; hice ni mas ni menos lo que


tú habrías hecho en mi lugar ... pero es lo cierto que tú no




96 LA SOBERANIA
puedes marchar solo y es necesario escogitar un medio.


-i,Y cuál? mi tio tiene tambien muy abandonados sus
asuntos y no le será posible abandonar por ahora á Ma-
drid.


, -Es cierto, replicó don Eugenio, con esta ausencia de
dos meses todo 10,-, tengo abandonado.


-Tampoco yo puedo ofrecerme, añadió don Juan, por-
que he sido nombrado para desempeñar una plaza en el mi-
nisterio de Fomento y no parece bien pedir licencia en es-
tas circunstancias.


Sin. que Felipe, ni María se apercibieran, don Juan y
don Eugenio cruzaron con Luis una espresiva mirada y una
significativa sonrisa. I


Por lo visto habia llegado el momento oportuno.
-Díme, añadió Luis dirigiéndose resueltamente á Fe-


lipe y colocándole su mano sobre el hombro, ¿por qué no te
acompaña tu esposa'?
":-¿~1i esposa'2 r~plicó Felipe, volviéndose con rapidez y


fijando sus ojos en los de Luis, que le miraba sonriendo.
-Sí, hombre, tu esposa ... nada mas natural que, sea


I .


ella la que te acompañe: al fin y al cabo se trata de un via-
je de recreo y el punto de residencia me parece perfecta-
mente elegido, p'tl.ra pasar lo que llamamos la luna de miel.


-¡Ah!
Felipe lo comprendió todo, lo adivinó todo; no tenia


duda, su tio don Juan y su amigo Luis estaban de acuerdo,
y habian preparado aquella escena.


El, por su parte, se consideraba feliz, pero no se atrevia
aun á desplegar sus labios; limitóse á mirar tiernamente á
la encantadora María que, habiendo CQmpréndido tambien
la alusion, permanecia silenciosa, con los ojos bajos y eu-;




NACIONAL. 97


bierlas sus frescas mejillas de un carmín mas rojo que el
. de la amapola.


-Vaya, vaya, niños, añadió Luis, con ci~rta volu-
bilidad deliciosa, basta de tontun~s y de remilgos; vengan
esas manos y estrechémoslas ... ¿qué digo las manos'? nó


. ,


señor, los brazos ...
• y uniendo la accion á la palabra, obligó á María y á


Felipe á q ne se levantasen y se uniesen -en un estrecho
abrazo; despues continuó: •


- Sed felices, inocentes tortolitas... el tio consiente,
el señor don Juan lo aprueba, y yo ... yo lo ~xijo ... ¡vive el
cielo que estoy mas contento que unas pascuas!. ..


María babia vuelto á caer sobre su sillon; sus labios no
se h'lbian desplegado pero gruesas y titiladoras lágrimas
rodaban por sus mej illas ... ¡eran de alegr-írt, y de felicidad!. ..


Felipe estrechó entre sus brazos á Luis: la emocion
le ahogaba.


-Sí, sí; abrázame, que bien me lo merezco ... buenos
ratos l.Oe has hecho pasar; pero te veo feliz y todo lo doy
por bien empleado.


- Pero, se atrevió á decir Felipe tímidamente, para el
-


arreglo de nuestra boda, para que :María pueda acompa-
ñarme con ellejítimo título de esposa, ¡vamos á tener que
esperar mucho tiempo! ...


-Calla, ingrato, calla y no desatines, replicó Luis,
¿crées que yo hubiera indicado la necesidad de que hicie-
ras el "Viaje con tu mugercita, sino lo tuviéramos todo pre-
parado de antemano?


Pregúntale á tu tio, pregúntale á don Jua.n, que han
trabajado en estos dias lo que tú no les podrás agradecer
jamás.


1'OMO 11. 13





98 LA SOBERANIA
-¡Mi amado tio!. .. jmi querido amigo!. .. esclamó Feli·


pe estrechando la mano de ambos ...
-Sí, mi querido sobrino, replicó don Eugenio, todo lo


tenemos preparado y arreglado... vuestra boda puede ve-
rificarse dentro de ocho dias y todos nos conceptuaremos


, .


dichosos por haber cont~ibuido á vuestra felicidad.
La ceremonia quedó pues a plazada para el sábado de


la semana siguiente; inmediatamente despues deb-ian po-
nerse los- novios en caUlino para N a varra, donde pasarían
un par de meses, si el estado del país se lo permitia.


María estaba co~o trasfigurada; 'tal era el esceso de su
felicidad.


Felipe se habia convertido en el hombre mas solícito,
mas cariñoso, mas amante del mundo; se extasiaba con-
templándola, admirándola y si alguna vez por casuali-
dad acudia á su mente el recuerdo de Margarita, lo dese~
chaba inmediatamente con disgusto y como avergon-
zado.


Sin embargo, un dia en que, por un incidente estraño
y casual, paseando por la Fuente Oastellana con su amigo
Luis, se tocó esta cuestion, Felipe dijo á su amigo:


-¿Sabes, Luis J que estás en una deuda cOI}-migo?
--¿De veras? replicó a:quel sonriendo; podrá ser, pero


no recuerdo ...
Dudando yo un dia de que hubieses amado nunca, me


ofrecíste, para probarme que padecia error, contarme la
historia de una muger á quien habias amado con delirio y
á la cual, despues de haber desgarrado tu corazon, tuviste
la geñerosidad de perdonar.


-Verdad es que te lo ofrecí cuando estabas enfermo ...
de alma y de espíritu y para acarrearte al buen camino,




NACIONAL. 99
pero hoy lo conceptúo ya inútil puesto que la oveja estra-
viada ha vuelto á su redíl.


-'-Eso no importa... todo lo que te pertenece me inte-
resa y teDgo curiosidad de saber ...


-Puesto que te empeñas, preciso será darte gusto; sin
embargo de que el recuerdo de cierlas estenas, de ciertos
hechos, de ciertos dramáticos episodios, afligen mi <?orazon
de una manera terrible.




Te dije que habia amado tanto cómo tú, que habia sido
tan cruelmente engañado y no te he mentido.


La única dift3rencia que existe entre tus amores y los
mios, es que tú reDdiste culto á una señora de alta clase,
de posicion elevada, de la sociedad dorada, en tanto que
yo habia dedicado todo mi amor, toda mi existencia, á una
muger de la mas ínfima clase; pero en el hecho todas son
iguales: la tuya vive impenitente, la mia ha muerto ar-
repentida y; positivamente, i Dios ha debido perdonarla!. ..


-Sentémonos, si te parece bien, replicó Felipe, al pié
de aquel.árbol y fuera del paseo, y así no vendrá nadie á
int~rrum pirnos.


-¿Con qué te empeñas'?
-Tengo curiosidad en saber esa historia ... además tie-


nes empeñada tu palabra.
-Es cierto, y voy á cumplirla.





CAPITULO VII


Historia de Enriqueta.


.


Dirigiéronse a] bosquecillo que se halla detrás del res-
taurant, sentáfonse al pié de un árbol y Luis dió principio
en ~stos términos:


«Ouando entré por primera vez como discípulo suyo en
el estudio del famoso y malogrado pintor sevillano E ...
CU) a reputacion ha llegAdo á ser europea, tenia yo apenas
diez y l'1iete años y acababa. de perder á mi padre.


Bien ~abes que no soy el hijo de un príncipe, y en su
consecl1encia, pre~cindo de hablarte de mi nacimiento: el
autor de mis dic¡s erasimplemente un pobre ingeniero ci vil,
cuya carrera por aq uella época estaba bien poco atendida
por los goLieruos que se han ido sucediendo, si Lien mas
tarde se puso de moda y hemos tenido no pocos ministros
pertenecientes á aquel ramo.


Por única fortuna me dejó UDa esmerada educacion, al-
gunos muebles, y un capital que apenas ascendería á mil
duros; capital que no provenia de sus economías sino del
dote de mi pobre madre, muerta antes de haberla yo co-
nocido.




It (: o de /.1/ f:;~'::"/ -,~,;-:'l'
LA SOBERANlA NA.CIONAL. ;:;: 101 1 ~~~ ".


Mil duros para esperar ocho ó diez años á q' ~ ~~/<>~:~ .)
oreara una posicion, como comprenderás son bl C~~'~~:'.~)"
~ ~:r~ __


cosa.


Tenia un tio labrador en uno de los pueblos de Estre-
madura, y que, llevado de su buen deseo, rqe ofrecia llevar ...
me á su lado y tratarme como á sus propios hijos, pero yo
rehusé el ofrecimiento porqu~ se me habia Ihetido en la ca-
beza ser pintor, llegar á conquistar el honroso iítulo de
artista.


Este capricho, ó esta vocacion, la palabra la dejo á tu
eleccion, me habia sido inspirada por un vecino mio, hom ...
bre simpático, retratista de gran mérito, y que viéndome
jugar muy amenudo en el patio de casa, me habia suplica-
do una vez le sirviese de modelo para retratar un tambor
en cierto cnadro histórico que representaba una batalla;
famoso cuadro en el cual trabajaba hacia mas de diez
años, yen el que fundaba sus mayores esperanzas.


Mi apostura y desparpajo le habian gustado mucho, y
yo vol vi muchas veces á verlo, entreteniéndome, por serIe
agradable, ya lavando sus pinceles, ya limpiando S'l pale-
ta ó bien encargándome con mucho gusto de hacerle al-
gunos recados.


De tal modo llegué á cautivar su estimacion, que, to-
mando gran interés por mi, me enseñó un poco de dibujo,
otro poco de italiano y muchas picardigüelas.


Cuando me vió bien decidido, de~pues de la muerte de
mi padre, á ser pintor y á trasladarme á Madrid, me dijo:


«Está bien; cada cual debe seguir la inspiracion de sus
pensamientos; predisposicion tienes para lldgar á ser algo
y voy á darte una carta de recomendacion para E... que es
uno de los primerl»s artistas de nuestra época, que tiene un




102 LA SOBERANíA
entraiíable cariño á sus discípulos y que lleva su genero-
sidad hasta el estremo de no -exigir honorarios á aq ueilos
no favorecidos por. la forturia.


Es positivo que, con mi carta de recomendacion, las
puertas de "SU e~tudio te serán abiertas y no tendrás que
preocuparte por el coste de tu educacion artística.»


Efectivamehte, larecomeI!dacion de aquel noble amigo
fué perfectamente recibida, y E ... me dijo, con una amabi-
lidad que no tendré nunr.a palabras bastantes para agra-
decérselo, que podria trabajar en su casa todo el tiempo
que bien me pareciera, sin pagar un céntimo.


Su estudio 6 su taller se encontraba por aquel entonces
en todo Su esplendor, y éramos por lo menos sesenta los
discípulos inscritos; cinco 6 seis trabajaban formal y con-
cienzudamente, los demás eran hijos de faI1lilia que se da-
ban al lujo de la pintura, con objeto de pasar algunos años
en Madrid, y ocultar su nulidad bajo el honroso nombre
de artista.


Como es natural, penetré en el estudio como el recluta
que por primera vez entra en fuego; es decir, con una
mezcla de alegría, de miedo y de orgullo.


Como era bastante torpe y mi traje provinciano no
cortado á h. última moda, los compañeros empezaron por
burlarse de mí; sin saber cómo, llegaron á averiguar que
mi enseñanza era gratuita, y hasta se me miró con cierto
desprecio.


Pasé como suele d~cirse el noviciado y cuando, por un
resto de noble orgullo, traté de incomoda:rme, hasta se
permitieron levantarme la mano.
D.llr~nte un año, te lo juro, pasé mas noches llorando


que durmiendo, pero acabé por consolar¡ne, repiti~ndolli~




NACIONAL. 103
sin cesar que llegaria un dial en que tendria mas talento
que todos ellos y que á mi vez podria humillarloR.


Teníamos una gran sala destinada al estudio del n3.tu ~
ral, donde trabajábamos ciertas horas de la mañana.


Cuandú el modelo era despedido, yo agarraba mi paleta
y mis pinceles y me iba á trabajar al mu~eo y por las no-
ches, de 7 á 10 á la academia de S. Fernando: yo era in-


..


cansable; en nada pensaba, ni nada me preocupaba sino el


trabajo: esta vida duró por espacio de cuatro años.
En este espacio de tiempo, asómbrate, solo habia gas-


tado la mitad de mi capital, ó lo que es lo mismo unos diez
mil reales, por lo cual mi estado no era muy lucido, pero lo
mas importante para mi, era que habia llegado á ser uno
de los discípulos predilectos del maestro y casi todas las
semanas, trabajando en horas estraordinarias, tenia la sa-
tisfaccion de presentarle un boceto ó un cuadrito pintado
á mi manera, que él recibia siempre con gran placer; por
supuesto que yo tenia buen cuidado de buscar asuntos que
á él le agradasen.


U nas veces era una madre dando de mamar á su hij o;
otras un pobre ciego pidiendo una limosna; otras, una vieja
lanzando con una mano á su hija desnuda en los brazos de
un asq ueroso viejo y con la otra recibiendo una bolsa, pre-
cio de aquel mercado infame.


Empezaba á cre~rme en fin bastante dichoso para no
temer nada y confiar en el porvenir.


Un día del mes de Marzo, y aquí es donde debes redo-
blar tu atencion, estábamos todos los discípulos reunidos
en el gran salon, trabajando, cantando, fumando y dicien-
d? no pocas insolencias, como es costumbre en esta clase de
reuniones y entre estudiantes; el modelo se hallaba sobre




104 LA SOBERANIA
la mesa y la chimenea ardia grandemente, comunicándonos
su benéfico calor, porque en la calle hácia un viento frio
como en el mes de Enero.


De pronto, una preciosa muchacha penetró en la sala
abriendo la mampara.


-¿Por quiéD_ pregunta V~ la dijo aquel de nosotros que
se hallaba mas próximo á la puerta.


Todos dirig~mos nuestros ojos hácia aquel lado, creyen-
4


do que seria alguna mU,chacha que venia en busca de su
amante, y curiosos por saber cuál de nosotroS era; pero la
jóven balbuceó algunas palabras que no pudimos entender
y el que primero la hubo interpelado la respondió indicán-
dola el discípulo mas antiguo y q ne en ausencia del maes-
tro hacia sus veces en el estudio.


La jóven avanzó tímidamente por en medio de los ca-
balletes y de las sillas.


- Señores, dijo en alta voz el que representaba el maes-
tro y despues de haber cruzado algunas breves palabras
con la muchacha, esta señorita viene á suplicar se la con~
ceda servir de modelo en n uec;tro taller.


-Bien, bien; pero antes es preciso verla, contestaron
algunas voces.


La jóven pareció no comprender lo que aquello signifi-
caba.


-¿No habeis servido aun de modelo en ninguna otra
parte'? continuó el que llevaba la palabra.


-No señor.
-Eso se adivina á primera vista, pero antes de acep-


taros, esos señores desean veros.
La jóven no contestó una palabra, limitándose á hacer


un movimiento de hombros.




NACIONA.L.


'. ~~¿No me ha comprendido V~
., -Nó, caballero. ..


..,.-Pues.hija mia, la cosa es bien sencilla: ne es posib18
acceder á su pretension sin saber antes si sirve para él
objeto.


Cierto es que tiene V. una cabe~a pr~ciosa, pero ¿y el
resto? .. qué diablo, aquí no somos hombres, no nos ooupa-
mas mas q~e del arte, Y' si quiere V. servil de model(), pre-



ciso es que se desnude y suba sobre esa mesa. Ven Marta;
bájate y deja tu sitio á esta señorita .... entretallto tú pue-
des calentarte un poco. •


El modelo descendió del tabladillo dirigiéndose á la. es-
tufa para calentarse, pero la jóven recien llegada:no se mo-
vió dtll sitio en que se encontraba, y de pálidas que estaban
sus megillascuando penetró en el estudio, se tornal'on en
un rojo color de cereza.


Tran,scurridos algunos instantes dió algunos paso~ oamo
para marcharse; dudó un momento, elevó sus ojos al cielo
y volviendo hácia nosotros repentinamente arrojó su man-
ton sobre una silla, desprendió los corchetes de su traje, y,
uno á uno, con los ojos fijos en tierra, fué despojándose de
toda su ropa interior.


La casualidad hizo que yo me hallase próximo á ella y
para ayudarla á subir al tabladillo le ofrecí mi mano: con
los brazos cruzados sobre el seno, con la cabeza baja, con
los labios temblorosos, pe~maneció de pié, por espacio. de al-
gunos minutos, en medio de treinta ó cuarenta milq.das ávi·
d3.s, que, estudiando sus fovmas, la alab~b?-n ó la Qfiiica-
ban.


En cuanto á mí la encontré e:p.cantadora. Repre~eILtaba
apenas diez y seis años; sus cabellos eran de un Dubio pá-


TOMO JI. I~




1M I,A SOBBltAl(ÍA.
lido, sus ~jos azules yespresivos, sus pestañas largas y p.s-
pesas; la forma tIe la cabeza de un óvalo perfecto, el cuerpo
jóven, fresco, túrjente y sonrosado como jamás habia yo
visto otro parecido.


Pasados unos diez minutos, que indudablemente debie-
ron ser de horrible angustia para la pobre muchacha, des-
cendió del tabladillo.


-¿Cómo se llama V11e preguntó el'que desde el prin-
cipio babia llevado la palabra.


-Enriqueta.
-Pues bien, puede V. venir la semana próxima, desde


el Iünes, á las 9 de la mañana.
Enriqueta se visii6; su tlJilet no fué de larga duracion:


una sencilla y modesta bata de indiana, uoas enaguas y
un manton aUombrado constituian todo su traje; pero una
cosa nos sorprendió en ella, á la cual DO estábamos acos-
tumbrados, y era que toda su ropa interior era blanca como
la nieve.


La pobre jóven se despidió de nosotros dándonos gra-
cias.


-Al verla hacer tantas monadas para desnudarse, dijo
el modelo que abandonó la estufa para volver á ocupar su
puesto, casi llegué á creer que esa muchacha tenia algu-
na enfermedad en la piel y que por eso la daba vergüenza .


. _- Eso consiste en que tú no puedes coro prender ciertas
cosas, porque no sabes lo que es el pudor, la replicó uno de
los discípulos.


- ¿De vera~1 ¡vaya una tonta!. .... cuando me decidí á
servir de modelo, habia mas hombres en la sala, la prime-
ra vez que esto sucedió, que puede haber, hoy aquí y no
por"eso me ruboricé.


,




NACIOYAL. 107'
,Una vez decidida á una cos~ es preciso aceptarla con


todas sus consecuencias.... t Quién la mandaba venir si no
estaba decidida á ser ... fiscalizada'?


Al Iúaes siguiente, con objeto de elegir un buen sitio,
llegué al estudio primero q ne ninguno de mis compa +
ñeros.




A los pocos mementos Enriqueta entró.
Dirigióse á la estufa y en ella seeó sus piés mojados y


ateridos por el frio. •
Aunque yo no esperimentaba la necesidad de calentár-


ma, me aproximé tambien á la estufa, con objeto de con-
templarla mas de cerca.


Entonces fijando los ojos en mí:
_ .. iOn! caLallero, me dijo con una voz dulce y fresca,


¿si se dignase V. ser tan amable que me i,nstruyese con
anticipacion de lo que debo aquí hacer hoy?
-~luy sencillo, señorita, la contesté, será preciso que


permanezca V. inmóvil, porcierto espacio de tiempo, en la
I _


actitud ó posicion que indicarán á V.
-¿Como el.otro dia.?
-Exactamente.
La muchacha no me replicó, pero yo pude observar que


sus mejillas se tiñieron del mas vivo carmin y como rubo-
rizada.
, --No se asuste V., continué diciéndola en el tono mas


dulcemente posible; y á renglon seguido procuré hacerla
comprender que el arte era casto y santo, que nosotros no


, la veríamos sino á través de este prisma y en fin, hice uso
de todas las mentiras de la estética mas pura y mas tras-
cendental.


Los compañeros empezaron á invadir 'la sala y '0· 'me





108 LA SOB.ERANIA
callé, -ocupándome esclusivamente de preparar mi lienzo y
mi paleta.


Poco á poco fueron negando mis condiscípulos y cuan-
do cada cual hubo ocupado su puesto, se empezó á tra-
bajar.


Yo me habia
c


colocado en primera fila, precisamente
frente á Enriqueta.


Mario,. que así se llamaba aquel de los compañeros que
en ausencia del- maestro le representaba en el estudio, la
habia colocado en una pasicion muy bella, pero atroz, por
lo incómoda; de pié, el cuerpo un poca encorbado, el pecho
saliente y los brazos cruzados sobre la cabeza.


La pobre muchacha habia consentido en cuanto de ella
se exigió, pero no ha.bian trascurrido diez minutos cuando
empezó á moverse, y el cansancio y la fatiga no la permi-
tian continuar en tan incómoda postura: un concierto de
murmullos y de reclamaciones, mas ó menos dulcemente
acentuadas, estalló en la sala.


- ¡Que perdeis la posicion; - no os movais;-levantad
un poco la cabeza;-no dejeis caer el brazo!


Enriqueta trataba de obedecer á todo el mundo, pero
llegó un momento en que no acertaba á complacer á tan·
tos, y sus ojos, preñados de lágrimas, me dirigieron una
mirada suplicante: aquella mirada me canmovió.


, -La pasicion en que ha beis colocado á eElta jóven, dije
yo con dulzura, pero al propio tiempo con firmeza, es una
posicion tan violenta como difícil.


Es positivo que no la hubieseis dado á ninguno de
nuestros modelos, ya acostumbrados por la práctica, y se la
dais á una pobre niña y el primer dia de su debut; eso no
es caritativo, ni es justo.




KACIONAL. 109
Una.salva de aplausos y de risotadas acogió mi natllral


o bservacion.
--¡Luis se ha enamorado del modelo! ..... ¡Luis quiere re-


presentar el papel deprotectorI -i Abajo Luis! etc. etc.
Yo escuché sin desconcertarme todos aquellos 3.pÓStro-


fes y continué en tono tranquilo y reposad~.
-Vamos á ver; basta de tontunas y de broma i,quereis


..


aprovechar la sesion, sí, 6 no? si estais por la afirmativa,
. .


dejadme que yo la coloque en una posicion aoadémica y
al mismo tiempo conveniente.


-N6, n6;-sí, sí,-contestaron varias voces, segun
las mas ó menos simpatías que yo disfrutaba entre mis
compañeros.


Dos 6 tres de los discípulos mas antiguos y mas carac-
terizado$ acudieron á mi socorro poniéndose de mi parte;


.


el.triunfo fué mio y me dejaron que yo colocara á mi gusto
el modelo.


Coloqué á Enriqueta en una postura fácil, natural yeon-
veniente; la hice sentar sobre un taburete que cubrí con
mi bIus-a; con la cabeza vuelta hácia mi sitio; cruzada de
brazos y con el dedo índice de la mano derecha apoyado en
el nacimiento de los labios y como en actitud reflexiva.


Al tocar sus brazos desnudos los hallé frios y tembloro-
sos.; indudablemente toda su sangre se habia detenido en
el corazon y la pobre niña ni siquiera tenia conciencia de
su situacion.


Todos volvimos á comenzar nuestra tarea: Enriqueta no
apartaba -los ojos de mí, suplicante y reconocida á la vez;
sin duda me pedia consejo y apoyo.


Con la mirada yo la sostenia y la daba ánimo y ~ sin qu.e:
ella se atreviese á sonreirme, eomprendia yo en la es ..




110 LASOBERANIA
presion de sus ojos, todo un mundo de agradecimiento.


Llegó la hora del almuerzo, durante el cual se conce-
dia media hora ,de asueto 'y de descanso.


La mayor parte de mis ~ompañeros se iban á la calle á
almorzar en cualquier hosterÚi. ó bodegon económico; los
menos permanecfamos en el estudio, dándonos por todo re-
galo, Q.D. panecillo, con alguna otra friolera que traíamos


'-


por lal~niñana.
Enriq ueta,habiéndose vestido á medias y envuelta en


su manton, vino á nuestro lado, colocándose cerca de la es-
tufa.
~Ie pareció natural ofrecerle la mitad de mi panecillo, y


aunque al principio rehusó aceptarlo, pude conseguir que
participase conmigo de mi frugal almuerzo.


Naturalmente, empezaron de nuevo las burlas y las
sátiras entre los compañeros que habian quedado 'en el
taller.


Yo estaba avergonzado de aquellos gritos, de aquellos
dicharachos, de aquellas pesadas bromas, no tanto por mi
sino por ella, pues lo. infeliz, ruborizada hasta el estremo,
la ví casi á punto de romper en sollozos.


Afortunadamente el maestro apareció de pronto.
Vióá Enriq ueta y le agradó; como era un hombre muy


. atento y muy fino, la trató con cierta urbanidad y cierto
cumplido que fué una severa leccion para todos aquellos
aturdidos.


Desde aquel momento una reaccion completa se operó
entre todos mis condiscípulos; mis desvergonzados cama-
radas, que hasta entonces solo habiane~contrado defectos
á la pobre niña, declararon á una voz que era encantadora
y la rodearon colmándola de alabanzas.,




NACIONAL. 111


Claro está; el maestro habia emitido su opiniony sufa"-
HO.debia respetarse.


Te confesaré con franqueza que aquel súbito ca,mbio DO
me lisonjeó en lo mas mín1m.o, pero como al partir fué á
mí únicamente á quien dedicó la mas encantadora de las
sonrisas, me consolé bien pronto, y medi& hora de~pues,
cuando me dirijí al museo, casi me consider~ba completa-
mente feliz: á fuerza de mirarla fijamente por espacio de
un par de horas, el amor habia penetrado. en mi corazon.


A la mañana siguiente, ya no era Enriqueta la pobre
niña abandonada de la víspera; todos los compañeros se
apresuraban y se disputaban 'ofrecerle dJlces, pasteles,
poniendo en juego todas las seducciones que son costum-
bre en los estudios de cierta clase; pero Enriqueta, sin em-
bargo de agradecer con estraordinaria amabilidad todos
aquellos obsequios, no aceptó ninguno y fijando sus oJos
en los mios, parecia decirme: no tengas cuidado, tú eres
el único á quien prefiere mi corazon.


Cuando negó la hora del almuerzo y á pesar del círcu-
lo que la rodeaba, pretendiendo obligarla con sus obsequios,
se dirijió á mí, y con voz dulce y acariciadora, me dijo:


-Sr. D. Luis, ¿no habeis traido hoy vuestro panecillo'?
Nunca habia esperimentado yo· semejante emocioD;


aquellas sencillas palabras me trasformaron completamen-
te: eran para mí la suprema dicha.


Porsupuesto que yo ya venia preparado, y al panecillo
habia añadido un gran trozo de salchichon de Vich y media
docena de pasteles de casa de Botin.


Mira lo que son las mujeres mi querido Felipe: cuando
nos aman, participan con nosotros con la mayor alllgría has-
t.a. un pedazo de pan seco, así como, no contando con su ca""'




112 LA SOBHBANIA
riño ó sus simpatías, no aceptarán de nuestras manos, por
apetito que teng'an, el faisan mejor trufado de casa de
Lhardy.


Permiteme este axioma filosófico en gracia de su sen-
eillez.


Desde aquepmomento, puedo deeir que ya no fuí dueño
de mi mismo; no vivia, no dormia, no pensaba mas que en
ella, pero no era completamente dichoso, porque DO sabia
como declararla, mi amor, en la duda de que'si seria ó no
bien. recibido; además, me asaltaba el temor de que iba á
'perderla de vista bien pronto, porque el lunes de la sema-
na siguiente debia ser reemplazada por otro modelo.


Con una. audacia, con una resolucion de la que yo hoy
mismo me asombro, me atreví á suplicarla si queria venir
á mi casa, donde podria servirme de modelo para un cua-
dr() que debia yo empezar.


La súplica fué hecha bien timidamente; con igual ino-
cencia y buena fé fué aceptada por ella.


Cuando esto se supo en el taller, produjo la notioia una
esplosion general; se me acusó inmediatamente de atenta-
do contra la moral pública, y algunos camaradas, que ha-
bian tenido la misma intencion que yo, no me perdonaron
jamás el haberme adelantado y, á hurtadillas, se atrevie-
ron á hacerle la misma súplica para la semana siguiente.


Enriq ueta vino á mi casa en el dia y hora en que ha-
bíamos convenido.


Tú comprenderás que allí no era cuestion de que me
sirviera de modelo en ninguna de las posiciones del ta-
ller.


Empecé, pues, un estudio de cabeza; pero en realidad
ela bien poeo lo q116 tl'abajaba: mis ojos se fijaban mas




NACIO!'iAL. 113
tiempo sobre el modelo que sobre el lienzo; me detenía á
cada mInuto y ella misma teni~ que llamarme varias ve-
ces al 6rden.


Ella me contó su historia, por cierto bien sencilla y
bien triste: su madre, abandonada por su marido, habia
venido á ser querida de un sastre, hombm de un carácter
tan brutal y tan violento, q ue contínuamen~e las levantab~
la mano.




Cuando Enrique~ apenas contaba 16 años, aquel bár-
baro habia querido venderla á uno de sus vecinos, dueño
de un almacen de lienzos, con el que tenia ciertas cuentas
.Y trapisondas.


La pobre niña se habia escapado de su. casa, refugián-
·dose en la de una de sus amigas de mas edad que ella y
que en otro tiempo la habia ofrecido participar de su cama
y su mesa; pero bien pronto tuvo, necesidad de, escapar,
tambien de allí, por razones que no quiso decirme, pero que
yo adiviné fácilmente, por el carmín de que se cubrieron
sus mejillas al referirme todas estas cosas.


Acosada por la necesidad, sin parientes y sin amigos,
á quienes dirijirse, no encontrando trabajo en los almace-
nes de costura, y habiendo oido decir que en los talleres de
;ciertos pintores se pagaba perfectamente á las jóvenes que
querian servir de modelo, sin saber lo que aquello significa-
ba, ni que era lo que de ella podria exijirse, se presentó en
el estudio de nuestro maestro, por ser el mas bien reputado.


Para ella era el último refugio: el dia en que se pre-
sentó ante nosotros no habia comido en 24 horas, y la era
,necesario decidirse ~n tre la p~osti tucion ó servir de modelo~


Durante la semana que la tuve en mi casa fué para mí
un verdadero estado de fiebre y de delirio.


TOMO n.




114 LA. SOBERANfA
. Entre paréntesis, me habia olvidado decirte que aun·


'. que muchacho soltero y co~o contaba con algunosrecur--
sos, no quise nunca ocupar un cuarto en ninguna de esas·
detestables casas de huéspedes en qUe generalmente habi-
tan la mayor parte de los estudiantes.


Tenia un cua~tito, alquilado y·amueblado en la calle·
, '


del Horno de la,Mata; compuesto de tres piezas,una de las·
cuales, por sus buenas luces, me servia de estudio.


Comía y cenaba, ya en la fonda de los Leones, ya en
la de la plaz uela del Cármen, ó bien en la pastelería de Bo'-
tin, para economizar y gastar menos.


Volviendo pues á Enriqueta, todo el dia lo pasábamos'
juntos: la llevaba cOJ;lmigo á almorzar y á comer, y por la
noche la acompañaba hasta su casa, que era la de unos
honrados artesanos que vi vian en un piso cuarto de la ca- ..
11e delCarbon, y que por la módica cantidad de tres duros,
al mes, la tenían alquilada una alcoba con su cama.


, Llegué á amarla como un loco, pero al ver su candidez:
y su inocencia, la grandeza de mi amor era tal, que la de--
fendia siempre contra mis propios deseos.


Todos los di as intentaba hablarla y hacerla mi declara-
cion, pero llegaba la noche y la dejaba en la puerta de su
casa, sin haberme atrev~do á desplegar mis labios.


En fin, el domingo llegó, yel solo pensamiento de que
me iba á abandonar, y que tal vez otros mas atrevidos se
burlarian mas tarde de mí, dióme valor y al fin hablé.


, i,Qué quieres que te diga'? sucedió lo' que era natural,
lo. que no podia menos de suceder ... ni aquella noche, ni
las' demás, volvió Enriqueta á su cuariito de la calle del
'Carbono


Tú has sido amado, lo eres como pocos pueden lison-·




NAClO~AL. 115
jearse, y comprenderás mejor que otro alguno si yo seria


I


feliz.
Enriqueta era completam'ente una niña; modelo de


candor y de inocencia, todo la causaba sorpresa ó placer;
mi cuartito era bien modesto y completamente descuidado;
como habitacion de soltero; ella lo arregló, lo limpió, lo
puso en fin como una tacita de plata. •


El obsequio ma~ insignificante la cau~a~a una alegría
estraordinaria; una caja de alfileres, una flor, un pañuelo,
un cuello,"'la entusiasmaba tanto, la proporcionaba tanta
satisfaccion, como á otra clase de mugeres la s!rilplevista
de un billete de banco: un dia que la compré un trajecillo
de lana y seda, que me vino á costar unos cuatro ó cinco
,duros, fué talla esplosion de su gratitud, que parecia ha-
her perdido el juicio.


Desde que empezaron estas relaciones, mis visitas al
-estudio del maestro fueron menos frecuentes y mas cortas;
me limitaba á asistir á clase por las mañanas; permanecia
allí un par de horas, mientras ella dormia, y vol via preci-
pitadamente á casa para que almorzáramos juntos".


Ya, en todo el dia, no nos separábamos.
Cuando hacia buen tiempo, nos íbamos á comer al cam-


po, eligiendo siempre los sitios mas pintorescos, ó mas so-
litarios; como en :Madrid sabes que hay pocos en que ele-
gir, dábamos generalmente la preferencia á la casa de
campo, para cuya entrada me ha:tia procurado un permi-
so, ó bien á las alamedas del Pardo, pasada la p aerta de
hierro.


Allí, Enriqueta, corria y saltaba como una niña, persi-
guiendo á las mariposas, ó buscando nidos de pájaros. '


Muy amenudo tambien, emprendíamos nuestra cami-





I


116 J.,A ~OBERA.NÍA
nata, á pié, Y con nuestra merienda en un pañuelo, hasta.
la Alameda del Duque de Osuna, donde yo tenia un ami--
gQ empleado en aquella :posesion y donde se nos permitia
entrar y permanecer tod·o el tiempo que quisiéramos.


Jugábamos y triscábamos 'por aquellos preciosos jardi~
nes, hasta que, ya rendidos., veníamos á ocupar un asien-
to debajo de cualquier cenador ó gruta, ydespues de con-
sagrar algunos momentos á los besos y á las caricias, tan
naturales,-eil dos séres que se aman, sacaba yo un libro de'
mi bolsillo, y mientras ella, reclinando su cabeza sobre
mis 'rodillas, se quedaba dormida, yo leia y las horas tras-
currian tranquilas y deliciosas.


Esta vida duró cinlco meses; cinco meses de felicidad,
sin un disgusto, sin la mas ligera nube; pero un dia que
se me ocurrió hacer arqueo y ver en qué estado me encon-
traba de fondos, me hallé con que de mi capital apenas me
restaban mil reales, y que sin que al p:¡recer hubiéramos
hecho el menor esceso, ni cometido la mas mínima locura,
habíamos pulverizado en cinco meses casi el doble de lo
que yo solo había gastado en dos años.


Esto era bastante desagradable, pero, en mi presun-
cion, no juzgué el caso sin remedio ... ¡pobre inocente! ..•
¡cuánto n:e engañaba!


Yo ya, en mi arte, sabia lo suficiente, es cierto, para
que no nos muriéramos de hambre, pero esto no obstante,.
hice cuadritos y paisajeg, sin firmarlos sin embargo,
porque ya empezaba á t~ner mi orgullito, los cuales ven-
dia á ciertos prenderos que yo conocia, y que me los paga-
ban á tres ó cuatro duros,'para ganar ellos un ciento ó un
dos cientos por ciento; á mitad de precio me encargué'
igualmente deldibujo en madera para varias ilustraciones",




NACIONAL ... 117


A,su vez, Enriqueta, quis.otambien contribuir con su
trabajo al gasto de la casa; sabia coser en blanco perfecta.-
mente, y como estaba además decentemente vestida, el
primer día que lo· solicitó, halló trabsjo á jornal en casa de
una alemana, en la calle del Cármen, que tenia tienda y


, taller de confeccion: en el mismo taller al~orza bá y comia.
Desde entonces ya no, podíamos vernos,~ ni reunirnos


mas que por la noche, y nuestras partidas de campo hu-
bieron 'de limitarse á los domingos.


Apesar de todo, aun éramos dichosos, porque nos amá-
bamos.


Enriqueta, sin embargo, empezaba á estar menos ale-
gre y se mostraba menos dulce y cariñosa para conmigo.


Su gran preocu pacion habia sido siempre el vestir bien,
en la esfera modesta en que nosotros vivíamos, pero desde
el momento en que no me fué posible satisfacer todos sus
caprichos, aquella preocupacion habia adquirido mayores
proporciones.


Cuando nos reuníamos por la noche y antes de retirar-
nos á nuestra casa, dábamos un paseo por la carrera de San
Ger6nimo, Espoz y Mina, Cármen, Montera y otras varias;
era cuestion de', permanecer horas enteras delante de las.
tiendas y estasiada en la contemplacion de10s escaparates.
~Me oprimian el corazon, á cada momento, las quejas,


las lamentacioneo y los suspiros que se exhalaban cor:ti-
nnamente de sus labios; ya se lamentaba de que su vestido
estaoa,yu.muyajado, ó pasado 'de moda; que su velo 6 su
mantilla habia perdido su primitivo color negro; ya se
sulfuraba 'porque el espejo que teníamos en casa era anti-
guo y demasiado pequeño, y otras muchas tontunas que
me hubieran ,hecho reir, si no hubieran causado profundo




118 LA SOBERANIA
dolor en mi corazon, porque.; te lo confesaré, yo, sufria de
verla en aquel estado de exaltacion y de disgusto con~inuo,
y mas aun al considerar mi impotencia para satisfacer sus
caprichos.


Sin embargo, como y o .no veia en estos síntomas' otra
cosa que la píca~ra influencia y mal ejemplode sus compa-
ñeras de taller, seguro de la bondad de su alma y creyendo
que aquello seria pasajero, me tranquilicé, y hasta me con-
solé, reflexionando que llegaria un dia en que podria.pa-
garla con usura su sacrificio.


Un sábado, y era por lo que recuerdo tres semanas
despues de haber entrado en el taller, se despidió de mí
por la mañana mas tierna y mas amorosa que de costum-
bre; me hizo mil caricias., estampó en los mio~ sus ardien-
tes labios, volvió nuevamente desde la puerta cuando ya
se marchaba; y volviéndome á besar con cierta zalamería,
me previno que no me inquietara si aquella noche no ve-
nia á dormir, pues en el taller habia mucho trabajo y la
maestra habia suplicado á todas las obreras, que, si que-
rian velar, las abonaría doble jornal.


Ni siquiera concebí la menor sospecha; quedé conven-
. cidísimo de que cuanto me habia dicho era verdad y me
lisonjeaba con la idea de que vendria el domingo por la
mañana y podríamos J;>asar el dia alegreqiente, yendo á
hacer una visita á mi amigo de la Alame~a de Osuna.


Pero pasó la noche y la mañana del domingo, y Enri·
queta no parecia: verdaderamente esto me puso en cuidado
y sin embargo del propósito que nos habíamos hecho de
que yo jamás pareciese por el taller, para no dar lugar á
hablillas y murmuraciones, cojí mi sombrero, y, á las tres
de la tarde, me dírijí á la calle del Cármen.




NACIONAL; 119
La tienda y el taller, que ocupaba el entresuelo, esta-
b~n cerrados y sin embargo de que llamé repetidas veces
nadie me respondió.


¿Qué habia sido de ella'?
¿Dónde habia pasado la noche'?
Lo 'que yo pasé fué terrible, pues tam}>oco pareció en


casa en la noche del' dpmingo. __
Apenas fué de dia ya estaba yo nuevamente en.la tien-


da de la caUe del CArmen; devorado por una impaciencia
febril, dominado por una escitacion creciente, ansioso y te-
meroso de saber la verdad.


Hasta las ocho no me fué posible ver á la maestra.
Por ella supe que hacia tres semanas que Enriqueta DO


trabajaba ya en su casa, y, lo mas sensible para mí, era
que ninguna de las muchachas del taller pudo darme no-
ticias de su paradero.


-Volví á mi casa; me parecia que la cabeza se me iba á
saltar en pedazos, que mi razon se escapaba ...


Como estaba solo, maquinalmente me dirigí al estudio
de mi maestro; me senté en mi silla delante de un lienzo,
abrí la caja de pinturas, cogí la paleta y los pinceles como
si"hubiera querido ponerme á trabajar,pero de pronto dí un
gmto',y caí al suelo de espaldas privado completamente de
sentido.


Despues supe que me trajeron los compañeros á mi casa
y que:permanecí ocho dias entrela vida y la muerte, exal-
tado por un delirio espantoso.


El maestro se portó conmigo en aquella ocasion, prodi-
gándome1á.s.mas delicadas atenciones y cuidados, y ha-
ciendo paracG~mig() las veces de padre.


Cuando volviá la razon, me hallé en una sala de dis ..




120 LA SOBERANIA.
tinguidos en el Hospital general, á donde se me habia tras-
1adado para que estuviese. mejor asistido.


Tenia una fiebre cerebral y continué cuarenta y cinco
dias, delirando, gritando, blasfemando y preguntando á
todo el mundo por Enriqueta.


En fin, al cabo de algun tiempo pude volver á mi casa,
curado de cuerpo, pero el corazon ... ¡ah! aun sufro cuando


,


recuerdo todo aquello.
" Compréndelo bien, hasta entonces yo no habia ámado,


ni habia sido amado de nadie.
Poco á poco volví á mi trabajo y á mis ocupaciones acos-


tumbradas, pero con la felicidad habían huido, habían vo-
lado de mi alma, la bondad, la pureza, la alegría ... habia
dejado de ser un niño para trasformarme en hombre.


- Mi primer cuidado fué buscar á Enriqueta, pero á pesar
de mis esfuerzos y de mis investigaciones, no pude encon-
trrir su huella.


Entonces caí en una melancólica tristeza que llegó á
convertirme casi en un sér estúpido é indiferente á cuanto
le rodea. •


Así vivia silencioso y abatido con mis recuerdos, cuan-o
do una mañana me encontré en el estudio del maestro con
María, con aquella muchacha descocada que nos servia de
modelo el dia en que, por primera vez, se presentó Enri-
queta en el taller.


Por ella supe cómo y de qué manera habia sido enga-
ñado; hé aquí lo que me contó.


Durante el último mes de nuestros amores, en vez de ir
al taller de su maestra, como ella me lo decia, Enriq ueta,
arrastrada por el demonio tentador dellnjo, y en su deseo
de ganar dinero para comprarse galas, habia ido á ofrecer-




. NACIONAL. 121
se: como modelo y ha bia sido admitida por uno de esog fo-
tógrafos ~in vergüenza y SiD pudor, en cuyos talleres' se,
fabrican para el estereóscopo esos indecentes grupos, que
la policía decomisa cuando los encuentra, y que habrás
visto vender descaramente por los cafés por ciertos indus-
triales ambulantes. •


Enriqueta habia sido conducida allí por una de sus com-
--pa!ieras da costur.á. y aUí la habia visto María.


• Pero, COlPo la mayor parte de las casas de esos fotógra-
foS son una especie de lupanares,bienpronio se vió ase-
diada por las mas tentadoras proposiciones, y arrastrada por
el irresistible y fascinador deseo del lujo, cedió á los d'ésEJos
de UD americano que se la habia llevado á viajar poralgun
tiempo á Andalucía.


Creyéndola perdida para siempre, aunque no del todo
consolado, al calcular que ya no la veria mas, encontraba
en este pensamiento cierta paz -y cierto bienestar; pero,
¡qué cruelmente fuí deseLgañado!


Mes y medio despues, recibí una carta de Enriqúeta: es-
taba en Madrid y queda verme.


Leyendo aquella carta, comprenjí, por vergonzosa que
fuera hasta para lUÍ mismo semejante confesion, que á pe-
sar -de su traicion, aun la amaba, y adquirí la certidumbre
de que si la veia, pasada la natural escena de las quej~s y
lo~ teproches, acabaría por perdonarla y labraria de este
modo la desgracia de ambos.


Semejante debilidad era por otra parte indigna de mí;
y estit'ltltlexion me dió la luerza de voluntad suficiente
para no· oontestar á aquella carta.


Volvió á escribirme de nuevo; me pedia humildemente
,perdon, añadiendo, que si yo' no asistiaá la cita que':me da-


'1'01010 JJ. 16




122 LA 80BERAKIA
ba, ella vendria á mi casa y yo no tendria valor para arro-
jarla á la calle.


Tampoco contesté á su. seg]llndobiHeteyen el espacio
de quince dia-s no pareeí por, mi nomieilio, quedándome por
las ilochesá dormir en .. caw. de un amigo.


Creíame salvapo, cuando una mañana.la ví entrar en
el taller del maestro: venia como en otro tiempo para ser-


e


virnos de modelo, para lo cual habia hablado con a:tticipa-
cion al ~ueen~re nosotros regenteaba en la clase.


Decirte lo que yo esperimenté á su vista, es imposible;
hasta llegué á creer por un momento que iba á ser nueva-
mente víctima de un acceso de fiebre, ó de un trastorno ce-
rebral.


Sin embargo, me revestí de valor y la miré frente á
frente, sin inmutarme; pero ¡ay! ya no era aquella mujer la
que yo habia amado .
. ~. Sus ojos respiraban cierto res'plandor de insolencia; su


aire de andar mas desenvuelto, su gesto mas gracioso é in-
citativo; retorcia sns cabellos de una manera provocadora;
sus hombros habian adquirido mas desarrollo; sapecho era
mM ancho y elevado ; su voz, menos pura y menos fresca
tam"bien.


Quisieron algunos ayudarla á colocarse en posi-cion,
despues de habérsela esplteado, pero ella no lo permitió.


-¡Oh!' es inútil, dijo con cierto desenfado, yo no soy ya
la inocente y torpe niña de otro tiempo.


y en un abrir 'Y cerrar de ojos se despO'jó de sus vesti-
dos, que eran de una riqueza insolente '1 sin ayuda de
nadie, subió al tabladillo mirándonos eón el mayor des-
earo.


-¿Estoy bien asíY preguntó sonriendo.




NACIONAL. 123
Para mis compañeros todos estaba muy bien; para mí


estaba horrible.
Era precisamente la misma posicion'de la primera vez;


me tocó ~ de -la misma manera fren te á frente, y clavó sus
oj os en los mios.
~Era aquello un desafío ó una súplicat lo ignoraba, pero


tuve el amar propio suficiente para no retroceder y me hice
..


á mí mismo:eljurament.o, de no huir su mirada, de no de-
o jartné venoer!: 'esto, sin embargo, yo sentia latir mi cora-
'zon con estraordinaria violencia, me consideré débil y en
el primer descanso que hicimos cambié de sitio.


Durante los diez ó doce minutos de descanso, me con-
\


vencí que positivamente' su intencion era mortificar mi
amor propio, martirizarme, desafiarme, porque, asediada y
festeJada'por todos mis compañeros, en vez de mantenerse
en una situacion decorosa y digna, á todos contestaba con
la sonrisa en los labios; les permitió todas las liberta~s
que quisieron tomarse con ella; se sentaba. sobre las rodi-


,


Has deaqnellos que la atraian hácia sí; y hasta recibió dos
ó tres besos sin enfadarse, ni mucho menos mostrarse ofen-
dida.


En cuanto á mí, hubo un momento ,que creí que iba á
asesinarla, porque cogiendo un cortaplumas que ter da en
la caja de pinturas, lo abrí y estuve á punto de lanzarme
sobre ella y clavárseloen la garganta.


Afortunadamente, venció la reflexion y me contuve.
·Cuando salió del estudio, me asomé á una ventana que
dab&~4''la calle y la ví subir á una berlina de plazaqne la
estabaes\,&rando ,en la puerta.,


Esta ciDeunstancia me probó que no era la necesidad la
que la habia obligado á volver á servir de modelo, pues




124 LA SOBERANIA
claro estaba que cuando tenia dinero. para. pagar un car-
ruaje por horas, no lo necesitaría para comer.


En su consecuencia, la habia conducido allí el amor, la
desesperaci.o.n ó _ el deseo de vengarse de mi, por nQ haber-
me dignado contestar á sus cartas.


Durante una Sf3mana entera sufrí este' horrible martirio;
yo esperimenta~A todos los tormentos,- todos ;108,dolores de
los celos.y de mi amor propio ultrajado y sin embargo, para
no declararme vencido, p~rano demostrar mi debilidad,..tu-
ve el cruel plaeer de verla todos los días; además, estando
ella allí, tenia por lo menos la seguridad de que no servia
particularmente de modelo á ningun otro, y aunque esto
debiera haberme sido indiferente,por desgracia no lo era.


Pero, te lo rep~to-"aquena situaoiQn~raatroz, y yo DO
creo que ·pueda habar tormentos .mashorribles que los que
yo esperimenté en aquellos ocho días.
---:En.fiIi~ desapareció del taller, pasada la semana, sin que


hubiésemos cambiado ni una sola palabra Y volví á caer en
mi primitivo abatimiento; siempre estaba temblando-dé
vérmela aparecer en mi casa, pero, con gran sorpresa mia,
no pareció.


'Trascurrieron seis meses sin que ni siquiera oyera ha-
blar de ella: me fuí tranquilizando poco á poco y llegué
á creer aquel asun!o terminado para siempre.


¡Ah! desgraciadamente no fué así.
Una noche, al retirarme á casa, observé, á la luz del ce-


rillo que llevaba encendido para subir la escalera, una mu-
jer ac~rruca.da en,elúltimo descansillo: en el acto conocí á
Enriqueta y quise volver á bajar, pero ella me detuvo .


. --"':'Si efectivamente me has amado, esclamó, deteniéndo-
me por el brazo, ten piedad de mí yescúchame dos palabras:




NACIONAL. 125


81$ voz débil y apenas inteligible me impresionó.
',Abrí la puerta ,de mi cuarto, entré, y encendí luz.
Ella me siglli6:
Estaba pálida, demacrada, sus ojos hundidos, sus meji-


Has descarnadas, los p1mulos salientes; su traje de seda.
negro, ajado, desgarrado.:y lleno de lodo..


-Vengo en busea: tuya, me dijo despue .. s de sentarse,
porque como eres la única persona que me ha querido en




el mundo y á quién yo verdaderamente he amado, eres el
único á quien puedo suplicar un 'favor ..


-Habla, la repliqué en es tremo contrariado, pero al
mismo tiempo conmovido.


-Estoy enferma y desáuciada por los facultativos: se-
gun parece, latísis se· ha apoderado de .mis pulmones y es-
toy en el tercer grado; nii 'sentencia no tiene ap~lacion y
debo morir dentro de muy poco tiempo. La muerte no me .
asusta, pero al saber mi fatal estado, he querido verte por-
la última vez y reclamar del hombre noble'y generoso á
quien tanto he ofendido, un servicio inmenso, un favor que
creo no me negará. '


-Contin*-a, repliqué yo cada vez mas afectado y no-
tando que las lágrimas acudían á mis párpados.


-Mañana debo ingresar en el ho~pital: procuraré que
llegua.á, ta noticia la sala en que me coloquen y el núme-
ro de'mi·cama •..


Prométeme, el" dia que yo muera, ir á reclamar mi
cuerpo i en.terrarlo en cualquier parte.


Me han' dicho que en el hospital, los cadáveres que no
se reclaman, son llevados á las salas de anatomia donde los
estudiantes los ,destrozan y hacen pedazos!... este pensa··
nliento me causa horror y miedo; tal vez' sea esto una ton-




126 LA SOBERA:~IA
tuna, porque, de~pues de muerta, poco importa que hagan
del cuerpo lo que quieran,' p6l'O, no lo puedo remediar,
tengo miedo; este pensamiento me preocupa en estremo y


o si tú quisieras prometerme lo que te pido, al menos mori-
o ria mas tranquila.


Volví la cabeza para ocultar mis lágrimas, porque al
verla tan desgraciada, tan enferma, casi moribunda, :i pe-
sar de- ~is resentimientos, mi corazon se llenó de una in~
mensa compasion.


-Vamos, vamos, pobre criatura, repliqué tratando de
dar á mi voz una entonacion tranquila y dulce, tal vez na
estás tan enferma como te han hechó creer.


-No, Luis, no me han engañado; lo conozc.o yo: ape-
nas puedo subir una escalera; la fatiga y latos me asesi-
nan; las palmas de las manos y las plantas de los pié s me
abrasan contínuamente y todos estos son síntomas qUfl no
~aejan lugar á la duda.


-Pues bien, si efectivamente te encnentras tan débil
en vez de ir al hospital, quédate aquí, que yo te', cuidaré.


-Imposible; sin embargo, yo te doy gf8cias. yagra-
dezco tu ofrecimiento como si lo aceptara ... Si no me hu-
biera portado tan indignamente contigo, si no te hubiera
abandonado, ya seria otra cosa.


Además tampoco tú podrias; mi enfermedad, como todas
las de su clase, duran mas ó menostiempo, p~edo morir
mañana, puedo no morir hasta dentro de algunos meses, y
tú tienes tus ocupaciones, tus estudios, tu trabajo que te
seria preciso abandonar .•. una efermedad como ,la mía
cnesta cara! ...


Comprendiendo su delicadeza en este punto, insistí, y
hasta se lo rogué; ella se resistió mw.cho, pero acabó por




NACIONAL. 127
ceder, reflejándose en sus demacradas facciones la mas ine-
fable alegría.


-Vamos, 4esnúdate y acuéstate, la dije.
-y tú?
-Por esta noche me basta con la hutaca; mañana ya


proveeremos. •
-Nó, Luis, eso no puedo permitirlo: bien comprendo


,.


que no podemos vivir como otras veces..... pero al menos,
toma un col~hon y una almohada. •
, Diciendo y haciendo, sac,ó un colchon, buscó sábanas


en la cómoda y me hizo una cama sobre un sofá y algunas
sillas.


Apenas fué de dia, me lancé á la calle y busqué un fa-
culta ti vo amigo mio.


No habia duda, la tisis fué realmente confirmada; pero
á fuerza de cuidados, rodeada de bienhestar y de tranqui-
Udad esperimentó rápidamente una gran mejoría; la t6~'-­
disminqyó, la respiracion fué menos fatigosa.


Llena de dulzura y de gratitud, vivíamos casi como en
los primeros dias de nuestro entusiasta amor, con la dife-
rencia sin embargo de que ambos evitábamos cuidadosa-
mente recordar nada que tuvie!"a relacion con el pasado .


. Despues de un mes de solícitos cuidados, la enfermedad
parec~ó estacionarse; Enriqaeta iba y venia, cantaba yar-
reglaba la casa con el mayor esmero, pareciendo haber ol-
vidado su tristísima situacion pasada; habia engruesado,
su tez habia recobrado su ternura y sus colores, únicamente
sus ojos 'conservaban cierta espresion de tristeza; pero si
físicamente ya no sufria, moralmente sufríamos amQos,
porque ambos nos amábamos todavía y vivíamos en una
situacion violenta, 'sin atrevernos á decir lo que pensába-


;




128 LA SOBERANIA
mos y lo que deseábamos, ella por temor y delicadeza, yo
por un resto de orgullo.


Una noche en que mehabia . quedado profundamente
dormido, me disperté repentinamente por efecto del alien-
to.ardoroso que sentí sobre mis mejillas.


Abrí los ojofi y ví á Enriquetainclinada sobre mi cabeza.
-¿Qué tienes'? ¿Qué quieres~ la'dijelln tanto sorpren-




dido.
-- ¡Óhl nada, respondió irguiéndose con precipitacion y


como avergonzada, queria únicamente ver sL dormias.
Pero inmediatamente volviendo á mí, añadió:
-A qué mentirte, no es verdad 10 que acabo de decir.


Vengo todas las nocheS á tu cama y colocándome de rodi-
Has, pido fervorosamente á Dios que me perdones aIl:tes de
que yo muera y me contento con darte un beso sin que te
despiertes. ,
~, Nada mas me dijo, ni yo tampoco entré en mas espli-


cacioues. La estreché en mis brazos y todo qued.6 Qlvidado.
A la mañana siguiente se empeñó en comprar una mo·


desta bata de percal como las que usaba en otro tiempo, á
lo cual accedí.


Fuímos felices por espacio de ·otros -los meses, pero al
cabo de este tiempo, una noche se vió atacada del fdo vio-
lento y de la calentura que tan en cnidado noshabia pues-
to antes; á la mañana siguiente, todos los sfntomas de su
enfermedad volvieron á aparecer mas dolorosos y mas vio-
lentos; ocho aías aespues no era mas gue nn cadáver: mu-
rió en mis brazos, bendiciéndome' y pidiéndome todavía
perdon.»


. Al Hegar, á este punto de su relato, Luis se detuvo un
mOlnentQ: 1~ lágrimas llenaban sus ojos, la emocion aho ..




NAClONAL/ . 129
:gaba su voz y durante algunos minutos 1l0r6 silenciosa-
mente.


Felipe profundamente afectado, no pudo menos de imi-
tarle y de sus párpados brotaron igualmente ardientes lá-
.grimas.


-Perdóname mi querido Felipe este e~ceso de debili-
d~d, dijo Luis despues que se hubo serenado _un poco, pero
este recuerdo doloroso me afecta siempre~


, .


-Nada tengo que perdonarte, comprendo perfectamen-
te cierta clase de dolores y he sentido al par el tuyo, es-
cuchando tu relaciono


-'Poco me resta ya que añadir y voy á terminar.
Solo la' velé y solo igualmente la acompañé.al cemen-


terio; por un estúpido orgullo,por no querer confesar á na-
die que la habia perdonado, no quise invitar, ni avisar á
ninguno de mis camaradas.


Al regresar á casa, al encontrarme en aquella habita-~
'Cion desierta, al contemplar aquel lecho en donde la pobre
j6ven habia dejado impresa la huella de su cuerpo, com-
prendí por la primera vez toda la estension de mi desgra-
eia: era. mi porvenir, mi alegría, .mi juventud lo que aca-
baba de enterrar en el cementerio.


Me arrojé sobre el.lecho y ,rompiendo en sollozos besé
eon, frenesí el sitio en que aun se veia la forma de su her-
mosaéabeza.


No sé cuanto' tiempo permanecí en este estado de locn·
ra, lo'que sí recuerdo es que para poder dormir y olvidar
me era preciso abusar de la bebida.


Despnes de. seis meses de está. 'terrible existencia me
-encontraba menos curado que el primer día .


. Entonces, no sécomó cruzó por mi iDiaginacion la me-




130 LA SOBERANlA.
moria de mi tio, vendí cuanto poseia, tomé un billete en.
la diligencia y me dirigí á su casa donde fui perfectamente
recibido.


Por espacio de un año me dediqué á las mas rudas fae-'-
nas del campo, laborando la tierra como el mas rudo de sus
peones; ~ra tau;infatigable en el trabajo que mi tio, com-
pletamente a~mirado y satisfecho tenia conmigo toda clase
de consideraciones.


Al cabo de este año, si bien no estaba consolad(), ad-
quirí sin flmbar'go cierta tranquilidad de espíritu que TIlO
causó m ucho bien.


Ptide volver á empuñar los pinceles y preparar mis
lienzos.


Habia visto la :p.aturaleza á través de la felicidad, la
habia cOfltp.mplado despues bajo el prisma del dolor, y ella
me habia hablado; ella debia ser en lo sucesivo mi única


querirta; la amé de todo corazon trabajando sin descanso por
~spacio de tre~ años.


Entonces y creyendo ya ser algo, volví á Madrid y pre-
senté seis cuadros á la Exposicion donde me recibieron dos.


Un solo critico me hizo el honor de ocuparse de mí y se
tomó el trab<ljo de comprenderme, pero era un crítico sin
importancia, por entonces, y nadie se ocupó de mí ni se
hizo gran aprecio de mis cuadros.


E-"to no irn plicaba para que ciertos usureros y chalanes
me los coro praran á bajo precio, rebajando siempre su mé-
rito, para de~pues venderlos con una ganancia exorbi~nte.


Cuando llegó la segunda esposicion, ya no se me reci-
bió ID<lS que un cuadro;- íbamos progresando.


A la ter(~era me los rechazaron todos, pero mi crítico,
-que era hombre de talento, habia hecho suerte y habia He·




NACIONAL. 131
gado á ore"arse una fortuna, dirigia á la sazon uno de los
mas reputados periódicos de Madrid; se enfadó por aquel
desaire 'que me habian inferido y me consagró dos magní-
ficos artículos; sus colegas en la prensa y el públieo inte-
ligente llegó á fijarse en que habia un pobre diablo, lla-
mado Luis, discípulo del reputado maestro E ... y que hacia
cuadros de algun mérito y valor.


Lo que sucedió, es lo que sucede generalmente; se dis.".
cutió mucho sobre el mérito de mis trabajos, empezaron los
encargos, se continuó por comprármelos á mas alto precio,
he llegado á adquirir ciertareputacion, y ahora solo se es-
pera á que yo muera para darles una importancia tripli-
-cada.


"Tal es la costumbre, por desgracia.
He terminado la historia prometida cumpliéndote mi


palabra y satisfaciendo tu deseo.»
Ahora volvámonos á casa, que se va haciendo tarde, yr-:--


la familia estará ya oon cuidado.
Ocho dias. despues se verificó, sin pompa ni aparato


ninguno el enlace de María y de Felipe, siendo sus padri-
nos, como era natural, su íntimo amigo Luis y la señora.
de D. Juan.


Cuarenta y ocho horas despues salían los novios para
Aldaocupando, dos asientos de primera clase de los ooche~
del ferro·oarril del Norte.


Dejémoslos seguir tranquilos en su delicioso viaje que.
tiem~ tenemos de encontrarlos y sufrir con ellos las nue-
'Vas amarguras á que por desgracia la suerte les habia con-
denado.




, '


CA,PÍTULO VII.


Continuacion de las memorias.-Un calabocero sÚl1sible.-Proyectol"
de evasiOIl.


Llegamos, hermanos mios, en la última sesion, al mo-
mento en que Angela y Zilda quedaron sumergidas de


-nuevo en la oScuridad y el horror de aquel espantoso cala-
bozo, á donde fueron conducidas de nuevo despues de haber'
sufrido su terrible martirio.


En tanto que llegaba un facultativo para curar sus he-
ridas, la mujer del alcaide las prestó' algunos ausilios y
con caritativa solicitud labó las tremendas llagas causadas
por el látigo.


Cuando se vieron al fip. solas, sentadas al lado la una
de la otra, estrechadas sus manos, heridas, estenuadas, tan
dignas de compasion, todo el valor y la energía que hasta
entonces las habia sosteni~o se debilitó por completo y rom-
pieron en un amargo, y copioso llanto al contemplarse en
tal estado, separadas de sus esposos, sin nadie que por ellas
se interesara, ni á quien vol ve\" sus ojos.


En efecto; el amor de madre es el mas santo segura-




LA SOBERANÍA NACIONAL. 133
mente, pero el amor conyugal es el mas dulce, tranquilo y
sosegado.


La absoluta posesion del objeto amado, la ventura del
deseo satisfecho, la comunidad y armon~a de derechos y
deberes, de bienes y desgracias, de esperanzas y aspira-
ciones, forman entre los cónyuges tan acorde sistema de


" pensamientos, que el cariño de ambos, al restablecer su
equilibrio, parece entrar en un período de reposo con rela-
cion á sus pasadas, ardientes y designales emociones.


En' este caso ya no existe la pasion arrebatadora porque
no hay obstáculos que vencer ¡no evisten los terribles celos
porque se posee por completo la llave y el conocimiento
exacto de todos los amantes tesoros que encierra el corazon
de la esposa 1


Nuestra alma, por una especie de intuicion, adivina
que aquel cariño ha de durar toda ]a vida, y que para con-
seguirlo es necesario que no sea violento, ni precipitadG~n
su marcha, porque entonces, fatigada el alma muy en bre-
ve, rodaria al abismo de la indiferencia.


El amor conyugal es, en mi concepto, el seguro puerto
de salvacion don,de descansa el bagel de nuestra juventud,
combatido hasta entonces por tan contrarios afectos, impe-
lido, ora á risueñas riberas, ora á erizados escollos.


La esposa que elegimos parece decirnos: Vén y des-
cansa.


En-mi encontrarás siempre consuelo, nunca falsía.
Mi amor será puro y desinteresado.
Si eres desgraciado no por ello disminuirá mi cariño.
Si eres feliz participaré de tu felicidad.


I


Otras mujeres desearon tus riquezas para gozar, yo para
manejarlas con economía; otras mujeres, para asegurarse




134 LA SOBERANIA.
de la. entera posesion de su víctima, te pedían pruebas de
amor, yo sulo trataré de proba.rte el mio.


y en efecto, ZUda así lo habia hecho y sufria tanto
como. Angela, ó mas si cabe, en aquel tétrico calabozo,
'pues al fin Angela tenia consigo aquel lazo de union, aque-
lla señal de alian~a,' aq uella sonrisa da Dios convertida en
carne j que se llama un hijo; aquella bellísima criatura
que para ZUda, . tan amante de los niños, era una gran
distraccion y un motivo de consuelo, porque el amor á los
niños es la piadra de toque de la ternura, en tanto que
Zi tda no habia tenido la dicha de ser madre, ni de esperi-
mentar tan casto y sublime amor.
iOh~ Aquí la pasion de padre me ciega y es imposible,


hermanos mios, que siga escribiendo mis apunt.es, si con
mi desaliñado estilo, con mi mal cortada pluma, trato de
definir el amor de madre.
~El cambio de una sola letra en una fórmula algebráica,


de uua sola sílaba en un versículo del testo bíblico hebreo,
ó de una sola palabra en una proposieion tellógica, puede
acarrear trascendentales errores, mas el cambio de un solo
acento en las palabras que se emplean para pintar el amor
de madre, puede hacer peq ueño, mezq uino, tri vial un
ai'Ull to tan di vino q U3 parece purificado por el incensario
de los ángeles.


Yo nada sé, nada soy, pobre emigrado que traslada sus
impresiones al papel tal como las siente y concibe, y, para
salir de este apuro, para resolver esta dificultad no hallo
mejor medio que colocar mi libro abierto ante una madre
y decirla.


«Escribe ahí, ¡oh madre!.)
Escribe unos cuantos renglones que espresen, si en-




NACIONAL.


enentras palabras, que pinten, si existen colores, el amor
_que esperimentas por tu hijo.


Entonces eS.a madre me diria: eJ amor de madre es el
mas santo de los amores: el amor de madre es la esencia
de la verdad!. ..


ro siento que quiero á mi hijo, como mi madre me
quiso á mí. '


Cuando nació, hacia muchos meses qu~ ya l~ amaba.
El era el bien- venido porque' era el esperarlo.
En mis entrañas lo concebí, de mi ~ismo cuerpo le


formé, con dolor le dí á luz, con mis pechos lo alimenté,
con mis vestidos le ce brÍo


Tan identificada estoy con él, que él es parte de mi
misma.


Él es sér de mi sér J alma de mi alma, sangre
sangre.


Él es mi paraiso y mi gloria.
Su amor es mi Eden.
Yo guié sus primeros y vacilantes pasos.
Yo le- enseñé á balbucear sus primeras oraeiones.


de mi


Yo aparté de su camino los tropiezos en que pudiera
caer por su ignorancia ó por su inesperiencia.


: . Yo le enseñé y le aconsejé.
- e Cuando, por seguir sus estudios ó la suerte de las ar-
mas, huyó á lejanos climas y me abandonó, le seguí con.
mi pensamiento y mis lágrimas 3 un no se han secado.


Cuando indiferente (al parecer) para mí, adoraba frené-
tico á otras mugeres, yo no dejé por eso de amarle; y,
cuando desengañado, triste, arrepeutido, volvía á mis bra·
zos, hallaba siempre en mí un tesoro de amor puro y de-
sinteresado, tan fuerte, tan robusto, que desafiaba toda.s las




13e LA. SOBERANIA.
ingratitudes; y le ofrecia un manantial de consuelo tan
eficáz y dulcisimo que calmaba todos sus disgustos.


De nuevo me olvidaba, y "de nuevo sufria; pero al.vol-
ver á mis amantes brazos, encontraba en mi corazon un
santuario en cuyo fondo siempre existe el perdono


Yo perderia pdr él mi existencia, compraría su felici-
dad á costa de roi desgracia, su ventura á precio de mis'
sufrimie n tos.


Mendiga y descalza recorrería el mundo de polo á polo,
buscando el' suste,nto para mi bijo querido.


Por él aceptaría basta la deshonra; besaria: la mano ds
mis verdugos y gozo~a daria por él la vida.


¡Ouán distinto es el amor del hijo!. .. generalmente so-
mos ingratos á tanto sacrificio.


Solamente, para completar la descripcion de este estado
particular del alma, por la exaltacion del sentimiento, di-
ré, que en el nombre de amor maternal que todos l~ apli-
camos, hay una redundancia, porque decir madre es 10 mis-
mo que decir amor.


El amor de madre es como una lluvia de diamantes,
cada una de cuyas gotas reflejára y concentrára un amor.


Puede hacer 01 \·idar todas las miserias al lado del hijo.
y despreciar las mayores pompas y graDdezas ausente de él..


El amor de madre, en una palabra, hermanos mios, es
lo que con mas fé, con mas entusiasmo, me hace creer en
Dios.


Hé aquí porque yo, á pesar de ser esposo de Ángela,
compadecia mas á Zilda, privada como lo estaba de la pre-
sencia de un esposo, y del consúelo de un hijo; así como
Krautzik, desde nuestro retiro, me compadecia mas que su
esposa porq ua me veia privado de. Ángela y de María.




NACIONAL. 137
,


Nosotros entonces ignorábamos aun que nuestras espo-
sas hubieran ~ufrido el bárbaro suplicio de los azotes; que
. aquellas dos desgraciadas hubieran sido tan cruelmente,
tan ferozmente atormentadas.


En tánto, ellas sumidas en su calabozo, padecian aun
mas que por sus propios dolores físicos por la cruel incer-
tidumbre sobre nuestro paradero, y por e~desenlace que'
tendria su prision. '


En cuanto á lo primero podriandudar; en cuanto á lo
segundo, Zilda sabia muy bien que en Rusia existen ejem-
plos de prisioneros políticos que han sufrido ocho, diez y
veinte años de calabozo, terminando por perder suce-
sivamente ' la razon, la inteligencia, la sensibilidad, la
memoria y convertirse por último en desgraciados autó-
matas, en ·pobres idiotas, en esclavos sellados con la es-
pantosa marca de la tiranía. .


Horrorizábanse ante esta perspectiva, y hubi~ran dado--
toda su fortuna, todo su sér, por l~ mas vaga esperanza de
evasion; porque la vjda sin sus esposos era para ellas una
muerte abreviada, un paisaje sin árboles hi horizonte, una
losa de plomo sobre el pecho, la asfixia moral, en fin.


Zilda, como mas al corriente de los usos y costumbres
del' pais, y mas eonocedoratambien del carácter d~ sus ha-
bitantes, fué la que se encargó de trazar el plan de eva-


I


sion; harto necesario desde el primer dia, pues previó que
estos', trascurririan llevándose en pos los meses, atrayendo
quizá los años, y con ellos la ruina de sus bienes, que es
la muerte del porvenir. '


Traseamó el primer dia que lo flIé para ambas, como
llevamos" diétro, de dolor así físico como moral y de in-
mensa angustia. '


TOllO n. 18




138 LA SOBERANJA
.No podian moverse ni menos estar en pié; ún~amente


las habian dispensado el fav,or de que ún. facultativo les·
hiciese una primera cura.


La humedad del calabozo era perjudicial á sus débiles
organizaciones, estenuadas por el sufrimiento, y el inten-
so frio de aquellas regiones; faltas como estaban nuestras
heroinas de estufa ó brasero, amenazaba ooarrear16s una
próxima enfermedad de pecbo, ó gangrena en sus heridas,
cuyosr~sultados hubieran sido funestos y con mas razon
para Angela, menos acostumbrada á aquel clima.


¡Oh! cuánto mas revolucionarios serian los pueblos, si
vieran, si comprendieran, si sufrieran lo que sus mártires,
sus apóstoles y sus profetas, padecen por la libertad de todo
el género humano,!'"


La Providencia, sin embargo, Dios, mejor dicho, el Gran
. Arquitecto del universo, hermanos mios, que nunca aban-


.. ~ .... ' dona á. sus traha/adores cuando padecen por la humanidad,
proporcionó á ZUda el principio de lo que ella llamaba su
plan. Hé aquí el carácter mas marcado, la prueba 'ma.s cla-
ra del poder, de la es'peranza. El prisionero, ,aherrojado,
falto de aceion y de rec:nrso~, falto de espacie y de luz,


. falto d.e, libertad. y de fuerza, falto de agentes y de medios,
no estA jamás falto- de planes. Zilda tenia el suyo, que, era
sencillísimo como concepeion, pero casi irrealizable como
ejecucion, para tentar siquiera el llevarlo á cabo. Trataba de
ponerse en oomunicacion con su esposo, y combinar con
éste el modo mas oportuno para salvarse ambas, ya por
medio de la fuga, del soborno, ó por cualquiera de esos mil
medios- que los prisioneros inventan (y los cal'Qeleros des-
truyen,) pero la Providencia., por esta vez, se inclinaba in-
dudablemente, á favorecerlas, pareciéndoles decir: «Basta
ya de dolor.»' «Post núbila Fhre bus.)




NACIONAL. 139
Rabia notado Zilda que el carcelero que las visitaba


con frecuencia, y era el encargado de traerlas la comida ó
vigilarlas, no era tan inhumano como su fisonomía demos-
traba. Era un pobre polaco, ya rusificado al parecer, pero
adicto en el fondo de su alma á su querida Polonia.


Para representar· aquel papel y obten~ este puesto de
confianza, habia necesitado sostener consigo mismo gran-,
des combates y poner en la balanza de su futura suerte, el
peso de una esposa y cuatro hijos, cuyo mantenimiento
dependía del sueldo que él obtuviera en aquella prision.
Mas cuando tenia á su cargo presos políticos, conspirado-
res, criminales, cuyo único delito consistia en haber que-
rido emancipar á Polonia, para que se sentara, coronada de
rosas, en este festin, en este banquete de la libertad que
celebran en el siglo XIX lo~ . libres pueblos de Europa, su
fisonomía se serenaba y juraba en su interior protegerlos,
indirectamente, sin que nadie, ni aun el mismo :prisione~.
ro, se apercibiera de ello. Era un placer del cual'nopodia
privarle el poderoso autócrata de todas las Rusias, si bien
en ello jugaba su cabeza el dia en que fuera descllbierio.


Empero, nada escapa á la penetracion de la muger'y
Zilda comprendió desde el primer momento que aquel hom-
bre' no se parecia á los demás carceleros. Su talento obser-
vador, su espíritu de muger, y su sagacidad de prisione-
ra, :1e: hicieron, como vulgarmente se dice, ver claro donde
otros ven oscuro, y comunicando á Angela sus observacio-
nes aguardaron ambas á que se presentara ocasion para in-
terrogarle.


No se hizo esperar, pues ha.bria trascurrido ~enas una.
hora despues de esta confidencia, cuando los cerrojos del
calabozo rechinaron sobre sus goznes, con el mismo pavo-





140 LA SOBERANIA
roso' estruendo de siempre, y el carcelero entró conducien-
do la comida para ambas. Indudablemente Zilda no se ha-
bia equivocad'o: ,.habia en .a9:uel blanco mantel, en aquella~
viandas, mas escogidas de lo que g~neralmente se ofrece
en las cárceles,' algo ,de ternura y afecto; un no sé qué de
atenciondelicad'isima. qu.e las conmovió. El carcelero, colo-
có todocuidadQ~amente sobre una mesita..y aproximando


L


dos sillas, que él espresamente habia traido, ya se disponia
á ré-tirarse, cuandoZilda le dijo:
~Amigo mio ¿podríais hacerme un favor? No sé por


qué vuestra fisonomía me inspira cierta confianza.
-No seria la primera v~z que los haya hecho, pero es-


toy de prisa; además nos está prohibido hablar con los pre-
sos y esto seria tan perj udicial para Vds. como para mí. Adios.


Indudablemente el carcelero temia comprometerse.
-Una pala~ra, por favor, dijo Zilda~ Necesitamos papel


. ---sr tintero: esto nos distraería. Cuanto dinero necesiteis en
cambio, no se os escaseará, tenedlo por seguro.


Los ojos del carcelero brillaron, no de codicia, aunque
I


en él hubiera sido disculpable pues tenia hijos" sino de
sentimiento y aunque temiera un castigo demasiado seve-
ro si era descubierto, no vaciló en replicar.


-Soy Polaco. Conozco á la noble Zilda y á su esposo y
con mucho gusto, á pesar de las prohibiciones, la prestaria
el servicio .que de mí exige, con tal de que .mejure guar-
dar el mas profundo é inviolable secreto.


-Lo guardaremos, dij eron ambas.
-Pues inmediatamente voy á traer lo que deseais.
-1 ViQÍoria! victoria! dijo Zilda batiendo palmas; el


primer favor lo tenemos conseguido yel primer paso es el
que cuesta.




NACIONAL. 141 , ,
~¿ y si se resiste á llevar la carta, 6 hacerla llegar ,á su


destino? objetó Angela.
-No seas niría. Él será el principal agente de nuestra


salvacion 6 quizás de nuestra fuga. '
- Parece buen hombre.
-Sí, pero debes dejar á mi cargo el c"dado de hacerle


mejor de lo que es. Cu~lquier precipitacion\6 imprudencia
nos costaría ,quizá una eterna separacion y á éll~ pérdida
su empleo y un castigo ejemplar.


Pocos momentos despues apareció el carcelero trayendo
de consigo un tintero,plumas, y algunos cuadernillos de
papel.


Zilda y Ángela, que no habian sido 'registradas á su
ingreso en la cárcel, podian disponer de gruesas sumas que
habian tenido ocasion de traer consigo y tentar así la codi-
cia 'de sus guardianes cuando bien les pareciera.


-Oid, dijo Zi1da: Vamos á escribir una carta y espera---..
mos confiadamente en que vos la hareis llegar á su destino.


-¡Imposible!
-Imposible ¿y por qué? ...
-Porque perderia el mio, dijo sencillamente el Argos,


y mi castigo seria aun mas terrible que el que ambas ha-
, beis sufrido.


-¿Y es eso lo único que os detiene?
--¿Os parece poco? tengo una pobre muger y cinco


criaturas que, al morir yo, quedarian desamparadas y pere-
cerian indudablemente.


-¿Ysiencontraseis fuera de aquí nnahonrosa, mas pro-
ductiva y mas noble ocnpacion?


-Sí, ¿pero como huiría á las investigaciones de la po-,
licía Rusa'?




,-


LA. SOBERA.NIA.


-Pasando al estraujero, dijo resueltamente Angela.
-Pero ....
-Nada de vacilaci()n~La casi seguridad que tenemos


de que no nos hareis traicion, la compasion ~hácia nosotras
que adivinamos en vuestros ojos el lazo que como compa-
triotas' debe: u~rllos contra la Rusia y la eonfianzaque
vuestras accioies nos inspiran, son parte para que haya
naciddep. nosotras el vehemente deseo de comunicarnos
con puestros esposos y que abriguemos la creencia de que
vos, solo vos, podeis ser digno de toda nuestra confianza.


Vuestra suerte corre de nuestra cuenta y nada debeis
temer.


El honrado éarcelero temblaba como si fuese á cometer
un crímen, gue así pervierte elháihito de la tiranía nues-
tra conciencia y nuestras sensacipnes, en términos de prac-
ticar tímidamente el bien, pero de una manera atrevida el
mal.


Triunfaron por fin sus buenos instintos y dijo:
-Consiento en todo: Escribid.
-Angela, dijo Zilda. Escribe á tu esposo y que sea en


español por si la Ca'rta sufre alglln estravío.
-¿ y el sobre? Por él siempre sabrán el paradero de


vuestro esposo y del mio.
-Es verdad.
-Señoras, dijo el carcelero, no pudiendo tener mas


tiempo callado un secreto que en Rusia era llevar la muer-
te en el seno si acaso una sola palabra se trasparentaba al
est8rior; señora, conoceis esto?


y el carcelero sacó de su pecho una medalla de plata
pendiente de una cinta en la cual se veia un sol radiante
iluminando la escuadra y el compás.




NACIONAL. 143
Al.reverso habia un busto de algun célebre venerable,


sin duda, que habria prestado importantes servicios á la
órden.


..


Zil-da quedó estupefacta de sorpresa de admiracion y
de alegría; de sorpresa por hallar un hermano de su espo-
so, de admiracion, porque radicára aquel compañerismo de
órden masónico precisamente en su carce'ro; de alegría
porque adivinaba las consecuencias. _


-Luego vos sois~... •
-~aestro mason, (grado 3) compañero de 16gia de


Krautzik, hermano suyo y protector vuestro; empero, mi
proteccion bien insignificante ha de ser y á un corto nú-
mero de cosas puede quedar reducida si no me decís el pa-
radero de vuestros esposos.


¡Oh santa fraternidad! ¡Cuando serás la ley nniversal y
divina del mundo moral!


Ved hermanos mios como Angela y Zilda, que se habian...._._
\


resistido valerosamente á confesar nuestro retiro iban á de-
cirlo á la mas simple indicacion, á la menor señal de fra-
ternidad que aquel hombre les mostrAra. •


-:-Y bien dijo Angela, dispensadnos que usemos ciertas
pr.eca uciones ..


Una medalla presentada así puede probar mucho y no
. probar nada.


¡Nos enseñareis· el diploma de maestro?
-Con mucho g-usto, y sacando de su bolsillo un :finí~


simo rollo de pergamino blanco-, como usan algunos Gran-
des Oriéntes para sus diplomas, lo mostró desarrollado á
la vista. ae Angela y Zilda.


Estaba en regla y ellas salvadas. El caroeleroera)~~r­
mano.




144 LA SOBERANIA
Hé aquí el por qué de sus'tiernas y solíoitas afecciones)


de sus cuidados, y de aquella adhesion que desde el primer
momento habia observado Zild,a.


Pero esto no bastaba..
l' ,


Era neeesario~cy 'asi lo exigia su obligacion masónica,
el proporcionarlas In libertad y ahora veremos de que eenci-
llísimo medio p;fdo valerse para conseguirla porque yo creo
hermanos mios·que querer es poder y cuando hay d~seos de
ser útil á'-una persona las dificultades desaparecen y se bor·-
ran como esas gotas de rodo condensadas sobre los crista-
les' que evaporan los rayos del sol.


-Estoy convencida, dijo Zilda. y ahora querida An-
gela puedes escribir la carta ~nel idioma que quieras con
tal de que nuestros esposos la comprendan; puedes por de-


I


cirlo así, dormirte en el seno de la fraternidad, pue~ en
nuestra órden, es decir, en la órden á que pertenecen nues-
_~ros esposos hay de todas clases, cualidades y maneras de


,ser, de' todas, menos traidores.
-i,Necesitais dinero'? dijo Zilda.
-Nó; cuando me sea necesario os pediré. Respecto á la


pérdida de mi destino nada temais, pues el jesuitismo'Qomo
institucion, es mala pero como práctica enseña cosas buenas
y útiles para la ciencia del mundo, y jesuíticamente obran-
do, pienso poneros en libertad y uniros á vuestros esposos
si.n que sospechen de mí, antes bien, me compadezcan y
juzguen digno de lástima por no haber podido tener la -glo-


..


ria de prolongar vuestro martirio.
, Las dos amigas miraron sorprendidas á aq'uel hombre


de naturaleza vulgar, de espíritu elev~do. otro efecto de la
asociacion fraterna!.


-¿Está ya la carta?




NACIONAL. 145
-Ya está escrita. Oíd lo que dice, pues interesa á todos ..


·«Queridos esposos: Regocijaos. Hemos sufrido el horrible
:martirio de azotes, presas en la cárcel de nuestra ciudadt
pero nada hemos cO,nfesado de vuestro paradero.J


Los jueces aguardan indudablemente la cicatrizacion
de nuestras heridas para repetir el tormento, pero el carce-
lero, dichosamente es hermano. vuestro y~uesto en rela-
·cion con vosotI'OS tratará de salvarnos.


Hé ahí porque os decimos que os regocijeis, pues nada
son nUestros tormentos, nada nuestro martirio, si consegui-
,mos la libertad.


La pequeña :María está buena. Cuando una' h~ja está.
buena la madre lo está tambien. Zilda es feliz. Cuando el
,esposo está en salvo, la esposa es venturosa. Adios.-Zilda
y Angela.)>


,


-Esta carta llegará á su destino con toda. seguridad,
-dijo el carcelero, despues de mirar el sobre. i ¡".~


Y ahora ideseais algo'?
-La contestacion, dijo Zilda.
-La respuesta, añadió Angela ,casi movida por el mis-


roo impulso.
-¡Oh! Aun no se ha llevado la carta! dijo el carcelero.
-Tenemos la seguridad de que se llevará, digeron


.:ambas.
-Hasta mañana pues; confianza, y seguridad. Yo vol~


veré á menudo para proveer á todas vuestras necesidades
,yen tanto descansad y reponeos, que bien lo necesitais.


La prueba habia sido ruda y el ca.rcelero se retiró con-
movido llevándose la carta.


N o faltó, como era natural, quien la pusiera en nuestras'
manos é inmediatamente contestamos lo que sigue:


TOl\lO 11. 19





146 LA SOBERANIA
«Queridas Zilda y Angela.


I


Todos nuestros esfuerzos para tratar. de salvaros han.
sido, inútiles, esfuerzos, es cierto, .empleados en el terreno.
legal, tales como. recomendaciones por segunda persQna"
peticiones al gobernador de Varsovia· y súplicas á las au-
toridades.


Comienza py!s, como decimos los demócratas, á tras-
formarse en deHer el derecho de insurrecciono


Sabemos que la ventana de vuestro calabozo, cuya reja
disimuladamente puede Hmarse por dentro, y ·casi á la vis-
ta del centinela sin que él lo note, dá al c3rmpo, y aunque
se halla inmediato U!l cuerpo de guardia, será sobornado
con magnificencia.


De vosotras no 3e desconfia; débiles mugares, heridas
y enfermas, no pueden intentar una evasion, segun el al-
caide, en un calabozo que no se hubiera atrevido á desti-


-----llar para que sir,viera de prision á criminales de mas vi-
gor.


Al pié de esa ven tana os aguardaremos en la misma
noche del dia en que queden los barrotes limados.


Si la guardia no admite nuestr.as ofertas,habremos dado
el golpe en vago, y en tal caHO nuestros amigos de Varso-
yi.a, numerosos, -decididos y fuertes, no vacilarán, pues,
solo son cuatro hombres y lejanos de la guardia principal,
no vacilarán decimos, en arrojarse sobre ella' y favorecer
vuestra fuga.


Confianza pues, y en tanto llega el día de vernós pen-
sad envuestrosesposos.-Pablo. -Antonio.»


Cuando Zilda y Angela leyeron esta carta, su emocion
y su alegría fueron indescriptibles, porque verdaderamente
habian pasado del mayor dolor al estremo de mayor dicha




NACIONAL. 147
para ellas, cual era la segurida~ de ver á SUS esposbs!'


'El honrado carcelero, cuyo nombre siento no reoordal',
les proporcionó una finísima lima, un 'muellecito . espiral
de acero dentado, para que sirviera de sierrecita y que ha;..
bia de producir poco ruido.


Por otra parte. les favorecia tambien \3. poca severidad
.q ue tiene entre los rusos el servicio de ee~inelas.


El centinela español no puede, segun frase de la orde-
nanza, dejar su arma de la mano, sentarse, cornér, beber,
,dormir, fumar ni hablar con persona alguna, ni separarse
mas de diez pasos de su lugar, ni entrar en la garita á no
ser á causa dela lluviaó la nieve, y aun la intensidad de
estas, será graduada por el geje que mande el punto.


El centinela ruso, por el contrario, arrima su fusil y
hace media; fuma, ó lée periódicos, si bien no abandona su
puesto hasta morir en él.
:o.


Así pues, cierta distraccion contraria á la esquisita vi===-
gilancia del soldado español permitiria á Angela y Zilda
realizar sus planes.


En reslÍmen: obtuvieron lima y sierrecita; falsearon
impunemente los barrotes, se pusieron en comunicacion
,con el criado de Zilda para que les proporcinára dinero á
mas del que ellas tenian y del que llevaríamos nosotros;
Se, consiguió cegar á fuerza de oro 10s ojos de la guardia,
situada á espaldas del calabozo, para indemnizarla del cas-
tigo de baquetas que aun se empleaba en Rusia, y que 'su-
fririán sus individuos alegremente; se preparó un carruaje
á gran distancia para recibirlas, y confiando en Dios que
protege el éxito de todas las causas justas, fijóseel próxi' ..
mo sábado para la ejecucion de la empresa.


Jamás en la historia de las eyasiones se habiapresen-




LA, SOBERA.NIA


ta.do el caso de que dos mugeres, débiles, casi moribundas,.
encer.radas en un calabozo de maciza:s:pa~edes y con una
ventana provis,tade sólidos y óru:zados barrotes, realizáran
una fuga, qu:esi biea'al principio se presentaba erizada
de dificultades, despnes se tornára fácil-allanándolas to-
das.


Cuando son~on las. ocho de la nocha,hora convenida,
Zilda,colocando la mesa debajo de la ventana, se asom6
con precaucion.


-¿Está el centinela'? preguntó Angela.
:--Nada veo.
~Entonces han cumplido su palabra.
Yo creo á veces que hasta los rusos mismos son ene-


migos de la Rusia.
Quita la reja y dámela.
-Pesa bastante.


- , -Si' viniera. el carcelero ...
-No seas tonta.
El carcelero en este instante tiene necesidad de hallar-


se léjos de nosotras, y hablando con alguna persona, la
cual,en su dia, pueda probar que él no ha tenido una com-
plicidad absoluta, puesto que la fuga no ha sido por la,


. puerta si no por el campo, lo cual es de competencia de la
guardia, y el carcelero, en el momento de la evasion, se
hallaba en tal 6 cual paraje.


-Es cierto.
Entonces Angela subió, y con el mayor silencio, aque-


llas· mugeres desprendiendo la reja por las partes limadas
y colocándola en el alfeizar de la ventana se prepararon
á. salir, tomando en brazos á la niña.


-¿Ves algo? decia desde abajo la impaciente Angela,.




NACIONAL. 149
que como Europea del medio día, no estaba dotada de esa
calma que distingue á las hijas del Norte.


-Nada' veo, pero será cuestion de minutos.
-¿Oyes algo'? repetia.
-Nada de esos algos que tú deseas veo ni oigo, no obs- t


tante que procuro estar con atencion; p~ro si continuas
hablándome, á pesar de la oscuridad y el ~,lencio de la no-
che, los ruidos cercanos impedirán naturalmente percibir
los lejanos sonidos. / .


. - Pues escucho y callo.
Así permanecieron en espectativa el tiempo suficiente


para' desesperarse, temer, formar mil congeturas, caer en
el desaliento, presagiar males horribles y crear en su men-
te las situaciones mas desesperadas, sin embargo de no ha-
ber trascurrido ni siquiera siete minutos.


Positivamente si el tiempo es oro como dicen los ingle-
ses, el dolor y la esperanza son sus laminadOl"es y tira~ ~
dores.


Con la esperanza de esa cantidad de tiempo ó de oro
que se llama hora, pudiera formarse un inmaterial hilo de
la inmaterial estension de un siglo.


Empero, triste es decirlo .
.. Con el placer, todo ese hilo de oro ó de tiempo, es tan
1ig~rQ que cabe en un minuto.


:-·¡por fin se oyó un lejano y agudo silhido, al cual s~­
guieron tres muy precipitados .


.. E~ la señal.
-Ya están ahí, dijo Angela.
-Aguardemos á q na se repitan.
-¿Para qué'? salgamos.
-¿Cómo hemos de salir nosotras sin ayuda ninguna'?




150 LA. SOBERANIA
-Es verdad, dijo tristemente Angela.
El corazon no es un musoulo'y nosotras, ¡pobres 'muge-


res! únicamente tenemos la fuerza en el corazon.
Pocos momentos despues, el mismo'sistema de señales


continuó con mas intensidad, claridad'y fuerza, síntoma
de aproximacion; la. tercera y decisiva señal da Iparcha no
seria oida, pues~onsistia en presentarnos Krautzik y yo
al pié de ·la rej l


Zilda'Y Angela se prepararon, subieron ambas á la me·
sa, colocaron en el alfeizar de la ventana á la niña, cuyo
silencio admirable en nada comprometia la situacion, y á
los pocos segundos, estábamos junto á ellas disfrazados de
campesinos.


La altura, de la ventana, mayor de aquella á que puede
alcanzar la mano del hombre, no permitia que estrechára-
mos las suyas, pero orrecia una cómoda salida puesto, que,


---pendientes del alfeizar, las cinturas de nuestras esposas
estaban á nuestro alcan0e para depositarlas en tierra .


. Apenas nos hubimos hecho una natural caricia y com-
prendiendo que urgían los momentos; que de noventa y
nueve probabilidades buenas y una mala, solo se debe
pensar en la mala antes de que ese olvido, ese hilo suel-
to, esa falta de una lógica absoluta que hay en la organi-
zacion de los granJes planes, produjera sus naturales
efectos, haciéndoles fracasar, determinamos realizar nues-
tro propósito.


Tomé primeramente á la niña en mis brazos,' la cual
no dej aba de estrañarse, allá para sus adentros, de verse
cogida por los hombros y por 10s piés hasta d.epositarla en·
brazos de Krautzik, despues de besarla con trasporte.


¡Mas ved lo que pueden la generosidad y la educacion!




NACIONAL. 151
U;ni.das, son la muerte del egoismo.
_ Digo esto á propósito de qUe, en tan supremos, urgen-


tes y tetribles instantes, cuando nuestros corazones palpi-
taban de ansiedad ¡temíamos que alguien ~os sorprendie-
se, nuestras esposas comenzaron á l disputar entre sí porque
ambas querían ser las últimas en descend~r.


Pasa tú, decia ZUda. ,\
AlU está tu hija y tu esposo.
Si despues de salir yo nos sorprendieran, q uedhrias pri-


vada de allos para siempres.
-Sal tú, decia Angela.
-Mas allá de esta reja está la libertad, tu esposo, tus


bienes, tu hogar y tu patria; yo soy una estraniera que
tarde ó temprano hallaria á mi esposo y á mi hija.


Yo, como de mas edad, corté la cuestiono
Así como el capitan, y el segundo á bordo, cuando las


olas alborotadas, rizadas y negras, amenazan sumergir el- ..
navio bajo las algas y las conchas que en breve jugarán
sobre su casco, disputan con noble ardimiento sobre quíen
será el último en' abandonarlo, del mismo modo Angela y
Zilda querian aceptar el peligro mayor, salvando á su


.


amlga.
-Baje Zilda, y pronto dije.


-A ella le corresponde, pues-María bajó antes; la noche
va aclarando porquaen breve tendremos luna y no hay un
minuto que perder.


Angela se lo rogó tambien casi llorando y Zilda, vuel-
ta de espaldas; sacó fuera todo su cuerpo y se dejó caer ','


"-


en brazos de su esposo. -.·ti
Angela no tardó en seguir el mismo camino.
La guardia cumplió su palabra; no se movió del cuartillo.




152 LA SOBERANIA
Aquella evasion, cuyos 'gastoS' en una mínima parte


fueron sufragados por mí, debieron costar 'á la lógia, á
Hiszpanski y Krautzik, sumas con-sid&rables, que nunca
me han permitido 'saber ¡generosos.amigos!


Pocos instantes despues, un ;oarruaje guiado por nos-
<>tros !Lismos, nos arrastraba rápidaDlenté 'hAcia Wilna, re-
sidencia de Cra(iwitzki,. el cual nos aguardaba con impa-
ciencia y con la mesa puesta. o


Jamás he gozado tanto como aquella noche.
Tres invisibles diosas presidian la mesa ..
La Franqueza, La Libertad y La Amistad.
La Franqueza era Craowitzki, la Amistad Krautzik


y la Libertad el espíritu que animaba á todos; el Esculapio
ante cuyos altares comíamos el gallo del agradecimiento.


y no era aquella cena una simple ceremonia, como
ciertos convites, ni un placer, como algunos banquetes,


- 'sino una necesidad.
¡Ay! ¡era mas que eso!
Era una cena de despedida; jovial, al'egre, como 1& del


qua sabe que podrán separarse las personas pero las almas
jamás; que podrán separarse unos cuantoS individuos que
el huracan de las revoluciones amontona en una casa, co-
mo el huracan arremolina varias hojas en torno de un tron-
co, pero que no se disuelve, ni se separa; esa espiritual co-
muníon establecida bajo el símbolo de la libertad.


Craowitzki era la alegría personificada.
El amable Anfitrion era el hombre mas gracioso que


podeis imaginaros y su esposa no le iba en zaga.
Las nuestras, sentadas á nuestro lado, reian de buena


gana por esa s~bita reaccion de felicidad que nos trae la
dicha tras las grandes catástrofes, y la niña dormia desde
que ocupamos el carruage.




NACIONAL. loS
~i9l'to, decia Craowitzki, á fuer de buen gastrónom<>o .


. Si Dios nos hubiera puesto el estómago en la eabéza,
, ¡con cuánto placer los manjares volverjan á caernos en la,
bocal


Confieso señores que soy gastrónomo, desde la salsa Api-
cia al cocinero Vatél; desde la historia de,\Roma, bajo el.
punto de vista de la mesa de sus emperadcl-es, hasta las
bodas de Camacho, pintadas por Cervantes, y desd~el Ta-
lerno de la antigüedad, pasando por el Hipocrás de la Edad
Media, hasta las botellas del moderno Rhin, todo quisiera
abarcarlo en el espacio de un dia y tenerlo á mi disposicion
para ofrecéroslo hoyo'


Ese mismo Rhin, que acabo de citar en mi discurso gas·
tron6mico, para la diplomacia es una cuestion, para la geo-
grafía un rio, para el mapa una línea ondulatoria y para
la mesa una botella.


Estoy por la mesa.
y bien comprendido, señores, la mesa puede considerar-


se como la imágen de la guerra.
Comienza, si es en fonda, por la lista, que es la decla-


raciono
. El egército soy yo.


El enemigo dos perdices, el campo el mantel, los fuer-
tes las fuentes, las -baterias las botellas, los morteros las
copas, la vanguardia es la sopa, la reserva los postres, las
armas el cubierto, la administracion el cucharon, la sani-
dad el café, un fortin, el pan, el entusiasmo, el champag-
ne; y asi como la lista fué la declaracion de guerra, la ca-
pitulacion con gastos, es la cuenta.


Soy gastrónomo, señores, no lo niego. '
Brillait Savarin dice, que una cosa son los placeres de i


TOMO Ho




154 ' LA. SOBERANfA.


la comida, y otra los placeres de la mesa; de forma que no
me juzgueis dado á la gula, si bien yo considero la sobrie-
dad simplemente, como una preparacion á la intempe-


• ranCla.
Tampoco se halla esto en: oposicion con. mis ideas demo-


cráticas, pues srria mal h~cho el confundir mi sibaritismo
con los gust-Os1ristocráticos. .


El verdadero sibarita como y6, goza con la esplendidez
~ ,


y con el lujo" en cuanto estos placeres alhagan á sus sen-
tidos, pero se reiria del que le preguntara por sus antepa-
sados ó por su escudo de armas.


Cuando considero que la felicidad llama muy pocas ve-
ces á las puertas de nuestras casas, yo, que ahora la veo
dentro ¿cómo la he de dejar escapar'?


Comed pues, bebed y regocijaos, como dice el Eclesias-
tes, ya que habeis burlado la vigilancia de nuestros ene-
migos.


¡Oh! quién pudiera, ilustres campeones de la libertad,
daros una espléndida cena, una cena romana como las que,
saboreándolas in-mente, nos cuentan los historiadores.


Mesas bajas, banquetas para comer tendidos, de donde
viene la palabra banquete; convjdados alegres coronados
de rosas; ánforas de Etruria sostenidas por hermosas escla-
vas rubias; anchas cráteras de oro; copas cuyo puño se
formara por sátiros y ninfas enlazados y vinos de Chipre,
Falerno y Siracusa; Faisanes servidos hasta con su mismo
plumage; pebeteros de asencias, lluvias menudísimas de ri-
cos aromas; juglares é histriones; tocadores de sistro, cím-
bolo y lira que amenizaran el festín y brillantes lámparas
que lo iluminaranj mas ya que todos estos esplendores no
están al alcance de un pobre habitante del Norte, recibid mi




NACIONAL. 1~5
modesta oena, mas bien como una· pascua, como una co-
muIÍion que á todos nos une en el credo sacratísimo de la
democracia.


Aplaudimos aquel corto y joco·sério discurso de Cra-
witzki, y Krautzik, que no podia escuchar la palabra liber-
tad sin conmoverse, comenzó á hablar de ~ manera:


-{{Tenemos el honor de cenar con un re~ublicano espa-
ñol, hijo de una nacion en la cual se dió el grandioso y libe~




ral espectáculo de que un vasallo hiciera á todo un rey ju-
rar en Santa Gadea su absoluta inocencia en un crímen; la
nacion que presenta el magnífico hecho histórico delas co-
mU!1idades; la nacion que se debe así misma su reconquis-
ta de los árabes; la nacion que, humillando el orgullo del
Gran Capitan del siglo, devolvió rotas á Francia las águi-
las de sus enseñas, desordenadas y vencidas sus legiones;
la nacion en fin, que camina con sólidas bases á ser la
maestra de la libertad, la planteadora del federalismo en
Europa, porque la España del porvenir, no lo dudeis, será
republicana.


Se dice que viven en un lamentable atraso, y es un
error, porque, señores, yo puedo aseguraros que existen allí
gérmenes, inmensos elementos de civilizacion y progreso;
semillas de instruccion, que solo á la sombra del sagrado
árbol de la libertad pueden crecer y desarrollarse.


El pueblo aprende y se instruye en seis meses de liber-
tad, mas que en seis años de absolutismo.


Yo creo que para fundar en un pais una república, n~da
es tan nécesario como la pureza de costumbres y el carác-
ter noble de sus habitantes; y en honradez y nobleza ¿qué
paises podrán rivalizar con Polonia y España'?


Su configuracion geográfica recla~a, por decirlo ·as1,.




156 LA. SOBERANIA
una república; su histórica division territorial pide' que sea
Wa~~ÜY~, ,


¡La República!
Ese es nuestro suello dorado, el ideal de todos nosotros;


y en vano tra taria de demostraros los males que las monar-
quías traen cOUfigo, porque estais convencidos hasta la evi-
dencia. P \


Abrapios la historia ¡,qué nos dice'?
Que el primer rey rué un soldaao afortunado; primera pie·


dra del edificio del militarismo.
Continua la historia contándonos los sucesos que giran,


por decirlo así, en derredor de sus reyes y empera-
dores.


Roma nos muestra á Tiberio, Calígula, Neron, Caracalla,
Galba, Oton, Vitelio, Eliogáoalo, Maximiano y otros empera-
dores, que, dominando el imperio, eran á su vez domina-
dos por los, mas repugnantes vicios.


Fl'ancia nos muestra un loco en Cárlos VI; un desgra-
ciado en Cárlos X; un hipócrita cruel en Luis XI; las tira-
nías de Enrique III y Enrique IV; la lascivia de Luis XIV
y Luis XV, las traiciones de Luis XVI y la ambicion in-
mensa de Napoleon.


'España, cuya tabla cronológica de reyes es abundante,
muestra la lascivia de don Rodrigo, la debilidad de don
Juan II, la crueldad y fanatismo de Felipe II, la debilidad
de Enrique IU, las galanterías escandalo~as de la córte de
Felipe IV, el despotismo de don Pedro el Cruel, la supers-
ticion de Cárlos II, las veleidades de Fernando VI, la cor-
rupcion de la c6rte de Cárlos IV, la abyeccion y la cruel-
dad desp6tica de Fernando VII y la \ triste memoria de la
regencia de Cristina.




.. , ....... ~,


, NAOIO~AL.


¡Qnédiremos de Cristina y Cárlos XII de Suecia; 'Gui-
Hermo IV de Alemania., y tantos otros?


¿Qué, de las reinas yemperatrices, principiando por
Mesalina, pasando por Catalina y terminando por Isabel de
Inglaterra'?


¿Qué diré de aquel período vergonzosísi{no, conocido en
la historia de Francia con el nombre de <meinado de los
mayordomos de palacio» (magisterdomu.fl ) que apoderándose


,


del ánimo de aquella raza de reyes débiles, estendian su
imperio, no á los muros de palacio, sino á las fronteras de
Francia?


y ya veis que cito sin órden cron610gico alguno, reyes
y emperadores, indignos de llamarse hombres, pues si co-
menzára á entresacar del libro de la Historia los nombres
de todos los reyes indignos de ceñir la corona, los encon-
traria en una mayoría asombrosa.


Comparemos, pues, si os place, y ante todo os cQnéede-
ré el suficiente sentido comun para ~reer, como yo, que el
tal derecho divino es una simpleza digna de Bertoldo.


No sé quien ha dicho que el mejor gobierno es el mas
barato.


Yo sostengo pues que la monarquía, bajo un régimen
eminentemente centralizador, como generalmente se prac-
tica, es el mas caro, pues sostiene un inmenso ejército de _
empleados, paga otro ejército de soldados, estanca, con per-
juicio' de la industria, recluta con notable daño de la agri-
cultura y, en el órden moral, abre la puerta á todas la~ am-
biciones, alarma continuamente con sus crísis ministeria-
les, introduce el descontento con el favoritismo, y sin salir
jamás de los estremos, peca su c6rte de disoluta ó de aus-
tera.




158 LA SOBERANIA
En la República todo está descentralizado, todo libre,


todo respetado en cada canton; di$minuidoel ejército, abo-
lidas las quintas:. I


Puede poner, no obstante, un. fabuloso número desol-
dados sobre las armas, cuando peligren lós Estados, porque
cada ciudadano}iene su fusil.


Bajo la Re¡lública todo prospera y brilla; es el esplendor
de las artes y las ciencias, porque así como necesita del
~ .


aire la vida del hombre, necesitan tambien del aura de la
libertad las ciencias y las artes.


i,Quereis saber, hermanos mios, por qué soy republica-
no? ¿por qué amo las eternas ideas, las imperecederas doc-
trinas de la justa moral y del comun derecho, de la liber-
tad y de la razon, la ley viva del mundo del porvenir y las
futuras :conquistas de nuestra gran civilizacion~


Vais á oirlo, si os dignais continuar prestándome vues-
tra atencion.


Cuando yo era niño, cuando mi tierno corazon se entre ..
abria á todas las puras impresiones de la vida, como las
flores á todos los puros besos de las brisas matinales, leí el
Evangelio.


El Evangelio decia así:
«Mirad, guardaos de la levadura de los Fariseos y de la


levadura de los Herodes,» (Mateo, VIll, 15) que es como si
dijera: (\Guardaos de los curas y de los reyes.»


«Amad á vuestros enemigos» (y yo recordaba la Inqui-
sicion).


«Haced bien á los que os aborrecen» (y recordaba el tor-
mento).


«Si tu hermano te hiere la mejilla derec!la, preséntale
la izquierda) (y recordaba las escomuniones de Roma).


,




NACIONAL.


«Si ,te piden la capa, dá tambien l~ túnica») (ype~ba
anlos entierros pagados yen los sufragios comprados y,en
la religion vendida).


«Muchos serán los llamados y pocos los escogidos» (y
me figuraba yo que no todo el clero se salvaria)., .


«Los últimos serán los primeros» (y pensé en el pueblo).
CuandoJeí estas máximas, cuando vi e~sublime fondo,


de libertad, igualdad y fraternidad, que encierran me hice
republicano. , .,


El Evangelio es mi cuerpo de doctrina, el enemigo del
poder negro.


¡ Libro sublime!
¡ Li bro inmortal!
Cuando llegué á leerte, mis lágrimas fueron el bautis-


mo en la idea republicana.
Estas máximas no están practicadas en el feudali,smo,


ni en el despotismo, ni en el absolutismo~ ni en la monar-
quía.


Son máximas republicanas.
Empero, el Evangelio pertenece al siglo l de la Iglesia.
El Evangelio es bello; siempre me ha hecho llorar su


lectura, pero mi alma, amante del convencimiento prácti-
c0' necesitaba otros ejemplos.


Oidme.
Yoví que un banquero tenia 300 Ó 400 mill()nes.


,


Una mañana me levanté temprano para gozar de los
primeros esplendores del alba y del frescor de las primera.s
brisas de la aurora, y ví un pobre hombre del pueblo, un
verdadero aristócrata de la virtud, que pisaba humildemen-
te la acera del palacio del rico, que caminaba á su trabajo
para mantener á sus· nobles hijos, sin lamentarse de su po-


I •





.~( . ~ , .


" j


LA. SOBBRANIA
¡


,


· '.:.~"
sicio.n,c sin ~urmnrar" como i,s .primeros mártires que,lUo- . '.
rían en el anfiteatro. bendeeíendo á Oristo;ó como los gla-· 1,
diadores perecian en el circo saludando al César.


En la frente del hombre del trabajo brillaba,la auroola
celeste.


En la frente del rico se ostentaban las manchas del li-
,


bertinaj 8. 1
El primero no tenia un óbolo para cubrir-sus primeras


necesidades.
~AI segundo, oidlo bien, de 400 millones le sobraban


399 y ... dormia.
El otro madrugaba.
Yo, que habia leido el Evangelio del hijo de Dios, ó del


hijo del hombre, yo, que besando el polvo de la planta de
Jesús ó Cristo, era cristiano por su Evangelio, comprendí
que Di~, ó Cristo, la divinidad, ó el hombre, no pueden


" querer tan repugnante desigualdad.
Sí, ªmigos mios.
Sabed los que sufrís, los que padeceis,' que la Repúbli-


ca es la fórmula política del porvenir.
Su turno llega, sus caminos están aparejados, y al par


que palidece y se desfigura el rostro de los tiranos, va ilu-
minándáse y transfigurándose en una inmortal apoteosis
la noble faz del oprimido pueblo.


Las antiguas doctrinas desaparecen; mueren los viejos
sistemas; Rerecen las escuelas del pasado y aparece bella,
como la sonrisa de una mujer amada, la democrática es-
cuela del porvenir.


No haya vacilacion, no haya duda.
O demócratas ó cero; porque el pasado es cero y el cero


es imágen de la nada. -


¡
1
\
,




NACIONAL. 161
Nosotros nada tenemos que ver con 103 cadáveres, nada


-con: los muertos, yel pasado agoniza.
Sí; las leyes del porvenir, las reglas del progreso, las


-etapas de la historia, la marcha de la humanidad, son co-
'sas inmutablemente progresivas, porque las guia el deseo
del pueblo que es la voz de Dios. ,


Calló Krautzik y todas las miradas se dirigieron á mí.
Habíamos comenzado cenando en fa.milia, habia continua-
do nuestra cena con un ameno discurso de nuestro Anfi-
trion, pero lentamente exáltándonos ante la contemplacion
de dos mujeres que acababan de sufrir un horrible martirio
y de recobrar su libertad, pensamos, desde la libertad del
individuo en la libertad de los pueblos y aquello dió lugar
.al discurso de Krautzik.


Indudablemente la cena habia tomado un giro algo mas
'Sério que en un principio; era preciso que yo tambien ha-
.blase, que aportase igualmente mi humilde opinion á aquel
armonioso concierto de la libertad y de los derechos. del
hombre; comencé pues de esta manera:


En las grandes luchas de un pueblo contra sus tiranos,
dije, toda causa particular está unida á un interés comun.


Nosotros, por el contrario, sacrific~mos, anonadamos en
el interés comun nuestra individualidad, y este es el mo-
mento ~ublime de nuestro amor á la libertad .


. A nada aspiramos, nada queremos y nuestra fórmula
.es, «todo para el pueblo.»


Solo en el gobierno democrático se halla este desinte-
rés, como solo en el amor de madre se halla el verdadero y
,desin teresado amor.


Dej adme pues q ne hable de ese ideal de felicidad para
las naciones que ha formado mi alma.


TO:HO 11. !1




162 LA SOBERANIA
Dejadme hablar de 1a Republica.
Hablar del sér amado es en ciertó modo aproximarse


á él.
La Republica, simbolizada en una bella matrona (y n()


tengais celos señoras) apenas cubiertos sus robustos hom-
bros con el manto popular, sueltos sus bellos rizos, ceñi-
das sus sienes con el gorro frigio, representa unidas yalia-
das la belleza y la fuerza.


\.


Tal como yo concibo esta alegórica figura, yace á SU3
p~és roto el cetro de la monarquía; desgarrado el manto real
que ha cubierto tantas iniquidades y tan horrendos crfme--
nes, y hecha pedazos la áurea corona, eterna sancionado,-
ra de la opresion y de la injusticia.


Apartando su mirada de fuego de ese asqueroso montoD.'
de tradicionales y rotos atributos, para fijarla en el porve-
nir, con dulce y profética sonrisa, es como yo concibo á la:
Republica; Evangelio que puede resumirse en tres pala-
bras: Libertad, Igualdad y Fraternidad.


Todos los poderes emanan del pueblo.
No mas reyes.
El pueblo es eluuico soberano.
Tal es su dogma.
La Republica es una privilegiada semilla que ha de


producir 6pimos y copiosos frutos para el porvenir.
¡Dios quiera se siembre pronto en todas las naciones de


la vieja Europa!
Es el medio de rejuvenecerla.
Ella será la firme barrera que opongamos á todas las


tiranías.
Ella nos divorciará para siempre de esa bastarda preo-


cupacion llamada monarquía.




NACIONAL. 163
Cuando gocemos en su seno, la dicha, la prosperida.d y
~a paz, si volvemos nuestra azorada vista á l~ Sodoma aban-
donada, quedaremos petrificados de espanto al comprender
por comparacion, la bajeza, la esclavitud y la abyeccion
inmoral en que vivíamos.


Entonces abriremos la historia y veremos, como acaba
de decir nuestro amigo Krautzik, que la mayoría de los re-
yes han sido ambiciosos, déspotas, crueles, tiranos, ó bien
disolutos" corrompidos, cobardes, estúpidos, imbéciles, 10-
·cús, ó fanáticos.


Veremos q 11e los que carecian de cualq uiera d~ estos de-
ectos, eran santurrones dominados por el clero.


Daremos entonces gracias al Al tísimo que nos sacó de
-tanta abyeccion.


¡Semilla de prosperidad y de ventura!
¿Cuándo fructificarás'?
A esto, amigos mios, responden los hombres cuya in-


ieligencia es tan oscura como sufrida, que cuando esté pre-
parado el terreno.


Decir esto es insultar la augusta colectividad llamada
pueblo.


Sí; el terreno está preparado y esa augusta colectividad
llamada pueblo, despues de su penosa calle de la Amargura
y de su triste Calvario, resucitará jóven y bella, transfigu-
rada, y gloriosa, coronada por los rayos de luz de la nueva
idea para realizar en la tierra el ideal de la República.


Sin embargo, realizado el ideal, los pesimistas temen la
anarquía; el despotismo de abajo, sin comprender que todo
progreso entraña en sí unjusto medio, en el cual vienen los
gobiernos á colocarse y que los pueblos como el individuo
tienen su instinto de conservacion.




LA SOBERANIA


Un pueblo no se stlicida.
Toda libertad entraña una economía y cuando el pueblo.


Yé que con el sistema federal n~ se gastan cerca detres'-
cientos millones en ejéreitopermanente,' amará la Repú-
blica y castigará severamente á quien intente turbar el
órden.


No temais pues la reaccion si habeis estudiado en la
escuela revolucionaria, como no deben temer á la libertad


" los quemas han sufrido el yugo del absolutismo.
Decia un filósofo que solo niegan á Dioslos que tienen


interés en que no lo haya, y digo, yo que solo combaten las
ideas republicanas y eI planteamiento de esta forma de go-
bierno, aquellos que, para tiranizar mas á sus anchas, es-
tán interesados en que se borren del corazon de los pueblos
aquellas palabras de Libertad, Igualdad y Fraternidad.


Terminé tambien mi discurso, aplaudido por aquel au-
ditorio esencialmente ministerial porque todo era mío, pero
noté que era hora de retirarnos.


Zilda y Angela, especialmente, se hallaban aunque no-
del todo restablecidas, algo repuestas de las heridas que
les causára el infamante látigo de la policía, pero las emo-
ciones de aquella noche, el placer de verse libres, la larga
duracion de la cena y el deseo de descansar de tantos tra-
bajos, las hacian desear el pasar á sus habitaciones.


Levantámonos de la mesa y pocos momentos despues
reinaba en la casa el mas absoluto silencio.


Todos dormian, menos yo, que anotaba en estas ~Iemo­
rias los sucesos de aquella noche memorable para todos.




NACIONAL. 165
Trascurridos unos cuantos dias, des pues de los sucesos


que acabo de referir, comprendiendo que mi permanencia
en Polonia era ya un motivo de alarma constante para mis
amigos y aun para mí; no dudando que al fin descubririan
nuestro paradero y deseando cuanto antes vivir con mas
seguridad, pasé á Francia, llevando conmigo cual el piadoso
Troyano, todas mis riquezas, es decir, mi esposa y mi hija.


No os enumeraré los detalles é incidentes de mi viaje;


son los mismos que los de todo emigrado, que además de
ser perseguido por Ja autoridad de la nacion á que emigra~
viaja con pasaporte falso y toma á cada paso mil precau-
ciones temiendo ser reconocido por todo el mundo.




CA·PÍTULO VIII.


Huida de Polonia.-Viage á Francia.-Ligera reseña histórica sobre aquel pais.


Si quieres vivir doble tiempo que los demás dedícate á
los estudios históricos.


Se vive con el libro, en el tiempo y en el espacio.
Cuando estudies la historia antigua aun no se habrán


verificado por tí las invasiones, y cuando llegues á la hu-
manidad de nuestros dias, habrás visto y sentido lo que no
haya visto ni sentido tu generacion.


Luego, cada época te brindará caractéres particulares,
un cierto colorido local siempre distinto, así como en el ter-
reno de los hechos, tenemos la armonía de las ciudades que
no es como la armonía de los ca.mpos, ni la armonía de los
viaj es y forman estas armonías esa mezcla confusa de so-
nidos, palabras, perfumes, trajes, objetos, sensaciones, ru-
mores; algo como la parte palpable de lo inpalpable, algo
que es vida material en la inmaterial existencia del pasa-
do; algo que no se define aun cuando se siente, y no se es-
plica aun cuando se comprenda.




LA SOBERANIA NACIONAL. 167
< No estará demás, pues, que antes denarraros mis suce-


sos en Franoia, hagamos una esoursion por su ouriosa his-
toria, que por breve y pooo analítica que sea no dejará de
proporcionarnos notables enseñanzas demoorátioas.


La Historia es siempre útil en todos los estados de la
vida.


Es oomo un oementerio de los heohos, y el historiador
no es mas que el enoargado de resocitarlos y llamarlos á


• juioio.
J úzgase la historia á sí misma.
La de hoy á la de ayer, la de mañana á la de hoy y en


este enoadenamiento de los heohos, sobre esta atmósfera de
la eternidad, vemos siempre cernerse, inmo:tal y divina,
como síntesis de todos, la idea demoorática.


Hé ahí porque en Historia la mayoría de los autores
proceden de la esouela liberal.


Hé ahi tambien porqué sus enseñanzas han hecho mas
prosélitos que las mas ardientes tribunas.


¿Quién es capaz de igualar la eloouencia de un cemen-
terio'?


La historia de Franoia, para mayor claridad de esta rá-
pida reseña, puede dividirse en cuatro épooas prinoipales,
que son.


l.a El tiempo trasourrido desde la invasionde los fran-
cos bajo Clodoveo hasta el advenimiento de Rugo Capeto.


2.·· La monarquía feudal, desde el estableoimiento del
feudalismo, hasta la inoorporaoioD del último gran Duque
á la corona.


3. a La monarquía absoluta.
4. • La revoluoion franoesa. ;~:: :


'''';,'''' .


Bueno sera. que recordeis, oomo porvia dein1roduceioD.,
.-;;.




168 LA SOBEBANIA
que el vasto territorio comprendido ,entre el Rhin y los' Al-
pes, los Pirineos y el Occeano, era conocido primitivamen-
te bajo el nombre de Galiay lo ocupaban dos pueblos Ó
razas desde los tiempos mas remotos.


La de, los Galos y la de los Iberos.
Los galos formaban el fondo de la poblacion Gala, é hi-


cieron retroceder los íberos hasta Iberia.
Sin embargo, este último pueblo no desapareció ente-


ramente 'del suelo de la Galia, ocupando en parte algunas
comarcas del Sud, bajo el nombre de Aquitanos y Sigures.


Los Foceos, pueblos dela Grecia, formaron mas adelan-
te importantes establecimientos, tambien al Sud de la Ga-
lía y una de s~s colonias edificó á Marlilia, hoy Marsella.


Vienen despues los Kimiris, los Cimbros, porotronom-
bre los Bolgos, los Armóricos y todos juntos toman el nom-
bre genérico de Galos, pra.cticando la religion dru ídica cn-
yos ritos son harto conocidos mas como era imposible que
tantos pueblos y razas de bárbaros di~tintos vivieran en
paz,ó hallaran medios de subsistencia, se desbordaron,
llevando la invasion, la ruina yel estrago á naciones veci-
.nas: unos, conducidos á Germania por Sigoveso formaron
colonias en aquellas comarcas; otros, bajo Belloveso, inva-
dieron el norte de Italia y fundaron á Milan así como un
gran número de villas.


Unos quinientos años antes de la era cristiana, los Ga-
los asolando la Etruria, pasan el Apenino, hacen mil veces
temblar á Roma y aun una de sus tríbus, mandada por
Breno, la obliga á capitular, si bien tuvo luego que aban-
donar su conquista.


Cincuenta años antes de Jesucristo, é invirtiendo diez
años en esta' guerra de esterminio,Julio César somete las




NACIONAL.


Galias al poder de Roma; prosperan los Galos bajo este po-
der con la decadencia del imperio romano, cesa tambien la
fuerza que los sos tenia y durante los tres primeros, siglos
de la era cristiana sirvieron las Galias de campo de batalla
á los generales que se disputaban el imperio. Bueno es re-
cordar que al decir Galias, se entienden; La La Galia Bél-
gica al norte y al este el Rhin, el Sena y los Alpes. 2. a La
Céltica ó Lionesa al centro y al Oeste, entre el Océano el


.. ~ Sena, el Loira y el Saona, 3. a La AquItanla, al Sur y al Oes-
te, entre el Océano, el Loira, los Pirineos y la cadena de los


)


Cevennes y 4. a La Narbonesa, al Sur y al Este, entre los
Cevennes, los Alpes y el Mediterráneo. Estas cuatro gran-
des divisiones de la Galia fueron en el siglo lV, bajo el em-
perador Graciano, subdivididas en diez y siete provincias,
gobernadas cada una por un oficial del imperio. Cada pro-
vincia á su vez se dividia en cierto número de distritos
que obedecia á un senado cuyos miembros, eran elegid~s
entre las principales familias, y por último, las villas galas,
que recibieron de los Romanos lo que constituye la: ciudad,


. es á saber, la administracion interior y la organizacion ci-
vil estaban regidas por asambleas municipales, llamadas
curias, á las cuales eran llamados únicamente los propia·
tarios.


Progresa en el siglo 1 el cristianismo y es perseguido
hasta en el fondo de las Galias en las que cuenta numero-
sos mártires, y con la irrupcion de los bárbaros, vienen, la
destruccion del imperio de Occidente y las grand~eg confe-
deraciones de los pueblos germanos, sajones, y francos
para oponerse á los estragos de aquellos en el siglo u: y se
fundan las primeras colonias de Francos en las Galias, du-
rante el siglo 1I1.


rOMO n




170 LA SOBERANIA


Los cronicones copiados por todos los escritores poste-
riores han fijado en el año 418 una invasion de Francos
Sálicos, mandados-por Taiamundo ycuya existencia es muy
incierta. La crénica de Próspero es el solo monumento del
siglo v en que se cita á este gefe.


Valentiniano III habia sucedido á Honorio en 525 y
reinaba entre la molicie y entre los placeres de la villa de
Uávena, á donde habia trasladado la silla de su imperio.
Ac<~io; habil general romano, el último que poseyó el


imperio, habia combatido con éxito y sometido diversos
pueblos bárbaros establecidos en las Galias; los Francos,
los Visigodos y los Borgoñones, cuando otros bárbaros ca-
yeron sobre esta comarca.


Los Hunos, pueblos de orígen scita, los ma8 salvages de
todos, dejando las orillas del Ponto Euxino siguieron á Ati-
la. Eran una muchedumbre que, conducida por el instinto
de la destruccion, se decian ellos mismos mensageros de
la cólera de Dios. Invadieron la Galia y todo lo arrasaron á
su paso ,hasta Orleans; amenazaron á París y los parisien-
ses atribuyeron su sal vacion á las plegarias de sta. Geno·
veba. No obstante, la reunion de los Romanos y los Visi-
godos bajo Accio y Tedorico, obligó á los Hunos á retroce-
der. Téngase presente que no debe confundirse á este Teo-
dorico, rey de los Visigodos y sucesor de Walia, con el gran
Teodorico rey de los Ostrogodos, que algunos años mas tar-
de debia conquistar la Italia. Atila, pues, retrocede hasta
Champaña, y allí, cerca de Chalons-sur-Marne, en las lla-
nuras Cataláunicas, se da el año 451 una horrible batalla
ganada' por Acoio y seguida de la mas espantosa carnice-
ría. Dícese que perecieron trescientos mil hombres.


Meroveo, gefe de los Francos, se unió á los Visigodos y




NACIO~AL. 1'71
romanos en esta sangrienta jornada, con1ribuyendo pode ..
rosamente al logro de la victoria.


Vencido Atila, reune nuevas fuerzas y penetra en Ita ..
lia llegando hasta las puertas mismas de Roma. Allí el
papa San Leon intercede por los Romanos, amenazando al
rey bárbaro con la venganza del cielo si intenta pasar ade-
lante. Atila se detiene, ora porque el tratado propuesto por
San Leon haya satisfecho su avaricia, ora porque teme ]a
venganza de Dios, á pesar de que no lo conocia. lilej6se y
bien pronto murió.


Solamente Accio podia defender el imperio por su gé-
nio y por la autoridad de su nombre y de sus victorias,
pero fué víctima de una intriga de córte, y Valentiniano,
envidioso de su gloria, le dió por su misma mano, de pu-
ñaladas. Valentiniano mas tarde murió tambien asesinad~,
por que está escrito, hermanos mios, que quien hiera por la
espada, por la espada perecerá.


La Galia se convjrtió en un teatro de sangrientas lu ..
chas entre los varios pueblos que la componian, y para
ella cada momento;:de reposo era seguido de una nueva y
espantosa crísis. Mayoriano proclamado emperador en 417
habia elegido por su 1 ugar-tenien te en las Galias y Maes ..
tre de milicias, empleo equivalente al de nuestro Capitan
general, y tambien orígen del título de Duque (de dúcere,
cona1M:Ír, guiar, de donde se forma en italiano il auca) ha-
bia elegido, digo, á Siagrino Egidio, que pertenecia á una
de las principales familias y á quien distinguian las mas
eminentes cualidades.


La alta dignidad que hemos nombrado era objeto de la
ardiente ambicion de los gefes bárbaros, establecidos en el
imperio á título de Colonos y estos respetaban al persona-




172 LA SOllERANIA
ge revestido de tal dignidad, como delegado del empera-
dor, c~ya supremacia reconocian. Vióse un ejemplo de ello
en tiempo de Egidio, á propósito de un hecho que ha sido
mal comprendido y peor apreciado. Meroveo rey de los
Francos sálicos, habiendo muerto en 457 tuvo por sucesor
á su hijo ;l\felderico, proclamado rey á. pesar de su tempra-
na edad y bien pronto destronado, por el pueblo mismo que
le habia puesto sobre el pavés.


Los Francos entonces, no teniendo mas príncipe de la
raza real, se sometieron voluntariamente al galo-romano
Egidio y le reconocieron por gefe. Mas adel~nte Egidio,
habiendo sido declarado enemigo del imperio por el Sena-
do de Roma, y por un nuevo emperador, los francos volvie-
ron á llamar á Milderico, lo pusieron de nuevo á su cabeza
~ contribuyeron la caida de Egidio. Childerico mismo fué
mas tarde revestido de la dignidad de maestre de milicias,
combatiendo con gloria por el imperio contra los bárbaros
que lo asolaban.


Este imperio subsistió algunos años todavía agitado de
tristes convulsiones. Se ven por una parte, sucederse en el
trono á príncipes afeminados, indiferentes á las calamidades
públicas. Se ven por otra, gefes que se elevaban rápidamen-
te y caían por el puñal ó la insurreccion; un ejército de
hombres compuesto de gentes de todas las nacione~, que no
veian mas que su interés en cuanto al Estado, y que se su-
blevaban contra él cuando comprendían que tendrian mas
ganancia por el pillage, que por sus mercenarios servicios;
un pueblo, en"fin, ignorante y miserable, que no sabia á qué
l~yes obedecer, esplotadopor los emperadores, saqueado por
los ejércitos y por las hordas de bárbaros y que habría de-
jado de ser romano si hubiera sabido á quien someterse con
seguridad.




~'T"'-.
j~'.


NACIO~AL. 173
Apercibíanse por otra parte. pueblos nuevos y fel'oces,


de carácter fiero é independiente y que formaban contraste
-con el génio algo envilecido, algo bastardeado ya, de los
romanos.


Estos pueblos, diferentes en lengua, costumbres y cul-
to, así como en origen, parecian haberse puesto de acuerdo
para venir desde las estremidades del mundo á caer sobre
el imperio como sobre una presa.




Entre esta sociedad decrépita, y estas razas nuevas, la
Iglesia Cristiana se elevaba, cobraba fuerza, creaba prosé-
litos;entre aquellos á quienes el mundo no ofrecia mas que
sufrimientos y que abrazaban con gusto la idea de una
existencia mas dichosa, la creencia en un mundo mejor.


La Iglesia los acogia á todos en su seno sin, cuidarse de
.su rango, ni de su fortuna, pero elevando á las dignidades
á los mas instruidos y hábiles.


Ella entonces era la sola que conservaba en el Occiden-
te el depósito' de algunos conocimientos y trabajaba para
hacer brotar una civilizacion nueva de el cáos en que ame-
~nazaba caer la Europa.


Terminó el imperio de Occidente su dolorosa agonía
entre los años 475 y 480.


El último príncipe elegido por el Senado de Roma y
por el Emperador de Constantinopla, y que bajo este doble
título habia sido igualmente r-econocido por el Emperador de
Occidente, fué N epos, proclamado Augusto en Roma año 474.


Un oficial de orígen bárbaro, Orestes, antiguo secretario
,de Atila, colocado por Nepos á la cabeza de las milicias im-
periales, le arrojó del trono, 143 obligó á huir y puso en su
lugar á un hijo que habia tenido de su casamiento con
una il ustre romana.




174 LA SOBERANJA
Este hijo, llamado R6tnulo, fué reconocido por-el Senado-


de Roma, pero la C6rte de Constantinopla no confirmó su
eleccion; no tuvo mas q ne una sombra. de poder y recibi6
por desprecio el sobrenombre de Augusto.


Fué destronado al año de su eleccion por otro oficial
llamado Odoacro), antes gefe de un. cuerpo de Hérulos, y
que educado en el mando de las milicias'bárbaras ausilia-
res del imperio, conquist6 á su cabeza una parte ,de la lta-


" Ha, y se hizo dueño de Rávena y de Roma.
Odoac!'o confirmó este poder indemnizáIido á los sol-


dados.
El trono de Occidente estaba vacante y los débiles res-


tos de la autoridad imperial parecian concentrados enton-
ces en las manos del emperador que reinaba en Constanti-
nopla, y que en cualidad de solo heredero y sucesor de los
césares, ejercia en el Occidente mismo cierta suprema-
cia sobre el mundo romano; á él se dirigian los gefes ro-
manos para obtener honores y títulos de posesiono


Cuando Odoacro destronó al débil Augusto, el legíti-
mo emperador Nepos se habia refugiado entre los Dálma-
tas y Zenon Isáurico ocupaba el trono de Constantinopla.


A él pidió Odoacro la dignidad de patricio, con autori-
dad suprema sobre los pueblos de Italia.


Zenon conservó los derechos de Nepote, pero accedió á
la demanda de Odoacro que durante diez y siete años go-
bernó la Italia con un poder casi absoluto.


A la caida del imperio, la GaUa estaba dividida entre-
los Visigodos bajo Euríco al Sud; los pueblos de la Arm6-
rica al Oeste, los Alemanes y los Borgoñones al Este, y al
Nor~e los Francos.


Divididos estos siempre en dos naciones, los Francos




NACIONAL. 175
Sálicos, y los Francos Ripuarios, ocupaban todavía poco
mas 6 menos el territorio que habian conquistado y cuya
posesion les habia sido confirmada en los dos siglos ante-
riores.


Los Francos Ripuarios que ocupaban las dos orillas del
Rhin, se estendian mas allá de este rio hasta el Scalda; los
Francos Sálicos ocup.aban el territorio limitado por el Scal-




da, el mar del Norte y la Samara; estaban divididos en tres
tríbus, ó pequeños reinos, cuyas villas principales er~tn
Tournay (Turnacum) Cambray (Camaraeum) y Therouan-
ne (Theruenna).


Los gefes 6 reyes du es~as tríbus pertenecian todos á la
raza real de Clodío 6 de Meroveo.


La tríbu de Tournay habia adquirido el primer rango
. y la influencia dominante sobre el Rey Chilpérico.


Una parte de la Galia entre el Saona y el Loira habia
quedado romana y se mantuvo algun tiempo despues de
la caida del Imperio, independiente de los bárbaros.


Esta comarca, bastante estensa, estaba entonces domi··
nada por el general romano Sinagrio, hijo del célébre Egi-
dio, antiguo maestre d~ las milicias imperiales.


Los Anglosajones, en esta época, habian invadido la
Gran Bretaña estableciéndose en ella; un gran número de
antiguos habitantes emigraron y se establecieron en la
estremidad de la punta occidental de las Armóricas, donde
fueron bien acogidos por los indígenas, con los cuales te-
nian comunidad de lengua y orígen.


La Bretaña francesa ha recibido su nombre de esos bre-
tones espatriados.


Hácia el mismo tiempo, una colonia de Sajones esput-
. sados de la Germania, se estableció en la baja Normandía




176 L.~ SOBERANU:
(alrededores de Bayeux) en tanto que otra colonia de este
mismo pueblo, enemigo de los- Bretones, ocupaba una parte
de Maine y de Anj ou.


Tal era el estado de las Galias, cuando el año 481, Olot-
vvig, mas conocido por Clovis hij o de Childerico y nieto de
Merowig ó Meroico, Qua dió nombre á su din~stía, fué ele-
gido rey ó gefe de los Francos Sálicos establecidos en Tour-
nay, y estos son, hermanos mios, los ligeros apuntes que
han de servir para estudiar con fruto la Historia de Fran-
cia; su base es esta, este su punto de partida para la lige-
rísima y abreviada reseña que voy á haceros.


La primera época es el reinado de las dinastías Mero-
vingia y Carlovingia que ocuparon el sólio desde 481 á
986, espacio de cinco siglos.


Reina Clovis desde 481 á 511 Y venciendo á Siagro es-
tiende de sus límites (los de la Galia) hasta el Sena y por
haber ganado la batalla de Tolbiac contra los Alemanes,
Clodoveo á ruegos de su esposa Clotilde se convierte al Ca-
tolicismo en 491.


Derrotó despues á los Visigodos y Borgoñones, es ele-
gido cónsul, somete todas las tríbus de los Francos y
muere, dividiendo sus estados entre sus hijos Tierrig C10-
domiro, Childeberto y Clotarío, que fueron todos reconoci-
dos por reyes.


Despues de atroces guerras entre ellos, Olotario I vuelve
á dejar cuatro hijos; Cariberto, Gontrán, Chilperico y Sigi-
berto, que tambien se dividieroIl sus estados y á esta época
(567 poco mas ó menos) pertenecen las sangrientas rivali-
dades entre Brunequilda, esposa de Sigiberto rey de los
Visigodos, y Fredegunda, que lo era de Ohilperico.


Inútil es hermanos mios, narrar con todos sus detalles




NACIONAL 17i
las grandes desgracias que estas mugeres causaron á lo~
Francos, ni los pequeños reinados que se sucedieron.


La monarquía se' halla suficientemente desacreditada
para que la historia haga esfuerzos en este sentido. Clota-
rio Il, en 613, reunió bajo su cetro toda la monarquía de los
Francos.


Dagoberto 1, su hijo, ocupó el trono; rey severo y mag-
nífico, pero devoto hasta la s~persticion. _ •


Cubrió la Francia de Igle~ias y Conventos. y murió
en 638.


Del 638 al 752 vemos sucederse, despues de ChHde-·
rico lII, ó mas bien, de su deposieion, una série de fantac;-
tliaS de reyes, que la historia llama perezosos, ú holgazanes,
durante la cual los verdaderos reyes ¡oh vergüenza! eran
los mayordomos de palacio.


De Pepino de Beristal nace, como hijo natural, Cárlos
Martel y coincidiendo con este hecho histórico el de la in-
vasion de los Arabes en las Galias, los vence en la batalla
de Poitiers.


En la dinastía carlovingia, aparecen ~epino el Breve y
C;árlo Magno.


El primero fué quien concedió al Papa el derecho de.
reinar en Roma, cuyo hecho histórico es hoy incontestable;
venció á los lombardos y aq uitanios, muriendo en 768.


Dejó dos hijos, Carloman y Cárlo :Magno.
Otra ventaja de la monarquía.
El primero fué vencido por el segundo y todos Jos fran-


cos (770) reconocieron su autoridad.
Hste es uno de esos reinados de conquistadores durantf1


Jos cuales la nacion vive en una eterna guerra con las otras,
víctima, por el capricho de su rey, de la sed de conquistas.


TOMO 11.




178 LA SOBERANIA


Cárlo Magno ensanchó sus fronteras mas allá del Da·
J,


nubio, impuso tributo á l~s naciones bárbaras hasta el Vís-
tula, conquistó una parte de Italia haciéndose temible á
los sarracenos, vence á los sajones que habia en Francia,
vence en Roncesvalles contra los moros, corta la cabeza en
una segunda empresa contra los sajones á catorce mil qui-
nientos prisioneros, dá la Aquitania, á título de reino, á su
hijo Luis '-1, erige Aix-la-Chapelle en silla del imperio, re-
cibe en 800 por Leún III la corona impirial, muriendo des-
pues de un reinado de cuarenta y siete años, á la edad de
setenta y dos habiendo muerto el año 814 hácia mitad de
mes, qUilá el dia 14 y habiendo reinado catorce años sobre
el imperio de Occidente.


Vemos despues sucederse en el trono á Luis 1, Lotario 1
rey de Aquitania y Luis II el Germánico, rey de Baviera,.si
bien éste no reinó en parte alguna de la Galia y sí solo fué
padre del emperador CArlos el Grueso, rey de los pueblos de
la Galia de 884 á 888.


Cárlos JI llamado el Calvo reinó hAcia los años.840 al
877 sucediéndole Luis II el Tartamudo, que reinó de 87'¡
á 879.


Viene despues Luis IlI, de 879 á 882, Carloman hasta e]
884 y CArlos III el Simple, escluido del trono de 884 á 888
por Cárlos el Gordo y de 888 á 898 por el conde Eudes, rei-
nando en fin, hasta el 923 y sucediéndole Luis IV, llamado
el de Ultramar, escluido del trono de 923 á 936 por Raoul
duque de Borgoña y reinando hasta 954.


Sucedióle Lotario hasta el 986 y termina con Luis V
llamado el Perezoso en el año de 987 la dinastía lla-
mada carlovingia y la primera época de la Historia de
Francia.




SACIONAL. 179


La segunda época es la de la monarquía feudal desde.
Hugo Capeto á Francisco 1 de 987 á 1515.


El fanatismo, las guerras con los señores feudales yen·
tre los grandes vasallos y las mas espantosas calamidades
señalaron el curso de este reinado y confirmaron al pueblo
en el pensamiento del próximo fin del mundo.


Hago Capeto sostiene una guerra contra su vasallo el
conde de Chartres, tomándole la villa de Melun,. y entrete-
I;lido, como la mayoría de los reyes, en fundaciones, iglesias
y abadías, murió á los nueve años de su reinado, sucedién-
dolesu hijo Roberto en 996, cuyo reinado hasta el1031 en
que murió, lo ocupan esclusivamente las cuestiones reli-
giosas.


Dej emos en paz á este rey débil.
Enrique 1 hijo y sucesor de Roberto hizo la guerra á su


madre Constancia.
Otra ventaja de la monarquía.
Su .hermano Roberto instituyó el ducado de Bor-


goña.
De esta época es la Paz de Dios y luego la tregua de


Dios, publicadas por los concilios. .
~1 urió Enriq ue 1 en 106ú despues de un reinado de


veintinueve años.
Felipe 1 le sucede á la edad de 8 años bajo la tutela de


Bandoino V conde de Flandes.
Fundan los normandos las Dos Sicilias y conquistan la


Inglaterra.
Establécesa el Colegio de cardenales y viene la guerra


de las investiduras, porque el papa Gregorio VII prohibeá los
príncipes investir á los obispos.


Verifícase la primera cruzada en 1096, se funda el rei-




180 LA. SOBER.A.NIA.


no de Jerusalen en 1099 y muere Enrique 1 en 1108 con el
hábito de benedictino.


Sucédele Luis VI, rey "batallador y buen caballero, que
muere en 1117.


Luis VII, tambien de belicoso carácter, "predica la $6-"
gunda cruzada, hace coronar á su hijo Felipe el Augusto y
muere en 1170.


Felipe Augusto segundo de "este nombre se distingue
por sus crueles persecuciones religiosas; predícanse en s~
reinado la tercera y cuarta cruzada, y las cruzadas contra
los álbigenses, y muere despues de un largo reinado en
1223.


Luis VIII no reinó mas que tres años; predicóse en su
tiempo la segunda cruzada contra los albigenses y murió
en 1226.


Su esposa fué la reina Blanca y el mayor de sus hijos
San Luis.


Luis IX el Santo comenzó á reinar bajo la tutela de su
madre, marchando cuando estuvo en disposicion de reinar
á. Tierra Santa, en la quinta cruzada, y en otra mas desas-
trosa aun.


Emprendió con infatigable celo la sesta cruzada mar-
chando segunda vez á J erusalen.


Su vida la dedicó, como se sabe, á las prácticas piado-
~aSj establecimiento de monasterios y fundaciones, mu-
riendo en 1270 despues de haber designado por regentes
del reino á Matthieu de Saint-Denis y Roger de Nesle.


Ninguno fué mas digno de la admiracion de los hom"~
bres y el único de toda su raza que obtuvo de la Iglesia los
honores de la canonizacion.


El tercer hijo de San Luis llamado, no sé por qué, Feli~




NACI0NA.L. 181


pe III ,el Atrevido, no siguió el ejemplo de su padre vivien-
do en medio de su córte dado á las mas supersticiosas prác-
ticas.


En el período histórico que abarca de 127'0 á 1461 solo
se vé el despotismo del gobierno real y la autoridad de los
legistas, el advenimiento al trono de los Valois, la guerra
de los Cien años con los ingleses, los célebres Estados ge-
nerales, el gran cisma de Occidente') inmensos desastres en


..


la Francia, una completa anarquía y la libertad del reino
con la muerte del loco Cárlos VI que ocupó el trono 42 años.


¡Cuán frio y descarnado se presenta al análisis ese ca-
dáver del tiempo que se llama Historia, .si al remover sus
entrañas no procura el anatomista deducir con ayuda del
lector todas las útiles enseñanzas que contiene para nos-
otros los contemporáneos.


Ciertos estudios modifican el alma para ciertas ideas.
Las especulaciones sútiles de la Teología conducen al


absolutismo; las de la economía política á la escuela libe-
l'al; pero los estudios históricos conducen derechamente á
la democracia.


¿Quién, meditando sobre la historia, no se horrorizará
ante la contemplacion de lo que son los reyes?


Ved sino con mas estension en el primer historiador
<{ue halleis á mano, como el sombrío cuadro de los críme-
nes y desgracias de la Francia durante ciento cincuenta
años, desde la muerte de San Luis hasta la de Cárlos VI
Hena el alma de horror y espanto y es un espectáculo fe~
cundo en grandes enseñanzas el de las espantosas calami-
dades, que tantas violencias han atraido sobre sus autores)
,tiean monarcas, príncipes, señores ó villanos, como dice
Bonnechose, y añade:


, .,




182 LA SOBERANI.!


«La crueldad, los fraudes y el brutal despotismo de al-
gunos de los sucesores de San Luis, suscitaron guerras que
desolaron el reino; los grandes, asesinos y asesinados, es-
pian con su sangre la que han derramado; las violencias,
en fin, de los paisanos cuando son poderosos, la negacion
de todo sacrificio personal y los escesos, en fin, de la Jac-
querie deshonran y arruinan por largo tiempo la causa po-
pular.»


e


Los siglos desgraciados enseñan á la nacion lo que nos-
.otros no debemos olvidar.


Les enseñan que un pueblo no puede gozar en paz de
las ventajas de una nacion grande, fuerte y libre, mas que
cuando sabe comprender las de la union, las de la obe-
diencia á las leyes y el sacrificio del interés particular al
interés general en aras de la patria.
E~ 1422 sube al trono Cárlos VII y á su época pertene~


cen la vocacion de Juana de Arco y el sitio de Orleans por
los ingleses.


Cárlos VII es el único rey que ha muerto de hambre#
Por miedo al veneno se dej ó morir de inanicion el 22


de julio de 146l.
Tomada Constantinopla por Mahomet II y caido el im-


-perio griego, termina tambien la Edad-Media, segun divi,
sion comun de los historiadores.


Luis XI subió al trono á los treinta y ocho años.
¿Quién no conoce el reinado de quien envenenó á su


hermanó y huyó ante el conde de Charolais en Montherey1
Sus crueldades, sus venganzas, sus terrores y supers-


ticiones, son conocidas de todos, y si anuló ep parte el
feudalismo, lo hizo como lo han hecho siempre los reyes,
no por proteger al pueblo, si no por centralizar mas su poder.




NACIONAL. 183


Murió en 1483.
En su reinado se descubrió la imprenta.
Cárlos VIII, su hijo, subió al trono á los trece años.
Sumerge la Francia en la guerra civil y pierde á Nápo-


les y Sicilia.
Otra ventaja de las monarquías.
Murió en 1498.
El duque de Orleans, nieto del hermano de Cárlos VI,


ocupa el trono.
¡Gran reinado!
Nos hace la guerra y pierde la batalla de Cerinola con·


tra el Gran Capitan, y pierde tambien (otra vez para Fran-
da) el reino de Nápoles.


Reinó bajo el título de Luis XII y mudó en 1515.
Aquí comienza la tercera época de la historia de Fran-


cia, llamada la de la monarquía absoluta y abraza desde el
advenimi~nto de Francisco 1, hasta la convocacion dé los
Estados generales por Luis X VI, de 1515 á 1789.


Francisco 1, en su primera campaña de Italia, gana la
batalla dJ Mariñan, conquista el Milanesado, hace una
alianza con los suizos, un Concordato con Leon X, papa, y
somete el parlamento bajo su autoridad.


Todos conocen el orígen de las rivalidades de Francis-
co 1 y Cárlos V.


Leon X, siempre frívolo Y'maquiavélico (papa al fin),
escita á los franceses á apoderarse de Nápoles, prometién-
doles suproteccion y tratando casi lo mismo con Cárlo~ V.


La consecuencia fué apoderarse este último del Milane-
sado; pierde la batalla de Pavía, sin perder por eso el honor,
en 1525, y es traido prisionero á ~1adrid.


Por el tratado de Madrid, que !'ompi6 al poco tiempo.




184 LA. SOBERANÍA
vuelve á Francia y marcha' de nuevo á Roma para librarla
del poder de españoles y alemanes, siendo igualmente de~­
graciado en esta empresa, y ,despues de desplegar el mas
inaudito rigor contra los protestantes, muere en 1547.


Sucédele su hijo Enrique II, á la edad de veintinuevll,
años.


Este rey fué el primero que creó el decreto imitado por
nuestras antiguas ordenanzas militares de atravesar 1::1
Jengua de los blasfemos con un hierro ardiendo.


Declara la-guerra ¡siempre la guerra! al papa Julio III
y al emperador de Alemania, se apodera de los obispado~
de Metz, Tolon y Verdun, y pierde la batalla de San Quin-
tin en 1557, muriendo en 1559.


Francisco II subió al trono á los diez y seis años de edad,
y viéronse reproducidas en su reinado y en el siguiente,
por horribles calamidades, todos los vicios de la ley que
Cárlos V habia hecho, fijando la mayoría de edad á la ado-
lescencia.


Hé aquí admirablemente pintado el carácter de este rey
en una comedia de Louis Bouilhet, titulada la Conjuracion
de Amboise.


Redúcese ,á que los enemigos del gobierno de los Guisas,
que dominaban al pobre Francisco II, católicos y protes·
tantes, hicieron causa comun jurando no molestar al rey
mas que aprisionándolo convenientemente en tanto juzga-
ban á los Guisas, librando á la Francia de su poder y rin
diendo despues las armas sumisos á la autoridad real.


Súpolo Francisco de Guisa, trasladó diestramente la CiJf
t~al castillo de Amboise, y, cuando los rebeldes le ataca-
ron, fueron vencidos.


Hé aquí ahora fotografiado el carácter de Francisco H.




NACIONAL. 185


Hé aquÍ para muestra una. conciencia de los reyes de
aq n ella época cuando la tenían.


La escena es entre el rey y María Estuardo:
«¡A.h! si Dieu le voulait! ¡si je pouvais moi-meme; .


la mor! m'a mis trop jeune á ce faite supreqte!
Que de fois dans mon ombte, écoute, écoute un pen
entre ce Guise altier qui me traite en neveu
el cesprinces floltants (1) qu'on né peut pas soumeltre,
y ai revé ce bonheur d~ me lever eo maUre
et de dire nu hOlirreau debout á mon coté: •


viens repasser ton fer sur notre volooté!
Car nos n'entendons plus supporter en si/enee
les orgueils fourvoyés jusquoi á l'insolenee.
Ni ces dogmes qu'on trempe an sang des nations,
ni le choc éternel de ces ambitions,
ql1i foot depl1is dix mois lever tant de poussiére
que nous ne voyons plus nolre peuple derriére.
Mais lont cela bientót s'arrete eo m'elonffant
je suis un souffretel1x, un maJade, un enrant,
Jamentable héritier des héros séculaires
je n' en ai pas la force el j'en ai les coléres.
El quand dans mon sommeill'un d'eux vient m'avertir ..•


(Señala al corazon.)
je sens lá comme un roi qui ne peut pas sortir.
¡Ah! ¡mourir! ... ¡oublier! ...


(Tendiendo la mano hácia la reina.)
Lá plus prés je t'en prie ...
Quand je ne serai plus, ¿que feras tu Marie?


M. Estuardo.
Sire, ¡le me chant mol!. ..


Francisco.
¡Oh! tu me plains á tortL ..


¡ Laissez-moi me cOllcher dans la paix de la mort!»


(1) Los de Condé.
To.'IO n.




186 LA SOBERANIA
Hé ahí, hermanos mios, lo que era un rey de aquella


época; ó tiranú ó souffreteux.
M urió Francisco II en 1560.
Cárlos IX tenia solo diez años cuando sucedió ásu her-


mano; rennidos entonces los Estados generales en Orleans,
apenas tomó parte en los negocios políticos.


Distínguese su reinado por guerras civiles; la concl u ~
sion del Concilio Tridentino y la horrible matanza de San
Barto10m.é el 24 de Agosto de 1572 al toque de la campana
de San German l' Auxerrois.


Toda la sangre de los hugonotes debe caer sobre la me-
moria de Catalina de Médicis.


El mismo Cárlos, desde una ventana del Louvre, decia
como Vitelia: ¡qué bien huele la carne de los enemigos!


Despues fué con un brillante cortejo á Montfau~on para
ver las horcas en que yacian los despedazados miembros
de los míseros hugonotes.


Cárlos IX languidecia despues de la noche de San Bar-
tolomé y, en la última de su vida, esclamaba moribundo
en medio de su delirio: ¡Ah! nodriza mia! ¡cuánta ~an­
gre!


¡ Dios mio! perdonadme.
Su propia sangre que brotaba á través de su piel inun-


dó su lecho y murió el 30 de Mayo de 1574 de edad de,
veinticuatro años!


Sucedióle el duque de Aujou bajo el nombre de Enri-
que nI.


Señalan su reinado cuatro guerras c~viles, y la célebre
jornada de las barricadas contra las Guisas, muriendo en
Agosto de 1589, asesinado por Jacobo Clemente.


;I?roclan;lado elc~rdenal de Borbon rey en Paris, bajo el




NACIONAL. 187
nombre de Cárlos X, no fué reconocido por el parlamento
~stablecido en Tours.


Mayenna se dirige hácia Enrique IV que habia suce-
dido á Enrique IIIy avanzaba hácia él, y se encontraron
,en la llanura de Ibry, siendo vencedor Enrique IV, sitian-
do y bloqueando áParis, que entonces (1590) padeció su cé-
lebre hambre.


Entra por fin EnriquE' IV en París, pero un gran aten-
tado puso su vida en peligro cual fué la tentativa de ase-
sinato en su persona llevada á cabo por Juan Chatel instru-
roen to de los j esui tas.


Este es un inconveniente de la monarquía que ya he-.-
mos visto en Enrique HI.


Los jesuitas fueron desterrados, si bien mas tarde vol-
vieron á Francia; empero, estaba escrito en el libro de los
asesinos sin duda, que Enrique IV moriria asesinado.


Un hombre' llamado Francisco Ravaillac clavó su puñal
entre la segunda y tercera costilla del rey y dándole otra
_puñalada en el corazon, le dejó muerto instantáneamente
(1610).


A su muerte, el parlamento dió la regencia á la pr6di~
ga y dilapidadora María de Médicis.


A los catorce años Luis XIII es reconocido rey y decla-
rado mayor de edad mas s.o10 era rey de nombre y la mis-
maMaria de Médicis convoca en 1614 los Estados genera-
les, últimos ya que se reunieron hasta 1789.


Casa Luis XIII con Ana de Austria y la reina madre es
desterrada á Blois de donde se evade á los dos años.


Vienen despues luchas civiles en Francia y se incorpo-
ra el Bearu á la Corona; hace Luis XIII la guerra á los hu-
gonotes, que termina con la paz de Montpellier; obtiene




188- LA SOBERANIA


Richelieu el capelo y comienza su ministerio en 1624; se
venga horriblemente de las conjuraciones tramadas contra
él, convoca en las Tullerías una asamblea de notables, toma
la Rochela, declara guerra á la casa de Austria y al duque
de Saboya, somete al duque de Rohan y arruina al partido
protestante; conquista la Lorena, lleva sus fuerzas á Bél-
gica y castiga la insurreccion de Cincs-Marqs.


Puede decirse que bajo el reinado de un rey absoluto
con ministro universal, la historia del ministro es la del
reinado.


Richelieu murió en 1642.
Luis XIII en 1643.
La mañana antes de morir, hizo bautizar al delfin, de


edad de cinco años, enla misma capilla ú oratorio colocado
cerca de su lecho y en broma le preguntó:


-¿Cómo te llamas?
-Yo me llamo, dijo el niño, Luis XIV de Francia.
-Todavía nó, hijo mio, dijo el monarca ¡espirando!
Llega para la Francia el gran siglo de Luis XIV. ,
Todo era grande en él.


I


Grandes las conquistas y las guerras, numerosas las-
batallas, grandes sus generales como Turena, grande su
literatura que vió á Moliere, Fenelon y Boil~au, grandes
sus fundaciones, como son la Academia de ciencias, las de
escultura J pintura, las de inscripciones y el arreglo de la
Biblioteca real; mas en la imposibilidad de narraros un
reinado tan conocido, puede reasumirse en dos palabras.


La administracion de Mazarino, la guerra interior de la
Fronda, el gobIerno de este rey, que dió fuerza y esplendor
á la monarquía, la conquista de ;Flandes, del Franco-Con-
dado y de la Alsacia, la revocacion del edicto de Nantes que




NACIONAL. 189


habia proclamado Enrique IV, diversos desastres en la
Francia, y prodigiosa deuda pública.


Hé ahí los rasgos mas salientes de este reinado.,
Puede decirse en fin, que la Francia, bajo Luis XIV, se


apoderó del papel que habia desempeñado España bajo el
reinado precedente; fué largo tiempo la potencia dominan-
te por su estension, por la fuerza de su gobierno por el as-
cendiente de su civilizacien y el maravilloso cOll~urso ·de
las superiores inteligencias que le ilustraron.


#


Luis XIV murió en 1715.
El reinado de Luis XV es el de la debilidad de todos los


poderes, del escandaloso agiotage, de la corrupcion de las
costumbres, de las ruinosas guerras, destruccion· y resta-
blecimiento de los parlamentos, disolucion de la monar-
q aía é influencia de los filósofos, de Rousseau, Voltaire,
Diderot y Condorcet.


Murió el rey en 10 de Mayo de 1774 á causa de unas
viruelas, terminando así el mas vergonzoso' reinado que
haya tenido la Francia.


Hemos llegado á la cuarta época de la Historia de Fran-
cia' y sobre su pórtico se hallan grabadas dos hermosas pa-
labras que son un torrente de luz para el que, como yo,
ama todos los sublimes momentos en que la Historia ha
tratado de elevar la dignidad humana.


Estas palabras son Revolucion francesa!
: El 5 de Mayo de 1789 Luis XVI reune los Estados ge-


nerales, el tercer estado; sus diputados, que siempre ha-
bian asistido des~ubiertos, se cubren en presencia de los
nobles y el-clero al cubrirse estos, lo cual significa que la
revolucion estaba hecha yá en las conciencias y solo fal-
taba traerla al terreno de los hechos.




190 LA. SOBERA.NÍA
El pueblo tom~ la Bastilla el 14 de Julio de 1789; co-


mienza la emigracion de los nobles, quedan abolidos los
privilegios el 4 de Agosto de 1789, la Francia se divide en
83 departamentos, es desposeido el clero de sus bienes y
Mirabeau, el ardiente diputado por el pueblo, el que cuan-
do los Estados generales fueron disueltos se negó á aban-
donar el salon, diciendo, que no lo abandonarían si nó por
la fuerza de las bayonetas·, muere en 1791 .


. Huye la familia real el mismo año, pero eI,rey rué trai-
do á Paris y Luis XVI cierra la Asamblea constituyente.


Otra ventaja de las monarquías cual es la de poder di-
solver las Asambleas.


La asamblea legislativa se abrió en 1.0 de Octubre
de 1691.


Las córtes estrangeras protegian á los nobles emigra-
dos; tramaban la contrarevolucion y amenazaban una coa-
lision contra la Francia.


Quiso obligarse á Luís X VI á declarar la guerra al es-
terior, é Iznard terminó un discurso desde la tribuna con
estas bellas palabras:


«Digamos á la Europa, que si los gabinetes empeñan á
los reyes en una guerra contra los pueblos, nosotros empe-
ñaremos á los pueb~os en una guerra contra los reyes; di-
gámosla, que todos los combates á que se abandonen los
pueblos instigados por los tiranos son muy semejantes á
los golpes que se dan dos amigos, en la oscuridad escitados
por un pérfido instigador.


Si aparece la luz del dia arrojan sus armas, se abrazan
y castigan al que los engañó.


Del mismo modo, en el momento en que los pueblos
enemigos luchen contra noso~ros, la luz de la filosofía he-




NACIONAL. ' 191
rirá sus ojos, los pueblos se abrazarán ~nte sus tiranos,
ante la tierra consolada y ante el cielo satisfecho.»


F6rmase el ministerio girondino (Marzo del 92) cuyos
principales miembros eran Dumouriez y Roland y en Abril
se declara la guerra.


Cay6 la monarquía en la sesion de ! O de Agosto del 92,
y Luis XVI es conducido al Temple.


A la caida de los girondinos la' nueva asamblea toma el


nombre de Convencian nacional y fecha sus actas con la de
Año 1 .. ° de la República.


Divídese la Convencíon en girondinos (derecha) y la
montaña (izquierda).


Viene el régimien del Terror, las víctorias de los ejér-
citos franceses, la conquista de la Bélgica, Holanda, Suiza
é Italia; la reaccion del partido realista y girondino, el go-
bierno del Directorio, la ana~quía, algunas derrotas y la
caida del Directorio, cuyos miembros, á escepcion de Car-
not era de una mediana capacidad, no podia contrarestar
las hábiles intrigas de Bonaparta y Sieyes.


Luis XVI muere ajustiéiado el 21 de Enero de 1793.
En 10 de Noviembre de 1799 Bonaparte es elegido pri-


mer cónsul y mas tarde es elevado al Imperio, ocupando un
espacio de tiempo del 10 de Noviembre de 1799 al 18 de
Mayo de 1804 con sus empresas militares, las campañas de
1805, 1806 Y 1807 en Austria, en Prusia y en Polonia; en
la funesta campaña de España, e:r;t la de Austria de 1809,
en la guerra de Prusia y en las campañas de 1813 y 1814
en Alemania y Francia, hasta su abdicacion en 13 de Abril
de 1814.


En cuanto á mí yo admiro á Napoleon y tengo de él la '
misma opinion que Víctor Rugo cuan~o dice:




192 LA SOBERANIA
«Napoleon lo tenia todo, era un sér completo.
)SU cerebro era el cubo de las facultades hnmanas.
)Hacía códigos como Justiniano, dictaba como César;


en su con versacion mezclaba el relámpago de Pascal con
el rayo de Tácito.


)Hacía la historia y la escribia; sus boletines son Ilia-
das; combinaba las cifras de N ewton con las metáforas de
J\fahoma; dejaba detrás de sí en Oriente palabras grandes


,


como las pirámides; en Tilsit enseñaba la magestad á los
emperadores, en la Academia de ciencias replicaba á Laplace,
en el Consejo de Estado se las tenia firmes con Merlin; daba
alma á la geometría de unos y á la argucia de otros; era
legista con los procuradores y liberal con los astrónomos.


»Como Cromwell, apagando una vela de dos cuartos, se
iba al temple á regatear una borla de cortina; todo lo veia,
todo lo sabia y esto no le impedia reir, con una risa muy
bonachona, junto á la ama de su hijo.


»De repente la Europa asustada, escuchaba; poníanse
en marcha los egércitos, rodaban los parques de artillería,
puentes de barcas cubrian los rios, nubes de caballería ga.
lopaban en e.l huracan, por todas partes gritos, trompetas,
terror de los tronos; oscilaban las fronteras de los reinos en
el mapa; se oia el ruido de una e!=lpada sobrehumana que
salia de la vaina, veíasele á él élevarse sobre el horizonte
con una llamarada en la mano y un fulgor en los ?jos, des-
plegando en medio del trueno sus dos alas; es decir el gran
egército y la guardia veterana.


»¡Era el arcángel de la guerra!
»¡Qué brillante destino el de un pueblo, ser el imperio


de semejante emperador, cuando ese pueblo es Francia y
asocia su génio al génio del gran hombre!




NACIONAL. 193
,»Aparecer y reinar; marchar y triunfar, tener por eta-


pas todas las capitales, hacer reyes de sus granaderos, de-
cretar caidas de dinastías, transfigurar la Europa á paso d6
carga, que sientan, cuan.do amenazais, que poneis la mano
en el pomo de la espada de Dios; seguir en un solo hombre
á Aníbal, César y Carlomagno; ser el pueblo de un hombre
que mezcla en todas vuestras auroras, la noticia esplen-
dente de una batalla ganada; tener por despertador el ca-


• ñon de los inválidos; arrojar en abismo de luz, palapras
prodigiosas que deslumbran para siempre: Marengo, Arco-
le, Austerlitz, Jena, Wagram; hacer brillar á cada instan-
te en el Zénit de los siglos, constelaciones de victorias, dar
el imperio francés por contrapeso al imperio romano, ser la
gran nacion y producir el gran egércit!>, hacer volar las
legiones por todos los pueblos, así como una montaña en-
via á todas partes sus águilas, vencer, dominar, fulminar,
ser en medio de la Europa una especie de pueblo dQrado á
fuerza de gloria, tocar á través de la historia un redoble
de titanes, conquistar el mundo dos veces, por conquista y
por deslumbramiento, esto es sublime, ¿hay algo mas
grande?»


Sí; ser libre.
Bajo el nombre de Luis XVIII, fué llamado á reinar el


duque de Orleans, pero su primer ministerio de la restau-
racion, en que habia hombres opuestos al espíritu de la
revolaeion, como Dembraig, el abate Montesquieu, Blacas,
Dupont y Talleirand, alarmó al pJleblo.


Promúlgase la carta constitucional de 4 de junio de
1814 pero el rey se neg~ba en aceptarla, como condicion
de su elevacion al trono, y esta fué su primera faltaqlle
creó un descontento general.


TOMO n. 25




194: LA SOBERANIA.


Tras nuevas faltas é imprudencias, llega en 1815 el
congreso de Viena, con obj~to de repartirse los despojos del
gran imperio de Napoleon, aumentó mas el descontento .


. En 1.~ de marzo de 1815 desembarca Napoleon ,en Can-
o nas, cerca d'e Alltibes, y marcha sobre París, sublevando.
alguna.s guarniciones .


. Luis XVIII pasa una revista á sus tropas, pero le ma-
nifestaron poco aprecio y e119 de marzo huye por fin.


o


Entra Napoleon el 20 en París, y comienza la triste
época de los Cien dia$~


Pierde la batalla de Vaterloo y siéndole la cámara h6s-
til,- abdica el 22 de junio de 1815; embárcase en el Belero-
fonte y es conducido á Santa Helena, en donde se eclipsa
para siempre aquel brillante meteoro de la guerra.


Los egércitos aliados abren la Francia á los Borbones.
París capitula y Luis XVIII hace su entradá el 8 de ju·


lio de 1815, proscribiendo y denunciando á la vigilancia
del gobierno, mas de diez y nueve generales y oficiales.


Con él entraron tambien los ejércitos aliados, pero mas
bien como creyéndose vencedores, y devastaron los museos"
llevándose cada cual lo que le pareció.


Despues de varios s~cesos insignificantes ocurrió el
asesinato del duque de Berry, el 13 de febrero de 1~20, al
salir de la ópera, por un miserable llamado Louvel y en
este mismo año precisamente, habia de comenzar á producir
sus frutos la revolucion francesa con la de España por Rie-
go; la de los portugueses, llamando á su ántigllo soberano
Juan VI, la de la Italia con el inmenso desarrollo de la
francmasonería y el carbonarismo; la de, Nápoles por el
general Guillermo Pepé, y la de Alemania, donde se forma-
ron catorce círculos de asociaciones secretas, y donde hubo




NACIONAL. 195
un inmenso entusiasmo en favor de Cárlos Sand, asesino
de Kotzebüe.


i,Y quién era Kotzebüe?
Un decidido partidario y defensor, con sus escritos, de


los derechos de los monarcas.
Luis XVIII nlurió el 16 de setiembre de 1824 dejando


la corona á Cárlos X, que fué consagrado en Reims, en x:na-
yo de 1845.


M. Montlosier denuncia los Jesuitas como enemigos de
la religion y del Estado, pero el rey dá un fuerte proyecto
de ley contra la prensa, que fué vivamente combatido y
prontamente retirado.


Licencia la guardia nacional en abril de 1827; disuel-
ve la cámara, hace un tratado en julio entre la Francia,
Inglaterra y Rusia para terminar las hostilidades entre
Turquía y Grecia, y vi6se últimamente obligado á dictar
ordenanzas contra los Jesuitas.


,


Verificase la conquista de Argel en 1830; y la célebre
revolucion de las jornadas de 27,28 Y 29 de julio, en que
el rey q ueria destruir la carta constitucional y el pueblo
levantó mil barricadas á la voz de viva la Carta.


Vióse obligado el rey á embarcarse en Chesburgo para
Inglaterra, y Luis Felipe I, duque de Orleans,jura la carta.
e19 de Agosto de 1830.


, Véase al hablar del estado social de la Francia, despues
de la -espedicion á Mégico, en que términos se espresa un
anónimo é ilustrado oficial de Estado :Mayor francés.


(4Desde la espedicion á Mégico los hombres previsores
calcularon la caída del imperio. La Francia queria gober-
narse por sí misma en el porvenir y el imperio, cada vez
mas adherido á sus tradiciones personales, sostenido por los




LA SQBERANIA
<


únicos hombres que se hallaban interesados en su régimen
no habia de consentirlo. Por consiguiente, su caída era una
cuesti~n de tiempo. ¿Cómo tendría lugar? ¿Se produciria
sin r~volucion un día en que las masas, suficientemente
ilustradas, enviasen á la cámara una mayoría bastante
fuerte para modificarle ó desposeerle? Algunas personas 10
esperaban. otras dudaban tristemente, y un'hombre polí-
tico, cuyos consejos lehabian hecho caer en desgracia,


. no vacilaba en decir «el imperio perecerá por el ejér-
cito. »


'Efectivamente; las cost~mbres habían sufrido un cam-
bio despues de la elevacion de N apoleon HI.


Por un lado una especie de gangrena moral habia in-
vadido todas las clases; por otro el espíritu público habia
aprendido á no manifestarse.


La Francia solo se distinguia por su ligereza, por su
indiferencia, por el espantoso egoismo que desarrollan los
apetitos del lujo y del interés por la depravacion en fin,
producto del mal éjemplo de un gobierno sin moral y del
miedo á las revoluciones.


Prusia declaró la guerra al Austria. El drama de Sado-
vva empezaba, y Bismark no podia engañarse acerca de la
incapacidad política del gobierno imperial y de la debili-
dad de la Francia.


El principio de las nacionalidades que ésta proclamó,
sin razonarle, nunca se ha definido con claridad.


Constituye, sin embargo, un progreso en la vida de
los pueblos porque condena las guerras de conquista y con-
sagra el derecho de las naciones para disponer de sus des-
tinos, y mientras al esterior se tranquilizaba con este prin-
cipio, no se conducia con mayor sensatez al interior. Fal-




·NACIONAL. 197
. ,


seó el sufragio universal y vióse á un pueblo apático p~ra
los mismos derechos que habia proclamado el 89.


Prusia conquistó á su 'gusto la Sajonia,. el Hannover, la
Hesse; el Brunn~wick el Meklemburgo y las ciudades li-
bres aumentó en muchos millones ~~ almas y estandió su
protectorado hasta los Alpes y cuando -el- gobierno impe-
rial quiso hacer oi'l' su voz, después de ocultar su debilidad
con un silencio engañador , la hipocresía alemana- le ofre-
ció un distrito sobre el Sarre ó la conquista de· Bélgica.


El pais comprendió que el engrandecimiento de Prusia
y la estension de su poder le conduciria á la guerra en un.
plazo no lejano.


Los celos contra Prusia se apoderaron del sentimiento
público y presentiase que Napoleon III no dejaria de ven-
garse, pero se contaba con un ejército cuyas águilas habian
conquistado recientemente nuevos laureles, y se siguió des-
cansando en el poder que procuraba, á faltade grandeza,
una tan dulce seguridad.


Napoleon, presintiendo esto, tuvo un proyecto mag-
nífico de reorganizacion poco conocido y desarrollado en
una carta al mariscal Randon, pero se le hizo ver que este
proyecto le enagenaria la poblacion rural y, como la nece-
sitaba para las elecciones, renunció á él.


Los resultados de la Rsposicion del 67 fueron mas des-
lumbradol'as que formales.


Se redujo á una fi.esta prolongada y embriagadora y
cuando Se estinguieron las luces ·que realzaban su esplen-
dor, cuando los fr1:1tos dorados de la paz, despues de haber
arrojado del campo de Marte los emblemas de los comba-
tes, les cedieron nuevamente el puesto, la situacion· de ..
Francia quedó la misma.»




198 LA SOBERANIA
V énse en las elecciones .. de 1869 aparecer destellos de


tendencias liberales y el pueblo· empezaba á emanciparse
de las (1andidaturas oficiales, pero habiendo anunciado Na-
poleon su deseo de hacer reformas constitucionales y de-


I


seando para ello la sancion de su pueblo" pidió un pIe bisci-
to: era lo ~ismo que decir <<los que quieran el Imperio con
órden" que avisen y se librarán de la anarquía sin el Impe-
rio,» indirecta llamada al partido conservador, eleual, por
sí y sus influencias, llamó á las urnas 7.000,000 de votos ..


El ejército en tanto, en 1870, no pasaba de 300,000 hom-
bres, y esta cifra, á consecuencia de la impericia", demostra-
da desde el principio de la guerra, no habia de alcanzarse
tampoco nunca.


Las fuerzas efectivas totales en 6 de Agosto, día de los
primeros combates entre Francia y Prusia, era de 268,066
hombres.,


Las de los depósitos de la reserva y de la segunda por-
cion del contingente que habian sido llamados el 14 de Ju-
lio, solo proporcionaron 100,000 hombres, trabajosamente
reunidos y repartidos en el ejército de Mac-Mahon y en
los de Paris y Loire.


, Esta era la realidad, pero 6n el ministerio se contaba
de muy distinto modo.


La ley de 1.0 de Febrero del 68, esa ley fatal, discutida
sin competencia y establecida sin reflexion, apreciada des-
de el punto de vista de los contingentes anuales, daba para
los nueve años de servicio un ejército activo, comprendien-
do la reserva de 6~2,000. Además, la guardia móvil debía
Pl'6porcionar otros 500,000 total 1.142,000 hombres y á


$.


fuerza.de rep'etir esta cifra, el gobierno habia acabado por
cré"~rla exacta, pero en realidad la guardia móvil solo es-




NACIONAL. 199
taba establecida sobre el papel, y esto, únicamente en Pa-
rís yen los departamentos del Norte y del Este.


Las fuerzas de la confederacion, en cambio, se ele-
vaban á 560,000 de tropas de campaña, 190,eOO de
reemplazo, y 285,000 de guarnicion, lo que arrojaba un
total de 1.035,000 combatientes y 2,200 piezas de artillería.


Omitiremos el hablar aquí de él estado moral del ejérci-
to francés, antes de la guerra; del descontento por la injus-
ticia de los ascensos, del poco estudio que se hacia de la
carrera por falta de emulacion, de la ciega confianza' en' sí
mismo que siempre ha tenido aquel país y del descuido de
sus generales. _.


Prusia y Francia se hallabac dispuestas á la guer~a y
fatalmente debia ésta cumplirse.


¿Cuál seria el pretesto por parte de Francia?
El 6 de Julio de 1870 el ministro de negocios estran-


geros de Francia, anunció al cuerpo legislativo la candi-
datura del príncipe Leopoldo Hohenzollern al trono de
España, y como convenia es citar el honor nacional ya tan
impresionable por sí, se hizo esta declaracion con tono so-
lemne y se pronunciaron las palabras amenaza, i'l}juriar: ..
añadiendo que se sabria poner á salvo el honor del pais con
toda la energía necesaria. ;-


A las primeras reclamaciones del gobierno francés, como
dice Renan en la Monarquía Constitucional (París 1869)
el rey Guillermo contestó que la candidatura quedaba re-
tirada.


Deteniénd03e en este punto, todo estaba arreglado.
Se hubiera impedido la guerra mas' sangrienta qut\1ia


presenciado el mundo: Mr. Thiers abogó en favor ~e la paz
pero apenas fué escuchado. t




200 LA SOBERA~ÍA
Del 6al 14 de' Julio de 1870 corrieron los dias entre


una ansiedad indecible.
Volaban lGS telégrama~ eJl¡tre París "'1 Ems donde se


hallaba el gobiernop·rusiallo, pero un insulto hecho al ero-o
bajador francés cond~ de. Benedetti, rom.pió las negociacio-
nes, y el 15 de Julio por fin, s~ dió cu~p.ta á la.s'cámaras
de la' declaracion oficial '-de guerra, y la Alemani~ en el
mismo dia, dió sus órdenes para la moviliz<lcion. -


La del ejército francés comenzó el 16 á las 6 de la
tarde.


Mandaba el primer cuerpo de ~jército Macmahon, el
segundo Frossard, el tercero Bazaine, el cuarto Ladmi-
rault; el quinto De Failly, el sesto se hallaba en Chalons,
y el séptimo era mandado por Douay.


Los Alemanes formaron tres ejércitos.
El primero bajo el mando del general de infantería


Von Steinmetz.
El segundo, bajo las órdenes del general de caballería,


príncipe. Federico Cárlos.
El tercer ejército, bajo las órdenes del príncipe real,


general de infantería. J •
Empero, como en esta memorable guerra la Francia


fué derrotada, á fin de que sirva de fecunda leooion, de
provechoso ejemplo,y de saludable escarmiento, bueno será
apuntar aquí, aunque muy someramente, sus faltas milita-
res al comienzo de la campaña, faltas que tan inmensa tra-
sendencia habian de tener en el curso de las operaciones.


Empezaron los compromisos voluntarios para servir
. mientrás durase la guerra, y el poder, con el objeto de


exaltar el espíritu público, exageró su número que nunca
pasó de 30,000.




NACIONAL. 201
Formáronse en diversos puntos sociedades de socorro


patrocinadas la mayor parte por el gobierno, y se organ~~.
zaron las susoripciones.,. ~',i'


El duque de Mortemart, veterano del primer impel'io 'y
que aun llevaba las espuelas que habia usado en Jena,
ofreció espontáneamente 100,000 francos, ylo que leres ...
taba de fuerza para la próxima lucha.


¡ Ah! ciertamente debe hacerse constar que' á pesar de
sus faltas ulteriores, á pesar de los signos de" envileci-
miento, la q nedaban grandes recursos todavía;: ",i6se enton-
ces á la Francia entera estremecerse y 'á sua. mas ,enervados
hijos empuñar por un instante la espada de sus padres.


Bien organizados y bien conducidos, hubieran sido dig-
nos de ellos.


Se necesitaron catástrofes sin ejemplo, una fatalidad
implacable y muchas incapacidades notorias, para anular
todo esto. " ;,


, \ ~ =- '.


Las tropas d~ los ejércitos de París, del campo. de Cha-
lons, de Lyon y de la Argelia, se embarcan como digimos
el 16 á las '6 de la tarde.


Los prusianos, sorprendidos por esta actividad; no la so-
brepujan, porque ellos podían poner en activo sus fuerzas
con una regularidad qua no sabrían imitar lQs francese~ . .\ '


Mil dificultades se presentaron en Francia, ,en el primer
momento.


Los despachos cogidos en San Cloud y mas tarde publi-
cados, han puesto en evidencia el desórden, la incuria y ~1a
confusion que surgieron en los primel'osdias de las con-
centraciones y aprovisionamiento del ejército.


Habia insuficiencia en los preparativos, DQ se i(tnja idea
completa de los trasportes milital'espor, líneas férreas~¡


tOllO 11




202 LA SOBEltANU


Hallábanse muy ',diseminados los puntos de concentra-
cion y se necesitaba la ignorancia mas completa del arte
de la guerra y de la estrat'fia prusiana, par'a in0urrir en
tal absurdo~·u'


El soldado, con su buen instinto habitual, lo compren-
dió en seguida ~ , .
(~Nos colocan comoá los aduaneros sobre la frontera\)


murmuraba.
,N o fué" esta la falta única.
,Hubotambien mucha parte de ignorancia en la forma-


cion de los cuerpos .del ejército.
Despues de habar provocado la guerra, dice en sus me-
moria~ un oficial prusiano, hizo seguir el gobierno francés
á su declaracion, medidas militares caracterizadas por la
misma escentricidadviolenta de la política imperial, lan-
zandosobre nuestras fronteras, con una precipitacion sin
ejemplo, todas las fuerzas del pié de paz .


. Los territorios alemanes de la orilla izquierda del Rhin,
se vieron amenazados por mas de cien mil hombres, cuando
ninguno de nuestros regimientos habia dejado' todavía su
guarnIcIono


En estas circunstancias, el enemigo habia tomado por
consiguiente una delantera considerable que no ha pasado
desapercibida en Alemania, delantera que habia sido posi-
ble con la red de ferro carriles por las salidas de tropas en
eantidad enorme de las provincias orientales y por los cam"
pamentos' permanentes.


En Prusia, la situacion no era tan favorable; sin em-
bargo, hubiera sido fácil llevar á la frontera tropas al pié
de paz, pero se prefirió otro sistema.


"Bn etecto, los destacamentos sacados de repente de sus




NACIONAL. 203
guarniciones hubieran podido obtener ventajas materiales
momentáneas, mas no estaban organizados de modo'que
pudieran soportar las vicisitudes: de una guerra formal.


Se consideró por lo tanto preferible,preparar las tropas
'á la lucha de una manera decisiva, sin renunciar por .eso


. .


á la esperanza de proteger el suelo aleman con ayuda de
las guarniciones poco importantes del qeste.


Esto no ~bstante, .si el enemig-o hubiese tenido un poco


de iniciativa enérgica, no .hubiéramos podido oponerle una
resistencia eficáz, ni impedido. que viviese á nuestra costa:
(el oficial de E. M. que nos dá estos apuntes, es aleman es-
tablecido en una· de nuestras provincias ..


Así es,. que, todas las fuerzas alemanas permanecie-
ron en sus guarniciones hasta que tuvieron ocasion de
operar. ,;.


Esta medida pronto dió sus frutos. ",'
El ejército francés, concentrado apresuradamente, y sin


plan, encontró en la frontera tropas., aunque estas solo fue-
sen débiles guarniciones .. '


Engaiíad.p. por este hecho, ni siquiera supo vivir á nues-
tras espensas.


Es' mas; terminada nuestra organizacion¡ las fuerzas
francesas no supieron mantenerse sobre la frontera.


La abandonaron batiendo en retirada.
Podemos oponer á las ilusiones francesas, este hecho


bien s~ncillo.
Las columnas prusianas se aproximaron al Saára, é in-


mediatamente el ejército francés renuncia á defender esta
línea .


. Se sabe q-U6 el día mismo en que se dió en Beriln la ór-
den de moy~lizfcion, el grueso del ejército francés rOlupi6




204 . LA SOBERANIA
la marcha en direccion del Saara y especialmente de Saar-
bruck." ' , .


Esta ciudad'1l0\·teni8~",g\larnioion que un batallon
del ,regimiento ,núm. 40, ,-=tres escuadrones del 7. 0 de hu-
lanosO',
, ' , . Retirar 'estas tropas ,', era abrir al en~migo una porcion


considerable de la'~rnla izquierda del Rhin. ..
:)1 ·JIabia J;llenaconciencia de los peligros que corría este


puñado de valientes, pero se trataba de imponer á nuestros
adversarios, y de no dejar interrumpir los armamentos.


Esta mision se llenó por el destacamento de Saarbruck
con una actividad infatigable, y una constancia superior
á defender los pasos del Saara, hecho inaudito en los ana ~


,


les de las guerras.
Este intrépido destacamento tuvo en jaque, durante


quince dias, á divisiones enteras del ejército enemigo.
A los oj os' de los franceses, este destacamento tomaba -


cada vez· proporciones mas considerables.
Se llegó á calcular en 20,000 hombres.
Todos los dias tenian lugar encuentros de patrullas, que


en los boletines enemigos aparecían como acciones impor-
tantes.


Por su parte la Prusia no podia desmentir tales fanfar-
ronadas.
~


Para aclarar la verdad hubiera sido preciso decir qne el
enemigo no tenia delante mas que un batallony tres es-
cuadrones' y al saberSe en' París el débil destacamento de
Saarbruck, hubiera sido aniquilado por fuel'zas' infinita-
mente superiores.


Cuando;el telégrafo anunció que la guarnicion de Saar-
bruck estaba en frente de dos cuerpos de ~ército france-




Rendtclon de Sedan) NapolellH prlsl0nero




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, NACIONAL. 205
l
ses, el general en gefe quiso retirarla, pero el comandante
~e la plaza, teniente coronel" de Prestel, suplicó sele dejase
~n este puesto de honor, añadiendo que <da actitud de los
:fta1lteaes . demostraba que tenian algun recelo.
~·.ñ'ttlales circunstáneias se le concedió la autorizacion


qtie':desellba;con 'mayor ,gusto todavía, porque ya podían
1" enviarse dos batallo-nes, á su socorra}, y dos millas á reta-


guardis"habia: t~opas dispuestas á cubrir la retirada del
~estacamén~()':en peligro.
{,,'Estas son con toda verdad las condiciones con que el
jé~cito francés alcanzó á la vista del emperador y de su
ijo, la grande 'Victoire de Saarbruck.)
; Hasta aquí el Sr. V. D. oficial de estado mayor.
'¡"Desde aquel momento, de derrota en derrota, de desas-
j en desastre, caminó el ejército francés hasta la rendi-
'tm de Sedan, y prision del Emperador .
. ~Debió éste dejarse hacer prisionero? nó; lo que 4ebió
roor es morir; dejarse matar, antes que consentir en se-
'lante humillacion.
I


'; Su nombre al menos hubiera ido unido al respeto que
lspira siempre el valor y el sacrificio.


Oada etapa,fuéuna victoria para el ejército Prusiano;
1vergonzosa capitulacion Metsi, la rendi(fion de Stras-
'rgo; despnes de un heróico y prolongado sitio que hizo
Iresalir y eternizar la memoria de un héroe, de Ulrich,


.. " t~,]O, defendió por espacio de tres meses; de la verdadera
, ,. ya de aquella desastrosa guerra, encerrada en los


. '~" ,}, s de la fortaleza de Bedfort.
~ '~1f8guiéronse á ~s~s desdi~has las subsiguientes que


jlSi sabemos; el SItiO de Parls, por cuyas calles, y para
~ humilla~ion de aquella nacion tan altiva, 10~Pru-




20e LA SOBERANL\
sianos atravesaron tambor batiente, y como vencedores,
despues del hambre horrible y' de todas las calamidades
que hiCieron sufrir á los habitantes' de París.


¿Fué este un castigo Providencial de su soberbia? tal
vez si; puesto que se habian permitido decir, en su loco
orgullo, que en el breve plazo de quince dias, el ejército
francés se pasearia por las calles de Berlin.


Siguiéronle á esto las capitulaciones, y hubieron de
pasar por la humillacion de perder la Alsacia y la Lorena,
y haber de pagar, como indemnizacion de guerra, la tre-
menda suma de tres mil millones de francos! ...


¡ Desdichada nacionI
Inmediatamente, y como consecuencia lójica, vino la


caída del Imperio, y un poco mas tarde} el horrible perío-
do de la íomune, última calamidad que Dios, sin duda en-
vió sobre aquella ciudad, q"1e hasta entonces se habia mos-
trado tan orgullosa de su importancia.


Corramos un velo sobre los horrores de aquel corto,
pero sangriento período que cubrió de luto á tantas fami-
lias; no removamos el fango de tan pestilente podredum-
bre, y pidamos fervorosamente al Ser Supremo libre á
nuestra querida nacion de una desdicha semejante.


La república es el órden, es el bienestar, la igualdad,
la fraternidad, la justicia, el respeto á los demás para ad·
quirir el derecho al propio respeto; es la union de la fuer-
za, es la confianza, es la obediencia á los poderes lejítimos
de la nacion; el que falta á estos principios, el que abusa
de la libertad, el que quiere imponerse, el que insulta, el
que atropella, el díscolo, el insubordinado, el que DO res-
peta las creencias, el que promueve escándalos y mantiene
en continuo·sobresalto á los ciudadanos honrados y pacífi-




!'l'AClONAL. 207


cos, enagenando de este modo las simpatías y el respeto
que se merece nuestro credo político, ese, ni es patriota,
ni liberal, ni demócrata, ni republicano; es solamente un
faccioso, al que debe hacérsele cruda guerra, porque con
la careta del entusiasmo patrio es mil veces mas perjudi-
cial para el partido, que todos los reaccionarios juntos, que
los principales gefes de la soñada monarquía, que los van-
doleros que con el título de carlistas hacen la guerra en la
montaña; y es mas perjudicial, porque con sus excesos y
la predicacion de ciertas doctrinas disolventes es de la úni-
ca manera como puede conducírsenos, atados de pié.s y
manos, á las plantas de un tirano; es del único modo como
se llegará á perder lo que se ha conquistado á fuerza de
tanta sangre, y entonces seremos gobernados por el látigo,
dando la razon á aquel que dijo que no merecíamos otra
cosa.»


Terminó en este punto la sesion de la logia, quedando
aplazados todos los hermanos, para la siguiente sesion que
debia verificarse á lbs tres dias, y que prometia ser inte-
resantísima.


Titulábase el cuaderno que debia leerse La ley de la
l¿istoria, y eran estudios filosóficos coleccionados para él
difanto D. Antonio.




CAPÍTULO IX.


La ley de la historia.-Estudios histórico-filosóficos.


Me propongo, tomando por modelo á Esquiros, seguir
mi narracion, ó mejor dicho .presentar á mis hermanos,
aunque compendiadamente, el desarrollo de la libertad en
el mundo, y como este sentimiento es innato en el hombre,
puede decirse que es la historia de la humanidad.


Esa gran le y de la historia es la solidaridad humana.
El sentimiento de la sociabilidad se halla talmente


gravada en nuestros corazones, que no se encontrarán ja-
más, ni aun en el estado primitivo de la naturaleza, hom-
bres que vivieran en completo estado de aislamiento.


La primera condicion del estado social en las edades
primitivas fué el fraccionamiento; en tanto que los pueblo~,
vivieron bajo esta ley salvaje, se ma,ntuvieron moralmen-
te á distancia los unos de los otros, realizando en sus re·
laciones,marcadas siempre por la violencia, esta parábola
de Hoooe: «El hombre es el lobo del hombre.»


:La civilizacion y progreso de las ideas desarrollaroll Ull
lluevo órden de revoluciones entre sí.




209 LA SOBEdANIA NAClONAl..


El hombre no existe únicamente para sí propio, existe
a.l mismo tiempo por sn relacion con la humanidad.


y aqní empieza para los séres que 'Viven en sociedad
una série de derechos y de deberes, desconocidos en las
edades precedentes.


Los ciudadanos de un mismo pueblo, los hijos de una
misma nacion, los indígenas de una misma comarca, los
habitantes en fin del mismo globo, fueron recopociendo
poco á poco que se hallaban ligados por intere3es comune~
y que al trabajar por sus hermanos trabajaban para ello~


.


mIsmos.
Esto es lo que se llama solidaridad.


. Lo contrario de la solidaridad es el egoismo; es decir, el
sentimiento raquítico y mezquino que viene á favorecer
esclusivamente al individuo y que aisla los intereses de
una manera tal, que lo que favorece esclusivamente á uno
e.ausa el mal de otro.


El reinado del egoismo es la condicion de las socieda-
des imperfectas: ese sentimiento de lo mio, es la raiz de la.
libertad humana y como tal debe ser respetado; pero e~
necesario al mismo tiempo, para DO degenerar en un ele-
mento disolvente, tener por ausiliares el sentimiento de la
justicia y de la ftaternidad.


Por otra parte, seria un grave error el creer que la so-
lidaridad sea enemiga de la independencia: á ine"dida que
las relaciones sociales se fundan y se estrechan, las ·liber-
tades se entienden, se propagan y se complican.


En el mundo antiguo las sociedades fueron estableci-
das bajo la base del egoismo y perpetuándose hasta nues-
tros dias bajo el ruinoso y egoista proverbio que todos co-
nocemos y que dice: «Cada uno ~n 8ft casa~ cada uno para .sí,):\


fO"O ti.




210 LA SOBERANlA


Las libértades eran entonces relativas y á merced de la
fuerza; pobres libertades, sin cesar en gnerra las unas con-
tra las otras y que encontraban su límite en la imperfeccion
misma del estado social.


Las libertades públicas y privadas no son fuertes hasta
que han encontrado su verdadero lazo: este lazo se halla
en la union de los intereses recíprocos.


Sin e~m bargo, el principio egoista ha ido debilitándose
grad ualmen te.


Despues del cristianismo, despues de la filosofía del
siglo XVllI y mas particularmente, despues de la revolucion
francesa, tiende á constituirse sobre el principio contrario,
sobre la solidaridad de los hombres y de los pueblos.


Existe un antiguo proverbio, muy conocido, que dice:
«( la caridad bien ordenada empieza por uno mismo.»


A este proverbial error, que cínicamente resume la filo-
~ofía de los hechos bajo el reinado del individualismo y de
la libertad restringida, la solidaridad moderna deberá sus-
tituirlo con esta otra forma: «La caridad bien ordenada em-
p'íeza por los demás. »


La esperiencia demuestra palpablemente que los inte-
reses generales, léjos de oponerse á los personales, son por
el contrario sus satélites, sus ausiliares.


Lo que el individuo hace por la sociedad vuelve al in-
dividuo con acrecentados beneficios.


Hay siempre una especie de egoismo en el sacrificio del
hombre á la comunidad, pero es un egoismo ennoblecido,
puesto que coloca al hombre frente á frente de sus herma-
nos en sus relaciones de bienestar, de perfeccionamiento,
de accion y de reaccion mútua.


Las lilJel'tades asociadas de este modo, no confundidas,




NACIONAL. 211
se desenvuelven y progresan por su alianza. Nadie puede
perjudicar á sus semejantes sin que él mismo, de rechazo,
venga á ser la víctima de su propia injusticia.


Hacer mal á otro es hacérselo á sí propio, y cualquiera
que atente á la propiedad, 6 á la libertad de su prójimo,'
deja él mismo, en esta violacion del derecho, una mitad de
su bienestar y de su independencia.


Existe una justicia inherente á las instituci0I!es y que
hace que las clases ricas y pri'rilegiadas esperimenten, de
rechazo tambien, una gran parte de los males que causan á
las clases inferiores.


Es la gran ley del castigo histórico.
Las revoluciones son, bajo este punto de vista, las tel'~


ribIes manifestaciones del derecho: ellas son las vengado-
ras de la ley y de la justicia desconocida, ultrajada y pi~o­
teada á cada paso.


La solidaridad es la organizacion de la Providencia.
La civilizacion, hija del hombre y de Dios, no habrá


realizado su bello ideal, es decir, la completa dicha del
género humano, hasta que el principio de la solidaridad,
asociada, combinada con el principio de lo mio, purificán-
dolo, haya regenerado nuestras relaciones sociales.


Entonces, únicamente, los hombres que proceden de un
mismo orígen, reconocefán que tienen sobre la tierra un
destino distinto y comun á la vez.


Participarán todos, sin confundirse, de los productos
debidos al trabajo~ y contribuirán por un órden de relacio-
nes encadenadas, á la prosperidad, á la libertad de cada
cual.


A este fin marcha el progreso desde el orígen del
mundo.




212 LA SOBERA.NIA


La filosofía de la historia no es tampoco otra cosa.
El EV6.ngelio diee: «No hagas á los otros lo que tú no qui-


sieras te hicieran ti tí.»
La filosofía de la historia vá mas léjos aun, y dice: «Haz


á. los demás todo el bien que te sea posible, porque es á ti
mismo á quien lo haces. Los hombres están unidos por
misteriosos lazos que hacen de la humanidad entera una
misma alma. y un mismo cuerpo.»


La solidaridad e$ la caridad social: ella realiza por la
ciencia lo que la antigua caridad habia intentado conse-
guir por la fé; pero no puede nada sin el concurso de la li e
bertad humana .


. Es enemiga, hasta cierto punto, de la concurrencia)
pero no de la emulacion.


Respeta la personalidad humana, no quiere que el hom-
bre se convierta en una especie de abeja escondida siempre
en los rincones de su C91mena; lo que combate es la espo-
liacion y la guerra.


La solidaridad no acepta, no quiere, y rechaza enérgi-
camente, que el capital devore esclusivamente la sos·
tancia del trabajo y del trabajador.


El comerciante que procura perjudicar á su vecino con
uua actividad hostil, ó ausiliado por ciertos medios que la
oonciencia desaprueba; que todo lo quiere para sí, aunque
haya de causar la ruina de su mejor amigo, ése vive aun
haj{) el imperio de la ley bárbara; es un ciudadano perj u-
dicial.


Paro no creais, sin embargo, que ese hombre disfrute
im p unemen te los beneficios que adquirió, perj udicando á
sus semEija.ntes.


El mal que ha causado turba su reposo y se vuelve cop. ...
tra sí propio.




NA.CIONA.L. 213


Ha podido enriquecerse, pero sufre.
Todo privilegio es la raiz de un infortunio; lo mismo


para el que esperimenta su beneficio, que para el que des-
graciadamente de él es víctima.


Esa gran ley de la historia es el móvil de todos los sa-
erificios, de todas las grandes acciones.


Ella nos enseña, que) morir por los otros, es morir por
.


uno mIsmo.


Ella reviste el suplicio hasta de cierto atractivo.
Ella ofrece la palma á los mártires.
Ella, en fin, consuela á las víctimas, legando á la hu-


manidad su nombre imperecedero.
El sábio Solon habia .presentido la ley de solidaridad;


preguntándole un dia cuál era el mejor gobierno, respon-
dió:


-«A.quel en que la injuria de uno solo sea la ~inju1~ia de
todos. »


Lo que Solon decia de un gobierno, nosotros podemos
aplicarlo á la humanidad entera.


Viviendo en sociedad con los profetas, los apóstoles, los
reformadores y los filósofos antiguos, hemos muerto, por
decirlo así, con todos esos mártires que perecieron y der-
ramaron su sangre por el triunfo de la idea.


Justo, es que nos identifiquemos con su sufrimiento,
con su agonía, del mismo modo que ellos nos identificaron
{l su victoria.


En los pliegues de su mortaja se cobijan, el presente,
el porvenir y la eternidad.


y puesto que hemos titulado este libro «Pdginas de útil
enseiianza para el pueblo», justo es que el pueblo conozca
algunos de esos mártires de la antigüedad, de aquellas co-




214 LA SOBERANIA NACIONAT ...


losales' figuras que nos fueron preparando el terreno yabo-
nándolo con su generosa sangre para que nosotros recojié-
ramos su precioso fruto; de aquellos sabios y esclarecidos
varones, que, haciendo cruda guerra á los tiranos, llegaron
á hacerlos temblar, á dominarlos y castigarlos muchas
veces.


Una única palabra les bastaba; esa palabra mágica que
tan grata es al oido y que tan bien resuena en el corazon
de los hombres honrados; palabra que solo á los déspotas
hace estremecer y causa miedo; palabra, en fin, sn~cepti­
ble de producir las acciones mas heróicas y sublimes: ¡In-
dependencia! ¡libertad!


Improba tarea seria para nosotros si hubiéramos de re-
latar una por una la historia de tantos grandes hombres
como se encuentran en este caso y tienen un derecho á
nuestra preferencia; así, pues, nos limitaremos, ya que no
es posible otra cosa, á indicar dos otras épocas y retratar,
aunque muy lijeramente, dos ó tres colosales figura9, la de
Moisés, la de Licurgo y la de Sócrates.




CAPITULO X.




~loisés.


Dominaba Faraon en el Egipto, como rey y como ti-
rano.


Su política no se diferenciaba en nada de la de todos los
monarcas absolutos, sus sucesores; el imperio de su volun-
tad. y el de la fuerza, era el único derecho reconocido.


La casta sacerdotal ejercia, sin embargo, un poder muy
estenso sobre las instituciones civiles y hasta sobre la vida
doméstica.


Los principales misterios del culto Egipcio, permane-
cian velados como la diosa. Isis.


La sociedad era una especie de molde en el cual la tra-
diccion se nutria y alimentaba, por decirlo así, de una ma-
teria fija.


El régimen de castas era una rémora para el. movi-
miento progresivo de la actividad humana: esto prueba
que en Jas sociedades antiguas la esclavitud se remonta
siempre á aquel que la impone.


La esclavitud en aquella época era superior ála volun-




216 LA SOBERANIA


tad humana y nadie habría pensado jamás en destruirla:
su poder residia en la fuerza misma de la costumbre: gra-
bada la hallamos sobre todos los monumentos, sobre todas
las instituciones: los bajo-relieves que se han conservado
hasta el dia nos muestran á cada paso, hasta en el interior
de la casa y de la familia, esclavos que ejecutan todos los
trabajos corporales bajo la amenaza del Játigo.


Por la época á que DOS referimos, una familia estran-
gera vino á habitar en Egipto; descendia de Abrabam,
hombre célebre en todo el Odente: la indicada familia que
se habia introducido en Egipto huyendo del hambre, lle-
vaba bien marcada en sus costumbres y caractéres fisioló-
gicos, la huella de su orígen árabe, ó caldeo.


En virtud de esa ley de propagacion rápida, privilegio
de las razas jóvenes, en muy pocos años aumentó conside-
rablemente.


El inmenso poder "de aquella familia estrangera, que,
multiplicándose diariamente, habia llegado á ser una pe-
queña nacion en agenos estados, empezó á causar cier-
tos temores á Faraon, que, como ya hemos dicho, era un
hombre duro y desconfiado.


Cuando se quiere debilitar una raza, se le disminuye
su alimentacion y se le aumenta el trabajo. La prueba la
tenemos en nuestros dias en la desgraciada Irlanda. '


La raza judía fué desde su orígen una raza mártir: en
el Egipto se la oprimia con los impuestos, con la falta de
alimento y con los trabajos mas penosos.


Así sobrecargada por todos conceptos, la posteridad de
~Jacob no por eso dejó de crecer y multiplicarse.


Viendo entonces el rey el ningun éxito que habían
producido sus órdenes, comprendió que los medios hastf1




NACIONAL. 21'1


-entonces empleados contra -la raza maldita no eran sufi-
-cientes.


En su. consecuencia, resolvió agotar para ella los dos
manantiales de la vida: la alimentacion y la reproduccion.


Faraon ordenó á las comadronas, ó sea parteras, dar
muerte á todos los niños varones que nacieran, dejando úni.
eamente vivir á las hembras. .


Se comprende por este b&.rbaro decreto la inmoralidad
de las civilizaciones antiguas. •


Se salvaba al sexo femenino, no solo por indiferencia y
por desden, sino porque en su dia podia servir como obje-
.to de placer.


Destinadas á satisfacer la codicia y la concupiscencia
de los grandes, su nacimiento era considerado siempre
como un beneficio.


Las parteras ó comadronas, que pertenecian en su ma-
yor parte á la raza prJscrita, eludieron las órdenes del Rey,
poniendo su conciencia a~ abrigo de un piadoso fraude: »
Las mujeres de los Hebreos, dijeron á Faraon, no son como
las mugeres Egipcias, porque, aquellas son fuertes y vigo-
rosas, y cuando llega la hora del parto salen de su apuro
aun antes de que la que debe asistirlas llegue á su casa.»


El rey renovó la sentencia de muerte que habia pro-
nunciado contra la posteridad de Josef, y esta vez ordenó á
todo un pueblo que se convirtiera en ejecutor de su políti-
ca violenta y cruel.


«Arrojareis al rio todos los niños que naciesen) y esta
complicidad de una raza que vierte por su mano la sangre
de otra raza, subleva nuestras ideas de justicia.


El asesinato en masa era una consecuencia política de
esos dogmas inexorables que someten al hombre á la fata-


TOMe 11.




218 LA SOBERANIA
lidad y que demuestran, bajo mil aspectos distintos, la des·
truccion como una de las propiedades divinas. ~


Las circunstancias que en aq nella ocasion salvaron de
una muerte cierta á un nuevo recien-nacido son estraordi-
narias é interesantes •.


Un hombre de la casa de Levi, habia tomado en matri-
monio, segun la costumbre de su raza, unajóven de su trí-
bu; esta muger concibió y dió á luz un hijo: viéndole tan
hermoso y no pudiendo olvidarse de que era madre, lo ocul-
tó por espacio de tres meses; -pero como las órdenes del Rey
eran cada vez mas rigurosas y reconociendo q na no podia
ocultarlo por mas tiempo, colocó al niño con una canastilla
de j unj os barnizada en su parte esterior con una capa de
betun y de pez: esto hecho, colocó la canastilla en la ori-
lla de] rio y se alej ó.


El interés naturaló, mejor dicho, el amor de madre que
encontramos siempre en todos los tiempos y en todos los.
paises, hizo á aquella muger ansiar saber hasta el fin lo
que iba á suceder á su hijo abandonado.


Encargó pues, á otra hija suya que, manteniéndose á
cierta distancia~ velase por aquel precioso depósito.


La hermana del niño se colocó en o bservacion para
cumplir el encargo que habia recibido.
~ledia hora después, la hij a de Faraon descendió á la


orilla del rio para bañarse, segun lo tenia de costumbre.
¿Cuál fué sn sorpresa al apercibir en medio de los jun-


jos aquella canastilla que sobrenadaba en el agua'?
Mandó ir inmediatamente á una de sus doncellas para


que la recogieran inmediatamente y·se la presentase.
La canastilla tenia una tapa y al levantarla porsu propia


mano se encontró con un niño que ll~raba amargamente.




NACIONAL. 219
Tanta fué la impresion que produjo en su ánimo la vis-


ta de aquel pobre niño abandonado, que dijo: «Indudable-
mente este niño pertenece á los hebreos, ¡pobre criaturaI


Entonces la hermana, abandonando el sitio en que se
hallaba escondida, se dirigió á la hija del Rey.


-Me autorizais, la dijo, para llamar una muger de en-
trelos hebreos que de su pecho á este niño, el cual considero
desde este momento bajo vuestra proteccion'? •


La hija de Faraon aceptó la propuesta y la niña volvió
á los pocos momentos con su propia madre.


La hija de Faraon la dijo entonces: Te encargo este niño
al cual criarás, yo me encargo de tu salario. La muger
cogió al niño, que no era otro que.su propio hijo,y cumplió
perfectamente como puede suponerse el encargo recibido.


Cuando fué grande, ella misma lo condujo á la presen-
cia de la hijadelRey, que lo adoptó como si fuera hijo suyo,
dándole por nombre Moisés, por haberlo sacado del seno de
las aguas.


Moisés pasó toda su juventud en la córte del Rey de
Egipto entre los sacerdotes y los sabios: fué iniciado en
sus conocimientos misteriosos y estas circunstancias le
fueron en estremo favorables para desarrollar su gran ta-
lento y su ardiente imaginacion.


Es de suponer que una gran parta de las tradiciones
sobre elorígen del mundo, sobre los principios de la hu-
manidad, sobre la formacion de las sociedades primitivas,
le fueron enseñadas en los templos:, igualmente aprendió
el órden regular y la continuacion de las creaciones, las
épocas de la tierra, la historia de los primeros hombres, la
sucesion de las familias, los desbordamientos de la mar y
muchas otras cosas.




220 LA. .SOBER.ANÍA
En medio de las delicias de la córte y de las revelaciones·


de la ciencia,· Moisés no perdió jamás de vista su orígen ..
. Unido á su raza por los lazos de la sangre y por de-


ber, dió desde el primer momento pruebas de ese espíritu
nacional que le hizo emprender mas tarde tan grandes pro-
digios.


Aquel niño abandonado, recordó que la casa de Israel se-
hallaba cautiva en Egipto y volviendo los ojos á los suyosr
los encontró sometidos á los mas duros tratamientos.


Un dia Moisés vió que un Egipcio se permitió azotar á
un hebreo; aquel hebreo era uno de sus hermanos. Su san-
gre se inflamó y arrebatado por un sentimiento de patrio-
tismo, mató al egipcio y lo ocultó enterrándolo en la /
arena.


Moisés es un ejemplo de esos caractéres sensibles é im-
presionables, que, á la·vista de la injusticia y de la opresion,.
se estremecen y no pueden contener SllS arrebatos: en su
indignacion mezclada de violencia, ofenden algunas veces
la justicia misma que ellos querrian restablecer sobre la
tierra.


Desde aquel dia, Moisés se consideró sin duda llamado·
á ejercer la suprema ailtoridad sobre los suyos.


Habiendo salido al campo á la mañana siguiente, vió
dos hijos de Israel que disputaban y dirigiéndose al que
parecia el agresor, le dij o:


¿Porque. injurias de esa manera á tu prójimo'?
El interpelado respondió inmediatamente con cierta


altivez:
¿Y quién eres tú, ni con qué título te permites erigirte,


en juez de nuestras acciones'? ¿pretenderias matarme á mí
tambien como matastes al egipcio'?




NACIONAL. 221
Segun se comprende por el sentido de estas palabras, el


primer sentimiento que Moisés encontró entre sus herma-
nos, fué el de la insubordinacion y el de la cólera.


Móisés al escuchar semejantes palabras quedó asom-
brado.


El enemigo menos tratable es generalmente el pueblo;
principalmente para con aquellos que se proponen con leal-
tad librarlo de la setvidumbre. •


y sin embargo, hay casos y situaciones tales, en que,
para dar la libertad á los homhres es preciso dominarlos.


Moisés calculó por el lenguaje que habia usado el he-
breo que la muerte del egipcio era ya conocida.


En efecto, hasta habia llegado á oidos del Rey, que se
puso colérico.


Sabiendo Moisés que se le buscaba para hacerlo pren-
der y darle muerte, huyó de aquel país, deteniendose en el
de Madian.


Rendido de cansacio, se sentó alIado de un pozo ó cis-
terna de agua potable.


El sacrificador de Madian tenia siete hijas que vinieron
á sacar de aquel agua con sus cantarillos, para dar de be-
bet.al rebaño desu padre, pero unos pastores que llegaron
al mismo tiempo trataron de arrojarlas de allí.


Moisés se levantó, prestó su socorro á las jóvenes y dió
de beber á los corderos.


Es por el respeto á la muger, por la proteccion del fuer-
te contra el débil, por la que el libertador del pueblo he-
breo debía preludiar su alta y difícil misiono


Moisés tomó por esposa á una de las hijas del sacrifica-
dor de Madian, llamada Sefora.


No pretendemos ni cumple á nuestro propósito ocupar-




I


222 LA SOBRRANIA.
nos de la vida de Moisés, sino en lo que se relaciona con la
historia- de las revoluciones: el ,punto de vista religioso no
nos pertenece.


Existen en el mundo dos órdenes de ideas:la fé y la
ciencia.


Respetando los orígenes, las creencias y los monu-
mentos religiosos de los pueblos, tenemos el convenci-
miento de que la historia lo reduce todo á las proporciones
de l~ humanidad.


Como la mayor parte de los inspiradores ó reveladores
de aquellos tiempos, Moisés fortificó su espíritu en la sole-
dad y segun toda verosimilitud, en los viajes.


Cierto tiempo de reposo, de silencio y de meditacion,
precede siempre á los grandes descubrimientos del espíritu.


En la mente de Moisés se agitaba sin cesar la idea de
una de esas empresas co Lorales cuya realizacion parece á
primera vista un imposible: llamar una nacion á la exis-
tencia, formar un pueblo.


Mucho tiempo despues de la huida. de Moisés, el Rey de
Egipto murió.


Los hijos de Israel, sobre los cuales pesaba siempre una
insoportable servidumbre, hicieron oir sus quejas y sollo-
zos.


Moisés, aun que entregado por cierto tiempo á los tranqui-
los goces de la vida pastoral, no habia sin embargo', olvi-
dado el proyecto concebido de, hacer volver sus hermanos
á Paletina.


Reflexionando contínuamente, con objeto de buscar los
medios de llevar á cabo su plan, llegó á descubrir que el
mas sencillo para libertar á un pueblo y constituirlo era
dar le una religion.




NACIONAL. 223
De la unidad de Dios debia emanar todo; primeramen-


te la unidad del pueblo, y mas tarde la unidad de. la es-
pecie humana.


Moisés, embebido en esta idea, no pensó mas que en li-
bertad á sus hermanos.


Una sola cosa le incomodaba y es que por un defecto
de la naturaleza tenia la palabra difícil y la lengua tarda.


Para remediar este inconveniente se hizo acompañar
por un jóven llamado Aaron, que debia ser su boca.


Al regresar á Egipto, Moisés se presentó á los ancianos
de la casa de Israel como el enviado de Dios.


De otra suerte ¿le hubieran obed~cido mandando en su
propio nombre?


i,El pueblo hebreo hubiera doblegado su voluntad ante
otra voluntad humana?


Nó.
Era pues indispensable que Moisés hiciese intervenir


la divinidad en su mision, pues de otro modo, y en
aquellos tiempos en que lo maravilloso representaba tan
gran papel en las imagina0iones vulgares, no hubiera ja-
más adquirido la autoridad necesaria para conducir á todo
un. pueblo á la libertad que tanto ansiaba para él.


Moisés y Aaron se presentaron al rey haciéndole ver
el triste estado en el cual languidecia el pueblo de Israel.


»El Eterno ha dicho, se permitió decir Aaron al rey,
»dejarás ir á mi pueblo, con el fin de que me, celebre una
fiesta solemne en el desierto.»


N o conozco al Eterno, y me burlo de lo que haya po-
dido deciros: en su consecuencia, no permitó que Israel
abandone mis estados.


A esta contestacion añadió un reproche que se ha he-




224 LA SOBERANU.
cho -en todos tiempos, y á todos los reformadores que han
querido mejorar la'condicion dolorosa de laR masas infe-
riores, y libertad á los hombres de la esclavitud en que
vivieron.


i,Por qué distraeis al pueblo de sus ocupaciones y de
su trabajo'?


Moisés y Aaron eran dos perturbadores.
Segun la opinion de Faraon, se dedicaban á turbar el


cómodo -repeso de los señores, el tranquilo servilismo de
las clases obreras: de esto nació la cólera del tirano, que
desde entonces orden6 á los e:cactores esiableeidos por el
pueblo, y á sus comisarios cargar la, mano en los impues-
tos, so bre aquellas gen tes; además, se les so brecarg6 de
trabajo.


¡Eterno sistema de los gobiernos absolutos y tiranos!
en vez de anticiparse á las justísimas quejas del pueblo,
con sabias concesiones, responden siempre á las reclama-
ciones de las clases obreras, cuando se quejan de vejáme-
nes, con un vej ámen mas irritan te y con una opresion mas
agrabada.


Los hombres de estado creen siempre que el pueblo
disfruta de demasiada libertad, y á esta causa única se de-
ben generalmente las fermentaciones de la multitud.


»Que sean abrumados por el trabajo, esclam6 Faraou J
lanzando sobre los Hebreos una mirada colérica, que ocu-
pen su tiempo en cosas útiles, y así no les quedará el que
pierden escuchando mentidas palabrerías.>}


De este modo, el rey de Egipto, practicaba instintamen ..
te esta doctrina de un gran político.


«El t~a'bajo es un freno.)
Rízose lo que el rey habia mandado.




NACIONAL. 225
La tarea de los trabajadores fué doble.
Los comisarios de los hijos de Israel y los ejecutores de


Faraon, establecieron el:castigo del látigo.
Era la continuacion de ese sistema de represion que


exije siempre, pero que jamás dice basta.
Los Hebreos se ocupaban entonces en hacer ladrillos;


se les negó la paja necesaria para cocerlos.
De suerte que ellos mismos se veian obligados á reco-




ger por el campo un poco de yerba árida.
Lo cual no impidia que produgeran la misma cantidad


de trabajo que de costumbre.
Se dice que los Hebreos fueron empleados, durante su


cautiverio en Egipto, en la construccion de las pirámides.
Los que tienden. á justificar todas las instituciones del


pasado, y consideran que nunca se haria trabajar lo bas-
tante á las clases laboriosas, para mantenerlas en el cum-
plimiento del deber, se aventuran á decir que la servi-
dumbre tenia algo bueno, puesto que á ella se deben esas
grandes obras. '


Los gobiernos de la antigüedad no habian descubierto
otra fuente de industria y obras públicas que la esclavitud,
es decir, la posesion del hombre por el Estado.


Moisés habia. protestado contra los duros tratamientos á
que estaba sometida su nacion.


Habiendo esta protesta redoblado las violencias del rey
y acumulado nuevas cargas sobre Israel, los Hebreos hi-
cieron responsable á Moisés de los nuevos rigores que se
usaban con ellos.


Los oprimidos débiles y sin fé, atribuyen amenudo á sus
libertadores los males con que les aplasta la servidumbre!


Como todas las dominaciones, agitadas en sus excesos,
TOMO n. 29




226 LA. SOBERA.N[A.
la de Faraon vino á ser tanto mas temible, cuanto que en-
contraba un obstáculo.


El pueblo, cegado por una fatal ignorancia, hizo caer
su descontento sobre Moisés.


No comprendia que el sacrificio es la condicion de todas
las franquicias, y que es preciso ejercer sobre sí mismo los
rigores del poder, llevándolos hasta el ext!'emo.


Si la .~adena se agita, se cierra mas, pero es para rom-
perse luego.


Desgraciadamente el resultado del último grado de la
esclavitud, es quitar al hombre el valor de salir ~e ella, y
el sentimiento de la libertad.


Viendo Moisés que eran inútiles los medios de persua-
cion empleados con el rey, comprendió que era preciso con-
tenerle con mano fuerte.


A la fuerza se· debe apelar en tales casos para defender
el derecho me:c.ospreciado; pero como Moisés contaba sola-
mente con un puñado de hombres, sin armas para resistir,
resolvió combatir el poder, con la fuerza moral para con-
tener los malos designios del rey de Egipto·.


En todas circunstancias es una politica noble y lauda-
ble la que evita la sangre de la guerra civil.


y aquí empieza esta grande lucha en la cual desplegó
Moisés una verdadera habilidad, una inquebrantable fir-
meza de carácter, un patriotismo sincero, una fé robusta y
un valor prudente, que dieron por resultado arrancar de la
servidumbre á toda una raza, sin exponer la vida de los
suyos, y sin desenvainar siquiera la espada.


La conducta de Moisés puede servir de modelo á los
que, situados en circunstancias apuradas y en presencia de
un poder materialmente poderoso, se ha impuesto la obli-




NACIONAL. 227
gacion de librar al pueblo de las manos de sus enemigos.


Calcúlese cuánta audacia se necesita entonces, cuánta
diplomacia, energía y conviccion, para evitar las celadas,
para intimidar á los poderes del Estado, y para salir, si es
posible, sin derramamiento de sangre, de los apretados la-
zos de una política denigrante.


Moisés opuso el terror, al terror.
Amenazó al rey de Egipto con males y calamidades pú-


blicas. •
Faraon es una imágen de la tiranía asustadiza, que


quiere y no quiere.
Sin embargo, el pais se veia asolado por una multitud


de plagas.
Bajo la mano de Moisés, bajo el influjo de las amena-


zas y de lo maravilloso, consip,tió el rey en dejar salir á los
Hebreos de sus Estados, pero cuando el peligro habia pa-
sado, retiraba sa palabra y se endurecia mas y mas su co-
razono


Vemos en las plagas de Egipto un emblema de los ma-
les con qlle, por una justa ley, aflija la naturaleza á las
razas egoistas y poderosas que opl'imen á las otras razas.


Los oprimidos se con vierten en opresores, y los tiranos
son, las primeras víctimas de su tiranía.


Egipto sufre los tormentos que habia causado á los Is-
raelitas.


Su: sombrío dominio le cubre de sangre y demiseria,
que, á apesar suyo, le hacen sentir á su vez la injusticia
de su opresion.


y los primogénitos del pueblo morian.
En fin; el rey llamó á Moisés y á AaroD, una noche y


les dijo:




228 LA SOBBRANIA
«Alzaos, salid de mi pueblo; id á servir al Eterno como


os convenga.»
y ellos salieron.
Apesar de su profundo amor al privilegio, Faraon as-


piró á librarse de un estado de cosas no menos fatal para
los suyos que para los hijos de Israel.


Moisés, en nombre siempre de la Divinidad, como que,
nQ sin motivo, se habia constituido en órgano suyo, encar-
gó á los nebreos, que señalasen con una ceremonia su sali-
da de Egipto.


La paecua era la comida libre, la comida niveladora,
la comida fraternal qpe debia servir de preludio á la liber-
tad, á la igualdad y á la fraterI!idad de los pueblos .


. Pascua significaba transicion.
La idea de viage se encuentra despues en la mayor


parte de las antiguas ceremonias religiosas; bajo este velo
se celebraban las peregrinaciones de la humanidad, en
busca de sus leyes y de sus destinos sobre la tierra.


Admirable es la prudencia de Moisés que, léjos de de-
clarar la guerra á una raza mas fuerte, evita sabiamente
el combate y obtiene con la fuerza moral lo que en vano hu-
biera pedido con la espada.


Opone á los ejércitos de Faraon una fuerza pasiva, la
certeza de una voluntad dueña de sí misma, y una pacien-
cia que, acaba con todos los rencores.


Conociendo el carácter de su pueblo, Moisés le permi-
tió apoderarse del botin de los egipcios.


Así es que los hebreos se llevaron consigo arcas, de pla-
ta, vasos de oro y vestiduras.


En todos los cambios religiosos ó políticos, la idea nue-
va roba al pasado, ·por decirlo así, su oro y sus vesti-




NACIONAL. 229
duras, esto es una. tradicion, una forma que se aplica.


Así, lo que hizo Moisés con las religiones naturales, lo
hará mas tarde con él el cristianismo.


¿Qué decian las esfinjes y todos esos 'mónstruos de gra-
nito al ver pasar en tinieblas á los hijos de Isr&.el, que de-
jaban detrás de ellos la servidumbre y los dioses de Egipto?


Como que los monumentos y su fantástica grandeza
acrecentasen lo maravilloso de esta huida!




Sin remontarnos á un órden de cosas sobrenaturales
que no es del dominio de la historia, buscaremos en la
narracion de Moisés una idea, una figura de los aconteci-
mientos que acompañan y que siguen á todas las tentati-
vas de la libertad.




El paso de los hebreos, representa el estado de una
nacíon que pasa de una sociedad antigua á una sociedad
nueva.


Moisés juzgó prudente evitar á los hijos de Israel un
encuentro con los Filisteos, temeroso, dice la Biblia, de
que el pueblo se arrepintiese al ver la guerra y se volvie-
se á Egipto.


Los pueblos resisten largo tiempo á se! libertados.
Todo el que ha recibido la difícil mision de libertar á


sus hermanos, no tan solo tiene que combatir á los opreso-
res, sino qut:} tiene que luchar sobre todo contra el mismo
pueblo, á quien espantan las guetras y los trabajos de la
libertad. '


Es necesario á veces hacer con violencia el bien de los
hombres, é imponer la libertad, si se quiere impedir la vuelta
á la servidumbre, que pierde y deshonra á las naciones.


Despues, ya es tarde; despues, los progresos que no fue- .
ran voluntarios no serian verdaderos progresos.




230 LA SOBERANIA
Los sacerdotes y los grandes de Egipto, tenian un mo-


tivo particular para aborrecer á Moisés é inquietarle en su
retiro.


Moisés estaba iniciado: en cierta manera llevaba con si -
go los secretos del templo.


Este 6dio es el que anima en todos los tiempos á las
aristocracias, religosas 6 no religiosas, contra los hombres
que, napidos en una clase superior éiniciados en los cono-
cimientos de su tiempo por una educacion privilegiada,
descienden hácia las clases inferiores y comunican abajo
las luces que han recibido de arriba; es hoy dia el 6dio de
las clases elevadas contra los literatos que escriben para
el pueblo.


El verdadero carácter de Moisés, el que le distingue de
los otros sabios de la a~tigüedad, es haber rasgado el velo
sobre este grupo de verdades fundamentales, que antes de
él se ocultaban al vulgo.


De aquí se vé la diferencia que existia entre Israel y
Egipto: Egipto es Harp6crates, puesto el dedo sobre la bo-
ca; en Egipto el silencio es Dios: en Israel lo es la palabra.


Aquel á quien una parte de los Judíos reconocerá mas
tarde como al Mesías, en esta sociedad de reveladores, se
hará llamar Palabra de Dios, Verbum Dei.


Pero sigamos á Moisés en esta larga peregrinacion, que
tenia por objeto buscar un suelo donde estab~ecer su pue-
blo, despues de haberle dado instituciones y leyes.


Jamás tuvo lugar mayor empresa; jamás se vieron
unidos en una pequeña 'asociacion de hombres mas pun-
tos de 'semej anza con la historia general de las socie-
dades.


El pueblo hebreo, teniendo delante de sí un horizonte




NACIONAL. 231
oscuro, iba como la humanidad que avanza, con la cabeza
entre tinieblas.


Una columna de nubes nos precede, y esta columna de
nubes envuelve las trasformaciones misteriosas de las so-
ciedades modernas; es como la misma sombra de Dios que
va delante del progreso.


«y Moisés habia llevado consigo los huesos de José, por
que José habia hecho jurar á los hijos de Israel, dici~ndoles:
«Dios os visitará seguramente: llevao~ entonces mis hue-
sos de aquí.»


Todas las revoluciones políticas, sociales y religiosas
tienen· una tradicion.


Nosotros, hijos del Évangelio y de la filosofía, conser-
vamos los huesos de nuestros padres, los mártires de la
humanidad.


Faraon se arrepenti6 de haber dejado salir los hijos de
srael.


Se acus6 de haber sido débil.
Todos los hombres de Estado, léjos de las justicias po-


pulares, se acusan á ellos mismos de las victorias del de-
recho y de la libertad:


«¡Si hubiéramos opuesto mejor resistencia, dicen luego!
»¿Qué hemos hecho? hemos dejado escapar al pueblo de


entre sus ligaduras, de suerte que ya no nos servirá mas.»
Las clases privilegiadas, aterradas ante la sangre y


las plagas que les amenazan, se tranquilizan desde el mo-
mento en que se desvía el brazo del pueblo.


Entonces ~s cuando sobrevienen la.R reacciones yel des-
potismo; entonces es cuando Faraon persigi6 á Israel hasta
los confines del desierto, para poner de nuevo mano sobre
su presa.




232 LA SOB.ERANIA


El paso del mar Rojo 6S, en nuestro concepto, una figu-
ra de la guerra civil, en la cual se ahogan las intratables
razas que, despues de haber dejado escapar una vez sus
privilegios, quieren recobrarlos entre la sangre.


Estienden de nuevo la mano sobre las razas libertadas.
Justo Dios! se abre entonces un abismo para sepultarlos!
¡Estos carros, estas pesadas máquinas de guerra, estos


caballer,os que caen ante una mano extendida, qué leccion
ofrecen!


La fuerza moral que domina toda la naturaleza des-
truye la fuerza material que se desempeña en su derrota y
su impotencia.


Como no es clamar entonces con Moisés:
«El enemigo decia:
»Yo perseguiré, esperaré, partiré el botin: mi alma se


saciará en ellos; desenvainaré mi espada; mi mano los
destruirá.


»El mar les ha cubierto; se han hundido como plomo
en las aguas maravillosas.»


Bien pronto suceden á la derrota de los enemigos del
pueblo, la falta de energia y la tristeza de este mismo
pueblo, que cae desdé los goces de la victoria, sobre las


I d uras necesi~ades de la vida.
Despues de las revoluciones la carestía.
Ha faltado tiempo para atender á las subsistencias; los


trabajos se hallan suspendidos; las condiciones revueltas;
las promesas hechas por los inspirados, parecen como heri-
das de ilusion y de mentira: es el desierto.


Las instituciones antiguas han desaparecido en el 'ca-
taclismo; las nuevas no existen todavía.


Se tiene á la vista únicamente el espacio y el vacío.




NACIONAL,


Es el tránsito con todas sus incertidumbres, privaoiones
y sufrimientos.


Pocos valientes resisten esos tiempos de sombría tran ~
sicion.


Las mugeres, los niños? se asocian á. la miseria gene-
ral para agravarla con su llanto y amargas quejas.


La familia se haee insensiblemente cómplice de los in ~
reses de la tiranía.


-«Desde que eres libre, dice á su marido la lnuger del
obrero, ¿eres mas feliz'? ¿Tenemos mayor cantidad de pan
que distribuir entre nuestros pobres hijos'?


En tonces es cuando los afanes se dirigen eon dolor,
bácia atrás.


Se acuerdan de los corderos de Egipto.
Echan de menos sus raciones de carne y el pan de la


servidumbre, que comparan tristemente con las miserias
de la li hertad.


Poco falta entonces para que el pueblo pida sus anti-
guas cadenas.


El problema que debe resolverse, al dia siguiente de
toda revolucion es el de satisfacer las necesidades de la vi·
da material.


Los reformadores, no siempre tienen en tales casos un
maná caido del cielo; ni un árbol misterioso que les, dé el
alimento necesario para el pueblo; preciso es que encnen-
tren el medio de satisfacer sus exigencias, en la mejordis-
posicion del trabajo y de la riqueza pública.


Moisés aplica á su pueblo esta f6rmula económica": A
cada cual segun sus necesidades.


Escuchemos las misluas palabra$ del mas antiguo de
Jos socialistas:


TOMO 11.
,




234 LA SOBERANÍA


«Que cada cual recoja tanto como necesite para su sub-
sistencia.


La Biblia añade:
»Entre los hijos de Israel, los unos recogieron mas, los


otros menos; y aquel que habia recogido mucho, no tenia
mas de lo que necesitaba; ni el que habia recogido poco, te-
nia menos; pero cada uno ·se encontró con haber r()cogiao se-
gun el que podia comer.


»Algunos reservaron para el dia siguiente; pero se cria-
ron gusanos en él y se corrompió; y Moisés· se enfureció
contra ellos. \)


Bajo este velo se descubre el secreto pensamiento de
Moisés: prevenir la desigualdad, previniendo la acumula-
.


Clono


Las quejas renacian continuamente.
El espíritu de servidumbre y el espíritu de insubordi-


nacion se tocan.
Estos dos espíritus siguen hasta en sus revoluciones á las


razas nuevamente emancipadas.
A la lucha contra los poderes establecidos sigue la lu-


cha contra las influencias y las costumbres, que un largo
dominio ha depositado en el alma del pueblo.


Las quejas de los hebreostenian siempre por motivo las
fatigas y privaciones materiales del viaje: hoy el hambre~
mañana la sed.


Moisés lo satisface todo.
Bajo una maravillosa apariencia, este grande legisla-


dor nos enseña que, ante la voluntad de un, hombre soste·
nido por una inquebrantable conviccion, los obstáculos
materiales ceden como por encanto.


Nada resiste al que quiere emancipar á un pueblo; las




NACIONAL 235


á.ridas 'rocas brotan agua, á su paso y toda la natural~a se
humilla ante la grandeza de su obra.


Libertar y organizar, tal es el doble carácter de las re-
voluciones.


Este pueblo, arrancado por la astucia y por la fuerza de
entre las ataduras de una monarquía estranjera, necesita
u na cODstitucion, una ley.


Desde lo alto de la montaña, en medio de.rayos y de
truenós" bajo una impresion de terror, es donde vá á reve-
larse el espíritu del progreso, el espíritu de justicia.


Moisés dá. el dogma como fundamento á sus institucio-
nes políticas.


Encarna en un pueblo esta idea de la unidad de Dios, á
la cual dedica su vida entera.


Bajo la forma de alianzas, el espíritu humano, en la
persona de Noé, de Abraham, de Jacob, ya habia recorrido
diferentes nociones del Sér supremo, óde la Vida Uni-
versal.


A cada una de estas alianzas sucesivas correspondia un
nuevo progreso, un desarrollo del dogma y de la razono


La historia, como ya hemos dicho, no es mas que la
evolucion de la idea de Dios en la humanidad'.


En los tiempos modernos en q ne la razon so berana se
manifiesta por los progresos de la ciencia, de la industria
y del bienestar, las revoluciones políticas 6 sociales, son
tambien alianzas con Dios.


M()isés tendia á aislar, á separar del comun de los hom-
bres, este pueblo depositario de la idea divina.


Hé aquí el motivo de las estrañas ceremonias yestra-
vagantes costumbres con que este atrevido legislador en-
vol vió á los hebreos.




236 LA. ~BRRANlA .
Les encerró en una ley cargada de ceremonias y de


prácticas.
Como si esas instituciones civiles y religiosas no fue-


!"aIl suficientes, les separó de la humanidad por medio de
un muro de renc()r.


Los judíos debieron sin duda á este aislamiento una
tenaz é indestructible nacionalidad.
,


Pero fu6 tambien el límite de sus progresos.
Esta raza privilegiada, que con orgullo se habia sobre*


puesto á la civilizacion antigua y á todas las civilizaciones
futu:ras, creaba un dios para ella, un dios enemigo de las
otras razas, y enorgullecido de su orígen, se detuvo den-
tro de un estéril egoismo.


Estaba reservado á un descendiente de la casa de Israel,
borrar en lo futuro la diferencia de razas y unirlas á todas.


El inconveniente de las religiones que no llevan en si
un gérmen de reforma, es el de oponerse en lo sucesivo al
movimiento de las instituciones civiles y á los progresos
de la inteligencia humana.


Es sumamente dificil destruir estos obstá~ulos.
Nada pueden con ellos la violencia y el tiempo.
El judaismo se ha perpetuado bajo nuestras formas re-


ligiosas ó politicas, hasta en las sociedades modernas.
Hemos guardado instituciones mosáicas, como el diez-


mo, el dominio sacerdotal, el rigor de los castigos j la alian-
za del órden temporal y del espiritual, que en vano quiso
Jesucristo dividir con estas palabras: «Mi reino no es de
este ID nndo. ,}


Las instituciones de Moisés marcan, sin embargo, un
considerable progreso sobre las instituciones de Egipto.


Hay un hecho primitivo que vemos en el origen de to·




. SACIONAL.


237
lo. das las sociedades; la esclavitud: la posesion del hombre
f por el hombre, que subleva hoy dia nuestras ideas de jus-
[: ticia, tiene sus rafees en la desigualdad natural de las razas
"


~: y, de los indí viduos.
r'·


: El horrible dominio que nuestros órganos predominan-
tes ejercen alguna vez sobre nuestra voluntad, lo ·ejercie ~


'ron los hombres al principio sobre sus semejantes .•
j Un espantoso sentimiento de orguno y de. propiedad
( impulsó á los primeros habi tantes del globo á hacerse due-
I ños de sus hermanos. ,.


Lo que mas sorprende es que este hecho monstruoso
:: n.Q parece haberse llevado i cabo con mucha,violencia .
. : .', La servidumbre fué generalmente aceptada .
. \, ," La di vision fundamental de las razas era la primera base
1 de las teocracias del Oriente.


I Moisés, al contrario, tomó por base la unidad del pue-
blo.


L .• ,) Consagró entre sus hermanos una especie de igualdad
, carnal, que no era todavia la igualdad del derecho, pero


que debia conducir á ella.
La esclavitud tenia echadas raíces demasiado profun-


'. das para que él pudiera estirparla enteramente, pero como
. las ideas y las ref6rmas no siguen una marcha tan rápida
'r, feliz, se contentó con suavizarla.


El estado de esclavitud ya no tenia para el judio ese
~:earácter de perpetuidad que se encuentra en los otros pue-
't.blos del Odente; cesaba de derecho al sétimo año y dos .
~
;:veces por siglo, en la época del grande Jubileo.


,
. La propiedad cambió de forma.
;oj' La tierra ya no pertenecia, como en Egipto, al jefe del
Jetado.




238 LA SOBERANíA


Repartida entre los ciudadanos por partes iguales, se
incorporó en cierto modo á la libertad de las personas.


Como esta primitiva' igualdad debia alterarse en lo su-
cesivo, por causas dependientes del carácter de cada cual,
Moisés.habia instituido en el derecho de rescate un medio
de restablecerla.


ELaño jubilario, el que habia vendido sus tierras, podía
reouperarlas.


«La tierra, dice el Eterno, 'no será vendida sin que sea
restituida; porque la tierra es mia y vosotros sois estranje·
ros en mi casa. »


Los hombres todos son los inquilinos de Dios, no hay
pues ninguno de ellos que sea dueño absoluto de la tierra.


Moisés condena severamente la usura y el préstamo so-
bre prendas.


«Si prestas dinero al pobre, no le oprimirás como un
ávido acreedor, ni ejercerás la usura sobre él.


»Si tomas en prenda el vestido de tu prógimo, se lo de-
volverás antes de la paesta del sol.»


Las otras órdenes de Moisés se refieren al gobierno yal
sacerdocio.


Existe una edad social en que el elemento religioso y
el elemento de autoridad tienden á organizarse fraternal-
mente, dentro de las instituciones, de las dignidades y de
las corporaciones visibles.


Es la infancia de las naciones y del género humano, la
edad del poder.


Mas tarde disminuye el sentimiento de la veneracion.
Es el momento en que, á través del trabajo de descoro-


posicion que se opera en el Estado y en los cnl tos reconoe}-
dos, creen los espiritus timoratos en1rever la mano de la




NACIONAL. 239


anarq'Q.ía, mientras que otros, mas creyentes, descubren en
ello la obra de la libertad.


Asi pues, mientras que Moisés, separado de su pue-
blo, se entregaba sobre el monte á la contemplacion de la
ley eterna y procuraba sorprender en la soledad el pensa-
miento de Dios, los hebreos hastiados por su ausencia, no
sabiendo á qué servidumbre dedicarse, concibieron la idea
de construir un becerro de oro.




«-Danos dioses, decían á Aaron, que vayan ante nos-
otros. ~>


Perpétuo y grosero error de los pueblos inclinados á la
obediencia!


Se creen perdidos y. no saben á dónde dirigirse, desde
el momento en que dejan de ver á su cabeza una autoridad
ma terial que les guie.


No debe asombrarno~ la institucion del becerro de oro.
Este paso hácia la idolatría de la riqueza, hácia el dios


de la usura, se manifiesta despues de todas las revolucio-
nes tan pronto como la idea se aleja y desaparece, en cier·
ta manera detrás de la montaña.


Bajando Moisés del monte, oyó un ruido de gentes que
murmuraban.


Habiéndose acercado al campo, vió el becerro y las danzas.
Se encendió en cólera.
En semejantes fiestas, renovadas por la servidumbre, es


donde olvidan los pueblos sus derechos y su dignidad.
Tomó en seguida el becerro que habian construido, lo


quemó, lo redujo á polvo; difundió este polvo en el agua y
10 hizo tragar á los hijos de Israel.


Vosotros los que adorais el oro, dijo, puesto que os gus-
ta, bebed lo!




240 LA 80BERA.NIA


La idolatría es una de las formas de la esclavitud; es
a.un la que subrepticiamente aventaja á todas.


De la tendencia del hom..bre á divinizar las obras de sus
manos ha salido al espíritu de la dependencia monár-


. qUIca.
La idea de séres privilegiados, de séres sobrenaturales,


se une·áesta fatal pendiente que desvía la adoracion del
hombr.e sobre sus semejantes.


El derecho divino es una huella del paganismo.
No hemos salido aun de la idolatría: buscamos ídolos


. '


de carne, dioses de oro.
El exagerado sentimiento de la veneracion llenó el


mundo antiguo de falsas divinidades y el mundo moderno
de insoportables reyezuelos, que renacen bajo toda e5pecie
de. formas, aun despnes de la ruina de todos los tronos.


El hombre no será realmente ljbre mientras no haya ar-
rancado de su corazon la raíz de todas las idolatrías.


Moisés castigó severamente ese paso retrospectivo y vo-
luntario hácia la servidumbre.


Tres mil hombres del pueblo cayeron aquel día bajo
el filo de la espada.


:Moisés, en nombre de Dios, y como medio de atraer la
bendicion del cielo, animaba á los padres á consagrar sus
manos en la sangre de sus hijos, á los hermanos á volverse
contra los hermanos.


La matanza duró hasta la noche.
En la conducta de :Moisés se hallan los primeros y sau-


grientos vestigios del terror que mas tarde juzgaremos.
Habiendo eLcontrado en Egipto, á un pueblo de escla·


vos, Moisés se) habia hecho jefe de su libera~ion~ Rjer(~it)
esta dictadura sin límite. sin contrape~o


, ~




NACIO~AL. 241
Como siempre, las mayores dificultades provinieron de


aquellos á quienes él conducia á la independencia.
Las murmuraciones de los suyos, su orgullosa pusilani-


midad, sus injustas desconfianzas, fueron' á menudo una
traba para su empresa.


Resolvió romper estos obstáculos con mano firme.
Tomó de Dios el derecho de vida y muerte sobre sus se-


mejantes.
Para el apoyo de la idea que queria encarnar en el


pueblo y que debia mantener sus libertades,,,apeló á la
cuchilla.


A causa del estraordinario poder que ejercía Moisés so-
bre los suyos y de otras circunstancias, se ha deducido úl-
timamente que los judíos eran en su orígen una familia
árabe.


Esta opinion es' verosímil; pero por duro que sea en
tiempos de guerra el mando entre las tríbus árabes, no
puede negarse que Moisés se atribuyera sobre sus hermá.-
nos una autoridad particular, que nacia de un derecho so-
breh umano , que suspende todos los otros derechos.


Así, el sistema del terror, segun las creencias judaicas,
seria de institucion divina.


y sin embargo, Moisés era muy bondadoso.
Se hallan, en efecto, en sus libros' las trazas de un co-


razon sensible bajo una capa dura y bárbara.
«No atropellarás ni oprimirás al estrangero, porque vos-


otros habeis sido erlrangeros en Egipto.
(,Si vés al asno del que ódias, caido bajo su carga, no


seguirás tu camino sin que le ayudes á levantarlo.'
»Durante seis años sembrarás tu tierra y recogerás el


fruto;' pero al sétimo año le darás descanso, á fin de que
TOMO JI 31




242 LA.' SOBERANIA.
los pobres del pueblo coman lo que produzca; lo mism~
rás con tu viña ¡tus olival"es. ,~L


»No harás cocar :eloabrito en la sangre de su 'madt
Se vé con estoque Moisés no se inclinaba á la Vi9"


cía por carácter, sino por amor á una idea. _qr
Todo 16, que contrariaba esta idea era herido de sur


lera. ' '~
Los rigores, en semejantes naturalezas, parten ~i


fond\> da buena voluntad muy real, aunque fecunda en1
grosas consecuencias. 'Ji


>,


Estos hombres quieren el bien de la humanidad,á1
sar de la humanidad. 1".


Juzgan indispensable oponer á la tiranía y á las hut~
que deja en pos de sí, en un~ nacion, una tiranía COlf',
fia; á la fuerza, la fuerza; á la cuchilla la cuchilla. . (Í,


El terror pertenece sin disputa á las edades bárb:ar,
Es la consecuencia del principio que formaba ento::.


el fundamento de lajusticia: ojo por ojo, diente por dit-
El sistema de penas y recompensas materiales, foÍ


por otra parte· el principal núcleo del gobierno en las!t
meras edades de los pueblos. ..


De aquí las formidables amenazas con que hiere MIJ
I


á los que intentaran vol~1er á la idolatría, es decir,,":
servidumbre: { .~


<


«Echaré vuestras carroñas sobre las carroñas de ,ui
tros dioses de fango!» > "


Moisés era dulce y afable, pero triste; era uno de~
"f' hombres que llevan sobre sus hombros la carga de lal}


manidad; parecia abatido por ella como por un peso ~
El espíritu que- encierran semejantes hombres' 110',


deja reposo ni descanso. ~ } ~í




NACIONAL. 243
Atormentados á causa del bien públieo, se apropian las


llenas, las turbulencias, las faltas de cuantos les rodean.
Son, así puede decirse, esponjas que se llenan de todas


las amarguras de sus tiempos.
No debe estrañar que aparezcan preocupados y se-


veros.


Despues de todas las emancipaciones, se forman en el
seno de la victoria divisiones y partidos:; sobre todo epan-
do los resultados de esta victoria se hacen esperar yespre-
ciso, en cierta manera, atravesar el desierto con el pié des-
calzo.


Esto no podia menos de suceder en el seno de este i'!l-
tratable y duro pueblo, que Moisés se habia propuesto con-
ducir á la tierra prometida.


Coré, Datban, Abiram y 00, acometieron una empre-
sa contra su dictadura.


Se leyantaron contra Moisés, con doscientos cincuenta
hombres de los principales de la asamblea.


Los cargos que hacian á Moisés y á su cólega :AaroD
son notables:


«Es que el Eterno ha hablado tan solo por medio de
MoisésY


¿No ha hablado tambien pOr medio de nosótros, puesto
'que todos los de la asamblea son santos y el Eterno es con
-ellos'?


¿Con qué derecho quiere ese hombre atropellar la :sobe-
ranía detodos~


¿Po!' qué se eleva sobre la asamblea'?
En derecho, las reclamaciones de Coré y de sus parti-


darios eran fundadas.
La dictadura solo es escusable cuando sirve para com-




244 LA SOBERANIA.
batir los restos de la tiranía y para formar las costumbres
de la libertad.


La de Moiséstenia,eneste concepto, su razon de sér.
N o niega el principio, lo reserva'.
Advertido 'Moisés :de que dos Israelitas profetizaban en


el campo, respondió al que le hablaba:
»Estás celoso por mí?


'»flugniese A Dios que todo el pueblo fuese profeta y que
el Eterno infundiese su espíritu en cada cual.»


Hacer hablar á Dios, era en aquellos tiempos de igno-
rancia y de supersticion, un privilegio que solo pertene-
cia al sacerdocio ..


Moisés no hizo que este derecho fuera concedido á una
casta particular, como en las verdaderas teocracias; dispu-
so que la voz de Dios, lainspiracion, fuese en cierto modo,
un dominio público.


Por eso, á pesar de sus imperfecciones y de sus abusos,
la ley de Moisés se acerca mas á la democracia, que todas
las legislaciones antiguas. I


Fué el primero en instituir un pueblo de iniciados, un
pueblo profeta.


A las sediciones contra su autoridad, siempre opuso
Moisés el mismo sistema, el terror.


,Este hombre representaba al pueblo, no al pueblo del
presente que apetecia las carnes y se prosternaba ante el
becerro de oro, sino al pueblo del porvenir. .


En virtud de esta ficcion, se habia atribuido el derecho
de destruir y de esterminar cuanto, resistia á su , palabra.


Los qUt) en historia no juzgan A .los· hombres por los
medios, sino por el fin y por el resultado, en con trarán,
aparte todo otrO' motivo, que 1vloisés obró así con razon,




NACIONAL. 245
puesto que, por sus medios de violencia,· grabó en este
rudo pueblo las trazas de UDa nacionalidad ¡~de·structible,
de un dogma nuevo y de un progreso real para la raza
judía y para la humanidad.


Fuera supérfluo indicar -por cuántos conceptos eran in-
completos la ley yel dogma de Moisés.


Siendo uno é inmóvil el Dios de los Judíos, oponia un
límite eterno al progreso de la ciencia.


• Temiendo Moisés por otra parteq ue esa. misteriosa in-
clinacion á la idolatría, que en todas partes se notaba, no
condujese al pueblo hácja los dioses fabricados por la mano
del hombre, habia creido un deber reprobar las figuras
pintadas y las estátuas; así es, que los hebreos jamás tu- .
vieron arte nacional.


Los antiguos pueblos de Oriente habian extraviado la
idea de Dios sobre toda la naturaleza; Moisés, por .medio de
un esfuerzo opuesto, la volvió á su orígen.


Sin embargo, no se vé que haya desprendido la idea de
un puro espíritu; el Dios ·de Moisés es un Díos carnal, cC?n
quien se habla cara. á cara, que tiene las pasiones, los mo-
vimientos de cólera y los arrepentimientos de la humani-
dad; sombrío ¡duro, como la raza con la cual se comunica.


Sea que Moisés padeciera alucinacionen sus soliloquios
á causa de las i~presiones de los sentidos, sea que I ha-
blando á los judíos juzgara oportuno servirse· de un len-
guaje figurado, se nota siempre en sus narr~ciones un
Dios personificado, un Diós'á imágen del hombre.


. Esto revis te á veces su· estilo de una grandeza maravi-
llosa y sublime.


«Bl Eterno, dijo á Moisés: tú no puedes ver mi rostro,
porque ning\1n~hombre puede verme y vivir.




246 LA SOBERANIA
»El Eterno dijo tambien: Hay un lugar cerca de mí, y


tú te detendrás sobre la peña.
D y cuando mi gloria pase,' '. yo .. te esconderé en la aber-


tura de una roca, y te cubriré con mi mano hasta que haya
pasado.


»Despues retiraré mi mano, y tú me verás por detrás,
pero mi rostro no se verá.»


¡Qué imá&,en tan sorprendente y tan grande de la hu-
manidad, que á través de los, dogmas y de los cultos esta-
blecidos, vé siempre á Dios por detrás, á Dios que se vA,
mientras que RU faz permanece siempre invisible y cubier-
ta con un velo; porque solo el progreso puede descubrir
esa faz, y aun á través de mucha sombra!


Desde su salida de Egipto hasta su llegada á la tierra
santa, los Israelitas estuvieron casi siempre en guerra con
los pueblos que encontraron á su paso.


Sin embargo,no quiso Moisés inspirar á su raza un
espíritu de empresas y conquistas; pero apesar de las ilu-
siones de los que sueñan con la paz, despnes de las revo-
luciones políticas y religiosas, los pueblos nunca llegan á
ella mas que atravesando la guerra.


Los esfuerzos de Moisés para separar á su pueblo del
contacto de los otros pueblos, esfuerzos'que llegan á veces
hasta la inhu.manidad mas exaspelante, no nos sorprende-
rán si consideramos su época.-


Hemos dicho con qué cuidado estaba. en1Vuelto el dog-
ma por todo el Oriente en el misterio de las iniciaciones,
y qué penas tan' severas se imponian' á laviolacion de los
secretos.


Revelando Moisés á sus hermanos una pa-rte de los co-
nocimientos que hapia sacado de los' templos de Egipto,




NACIONAL. 247
ensanchó el límite de las comunicaciones;·él manifestó á
todo un pueblo lo que con dificultad y bajo mil,velos se
descubria á algunos inic~ados.


Su ambicion iba quizá muy léjos; quizá pensaba en la
iniciacion futura del género humano en. el conocimiento de
la unidad de Dios por el pueblo judío.


Mientras tanto, era preciso rodear ese pueblo de velos,
de misterio y de soledad; era preciso alejarlo, por un lago
de sangre, de los otros pueblos cuyas supersticiones hubie-
ra tomado, á fin de que,coDservándose puro é intacto de
las idolatrías, pudiese salvar con él el dogma conservador
de la razon humana.


La idea de una vida futura estaba cubierta en las ini-
ciaciones egipcias con toda clase de velos y figuras; Moisés
limita sus promesas y sus amenazas á las recompensas y
á los castigos temporales.


¿Tendria conocimiento de la parte de los misterios rela-
ti va á las trasformaciones de las almas, ó j uzgaria oportu-
no callarlo á un pueblo carnal, que limitaba sus esperan-:
zas ó sus temores en la vida presente~


De todos modos resulta, que la inmortalidad del alma se
manifiesta poco en su doctrina.


Esta circunstancia debia contribuir, con muchas otras,
á. atraer á los hebreos al suelo nacional.


. Moisés, limitando en su raza el depósito de los conoci-
mientos y de los dogmas que habia revelado, se habia pro-
hibido toda especie de propaganda .


..El judío nace, pero no se hace.
Los israelitas anduvieron errantes cuarenta años por el


desierto.
Durante este tiempo, los unos murieron de languidez,


los otros de muerte violenta.




248 LA.. SOBER.A..NIA..
Exepcion hecha de dos hombres, nada <quedó de todo


10 que habia salido de Egipto. > <
Debe pasar una generacion en~re el reinado de la es-


clavitud y de la libertad.
Esta generacion sacrificada, consumada, está en los de-


signios de la Providencia.
Se cumplió con los hebreos la terrible sentencia de un


revolucionario.
«Es imposible hacer hombres libres con esclavos.
Los que han servido al antiguo régimen lo echan siem-


pre de menos, por manía, ó por flaqueza de corazonh>
Es preciso que los padres se metamorfoseen en sus hij os


para que la humanidad cambie de costumbres y para que
las ideas nuevas se encarnen en las generaciones nacien-
tes.


Moisés debia ser comprendido <en esta inexorable ley
de la regeneracion social.


Tambien él era del viejo mundo; no habia de pasar el
Jordan; habia de dejar sus huesos y su autoridad en el
umbral de la tierra prometida.


Le fué dado ver desde lo alto de la montaña el país
que Dios iba á conceder á su pueblo, pero nada mas.


Como todos los reformadores cuya grande y poética
figura representa, entrevió en misteriosa lontananza los
destinos de su nacion, la realizacionde su sueño; descubrió
el puesto y el dominio material desns ideas, <pero Dios le
dijo:


N o entrarás en él!
Murió solo, léjos de los suyos; ocultando así á su pue-


blo el espectáculo del desfallecimiento humano.
Su sepulcro fué desconocido, como si un misterio de-




NACIONAL. 249
biera cubrir el fin de esos hombres excepcionales, y como
sila muchedumbre no tuviese nada que ver con su pe-
queñez.


Moisés no quiso morir, desapareció.
A los ojos del historiador, que no debe ocuparse del


punto de vista teológico, Moisés es mas que un profeta, .
mas que un revelador, mas que un santo; es una época de
la humanidad.


• Nada hemos dicho de sus milagros, el mayor de todos
fué el de arrancar un pueblo á la servidumbre y conducir-
le, á través de crecientes dificultades, hácia un estado so-
cial, imperfecto sin duda, pero en donde los hombres dis-
frutaban de mas libertad que en las otras civilizaciones del
Oriente.


Inflexible, venció sucesivamente todos los obstáculos.
Despues, cllando viejo y achacoso, cargado de años. y


de recuerdos, este hombre, cuya fuerza física igualaba á la.
fuerza moral, vió que habia llegado el momento de ocul,·
tarse á los ojos de los suyos, se refugió en una especie de .
heróico suicidio, mártir de la libertad de su pueblo y de
la unidad de Dios.


¡Oh impotencia, oh nulidad de las legislaciones mas
sabias!


Pues q ne en la sociedad cuyo ideal habia' establecido
Moisés, bajo aquella constitucion superior á todas lascons-
tituciones del antiguo Oriente, el hombre que habia de ve-
nir un dia, no á destruir, sino á dar cumplimiento á la ley,
solo podia esperar de parte de sus hermanos, una muerte
infame y unjuicio injusto.


TOMO lJ.




CAPITULO XI.


Grecia.-Los tiempos fabulosos y heróicos.


Bajo el movimieúto de los hechos y de las ideas que
han elevado,.sucesivamente el nivel de la civilizacion, he-
mos descubierto ,una. capa primitiva que se encuentra en


. todos .los. pue blosde -la. antigüedad y se estiende por toda la
tierra; la esclavitud.


Si se mira de cerca, se vé que los hombres tienen una
tendencia á deja~se dominar.


Preciso es que esta inclinacion sea muy grande, cuan-
do despues ,de tantas revoluciones y estraordinarias empre-
sas, subsi~te aun en"las sociedades modernas.


Cuanto mas nos acerca~os al estado natural, mayor es
el 40minio del fuerte sobre el débil.


Es un error creer: .con Rousseau, que la J, libertad- haya
existido en otro tiempo sobre la tierray quesa haya dester-
rado de ella con los progresos de la civilizacion; lo que ha
reinado en un principio es la desigualdad de las fuerzas




LA SOBERAN ÍA N ACION AL. ',,251


llevando en pos de sí la 4esigualdad de las condieiones
soo-iales.


Vemos en los tiempos antiguos, al mundo, enadmirheion
allte los hombres 61as mugeres que consumen mucho, ante
esas existencias privilegiadas donde van á fundirse y ab-
sorverse muchas ex.istencias inferiores; la 'naturaleza toda
se afana por agradarles; el trabajo del género humano es
absorbido por todaslasft.berturas de· sus sentidos; la mate-
ria avasallada se acumula bajo su mano; el cielo; la tierra
y el agua, removidos por sus apetitos, atormentados por
sus caprichos, esclavizados por su poderío, los reconocen
en cierto modo como únicos habitantes del globo.


Lo demás es tan solo una muchedumbre sin nombre
de donde esas existenoias soberanas sacan la materia y la
sávia ,con un dominio universal.


Los hombres queUde siglo en siglo afirman: la' libert,ad
sobre la tierra y procuran emancipar á los demas, hacen,
preciso es reconocerlo, un trabajo contrario á lá'naturale-
za: la naturaleza es el cordero que destruye la ,.erba; es el
lobo que clava sus garras en las ~ntrañasdel cordero; es .
el hombre que, mas fuerte' y mas inteligente, somete
cuanto vive á su violento imperio, sin esceptuar á sus se-
mejantes~


,Pero la civilizacion crea de siglo en siglo, aun sobre
la naturaleza, un nuevo 6rden de relaciones ,fundadas en
la!jtisticia, que poco á poco se desarrollan en la conciencia
humana. '.


Es el orígen del derecho.
· La lihertad~ , hija ,del 'derecho, hállándose por deCirlo


así, en antagonismo con lanaturaleza j con las desigualda-
des nativas que se propone'borrar, con las fuerzas materia-




252 LA SOBERANIA
lés que debe someter, 69n la qiferencia de razas que reune
dentro un mismo principio, no debe asombrarnos la lucha
que todos log libertadores han tenido que sostener contra
las preocu,pa.eiones de su: ,tiempo, oontra los dominios esta-
blecidos y contra ,sus propios hermanos,que, á pesar suyo,
llama.n..á 18. independencia.


El desarrollo del $entimiento de la libertad en, el género
human0.,C()ltesponde á todos los demás progres9s, pero so-
bre todo al de nuestros conocimientes.


Lo que engrandece el espíritu, lo que eleva el corazon,
se convierte en un obstáculo para cualquier tiranía.


En su origen, la Grecia no fué mas que una rama egip-
cia trasplantada al Peloponesado.


Egipto, hijo de la I~dia, vertió parte de su sangre·y de
su alma en esta civilizacion naciente.


Combináadose los elementos traidos en diferentes épo-
casda Egipto. y de Fenicia, con· los principios que existian
entre los Pelasgos y los Helenos, se trasformaron y dieron
orígen á una $ooiedad nueva.


Varias. causas influyeron en esta trasformacion; las re-
duciremos· á tres: el dogma, el clima y el carácter particu-
lar de las razas.


El dogma perdió entre los Griegos aquella dureza, aquel
velo espantoso y sombrío, la cruel severidad que tuvo,en el
antiguo Egipto.


Al;lnque pesando todavía sobre las leyes y las institu-
f


ciones del pais, la religi(\n con el. tiempo se separó mejor
de la política.


lA Egipci()sh~bian divinizado, bajo confusas figuras,
los fenómenos de la naturaleza; los Griegos, dando un
cuerpo y un alma á los agentes invisibles, los separaron
mas claramente de la creacion.




NACIONAL.


Estas fuerzas ciegas se convirtieron en personasdot&das
de movimiento, de vida y de libertad.


En Egipto, el clima es, por decirlo así,. invari~ble; los
vientos, las avenidas del Nilo, los demás fenónlenos están
suj6tos á un órd~n ,constante; los dos caractéres de esta
imponente naturaleza, son la estabilidad y la uniformidad.


Por estas circunstancias exteriores se esplican la eter-
nidad de costumbres" dé leyes, de instituciones, y·el reli-
gioso horror á las innovaciones que,era. entre ellos el fun-
damento mismo del culto y de la política.


En Grecia, al contrario, donde la diversidad de los as-
p~ctos y de las estaciones ofrece de contínuo vivos contras-
tes, donde abundan los acoidentes, donde la naturaleza
nunca se parece á si misma; donde el mundo esterior está
por decirlo así,. en accion y movimiento, los hombres se
mostraron menos aferrados· á las tradiciones, znag dispues-
taR á innovar.


El amor al progreso llegó á veces entre ellos: ,á la ,n-
constanci~ y á la ligereza. ."


El carácter de los griegos tendia á una espe.cie de ma-
terialismo que, relevaba siempre el ideal deto bello.


'. Voluptuosos" llenaban sus placeres de' una delicadeza
desconocida de los demás pueblos.


Libres del dominio de los dogmas religiosos que enca-
denaban el afan del hombre, despues de haber encadenado
al mismo Dios, y de un clima que ~odo lo petrificaba, los
Griegos crearon dioses familiares, inherentes á loS sitios
que habitaban, dioses patrióticos, encargados de velar con
ellos por los destinos de su familia y de su ráza.


Aquí activos y resplandecientes, rígidos·y áusteros allí,
dieron con el contraste de Atenas y de Esparta., nuevas




254 LA SOBERANIA


formas á la civilizacion,hasta entonces muy poco compli-
cada.


Aunque am.lntes· de la libertad,. la democracia entre
ellos no lué 'mas que' uncombáte·' de· Idesigualdades que
les perj udicaba; para fundar la igualdad teal, de do.nd&
brotó la independencia, les faltaba una 'ideámas elevada
del derecho: . ..': ..


La ~ecia civilizada, no pudo librarse de esta mancha
original: la esclavitud.


Con los Griegos aparece, sin embargo, una fundacion
nueva del derecho; la ciudadanía.,


No entra en nuestro propósito describir la historia de
Grecia; nos proponemos escribi~ la historia de la libertad;
buscar antepasados á una idea; presentar al género huma-
no, librándose, paso. á paso, de las servidumbres que la ig-
norancia ha hecho. pesar sobre sus principio.s; determinar
el elemento nuevo que las sociedades unen, al fundarse,
á la ci vilizacion; narrar las memorables accio.nes con que
cierto.s hombres han so.bresalido entre la plebe, y han re··
sistido á l~ opresion, ya sea luchando.· contra las tiránicas
fuerzas de la naturaleza, contra podero.sos lejércitos, contra
hombres revestido.s de una autoridad· soberana, ya sea es-
table~iendo instituciones, leyes; y tal es el espiritu y la in-
tencion de nuestro trabajo .


. La. Grecia, ·como las sociedades modernas, ha pasado
por una edad de infancia y de barbarie.,


Sus-primeros habitantes, absorbidos: en la naturaleza,
siendo verdaderos salvajes, no se 'copooian,á, sí mismos.


N o dejaron huellas ni reeuerdos;, .toda . su ocupacion
consistia en. disputar á los aniIIlales,~ feroces como ellos, un
grosero alimento. ,,}






NACIONAL.


Sus primeros descubrimientos se redujeron á aprender
á construir cabañas, nutrirse de bellotas y cubrirse' de
pieles.


Todas las naciones renuevan en su infancia la infancia
de la humanidad.


Los primeros héroe! de la Grecia fueron hombres dota-
dos de una gran fuerza física; matar un fiero jabalí, que
asolaba una comarca entera; librar á la tierra de·una te-
mible serpiente, de un furioso toro, 6 ,de' los mónstrnos de
forma humana, que la asediaban, tales fueron con lasalu-
brificacion del suelo y el desmonte de las tierras, ·los pri-
meros trabajos de la libertad.


Los fundamentos de la vida 'civil de Grecia. fu'eron
. . ,


echados por estranj eros.
No se practica impunemente el bien de los hombres.
Lo mas difícil es sacudir las pesadas leyes de la cos-


tumbre' y los inmóviles instintos.
Las razas degradadas tienen, por naturaleza, horror al


progreso.
Así es que los primeros hombres que procuraban librar


á sus semej antes de la presionde las necesidad~g .mat6ria-
les, enseñándoles la ind ustria y las artes útiles, fueron
casi todos víctimas . Q;e su zelo iniciador.


En :medio de las tinieblas de la historia, se recurre útil-
mente·áJa·mitología como u~ hilo. conductor.


La fábula de los Titanes tie.ne algo de local, departi-
eular, para la Grecia.


Los Griegos, por una tendencia general entre los anti-
guos pueblos, .colocaron en el cielo la cuna de sus funda-
dores. .


Su religion há conservado, dándole un tinte mara vi-




256 LA. SOBERA.NU


lioso, la relacion de una gr.ande.lucha· entre lo' Gigantes
y Júpiter.


¿Fueron aquellos hijo, de la tierra, una colonia de agri-
cultores que habiavenido, en tiempos muy remotos, áes-'
tablecerse en Grecia, en un pais montañoso?


ta- agricultura seria el tránsito delestado:salvaje á la
oi vilizacion .


. E$:Il&tural . suponer que los eetablecimielltos: de aque-
llosprimeros colonos fueron atacados, y que, abatidos por
la raza pelásgica, aquellos animosos niveladoressucumbie-
ronde resultas de un memorable combate.


Lo que nos afirma en esta opinion, es la idea de insur-
recclon que las fábulas religiosas de Grecia atribuyen á
su empresa.


Envueltos en la vida universal, esos pueblos primitivos
miran· corno una. verdadera insurreccion contra la natura-
leza y contra Dios, todo lo que ~iende á sacarles de ese tra-
dicional reposo.


Siendo la agricultura, en su orígen, una innovacion
para los Griegos, una conquista sobre ~natura.lezai debió
ser mirada por ellos, oomo una impiedad.


De aquí se desprende la idea del castigo que' la tradi-
cion atribuye á la caida de los Tit&.na,.


Es curioso ver con que encarnizamiento defiende la. ig-
norancia sus tinieblas, y de que manera el hombre se liga,
contra sus propios intereses, con sus dos enemigos mas pe-
ligrosos: la rutina y la ociosidad.


Esas colonias, aunque renovadas varias veces, no tu-
vieron bastante poderío para alterar el carácter de las razas
que cubrian primitivamente el suelo de la Grecia.


En aquel entonces apareció un conquistador: Deucalion.




\
NACIONAL. 251--


,En la historia de esos tiempos antiguos, las guerras,
las emigraciones y los diluvios, son confundidos amenudo~­
son plagas parecidas por sns desastres que la memoria del
pueblo distingue apenas.


Algunos tardíos movimientos del globo, parecen haber
contrariado, en aquellas costas, la obra de la ci vilizacion
comenzada.


Diferentes revolucio'nes físicas, diluvios~ t~rremotos,
separaron del continente algunas islas del mar Egeo.


Las fábulas, que se mezclan constantemente en la tra-
dicion de los Griegos, refieren que los dioses irritados con-
tra los hombres, habian resuelto hacerlos perecer en las
aguas.


Solo se libraron Deucalion y Pyrrha.
Despues del diluvio, consultaron el oráculo de Themis,


que les aconsejó arrojasen tras sí y por encima de su
cabeza, los huesos de su madre; hicieron lo que el oráculo
habia dicho; recogieron los huesos de la tierra;,ó sean pie-
dras; esas piedras, al caer de sus manos, se metamorfosea-
ban en hombres, las de Deucalion, y en mugares, las de
Pyrrha.


Ese diluvio es una imágen de todos los cataclismos,
históricos, que barrian el pasado.


Despues de sus destrozos, es preciso sembrar una raza
é ideas nuevas.


Esta semilla se encuentra en la tradicion.
Nosoiros, hijos de los tiempos modernos, sembramos en


pos de nuestras huellas, y como dice el oráculo, por enci-
roa de la cabeza, los huesos de nuestra madre; la Demo-


.


craCla.
Estos huesos gel1mmarán.
JO~10 JI, 33




258 LA SOBERANlA


Nacerá de ellos un, pueblo de hombres y mugeres que
renovará Jasantignas sociedades '1 i ; \ "


Las sociedades nacientes, .asimilándo.se,. participarán
del progreso verificado por las sociedad~s antiguas.


El Egipto era entonces-q,n vasto depósito de conoci-
mientos;Colllunicándose con esta venerable civilizacion,
la jóven Grecia no tuvo que remontarse por si sola á labo-
riosos descnb;rimientos, que largo tiempo hubieran deteni-
do sus primeros pasos.


Las colonias. se sucedieron.
Una espedlcion que los Griegos personificaron en Ce-


cr.ops, fundó la ciudad de Atenas.
El incesto reinaba sobre la tierra.
Eran tan desconocidas las leyes de la union conyugal,


quellotl hijos llevaban el nombre de su madre, porque los
padres eran raramente conocidos.


Cecrops (probablemente nunca ha existido tal ,hombre,
pero se trata de una época,)ililStituyó el matrimonio, que,
deteniendo los ciegos instintos de la'naturateza, es para el
hombre, y sobretodo para la muger, el orígen de la libertad.


Aparecieron dos nuevas colonias; una en Beócia, y otra
en Argólida.


Estas colonias de Egipcios y Fenicios cultivaron una
tierra que, abandonada á sí misma, desconocia su fecun-
didad.


Por estos estrangeros, descubrieron los indígenas su
bello 'pais, del cual hasta entonce~, solo habian ,conocido
los rigores.


Las invenciones y las artes se sucedieron; nació en fin
la escritura alfabética, p~ecioso gérmen de los mas vasto~
conocimientos y de todas las conq uistas políticas.




~ACIONAL.


,




o,', :'{jli misma palabra latina liber,significa libro ó libre;
enseñando á leer á ~n pueblo es como se le emancipa.


Aunque la historia de aquellos tiempos sea conjetural
y se corra riesgo de desviar su interés'sobre hombres que
n ".lnca han existido, diremos que aquellos primeros cí vili -
zadores de Grecia, tuvieron un destino deplorable.


Una fatalidad particular se une á su vida y á su pos-
teridad. •
\ ~. Por la fábula es conocido el crímen y el castigo de las


hijas de Dánaos.
Cadmos, á quien se atribuye la invencion de las letras,


habiendo consultado al oráculo, supo que su familia estaba
destinada á·la mayores desgracias.


Se de8terró él mismo de su país para no ver realizado
el oráculo. ' ".'


Los funestos actos de Layo, uno de sU§'sucesores, de
Yocasta su muger, y de Edipo su hijo, de Eteocles y de Po-
linisa, nacidos del matrimonio incestuoso de Y oca sta 'Y de
Edipo, han inspirado, la Tragedia, que dU'rante siglos en-
teros, ha llenado el teatro con la relacion de sUs infortu-
nios. " .


Los progresos de la humanidad se reducen, al princi-
pio, al progreso de la alimentacicn; en los Pelasgos es la
bell()ta; en Cecrops es la aceituna:; en Triptolemo, es el
arado, el trigo.


A estos cambios de alimento corresponden cambios no
menos extraordinarios en las costumbres y en las institu-
ciones ..


Muchos Hércules se habian sucedido en Grecia, aun an-
tes de llegar las colonias estranjeras. 0\


Hércules no es un hombre, es la humanidad.


I




260 LA SOBERANÍA
La ,antigüedad' pagana ha personificado ell;. esta figura


simbólica los primaros-trabajos. de nuestros antepasados y
su primera vict(}.ria$obra la,naturaleza.


,La tradicioD nos .presenta .desde luego una grande lec-
cion; este ,.~éf imaginal'io, ,este mito, Héreules, recibe el
premio de los serv,icios que ha prestado á la civilizacion
bosq uej ada. " . ,.


La injusticia de los hombres se aferra é. sus huesos.
,El sufrimiento, envenenado por el ódio de sus enemi-


gos, se convierte en su vestido, su llaga.
Para escapar á este intolerable suplioio, el hombre,
qu~ habia contribuido á libertar á sus semejantes del pesa-
do dominio de las fuerzas físicas, se precipita en el sui-
cidio.


Mártir de la emancipacion material del globo, acaba sus
dias en',una hoguera.


Dejos actos de Hércules, solo referiremos su famoso
combate con Anteon, hijo. de Neptuno y de la Tierra.


Anteon se h~bia estableci<lo 'en los desiertos. de Libia.
Hércules combatió á este gigante, le echó al suelo tres


veces, pero en vano, porque cada vez que Anteon tocaba en
tierra, recobraba nuevas fuerzas y volvia á levantarse.


El sentido de esta fábula es bastante luminoso.
Una colonia de agricultores, viniendo de no sé dónde,


se habia establecido en las costas de Africa.
, Hércules, el génio gnerrero, el instinto destructor, re-


, , Ir


solvió combatir á estc;t raza.
Los duros y pacientes trabajos de la tierra, desagradan


á los conquistadores, esos devasta.doras de. provincias.
La fuerza del gigante Anteon es una imágen de la fuer-


za de las razas agrícolas que se renueva siempre; porque




NAOIONAL. 261
estas razas extraen continuamente de los: recurSQS y pro -
ductoade la tierra invencibles medios de resistencia.;


.. i Es preciso levantarlos en el 'aire, como . hizo Hércules
con: Anteon, es decir, arrancarlas de su suelo para. ahogar-
las y destruirlas .


. Hasta aquí no hemosm.sto masque la "fuerza luchando
con la fuerza.. . ....


Acortad·distancias, rompiendo los obstáculos mE\teriales
que sepa.raná los hombres y los pueblos· los unos delo~
otros; crear nuevas relaciones y cJmunicaciones'mas segu-
ras, limpiando los caminos de los mónstruos ó de los ban-
didos que los asolaban, probar pasajes difíciles,trazar so-
bre los mares un audaz camino, mezclar las razas por me-
dio de la guerra, era preparar instrumentos y órganos.para
la liberta.d .de los pueblos.


Pero ~qué voz es esa que se eleva en el norte (de la Ore-
~ia, bajo el cielo de la áspera y severa Thesália~:· , .


Reconozco la voz de Orfeo.
-¡Oh poesía! ¿de dónde vienes'?
~¡Del cielo! ..


. -¿Qué enseñas á Jos hombres2
-El sagrado orígen de las cosas ysu desarrollo.
-¿Cuál es tu fin?
-Instruir y civilizar á los pueblos, librar ála tierra de


los males que la cubren, purificar. las conciencias.
-¿Y tus medios'?
-La iniciaeion de las cosas santas y la expiacion.
-¿Quién habla por tu boca'?
-El mismo Dios .
. Los poetas·deraquel tiempo eran profetas, enviados.>
Hacían oráenlos.




262 LA 80BERANIA


La poesía, bajo la formaJirica., aun no 'se habia separa:-
do del dogma, en que-desde 8u:orígen, estaba envuelta'.


Sujeta al culto, del cual era solo. un ausiliar,' una de-
pendencia, .daba voz' á los misterios y celebraba en un len-
guaje oscuro la oscuridad de las tradiciones religiosas.


La primera forma de la poesía, entre los antiguos, fué
la inspiracion.
,'. Orf~o, uno de esos hombres que la antigüedad nos re-


presenta como cantando con la lira, habia~sido atraido, en
las profundidades de la iniciacion egipcia, por un amor des·
graciado.


Los grados de la illiciacion eran otros tantos grados há~
cia el conocimiento. ,;


Los -egi pcios tenian, por decirlo así, dos, religiones;, una
palpable, sensible, anecdótica, cuyos relatos y .figuras se
dirigianal vulgo; la otra 'Oculta, abstracta, encubie!'ta, cu-
yos misterios y dogmas no se dejaban penetrar mas que
por un espíritu atento y paciente.


Era una educacion; se comunicaban' al aspir~nte- con 6r-
den y paso á paso, los secretos de la doctrina sagra~a~'


Los velos se descorrian sueesivamerite, uno á uno, á
medida que él merecia por su valor Ó, por su discrecioD,
franquear uno de los formidables grados. '


Mientras el Egipto entero estaba dedicado á la mas baja
idolatría, se cree,con alguri fundamento, que la unidad de
Dios se habia conservado en los templos ..


La nocion de la trinidad no estaba apartada de los mis-
terios. ." I~ : .


si los sacerdotes adoraban con el vulgo varias divinida~
des, era!menos como á aéres independi,~ntes que como á atri-
butos de la divinidad real, ó como poderes, de lanaturaleza.




NACIONAL. 263
El culto público no era mas que la careta de las creen-


cias mas secretas y profundas, cuya interpretacion estaba
reservada á algunos espíritus escogidos.


Orfeo habia faltado á una de las pruebas; pero los sa ..
cerdotes de Egipto, conmovidog; por su ta lento y por sus
desgracias, léjos de castigar su debilidad, le habian encar·
gado fuese á comunicará la naciente Grecia alguna parte
de ,la doctrina sagrada. ' .


Orreo, pues, llevó sus misterios á Grecia. •


La tristeza de los 'antiguos ritos se prolongó bajo la
sonriente mitología con que el vulgo de Atenas se conten·
taba.


Mas tarde, las iniciaciones perdieron el carácter sombrío
y duro de su orígen; los misterios á donde le condujeron, ya
no fueron guardados' en igual secreto, y la luz se esparció
sobre !el mundo á través de las hendeduras del casco que
cubria la cabeza de Ceres.


Orfeo habia dejado en la memoria de los griegos, admi-
rables cantos que han inmortalizado su nombre; dícese que
celebraba en bimnos, desconocidos para nosotros, el desen-
redo del caos, la incomprensibilidad de Dios, las fuerzas
de la naturaleza, y otros mil objetos revestidos de un ca-
rácter religioso.


A través de las fábulas que en aquel entonces oscure~
cian los hechos mas sencillos, es fácil colegir qüe el divi-
no Orfeo fué mal recompensado por los servicios q ne habia
prestado á la Grecia. .


Desterrado, de ciudad en ciudad, se refugió, segun dicf\
la leyenda, en los hielos de la Escitia.


Su cuerpo fué hecho pedazos por varias nlqjeres,
El Ebro arrastró su cabeza,




264 LA, SOBERANIA


Sus miembros,blancos- -oomo la nieve, fueron hallados
aq uí y allí en· los' '~am p~, vecinos.


-Así murió víctima: desn amor .. y de sus beneficios el
mas armonipso de los griegos.


La fábnla,. quet'eviste todos estoa relatos con el interés
de lo -mara. villoso, : díce que los ár:boles -y las rocas se mo-


'" vian, al soa de aquella lira:, que los rios-suspendian su cur-
so, y que las fieras se replegaban al rededor de Orfeo para
oirle.


Difer.ente, de los héroes y cazadores que dominaban la
natur-dileza salvaje por medio de la violencia, Orfeo, imá-
gen de la fuerza moral, la humanizaba en cierto modo por
medio,de la-dulzura de sus actos y la superioridad de sus
conocjmientos. -


Orfeo es, en estas edades primiti vas, ,un mit~ de la pala-
bra que funda las ciudade~, civiliza á los hombres, y aman-
sa á lo's animales.


Esta palabra viva, sucumbe alguna vez bajo la fuerza
hruta, per:o el rumor de su muerte, viene á sdr, de siglo en
siglo, lo masinmortal que ,hay sobre la tierra.


En este sér fabuloso, los griegos personificaron una épo-
ca; la de los misterios im plan tados en Grecia. ,.


¿Daremos una idea de la teología que se enseñaba en
aquellos misterios de Ceres Eleusina? __


.'


Segun las tradiciones orfeicas, el caos era el mas anti-
gU{): de los dioses de segundo órden; figuraba la materia
primitiva de la cual Sé han forlnado todos los séres.


Vulcano, á quien no se designaba principio, era el fue·
go elemental esparcido por todo el mundo.


Saturno personificaba la a<.~ciou del tiempo en el arreglo
de los fenómenos del universo;






NACIONAL . 265
. Isis y Osiris, representaban los dos sexos de la natura-


leza.
Tifon era el mal principio; á él se atribuye el orígen de


las plantas venenosas, de las epidemias que asolaban la
tierra, y de los animales dañinos.


No estrañará la importancia que los antiguos habiail
·dado al principio del mal, dentro de sociedades imp.erfec-
tas, en medio de una naturaleza indómita, cuyas. fuerzas
se manifestaban aquí y allí, por desbordamientos, cuyas
ilerjudiciales influencias estorbaban el aun incierto domi-
nio del hombre sobre el globo.


Nada diríamos de Teseo, si su historia, verdadera ó fal·
sao estuviese unida á la de las Amazonas.


Aunque la union conyugal haya corregido en su origen
'las costumbres de un estado natural, humillante é insopor-
table, la mujer casada no dejó de estar bajo la dependencia
de la fuerza .


. En la India y en Egipto, la mujer primitiva, simple
elemento de reproduccion, confundido por Moisés con la es-
clava, el buey y los otros muebles de la casa; sierva á va-
ces) siempre inferior, no babia encontrada en el matrimonio
mas que una cadena, y en el hogar una.prision perpétua.


La existencia de las Amazonas fué una protesta contra
la triste condicion de las mujeres, en las sociedades anti-
guas.


Estas mujeres trataron de resolver el difícil problema
de la emancipacion de su sexo.


Opusieron la violencia á la fuerza.
La lucha, en tal terreno, no podia menos d~ serIes fatal.
N o es á la fuerza á q ne debe apelar el sexo débil para


su emancipacion, es al derecho.
TOMO 11. 31




266 LA SOBERANIA
Impacientes~ habían buscado la libertad en la insuro..
.


reCClon.
Esta: 'insurreccion fué severamente castigada.
Buscando la independencia en armas, que no estaban


hechas para sus débiles manos, éncontraron la muerte san-
grienta y una esclavitud aun mas dura que la muerte.


i,Oebemos compadecerlas'?
Mas.}uertes 6 mas dichosas que las protestantes de los


tiempos modernos, no encontraron al menos el ridículo.
Lo que los historiadores cuentan de estas mugeres ex-


traordinarias está mezclado con bastantes fábulas, y aun
puede que toda su historia no sea mas que un mito.


¿De dónde vienen'?
De la Esci tia.


, Lo que apoya esta opinion, es, que entre los Escitas; el
mayor número de muchachas estaba educado para los mis-
m~s ejercicios que los jóvenes; se les enseñaba á tirar al
arco y á lanzar el dardo.


Compartian las correrías, la caza y aun las fatigas de
la guerra con los hombres, á quienes igualaban en valor y
en fiereza.


La venganza las impulsó en su empresa.
Resolvieron evadirse del domiIJ.io de los hombres, re-


nunciando al matrimonio.
Su resolucion tomada, no retrocedieron ante los medios


mas brutales é irritantes para asegurar su ejecucion.
No pudiendo reproducir el elemento de vida y dura-


cion de los Estados sin el ausilio de los. hombres, se impu-
sieron la ley de ir todos los anos á sus fronteras, invitar á los
hombres de las cercanías á que fuesen á encontrarlas, en-
tregarse á ellos sin predileccion, sin afecto, y separar-




NACIONAL. 267
·se desde el momento en que se sintieran, ó se creyeran ma-
dres.


Esta manera de aDiar para el servicio del Estado, man-
tenia su corazon libre de toda debilidad: además, tomaban
ellas al fin de esa mision, aquella ·fiera cintara que era en-
tre los antiguos, la señal de la virtud indómita.


Para tener derecho á la multiplicacion de la especie,
era preciso haber trabajado antes para su destruccion.


No eran dignas de tener bijos hasta haber dado muerte
á tres hombres por lo menos.


Si de aquellos actos de brutalidad nacian bijas; las
.guardaban y las mantenian. No-recuerdan los historiadores
la suerte que estaba reservada á los niños que daban á
luz, por casualidad y apesar suyo.


Su 6dio contra los hombres era tan grande, que era para
·ellas un suplicio el criar un hijo varon.


Unos dicen que los ahogH ban; sostienen otros que les
retorcian los brazos y las piernas á fin de que fueran inú-
tiles para los ejercicios militares; y no faltan historiadores
que, descubriendo un corazon de madre bajo aquellas du-
ras corazas, sostienen que las Amaz.onas menos feroces,
-énviaban los hijos varones á sus padres.


Sepuedenconciliar estas contradicciones; habiendo cal-
mado con el tiempo su furor contra nuestro.sexo, debieron
cobrar para el fruto de sus entrañas sentimientos menos
inhumanos que los que antes les animaban.


El licor nutritivo se agotaba bien pronto en aquellos }l(l-
chos guerreros, pero ellas lo supHan con alimentos mas fu.er~.
tes; la carne de las aves, de las fieras y aun de las serpien-
tes que mataban en la caza (1).


(1) Hemos juzgado útil entrar en estos detalles, aunqu~ á nuestros ojos la




268 LA. SOBERA.NIA
Desde el momento en que la edad .de las niñas lo per-·


mitia, les cor~aban el pecho derecho, á fin de ponerlas en:
disposicion de tirar el arco con mas destreza.


Pensaban ál mismo tiempo ·hacerlesperder el sitio del
corazon, asociándolas á su terrible ódio contra un sexo.
duro, del cual las hacían huir y cuyos lazos les enseñaban
á detestar.


Segun algunos antiguos, que escribieron la novela de la
. .


historia, 'acometieron arriesgadas empresas y llevaron muy
léjos sus conquistas.


Esta sociedad de mugeres, tenia instituciones y leyes.
Renunciar para siempre al matrimonio; no tener relacion
alguna con los húmbres, mas que para procurarse descen-
dientes; no criar ningun hijo varon; no guardar mas que
á las hijas que preparaban para la guerra desde la infancia;
vivir del fruto de su arco; temer sobre todas las cosas el
dominio de los hombres; y no recibir en fin mas órdenes
que las de su propio sexo, por medio de aquellas que la:
eleccion ó la cuna hubiera colocado sobre el trono, tales
fueron las únicas máximas' por que resolvieron gobernar-
se las Amazonas, y.que adoptaron como fundamentos de
su Estado.


Nunca se ha visto una rebelion tan terrible contra el
matrimonio y contra las leyes de la naturaleza.


Sacrificado el amor; hollados 10's sentimientos de la ma-
ternidad y anegadas en la sangre de los hIjos que tenian
la desgracia de venir al mundo con un sexo condenado;


historia de las Amazonas no sea una historia. ¿Qué importa? la humanidad-
existe, tanto por lo que se imagina, como por lo que hace.


Mas arrIba hemos llamado conq1 istador á Deucáliou; no se trata de un
hombre; síno de una raza.






NACIONAL, 26~
olvidados y menospreoiados todos los deberes de la vida
doméstica, tal es el resultado del orgullo herido que habia
puesto las armas en sus mano~.


Separándose de una mitad del género humano; oom-
bati~n oontra sí mismas, oontra su propio honor, con una
especie de.rabia.


Lo que censuraban á los hombres, este egoismo de un
sexo que se aisla del otro sexo, por espíritu de dominio ó
de interés, lo imitaban ellas en su venganza. •


Para evitar la esclavitud del matrimonio, se· dedica-
ron á las armas, ouyo ejercicio es la peor de las esclavitu-
des, y á esta fúria de conquistas, que quita al v~ncedor la


. .


libertad que este toma á los otros.
Entonces entraron en la liga de las Amazonas las mu-


geres á quienes habian pronunciado contra el matrimonio
una falta voluntaria, reoíprocos agravios, óla injusticia del
marido.


Reoibieron de los Esoitas el sobre nombre de Eopartes,
ávidas de la sangre de los hombres.


Este afan de venganza era en ellas, oomo siempre, una
exasparante ternura, y un equivooado sentimiento.


No se ódia bien mas que aquello que se ha amado.
Un Hércules tebano les hizo la guerra.
Este héroe, esoogió Eara que le aoompañaran, los mas


jóvenes y mas valerosos guerreros de la Greoia, el prinoi-
pal de los ouales, segun Plutaroo, fué Teseo, rey de Ate-
nas.


Las aventuras de esta guerra serian de pooa importan-
cia, si no tuviesen un desenlaoe instruotivo y simbólioo.


Nueve galeras oondujeron á los oompañeros de Hérou-
les y de Teseo á la embocadura del Termodonte.




270 LA. SOBERANÍA
Remontaron este rio hasta Temiscira.
La ciudad fué vigorosamente sitiada y defendida.
Varias salidas terribles dieron á conocer el valor· y la


pericia militar de las Amazonas ..
Estas intrépidas guerreras combatieron con desespera-


cion.
La fortuna hizo traicion á su bravura; agoviadas por el


número c y por la fuerza, enrojecieron con su sangre las
aguas del Termodonte.


Si hemos de dar crédito á los historiadores, aquello fué
una furiosa pelea; ni los emplumados cascos, ni las cora-
zas, ni la: .cota de armas colgando hasta la rodina, libraron
~ aquellos hermosos cuerpos de ser heridos por el hierro
cruel.


Cayeron, pero altaneras, atada la cintura por debajo de
su seno, llevándose al fondo del abismo el misterio de su
ódio y su orgullo intacto en la derrota.


¡Oh mártires del viejo mundo! las del flanco herido;
vosotras que el arte de los antiguos nos representa bajo
las señales de la tristeza y en actitud lastimosa, ¡salud! os
engañasteis; un impetuoso sentimiento de justicia os arras-
tró á una revuelta insensata contra un sexo dominador y
contra instituciones imperfectas. .


Os herísteis con la espada que nunca debieron empuñar
vuestras débiles manos.


La fuerza os faltaba.
No habeis llegado mas que á lo absurdo y á lo horrible;


habeis hecho gemir la naturaleza y practicado en el sitio
de vuestro corazon un inconsolable vacio.


Paciencia.
El ódio cede ante el amor y la fuerza ante la idea.






NACIONAL .. 271
¡Pa~iencia, hermanas! la independencia que buscais en


la soleda.d, el ódio y la separacion de los sexos, será des-
cubierta mas tarde por el ID un do en la solidaridad del
hombre y de la muger.


Hipólita, una de sus reinas ,marchó , despues de la der-
rota, segun dicen, con Teseo .


. Esta noble víctima encontró sin duda el arte de some-
ter á su vencedor.


Su debilidad, sus encantos, sus penas;, fueron en las
manos de esta muger, armas mas peligrosas y mas segu-·
ras que las que le habian hecho traicion en el Termodonte.


Las Amazonas no tardaron en, querer vengar la afrenta
recibida.


Volvieron á reunir todas sus fuerzas.
Dejando huellas de su furor por todas partes, mandaron


pedir á Hipólita á Teseo.
Esto dió ocasion á una nueva guerra en que estas muge-


res batalladoras poblaron el campo de batalla con sus bellos
cuerpos como con una cosecha de espigas.


Viendo Hipólita que todo el reino de las Amazonas es-
taba amenazado de una segura derrota, se hizo mediadora,
y obtuvo del corazon de Teseo lo que todos aquellos ejérci-
tos de mugeres reunidos no habian podido ganar por medio
de la violencia.


Algunos siglos despues de esta batalla, escavando la
tierra, cerca de la ciudad de Queronea, se encontro la está-
tua de un soldado, sosteniendo e.n brazos á una Amazona
herida.


¡Mugeres! mas 6 menos tarde la humanidad llorará las
heridas que os ha hecho, y, como aquel soldado, os sostendrá
en vuestra caida: pero, por favor, arr~jad esas armas, aca-




272 LA SOBERANIA
bad con vuestras altivas resistencias, entrad en el.hogar,
entrad en el matrimonio, entrad en vuestro sexo; entrad
en la naturaleza!


La libertad para vosotras está en el deber.
Al~ivas Amazonas, no dejo de admirar el ardimiento de


vuestra empresa; hacen falta revueltas como la vuestra;
hacen falta protestantes y mártires para traer ciertos pro-
gresos.


Vuesirofianco herido ha enseñado al mundo la llaga
que deSangra á la muger; sobre los despojos de vuestra te-
meraria empresa, sobre vuestros pálidos, cadáveres, sobre
vuestra derrota, se desarrollará un dia para vosotras, para
vuestro sexo, el gérmen de una libertad razonable.


Vuestra revuelta habrá preparado una reforma; vuestra
espada habrá sido la precursora de una idea.


Teseo, en quien los Griegos han personificado los tiem-
pos heróicos de su nacion y cuyas aventuras se asemejan
bastante á las de los caballeros andantes de la edad média,
siguió la obra de la libertad naciente: atravesar los mares,
someter la fuerza por la fuerza, establecer por medio de la
guerra relaciones con razas estrangeras, echar por medio
de algunas sabias leyes los fundamentos de la estabilidad
de los Estados , acrecentar la independencia del hombre
combinándola con los deberes y los derechos de la sociedad.


Fué recompensado de estos trabajos con la prision y
con una amarga vej ez.


Teseo vino á ser mas tarde uno de los héroes mas fes-
tejados de la Grecia; levantáronle templos y estátuas; la
justicia llega mas ó menos tarde para los grandes hom-
bres, pero viene á posarse sobre su tumb~.


Atenas, que le habia desdeñado débil y viejo, pidió sus




. .


NACIONAL. 273
huesos y se hizo llamar con orgullo la ciudad de Teseo.


¿Quién es el ciego anciano, que<.óanta sus versos y
tiende su mano'?


La humanidad responde: ¡Homero!
El cantor de la guerra de Troya es un ideal, un ser ima-


ginario ..
Los Griegos encarnaron en esta gran figura una de


las formas de la poesía.
• Haya ó no existido, no fué él el autor de esta lliada, ni de


esta Odisea; obra colectiva, obra de toda una nacion, eu·
yos trozos esparcidos se conservaron en la memoria del
pueblo.


Homero no es un poeta., es una época que canta.
Como los rápsodas (los trobadores de aquel tiempo) eran


pobres y nómadas, los griegos dieron á su Homero las tra-
zas de la pobreza.


Iba de ciudad en ciudad, cantando y mendigando.
¡Triste y admirable figura del génio, que expia, por sus


propios males, el bien que hace á sus semejantes!
¡Oh poesía! hija del cielo y de la libertad; tú que das


la independencia á los hombres, elevando su espíritu sobre
la materia, has querido pasar ciega, sobre la tierra habita-
da, para no ver la inj usticia de los mortales!


Hornero es la forma épica que sucede á la forma lírica
y sagrada; es la era caballeresca de la poesía.


Los etimologistas, sacan el origen 'de los rapsodistas,
de dos palabras griegas: baston, y poesía; y esta mensa-
gera celeste, debia pasar sobre la tierra, con un basto n
en la mano, como para enseñar que los poetas son estra-
ños á los intereses de los otros hombres y viageros sobre la
~erra.


TOMO 11. 3t)




274 LA SOBERANIA NACIONAL.


Siete ciudades de la Grecia se disputaron el honor de
haber dado á luz á Homero.


, Bastante decir es que no nació en ninguna de ellas ..
El combate que se establece eñtre estas celosas ciuda-


des, demuestra solamente que cada una de ellas preten-
dia la gloria de haber sido la cuna de la poesía épica.


Homero sucede á Orfeo, el poema á la oda, la accion
profana á la inspiracion divina.


Es er órden de la marcha in variable de la poesía en la
humanidad.


Los griegos designaban las funciones de los antiguos
poetas religiosos, con el verbo cantar, para indicar que no
eran mas que los órganos de la divinidad; para los nuevos
se sirvieron del verbo hacer: estos últimos eran en efecto
in ventores, creadores~


Esta revolucion en ellenguage, indica un cambio no
menos notable en las cosas: es la forma pasiva del pensa-
miento humano, reemplazado por forma activa.


En todas las antiguas teocracias, el pensamiento huma-
no se halla adormecido en Dios y en toda la náturaleza .


. Despierta en Homero.
Semejante progreso debia ser señalado en su autor con


un doble infortunio: ciego y mendigo.
Detendremos aquí nuestros estudios sobre los tiempos


religiosos y heróicos de la Grecia.
Hemos recorrido, en el tránsito de la civilizacion egíp-


cia á la ci vilizacion griega, ULo gran círcu ~o del espíritu
humano.


El Egipto es la tradicion: la Grecia el progreso.
El Egipto es la autoridad: la Grecia la libertad.
El Egipto es la Iglesia: la Grecia es el Estado.




. 1


CAPITULO XII .




Tiempos históricos.-Las instituciones de Licurgo.-Esparta.


Licurgo, es con Moisés, uno de los raros socialistas de
la antigüedad, que tuvo la suerte de realizar su sueño y
de encarnar sus ideas en un pueblo.


Era'hijo de Eunomo, rey de. Esparta, muerto en una
sedicioñ.


Despues de la muerte de su hermano mayor, que no
dejó hijos, pero sí á su viuda embarazada, subió al trono.


La duracion de sus poderes era condicional y dependia
del sexo del hij o que iba á nacer.


Era uno de esos momentos en que los pueblos tienen
el vientre de una muger por árbitro de sus destinos.


Licurgo podia asegurar su autoridad con un crímen:
mas no quiso.


Su cuñada, que se habia enamorado de él, se compro-
metió en secreto á abortar, si Licurgo la prometia tomarla
por esposa.


Tal proposicion horrorizó á este hombre severo; disimu-




416 LA SOBERA.N fA
-Si, sí. ¡Muera el marqués de sta. Lucia! gritaron to-


dos.
-¡Muera ese miserable!
y furioso el padre de Isabel, arrojóse con fuerza sobre


el inmenso portalon que estaba cerrado, y haciendo esfuer-
zos ciclópeos para forzarlo, gritababa á voz en grito:


-¡Muera el márqués! ¡Mueran todos los suyos!
La puerta cedió por fin.
Desparramáronse los revoltosos por las habitaciones, y


mientras que ellos se cebaban en el botin yen la matanza
de algunos criados que trataron de oponerse á su entrada,
Anton recorria las estancias mas solitarias gritando:


-¿Dónde estás, marqués infame'2 Juro á Dios que he de
beber tu sangre.


De repente le pareció percibir un gemido que salia de
una de aquellas habitaciones.


Detuvóse de repente y preguntó:
-¿Quién está ahí?
otro nuevo gemido fué la contestacion que obtuvo.
-¿Hablarás? es clamó con voz de trueno.
-Perdon! dijo una voz débil y suplicante.


xxx.


Al sonido de aquella voz se estremeció Anton Huertas.
Pas6se la mano por la frente y un sudor frio la bañaba.
-¿Quién eres'? preguntó con voz temblorosa.
- Una desdichada que implora gracia, contestó el acen-


to tembloroso y amedrentado.
-¡Dios mio! murmuró Anton ¿qué es e$to' ¿será un


milagro?




NACIONAL. 277
A su llegada, halló Licurgo los negocios de Esparta en


peor estado que los habia dejado.
roJa sociedad estaba sumida en el caos; y resolvió sacar-


la por médio de una vigorosa empresa.
Su génio radical le descubrió la ineficacia de esas re-


formas parciales y de esas leyes q ue encubren el des6rden
de las cosas sin remediarlo.


Trabajó desde luego para cambiar completanrente la
forma de gobierno.


Como todos los legisladores de la antigüedad, creyó
Licurgo que estas instituciones no encont.rarian en el espíri-
tu de los hombres, una disposicion bastante sumisa, si no
las revestia de cierto tinte maravilloso y no las hacia re-
montar hasta la misma divinidad.


Fuá pues á Delros para consnl tar el oráculo.
La sacerdotisa le declaró amigo de lo.~ dioses y mas bien


dios q'lte hombre.
Con razon se negaba el pueblo á someterse á una auto-


ridad humana; pero esta tendencia de las primeras edades
á revestir con el manto de la divinidad todas las reformas
-y dar la inspiracio~ por fundamento á las leyes civiles,
acarrea mas tarde funestos inconvenientes, cubriendo los
abusos con una sancion religiosa, y levantando ante la
marcha del e~píritu humano, el obstáculo de instituciones
y de costumbres que protege un orígen sobrenatural.


Licu!go no se contentó con el ausilio del oráculo; cre-
yendo como la mayor parte de los inspirados, que el uso de
los medios humanos no perjudicaba en nada la vocacion
divina, puso tambien la fuerza al servicio de su idea.


Habiéndose asegurado el asentimiento de los principa-
les ciudadanos, á quienes habia comunicado su desígnio y




278 LA SOBERANfA


SU plan de reforma, apareció de pronto en la plaza pública,
al frente de muchos hombres armados.


Semejante aparato habla sido empleado para asustar
é intimidar á los que hubiesen querido oponerse á su em-
presa.


Nadie opuso resistencia.
Hé aquí lo que es apelar al terror para el ausilio de la


persuacfon.
Si algo asombra, es que una reforma tan· profunda que


suprimia los derechos adquiridos, haya podido llevarse á
cabo violentamente y sin consentimiento de la nacion.


Era preciso que los ciudadanos estuviesen bien cansa-
dos de su estado social, que el sentimiento de los abusos
hubiese llegado al colmo, que los l'icos fuesen tan perjudi-
cados como los pobres por la antigua constitucion del país,
y por un estado ne cosas sin justicia.


Llega, en efecto, un momento en que los miembros de
la aristocracia, justamente atacados por los males que sus
privilegios causan á los demás y á ellos mismos, no aspi-
ran mas que á despojarse de estos privilegios.


Los gobiernos malos para algunos, son malos para todos.
Lo que mas impresionó á Licurgo, fué la desigualdad


de las condiciones y de las fortunas.
Creyendo que esa desigualdad era la raiz de todos los


males y que desmoralizaban la sociedad, se propuso des-
truirla; pero como en su tiempo la idea del derecho era im-
perfecta, creyó que no podia conseguir su objeto sino des-
truyendo la propiedad, 6 lo que es lo mismo repartiéndola.


El cuadro que los antiguos nos han dejado de la socie-
dad antes de Licurgo, está cargado de los colores mas som-
bríos.




NACIONAL. 279
Los partidos estaban siempre dispuestos á venir á las


manos.


Licurgo juzgó que el medio de restablecer la paz y el
buen órden en la República, era cortar el antagonismo de
los intereses.


Todos los bienes estaban concentrados entre las manos
de un pequeño número de particulares.


La fortuna de estos privilegiados, al circunscribirse,
habia trazado á su alrededor un círculo de soledad y de
miseria.


Esto dió por resultado un motivo de envidia y de revindi-
cacion eterna contra los ric03; de aquí procede igualmente
el fraude, el lujo y la corrupcion que el lujo engendra.


I..icurgo resolvió esterminar estos males librando á la
sociedad de dos enfermedades, que son elorígen de todas
las otras: la estremada pobreza y la .estremada riqueza.


Persuadió, por medio de razonamientos y un poco por
medio de la fuerza, á todos los ciudadanos, que debian
colocar sas tierras en comunidad, y hacer un nuevo repar-
to para vivir juntos en una perfecta igualdad.


Cada una de las órdenes que reglamentaban tan increi-
ble reforma, llevaba el nombre de oráculo.


No faltaba mas que la intervencion de la divinidad, pa-
ra vencer la resistencia que semejante medida debia exci-
tar en el corazon de los ricos.


No obstante, este decreto fué ejecutado.
Licurgo dividió las tierras de Laconia en treinta mil


partes, que distribuyó entre las gentes del campo, é hizo
nueve mil partes del territorio de Esparta, que distribuY9
entre igual número de ciudadanos.


Dícese, que algun03 años despues, atravesando Licurgo




280 LA SOBERAN lA
las tierras de la Laconia, que acababan de ser cosechadas, y
viendo que los mo:ltones de gavillas eran perfectamente
iguales, dirigióse á los que le acompañaban y les dijo son-
riendo:


« ¿N o os parece que la Laconia es como la herencia de
muchos hermanos que acaban de hacer sus partes?»


Licurgo tenia en efecto la intencion de organizar la
sociedad, sobre el modelo de la familia.


Quedaban los mobilia~ios privados, que este osado re-
formador quiso igualmente someter al reparto, para aca-
bar con toda especie de desigualdades.


Este proyecto encontró alguna resistencia.
Los hombres se muestran tanto mas apegados á los bje-


nes y á los objetos confeccionados, en cuanto estos objetos
les tocan, por decirlo así, mas de cerca.


Habiendo reconocido Licurgo que los espartanos sopor-
tarian con dificultad este reparto, si lo emprendia abierta-
mente, resolvió ir al mismo fin por un camino indirecto.


Miró la desigualdad por su base, presentando obstáculos
materiales á la acumulacion.


Prohibió todas las monedas de oro y plata,.y ordenó
que no se sirvieran mas que de la moneda de hierro.


Hizo además esta moneda de tan gran peso y tan ba-
jo precio, que era necesario un carro de un tiTO de dos bue-
yes para llevar una suma de quinientas pesetas, y una
habitacion para encerrarla.


Reduciendo la marca á su ínfimo valor, redujo el nom-
bre y la importancia de los cambios.


No teniendo circulacion esta moneda de hierro, ni entre
los griegos, ni entre las otras naciones, que se burlaban
de ella, los artesanos no encontraban medios de deshacer-






NACIONAL 281
se de sus mercancías; resultó que el lujo desapareció de
Esparta, pero que las artes le siguieron en su destierro.


Destruyendo las causas de la desigualdad 'civil, Li-
'Curgo consiguió tan solo producir un, estado de cosas en
-que la pobreza de cada uno se perdia en la pobreza ge-
neral.


Licurgo habia comprendido la igualdad, del mismo modo
que las Amazonas comprendian la libertad; brutalmente,
sin distincion y sacrificándo todas esas delicadezas-de la vi-
da, todos esos adornos del gusto que son la misma fior de
la civilizacion.


Aun le sacrificó mas; la naturaleza.
A lo que el legislador habia dedicado todos sus cuida-


dos, era á impedir que u~a, de las numerosas causas que
jnfluian sobre la economía social, alterase la igualdad pri-
mitiva de los repartos.


En su consecuencia estableció que se señalaria á cada
hijo de Esparta que viniera al mund,o una de las :::lueve mil
porciones que representaban la riqueza territorial de la
ciudad.


Difícil es de comprender ese pasage de los historiadores
griegos, á menos que no admitamos que Licurgo habia li-
mitado á nueve mil el número de los ciudadanos.


Para mantener esta poblacion en un estado estaciona-
rio, se veian obligados á recurrir á un medio que los dis-
cípulos de Ma.lthus habian propuesto practicar alguna vez
·con los hij os de la clase pobre. '


i Odioso medio!
T{ln pronto como un hijo habia nacido, ]0 visitaban los


ancianos de cada tríbu; si le juzgaban contrahecho, deli-
cado 6 débil, le condenaban á morir .


. TOMO 11.




282 LA SOBERANIA
Licurgo tendia. sobre todo á mantener por este medio la,


energía y la salud de una poblacion, que él ,destinaba á la
guerra.


Por necesidad Re ha de con venir que han sido necesa-
rias todas las fuerzas del progreso y del cruzamiento de
razas, para reaccionar contra las causas debilitantes de la
especie q ne la conservacion de 103 hij os enclenques ó diformes
ha introducido en las sociedades modernas; pero una simple
considera.cion de interés político ¿debe nunca prevalecer
sobre los derechos de la humanidad?


En las sociedades modernas, se ha conquistado ~l prin-
cipio: todo niño que nace, tiene derecho á la vida, pero la
miseria, pendiente sobre su cuna, de cien veces, setenta pro-
nuncia su sentencia de muerte. Y qué muerte! lenta, pe-
nosa, siniestra.


Licurgo partia de esta idea, impresa en todas sus ins-
tituciones, que el homere pertenecia á la sociedad, el ciu-
dadano al Estado.


Todos los actos particulares se relacionaban con la vida
pública.


Convirtió el Estado en un sérrazonable, en un sér per-
sonal y absorbente; una especie de Moloc á quien todo lo-
sacrificaban los espartanos.


El individuo, no era mas que una abeja en la colmena;
su personalidad, su yó, se perdia entre el zumbido de las otras
existencias, sometidas como la suya á leyes monótonas, fa-
tales.


Se preguntará lo que en tal estado de cosas podia ser la.
libertad.


Sin libertad, no hay progreso alguno.
Así es, que la república de los Espartanos, fué, en me-






NACIOSAI.. 283
dio de la inq llieta Grecia, una postrimera huella del espíritu
tradicional. y sacerdotal de Egipto.


, No es esto todo.
No sabiendo Licurgo como resolver el difícil problema


del trabajo, lo colocó fuera de la ley, fuera de la sociedad.
Estaba prohibido á los Lacedemonios y á los Espartanos


ejercer ningun arte mecánico.
Los Ilotas cultivaban sus tierras.


. .


La tradicion ha personificado en los Ilotas todo lo que
la esclavitud tiene de duro y embrutecido.


Sometidos á todos los trabajos penosos, eran ademas tra-
tados como animales, como cosas.


Se servian de ellos para hacer esperimentos.
Una barbaridad, degenerada en costumbre, era la de


-emborracharlos; en tal estado les hacian aparecer ante los
niños, para inspirarles horror á la intemperancia y á la
embriaguez.


No contentos con hacerles servir de materia para el des-
precio, presentándoles como personificaciones de los 'vicios
mas viles y mas vergonzosos, los cargaban de cadenas y de
heridas.


Matar un Ilota no era matar un hombre.
Los Espartanos se deshacían de ellos fácilmente~ bajo el


pretesto de que estaban siempre dispuestos á insurreceio-
narse.


En una ocasion; refiere Tucídides, que dos mil de estos
Ilotas desaparecieron de pronto sin que se supiera lo que
ha bia sido de ellos.'


No averiguaban la suerte de aquellos séres.
Así es, que en esta Esparta tan célebre, que habia veni ..


do á reformar un hombre eminente, el trabajo, base, fun-




284 LA SOBRRANIA


damento y primer asiento de todas las sociedades, el trabajo
era esclavo.


Fuera de la ciudadanía, cuyas leyes ignoraba, fuera d&
la misma humanidad, el productor no conocia mas derecho
q ne el derecho del mas fuerte.


Todo un pueblo de obreros, tenia el temor del amo por
móvil de esta actividad fecunda que conserva la vida de las
naciones. La única, suprema ley del Estado, era el látigo.
~


Algunos políticos han buscado en la existencia de una
raza esclava, encargada únicamente de todos los trabajos
mecánicos, la razon de esa superioridad de que dieron los
Griegos tantas pruebas en las letras, en la guerra, y en el
manejo de los negocios públicos.


Esta opinion seria verdadera, si el derecho pudiera ser
impunemente violado, si la ley de la solaridad no existiese,
si los sufrimientos de los oprimidos no se remontasen ne-
cesariamente, fatalmente, hasta el que los oprime; si las.
sociedades, asentadas sobre el olvido de las leyes de la na-
turaleza, no se condenasen á soportar en su misma imper-
feccion la pena de su injusticia.


Sin duda debe el hombre procurar elevar su co.c.di-
cion sobre el globo, confiando á agentes inferiores el cui-
dado de los trabajos penosos y buscando por este medio las
holganzas necesarias para los ejercicios del espíritu; perÚ'
no debe dese m barazarse de esta pesada carga sobre su es-
pecie, sino sobre los animales desde luego y con el tiempo,
sobre las máquinas.


Donde se manifiesta mas la inteligencia de Licurgo, es
en que, queriendo crear. un gobierno nuevo, una sociedad
nueva, comprendió que la raiz de esta reforma estaba en
la educacion.




NACIONAL. 285
Propiedad del Estado, los hijos eran educados por el


Estado.
En los ejercicios de una vida comun, no se les enseñaba


mas que la figura de la disciplina y de una autoridad in-
mutable.


Se les enseñaba sobretodo á obedecer.
Las artes y las ciencias estaban' desterradas de las


clases.
Acostumbraban los niños á la fatiga, al dolor, á la Stl-


misio n mas pronta.
El estudio no tendia mas que á desarrollar en su cora-


zon el gérmen de virtudes duras y forzadas; se les ense,
ñaba á domar la naturaleza.


Borrada la influencia del padre yde la madre por una
educacien pública, resultaba un carácter uniforme que era
el carácter mismo de la ciudad: se componia de un peque-
ño número de rasgos simples, pero espresivos y muy pro-
nunciados.


La sociedad, al estender su mano sobre la educacion, se
proponia amoldar hombres á imágen suya.


Se adaptaba á los niños á unas mismas costumbres,
porque al ser grandes, debian cumplir con unos mismos
deberes.


Licurgo es el inventor del hombre-funcion; cada ciu-
dadano no era en su república mas que una rueda que se-
guia, con la masa, el impulso de la ley; . era preciso for-
marla á su tiempo, para este movimiento regular y mecá-
nico.


El dogma político de Esparta era el dogma religioso de
todas las viejas sociedades del Oriente: el sacrificio.


Se formaban los hjj os para la paciencia y la firmeza.




286 LA SOBERANíA


En una fiesta que se celebraba en honor de Diana, lla-
mada Orthia, los hijos, en presencia de sus padres y de toda
la poblacion, se dejaban azotar, hasta que brotaba la sangre
sobre el altar de esta inhumana diosa: algunos espiraban
bajo tales golpes, sin lanzar un grito, ni un suspiro.


y sus mismo padres, viéndolos cubiertos de sangre y
de heridas, les exortaban á perseverar en el dolor!


Esta dura flagelacion no tenia mas objeto que el de


formar la abnegacjon y preparar los hijos á todos los sa-
crificios que el Estado exigia de ellos: mas tarde, les pedia
en el combate aquella misma sangre que habia brotado
bajo ellá tigo.


Esta disciplina y esta vida comun, se prolongaba hasta
la salida de las escuelas.


Rabia salas públicas donde se reunian para la conver-
sacion.


Los ciudadanos raramente estaban solos: se les acos-
tumbraba á vivir como las abejas, siempre juntos, siempre
en el enjambre; Licurgo que'da estirpar por este medio el
espíritu de individualismo que es la raiz del amor de las
.


rIquezas.
Lo mas notable e!ltre esta asociacion, era la comida en


comunidad.
Licurgo prohibia terminantemente á los Espartanos co-


mer en su casa; en particular.
Estableció, que todos los aiudadanos comiesen juntos y


en mesas públicas.
La ordenanza de la comida estaba reglamentada por la


ley con estrema simplicidad; un poco de vino, pan, queso,
higos y el famoso pisto negro, que formaba el principal
alimento <te los Espartanos.






NACIONAL. 287
La. comida comun, segun Licurgo, debia combatir en


los hombres el sentimiento de la propiedad, inutilizando
las riquezas.


¿A qué fin acumular bienes que no se han de usar?
Además los ricos estaban obligados á sentarse como los


pobres á estas mesas fraternales, compartiendo el mismo
alimento.


Habia establecid~ una vigilancia, para que los.opulen-
tos y los delicados no pudieran comer en particular, antes
de la comida comun.


Si alguno de los convidados percibia alguno que no
bebiere ó no comiese:


«¿Qué tienes, vecino? le decia, ¿por qué no honras
nuestros platos sencillos y groseros? No tienes hambre,
gloton, luego has comido.»


y todos le censuraban gravemente por su intempe-
.


ranCla.
Los ricos se irritaron en extremo con esta órden.
Hubo un motin.
Los ricos gritaron y se enfurecieron tumultuosamente.
Viendo Licurgo que todos se echaban sobre él, se vió


obligado á huir de la plaza pública.
Emprendida su carrera, se precipitó en un templo antes


de que aquellos furiosos pudiesen alcanzarlo.
Un jóven, de linage elevado, llama~o Alcandro, le si-


guió en él.
Ya lo alcanzaba por detrás.
Licurgo se vuelve.
Alcandro le dá un garrotazo enla cara y le vacía un ojo.
Licurgo no se acobardó; alta la frente y el rostro ensan-


grentado, se presenta á los que le perseguian. ,..




288 LA. SOBERA.NIA
En vista de esto, los alborotadores retrocedieron llenos


de vergüenza.
La multitud indignada, pone en manos de Licurgo al


jóven aristócrata que temblaba.
Licurgo supo vengarse de su enemigo.
Le trató bien, con tanta dulzura y bondad, que pronto


lo hizo pa'rtidario de su doctrina.
Esta institucion (la comida pública) ejerció sobre las cos-


tumbres de los Espartanos una influencia feliz, si hemos de
dar crédito á los antiguos: participando todos del mismo
alimento, de los mismos discursos, bebiendo, por decirlo
así, en el mismo vaso, los ciudadanos constituian realmente
un pueblo de hermanos.


Borráronse todas las desigualdades sociales.
El objeto de esta comunidad, e~a formar y mantener


entre los convidados estos lazos de familia que constituyen
la fuerza y la grandeza de la ciudad.


Lo que echaremos de menos en esta institucion, como
en todas las de Licurgo, es la ausencia de la libertad.


Con un~ rara perspicacidad, comprendió Licurgo que el
matrimonio seria una causa de aislamiento y de egoismo
á dos, que haria bien pronto que los ciudadanos aborrecie-
s,en la vida comun, si no asimilaba en todo la eondicion
de las mugeres á la de los hombres.


Sometió los dos sexos á una educacion comun y desgar:-
ró todos los velos, haciendo presentar las jóvenes desnudG.s
en los juegos, donde se ejercitaban ellas en la lucha y en la
danza.


Como los ciudadanos no creian pertenecerse á sí mimos,
sino al Estado, su mujer tampoco debía pertenecerles.


Era una consecuencia de aquellos principios prestar su






NACIONAL 289
muger á otros hombres mas fuertes y mas inteligentes que
ellos, para dar al Estado hijos de constitucion mejor.


Con razon debe censurarse este ultrage á las costumbres
yesta confusion de los sexos; pero si se reflexiona bien, se
verá que Licurgo no tenia otro medio .de combinar el ma-
trimonio con sus doctrinas.


Protegido por el misterio y por el pudor que la en vuel-
ve, en las otras comarcas de la Grecia, la union cpnyugal
hubiera sido en Esparta una causa de individualismo que
hubiera acabado por disolver la vida pública.


Las mugeres eran en Esparta lo que eran entre los
Francos; camaradas de lecho.


La mayor parte de las instituciones de Licurgo se refe-
rian á la guerra.


Licurgo no formó una sociedad, sino un campo.
Ro y que la guerra parece que se aleja de la ci vilizacion;


hoy, que congresos de paz se esfuerzan para proscribir esta
matanza, con alguna dificultad se comprende, que un le-
gislador sério como Licurgo, dirigiera todas las fuerzas de
su pueblo hácia la destruccion ó la defensa.


Sin embargo, nada hay mas conforme con el plan ge-
neral de la historia.


Habiéndose sobrerpuesto en su orígen algunas razas
superiores, poco numerosas, á la marcha del espíritu hu-
mano, entraba en los designios de la Providencia, que es-
tas razas, de contínuo atacadas, amenazadas, defendiesen
por medio de las armas la integridad de sus caracteres
con el diluvio de las razas inferiores.


De aquí viene el instinto bélico que la naturaleza ha-
bia infundido en el corazon de los Espartanos, y que, des-
arrollado por Licurgo, debia ser en la guerra contra los


TOMO JI. 37




290 IA SOBERANIA


Persas el escudo de la Grecia y el amparo de la ci viliza.--
cion.


Es tradicionalentDe las razas militares, mirar con me-
nosprecio los 'trabajos -de la' vida agrícola é industrial.


La ociosidad, era. para los Espartanos, como para los ca-
balleros de la edad media y.las familias nobles, un punto
de honor.


Snsúnicas ocupaciones eran la caza, los ejercicios del
cuerpo y el oficio de las armas.


Licurgo no intentó vencer esta inclinacion: como hábil
{)bservador, comprendió que daria aquí con la roca primi-
tiva del carácter de los pueblos que resiste á todas las em-
presas.


Los antiguos nos han dejado huellas de su indiferencia
y de su desprecio para los trabajos útiles.


Las ,clases obreras llevan, hasta bajo el régimen de la,
paz, el peso de estas preocupaciones inj nstas y ridículas.


La ociosidad recibe los honores que solo mereceria una
vida laboriosa.


Entre los antíguoB, la guerra acababa en la esclavitud.
Los Ilotas, con tanta dureza tratados, pertenecian á


una raza que los Espartanos habian conquistado yapro-
piado á sus trabajos.


De este modo persistia la esclavitud, siempre la escla-
vitud.


Una sola palabra diremos acerca de la organizacion de
] a a;\'I!tori'Cl ad .


Licurgo estableció un senado destinado á equilibrar el
poder tteal..


Este senado se componia de treinta hombres de la aris-
tocracia.




, .


NAClO~AL. 291
A estos treinta, cuyos intereses se confundían no obs-
~te de muy cerca con los de la monarqll,ía, los Bsparta-
nos opusieron con el tiempo la autorid.ad de los éforos en
número de cinco.


Estos últimos procedian todos del pueblo.
Sus prerogativas eran muy latas; tenian el derecho de


hacer prender á los reyes y de encarcelarlos, lo que suce-
dió con Pausanias.


Los éforos empezaron con Teopompo. 3
Habiéndole dicho su muger, en son de queja, que deja-


da á sus hijos la monarquía debilitada.
«Al contrario, respondió, se la dejaré mas grande, por-


que será mas verdadera. »
¡Máxima profunda!
Los poderes se mantienen por justas concesiones á la


democracia, y se pierden por la resistencia.
Esparta, aunque gobernada por reyes, no dejó de lle-


var el nombre de República,
Estos reyes eran en efecto una especie de jefes de Esta-


do, cuya autoridad, en todo, mantenida y limitada, no podia
entrar en la arbitrariedad.


Su vida estaba reglamentada como .la de los simples
ciudadanos.


Comian á la mesa comun.
El rey Agis, al regresar de una gloriosa espedicion,


habiendo querido evadirse de la costumbre, y comer con
la reina su muger, fué reprimido y castigado.


En esta gerarquía social, acabamos de ver aparecer la
distincion de los ciudadanos en dos categorías.


La Grecia, asimilando la oí vilizacion egipcia, habia re-
tenido la nocíon de las castas, pero dulcificada, trasformada.




292 LA. SOBERANÍA.
Las castas habianse convertido en clases.
Pregúntase de que fuente habian podido brotar estas


desigualdades sociales.
Los antiguos suponian dos especies de gentes, las que


descendian de Dios, y las que descendian de los hom-
bres.


Esta distincion de origen, probablemente se remonta á
una variedad de razas.


Los primeros colonos· que vinieron á establecerse en
Grecia fueron considerados, á causa de sus conocimientos,
como superiores á la especie humana.


No debe estrañarnos, si su mérito personal cubrió á sus
descendientes con el velo de lo maravilloso, y sí, con ayu-
da del orgullo humano, estos últimos se aprovecharon de
la tradicion para declararse hijos de los dioses, y para do-
minar á los demás hombres.


De aquí la aristocracia y el pueblo.
Licurgo, este osado reformador que tan adelante llevó


la segur en las desigualdades sociales, este gran sacerdote
del comunismo, no intentó nunca atacar las distinciones
de nacimiento; tantas preocupaciones hay en cada siglo,
que abruman el espíritu mas emprendedor, el mas innova-
dor, y que le obligan á doblarse bajo las ideas recibidas!


Licurgo no dejó leyes; sabia lo que valen estas consti-
tuciones escritas; trozos de papel que las asambleas sobe- .
ranas rompen ó violan al interpretarlas.


Escribió sus leyes en la carne, en la vida, en las cos-
tumbres.


No hizo leyes precisamente, pero hizo hombres.
Esparta tenia un Templo consagrado al Temor.
¡Ah! este temor no era el que arroja las armas frente al


j
.-l
'1
1
,


"




NAClO:'iAL. 293
enemigo, ó que hiela el corazon del hombre tímido: los
Espartanos no sacrificaban al miedo.


Este temor, al cual venian ellos á ofrecer su culto y
sus homenajes, era el saludable temor de las leyes, que re-
prime las ambiciones culpables, las desigualdades y las
concupiscencias; este temor, en una palabra, era el Terror.


Una palabra mas, y terminamos lo que se refiere á la
vida de Licu.rgo.


Para hacer sus leyes eternas é inmutables, no quiso
unir su muerte á las instituciones que habia fundado.


Le restaba, segun él mismo decia, consultar el orá-
culo de Apolo, sobre un punto esencial y delicado de su
doctrina.


Era el motivo, ó mejor dicho, el pretexto de su au-
sencia.


Mientras tanto, Licurgo hizo jurar á los Espartanos
que hasta su vuelta conservarian la forma de gobierno que
les habia establecido.


Partió.
Llegado que hubo á Delíos, consultó el oráculo, del


cual recibió una sancion favorable.
Se le contestó que nada faltaba á sus leyes y que Es-


parta, al observarlas, seria la ciudad mas feliz del mundo.
La,Vida de Licurgo, lo mismo que la de muchos legis-


ladores antiguos, empieza y acaba en un oráculo.
Oculta sus dos estremos en el misterio de Dios, como el


sol, á su salida y á su puesta, se oculta en el Océano.
Juzgó que era útil á su política, arraigar sobre sus ins-


tituciones, esta sancion religiosa ..
Hecho esto, no volvió mas.
El destierro era voluntario, eterno.




294 LA SOBERA~IA


Licurgo se dejó morir de hambre en Delfos.
Se ofreci6 en holocausto á su idea; en beneficio del


pueblo que habiacreido establecer sobre sábias leyes, yen
el de la justicia, cuyos oráculos habia traducido.


Fiel á su principio, de que todos los aetos del hombre
debian redundar en bie~ público, procuró, sin ruido, utili·
zar su muerte.


Dichoso con colocar entre él y sus conciudadanos una
ausencia que les unia mas de cerca á su palabra, puso el
sello del sacrificio á la revolucion que habia hecho.


Juicio de Licurgo:
Hizo de los ciudadanos una misma familia, y arrancó


los hij9s á su madre para darlos al estado; cort6 en la ri-
queza la raiz de la corrupcion de las costumbres, é hirió
la santidad del matrimonio; igua16 las mugeres á los hom-
bres, y les quit6 los placeres de su sexo, quitándoles el
pudor; en su educacion, arranc6las desigualdades sociales
que son malas, y las diferencias naturales que son buenas;
sent6 los ciudadanos á una misma mesa y raspet6 eEOS
privilegios de cuna que son el orígen de "todos los 6dios;
quiso llevar todas las fortunas á la igualdad, y no encon-
tr6 mas medio que la espoliacion; se propuso restablecer
los derechos naturales, y violó los derechos adquiridos; se
esforzó para mantener el equilibrio de los repartos) y no lo
hizo mas que suprimiendo las artes; destruy6 la miseria
que es la mas dura de las servidumbres y no supo combi-
nar las libertades civiles con la igualdad social.


Es evidente que despues de Licurgo, el problema del
reparto de las riquezas no estaba resuelto: la ciencia social
se hallaba aun en su infancia.


Este grande hombre no por eso deja de merecer nues-




~ACIONAL. 296
tra admiracion y nuestra reconocimiento: él ensayó.


¡Que se nos !lable ahora de utópias! si los monumentos
históricos no existieran, y alguno hubiese dicho que antes
del Evangelio, en aquella antjgüedad tancelosadesusprivi-
legios, en donde la desigualdad de las fortunas correspon-
día á la desigualdad de las condiciones, un pensador pudo
de pronto, repartir las tierras, establecer un principio de
vida comnn, sentar todos los rangos á una mism~ mesa,
destruir el gusto de las riquezas, asimilar las mugeres á
los hombres, mezclándolos en iguales ejercicios, le hubie-
ran tomado por un espíritu enfermo por un loco: esta repú-
blica imaginaria no hubiera encontrado sitio mas que en el
mapa del reino de los locos.


No obstante Esparta ha existido.
Esta utópia ha encontrado stllugar en el mundo; ha du-


rado tanto como duran los Estados mas fuertes y mejor
consti tuidos; ha vivido mas de siete siglos.


Platon cuenta que este célebre utopista, viendo que sus
instituciones tomaban en cierto modo movimiento y vida
de su alma, esperimentó un gran placer, sin duda porque
el mismo habia dudado de la práctica de sus ideas.


Platon compara este placer al que esperimentó Dios
al ver al mundo y á los otros globos, girar en el es-


. pacIo.
Aunque esta comparacion degrada la divinidad, asimi-


lándola al hombre, no puede desconocerse la precision de
este enlace.


Las creaciones humanas repiten en su órden y su mo-
vimiento las creaciones divinas.


Las instituciones sociales obedecen á las mismas leyes
que rigen los astros.




296 LA SOBERANÍA NACIONAL.
Dios ha dicho á los mundos que giran sobre nuestras


cabezas: Atraccion.,
Aunque falseando algun tanto el principio, Licurgo


ha descubierto el equivalente de esta ley en el mundo po·
litico: la asociacion.




CAPÍTULO XIIIJ


La filof:;ofia griega.-Pitágoras.


La Grecia, al sustituir el principio del exámen por el
principio de la fé, dió nacimiento á la filosofía.2:


Entre los investigadores de la verdad, fué Pitágoras
uno de los mas antiguos y de los ma~ célebres. :


Su vida, como su doctrina, está envuelta entre som-
bras.


Hasta su patria es incierta.
Se cree, no obstante, que nació en Samos.
Dedicó una parte de su vida á viajes científicos.
Siendo la India la fuente de los dogmas y de las tradi-


ciones sagradas, dícese que llegó hasta la India.
Descúbrese en su doctrina proporciones de sabeismo, de


magismo, de gimnosofismo y de otras teologías muyanti-
guas.


Pitágoras es un lazo, el lazo del espíritu de autoridad
con el espiritu de exámen; es el eslabon principal que une
las tradiciones orientales con las escuelas griegas.


TOMO JI




298 LA SOBERANIA.
Pitágoras habia recibido de Hermes, de Zoroastro, de


Orfeo, el hilo de oro que trasmitió á manos de Platon.
Se remonta con él, por via retrospectiva, á una filoso-


fía única, primordial, que, nacida en la misma cuna de la
civilizacion, cultivada desde luego en Asia, ha pasado á
Grecia, ha atravesado los primeros siglos de nuestra era y
se ha perpetuado hasta nuestros dias, donde se confunde
con las mismas doctrinas del socialismo.


e


Aunque revolucionarios, nuestra fuerza no está en la
guerra civil, ni siquiera en las revoluciones; nuestra fuer-
za está en la magestad del pasado que nos apoya.


N uestras doctrinas llevan en pos de sí la aclamación de
los siglos ... Todo cuanto ha habido de grande y de lumi-
noso en el mundo, desde Orfeo, desde Licurgo, desde 80-
10m, desde Pitágoras, está con nosotros.


Nosotros somos conciudadanos de los teósofos, de los
reformadores, de los apóstoles, de los mártires, de los le-
jisladores; nosotros somos la iglesia de la humanidad; nos-
otros conservamos los dogmas, las tradiciones y las li ber-
tades eternas; nosotros conservamos á Dios!


La doctrina de Pitágoras, no tuvo mas que manifestarse
para hacer prosélitos en esta parte de la Italia que llaman
la granúe Grecia.


Los ancianos, la juventud, los niños, lag mujeres,
afluian á su alrededor, impulsados por una atraccion sin ..
guIar é irresistible. .


Como consecuencia de aquella sublime doctrina, dos mil
hombres abandonaron sus hogares, y con sus esposas y sus
hijos, establecieron una casa comun que llamaron el audi-
torio.


Loq.ueasícoJllunicabaPitágoras ásusoyentes, no se sabe.




NACIONAL. 299
El silencio haprotejido sus leccion·es.
Además, él tenia dos doctrinas, una pública y otra re-


servada, que solo descubria á los de su co~fianza.
Si su doctrina estaba cubierta con un velo, sus efectos


eran claros, sorprendentes.
En todas las ciudades de Italia y de Sicilia que habian


caido bajo la servidumbre, llenó los ciudadanos de una es-
pontánea aspiracion á la libertad.


• Los oyentes que llegaban hasta él de todas las pobla-
ciones, se llevaban con sus lecciones el gérmen de la inde-
pendencia y de la justicia.


Los reyes y los magnates no pud~eron en manera algu-
na sustraerse á la influencia de sus discursos.


Símico el tirano, habiendo oido á Pitágoras, dimitió de
su autoridad y dió sus rique2:as, parte á su hermana, y par-
te á los ciudadanos.


Apagó las discordias en las poblaciones, haciendo des-
aparecer las causas de desigualdad que animan á los ciu-
dadanos los unos contra los otros: el lujo, las riquezas, el
fausto, la intemperancia.


Como todos los legisladores de la antigüedad, Pitágoras
habia puesto su doctrina bajo la proteccion de un oráculo.


Reunia á las mujeres aparte, dentro de salas, donde las
hablaba; la influencia que ejercia sobre ellas era prodigiosa;
á su voz se sentian completamente transformadas.


No citaremos mas que una prueba de su accion y de su
ascendiente.


Obtuvo de las mujeres ricas que renunciasen á sus joyas
que pasan en el mundo por las insignias de la sangre,
pero que él miraba como el alimento de la envidia, y, de
la division entre los ciudadanos.




:300 LA SOBEltAN1A


Las persuadió de que depusiesen sobre el altar de Juno,
la divinidad del país, todos ~sos adornos de oro y de pla-
ta, esos velos 'b~rdados, esas raras telas yesos cabellos
postizos.


Les aconsejaba que llevasen siempre sobre ellas el pu-
dor, este vestido de la igualdad.


Pitágoras habia comprendido que toda reforma debe
empezar por un sacrificio.


Algunas de las mugeres que se adhirieron á la. escuela
de Pitágoras se hicieron célebr~s en la antigüedad.


Teano, la esposa, y Mya, la hija del filósofo, tenian
ambas gr-clndes conocimientos.


Otra pitagoriana, Pericciona, habia compuesto un libro
cuyo texto parece pertenecer á una discípula de Cárlos
Fourier, titulábase, la Armonía de la muger.


Segun algunas notas de Pórfiro, se puede conjeturar
que Pitágoras atribuia á la muger en sus misterios un
papel religioso y sagrado.


Teano, dirigia un coro de mugeres, y su hija un coro
de vírgenes.


El horror á la tiranía era grande en Pitágoras, pues
que ella le hizo abandonar su ciudad natal, que ocupaba un
tirano, Polícrato.


Preferir el destierro al espectáculo de la servidumbre,
era propio de un filósofo.


La mayor parte de esos amigos de la sabiduría, proba- ,
ban en efecto en la antigüedad, con sus discursos y con
su conducta, el sentimiento doloroso que les inspiraba ola
violacion del derecho en la persona de los oprimidos. .


Esopo, un miserable esclavo, preguntaba un dia al filó-
sofo Chilon en que se ocupaba Júpiter.




NACIONAL. 301


«En humillar, dijo él, á los soberbios, y en ensalzar á
los humildes.»


Viendo Pitágoras el éxito de sus lecciones, concibió la
idea de una vasta y poderosa asociacion secreta, queejer-
ciese una accion sobre los gúbiernos.


Sin duda habia sacado esta idea del Egipto, en don-
de la órden de los iniciados, entrometidos en las funciones
públicas, imprimia á los negocios un solo espíri~u y un
solo movimiento.


Sin embargo, su objeto no era el de hacer reinar, como
en Egipto, la accion sacerdotal.


Queria, por el contrario, servirse de la influencia que le
diese esta organizacion oculta para introducir una reforma
en la sociedad.


Pitágoras fué uno de los primeros que cultivaron en
Grecia el arte de reconocer el carácter de los hombres, sus
facultades, sus abtitudes, por las manifestaciones exte-
.


rlores.
Escudriñaba atentamente la naturaleza del neófito


antes de admitirle en los mi$terios; tomaba en conside-
racion sus movimientos, sus modelos, su conducta y hasta
observaba su sueño.


N o admitió á nadie para amigo, ó para familiar de su
doctrina, sin haber procurado penetrar por los rasgos de
su fisonomía, por la forma de su cabe~a, en la naturaleza
de su espíritu.


Es probable que hubiese visto practicar este acto en
Egipto; donde los sacerdotes no admitian á un aspirante á
la iniciacion mas que bajo el conocimiento exacto de sus
capacidades y disposiciones morales.


Las recepciones eran difíciles.




302 I.A SOBERANIA


Además, tenia Pitágoras dos 6rdenes de discípulos: los
oidores, á quienes enseñaba algunos conocimientos super-
ficiales; los matemáticos, cuyo espíritu mejor formado, era
admitido para penetrar en los principios y en el pensa-
miento del maestro.


El término de estos ejercicios era la contemplacion.
Pitágoras tenia varios modos de escribir y varios len-


guages:c se comunicaba por grados, segun la inteligencia
y la fuerza moral de sus discípulos.


Practicaba, como en Oriente, tres estilos; el vulgar, el
jeroglífico y el simbólico; tres velos, detrás de los cuales,
su pensamiento se cubria de mayor 6 menor oscuridad.


Para formar la circunspeccion en sus discípulos, les
imponia un noviciado de silencio, que duraba mas 6 menos
tiempo, segun que dudase mas 6 menos de su locuacidad.


No perdamos de vista la idea de que Pitágoras queria
instituir una sociedad secreta.


El primer estudio de los afiliados á esta especie de mis-
terios, debia ser el aprender la discrecion.


Los mas lenguaraces, aquellos cuya lengua tenia ne-
cesidad de ser espiada y dominada, eran condenados á un
silencio de cinco años, como á un destierro de la voz.


Digo mal; Pitágoras exigia, antes que el silencio, antes
que todo, el sacrificio, el desinterés de la propiedad.


Al entrar en el Instituto, depositaban sus bienes en
manos de los ecónomos.


Ultimamente se ha considerado á Pitágoras como á
uno de los sacerdotes del comunismo; sus discípulos vh:ian
juntos, es verdad, con las mugeres y los niños en un edi-
ficio inmenso, donde vivian en comunidad; pero á juzgar
por la naturaleza del espíritu del fundador, y los indicios






~AcrONAL. 303
proporcionados por los antiguos biógrafos sobre su estable-
cimiento, el Omacoion, debió parecerse mas al Falamterio
que á la Icarda.


Pitágoras es una de las primeras encarnaciones de Cár-
los Fourier.


Poseia la idea de la série; sus discípulos vivian distri-
buidos en diferentes clases.


Unos se entregaban á los ejercicios de la vida r~ligiosa,
otros á las ocupaciones de la ciencia, otros, en fin, á la po-
lítica.


La vocacion determinaba para cada uno la naturaleza
de sus trabajos.


Pitágoras habia visto la vida comun practicada en los
templos de Egipto, donde era mirada por los sacerdotes y
por los iniciados como el ideal de la perfeccion social.


En el Instituto de Pitágoras, las leyes civiles se con-
fundían con las leyes religiosas.


Su sistema era uno.
Como médico (es de notar, que en todos los tiempos los


reformadores de la humanidad, han salido de la medicina,
del estudio del hombre), Pitágoras atribuia una grande in-
fluencia al alimento sobre la parte moral.


El régimen vegetal le parecia el mas favorable para el
desarrollo de la inteligencia, para apaciguar los sentidos y
para el sostenimiento de la vida comuna


Es de notar, en efecto, que los animales que se nutren
de hiervas ó de raices, viven unidos, á bandadas, míentras
que los animales que se nutren de carne, escogen una co'-
marca de destruccion que habitan ,solos.


Pitágoras vivia sobriamente; se alimentaba de pan,
miel; raras veces comia carne.




304 LA SOBEItANIA


La comida frugal era un medio de mantener entre sus
discípulos el desinterés de las riquezas.


El fin. que se proponia, era el de grabar la semejanza
de la d~inidad sobre sus discípulos.


Pitágoras se representaba á Dios, al universo, como
una grande armonía.


Este sentimiento le llevaba á ver en el mundo esterior
un vasto concierto, arreglado por medio de notas y de nú-
meros, cuyo equivalente quiso trasladar á su Instituto: De
aquí proviene la importancia que daba á las matemáticas
yal arte musical.


Él mismo ejercitaba á sus discípulos á componer su al-
ma sobre los sonidos, á gobernar los movimientos del es-
píritu y del corazon por medio de la música.


Esta armonía que admiraba en toda la naturaleza,
este órden que era para él sinónimo de mundo, esta músi-
ca de las celestes esferas que nos impide percibir lo imper-
fecto de nuestros órganos, pero que, gobernadas en el es-
pacio por una melodiosa atraccion, gravitan, por decirlo
así, en cadencia las. unas sobre las otras, determinó obser-
varlo y reflexionar acerca todo ello sobre la asociacion que
acababa de fundar.


Para él las enfermedades eran desarreglos del órden
supremo y, si osamos decirlo, falsas notas en la armonía de
la naturaleza, asi que) concibió la idea de aplicar la mú-
sica á la medicina.


Cuando sus discipulos estaban enfermos, les cuidaba,
les consolaba, calmaba los dolores del cuerpo y del espí-
ritu, por medio de ritmos apropiados á la naturaleza de las
afecciones.


Persuadido de la intimidad de las relaciones j que exis-






.


NACIONAL. 305
ten entre el órden físico y el órden moral, daba una gran-
de importancia á la impresion de los objetos esternos sobre
los sentidos.


Elegia para sus paseos sitios apartados de todo ruido,
majestuosos y agradables, templos, selvas.


Aconsejaba á sus discípulos á huir de los espectáculos •
que trastornan la imaginacion, y á componerse un mundo
esterior que les ordenase favorablemente.


, .


Pitágoras concebia el sistema del ¡niverso como un
gran' poema; la unidad era para él, como para San Agus-
tin, la forma de lo bello.


Tambien quiso imprimir e~ta forma á su Instituto.
roJOS miembros de aquella vasta y tenebrosa congrega-


don estaban unidos entre sí por una íntima solidaridad:
despojados de toda propiedad, no tenian mas que un pen-
samiento, una sola voluntad.


La oposicion de los caractéres, no la de los intereses,
únicamente hubiera podido introducir alguna division en-
tre los asociados; él encontró medio de prevenir las dis-
cordias, agrupando los miembros de ese gran éuerpo en su
órden de afinidades.


Se servía de la poesía y de la música para establecer el
lazo de las armonías; sus discípulos hacian versos y acu-
dian á la lectura de los poetas para contribuir á la cura de
sus enfermedades, para colocar su alma en conveniente
disposicion, y mantener en sus relaciones la union y la


. .


con venlenCla.
¿Qué es la amistad?
-La igualdad.
Esta respuesta es de Pitágoras.
N o hay en efecto UD ion sincera mas que en tre los igua ...


TOMO JI.




306 LA. SOBERA.NIA
les, como no hay afinidad en el mundo químico mas que
para las moléculas de una naturaleza homogénea.


La atraccion es la ley que determina la afinidad de los
cuerpos brutos; la.fraternidad es la ley que determina la,
asociacion de los séres morales.


Estaba en la naturaleza de los siglos donde vivia Pitá ..
goras el sellar la verdad con un triple sello.


El Dios de estas edades antiguas (hablemos sobre todo
de Egipto de donde sacó Pitágoras la idea de su Instituto)
era un Dios impenetrable, que no se comunicaba á todo el
mundo.


La ciencia entonces daba la autoridad, y la autoridad
parecia necesaria para ejercer accion sobre el estado social.


Siendo el privilegio de las luces el, que engendraba to-
dos los demás, se concibe que Pitágoras, celoso de la su-
premacia de su Instituto, quisiese proteger sus conocimien~
tos entre la curiosidad brutal de los profanoss~


El velo enigmático con que cubrió su doctrina era una
necesidad del tiempo en que vivia.


Pocos sistemas han sido tan mal tratados como ,1 de
Pitágoras.


Se le ha atribuido gran número de absurdos que nunca
concibió su cerebro.


Lo conocido de su doctrina tiene gran parecido con lo
que conocemos de las teorías de Cárlos Fourier, si, destrui-
das las obras del maestro, se las juzgase sobre las inven-
ciones que le suponen.


La doctrina de Pitágoras puede definirse con sola uná
palabra, la filosofía de las transformaciones.


Se le ha atribuido la idea de la metempsícosis; y sin
embargo nada mas distante de su sistema que esta ciega




NACIONAL. 30'7.
emigracion de las almas humanas, á los cuerpos de los
animales, con que le gratifica la burlesca credulidad de las
otras escuelas filos6ficas .


. Pitágoras creia en una materia primitiva de la cual
han sido formados sucesivamente todos los séres ; juzgaba
que el principio de la vida, despues de haber habitado las
regiones inferiores de la naturaleza, se habia elevado, de
transformacion en transformacion, hácia los séres .superio-
res; hácia el hombre.


La ~istoria de las peregrinaciones de la vida sobre el
globo, de sus progresos, de sus cambios, de sus perfeccio-
namientos, no fué á sus ojos mas que la historia de las
evoluciones de Dios en la naturaleza; unido á ella como el
alma lo está al cuerpo, atestiguando su sabiduría por me-
dio de la armonía de los mundos, modificando sin cesar lo
infinito de su sustancia por medio de manifestaciones infl·
nitas, difundido en todos los séres que anima con su espí-
ritu, que nutre con su propia existencia; las formas de los
séres vivos se gastan, se alteran, se corrompen incesante-
mente; pero los principios de la vida vuelven á su orígen,
recorren nuevos 6rganos, y despues de cierto espacio de
tiempo, se convierten en los gérmenes de las transforma-
ciones sucesivas que renuevan de continuo los mundos, los
animales y los hombres.


Da ese panteismo confuso, místico, hasta tenebroso, á
la metempsicosis, hay mucha distancia; lo que· se despren-
de de tal sistema es la idea de un orígen comun, de una
consanguinidad de los séres, emanados los unos de los
otros, por via de transformacion.


Todos los animales, incluso el hombre, estaban unidos
á s,u vista por lazos de parentesco, por lazos de familia.




:308 LA SOBERANIA
\


Pitágoras trataba con humanidad á toda la natura-
leza.


Bajo este principio, habia trabajado toda su vida para
establecer entre el cielo y la tierra, entre los ciudadanos de
uná misma poblacion, entre los hijos de una misma casa,
entre todos los séres vivos, cualquiera que fuese su natura-
leza, un estrecho y fraternal lazo.


Todo es uno.
,


Pero ¿y su opinion acerca del estado de los hombres des ..
pues de su muerte'?


Pitágoras creia que el alma, despues de la muerte, te-
nia necesidad de purificarse de la vida, de su contacto con
la materia; entonces sufria varias modificaciones, diversas
pruebas, hasta que, remontada á la pureza de su orígen,
volviese á la tierra y se determinase ella misma á entrar
en un nuevo cuerpo.


Su doctrina era la de Leroux; el renacimiento en la hu-
manidad.


Entre estas sucesivas manifestaciones del sér, pasaba el
olvido, el rio Leteo.


Pitágoras creia, no obstante, que con la atencion y un
espíritu purificado, se podia renovar la memoria de las exis-
tencias anteriores.


A muchos de los que se le acercaban, les decia las vidas
donde habian vivido, antes de entrar en el cuerpo que en-
tonces ocupaban.


Probada, con irrifutables argumentos, que él mismo ha-
bia sido Etálida ; afirmaba haber sido luego Eufol'be, des-
pues Hermótimo, despues Pirr01 y finalmente Pitágoras.


Algunos de sus discípulos llevaban aun esta memoria
mucho mas léjos; uno de ellos creia acordarse de las revo-






NACIONAL 309
-luciones que habia recorrido sobre el globo, el principio de


la vida, yendo de los animales al hombre.
Empédocles se figuraba haber sido sucesivamente, ár-


bol, pez, ave.
Llevaba en sí toda la naturaleza.
Como Cárlos Fourier, Pi tágoras su ponia misteriosas re-


laciones entre el mundo intelectual y el mundo físico: es-
tas relaciones se espresaban por medio de números; la tria·
de era una imágen de los atributos del Sér supremo.


Su moral era pura, pero vulgar:
«Es necesario, decia, arrancar por todos los medios po-


sibles, por medio del fuego y del hierro, es necesario estir-
par con el ausilio de los instrumentos cortantes,-del cuer-
po, la enfermedad: del alma, la ignorancia: de la ciudad,
las divisiones: de la familia, la discordia: de todas las co-
sas, el pecado. \)


Tenia costumbre de llamar á las leyes, coronas de las
ciudades.


Sin embargo, los reyes empezaron á preocuparse de los
progresos de su doctrina. Varias ciudades de la Italia con-
fiaron á sus discípulos el cuidado de gobernar la república.


La envidia, el rencor, el recelo, fueron los primeros
motivos de las persecuciones que se levantaron contra el
Institu.to de Pitágoras.


El fin de la filosofía, 6 de la in vestigacion de lo ver-
dadero, era la libertad.


Los filósofos no podían estar bien con los gobiernos.
Sus enemigos hicieron incendiar la casa de Milon de


Crotona, donde vivia Pitágoras; esta vez escapó al peligro
por hallarse ausente.


N o cesa ban de esci tar contra Pi tágoras y su secta el




310 LA SOBEllAN lA
6dio á las luces, el miedo á las reformas, el horror al pro-
gresO', toda esa especie de bestias feroces que habitan las
tenebrosas cavernas dala inteligencia humana.


Para los hombres de autoridad, Pitágoras era un inno-
vador, un exaltado, un loco.


Todo lo que en la sociedad antigua estaba interesado
en el sostenimiento de los abusos, se oponia al desarrollo
de su d<?ctrina.


Pitágoras se vió abandonado por unos, perseguido por
otros.


Habiéndose presentado á las puertas de una ciudad,
recibió una diputacion de ancianos que le trajeron la opi-
nion de sus conciudadanos:


-«Hemos oido decir, oh Pitágoras, que eres un hombre
de grande espíritu; pero nada tenemos que reformar en
nuestras leyes; así pues, harás bien continuando tu camino
y marchando adonde quieras, des pues de haber recibido
nuestros votos y nuestras atenciones.»


Nada tenemos que reformar en nuest1·as leyes: ¡oh ceguera
eterna de ese espíritu conservador que embalsama sus ins-
tituciones en el respeto y la pereza, como los Egipcios em-
balsamaban sus muertos con el betun!


Esos necrópolos antiguos y modernos, necesitan leyes--
momias.


Se levantaban grandes sediciones en las ciudades.
El partido de Pitágoras era objeto de una furiosa per-
.


seCUClon.
Segun algunos relatos, el mismo Pitágoras debió hallar


la muerte en uno de esos movimientos de reaccion con-
tra sus doctrinas. Sin amigos, sin socorros, debió refu-
giarse por evitar el peligro, en el templo de las !vlusas,




NAOIONAL. 311
donde sucumbió de hambre y de tristeza al cabo de cua-
renta días.


otros dicen, que, habiendo lá malicia pegado fuego á
una casa donde se encontraba con sus discípulos, halló
medio de escapar, pero que abandonado de sus amigos, su-
mido en la desesperacion, se dió él mismo la muerte.


El fin de Pitágoras está, como toda S1J vida, envuelta
en la oscuridad.


Pitágoras no es un hombre, es una escuela.
,


Despues de su muerte, fué esta escuela indignamente
mal tratada.


Se daba caza á los pitagóricos como á bestias feroces.
Despues del desastre que habia matado al maestro, los


discí pulos se dispersaron.
Errantes por un lado y por otro, agobiados por el dolor,


detestando la sociedad humana, se envolvieron en la cien-
cia como en un sudario.


La espedicion de Gerjes contra los Griegos no deja de
tener relacion con nuestra historia.


Por huir de la tiranía de los Persas una colonia de osados
F6ceos, demasiado débiles para resistir, y de masiado orgu-
llosos para someterse, vinieron á echar en las Galias los
fundamentos de Marsella.


Despues de la victoria, la division.
Libres del poder de los Persas que les amenazaban con


una invasion, Atenas y Esparta volvieron las armas la una
contra la otra.


Estalló la 'guerra, guerra de oposidon y de rivalidad.
Mas que nada deploramos, como republicanos, esas di-




312 LA SOBERANIA


visiones fatales, intestinas, que perdieron entonces la na-
cion griega, y mas de dos mil años despues hicieron in-
fructífera la revolucion francesa. ..


Pero estas divisiones, tan deplorables ¿no constituyen
una de las condiciones inevitables del desarrollo del espí-
ritu humano'?


Aquí está el problema.
Los que sueñan con estinguir los partidos y disolver


las opiniones, quisieran conducir las escuelas á la unidad,
pero no han reflexionado quizá las consecuencias de esta
fusiono


Debieron consultar el estado de la China, donde todo
el mundo está de acuerdo, pero donde todo es perfectamen-
te inmóvil.


Lo siento por los sectarios del reposo, pero este cons-
tante antagonismo entre las razas, las ideas, las institu-
ciones, que componen la unidad de un mismo pueblo, es la
ley misma de la renovacion.'


Lástima pued-e causar que esas luchas que dan por re-
sultado el trastorno y la fermentacion dentro del Estado,
sean necesarias al progreso; pero no sabemos que hayan
descubierto el secreto de cambiar, sobre este punto, como
sobre otro cualquiera, las leyes de la naturaleza.


En el mundo físico, como en la sociedad, la vida no es
mas que un antagonismo de fuerzas, que balancean, que
chocan á veces y que mantienen elórden por su misma
division.


Cuando cesa este antagonismo, la vida cesa tambien.
Atenas y Esparta representan dos principios.
Despues de la guerra contra los Persas, h. democracia


la habia llevado definitivamente á Atenas.




NAClO~AL. ~13
Aristides habia decretado q ne el gobierno seria comun


,á, toda clase de ciudadanos y que los arcontes podrian ser
,elegidos indiferentemente entre el pueblo y entre los ricos.


Como en todas las repúblicas antiguas, la libertad Ate-
niense estaba sometida á muchas tempestades y á impre-
vistos eclipses; pero estas mismas alternativas ¿no ,consti-
tuyen el génio de los pueblos libres'?


Las naciones que nunca ban pArdido su independencia
política, es que no la han poseido nunca.


'En Esparta, por el contrario, dominaba la oligarquía.
El sombrío génio de Licurgo habia infundido en esta


sociedad, apesar de un comienzo de vida coroun, la anti-
gua division de las clases y una gerarquía inquebrantable.


Del roce de estos principios, de la rivalidad natural de
estas dos ciudades que dominaban los destinos de la Gre-
,-cia, surgió una guerra fértil en desastres.


A tenas sucumbió.
La derrota trae siempre consigo la servidumbre.
Se organizó en Atenas una horrible tiranía, conocida


bajo el nombre de la tiranía de los Treinta.
Trasíbulo (que sobreviva su nombre á dias de desven-


tura y dignos de olvido), libró á su patria de aquellos tira-
nos; restableció el antiguo gobierno, y se propuso estinguir
los ódios civiles dentro de una solemne amnistía.


En medro de estos sombríos acontecimientos, fijemos
nuestras miradas sobre ese humilde taller, donde trabaja,
alIado de su padre, un jóven, cuyas manos eallosas son ya
inteligentes para tallar el mármol y la piedra: ¡ese es Só-
erates!


El cincel se para; el artista piensa.
Aunque amante de la belleza, aunque dotado de dispo-


TOMO JI.




314 LA SOBERANIA
siciones naturales para su arte, en el cual ha obtenido ya
alg"Q.nos t:dunfos, ese jóven parece atraído por una inclina-
cion mas fuerte hácia'la creacion del mundo invisible ..


Está hecho, para tallar, en el granito de la filosofía,
concepciones de n uev-as formas.


SIl padre es el escultor Sofranisco; su madre la ma.tro-
na Fenareta.


Lo que falta á Sócrates es un poco de dinero que le per-
mita seguír su gusto por la meditacion; porque todos los
mas bellos 4escubrimientos de la filosofía no son mas que
vianda sin sustancia para ün estómago que no ha comido.


Un amigo le saca de esta penuria, abriéndole su bol-:
sillo.


Sócrates abandona entonces los cinceles y el mármol, al
cual le unia al hambre.


La carrera de filósofo no dejaba de ser peligrosa en Ate-
nas cuando se ej ercia concienzudamente.


Un decreto, arrancado sin duda por la influencia de los
sacerdotes, ordenaba denunciar á cualquiera que, so pre-
testo de filosofía, esplicase los fenómenos de la naturaleza,.
de, un modo opuestQ á la religion del pais; es decir, sin
hacer in ter venir en ello las divinidades de la mitología


. grIega.
~


Un tal Anaxágoras, el primero que habia establecido
por la razon la existencia de Dios, acababa de ser citado
como impío ante la justicia.


PericIes, su protector, desesperando de salvarle, le acon·
sejó qne emprendiese la fuga.


Sócrates no demostró apurarse por los lazos que en
torno de él, tendían á la marcha del pensamiento humano.


Despues de haberse iniciado en los conocimientos de su




NACIONAL. 315
tiempo, se fOl'm6 una manera de raciocinar que le era par-
ticular.-


Ni dogma, ni sistema; su método era la libertad.
Se chanceaba á menudo sobre su fisonomía, que compa-


raba á la del dios Sileno.
¡La cabeza de S6crates! ¡oh! es todo un acontecimiento


en la bistoria de la fisiología.
La aparicion de esta gran cabeza, de nariz chata, que


contrasta tan visiblemente con el tipo aristocrático de los
griegos, es el advenimiento del elemento popular á la
ciudad de la inteligencia; es una raza nueva, la raza bár-
bara, que trae al pensamiento humano la sorda y lenta as-
piracion del esclavo hácia la libertad.


_ Sus costumbres eran sencillas, sus maneras originales.
N o enseñaba ni en su casa, ni desde una tribuna, ni en


una escuela consagrada á esta especie de ejercicios; esco-
gia para sitio de sus conferencias las plazas públicas y los
p6rticos de la ciudad.


Filosofaba en la mesa, en el taller de los artesanos, en
el tabuco de Calisto 6 de Teodocia, dos mujeres de moda.


Su elocuencia era sencilla, con comparaciones y figuras.
Sacaba las imágenes de que se valia para espresar sus


pensamientos, de los diferentes oficios y de las costumbres
de aquellos con quienes trataba.


Fuá el primero, dice Ciceron, que se propuso hacer ba-
jar la filosofía del cielo, plantearla en las ciudades, intro-
ducirla bajo el techo de los hogares, humanizándola, por
decirlo así, y familiarizándola con todos los actos de la vida!


Hay en ·efecto gran distancia de esta difusion de cono-
cimientos, á la filosofía encubierta que se adoraba en los
templos de la India y del Egipto.




316 LA SOBERANIA.


Los retóricos, los sacerdotes, los sofistas griegos, ense-
ñaban la ciencia al pueblo bajo un velo menos tenebroso.
q ne los sacerdotes del Oriente,. pero tenian siempre cuida-
do de dejar inaccesible el fondo de su doctrina.


La grande innovacion de Sócrates, que levantó en con-
tra suya á los supersticiosos y á los hipócritas (¡raza peli-
grosa!) fué la de distribuir las luces entre todos, y porde-
cirlo así, de vulgarizar á Dios.


Sócrates era pobre y amaba su pobreza.
Habiendo heredado de su padre unas ocho mil pesetas t ,


las prestó á un amigo que se olvidó de devolvérselas.
Sócrates no pensó mas en ellas.
Un dia que su jubon estaba roto por el codo:
-Bien compraria yo una capa, si tuviese dinero, dijo",


en una asamblea de discípulos suyos, que se disputaban
entonces, pero algo tarde, el honor de cubrir la desnudez
de su maestro.


Vestía con sencillez, pero con aseo.
Si iba descalzo en todas estaciones, era, segun él mis-


mo decia, porque no sentia la necesidad .de llevar cal-
zado.


Esto no le privaba de ir á casa de Aspasia, una mujer
de mundo muy en boga.


Como era algo basto é inculto, Sócrates se acostumbra-
ba en casa de aquella mujer á las delicadezas del lenguaje.


Era de todos modos una mujer encantadora que hasta á
un filósofo podia enseñar algo.


Tenia algunas costumures raras, como la de bail~r'
aquí y allá, en cualquiera ocasion; segun él, era un ejer-
cicio á que se entregaba para impedir que engrosase su·
vientre.




NACIONAL. 317


Aunque sobrio, no huia de las comidas ni de las di ver-
. Slones.


Comiendo bien y bebiendo mejor, iba hasta el último
límite de la templanza, pero sin traspasarlo.


Fué el primero entre los griegos que supo defenderse
contra ese amor infame que la ignorancia y no sé que con-
fusion de toda moral habia puesto en moda.


Todos los sentimientos del corazon humano son solida-
rios.


Levantar y purificar una de las formas del amor, es es-
tinguir en un pueblo el sentimiento de la libertad.


Sócrates tenia dos mujeres; es demasiado para nues-
tras costumbres, pero bajo este punto es preciso diferir los
uicios temerarios.


Despues de la guerra del Peloponeso y de la peste de
Atenas, el Senado declaró, que, para volver á poblar el ter-
ritorio de la Atica, todos los hombres tomarian dos muje-
res, y aquí, como en toda circunstancia, Sócrates tuvo que
cumplir con la ley.


Una de estas mujeres fué Mirta, nieta de Arístides, una
dulce y buena criatura; la otra se llamaba Jantipa.


Sócrates conocia el carácter tempestuoso de esta mujer,
cuando la tomó por esposa.


Habia resuelto ejercitar con ella la paciencia.
Segun él, se creia bastante fuerte para soportarla.
Son harto conocidas las anécdotas que recorrían las ca-


lles de Atenas acerca de los arrebatos de Jántipa y acerca
de su humor adusto.


Sócrates soportaba tod-o esto, esperando otros vientos
mas tranquiJos.


Sócrates no buscaba las riquezas, pero las riquezas fue-
.ron á busGarle.




318 LA SOBERANÍA.


Un Arquelao, tirano de Macedonia, quiso seducirle por
medio de donativos.


Algunos ricos de At$nas, entre ellos, aquel Alcibiades
que hizo tanto bien y tanto mal á. sn país, le renovaron
diferentes veces semejantes ofrecimientos.


El rehusó.
¡Qué diria JántipaI
Sócra~es creia, como otros filósofos, que la pobreza es el


vestido de la filosofía.
Su des~nterés solo podía igualarse á su valor; y no es


que él se hubiese ejercitado en el manejo de las armas: te-
nia treinta y siete años cuando debutó para servir en el si-
tio de Potidea, como simple soldado.


«Era un espectáculo curioso, dice Rollin, ver un filóso-
fo de su edad, endosándose la coraza, y examinar como sal-
dria del paso. ~


y S6crates lo hizo divinamente.
No hubo nadie en todo el ejército que trabajara y sos-


tuviera las fatigas de la guerra como Sócrates.
El hambre, la sed, el frio, eran enemigos á quienes de


antemano estaba acostumbrado á despreciar y á vencer.
La Tracia, donde tenia lugar aquella espedicion, era un


pais de nieve y de escarchas.
Mientras que los otros soldados, revestidos de buenos


trajes ydepieles muy calientes, permanecianencerrados en
sus tiendas, sin atreverse á salir al aire libre, él salia con
su trage ordinario y andaba descalzo.


Era él el que hacia las delicias de la mesa con su ale-
gría, con sus buenas palabras, y el que invitaba á los de-
más á beber, dando el ejemplo, pero sin beber nunca con
esceso.




NACIONAL. 319


Cuando llegó el momento de la batalla, fué cuando
cumplió maravillosamente con su deber.


Herido Alcibiades, Sócrates se le puso delante y lo de-
fendió con bizarría.


En presencia de todo el ejército., impidió que el enemi-
go lo hiciera prisionero y se apoderara de sus armas.


El premio del valor se debia en justicia á Sócrates; pero
mostrándose dispuestos los generales á dárselo á Alcibia-


,


des, á causa de su cuna, Sócrates le hizoadjudi~ar la corona
y la armadura completa.


Los dircursosde Sócrates eran mordaces.
Acompañaba á sus razonamientos algo de ironía que


les hacia penetrar en el espiritu de los atenienses.
Tenia muchos discípulos.
El éxito, siempre en aumento, de su enseñanza, no tar-


dó en incomodar el sombrío dominio de los sacerdotes.
Sócrates profesaba la religion de su patria, elevándose


sobre las preocupaciones populares; dirigia al Di0~ único
las adoraciones que se prodigaban en Grecia á ciertos tan-
tasmas de divinidad.


Sin atacar los dogmas, ni los símbolos del culto esta-
blecido, les daba un nuevo sentido. '


Esta interpretaeion no podia menos de atraerle los ódios
del pa.rtido conservador, que era numeroso' en Atenas.


Sóerates era: una de esas fecundas naturalezas que
piensan y hacen pensar.


«Me parezco á las matronas, decia él, en que por mí
mismo nada doy á l~zen..: cuestion de ciencia.


» El dios me dictó la ley de ayudar á producir á los de-
más, privándome de produciD nada por mí mism(}.


»Muchos qlle' ignoran este misterio y se atribuyen sus




320 LA. SOBERANIA


adelantos, habiéndose separado de mí mas pronto de 10 que
debian, sea por desprecio hácia mi persona, sea por ínsti-
gacion agena, han abortado despues en todas sus produc-
ciones.


»A los que se me adhieren les sucede lo mismo que á
las mujeres en cinta; de dia y de noche esperimentan em-
barazos y dolores de parto.


»Esos dolores son los que yo puedo apaciguar ó avivar
.


á mi antojo, en virtud de mi arte.~>
El dios de quien habla Sócrates en este pasage, ha dado


lugar á muchas suposiciones.
La verdad es que Sócrates creía en la existencia de un


demonio familiar que le advertia en todas las circunstan-
cias de la vida.


Este dios, escondido en una voz, esta idea, envuelta en
una sensacion, era locura?


Muchos misterios hay en la naturaleza humana que la.
fisiología DO ha sondeado aun.


Las organizaciones, en contacto mas inmediato con el
pensamiento, tienen un sentido interior mas delicado que
los otros hombres.


Que Sócrates se haya equivocado sobre la causa de los
fenómenos que se manifestaban en sí mismo; que conforme
á las creencias de su época haya tomado su pensamiento ó
un, vago presentimiento por la intervencion ,de un Génio;
que haya materializado este presentimiento ó este pensa-
miento, en un .sonido, es sin duda una desgracia; mas
no vemos en ello un motivo para exclamar con M. Le-
lut:


«La humanidad que bá poco se enorgullecia de los pro-
digios de una razon sublime y creadora, no tiene mas que




NACIONAL. 321


cubrirse la cabeza para llorar la pérdida irreparable de uno
de sus hijos· mas gloriosos.»


Está loco! es el reproche que, en su incutable razon,
echa el mundo en cara á todos los reformadores.


Si Pitágoras, si Licurgo, si Sócrates son locos, vamos
con ellos á un manicomio!


Esta república valdrá mucho mas' que el mundo de los
cuerdos.


No proscribimos la alianza de la fisiología. y de la his-
toria, pero estamos muy lejos de dar á las debilidades de
un grande hombre, el sentido injurioso que M. Lelut le
atribuye.


Una falsa sensacion· no deshonra al génio; algunas ve-
ces sir.ve para revestirlo de una nueva fuerza.


Advertido Sócr&tes por una voz divina, confiaba mas en
sí mismo, en la proteccion sobrenatural que le cubria; era
luas la espresion de su época,que Sócrates alucinado.


¿Qué importa el móvil"l
¿Dónde está el mal de que la escen tricidad, hasta la lo-


cura, si se quiere, sea en ciertos casos una de las causas que
esciten sI cerebro á pensar, que re40blen las f<flerzas inte-
lectuales del individio y al parecer lo eleven Bobra la na-
turaleza1


" Locura hay en las masas populares, ciertos dias de agi-
taeion y de entusias.mo, pero esta locura, como en la sibila,
no es mas que la señal de la inspiracion:


«Dios1 hé aquí el Diosl»
Sóerates, mas que un filósofo, era el amigo de todo el


mundo.
Daba 'a~i8os, leociones á los artesanos, . cuyo lenguaje


familiar hablaba perfectamente; hasta las daba en brama
TOMO U. u'




324. LA SOBERA~IA
Se vé á Sócrates, á través de ~ste prisma, como á un


descamisado, un ladron, un farsante, que hace cIJ,ntar á sus
discípulos y que especula sobre la afanosa, ignorancia de
las clases pobres.


Aviso á los qlle juzgan á los hombres de ideas nuevas
por las caricaturas y por la crítica de los periódicos con-
servadores.


Como siempre, las sátiras del poet::t. cómico se apoyában
sobre agra·vios mas sérios y mas sólidos que calumnias.·'


Véanse los reproches que la gente sensata de Atenas di-
rigía á la doctrina de Sócrates.


Strepsíades. -. «(Quién hace llover'? Enseñadme esto ante
todo.


8ócrates.-Las nubes. '
Strepsiades.-Pero dime, ¿quién produce el trueilo'~ Me


hace temblar.
8óerat".-IJas nubes; ellas truenan rodando unas sobre


otras.
Strepsiades.-i,C6mo así, espíritu audaz'?
Sócrates. -Cuando. están preñadas de agua, y puestas


en movimiento desde lo alto de los aires donde se hallan
suspendidas, su peso las lleva necesariamente la una sobre
la otra, chocan y rebientan con estrépito.


Strepsiades.-Pero quién las impele así y las precipita
de este modo'? No es Júpiter?


Sócrates.-De ningun modo; es el torbellino etéreo.»
Sócrates atribuia á una ley física la formacion de la llu-


via y del trueno.
Los antiguos, al contrario, decian:
Júpi~er llueve, Júpiter truena.
El resultado de la ciencia, es el de aleiar á los fenóme-




NAClONAL.


nos naturales de una iIltervenciondivina, sin negar por
esto la causa primitiva que preside los movimientos de los
cuerpos y las grandes leyesclel universo.


Introducir el progreso en la investigacion de las cau-
sas,era evid.ectemente destronar el paganismo.


El paganismo satisfacia una necesidad que señala la
infancia del hombre y de la.humanidad; la de desembara-
zarse sobre el instinto yel sentimiento religioso de todo
trabajo de investigacion. . ' ~


Pregunia4al niño quien ha 'hecho el pan, y os contes-
tará; «lo ha hecho Dios.)


Los grieg.os respondian; <do ha hecho Ceres.»
La ci~n.cia se remonta, poco á poco, hasta la semilla,


hasta ~a.sevolucioIles delgérmen. ep. el seno de la tierra,
hasta sucemposicion ,q\l.f~ica, hasta sus propiedades inhe-
ren~; ;bpjo ~teconceptQ, aparta á Dios, rechazando su
aooion inmediata ~ dominio.de los hechos naturales y
cubriéndola con leyes.
Ll~ga sin embargo un momento en que de solncion en


s olucion, nuestra inteligencia. se detiene ante lo descono·
cido; esta causa, que perman600-encubierta, detrás de las
causas superiores á nuestra inteligencia, es Dios ..
:Q9~e acaba. nuestra ra~on, Dios empieza.
P~rª! los niños y los paganos _ (que son los niños de la


historia) empieza mas pronto; para los filósofos empieza
mas tarde; p~ro siempre 6~pieza en alguna parte, y esto
basta.


Así es que la filosofía de Sócrates 110 era, como lo insi-
nua pérfidamente Aristófanes, una negacion de Dios; Só-
crates estaba léjosde afirmar la nó existencia de una, causa
l)rimordial; pero antes de llegar á Asta causa final, apuraba


.




NACIONAL. 417


y lanzándose hácia el lugar de donde partia afluel
acento; cogió entre sus brazos á la persona qu le hallaba
acurrucada en uno de los rincones del aposento, corrió aes-
pues á donde estaban sus compañeros, arrancó una antor-
cha de sus manos y volvió al sitio donde dejara á la que
tal impresion le causara.


-¡Perdon! ¡Perdon! volvió á decir la voz.
Era una jóven, que con el rostro humillado y cubrién·


dolo con ambas manos temblaba de terror. •
Anton Huertas la separó violentamente las manos apro-


ximó á su rostro la antorcha y con un acento imposible de
descri bir exclamó:


- ¡ Isabel! 1 Isabel! ...
-¡Padre! ...


XXXI.


Hay situaciones para las cuales no existen palabras que
basten á espresarlas.


Anton estaba inmóvil,_ sin atreverse á pronunoiar una
sola frase.


Sentia una alegría inmensa y un dolor hOlrib1e.
Estos dos sentimientos tan contrarios, ahogaban en su


garganta cuantas palabras trataba de pronunciar.
Isabel estaba aterrada.
Largo espacio se pasó sin que ninguno rompiese aquel


terrible silencio, que cada vez tomaba un carácter mas so·-
lemne.


Por fin Anton se aproximó á su hij a.
Levantó su cabeza, contempló con aran aquel rostro


que embellecia doblemente el temor y la vergüenza, y
TOMO n. ti3




NACIONAL. 827
Aminias.-Es el dip.ero, que aum~nta sin ce~ar, cada


Ines y cada dia, á mecUda que,.el tiempo avanza.
Strepsíades.-Muy bien¡. Pero dime: ¿crees tú que el


mar sea hoy mas grande que tiempo atrás?
Aminias.-No por ciert9: siempre es el mismo. No con-


viene queaumenie.,
8tr8psíades.~~~es, ¡m.~serap~e!.E}l mar no aumenta, ape-


sar de los rios qu~á ól.a.~uy'6Il,y pretendes que tu dinero
aumente todos tlos djas? Largo de aquí: Pronto, un palo!»


El argumentaDo es muy fuerte que digamos, pero el
principio. existe.


Confieso que esta ~evelacion tuvo por resultado alej ar
muchas voluntades del filósofo griego,; mas de un. honrado
ciudadano que habia llorad~ ante ~l cuadro de David, Só-
crates . bebi~~do 1<:\ cicuta, declara' á e~te mismo Sócrates
como una pl~ga plÍb~ica, de la, c~allibr~ron con acierto á
la nacion losjl1eces 4e.Atenas. P~ro ¿qué ¡hacer'?


La comedia Las Nuo.es, ~ué representapa veinte y cuatro
años antes del juicio de Sócrates: así es que no se le atri-
buiria fácilmente uI).a influe~cia directa sobre lamnerte


. . .,..... ". ... . .... ,". ~,


del filósofo; apesar de .todo, eS evidente que los agravios
articulados en la comedia se .reprodujeron ,e:n el proceso,
casi e~)os mismQs t~rmiI?-os; la un~d.ebi~pr~parar ~l otro.


Sin 4uda Aristófanes sintió á v~ces ha ~er entregado á
la burla del p~eblo un génio como Sóc~ates; pero no, debia
defender, con, el arma de la sátira, la :ff}l_igign, la familia,
la pr()p,ied~dt audazmente atacadas por 9S~dcs sectarios: hé
aquí el medio de calmar sus remordimientos, si jamás los
tuvo.


Acabo de nombrar la famil~a,la propiedad; si hemos
de dar crédito á Aristófanes, Sócrates las maltrataba mucho.




328 LA SOBERANÍA
Despreciar las leyes establecidas<, rechazar' los diéses,


revolucionar la 'moral; alterarla :ídéa de lo justo :y de:lo
injusto, menospreciar 1a.S' oonvenóibnes' 'naeíonales ; ¿qué
pensarian ustedes dequieti"hubTéS&;beeho todo esfu~


Yo pensaria quee's acreedor aJá'smayoreB' penas-.
Tal fué, pues, el sentimiento de los ,atenienses .


. Existe una opinion 'que, á ser éiert8.~~ no- a~Í'ibuiria la
muerte de Sócrates ni á sus dootrina-sfllosóftca-s, ni á la'
obra de Aristófaries; este sabio habria muerto victima de
su adhesion al partido oligárquico, como tambien desus
antiguas relaciones con Oricias, uno de los treinta tiranos .


. Esta opinion no es sólida; se halla' desmentida por los
hechos de la historiay.por las costumbres de Sócrates.


Todos los hombres llevan encima el hábito,de su idea.
Aristófanes habla de los filósofos como ¡ de gentes poco


cuidadosas de su persona, que no iban á 108 baños, que ho
se hacian córtar Ir.. barba:, ni perfumar, que afectaban en
sus maneras descuidadas un aire· de lisonja para la demo-
cracia mas baja ..


En cuanto á lo 'de los Treinta y de'su tir:infa, diee un
historiador que, po~ el contrario, 168 . hacia gl1ardal' re~peto
con la firmeza de su mirada.


Siendo el pueblo muy moral, es 'muy fácil haeerle cam-
biar de amigos, desvirtuando sus opiniones y cubriéndolos
con una nota de mayor 6 menor inmoralidad. '


La única taoCÍon que estaba intereSada' en desembara-
zarse de Sócrates, debia conseguir por' este medio, desviar
el juicio de la muchedumbre.


Es lo que hizo decir que Sócrates habia sido condenado
por el partiao democrático.


'Hemos' de crGer, no obstante, que el pueblo no se dejó




NACIONAL. 32.9
arrastrar demasiado en este lazo. N o queremos masprue ba
que el mal éxito de Las Nuoes.


La obra murió á la segunda representacion.
De aquí se puede deducir que el pueblo, la ,,~l m'ucne-


ilumore, que en Atenas como aquí llenaba el teatro, se ha-
bia manifestado partidaria del filósofo y en contra del poe-
ta cómico.


Sean cuales fueren las opiniones de Sócrates relativas á
las cuestiones de 'su época, de sus relaciones ·con Aleibia-
des, Oricias y Cármides, de sus preferencias para ciertas
formas de gobierno, es evidente que por sus gustos, por sus
doctrinas, por la libertad de su espíritu, pertenecia Sóera-
tes á la causa popular.


Sobre todo, era demócrata por su comunion con la hu-
manidad.


I La revolucion religiosa, política, social, se hizo boro-
bre en Sócrates.


Los sistemas particulares, eran anteriormente á él, otras
tantas trabas para la marcha del espíritu filo~ófico; echó.
por tierra sus barreras~ sus límites, que, apropiando la
verdad á tal ó cual hombre., la dejaban fuera el movimien-
to del espíritu humano; convirtió la verdad en una causa
del uominio pú blico. '


Pitágoras era una escuela; Sócrates es la filosofía.
Sócrates, segun su espresion favorita, no hizo mas que


dar á luz p.I pensamiento de su siglo; la reforma que plan-
teó vivia en el cerebro de la humanidad; él ayudó sola·
mente á producirla.


En el último período de su vida es donde Sócrates se
luostró mas grande.


Habla á los hombres en las plazas públicas, les enseBa
TOMO 11.




330 LA SOBERANtA


los derechos y los deb,e;res del ciudadano, les abre las pers-
pectivas de un mundo ideal, los asocia á sus ideas nuevas
sobre la divinidad, sobre la inmortalidad del alma, sobre
el bien y' el mal, sobre lo bello, sobre lo justo 'é injusto,
sobre la felicidad.


Ya no es un ateniense, ya no es el hijo de Sofronisa,
es el ciudadano del universo.


Obra, en el espíritu humano una revolucion que debe
alcanzar á iodas las naciones y á todas las edades.


Sus costumbres se elevaron con su inteligencia que se
engrande~i6.


Hé aquí el retrato que de él hace Xenofonte, uno de sus
discípulos:


« Religioso hasta el punto de no hacer nada sin la vo-
1untad de los dioses; justo hasta el punto de no hacer el
menor daño á los demás, sino por el contrario procurando
siempre hacerse útil á los que se servian de él: dueño
de sí mismo hasta el punto de no preferir nunca lo agrada


, ble á lo bueno; sabio y prudente hasta el punto de no equi-
vocarse nunca en su juicio sobre lo bueno y lo malo, ni
tener necesidad de guia alguno, bastándose á sí mismo;
capaz de espresar por medio de la palabra todo lo que pen-
saba; de esperimentar á los demás, de corregir á lus que
faltaban y de volverlos á la virtud y á la probidad; me ha
parecido que era á la vez el mejor y el mas feliz de los hom-
bres. ~>


Trabajo nos costaria asimilar este retrato con la carica-
tura trazada por el lápiz burlon de Arist6fanes, si no hu-
biésemos visto en nuestros di as desfigurar, con un arte se-
mejante, los hombres y las doctrinas que espantan á la so-
ciedad.




NACIONAL. ~31
La vida de Sócrates habia sido bella: su muerte laco-


ronó.
Al grado de grandeza á que se habia elevado por su gé-


nio, por sus virtudes y por su aficion á la filosofía, Sócra-
tes no tenia mas que una cosa que le contristara: acabar
bien.


En aquel entonces, Meliton presentó una acta de acnsa·
cÍon que fué remitida al segundo de los arcontes, hácia el
año 402 antes de la era cristiana, concebida en e·st08 tér-
minos:


«Meliton, hijo de Meliton, del pueblo de Pitos, intenta
una acusacion criminal contra Sócrates, del pueblo 'de Alo-


. pemas.
Sócrates es culpable, por cuanto no admite nuestros


dioses, é introduce nuevas divinidades entre nosotros, bajo
el nombre de demonios; Sócrates es culpable por cuanto
corrompe la juventud de Atenas.


Pido, que sea castigado con pena de muerte.})
Meliton, poeta frio y de poco talento (la e~vidia), tenia


por coacusadores á Licon, orador y sofista, y á Anito, ciu-
dadano rico y considerado, que tenia sin duda sobre el co-
razon la famosa reputacion de Sócrates:


«El capital no debe producir interés.)
Este Anito, habia contribuido con Trasíbulo, á librar á


Atenas de la tiranía de los Treinta; nos sorprendería ver á
tal hombre enemigo de Sócrates, si no supiéramos que dis-
tancia separa á veces las ideas políticas y las ideas sociales.


Anito habia vivido anteriormente en la mejor armonía
con Sócrates (nada 'hay tan peligroso como un antiguo
amigo): hasta le rogó una vez que diera algunas instruc-
ciones á su hijo, á quien habia encargado la' direccion de




332 LA ~OlS~RANIA


una manufactura de la cual sacaba un gran provecho.
Sócrates, habiendo descuidado toda su vida sus inte-


reses particulares, era poco apto· pa.ra cuidar de los a.jenos.
Sin duda alguna demostró á Anito que la filosofía no


tenia por objetó formar negociantes, sino sabios; que apar~
taba el alma de estos beneficios procedentes de la esplota-
cion del hombre por el hombre, que conduce á restablecer
la j usticia "de las relaciones entre el capital y el trabajo.


Anito, ofendido por este aviso, prohibió al jóven toda
relacion con su maestro.


El dardo permaneció dentro de aquel corazon ávido de
venganza.


Como sucede á menudo en semejantes casos, procura-
ron no solamente separar la cuestion política de la cuestion
social, sino que tambien abrumaron á Sócrates de cargos,
ce.Qsurándole sus ideas acerca del gobierno.


¡Sócrates enemigo del pueblo! él, cuyos principios y vi-
da eran una afirmacion de la justicia y de la libertad!. ..


Si llegó á criticar la constitucion que ponia los empleos
y el gobierno del Estado en manos de magistrados, que una
suerte ciega escogia entre el mayor número de los ciuda-
danos; si queria ver sustituida la via de la suerte por la
eleccion, nada anuncia por eso que fuese partidario de la
reaccion de los Treinta.


En nuestros dias, cuando hemos visto ciudadanos que
habian . sido, á riesgo de perder la vida, los precursores del
régimen liberal en España, acusados y condenados ante
los tribunales como culpables de excitacion al ódio y al
desprecio del gobierno liberal, debemos comprender como
el hombre mas demócrata de Atenas, por la naturaleza de
stlS ideas y por sus tendencias filosóficas, fué condenado






!'\AClONAL. 333


\por efecto de la calumnia) como enemigo de la democracia.
Además hay en este conflicto, que manchó con un crí-


men á la humanidad, algo digno de ~terna lástima; es de-
cir, el ódio de los hombres de accion para con lo,s hombres
de talento, y el de~precio de los hombres de talento para
con los hombres de accion.


Sócrates, con una censurable ligereza, habia dejado
entrever en varias circunstancias, el poco caso que hacia


,


de los hombres políticos, á los cuales, despues de todo J la
democracia ateniense debia la vida.


Ellos eran los que habian destruido la tiranía de los
Treinta.


Sin embargo, el mundo no avanza mas que por medio
de estas dos fuerzas combinadas: en toda revolucion, hay
una idea y un hecho.


Sócrates era la idea, Trasíbulo el hecho: ni el uno ni el
otro se comprendieron.


El proceso de Sócrates vá á proporcionarnos la ocasion
de examinar mas de cerca sus doctrinas.


LOS dos capítulos de acusacion, formulados pcr Anito y
sus cómplices, pueden traducirse de este modo: ,


«Ultraje á la moral pública y religiosa, y á las buenas
costumbres. »




CAPITULO XIV.


l.-La religion.


Sócrates cl'eia en la existencia de un Dios único, eter-
no, universal, principio de todas las cosas: este Dios infi-
nito habia dado nacimiento á muchos otros dioses, es decir,
á una série de fuerzas que Sócrates personificaba en las di-
vinidades de la mitología griega.


Estos dioses, estas fuerzas personificadas, tenian una
existencia propia, una existencia distinta de la de Dios.


Ministros de la creacion, presidian la naturaleza, la po-
lítica.


Su intervencion era sensible en las cosas lUS.S insigni-
ficantes de la vida.


Esta religion era aun el politeismo, pero el politeis-
mo engrandecido, renovador: habia en esta doctrina el
reconocimiento de una causa primordial, á la cual todas
las demás causas vivas estaban subordinadas y sujetas; era
la unidad en la pluralidad.


¿Se negará que esta manera de considerar las relacio·




LA SOBERANIA ~ACroNAL. 335


nes del hombre con la divinidad no fnese contrario á la
creencias establecidas'?


Sócrates convertia los antíguos dioses en séres nuevos;
daba á los misterios una ~nterpretacion que le era pecu-
liar; atribuia á las formas del paganismo un sentido y un
espiritu desconocido; regeneraba los dógmas.


¡Cómo ha de admirarnos, despues de esto, que la igno-
rancia 6 la mala fé le hayan acusado de impiedadI ..


No pudiendo existir Dios fuera de la Iglesia, fuera del
órden sobrenatural, á los ojos de los sacerdotes y de los
creyentes, un Dios que fuese una concepcion del cerebro~
humano, no era un Dios.


De aquí la sospecha de ateismo.
Sócrates tenia además la temeridad de levantar su copa


mbre la cabeza de Céres; trataba de esplicar los fenómenos
lel mundo físico por medio de leyes igualmente físicas;
lsí trataba sobre el dominio de estas divinidades, causas
'ácile~ y aptas para todQ, cvn cuya ayuda los Griegos
.cultaban su ignorancia, bajo un falso sentimiento de ve-


. leramon.
y los hipócritas es clamaron entonces:
«La ciencia ha destronado la religion: Torbellino ha


lestronado á Júpiter.»
No contento con dar á las divinidades nacionales otra


azon de ser, y funciones diferentes á las que se les atri-
luia, Sócrates quería purificarlas además de estas formas
~roseras que la ignorancia y la barbarie de los antíguos
:riegos les habian impreso.


Para separar la idea divina de estas ridículas imágenes,
3 veia condenado, apesar suyo, á negar la tradicion, la


.


~yenda.




336 LA SOB.ERA~L\
A los ojos de los beatos de todos los paises y de todos


los tiempos, es un crímen despojar al Sér supremo de la
cólera y las demás pasiones brutales que degradan la
misma humanidad.


Una hay sobretodo consistente en poner en duda, como
lo hacia Sócrates, estas relaciones sagradas que, bajo un
velo de ficcion, prestan á la divinidad las debilidades, la
intol~rancia y la fria venganza, que anima á los que le
sir'\en.


En sus discursos familiares, Sócrates se pronunciaba
contra la falsa idea de que las desgracias que sufren los
mortaJes sean la obra de Dios.


Compréndese el partido que los sacerdotes y sus sectarios
sacaban de esta opinion vulgar para mantener los pueblos
en la obediencia, á lo~ hombres en el temor, y para au-
mentar así, bajo el manto del terror religioso, la influen-
cia del sacerdocio.


Sócrates combatia esta manera de ser por medi? de un
raciocinio muy sencillo: siendo la bondad el atributo esen-
cial de Dios, seria una impiedad, una injusticia y una tor-
peza, atribuirle sentimientos que deshonrarian á un. hom-
bre de bien.


Debemos decir además, si hemos de ser justos, que si
Dios juzga prudente castigar alguna vez á los mortales,
este castib'o que solo tiene la apariencia del mal, se con-
vierte siempre en provecho para los culpables. (1)


Muy bien; pero era trastornar el sistema de las penas
y de las recompensas, sobre el cual descansaba la teología
.


de los Griegos; era al mismo tiempo, y por una consecuen-
-- -,-- _ .. _-~_._-~--_.


,


In La República de Platol1. libro n.




NACIO~AL. 337


-cia fatal, arruinar su sistema penitenciario; porque los
-dogmas se encarnan necesariamente en las leyes civiles.


S6crates iba mas léjos: no contento con combatir en
las creencias religiosas de su pais todas las invenciones
que tendían á degradar la divinidad, negaba los milagros,
las apariciones, y todo este órden de hechos sobrenaturales
que' tan íntimamente se unia entre los Griegos á la vida
comun, á su historia.


Héaquí su raciocinio:
Las apariciones nos muestran la divinidad bajo una for-


ma que no es la suya; es necesario, ó bien que la divinidad
se trasforme en ,aquel momento, ó que engañe nuestros
sentidos con una figura prestada.


En el primer caso, la cosa es imposible en Dios, ,un sér
tanto menos espuesto al cambio, cuanto mas perfecto es;
en el segundo, seria indigna de él, no· pudiendo con-
cebirse un Dios mentiroso.


Pífrfectamente: con un solo dardo de su génio filosófico,
Sócrates hace desaparecer en tal caso todas esas maravillosas
leyendas que llenan la historia y la fé de los antiguos pue-
blos. ¿Qué religion resistiria á semejante crítica?


, Lo que se relaciona mas íntimamente con el éxito ob-
tenido por Sócrates, fué la Reparacion pura, radical, del
pensamiento humano y del dogma; de la libertad de exá-
men y de la autoridad religiosa; 'de la raz(}n filosófica y
de la fé; separacion nueva en el mundo, particular de los
Griegos; que nunca hubiera podido producirse en ninguna
nacion asiática y que debia ocasionar mas ó menos tarde
la caida de las creencias nacionales.


Sócrates no era posible ma~ que en Atenas; es verdad
que entre otros triunfos, alcanz6la muerte.,


TOlJO It.




NACIONAL. 339
junto de las sagradas instituciones, una fuerza superior
á su misma voluntad, que hubiera paralizado esta re-
forma.


La historia nos demuestra que tales innovaciones son
vanas, imposibles; las religiones mueren pero no cambian.


El error de Pitágoras habia consistido en pretender
absorver los dogmas en su sistema.


Las religiones se transforman dentro de las religiones,
las filosofías dentro de las filosofías; pero entre la 'filosofía
y la religion no hay alianza posible.


El medio para que vivan en paz, ó al menos sin con-
tínuas luchas en el Estado, es separarlas.


Unidas se devoran: el razonamiento disuelve el dog-
ma, el dogma destruye el razonamiento.


En Atenas, los espíritus, las instituciones, las costum-
bres estaban preparadas para esta saludable -division.


AlIado- de la religion inmutable, oficial, se ,desarrolló
un "vimiento nuevo, el movimiento del espíritu filosófi-
co y del espíritu humano .


. Pero esta separacion costó la vida á un hombre.
Sócrates murió víctima del trabaio de separacion que


-obraba entonces en los espíritus; trabajo sordo, necesario,
que el politeismo, religion del Estado, debia afrontar con
teinor y con un furor sombrío, comocontempla un rey,
desde lo alto de su trono, el movimiento de sus Estados
~ ue se fraccionan.




CAPÍTULO ·XV,


ll.-La moral pública y las buenas cost.umbJ'el"l.


No habiendo escrito nada S6crates, no podemos entrar
en sus doctrinas mas que por las obras de sus discípulos.


Platon, que habia aceptado como suya la idea de su
maestro la inmortaliza en su estilo.


Platon es la encarnacion de la forma.
Era necesario que el pensamiento atravesara esta for-


n;la para llegar hasta nosotros.
Sirr Platon, sin algunos otros discípulos, entre ellos


Jenofasto, que ha precisado en sus escritos las inspiracio-
nes de su maestro, no conoceríamos á S6crates mas qua
por su suplicio y por las sátiras de los c6micos.


Seria un oscuro soñador, un loco, que la inmoralidad
de sus opiniones hubiera entregado sucesivamente al ridí-
culo y á la muerte.


Sócrates, lo hemos dicho ya, era estraño á la política de
su ti.empo.


Lo que pensaba era ona revolucion social.




LA SOBERANÍA NACIONAL. 841
Todo el mundo conoce la República de Platon, que 'ba


hecho colocar al maestro y al discípulo entre los utopistas,
pero es incontestable, en efecto, que en esta obra Platon ha
espresado las ideas de Sócrates, ideas mezcladas con mu-
chos errores pero que tenian al menos el mérito de ser
suyas.


Sócrates partió de este principio: la base del estado so-
cial es la multiplicidad de nuestras necesidades. "


Siendo cada hombre de por sí incapaz de satisfacer ais-
ladamente sus numerosas y complicadas' necesidades, está
obligado á acudir á los demás hombres.


De aquí nace un cambio de servicios, fundado sobre un
sentimiento de derechos y de deberes recíprocos.


De la multiplicidad de nuestras necesidades y de las
facultades diferentes que están llamadas á satisfacerlas,
nacen en el estado las profesiones.


De esta variedad de dones naturales, á la cual corres-
pond_n el órden práctico la division del trabajo y la diver-
sidad de las funciones, Sócrates, por .un error propio de su
siglo, deducia la division de los hombres en clases.


Segun esto, Sócrates tenia una idea justa de la armonía
social.


Habia reconocido la necesidad que hay de hacer soli-
darios los intereses, si se quiere establecer el órden en el
Estado.


«Es propio de la injusticia, dice él, engendrar odios y
disensiones donde seencu~ntra el órden, ellos producirán
sin duda el mismo efecto entre los hombres libres yesclt\-
vos, y los colocará en la imposibilidad de emprender nada
en comun.>.>


Lo que admira es, que un espíritu tan avanzado, haya




342 LA SOBERANIA
podido imaginar relacIones de justicia entre el amo y el
esclavo.


Bien es verdad que ha.y una justicia., pero no es la que
Sócrates ambicionaba: todo hombre pierde para sí la liber-
tad que quita á los otros.


Sócrates tenia no obstante el sentimiento de la ley que
debe presidir. las relaciones de los ciudadanos entre si; ha-
bia visto, que el amor es la raiz de la unidad: «y lo que se
ama es lo que se crea en comunidad de intereses consigo
mismo, y lo que nosotros pensamos que, con su maló su
bien, ha de hacer el nuestro.~)


Apesar de establecer equivocadamente, segun nosotros,
la division de las clases, Sócrates (preciso es hacerle justi-
cia) no daba á entender que los hombres debian estar en-
cerrados en límites' infranqueables, sobre todo, él no creia
que los intereses d~ una clase privilegiada d.ebieran gravar
sobre los intereses de las otras clases.


«Fundamos un Estado, no para que una clase ~icu­
lar de ciudadanos sea muy feliz, sino para que sea feliz el
mismo Estado, teniendo á la vista la felicidad de todos y
no de un pequeño número.»


La division de los hombres en clases, tendia, entre los
antiguos á una idea fisiológica; la idea de las transmisio-
nes hereditarias.


Sócrates, sin negar esta ley de la naturaleza, está muy
léjos de concederle aquel ciego dominio, dominio inmutable
que le atribuian los antiguos legisladores, Licurgo y el
mismo Pitágoras, sobre los destinos sociales.


«Vosotros todos los que formais parte del Estado, sois
hermanos: pero Dios que os ha formado, ha mezclado oro
en la composicion de aquellos de er.tre vosotros' que son




NACIONAL. 343


aptos parllgobernar á los demás, y que por esta razon son
los mas preciosos.


»Plata en la composicion de los guerreros, hierro y bron·
ce en la de los trabajadores y artesanos.


»Como todos teneis nn orígen com un, por lo regular
tendreis hijos que se os parecerán.


»8in embargo, d~ un~ generacion á otra, el oro se con-
vertirá á ve~sen 'Plata., como, la plata se convertirá en
oro, y así sucesivamente los otros metales.


»Diosrecomienda principalmente á los magistrados
ir con cuidado, sobre todo con el metal que se encuentra
mezclado con el alma de los niños; y si sus propios hijos
tienen alguna mezcla de hierro 6 de bronca, quiere ter-
minantemente que no se les guarde consideraciones, sino
que se les destine al estado que les conviene; entre los arte-
sanos 6 entre los trabajadores.


»Si estos últimos tienen hijos en quienes se nota oro ó
plata"-uiere que se eleve á estos al rango de los guerre-
ros, '6 al rango de los magistrados.»


Hay en estas líneas, que contienen el" pensamiento de
Sócrates, una verdadera mezcla de errores.


Sócrates reconoce el principio de la fraternidad huma-
na; bajo este concepto se levanta sobre las filosofías y las
constituciones antiguas; pero, rehusanlo á las leyes de la
generacion esta inmovilidad que la India les atribuía, re-
conoce entre los hombres desigualdades naturales, muy
ordinariamente transmitidas, que vienen á ser para ellos
la base de las' divisiones sociales. •


Aq uí está la injusticia.
El cruzamiento de las razas, los progresos de la eivili-


zacion que, despues de todo, no son mas que los progresos


"




344 LA. SOBERA.NíA
de la solidaridad humana, tienden á borrar entre 10. ciu-
dadanos estas verdades congénitas: las facultades particu-
lares sub~isten siempre en' sus relaciones 'con la division
del trabajo y con la diversidad de las funcion~s; pero para
continuar aquí la oomparacion tan bella como filosófica
de S6crates, el oro, la plata, el hierro y el bronce, tienden
á combinarse entre sí en todos los ciudadano$, de modo
que cada'uno participe del progreso de todos y que la ma-
teria humana sea igual.


S6crates desesperado por los males y por las injusticias
que asolaban las sociedades de su tiempo, apesar de la.s di-
versas fármas de gobierno yde las diversas instituciones po-
líticas, no veia ma.s que un remedio para estos males, el
de entregar en manos de los· fil6sofos el poder y la direc-
cion del Estado.·


¡Filósofos! ¿qué clase es esta'?
Los que contemplan la esencia inmutable de las cosas.
No colocando el poder político en la herancia, n~n la


fortuna,ni en el azar, Sócrates se mostraba superior á
las ideas gubernamentales de su tiempo; pero ·esta supre-
macia de la inteligencia y de la razonque queria estable-
cer, ¿estaba absolutamente conforme con la justicia'?


-Hermano, tú tienes mas inteligencia que yo; se de-
duce de aquí que yo deba considerarte como amo mio'?


-De ningun modo.
Los' deberes aumentan para el hombre en razon directa


de la estension de sus facultades.
· El primero de todos no es mas que el primer servidor


de los otros.
Un grado mas de intf~ligencia obliga á un grado mas


de abnegacion.




/




NACIONAL. 345
Nada hay aquí de que glorificarse, ni razon para esco··,


jitarlo como un medio de dominio sobre sus semejantes.
4Tú eres mas instruido 6 mas esclarecido que yo, pues


no me mandes: sífveme!
Es verdad que Sócrates es el inventor de este sistema.


que M. tuis Blanc se 4a apropiado últimamente: el Esta-
do-servidor.


Esta teoría fuera buena, si, reemplazando las bases del
poder, cambiáranse las condiciones del gobierno y la natu-
raleza de los hombres que gobiernan; por desgracia la es-
periencia prueba que no sucede así: sean cuales fueren las
manos en las cuales recae la autoridad, sabias ó no, vemos
al poder personificarse luego, aislarse de los intereses de la
masa y convertirse en un partido dentro del Estado.


Nada hay mas justo, mas lógico y seguro que la nacion
gobernada por la nacion.


La China nos presenta de algunos siglos á esta par--
te, el espectáculo bastante nuevo de una sociedad regida
por filósofos y letrados.


La libertad está allí por esto mas en vigor?
Ni siquiera es conocido S'Q. nombre.
Aun exigiendo de los que llenan las funciones públi-


cas, ciertas garantías de inteligencia y de saber, el pueblo
no reposaria sobre tal seguridad del cuidado de su go:-
bierno.


Toda fuerza, aunque sea legítima, tiende al abuso.
La filosofía quisiera tal vez confiscar los intereses que


le son estraños, 6 perjudiciales, 6 simplemente opuestos.
Hé aquí por· depronto la lucha·dentro de los elementos


de la sociedad, y seguidamente la injusticia.
P~ra que el gobierno no represente los intereses de una


TOMO 11




346 LA. SOBERANfA.


clase, sino los intereses de to.do.s, es preciso q ne el go.bier-
no nazca de to.do.s.


Sócrates habia encontrado o.tro. remedio. para las enfer-
medades sociales.


Pero en primer lugar ,¿qué -enfermedades son estas'?
La division y el antagonismo de los intereses.
«To.do Estado encierra do.s elemento.s que se hacen la


guerra;vel uno compuesto. de ricos, el o.tro de po.bres: yesto.s
do.s estado.s se subdividen aun en o.tro.s muchos, que co.ns-
piran sin cesar lo.s uno.s co.ntra lo.s otro.s.»


Acabar co.n estas divisio.nes, C0n este antago.nismo., tal
era el o.bjeto. de Sócrates.


«Es preciso. que el Estado sea co.mo un so.lo. ho.mbre.
»Cuando so.breviene bien ó mal á alguien, deben decir


todos á la vez: mis negocios van bien, ó mis nego.cios van
mal.})


Sí, ¿pero dónde está el medio. para que así suceda'?
Aquí es do.nde se pierde el pensamiento de Sócrates.
Franqueando el límite delicado. que separa la solidari-


dad de la co.munidad, la co.munidad de la pro.miscuidad,
no vé el remedio. para la divisio.n de lo.s intereses, ni vé
lazo. alguno para las relaciones de lo.s ciudadano.s entre sí,
si no. es la vida co.mun, en la mesa co.mun y, ¡cosa aun
mas grave! el lecho. co.mun.


Sócrates viene á parar en la abo.licio.n del matrimo.nio.
, Sus razo.namiento.s merecen ser co.nocido.s:
«Es preciso evitar to.do lo que tienda á dividir el Esta-


do, lo que sucederia si cada cual no -ofrece las mismas
co.sas que le pertenecen; pero que este aportase ála co.mu-
nidad una cosa, y aquel otra; si uno guardaba para sí todo
lo que podia adquirir, sin partir su po.sesio.n co.n nadie, y






NACIONAL. 347
si el otro hacia otro tanto por su parte, teniendoeada cllal
por separado sus mugeres y sus hijos, y CaD ellos los goces
y penas personales; mientras que con un mismo derecho
sobre lo que les pertenece, tendrian todos el mismo objeto,
y sentirán todo lo posible de una misma manera, la alegría
yel dolor.


Hay dos fuerzas, dos elementos, que las escuelas so-
cialistas no han podido aun combinar entre sí, es. el senti-
miento de las relaciones del hombre con sus semejantes .


. Sócrates afirma esta relacion, pero, por un esceso del
cual no saben siempre defenderse los mas grandes ingé-
nios, le sacrifica toda personalidad humana, toda libertad,
toda moral.


La comunidad (1) de los bienes, de las mugeres, de los'
hijos, algo parecido al estado natural, peor aun, era el
ideal hácia donde retrocede esta admirable inteligencia
que desvía su propia fuerza.


No mas familia:
«Los niños, á medida que nazcan, serán entregados en .


manos de hombres ó de mugeres reunidos, que habrán sido
elegidos para el cuidado de su educacion.»


No mas matrimonio:
«Todas las mugeres serán comunes de todos.»
No mas propiedad:
«Quiero que ninguno de ellos posea nada propio.
Quiero que vivan juntos, como guerreros en el campo,


sentados en mesas comunes.»
Lo que seria una tal sociedad, cuyos miembros todos se


verian confundidos, donde nadie se perteneceria, donde


(1) En la idea de Sócrates y de Platon, esta comunidad tan profunda no de-
bia existir mas que entre los ciudadanos de una misma clase.




:1l8 LA. SOBERA.NIA.


seria desterrado el' sentimiento qel yo y' del tú, y la dis-
a


tincion de lo mio y de lo tuyo, lo deJa.mos al j nido de los
que nos lean.


Gracias á estas insensatas teorías, los ciudadanos se con-
vertirian en una especie de fantasmas cambiando de' forma
entre ellos y metamorfoseándose los unos en los otros,
eomo losoondenados del Dante, en el sétimo valle del in-
fierno.


Las imputaciones de absurdo, de barbarie, de inmora-
lidad, que los armgos del óraen dirigen á las utopias de los
sociali~tas, aun de los mismos comunistas J no se fundan
mas que en lo que atañe á la Repúhlica de Sócrates.


Todo en el Estado, todo para el Estado.
Sócrates cae aquí en la exageracion de Lic.urgo.
A esta divinidad política, á este sér ideal, sacrifica los


lazos de familia, las delicadezas del corazon, los misterio-
sos atractivos del sentimiento.


No vé ya en el amor, en las relaciones de los dos sexos,
mas que una funcion social, cuyas ventajas todas convier-
te en interés com un.


«Los ciudadanos escogidos tendrán mas que los otros;
la libertad de acercarse á las mugeres y de elegir entre
ellas las que les parezcan bien, á fin de que su raza se mul-
tiplique cuanto sea posible. »


No mas deberes particulares, nada mas que un ciego.
y brutal concurso para el perfeccionamiento de la especie,
para el acrecentamiento y prosperidad del Estado.


Un ingénio tan forII\idablemente lógico no debia dete-
nerse en tan buen camino; debia minar toda distincion
natural, radical, que pudiese convertirse, dentro de su sis-
tema, en un obstáculo para la unidad.




NACIONAL .. 349


Acaba de borrar las personas, y quiere borrar los sexos.
En el sistema de Sócrates, la muger no es mas que una


máquina para dar hijos al Estado, comun de todos, que
comparta con el hombre «la fatiga de las vigilias, 6 de la
caza, como hacen las hembras de los perros, la educacion, los
cargos públicos, los honores de la guerra y de la paz, la
guardia del Estado.»


Sócrates no habia visto que esta asimilacion deJa mu-
ger á la hembra.de los animales era precisamente lo que
condena su sistema.


La division de los sexos existe apenas moralmente en
el estado natural; es propio .de la civilizacion diferen-
ciar el hombre de la mager, y diferenciando el uno y la
otra, los une mas estrechamente.


«No conviene que el hombre esté solo, dice Dios en la
Biblia. )


y crea á la muger; pero si esta muger hubiese sido lo
que Sócrates quería que fuese, semejante en todo al hom-
bre, dotada absolutamente de ·las mismas facultades, COlli-
partiendo los mismos ejercicios y los mismos deberes, con
tal compañera, el hombre todavía hubiese estado solo.


Que esta soledad á dos haya existido en el orígen de
las cosas, es indudable, pero la obra de la civilizacion,obra
fecunda, ha consistido precisamente en enriquecer, poco á
poco, al hombre y á la muger, con un sinnúmero de opo-
sicionesy contrastes que los han unido al dividirlos ..


Lo que el hombre busca en la muger no es una sombra
que doble su vida, es un sér que la complete.


Aquí está la razon del matrimonio.
El hombre es, físicamente hablando, mas fuerte que la


muger; Sócrates, partiendo bajo este punto de yista, vá á




350 LA SOBERANIA


parar á la desigualdad de la muger respecto al hombre,
pero á la uniformidad de las funciones entre los dos sexos.


Precisamente lo cierto es lo contrario.
La muger es igual al hombre, pero ella es muy dife-


rente, y en esta diferencia de medios, de funciones y de
deberes, es de donde saca la razon de su igualdad.


Ya se ha visto de qué medio se habian valido los cómi-
cos para burlarse de las ideas de Sócrates: no era aquí la
novedad de las doctrinas la que se prestaba al ridículo, era
el absurdo.


Praxágoras (una muger libre.)
«Comprendo que todas las mugeres sean comunes y


hagan hijos con todo hombre que lo quiera.»
Así entregaba Aristófanes á la burla del público de


Atenas las aberraciones del filósofo.


Hay dos puntos de vista para juzgar á Sócrates.
A los ojos de sus contemporáneos, era culpable; á los


ojos de la posteridad, era inocente.
Lo que los contemporáneos han visto en las doctrinas


de Sócrates, es la sombra inherente al pensamiento huma-
no, es la enfermedad del espíritu que se desvía en la in-
vestigacion de la verdad: lo que han condenado, es la in-
moralidad de una doctrina que confundia los sexos, las
personas y las propiedades en una misma gamella:


Lo que la posteridad absuelve en Sócrates, es el móvil
que ha colocado su pensamiento sobre la huella de una re-
pública imaginaria; á los ojos de una sociedad en donde la
escesiva riqueza de los unos insultaba á la escesiva pobre-
za de los otros; donde el uno poseia vastos dominios y




NACIONAL 351
donde otros no tenian para hacerse enterrar; donde uno
arrastraba en pos de sí un sinnúmero de esclavos y donde
elotrc no tenia un solo servidor, se comprende que S6cra-
tes creyese poner remedio á un estado de cosas tan aflicti-
vo con la comunidad de bienes.


Esta solucion es la primera que se presenta á la ima-
ginacion de los hombres. á quienes sublevan las desigual-
dades socialás; no porqu~ sea la mas fácil de poner en
práctica; sino porque satisface, al menos, un seniimiento
de humanidad.


Lo que la posteridad admira en S6crates, es que, equi-
vocándose alguna vez en la aplicacion del principio, ha
descubierto, afirmado, proclamado, esta grande ley de soli-
daridad social, que hace de todos los ciudadanos una mis-
ma familia; que une los intereses"particulares al interés
general, que asocia á los miembros del Estado en una per-
fecta comunion de trabajos, de deberes y de bienestar.


Donde S6crates se muestra grande, es en la crítica de
las formas de gobierno que se han establecido sobre las
sociedades antiguas y modernas.


No quiere la. oligarquía:
<~Considerad, en efecto, nos dice, lo que sucederia si en la


eleccionde pilotos solo se consideraba el nacimiento, yqueel
pobre, por apto que fuere, no pudiese gobernar el timon.


Las naves serian ~mal gobernadas; lo mismo sucederia
con .el Estado.»
Convien~ hacer observar que Sócrates, este génio ante


el cual se prosterna la filosofía; esta lumbrera, este semi-
dios, no hubiera. sido entre nosotros elector, ni elegible.


Su pintura de la tiranía es impresionable: nos enseña
nna ambicion de nacimiento surgiendo del gobierno po-




352 LA SOBERANIA


pular, halagando á las tro~as, hartándolas de víveres y de
favores, apoyándo~e sobre la fuerza, sobre los procesos, so-
bre las luchas de partidos, viviendo sobre el teso~o público
con sus favoritos y sus cortesanas.» .


«Pero qué, si el pueblo se irritaba al fin, y le decia que
no es justo que un hijo, ya grande y robusto, esté bajo el
cuidado de su padre (el pueblo); que al contrario á él le
toca procurar por el mantenimiento de su padre; que no lo
ha formado y educado hasta tal edad para verse, luego que
él fuera grande, esclavo de sus esclavos, ypara mantener-
lo con toda esa porcion de estranjeros sin reconocimien-
to ; sino para. ser emancipado bajo los auspicios del yugo
de los ricos y de los que llaman en la sociedad las personas
decentes; que así le manda retirarse con sus amigos, con
el mismo derecho que un padre echa á su hijo de su casa
con esos turbulentos compañeros de calaveradas.


»Luego, por Júpiter, el pueblo verá qué hijo ha engen-
drado, acariciado, educado, y que los que pretende echar
fuera son mas fuertes que él.


»-¿Qué dices? ¡cómo! el tirano se atreveria á hacer
violencia á su padre (al pueblo), y hasta á pegarle si no


I


cedia?
»-Si, porque le ha desarmado.»
¡Admirable alusion á Pieístrates, á Pericles, ó á . cual-


quier otro!
Donde Sócrates no es tan feliz, es, cuando en vista de


las divisiones que reinan entre los ciudadanos, no encuen-
tra mas remedio á sus males que una comunidad filosófica,
bastante parecida á la comunidad militar de Esparta.




NACIONAL.


Lleguemos á los hechos)materi~les del pr~ceS()..~~ ¡;, '¡-',
Luego que el ootÍlplotJíúbo est&llado', ros amigoS 'd'6 91\.;-


eratas se prepararon para-la de'fetisa~' -
Lisias, el abogado mas hábil de su tiem¡¡m, le llevó un


discurso escrito segun todas las reglas del arte.
Sócrates lo leyó. ' ,
Lisias le pidió, -su parecer ~: ,;
-Está 'bien ;kééliC1,reSpGndió 'Sócrates.
·...;...Lueg(),:I,OS ser-vireiS d'8 él'? .'
--:-Nó.
-¿C6mo se esplica que mi discurso sea bn:eno y q'tte: os


sea inútil?
-Es muy sencillo.
Un escelente obreropodria traerme 'unos zapatos mag-


níficos, bordados de oro, á. los cuales no 'faltaradtrá 'cosa
mas que viniesen bien.


Lo mismo pasa con vuestro trabajo, amado Lisias.
Vuestro discurso está bien hecho; perto no ttte~a:lil1. "
El mismo Sócrates compnso el discursó qúe dJébra '151'0-


nanciar ante los jueces.
Los dos oradores se colocaron bajo unpante 'de Vista


completamente diferente; Lisias queria defender la persona
del acusado; Sócrates quería defender swd~rina.·


El uno hablaba á los jueces; el otro hablaba á la huma-
nidad.


, El ,mismo Platon, muy léjos de justificar á su maestro
de los capítulos de acusacion que pesaban sobre él, Se diri-
ge á demostrar la falsedad de las'ideas que 'el vulgo, hasta
los sacerdotes, se formaban de la divinidad y de los de~
que debemos ren4irle. La defensa de Sócrates, que Platon
noS ha conservado, 'se redu,ce 'á esto:


TOMO U.




354 LA SOBERANIA


»Yo cleoenDios~ per-& 0~~n-un,~Dios diferentedel;v~es­
t1»; yo tengo Jma. ~elig~9D, ,pa.m: ~~il'~lig¡on npes: la ¡vues-
tra; yo profeso y practiCl.l-um 1I*'s,1, pero esta, moral no ~
la q ne vosotrO$ :prof~sais ¡le PJ~ticaj~. )


Nadie dudará ql!8 ~e·sis~n¡~.de defensa Uel fuese es~
tremadamente débil.


. ' .. -


Es evidente que la acusacion era f(u~dada; para des-
truirla hubiera sido necesario. acudir á memqs::que .. r.epug-
nan sieÍnpreá la dignidad ,de u.njefe de escue~,~:lamo­
ralidad de un sabio, á la conviccion de un filósofo,; hubie-
ra sido necesario desertar 'de estos principios de eterna luz
que ha'n hecho de Sócrates el precursor del cristianismo.


¿Culpable'?
S¡, 00mo ciudadan~,d.a Atenas; pero, es el-mismo crimen


del ciudadano que hace. aquí la gloria, del filósofo.
Inocente, Sócrates no hubiera sido mas que un·vil pa-


gano, UD,.: a¡Q.orador de los pri vilegios de la socied~d an ti -
gua, un,e~l4vo·d&Ja ~eeesidad social. ..... '


Se comprende q~ no'hubi~a. ·ganado D,adaju~tificán­
dose.


El crimen de Sócrates en el pasado, proclama su jno-
ceneia en el porvenir.


El dia seB~lade, se instruyó el proceso en forma; las
partes; comparecieron ante los jueces, y Meliton tomó la
palabra.


Conocia el arte de dar á una acu~acion colores sombríos
é .' impresionables ..


: ... ~t~ requisitoria produjo una grande im·presionen, los
jue~~\ ;:' ',.


El mismo S6cratesquedó trastornado'; ~cofaltó 'para
que se colocara de parte de su adversario, y se desconode-




NACIONAL.


ra á ~í 'mismo hasta el punt1> deconsiderarsellJ1i ~B@.igo
de los 'dioseg y ae~ -~hombres,uha' peste, fIna plaga'pli-
bliliiL'· ,:. .' .


El primer capítulo' de acusacion se referia, como hemés
dicho, á la moral pública.


Sócrates ·bnsétt· con Una :cu-riosidad impia lo que pasa en
los cielos y en el seno de la tierra .


. No 'recono'eeá.'llos dioseS'que sti patria rev6rene-ia.
Trabaja 'para introducir nuevas' diviBi-dades ; ·dá á 10s


misterios, á los símbolos, á los dogmas, 'un sentido 'parti-
cular,-que difiere de la interpretacion consagrada: por el
uso; quiere cambiar la: fé del género h~mano; sustituye
la autoridad religiosa, que se impone, con la 1ibe~taa de HI.
tazon que examina. . , ,


El segundo capítulo se referia á la moral pública.
S6bratescorrompe la juventud, constituyéndose por su


propia autoridad; en el censor y reformadora-el Esta~,: 'cre-
yendo introdúcir anlas concienciasuria·moral nueva, -hija
de dogmas nuevos; inspirando el desprecio d'e: l-as leyes y
del 6rden esta ble'cido; atacando las ve~erables' baS:es sobre
la!; Ct1áles, descansa la sociedad ; la familia y 'la 'propiedad.


Cuando Méliton hubo terminado, Anito:<y Lioon'vinie-
ron eÍlsu ansílio; apoyaron la necesidad d~ 'vengar la mo-
ral pública ultrajada.


Anito dijo á los jueces, 'que 6 nodebian haber enviado
elaeusadO á su-tribunal, ó que debían hacerle:tnorÍ-r, pues-
to que;si'~ra absuelto; sus discípuÍos: se' adheririan mas
á' sil . do&tri¡á'~ . , , . .


Sócra tes no hizo un discurso' de defensa, hizo, :como -lo
dice elmigm&Platon, una apología. c";'


Solo los culpables se defiendenr




2.56 LA iOB~R.~NIA.


~r~ ll<{ .Qbsfa"n.te' lln " (jplpo~~~ta tribunal e~ que debía
j ~zg~r á S~rates; s~ cQmpoIl¡a. de, qlli.Di~O$ jueces.


Jamis la jus~icia humana habia desplegado tanto apa"\
ratp, y ta~ta ~~lfIm:p.idad, \~raco~eter uno de sus errores
mas memorables.
~,' " .!


Pase~<lo Sócrates una tranquil~ ~~a.d~ por su ,alrede-
dor, dijo:
«Compare~co ante este tribunal por ,prhnerav.ez en mi


vida, aunque tengo mas de setenta años: aquí el estilo, las
formas, todQ es nuevo . para. mí.


» Voy á ~hablar una leugua estraña; la unica gracia que
os pido e~ la de estar ate:utosmas bien á mis razones que
á mis palabras.


»Vuestro deber es el d~ discernir la justicia; el mio el
de deciros la vel'dad.»


Dasp.ues de haber rechazado con f~e.rza la acusacion de
impiedad,. continuó:


_«Se me ~.cusa de:porromper á los jóvenes, y de inspi-
ravle~ máximaspeljgl'O$as.


: »Atenienses, -voSQ,tros sabeisque,nuij,ca.· he hech<t una
profesion de la enseij.anza; la envidia, por enemiga. que me
s6a, no me echa encara. haber vend~do mis lecciones!


-- »Para"esto tengo. un testigo á quien nadie podrá desmen-
tir: mi pobreza.»


" Hace una'suscinta exposicion de su do~trina: .:
«Si hablalasí .es corromper la juventud,confieso, Ate'--


menses, que.soy culpable, que :mere~oo sel'castigado •..
»Juzgad COlno os plazca, Atenienses; pero yo ni "j)ue.OO


:arrepentirme de mi conducta, ni ~ijlpia.rla ..
»Me es imposible apartar de mí,ó interrl1mpir una fun-


-cion que el mismo Dios me ha' impuesto.






NACIONAL.


»Lu&go., es él q~ien m~· ha confiad{) el cuidad<? d~'.ins-
truir á mis conciudai3lBOS~ '·e ",f


, :»Si despues de·' haber :gnard~do i fielmente y sin ,tomar
todos los .puestas donde. fuá· CQ1G0~do :por n1l8stros. genera-
les, en Potidea, enAmfip()lis,~n Delio, el miedo de la
muerte me hiciere :aho~a abandonar. el en que la Provi-
dencia me ha:col09ado, 'lDf\ndán~om& pasar mis dias. en el
estudio de la filQ8pfia, par.a.. ,mL. propia instl':t¡ccion y . para
la de los demás, fuera en verdad una desercion muy cri-
minal, y que merecería que se me citara ante eltribunal
CQmo un impío que no c~eeen los dioses. . ' ..


»Au.p: cuando. estuvieseis, dispuestos á absolverme, con
11 condicion de que en adelante guardara silencio,yo
os contestaria sin vacilar: Atenienses, os respeto y os amo;
pero antes . .obedeceré á Dios, que á vosotros; mientr~s me
q nede un soplo de -vida, no cesaré de dedicarme á la. filoso-
fía y de levantar la voz en nombre de la verda~, d~ la sa-
biduría; . .no eesl;ll'é de decir á los hombres: ¿no os avergon-
zais de no .pensaren. otra cosa mas que-en acum111ar rique-
zas, adquirir glori~, crédito. y honor~s, mientras q1l8 os
olvidais de vues~a alma?t)


Era un bello espectáculo .. ;
.. &)eratas pronunci~ estas palabras con· un tono .firme é


intrépido.
:, .B1l8cab~I1 eu él al a0:uaado, PSX{} ,ni sugesto-, nisu:·ros-


tro, tenian el carácter de un hombre colocado bajo el peso
de: ~nJl;~a.Qion capital.; I l· ..
P~re.~¡ju~d.e. su~ju~e&s .. :.
Loql1.~ aOIl$~~yf 14r .. grap~lt: y ,la aut{Jl,idail d8.,fIJÍfl


d.efensa es. iClue ~Cla~es"llo se:.Qirigi~ al tribunal; se :diljgía
á la posteridad.




358 LA SOBERANU


Era' un bello espeetáeule/pero' estába muy léj~g·de res-
ponder á los cargos que se le impu48j~j¡i .'. ( :~'" . .~; ..


Para justifieMsé,:hú:'bmrlt;¡SidOlneuésMió"'ql1é'>SÓdtates
deTft()~\ta!a .'~\\~len:t\1.1\;16~"b. d.~' e~\\~~ ·eu't\ .. ~~~ ·:%~i.in.a
religiori' ;delEstftdo, ' 'Una ¡ IDo:rail detEstad:o, se, pUed~ pénSár


¡ibMoieIilewe 8slal'eligiria, . ele, e§tll(/tndMrl,' y: prrólletlJ! / jo
quela~ leilas· se pietisa sin trastornar ·elór'den, sin provo-
car,· eil ¡un porvenir mas 6: 'menos cercano, unarev&lu-
. . ..


Clono "


. ';Yprecisamente esto es- lo que Sócrates no hizo.'
Este proceso di6 á Sócrates ocasion de 'esplicarse sobre


dos particularidades de su vida: el oráculo de la Pitia, que
le habia··declarado el mas sabio'de loshombres,y la asis ...
tenéiade ,su demonioCamiliar.. . ,


;. «No son'Ias'ctiiutttnias de Meliton y de Anito) las que me
costittárila vida; es ·el ódio de esos homb~s 'vanos ó injus-
tos:, :cuyaignoranciay cuyos viéios ·he' desenmascarado:
6dib que ya ha hecho perecer á . tantos hombres de bien y
que :hará perecer á' tantos ;()tros-;'porq'11e nC)' debo'vanáglo-
riarme de que se estinga sobre mi sllpUeieL. '


» Yo me he acarreado este 6dio,: 'al querer penetrar el
sentido de una respuesta de la Pitia.


'))(Sófocles es sa.bio ,Eu.rí pides es justo ;\Jero :Sóerates es
el mas sabi<J de todos los hombres.)>>


Aquí los jueees hicieron estallar su indignaeiOÍl por
medio de murmullos.


»Admirado de este oráculo, dednge :que la sabilluria no
pertenece mas que á la divinidad, y qtÍe el·orÁcuÍo, ,al ci-
tarmet:por'ejemplo, ha,querido demostrar que el In3ssabio
de lQghotnbres es aqn'el' que cree· que· su sabidliría es'
nada. »




.' NAQ.lONAL.


Es'de notar que-'¡6n el momento en ·que toda.~ ;l.~SA in-
fluencias sacerdotales de Atenas se dirigian contr~ ':!utl


,


hombre para perGlerle y parra acusarle, este hombre,UQ.:ha-
bia estado un instan~, á cubierto mas que bajo la:protec-
cion de un oráculo,. baj() el velo de llna mugtlr, . que· mez-
clada tambien pors'u carácter sagrado,. en la. religiQ:uy en
los misteriosos ritos de lO$gr~oa, no dejaba de rendir home_
naje al progresO(1·itlaj:JiStioia~eIl ,l&,personade Sóorates.


Continua Sócrates: •
«f'e' 'me ; censura, . que· no :haY3i. ~asistido j.amás:~ ,á,' las


asambleas : del ,pueblo para dar mis 'consejos ála;Repú~
blica.,· "


»Lo que m~ lo ha impedido, Atenienses,es unaesp~e,
de voz diviIlQí de la ;cual mehabeis' oído h~blar tantas V~­
ces,' ., ,de la cual, Meli ton, ~ Jllanetade ¡chanza, ha he~ho
un capitulo 'de aeusacion en oontraínia. ! . '


·»Este fenómeno estraordinario: $e me ha maJlife~tado des,"
. .


de mi infancia; eSl1Da,'YOZ que solo se deja oir' pBí'a de$-
viarme de lo quey'o he resuelto; pues'que·nuuea me'im-
pele á emprender nada. ',~' .,


»Ella es la que siempre se ha opuesto -á que meentrome-
tiera en 108 negocios de la República; y se. ha-opuesto ~p.
mucha. oportunidad; ·pGI'qu~; sabed ., bien. q u,e. hace mueho
tiem.po·que:)la no es~a¡aia, oo:n:vida, si me" hnme.l'a mez-
clado en los negocios detgobierno,y n~d~ -hubiera gana-
do, ni para' vosotros, ni para mí.)


. Sócrates se imaginaba" recibir inspiracionesdivmas,
oir una VOZ¡ oreja ejeJ:4er BfiwfJ. 8ilí$:/di8cíPl1}(JB'lbMtlJ, $~­
bre los estraños, influencias. 8Oinetjdas. á SU xoluntad~¡.; .:


.' ,Les hacia.1>tnsar·y obrar:pol medio de una espe<Jie de
magnetismo.q ne le era pro~ió. . ," .




360 LA. SOBRltANIA.


',' • AIg·una vez haciapI'e-d~iénes qU& ;'61 suceso· reaU-
zaba. ".


"Esta creen~ia,porlIl~~;)ifl~lla;·.:.qll~ flles~, Ó t¡D.ejor, á
causa de :su mismaJBgmtttidt.d1,&sémejabaá Sócrates á los
niños; en una .pa,.lábra~;á'la<dem~r8lOia.


, El carácter del pueblo.:es la·ioo06llcia.,::ltl ,ré;: elearác-
tel de: ¡liS :ánstoGramas es el $SOOptioismo., ,; . '; : '. ,'.


Sócrates, á los ojos de susCoIiciudadanos,--e~\'lm semi-
profeta.


:, No se anuncia, como los'·Enviados que en la India y en
las otras comarcas del Asia, se deeian los ministros inme-
diatos de Dios, que les habia delegado sus poderes, no; las
creeneiag de gu tiempo, la libertad· ({ueera el fondo de su
sistema', no le hubieran: permitido cu.brirse' a..:un carácter
sagr-ad&; 'de una ~aútoridad superior á la razon humana.


Pero apoyando las bases de su dootrina en' la tierra, no
deja ,de pres~ntársenos dentr-ó un claro oscuro religioso,
en el último límite de la naturaleza, en el punto de inter-
seccion del pensamieut<> humano,' y del pensamiento di·
vinoj entre la filosofía y la inspiracion.


,Es nnatraetivo mas; que S6erates tal- 'Vez ha querido
darse; atractivo qu.e.filé' a,yudado, en todoeaso, por los
mistelios de su prganizacion eseéntrica. '


Sócrates; termiilósu discurso' oon perfeota,dignidad:"
"«Por ,lo demás, .Atenienses,en el peligro estremo que


corro, no imitaré la conduota d&:muchos diudadailos, que,
en menor peligro, han suplicado á.'811s,jueoos·eon lágrimas
yhanhechoeompareoer aquÍ-r,ásushijos,.á sris padres ,y: á
sus amigos·implorando perdon.'


»Polvuestro honor y pOI' el de la ciudádeníera., es pre-
ciso que se sepa que teneis ciudadanos que no consideran






N AC.i.OSAL ~61


la muerte como un mal; que solo dan este nombre á la in-
i usticia y á la infamia.


»A mi edad y con toda mi reputaélon, verdadera 6 falo
sa, ¿debería desmentir, por medio de un último acto de de·
bilidad, los principios de mi vida entera~


»No se debe suplicar al juez; es preciso sufrirle 6 COl1 .
vencerle.


»El juez no está sentado en su sillon para dar .gusto ú
sí mismo ó al acusado, sino para obedecer la ley.


,)Si me absolviérais sin estar persuadidos de mi inocen·
cía, . cometeríais un perj urio; unos y otros lastimaríamos
entonces lajusticia, la religion, y seríamos todos culpables.


)No espereis pues de mí, ciudadanos, que apele cerca
de vosotros, á medios artificiosos, 6 á súplicas: esto seria
confirmar la acusacion de impiedad formulada contra mi
por Meliton.


»Yo seria un impío si os incitaba á hacer traicion ;~.
vuestros juramentos.


»No'eseste mi pensamiento.
» Estoy mas persuadido de la existencia de mi di vinídad


que mis acusadores; estoy tan convencido, que me abando-
no á vosotl'OS y á Dios, para q ne me juzgueis segun vues·
tra conciencia.»'


Parece que este tono de inocencia. y de firmeza de.8c¡,·
gradó á los jueces.


El juez, dice Quintíliano, ódia la tranquilidad de.l
acusado como tiene derecho de vida y muerte, exige siem-
pre que se le'trate con esta sumision temblorosa que se US;í.
con todo lo que se teme.


Sócrates fué declarado eu ~pable por una mayoría (~L
treinta votos.


TOllO 11.




:~62 LA SOBERAN lA


La mayor parte de los historiadores tratan muy mal á
aquellos pobres jueces, á aquellos honrados paganos que
sentenciaron contra la inocencia de Sócrates.


i)La mayor parte, dicen, eran gentes del pueblo, sin
luces y sin principios~. »


Personas esclarecidas no lo hubieran hecho peor.
Mientras haya una religion del Estado, una moral del


Estado" todos los que quieran introducir el progreso en los
dogmas y en las instituciones sociales, serán víctimas de
la ley; la sufrirán hasta el dia en que la idea nueva, pro-
pagada por los tiempos, llegue á ser mas fuerte que la ley
misma, y aniquile la sentencia de los jueces dentro de la
sentencia de la opinion pública.


Para absolver á Sócrates, era preciso que sus jueces se
hubiesen colocado en nuestro punto de vista; que se hicie-
sen ciudadanos del porvenir.


Es mucho exigir de un tribu:cal.
Los hombres que condenaron á Sócrates, no tenian mas


que una falta, la de creer demasiado ciegamente en la le-
tra de su religion.


Despues de tantos errores parecidos, despues de tantos
otros juicios, vacilamos sobre si debemos considerarlo como
un crímen.


Bajo el punto dA vista de las leyes, bajo el punto de
vista de la moral religiosa, como la entendian los Griegos,
S6crates era culpable.


Combatia en las creencias de su tiempo casi todas las
invenciones humanas que tendian á degradar la divini-
dad; pero estas invenciones formaban precisamente la base
del dogma, la base del culto y de las ceremonias públicas.


Si los hombre~ que le condenaban, ya no creian en






NACIONAL. 363
Minerva, ni en Vénus, ni en Juno, ni en Saturno, ni si-
quiera en Júpiter; si han encubierto bajo la hipocresía re-
ligiosa resentimientos personales, 6 intereses alarmados,
en hora buena.


Que sean deshonrados!
Si su fé todavía era síncera, si creian vengar á los dio-


ses y á la moral, amenazadas por audaces innovaciones,
quién no hubiera hecho lo mismo en su lugar'? •


y no obstante el porvenir no les ha perdonado aun.
Para su tiempo el impío es S6crates; para el porvenir


lo es la sentencia de sus jueces.
Segun la jurisprudencia de Atenas, era preciso un se-


gundo juicio para dictar la pena.
En la acusacion se pide la muerte.
S6crates fué avisado por el presidente del tribunal que


tenia derecho á pedir que se le conmutara la penaen la de
multa, el destierro 6 la prision perpétua.


« Atenienses, esclam6, para no teneros suspensos por .
mas tiempo, puesto que me obligais á fijarme yo mismo
lo que merezco; me condeno por haber pasado toda mi vi-
da en instruiros, á vosotros y á vuestros hijos; p(}l haber
olvidado intereses domésticos, empleos, dignidades; por
haberme consagrado enteramente al servicio de la patria,
trabajando sin cesar para hacer virtuosos á mis conciuda-
danos; me condeno, digo, á ser mantenido el resto de mis
dias, en el Pritáneo, á espensas de la República.»


Al oir tales palabras se enfurecen los jueces y sé pronun-
cia contra S6crates la sentencia de muerte.


Algunos moralistas han criticado esta respuesta; han
creido ver en ella el orgullo humano.


Es fuerza decir que en la situacion de S6C1'ates, pedir




364 LA SOBERANIA


:i.'na disminuacÍon de pena, era reconocerse culpable.
El no podia hacerlo.
No es esto todo: es evidente que Sócrates estaba preo-


eupado por la idea de tener un buen fin.
Queria despues de una vida llena de sacrificios, dejar á


su nacion el solo ideal que faltaba aun entre los griegos~
01 de un sabio muriendo por su idea.


Esta, ocasion se le ofrecia por inícua sentencia de un
odioso proceso y se guardó bien de perderla.


La mayor pena que hubieran podido inferirle sus jue~
ces, hubiera sido la de condenarle á vivir.


Afortunadamente para las ideas nuevas, el Miedo, el
Odio, la Envidia, esas divinidades de] viejo mundo no cas-
tigan nunca á sus enemigos con la clemencia.


Sócrates salió del tribunal para entrar en la cárcel.
Al dia siguiente á su j nicio, el sacerdote de A polo colo-


c6 una corona sobre la popa de la galera que llevaba.. todos
los años á Delos las ofrendas de los Atenienses.


Cuando llegaba la época de esta ceremonia, una ley or-
denaba que la ciudad fuera pura y prohibia ejecutar sen-
tencia alguna capital, antes que la nave no hubiese vuel-
to á Atenas.


_Alguna vez el viage duraba largo tiempo, mucho mas
cuando los vientos le eran contrarios.


Esto hizo que tuviese lugar un intérvalo de treinta
dias entre la sentencia pronunciada contra Sócrates y su
Jnuerte.


Durante este mes de retardo y de penosa espera, la fir-
Dleza de Sócrates no se desmintió.


Distribuyó aquí y alli joviales respuestas y sentencias
2dmirables, sobre el desprecio de la vida, sobre la inde·-






NACIONAl. :les
pendencia del justo, que la injusticia de los demás hombres
no puede aniquilar, sobre la libertad que se esconde detrás
de la muerte.


Pronunció sobre todo una grande espresion:
«Anito y Meliton, dijo, pueden matarme; pero no pue-


den hac~rme daño.»
Esta sentencia es el consuelo de todos los que sufren y


luchan por una idea.
La impotencia de la compresion, aun cuanao vaya.


hasta la muerte, la impotencia del suplicio) la impo~eneo
cia de los cerroj os, es la eterna desesperacion de los go-
hiernos y la eterna esperanza de la libertad.


Es, propio de los hombres perseguidos por una doctrina,
quitar 1a ignominia que la justicia política dá á los sitioFl
V á las cosas de su dominio .
..


La cárcel con Sócrates, no es la cárcel.
Uno se sacrifica por lo que ama; Sócrates se sacrificó


sin esfuerzo por la verdad.
Era además una idea, de antiguo muy familiar entre


los filósofos, que toda doctrina nueva para crecer y echar
raices en la humanidad, tenia necesidad de implantarse
sobre la muerte .


. Mientras tanto, regresaba la nave que se habia enviad.o
{l. Delos.


Rócratts.


({Qué nueva'?
Criton.


»Parece que la nave debe lle.gar hoy, segun dicen las
{S'entes Begadas de Sanion, donde la han dejado.




366 LA SOBERANIA.


»De modo que no puede menos de llegar hoy mismo, y
mañana por la mañana, Sócrates, habrás de abandonar la
vida.


Sócrates.


» En hora buena, Criton; si tal es la voluntad de los
dioses, que se cumpla.»


Criton, su discípulo, Id comunicó que habia preparado
su evasion; que las medidas estaban tomadas para la no-
che siguiente; que una pequeña cantidad seria suficiente
para corromper á los guardias é imponer el silencio á sus
acusadores; que se le arreglaria en Tesalia un retiro hon-
roso y conforme á su gusto.


Sócrates habia rehusado la vida que sus jueces le acor-
daban, dejándole árbitro de la pena: de igual modo rehusó
la libertad que le ofrecian sus discípulos.


El filósofo se rió de semejante proposicion, y se contentó
con preguntar á Criton si conocia algun sitio fuera del
Atica, donde no se muriese.


Sócrates quiso adormecer su alma en la poesía.
La víspera de su muerte compuso un himno en ho_nor á


Apolo y á Diana. . '
Circunstancia notable: el último pensamiento del filó-


sofo fué para un esclavo, para un fabulista, un pobre petate,
que en aquella antiguedad fastuosa y soberbia, representa
todas las desgracias de la naturaleza y de la condicion so-
cial; antes de morir, Sócrates puso en verso una fábula de
Esopo.


Feo, diforme, contrahecho; uno de los efectos de la
esclavitud, es el de degradar el físico del hombre y de aña·
dir á todas sus demás miserias, la miseria de la fealdad.




NACIONAL 367
Este pobre Frigio tenia un talento maravilloso para


hacer hablar á los animales.
Cubria baj o el velo del apólogo, útiles reclamaciones


q ne hacia llegar de este modo á oidos de sus amos .
Nadie se atrevia á irritarse contra el cordero, contra el


asno, ni contra las ranas sediciosas.
De buena ó mala gana, hacia tragar la leccion entre la


risa.
La naturaleza le habia acercado á la bestia porasu figu-


ra' pero era una bestia de mucho ingénio.
En comunidad con los animales, cuyas costumbres


adivinaba, como sus pensamientos secretos y susinclinacio-
nes, por medio de una especie de segunda vista, Esopo re-
presenta, en la literatura griega, el elemento ingénuo, el
elemento popular.


El Lachambeaudie de su tiempo, preludiaba con sus
talentos y el vuelo de su espíritu esta obra de los siglos:
la emancipacion intelectual y moral del esclavo, del sier-
vo, del obrero.


Esopo y Sócrates, ¡dos mártires!
Preso, cargado de cadenas, sepultado en los calabozos,


condenado á muerte, precipitado de lo alto de la roca desde
donde se arrojaba á los criminales, el desventurado Frígio
babia sido, como el :filósofo, víctima de las instituciones
sociales y de las preocupaciones de su tiempo.


Habia pintado en sus fábulas, la cólera delleon, la as-
tucia feroz del zorro, la rábia envenenada de la serpiente;
pero nada habia visto en su concepto igual á la maldad de
los hombres.


Nada mas triste ni mas impresionable que este adios de
un condenado á un condenado, que esta comunion fúnebre




368 LA. SOBH-RANÍA


de dos espíritus desconocidos, unidos al morir en el mismo
pensamiento y en la misma composicion literaria.


A todo esto la nave habia regresado al puerto con sn
popa coronada.


(Bella y fatal corona que venia á colocarse con la sen
iencia de muerte sobre la cabeza de Sócrates!


La última aurora habia lucido para el hijo de Sorro
.


nIsca.
Aqu~l dia, Atenas se ocupaba en sus negocios,como de


ordinario:, sin ocuparse, ni preocuparse por nada.
Además, á qué interesarse en el justo castigo de un


enemigo de los dioses y de la moral?
Un insensato, un loco, un mónstruo, unimpíoI.. hé aquí


lo que era Sócrates á los ojos de la mayoría de los ciuda-
danos.


El sol empezaba á dorar los monumentos públicos y 100
templos.


Sin embargo, en esta ciudad que hacia tan poco caso de
suceso tan grave, un hombre iba á acabar sus dias por la
llsticia y por la libertad.


Algunos amigos y mujeres, hé aquí todo el cortejo de
la filosofía espirante.


El carcelero les suplicó que se esperasen, porque- en
aquel momento los Once (era el nombre que se -daba á los
magistrados de la intendencia de las cárceles) anunciaban á
Socrates que debia morir aquel mismo dia.


El prisionero recibió la noticia sin inmutarse.
Las pue!'tas se abrieron.
Al entrar sus discípulos encontraron á Sócrates á quielJ


,Lcababan de desatar.
T/''1s A t,p,nienses tenian al menos la delicadeza :-1;~~ quihu'






NACIONAL. 369


las ligaduras al criminal cuando era lJegaaa la hora de la
ejecucion de su sentencia; se 'le consideraba como ,una, víc-
tima de la muerte, á quien no estaba permitido molesta, por
mas tiempo.


Esta libertad era como una muestra de la'que, se es ..
cond~ en el sepulcro.


Sócrates no dió nada á comprender delante de su esposa
cuando ella vino á visitarle, como de costumbre.


Jantipa estaba sentada cerca de él y tenia en lJrazos á
uijo-de Sus hijos. ""-,


En este momento entraron eIl la estancia todos sus dis-
cípulos, escepto Platon que' estaba enfermo. ",'


Luego que ella los yió, lanzando gritos y sollozos,
y lastimándose el rostro, hizo 'retumbar la cárceLcon' sus
lamentos: «Oh! amado Sócrates 1 vuestros amigos os venhoy
por la última vez.» Sócrates dió órden de hacerla retinár~,


Los discípulos se reunieron en círculo aIred'odor del
maestro.


Sócrates quiso ofrecer á la filosofia los últ~mos m{)m'en~'
tos de una existencia que le habia consagtadG' .por ':entero.


Entabló entonces con sus amigos ese famoS(}:'diálog1>,so.
bre la, inmortalidad del alma; verdadero canto del cisne,
donde Sócrates demostró lo que siempre habia;f:lido; subli-
me, sin esfuerzo, desprendido de la vida, amamte apasiona;.
do de lo bello, de lo verdadero, de lo ideal,que su alma
iba á aloanzar un nuevo vuelo, despues de habe~ tomado
alas en la muerte. ' ", '


Sus dicípulos le escuchaban con religioso silencio.' :
Uno de ellos, Criton, le escuchaba conmovido,; en Só-


crates, viviendo, y departiendo1con,sns amigos, veía. á-este
Sócrates que en breve iba á ser un muerto., '~:~~'




:370 LA SOBERANIA


Como nQ podía apartar sus oj os ni su pensamiento de
esta imágen, apenas oyó los magníficos razonamientosd,e
su m:aestro. ' ,


S6crates, que leia en el alma de sus discípulos, fijó en
ello la atencion y dij o sonriendo:


-«Hé aquí á Criton que me mira como; si ya hubiese
dejado de existir. 1\'le confunde con mi cadáver.»


A este mismo Criton, 'que le preguntaba el modo como
habia d~ enterrársele, le manifestó una grande indiferencia
para esos honores que se tributan despues de la vida á un
cuerpo que ya no es nuestro.


Sócrates hizo mas que desafiará la muerte con sus dis-
cursos, le present6 un rostro tranquilo y lleno de dulzura.


Se ocupó de las despedidas, 'de' las ,últimas disposicio-
nes y de los preparativos fúnebres, con una perfecta sere-
nidad. "


«S6crates, le dijo Criton, nada tienes que recomendar-
nos, á mí y á los demás, respecto á tus hijos 6 cualquier
otra cosa en ,que podamos servirte'?


-«Cuidad de vosotros, y nada mas; así me servireis á
mí, á mi familia y á vosotros mismos.


«Ya es hora, añadió, de que vaya al baño, porque es
mejor, segun creo, que no beba el veneno hasta despues de
haberme bañado, y que evite á las mujeres el trabajo de
lavar un cadáver.»


Diciendo estas palabras pasó á una estancia vecina para,
bañarse.


Despues que hubo salido del baño, le llevaron sus hi-
jos, pues tenia tres; dos muy pequeños y uno bastante
mayor; despues hicieron entrar á las mujeres de su fa-
milia.




NAClONAL. 371


Sócrates les habló,algun tiempo enpresenciadeCriton,
y les dió sus' órdenes... ,


En seguida hizo retirar á, las mujeres y á los niños y
volvió en busca de sos discipulos.


'Habiendo entrado en su celda,se colocó reclinado en·
cima de la cama.


Era la caída de la tarde, porque Sócrates habia, perma ..
necido mucho tiempo enoerrado con las mujeres y 'con sus
~~ ~.


Habia llegado la hora.
Sócrates 10 advirtió á sus discípulos.
Al mismo tiempo apareció ,el servidor;de los Once.
«Ya sabes, dijo, lo que vengo á anunciarte.»
« Pero, yo creo, dijo, Criton, que el sol está todavía sobre


las montañas y q ne no se ha puesto,.aun; además, yo sé q ne
luuchos otros no toman el veneno hasta despues de'mucho
tiempo de haberse dado la órden:que comen y beben á su
gusto; algunos hasta han podido gozar de sus amores; por
lo tanto, Sócrates, no te apresures, aun te queda tiempo. '


"SÓcrates.-«Los que hacen lo que tú dices, Criton, sus
motivos tienen: creen que todo eso ganan, y yó,' tambien
tengo los mios para'no hacerlo; porque lo ¡único que creo
ganar, bebiendo la cicuta un poco mas tarde, es hacerme
ridículo; no soy tan amante de la vida, que: quiel'a ahor-
rarla cuando ninguna queda.


" «Así pues, amado Criton,haz lo que te digo, y no me:
atormentes por mas tiempo.~>


A estas palabras Criton hizo una señal.
E1 esclavo que estaba en la habitacion salió. "
«,¡Qué buen corazon tiene ese hombre, dijo Sócrates,


dirigiéndose a sus amigos! ,: í •




372 LA SOBERANÍA


, «. Aaabais de verle llorar i hace un momento, al anun-
ciarme 'que habia llegado el momento de conformarme á la
ley; temia que yo no le atribuyese mi infortunio.


«Mientras he permanecido aquf, venia alguna vez á ha-
blar conmigo.,·, .) IC


«En el momento en que ha salido, he visto aun lágrimas
en(jSUB ;ojós .. » -


· El'hoI;Ilbre volvió. "
A su 1ado iba otro esclavo que llevaba el veneno disuel ..


to dentro de una copa.
Luego que Sócrates le vió, dijo:
(, Está bieil; amigo 'mio; pero que debo hacer'?
Porque es .preciso que me lo enseñes. »


: «Nada mas que pasearte, le dijo aquel hombre, cuando
hayas bebido; hasta que te flaqueen las piernas, y acos-
tai"te.luego en tu cama; el veneno obrará por sí mismo.»


Al·miSmutiempo le a]argó la copa.
Sócrates latomó'con un valor tranquilo; sin cambiar de


color, ni de:espresion. '
, «Díme, añadió, mirando á aquel hombre con firmeza y


seguridad,como de costumbre, ~~e será permitido derra-
mar un poco de esta bebida para 'hacer una libacion'?


{(Sócrates, le respondió, no disolvemos mas que lo IJ.e-
cesario para be ~er. .


»Al menos, continuó Sócrates, me será permitido como
es justo que dirija mis plegarias á los dioses; suplicarles que
hagan feliz mi partida de esta tierra y mi último viage;
es lo que les pido' con todo mi corazon.»


y bebió.
,-Hasta aquel momento sus discípulos habian tenido casi


todos bastante fuerza para contener sus lágrimas; pera al




..........


. ;.:.~.


Mu erte de Sócrates






'NACIONAL. 373
verle beber y despues que hubo bebido, no fueron ya dueños
de su dolor.


Algunos se cubrieron el rostro con su capa, para llorar
á sus anchas.


Criton, no habiendo podido reprimir sus sollozos,. habia
salido.


Apolodoro, que casi no habia cesado de derramar lágri-
mas, se puso entonces á dar' alaridos. "


No habia nadie que no sintiera d-esgarrársele,elcorazon.
Todo el mundo estaba horriblemente conmovido, escep-


to S6cra tes.
-~Qué haceis, dijo, mis buenos amigos? no era ,para


presenciar esto para lo que yo habia despedido á las mu-
geres, para evitar escenas como esta'? porque siempre he
oído decir que es preciso morir con noble altivez.


Sosegaos y demostrad mas firmeza.)
A estas palabras se avergonzaron de su debilidad y re·


primieron el llanto que con tanta abundancia habia cor-
rido.


No consiste todo en dejar en un pueblo la huella de
una idea; se debe dejar una figura, una actitud, algo es-
culpido, que se convierta por la memoria en una~specie de
monumento; un hombre bebiendo la cicuta, sus discípulos
que le admiran y lloran! ... era preciso este cuadro para dar
á la filosofía la accion que aun lefaltaba.


Sócrates, dá gracias á la cicuta; ella te asegura la in-
mortalidad!


y vosotros, no lloreis~ Criton, Sinias, Cebes,; Anaxágo .
ras! cuando muere un justo en defensa de una noble idea
no es él el condenado, sino el suplicio.


Lo que mata las instituciones políticas y religiosas,




374 LA SOBERANIA
son los juicios revisados por la opinion publica; esta gran ..
de magistratura, que juzga á la misma justicia.


Bajo este punto de vista, la muerte de Sócrates no podía
dejar de ser una revoluciono


Ella hizo estallar esta revolucion, cuando, dos siglos
mas tarde, los argumentos de Sócrates se levantaron contra
el paganismo, violentamente atacado por todas partes.


Es pJ'eciso que una doctrina, que una idea muera en un
hombre para renacer en la humanidad.


Vol vamos á la cárcel de A tenas.
Sócrates, que se paseaba,dijo que sentia que le flaquea-


ban las pif'rnas, y se acostó de espaldas sobre el lecho,
como aquel hombre lo habia ordenado.


Al mismo tiempo; el mismo hombre que le habia dado
el veneno,se acercó: despues de haber examinado a]gun
tiempo loS 'piés y las piernas del suicid.a, le apretó el pié
con fuerza y le preguntó si lo sentia; él dijo que nó.


Añadió, que luego que el frio se dejase sentir en el cora-
ZOll, Sócrates dejariade existir.


El vientre estaba 'Ya. helado.
Entonces Sócrates dijo descubriéndose, porque estaba


cubierto con su túnica, y estas fueron sus últimas palabras:
«Criton, debemos un'gallo á Esculapio; no te olvides de


cumplir con esta deuda.»
-«AsÍ se hará,» respondió Criton.


'. Esculapioera el dios de: la medicina; Sócrates quiso
ofrecerle un sacrificio' para darle las gracias por haberle
curado ...


-De qué?




-¿De la vida'?
Entonces dijo Criton:


~ACIONAL.


«¿Vé si tienes algo mas que recomendarnos?»
Sócrates no contestó.


375


Entonces el hombre aquel le descubrió del todo: su mi-
rada era fija pero sin brillo ni 'espresion.


, Criton, habiéndose apercibido de ello, le cerró la boca y
los ojos.


Así murió el mas sábio de los hombres.


Sus discípulos, temiendo que el furor de sus enemigos
no se hubiese calmado co~ esta víctima, se retiraron á Má-
garo 1 á casa de Euclides, donde dejaron pasar el resto de la
tempestad.


¡ .....




r


Carlos y,-Comunidades de Castílla.


Reu:lidoslrestaban todos los indÍ":riduos de la lógia que
con tan vivísimo interés venian siguiendo la lectura de
aquellas memorias, en las que se hallaban consignados
tantos crímines, tan provechosas enseñanzas para los pue-
blos, que en ellas deben aprender los medios empleados
por la tiranía para encadenarles.


Desde los primeros momentos, y al dar comienzo á la
lectura, la atencion de los hermanos se fijó de una manera
estraordinaria en aquel curioso manuscrito.


Este se titulaba Pá.r¡inas de las Comunidades de Castilla,
y segun el difunto habia dejado espuesto en el ligero
preámbulo que le precedia, habia entretenido sus ratos de
6cio dándole cierta novelesca forma, adaptada á la época_ á
que se referia, á las costumbres y á los personages históri·
cos ó imagiIlarios que hacia jn~ar en su relato.






LA SOBERANÍA NACIONAL. 377


El episodio en cuestion decia así:


1.


Principiaban á cubrirse los valles con las somhrasdela
noche, cuando por una empinada senda que conducia al
pueblo de Alahejos, no muy separado de Segovia, eamina-
ba una tarde del mes de Abril de 1520 un ginete cabalgan-
do sobre un robusto corcel, que, ájuzgar por lo flojo de su




paso, pOlel-sudor que brotaba de su cuerpo, y por el polvo
de que iba cubierto, demostraba que larga ¡penosa habia
sido la jornada de aquel dia.


De vez en cuando dejaba caer el embozo de la capa
que cubria su rostro, exhalaba un formidable voto y
clavaba con fuerza las espuelas en los costados del caballo
que lanzaba un relincho de dolor, enderezaba la cabeza y
emprendia un lijero trote que terminaba al momento, vol-
viendo á tomar el paso cansado y perezoso que le hemos
visto.


Por fin, á vuelta de votos y espolazos y de relinchos y
trotes engañadores, el viajero se encontró . en-las primeras
casas del lugar.


Al ruido que producian los cascos del corcel sobre el
desigual empedrado, salían los chiquillos, y l~s mujeres! á
las puertas de su casa mirando con curiosidad al descono-
cido.


H.


Al terminar una calle, éste detuvo su cabalgadura mi-
rando á todas partes como tratando de 'orienta.rse aoorca del
camino que le convendría tomar~


TOMO 11.




378 LA. SOBERA.NlA
Pero sin duda no pudo recordar nada, porque murmuró:
-¡Voto á ... ! No sé por d6nde ir.
Entonces mir6 hácia los curiosos que le rodeaban, y


dijo dulcIficando su acento:
-i,Habráentre vosotros álguien que sepa decirme


d6nde está. el meson de la Parra?
-Si su merced quiere que yo le acompañe, repuso un


zagalo}} de doce años, yo lo sé.
-Anda delante, fué la contestacion del caballero.
y no vacilamos en llamarle aSÍ, porque al desembozar-


se para hablar con los vecinos del lugar, dej6 ver su. rostro
agradable y fino, no curtido por la intemperie ni las priva-
ciones, un coleto de ante, cuyas mangas eran de terciopelo
con bullones de raso, y unos calzones de ·la misma tela.


Unos botines de cuero altos y perfectamente ajustados
llegaban hasta el nacimiento del calzon y un sombrero de
anchas alas, con un galon de oro alrededor de la copa, com·
pletaban con la capa larga el traje del viajero.


En cuanto á sus armas, pendia de su costado la espada
de gabilanesy finísima hoja toledana, la daga en el cintu-
ron y un par de pedreñales en la silla del caballo.


Las comadres del barrio adivinaron desde luego la ca-
lidad del desconocido y se quedaron haciendo comentarios
respecto á él.


Entretanto nuestro inc6gnito hacia caminar su corcel
tras el zagalon, que se detuvo por fin delante de un in-
mecso portal, diciendo:


- Ya ha llegado vnesa mereé.
y dirigiéndose hácia el interior gritó:
-¡Ola! Maese Arias, salid que aquí teneis un hidalgo


que viene á honrar vuestro meson.






NACIONAL. 379


111.


Acudió inmediatamente el posadero y con él las mozas
de la posada y el encargado de la caballeriza, mas ya esta-
ba nuestro desconocido en tierra.


Sacó los pedreñales:de la silla., se los colgó del cinto, y
sacando una moneda de plata la puso en manos de su


. .


guia, diciéndole: i ...
- ~En qué has conocido que yo fuera hidalgo'?
-¡Toma! No es necesario ser muy listo para adivi-


narlo.
Vuestro porte lo vá diciendo.
Además de eso mi padre me lohabia prevenido.
-¿Tu padre? esclamó el forastero sorprendido.
-Si, noble señor.
Mi padre me dijo esta tarde: Escucha Fernando, porque


así me llamo para serviros.-Vete á colocar en la entrada
del pueblo por el camino de Segovia. Verás llegar á un
hidalgo jóven, con el rostro cubierto por el embozo de su
capa y un sombrero con un galon de oro.


Síguele tan luego como le veas, y si pregunta, como
e8\0 mas posible, por el meson de la Parra, ofrécete á con-
ducirle.


Ya vé . sumercé como mi padre adivinó en todo, y el
por qué yo lo he llamado hidalgo.


;: --¿Y quién es tu padre? preguntó el caballero que ha-
bia fruncido en tanto el entrecejo mientras el niño hablaba.


-Mi padre es labrador.
~~ y :cómo·se llama1
-Anton Huertas.




380 LA SOBBRA.NIA
-¡Ah!
-Tambien habia previa.tQ que su mercé me hablaria,


porque me encargó de un mensaje .
. ~i,Para mi? .pregunt4, vivamente el caballero.


·:--Si, .seiiol',., ;', .. ; .
-Habla. i,Qué te dijo?


. ~Que4espues del toque de ánimas, vendda á ,veros á
estemesOD. . .


-Está bien, dile que pregunte por Juan Pacheco.
- N o lo 01 v.idaré.
-Toma, y anda con Dios.
-Se lo agradezco á su mercé, pero mi padre me tiene


prohibido que tome nada, por cualquier servicio en que me
emplee, porque dice que los hombres tenemos obligacion
de servirnos los unos á los otros.


El cielo guarde á su mercé .
. . Y, ~l, zagalon, pues á pesar de sus pocos años el hijo


de Anton Huertas estaba sumamente desarrollado, echó á
correr alejándose de la posada.


IV ..


Maese Arias, pu.esto q ne así sabemos se llamaba el po-
sadero, habia hecho entrar al caballo á la cuadra y, cape-
ruza en mano, aguardaba á que el hidalgo terminara su
conversacion con el niño.


Algunos curiosos miraban al meson y comentaban la
actitud humilde del posadero en aquel instante, con la or-
gullosa y altanera que tenia de ordinario.


Apenas el hijo de Anton Huertas se alejó, el caballero
penetró en el portalon de la posada.






NACIONAL. 381


-A ver, maese, dijo, necesito buen pienso para mi ca-
ballo y buena cena y buena cama para mí.


-Todo eso encontrará su señoría en mi meson.
No pudiera, haberse dirigido á otro mejor.
-¡Qué diabloI esclamó alegremente el caballero, si no


hay otro, segun he oido, en el pueblo, este debe ser el
mejor. '


- y lo es en' ef~to.


- Ya lo veremos.
- Ya verá su señoría si encuentra la buena cama y la


buena mesa que busca., (j
Casualmente tengo un salpicon de liebres que',' está


diciendo comedme, y un cochifrito de cerdo que ha de chu-
parse los dedos su mercé.
Ad~más, un capon en salsa y si quiere una tortilla ... ?
-Pase por el cochifrito y el capon, en cuanto á lalle ..


bre renuncio á ella.
-Como quiera su mercé.
-¿Dónde está mi cuarto?
-Tú, Maria Juana, gritó el posadero á una de las mozas


que le acompañaban, guia á este hidalgo á su aposento.
-Servid me la cena en cuanto esté, y si viene álguien


preguntando por D. Juan Pacheco, hacedlel1egarhasta mí.
~Sereis obedecido., ..
Yeleaballero, procedido de la criada1 qué llevaba en la


mano uno de aquellos enormes velones de metal usados en
el siglo XVI, se dirigió hácia el cuarto que se. le ' destinaba.


Arrojó la capa sobre una silla, quitóse el sombrero y
entonces dejó ver un semblante jóven, varonil yespresivo
y unos ojos negros, cuya mirada dominaba á quien traiaba
de resistir su inf! uj o.




·382 LA SOBBRANIA


, . v.


La moza dejó la luz sobre una mesa, y salió volviendo
á poco con laS sáhanas y demás objetos necesarios para el
arreglo dala cama.


El caballero se dejó caer sobre una silla y á poce); con
la frente apoyada en la mano, se sumergió en profundas
meditaciones.


De estas vino á sacarle la llegada del mesonero que,
acompañado de las dos criadas, venia á traer la cena que
ofreciera al caballero.


Este alzó la cabeza y dijo:
-¡Ola! ¿Ya está la cena?
-Sí, noble señor, cuando se trata de servir á personas


de vuestra calidad siempre trabajo así.
-Vamos, veo que sois complaciente en estremo,maese.
-Yo sé tratar á cada sugeto que viene á honrar mi


meson segun se merece.
-Si como sois de cortés y afable, vuestros guisos son


de sabrosos y bien condimentados, vuestromeson no tiene
. preCIO.


- Vuesa mareé podrá juzgarlo ahora mismo.
y al par que estas palabras que habia cambiado con


el huésped, es tendió los manteles sobre la mesa, poniendo
sobre ella los platos y una escudilla de metal, donde hu-
meaba el famoso cochifrito que habia anunciado.


VI.


Preciso es confesar que el aroma que despedia era por
demás seductor y agradable. _






NACIONAL. 383
El hidalgo sintió· escitado su deseo y atacó con buen


ánimo el guisado, llenando un 'Vaso deesquisito mosto que
el posadero h~bia subido en nnjarro de barro segoviano.
,,-Bebereis un vino capaz de trastornarla cabeza á un
santo.


-Veamos.
-¡.Qué talos parece? preguntó el posadero despues que


el hidalgo hubo bebido.


-Tiene buen paladar y conforta el estómago.
-¿No os lo decia ... ? ':. :!~)~
- y vamos á ver, maese, dij o el hidalgo al caoo de al-


gunos momentos de silencio, ¿qué se habla por el pueblo
de las cosas de Castilla?


-¡Oh! aquí se opina de distintas maneras.
-Sobre la conduata. del rey en no querer admitir los


procuradores de Valladolid, ni de Toledo, mas que en
Santiago. ¿Qué se dice'?


-Que ha hecho muy mal, y que si principia conce-' ,.
diendo honores á unas provincias y negándoselos á otras,
fácil es que monten en cólera los pueblos y ...


-y rompan el yugo que tanto tiempo hace viene p~-
...


sando sobre ellos.
¿No es así'? preguntó el caballero vivam·ente.


' .• -Tal vez, contestó el posadero con alguna reserva.
-Pues aun hay mas. El rey se marcha de España.
-Ya lo sabemos; se vá á Alemania á que lo coronen


por emperador. "-;" " '.
~ Pero se vá, llevándose el dinero de las ciudades <iris


le han votado empréstitos y nos deja á toda esa turba de
flamencos que han venido hambrientos de su pais ¡que
están llenándose de oro, robándonoslo á no~otros. .. .




384 LA SOBERANIA


-Por aquí se' decia, qUé:en Toledo andaba- revuelta la
gente' menuda' y queen'Sala.manca tampoco estaban que-
dos. ' ' "
~y, 'no será 'buen castellano quien no se ' oponga' con


todas sus íue-rzas á <\u.e esa canalla de alem.anes n()g' g()-
bierne y nos saquee.


NneBtros hermanos los 'de Valencia se ha.n ;a.gérma.nado
y han obtenido del rey privilegios y concesiones. ' .


El que se calla nada consigue;' juro á Dios que será
menester hablar.


VII.


Conforme 01 hidalgo habia ido hablando fué animán-
dose por grados, en términos que,al concluir, sus mejillas
estaban enoendidas y sus ojos brillaban de indignacion.


El posadero le miraba con asombro sin atreverse á de-
cirle una palabra,


Sabe Dios á dónde pudiera' haber llegado aquella eon-
versacion á no escucharse la campana de la iglesia vecina
tocando las ánimas.


Descubrióse devotamente el mesonero, mientras que el
hidalgo fijaba una atenta y anhelante mirada en la puerta.


Pocos momentos habian trascurrido desde que las cam-
panas dejaron de oirse, cuando se percibió en la escalera
el"mmor de pasos y una voz que preguntaba:
~¡,Dónde está D. Juan Pacheco?
-Es Anton Huertas, se apresuró á decir el hidalgo di·


rigiéndose al posadero.
Asomóse éste á la puerta y tras un breve espacio apa-


reció en ella la p~rsona á quien se esperaba.






NAClOSAL. ,385
Era éste un hombre que representaba unos treinta años,


'Y caya fisonomía inteligente y activa parecia no G()rres-
ponder á la clase á y'ue, segun escuchamos poco antes,
pertenecia.


Ancha y despejada su frente; negros y rasgados sus
ojos; barba espesa y poblada; boca pequeña y limpia; en
.todas las líneas de su rostro se advertia una voluntad in-
domable, una honradez á toda prueba. y un valor estraor-
dinario. •


Su traje en nada se diferenciaba del de los demás lu-
gareños de aquellas cercanías; pero en cambio, era nota-
ble la diferencia que en sus rostros existían.


Observándole con detencion, se veía una nube de pro-
fnnda tristeza que no acertaba á borrar la sonrisa que de
vez en cuando se dibujaba en sus labios.


¿Quién era Anton Huertas?
Vamos á decírselo á nuestros lectores.


VIII.


Era uno de los labradores mas ricos de Alahejos, y su
padre fué durante muchosa!ios arrendador del marqués de
cSáta Lucía, cuyo castillo se haliaba edificado sobre una
loma, á poca distancia del pueblo .


. Tuvieron algunas diferencias el arrendatario y el mag-
naÍ8~ y separándose, Huertas eompró tierras y más tarde
su hijo, á fllerza de trabajos y meread á sus acertadas dis-
posiciones, consiguió que aquellos terrenos le dieraJl\1i1ejo-
res productos que los que daba.n la gen&r&1idad de sus co-
lindantes. '. :,.¡ ,


Anton solía de ·vez en ouando hacer páqu~ñas escursio-
TOllO ti




LA. SOBBRANIA


nes al reino de Valencia ó al de Granada., y en los agricul-
tores árabes a.prendía. 10 que ponía en práctica apenas re·
gres aba á BUpaiB.'


Un dia regresó de una de estas espediciones oasado con
una morisca, hija tte un' árabe convertido al ~ristianismo
poco despueI tie la'oonqmetla.


Isabel, que tal' era el nombre que llevaba la morisca,
amaba á su marido con delirio ..


Un año despues de su union tuvieron una niña á la cual
pusieron el mismo nombre de ,su madre.


Isabel fué ;ereciendo en altura "1 en belleza.
A los quince años, cien demandaS de matrimonio se di-


l'igilft)B á su pad.ve y mas de una 'mora del lugar, rompió
con rabia. las tocas quecubrian su cabeza pOlque no acer-
taba á ponérselas con la. gracia que las llevaba Isabel.


IX.


Una tarde la jóven iba por agua.
Dejó un cántaro ~n la fuente, y principió á correr por


entre lo! brefiales tras una mariflOSa.
De repente se detuvo asombrada.
A pocos pasos de ella y oontemplándola con asombro


estaba un caballero.
-E18 el hijo del mlórquésoe Santa LllOÍa.


La hija de Anton Huertas molinó la vista ruoorizada y
regresó. háeia 1& fuente en busca de su eánwe .


. 'rtlt(fttltirante !ti 'ausencia habia,n esiado otras .jóvenes .
alli7 el aa»táriile estaba hecho pedazos~


Isabel regresó á su casa llorosa y pensativa.
Fué sigüiéndelaeldaballero, y al entrar en su casa, la




NACION A. L. 387


jóv&n volvM la vista hácia atrás no sabemos si para mirar
á su perseguidor ó si para arrojar ll'na mirada de despeiida
á 1&8 pobres despojos del cantarillo que se quedaban en la
fuente.


Desde aq nella tarde, mas de un mensaje del castillo
llegó á la casa de Anton Huertas, yes fama que un dia sa-
lió el rico labrador de su casa dirigiéndose hácia el castillo
del marqués donde permaneció largo rato.




Los que le, vieron al salir, aseguraron que su rostro:'ca u-
saba espanto.


Los que le escuchaban despues, aseguraban que' CGll. la
ID8tyor tranquilidad le habian oido referir su entrevista, con
el marqués á propósito de unas tierras que aquel deseaba
vender.


La verdad de lo q\l'e en aquella conferencia habia pasa-
do> tladie lo pudo sáber.


x.


Un dia se esparci~ una notOOia estl'aña pcw el lugar .
]sabel babia desapaI'eUido le su casa duraute: la noche


anterior.
Añadfase por le} ~6) que el JJJiar4ués dnSamta Lucía


habia marchado el dia anterior á Valladolid dootle iban á
celebrarse grandes fiestas.


Algunos curiosos se aproX:1maron á la casa de Anton
Huertas.
'Sil¡' 4 r8OÍ,birlos su esposa., newnde de la Dl8IlO al ni-


ño á quien hemos visto al principiar-.te.eapí1rulo, yal-pre-
~e ¡lm,ella-brador. y por su hija, e&n~1pM,;~e­
na madrugada habían partido .... la\eia G __ • ,fin
de que sus abuelos conocieran á la jóven.




388: LA :30BERA~ lA


Advirtieron l(lB comadres del pueblo que Isabel estaba
pálida y que al rededordesu$ ojos estaba estampado ese·
círculo que imprimen los p~ares y las angustias, pero no
era posible fijarse en esto toda vez que hacia bastantes dias
que la esposa de Huertas se encoIJtraba indispuesta.


XI.


t.


Un mes despues el labrador regresó á su casa.
Los vecinos de Alahejos averiguaron al momento que


venia solo.
Interrogáronle respecto á Isabel, y les dijo que la ha-


bia dejado en Gran,ada.
Pasó un año y la jóven no volvió.
Al cabo de él los padres anunciaron su muerte.
Desde entonces el semblante de Anton Huertas se cu-,


o o


brió con la nube del dolor que hemos indicado al hacer su
presentacion y evitaba cuidadosamente el hablar de nada
que plldiera referirse o á su hija.


En cuanto al marqués de Santa L~cía hacia seis años
que faltaba de su pais.


Tal era Anton Huanas y las noticias que respecto.á él
podemos dar á nuestros lectores.


XII.


Durante algunos segundos estuvieron silenciosos tant()
HUE\ltas,como. el: ¡4>rastero.


c;:J6nteq¡pl&banse á hurtadillas y parooia que trataban
de recoDocerse mütuameate. o


Cuando el jóven que se hacia llamar don Juan Pache-.




..


~ACIONAL.


co, se quedó solo, puesto que la cena se habiate~minado y
las mozas del meson alzaran la mesa, .dij01 dirigiéndose á
su interlocutor:


-¿Conoeéisme señor Huertas,ª
. - Un poco, repuso ellabl'iego.
He visitado á Tol-e.do distintásveces yhevisto algunas


á don Juan de Padilla, hijo del nobl~4delantado Mayor
de' Castilla, para ,que al encontr~r16,ho,.. en ~:tr\ste me-
son de ,un"mezquino lugar deje de oonoeerleá·pesar de su
disfraz.


-Bien, Huertas'; reconócele en buen hora, pero cuida
que nadie mas pueda hacerlo .


...


-Descuidad, señor; sé muy bien tener á raya mi len-
gua.


-¿Sabes el objeto de mi venida?
~Sé que Toledo está deseosa 'de se,cundar el movimi~n.


to de Valencia.
Las Germanías hancausadQ; envidia en, tO,da.$ . Partes y


la idea'de libertad bulle en to,das las cabezas-.
Solo se'espera un corazon enérgicoque·arJ.'o~~· impá-


...


vido las iras de los nobles y que se ponga al fren~'· ,d.el
pueblo.


-Sabemos bastante. ': '
. .-.-He visto algo.:,.: h6~podid() apreciar ;~u,.: ,de~c~rca los


atropellos' de losmagnatés y la c6~ .sorda del puebJoq\le
sufre sus vej aciones.


-Me:1l&il dicu. :qu.e,tú tioéBéS intlq.eneiaen· este lugar.
-Puede .CODtu' oon' . mlleh.oS' t'\taB8l1bs <lel murqu:és '.de


Santa LucÍlly:t •• l. ~ile:tieDBnalgQlla. 'Of«lSa(,Mtv~,
de él, y. que' le laozar{mr.at eampll' ~O.Zando. ~ á, S11
furor se oponga. .. ~ ~.!




390 LA SOBBllANIA.
,Yorees tú: justo ese fl'lrt)l1 '
-i,Creeis jMbo VOl 'que 'un' hombre tenga sobre otro el


derecho de vida y hacienda, de honra y de poder'
Al rey juramos pleito homenaje y'á nadie mas.
Si ej erciera solo el feudo; 'oomente;p&ro al dereoho si-


gllé la, demasía, y los castellanos de My ya no son los mis-
1Dosque 'los del 'siglo XII.
Yo-s~ deciros de mí que si un dia escucho el- grito de


independencia y libertad, me arr<>jaré al momento sobre
esos verdugos magnates, clavando en su pecho sin compa-
sion el puñal, única arma de que los villanos podemos ha-
cer uso.


XIII.


La entonacion que Huertas diera á sus palabras llamó
la ateneion de Padilla, toda vez, que yd. sabemos se llama-
ba así el huésped de maese Arias.


Espresaba lUla e6lera tal su acento, habia tanto deseo
de venganza en:«l, que: el jóvennopudo menoS de decirle:


, . - ¿Tienes tambien alguna ofensa que vengar de algun
magnate' "


f


-Tengo una que me está punzando el corazon cons-
tantemente, contestó con voz sorda el labriego.


Hay en mi pecho una llaga ques!~mpre está sangran-
do, y para curarla necesito revokar$8. enire arroyos de
sangre .


.,¡..,¿Qné diees'? replicó Padilla estr&IlllCÍt1ndose á su pe-
sal'F la. cruel vibracion de aquel 8C6Uto sordo y' e~tri­
d_ d..,Itttae}{,Dr ~de1lll 'dtl. isIMnso.


-4Itnul sdor;;"laee' Dlllc1ao tiemp.'que de mis labios
no ha brotado una sola palabra.




NACIONAL. 391
Recibí la ofensa y busqué al ofensor; corrí tr~~ élsUt


poder vengarme como deseaba ;.desde entonces gQ~ lt.Ü
ódio y mi desesperacion dentro del pecho $in que nadie. pu-
diera sospechar nunca lo que en mí corazon hAbia'.


Si venís á buscar apoyo' para a.nojar-oSsobl"6 los que
encadenan al pueblo, si tratajs de ~~er,lo que en Valen-
cia hicieron J uan L9r~~z9 ,y G·QiUemno S~r&la, co~tad con-
migo, contad con tod~s aq~tl~ q~ ~ peohaa.. . en los reinos
de Castilla J:deLeorilt:todos, ti~~il:~~···~~~ que
vengar, todos tienen alguna deuda de .qu~ co)~ae~ 1, .


-Si yo me pongo al frente de .los opnmidQs, :p.9:será
para manchar mi idea con la sangre de cien venganzas,
contestó noblemente Padilla.


Mas que satisfacer pensamientos ruines, mlléveme una
causa mas santa y j'Qsta.


La nobleza n~sita un correctivo.
Nuestro rey esjóven y está dominado por la fal;plge de


flamencos y de nobles castellanos que á su sombra medran
y adquieren estados y feudos vejando al pueblo á quien de-
ben lo que son.


¿Por qué el estado llano ha de carecer de privile-
gios1


Is&bel la Católica, aquella mujer tan grande, fu.é la
única- q:¡¡e comprendió lo que valla el puabro y principió á
quitar fuerzas á esa nobleza turbulenta que de la con~sion


. '.,


hizo un derec;ho ,y del·"&recho una ley.
Cárlo8 1 debe hacer lo mismo.


, . .' . ~


-Pero ~ lo haee.
-Cuando vea que todas las ciudades se levantan, q~


se rompen los f\ltles."lu$ el pueblo ,p~li~ta_y. que
sus reinosl'OOlamaa4Q1l juticia, ~mprenderi queJ .. !~




392 LA SOnERA.~I"
dé estado le exige imperiosamente hacer y seguir la mis-
ma serida"que su santa abuéli le't!azal'a.
:~Ya lo ve~mós':', ~ "
-tEs ,deei1.' que se puetfe óontar contigo?
-Os ti) 'cUré 'Sinreoozo;señor. ' ,
Contad conmIgo porque deseo vengarme; si antes del


diaen:-que neeeslta.is mi brazo, se pusiera al alcance de él
ta'pérsona'á quien busco, no me unirla á vos,satisfaria yo
solo mi reSentimiento; amo á mi pueblo mucho. para desear


. '


verle envuelto 'en una guerra desoladora, de la cual no ha
de sacar provecho alguno.


XIV.


El jóven caballero se mordió los labios con despecho.
No le agradaban las razones del labriego.
Sin embargo no podía rechazarle, porque bien fuera por


la venganza ó por el convencimiento necesitaba hombres
que le ayudasen en la empresa que intentaba:


As! fué que se contuvo y dijo solamente:
-¿Con qué tú no te adhieres de corazon''á nuestra


causa'?
-¿A qué os he de eJ?gañar'?
El dia que meneeesiteis llamadme y conmigo tendreis


cien bravos villarios que no cejarán nunca ante las lanzas
reales.'


Ellos irán llenos de fé, yo sin ninguna; mi único deseo
será el de encontrar al infame que me ha ultrajado.
, -Pero ¿por qué no tienes fé en eFl-éf!ttltado de nuestra
~p~sa'" , ,
, ,í~ ...,¡V'~ qúe eonoceis la eórte '1 debi~raís conocer á los
hom"bi'és"fib debiais' hacerme semejante pregunta.




NACIONAL. 393
Las ambiciones os combatirán por una parte, la nobleza


os perseguirá, los villanos sostendrán algunos aías· su ar-
. dor; mas, cuando vean sus casas destruidas y yermos sus
campos, entonces os irán abandonando poco á poco, y vos
y vuestros principales compañeros pagareis por todos.


-Segun eso ¿temes á la muerte'?
-Jamás he conocido el miedo, señor.
-¿Pero no te duelen los' desmanes y las tropelías que


con tus hermanos se están cometiendo?, . •


-Duélenme en el alma, mas comprendo que mas ade-
lantarán los procuradores de las ciudades,cuando las Cór-
tes se reunan, que los villanos armados en son de· guerra.


-Bastante han hecho los procuradores.
Mira si en las Córtes de Santiago han obtenido alguna


cosa.


-Allí negaban subsidios, no reclamaban derechos.
-Hablaban en pró de las ciudades.
-Yen provecho propio.
-En fin, dejemos esta cuestion y OCUP~II\PÍlos de la


principal.
Apenas recibas la nueva de que Toledo se ha levanta-


do apellidando «(Comunidad» tú y los tuyos lanzad el grito
y acadid· á reuniros oon nosotros; cada: pueblo debe ayu-
darnos con su contingente.
, ,-Descuidad.


-Temo que tu razon, obrando mas que tu venganza,
no te dé el esfuerzo necesario para tamaña empresa.


-Si conociérais mi ofensa comprenderíais que mi ra';' ...
zon nQ puede hablar mientras grite mi venganza.


- Está bien, en ti· confio.
- Podeis hacer] o.


TOMO 11. ;jO




394 LA SOBERANIA


-Yo partiré al amanecer; y presto, si el cielo me ayu-
da, tendrás noticias miase


-Habeis ya visitado todos los lugares vecinos'"?
-Sí.
- i, y en todos 'l .. . , ;
~En todos he hallado'el-ausilio' que eliigia;! todos ellos


, ,


pugnan por romper' el yugo que los sujeta.
-Dios'quiera que ,no os falten nunca.
- En eso confio.
-Pocos momentos despues, Huertas abandonaba el me-


son de maese Arias, despues de haber estrechado la mano
de Padilla en señal de la obligacion que con él contrajera.


xv.


Profandamente pensativo quedó el jóven.
Las palabras del labriego le causaron bastante impre-


sion.
En su juyenil ardor no preveia las consecuenc~as que


su atrevida empresa pudiera acarreale.
Mas en los razonamientos de Huertas habia tal fuerza


de lógica, que no podia desconocer la verdad.
Digamos cuatro palabras á nuestros lectores acerca del


motivo que habia provocado aquella reunion.
Las demasías de los grandes, habia exacerbado al pue-


blo.
Sufria su yugo deseando romperlo, y Valencia fué la


primera que di61a señal.
Las frases un tanto atrevidas de unsacemote que pre-


dicaba con motivo de la peste que afligía á aquella pobla-
cion, fueron causa de que, escitados los animoSse lanzasen


,




".


:'iAClONAL. 395
los plebeyos á cometer desmanes y crueldades que todos los
historiadores están conformes en vituperar.


CArlos 1, preocupado á la sazon con la púrpura .cesárea,
trató aquella revolucion con sobras de indiferencia, dando
alas á los desafueros y dejando que los agermanado.~ au-
mentasen su poder.


Los primeros puestos de "la nacion estaban desempeña-
dos por la falange de flamencos que el rey tragera de Ale-
mania, y esto hacia que el pueblo y parte de -la nobleza
estuviera disgustado. ' -tI'


Añadamos que el monarca, antes de partir para Alema-
nia, se habia dejado sin resúlver una porcion de asuntos-
referentes al buen régimen administrativo; que habia reu-
nido Córtes solo para pedir subsidios, y comprenderemos
la verdadera causa de la efervescencia de los castellanos.


Los Procuradores de algunas ciudades, habíanse espli-
cado en las Córtes con demasiada acritud, y sus palabras"
comentadas por el vulgo, les alentaban en persistir en su
rebelion.


El gobierno era harto débil, la~ tropas tenian muchos
puntos á que acudir, los resentimientos eran grandes y les
remedios ineficaces.


La agitacion era general; todos los ánimos estaban
exaltados~ y solo se esperaba un pretexto para encender en
el reino una guerra civil que devastase el rico territorio
castellano.


Lo que daba mayores ánimos á los mal contentos era la
insurrecmon de Valencia, qu. comenzó ensangrentándose'
en personas inocentes 6 sin mayor culpa, y continu.aha. sin
esperanzas de que llegase á una pronta. y feliz determina--
cion.




396 LA. SOBEltANIA


En este estado las cosas y todo lo que nuestros lectores
tienen ya una ligera. nocion de los acontecimientos mo-
tores de la exacerbacion qu entre el 'pueblo existia, coge-
remos de nuevo el hilo de nuestra narracion y seguiremos
á don Juan, de Padilla, desde el instante en que abandonó
el pueblo de Alahejos.


XVI.


La noche anterior habia dado algun reposo á su cabal-
gadura, por lo que, apenas perdió de vista la"s últimas casas
del lugar , tomó á buen trote la vereda estreoha y tortuosa
que conducia á la imperial ciudad de Toledo.


Pocas horas despues penetraba en ella, é inmediata-
mente se dirigió á un enorme caseron, viegísimo y destar-
talado, sobre cuya pllerta se veia el antiguo escudo del
Adelantado Mayor de Castilla.


Al ruido que produjeron los cascos del caballo bajo la
bóveda del portal, salió precipitadamente á la escalera una
jóven hermúsa, la que corrió aceleradamente al encuentro
del ginete diciéndole:


-Gracias á Dics que has llegado, Juan.
-¿Te impacientaba mi tardanza, esposa mia? la pre-


"guntó el caballero.
-No me impacientaba, me tenia asustada y temerosa


acerca de la suerte que hubieras podido correr.
-tEstá ahí Hernando Dávalos'!
---Todos los di as ha venido y hace un 'momento que ha


llega.do.
--Quiaroverle al momento.
y apeuas pronunció estas palabra~, tomó, acompañado




N AClO:"f AL. 397


de su esposa, la escalera arriba, atravesó varias cámaras y
penetró en un. aposento ricamente adornado, en el cual se
hallaba un caballero jóven departiendo con un anciano,
que al ver al récien llegado, exclamó:


-En mal hora has llegado, hijo mio.
--¿Qué decís, señor~ preguntó Padilla sorprendido.
- Una de las últimas disposiciones del rey al partir de


Santiago para la Coruña" ha sido la de, decretar tu prision.
-Hace tiempo que me lo esperaba. •
-Huye Juan, esclam6 doña María de Pacheco, que así
S~ Hamaba la esposa del caballero.


-¡Huir! escl3,mó éste con estrañeza.
Huir, cuando el peligro se presenta cara á cara y cuan-


do sé qu~ puedo contar con el apoyo de los vecinos de todas
las poblaciones inmediatas'?


Nó, María.
Jamás he sido cobarde, y no creo que seas tú quien me


aconseje que retroceda en la senda que he emprendido.
-¿Le escuchais, señor~ preguntó la jóven al anciano,


como buscando en su aprobacion el punto de apoyo que
necesitaba.


XVII.


Pero el Adelantado mayor de Castilla, no era el mas
apropósito para comprender los dolores de una esposa.


Así fué que la dijo:
~María, oo.~do los hombres se comprometen en cual-


quiera empresa, si han dado su palabra, antes de faltar á
eUa,deben morir. ,.


No me atrevo á calitical' si la empresa en que mi hijo




398 LA SOBBRANIA


se ha, metido es de aquellas que puede:n honrará un ca-
ballero; pero si su paJabra está! empeñada- yo seré el p.ri-
mero que le aconsejaré que petse.ver8 y continúe.


-Mas reparad, señor ....
- Es inútil, Maria.
-Pues bien, yo le ayudaré en su empresa, y si él falta~


sabré cumplir con mi deber.
y la animosa i óven se echó en los brazos de su marido,


separándose al cabo de un breve espacio, diciendo con va-
ronil entereza:


-Podeis tratar de esos negocios sin temor de que vuel-
va á interrumpiros.


-¿Con que decís padre mio, que está decretada mi pri-
sion1 preguntó Padilla dirigiéndose al Adelantado Mayor.


-El Alguacil mayor parece que la recibió ayer,igual-
mente que la de Hernando.


-¡VOS tambien, amigo mio!
-Tambien; parece que á los ministro de nuestro buen


rey Cárlos 1 no les agrada nuestra presencia en esta ci u -
dad, y quieren desalojamos de &11&.


-¿Pero cómo lo habeis sabido~
-Esas nuevas se traslucen siempre por mas calladas


que traten de llevarse.
-De manera que al saber mi llegada, vendrán á bus-


carme al momento.
- VeRdrán á buscarnos si no teneis inconveniente"aña-


dió Dá valos sonriendo irónicamente.
- Pues bien, es necesario sabernos aprovechar de esta


prision.
Retiraos á vuestra casa, amigo mio, y aguardad tran-·


quilo en ella el A]guacil mayor; pero entretanto haced que




NACIONAL. 399


vuestrGS oriados esparzan entM el pueblo la ,noticia dellue
van. á prend~, aai como haré .,0 que tamooen li> hagan
los mios.


A! mismo tiemp~, escoged seis hombres decididos, para
que en el momen~ en que vean al ¡me blo -ar.remoooarse,
marchen á los pueblos:maB próximos á nevar-1allOticia de
lo ocurrido ..


Ya estando prevenidos en todas partes yen al corto es-
-pacio de yemt8 y 'cuatro horas, cuento poder 'reunirv-einte
mil hombres dentro de la ciudad.


-¡ VeiUe mil hombres1 esclamaron á la vez do-ña María
y Heman.do.


-Sí, amigos mios.
-¿Pero cuántos habrá el dia de la primera batalla?


preguntó el anciano con acento·lijeramente sarcástico.
-Ya lo veremos, paare,. :repuso Padilla algllntanto


amostazado.
Id, continuó dirigiéndose á Be:rnando; marchad á vues-


tra casa y esperad 'dispuesto á todos los acon'tecimientos
que no tardarán en sobrevenir.


Bernando Dávalos inclinóse ante doña María, saludó
respetuosamente al anciano, estrech61a mano de su amigo
y abandonó el aposento para dirigirse háeia su casa.


XVIII.


Las prevenciones de Padilla se realizaron mucho mas
allá de lo que él se imaginaba.


Andaban ya inquietos los ánimos de la ciudad, pues se
habia llegado á traslucir que el Alguacil mayor recibiera
órden de prender á los Jóvenes, y reunida en la plaza de




398 LA SOBBRANIA


se ha metido es de aquellas que puedeB honrar á un ca-
ballero; pero si su pa,labraestí. emptmada yo seré el pri-
mero que le aconsejaré que perse.vere y continúe.


-Mas reparad, señor ....
-Es inútil, Maria.
-Pues bien, yo le ayudaré en su empresa, y si él falta:,


sabré cumplir con mi deber.
y la animosa i óven se echó en los brazos de su marido,


separQándose al cabo de un breve espacio, diciendo con va-
ronil entereza:


-Po deis tratar de esos negocios sin temor de que vuel-
va á interrumpiros.


-¿Con que decís padre mio, que está decretada mi pri-
sion? preguntó Padilla dirigiéndose al Adelantado Mayor.


-El Alguacil mayor parece que la recibió ayer,igual-
mente que la de Hernando. .


-¡VOS tambien, amigo mio!
-Tambien; parece que á los ministro de nuestro buen


rey Cárlos 1 no les agrada nuestra presencia en esta ciu-
dad, y quieren desalojamos de ella.


-¿Pero cómo lo habeis sabido~
-Esas nuevas se traslucen siempre por mas calladas


que traten de llevarse.
-De manera que al saber mi llegada, vendrán á bus-


carme al momento.
- VeBdrán á buscarnos si no teneis inconveniente" aña-


dió Dá valos sonriendo irónicamente.
- Pues bien, es necesario sabernos aprovechar de esta


prision.
Retiraos á vuestra casa, amigo mio, y aguardad tran-·


quilo en ella el A]guacil mayor; pero eniretanto haced que




400 LA SOBERANIA


Zocodover la gente menuda de la ciudad y formando 'distin-
tos grupos, de partia sobl"e áquello que tanto la preoou ~
paba.
~ Oid, maese', decia un curtidor. que dejaba á medio


adobar sus pieles, i,sabeis las nuevas que corren'?
- Algo he podido alcanzar, contestó un prójimo que


acababa de llegar, y no son muy buenas para el heredero
del "Adelantado.


-Está visto que el rey se ha propuesto á hacernos per-
der la paciencia.


-No es el rey, Fernan N uñez, dijo el récien llegado,
yo sé algo mas que vos, porque sabeis tengo un primo que
es sobrino del cuñado del licenciado, Pel'ez, y este priva
mucho con el Alguacil mayor. '


- ¡ Cáspita 1 Maese; '¿sabeis que nadie es capaz de se-
guir toda es retahila de parentesco'?


-Pues así es.
-No lo dudo, maese Roque, ¿y qué dice ese licenciado


cuñado del tio de vuestro pri~o? pregtmtó con sorna Fer-
nan Nuñez.


-Ocurren cosas muy graves, repuso misteriosamente
maese Roque. .


-¿De veras~
-Sí, amigos, si.


XIX.


El círculo en que Fernan Nuii,ezse hallaba se habia ido
engrosando con multitud de curioSos que de todas parte~
acudian.


Maese Roque era uno de esos hombres que se asemejaIJ




, NACION"AL.


á las ~'ial8f·Jdlbak14~~'. 7t1If1eril'os dils;~ue::-'kndan
sien1pM.idaÜ·.'.IldI.s~ t"1Mj ~8ltI.h '~~y,;ia.s
cometan á su nWltta~·~o"Ma_.~If,~~eierto
lo que', .olo·II~'htjQ d~ #fr ;f~of..M;. ¿ i " .;, {",r' ': '


Sus convecin:~~W1qu.rmin~~ dll 1a ,tnlim,¡,;j\i., ..
cion qne'Mb.tJJb~'mq t\'l>~.?dfJ:eif>;.le ~tuih'~ pla-
centeros siempre, y daban ~ •. ~.ftÜ@§ eb ¡~i!.:
nád.:a.g ~es. ' ;1:::' (:. "" ~ < [',.1, " .: ' ,¡ \:,(




La en que nos hallamos el'a p~~t1u,; ._~).tlUL
Aproximáronse á él, segun;m&Bitestdi~i;ylMi;'le di-


jeron con distintas eht<ma~lOJl88:'"' , '
-¿Qué' ocurrem'etJe,qué ooum? :,' \ ~ . ~ . "
-Hijos cosas muy sérias. . .'
-tPefO, q~1 COBas ~n;oeR.? ~gun.tó~rn8.Íl'· Nuñez.
-Vamos maese, siempre será algun ~fJlltbtt~é"1t~"qut!


tanfu 80S haoois .. ~&r, dijo otro.'; : f '.
-Pues si oraait que ~s'embnste no lo,; cuanUi ya; djjo


amostazándose nuestro hombre."': ,'" /. ¡ ':l ,!
~iJállai&~ Fortuñon~; no 18 hagais caso, hah 1M'.· ' . .') ..
Maese Roque, dándose por -.ti,fechó oonéstá~'pa!6'bras,


baj ando mnoho la voz ., mirandu' <*\ reoWo;á toauf partes
dijo~¡;\ ,'. Ji', ":"',,:fí


-Habeis de saber que el m01'larca 88 ha~~nlbal4tadol,.a
. en 18(~n:añ8.; y . .,¡ .; " ,'í;)'">T l. ¡<e ";' :


-Esa noticia es muy añeja. : '!,ji\;,··'j'.';
,. -&i ~,esu,~tigQ.alla~ nos venÍ$',pudimtais ~bernos


ahorrado el trabajo de escucharos. :,:. y,>, 'Uf, / ..
,.1, ~T.Il.q,,,n· i pooo ,:de, pacienoi.,·:~nte8tó pé~mente
&l;primo1d&l sobrino del:, m:tñad"4ellieeMiat1~tami~o;dél
alguacil mayor. . ¡el r) '1:.


-PueS acaba de una vez.
10"0 JI,




LA SOBBB!.NIA


U,hl.rmE1~rqy fd~nte8., r~,~r~'$.e,j ba. . d~~,;clispJl6"ta,:la
prjs~u~4@. JJJ.fft}~ ~:,dAkqqni~hDáy.lq$~¡'
i' t~~'D'~_-4,n~-1A.r"'~1'R"GI._.A:iia.a'W'\n, "' .... .lA ... ~, [,:,: " l'Yf' c.,. ,!


,1" l<:~l.,~f~"~ ~gwm~~¡w",,]~, ",: " ",j, ,',:,'
~¡' ,


-Pero no sabeis .~~1lailW~ q:tt:.~~IlUls) Iban e~n ..
tti,~¡~.fjWl"lq)1~ .o1~rMrIn'"OjJ'~~;';:'f~·/Ji{I:}"


h !fr~hD·~O~,¡q u":,~ido~cprelDDtf\l'.OJlI,todoa~me­
di~~&j JQdH#ldil·~l"~ r:,>~' ,.,,)·Hl:~;j:'!td.I:
~¿N o habeis vosotros oido decir que la~~~.s ~»­
sa§:fprQ4lu,~BrQ.~BftAtQ$~-< ,':,:jJ;,):,.J :;';1 ;;,f':;', ~l~ F,:


1, •


;> +b~P,9~!~~li,ª~N~1'~.",~l~:' .. 'l";';,·, ,'n.,L:I·~> 1:'(; !
-Mucho; ya os conve:no:e.reht:d&:ello: ,. >, :~;', i: ''':, "
Por una cosa muy peqJl,Qñ~,,~eha:principh~dQ.d Í: l' .
-¿El qué? ,', <';':.,. '<::': ::;;J,'} '" 1;'


:1 trrr Yoy; Al~í.tQ~lp~~ro.J;l¡~habeis;-del deI}; pala~fa que
np ,saJ4r4 fg,~ i aquí .. 1 ; ; ~,;.[ ,: ';,') . '''': .1'" i, \' \: :', ',l. ;'


\ ' .. -' ~


El licenciado se lo ha.dichQ,:en'oo~a.nza.áSU euñado;
és~ ~, V.jf¡~ud .. del ~rentesoo se,lo ha dicho su tio,;á Y he
aquí como ha llegado á mi ,ootioia,Á :~;' ¡ '.",' .' ' , . ¡ 1" ",


-CaraJ)lba.,t:JlLae$e, ¡,pue,$::$abéis ;,que' ese 'seéretD ,l();dre be
sabf)r!3.!:;qs~s ,Q.oras ,tºdQ'lel: 1llu.n~0~ , ~\, ~~ 0 !,,\)', j ~\,;;U
9j 1.t)!1~.\~~t~, ~\qOOJ"ais:~saberJQ v'OsO:ir(js~;. .!' . j "


y maese Roque, entre ofendido y avergonzado, dióal-
, g\lMJt;~osJpa,ra ljeti,amse. e • {..; " ,:' ',' <: ~ : H '


Pero Fernan Nuñez, y algunos otros le CQutuvieron di ...
ciendole: .:>r/t ¡J, },[;)'l~ ,;''',
;\ 'n~N-0 Q~J~~m!->deis;, referidJlri,iq"ue'sepaiei;QU6'; :nosotros
os juramos... " (; ;f:_;~L, .l.;, .;.!,r1rU:' 'J¡,(,
Qtí1gm~r id$:,ce.ntárseJ.o·á qp.ien ',no~)o~sepa:tt(t6ntestó
~)~Qi:Jjé\tjpla..da.: 'q116,~Saltó; Id8~uno' de I1ós- ex"emOs del
grupo.




.. ,: ; " ~., ~ -: .


• XXI. ¡ ; ~.j!. . . t
" .:


, . ~


Volviért>nse todas 'las mi:mda.s'~n aquelli 'direétion, y
~e enooniraroricon ttn: ~etb blini~ jtí~nil y picaresco, ttlle
perten'ooía áiiln cÚérpo"esbeltt>:';y air~s{fj vesiid6 jdGu 1el tra-
je de los páges de'lós:g18.ndes·seiior'es. r ".;i ....~, .


.:..... Si 'es G(1ñéalJVill<r, dijero]Í'lodOs,.'t'·::, ~: . ~. e,,' ~
'-:"81' señores',' sil;' iiquieStoy yo} . que vehg.o i{íuesauchar


lo que dice 'maese Roque'~ 'aiiadir desplles algtLn~l;pa-
labrillas.·· '·;i.::' . :; ':,!


'. ~iptlefj :qué,: Sál!>e~rtú" alguna' ;cosa'r .. ;' ...
-i, Creéis ac~tgo" qtle uná; persona 'COR1'o;! y-ó" no' tenga


motivos :pgm~~abet\ló· qnepasa; eh'tre' 'los' grandes ;s~ñiQres'?
",...¡,.Yá! r}b¡creo', icbmó 'l1'ne eres .·page' del'sañor;"a}~aci]


mayor.
-¿Pero'principia:·is 'á;'cotitar~ ¡mtlese,?· \~ : (.'\' 1',.
El interpelado tosió-; gargaJeól (cou'estiépito, ·~sia:e-IS pá:a:·
~adamér1'Íei elpañnelo'de 'yerbas' del, ootsillu, 'só'llose las
narices con estruendo y miró á cuantos le rodeaba:ri~¡;Visi~
blemente ·sa.lÍsfoohti;; sa~61a éajál;del rapé;'~~;"vuiup­
tuosame11t~l·un rénórm'é polvo; y;di6: pl'iticiPio~:':a:'gif'1iarfaiL
(~ion dicien:db:: [,;. ,., .. !. :. ~: " i,,~l ¡ <' .,';'1'.,


-Habeis de saber que el alguacil mayor peca un táD-
Líeo por ser aficionado á las hÍJás de Eva ...


·-Pero maese ...
, ~GoIÍz~Üvillu; qtré~ eS"l(}:jl paga Inl:UY ,li§tJt:~stoy: ggkul'ü


que no me dejará mentir. ,:;;al/' (t.n:,'; ¡'j ..
~Tiene+azlffl, l.eüil'1é9t6 "'e1'personaje:alultido. \'\,;'1 ;lU


L . " ,6';:11-' ¡:i',., ... , .,¡ .... ''l'"'' ·'·,n {, .... " ';;"/: /",1 -- i, o veIS. ' " 'L.';; .': .. i'~: 'J" 'A.' <Mi
Como' iba dieie'jjdo~ elalgua~il;·persoha.~digtdsüJj(l por




404 LA SOllERANÍA


otra parte, se precia mucho mas de una buena moza que
no de una fea.


-Miren que cosas ti ene maese; al grano.
--..DoñáMMi1la· de p$C~, esposa de don Juall de Pa~·
dill~., §,bai~que PQCa .nto d, disol"6_ oomo de bf.vlt\Qsa.
~OlÑdªtl.ª,osa,.·q"i vue8Ua.len~ ~s muy viperina,


y de doña María de ~ch~o nad~ deMUs··~tr.
Léjos de mi sem~an.t6 idee.; sol$JQ.tl~~·,qlJ.~. decir


qUt. $l almo tlt Qon~lviUo llO ha pClWdo V$l ain sentir vi-
viEfiIJW$ dª880S PQr la encantadora doña MaI'í~.


La ha reg uerido de amores y ...
-Maese, que os resbalais, intenllB)pió F~'}¡uñez.
~NQ reabalQ, hijQ, q1l6 harto me sé e\lanto iJig{).
J)qña· W$J'i. ha procedido OOInQ \llla ~ll~:r lwnl'8da:


iníWaco.Q sus desd8Ue$, y á esto se debe atribuir la oje-
riza que profesa á don Juan.


y Gonzalvillo, c.ode~do sin compasion ~ los que á su
l~(l teuia, Mij$~guió CQloc4\P~ e.~ ~edio del cjr-c\llQ.


"m'áQué sueede? ¿qué sucede~pregu~~al'Qn' todos Ulwe-
dÚlta~~U;l~.
~1Wa4a <¡Ult mi ~Qt h3 ~tllido aoow.pafi3do de· todos
l~ Q~Qhetes~, q'Q.'- poiia. disponft, pen dj~igirie á la
casa de Hernando Dávalos y don Juan de Padilla.


XXII.


E$ta.~ }Wi'labl'as produjeron jlrotu'Q~a sans8eiG:n en todos
los circunstantes.


Durante t\lguUQ~ $8g\lij.dos uillluno de &11as IQQ'iió los
labios para pronunciar una sola palabra.


De r~p8nte, alzó Fernan Nuií~z la cabeza y ~ijQ:




NACIONAL . 405
. , -=-Voto á mi nombre, i,y b&Jn()s·d~ dejar Qosotros que


vayan presos esos dos tan nobles señQles'?
..


- Por ningun estilo, añadió Fortuñon.
El Sr .. rey·D. Cárlo$ primero parece que 19 encuentra


muy dispuesto á ceder á 0uantas e~igencias tienen los gran-
des señores y se cuida muy poco de lo que le disgus~ al
pueblo.


Los valencianos son lQS .. ·.l)nicos que 10 han enten-
dido. •
.-~Y porqué no hemos dei Q.b~llQS~trOi lQ.misUlo que


ellos? dijo maese Roque, que hasta entonces ~s1u'Viera si;-
lenciolO y preocupadQ. , '


-Tienes q"zoo.
,-Es;una indignidad.
-Si llegan á cogerlos, baJemos que los sU6lten ansa v


guida .
...;.. Don Juan de Padilla siemp~e had&ÍaIldido al ,pu~blo.
- y sobretodo, no merece ser tra. c.QnlQ \ID traIdor.
-Aquí viene al alguacil ma.¡or, gri1.ó. Gonz~lvillo mi-


rando hácia. una. de las boeascalles inIlledjatas..
Inmediatamente se dirigieron todas las miradas hácia


,¡ .


el sitio indicado.
Por una d6 .las bocascalles . ~i6l"QD. apro~arse a] Al ft


gue.eil mayo!", seguido de &u eohel'te de.miDistriles.
-Sin duda van á easa del adelantado ma~m", dijo Fer·


nan Nuñez á sus compañeros.
-Bien 10'pooeis asegurar aña4ió Gonzalvillo.
-¿Y hemos de dejar que se lo llevQ. pr~SQ'? Pregunt6


Fortufion.
~-Por ningun estilo, maese Roque.
-Nó, nó, añadieron los demás.




406 LA SOBDAN1A
:': '~En ese casotsigámoslesy podremos oponemos á que


Heven á efecto sil atentado:.!',~, ;j,;' ',1; .'.' ;':q'. , ;; .. '
• ¡ .'


-Si, sí. .... i,.: '" ~ .. ' , ' ". r:I~>,' u
'.' i'iy¡tras estas palab'ra~:íS~fl'anzó:eltg.~pol traS' de ios:cor-


eñe'tes, y coniéllt 'l8-'nmtdrrpa.:rte1ide; MS"tlU1io~óSiqtle eh la
plaza·babi6. ..'~ u .,)(. i" ;. ',."


.. ~XIIí. 'í
,


.,


ti j : ; i El1trb tanto, .' en la éáStt 'd:el' Adelanta.domayol'de Casti na
no estabánociosos; ':: . ,. " , ,. .


Babianse esparcido algunos de los esouderosde: 'don
Juan por la poblacion con el objeto de recoger noticias, y
al cabo de un largo espacio, dos d6'·~enOg;pen&trarODen el
destartalado: "'c2lseroU, solicitando con urgencia ver ,á su
señor. ;;, ,.'


, :~-¿Qtté ócurre'l 'les preguntó' éste tan' luego . cohlo los
tuvd en ~n pi'éSénCiá.c;¡· . :,


'1' , . , ,


,': ..:.dS'eñot; -s~ñórIiOOntestó uno, el alguacil¡mayot se di-
rige hácia esta casá'eon:lj1~'délibe'rada intenciori'de pren ..
d~ros,' . . r . . ¡ ; " ) .. ' .. " ¡ :


-¿Y qué mas'?:' ;;;
-,LU'n alca:ld'8~ ha maro hado a;l:'mismo 'tiemJU>ra, la casa


de Bernando' Dá.valosty1láfl estas horas'quizá ya-', eJ1é redfU~
cido Aprision.· ,; " " ,. _.;: íi ' '; ::'
~ -,.~y el pueblo'? ," ¡ ,.,' : ' ,,1.. , ,',


-Se reune :en grüpos, y la!" plazad&'Zo0odover está
casi llena 'difgente. - ;, ')1.')! :-/'


-¿Pero nada dicen'? . ,;-
-Nada ... aunque:si parece:que;entré"~Hós reina una


grande agitacion. ¡ , , .




NACIONAL.


: ,..,..¿,Es dec4', :qne mi Ue~~da:se ·,hasabido.y, .. · ~f&tan de
aprovecharse de ella? ':, '. r (::1 ~ "


-A un teneis ,tiem PQ de h ~ir ,: se:ñoJ'.! j' . '~ ; '; ti' j- :
-¿Huir~, ~q;uién os ha.dichG ,que yp P~P.Sfl~~ h~~~lo?
LQ~qU8 vais. á haoor-:inm~iataDle;nte es pOAA;ro~~~ca-


mino para los puntos que os habia indicado. . ".: : ]::: , ..
,.--Mas ¿y sjiel pueblo nada ~C6'?, , , .. "


-Cumplid con 10 que se os manda, que el pqebLo ya.
hablará á suti~lIlPO.. • " ! "


En aquel momento doña María de Pacheco entró p)ieqi-
pi14da.mente en la habitacion:desll,esposo j <}j<}i~Ildole:


- Ya están ahí., ~. , ;
-¿Quiénes esposa mia'? ¿de qué nace,esajnqui~tud'?
-El alguacil mayor, seguido de su age~tE>, ha pene-


trado en nuestra calle.
',,)


-¿Y te sorprendes de eso'? ¿nó lo sabias ya'? ¡',";
-Huye Juan, aun es tiempo. , :
-¿Qué es eso'? esclamó.derepeAte.el caballero di;rigien-


do su vista hácia uno de Jq~ balcones que habia en, el apo-
sento.· , ' .; '1, , • , ' .' ; " •... ..


Esta pregunta y esta mirada eran producidas pp~~, un
__ o .-


ligero rum.or q u& :se ,~l"cibió 'e:Q.la''Calle. , i: i¡
Uno de los eseudero~"seapItoximó al balcon y dijo: '
-Señor, toda la calle está llena de gente.
- Ya sabia yo que el pueblo acudiria" contestó"Padilla


con visible' 'satisfaooion. i
-bPero qué haces'? preguntó 'do~ Marí~con :VQZ ,an-


.!!us.L: ... ~, a4:".1::~, .,"e.' '., "', ,,' ~ ~ :.~ .. ¡.'.
-Ya lo ves; espero que venga el alguacil mayor.
-Mas... ' ;',:-;. ~"


·-Aquíseacerca, dijo uno desus,escud6r~¡: "C,:;




4gB LA SO.BBltANÍA
.....-corriente, marehadá .,tt.r mi enoatgo , d~ídselo


así mismo á vuestros compañeros.
Padilla no tuvo tiempo '~ ~~t, m"8.
El alguacil mayor se ~~!Jé'llt&'Mlla estancia.
DóñaMarf'i. !e 1&n!6' Mdl~ 9tt ésposo c&~ ~i tr&tata de


defenderle.' :
Su esposo la rechazó OOn dulztlt'! y sali& al eneuentro


del algtt!tH.
-¡,A qué debo la honra de veros e11:tni cása' le p~~


gUfitó. "
- VelIgo' -'á cumplir un triste debM, oon1Jettt6 el itltét-


pelado, devorando con sus miradas á doña Mariá .
... 1 Un triste deMr!
No O~ comprendo.'
-Re recibido la 6rden de prendeto$, y ... "
-¡Prenderme!
-Sí, don Juan; el monarea lo ha dispuesto así.
- ¿~ro; de qué se' me le usa'?
-No puedo contestaros porque lo ignoro.
Re recibido una 6rden, y por triste que me sea, debo


cumplirla.
-¡Oh! señor, dijo doña MatiE! cruzando las manos en


ademan suplicahté; vos no os llevareis á'mi esposo.
-¡Señora!
-Callil., M&ría.
Las súplicas son indignas de un pOOhb nobl-e'.
Cuandó gustéis, caballero.
-Podeis creer que me es doloroso dar este paso1 peto .. -.
-Ya locotnptendo.
~Vamos'?
Doña MátUt Sé atroj611orando en los~brazos de SQ esposo.




NACIONAL 409


-Vamos, Maria, la dijo éste; tranquilízate que esto no
puede ser otra cosa que una mala inteligencia por parte
del rey; mala inteligencia producida tal vez por los infor-
mes de algnn enemigo encubierto.


Sonrójose el buen alguacil mayor, y Padilla, aprove-
,chándose de su momentánea confusion, al par que la abra-
zaba, la dijo con voz casi imperceptible:


-No tengas miedo, apenas salga á la calle quedaré en
en libertad. •


Un tanto mas tranquila la jóven con semejantes frases,
aunq ue siempre llorosa y afligida, se se.paró de él.


Aproximóse Padilla al alguacil, y cogiéndose á su bra-
zo le dijo con esquisita cortesía:


- Cua.ndo gusteis.
El funcionario no se hizo repetir semejante indicacion.
Saludó con bastante torpezá á doña María, y abandonó


la estancia dirigiéndose hácia la puerta de la calle.


XXIV.


Apenas aparecieron en ella, un murmullo de cólera se
exhaló de la multitud que invadia la calle.


Padilla fijó una mirada tranquila sobre todas aquellas
cabezas que se dirigian hácia él.


-Marchemos, dijo el alguacil mayor.
-Esas gentes no nos dejan pasar, contestó U!lO de los


corchetes.
-Amigos mios, dijo Padilla dirigiéndose á la multitud,


hacedme el favor de dejarme el paso franco porque van á
llevarme á la cárcel.


-N6, nó, respondieron una porcion de voces.
TOMO n.




410 LA. SOBERANlA


-No debemos consentirlo, ahullaba Fernan Nuñez.
-Despejad el camino, dijo el alguacil mayor á sus su-


bordinados que principiaban á encontrarse mal en aquel
sitio.


-Fuera, fuera! ... gritaron algunos.
-Que dejen en libertad al preso, gritaba maese Roque .


. -y á Bernando Dávalos tambien, añadia la voz de
falsete de Gonzalvillo. '


-Dejad paso franco á. la justicia, vociferó el alguacil
mayor.


Pero la voz de.la autoridad principiaba á confundirse
entre la muchedumbre.


Se habían cruzado algunas palabras misteriosas entre
los grupos y la efervescencia cundia rápidamente.


-Respeto á la ley, seguia gritando el alguacil.
-Vamos, amigos mios, acabamos de una vez, dijo


Padilla.
y como si aquellas palabras hubiesen sido una señal


convenida de antemano, el pueblo arrolló en un momento
a los corchetes y á su digno gefe le arrancó la vara que
enarbolaba en alto, y mientras unos llevaban en triunfo
á Padilla, á quien acababan de poner en libertad, los otros
se esparcian por la ciudad apellidando «Comunidad» pala-
bra de la cual se derivó la denominacion de Comuneros,
con que mas tarde fueron conocidos todos los que tomaron
parte en aquellas revueltas.


xxv.


Roía una vez la valla; no era ya posible contener al
pueblo.


Juan de Padilla y Hernando Dávalos, puestos al frente




NAClO~A.L. 411
de las masas, principian á darles direccion, y cien grupos,
embriagados con su primer triunfo, desparl"amáronse por la
ciudad, embistiendo algunos de ellos la casa del corregidor,


Al frente de estos iba Hernando Dávalos, el cual, acom-
pañado de los individuos del estado llano, subieron á las
habitaciones del funcionario qu~ no las tenia todas consi-
go, y el amigo de Padilla, esforz'ándose por tranquilizarle,
, d" 1.e lJO:


-El pl,leblo no viene aquí á satisfacer ninguna ven-
ganza; nosotros que le representamos os quitamos la vara
de la que habeis hecho no muy buen uso, obedeciendo ór-
denes injustas.


-Yo cumplia con lo que mandaba el rey, contestó el
-corregidor con no muy seguro acento.


-El monarca obedecia-á las sugestiones de sus conseje-
ros, y no siempre la equidád y la justicia dictaban las pa-
la bras de estos.


-Yo no tengo culpa ...
-Alguna teneis, pero el pueblo jamás ha pensado en


tomar venganzas ruines; por lo tanto, en nombre de la Co-
munidad que hemos formado para sacudir el ignominioso
yugo que sobre nosotros pesa, os devolvemos esa vara, exi-
giéndoos que con ella hagais respetar siempre la ley, am-
pareis á los que os demandan justicia y haced que jamás se
tuerza en favor de personas determinadas.


XXVI.


Tomó nuevamente posesion de su cargo el corregidor, y
mientras' tanto, otro grupo de los revoltosos asaltaba:la
casa del alcalde; arrojaron al rio los muebles qU& ,tema,> y
sin cometer otro desman, renniéronse de nuevo y'toma.ron




412 LA SOBERANÍA


á viva fuerza el puente de San Martin y las puertas de
Cambron y Visagra, defendidas por algunas tropas caste-
llanas que no pudieron resistir el violento empuje de los
amotinados.


A la par que esto sucedia, segun Padilla dejara dis-
puesto, algunos escuderos partieron para los lugares veci-
nos, y durante las veinte y cuatro horas que siguieron á
aquel alzamiento, la mayor parte de los lugares y villas
convecinas levantáronse en son de guerra, renniéndose en
Toledo al dia siguiente hasta veinte mil hombres que con
toda la voz de sus pulmones gritaban: ¡Comunidad .. !.


Semejante fuerza hizo ya pensar en los gefes del movi-
miento el modo de emplearla oonvenientemente.


Tuvieron una conferencia, y en ella acordaron apode-
rarse del alcázar y puente de Alcántara, donde se habian
fortificado las mangas de arcabuceros que habia en la ciu-
dad, las lanzas reales que se aloj aban en la misma y la
mayor parte de los nobles que temieron ser víctimas del
furor popular.


Adoptado por unanimidad el pensamiento de desemba-
razarse de una vez de todos los enemigos de los com une-
ros, principiaron á tomar algunas disposiciones; comuni-
cáronse órdenes á los gefes de distintos pelotones, para qn~
dieran á la capital, y á consecuencia de ella, Anton Huer-
tas fué llamado á la presencia de Padilla.


El labriego se presentó con el mismo aspecto sombrío
y melancólico de que hemos hecho meneion en otro lugar.


-Vamos, Anton, le dijo Padilla, ya has visto como a.l
darse el primer grito han respondido inmediatamente to-
das las poblaciones; con las fuerzas' que contamos no es di-
fícil prónosticar una victoria segura.




~AClONAL. 413


XXVII.


El labriego sonrió de una manera estraña, y contestó:
-¿Quién sabe lo que puede suceder?
-¿Cómo? ¿dudaríais aun?
-Yo dudo siempre.
- ¿Qué quieres decir'?




-Os repito lo que en otra ocasion os dije; para haber
vivido siempre en la córte entendeis muy poco de ello.


-Pero si aquí no estamos en la c6rte.
-En todas partes hay ambiciones, y estas son las que


impiden se llegue hasta donde debiera llegarse.
-¿Crees que algunos de mis compañeros? ..
-Creo que donde mandan muchos amos, es difícil que


haya buen gobierno.
-¿No sé cuantos amos? ..
-En primer lugar teneis aquí á Bernando Dávalos;


andais con tratos con Juan de Zapata en Madrid, con Bravo
en Segovia, con el obispo Acuña en Zamora, y con otros
varios que vos sabeis mejor que y o.


-Lo que veo, maese Anton, que os encontrais muyen-
terado de cosas que saben pocos, dijo Padilla á quienhabian.
sorprendido estraordinariamente las palabras del labriego.


-Nada os estrañe, señor; ha tiempo que voy de una
ciudad á otra buscando á on hombre, y esto da lugar á que
se pregunte, que se averigüe, y se sepa.


-Pero bien, ¿qué quereis decir nombrándome á todos
esos caballeros~


-Que todos son amos y que todos querrán gobernar.
-Ouando haya que reunir las fuerzas para acometer




414 LA SOBERANIA.


una empresa arriesgada, se nombrará uno entre todos.
-Eso es lo que temo, el dia en que eso suceda, ¿se con-


formarán los otros con la eleccion de ese uno? Desenga-
ñaos, señor, mientras existan ambiciones nada podremos
hacer, hay muchas emptesas que acometer y todos querrán
ser gefes.


XXVIII.


Las palabras de Anton Huertas causaron alguna impre-
sion en Padilla.


Encerraban demasiada lógica para que el esposo de
Doña María Pacheco desconociese.


Permanecieron silenciosos, hasta que por fin dijo éste:
-Dejémonos de eso ahora, que tiempo nos queda, y tra-


temos del objeto para que te he llamado.
- V os direis.
-Es necesario dar un golpe seguro. En el castillo yen


el puente de Alcántara se han hecho fuertes nuestros ene-
migos. Preciso es desalojarlos.


-¿Quién está allí'?
-Están el alcalde y el alguacil mayor; el marqués de


Santa Lucía ...
-¿Quién habeis dicho'? preguntó con voz agitada y ade-


man descompuesto Anton Huertas.
- ¿Qué tienes? esclamó sorprendido Padilla.
-¿No habeis nombrado el marqués de sta. Lucía'?
-Sí.
-Contad conmigo para todo; yo quiero el puesto de


mas peligro, quiero ser el primero que entre en el alcázar.
-¿Tienes alguna ofensa que vengar del marqués~




NACIONAL. 415
-Tengo una que vos no podeis comprender. ¿Cuándo


vamos á dar la embestida á esa fortaleza?
-Mañana; he contado contigo y con los tuyos para


atacar por la parte del rio.
-Corriente; yo. os aseguro que el alcázar será tomado.


XXIX.


Pocos momentos despues Anton Huertas abanaonaba la
casa de Padilla.


Su rostro espresaba de una manera tan enérgica la fe-
roz alegría que esperimentaba, que no hubiera dejado de
sorprender á quien le hubiese conocido antes.


No habia andado gran espacio, cuando de repente se en-
contró envuelto en medio de un grupo que, dando voces
descompasadas, gritaba:


-¡Peguemos fuego á las casas de los nobles! ¡Abajo
: os flamencos!


-Sí, guerra á los nobles, ahulló Anton Huertas.
-Vamos á la casa del marqués de sta. Lucía.
-Corramos, corramos, dijo el labriego con voz ronca.
y lanzóse á la cabeza del grupo preguntando:
-¿Dónde vive?
-Ya lo vereis.
Huertas causaba miedo.
Sus ade~anes eran mas descompuestos que los de nin-


guno.
Sus voces mas roncas y su adeD;lan mas terrible.
De pronto la vocería aumentó.
Detuviéropse los rebeldes, y Anton preguntó:
-¿Es aquí?




~ACjONAL. 419


-Perdon, señor, es el padre de mi hijo.
-¡De tú! ... ¿Que has dicho Isabel?
-¡Soy madre!
-¡Dios del cielo\
y Anton cayó al suelo anonadado por aquella tremen-


da revelacion.


XXXIII.


La venganza se escapaba de sus manos.
No podia hundir su puñal en el pecho del marqués.
Isabel sollozaba á su lado.
Anton la contemplaba de una manera sombría.
Temblaban sus labios de cólera y su agitacion era hor-


rible.
La desdichada jóven no tenia valor ni aun para mirarle.
El infeliz padre no sabia qué hacer en aquella dificil si-


tuacion.
Cubrióse el rostro con ambas manos y con un acento


flue nada de humano tenia, esclamó:
-Iluminadme, Señor, porque temo volverme loco.
-¡Padre!
- ¡Silencio!


XXXIV. )


Isabel se contuvo dominada por aquel acento.
Largo espacio se pasó así.
De pronto Huertas separó las manos de su rostro y co-


giendo la de sn hija la dijo:
-¿Ete hombre no te ha' prometido rehabilitacion de


ninguna clase?




-120 LA SOBERANIA


-¡Padre! no me ama, esclamó Isabel deshecha en llanto.
- ¿Segun eso te ha despreciado'
-Pero yo le quiero.
-Pues bien; yo te aseguro que el marqués será tu es-


poso ó pierdo yo el nombre que tengo.
-¿Que vais á hacer?
-Mañana lo sabrás.
-Pero ...


8,


-Nada me preguntes, contestó con voz Sdca el la-
briego.


En aquel momento se percibieron los gritos de los amo-
tinados que gradualmente iban aumentando.


Se habian embriagado con el botin; habían aspirado el
olor de la sangre, é iban en busca de otras casas para entre-
garlas igualmente al pillage y al saqueo.


Cuando s~s gritos hubieron dejado de percibirse, An-
ton Huertas sacó á su hija de aquella casa y la condujo al
meson donde paraba.


Anton Huertas, en medio de la alegría que habia senti-
do al recobrar á su hija, se hallabatemblemente,desespe-
rado.


La veia sufrir, y padre al mismo tiempo que hombre,
no podia perdonar al miserable que la abandonara, al mal-
vado causa de su deshonra.


Anton quiso conocer toda la historia de su infortunio.
Isabel sollozando se la contó.
El marqués habia hecho lo que mu.ooos, jóvenes á su


edad y con sus ideas baeian.
La amó, solicitóla, la fascinó, la.',a-rre\Jato- ~'su easa, "Y


se ea.nlÓde su fácil conquista á l()s pocos dias de haberlo
conseguido.




NACIONAL. 421


Semejan1e historia tenia muchos puntos de contacto con
otras mil que Anton Huertas oyera muchas veces y que
siempre le hicieron estrelDecerse de cólera y de indignacion .


El marqués de sta. Lucía, un poco mas humano que
algunos de sus compañeros, no abandonó á Isabel del todo.


La relegó á uno de los palacios que poseia en la impe-
rial ciudad, y alguna vez que otra. solia visitar á la infeliz
que le veia llegar, gozosa y alegre, quedándose siempre




triste y desconsolada.
Su tristeza y su dolor nacian de que constantemente le


suplicaba una gracia que jamás él la concedia.
Isabel lloraba perdida su honra; habia abandonado su


casa por seguirle, y no podía tornar á su pueblo sino reha-
bilitada.


Siempre que el marqués escuchaba estas palabras la
contestaba con una sonrisa de desden.


La union entre un noble y una villana servia de tristí-
simo pábulo á la conversacion que despues sontenian los
.licenciosos de la época.


xxxv.


Anton Huertas supo alguna parte de esto y el resto lo
adivinó.


En aquella solemne noche prometió el anciano labriego
vengar el hoo.'Or· d.e su hija, y era hombre que sabia cum-
plir lo que prometía.


Al dia siguiente levantóse muy temprano, á fin de ir á
ocupar ellngar que le correspondiaen el proyectado ataque
del puente y 4elaleázards'Alcántara.


La venganm"loimp1l1saba doblemente en aquellos. roo·
mentos.




422 LA. SOBERANÍA
Había elegido, segun sabemos ya, el puesto de mas pe-


lig:oo porque era tambien el que con más facilidad podía
presentársele la ocasion da encontrarse con el hombre á
quien buscaba.


Efectivamente, al frente de las gentes de su pueblo,
lanzóse el primero al combate.


La lucha fué terrible.
Toda la nobleza que habitaba en la imperial ciudad se


habia retirado á aquel sitio, temerosa de los desmanes que
el pueblo pudiera cometer, y formaban un conjunto bas-
tante numeroso.


Anton no reparó en eso.
Entablada la lucha, corrió al sitio por donde creía eOil


t:: so brado fundamento que le seria fácil obtener la posesion
del alcázar.


Escogió de entre los suyos veinte hombres, todos resuel-
tos yarrojados, y apoyándose en los picos de las rocas ó en
las ramas de los árboles, escalaron la muralla, que por
aquella parte era sumamente baja.


Huertas llegó al borde, y lanzándose repentinamente
sobre el único centinela que habia, le hundió un puñal en
la garganta, lanzando un alarido de venganza y de triunfo.


Poco despues, los veinte hombres, silenciosos pero in-
trépidos y arrojados, se deslizaban por la estrecha escalera
que desde la plataforma conducía á la poterna donde esta-
ba el puente levadizo.


En medio de la confusion que en el castillo reinaba, na--
die pudo al pronto reparar en su presenoia.


Mas cuando se vió que .algunos soltaban las cadenas
del puente, entonces, los gritos de (.Traicion) esparcieron
la confusion y el terror entre los defensores.




N :\CIONA I,. 423


xxxvr


En"el primer momento, tanto los caballeros como los
soldados y demas gente menuda que en el castillo habia,
sospecharon que era mayor el número de sus enemigos,
pero presto se convencieron de que solotenianquehabérselas
eon un puñado al cual fácilmente podian hacer sucumbir.


La consecuencia de este convencimiento, fué arrojarse
sobre nuestros bravos de una manera enérgica y resuelta.


Anton no quería separarse de la poterna.
A los defensores convenía en gran manera levantar el


puente, pues de este modo podian sostenerse por mas
tiempo.


Padilla habia visto ya que Anton Huertas se encontra-
ba en el castillo y deseaba por momentos acudir en su
ayuda.


Pero habia distintos pareceres entre los gefes que le
acompañaban, y el tiempo se iba pasando con aquellas va-
eilaciones.


Por fin, el animoso hijo del Adelantado mayor de Cas-
tilla, se adelantó algunos pasos de su gente diciendo:


-Si no hay nadie que me siga, iré yo solo.
Avergonzáronse los que le habian seguido desde Toledo,


y corriendo junto á él le dijeron.
-Vamos al alcázar.
Embistieron con ímpetu el puente, sin que fueran su-


ficientes á contenerlos los disparos de las bombardas, ni las
descargas de los arcabuceros, y á los pocos momentos ha-
dan huir ante sí á los defensores que entraron precipita-
damente en el castillo.




424 LA :;OBERANIA


Este fué el momento mas terrible para el padre de Isa ~
bel.


Los que huian, cayeron con ímpetu sobre los paisanos
que se vieron envueltos y arrollados sin saber á quién
acudir.


XXXVII.


De pronto, un grito estraño retumbó bajo la bóveda.
Le habia dado Anton.
Acababa de distinguir al marqués de sta. Lucía.
Efectivamente, venia al frente de los que retrocedían.
Verlo, arrojar un grito de feroz alegría y lanzarse, hi-


'\, riendo y arrollando cuanto se oponia á su paso, fué cosa de
lln instante.


-¡Marqués! le dijo al par que le cogia por la gola, tn
vida me pertenece.


El de sta. Lucía palideció intensamente al reconocer al
padre de Isabel.


Sin embargo, SU orgullo le impedia demostrar su terror.
Así fué que dijo:
-Mátame. .
-No quiero matarte. Tenemos cuentas que saldar los


dos.
Los soldados, al ver al caballero en poder de Anton, se


lanzaron sobre él, y tal vez lo hubier.apasado mal á no
llegar tan oportunamente Padilla y Jos suyos.


Una confusion estraordinaria reinaba en el castillo.
El pueblo habia entrado como vencedor, tenia muchas


ofensas que vengar de la mayor parte de las personas que
habia allí encerradas, se le habia resistido, habia aspirado




NACIONAL. 425
una vez el olor de la sangre y su victoria se manchó con
algunas violencias y algunas infamias.


Gran trabajo le costó á Huertas salvar la vida del mar-
qués .


. Llevósele á uno de los rincones de una de las cámaras,
y, poniéndose delante de él, le dijo con un acento indes·
criptible:


XXXVIII.


-No tengais miedo, señor, nadie os tocará. Quiero yo
que vivais porque os necesito aun.


Un grupo de comuneros se adelantó hácia él diciéndole:
-¿Y tú que haces ahí con ese hombre?
-Ya lo veis, contestó el labriego con calma, le defiendo.
-¿Te ha ofrecido dinero acaso por su vida?
-Yo no me vendo, ¡tunante! contestó Anton con voz


iracunda.
--Entonces, entréganos á ese enemigo del pueblo y le


haremos seguir la suerte de sus compañeros.
-Es imposible.
- Mira que va á salirte cara tu resistencia.
-No os lo entrego porque su vida es mia ¿lo compren-


d . '2 ~ elS.
-¿Qué te ha hecho? preguntaron algunos á quienes


sorprendió el acento de Anton.
-Robarme una hija que formaba todas mis delicias,


hacerla su manceba y abandonarla despues. i,OS parece
poco?


Ninguno de aquellos hombres contestó.
Habia entre ellos algunos padres y comprendieron el


horrible dolor que en el corazon de Huertas debía existir,
TOMO JI




·!26 LA SOBERANIA


Alejáronse silenciosamente, y Anton no se separó uu
instante de su prisionero.


Este habi'a tomado una actitud desdeñosa y reservada.
Pasados los primeros momentos de efervescencia popu-


lar, el labriego dijo al marqués.
-Ha llegado el momento de que hablemos.
-Sepamos que quieres decirme y concluyamos de una


vez.


-¿Tienes mucha prisa'?
-¿Quién eres tú para tutearme'? preguntó el jóven COI}


altanería.
-¿Quién eres tú para venir á mi casa á arrebatarm-e de


ella la honra que no me puedes dar'?
El marqués bajó la vista dominado por la lnirada del


labriego.
Al cabo de algunos segundos dijo:
-En fin ¿qué quieres de mi'?
-Quisiera tu vida) y puedes estar seguro que ya te lH


habria tomado si no hubiera un ángel que ruega por tí.
-Menos palabras, y vamos al grano.
-Presto vas á salir de dudas.
-Lo deseo.
- ValLos á Toledo.
- Vamos donde quieras, pero cuida que esta sítuacÍon


termine pronto, porque de prolongarse tal vez se cam-
biara.


-y si cambiase ¿qué sucederia? preguntó Anton.
-Sucedería que te haria pagar muy caro tu at.revi-


miento.
-¡Miserable!
y Anton Huertas se arroj6 sobr~ el marqués eon un~)




~ACIONAL. 427


expresion tal, que el jóven no fué dueño de contener un
movimiento de terror.


-Dá gracias á mi pobre hija, murmuró el labriego con-
teniéndose por medio de un esfuerzo violentísimo.


XXXIX.


El marqués respiró.
Salieron del castillo, y Anton Huertas le llevó!' á la po-


sada donde estaba su hija.
Isabel habia pasado horas muy crueles.
S8,bia que su padre estaLa batiéndose y que su amante


ostaba en el bando contrar'io.
Así rué, que al verle se arrojó en sus brazos esclamando:
-¡Padre mio!
-:Mira á quien traigo conmigo, contestó Huertas, se~


ñalando al marqués.
-¡Ah!
y la pobre niña retrocedió algunos pasos, llevándose las


manos al pecho como si tratara de ahogar los latidos de su
corazon.


Et marqués habia quedado sorprendido.
No puedo sospechar ni un momento que Anton Huertas


Le llevara á la presencia de su hija.
Asi era que no podia pronupciar ni una sola frase.
-Ya estamos aquí, dijo el labriego al cabo de algunos


segundos, y podemos hablar libremente.
y pronunciando estas frases, cerró cuidadosamente las


puertas del aposento.
Isabel miraba con inquietud á su padre.
El marqués iba encontrándose mas tranquiJo,




428 LA SOBERANTA
y á la par que recobrara su tranquilidad, tomaba el mis-


mo aire de insolencia y altanería que le era peculiar.
-Podeis sentaros señor, dijo el labriego, cambiando de


acento y de modales.
El marqués lo hizo corriéndose al apercibirse de aquel


cambioJ
-Ahora, siéntate tú tambien, Isabel.
-¿Yvos padre'? preguntó lajóven.
-Yo', estoy bien así; despues veremos lo que he de hacer.


XL.


El marqués estaba impaciente ya.
Asi fué que dijo:
-¿Pero concluimos ó qué'? ¿Os parece que yo estoy pa-


ra ser llevado y traido segun vuestro capricho'?
Algo de terrible pasó por la mente de Anton, pues sus


ojos se inyectaron de sangre, temblaron sus labios y dió un
paso hácia el imprudente jóven.


Mas se dominó, y con acento reposado y grave, que cona
tras taba la tempestad que se desencadenaba en su pecho,
dijo:


-Teneis razono
-¿Segun eso? ..
-Voy á deciros cuanto tengo necesidad.
- ¿Y despues'?
- Despues, vos resol vereis.
- ¡Resolver! ¿Sobre qué'?
_. Sobre lo que os voy i hablar.
-¿Es decir que me venís á hacer una consulta'?
-Quizás, contestó Anton haciendo un nuevo esfuerzo


para dominarse.




NACIONAL. 429
Isabel que le conocia bien, temblaba á la esplo~ion de


aquel furor comprimido] y al· par que al marqués, dirigia
una mirada suplicante á su padre.


-Padre mio, dijo, hablad ya del asunto principal.
-Tienes razon, contestó Anton. Escuche V., señor


marqués, i,quiere V. aceptar á mi hija por esposa?
XLI.


A semejante propuesta se siguieron dos esclaníaciones
de sorpresa.


La impresion que ambas revela~an era igual en los
primeros momentos, mas despues varió mucho.


La de Isabel espresaba una alegría infinita.
Por el contrario, la del marqués, pasados los primeros


momentos, pudo traslucirse mas por ironía que por otra
cosa.


La jóven fijaba~alternativamente sus miradas, ora en su
padre, ora en el marqués.


Anton Huertas viendo el silencio de éste, principiaba á
fruncir sus cejas de una manera amenazadora, al par que
la crispatura de sus manos demostraba su cólera próxima
á estallar.


-i,Habeis escuchado, señor? dijo al cabo de unos ins-
tantes, con acento harto significativo.


-Lo he oido, contestó el jóven con ironía.
-i, y qué respondeis'?


XLII.


Isabel principió á temblar.
Su amante retardaba la respuesta, y Anton Huertas le


miraba de una manera terrible.
Por fin, viendo que nada decia, gritó con furor:




430 LA SOBERANIA


-'¡Rayos y truenos! ¿acabareis de contestar?
-tQué contestacion esperais? preguntó con calma el


atrevido galano
-La contestacion que un hombre de honor debe dar en


semejantes casos.
-¿La contestacion de un hombre de honor quereis? in-


sistió el j óven.
-¿No estás comprendiendo, esclamó Anton con fuerza~


que mi hija necesita una rehabilitacion yquetú únicamente
puedes dársela'?


-Vuelvo á deciros, respondió el marqués con altivez,
que no quiero que me tuteeis; que hay de mí á vos una
distancia que nada en este mundo puede salvar.


-¡l\1iserable! gritó con esplosion Anton Huertas, ¿no
la has salvado tú para deshonrarme'?


Sál vala ahora tambien para de vol verme lo que me has
robado.


-¡ Pndre! escbmó Isabel temblando de eflpanto.
-Contesta, continuó Antoll HQertas cuyo furor crecía


por momentos.
--Es inútil que te canses, djjo el marqués al cabo de


breveR instantes.
-¿Qué has dicho'?
-Que fuera locura en tí imaginar siquiera que yo ae-


cederia á semejante demanda.
-¡Miserable de tí!
y el labriego al pronunciar estas palabras con terrible


acento, sacó el puñal que llevaba en la cintura y se arrojó
sobre el marqués.


-¡Padre! ¿Qué vais á hacer'? dijo Isabel precipitánd.ose
entre su padre y su amante. .




NACIONAL. 431


- Vas á morir, infame, gritaba Anton ciego de corage.
-Es el padre de mi hijo, esclamó Isabel con desgarra-


dor acento.


XLIII.


Estas palabras hicieron que Anton Huertas recobrase la
razono


"Miró á su hija, yen el rostro de aquel hombre se operó
una súbita transformacion.


Dos lágrimas brillaron en sus oj os.
Eran las del dolor supremo que sentia.
El marqués hahia palidecido intensamente.
Aunq ue era valiente, la muerte se le presentó bajo un


>l.specto tan horrible que tembló.
Vió á la jóven sollozando, al padre irritado y no se con-


eeptuó seguro entre élq uellos dos sé res en quienes el dolor
S' la venganza. impulsaban contra él.


Anton hizo un esfuerzo terrible.
Consiguió dominarse, y dijo al cabo de breves momen-
1~,os :


-¡,Con qué no quereis devolver á mi hija su honra?
_. Son distintas nuestras posiciones, repuso el marqués,


'lue habia recobrado algo de su serenid~d.
-Estais provocándome en términos que tiemblo por mí


.


rnlsmo.
-Padre, quisiera pediros una gracia, dijo Isabel.
--¿Qué quieres hija mia?
-Desearia que me permitiéseis hablar con el mal'-


'Iués.
~¡Hablar con él! 7,Para qué'?




432 LA SOBERANIA


-Para ver si mis palabras hallan m::ts eco en su cora-
zon que las vuestras.


- Es un infame. •
-¡Quién sabe si al pedirle por el sér que llevo en mis


entrañas, encontraré mas persuasion que en vuestras ame-
,


nazas.


- Será inútil.
-Qs lo suplico.
- Bien, sea; pero no me pidas despues por su vida si es


que no accede; merece la muerte.
-¡Padre!
-Os dejo solo con mi hija, señor marqués, dijo Anton


aproximándose al jóven, reflexionad bien acerca de lo que
os digo, pues si no lo haceis, podeis prepararos á morir.


XLIV.


El marqués hizo esfuerzcs por sonreírse, mas no pudo,
El resuelto acento del anciano le imponia.
Anton Huertas salió de la estancia.
Apenas se vió sola Isabel con su amante, corrió á él, Y


arrodillada á sus plantas le dijo:
-Alvaro, por Dios, accede á lo que mi padre desea.
El jóven la contempló durante algunos segundos sin


pronunciar una sola palabra.
Despues sonrió con desprecio, y dijo:
-¿Qué clase de comedia estais representando conmigo?
-¡Alvarol
-¿,Pudísteis creer que yo, por temor á vuestras ame-


nazas, cedi'3ra y me deshonrase?
-¡Alvaro!




NACIONAL. 433
-Ya te he dicho en otra ocasíon que de tí á mí exist.e


TI. na distancia inmensa.
El marqués de S~nta Lucía no puede casarse con una


villana ..
, -¡Warqués! ¡Oh! Tú no puedes decir esq,; tú hablas lo


eontrarío que tu corazon te dicta.
,.Sj}ue~a.:op lB,.que ~ serias un miserable, como


lui pa6k,e·.~ ~1&Jna, y yo no quiero ,creerlo. .
¿Por qué me arrojas hoy en cara mi nacimiento. cuan-


do en¡etrG tiempo me hablabas y me acariciabas y te em-
hebec~as contemplándome á pesar de él?


Alvaro, Alvaro!. .. piensa que yo n9 he conocido otro
amorllue:~ de mis padres y.el tuyo, y . que aun ha sido
aquel.iJi)f:erior al~l¡\e te he profesado, cuando todo lo he sa-
erifiCl40 á' él.


-Eh, déjame en paz.
-N6, no puedo dejarte, porque se trata de tu vida.
-:-Ya veo bj.en, ,claro vuestro objeto.
¿Pensais obligarme por medio de la fuerza ... ?
-Na es.:eso.
No 68 amen~a.
Tú no coneces á mi padre; te matará, y yo moriré. tam-


;bieu" y el hijo que llevo en mi seno; ese hiJQque es tuyo,
porque yo á nadie he amado mas que á tí, Y á nadie podré
amar..


-Basta, .Isabel.
-De rodillas te lo ruego; no lo hagas por tí, no lo ha -


,gas pOr míta.mpocQ, hazlo por tu ~hijo, por tu pobre hijo,
,(1 ue ,·mañaIls.,noconoceria, ásu padre! ...


T¡Hfl) !l.




434 LA :;OBERA~IA.
.'


/ '


XLV. . , ~ ¡ " .. t :


Isabel estaba doblemente hermosa con su desesperáeioD"
Las lágrim.as bañaban. su. ;s~mblante y los so.uozos aho-


. ,


gaban su voz. < ' .. ,< •• ,' 1 'j, " '1
'Su acento de :madre~ temblON)!ú:'1 ~~'~"1fibraba á


pesar de su dolor con 'tal fuerza que el ImWqllés)Mieetre-
meei:6.' ' : ,'!L 1 ,


,:' . ,


Por' otra parte,el 'riesgt(:que 1&, jóven'~11eánl1nciaba
existia efectivamente.


Ello oomprendiatámbien.
Tenia 1Jnhrló, pero,su ergtIlkf le ím~á; confeaar~.r
Anton Huertas era ~z'~'He ~~sfMe,¡ a¡qirilBd~o~


sin gloria y sin que su muerte fuese conocid81~d~ ~ie.
Preciso era pensar en todo, y el marqués ·:pénsal~a.·
Alvaro era j6ven, sabia; que aun el mttntld'le Oft'eeia UD


a.ncho campo lleno de 'placeres Y' sentia·,,emel'lo ,todo tan
pronto.


, .


En aquellos momentos supremos, porqtrÉVteH' gran ma-
nera lo eran para él, lo recordó todo, y n&pl1do, rmlgnarse
perderlo.' '.J ' '-,';


, ' Su 'astucia. le sugirió unínedio· para no ;U~gH á. .áquel
'. ,


, ~; r' :' ¡ caso.
Si accedia á lo que Anton deseaba, recobraria una par-


te de su libertad, hasta que por fin se le ~cedi.er[.; toda si
él sabia engañarle. ; ,;~j,: -, ': ,


. 'Para preparar las' <liUgeneias mQtri~tes{ hablan de
pasarse algunos dias, yrlnrante ellos fácil seria ese~parse
de Toledo, salvar la vida y no acceder á una union que él
juzgaba deshonrosa.




KAClO:>;A L. 435


XLVI.


Todos estos pensaIIlientos se, ~~ . o.curri6;l!on en; un ins-
tante.


Así Íaé queoontemp16 á Is~bel, Y<<{~ ,aG&nto menos
duro, pues no le pareció prud~nt~ ~~Wru:;,~ .. PJf~n,.to, dijo:


;;lsabel:" 110 .-.hables asL
La jóven, engañada por aquel acento, y creyendo. que
~us JltlílMras habrían hecho mell~ en su tJ.ni~p" ~~niinuó :


, '+"Si"sí,.·AI:varo, e~ el ~cento con' q;y't}.1d~~~'-1,~e ..
Es la madre la que habla y Dios ha pue~~e.n ~P:Kgar­
gan~~~s·f f.ses en sus,labiQs, qJl.e hiereI;l. el oorazon
~l_ .. , ;', ,;.'


- y bien ¿qué es lo que quieres?
-¿Y me lo preguntas? : ,{: . l:',.,
-Reflex~Qna. qooJIlis parien4ls;.se ,o;PQn~án, q1J.~l~ove-


, "-


J'án ~&:¡ml a.D3~mas y r.aeon~ensjoo~ r¡ q\l6.~.;:",
-¿No eres rioo'? ¿no me amas'?


. !'.


-Sí, mas... ' 2\' j" ( ~." '.q _
! •


-Viviremos donde tu .q1lÍer~; 'yo W> mepl'fJfj~é en
uinguna parte; jamás sBluré de tu castillo y todos mis cui
dados, todos mis afanes, set~b para ti y para tu hijo.


, , : N ~.j;e~ ~1l¡e ,mi pres~nciGl~: ~bQchor~~ en ninguna
parte. ".:;: ' .


-Mucho te quiero, Isabel, pero'1I~~ ~~~op'up~c!~es de
mi familia, el temor de su disgus~ I.l,1p ~ ~~G~~'~,IJ.~ran
maI;),e~.,: ~iít:L :_;. ';'_',,' ' ;¡Í" (1' .. J:_Lf "::. ,:.,.,.~, ]',\;0\-;., ':,


-Si ~(_~::!a,~.~sfa~~él,·¡ d~,: 43rRef tCQmpli4~ticon
tu ¡ MD.()l< UiAi14 ~4"beI;t ~~~tarl ' ;" ,;! ¡ i i:; J




-Yo bien quisiera pero... -.'\"',.! "




436


-Es tu hjjo quien por mis labios te pide que le dés UH
nombre.


¿Serás tan cruel que te resistas á la súplica de un ángel'?
-Vamos, VMn~, :no me hables mas. ..
-Pero ¿accedes'?
Sí, sí: 'V$)' en tus 'ojos, en: la espresiOtt'de tu,rostro, algo


queme diee';teD.gaesperanza. "', ", " ,,', 'j
¿No es cierto que tu corazon está itlOitániot,a á.·..mpla-


eerme? ' ,
. ......;S'f, alma mia, esclamó 'el marqués con Ull'·~que·


admirablemente'fi.iigido; sí, no puedo resistir mas" tu- hijo
tendrá nombre .


........ ¡Oh! yo creo que voy á volverme leoo.de-,a4epía,' es-
clamaba la pobre mujer besando con efusion las lftMB de


, ,


su amante. ' ,!,!


¡Bendito seais, Dios mio! ' . ',.
,¡Bendito seáis' perque ha l'econocido·á; 8\1 'hijo! '; )1,
Y frenétiea, ielirantede a~gria, oorriélá ltl"pu~ta de


la estancia, gritando:
-¡Padre! ¡Padre!


,'\


Atifun 1ruettas :t1() 'estába.· iéfos.


, XLVII. ~ ;: t ' l ',;'


..


. ,,"~. .


- .


.'


, ,


'. J.' ~ - < ¡ :


PresentÓse en la élstaneia y la j6ven,caye-adó' en /su~
lJra:los, le dijo: '. : i.·
-'fNob~ '16' 'aiíúneié'¡ .' '.:''; i li ~,,~
'Aetede paa~,áecede." i'iHj~j ") ,j<¡j~'.;
El labriego estrechó entre sus brazos á su hija, yapi-ox'i.:·


mánddse'lY'marqhé! le ofreCi6la' ttuib.<1"diet8le: :',
- Señor marqués, habeis prdeeaitT~Jjw~ hiOmb"re;' han-


rado y os perdono. i ' . ' '




~ACIONAL. 437
_rrodos cometemos locuras en el mundo, contestó con


acento trémulo do.rl'Alvaro; me 'arrepiento y trataré deique
Isabel sea muy dichoSá.


- Yo no q niero mas qua tu cariño.
-Lo tienes todo entero.
Si hasta ahora habia: dudado era por mi familiá, porinis


amigos. : )' "
-Para s~r feliz en el mundo basta con 'querer,serlo ; á


veces las preocupaciones de las familias labran la desgra-
cia de las personas .


. - La boda ha de celébrarse muy pronto.
-Al momento; d.entro :dev:dos días, contestó Anton.
-Corriente. ' ,; .
"';"'Si gustais p~ Salir para :hacer las diligencias ne-


cesariás'; yo (), á:eomp~. '
-Nó, contestó Alvaro, hoy ténll,;ctt,ara'llna nlld~a'vida


y no quiero separarme de la qtre vá'á."'Ser dentro de poco
.


ml esposa.
~&Dno~~teig.


. XL "V IlL ,
'.1 :: ¡.;


Al dia :sig'uiente, Anton Hllertas'salié del'íltté8&D', encar-
gai\li'á:IÓs;de~~'?Íflej~ amIgos que ne ~eHpata;senun
IU~ tle''.aqtlel sitio y q\ieifthPittiemn4a §8lidadelmllr-
qtÍ~ ~~tif~6"'e' ~1Íé 10'ifitei\ta'se'.


Pero Alvaro fué mny prudenté~' ¡ ')'
NadaMjo:' (.' f l·' ", ~
Al 1 Ii:t1leftWl)f' l1am6' .~. t' qAl\1;oi'í}~lIe 'dije "q lÍe déseal'ia se


verificase su union en el palacio que poseia en ToMftb.: .
. EP1Mlñ~gó'~"~ió¡, y¡'6a~8:Se t1"ásta~atdrf,ijqftt~di-


licio donde el padre encontró á su hija.




43S LA .SOBERA.NIA
La ceremonia se habiadispiQ;88tQ par& lftuoohe siguiente.
A la hora convenidt!-, Isabel 6$tlb~. di$.puesta ..
El sacerdote esperaba en la ca~i~l palacio ... y solo


faltaba el marqués. "
Pero Alvaro no pa:eció. ' .....
Apl'~ve0hfn~dose de\ 0QnociJllien~;quet&nia de la casa,


salió por una puerta secreta, corriendo sin cesar á ref:ugiar-
se en S\l.c9.$tillo de Ala.hejos. .'


. XLIX.


La infamia com.etida por el marqués de Santa Lucía era
de aquellas q.ne no podian par.on~e.nunca. "


Anton Huertas tembla.ba de cólera. . '1
En. los primeres motaen., t .. _~ ... ~p.,.~ui­


miento de aquel miserable, que ."rfa}~dQde.ul1a., lD8¡lle-
. ,


ra tan ... ÍQJ.&:á.s\lS~".... .. ,'.'
Pero ,vol'Vi4la vista y mÍl'ó á Isabe.h <.' .. , •
El golpe que la pobre niña recibiera fué mor~l.·.!
Sus mejillas habian palidecido y la muerte.paqja. pene-


trado en su pecho.
Imposible era que pudiese vivir.
Sq ~ni0() _m •. l1abia sidq Alva.rQ; ~~~: ;tllVo .una


ligel'aesp.elUlza. ~ q.,~ .p04¡i" ~W:Q~~.h¡:~,iue
1 •


podria 8l'P~tl ªlgUll :¿ia;-.~ijta~, ~t,r~ ;~,
mas al perderlas, sintió qU&.:SU~O!'8rzon ~,l ~~~r¡í.~-
pulsos de su inmenso dolor! ¡ 'Ií' '. iH .'-!ti; .:. ¡;' i !.'.


Cuando sintió en sus entrañas agitarse u~,.~~,;fSL gozo
iDefaWe~48 la.·lDª~e a¡h~gé.. ~,men~mftl\t~,;~~¡dolores
de la !~jer. '," ;.(r l' ,,:';.I{;~~~' l'j .,;':., ; .. , •... ¡-;,:;.


¡


:r ... ~anQo, la ·r.azon prinp¡,iQ á \t~aiM)~.!s~: ~tj.rio
, .


rué terrible. \ \ .'




NACIONAL.


'~Qué nombre tendria aqu-elhijo~ '.
¿Cómo podia preseilt&l'se en. la'so(}iedad~$i sobre su


frente habia de llevar el fatídieo estigma' de; la 'bastardía'?
Estas conSideraoi()nes la ,dieron un ¡ vaidr del en~l hasta


entonces habia carecido.


L.


Habló oon ~.AlvaÍ'o' y lo hizo'en nQmbre'de su hijo.
La eloetiencia de, las madtes resplándeeia en sus pa-


, ' labraS. ':' , ; .: . ' .. i'
Pero el maWtt1és'ei"a>un briboll consumado, y en su


corazon no existia un solo átomo de honradez. '
Isabel vió acogidas sus frases por desprec!ativascarca··


jadas, y en nada se tuvieron ~s 'razoneS~
EI'en&uentro con su padre la prestó' aliento.· .
La fuerza por una parte y laj)e1'Suaoion pbrotra, .creyó


que conseguirian lo que ella solaoon' su amor no pudo al-
. " .. canzar.. '. j ';, •


" ~l0 '1-3.'\ el aeseilgaiiOi que recIbi6 ·fué terrrble-.
Ctiminal endurécido el "jc>ven ,si' pudo- :~der 'durante


un momento, fué por la imperiosa ley de la necesidad y del
te~j,{~a~·!Str,WDt~¡.objete· tlié> ganar la confiaEza de An-
to:hfff)~s'i'-1>ara,: ia'bus&1'eile ella ,eftel: pPimer momento
que pudierá-t'," f:·~.' , e~) i':;"
, '::In taIiti!í11ó esta1Hr des~éperad(j. . ,
.:ld'e1.'J~.it>á. ,,- ~·.l'
El dolor que sentia la cogió ,tahde'improvisoy'tan aba-


tida ya, que no tuvo fuemís:parai tesi~tirle.
AIít()Ii'l~ \tl0'vabnai"¡ 'át! -fteoibit lá tremmma 'rroeva, y


01 vidanclo la venganza por el amor de su bija, oorrló b.~cia




440 LA SOBERANIA


ella y estrechándola fuftrte~Íf co~il'a. su ~cho la dijo:
'. ¡Hija mial p.o ,~ed~spe,res;·~~,,}J),ise;ra,l>.1e te falta tu
padre no teabanAA~n~~>;. ,'" :,


Isabel sonrió- oon una tr~z~ i.~~ipti;~le.
El labriego adivinó aquella sonri~ay sintió que una


lágrima temblaba en sus párpados.


LI.
.


Al di~ sigui~nte una pobre niña. tendida ~ol>re el lecho
del dolor estaba próxima á ,dar Sl! último aliento.


Arrodillado junto á la cabecera y estrechando entre sus
convulsivas manos la fria y casiJnerte de la moribunda,
estaba un anciano~ ", ..


J unto á él un jóven. ',. " ' - .
AlIado opuestonn ¡nédico~; ,
A los piés, c~tr(); ó einco plebeyos con el semblante pá-


lido y los ojoS. h.~eeidos.
La moribunda era ltlabel. ,.,: .
El anciano que lloraba su padre; el jóven que junto á


él se veia,Juan de 'Padilla; lQS p1e~)'os ,q~1 ~e.,~ban
afectados, contemplaL.dq ati9-~lla , . ,onia, los deudos de
Anton Huertas. ,e -


El médico pulsó á la enfeJ'BlfJ..",ltl~lleS. de,JNl~run
gest9 ha¡rto significativo,pa~ante y -tr.~~o :de ha-
cer el menor ruido posible, salió de la estanc~4!ot!":," '


En la puerta de ella 8neontró.al sacerdote· i1l6, entraba.
Cuando la ciencia es impoténte, la "eijg4on se p,~senta


pata OOIl:fOltar al cristiano. "
Anton Huertas alzó la cabeza., .
Vió al sacerdote, y un estremecimiento involuntario


recorrió todo su cu erpo .




NACIONAL. 441
-¡Valor! murmuró 'en su oido la voz de Juan Pa-


dilla.
El anciano le miró como diciéndole: «Ya veis si le ten-


go cuando me encuentro junto al lecho funeral de mi hija
y no muero antes que ella.»


Despues, inclinó la cabeza sobre la almohada y dos ar-
dientes lágrimas se empaparón en las sábanas.


De pronto hizo Isabel un movimiento.
Abrió perezosamente los ojos, y con voz débil dijo:
-¡Padre!
Anton Huertas se enderezó de repente.
Aquella voz habia herido poderosamente su alma.
-Isabel mia, esclamó ¿qué quieres'?
-¡Padre! no lloreis, no os aflijais por mi muerte.
-¡Morir tú! esclamó el anciano con voz· doliente.
¿Quién ha dicho que tú vas á morir'?
-Sí, mi corazon está deshecho, y no hay vida para mí.
Yo lo conozco.
-¡Hija de mi alma! gritó Anton, arrojándose sobre el


débil cuerpo de la jóven.
Y despues, como respondiendo á un sentimiento secreto,


continuó con voz sorda:
--Sí, le mataré, le mataré!. ..
-¡Padre! ¿Qué habeis dicho'? preguntó Isabel dilatando


estraordinal'iamente los ojos.
-Nada, hija, nada.
-Si; vos haheis dicho que le matareis', yeso no puede


ser.


Dios lo prohibe ¿no es verdad, padre, continuó dirigién-
dose al sacerdote, no es verdad que Dios prohíbe la"ven-
ganza?


TOMO 11. ütj





442 LA. SOBERANÍA
-Sí, hija mia, sí; el 'Señor perdonó á los mismos que


le estaban dando muerte.
-¿Pero quién puede ser 'Dios, padre'? esclam6 Anton


Huertas con desesperado acento.
-Él nos di6 el ejemplo.
-Señor, dijo Isabel con voz que por instante se iba de-


bilitandose, si la postrera súplica de vuestra hija encuentra
eco en yuestro corazon, no la desatendais.


-Habla, habla.
-No os ensañeis contra el marqués; no sean vuestras


• manos las que derramen su sangres
Yo rogaré ·al Señor ... porque aleje de su cabeza todo el


peligro.
-¡Tanto le amas!
-Tanto, padre, que en estos ... momentos solemnes ...


mi pensamiento solo en él está fijo .. .
..:..... ¡ Desgraciada!
- No lo creias, padre mio ... No lo soy.
Voy á morir, y en mi tumba podré amarle ... sin que


mi amor le ofenda.
-Hija mía, dijo el sacerdote, ahogad por algunos mo-


mentos esos recuerdos terrenales, y pensad en la miseri-
cordia infinita de Dios, en cuyo reino vais á penetrar.


-El amor que siento en mí, repuso la j6ven con voz
cada vez mas débil y mas cortada, ha dejado de ser ter-
renal para convertirse en divino ... Mi alma disfruta de
una dicha desconocida, y ... y aunque me parece ver... el
semblante de Alvaro, no ... no le veo ... como antes .. parece
sonreirme ... y •.. y me señala el cielo ... Sí... sí. .. padre,
no te enfades si te abandono por seguirle.


El me llama y me sonrie ...




NACIONAL. 443
Voy .•. Alvaro, voy ... prosiguió Isabel, cuyo delirio au-


mentaba á la par que se aproximaba el momento supremo;
no te alejes de mí. .. no te desesperes!..


Dices que nos uniremos allí ...
Vamos pues, ya te sigo.
y por medio de un violento esfuerzo se incorporó en la


cama, volviendo á caer enseguida aniquilada por él.


LI1.


A.nton Huertas lloraba como un niño.
Mesábase los cabellos con furor, y con voz ronca decia


á cada momento:
-Le mataré, le mataré!. ..
. Juan de Padilla contemplaba á la hija y al padre con


dolor.
Trataba de dar consuelo á éste, pero las palabras espi-


rabanensus labios, porque comprendia,que en aquellas cir-
cunstancias solemnes de la vida, cuantas frases se pronun-
cian, son pálidas y frias.


-Padre, padre, gritó dA pronto Isabel.
-¿Qué quieres? preguntó el anciano, fijal.1do sus em-


peüados ojos en el rostro de su hija.
-Alvaro dice que ... que no quiere acercarse á tí por-


que le vas á. matar ...
~& verdad que nó?
~Quiere8 muaBo .~ tu hija y no ~ harás'?."
Dime que no lo harás. ,
-¡Dios mio! esclamó ,el labriego ¿hay mayor dolor que


este'?
- Escucha ... Alvaro, continuó la jóven" cuyo, delirio




444 LA. SOBERANfA.
iba cada vez en aumento, no te separes de mL .. ,no me
abandones.
~Dices que debes hacerlQ así porque ... porque soy 'ple-


beya'? ..
¿No lo era tambien cuando me amaste'? ..
No ... no te amé yo apesar de la diferencia ... de nues-


t ·· 'l ra pOslclon ....
¿Hay diferencias para el amor'? ..
Tú no me amas Alvaro ... no me amasL ..
-¡Pobre hija mía! murmuró Anton.
-¿Quién me llama aquí su hija'? esclamó la jóven.
Yo no... tengo padres ... yo los he abandonado ... por


seguir ... á ... mi amante .. .
Mi padre me ha maldecido ...
Yo estoy ... estoy ... deshonrada... .
¡Dios mio! ¡tened piedad de mí! ...
-Nó', Isabel, nó; gritó Anton abrazando convulsiva-


mente á su hija, tu padre no',podria maldecirte.
Ese infame es la causa de todo, pero yo te juro ...
-¡Padre!


LIII.


t Isabel no pudo continuar.
Algunos sonidos inarticulados se e.xhalaron d& su' gar-


ganta, y despues un estremecimiento mas ,fuerte que los
anteriores, volvió á caer en la ea.marígiday helada.


Anton Huertas la miró con ojos extraviados.
Crispáronse sus manos y permaneció algunos minutos


en una inmovilidad terrible.
-Señor, Señor, padre de la misericordia, murmuraba






NACIONAL. 445


el sacerdote junto á la cama, recibe su alma,en tu seno y
compadécete de su desgracia.


Los plebeyos se arrodillaron devotamente y rezaron en
silencio las oraciones que cuando niños aprendieron.


Padilla, impresionado tambien,: siguió su ejemplo.
Unicamente Anton, con la vista inmóvil, contraidos los


musculos y sin respirar apenas, fijaba sus ojos en el pálido
semblante de Isabel. ,


Aquel cuadro tenia algo de imponente y de siniestro.
De repente Anton, volvió sus miradas hácia los que le


rodeaban, encontró el dolor pintado en todos los semblan-
tes y las lágrimas en todos los párpados, y dando un grito
terrible preguntó con voz ronca:


-¿Oonqué está. muerta'? •.
-Valor, anciü.Ilo, valor, contestó el sacerdote.
-¡Hija de mi vida! esclamó Anton abrazándose con el


inanimado cuerpo de la jóven.
Largo rato permaneció así.
Ahogados sollozos se &xhalaban de su pecho.
Padilla y los deínástestigos de aquella desgarradora


escena respetaron un dolor .
Por fin aquella esplosion. de dolor llegó á SJl colmo, An-


ton Huertas levantó la eabeza.
Su semblante estaba estraordinariamente contraido,


pero en· ... iosns ojos estaban seoos.
DUraD..,. ·aquellos . moment6s 11616. cuanto tenia que


norar.;·",
Dirigióse á.PUiUa y le dijo con voz breve:
-Ya,nadateumos.:que haeer. ~u,í. .
-Resignacion, hijo mio., le} dijo ~1 sacerdote.
-Ya la tengo, padre, ya la tengo.




446 LA SOBBRAN1Á
. Despues 'VDlvió á aproximarse al cadáver, depositó un


beso sobre su frente, y estendiéndo ambas manos sobre él~
dijo con voz ópaea.


-Juro sobre tu cadáver, pobre hija mia, que tu seduc-
tor ha de morir á mis manos.


- ¡ Ese juramento es sa.crílego! esclamó el sacerdote.
~Este juramento es el de un padre al que acaban de


asesinar á su hija, contesto Anton Huertas con fiereza.
y sin añadir mas palabra, frio, impasible con la de··


sesperacion en el alma, con la serenidad en el rostro ~
abandonó el aposento mortuorio.


Padilla dió algunas instrucciones al sacerdote, y segui-
do de los amigos y parientes de Anton, fué siguiéndole.


Al día siguiente, sin aparato y sin ostentacion alguna,
el cadáver de Isabel era conducido' al cementerio de la im-
perial ciudad.


Anton iba acompañándole.
Cuando los sepultureros hubieron concluido su fúnebre


mision, arrodillóse el anciano sobre la tierra removida, y
humillando su frente hasta el suelo, dijo con voz tranquila.


Renuevo otra vez mijuramento, hija mia.
Tu verdugo morirá á mis manos~ ,
Nadie volvió á oir á Anton una palabra. respecto'á su


hija.
Infórmose con minuciosidad acerca 'del paradero del


marqués, y únicamente, al cabo de algltues dias, pudo saber'
que se habia refugiado en su castillo de Alahejos, que ha-
bia reunido en él á todas las tropas que &!ldaban dispersas
por los alrededores, y:que rehusaban reeon'ooer ]a justicia,
y el derecho de las comunidades.


Unicamente entonces vagó por sus labios una sonrisa.




NACIONAL. 447


Es verdad q ne esta tenia mucho de terrW1e y de ame-
nazadora. .


Inmediatamente se dirigió á la casa de Padilla.
En ella estaban á la sazon Bravo, el obispo Acuña, Gi-


ron, Zapata y otros varios gefes de las distintas provincias
sublevadas que estaban celebrando un consejo para resol-
ver acerca de las futuras operaciones.


Anton Huertas penetró en el salon, apesar de la resis-
...


tencia que le opusieron los escuderos de don Juan.
Su presencia llamó la atencion.
El obispo Acuña fijó en él sus ojos, y le preguntó:
-¡,A qué venis á interrumpir á vuestros gefes, cuando


están ocupándose de asuntos que interesan al bien ge-
neral?


-Porque se trata de este mismo bien, contestó Anton.
-Esplicaos, y sed breve.
-El bien general exige que cuanto antes estermine-


mos á nuestros enemigos, que no les demos tiempo á que se
reunan y concentren fuerzas con que atacarnos.


-De eso nos estamos ocupando.
-Es menester atacar á los nobles en sus guaridas,


pues de dejarlos en ellas, poco á poco se irán haciendo fuer-
tes y despues nos costará doble trabajo vencerlos.


-Es verdad.
-En el castillo de Alahejos, acabo de saber que se en-


cuentra elmarqués de santa Lucia.
-¡ Antonl esclamó Padilla que comprendia la idea del


labriego.
- Ha reunido á todos sus deudos, ha llamado á las ar-


mas á sus vasallos, ha reoogido cuantos soldados vagaban
errantes por esos montes 1 desde alli desafia á las comu-




LA SOBERANIA


nidades y ha:if.metido multitud de desafueros en ~1 pueblo.
-Ya se tOinarán providencias ...
-Es caso del momento, contestó Huertas con resolucion.
Si me dais trescientos hombres, con la gente que yo he


traido del lugar, os prometo que me haré dueño del casti-
llo y colgaré á sus defensores en lo mas alto de sus al-
menas.


-Anton, volvió á decir Padilla, en eso va envuelto un


pensamiento de venganza y vuestra hija ...
- Señor, no me recordeis eso en estos momentos, repuso


el villano con angustia.
Señores, continuó dirigiéndose á los procuradores de las


ciudades:
Un momento de indicision puede perdernos.
Yo os respondo con mi cabeza que el castillo estará. en


nuestro poder dentro de cuatro dias.
Resolved pronto.
-¿Y si no accediéramos'? dijo el obispo.
-En ese caso, yo solo me lanzaría contra los muros de


esa fortaleza aunque hubiera de perder la vida en la em-
presa.


-Todo menos eso.
Podeis tomar los trescientos hombres y vos sois res-


ponsable de semejante espedicion.
Todos los caballeros miraron con asombroial obispo.
Le respetaban y escuchaban sus ·indieaeiones, mas


aquella resolucion no pudieron· aceptarla., y. :Bravo ,dijo:
-Reparad en lo que decís.
-¿Por qué1 ' ¡:
,..;....Porql1éunaJ espooicion .. :$emeja'te es . mas formal de


lo' que parece;' debentomárse . otras' di'Sposiciones y dar el




449


mando á una persona entendida en el arte de la guerra.
-Creedme, don Juan, contestó el obispo; el castillo de


Alahejos caerá en nuestro poder de ese modo.
Id, amigo, id que estos señores aprobarán mi decision.


LIV.


Huertas se inclinó respetuosamente y salió de. la es-
tancia.


Entonces Padilla dijo:
-Ese hombre tiene que vengar en el marqués de san-


ta Lucia la muerte de su hija.
-Por esa misma razon, ese hombre conseguirá lo que


se propone.
-Pero va á buscar una muerte segura.
-.Mas vale que muera un plebeyo que un cauallero,


Padilla, contestó el obispo.
En la ocasion presente mas falta nos hacen capitanes


que soldados, y debemos economizar mucho á aquellos
aunque prodiguemos á estos.


- Pero su desesperacion ..
-- Su desesperarion le conducir~ al triunfo.
La prudencia de un buen capi tan evitaria lo q ne el de-
s.~o de su vengan~a le impulsa á hacer.


Además, él conoce perfectamente aquel terreno; quizá.s
eonozca tambiell el castillo y á él será mas fácil entrar
tlue á cualquiera de nosotros.


Las razones del o hispo tenian una fuerza de lógica ta.l
que sus nlismos compañeros no podían menos de compren-
lo así.


Aprobaron lo que hahía hecho, y aquella misma noche
TOMO U.


.. ,..
,)/




450 LA SOBERANIA
Anton Huertas, seguido de unos setecientos hombres arma-
dos á la ligera, pero sedientos de venganza, salían de To-
ledo dirigiéndose á la villa de Alahej os.


LV.


Durante los dias que habian trancurrido, desde que el
grito d~ Comunidad se dió en Toledo, Zamora, y Murcia,
casi toda Estremadura y Castilla la Vieja se alzaron tam-
bien, poniéndose en pié de guerra, y poniendo en un grave
compromiso al cardenal Adriano que gobernaba la nadon
en virtud de los poderes concedidos por el monarca.


Consultada por el cardenal la chancillería de Vallado-
lid, fueron todos de opinion que debía castigarse seve-
ramente á los comuneros, toda vez que, como acontece
siempre en las grandes revoluciones, habíanse cometido
excesos que irritaban á los nobles y que amenguaban en
mucho la justicia y la bondad de aquella causa.


El cardenal Adriano comprendió, á pesar de la ligera
oposicion que hizo don Pedro TeHez Giron, que estaba mas
en armonía con las ideas del fnturo Emperador proclamar la
guerra y atacar con mano fuerte á los comuneros, y en su
consecuencia, ordenó al alcalde RonquiHo que se pusiese al
frente de las tropas, y cayendo sobre Segovia, hieiese un
escarmiento terrible sobre su,s moradores.


Por las demasias y los abusos cometidos habian venido
escitándo la ira del pueblo, en tales términos, que en él
momento de dar el grito tenian rencor en sus pechos sufi-
ciente para compensar la desventaja que en táctica y en
conocimientos militares tuvieron los soldados castellanos.


La consecuencia de esto fué, que el alcalde Honquilk
'




NACIONAL. 451


vió deshecha su hueste, y á la vez que con esta detro~ de-
caia la fuerza moral de la soldadesca flamarea enardecían-
se los comuneros y cada dia un nuevo pueblo se adhe-
rla a su causa.


LVI.


Conociendo los gefes que era necesario justific~r un le-
vantamiento de cualquier manera, poniendo al frente de él
una persona que le sirviera de escudo, pensaron en la rei-
na doña Juana, la desdichada consorte de don Felipe el
hermoso) que vivia retirada en Tordesillas desde la muer-
te de aquel, con el objeto que patronizase su idea y que
gobernase la nacion hasta que el monarca volviese de Ale-


.


mh.nla.
En el consejo de que antes hemos hecho mérito se trató


de este particular, quedándo resuelto que los gefes de las
distintas ciudades marchasen á Tordesillas, en cuyo punto
se establecería la c6rte, bajo la presidencia de la reina
viuda, y allí se combinaria lo que mejor conviniera para
10 sucesivo.


Tal era el estado¡ aunque descrito bien lacónicamente,
en que se hallaba la turbulenta política de aquella época y
en el momento que Anton Huertas salia de Toledo para diri-
girse á tomar por la fuerza de las armas el castillo de Ala-
hejos, donde se habia hecho fuerte el marqués de santa
Lucia.


LVII.


Alvaro tenia sobrados motivos para temblar ante la có-
lera de Anton Huertas.




452 J.A SOBERANIA


Así fué, que no se conceptuó seguro hasta que se encon··
tró en un castillo, rodeado de tropas y con los puentes con-
tinuamente alzados.


Habia momentos en que la conciencia le remordía por
]a accíon que cometiera, pero entre la multitud de refu-
giados que con él habia, ahogaba inmediatamente aquellos
levísimos atomos de una conciencia poco recta y generosa.


VariDs caballeros jóvenes como él, multitud de oficia-
les y algunos altos empleados que habian tenido que esca-
pa.r de las ciudades con grave riesgo de su vida, consti-
tuían la sociedad del marqués, menudeando las orgías en
aquellos estensos salones, pues en medio de ellas trataba
de ahogar la voz de su conciencia que le gritaba sin cesar.


LVIII.


Los primeros dias de su estancia en el castillo fueron
una verdadera calamidad para los moradores de la vecina
villa de Alahejos.


La poblacion habia tomado parte por las comunidades;
y justo era que el marqués 1es hiciera sentir el peso de su
cólera.


Privada la villa de sus defensores, toda vez que estos
se marcharon con Huertas, se encontró sin amparo algu-


t


no, y en los salones del castillo resonaron· ma~ de una vez,
en medio de las carcajadas del festin" los llantos de las jó-
venes plebeyas, arrancadas de sus hogares para satisfacer
los caprichos de aquellos infámes señores.


La casa de An ton Huertas fué de las que mas sufrieron.
Alvaro no podia dejar impune el crÍmen que, segun él


decia, habia cometido el labriego.




NACIONAL. 453


Por lo tanto, sus tierras quedaron destrozadas y saquea-
da su ca~a.


Estas novedades fueron las que Anton Huertas se en-
contró al llegar á aquella villa, cuando iba ya con el áni-
lno decidido á vengar la muerte de su hija.


Apenas los moradores del castillo se apercibieron de
que llegaban gentes de los comuneros en su contra, deci-
dieron oponer una resistencia terrible, confiando en la po-
sicion casi inespugnable que ocupaba ]a fortaleza.


Anton Huertas, desde los primeros momentos, habia
prohibido terminantemente á su gente que dijese quien
era la persona que mandaba aquella espedicion
. Preveía muy bien que en el momento que el marqués


supiera que él estaba allí, trataria de evadirse del castillo
imposibilitando con esto su venganza.


LIX.


Anton Huedas !labia formado su plan.
Conocia perfeetamente aquel terreno y escondió á toda


su gente entre las quebraduras de las montañas y en las
casas de la pe>blacion.


Con el entrecejo fruncido y sin pronunciar una sola pa-
labra, escuchó de boca de su esposa el relato de las depre-
daciones y atropellos cometidos por los soldados del mar-
qués; y no quiso revelar á su infeliz consorte el hallazgo
y la muerte de su hija.


Durante dos noches estuvo saliendo de su casa sin que
Isabel, que así sabemos se llamaba su esposa, pudiera ave_
riguar q ne era lo que hacia durante su ausencia.


Mas lo que para ella era un secreto no debe serlo para




454 LA ;:;OBERANIA


nuestros lectores, y por lo tanto diremos que Huertas se
ocupaba en recorrer los alrededores del castillo, aproxi··
marse á él con mucha cautela y reconocer minuciosamente
todos los puntos mas vulnerables.


Sin duda debió quedar satisfecho, porque á la inmedia-
ta ó sea á la tercera noche que llevaba en aquel sitio, reu-
nió á todos los gefes que mandaban los distintos grupos
que con., él habian llegado, y les dijo:


-Mañana atacaremos el castillo; para esto será nece-
sario que trescientos de nosotros se presenten en el cami-
no, y llamen la atencion de los soldados, mientras que los
otros trescientos me irán siguiendo cautelosamente y en·
trarán conmigo en él.


-¿Pero confiais en la seguridad de la empresa~ dije-
ron algunos.


-Sí; es muy p0sible que tengamos pérdidas, pero la
victoria coronará nuestros esfuerzos.


Tambien es posible que yo sucumba en la lucha, pero
no os desa~imeis por eso; continuad adelante, y no dejeis
con vida á ninguno de ellos.


Prometiéronle los gefes cumplir sus órdenes en todo, y
Anton Huertas se retiró á su casa.


Su esposa se sorprendió al ver en su rostro cierta mar~
cada satisfaccion y alegría que contrastaba con la sombría
tristeza de los dias anteriores, y le dijo:


-¿Qué te ha sucedido, Anton? ¿has sabido algo de
nuestra hija?


-Sí, contestó con voz sorda, he tenido tan buenas no"
ticias de ella que estoy muy satisfecho.


-¿Vive? esclamó Isabel con ese amor infinito de las
madres.




~ACIONAL. 455


-- iHa muerto! contestó de una manera tan lúgubre y
tan amenazadora el labriego, que la pobre mujer, mas se
estremeció por lo que aquel acento dejaba adivinar que por
lo que realmente significaba.


-¿Qué has querido decir'?
-Nada, nada me preguntes; tu hija ha muerto., pero la


venganza no se hará esperar.
-¡Pobre hija mia! esclamó la madre con desesperado


acento.
-Calla, mujer~ esclam6 con voz sorda Anton Huertas;


yo la be visto espirar, he sufrido mucho, y no he tenido
nadie que me consuele; sufre como yo y espera el dia de
la venganza.


Durante aquella noche, Anton Huertas no añadió una
palabra mas.


Isabel la pasó llorando y rezando.
Rogaba á Dios por su hija y al mismo tiempo por su


marido, cuyo carácter conocia demasiado y temblaba por
lo que pudiera hacer.


A la mañana siguiente, AntonHuertas despertó ásu hijo.
Era un hermoso mancebo de 15 años, robusto como su


padre y de una inteligencia tan precoz como la de Isabel.
Era el mayor de los tres que tenia.
Abrió los ojos el dolescente, y al ver la gravedad que


se dibujaba en el rostro de su padre, cOlnprendió que se·
trataba de algun asunto de grave urgencia, porque se vis-
tió apresuradamente y le dijo:


--¿Padre, que quereis de· mí?
El labriego lo llevó fuera de su casa; le condujo á lag


rocas donde está escondida su gente, y una vez allí, le dijo,
señalando al eastillo del marqués,




456 LA. "';OBEHANIA
- Hijo, ¿sabes quien vive allí'?
-Sí, padre, contestó el niño con gravedad, el marqués


de tanta Lucia.
-Pues bien, no olvides jamás es~ nombre; acuérdate


siempre de él y graba en tu memoria las palabras que voy
á decirte.


-Hablad.
--¿Te acuerdas de tu hermana Isabel"?
-Sí, padre.
-Pues bien, el miserable dueño de esa fortaleza la se-


dujo, la sacó de mi casa, la despreció cuando hubo satisfe-
cho sus caprichos, y ese hombre se ha burlado de tu padre
cuando ha ido á pedirle cuenta de su honra.


-¿Qué estais diciendo, padre? esclamó el niño con las
mejillas encendidas por el rubor y la indignacion, yo os
vengaré.


-Silencio, gritó Anton Huertas con imperio, aun no
he concl uido de hablar.


- Dispensadme ...
-Ese hombre ha ;estado bajo mi puñal en Toledo; le


perdoné la vida con la condicion de que devolveria á mi
hija., á tu hermana la honra que la habia arrebatado, ¿sa-
bes tú lo que hizo'?


-Aprovecharse de vuestra generosidad, huir de Tole-
do, dejaros burlado y venirse aquí á rodearse de los solda-
dos, para ponerse al abrigo de nuestra cólera.


Esas son las azañas de los nobles, de esa manera tratan
al pueblo que vale mas que ellos, pero ...


-Bien, hijo mio, éres digna rama de mi tronco; gual'-
na siempre en tu corazon ese ódio y en tu mente esos no-
bles pensamientos.




~AClONAL, 457
Escucha:
Tu hermana ha muerto á.consecuencia del abandono


. ,


del marqués.
-Padre, gritó el niñt),~¡c6Il acento convulso y pálido


,


de corage, corramos al castillo de ese infáme.
-Silencio, digo, repuso Anton Huertas, tno soy yo el


jefe de mi casa? Cuando el padre habla los hijos enmu-
decen.


Sobre el cadáver de tu hermana he hecho un jura-
mento.


He of¡'ecido matar á ese hombre y estoy á punto de
c.umplirlo.


-y yo os acompañaré, ¿no es así?
-Nó, cont'3stó secamente Anton Huertas.
Te he llamado porque queria hacerte un encargo.
_.- Hablad~ padre, hablad.
-Entre estas montañas y por la parte del llano hay


seiscientos hombres que han venido conmigo; quizás serán
inferiores en número á la gente que manda el marqués en
su castillo, pero en earnbio tienen todos muchas ofensas
que vengar y les sobra de corazon lo que les falta de ar-
mas y de fuerza numérica.


Yo voy al frente de ellos.
He jurado á mi hija morir ó vengarla, y por si sucede


lo primero, he querido primero hablar contigo.
-Os lo agradezco, padre, contestó el niño con una


gravedad impropia de sus pocos años; iré con vos, y SI
yuestro brazo vacila, el mio le reemplazará.


LX.
Anton Huertas contempló á su hijo con una espresion


indefinible de ternura.
1'0:\10 '1.




458 LA SOBERANIA
Humedeciéronse SUS ojoS:f,:ypor un movimiento es pon -


titneo le abri610s brazos yl~estrech6 contra su pecho.
Despues le rechaz6 con 41l1zura, y le dijo:
-No es posible que me a-é¿Íllpañes al combate.
Despues que haya este terminado, muerto 6 vivo .bús-·


carne.


Si he ~ucumbido sin satisfacer mi venganza, ya sabes
cuál es tu deber.


---Os juro, padre mio, que no tendreis que reprocharme
nunca por haber faltado á él.


--Eres mi hij o, Y sé lo que puedo esperar de tí.
Ahora retírate.
-Dadme vuestra bendicion, señor, esclamó el ado~le·


cente arrodillándose á los piés de su padre.
Aquella escena tenia macho de conmovedora.
Aquella bendicion paternal en medio de un paISaje


agreste, bajo la azulada bóveda del firmamento y en aque·
lla soledad, tenia tanto de terrible como de imponente,


El anciano elevó los ojos al cielo y estendió las manos
con cierta majestad sobre la cabeza de su hijo:


-Señor, esclam6 con voz conmovida, derramad sobre
la frente de mi hijo todo el manantial de vuestras bonda-
des y hac.ed que sea mas feliz que sn padre.


LXI.


Despues de estas tiernas palabras, le hizo levantar, le
atrajo á sí, lo abrazó y le diio:
.~ Vete á casa y consuela á tu pobre madre.
El niño no contest6 una palabra.
EstalH\ su corazon tan lleno de lágrimas¡ que neeesita-




,


NACIONAL. 459


ba hacer esfuerzos violentísimos para que no le subiesen
hasta los ojos.


Separóse de su padre y tomó silencioso y hondamente
preocupado el camino de la villa.


Cuando los accidentes del terreno le impidieron ser visto
por Anton Huertas, se sentó sobre un peñasco y dió rienda
suelta á su llanto.


Estaba en la edad de las lágrimas, y era preciso que las
derramase.


Largo tiempo permaneció de aquel modo.
Cuando separó las manos de su rostro, estaban ya secos


sus párpados, la huella de sus lágrimas habia desaparecido.
El niño se habia trasformado en hombre.
Entretanto, Anton se habia ido dirigiendo á las cavi-


dades de las montañas, y á su voz brotaban de ellas las
gentes que habia traido de Toledo.


LXII.


Siguiendo sus órdenes, salieron al camino los comune-
ros, que ya le esperaban, consiguiendo el objeto que Se
habia propuesto.


Los ha bi tan tes del castillo, sorprendidos por aquella
aparicion, se prepararon para la defensa, é intentaron hacer
una salida al ver la inferioridad numérica de sus enemigos.


Esto era lo que esperaba Anton.
Habia dado las órdenes oportunas á los que estaban en


el llano para que, tan luego como fuesen acometidos, se
embreñaran y entrasen en el castillo por el sitio que de
antemano les indicara, y así sucedió.


El labriego sabia que el castillo tenia una pequeña po-




460 LA SOBERANIA


terna, en desuso desde hacia muchos años, que daba
á las rocas, y en el moipento en que sintió caer el
puente y que los soldados sá.lall de la fortaleza, formó una
especie de ariete con fuertes maderos, preparados de ante-
mano, con el cual batió la poterna, y en el momento en
que consiguió forzarla, penetró por ella seguido de su
gente.


La e~cena que siguió entonces fué terriblemente san-
grienta.


Entablóse la lucha cuerpo á cuerpo, y los soldados del
marq ués, acometidos tan de improviso, perdieron su sere-
nidad, sin que su superioridad numérica, ni los esfuerzos de
los gefes bastasen á infundirles el valor que necesitaban.


Anton Hue!.'tas buscaba por todas partes al marqués.
Encontróle por fin en uno de los salones, donde se ha-


bia hecho fuerte con algunos caballeros, y al verle, lanzó un
salvaje grito de alegría.


-¡Ah! ¡miserable! no te escaparás ahora! ...


LXIII.


Alvaro, sintió que su rostro palidecia bajo la celada, y
que su corazon latia con do bie fuerza baj o el acerado peto
que le cubria.


El aspecto de aquel padre irritado que se presentaba á
pedirle una vida sobre la cual el mismo le habia dado de-
recho, no podía menos de aterrarle.


Sin embargo, hizo un vio~ento esfuerzo, ahogó aquel
terror y gritó á los arcabuceros que tenia cerca de si:


-¡Fuego sobre esos villanos! No me dejeis uno con
vida.




NACIONAL. 461


-Miserable de tí, ahulló Anton Huertas arrojándose de
un salto sobre el marqués.


Pero este esquivó el golpe que le dirigia y blandió so-
bre su cabeza la pesada espada. .


El labriego se revolvió al sentirse herido por uno de
los soldados y fué á encontrar con su daga el brazo del
marqués.


Furioso éste entonces, gritó con voz de trueno:


-¡Matadme á esos villanos! y dando el ejemplo, ar-
r01óse sobre Anton que, no estando prevenido para aquella
brusca acometida, sintió que la espada del marqués se in-


.


troducia en su pecho, al par que la daga de uno de sus es-
cuderos le heria el costado.


p


El labriego á su vez, rotos los vestidos y ensangrentado
el cuerpo, se arrojó sobre el marqués, y cruzándole el ros-
tro con el plano de la espada, trató ~e introducírsela por el
hombro, .mas resbalando por el peto se partió en dos peda-
zos, ocasionando esto su caida.


,- ¡Acabar con él! gritó el marqués en el parasismo de
la cólera.


Pero no tuvieron tiempo de hácerlo: un grupo de co-
muneros penetró en el salon, y el marqués, con algunos
caballeros, pJ'do escaparse á duras penas de allí.


Recojieron Jos villanos á Anton Huertas y fueron á de-
positarlo en una de las habitaciones bajas del castillo, con. '
objeto de prodigarle algunos socorros.


En aquel instante se abatia en la torre del homenaje la
,bandera señorial de los marqueses de Santa Lucía, eI1arbo-
lándose en su lugar el pendon morado de las comunidades.


Habianse rendido á discrecion las gentes del castillo.
En el momento que el hijo de Anton Huertas supo la




462 LA' SOBERANIA
victoria obtenida por las gentes de su padre, salió de su
casa lleno de zozobra por la suerte que á aquel le habria
cabido.


Corrió hácia el castillo y preguntó con voz anhelante á
todos los que encontraba por la persona que le interesaba
tanto.


Condujéronle junto á su padre, y al verle, el pobre niño
cayó de rodillas junto á él, con los ojos anegados en
llanto.


Anton Huertas se hallaba ya en la agonía ...
Las heridas que habia recibido eran mortales caSI


todas.
Al ver á su hijo hizo un esfuerzo supremo; le coji6 vio-


lentamente por el brazo y atrayéndole junto á su rostro, le
dijo con esa voz seca y estridente que caracteriza los últi-
mos momentos.


-Hijo, no llores ... los hombres no lloran, se vengan!. ..
acuérdate de tu juramento ... el marqués vive; tu herma.na
y tu padre ... necesitan sangre.


LXV.


Pronunciadas estas palabras, solo pudieron ya exhalar
sus labios sonidos roncos é inarticulados hasta que espiró.


El ni!i.o permaneció inmóvil durante algun tiempo ar-
rodillado ante aquel cadáver.


Cuando salió de alli, hubiérase dicho que su vida habia
adelantado diez años.


Pujante y atrevida como ninguna mostl'óse en sus pri-
meros momentos la insurreccion de los comuneros.


Pueblo y nobleza, unidos en el estrecho vínculo de su




NACIONAL. 463


nacionalidad herida, de su orgullo ultrajado, de sudigni-
dad humillada y de sus bienes perjudicados notablemente
para favorecer á aquella cohorte de flamencos, que habia ve·
nido acon::pañando á CArlos, eran bastantes para haber dado
al traste con su trono, si la misma buena fé, la misma ab-
negacion, el mismo desinterés que Juan de Padilla hubie-
sen tenido los demás compañeros.


,Cárlos de Austria habia hecho positivamente cuanto de
su parte estovo para enagenarse todas las simpatías de sUs
va·sallos.


Mas flamenco l{ue español, solo trataba: de sacar subsi-
dios A nuestro pais, para atender á la hidrópica sed de rique~
za de sus caballeros.


Sin atender á las justas exigencias de sus súbditos, sin
tener en cuenta la hidalguía y la grandez~~. del pueblo á
quien la suerte habíale traido á regir, mostróse altanero y
descortés, consjguiendo encender con su conducta una ho-
• g~era qne, á tener mas cordura los comuneros, difícilmente


. hubiera podido apagar.
y buena prueba ofrecieron los primeros combates, en


los cuales el cruel magistrado Ronq uillo y el incendiario
general Fonseca, tuvjeran que retirarse en vergonzosa
derrota, corriendo á Flandes A ocultar su vergüenza, y re-
ferir á. su amo el estado de la nacion á quien habia ofendi-
do tan indignamente.


Porque, positivamente, Cárlos I ofendió á su pueblo de
una manera injustificable; así fué que el alzamiento fué
tan general, como general babia sido la ofensa.


Por esa misma razon, el clero y los caballeros, los no .
1Jles y los villanos, todos se unieron para combatir á quien
de tal modo les ultra;jaha,




464 LA. SOBERANÍA


¿Qué causa pudo haber para que aquella revolucion, ba-
jo tan buenos auspicios empezada, diera tan deplorable
resultado'?


La falta de una direccion hábil y entendida.
El pueblo mostróse valeroso en pelear, pero desacer-


tado en la manera de aprovecharse de la victoria.
El mismo Padilla, con todas las dotes de un cumplido


caballe.ro y de un guerrero esforzado, si demostró sobra de
habilidad apoderándose de Tordesillas, donde residia la
reina madre D.a Juana, al objeto de dar cierto prestigio á
su causa) no supo por niDgun estilo aprovecharse de aque-
l1as ventajas.


Tanto él, como la santa junta, obraron desacertada-
mente en no fortificar y fijar su residencia en Si mancas , en
vez de hacerlo en Tordesillas; poblacion completamente
o.esgu.a-ruecio.a 'Y {ácill\or lQ tanto de ser tomada ~or medio
de un golpe de mano.


De la misma manera, se enagenaron el afecto de la no-
bleza, dejando ver cierta tendencia respecto á los bienes de
aquella, idea sumamente antipolítica en aquellas circuns
tancias.


Las rivalidades, las envidias, hicieron el resto.
Todas estas causas prepararon la famosa jornada de Vi-


Halar.


LXVII.


Floja y allegadiza mucha de la gente que Padilla ha-
bia reunido para hacer frente á las tropas imperiales; man'
dadas por el condestable D. Iñigo de Velasco; entre la Hu~·
via y el cansancio, el poco hábito de obedecer y el temor




NACIO~Ar,. 465
de un éxito desgraciado, desde los primero.s momentos fuele
difícil al valiente caballero. toledano' ürdenar su hueste.


Lleno. de ira, revolvia furiosamente' su corcel denos-
, tandü á lüs que cübardemente se alejaban~


y cuando vi6 que todo. estaba perdido., mo.delo. de caba-
llerosidad y de pundonor, afianzándo.se so.bre sus estribo.s y
po.niendo. la lanza en ristre, esclamó:


-No. permita Dio.s que digan en Toledo ni en Vallado.-
lÍd las mujeres, que traje sus hijo.s y sus espo.so.s á ]:a ma-
binza y que yo. despues me salvé huyendo..


y clavando las espuelas en lüs hijares de su co.rcel, se-
guido. solamente de cin~ escudero.s de su casa, fuese á
buscar la muerte en medio. de las lanzas imperiales.


¡Santiago y libertad! gritaba el valiente caballero..
Pero ¡ay! ni el ap6sto.llleg6 en su ansiliü, cual la tra-


dicion refiere de o.tro.s co.mbates, ni la libertad cobijó bajo.
sus alas al héroe que la invo.caba. .~


Ro.ta en mil pedazo.s su lanza, herido al fin} cayó al
suelo, entregándo.se á D. Alo.nso. de la Cueva.
, A la par tambien caian prisio.nero.s Juan Bravo, de Se-


govia, y Maldonadü, el de Salamanca .
. La hueste 'püpular huia á la desbandada.
Lo.s so.ldadús imperiales se cebaban en ella.
-¡Matadr ¡Matad! decia el do.minico. fray Juan Urtado


á lüs so.ldados imperiales; matad á eso.s malvado.s, á eso.s
impío.s y diso.luto.s ... no haya perdon (1).


Que no M o.tra manera lüs eclesiástico.s de uno. y de
otro. bando. ,practicaban el divino precepto. de ¡perdonad al
delincuen1~!


(1) Histórico.
TOMO n.




466 LA SOBERANIA


, LXVIII.


Juan de Padilla, Bravo y los dos Maldonados, fueron
conducidos al castillo de Villalba.


A la mañana siguiente se los trasladó á Villalar, donde
debiajuzgárseles y donde habia de tener lugar la senten-
.


CIa.
Muchos nobles caballeros estaban interesados en que se


usara de benignidad con los presos, pero el rey habia di-
cho, cúmplase con la ley, y la ley decia terminantemente
que el vencido debia ser condenado como traidor~


Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado,
o btu vieron una sentencia igual.


Condenóseles á ser degollados y confiscados sus bienes
como traidores al rey.


Juan de Padilla escuchó aquella sentencia con la cal-
ma, con la dignidad, con el valor de quien tiene la con-
viccion de que vá á morir por una causa santa y justa.


La libertad era su religion y él iba á ser un mártir de
ella.


Bravo y Maldonado eséucharon la sentencia, pudiendo á
duras penas contener su furor (1).


(1) Hé aquí la sentencia tal como se halla en el archivo de Simancas:
((En Villalar, á veinte é cuatro días del mes de abril de milé quinientos é


veinte é un años: ~l señor alcalde Cornejo, por ante mí Luis Madera, escribano,
recibió juramento en forma debida de derecho de Juan Padilla, el cual fué
preguntado si ha seido capitan de las Comunidades, é si ha estado en Torre
(le Lobaton peleando con los gobernadores de estos reinos contra el servicio
de SS. MM., dijo que es verdad que ha seido capitan de la gente de Toledo é
tlue ha estado en Torre de Lobaton con las gentes de los Comunidades, é que
ha peleado contra el condestable é almirante de Castilla, gobernadores dé es-




NACIONAL. 467
Padilla., despues que se hubo confesado, púsose á es-


cribir esas dos famosas cartas que han pasado á la historia
como modelos de ardiente patriotismo launa, y de infinito
amor la otra.


Hélas aquí:


LXIX.


. ,


«A la ciudad de Toledo.-A tí, corona de España y luz
»de todo el mundo, desde los altos godos muy libertada. A
»tí, que por derramamientos de sangres estrañas como de
»las tuyas cobraste libertad para tí é para tus vecinas ciu-
»dades. Tu lejítimo hijo Juan de Padilla, te hago saber
»como con la sangre de mi cuerpo se refrescan tus victo-
»rias antepasadas. Si mi ventura no me dejó poner mis he-
»chos entre tus nombradas hazañas, la culpa fué en mi
»mala dicha y no en mi buena voluntad. La cual como á
)}madre te requiero me recibas, pues Dios no me dió mas
>jque perder por tí, de lo que aventuré. Mas me pesa de tu
»sentimiento que de mi vida. Pero mira que son veces de
>}la fortuna que jamás tienen sosiego. Solo voy con un
»consuelo muy alegre, que yo, el menor de los tuyos, morí


tos reinos, é que fué á prender á los del consejo é alcaldes de sus magestades.
lILo mismo confesaron Juan Bravo é Francisco ~faldonado, haber seido ca-


pitanes de la gente de Segovia é Salamanca.
nEste dicho día los señores alcaldes Cornejo, é Salmeron é Alcalá, dijeron


.q ue declaraban é declararon á Juan de Padilla; é Juan Bravo, é á Francisco
Maldonado, por culpantes en haber sido traidores de la corona Real de estos
reinos, y en pena de su maleficio dijeron que los condenaban é condenaron á
pena de muerte natural, é á confiscacion de sus bienes, e oficios para la cá-
mara de sus magestades, como á traidores, é firmáronlo.-Doct01' Cornejo.-
El licenciado Garcí Fernandez.-EllicenciadaSalmeron.\I·




4t18 LA SOBERANIA


»portí; é que tu has criado á tus pechos á quienpodia to-
»mar enmienda de mi gravio. Muchas' lenguas habrá que
»mi muerte contarán, que aun yo no la 'sé, aunque la ten-
»go bien cerca: mi fin te dará testimonio de mi deseo. Mi
ȇnima te encomiendo, como patrona de la cristiandad: del
»cuerpo no hago nada, pues ya no es mio, ni puedo mas
»escribir, porque al punto que esta acabo, tengo á la gar-
»ganta el cuchillo, con mas pasion de tu enojo que temor


l «


»de mi pena.»


LXX.


La otra, dirigida á Doña María Pacheco, su esposa, de-
cia aSÍ:


«Señora: si vuestra pena no me lastimara mas que mi
»muerte, yo me tuviera enteramente por bienaventurado.
»Que siendo á todos tan cierta, señalado bien hace Dios al
»que la da tal, aunque sea de muchos plañída, y de él re-
»cibida en algun servicio.


»Quisiera tener mas espacio del que tengo pala escri-
» biros algunas cosas para vuestro consuelo: ni á mi me lo
»dan, ni yo querria mas dilacion >en recibir la corona que
»espero.


»Vos, señora, como cuerda, llorad vuestra desdicha, y
»no mi muerte, que siendo ella tan justa de nadie debe
»ser llorada.


»Mi, ánima, pues ya otra cosa I;lO tengo, dejo en vues-·
»tfas manos ..


» Vos, señora, lo haced con ella como con la cosa que
• ), mas os gUla ..


»A Pero Lopez, mi señor, no escribo porque no oso, que




~ACIONA..L'


»aunque fuí su hijo en osar perder la vida; no fuí su here-
»dero en la ventura.


))No quiero mas dilatar, p9f 'no dar pena al 'verdugo
»)que me espera, y por no dar sospecha que por alargar la
» vida alargo la carta.


» Mi criado Losa, como testigo de vista, ó de lo secreto
»de mi voluntad, os dirá lo demás que aquí falta, 'y así
)quedo dejando esta pena, esperando el cuchillo de vuestro
»dolor y de mi descanso.»


, .


Poco tiempo despues, los tres sentenciados caminaban
hácia el suplicio.


El progonero iba gritando delante de ellos que se los
mandaba degollar por traidores y Juan Bravo, sin poderse
contener, gritóle fieramente:


,Miente& túy aun quien te lo mandó decir; traidores no,
8ino celosos del bien público 'Y defensores de la libertad del
remo .


. Señor Juan Bra'Do, esclamó á su vez Juan de Padilla,
dirigiéndose al capitan segoviano; ayer rué dia aepelear
como caballeros, hoy lo es de morir CO'fM criltianOl.


Poco despues, las tres c~bezas eran clavadas en escar-
pias y espuestas á la pública espectacion.


Así conoluyeron.los bravos caudillos del pueblo.
Así pagaba Cárlos 1 'al pais ,que tan benévolamente le


acogiera.
Primero le desdeñó, ofendióle despnes y, finalmente, le


ensangrentó oon -aquellas *erribles ejecuciones ..
Las libertades de Castilla. quedaro-n enterradas en Vi-


llalar. 'T ,
N o hilbia de tardarse mucho tiemp~ en quedar: talbi.en


enterrados en Zaragoza 108 fueros y' libertades de Aragon.




LA SOBERANIA


Veinte años -despues, en medio de-una tarde nebulosa
y sombría, un caballero, anciano ya, penetraba por las tor-
tuosas quebradas que cond\l~ian al castillo de Alahejos.


Algunos cambios se habian verifica~o en la villa du-
rante aquel largo espacio.


El hijo de AntonHuertas, que se' llamaba lo mismo que
su padre, se habia 'casado y era padre de tres ó cuatro
hijos.


En cuanto al marqués de sta. Lucia, casó tambien en
la c6rte del Emperador y tenia su hijo que residiacon su
madre en el castillo de Alahej os.


Jamás habia venido á aquel lugar, y casi siempre ha-
bia estado guerreando,bi~n en Flandes, bien en Italia ó
bien en los Paises Baj os.


Él era el caballero anciano q ne hemos dicho mas -arri-
ba' é iba por primera, vez, al cabo de aquel tiempo, á visi-
tar la morada señorial de sus padres.


Acompañábalo á alguna distancia un escudero, el cual
por efecto de lo cansada que debia hallarse su cabalgadu-
ra, se retrasaba mas de lo que al marquésconvenia-.


LXXII.


Caminaba pensativo D. Álvaro, pues q~izás aquellos
sitios le recordaban escenas de otro tiempo en. 1-as cúales
representara un papel bien importante.


,De repente el caballo levantó la cabeza, y.enderezando
las orejas, fijó una mirada inquieta á ~asr06as que_babia
á entrambos lados del eamin().-


El marqués no hizo alto en aquello, cuando de repente
se sintió asido por el cuello y vió brillan á dos dedos de su
pecho la acerada punta de un puñaL




\-: .


' .. ~


~~~~,~"" ..
.. :\\,'







~ACIONAL .• 471
Detrás de las rocas estaba escondido un hombre.
Apenas el marqués pasó por delante de aquel sitio,


arroj6se aquel hombre de un salto sobre el caballo, y mien-
,


tras que con la diestra blandia el puñal, con la siniestra
le cogió el cuello, diciénd~le con voz ronca:


-Marqués de sta. Lucia, yo ·soy el hijo de Anton
Huertas y el hermano de Isabel, ¿te acuerdas?


-¡Perdon! murmuró el marqués que comprendió ense-
guida la suerte que le aguardaba. "-


-¡Muere, asesino de mi padre! muere, asesino de mi
hermana! muere como has vivido.


y á la par que dec~a estas palabras, hundiael puñal en
el pecho del marqués.


Al mismo tiempo que el hijo dd Huertas saltaba del ca-
ballo, don Álvaro caia de él sin movimiento alguno.


Cuando llegó el escuderó, encontró á su señor bañado
en sangre.


Corrió precipitadamente al castillo, y los hijos de Don
Alvaro llegaron á tiempo de recoger -el 'último suspiro de
su padre y escuchar sus últimas palabras.


Estas fuerón· un "legado de venganza y de ódio respec-
to á la familia de Buél1as.


En cuanto á este, al dia siguiente, cuando se trató de
buscarle poI' el .puebló; habia desápareeido, acompañado de
sus hijos y de su mujer. '


se trasladó áF~ancia, donde murió diez 6 doce años mas
tarde, llorado por s'ú familia, que no quiso volver á España,
donde tan tristes recuerdos existian 'para ella~




CAPITULO XVII,


Un centenario del ~ntiguo ,regimen. -Triste historia contada al aire libl'e,


Era una deliciosa mañan~ del mes de mayo; ,diáfana,
tranquila, iluminada por un brillante sol primaveral.


El valle de, LarraJltl, á dond~ vamos á trasladar á nues-
tros lectores, es uno de., los tn{\s aptenos y pintorescospai-
sajes de la Navarra. , ,


En un estenso llano, cubier~:~~~ ,~1llJ>ra4O$ .., ,~~ ~bun­
dantes pastos, descollando entre'0~" prill1erós ,e~ trigo, la
cebada y el "maiz, aparece en uno de sus estremp~" y como
orgulloso- monarca: asentado e11 'UJl trono, domipan<l.o todo
~ .'. ';' "


aquel bellísimo panorama, el precioso pueblo ,de ,Aldaz.
¡, \.'


Forma el dOsel de aquel espléndido pan~ralIla lln ~osque
que lo domina y que, en suave pendiente, viane á ocupar
su espalda por la parte Sud; bosqlle cuaj~d.o de abetos, de
robles y añosas encinas.


El clima es inmejorable y aunque combatido el llano
por todos los vientos, es tan saludable, que apenas se cono-




LA ~OBERA~lA )¡AClONAL. 473
cen otras enfermedades que las endémicas y de aquí la con·
secuencia natural de que sus habitantes, favorecidos por una
salud robusta, disfruten casi todos del privilegio de llegar
á una avanzadisima edad, con la energía de la virilidad y
en la plenitud de todas sus facultades físicas é intelec-
tuales.


A cada paso tropieza el viagero con abundantes manan-
tiales de un agua cristalina y riq uísima que fertiliza
aquella comarca, haciéndola si cabe mas feraz 1produc-
tiva.


Merindad, partido judicial y diócesis de Pamplona, de
cuya ciudad dista seis leguas, pertenece al Arcil'restargo
de Araquil.


Confina su término por la parte Norte con el de H uici ~
que solo dista media legua; por el Est-e con la ferrería de
Aizaroz; por el Sur con el de Arruiz, y por Oeste con el de
Echarri, que· distando solo un cuarto de legua, mas que
otra cosa, parece un paseo cuajado de flO'res y de verdura.


Las casas, que miradas á cierta distancia, mas que ca-
saspareeen un bando de blancas p~lomas :reposando tran-
quilamente sobre una alfombra de C6Sped, ui tienen calles,
ni forma-n alinea.cion, ni hay únirormidad alguna en su
modeS'ta y sencilla arquitectura, pero en foias ellas se res-
píra ese ambiente de aseo y de limpieza, de holgura y de
bien6~tar, que ensancha los pulm()D~ y que tranquiliza el
ánimo.


Todas ellas tienen su huerto., su jatdincito, armoni·-
zando de este modo lo útn con lo agtadable y aunque en
su mayor parte ni son de grandes diInenM~nes, ni disfru-
tan maS elevaeion que un solo piso, no por eso dejan de
ser cómodas, espaciosas y saludables.


TOllO 11. ¡iO




474 LA. ~OBE.RANIA
El carácter de sus habitantes es franco, leal, sencillo,
(~Onl0 en casi toda la Navarra, descollando entre ellos:t
como hemos tenido ocasion de indicar en uno de los prece-
dentes capítulos, una condicion muy apreciable, la de una
generosidad. superior á todo elogio y como no se encuentra
en ninguna otra provincia de España.


En la parie mas elevada del pueblo y á la derecha del
(~amino que conduce á la ferrería de Aizaroz, se observa,
en mediú de un bosquecillo de pinavetes, una casa mas
rica, mas elevada, de una elegante cOlLstruccion; mitad
quinta, mitad chalet suizo y á la que se llega por una sen-
da flanqueada por ambos lados por manzanos silvestres,
madroñeras y algunos castaños enanos.


Defiende la entrada á la posesion una tapia 6 muro
formado de tosca piedra y argamasa, de dos y medio me-
tros de elevacion, con una verja 6 puerta de hierro que da
paso al inter~ol'.


Desde el momento qua en el se penetra, compréndese.
que el dueño no solo es rico, relativamente comparado con
3US vecinQs, sino qua debe ser persona de gusto y que per-
tenece á cierta clase de la sociedad, por la forma graciosa,
y elegante que se observa hasta en los menores detalles de
los trabajos verificados en ,aquel espacioso jardin, por el
cual debemos atravesar antes de llegar á la casa.


Fuentes, grutas, cascadas y surtidores; cuadros forman-
do ramilletes de las flores mas escogidas; calles cortadas y
tiradas á cordel en las que el boj enano forma su cintura;
plantas estrañas y-arbustos raros; cenadores, á los que pres-
tan regalada sombra inmensas cúpulas de clematidas y en-
redaderas ; jaulas chinescas de elevada altura donde gor-
:?ean eentenares de pajarillos; estatuas y grupos de esca-






~AClO:\AL. 475


Jola representando personajes ó asuntos mitológicos; nada,
en fin, falta en aquel pequeño Eden para hacer mas agra·-
dable la existencia del que, por capricho, por gusto, Ó por
necesidad, se decide á huir del ruido del mundo y resuelve
gozar de cierta tranquilidad y cierto sosiego en el campo.


El edificio se compone de planta baja, en la cual se ha·
lla establecido el comedor, un sa]oncito de recibo y un cuar-
to de estudio; la parte posterior la ocupan las cocinas, la


..


despensa y ella vadero.
En el piso principal, destinado á los señores, además del


salon principal, y cinco habitaciones completamente iude··
pendientes, tiene una espaciosa biblioteca con galería que
dá sobre el jardin y una sala de billar, para recreo y dis-
traccion de sus moradores.


El mueblaje de todas las habitaciones, aunque muy an··
tiguo, es rico, elegante y perfectamente conservado.


El piso segundo es el destinado á los criados.
A la distancia de diez pasos del edificio principal, á e¡.;


paldas de la casa y antes de penetrar en el terreno desti··
nado á huerta, existe una especie de soteéhado que sirve
de cochera,con una cuadra reducida como para tres ó cuatro
plazas, habitacion para el hortelano y una especie de al ..
macen para guardar herramientas, macetas, regaderas etc.
ete., etc.


La cochera se halla ocupada únicamente por un cabrio-
lé de cuatro asientos sin pretensiones de lujo y un carrito
de cuatro ruedas que hace las veces de tartana; en la cua-
dra come tranquilamente su pienso un caballo normando
de gran alzada y poco precío, si bien fuerte y vigoroso;
una mula que sirve para la noria y un asno destinado par;:~
j as pequeñas faena$.




4'76 LA ~OBERA~IA


Ocupémonos ahora de los moradores de esta tranquila y
deliciosa morada en donde todo, al parecer, respira calma,
tranquilidad é inalterable sosiego.


Serian las diez de la mañana y el sol empezaba á dejar
sentir sus benéficos rayos, que en esta época del año son
aun ag~adables y vivificadores.


Debajo de un cenadorcito cubierto por completo de esas
diminutas y perfumadas rosas que se llaman de bengala,
y al rederlor de un velador rústico cubierto con un mantel
mas blanco que la nieve, almorzaban y discurrían en ame-
na plática tres personajes, dos de los cuales son ya de nnes-
tro íntimo conocimiento.


El tercero era un venerable anciano de luenga barba,
de plateada y rizada cabellera, de rostro agradable, risue-
tio, simpático, y, donde á pesar de haber pasado hacia años
del décimo lustro, apenas se distinguían las arrugas.


Sus ojos azules y espresivos tenian una movilidad es-
tl'aordinaria; sus maneras eran delicadas y finas, el timbre
de su voz dulce y sonoro y, sin embargo de su avanz1\dísi-
ma edad, no necesitaba para andar de otro apoyo, ni de otro
sosten, que un sencillo cayado de'caña de Indias.


Los años, sin embarg@, habian inclinado algun tanto
su cuerpo hácia adelante, pero cuando caminaba, ó mejor
dicho, cuando caminando hacia un alto, 6 cuando en me-
dio d_e un diálogo hacia una pausa, su talle se erguia como
la p~lmera del desierto, marcándose entonces su elevada y
arrogante estatura.


Indudablemente sesenta años antes habría sido un buen
mozo; ,en el día era únicamente un modelo de longevidad
,~dmir.a.blemente conservado.


Llamábase don Alfredo y era tio en segundo grado de




r\AClOXA.T.. 477
don Juan, del depositario de las memorias de don Antonio,
del intimo amigo de don Eugenio, de ~uis, de Felipe y~~
María.


Aunque nacido en Francia, su familia era oriunda de
España y á España vino él á establecerse, despues de la re-
yolucíon del 93 y de las e,angrientas escenas á que dió lu-
gar aquel período del terror, por graves motivos que sa-
bremos mas tarde.


"' Eligió para su residencia aquel pueblo donde le damos
á conocer y donde su familia conservaba algunos bienes, y
solo lo abandonó, temporalmente, en algunas ocasiones,
por la absoluta necesidad en que se encontró de pasar al
vecino imperio con objeto de arreglar negocios de interés,
v de intereses .
.


A los treinta años eligió por compañera de su vida á una
virtuosa jóven hija de un comerciante de Bilbao y aunque
su carácter fué siempre melancólico y triste, al poco tiem-
po de haber disfrutado las delicias del matrimonio pareció
cambiar por completo, olvidando sin duda en brazos de una
esposa amada, las penas ocultas que reservaba en su cora-
zon.


Pero Dios, al oabo de algunos años, le arrebató repen-
tinamente el único consuelo que le restaba, volviéndole á
sumir en la tristeza y la soledad mas completa.


Su virtuosa mujer falleció sin dejarle siquiera un vás-
ta.go, un ,ataño de tan ~anto amor; y don Alberto, sin em-
bargo de que aun erajóven, juró no volver á casarse y per-
manecer fiel á la memoria de aquella que le habia hecho
agradables los únicos momentos de felicidad que habia dis-
frutado en el mundo.


Solo vivia en aquella preciosa casita, manteniéndose de




478 LA SOBEHANIA


SUS rentas, y en compañía de tres ó cuatro criados, casi to-
dos ellos viejos tambien, si no tanto como él poco menos,
y gozando de esa envidiable paz que se disfruta alejado de
esas terribles'luchas del mundo, de la sociedad y de la po-
lítica.


Su única distraccion era recorrer los ah'ededores, ente-,
rarse de la situacion de sus vecinos, inquirir donde hahia
lágrima~ que enjugar, 6 necesidades que socorrer para vo-
lar en ausilio de los pobres ó de los afligidos; así que, en
veinte leguas á la redonda, su nombre era conocido y ben-
decido, y no habia persona que no lo amase y respetase.


A esta casa, pues, fueron á pasar su luna de miel María
y Felipe y escusado es decir, conocidos ya los antecede:c.tes
de su huésped, como serian recibidos y obsequiados.


Habiendo recibido don Alberto con anticipacion carta de
don Juan, él mismo rué con su carruaje á Pamplona á re-
cibir á los recien casados, á pesar de sus 90 años.


Para él esto no era fatigoso, ni siquiera pesado; su ro-
busta naturaleza conservaba a.un en él la energía de la
edad viril.


Con ese privilegio peculiar á los ancianos, recibió á nues-
tros jóvenes esposos como si los conociera de toda la vida,
como si fueran sus propios hijos que regresaran de un lar-
go viage, y desde el primer momento, puso la casa á su
disposicion, y hasta tuvo la delicada idea; de ajustar en la
ciudad la mejor doncella que pudo encon.trar, para desti-·
narla al servicio de María.


Har&mos gracia al lector de cuanto ocurrió én los pri -
meros tres dias de la instalacion de los esposos en la casa
del venerable don Alberto; deben presumirlo sin que se lo
cuente y empecemos por asistir ásu almuerzo del cuarto dia.




;:>.¡ACIONAL. 479


Haremos en primer lugar la observacion que Felipe y
.María, á juzgar por la satisfaccion que en su rostro se re-
vela, se hallan eL ese período de inefable dicha que se
siente pero que no se esplica.


En segundo, veremos que el anciano los trata con el
cariño y la solicitud de un padre; que goza contemplando
su felicidad, y que, como es natural, no usa con ellos otro
tratamiento que el de tú.


No parece sino, que se conocen de toda la vida. •
Les sirve la mesa un criado anciano que momentos an-


tes ha traido el correo y los periódicos, porque don Alfredo,
aunque alejado y estraño á la política, no por eso deja de
estar suscrito á tres 6 cuatro diario$ de la c6rte, si bien de
distinto color político, con objeto de estar al corriente de
lo que pasa en el mundo, de no vivir como un idiota y juz-
gar mejor, oyendo disparatar á unos y á otros.


Mientras Felipe sirve á María un plato de fresas ade-
rezadas con azúcar y vino rancio de diez y ocho años, ca-
paz de resucitar á un muerto, en tanto que por la centési-
ma vez ha estrechado su mano y en voz muy bajita y apro-
vechándose de la distraccion del viejo, la -pregunta: ¿me
quieres'? espresion tiernísima y que sin embargo hace reir
ú todo aquel que no representa un principal papel en esta
clase· de escenas, don Alberto, que no le gustan las fresas
y que solo espera le sirvan el café, se entretiene en repa-
sar los periódicos que el criado acaba de traer, porque don
Al berto, por ser original en todo, lee con la misma facili-
dad que si tuviera 20 años, solo usa gafas de vista cansa-
da y sin embargo, con cristales de un número no muy ele-
vado.


De cuando en cuando y por encima de las gafas, dirige




480 LA SOBERA::SIA


como á hurtadillas alguna mirada á la feliz pareja y al
verlos tan distraidos y tan dichosos. los labios del anciano
se pliegan y sonrien.


-¿Te gustan mucho las fresas'~ preguntó Felipe á Ma-
ría sirviéndola por segunda vez.


-Sí, mucho, replicó esta, y. hoy mas porque sé que
las has ido á cojer tú mismo al bosque.


-Poco á poco, señorita, replica el viejo interrumpien-
do su lectura pOI" un momento; él no las ha cojido todas,
las tres cuartas partes me corresponden de derecho.


-Pues ahora con mayor motivo debo agradecerlas.
-Esa si que no cuela, picarilla, añadió don Alberto


sonriendo con bondad, i,cómo quieres hacerme creer que te
sean mas gratas cojidas por este pobre viejo que por tu es-
poso'?


-Por qué la galantería de V. siempre tiene mas méri-
to; él cumple con un deber y V ....


-y yo cumplo con otro que, aunque de distinto géne-
ro, no es por eso menos grato.


Pero continuad con vuestros arrullos, en tanto que yo
continúo con mis periódicos ... no os preooupeis porque yo
esté aquí.


Servidme el café y ...
-Pero, dígame don Alberto, i,no le hace á V. daño esta


bebida'? he observado que toma V. caf~ 10 menos tres veces
·al dia y esto no debe ser provechoso.


-N6, bija mía, léjos de hacerme daño cuo que me re-
juvane,ce, que me alarga la vida ...


Sin café, tal vez ya me h&"bria muerto.
-Sin embargo, á su edad ... se perJ1?itió añadir María.
-Todo es efecto de la costumbre; yo, desde muy niño,




NACIONAL. 48:h
me acostumbré á él Y sin él no podría vivir, ¿no toman lOe
chinos el ópio á puñados? y í sin embargo no les produce
el menor efecto.


Respecto al café, recuerdo h.aber leido que Voltaire lo
bebia con esceso y que habiéndule dicho un facultativo que
hacia mal, porque semejante pócima era 'Un veneno lento.


-«Es cierto, le replioó el gra~ poeta, y tan lento qu~
tengo 87 años y aun no he muerto.»


-Desengáñate, á aquel mata-sanos positivamente no le
gustaba el café.


Sirvió María la taza de don Alberto -y desplles de Ird.-
herIa azucarado, la colocó á la distancia de su mano.


El anciano continuó en su interrumpida lectura en tan-
to que la j óven sirvió otras dos tazas, una para su esposo
y otra para ella misma.
-~Quién te ha dado esé pensamiento que llevasen el


ojal del chaqué? preguntó de pronto María á ~"elipe, que-en
aquel momento llevaba la taza á los labias y' que estuvo á
punto de derramar su contenido por efecto de la risa que
le produjo semejante interpelacion.


-¿Qué quién me lo ha dado? replicó Felipe pudiéndose
apenas contener.


-Sí, sí; quiero saberlo.
-¡Pero es posible, mujer! i,con qué tienes tan poca me-
• '1 t11orla.
-Eso no es contestar.
-¿Quién me lo habia de dar? tú.
-¿Yo? eso no es cierto.
-¿Oómo no? me lo diste ayer tarde y yo lo he; conser·


ntdo en uno de los floreritos de tu tocador.
-Vuelvo á repetir que no es verdad; lo que yo te '-rli


'fIl/\lO 11. Gl




482 LA SOBERANIA
fué una violeta, y á don Alberto un pensamiento; mira SI
lo recuerdo bien.


-Te digo que te engañas.
-y yo te digo que tengo muy buena memoria: á tí


11118. violeta y á don Alberto el pensamiento.
-Fácil me seria salir del paso con decirle que lo habia


cogido yo mismo de cualquiera de las macetas del jardin,
pero como ni en broma me gusta mentir ...


-¿Es decir que yo soy la que miento'?
-No la que miente, dijo el anciano suspendiendo nue-


vamente su lectura y terciando en el debate, pero si la ni-
ña terca que no tiene razon.


- ¿Cómo~ replicó María un tanto confusa.
-Sí, señorita, su esposo de V. es el que la tiene, y la


prueba hela aquí.
Esto diciendo sacó del bolsillo de su chaleco una violeta


ajada y marchita.
-El favorecido con la vIoleta fuí yo; tu esposo con el


pensamiento: él lo COI!lservó en agua y permanece fresco y
lozano; yo, por el contrario, lo guardé en el bolsillo como
recuerdo de mi bella huéspeda y aquí lo tienes, si bien
ajado y marchito como yo.


-Pues yo había creído ... dijo María bajando los ojos y
tiñéndose sus mejillas de rojo carmin.


-Es una -niña y nada mas, añadió Felipe sonriendo y
procurando cojer su mano.


-Sí, pero necesita un castigo, replicó el viejo, y yo
voy á imponérselo.


-Obedeceré, valvuceó María.
-Dá un abrazo y un beso á tu marido en presencia


.


mla.




NACIONAL 483
-¡Con toda mi alma!
María estrechó con efusion la cabeza de su marido im-


primiendo un beso en su frente.
El anciano continuó leyendo .
...;..?~Con qué eres celosa'? dijo Felipe.
-Tú me has enseñado á serlo.
-¿Yo~ ¿Cuándo? ¿Cómo~
-Recuerdo que antes de ser tu esposa, he su.frido mucho.
Felipe frunció ligeramente las cejas, é hizo un imper-


ceptible movimiento de contrariedad.
-Recuerda á tu vez, María, dijo con alguna seriedad,


que hem~s comvenido en que jamás evocarías ciertos re-
cuerdos que me hacen siempre daño, y que ciertos nom-
bres te'está prohibido el pronunciarlos.


-¡Oh! perdóname, Felipe, perdóname ... no lo volveré
á hacer, ni ha sido mi intencion mortificarte en lo mas


, .


mlnlmo.
- Q credas perdonada" pero no lo o] vides.
Tu misma delicadeza debe hacerle comprender lo que


sufro, sin que nadie me diga una palabra, cuando reflec-
xiono ...


- ¡Oh! basta, basta ... le interrumpió María, poniendo
su linda mano sobre los labios de su esposo.


Este exaló un suspiro y quedó por algunos instantes
meditabundo.


Pero este estado de distraooion en Felipe, tuvo la dura-
cion de un relámpago, porque precisamente en aqu,811os
momentos, don Alberto, que continuaba leyendo, tiró éomo
con enojo el periódico sobre la mesa.


---¡Oh! esto es estúpido! ... hay ciertas cosas que no se
pueden leer con tranquilidad.




484 LA ~OBERANrA


-¿,Qué e!=l ello'? ~e apresuró á preguntarF~lipe.
--tEste .periócico, que inserta mil desatinos y sandeceg


hablando de la fratricida guerra. que. tiene horrorizado á
nuestro pais y que lo dice to.clo, menos l~ verdad, al hablar
del desdichado hecho de armas de Eranl, tan fatal por des-
Q'racia á nuestras armas.
~-. }


-Precisamente ayer me ofreció V. referírmelo tal co-
roo sucedió y añadir algunas consideraciones comparativas
de dos épocas, la presente y la en que tuvimos en ese mismo
sitio una desgracia parecida, cuando la guerra de los siete
años ..


-Entonces como ahora, me hallaba yo en este sitio~
en esta casa, conocido de todos y de todos alnado y respe-
tado' porque apesar de que mis opiniones liberales son bien
conocidas, como solo me ocupo de hacer el bien que puedo,
amigos y enemigos me respetan siempre; oj~lá mis conse-
jos y mis exortaciones fueran escuchadas del mismo modo;
¡seguramente no se derramaria tanta sangre ni se come-
terian tantas atrocidades; yo juzgo las cosas y los hombre~
con severa imparcialidad, pero la pasion política es una
especie de delirio y la menos susceptible de escuchar la
voz de la razono


¡Pobre España! ¡desdichado país!
-Quisiera oir de los autorizados labios de V. la rela-


cion de ese fatal encuentro.
-Voy á complacerte y mi relato es tanto mas exacto,


cuanto que los antecedentes que he recogido y en que me
fundo para hacerlo, los debo á personas de entero crédito y
testigos presenciales de ese desgraciado 116cho de . armas.


-Mientras Vds. charlan de política, dijo María aban-
donando su asiento, si me permiten retirarme iré á hechar




RACIONAr... 485
como de costumbre la comida á los patos y á las gallinas,
y despues á mi cuarto á arreglarme un poco.


-Sí, hija mia, vé, desde ahora cuenta con nuestra licen-
cia ... replicó el anciano, la política tiene efectivamente
pocos atractivos para una muchacha de tu edad.


-Hasta luego, pues.
---Hasta luego.
M,aría dió un abrazo á su marido, estre~hó la mano del


anciano llevándola respetuosamente á sus labios, y se alejó
corriendo en direccion á la huerta.


El criado, que durante esta conversacion habia levan-
iado la mesa, se retiró igualmente dejando sin embargo
sobre ella las botellas del licor y la cigarrera.


- Ya escucho á V.,dijo Felipe encendiendo un magní-
fico habano y recostándose en un balancin de regilla.


-Hijo mio, replicó el anciano exalando un suspiro,
voy á complacerte y mas tarde corresponderé tambien á la
confianza que te he merecido contándome tu historia, ha-
ciéndote yo á mi vez la dolorosa relacion de la mia, con-
fianza que sabrás apreciar en su verdadero valor, sabiendo
que es un secreto que guardo en mi corazon hace muchos
años y que nadie, ni aun mi difunta esposa llegó á co-
nocer.


Hay á veces en las familias secretos de tal naturaleza
que llevan consigo, si llegan á descubrirse, la ruina, la
deshonra, la vergüenza y el mio es uno de ellos.


-Yo agradezco la confianza que V", me dispensa y,
cuando llegue el caso, procuraré hacerme digno de ella ..


-Esarevelacion vendrá mas tarde: mañana alamanecer
nos dirigiremos paseando á la baque'l'ia de Marta, 'á la que
tengo que llevar unas medicinas para su hijo, y allí, libres




486 LA SOBBRANIA
de oidos curiosos y de testigos importunos, te referiré una
bien triste historia, la de mi familia, enlazada con los san-
grientos sucesos de la revolucion francesa, á la termina-
cion del último siglo; sucesos que son los que me obliga-
ron á huir para siempre de Francia y venirme á España
donde, tan luego como tuve uso de razon, fijé mi residen-
cia definí ti vamente.


Como fuí víctima espiatoria de las comvulsiones polí-
ticas del vecino país, donde mi cuna se meció, por eso me
espantan, me horrorizan, me causan honda pena las des-
gracias que pesan sobre España, mi patria adoptiva.


Pero dej ando estas reflexiones para cuando llegue la
ocasion, voy~ dar comienzo á la primera de mis promesas,
la de hacerte una exacta relacion de la desgraciada sorpresa
del puente de Erau!.


-Hablad, pues, dijo Felipe, que escucho con el inte c
rés mas vivo.


El anciano don Alberto pareció recogerse en sí mismo
por algunos segundos; despues, levantando la cabeza, dijo:


-Terribles y funestas han solido ser siempre para los
liberales las inmediaciones de Estella por su proximidad
con las Amézcoas, seguro cuartel general de los carlistas.


Para poder comprender y apreciar exactamente el de-
sastre que los primeros han esperimentado en aquellos
campos, preciso es apelar á la historia porque eil este suce n
so no ha enseñado mucho á los que de él han sido vícti-
mas y en cambio parece que no le han olvidado los defen ~
sores de dtrn Cárlos.


Sin embargo, los que hoy defienden á su sncesor no
tienen ni con mucho las dotes militares,. ni de pericia mi-
litar que aquellos que, defendiendo una mala causa, 11e -




NACIONAL. 487
garon á adquirir una fama y nombradía casi europea.


Si en todas las carreras es necesaria la instruccion, en
pocas como la militar se necesita tanto, porque, teniendo
que distinguirse el que la sigue como hombre de armas y
al mismo tiempo como hombre civil, debe adornar sus 00 ..
nocimientos y cultivar su inteligencia. con esta doble ins-
truccion, que si es útil y beneficiosa en tiempo de paz es
indispensable en la guerra. •


No basta la suerte en esta, aunque entre por mucho,
pues, con muy rarísima excepcion, los militares que han
sabido sobresalir no han carecido de talento y de saber; y
ni Alejandro, ni César, ni Napoleon eran estraños á la cul"
tura de su época: han manejado los mas la pluma y la es ..
pada, y en sus grandes concepciones, en los mas brillantes
triunfos de su carrera militar, ha brillado su inteligencia
á la par que su ardimiento y ha sobresalido su génio.


Imprescindible éste en el buen militar, asi como los mas
extensos conocimientos geográficos, tratándose de una
guerra civil, no se hará con acierto desconociendo el terre ..
no en que se pelea, y hasta ignorando hasta sus mas es ..
condidas veredas.


En un pais tan montañoso como Navarra y las provin ..
cias Vascongadas; atravesado por los grandes Pirineos;
con no menos grandes vertientes donde hay alturas de
cerca de seis mil piés sobre el nivel del mar; donde solo se
encuentran cortos y estrechos valles cercados de altas mon-
tañas; donde abundan los puertos de empinadas pendientes
y peligroso camino como el de Eraul, abierto en roca viva;
para guerrear en este pais y contra sus naturales, no basta
-poseer solo la ciencia militar: aun -poseyéndola bien, es me·
nester conocer el terreno á palmos, haberle reconocido, ;¡




488 LA SOBERAN lA


como ha sido siete años teatro de empeñada lucha civil, no
vaga el conocimiento de su historia.


Ella enseña que en esos mismos campos de Eraul se
han sufrido iguales derrotas, que debieron servir de sa-
ludable enseñanza; que Zumalacárregui, comprendiendo
la importancia de las Amézcoas, hacia de ellas su cuartel
general, del qua salia siempre á golpe seguro.


Era qasi al principio de la guerra, en 1834, y Figueras
y Oráa, contemplaban desd~ Contrasta á Zumalacárregui.


Oráa, con su gran pericia militar y buen conocedor del
pais, le tenia á raya; y así como evitaba el caudillo carlis-
ta todo encuentro con aquel jefe, á quien llamaba el
Lobo cano, lo deseaba con Figueras, á quien no perdia de
vista.


Figueras temía, y con razon, y á no ser por Oráa se
hubiera perdido, porque se descuidaba, y cometia DO pocas
faltas. .


Zumalacárregni que le conocia bien, confiaba en un
descuido, y no tardó en ofrecérsele.


Pasaba Figueras desde Eraul hácia Abarzuza, y Zuma-
lacárregui, que le acechaba guarecido en la espdsura de
los bosques que rodean al monasterio de Iranzo, destacó un
batallon contra el flanco izquierdo y cuatro compañías so-
bre la retaguardia de la columna, á cuya cabeza iba Fi-
gueras.


Arrollada esta, se apoderan los carlistas de todos 108
equipajes, con 72 acémilas, y se retiran veloces con su
presa por temor á Oráa, y aun á las fuerzas que llevaba
Figueras para rescatar el botin, el cual fué llevado al puer-
to de Eraul, y en seguida al valle de Allin, donde estuvo
en peligro de caer en manos de Lorenzo, enemigo mas te-




SAClONAL. 489
mible que Figueras y que fué poco tiempo despues se·para-
do del mando.


Estrañáronse' estas acometidas frecuentes de los carlis-
tas al considerar lo limitado del terreno en que guerrea-
ban; y visto que no se les podia destruir en él, se trató de
combatirles con mas terribles armas: apelóse al esterminio.


Ya habia comenzado Jáuregui incendiando el Santua-
rio de Nuestra Señora de Arauzuza, y Lorenzo redujo á ce-
niza.s en un dia cuatro molinos harineros que había en los
valles de Lerri y Guesalaz.


Algunos paisano~, exasperados, quisieron vengarse ata-
cando á los liberales con dos compañías que les concedió
Zumalacárregui: guiábales la saña, y no temieron verse
solos; pero su jefe acudió en su ausilio.


Un rápido movimiento que hizo Lorenzo sobre su reta-
guardia impidió el ataque de los carlistas, que pudieron
baber deplorado su proyecto si no se retiran tan pronto; y
-eu vano les siguió aquel, trepando montañas, con el deseo
de batirse· con Zumalacárregui.


Retiróse éste por el puerto de Eranl, y revolviendo siem-
pre en su mente los medios de sorprender á su eontrario,
vi61e hacer un movimiento hácia Estella, al mismo tiempo
que salia de este punto Carondelet, como al enouentro de
Figueras y Oráa.


Los liberales se hallaban en Galdeano, y querían atraer
al enemigo á los valles de Lerin, donde les cargaria la ca-
ballería de Carondelet; pero no se dejaba alucinar Zumala-
eárregui, quien al ver que se movían las tropas para vol-
ver á Estella, corre 4e repente á tomar posiciones -en las
Peñas de San Fausto, asentadas en el camino que conduce
á dicha ciudad, que despues de pasar el río Amezcoa. 6 Ur-


TOWO 11 ¡;~




490 LA ;:30BERANIA


rederra, por el puente de Artavia ó de Lerin, sigue por en-
tre el mismo río y una muy escarpada cordillera que des ..
cien de de la. sierra de Andía.


Estrechado este·camino en variospuntos por el río y la cor-
dillera, presenta en el sitio llamado las Peñas de San Faus-
to, la mas 'ventajosa posioion para' una buena acometidar


Aquí, pues, coloc6 Zumalacárregui emboscada su gen-
te y esperó á Carondelet.


HaHándose éste en Sorlada, recibe un pliego de r'igue-
ras desde Contrasta, diciéndole, que si no tiene otra aten-
cion, se aproximase al dia siguiente hácia Larrion 6 Gal-
deano, rompiendo temprano su mo~imiento, en el concepto·
de que yo marclw sobre ellos, los carlistas.


Así lo ejecuta el baron al amanecer, participándolo al
general Anleo, situado en Estella, y pidiéndole órdenes; y
aunque á las nueve de la mañana recibió éste la comuni-
cacion, ni contestó, ni movió sus numerosas fuerzas.


Caminaua Carondelet con las debidas precauciones "y
por el sitio de mas peligro, á la cabeza de sus escasas fuer-
zas; 700 infantes y 150 caballos.


Contaba con Figueras, contaba con Anleo: un regidor
de Galdeano, que murió en la sorpresa, le acompañaba en
prueba de que no habia por aquellas cercanías otros enemi-
gos que los aduaneros, y, sin embargo, al avistar las Pe-
ñas de San Fausto, hizo á una compañía de Valladolid
flanquear la altura.


Pronto el terreno le encubre, y su oapitan, que no vé:
al enem.igo, ~e retira. ante las dificultades de \ la montaña
y se retira á. retaguardia, sin 6rden para ello, sin avisar
siquiera su retirada, muy satisfecho del desempeño de su
misiono




NACIONAL.


¡Caso sin ejemplo en los fastos .militares, y"easoá que
'se debió el desastre inmediato!


Entraba entonces precisamente la vanguardia de Ca-
rúndelet en la estrecha garganta q ne forma el rio con las
rocas, tan prevenido como seguro de q uapor el mo.mento
no podiaestar inm.ediato el enemigo, toda vez que la com-
pañía flanqueadora, que mandó de descubierta, no daba
ning.una señal, cuando le sorprende una descarga. á que-
maropa. •


Instantáneamente se descubren -los carlistas qU'0 se ha-
llaban ocultos en la espesura, y atacan por todas partes á
la columna con ímpetu irresistible.


Vanguardia, retaguardia, fla.nco, todo es á la. vez ·obje-
to de su ataque; y las tropas de la r.eina, en la imposibili-
dad de combatir, encerradas en aquel angosto desfiladero,
y enla de dominar su jefe, por el-pronto, el. efecto natural
de verse matar sin defensa, mandó al panto gaaal'la otra
orilla del Amézcoa, única salvaeion.e:Ildlq:uel OOll:flicto.


A su voz, se atravies~ con rapidez el lio, y sHnando
ventajosamente la caballería y parte de la infant~ía, pro-
tege el-paso del resto de la columna ..
_ Gracias á su serenidad en aquel'momento suprelll0¡, no


son fusilados todos sus valientes, ah~ndQse algunos en el
río.


Bn vano Carondelet reta valeroso oon la- gente que le
resta, bajo la impresion de aquella ,oatá$trofe, á- Zumala-
cárregui'y á Zariategui, que con SUperioP8s fuerzas,. 3,000
hombres á lo menos, habiancazad.o á mansalva aunqq;e en
ley de guerra, á las suyas: satisfeuhos los -contrarios del
resultado d. aquella jornada, no aceptan el eQ,Ull>aút que
les presenta á cara descubierta el baron~ a.m.siMo,de ven-


- , ~




492 LA SOBERANIA
gar la sangre de los suyos por ajenas culpas derramada.


Entre los 250 muertos de Carondelet se contó el briga-
dier Erranz.


Entre los prisioneros lo fué el conde de Via-Manuel t
grande de España.


Habia perdido ya su tercer caballo por acompañar á su
jefe.


La pérdida de Zumalacárregui fué casi insignificante:.
apenas éscedió de una docena de hombres.


El botin fué considerable: escedió á las esperanzas con-
cebidas.


Eran tropas que venian de Portugal y de Madrid, y lle-
vaba.n dinero y buenas prendas.


En la caja de un regimiento se hallaron 6,000 duros.
Lo qué mas valió á Zumalacárregtli fué la clave que-


servia para laseomunicaciones del gobierno con los gene-
rales de la cual se apoderó.


Habiéndola perdido Carondelet, no se tuvo la precau-
cion de variarla y fué causa esta torpeza de posteriores con-
tratiempos.


Córdova, que no estaba muy léjos, corrió al escuchar
los primeros tiros al sitio del combate, y al llegar , conster-
nóle el cuadro que presenció.


No pudo hacer otra cosa que dar sepultura á los cadá-
veres, rindiendo este tributo de respeto á su desgracia.


Znmalaoárregui se retiró á Abarzuza, y de allí á Lum ...
bier, donde el 221lrmó el parte de aquella notable acciono


Los liberales, ó el gobierno, nada dijo, como ahora; na-
die lo S9pO sino por los resultados .


. He"OOl'isideradooportuno~ fijarme en estos antecedentes
para que puedas apreciar la analogía que tienen con loque




~AClONAL 493


hoy sucede, y lo poco que se ha aprendido, por parte de los
liberales, cuando se cometen los mismos descuidos, y aun
mayores faltas; porque lo es, y grande, que las columnas
no vayan mandadas por sus jefes naturales.


Reconozco y todos reconocen en el señor Navarro, dig-
nísimo comandante de E. M., un jóven de 32 á 33 años, de
instruccion, de talen1;Q, de valor, de las mas escelentes
prendas; pero careoe de los necesarios conocimientos prác-
ticosque se adquieren en la práctica de la guerra:; no ha
estado, que yo sepa al menos, en las Provincias Vasconga-
das, cuyo terreno es indispensable conocer detalladamellte;
y si es laudable el deseo de este jó\-en militar de dar pe-
leando dias de gloria á su patria, prestándose gust6so y
hasta ambicionando derramar por ella su sangre, es c~n­
surable e.n el jefe del ejército dar el mando de una colum-
na á un j efe de E~ M.,' que tiene su cometid.o especial y: d.el
cual no se le debe distraer, porque en él-puede prestar tan-
tos ó mayores servicios.


Así lo hizo Moriones, y así lo han hecho los generales
quere~petan las atribuciones de cada arma, y así S8 vé en
todos los ejércitos europeos.


Cuando el soldado se vé mandado -por un gefe que no
conoee, carece de aquella confianza que tanto ayuda á la
ejecucion de las empresas arriesgatlas~ y hasta debilita su
valor en el combate.


i,Nó podría atribuirse á esto el que en la recie:ote jor-
nada de Braul, el batallon de Barbastro, que tan heroica-
mente peleó hace un mes en Aya, lo hiciera ahora débil-
mente?


-Conftriendó caprichosamente los mandos, -se ofeo.de á
los gefes naturales, y se- producen disensionesqn-e redun-




494 LA SOBERANIA.


dan siempre en perjuicio de la caus~ que se defiende.
Si mis noticias no son ineDCtas, el gem natural de


aquella columna lo es el dal regimiento de Sevillai señor
Na vascues, q ne .CUl"aOO ya de .su.s' g lOfiosas heridas1 no pa-
rece debe estar muy complacido de la distribucion de
mandos.


Con el mutismo que ha guardado el gamerno, sin que
por esto prejuzgue yo la cuestion de si ha ahItado bien ó
mal, nO'lnees dable suponer si el señor Na'\7arro ka ataca·
do, óha, sido sorprendido, aunque, nos inclinamos mas á
Cfee1' lo primero, y esto, aceptando la defensiva, no por te-
mor, que no cabe en el señor Navarro; sino por las cir-
cunstancias de fuerza y terreno.


Decididos los carlistas á no tomar la ofensil'R sino en
muy especiales condicioneS, pues solo se cuidan de au-
m.ental. y olgaIlizarsu gente, preparándose 'para un golpe
de valer:, al ha.llarse N a varro cerca de Dorrega:ray, como
ha sucedido otras veces, se acechaban, y aun cuando espe-
r::tsen, y deseáran la oeasion de acometerse, median dete-
nidamente las probabilidades, y el resultado, era oomun-
mente retirarse el carlista y peN&§uirle el liberal.


A(Juí, sin embargo, no ,se decidió ,Dorregaray á hacer
frente á su. contrario que hajabade las Amezcaas {J. Eraul,
hasta que fué e&timulado por su gente, que arma en gran-
des deseos de pelear, y la lanzó contra las compañías flan-
qu~adoras con tal ímpetu, que Navarro tnvoque reforzar
las guerrillas . con la fuerza de la vanguardia, que era todo
el regimiento de Sevilla.


Pelean denodados los liberales, ganando terreDQ, y al
llegar á. las alturas que ooopaban les oarlistas, marchaban
los liberales en desfilada, imPQsibilitado8 de poder formar






:'-lACIONAL. 495
en aquel terreno, y necesitando proteger á la vanguardia,
que no podia contener el ímpetu de los carlistas.


Avanzaron otras dos compañías, colocándose la artille- ff
ría en posesion, y el ataque, reducido hasta entonces al
ala izquierda de la columna, vigorosamente rechazado, se
emprendió tambien por la derecha; iba á empezar á jugar
la artillerja, cuando un sin número de enemigos, algunos
de caballería, corrier0U á cortar las piezas,. custodiadas
solo por los artilleros y á lacabaUería la oraenó Na.varro
que cargase al punto, que, aunque no muy á pro.pósito, po-
dia hacerlo; los oficiales mandaron la carga y se colocaron
al frente, pero los lanceros de Villaviciosa, en vez de se-
guirlos, se pronunciaron en vergonzosa huida dejándolos
solos y sin 'proteecion la artillería.


Corre Navarro á conjurar'aquel conflicto, pero ya los
artilleros se desbandaban tambien, y so}ounos pocos y los
oficiales, que no podian contener la tropa, quedaban, cuan-
do se abalanzaron los carlistas á un cañOR y cureña de
otro que se estaba colocando .


. Aquí hubo un momento ae terrible luoha: cuerpo á
cuerpo, se ba tian á machetazos y á· palos unos y otros: las
piezas quedaron abandonadas sin mas que el coronel y un
artillero que iba á clavar el cañoR y cayó herido en el
acto, siendo hecho prisionero 'entonces el valiente Na-
varro.


Los cazadores, al ver huir cobardemente á la caballe-
ría, se desbandaron bastantes, :1 se deshizó la columna,
quedándose en Echavarri las compañías que eubrian la re-
taguardia, custodiando- los bagajes, y sin acudir á apoyar á.
las comprometidas fuerzas de Sevilla.


En va.no el v,aleroso gefe de cazadores se multipncaba




496 LA SOBERANB.


y se batia como un leon, recibiendo un bayonetazo en un
hombro; sus c8zadores estaban dispersos, y el teniente co-
~~;~t ronel Martinez y el comandante de Ingenieros, que acu-


dieron á lo mas réeio del combate, cayeron igualmente
prisionetos.


Tambienen los ingenieros hubo alguna, aunque poca
dispersion.


Don Braulio García, comandante de Sevilla, que con
la vanguardia y los ingenieros habia sostenido el combate,
tomande por cuatro veces las alturas que por la izquierda
y el centro ocupaban los enemigos, esperaba en vano el
resto de la columna; se hacia desesperada la situacion de
aquellas fuerzas, que se hizo aun mas terrible al precipi-
tarse sobre ellas una nube de carlistas, despues de haber
dispersado el ala derecha liberal, destrozando la columna.


Aun el comandante Vallés, del regimiento de Sevilla1
trataba de unirse con un grupo de soldados á las pocas
fuerzas que se batian, pero se vió cortado lo mismo el
gefe de cazadores con alguno de los suyos.


Llovian las balas; grupos de tropas buscaban -refugio
en los pueblos vecinos; las -que se batian estaban desfalle-
cidas; y en tal estado, sin esperanza. de socorro, y en la
imposibilidad de rechazar al enemigo, reunió García la
que pudo de su gente, y unos ochenta ingenieros y se
guareció en Eraul; rechazaron la intimacion de los carlis-
tas y se sal varoñ.


Las pérdidas de los liberales no han sido afortunada-
mente 1an grandes como se creyó de un principio: entre
muertos, heridos y prisioneros, no pasan de 120 hombres.


Al desaliento natural que producen estos desastres en
las filas de los que los experimentan, se une el gran as-




I\AClO~AL. 497
cendiente que el vencedor adquiere, y que de seguro será
causa de que crezcan ,coIl8iderablemente sus filas,porque
siempre halaga y seduce la fortuna.


Continuando el sistema últimamente seguido, y la in-
8ubordinacion en el ejército, no seria de extrañar serepi-
tieran estos desastres, porque en la estacion que entramos
son vadeables á eada paso los ríos de- Navarra y las pro-
vinoias vascas; lo cual viene á probar ,DO solo la inflnen-
eia de la dolorosa destruccion de lo~ puentes, SiDO que ha
sido altamente perjudieial, porque á la V&Z,qll8~' gran
(~olumna carlista pasa un vado en un par de hOMS, una
eolumna liberal necesita medio' dia, por los impedimentos
/1 ue lleva y los azares consiguientes; y con la frecuencia de
los vados, pueden los facciosos con vinar sorpresas y ataques
con suma facilidad, como sucedió en la pasada guerra civil.


Además, hemos visto últimamente operar confrecuen-
cia de la circunferencia al centro, y esto, habiendo un ene-
migo respetable y muy avisado, es un gl'andeerror, por-
'lue son batidas las columnas en detall; y debiera servir
de eJemplo el movimiento convergente dispuesto ,en 1837
en Madrid por una junta de generales, contra la opinion
de Espartero, cuyo resultado fué no dejar pasar don Se-
baatian á Sarsfield de Dos Hermanas, teniadoque retroce-
(Ier & Pamplona; destrozar en Orialllendiá Lacy Ewans, y
tener que retirarse Espartero á Bilbao, sosteniendo la mag-
nífica retirada de Zaragoza, en la que taflto lauro conquis-
tó el general Hoyos, perseguidu estos diás en Madrid en
nombre de la libertad, escarnecida por cierto en la persona
del qua tantas veces ha derramado su sangre por ella en
los campos de batalla, y obtenido cien veces el título de
valiente entre Jos valientes.


'rOMO 11




498 LA SO.BERANiA


Tal es el respeto y .al·pago que dan los que invocan
ciertos ¡sagrados nombres para manoiU.los.


Amo como pocos esta patria mia adoJltiva,.y la quisie-
ra tan digna y tan glorio." q u8:d.ariacoD. gusto los pocos
días que me restan pOI' no temer q tte reseñar· jornadas de la
guerra civil., ,disensiones polí ~s, tu:rlmleneias 'locales, ni
lam~ntar ea&. pertarbacion moral y ¡»lítica qne,oonsume
las fue r,z al d~ toaos, merma la riqueza públic8.,agota la
indi vid na! y postra al ¡mis.


Inspicenos á todos el patriQtísmo; que la felicidad .de la
patria es el bien de todos los españoles. (1)


Desgraeiadamente y de algun tiempo á esta parte, tod~
es perturbacion y desasosiego:; temor en unos, esc3.ndalo
en otros, fiebre, fanatísmo y lO<m.ra,ytante es esto cierto,
que si bien~ lo mir~, España parece un inmenso vmnioo-
mio del que .se han escapado todos los dementes; donde
tO'dos gritan y nadie se entiende; donde cada cual, en po-
lítica, pretende ser ,un Séneca, desde el mas elevado en la
gerarquía social hasta el-humilde zapatero de viejO'; todos
se juzgan capaces de empuñar el timon de la .nave del Es-
tado y conducirlo á puerto de salvaeion.


En las grandes ciudades y por el mas frívolo motivo,
todo son músicas,himnos patrióticos y salvas; . en ·tanto,
las facciones a.umentan y en los campos y en las montañas
y en los pequeños pueblos todo son tiros, fusilamientos,
incendios, horrores, desolacion, ruinas, lágrimas y luto.


¡ Dios, mio, Dios miol ¿cuándo habrá de tener esto un
términQ'?· ¡Dios salve la libertad! ¡Dios-salve la patria!


Calló el anciano, inclinó la cabeza sobre su pecho y por


o) Pirala.-Ilustracioll.




~ACIONAL. 499


sus mejillas y su plateada barba rodó silenciosa una f\lrti-
va lágrima.


Felipe, que le habia escuchad.o ooD'gran ateneion y que
jóven y entusiasta por la. lihertM á ella h.abia sacrificado
siempre su existencia, no pudo oir sinconmoverse-, sin im-
presionarse, las jnstisimas o9servaciones de don Alberto.


Pasados brev~s instantes, le -preguntó:
- y dígame V., don Alberto, ¿esa 'gente, y viviendo


V. en unplléblo tan pequeño y sin e~dé defensa,
no le han visitado Di molestado ninguna vez'?


.- Ninguna; todos me han respetado, eseeptD uo que
hace próximamente un mes se' permitió amenuaY'me ..


- ¡,A V.? ¡parece mentira!
-¡Pues no lo es! me pidió una cantidad algo orecida


anunciándome que si no la satisfacia inmediatamente ven-
dría él mismo, personalmente, á cobrarla.


-¿Y V. que hizo?
· ..... ~Qué ha.bia de hacer, hijo· mio? pagarla; nó·por mie-


do á la muerte, porque á mi edad ya no nos' impone esa
palabra, sino por evitarme el regupnante ügcMo de ver
en mi preseno., de conocer, de v-erlIi'e predisado á cruzar
mi palabraeon un mónstl'llo.


"lT 'é n. -¿~qUl n eSf
-¿Quién ha de sér? ¿quién como ese bandido con há-


bitos 'cleriea1es, merece semejante título?
-Bntonces, no puede ser ()tro que· el famoso cura de


sa nta Cf1IZ.
-,.. Preeisamente: cuando·te ouente mañana la historia


que te tengo' ofrecida, comprenderás que es j UBta la pre-
vencion instintiva que profeso á todos 198 'que C&mo él son
indignos del santo ministerio de que~ le haHa.n revestidos




500 LA ;:;OBERA~B.
y que tan, indignamente practican; pero éste sobre todo me
cansa horror, ¡me inspira repugnanciaI
~Mlleh-tl me alegraría, por curiosidad solamente, co-·


nocer su histol'ia;'-d.8bs: ~" GGtiosa. í"
. ~Lo único. que pu.iodeeirte es lo qoe ·yosé.


Si sec .. ta 'un robo de trenes; si se)1a.bla de fusila-
mientos; si una anciana h. 'aparecido asesinada en· medio
de un eamino;"si una.,estacio:n ha side entregada á las lLa-
mas; , sil eros guardas municipales. han sido bárbaramente
mutilados; si á un pobre arriero se le han sacado los ojos
juzgándobt.;espia; sisel'efiere algun audaz golpe de mano
en qUfrn ha vertido traidora y alevosamente mucha san-
gre, no hay que preguntar quién ha podido ser el autor;
el cura santa Cruz ha pasado por allí y por donde pasa esa
hiena deja siempre un roguero mezclado de lágrimas y de
sangre.


Llámase D. Manuel Santa Cruz, no recuerdo su segun-
do apellid'Ot Cura., p,rroco¡ de Hennalde., modesta villa na-
varrasituada. no léjos de la frontera francesa,é hijo- de un
antiguo TeteraDO de la primera gU8mL civil, apenas cuen-
ta treinta ¡ocho años, y en sneatemor, hUBrilde, hipócrita
y reservado, no indicaba ciartam8D.te _ce tres años que
h~bia de ser, andando el tiempo, un terrible cabecilla car-
lista.


Alzóse en la insurreooiOll 8.61 año último, legrando es-
capar á F,rancia cuando los, 'migueletes fueron "prenderle,
y apareció, poco despues, en las montañas de Navarra y
Guipúmoa, al frente de unos, cuantos hombres tan desal-
mado. cODlodeeididos,al estallar n ueva.men te,en diciem-
ore última, la lpsutreccion carlista.


Decíase que formaba parte, como capellan castrense, de





NACIO~AL. 501
la partida que acaudillaba Sorosta; mas esto' no pasaba da
ser ,lln buen deseo de algunos carlistas madri1eños~ á quie-
nes repugnaba, á pesar de su opinion, que un sacerdote de
la religion católi08. abandonase las hopalandas clericales
por la· boina y el trabooo; lo eierto es, que, muerto . !aquel
eabecilla en un 'oomb8'te,61 C11,a Sa-nta Cruz continúa al
frente de una partida, campando ,..í ,solo 6 en' oombina-
cion con &tlOS géfes carlistas, en las"Foviucias del .Norte,
YSMndo;el "rol de todos los sitiél ~rtle' Moorre.


El fusilamiém.to, del desdichado alc&lde de Anoata, ej e-
cutado por órden de Santa Cruz, fné tino de ··los primeros
hechos que dieron á este hombre infame la triste celebridad
que hoy tiene, á cuya celebridad no contribuyó poco por
cierto, la,determiDa6Íen ele la Diputacion provinc~al de
Guipúzooa, tuurde en pñblico pregoD la cabeza del citado
cura en 40,ÜOü reales.


A tal punto llegó el horror que causaron otros hechos
sangtrinarios del mismo cabecilla, que los periódicos car-
listas all.unciaron un dia que el cura Santa Cruz habia sido
destituido ·por D. Cá~lol, con órden de ser sometido á un
consejo de guerra; pero el mismo cUl"a, en oartadirigida á
uno de' dichos. periódicos" El P~nsamie1tto Bspañol, no so-
lam~ negó la e"taotitud de aquella n-oticia, sin~ q,U6 pre-
tendi6·IÍ.MeNrBe de· los cargos que se le dirigían y aun
amenazó'OGrl su poderosa saña á. los que in~ntaban difa-
marle: asj;deeia (1)1.


El hecho es, 'despll8S de todo, que el cura Santa Cruz
tenia razon .·&Cfllel'entonces, porque-ni fué destituido por
~ • f


{l) ~spues {le escritps estas líneas sabemos que este mónstruo ha sidQ es-
pulsado de l'as filas carlistas por Lizárraga, que ha desaparecido del teatro de
la guerra y huido á Fran('ia ó A~erica. l.a humanidad ~f;tá~lie·éJH¡orabuena.




502 LA SOBERANlA
D. Cárlos, ni sometido á un oonseJo·de guerra; ni siquiera
amonestado para que d.iese· en adelante oidos á la voz de la
clemencia, pOlque hoymiirp:o, ese asesino, ese bandolero
con sotana y trabu~, cmtinútt oometiendo atroeidades que
espantan; habienjo hace pooos diM serprendido en las
cercaaíasie To1o!a á des desdickados gua.rdas municipales
los ha funa.do sin piedad.
~H¡sta. cQándo dt1!"arán estas escenas de dMtla.0ion en


nuestra desventurada p&tria? ¡,Hastla cuándo periDa1ieoerán
impunes tantos orímenes, tantasmaldaa6s'?


.El tal cura, que es una especie Ele fiera, vá rodeado
contínuamente de una escolta. de nueve hombres de su
eleccion, y á la que ha dado en ilam~e su gua'l'di" .egra.


Se comprenderá fOOilmente qué elase de,.tleíta será,
puesto que, elegida po-r él, en ella tiene depositada su con-
fianza; el que menos deberia estar amatrado á un grillete
por toda su vida.


Tanta es la la oolebridad, que por sus a.trocidades, ha
adquirido semejante m&nstruo, que no eranpecos los fotó-
grafos franoNes qua deséaban obteee.r un Mirato suyo y
de sus principales adeptos .


No hace m\lchos dias qtie un perid4icode la. eórte anun-
ciabactu.e lehabiansidoentregádos mü duros por une de es-
tos fot6graf()~l'por ,delarse retratar, aoompa~ de su gua". ..
día de honor, y, efMtivamente,unos· días mas tarde, oartas
de San Sebastian anunciaban que aunque eran muchos los
fotógrafos que deseaban hacer el retrato, ninguno se atre-
via á pretend'erlo per$Onalment8, por •... ~cia tal vez, pero
un artista polaco, residente en San Juan de Luz, se decidió
por :fin á presentarse al temible cabecilla cuando éste se
hallaba en Vera el dia 8 de abril último con su partida.




:K ACIO~' AL. 503
El cura., segun me han contado, al ver entrar· en. la ha-


bitaeiop en que se hallaba, al fotógrafo, con el apa1'&to y
u ten'Silios correspondian tes, le· preguntó:


.-~A qué viene v. 8411f~
-A suplicar á V. ,88 deje retratar con su escolta, le


contestó el artista.
-¡Valiente tontuna! ... déjeme V. en paz, pues no tengo


tiempo, ni humor para escuchar" sand.eces, 'ni mllc~o me-
nos me 8uooentro en ánimo de prestarme á servir de mo-
note de nadie.


-Está V. en un error , le replicó el fotógrafo sin que-
rer darse por vencido; la fama q ne V. disfruta ya, as euro-
pea y será este un buen negQcio en que ambos podemos
utilizarnos.


-Veamos cómo, replicó el cura, un tanto mas huma-
nizado, tan luego como se le habló de negocio_


-Muy sencillo; y-o retrato á V. con los individuos que
le rodean y que forman su guardia de honor; tiro muchos
miles ·de ejemplares, y como tengo la seguridad d~ vender
cuan.tos tire, no solo. en Bspaña, .sino en Pl'anm, Iftgiater-
ra, Alemap.iá, ete., ,ete., partimos despneslas ganancias.
~No lIle parooe mal, coI).testó el cura,con cierta son-


risa -da ~~tisfaooion, pero yo necesito unagaranti-a.
-Sirvase V. admitir estos mil duros á cuenta, se apre-


suró á conte~tar el polaco, y esto le probará la buena .té con
que obro .. ·


El tígre no se hizo de rogar; avanzó su sangrienta gar-
ra y recojió los billetes de banco (Jue le presentaban.


Dej6se retratar y la copia de una,de aquellas fotogra,.
fías es la, que ha ofrecido en una de sus pájiqas la llvstra-
ríon Española y Am.ericana- en uno de sus últimos números.




LA ::iOHERA;\}A


Pero lo que mas te sorpnBderá, porque á un hombre
tan 'sailguinario debe oousiderársele t&tal.menle desprovis-
to de cierta clase de sentitnion~, esq'u~ exigió al fotó ..
grafo que la parte que á él correspondiera en 10$ b~nejicios
del negooio, fuese entregada á su madre y,'hermaua" á quie-
nes ama con delirio, segun dicen, y que residen hoy en
Ciburu, desde qué los voluntarios de Tolosa, que las tenian
presas, lea dieron libertad.


¿Y este hombre 'puede amar á nadie? ¡parece increíble!
y esa madre y esa hermana á quienes tanto ama, ¿no


puecen obligarle con su amol", con sus consejos, hasta con
sus lágrimas, á que dulcifiq ne sus instintos sanguinarios~
á qG.e no se cebe tan bárbara '1 tan despiadadamente en las
infelices víctimas, inocentes, inofensivas, comf} cada dia
sacrifica?


Esto no se comprende, ni se esplica..
Compadezcamos de todos modos i esa desdichada madre


y á esa hermana.
A la primera por haber ooncebido, en sus entrañas se-


mejante IDÓnstr-uo; á la. segBDdapor haber de dar el dulei.-
simo nombre de hermano á una hiena; á ambas por el im-
perecedero borron con que aquel ha manchado su nombre
y sobre todo el sagradísimo ministerio con que en mal hora
fué revestido.


Aquí llegaban de su eonvarsacion, cuando el criado
vino á anunciar á su amo la visita de un estranjero, al ,
parecer, y que necesitaba urgentemente hablarle.


:Mandó D. Alberto que lo conduje!en al salon y se des-
pidió de Felipe hasta mas tarde.


Este, despues de estrechar la mano de su amigo, se di~
rigió en busca de su mujer, á la cual calculó encontrar con




NACIONAL. 505
su doncella en el cuarto tocador, pero al llegar al vestíbulo
de la entrada, tuvo que ceder el paso, por urbanidad y por
política, al estranjero anunciado, que llegó á las primeras
gradas al mismo tiempo que él.


Al alzar Felipe la cabeza y cruzar un ceremonioso sa-
ludo con el recien llegado, un súbito estremecimiento ajitó
todos sus miembros y quedó por espacio de algunos segun-
dos como embobado.


Aquel caballero, cubierto de polvo, de elevada esfatura,
de rostro sonrosado, de ojos azules y rubias patillas, no era
desconocido para Felipe, al menos así lo creia, pues el es-
tranjero no le dió tiempo para que pudiera fijarse en él;
despues del rápido y ceremonioso saludo, continuó si-
guiendo· al criado que le precedia sin volver siquiera la
cabeza.


-¡Imposible! ¡imposible! decia Felipe, pasada la sor-
presa del primer momento, me habré yo engañado, será
una alucinacion mia ... ¿Cómo ese hombre habia de estar
aquí, ni qué relaciones puede tener con el amo de esta casa,
que vive hace tantos años en tan completo aislamiento~ ...
Lo dicho, no puede ser, no es, y yo verdaderamente soy un
visionario.


Sin embargo, Felipe continuó su camino y en busca de
su esposa, no poco preocupado porque la persona que ha-
bia creido reconocer, y en lo cual no se engañaba, era el
banquero aleman Mister Wan Geluve, el favorecido esposo
de Margarita.


TOMO U.




CAPITULO VXIIIJ


Noche de insomnio.-Vna sorpresa.-El sacrilegio.


Cuando Felipe lleg6 al tocador donde esperaba encon-
trar á su mujer, no la halló allí, pero entr6 en el precioso
gabinete que les servia de alcoba y allí la vi6 que se habia
quedado dormida sobre un divan, con la mano derecha sobre
el corazon y oprimiendo con la izquierda un objeto, que al
pronto, Felipe no podia acertar lo que era.


Aproximóse en puntillas, se inclin6 un poco, y por en-
tre los nacarados dedos de su j6ven esposa pudo observar su
propia fisonomía.


Habíase quedado dormida contemplando sin duda el
retrato de Felipe y sus labios entreabiertos, asemejándose
por su purpúreo color, á un clavel de Alejandría en dos pe-
dazos partido, parecian sonreir de felicidad.


Su sueño era tranquilo, sosegado, como el sueño de los
ángeles en el paraíso, así que, Felipe calculó seria una in-
humanidad el despertarla en aquel momento y volvi6 á
::etirarse en puntillas como habia entrado, cuic!cmdo d3
ce:r-ra:- la puerta suavemente para. no hace:: ruido.




LA SOBERANIA NACIONAL.


¿Era efectivamente por lástima de despertar á su amada
esposa, por lo que Felipe resisti6 al natural deseo de estam-
par un ardiente beso sobre aquella fresca y perfumada bo-
ca, 6 es que cruzó otra idea por su pensamiento?


N os inclinamos á creer la segunda suposicion, pues
aquel, tan luego como salió de la estancia, volvi6 al jardin
y se colocó en un sitio á propósito y como de centinela, con
objeto de asegurarse cuando saliera la visita, si aquella
era 6 nó la persona cuya sola presencia ~abia despertado
en su corazon un mundo de dolorosos recuerdos y hasta de
furores.


Desgraciadamente no tard6 en salir de dudas; apenas
habría trascurrido media hora, el estranjero, acompañado
hasta el vestíbulo por el anciano D. Alberto y precedido
siempre del criado, vino á pasar tan cerca de Felipe, oculto
entre un bosquecillo de clematidas, que éste pudo contem-
plarle frente á frente por espacio de algunos segundos, ad-
quiriendo el convencimiento de que no se habia equivo-
·cado.


Su corazon lati6 con violencia y no sabia esplicarse bien
lo que sentia.


i, Qué venia á hacer á Aldaz aq nel hombre'? ¿no estaba
en el estranjero? ¿habria venido solo ó le acompañaría su
esposa? ¿qué clase de negocios ó de relaciones podia tener
con D. Alberto'? ¿C6mo averiguarlo? ¿C6mo salir de dudas?


Preguntarlo á su huésped, hubiera sido no solo una im-
pertinencia, sino hasta una falta de respeto.


Solo cuando D. Alberto, espontáneamente hablara, po-
día entrar en cierta 'clase de esplicaciones.
Ade~ás, aun cuando Felipe habia contado al anciano


toda su historia, sin ocultarle ni aun los ~enores detalles,




508 LA. SOBERANIA.


se habia guardado bien de nombrar á nadis, discrecion
muy bien usada y que en aquel momento le satisfacía con
tanto mayor motivo.


Habia sido una confesion general, pero en la que, re-
velando el pecado, ocultó por delicadeza el nombre del
principal pecador.


Conservaba la esperanza, sin embargo, de que tal vez
el mismo D. Alberto le sacaria de dudas, hablándole de
aquella visita; pero aquella esperanza se vió desgraciada-
mente defraudada, pues el anciano, ni antes ni despues
de la comida, ni en el paseo de la tarde, ni en la velada
de la noche, dijo nada que hiciese relacion á la visita del
estrax:jero y llegó la hora de retirarse sin que Felipe pu-
diera satisfacer la impaciente curiosidad que le devoraba.


La noche fué para él agitada, intranquila; ni un solo
minuto pudo conciliar el sueño y la imágen de Margarita
y de su esposo no le abandonó ni un instante; así que,
cuando á las cinco entró el criado á anunciarle que su amo
ya le esperaba en el jarclin para dar su paseo matutinal y
emprender la caminata á la cabaña de Marta, segun estaba
convenido, Felipe no habia pegado los ojos.


En diez minutos estuvo listo y bajó al jardín.
D9n Alberto, con su sombrero de anchas alas, con su


báculo de caña de Indias y con un hermoso perro de Ter-
ranoba que era su constante compañero, esperaba á. la
puerta y se cojió sin ceremonias del brazo de Felipe, to-
mando el sendero que por detrás de la casa conducía al bos-
que.
~¿Has pasado mal la noche? le dijo cariñosamente


el anciano, parece que tienes los ojos muy encendidos y
como irritados.




NACIONAL. 509
-Efectivamente, no he dormido mucho, replicó Felipe


sonriendo.
-¿Estás malo?
- ¡Oh! no por cierto ... me siento perfectamente.
-No sé que noto en tí desde ayer ...
-¿En mí ~ replicó Felipe como sorprendido, ¿desde


cuando'?
- Desde ... por la tarde; ignoro lo que sea, pero mis años


y mi esperiencia no me engañan; á tí te ocurre algo.
"-:'Juro á V. que no tengo motivo alguno.
---Bien, bien; podrá ser que me equivoque y mucho me


alegraré; lo sentiria en primer lugar por tí y en segundo,
si he de ser franco, por egoismo.


-No comprendo ...
-Ya lo comprenderás mas tarde, cuando te haya con-


tado la historia prometida: despues de cumplirte mi pala.
bra tendré necesidad de tí; he de suplicarte me hagas un
favor.


-¡Un favorL .. ¿quiere V. no avergonzarme~ yo siem·
pre estoy dispuesto y á las órdenes de V.


-Gracias, hijo, y aunque tu esposa refunfuñe un
poco .....


-i,Y por qué?
-Porque será preciso separarte de ella por veinte y


cuatro horas: debes ir en mi lugar á Vitoria á recoger unos
fondos y uno~ papeles que te entregará la persona que ayer
vino á visitarme.


Felipe no pudo reprimirse y al escuchar aquella salida
que no esperaba, hizo un brusco movimiento que el ancia-
no no pudo menos de notar.


-¿Qué es eso? ¿,la comision te desagrada?




510 LA. SOBERANÍA


-¡Oh! p.o por cierto, se apresuró á contestar aquel re-
poniéndose de su turbacion y de su sorpresa casi instantá-
neamente; léjos de eso, tengo un verdadero placer en poder
ser á V. útil en a,lgo~ .


-Mucho te lo agr~deceré porque verdaderamente la
comision es delicada y,. no hallándt>me yo en estado de fa-
tigarme por mi avanzada edad , necesito de una persona de
mi confianza que se presente en la fonda donde para ese
caballero~ recoja una crecida cantidad que cOn él me en-
vian de París y unos interesantes papeles de familia que
obran en casa de mi notario de Vitoria á donde han sido
enviados en pliego certificado por el consulado de Paris.


-¿Y cuándo deberé partir'?
- Mañana, si tu esposa te concede su licencia, añadió


el anciano sonriendo maliciosamente.
-Ella la concederá con mucho gusto; siendo cosa


de v .....
-Sin embargo, por lo que observé esta mañana me pa-


rece un poco celosa.
-¡Qué mujer no lo es á su edad!
-Eso es cierto, mucho mas amando á su marido oon el


frenesí que ella te ama á tí.
Por lo demás, puedes ir tranquilo; duraIlte tu corta au-


sencia yo cuidaré de ella, y la distraeré, la mimaré .•..
-¡Cuán bueno es V! •• ~
-Hemos llegado á la oaqu8'f'ía y ya veo á. Marta á la


puerta, que me aguarda con impaciencia, porque la traigo
unas yervas y una bebida que produce efectos maravillo-
sos para cortar las intermitentes; su hijo hace dias que se
ve atacado de esta enfermedad yel médico del lugar es un
poco. .. torpe.




NACIONAL. 511
Voy á decirla que nos sirva bajo de aquel emparrado un


par de vasos de rica leche, re cien ordeñada, y ciertos deli-
e.ioso~ bollos <\.'\l.e ella ~()n.te~~\.()n.a á la ~~;~{e~~\.~-n..


Mientras los despachamos te contaré la historia de mi
vida, 6 mejor dicho la de mi familia; cuando yo todavía
era muy niño: mejor aun, para hacértela mas amena, te la
leeré, pues cediendo á un capricho 6 á un deseo partido de
mi corazon, la tengo escrita hace" muchos años y ,en forma
de novela; por supuesto, usando de ella de otros nombres
que los verdaderos, por si alguna vez mereCé los honores
de ocupar algunas páginas de cualquier instructivo libro.


Es una triste historia como verás, pero al propio tiem-
po de útil enseñanza para la juventud, para todos aquellos
que olvidándose de lo que deben á sí mismos, se hallen á
punto de faltar á sus deberes.


Felipe sinti6 oprimírsele el corazon y se mordió los la-
bios hasta hacerlos brotar sangre.


Entretanto, Marta la montañesa, que los habia visto á
larga distancia, avanzaba á su encuentro en compañía
igualmente de su perro, que al distinguir al Terranoba,
antiguo conocido suyo, se adelantó saltando y brincando,
meneando la cabeza, y arrastrando la cola en muestra de
contento y de satisfaccion.


Tan luego como llegó al grupo, se alz6 de patas delante
de D. Alberto y se las coloc6 sobre el pecho, empeñándose
en estampar sobre las mejillas del anciano un ósculo á su
manera, es decir, lamiéndole y demostrando en :fin con sus
alagos el cariño que le profesaba.


-Basta, basta, animal; dijo Don Alberto,procurando
apartar al perro que parecia loco de alegría, ya se que me
quieres y yo te lo agradezco; tampoco me he olvidado de




512 LA SOBERANIA
tí;' aquí te traigo unos terroncillos de azúcar porque sé que
eres' goloso.


Esto diciendo, le tiró dos ó tres terrones y el perro se
separ6 para cojerlos, dejando por el fin el paso libre al an-
ciano y á Felipe.


Parecida escena pasaba al propio tiempo con el Terra-
noba y Marta, á la cual se habia adelantado igualmente el
noble animal con objeto de acariciarla.


Cuando todos llegaron á reunirse, D. Alberto, sacando
de sus bolsillos un papel emvuelto y un frasco de cristal
con tapon de idem, y presentándolo á Marta, la dijo:


-No dirás que no soy puntual; aquí tienes los polvos
y el cocimiento ofrecie!): harás tomar esto por espacio de
treH mañanas á tu hijo, en la cantidad escasa de un corta-
dillo del cocimiento, y la tercera parte de estos poI vos. M u-
cho me engaño 6 hemos de vencer esas rebeldes intermi-
tentes antes de cuarenta y ocho horas.


Marta era una robusta campesina de treinta y ocho á
cuarenta años; fresca, agraciada, amable, llena de' salud y
de vida.


-¡Ah, Señor! esclam6 la enternecida madre, rebosan-
do gratitud y saltándosele las lágrimas, ¿como podré yo
pagar á V. tan tos beneficios?


-Muy sencillo, replicó el viejo dándola un golpecito
paternal en la mejilla, sirviéndonos un par de vasos de le-
che debajo de aquel emparrado, y ordeñada por tus lim-
pias manos.


-Voy volando á complacer á V.
-¡Ah! mira, que no falten tampoco aquellos deliciosos


bollos que tú confeccionas y que á mi tanto me gustan.
-No faltarán.




NACIONAL. 513
-Cuidarás igualmente de que mientras permanezca-


mos allí el señor y yo, añadió señalando á Felipe, nadie
venga á interrumpirnos.


-Pierda V. cuidado, yo misma haré la centinela.
-Ahora vé, y sírvenos en seguida.
M~rta corrió á cumplir las órdenes que se la habian


dado: penetró en el establo, ordeñó la leche y despues de
colada con un finísimo y blanco paño, la sirvió en los va-
sos,acompañada de un magnífico plato de tiernos bollos
confeccionados con manteca fresca.


Don Alberto y Felipe ocupaban ya dos cómodas sillas
rústicas alIado de la mesa y debajo del emparrado.


Mientras bebieron la leche y comieron los bollos per-
manecieron ambos silenciosos y pensativos.


¿En q ué pensaban?
Debemos presumir que el anciano pensase en las esce-


nas conmovedoras del escrito que iba á leer, y que tan in-
timamente debian afectarle.


La preocupacion de Felipe, si bien muy natural en
aquel momento, reconocia bien distinta causa.


Lo que el anciano le habia dicho, el favor que le habia
suplicado, el viaje que tenia que hacer y precisamente para
ponerse en relacion con el marido de 1vIargarita, eran moti-
vos mas que suficientes para tenerle en un estado de in-
tranquilidad y de desasosiego, tanto mas penoso, cuanto
que tenia que esforzarse para disimular.


Al cabo de algunos minutos, D. Alberto alzó la cabe-
za, exalando su corazon un profundo suspiro.


Del bolsillo de pecho de su gaban sacó un manuscrito~
perfectamente conservado, y atado con una cinta de seda
negra.


TOMO n. 65




514 LA SOBERANÍA NACIONAL.
Con gran veneracion y respeto, lo llevó primero á su


corazon, luego á los labios y Felipe observó que sus ojos se
bañaban de lágrimas.


-¡Padre mio! ¡madre amada! ¡desdichadísima herma-
na, perdon! dijo el anciano alzando los ojos al cielo, ¡per-
don, si me permito descorrer el velo que oculta la historia
sangrienta y vergonzosa de nuestra casa!. .. pero mi con-
fianza se 'deposita hoy en un jóven tan bueno, tan leal,
tan noble como vosotros lo fuísteis en el mundo y esto me
absuelve; dichosos vosotros que morais en el cielo y ya no
sufrís lo que sufrimos los que aun quedamos en este valle
de lágrimas!


Pasados algunos segundos, D. Alberto, ya completa-
mente repuesto de su emocion, dió principio á la lectura
del manuscrito, que, efectivamente, para hacerlo mas ame-
no, habia sido redactado en forma de novela y hasta usan-
do del diálogo en las principales escenas.


Todo al rededor de los dos amigos permanecia silen-
cioso.


Los únicos intrusos eran los dos perros, que, como si
en vez de instinto tuvieran inteligencia, ambos tendidos
en el suelo, apoyando el hocico sobre las patas delanteras
y con la mirada fija en D. Alberto, pareciau prepararse á
escuchar una relacion interesante y comprensible igual-
mente para ellos.


Marta, debajo del sotechado, y frente á la puerta, se
entretenia en confeccionar natas y quesitos.


El anciano comenzó en los siguientes términos:




CAPITULO XIX.




El sacrilegio.


-Por qué llorais de este modo mi buena madre? ¡valor!
hoy empieza mi vida feliz.


En esta santa casa no se conocen las lágrimas, no se
vive sino para orar á Dios y amarle, léjos del mundo y
de sus sinsabores.


¡Oh! madre miaL .. seré mas feliz que todos vosotros.
Que te oiga el cielo y te bendiga ¡hija mia adorada!


pero cuando pienso que no te veré mas, que tu belleza se
marchitará aquí, sin que una sola vez pueda contemplar
tu rostro angelical, conozco que este sacrificio ~s demasia-
do cruel para mi corazon. Dios no lo exige: vuelve conmi-
go, hija de mis entrañas, todavía estás á tiempo ...


Madre mia! ¿qué decís? ¿y mi padre, cuya voluntad
debemos acatar? él quiere que sea monja, que profese y
aun que mi vocacion no me inclinase al claustro, solo por
complacerle sabria sacrificarme.


Además ¿no habeis reflexionado en mi hermano? hoy
es un niño, pero mañana será un hombre y haciéndome yo




516 LA SOBERA~ ÍA
religiosa su fortuna aumentará, podrá sustentar mas dig-
namente el esplendor de nuestro nombre ....


Aunque no fuera mas que haciéndome esta reflexion,
ella bastaria para que yo renunciase á todo.


Os lo repito, DO debeis afligiros: la felicidad me espera
en esta santa casa y ya, acostumbrada á la tranquila exis-
tencia que aquí se disfruta, no podria vivir en otra parte ..


-Escuso dedrte, dijo el viejo interrumpiéndose en su
lectura y dirigiéndose á Felipe, que esta pobre y santa ni-
ña era mi hermana, y aquella noble y afligida señora mi
buena madre.


-Lo habia presumido, contest6 Felipe.
Continu6:
«La duquesa de Persac no escuchaba, ni comprendia


los razonamientos de su hija; pasaba sus dedes por la abun-
dante cabellera rubia que iba muy pronto á desaparecer
bajo las terribles tigeras; con efusion la cubría de besos y
no se decidia á soltarla; pero, en fin, ello era preciso, y sus
lágrimas redoblaron.


La magnífica TOILETT de la j 6ven novicia tocaba á su
término; no faltaba mas que colocar sobre sus sienes
la corona virginal; se arrodilló delante de su madre y ella
misma se la presentó.


-Ponédmela madre mia, dijo, ponedme mi guirnalda
de desposada y dadme vuestra bendicion.


La duquesa temblorosa, hizo lo que la pedia su hija.
En este momento abrióse la puerta del aposento en que


se hallaban.
-La señora Abadesa, espera á la hermana Susana.
Estas palabras trastornaron por completo á las dos mu-


geres; habia llegado el momento de la terrible separacion.




NACIONAL. 517
Por un movimiento espontáneo se arrojaron sollozan-


do la una en brazos de la otra.
Un trasporte frenético se apoderó de la madre; cogió á


su hija por la cintura y corrió hácia la salida que daba á
los patios esteriores.


Fueron precisos los esfuerzos reunidos de varias reIi-
giosas para impedirle el paso y arrancarle su hija.


En fin, cayó rendida sobre un banco, y Susana aprove-
chó aquel momento para penetrar en el interior del Mo-




nasterio, lugar sagrado á donde nadie podia seguirla.
Cuando las rejas se cerraron tras la duquesa, vuelta en


sí de su estupor, voló hácia aquella entrada fatal.
Hizo resonar con sus gemidos aquellas bóvedas santas


que no conocian mas que las ala~anzas á Dios, y las her-
manas espantadas, no consiguieron calmarla sino propo-
niéndole acompañarla á la capilla; allí podria ver todavía
á su hija y asistir á su sacrificio.


La colocarían en un sitio reservado, cerca de su hijo y
de su familia.


Dió principio la ceremonia, y el obispo de Tours que
esta ba en el altar, pronunció un discurso conmovedor an-
tes de recibir de la novicia los sagrados votos, y cuando
llegó el momento de la solemne ceremonia bajó al coro.


El duque de Persac, ocupaba con su hijo pequeño,
(que lo era yo, dijo el anciano interrumpiéndose un mo-
mento) el sillon que allí le estaba destinado.


Al pasar la pobre niña por delante de él, se levantó y
aproximándose á ella la dijo:


-Aun estás á tiempo; si no crees encontrar aquí la fe-
licidad puedes retractarte: no quiero que en ningun tiem-
po digas que tu padre te sacrifica.




518 LA SOBERANíA.
. -Padre mio, contestó Susana, estoy decidida!. .. no solo


porque sé que este es vuestro gusto y mi vocacion me lla-
ma al claustro, sino porque de este modo sé que aseguro á
mi querido hermano una respetable fortuna.


Dicho esto, se separó de su padre y vino á arrodillarse
ante el prelado, que tomando de mano de otro sacerdote las
tigeras, cortó sin piedad aquellos hermosos cabellos que la
cu brian la espalda y hasta ocultaban ~u cintura.


I,Iabiéndose retirado la novicia breves instantes, volvió
á aparecer, cambiado el trage, y cubierta cón el tosco sa-
yal, la toca, y el escapulario de la órden.


Con aquel sencillo adorno estaba mas hermosa todavía,
aquel velo que no debia levantarse en lo sucesivo sino an-
te Dios, la daba una gracia y un encanto singular.


Pronunciados los votos y terminado todo aquel impo-
nente ceremonial, dirigió la profesa una última mirada de
inmenso amor á su madre y á su hermano.


La Duquesa habia permanecido como anonadada en un
rincon del templo y sin accion para hacer el mas mínimo
movimiento.


Al traspasar el dintel de la puerta, que debia cerrarse
para siempre, del oprimido pecho de la religosa partió un
agudo grito:


-¡Madre mia! ¡hermano miol ¡adios para siempre!
La abadesa la arrastró consigo y la puerta se cerró len-


tamente. .
Todo el mundo fué abandonando el Santuario, escepto


una muger aflijida y un niño de corta edad; los ojos de la
primera permanecian fijos en aquella cortina negra y en
aquellos cruzados hierros, tras de los cuales habia desapa-
recido su única alegría en el mundo.




NACIONAL. 519
Preciso rué que un sacerdote la amonestase dulcemen-


te, aconsejándola qu.e debia retirarse, pues el Monasterio
iba á cerrarse.


La Duquesa obedeció y se dirigió á su casa con su hi-
jo; el cual, apesar de su corta edad y que aun no podía
apreciar bien toda la importancia de aquel acto, estaba
tambien profundamente afectado.


Aquella pobre madre se encerró en su cuarto del cual
no quiso salir- en todo el dia, ni recibir á nadie, danqo así
con mas deshaogo rienda suelta á su dolor.


El marqués, por el contrario, sumamente satisfecho y
no creyendo haber hecho daño alguno, comió, bebió, pa-
seó, fué por la noche al teatro como de costumbre y ni si-
quiera se le ocurrió dedicar un momento á pradigar con-
suelos á su pobre esposa.


Esta, ocho dias despues, volvió al convento; Susana !e
le apareció detrás de la doble reja; cuál no seria su marti-
rio a~ verse privada de estrechar entre sus brazos ni dar
un beso á la hija de su corazonI apenas le fué posible, á
través de los hierros, tocar los dedos de Susana.


Como es natural rompió en amargo llanto: la religiosa
procuraba aunque en vano tranquilizarla.


-Si soy feliz mamá, la decia, ¿por qué afligirse? lo
único que yo deséo es que V. se tranquilice.


Mis alegrías se encierran Jn esta santa casa y las pe-
nas no me atormentarán jamás.


Consolaos, pues, y ofreced á Dios el homenaj e de vues-
tro dolor.


Pero ante una separacion semejante, no hay reflexiones
no hay palabras que puedan convencer á una madre; hay
heridas que no se cierran jamás y esta es una de ellas.




520 LA SOBERANÍA
Así fueron sucediéndose las visitas, pero la Duquesa


cada vez estaba menos conforme y menos resignada.
Al poco tiempo se casó una de las amigas mas íntimas


de Susana; naturalmente fué al convento á visitarla, á
darla parte de su boda y á pedirla licencia para presentarle
á su marido: Susana accedió gustosísima y algunos dias
despues, los récien casados se presentaron en el locutorio.


A través de las rejas, pudo contemplar la nueva religio-
sa e.l inmenso amor que brillaba en los ojos de aquella
feliz pareja; vió su mútua ternura y por primera vez, tal
era su inocencia, un pensamiento muy ageno á su estado
cruzó por su imaginacion; verdad que solo fué un relám-
pago y que aquel pensamiento, algun tanto profano, se
borró completamente en medio de la oracion; cuando llegó
la hora de recogerse, bendij o al cielo por haberla llevado á
destino tan grande.


Algun tiempo despues los jóvenes esposos. volvieron á
visitarla.


Hablando de varias cosas indiferentes, se tocó la con-
versacion de las familias, y aquellos manifestaron á Susa-
na que en la suya habian tenido un grave disgusto, pues
una de sus primas, contrariada por sus padres en su amor
por un jóven artista, se habia escapado de su casa; el
r.'IJI::~' .


amante habia hecho depositarla judicialmente, y por fin,
se habia casado á disgusto de la familia.


-¿Cómo? replicó la j óven reclusa, ¿apesar de los conse·
jos de sus padres, esa jóven ha tenido valor ... iY por qué?


-Porque amaba á su novio, respondió su amiga, y sa-
bido es que aquel que ama no reflexiona, ni distingue,
para elegir esposo, de toda clase de riqueza, ni considera-
. Clones ...




NACIONAL. 521
-Sí, pero existe el deber y este debe ser mas poderoso


que todo.
-Tú no eres voto en el asunto porque no conoces estas


cosas; en tu candorosa inocencia no has amado mas que á
Dios y puedes conceptuarte muy feliz, pero las que vivi-
mos en otra esfera, conocemos que debe ser terrible cosa
hallarse en cierta difícil disyuntiva.


-El deber es primero que todo.
-Cierto; pero en la continua y perenne lucha dil cora-


zon y la cabeza, generalmente vence el primero; se nece-
sita la virtud de un saDto para que así no suceda.


El amor es una pasion tan estraña, tan violenta, se
apodera de tal modo de nuestro sér, que no vemos otra cosa
que el objeto amado; el amor es tan absoluto, tan imperio-
so, tan irreflexivo, que no se retrocede ante las mayores lo-
curas, ni los mas gralldes sacrificios.


Yo que lo conozco, aunque me apena el hecho que aca-
bo de referirte, por lo que á la familia afecta, no puedo me-
nos de disculpar á mi prima, si bien no lo digo á nadie.


La amiga de Susana continuó discurriendo sobre tan
delicado asunto y con la mej or b ~ena fé del mundo se en-
tretuvo en describir el bellísimo cuadro de su felicidad, los
goces de la vida al lado de un esposo amado, los encantos
del hogar doméstico, sin calcular que hablaba con una des-
graciada niña que no debia conocerlos nunca.


La admiracion de la inocente Susana al escuchar tan
bellas cosas, no es fácil describirla.


- ¡C6mo! se decia, ¿existe un sentimiento bastante fuer-
te y poderoso, q ue obligue á una persona á desconocer los
deberes y la obediencia que se debe á un padre'? .. ¿para ol-
vidarse de lo que se debe á la familiat .. y este sentimien-


TOMO 11. 66




52.2 LA SOl3ERANIA


to? puede inspirarlo un hombre? .. un estraño, un cual-
quiera?


La conversacion de aquel dia se gravó en su imagina-
cion, reteniendo en la memoria hasta las menores palabras
de su amiga, las cuales repitió mas de una vez.


Por la noche, y al retirarse á su celda, la halló comple-
tamente iluminada por el reflejo de lejanas luces.


Su ventana estaba colocada precisamente frente á un
palacio' donde se daba un baile y los acordes de la orques-
ta, y el ruido de las danzas llegaban distintamente á sus
oidos.


Desde el enrej ado de sus celosías y oculta en la oscuri-
dad, veia á las señoras, elegantemente prendidas, entrar
y salir sin cesar, y todo esto á la claridad de una luna her-
mosa del mes de julio; el aire embalsamado, el perfume de
las flores, las esplicaciones de su imprudente amiga, le hi-
cieron por un momento olvidarse de todo; de su estado, su
posicion y toda su alma se aglomeró á sus ojos, á sus oi-
dos; se identificó con aquella locura y con el pensamiento
voló en medio de ella; se escogió in mente una toilette, se
creyó en medio de aquellos salones iluminados de cien bu-
jías, le pareció correr de una pieza á otra seguida de un ga-
llardo jóven; se creyó en fin trasportada á un mundo de
delicias, y la palabra amor salió de sus labios sin que se hu.
biese apercibido que la pronunciaba, y sin casi compren-
der su significacion.


¡Qué felices son! dijo despues de muchas horas de con-
templacion y yo me quedaré aquí!. ..


Estas palabras la volvieron en sí; su frentA humillada
tocó la tierra y pasó el resto de la noche rezando.


Por la primera vez habia cometido una falta grave y al




NACIONAL 523
dia siguiente debia confesarse y comulgar; su conciencia
timorata la presentó como una grande criminal.


Yo no debo acercarme á la santa mesa, porque soy una
pecadora, una impía!... he desconocido los beneficios de
Dios, y merezco un castigo ejemplar.


Abandonó su habitacion en esta disposicion de ánimo.
Se la habia conferido el empleo de sacristana; debia


cuidar de los vasos sagrados y preparar todas las mañanas
• lo que se necesitaba pÓ.ra celebrar la misa.


Tenia la costumbre de encontrar el anciano limosnero
arrodillado en el reclinatorio, esperando el momento de ce-
lebrar el gran misterio.


-Vá á leer en mi corazon, se decia, puede ser que mal- .
diga, ó me niegue su absolucion.


Su fisonomía, fatigada por el insomnio de la noche an-
terior' demostraba claramente lo que habia sufrido; el pri-
mer remordimiento habia debilitado la inocencia.


Al entrar en la sacristía se admiró de no encontrar al
cura; creyó que estaria en la iglesia y arregló todo lo ne-
cesario, pidiendo en su interior al Señor el valor necesario
para confesar su pecado.


En esta disposicion, se hallaba cuando entró la abadesa
en la sacristía seguida de un eclesiástico desconocido.


-Hija mia, la dijo, el digno padre Bonnivet se encuen-
tra, por su mucha edad y graves achaques, oqligado á
renunciar la direccion de nuestra casa.


El señor arzobispo, á peticion suya, la ha encargado al
señor, su mas querido discípulo, yel cual, aunque muy jó-
ven todavía, goza de la mas distinguida reputacion.


Hacia tiempo que yo est~ba enterada de este ca,mbio
que debia verificarse, no os lo habia dicho por no afligiros;




524 LA SOBERANIA


nuestro buen abad temía que su despedida no le fuese de---
masiado penosa y á nosotros tambien.


Pero no os desanimeis: el padre Anatolio dirigirá en lo,
sucesivo nuestras conciencias; tendreis por él tanta vene-
racÍon como por su predecesor y me prometo que deposita-
reis en él toda vuestra confianza.


Estas palabras habian sido escuchadas por Susana con
su aparente calma ordinaria, pero le habian impresionado
vivamente; es decir, que no debia ver mas al que, tenien-
do su confianza, era depositario de todos sus pensamien.·
tos!. ..


Era á un desconocido al que debia en adelante confesar-
sus faltas, siquier fuesen estas de pensamiento.


Esta idea la trastornó completamente y por un movi-
miento involuntario fijó sus ojos en el nuevo sacerdote.


Era este un hombre de 27 á 28 años, de mejor semblan-
te que de noble figura; en sus ojos, sobre todo, habia una
espresion indefinible; resplandeciaen ellos por un momento
el fuego de su virilidad, pero los bajaba instantáneamen-
te como si una fuerza superior estinguiese su llama, pero-
al encontrarse con aquella mirada devorauora que penetra-
ba en el fondo del corazon como buscando un secreto, no
se podia olvidar jamás.


Esto fué lo que observó la religiosa, y sin comprender
la causa, palpitó su corazon de una manera violenta.


-¡Dios mio! esclamó, jamás tendré el valor de confe-
sarle nada!' ..


La abadesa los dejó al fin solos; habia llegado el mo-
mento y ella lo sintió, pero no pudo reponerse.


No le dirigió una palabra y él por su parte, hacia como
que no la veia.,




NACIONAL. 525
Cuando todo estuvo preparado, Susana le saludó en si-


lencio y se encaminó á s u puesto.
La campana tocó á misa y el nuevo sacerdote la celebró


con perfecta dignidad: sin embargo, se notaba en él algo
que no se comprendia; algo que revelaba ó el hombre supe-
rior, ó el hombre desgraciado; puede ser tambien que el
hombre culpable.


Oraba con fervor y sus facciones demacradas y pálidas,
indicaban que hacia continua penitencia, que las noches
no las pasaba tranquilas y los dias eran dedicados al estu-
dio y á la meditacion.


Dirigió algunas dulces palabras á la comunidad, que
poco á poco habia ido reuniéndose en el coro; encomió lo
honroso y digno de su nuevo cargo y su voz llena y sono-
ra, su brillante elocuencia, previnieron á todo el mundo
en su favor.


Cuando llegó el dia de la comunion (era un domingo)
Susana quedó sola en su puesto, anonadada bajo el doble
peso de la vergüenza y del arrepentimiento y no quiso con-
fesarse.


La abadesa, al salir del coro, se aproximó á ella y la
preguntó severamente por qué habia faltado á las reglas
del convento: la jóven respondió tímidamente que no en-
contrándose bien dispuesta no habia querido hacer una
mala confesion.


-Mañana, madre abadesa, añadió, repararé mi falta;
dejádme acostumbrarme á su presencia antes de acusarme
de mis pecados en el santo tribunal de la penitencia.


Pues bajad temprano, replicó la priora; es la primera
vez que esto os sucede, y espero que sea la última.


Esta viva reconvencion hizo derramar abundantes lá-




b26 LA SOBERANIA


grimas á la pobre j6ven; ella verdaderamente se conside-
raba mas culpable de lo que realmente era. .


Aquella noche fué para la pobre niña tan molesta, tan
fatigosa, tan llena de preocupaciones como la anterior; y
al dia siguiente, al rayar el día, estaba ya en la sacristía
esperando al sacerdote con febril impaciencia; le pesaba la
tardanza de la absolucion; ansiaba lavar su pecado con la
penitencia.


A la hora acostumbrada lleg6 el padre Anatolio, severo
y frio como la víspera.


Ella se levantó al aproximarse él, saliéndole al encuen-
tro.


-Padre mio, os ruego que escucheis mi confesion.
El sacerdote se conmovió, y sin contestar una palabra,


marchó inmediatamente al. confesionario.
Susana temblaba de piés á cabeza; parecia clavada en


su sitio: el padre Anatolio habia ocupado ya su puesto y
esperaba._


-Hermana mia, ¿no venís?
Estas palabras pareció que la daban valor; avanzó al-


gunos pasos y se arrodilló ante el sacerdote.
-Padre mio, debo empezar por deciros que desde ayer


mi conciencia está cargada con un pecado cruel; debia ayer
mismo habéroslo confesado todo, pero me ha sido imposible.


Vuestro carácter me impone y me parece no podreis ser
indulgente para la pobre especie humana; vos, cuya mira·
da es tan severa ...


El padre Anatolio no desplegó sus labios dejándola que
continuase.


-Es un error sin duda, continuó, pero yo me acuso de
él con toda la amargura y la sinceridad de mi alma.




. NACIONAL. 527
Esta contesion me servirá de introduccion para la exac-


titud del hecho que todavía no me atrevo á confesaros.
¡Padre mio!
¡Padre mio, rogad por mí!. .. soy una grande pecadora!
-¿Cuál es pues la causa que puede turbar de este modo


vuestra conciencia; hija mia? ¿qué habeis hecho? ¿qué ha-
beis pensado en vuestro retiro? ¿qué es lo que tanto os cues-
ta esplicarme~ •


Dios es justo y bueno y en su nombre os prometo mise-
ricordia si el arrepentimiento y la enmienda siguen al pe-
cado.


-Yo sé que soy muy criminal y que debo avergonzar-
me; hé aquí pue3 la causa de mis remordimientos. He visto
á una amiga mia y me ha hablado un lenguaje desconocido.


Me ha dicho que existia un sentimiento mas fuerte en
el corazon de la mujer que el amor á Dios, que la obedien-
cia filial, que todos los deberes impuestos, que los santos
nudos del matrimonio mismo; que este sentimiento era ins-
pirado por un hombre; que devoraba todos nuestros dias,
que ocupaba todos nuestros pensamientos, que ofrecia cier-
ta clase de goces que no se encontraban en otra parte; que·
con este hombre, la muerte misma tenia sus encantos; que
sin él, los mas dulces placeres son nada y en fin, que este
sentimiento, esta pasion, este amor, se apodE-)raba de tal
modo de nuestra alma y de nuestros sentidos, que nos ha-
cia capaces hasta de los mas grandes crímenes y de las mas
grandes virtudes, segun la voluntad del hombre á quien se
ama con este grande amor, es el amor que lo prueba de
este modo.


-¡Gran DiosI ¡hija mia, qué imprudencia! ¿quién ha
podido hablaros de esta manera?




528 LA SOBBRANIA
N6, n6, no lo olvideis.
El amor existe y es tal como lo ha beis descrito, pero no


es dichoso sino cuando el deber lo autoriza.
El amor criminal es el suplicio mas odioso, es el enve-


nenamiento de toda la vida, es el infierno anticipado.
N o es sino con un amor legítimo con el que se disfruta


calma y felicidad.
Disipad estas ideas, disipadlas como inspiradas por el


,


demonio.
Es la mas peligrosa de las seducciones.
No para nosotros, repiti6 dulcemente el sacerdote; nues·


tro santo hábito nos preserva del temor de sucumbir; pero
no importa, no pensemos mas en ello; estas son cosas del
mundo que están muy por debajo de las indicadas para ser-
vir al Señor.


y bien, hija mia, ¿qué resultado ha tenido semejante
con versacion '?


-Que no he podido apartarla de mi mente, que me ha
seguido hasta al pié de los altares; por la noche, á la hora
de acostarme todavía estaba fija en mi inmaginacion; en-
tonces he abierto mi ventana para mejor respirar ...


¿Qué os diré, padre mio'? yo no podré esplicaros lo que
he pensado durante esta noche; yo no sé si es un sueño
6 una realidad.


Me he sentido trasportada en medio de una espléndida
fiesta, de gentes de categoría; yo les he, seguido, he esta-
do con ellos, en medio de sus danzas, en sus paseos en sus
festines; he participado de su delirio, he buscado á mi al-
rededor entre estas mugeres resplandecientes de hermosu-
ra, entre esto, hombres llenos de juventud, he buscado este
sér ideal que se me habia designado como una figura fan-




NACIONAL. 529
tástica, este sércon que debia confundir$e mi existencia;
en una palabra, he olvidado á,Dios por el infierooh .. no,se
lo que me pasa 'padre mio; unailusion de Satán, sin duda
ha trastornado mi débil tazon; despues de muchas horas
de lucha y de fatiga he vtfélto' en mí, he rogado,he besá-
do el mármol de mi celda,', he cpnocido, 10 que me habia
alejado de los prin~i pios 'q ua -'mireg la' -divina ... ten tretan -
to, vedme aqui a. vueStros piés~ suplicante, esperando vues-


..


tras justas recriminaciones y la penitencia-que, os plazca
imponerme.


El-'sacerdote no contest6.
Varias veces, durante aquel inocente relato, sus mejillas


se habiancubiertode una palide-z mortal; habia levantado
las manos al cielo mientras que Japecadora de pensa-
miento se oprimia el pecho co.mosi quisiera dominar una
violenta 'embcion.


Despues de algunos instantes ae silencio, el sacerdote
pronunci6 lentamente las siguientes palabras:


--Me :pedis una penitencia, hermana roia; me habeis
confesado una falta. :grave, y vos' niism~ no, -6nmprendeis
toda su estension.


La influencia eJercida so bre vuestra.', imáginacion por
los sueños de esta sola noche pu~de turbar 'la paz de' toda
vuestra vida; si dejais correr á vuestra inmaginacion, si
no corta1s :e1 mal deraiz, estais perdidd..


Pa1á "fa. 'religiosa como para el' :ministro de los alta-
res, no d~bé' h~~r Olas qtle un ooj,t6, elparáiso;'que una
ocupacion, 'et'ttledio de'lograrlo;matsque un'amor, el de
Dios. ' ,-¡,f;


ji
Por esto os aconsejo quti reeMceis,toda ilusioD; qué iodo


deseo mundano salga de Vuestra'esfera:'; 'l- :"," • f,
TOMO JI G7




530 LA SOBERANIA
Amad á Dios, no ameis sino á él Y de esta manera evi-


tareis las ocasiones de .ofenderle.
Para huir todavía lllt$ ,:-;s~g\lramente,de ellas, no va-


yais al locutorio. hasta.:. dentro. p.lgu,na~jsemanas, y no veais
sino á vuestra madre; á¡ nadie IDAS"OS lo prevengo.


Esta .es la expiaeionque os impongo~.
Despues,. vivid, en pa.z; depositad en mí vuestra con-


fianza/que yo no la haré traicion:todo lo espero si DiQS se
l


digna ayudarme.
Entrad en la iglesia, volved alIado de vuest:fas herma-


nas, en tanto yo ofreceré á vuestra intencion el.sacrificio
de la misa de hoy.


Al retirarse Susana del confesonario ya no era la mis-
ma; habia descargado su corazon y su conciencia y una
esperanza consoladora la animaba.


Con gran fervor oró todo el dia y toda la noche, recor-
dando al padre Anatolio, sus dulces palabras, su talento,
su piedad. . " ... '; í


Desde aquel dia tuvo Susa.na igual, confi~nzaen su
nuevo confesor que habia. tenido e.p~ e-l ,antig:lio, :pero con
un sentimiento mas agradable todavía, el de una especie
de fraternidad unida á unaadmiracion sin límites.


Al cabo de una semana confesó nuevamente y co-
mulgó.


En su carácter dé sacrlsta.na S,S '. veia en. ilttpreci!lon de
estar continuamente- en· contacto con el padre Anatolio, y
la mas sencilla muesttade deferencia. 6Jl éstela' llenaba
de alegría, al propio tiempo que la mas ligero reprension
la hacia llorar.


Cada una de las hermanas tenia'á su euidadoun nú-
mero de niñas pobres .para sueducacion.




NACIONAL. 531


La clase de Susana era la predilecta, porque- infatiga-
ble para hacer bien,ni descansaba ni vivia.·


Sin embargo, cosa· estraña,.á medi.da 'que los Susana
recobraba sus fuerzas; :su alegría, y·sushermosos colores,
el padre Anatolio iba enflaqueciendo visiblemente; sus me-
jillas perdieron su. frescura, sus ojos se undieron, y pare-
cian constantemente víctima de la:'fiebre~


Susana'notó este cambio, y, con esbemado interés, se
atrevió á preguntarle el motivo de sus ,sufrimientos: él la


• indicó con la malio el cielo,' y á esto se limitó' su res-
puesta.


Susana pasó de esta manera un año sin incidenteparti-
cular que de contar sea: Susana iba. adqlliriend'O nuevos
encantos y era en el convento, modelo y ejemplo· de virtud
y de humildad .. ,


De repente, la naturaleza del padre AnatGlio cambió por
completo; su talle se irguió,su hermosa cabezaadqtririó
mas noblee'ntonacioD, sus mejjllas se tiñelOn: de púrpura
y sus ojos adquirieron unaespresionmas viva~' '\'
" Yia iDO era 1,1 sacerdote meditabund.o ytmiturlLO' sino, el


hombre comunicativo y decidOl'~' ,,-
Con exuberancia· de talento, con gran ' dÓSD de elo-


cuencia, vehemente y con un alma de fuego, cuando sabia
al p~to, estaba sublime y tenia'emboba~.átodás las
mcmjas. . ", .


, Un di., víspera por cie~",dQ nná',g,~:,fi.6s~,habiendG
~u8aná;ibajaDdoal loouton6á;yer á..~~ madre, que habia
ido lvvisitula: ' -' ., .
--saberV~ mamá, la mja;qtie'nuestDe'oODfts€r~hacedias


no viene y nos ha enviado un S'UplemW '" '. " .. ': i 1\
Negocios··muy" graves deben' tenerleqcupa4Jt', pórque




532 LA SOlUl:RAN LA
ha.(~.e tiempo nos abandona,y por mi parte no sé que noto
de estraño en ét, '.


t,Qué pasa en el mundQ:? 'p.orq.úe aquí nos cuentan' unas
cosas que nos tienen mu,y intranquilas. ,


-Querida hija, lo que hay ~sque se prepara una gran
revolucion;>los ánimos es.~án muy exaltados.


El rey, demasiado bueno,' demasiado~confiadof,ha. sido
engañado por pérfidos consegeros que lo conducen al pre-
cipicio, de tal suerte, qu.e él perecerá y nosotros tambien.


El porvenir que S6. presenta es fatal; la nobleza ofrecerá
las primeras víctimas al torrente revolucionario desenca-
denado; la. l'eligion .será escarnecida, y tal vez ni aun esta
santa casJ, será para vosotras un seguro asilo.


Solo de pensarlo me. estremezco,.
¡Dios miol ¡Dios mio! en que siglo vivimos!. ..


. Pero vinielldo' á tí, que es lo que.mas me interesa en
eLtnundo, ~sito-Jiaber qué tienes, si estás enferma, en
fin,.que eS lo:t¡n.éte pasa;.:pue.s l-¡ madre Ursula me ha di-
cho que tu caráeter¡h&c8mlt~ado;por completo, de pocosdias
á ·esta parte; aBte$ eras"alegre'.,t hnllioiosa, en·eLdia; se-
gun dicen, te ven. continuamente q,omiiIada , por, una mor-
tal tristeza; tus. frescas' ~'Bonrosadas;mejillaslvuelven á
paLidecer...... .é ';::.


iDe qué previenetodo,esto? ¿qué penas taat@1~~mentan'?
-Ninguna, mamá, contestó Susana valbuciente;Jverda-


denamente yo n.oiJp6.dria;6splioar.á ,V. qU8.:8fJ 10 que siento;
deseo alguna.. oosa qué no 1?uedoesplicarme: á~ misma lo
que es; pero en lo que le han dicho á. V.hay> .una gran
pattede, aX8@eramon-¡H! 'mi tristeza no: debe ofreeer cuida-
do y desaparecerá. ]we:ve., , : .;.: >,"'! . : .


. . De S~~i que' ,mañana ¡me verA V f/ aleg·re; tenemos




NA.CIONAL. 633


gran·:fiesta porque toman el velo otras dos religiosas: el
oficio debe ser solemne, la cOI1cul'rencia magnífica y esto me
distraerá ..


Supongo que vendrá V .
-No faltaré; ·¿pero es positivo que no te sientes


mala?
-Jamás he gozado de mejor salud.
-¿Ni deseas algo en que tu 'madre pueda compla-


certe' •
.-.Lo que deseo mañana lo diré á V.
-y porqué no ahora'? " . o" .i...
-Porque 10 que yo deseo es un beso y ese no me lo


puede .. :V. dar hasta mañana que se abrirá esa puerta.
-¡Hija adorada! esolamó la duquesa enjugando sus lá-


grimas.
,Retirose al fin la madre un poco mas tranquila, ;si bien


no muy satisfeoha. ¿Qué madre puede estarlo sabiendo que
su hija sufre y no poder-ali:viarla?


Cuando llegó la'noche y llamaron á las monjas al re-
fectodo, Susana no 'pr&bó bocado.


Sentia un malestar indefinible; subió á su dormitorio
pero lentamente sufriendo y agitada. '


, ; El calor era excesivo, y abrióla ventama. ' ...
. Mil ideas vagas cruzaron por su -cerebro; á pesar suyo


el recuerdo del baile que habia visto hacía un año se le
renovó "lá cGndujo insensiblemente á lo que tanto la ha-
bráirastdrnaoo. ",.... "
. S8':fijé'eneStaidea,' quis()~combatirla, pero en vano; un


tembl'6l'fOOnvnlsivo ge~apoderé de :ella; para vencerlo se
metió,en la. cama, pero '00 pudio dormir, pOl,que ; una , i:ebre
ardiente la devoraba; :laborada m3Jitin&S 18úín~ontró' aun




534 LA $0BERAN'Ü.


desvelada y á pesar de todo se levantó y b~jó á la capilla.
Ensimismada en sus pensamientos,; no' babia -visto ná-


da, habia olvidado que era una fiesta solemne la de aquel
dia, y que el limosnero mayor asistiaá·ella.


Su voz la hizo estremecer y á él le fué imposible fijar
su atencion en los bellos trozos del Salmo que leía; ella no
escuchaba mas que aquella voz tan querida y que 'no habia
podido oir en much<>s ·dias. . ,


SalieI:t.do de la iglesia, cada novicia se retiró á su 001-
da, pero Susana que necesitaba respirar aire fresco, pidió
permiso á la abadesa para pasearse por el jardin hásta la
hóra de misa; sentía la necesidad deaire; su cabeza Be le
iba, las emociones la ahogaban y se paseó errante,por al-
gun tiempo, por bajo los tilos, ·eu las. largas y' rectas ala-
medas. ~. H' ...


. La pareoia que .una mano invisible escribia en donde
fijaba su planta, como ella h) habia hecho en su libro du-
rante los maitines, esa dulce palabra que se. llama, ¡al11or!


Rendida, se sentó en un banco; apoyó su cabeza. en ·sus
manos para ~ostenerla, y de sus hermosos ojos se· deipren-
dieron algunas lágrimas. .;j .. : .


-Amar, se dijo, amat, es eonsag;l'ar sU.vida á un solo
sér, á un solo hombre .. ~! es esperarlo siempre intranqUila;
es verlo en todas partes, ¡oh! bien lo eomprendoJlo siento,
lo conozco!..;. " , .


. ~Oh Dios mio! nó, esto es imposible; mi··há;biu.,·mis vo-
tos, los suyos!. .. nó, ¡esto no puede ser!. .. y.o;D¡Qle amo.


y 'empezó áa.ndar·í la ven·tura.j q lle!ia. distrasrme, pero
siemptte la misma imigen se·le"lIparecia, :108 mismos pen-
samiéntosla ··agitaban·;,: entonces se apoderó de ella ·tma
especie de dilirio y arrebatada por al eselamóH .. ' : '.,.




NACIONAL. 335
, Nó, nó; por desgracia esto no es mentira, lle amo! ¡le


amo! que Dios venga en mi ayuda.
, Pero no estaba sola como ella creia: inmediatamente


un brazo rodeó su' talle, "1 pudo sostenerla en el momento
en que1 vencida por laemocion, iba á caersobre un ban-
co ... era éL .. era Anatolio.


La abligó á_ ~sentarse ,á su lado, y su mano nervuda
cubrióaquellos,ardient6s,labios prontos á dejar escapar un
grito de sorpresa y de angustia: ,.


, -Escú.chame en silencio, la dijo bajando la voz, escú-
chame; este instan~e es el mas solemne de nuestra vida
pues va á decidirse el porvenir de ambos ...


Cuando me hayas escuchado te dejaré libre; y al decir
esto, su voz y su cuerpo temblaba; sus ojos despedian lla-
mas, una sonrisa de dicha y de triunfo se dibujaba en sus
pálidos labios.


-¡Con qué soy amado! decia, el pobre cura, :yo, el
miserable arrojado de la sociedad!. ..


¡Yo s,oy amado de tí, ángel de amor y de belleza!
Sí, sÍ; hace mucho tiempo que este amor no es un mis-
te~o para mí.. '


Hace mucho tiempo que leo en tu alma y solo aguar-
daba tu confesion para; hacerte á mi vez la mia.,


y el padre Anatolio la estrechaba contra su pecho pal-
pitan1ie: anonadada la: pobre niña, no ~espondi6; ,no creía
nada, ó mejor 'dicho creía ~er júguete de un sueño.'


El ~aeerdote continuó.
TEscucha.; vas á J~zgal" al que te has entregado; por ..


qne es á D1í~l por :mivoluntad;por la tuya, por 10 que las
cosas hª,n venido á este : ',estremo: ahora no hay mas que
vencer los obstácn!osy 'yo ,los venceré.




536 LA SOBERANIA


. Escúchame bien; si despues me desprecias que me
trague el abismo. .'. "


'. 'Yo, como tú, pertenezCo á" ·una gran familia, pero soy
el menor de los hijos y como mj hermano tiene algunos
años mas que yo, mis parientes se empeñaron en hacerme
desgraciado.


Quisieron que fuera sacerdote yeuando pude apreciar
las cosas en . su j llsto valor, cuando reflexione lo ,triste de
mi posicion, á mí mismo me daba horror.


Se me colocó en un seminario, se me hizo vestir el tra-
ge de los seminaristas y ¿qué te diré yo? mi dolor era in-
menso, cuando los dias de asueto iba á comer con mispa ..
dres con los cabellos cortados á ,tigera, con el negro traga
de abate y veia á mi hermano lleno de consideracion y de
riquezas; luciendú t!'enes y caballos; manejando las armas
y al cual daban todos el titulo de condeL ..


Todo esto, sin embargo, me habria importado poco si al
menos alguna mirada de cómpasion me hubiese resarcido
de mi sacrificio; 'pero apenás se hacia casb de mí y co'mo á
hurtadillas mi madre me deciaalgunas palabras. 'con' dul-
zura, pero no atreviéndose á demostrarme su cal'iño por
completo en presencia de mi',padre'y'demishermanos.


Los muchachos de mi edad'se, bnrlaban de mí llamán-
dome el abate.


;Fuícreciecdo; y mi tt)rmentd tomó mayores' proporcio-
nes; mis hermanos' se mofa'ban y vanagloria.ban en mi pre-
sencia de sus conquistas amorosas, de sus placeres,' de sus
esperanzas, de sus' ambiciones!. .. [Delante ',de mí, á quien
eoncl'ueldad maldita y sin tenar:an cuenta mi falta de vo-
caeion,'ge'mEi habia destinado á la iglesia! Porque yo como
ellos, amaba los placeres, eraambicioso~ tenia corazon y el
bello sexo me agradaba.


,




NACIONAL. 537
Llegó el momento fatal en que debia recibir las órde-
nes~ mi padre así lo exigia imperativamente.


Se me ofrecieron capellanías, canongías, y hasta un
obispado, pero como nada de esto podia satisfacer mis aspi-
raciones, me rebelé.


Resuelto á no obedecer, así se lo dige á mi padre al que,
á pesar de todo, queria y temia: furioso al oirme, me ame-
nazó con su maldicion.


-y bien, le respondí, no me volvereis á ver; no pudo
consentir, solo por satisfacer un capricho, el labrar mi des~
gracia para toda la vida.


Sentaré plaza, me haré soldado, me convertiré en obre-
ro, pediré limosna si es preciso, pero sacerdote, jamás!


1\H padre, fuera de sí, iba ya á ejecutar su promesa ó lo
que es lo mismo á maldecirme cuando mi madre se inter-
puso entre ambos y se arrojó á mis plantas.


-Anatolio, me dijo, tú sabes cuánto te amo! ... pues
bien, en nombre de este amor, te lo suplico; obedece á tu
padre.


Conozco tu corazon y sé que eres capaz de cualquier sa-
crificio; inmólate por mí, hjjo mio; por mi, que te lo pido
en nombre de mi ternura y por la tranquilidad de la familia.


Mi madre permanecia aun arrodillada y ~i padre lo
consentia!. .. desde aquel momento aborrecí á mi padre.


Alzé á mi madre en mis brazos porque sus sollozos me
partian el alma.


-Madre mía, esclamé, haré cuanto vos querais; me
sacrificaré por vos, pero en cuanto á él, añadí, señalando
á mi padre, no lo dudeis, tendrá que dar algun día cuenta
á Dios por haber forzado la ,~ocacion de SlJ. hijo y ser causa
de la condenacion da un hombre! ...


TOMO 11.




538 LA 80BERANIA


Lancéme á la calle y marché por algun tiempo á la
ventura como un insensato; me hallaba demasiado escitado
en aquel momento para pensar en el suicidio; si me se hu-
biera ocurrido tal vez lo hubiera puesto en práctica.


Mi madre me hizo seguir "Y 'Por su 6rden se me condujo
á uua fonda; mi padre no quiso que permaneciera bajo el
techo de su casa ni un minuto mas, ni que volviera á pe-
netrar en ella hasta despues de haber recibido las órdenes.


Al dia iJiguiente volví al seminario "'S' se m.e c()l()c~ \)~)~
la direccion del P. Bonivet.


Este hombre á q oien C0noces y qua es un verdadero
santo, fué calmándome poco á poco; se enteró de mis penas
y procuró consolarlas; r,las conocia tal vez por esperiencia?


Quién sabe.
Me repitió sin cesar que era preciso dominar aquella


exaltacion, aquel fuego que me abrasaba: díjome que era
preciso dar otro giro á mi ambicion y á lo que él llamaba
mi gran génio; utilizar mis grandes talentos para la mayor'
gloria de la Iglesia Católica; ofrecer á Dios mi apasionado
corazon, en vez de dedicarlo á objetos mundanos.


El esfuerzo era penosísimo, casi superior á las humanas
fuerzas ... pasé dias y noches trabajando, orando, estudian-
do; aprendí todo lo que un hombre puede aprender eL dos
años, mortifiqué mi cuerpo y mi carácter, de alegre y es-
pansivo que era, se tornó en áustero, taciturno y misán·
tropo.


Nunca volví á casa de mis padres sino acompañado de
mi maestro; la vista del autor de mis dias me causal,a
horror.


El se mostró aun mas severo conmigo despues df~ mi
resistencia á sus órdenes.




NACIONAL. 539
Mi madre sufría mucho y cada vez que la veia mi co-


razon palpitaba de sentimiento, comprendiendo que seria
inútil mi sacrificio.


Así sucedió efectivamente.
Un dia, el padre Bonnivet me anunció que mi pobre


madre estaba espirando y que deseaba hablarme; corrí á
casa desatentado y loco, y me arrojé sobre su lecho de
muerte.


-Anatolio, me dijo, pronto habré dejado de existir, pero
antes deseo pedirte un favor.


Sabes la ternura con que siempre he amado á tu padre;
sé que toda su felicidad, todo S:l orgullo, consiste en la
grandeza de su casa y por este motivo es preciso que re-
nuncies al mundo, que te inmoles, que te sacrifiques con
objeto de que tu hermano mayor pueda figurar brillante-
mente en él.


Yo bien sé que esto es injusto, tiránico, infame!. .. pero
así lo exige la fatalidad y es preciso resignarse.


Mucho me alagaria que fueses tú el heredero, porque
pruebas te dí siempre de que fuíste el preferido; tu misma
Je~gracia te hizo ser el mas amado de mi corazon.


Te lo suplico, hijo mio, recibe las órdenes; te conozeo
mucho y estoy convencido de que no resistirás á mis rue·
gos.


Toma, aquí tienes mi testamento,
En él, haciendo uso de la parte de sus bienes que la ley


la concedia, me asegural>a una subsistencia decorosa para
en el caso en que renunciase al sacerdocio.


¡Cuán bien me conocia! ¿cómo habia yo de disgustarla
en aquella hora suprema en que su alma iba á yolar al pa-
raiso? ...




540 LA SOBERANIA.
Caí de rodillas sollozando y la besé la mano.
-¡Madre mia, gracias por vuestra bondad!. ..
Juro obedeceros; seré sacerdote.
~ Está bien, me replicó, muero satisfecha y la bendí-


cion del cielo como la mia, caiga sobre tu cabeza.
Aquella noche espiró.
Dos meses despues recibí las sagradas órdenes y fuí sa-


cerdote.


La víspera tuve un acceso de desesperacion espantoso;
entonces si que pensé en el suicidio, pero se me presentó la
sombra de mi madre que me mandaba vivir y no tuve ya.
valor para aten tal' contra mi existencia.


Ya sacerdote, quise ser fervoroso, bueno; sentí, redoblé
mis oraciones y mis penitencias; habria resuelto ser un
buen eclesiástico y, tenia aun mucho de amor propio como
me dediqué al pulpito y prediqué una docena de sermones
en los que se alabó mi elocuencia.


En el mundo empezaron á ocuparse de mí y mas de
una ve~ oia decir á las mujeres que pasaban por mi
lado.


¡Que lástima que sea cura!
Mis hermanos y sus amigos continuaban en tanto bur-


lándose de mi situacion y para irritarme mas y mas, hacian
en mi presencia pretencioso alarde de sus buenas fortunas;
pero yo habia resuelto ser virtuoso y á toda costa quería
serlo.


Mucho me costó, perseguido constantemente y bien á
pesar mio por un bello fantasma de felicidad que no debía
esperar y que sin embargo me desesperaba.


Por todas partes se me aparecia la imágen de una mu-
ger de la cual debia ser amado, de una mujer como tú, Su-




NACIONAL. lS41
sana mia; preveia este momento y contaba que mi secreto
no seria descubierto por nadie.


Entonces contemplaba mi hábito, mi cruel hábito que
tan severas obligaciones me imponia y lloraba y me de-
sesperaba contemplando mi impotencia! ...


Imposible me seria decirte todo lo que yo sufrí en tres
años.


Aquella época de mi vida está cubierta de una espesa
niebla que no me es dado disipar.


Solo sé que abandonaba mi habitacion únicamente para
trasladarme á la iglesia y alguna vez, aunque muy de tar-
de en tarde, para visitar á mi padre, con el cual continué
tratándome muy ceremoniosamente.


Un dia ¡Gran Dios! ese dia decidió de mi vida por com-
pleto; elobis'po de Tours me propuso acompañarle á este
convento.


Yo no habia visto nunca una~profesion y él debia ofi-
.


ciar en aquella.
Te ví, yen tu belleza me pareció ver la imágen delfan-


tasma que por espacio de tanto tiempo me habia perse-
guido.


Tu posicion casi idéntica á la mia, tu aire de angélica
resignacion y tu dulce piedad, me infundieron desde el
primer momento un santo y profundo respeto.


Cuando presenté las tij eras á mi tio para que cortara las
hermosas trenzas de tus cabellos, cuando estos vinieron á
caer á mis piés, no hay nada que pueda compararse al do-
lor que esperimentó mi corazon; me se figuró que asistia á
una ceremonia fúnebre.


N o pude prescindir de hablar á tu madre: comprendí su
afliccion y procuré consolarla.




542 LA SOBERANIA


Ella me contó tu historia y desde entonces fuístes mas
interesante á mis ojos, pues, como yo, habias sido igual-
mente sacrificada.


Desde aquel instante mis ideas cambiaron por comple-
to; tu fascinadora imágen me seguia á todas partes, en mi
estudio, en mi sueño, en mis oraciones, en el mismo al,
tarL ..


Conocí que te amaba y que este amor adquiria mayores
proporciones} cuanto mas empeño ponia yo en combatirlo.


Mil veces estuve á punto de descubrir mi secreto cuan-
do el P. Bonni vet me pregun taba la causa de mi tristeza;
la vergüenza me detuvo.


Un sacerdote desconocido recibió mi confesion, el cual
me privó por mucho tiempo el ejercicio de mis funciones
sacerdotales, pero ni sus esfuerzos ni los mios fueron sufi-
cientes para arrancarte de mi corazon; tú debias permane-
cer siempre grabada allí, pues así lo quería el destino.


Tú sabes como nuestro anciano amigo dimitió la plaza
de limosnero que tan dignamente ocupaba en esta santa
casa.


Sin prevenírmelo siquiera, hizo que se me nombrara en
su reemplazo, y una mañana me lo anunció presentándo ~
me el nombramiento.


No te podré esplicar la sorpresa, la sensacion que espe
rimenté al oirla, estuve casi á punto de desmayarme y hu-
biera caido al suelo, si un niño de coro que pasaba al pro-
pio tiempo por mi lado no me hubiese sostenido.


No habia mas remedio que aceptar: además aun que
hubiera pensado en rehusar ¿qué pretesto habria dado yo
al pobre viejo'?


Sin embargo en la lucha de encontrados sentimientos




NACIONAL. 543


'lue se agitaban en mi corazon, tuve el valor de decir que
.ne me era posjble.


-¿Y por qué hijo mio? me replicó el noble anciano, no
eonozco persona alguna á quien pueda confiar este honro-
so puesto mas que á tí.


Me afligirias mucho, si no aceptaras este nombramien-
to; te lo pido como un especial favor.


Las instancias, los ruegos del anciano, los votO¡ que
ofrecia yo en secreto triunfaron de mi conciencia y acepté.
non natural espanto veia los peligros que era preciso ven-
cer, pero tambien el mérito de la resistencia; contaba con
mis fuerzas y con mi voluntad y me precipité con la ca-
heza baja en el peligro ivanas ilusiones!


Una prueba, la cual no esperaba, se me presentó desde
el primer dia.


Quisiste confesar y depositaste en mí tus secretos, pero
¿cuáles eran tus faltas? Un amor un objeto, vanos deseos,
engañosas ilusiones, precisamente aquello mismo que yo
habia sentido y para cuya resolucion positiva no faltaba
mas que el objeto.


De una ojeada lo comprendí todo; las mas violentas
tentaciones me asaltaron, pero sin embargo las vencí. Bien
te acordarás de lo que te dije y te aconsejé entonces.


En mis contínuas oraciones y hasta celebrando el san-
to sacrificio de la misa rogaba fervorosamente por tí y por
mi, pedia á Dios apartase de ambos las ideas mundana-
ies ... conocía que no tenia mas que tender la mano para
llegar á la suprema felicidad, pero mis votos, mis oracio-
nes, el recuerdo de mi¡;j deberes triunfaron aun, y este fué
el momento mas terrible de mi existencia.


0uando vol vi á mi casa me vi a tacado de un acceso de




544 LA SOBERANIA
delirio; en mi desesperacion maldigo á. mi padre, á mi
hermano, á tus parientes, á todo el mundo! ...


En mi agitada mente se revolvian mil proyectos á
cual mas absurdos y estravagantes.


Al siguiente dia cuando volví á verte, recobré algun
tanto la calma y una seguridad engañosa se apoderó de mí.


Creí que tu presencia y el candor que se reflejaba en
todo tu sér venceria mi pasion sacrílega y que ante la cas-
ta inocencia de la vírgen quizá desaparecieran los malos
pensamientos que me atormentaban. ¡Vano horror!


Por el contrario, al cabo de algun tiempo comprendí
que no solamente existía siempre en mi corazon aquel
amor que me habias inspirado, sino que aumentaba pro-
gresivamente.


Entonces perdí completamente la cabeza y mi salud se
puso en peligro; era preciso huir ó sucumbir; no tenia
fuerzas para lo uno ni para lo otro.


Esta idea trastornaba todo mi sér, é ignoro á dónde me
hubiera conducido, ~i una aurora de esperanza lisongera no
hubiera lucido de pronto para mí.


Aparecióseme en lontananza un risueño porvenir; vis-
lumbré el medio, el anisado miedo de librarnos de nues-
tros votos y poder, legítimamente, unirnos para siempre á
la faz del mundo entero.


Este porvenir lejano que yo entreví me dió toda la ener-
gía necesaria; no te consideré ya sino como mi esposa y es-
peré con paciencia lo que debia llegar, un acontecimiento
tremendo!. ..


Recobré mi energía, alcé mi frente éon fiereza, porque
en lo ~sucesivo me seria permitido emprender una nueva
carrera donde no tendrá mas rivales que el talento.




NACIONAL. 545
Seré algo, recuperaré mi posicion ...
¡Ah! tú me amas; tú, por quien daria toda la sangre de


mis venas, tú, que me ofreces el corazon mas puro que ha
palpitado en pecho de mujer y un amor que es para mí la
felicidad soñada!. ..


¡Oh! ¡Dios mio, Dios mio, que inmensa felicidad!
Los brazos de Anatolio estrecharon á Susana contra su


eorazon; ésta, por su parte trastornada, casi desvanecida,
exaltada por aquel lenguaje entusiasta, reflejo de -una vio-
lenta pasion, no se atrevió á hacer resistencia, ni aun si-
quiera á levantar los ojos que habia tenido constantemente
fijos en tierra durante todo aquel apasionado discurso.


Aunque apenas habia escuchado su principio, tal fué
su sorpresa que acabó por cautivada, y aunque tímida-


. mente alzó la vista y fijó sus ojos en los de Anatolio.
¡Qué bello estaba en aquel momento de triunfo y de


deliriol aquella mirada poderosa produjo en su alma un
efecto tan fascinador, que sin f~erzas para resistirlo per-
mitió que la acariciara.


-Yo tambien, murmuró la pobre niña dejando caer su
cabeza sobre el pecho de Anatolio, yo tambien soy feliz!. ..


El seductor levantó el velo que cubria el semblante
de la religiosa, sus ojos se encontraron nuevamente y ha-
bia tanto amor en aquellas dos almas vírgenes todavía, que
por vez primera los labios de Anatoliose posaron sobre los
de una muger ..


En aquel momento sonó la campana interior que lla-
maba á coro y fué preciso separarse.


Susana se desprendió precipitadamente de los brazos de
su amante" echose el velo sobre el rostro y se per.dió en las
profundidades del claustro.


'fOMO U. 69 "




546 LA SOBERANIA
Desde aquel dia ya no hubo descanso, ni tranquilidad,


ni sosiego para la pobre jóven; todo lo que habia en ella
de virtuosa, de cándida y de inocente, venia á estrellarse
contra las seducciones del cura.


Comprendia que todo aquello era un crimen y buscaba
un refugio, un apoyo en la santa religion que no lo rehusa
á nadie, pero hasta al pié de los altares, hasta en el
mismo tribunal Divino, sjempre tropezaba con su diablo
tentado~, el cual trastornaba su razono


No se acercaba nunca sino temblando á la capilla, y á
pesar de todo la miraba como su único refugio.
Despu~s de la escena fatal del jardin habia sentido dis·


pertarse en su corazon esa necesidad de amar que Dios DOS
ha dado á todos y que el claustro, por su austera rigidez,
no hace mas que satisfacer á medias.


Susana, desde entonces, y sin embargo de ser por ca-
rácter y por naturaleza agradable y placentera, cambió re-
pentinamente de un modo estraño.


Torn6se contemplativa y devota; tenia la imaginacion
demasiado fácil de exaltar, y el corazon de una bondad has-
ta débil para no esperimentar toda la influencia noveles-
ca de un hombre jóven, bello y tan profundamente apasio-
nado, como lo estaba Anatolio.


El deber, poderoso móvil de las almas cándidas, lucha-
ba en vano contra la fuerza de su imaginacion y de su co-
razon, tan deseoso de emociones.


En vano pasaba horas enteras arrodillada delante de
una imgáen de la Vírgen, rogándole con todo el fervor de
una. alma tímida; la calma pasagera que le proporcio-
naba el éxtasis ó sus celestes inspiraciones, no podia resis-
tir al dulce efluvio de las flores, al aire tíbio y embalsama-




NACIONAL. 547
do del jardín, cuando por las tardes iba á pasear por él.


Entonces los amorosos recuerdos' volvian con mayor
fuerza á su mente; su vida sacrificada á las exigencias del
mundo, á la conveniencia de su hermano, á la felicidad de
su familia; su aislamiento ,y sobre todo el recuerdo de aquel
hombre, de aquel religioso que, á pesar de su sagrado mi-
nisterio, habia d6sarrollado ante su vista un mundo de de-
licias desconocidas para ella hasta entonces!. .. y aquel
hombre era bello, j6yen, entusiasta, enamorado; una sola
.chispa del fllego de sus ojos habia sido bastante para tras-
tornarla.


La superiora del convento, inquieta por la postracion
en que la veia y que iba desmejorando gradualmente, ha-
bia consentido al fin, en relevarla del cargo de sacristana y
hasta permiti6 que eligiera otro confesor.


La j6ven reclusa habia alegado para justificar este cam-
bio, la razon de que el padre Anatolio estaba ocupado y no
podia llenar sus ~eseos de seguir con asiduidad y sin inter·
rupcion las conferencias religiosas á que ella era tan afecta.


El nuevo c0nfesor de Susana era uno de esos sacerdotes
muy escasos en aquella época, sobre todo cuando la Iglesia
habia llegado á convertirse en una especie de carrera con~
tinuamente abierta á la ambicio n y á la intriga.


El abate Danoin contaba eer~a de 60 'años; su imagi-
cion pura y despejada, u mirada dulce y tranquila, su
sonrisa agradable y simpática, demostraba bastante pureza
de alma y una gran indulgencia para los pecadores ar-
repen tidos.


Toda 1IU 'rida lahabia pasadco con esa unifortnida4"poé-
tica de ideas claras y limpias, así es que dese.onocia .'por
completo el torrente y el imperio de las pasiOnes ..




548 LA SOBERANlA
Cuando por primera vez el padre Danoin vió el pá.lido


y afligido semblante de Susana, arrodillada en el santo
tribunal de la penitencia; se asustó al ver la espresion mar-
cada de aquella por la lucha interior que la devoraba.


-Hija mia, la dijo, confiadme vuestras penas como si
fuera vuestro padre; la misericordia de Dios es infinita y
nuestra mision en la tierra es sufrir, orar y obtener por
nuestras oraciones el perdón de nuestras faltas y la felici-
dad de los escogidos.


Roguemos juntos, mi querida niña, imploremos la
gra0ia di vina para. combatir los peligros de la vida.


La hermana Susana prorrumpió en amarguísimo llanto-
y en medio de sus lágrimas desahogó, su corazon esplican-
do á aquel santo hombre, los dolores, las agonías que la
atormentaban.


El abate Danoin quedó como petrificado al escuchar
aq uella estraña confesion, aq uel funesto amor de un sacer-
dote con una religiosa.


En toda su larga vida de sacerdote, jamás habia llega-
do á sus oidos una tan terrible coníesion.


Aunque su alnia pura estaba indignada al escuchar se-
mejante sacrilegio, su natural conmiseracion, buscaba ya
en su mente consoladoras palabras para la pecadora, y es-
cogitaba los medios mas persuasivos para arrancarla del
borde del abismo. .


N O entraremos en la esplicacion de todos los detalles
de la. vida austera y casi mística, que el confesor impuso á
su peninen te.


Merced á' ella una calma, sino po-r completo verdadera,
á. lo menos aparente, se habia apoderado poco á poco del
ánimo de lajóven.




NACIONAL. 549
Las paternales palabras y sano~ consejos del sacerdote,


sus plegarias incesantes, y su adoracion á la sagrada ima-
gen de la Virgen, habian convertido á Susana en uno de
esos séres resignados que alejándose gradualmente de la
tierra, elevan fervorosamente sus almas al cielo.


La duquesa de Persac iba muy amenudo al locutorio
del convento y allí, todo 10 que el corazon de una madre
puede ofrecer en tiernos consuelos, los ofrecia á su querida
hija á la cual veia morir de tristeza sin llegar á compren-
der la causa.


-Susana, alma mia, esclamaba la duquesa seriamente
alarmada; me temo que la austera existencia que llevas en
el claustro, no pruebe á tu débil cODstitucion.


He sabido con placer que la superiora te ha relevado
de las obligaciones fatigosas que desempeñabas en el mo-
nasterio; se que has abrazado la carrera religiosa con ente-
ra libertad, pero tambien sé que lo hiciste únicamente
por complacer á tu padre; ahora bien, te suplico que me
seas franca; ¿no te se ha ocurrido alguna vez volver al
mundo'? ¿no han hecho huella en tu corazon los irresisti~·
bIes atractivos que podria proporcionarte en él tu naci-
miento y tu hermosura'! ¿no has soñado á tus solas, otra
clase de existencia ~


Contéstame Susana con aquella franqueza que has te-
nido siempre conmigo desde niña, con la confianza pro-
funda que debe inspirar siempre una madre; te juro que
esta exigencia mia no es por efecto de una curiosidad pue-
ril, sino que obedece á un pensamiento muy distinto.


-Soy feliz madre mia, replicó Susana, y si alguna vez
os parezco triste,y como contrariada, es porque nO'puedo
atender con el fervor supremo que yo quisiera al cumpli-
miento de todos nuestros deberes religiosos.




550 LA. SOBERA.NfA
-Por última vez Susana, esclamó la duquesa con voz


tierna, aunque aparentando una ligera severidad, te exijo
por tu propio interés, por la tranquilidad de tu porvenir,
que reflexiones bien lo que me has dicho.


Quiero creer en la sinceridad de tus palabras, y sin em-
bargo veo mejor que tú misma en el fondo de tucorazon.


Si mas tarde ó mas temprano has de caer en una
lncha cuya causa ignoro, ¿no valdría mas, hija adorada,
que tu madre con tiempo escogitase el medio de evitarte
peligros y disgustos amargos'?


Aun estás á tiempo, mis relaciones con la córte de Ro-
ma me proporcionarán tal vez la facilidad de romper tus
votos.


-Nó madre mia, nó, jamás, esclamó la jóven reclusa;
os amo con el amor mas tierno y vuestro nombre va unido
á todas mis oraciones; os agradezco vuestro buen deseo pe-
ro mi vocacion continúa, y pues me conceptuo elegida de
Dios, á él solo me debo, mientras pueda dirigir mis pasos
sobre la tierra.


-A dios pues, hija mia, dij,o la, duquesa, el corazon de
una madre puede engañarse. por escesosde cariño, pero si
me he equivocado, que el Ser Supremo vele por tí,pues-
to que no quieres ampararte del amorque te ofrezco.


Pocos dias despues de esta entrevista, en una noche de
verano, Susana estaba arrodillada en el reclinatorio de su
celda y ante una imágen de la Virgen.


Sus ventanas que daban al jardin estaban abiertas; el
aire era puro, balsámioo, y reinaba en todo aquel ámbito
unsUen,eio y una calma tal, que ni el'menar SGplo de,vien-
to hacia oscilar la débil luz de ta modesta lámpara súspen-
ruda en el teoho y en el centro de la h:amtaoi031l.




NACIONAL. 551
Aquella noche bella, tranquila ;¡ serena, la quietud


melancólica que reinaba en la naturaleza, el perfume de
las flores conducido en alas de la brisa, todo en fin en
aquella hora de silencio, predisponia el ánimo de la jóven
á esta clase de emociones armoniosas que hacen vibrar los
corazones todavía puros, los acordes de una lira descono-
cida.


Esta música. suave que se siente interiormente, estas
emanaciones que estasian i,no son por cierto chispa"S de es-
te fuego di vino que se llama amor'?


Era uno de esos momentos· en que la naturaleza nos
envuelve en esas mil seducciones donde cada uno de sus
órganos invisibles agita el corazon con la palabra amar.


De este modo Susana se hallaba en una de esas estáti-
eas predisposiciones, pero sus pensamientos, castos todavía,
volvieron hácia el Eterno y en una de esas fervientes ple-
garias, llena de purísimo sentimiento, abrió su alma virgi-
Dal á ese sér invisible y misericordioso que se llama Dios.
~¡Dios mio! esclamó levantando los ojos y las manos


al cielo, á Vos únicamente es á quien amo, es vuestra ma-
jestad divina la que llena todo mi sér de una afeccion que
creía inclinada á otra párte!, ..


Pero no bien acababa de pronunciar estas palabras y
como 'Por una estraña coincidencia, un ramito de fiores
vino á caer en sus manos, unidas todavía en ademán de
súplica y en el cual, pendiente d~ UDa cinta se veia una
carta,·


Susana, á pesar suyo no pudo menos de estrecharla con-
tra su corazon, la abrió y por uno de esos fenómenos tan
naturales, la leyó varias veoessin fijarse al parecer en 10
que estaba haciendo.




552" LA SOBBRANIA


Poco á poco, cada palabra,. cada frase, cada pensamien-
to espresadQ en aquel escrito,. fué conmoviendo su corazon,
como al contacto de una chispa eléctrica; el llanto brotó
en sus ojos, un temblor. convulsivo se apoderó de todo su
cuerpo, ypor otro fenómeno no menos concebible, leyó y
releyó de memoria y hasta con los ojos cerrados, aquella
carta que únicamente contenia estas breves líneas:


«Susana, mi amada Susana, la hora se aproxima en que
seamos 'Uno de otro para siempre.


»Lo hemos jurado, no lo olvides jamás.
»Si no me has visto hace algun tiempo, ni has oido


hablar de mi, es que yo tamcien llevo una piedra al nuevo
edificio del 6rden social.


y todo lo hago por tí, por mi bien amado, para que po·
damos lo mas pronto posible romper legalmente los abor-
recidos lazos, insensatos votos que hoy nos sujetan.


»EI amor me ha hecho fuerte y poderoso.
»Tu primer beso ha sido un 6sculo de union que no solo


quema mis labios, sino que es un volean en que se abrasa
mi cuerpo.


»La que me presta energía y confianza es la seguridad
de que tu me amas como yo te amo y que el dia de nues-
t~a libertad se aproxima.


«ANATOLIO.»


Aquella carta, que habria desvanecido un espíritu mas
despejado, aun que el de Susana, hizo despertar en esta
todas las pasiones que hervían en ~l. eorazon de Anatolio.


-:-¡,Será verdad se dacia que Anatoliopueda romper
nuestros votos? ¿qué el Santo Padre le conceda tan infinita
gracia? ¡oh! si esto fuera cierto, yo podria amarle entonces,




"SAC10NAL. 553
á él, tal). bello, tan noble, tan bueno!... indudablemente
Dios 10 quiere así, pues -cuando tan fervorosamente le im-
ploraba ha venido á caer su carta en mis manos como im-
pulsada por una voluntad supérior.


La fria razon venia per breves momentos á luchar, aun-
que en vano, contra la. imaginacion novelesca y comple-
tamente trasformada de aquella pobre alma tan aman te
como débil.


Su educacion, sus principios, todo lo que - habia visto
Y'oido -á su alrededor desde su infancia; su natural con-
templativo, tierno y piadoso, nada podia resistir á la terri-
ble fascinacion de Anatolio.


Ejercia sobre la pobre jóven el efecto que sobre los pa-
jaritos la miraba fascinadoréJ de la serpiente, y que apesar
suyo y del !instinto de conservaeioncon que Dios ha dota ..
do á todos los aéres, revolotean en el aire, agitan sus tem-
blorosas alas y vienen ellos mismas á arrqjarse en la boca
del reptil.


Susana guardó en su seno la. carta, ludda á dos 6 tres
flores del ramillete, flores sim,bólicas que representaban el
amor y la espera.nza.


Aunque &Un se posternaba y -"raba, sus .re:zos y sus
oraciones eran mas bien gritos de un alma eaamorada.


"Su Gon6Íeneia timorata la condujo sin em-bargo una
vel mas al Santo tribunal de la penitencia, pero fué ya tan
r6sstvaGa en cierto~ estremo,s de la eonfeswn., que el padre
Danoin, inquieto por aquella reserva que no era natural,
resolvi6 aclarsr sus dudas y temores'.


La jóven reclusa recibió la órden de pN~ntar3é' en la
iglesia p&ratener una conferencia con el limosnero.


Este santo varon, obrando'con, cierta mafiá, consiguió
TOMO 11. 70




554 LA. SQBERA.NIA


la confesion de todo lo que habia pasado, y sus piadosas
exhortaciones arrojaron de nuevo á la infortunada niña en
los rudos combates de su espíritu, en la constante lucha de
la pasion que la dominaba: y la santidad de sus deberes.


Todos estos dolores intimos que desgarraban el corazon
de Susana., continuaron renovándose por espacio de algun
tiempo, y la historia de este cruento drama iba desarro-
llándose en medio de estraordinarias peripecias y aseme-
jándosE> á las alborotadas aguas de un torrente que tan
pronto corre con aparente calma, fertilizando los campos
que baña, como se lanza con ímpetu violento arrastrando
cuanto á su paso encuentra.


. .


Abandonemos .por breves instantes á aquella aun purí·
sima flor, tan rudamente combatida por encontrados vien-
tos; y volvamos la vista á Anatolio, cuya existencia habia
oambiado por completo desde que el amor se habia lanza-
do al vasto campo' de la ambiciono


En esta época de nuestra historia, la Francia se agitaba
en medio de una cO:t;lvulsion política cuyos efectos desastro-
sos hicieron ponerse en guardia á la Europa enteJa.


El rey no tenia mas que una sombra de poder.
Sus ministros, en.ve~ de aconsejarle bien, le guiaron


por el.mal.camino, y éstos y los desaciertos de su esposa
precipitaron la catástrofe que todo el mundo preveia hacia
tiempo.
; . ~l espíritu.republicano habia crecido y se habia desar-
follado.


Eran muchos los ódios.repr\mldos; n.o pocas las vengan-
zas, a un nosa tisfeehas .


Los nobles y el clero debían sufrir las coI1seeueneias y
seguir la.: suerte; de la. monarqufa..· ;;,: <'" ';




NACIONAL. 555


Anatolio, con una inteligencia verdaderamente supe-
rior, habia comprendido perfectamente la ventaja que para
él resultaria si tomaba una parte activa en el movimiento
revolucionario, y acarrear, como vulgarmente se dice, su
piedra al nuevo edificio.


Llegó á adquirir gran influencia en ciertos clubs jaco-
binos, por la fuerza de s"lelocueneia; reuniones á las que
asistia disfrazado pa.ra. .ocultar mejor su carácter sacer-
dotal. •


Al abate Anatolio estaba' sin' duda destinado, por' la
energía y la elocuencia de su palabra, á representar un
gran papel en aquella terrible época que se denominó del
terror.


Lo que mas vivamente le preocupaba era su estado de
religioso y ansiaba el instante en que poder arrojar 10s há-
bitos, así como el anhelado momento de la seculadzacion
en los conventos de monjas ..


Para cuando llegara este caso, que no podia tardar,
Anatolio habia alquilado una casita nO léjos del mónaste-
rio en que se hallaba. Susana, la cual hacia dias éstaba
muy enferma.


Habiahecho alhajar' aquella habitácion:, sino'con lujo,
con tierta esq uisi ta elegancia.


Era casa sola y no habia otros vecinos que el conserje
y su mujer, dos buenos ancianos, qu~ les sobraba de'vir-
tud lo' que de perspicacia y de tnaliciá l~s falt~ba~ "


Ana'tolio les dijo que su espoaa estabá'fuera' del Pa~ls,
pero no tardaria: en regresar y -en ronces laeou()c&r1an!.:· .


De8pues que habia soltado la rienda á 'mspasro~s, su
carácter, _aya he teni-do' : 'ocasion . de 'deeir, ~b~ ~aitl-
biado por completo. . . (, r,; ,




556 LA. SOBERA.NIA


Activo, é infatigable, llaQlJ. para él pasaba. desaperci-
bido-; lo preveía todo, en todo estaba, hasia en los memores
detalles.


Uniendo á la astueia la f.uerza, ~provechaba las .ocasio-
nes y hacia frente á las circunstancias: con estraordinario
valor consiguiendo dominarla~ ..


Convencido como lo estab~ de su imperio sobre Susana,
solo se preocupaba de sus planes políticos:, y á fuetza de
pensar én ellos, ¡triste es decirlo, pero tal es la condicion
humana! habia conseguido relegar en el fondo de su cora-
zon las impresiones de u,n amor, que aun no habiapodido
satisfacer.


El amor no era ya para él otra cosa que los goces y la
posesion, y esto, con la enérgica pacienci~ de. su . carácter,
le hacia esperar con tranquilidad y sin precipitaciones la
hora del tÍ'iunfo~


La revolucion marchaba á su desenlace á pasos agigan-
tados.


El abate Anato.lio., d~pues de hatber sido; miembro de
los estados generales, dQnde se h,abia disitinguidO' .. po;r su
talento y sus tremendas declaración es contra los- ~b,usoa, .. se
hallaba en la asamblea na~ional el dia.en que ,fuá·decre-
tada la abolicion de los convent~. en todo. 81terlTÍtocio
francés.


,No,ha pOOidQ sa~~e> si fué á insijgacion ~llya,l~ 00-
daccion d~ a.quel decreto, pttre es lo cie·~to. 'lU6 el abría el
camino, á laen~e~a libertad QU6 an&ia~n pr00.\l;t~, no
solo é~ si~o. ~~ m\1QhQ& ma~~ .aaC6\'dot~.,
E,ª,~~siadQ astutft palm ha~r~ ~PQ~itm~.·l1ni­
cament&,~ ~üMaqei6U d~ a~rprQptQ.&l }pl~r d6 S&l
diputado, y presidente del club de los jarolJrhl,ft,.; ligado por




NACIQ!'B.L 557
amistad y por intereses con los miembros mas influyentes
d6 la municipalidad de: París, se hacia dar comisiones de-
lioadisima9 que n~ desempeiia.ba con aptitud y celo sino
para obtener cada dia mayor popularidad.


Apenas fué decretada por la asamblea la abolicion de
los conventos, Anatolio se dirigió á la municipalidad y se
proporcionó cuantas órdenes necesitaba para su objeto.


Desde la municipalidad se dirigió á la casita que tenia
alquil~da y previno al conserj e, que dentro ~e algunas
horas debia llegar su esposa á París, de un viaje hecho á
Marsella.


En tanto que el conserje y su muger lo preparaban todo
para escribir á la señora dignamente, Anatolio se encerró
en su gabinete y &s(}ribió las dos cartas siguientes:


»8eñor Conde.
»Habeis sido para mi un padre bárbaro, é inflecxible: os


lo perdono en gracia al recuerdo de mi pobre madre que
está en el cielo, pero es preciso que no olvideis que habeis
sido la causa única de todas mis desgracias, obligándome
á ser cura y por consecuencia un mal sacerdote.


»Toda la energía y noble ambicion de que mi pecho se
hallabaposeido, pudisteis haberla aptoyechado para gloria
y Il\~ 11lsira de vuestro apellido, pa.ra. el sostenimiento
de 81& misma· aristocrática nobleza ·de que os mostrais tan
celoso·, ' ~ .


.+


»Al presente soy de los mas ardientes republieanos y mi
pr.incipa.~ miaan es la de abatir el orgullo ~t·v~tra. eIase,
pisotear vuestros pergaminos. .


f ~y vestro' enemigo .., todo esto es obra vuestra: vos
lo·habeis qa~rido.




LA SOBERAN1A


» VuelV'o á repetir que sin embargo os perdopo, no solo
por el recuerdo de mi madre, sino por ,el terrible castigo
que recibís por yuestros errore'S y la situacion tristísima
en que yo mismo he caído.


» El primer paso· está. ya . dado y á mi me es imposible
retroceder.


»Aceptadel consejo que me permito daros.
»Huid, huid pronto á.' reuniros con los vuestros en la


emigracion; aun es tiempo, pero dentro de algunos dias
tal vez ya no lo será, y yo mismo me perderüi al tratar de
salvaros.


»Adios, padre mio; una lágrima por el pasado y un' ol-
vido eterno para el porvenir.-Ánatolio.»


Esta carta seca y fatídica, indicaba ya 'demasiado el
estado del corazon de aquel hijo irrespetuosú y las disposi-
ciones de su ánimo.


La segúnda carta se hallaba concebida en los siguien-
tes términos:


»8eñora Duquesa ..
»Mucho me alegro· que en estos momentos os halleis


fuera de París.
»Supe por la superiora del convento que habiais ido á


pasar un par de meses á una casa de campo próiimQt á la
frontera española; lo mejor que:podeis hacer 'es atravesarla
y fijaros en cualquier punto hasta que pase la tormenta
que nos amenaza.


» Es~.,. encargado de cumplir con vos un triste y penoso
deber.


»En medio de los deplorables acontecimiéntos que á to-
dos nos tienen aterrados, hay aun una prueba mas terrible




NACIONA.L .. 559
que el cielo os envia, y que.hará rebosar la copa de los in-
mensos dolores que ya os abruman.
~ »Vuestra adorada hija, nuestra querida Susana ha deja-


do de existir: su alma voló otra vez al cielo, ,á dond~ Dios
la llamaba.


»¡Ha muerto pronunciando el nombrede su madre!
»No la co~padezcais, señora; es mas feliz que vosotros.
»La habeis perdido en este mundo, pero ella ruega en


este momento por todos ~llá en el paraíso. '
» Vuelvo á suplicaros que abandoneis inmediat~mente


la Francia, y esta babilonia maldita.
»Las gentes honradas no pueden permanecer aquí con


seguridad, y únicamente los ap6stoles como yo deben que-
d~r sobre la brecha para esperar sobre ella la mu.erte.


»Vuestro.!espetuoso y ~tento servidor.-El aoate Ana-
lolio.» .


Bien puede comprenderse la intencion de aquel hom-
bre con la simple lectura de esta última carta.


Alejando de este modo á la familia de Susana, quedaba
completamente dueñ~,de ella y podía ~entregarse sin obs-
táculos que atajasen en su camino á su amo~ y á su am-
bicion.
Q~rró, pues, las d()S, cartas ,y envolviéndose en losplie-


gues de una anchQ. oapa' y cubierto 'el crostro con un som-
brero ca~prés,· sali4, ~ncargando de . nu~vo á los porteros


,


que no s.s ~~'Stal'~n en todale. .ll:Qchelo '
p~plle~.j~ haber atravesad,o: varias ealles' desiertas,


J .


Alla.toli~ $e~~ró del~nte de la puerta de una casa de sinies-
! '"


tra aRM.ie~Qi,. '
Empezaba á a~qcheQ~r~. ';


'. ' '4-


Las paredes de la referida casa estaban por eompleto




560 LA S'OBERANIA
cuarteadas y por entre sus grietas se oian confusas voces,
gritos terribles.


Los que estaban dentro pareciaquehablaban todos á la
vez y á cada momento se oian las aterradoras }'>a.labrás de
venganza, crímen, sangre!. ..


Era el club ae los Jacobinos.
Anatolio penetró en el salon y á su. vista un '¡hurraá! ...
general~reson6bajo aquellas b6veda~>"


- ¡Ya está aquí el "presidente!
" -¡Viva el presidente!


-¿Qué novedades traeis?
- ¡Qué hable, qué hable! repetian á coro cien y cien


voces.


El cura se adelant6 lentamente" hasta. una especie de
tribuna colocada en el centro de la asamblea y déSpnes que
con un gesto hubo conseguido restablecer el silencio, se
espres6 en los siguientes iérminos:


<,Ciudadanos: "


»La Francia se indigna y se á'\Jergtlmlza dettillta~infa·
mias como por espacio de tanto tiempo han venido oome-
tiéndose por los arist6cratas.


»La asamblea naeional toma diariam~nte sabias m13di-
das para. asegurar la felfuidad: de la patria. " .


»Hoy ha forIfi'Ulado nnÍlu~vo decreto en"~l que resplan.
dece el noble deseo q'tle gnia todas St'ls déeiSi®es.
,:' »Ese decreto abre las puertas de esos infalnes 1upanares


llamados monasterios, donde los hombres y láS mujeres,
revestidos unos y otros con un santo hábitoqne'én-óU.ibre la
mas cínica hipocresía, viven y gozan "impunemente "eon el
"sudor y el trabajo del pueblo.




NACIONAL. 561
»La abolicion de los conventos ha sido declarada y aquí


está la autorizacion para ir nosotros mismos á abrirlas puer-
tas de los con ven tos de frailes y de religiosas haciéndoles
entrar en la verdadera órden feliz, siendo útiles á la socie-
dad y á ellos mismos.
~)Ciudadanos, ¡viva la libertad!»
-¡Viva! contestaron cien voces y todos se precipitaron


-en pos de A.natolio, que, habiendo bajado de la tribuna, se
lanzó á la calle.


Acababan de dar las nueve de la noche.
La atmósfera estaba húmeda, el cielo cubierto de nu-


bes y un tanto amenazando tempestad.
Las religiosas del convento de Susana, se hallaban en


el refectorio comiendo su frugal cena ó colacion, en tanto
que una de las hermanas leia la vida de Santa Teresa.


De repente fué interrumpida en su lectura por un espan-
toso ruido que se oyó en la puerta principal del convento.


Gritos, imprecaciones, violentos golpes dados en las
puertas y ventanas con las culatas de los fusiles, eran de
vez en cuando dominados por una potente voz que escla-
ruaba:


-«Abrid, en nombre de la Nacion, abrid!. .. »
Lo.s pobres religiosas, sobrecogidas de terror, se levan-


taron de la mesa y por diferentes lados huyeron, como ban-
dadas de tímidas palomas, al interior del convento.


La superiora no menos espantada, pero con bastante
calma, se adelantó hácia la puerta exterior seguida de la
tornera y de ,dos hermanas profesas.


-¿Quién se atreve á turbar de este modo el sagrado re-
poso en la casa del Señor? dijo al través de la rendija de la
puerta mal unida.


TOMO (( 71




562 LA. SOBERA.NIA


- Vamos, vamos, respondieron muchas voces á la vez¡
menos oeremonias, mala vieja; abre las puertas si no quie-
res que las hundamos.


¡Qué diablo! .
i, Venimos á darte la libertad y aun haces remilgos'?
Despacha, ó ponemos fuego á la casa y todo arderá en


honor de la santa libertad, que bien vale ella sola todas
vuestras habitaciones en las que no se huele mas que á in-
. Clenso.


-¡SilencioI esclamó una voz que la superiora creyó re-
conocer; estamos aquí para cumplir con un acto legal; ha-
gamos nuestro deber, y vos señora:co os opongais; mandad
abrir las puertas, pues lo exigimos en nombre de la ley y
de la nacion.


La superiora, temiendo la exasperacion de aquella mu~
chedumbre, dispuestos á forzarlo todo si resistiese por mas
tiempo y medio confiada con aquella voz que parecia do-
minar las turbas, hizo seña á la tornera y las puertas del
convento giraron sobre sus goznes.


A la vista del primer hombre que violó la clausura, la
superiora no pudo prescindir de arrojar un grito de sorpre~
sa y de estrañeza, porque á pesar del traje que llevaba, la
religiosa reconoció en el acto al abate Anatolio.


-¡Silencio! esclamó este último en voz baja; ni una
palabra ... haced como que no me conoceis ; yo vengo mas
bien co~o un prútector; haced lo que os ordene y podrá ser
que os salve del furor de este populacho desenfrenado.


Entonces, levantando la voz.
-Señora, esclamó, mandad sacar vino, dulces y vizco-


chos; esta gente bien merece algun obsequio de vuestra
parte, siquiera por la Iibeft~.d que vienen á proporcionaros.




NACIONAL. 663


-,Viva el presidente! gritó la turba.
La superiora, aturdida, temblando, sin poderse esplicar


si lo que la pasaba en aquel momento era realidad ó sueño,
obedeció, y cinco minutos despues las mesas del refectorio
se cubrieron de dulces y licores.


Escusado es decir que la turba conducida. por el sacríle-
go sacerdote se lanzó sobre las botellas y las pastas con
avidez.


Mientras tenia lugar aquella especie de orgía, Anatolio
se acercó á la superiora y llevándola aparte la enteró de
cuanto pasaba, del decreto de la Asamblea, de la órden de
que era portador, consiguiendo convencer á la pobre seño-
ra, no solo de que para salvarlas se habia puesto él al fren-
ta del movimiento, fingiéndose terrible republicano, sino
que la convenció de la absoluta necesidad en que se halla-
ba ella misma de reunir á todas las religiosas y para evitar
mayores males huir y refugiarse por el momento en cual-
quier sitio, y esperar allí á que los acontecimientos cam-
biasen.


-¿Y á dónde ir? esclamó la superiora bañada en lágri-
mas.


-Al Arzobispado, por ejemplo, replicó Anatolio, pero
no tardeis en resolveros, porque dentro de breves instantes
no podria contrarestar el furor de estos insensatos.


En cuanto á mí, ya os le he dicho, he venido aquí para
salvaros y encargado tambien por la duquesa de Persac
para conducir á su hija Susana á un sitio seguro donde su
madre la espera.


En la especie de emigracion momentánea q ne todas de 4
ben Vds. sufrir, no es posible que podais proporcio~rla esa
seguridad.




564: LA. SOBERAN fA.
-Id, hermana mia, cumplamos cada cual con nuestra


mision y pidamos á Dios que perdone á nuestros atormen-
tadores, dándonos á nosotros mismos la resignacion que
necesitamos.


Desgraciadamente, mientras Anatolio hablaba con la
superiora, algunas religiosas asustadas habian venido á
meterse en medio de la orgía, del mismo modo que aque-
llos viajeros que caminando al borde de un precipicio se
ven atacados del vértigo, contemplando su fondo que los·
atrae á él.


Al verlas, todos aquellos hombres ébrios, las rodearon,
y atacándolas con burlas cínicas, querian obligarlas á be-
ber con ellos; otros se precipitaron en el interior del con-
vento, dando caza, por decirlo así, á aquellas desgraciadas
que huyen por todas partes.


La confusion llegó á su colmo.
Echemos un velo sobre estas escenas de horror.
Anatolio habia llegado hasta la celda de Susana; la po-


bre jóven se habia refugiado detrás de su reclinatorio, y
allí, con los ojos desencajados, llena de terror la encontró
abrazada convulsivamente á la imágen de la Vírgen.


-¡Susana!. .. ¡querida Susana! soy yo, tu amante, tu
defensor!


¡Ya eres libre y nada se opone á nuestra felicidad!
Ven, pues, no tenemos tiempo que perder; una horda


de bárbaros ha invadido el convento, no estás en seguridad
dentro de estas paredes; yo te conduciré á un asilo en don-
de estarás al abrigo de todo atropello.


-¡Ah! eres tú, Anatolio, es clamó la jóven mirándole
con dulce emociono


¡Ah! venís para salvarme ¿no es verdad?




NACIONAL. 565
Me confío á tí Y te seguiré á todas partes.
Por uno de estos movimientos subitos tan naturales á


los corazones puros y sencillos, Susana, bajo la impresion
de terror causada por los acontecimientos que pasaban en
el monasterio, no veia en aquel momento en el abate Ana-
tolio, mas que un" ángel salvador enviado por el cielo para
librarla del horroroso tormento que la amenazaba.


Con entera confianza se abandona á los cuidados del cu-


ra, el cual cubrió sus hombros con una capa, y la condujo
para buscar salida mas segura á la puerta del jardin á es-
paldas del convento donde la pobre habia encontrado, si no
la felicidad, al menos la calma que dan la plegaria y la
oracion.


Ya conocemos la casa que Anatolio habia preparado; allí
rué donde llevó á Susana y despues de haberle hecho sen-
tar en un sofá, se precipitó á sus piés y tomando sus ma-
nos, la contempló largo tiempo con aquella mirada mag-
nética y profunda que tanto poder tenia sobre la jóven.


-¡Amada de mi vida! la dijo con voz dalce é insinuan-
te, tu puedes ya amarme sin contrariedad; tus votos están
rotos y los mios van proLto á serlo, y el matrimonio san-
cionará nuestra legítima union.


¿Pero no me respondes'? estás triste; no vés lo mucho
que te amo, pues, para llegar á tí lo he sacrificado todo,
mi familia, mi presente, mi porvenir, y hasta mi vida.


-¡Oh! sí, te amo mas que á mi hermano, mas que fA.
mi madre querida, replicó Susana, te amo cuasi tanto co-
mo á Dios; porque tu imágen no se borraba nunca ni en
mis pensamientos ni aun en las plegarias que dirigia al
cielo.


¿Pero es verdad que podremos ser felices?




566 L\. SOBERA..~ÍA
-Los hombres tienen facultad para romper los votos


que hemos jurado al Eterno. .
-Ignorante yo de las eosasdel mundo y á pesar de


todo el amor que por ti esperimento, una voz interior me
dice qua hago tal vez mal en escucharte.


¡Oh repitemelo, te lo ruego!. .. repíteme que lo que hoy
hacemos .podemos hacerlo siL. ofender á Dios, sin ofender al
mundo! ~ .. díme que podremos vivir en lo sucesivo unidos
y felices, sin que el remordimiento ...


-Nada temas, amada mia, acalla tús escrúpulos; la fa-
talidad nos arrastró á pronunciar contra nuestra voluntad
unos votos que nos hacian desgraciados y la Providencia
se encarga hoy de romperlos.


-¡Oh! gracias, gracias, amado mio! ... sí, sí, te creo; tú
no puedes mentir á una pobre mujer que tan confiadamen-
te se entrega á tu lealtad, pero puesto que segun tú dices
podemos casarnos ... yo desearia. ~.


- Un momento, replicó Anatolio interrumpiéndola con
precipitacion, sé lo que vas á pedirme y ya iba á hablarte
de ello ... se trata de tu familia ..


Susana hizo con la cabeza un signo afirmativo.
Debe estar ya enterada de nuestros proyectos y tú de-


searias que yo te condujese á los brazos de tu madre, de
esa escelente madre que tan tiernamente te ama y que go-
zaría en poder bendecir nuestra union.


¡Pobre niña! no quisiera afligirte en estos momentos
pero es preciso.


Tu madre, tu padre, tu hermanito menor se-han visto
precisados á abandonar á Paris por aIgun tiempo hasta que
las circunstancias varien.


Tú, pobre niña, metida en el claustro ignoras comple-




NA.ClONAL.


tamente el trastorno politico que en muy pocos dias acaba
de verificarse en Francia.


Nuestro buen rey, mal aconsejado ha cometido impru-
dencias' el pueblo mUlmura y dirige sus iras contra los no-
bles y la aristocracia.


La mayor parte de ellos han tenido que espatriarse has-
ta que calme la efervescencia popular.


Cuando esto se tranquilice, q-ae espero sea muy en bre-
ve, volverás á ver á tu querida madre pudiendo asegurarte
que con su anuencia te he conducido á esta casa, donde las
buenas gentes que en ella sirven de conserjes te conside-
ran ya como mi esposa.


De este modo nos pondremos al abrigo de investigacio-
nes comprometidas; tu familia lo sabe todo y aprueba mi
plan.


Con estos discursos tan pérfidos como engañosos, aun-
llue al parecer muy naturales, el astuto cura consiguió
adormecer la confianza de SuSana.


La sednccion de ésta, solo fué cuestion de pocos dia~.
Bajo diversos pretestos hábilmente conbinados impidió


á su cautiva salir de casa y diariamente la comunicaba
noticias tranquilizadoras de su familia.


Por otra parte Susana se consideraba feliz, casi tran-
quila respecto á sus parientes, y por completo seducida por
el amor que Anatolio la inspiraba.


Ni por un momento puso en duda que muy en breve
se verificaria su matrimonio y que cambiada la faz de los
asuntos político&, podria gozar tranquilamente de la ven-
tura que hasta entonces le habia sido negada al lado d~
un esposo querido, y de una madre y un hermano-á los que
amaha con frenesí.




568 LA. SOBERANÍA
IJos dias sin embargo iban sucediéndose y el resultado


apetecido no llegaba; las ausencias de Anatolio se prolon-
gaban mas que en un principio, y su aspecto era constan-
te, grave, inquieto y taciturno.


Muchas veces se quedaba como absorto horas enteras y
profundamente preocupado.


Susana solia calmar sus distracciones y sus pesares con
tiernos halagos de una muger amante y apasionada; cuan-
do esto sucedía Anatolio recobraba su presencia de ánimo,
y preciso es confesar que tal era la pasíon ardiente que
profesaba á la pobre niña, que á él mismo le envolvia en
un círculo de fuego.


Anatolio contirruaba en sus trabajos de club y de asam-
blea con la inflexible fuerza d.e voluntad que ya conoce-
mos en él.


Su ambicion política no tenia límites.
N o le seguiremos en todas las fases de aq uella tor ...


mentosa vida, que cada página de la revolucion del no-
venta y tres puede ofrecer al lector; diremos únicamente
en pocas palabras que el abate An,atolio, se convirtió en
uno de los demagogos mas furibundos y que, pasándose de
los Jacovinos á la de la convencion, estrema izquierda, se
hizo notable como uno de los mas fogosos oradores de la
fraccion que se denominó de la Montaña, y que hizo derra-
mar tanta sangre sobre el cadalso.


Partidario acérrimo de Ro bespierre, y mas tar,de Ma-
rat,llegó á ser nombrado miembro del Tribunal revolucio-
nario, y apenas se pasaba día sin que, en su hidrofóbica
sed de sangre, dejase de enviar cabezas á la guillotina.


Su furor, su saña implacable se dirigia principalmen-
te contra la nobleza, y ninguno de aquellos desgraciados,




NACIONAL. 569


por poco que él pudiera, escapaba á la fatal sentencia.
Se habia convertido en una especie de tigre, y como


muchos de sus colegas de aquella época terrorífica, des-
pUQS de cometer tantas y tantas atrocidades, iba por la
noche á ocultar en el seno de una cándidajóven, aquella~
manos teñidas en sangre.


Susana, la desgraciada Susana, la niña santa, buena y
piadosa; Susana, la hija de la duquesa de Persac habia si-
do casada con Anatolio bajo el árbol de la libertas!


¡Horrible misionI
¡Ella, la religiosa del monasterio del Sagrado Corazon


de Jesús, unida al protervo al sacrílego sacerdote Ana.-
tolio!


¿Por qué faseinacion estraña, de qué mentiras se valió
éste para hacer cómplice de sus piaardías á una j ó ven tan
cándida y tan pura?


Fácil es comprenderlo.
j Ah! desgraciadamente el amor no raciocina, y hay cier-


tos espíritus débi]e~ que pueden ser arrastrados hasta el crí-·
roen, sin que por ello sea posible acusárselos de falta de
pureza, ni de corazon; no seria justo.


Susana habia obedecido las órdenes de aquel á quien
amaba hasta con frenesí, yal que creia noble, honrado y
bueno.


La pobre reclusa no habia hecho mas que cambiar de
prisioll, y pasaba los dias orando y esperando siempre in-
tranquila la vuelta de su esposo, que se retiraba general-
mente muy tarde.


Su existencia era un contínuo vaiven de angustias, 6
de tristes alegrías, y decimos tristes alegrías, porque Ana-
tolio'cada vez parecía mas sombrío y taciturno: su carác-'


TOMO IJ. "'~ ,_,




570 LA SOBERANIA.
te-r, q'\le -po-r un refinado disimulo habia hasta entonces
aparecido sin dureza, mejor diremos, sin la ferooidad que
le era pecaliar, se dej6 ver tal cual era, teniendo á cada
paso y por el motivo mas insignificante, terribles accesos
de c6lera á la cual predisponia su ánimo aquella agitada
vida que llevaba.


Una"noche en que la desgraciada Susana, como de cos-
tumbre, esperaba anhelante la vuelta de su esposo, se oy6
en la calle un estaño ruido, tanto mas estraño, cuanto por
lo general estaba siempre silenciosa y desierta.


Abri6 la ventana, temerosa por si seria Anatolio á quien
podia haber sucedido alguna desgracia.


No era su esposo, pero en el ángulo que formaba la ca-
sa y frente á la ventana, vi6 á un caballero que en ade-
man de súplica la decia:


-¡Sálvame señora!. .. estoy perdido!. .. una horda de
asesinos me sigue y me matarán irremisiblemente si vos
no me concedeis un refugio!. ..


-Abrid!. .. abrid!. .. al instante, dijo Susana dirigién-
dose al anciano conserge que se apresur6 áobedecer la 6r-
den de la señora.


En dos saltos subi6 el caballero la escalera, penetr6 en
el salon donde se hallaba Susana y cay6 á sus piés comple ..
tamente desmayado.


La emocion sufrida habia sido demasiado fuerte.
-¡Qué hacer, Dios mioL .. esclam6 Susana, inspirad-


me! ... la fisonomía de este desgraciado es dulce y buena ...
imposible que sea un criminal! ... será algun proscrito al
que persigue la venganza popular! ... si al menos mi espo-
so estu viera aquí! ...


En aquel momento y como si con el solo deseo hubiera




NACIONAL 571
sido evocado, pasos precipitados de muchas personas reso-
naron de nuevo en la calle, y Anatolio apareció con el sa-
ble en mano y faja tricolor, distintivo de su cargo, acau-
dillando una turba, armada de picos, fusiles, lanzas,
etc. etc.


Inmediatamente penetraron en la casa y Susana, arro-
jándose á los piés de su esposo:


Es un desgraciado, esclamó, sálvalo! ... sálvalo! ... te lo
ruego en nombre de Dios! "


Los gritos de ¡muera el aristÓcrata! ¡A la linterna! sa-
lian detrás de Anatolio, el cual con un gesto significativo,
indicó á 'Su esposa la turba; despues la respondió con cierta.
dureza y en voz alta:


-Es un noble, un enemigo de la patria; en este mis-
mo instante acaba de escaparse de la prision, ya ves que es
un culpable; que se cumpla la justicia del pueblo.


y volviéndose hácia la turba sanguinaria, la dijo: <~apo
deraos de este hombre.»


En aquel instante el desgraciado, que se hallaba tendi-
do boca á bajo, con la cara vuelta hácia la alfombra, como
herido de una conmocion eléctrica al sonido de aquella voz
terrible, se enderezó cqmo un fantasma·, sangriento ante
Anatolio, se adelantó lentamente hácia.él con la mirada
fija y los brazos cruzados.


-¡Mi padre! esclamó Anatolio aterrado y con la frente
inclinada por la vergüenza y el espanto.


- su tu padre que viene á entregarse á tí para q ne le
en vi~s al cadalso.


¿No te acuerdas que has sido maldecido y que este úl-
timo crímelJ. faliaba á todas tus ma]dádes~ ¿no OOJ¡100.eS que-
la Providencia es la que me hace eaeD entre tus manos,.




5'2 LA ::;OBERANIA.
porque despues de haber sido apóstata y asesino, acabes
por ser parricida'


Anatolio dirigió á su .pa~re una. mirada suplicante, in-
dicándole la turba qneen silencio escuchaba aquella ter-
rible escena; despues como haciendo un gran esfuerzo so-
bre sí mismo, dijo en alta voz y con feroz energía:


-Un buen republicano no conoce·mas qu~ su deber; un
verdadero patriota no tiene mas que una familia, la Repú-
blica; una sola adoracion, la Libertad!


Que se conduzca nuevamente á la cárcel al prisionero
y mañana será juzgado.


Mientras se ejecutaban sus órdenes, Anatolio se acercó
á su padre y le dijo vivamente:


- N egadlo todo, y os sal varé.
-¡Infame! respondió el anciano, indignado.
N o tienes ni l1na gota de sangre noble en tus venas, pues


te atreves A aconsejarme La mentira yel deshonor! vete, al-
ma de cieno y sangre; prefiero la muerte á faltar al honor! .. .


Sabré ser mártir; cumple tú con tu oficio de verdugo! .. .
Anaiolio inclinó de nuevo la cabeza y dejó que se lle-


varan A su padre.
Pero apenas se cerró la puerta tras él, dejóse caer aba-


tido sobre un sillon.
Susana le miraba con una indecible mezcla de horror y


..


de compasion.
Pero si el hombre parecia abatido, snferoz naturaleza


pronto se dispertó de nuevo, y enderezándose. con rabia,
empezó á rugir paseando por la estancia; maldioiendo á
todo el mundo; á su padre y á su familia,1anzando impre-
cacionesespant.osa8'; horribles blasfemias; alzando los pu-
ños cerrados al oielo y permitiéndose desafiarlof ...




NACIO~Ar" 5'73


Susana, ccmpletamente alelada por la escenaqu~ aca-
baba de presenciar, cayó de rodillas y se puso á rezar fer-
vorosamente; gruesas l~grimas rodaban por sus mejillas,
pero el cielo pormaneció sordo á sus ruegos; la espiacion
debia ser completa.


Anatolio se precipité sobre su esposa y de una manera
brutal la obligó á ponerse de pié. '


-¿A qué vienen todas esas necedades? dijo;yo RO ne-
c-esito de tus oraciones .


. ~Crées que, si hay Dios, se ocupa por ventura qe nos-
otros'?


i,Pretenderías tú tal vez venir á echarme en cara un
pasado en el cual eres tú misma tan culpable como yo?


¡No la echemos ahora de hip6critas, ni de arrepeI1-
tidos!. ..


Del mismo modo que yo, tú renegastes de tus creencias
religiosas, y si crees que despues de todo esto, voy á tole-
rar en mi casa la injusticia y la maldicion, estás en error.


Si yo soy un Demonio quiero serlo mas grande que Sa-
tanás, y si caigo en el abismo. es preciso que al abismo me
acompañes, ¡malditos seamos ambos! .... ¡malditos 1 ¡maldi-
tos! ...


-¡Oh! Anatolio, Anatoliof replicó de nnevo' la pobre
niña bañada en lágrimas y arrastrándose á los piés de su
~.sposo, vuelve en ti; recobra tu razoD; piensa lo que dices;
no blasfemes!. .. no te pido nada por mí, sino por tu, ancia-
no padre II quien indudablemente llevarán esos hombres al
cadalso, si tú no lo impides ... por el hjjo que llevo en ,mis
entrañas; por tu hijo i,loentiendes bien, por tu hijo.;.. que
esta duloo:.sparanzaaplaque tus furores; nQ seas mal· hijo
,~i quieres ser buen padre.




514 LA. SOBERA.NIA.
-,-¡Infierno y condenacioru aulló el mal sacerdote, cu-


ya cólera habia llegado ya al parasismo de la locura; ¡re-
criminaciones y quejas, consejos y amenazas á mí, que
soy miembro -del tribunal revolucionario!... La palabra
piedad está borrada de mi corazon!.. . que les conduzcan á
todos á mi presencia ... padre, mujeres, hijos ... yo firmaré
tranquilo su sentencia y el hacha del verdugo sabrá hacer-
me jus.ticia!


Susana quiso aun hablar, pero fué rechazada con vio-
lencia y Anatolio se lanzó á la calle.


Susana cayó sobre la alfombra privada de sentido.
El conserje y su anciana esposa, que naturalmente ha-


bian tenido que enterarse de todo, acudieron presurosos en
ausilio de la pobre jóven.


El sacrílego, el impío, el parricida, corrió á la ventura
y con la cabeza descubierta por espacio de muchas horas
por las calles mas solitarias de Paris, sin objeto fijo, sin
mirar delante de sí, y como impulsado por la mano de la
fatalidad, vino á parar delante de la puerta del Tribunal
revolucionario.


-La suerte es1;á echada, murmuró con entonacion fe-
roz, el infierno lo quiere! y penetró resueltamente en aque-
lla antecámara de la guillotina, como se dió en llamar por
aquel entonces, al santuario de la justicia.


Una compacta multitud de hombr,es y mujeres de todas
edades y condiciones, estaban apiñados sobre los bancos de
los acusados, que bien podian llamar bancos de las vícti-
mas.


En medio de estos infelices, que todos sabian de ante-
mano la suerte que les esperaba, pero resignados y eon
valor, un respetable anciano, de cabellos blancos, se dis-




NACIONAL. 575
tinguia por su noble fisonomía, impregnada á la vez de
una celeste resignacion y por uno de esos dolores profun-
dos, que no se pueden atribuir sino á una terrible desgra-
cia, mas bien que á la crueldad:del suplicio que le esperaba.


Era el padre de Anatolio: sus ojos se reconcentraron,
pero esta vez la mirada de Anatolio fué implacable, como
si hubiose tenido que ejercer una venganza.


El tribunal abrió la sesion, y ya sabemos todos con qué
espantosa rapidez se juzgaba, ó mejor dicho se condenaba
á tantos infelices, sin otro delito que ... el ser acusados. Las
venganzas personales eran la única ley y la fuerza y el
único derecho.


El padre de Anatolio fué condenado á muerte por una-
nimiaaa, sin que ni una sola voz se levantase en su defen-
sa ... Verdad que entre aquellos jueces no habia mas que
un parricida convertido en verdugo!


-¡Gracias, hijo mio! dijo el conde despues de haber es-
cuchado su sentencia con altiva serenidad, graciasL .. te
perdono, porque de este modo á tí únicamente debo la pal-
ma del martirio ... pero escúchame y no olvides lo que aun
me resta que decirte ... el dia no está lejano en que ocupes
mi puesto en el cadalso... Cuando esto llegue á suceder,
que Dios toque en tu corazon, te inspire el arrepentimiento
de todos tus crímenes y te perdone como yo lo hago en este
momento.


La ejecucion de la sentencia tuvo lugar á la mañana
siguiente, y despues de este espantoso crímen, que puso el
sello á todos los anteriormente cometidos, Anatolio se con-
virtió en uno de los agentes mas infatigables de aquella
época sangrienta.


N o le seguiremos en la desastrosa série de todos sus




LA SOBERANIA


crímenes, porque con profundo sentimiento nos hemos
visto obligados á referir los hechos mas culminantes de tan
terrible historia.


Avancemos pronto á la última catástrofe con que ter-
mina la carrera de aquel mal sacerdote.


Susana desmejoraba diariamente, Y SiDO hubiera sido
porque tocaba al término de su embarazo, esa dulce espe-
ranzade la maternidad que da á las mujeres fuerza bas-
tante para resistir á las mayores pruebas, hubiera muerto
mil veces, despues de las terribles sacudidas que habia su-
frido en su existencia.


Naturalmente, ya no podia amar á Anatolio, pero con-
servaba un resto de piedad hácia el padre de su hijo; todo
su porvenir se habia reconcentrado en Dios y ofrecido á la
Santísima Virgen el fruto que llevaba en sus entrañas. Se
hallaba en fin preparada á todo, porque instintivamente
c?mprendia que la hora de la espiacion debia sonar muy
en breve ...


Muchos dias trascurrieron sin que su esposo apareciese.
por la casa.


Hombres de repugnante y siniestro aspecto habian ve·
nido varias veces á preguntar por él.


Inquieta, y sin e~bargo de su precario estado de salud,
Susana se decidió una mañana á ir en busca suya.


Era el 9 tl¿erlj]~ido'f, gritos de alegría y de regocij o reso-
naban en todo Paris; el régimen del terror iba por fin á
cesar.


Susana, arrastrada por la multitud, se encontró á pesar
suyo en el ángulo de una plaza en medio de la cual se
elevaba un infame tablado de madera pintado de rojo, en
cuya parte superior brillaba una tajante cuchilla de acero,






NACIONA.L. 577
cuyos reflejos ofendían la vista, si los ojos por casualidad s~
fijaban en él.


Un hombre esiaba allí de pié mirando con indiferencia
al pueblo.


Susana no habia visto jamás la guillotina ni el verdugo.
Un galope de caballos se escuchó, y por una de las- es-


tremidades de la plaza desembocó un escuadron que venia
escoltando una carreta ocupada por diez 6 doce hombres de
fisonomía pálida y consternada. •


-¡PaSOr ¡paso! gritaron por todas partes, ya están
aquí los traidores, los desalmados, los vampiros! ¡mueran


. -los terroristas!. ..
-Mi~ad, mirad, dijo ~ Susana un hombre del pueblo


que se encontraba á su lado, veis el tercero que vá en la
carreta y que lleva cubierta la cara con un pañuelo man-
chado de sangre? ese es Robespierre ... ¡y Saint-Jtist que
hermoso estáL .. sin embargo' el miedo ha descompuesto sus
facciones.


-Observad bien, buena mujer, co~tinuó ,el hombre del
pueblo dirigiéndose siempre á Susana, el que aparece en
último término es tal vez el mas maJo de todos; un antiguo
noble, un impío sacerdote que ha hecho morir á su padre
sobre el cadalso y que 'hoy el cielo le envia su justo casti-
go. ¡Infame parricida, maldicion, maldicion sobre tí!. ..


La desgraciada Susana habia involuntariamente alzado
los ojoR; la carreta pasaba precisamente entonces muy
próxima al grupo en que ella se encontraba; á la palabra
saéerdote y noble habia seguido con ansiedad el dedo indi-
cador del hombre que la estaba hablando ... dió un grito y
cayó desmayada en tierra.


Habia reconocido á Anatolio.
TOMO U.




578 LA.. SOBERANa
El tambien por su parte reconoció á Susana, y el viento


arrebató en sus alas las últimas palabras del sacerdote que
iba allí á expiar sus crímenes; nadie oyó ni pudo saberse
nunca si .el último deseo manifestado por su padr~ habia
sido escuchado por Dios, y si los remordimientos, la deses-
peracion, habian tocado el corazon de aquel hombre en su
última hora.


Susana lué reeojida en una casa pr6xima á la plaza,
donde ~lgunas almas caritativas la condujeron, atacada de
las mas horribles convulsiones.


Alli dió á luz una preciosa niña, que nació en el mismo
momento en que el hacha del verdugo cortaba la cabeza de
8U padre.


Por una casualidad providencial aquel mismo hombre
que se habia hallado próximo á Susana, cl,lando el paso de
la fatal carreta, y habia sido uno de los que habian llevado
á la jóven hasta la casa en que acababa de dar á luz á la
niña, aquel hombre volvemos á .repetir, era un antiguo y
fiel criado de la casa de Persac.


Reconoció á Susana, á la que habia visto muy niña
aun, y de~pues de dar algun dinero á l~s gentes tfle les
rodeaban para que fuesen en busca de un facultativo, libre
ya de importunos, se sentó á la cabecera del lecho.


Merced á los inteligentes cuidados del bravo Jorge (tal
era el nombre del criado), la desdichada Susana volvió á la
vida; pero su razon se habia alterado de tal manera, que
trascurrieron muchos meses antes de recobr&r por completo
sus facultades intelectuales.


Jorge poseia una granja en "Bretaña, y á ella condujo á
Susana y á su hija tan luego como estas se hallaron en es-
tado de ponerse en camino.






NACIONAL. 579
Buscó una nodriza á la cual confió la niña, y despues


de haberlo arreglado todo con su mujer para que Susana
no careciese de nada, se dirigió á una casita aislada y á .
unos mil pasos de distancia de la granja que éloéupaba.


Preciso es que retrocedamos algunos pasos para esplicar
en pocas palabras al lector lo que habia sucedido á los per-
sonajesde esta historia, y á los cuales hace tiempo hemos
relegado al olvido.




Despues de la carta que Anatolio habia escrito á la du-
quesa de Persac, el duque, su esposa y el niño pequeño,
emigraron á España, fijando su residencia en una casa de
campo de su propiedad que poseian en Navarra á muy cor-
ta distancia de Pamplona.


. .,


El duque murió al cabo de algunos meses, aburrido y
desesperado por no poder continuar su vida de lujo y con la
importancia que su apellido requeria.


La duquesa, retirada en una modesta habitacion de la
casa de campo ya indicada, lloraba contínuamente, no solo
la triste suerte de su marido, sino la de su hija Susana, á
quien creia muerta.


No le restaba en el mundo otro consuelo que su hijo
menor, y en é] resumió todos los tesoros de su cariño.


El Abaz' Dauvin, proscripto, pero siempre fiel á su re-
ligion, se habia refugiado en Bretaña y en la casita en
que acaba de penetrar Jorge, es en la que volvemos á en-.
contrar al anciano sacp.rdote, cuya piedad, y cuidados pa-




ternalmente religiosos ofrecidos á los desgraciados, le han
conquistado una especie de sa.grado culto que le profesan y
con el que le distinguen todos loe cam pesinos de la co-
marca.


Despues de la relacion que le hizo Jorge de los suoosos


'" '


\. '.:' .. Á-




580 LA SOBBRANIA
'Ocurridos, el buen pacre Dauvin se levantó vivamente del
sillon en que le retenian sus achaques de avanzada edad,
y, ayudado del arrendador, se trasladó al lado de Süsana,
á la cual encontraron recostada en su lecho, con los ojos
fijos en tierra y dominada por una sombría estupefac~ion.


-Hija mia, pobre oveja estraviada', esclnm6 el buen
sacerdote aproximándose ~llecho; volved en vos; Dios es
misericordioso, y si bion es cierto que habeis sido culpable,


"


no loes menos que habeis espiado vuestros yerros aquí
abajo de una manera bien cruel. .. un mu~do mejor os es-
pera; yo os lo prometo, la misericordia de Dios es infinita.


. -¿Quién me habla? ¿qué me quieren'? ¡ah! sí, estoy
pronta ... voy á reunirme con Anatolio en la fatal carreta;
nuestro matrimonio será bendecido por el verdugo! ... tu
padre, mi madre tambien, mi bija, porque yo tengo una
hija ... esto no lo he soñado ... vamos, vámonos á festejar la
boda y el nacimiento ... pero n6, bien lo veo ... esas man-
chas rojas ... es sangre, siempre sangre ... morir ... ¡oh! esto
es horroroso!


y la desdichada rompió en amargos sollozos; bienhe~
choras lágrimas que calmaron poco á poco la pesadilla que
la ajitaba.


El anciano sacerdote cayó de rodillas al pié del lecho;
Jorge y su mujer le imitaron elevnndo unidos sus oracio-
nes al cielo.


Muchos meses trascurrieron, ya lo hemos dicho ante-
riormente, antes de que Susana recobrase por completo el
uso de la razon; pero hay! mas hubiera valido tal vez que
permaneciera loca [por toda su vida; la expiacion debia ser
por completo.


La existencia de Susana no fué en lo sucesivo otra cosa






NACIONAL. 581
que un conjunto de lágrimas y de remordimientos; hasta
la vista de su hija la hacia aun mas desgraciada, pues la
recordaba á cada momento su terrible pasado.


La lucha era superior á sus fuerzas y la terminacion no
se hizo esperar.


Espiró al cabo de año y medio en los brazos del padre
Dauvin, cuyos piadosos consuelos no pudieron jamás con-
quistar la tranquilidad apetecida para aquella alro.a marti-
rizada por la desgracia.


Antes de morir, Susana, que habia hecho una confesion
general con el santo sacerdote, le hizo saber igualmente el
voto que habia formado l'especto á su hija; le suplicó se
encargase de ejecutar sus últimas voluntades, educar á la
niña, á la cual se habia bautizado con el nombre de ~faría,
en los santos deberes de la religion, hasta la edad en que
el padre Dauvin pudiera referirle la historia de susdesgra-
ciados padres y la expiacion que de ella esperab~ su madre.


El sacerdote, fiel á la mision sagrada que se 113 confió
en el lecho de muerte, educó á María en un círculo de
ideas tan casto y tan puro, que la jóven, sin instigacion
de nadie, y antes de la revelacion del fatal secreto de su
nacimiento, demostró su vocacion de retirarse del mundo.


Cuando Dauvin la dijo lo que su madre moribunda exi·
, gia de ella, Maria replicó a.l sacerdote que la hiciese entrar


en una comunidad de santas mujeres de las que consagra-
ban su existencia al alivio de los desgraciados.


La jóven Maria se hizo notable desde el primer mo-
mento entre las hermanas de la caridad por su asiduidad
á la cabecera del lecho de los enfermos, por su piedad in-
cesante y por una triste melancolfa que la conquistó el tí-
tulo de santa.




582 LA SOBERANU


Hace diez años que ha muerto .
. Jamás derramó una lágrima; se consideró sobre la tierra


como una victima expiatoria de su familia.
Vivió y murió resignada.
La duquesa de Persac volvió á Francia algur:os años


despues de la revolucion, y ha5ta entonces no supo todas
lag desdichas acaecidas á su pobre hija, S11 trabajada ~atu­
raleza no pudo resistir á tantos embates y espiró en los
brazos de su hijo, ya mozo de veinte años, haciéndole una
súplica.


-Hijo mio, le dijo, voy á morir y desearía llevar 1a
tranquilidad de que tu porvenir no corre peligro alguno.


Sabes la historia de tu familia, puesto que yo mismo te
la he contado; es una historia de sangre y de lágrimas que
debe servirte de p!"ovechosa enseñanza.


Si has de dar gusto á tu madre, debes realizar todo lo
que te dejo en bienes de fortuna y huir de este pais donde
nuestro apellido está manchado con un vergonzoso corron.


En Aldaz, en la provincia de Navarra, donde hemos
vivido por espacio de tantos años, hallarás un seguro y
tranquilo refugio donde pasar tus dias alla40 de una espo-
sa que te ame por tus bellas prendas y tu honradez, y no
por tus riquezas ni por tu titulo, del cual desde ahora debes
desprenderte.


Prométeme cumplir mi última voluntad y moriré satis-
fecha.


-Os lo juro, madre mia, vuestro deseo será cumplida-
mente satisfecho.


Eiectivamente, dos meses despues del fallecimiento da
la duquesa de Persaa realizaba en Paris la: mayor parte de
los bienes heredados, confiaba á un notario la administra-




NACIONA.L. 583
cion de aquellos que no le habia sido posible enagenar, y
en compañia de Jorge y de su mujer se trasladó á E8pafia,
viniendo á ocupar la preciosa casa del valle de Laraum, se-
gun las prescripciones de su madre.


Calló· el anciano D. Alberto y doblando el manuscrito
le volvió á guardar en su bolsillo-.


Pasados breves instantes y despues de haber enj ugado
algunas lágrimas que brotaron de sus párpados y fueron á
esconderse en su plateada barba, alzó la cabe'lJ y diri-
giéndose á Felipe:


-Supongo, hijo mio, dijo, que no tendré pecesidad de
decirte qué papel es el que represento yo en tan triste historia.


Soy el heredero de la casa de Persac, pero cumpliendo
con la voluntad de mi madre no usé jamás del título ni del
apellido.


Vivo tranquilo y feliz y no me ocupo de otra cosa que
hacer bien á mis semejantes.


Como no me fuá posible enagenar en Francia cierta
clase de bienes por hallarse afectos á distintas o bligacio-
nes, tengo en Paris un notario amigo que se encarga de
cobrarme las rentas y de enviarme su importe de vez en
~~uando con persona de su confianza.


Además, debiendo mandarme ciertos títulos y papeles
é interés que no pueden mandarse con seguridad por el
correo, mucho menos en este estado de guerra y de per-
turbacion en que nos encontramos, se ha servido de ese es-
tranjero á quien víste ayer para enviármelos.


Mañana mismo, si en ello no encuentras inconveniente,
te pondrás en camino para Vitoria.


-Si V. quiere, ya estoy dispuesto, y esta misma tarde
IJuedo emprender el viaje.




584 LA SOBERANIA
-N6, no hay n~cesidad de tanta precipitacion.
Levan táronse . ambos disponiéndose para regresar á la.


quinta.
Llam6 D. Alberto á Marta y poniendo e~ su mano un


reluciente duro, la dijo:
-La leche y tus bollos son esqujsitosj ahora es preciso


que mi medicina surta el efecto apetecido y que en dos 6
tres dias las calenturas intermitentes de tu hijo desaparez-
can por oompleto.


-¡Que Dios os oiga, señor!
- Vaya, adios, porque se vá haciendo tarde y el sol em-


pieza ya á ser molesto.
Vol veré mañana 6 pasado mañana para adquirir el con-


vencimiento de que soy yo mejor facultativo que el maes-
tro Rasura que tenemos en el lugar.


D. Alberto y Felipe emprendieron su caminata de re-
greso á la quinta, por la misma senda que los habia con-
ducido á la vaquería, acompañados de los dos perros, pues
el de Marta, que era un magnífico buldocg, por mas esfuer-
zos que ésta hizo para retenerle i su lado, se empeñó en
seguir al anciano.


Verdad es que estaba muy acostumbrado á hacer visi-
tas diarias á la granja, muchas de ellas se prolongaban in-
finitamente y es que siempre hallaba en casa de los señores
mas regalados apetitos que el pan negro que sus amos po-
'dian ofrecerle.


D. Alberto caminaba pensativo y con la cabeza incli-
nada, naturalmente afectado aun por la impresion y el re-
cuerdo doloroso evocado por la historia que acababa de re-
ferir á su buen amigo.


Felipe se propuso distraerle, y al efecto, mienttas ca-




"




NACIONAL. 585


minaban, sacó de su bolsillo un periódico y dirigiéndose
al anciano le dij o:


":"Mi querido amigo, es preciso que aparteis de vuestra
imaginacion las tristes ideas que os preocupan, y al efecto
quiero leeros un artículo graciosísimo del reputado publi-
cista D. ·Antonio María Segobia, á propósito de uno de los
infinitos barbarismos que se pronuncian en los clubs, algu-
nos de los cuales ni siquiera tienen sentido comun.;


-Lo oiré con mucho gusto, replicó el anciano, hacien-
do un esfuerzo sobre sí mismo para aparecer t.ranquilo; de
qué se trata?


- De ridiculizar la proposicion de un orador socialista,
que dijo no hace muchos días y con la mayor frescura del
mundo que debian darse cinco pesetas diarias á cada espa-
ñol y que de este modo todos seríamos felices.


-¿Es posible? i,y ha habido un hombre con entero y
cabaljuicio que diga semejante barbaridad en sério?


-Escuchad lo que á propósito de esto y con la gracia
y talento que le es peculiar, el distinguido publicista, poe-
ta y autor dramático, que, á pesar de sus años y de sus
canas, conserva aun toda la frescura y el gracejo de la ju-
ventud.


,


-Ya escucho.


TOlIIO JI


f




CAPÍTULO XXI


Las cinco pesetas.


Cinco pesetas, sj, señores, cinco'pesetas diarias deben
darse (no sé por quién) á cada español, segun dijo un ora-
dor socialista el otro dia hablando en el local, digámoslo
así, nuevamente elegido para esta clase de conferencias,
situado entre el ex-palacio real y las ex-caballerizas.


De las cosazas políticas que allí se oyeron, nada tengo
que tratar aquí.


Tractent faorilia faorí; como yo no soy f.J,oer, quiero de-
cir políiico, y menos en el campo natural de estas pági-
nas, me limito á examinar el indicado pensamiento socia-
lista, porque precisamente para combatir esas ideas, la
abstraccion de política, se ha fundado La Defensa de la so-
ciedad.


No como sistema político, sino como plan 6 medida eco-
nómica, propuso el consabido orador de las cinco pesetas:
entro pues, en el palanque económico.


¡Cinco pesetas á cada español!
No hallándome allí presente, no me he enterade de sí




LA SOBERANÍA NACIONAL. 587
el autor del pensamiento explicó ó no explicó el método
que ha de s6guirse para las partij as: de todas maneras, me
ocurren las pequeñas dificultades siguientes.


Suponiendo diez y seis millones de españoles á cinco
pesetas por cabeza, habría que repartir ochenta millones de
pesetas ó sean T1rescientos veinte millones de reales diarios.


Esta renta supone un capital; y aunque no calculemos
el rédito menos de cinco por ciento anual, 'veremo~ que se
necesitaria que el tal capital fuese de ciento diez ¡Ji se'Ís mil
ochocientos millones de duros ú habia de producir cinco pe·
setas diarias á cada español.
~le parece que en guarismos hará mayor efecto.
Duros 116,8000.000.000.
El ciudadano proy'3ctista, si no mienten las crónicas se


olvidó de ~specificar en qué parte del mundo se encuentra
ese capital, ó cómo se forma, y dónde se impone; y quién
10 impone; y por qué manos y sistema se administra, y en
qué manera y oficinas se reparte la renta!


Pues pasemos por todas esas monstruosidades, que es
como tragarse en ayunas un elefante crudo, y suponga-
mos el enorme disparate realizado.


Ya tiene cada español cinco pesetas diarias, las cuales
habremos de figurarnos que se le aparecen por ensalmo
cada mañanita, en el fondo del bolsillo de los panta-
lones.


Pues bien, yo amanezco hoy con mis cinco pesetas, y
sabiendo que no he de tener más, echo mis cuentas; ten-
gan V des. la bondad de calcular conmigo.


La habitacion que ocupo ahora me cuesta diez reales
diarios; ¡gasto enorme!


Es menester buscar otra de á dos reales cuando mas; al




588 LA. SOBERANIA.
fin de esta calle hay una buardilla de este precio, allá me
voy en cuanto almuerce.


Pido de almorzar, pero no hay pan.
El panadero que le traia dice, que teniendo él una ren-


ta fija de cinco pesetas no quiere andar subiendo y bajan-
do escaleras para ganar un jornal de seis ú ocho reales.


¡Medrados estamos!
¡Quiero enviar por un pan á la tienda: mi criado Fran-


cisco se\me planta y dice:
-(~Señor, yo no quiero servir mas, V. me dá cuatro rea-


les de salario, y yo tengo ahora veinte.
-Pero Francisco, le replico ¿y la comida y la casa'?
Francisco responde:
-«¡Y mi libertad'?» ...
Pue~, señor, me decido á ir en persona á comprarme un


par de roscas: y de paso, agenciaré la mudanza de casa.
Salgo, y en la esquina me encuentro á Francisco al-


tercando con un mozo de cordeL.
-«Pero hombre (decia el primero) si yo te pago ¿por-


qué no me has de llevar mi cofre'?»
-Porque non me da gana (respondió el ~ozo) cuando


fuí pobre, cargaba como una acémila, mais agora metengu
ya los mis treinta duriños que me deparo un ciudadano
que non conozco, (Dios se lo pajel y ya non he de trabajar
a~nque me aspen.


-¡Ah, mal gallego! respondió Francisco, tú te lo pier-
des.


El mozo (despues de meditarlo).-Mira, Francisco dame
una media onza, y llevaré te el cofre.


Francisco. Media onza de estrignina te daré yo.
Mozo. Al perru de tu abuela.






NACIONAL. 589
-¡Malo va esto! dije y\J oyendo el diálogo: si Francis-


co no encuentra quien le mude un baul¿,cómo haré yo para
transportar toda la b,alumba de mis muebles.


Apurado con este pensamiento, entro en la tienda, y
pido pan: voy á pagarle al precio ordinario, y el tendero
me dice:


-« Se ha subido.»
-¿Cuánto? ¿Dos cuartos?
-«No señor: treinta reales en libra.
-«~Es posible?»
-«Ya ve V. como ahora. cada oficial y mozo de tahona


tiene 7300 reales de renta fija, ó sean cinco pesetas cuoti-
dianas, no quieren trabajar por menos jornal de dos á tres
duros diarios; y no les falta razon, porque como lo mismo
ha sucedido en todos los oficios, á ellos les han de costar
mas caros la carne, y el vino, y las patatas, y los garban-
zos, y el arroz, y las verduras, y la ropa, y los zapatos,
y ... en fin, todo.»


-A ver, á ver, vecino: esplíqueme V. bien eso, dije
yo, por probar si el tendero era hombre mas práctico que
esos ciudadanos que lanzan al aire libre tales esperpentos
económicos) .


-Es muy fácil de esplicar, respondió el tendero. Mire
V. la mayor parte de la gente que trabaja, 10 hace por
pura necesidad. Si V. le da á cada uno de estos una renta
fija ¿quien trabaja'?


-Hombre, algunos habrá que quieran ganar mas.
-Serán muy pocos; pero aun esos se harán pagar muy


caras sus puntadas.
Suponga V. que hay en Madrid mil oficiales de zapa-


tero: ochocientos no volverán á coger el tirapié en cuanto




·590 LA SOBERANIA


se vean con un duro diario; los otros doscientos, mas co-
diciosos, como que se verán solicitados por todos los maes-
tros, se harán de pencas, y pedirán un jornal b(l.rbaro. Si
siguen fabricándose zapatos, saldrán muy caros; y cuando
los de los otros oficios vengan á comprarlos, tambien ten-
drán que subir su género, porque á ellos les sucederá lo
mismo, y por que las cosas todas tienen que guardar siem-
pre en $US precios la misma proporciono


-A \ver, vecino, explíqueme V. eso de la proporciono
-Va V. á comprenderlo. Supongamos que un par de


zapatos vale treinta reales y un sombrero sesenta, y un
vestidó como este que yo tengo puesto, seis duros. Yo ven..:.
do arroz á un precio que gano un real por libra, hago mi
cuenta, y digo: «Necesito vender 30 libras de arroz para
comprar zapatos, 60 para un sombrero y 120 para un traje,
total 210 libras de arroz. Pero si al ir á comprar, me en-
cuentro con que, por las causas antedichas, los vestidos,
los sombreros y los zapatos, han doblado de precio, tengo
yo tambien que ganar el doble vendiendo mas caro, por ...
que lo que es el consumo del arroz no puedo aumentarle,
y antes bien, todo consumo, hasta el del pan, disminuye
mncho con la carestía.


- Pues me parece exacto ese cálculo.
-Vaya si lo es, respondió mi tendero: es la cuenta de


la vieja, pero no falta.
-Como que seria de opinion de que á esa vieja la hi-


ciésemos ministro de Hacienda.
-Sobre todo lo que resulta claramente es que el ciuda-


dano q rre propuso lo del duro diario sabe menos economía
politica que una vieja.


-Pero, diga V., vecino, añadí luego ¿qué se harán






NACIONAL. 591
entonces los que no quieren ya arrimar el hombro al tra-
b:;.jo, muy satisfechos con su renta boba de cinco pesetas
diarias'?


Porque si de resultas de la nivelacion forzosa todo se ha
de poner enormemente caro, esos tales no tendrán para
nada con la tal renta. .


-Esos, dijo el mercader, les sucederá lo que le ha su-
cedido á toda la vida de Dios al que no ha querido trabajar:



venir á menos, hasta quedarse á pedir limosna.


Otros, al contrario, sabrán aprovecharse, y subirán como
la espuma á costa de los ,holgazanes, y tendremos lo que
siempre: gente acaudalada y opulenta, ricos de menos ri-
queza, hombres bien acomodados, gentecilla de medio pelo,
pobres y hasta mendigos.


-Pues dígole á V. que nos habremos lucido con la ni-
velacion socialista!


Con esto se acabó nuestra conversacion, y manifestando
yo deseos de ponerla por escrito para comunicárselo á us-
tedes, el tendero me invitó á que pasase á la pieza de aden-
tro donde encontraria recado de escribir.


Acepté el favor, y en efecto hallé todo lo necesario para
hacer este articulejo en un aposento muy cómodo, porque
como ya habrán Vdes. notado, mi vecino, aunque así á la .
pata la llana, es hombre de gran trastienda.


y hasta en esto le habria de ser imposible poner á su
nivel al orador de las caballerizas.


Por ligera que parezca la antecedente demostracion,
nadie podrá negar su evidencia.


Ciego, absolutamente ciego, es necesario esíar por, la
pasion 6 por la ignorancia, para no penetrarse de que el
espedido juego del mecanismo social, como de todo meca-
nismo, estriba precisamente en la Desigualdad.




592 LA SOBERANIA
Ninguna máquina se compone de piezas completamente


I


idénticas, ni puede menos de estar sugeta á una fuerza
motriz que dé el impulso.


Unas ruedas engranando en otras les comunican el mo-
vimiento y así están todas, no en absoluta paridad, sino
en mútua dependencia.


Hasta la ,.esist~ncia es necesaria para regular las fuerzas
y produvir el resultado.


Lo que en música se llama armonia, palabra que por
extension se aplica en nuestra razon á tantas otras cosas,
no proviene de la identidad de sonidos, sino, al contrario,
de la combinacion y relaeion de sonidos diferentes.


Aun así se hace monótona é insoportable cuando á ella
no contribuyen voces 6 instrumentos de diferente natura-
leza, timbre, y diapason.


Esta es la base de toda orquesta.
De la misma manera, repito, la armonía moral, la per-


feccion del mecanismo social se funda en la desigualdad mas
completa.


Desigualdad de caractéres, de talentos, de aptitudes, de
aspiraciones, y aun de afectos.


Hasta el prototipo de toda sociedad, de toda agrupacion
humana, que es la union de un hombre con una mujer,
Hámase matrimonio 6 como se quiera, se hace irrealizable
sin la diversidad espresada.


Si en una pareja de estas el hombre es afeminado, 61a
mujer es demasiado varonil, 6 lo que llamamos un mari-
macho, basta para que la union conyugal sea subversiva,
Ó por mejor decir, imposible.


Pero el disparate mas absurdo es el de creer que una
sociedad pueda existir con perfecta nivelacion de riquezas.






NACIONAL. 593
,


Aun cuando artificialmente fuera dado lograr este fin,
la ficticia igualdad no duraria veinticuatro horas.


El despilfarro de los unos, la economía de los otros, la
indolencia de éste~ la actividad industriosa de aq11.el, las
inclinaciones y aficiones desiguales, la prevision y la im-
prevision, la versatilidad, y la perseverancia, y hasta el
desprendimiento y la avaricia, éstas y otras cien mil cua ..
lidades contrapuestas, obrando en sentidos divergentes,
establecerian el desnivel, no á la larga, nó; sino-desde el
primer minuto.


Concuerdan en este punto la razon especulativa y la
. .


esperIenma.
Contemporánea es la historia del descubrimiento de ter ..


renos auríferos en California: ¿y qué sucedió allí?
Al pié de la .letra lo mismo que en el cuadro que tos-


camente dejo bosquejado á propósito de las cinco pesetas de
renta uniforme.


Todos obran con 1:.r¡uaJ afan de buscar oro; todos se ne-
gaban igualmente á otra clase de tareas.


Fué preciso, para que algunos se dedicasen á las faena&
que habian de proveer á la subsistencia de todos, remune-
rarlos con un galardon que compensase sus esperanzas de
enriquecerse de pronto como los demás.


Los comestibles costaban un sentido: las malas habita~
ciones improvisadas en aquel desierto se pagaban mas que
los palacios en una ciudad populosa.


Llegaba un buque á cargar oro, y no tenia cargadores,
ni tripulacion para el viaje de retorno, porque toda la gen-
te de á bordo desertaba por irse á buscar el codiciado
metal.


Muchos aventureros que hallaron ca.ntidades inereibles,
75




594 LA SOBERANÍA
las disiparon allí- mismo, ó se 'vinieron á Europa á derro-
charlas, volviendo de nuevo á la pobreza.


Otros fueron asesinados y robados.
Algunos tambien se aprovecharon .hábilmente de su


buena suerte.
Resultado final: qne en S. Francisco y toda la comarca


aurífera se estableció- pronto la misma de&igtealdad que en
todas partes, sin mas diferencia que la de reinar una inso-
portable\carestía; y que, como en todas partes, los que sa-
caron ventaja fueron, los mas perseverantes.


¿Cuándo se han de poner ante los ojos del pueblo estos
y otros ejemplos de tan práctica y útil enseñanza, en vez
de engañarle con ilusorio espegismo de una nivelacion
imposible?


-Perfectamente dicho! ... esclamó D. Alberto, quisiera
conocer á ese hombre para darle un abrazo ... positivamen-
te me ha proporcionado un buen rato.


Su critica es deliciosa.
Media hora despues, amos y perros, penetraban en la


quinta donde Maria los esperaba ya con cierta impaciencia
motivada por su tardanza.


D. Alberto fué el encargado de poner en su noticia que
su esposo debia emprender un corto viaje al dia siguiente.


Léjos de disgustarse bastaba que se tratase de prestar
un servicio y hacer un favor especial á su querido huésped,
para que se mostrasen muy satisfechos por aquella prueba
de oonfianza; por otra parte, la ausencia no debia ser larga;
todo 10 mas dos ó tres dias.


El resto de la tarde y de la noche lo pasaron el anciano
y los dos jóvenes en estremo satisfechos y. formando planes
para el porvenir, pues D. Alberto habia llegado á consoguir






NACIONAL 595
de ¡ambos la formal promesa de que no se separarian de su
lado mientras viviese.


Tan agradable sociedad proporcionaria al anciano la sa-
tisfaccion de hacer menos monótonos y mas agradables los
escasos di as que le restaban de existencia.


A ser Felipe y María personas menos dignas habría acu ...
dido á su pensamiento una idea que, positivamente, ni si-
quiera se les ocurrió. •


En cuidar, contemplar y mimar á un hombre de la
edad de D. Alberto y con las circunstancias que á éste ro-
deaban podían muy bien hallar una recompensa próxima.


D. Alberto era muy rico y no tenia herederos forzosos.
Captándose su voluntad y sus simpatías, sabe Dios lo


que con el tiempo podria suceder.
Pero, volvemos á repetirlo, á ninguno de los esposos


se les ocurrió, ni remotamente, un pensamiento tal de
.


egOlsmo.
, .


Amaban al anciano y lo consideraban como á un padre
á pesar del poco tiempo de su conocimiento.


i,Qué estraño tiene? ni uno ni otro lo tenían. ,
Calculando María q LIe tal vez· tendrian que hablar de


negocios antes de emprender Felipe el viaje proyectado los
dejó de sobremesa, retirándose á su cuarto, despues de
pedir permi~o al anciano.




CAPlTULO XXII


,"


Cristiano pero no fanático.-Un discurso notable.


Apenas Maria abandonó el comedor, don Alberto eDlpe-
zó por entregarle una carta-órden autorizándole para que
lo representara en Vitoria y fuese allí reconocido como tal
apoderado suyo.


Despues, desabrochándose el chaleco y la camisa retiró
un escapulario que llevaba interiormente sobre su cuello y
presentándole á Felipe le suplicó que lo aceptase.


Este lo recibió con gratitud y lo colocó inmediatamen-
te sobre su pecho.


-Es prenda que tengo en gran estima, dijo el ancia-
no, pues perteneció á mi pobre hermana Luciana, cuya des-
graciada historia os he leido, era el escapulario que llevó
toda su vida sobre el corazon y ha sido testigo de cuantas
catástrofes escu chaste.


Te lo ofrezco, no porque yo preste gran fé en los mila-
gros, ni apadrine ciertas tonterías, pero no sé por qué ten-
go gran fé en ese pedazo de seda que considero como un
amuleto.




LA SOBERANlA NACIONAL.




" .


597
-Os doy gracias, replicó Felipe, y observo con placer


que á pesar de tantas desdichas como ha causado á vuestra
familia uno de esos hombres que se llaman ministros de
un Dios de paz, aun conservais ciertas creencias religiosas
que os honran mucho.


-Mi fé, hjjo mio, permanece siempre inquebrantable;
cristiano nací y cristiano moriré; esla religion que apren-
dí de mis padres y no profesaré otra alguna, pero ni soy
hipócrita, ni supersticioso, ni fanático.


Creo lo que debo creer, rechazo lo que mi razon consi-
dera absurdo y ridículo.


Tan indigno es fanatizarse, como hacer asqueroso alar-
de de irn piedad y de ateismo.


El honroso título de liberal y republicano no está reñí·
do con el culto respetuoso de ciertas creencias.


No me meteré á discutir cuál forma de religion 6 secta
. es la mpj or ó peor, la mas verdadera 6 menos falsa, pero
creo positivamente que sin religion no hay sociedad posi-
ble y yo acepto aquella en que he nacido porque es la reli-
gion del coneuelo.


Algunas otras hablan á la inteligencia; prefiero la mia
que habla al corazon y en que por lo menos se me offece
en la otra vida un mundo mejor.


Que hay algo superior al hombre, no es indudable, por-
que el planeta en que vivimos, del mismo modo que todos
aquellos en que giramos no se han creado por sí solos.


Debe existir un gran arquitecto del uni'Ver~o.
¿Quién me ha hecho á mí distinto del bruto'? ¿quién me


ha dotado de la facultad del raciocinio para poder distin-
guir el bien del mal y lo falso de lo verdadero'?


Alguien ha debido ser.




598 LA SOBBRANIA


La inteligencia del hombre es, sin embargo, muy li-
mitada, para penetrar y descubrir lo que se esconde mas
allá de ese inmenso ambiente azulado que se llama cielo.


Hasta por egoismo es bueno profesar ciertas dochinas;
yo, á esos ateos, mejQr dicho, á esos desgraciados que ha-
cen un alarde estúpido de impiedad, les diria: (. nada os
dan por no creer y os ofrecen mucho por creer en algo su-
perior á yosotros, pues creed, que nada os cuesta.


Además, he hecho una observacion en mi larga espe-
riencia de la vida.


Niftguno de esos infelices que en religion se burlan de
todo, ni es buen ciudadano, ni buen esposo, ni buen hijo,
ni mucho menos buen padre de familia.


Carece de virtudes y por consecuencia de virtudes.
Ahora bien, si me dices que los hombres que tienen la


sagrada obligacion de enaltecer la religion son los prime-
ros que la desprestigian y la escarnecen, te diré que te so-
bra razono


En la generalidad el clero católico, y particularmente
el español, es de lo mas asqueroso y prostituido que se co-
noce, manchado en su mayor parte con asquerosos vicios)
con· punibles crím.enes que han llegado á hacerlos odiosos.


Sal vo algunas honrosas escepciones de sacerdotes vir-
tuosísimos, que practican santamente las sublimes máxi-
mas del Evangelio, el resto se compone de estúpidos, de
bribones ó fanáticos.


Advirtiendo que cuanto mas elevados son en gerarqu~a
son peores y tanto mas perjudiciales.


-No me negareis, sin embargo replicó Felipe, que des-
de el momento en que la religion cristiana fué reconocida
por los emperadores romanos empezó á ser tan criminal,
an sanguinaria como las demás lo habían sido.


\




NACIONAL. 599
-Arguyes en mi favor; ese es el efecto del fanatismo


religioso y de la maldad de los hombres.
¿Cómo he de desconocer que la historia de la Iglesia


está llena de liviandades, robos y abusos de todo género'?
Testigo es la historia de los papas, manchada en cada


una de sus páginas con los crímenes mas horrendos, y si
quieres venir á nuestros dias y saber lo que es al presente
la prostituida córte romana lee la obra de Edmo~ Aooue,
cuya traduccion se halla próxima á publicarse en Barcelo-
na y que lleva por título Roma contemporánea ó La cuestion
romana.


Verdad es que el papa Pio IX lanzó su escomunion so·
bre el autor, pero es lo cierto que puso de relieve muchas
cosas que permanecian ocultas, desenmascaró á muchos
hombres y sobre todo la escomunion le valió al editor la
venta de cien mil ejemplares y al autor lo suficiente para
comprarse un magnífico palacio en Saverne (Alsacia) don-
de continúa bueno y escribiendo sin que su salud se haya
resentido por causa de la ridícula escomunion del santo
padre.


-Veo con gusto, señor don Alberto, q,ae hace V. una
juiciosa distincion entre los hombres y las cosas y puesto
que no profesa absurdos, estará muy de acuerdo con las
opiniones emitidas en el último concilio por el obispo
strossmayer combatiendo la inlalibilidad del sucesor de san
Pedro?


- ¿Pues no lo he de estar? ese, ese, es un verdadero
hombre de bien; un buen religioso, un hombre de valor
que no ha temido arrostrar las iras de tan tos fanáticos co ..
IDO le rodeaban.


¿,Conoceis su discurso'2




eoo LA SOBERANÍA


- Nó; solo sé lo que dijeron los periódicos por aquel
entonces, pero nada mas.


-Pues es un documento que debes leer; yo lo poseo y
lo conservo como oro en paño.


Si no tienes sueño, pue~to que aun es muy temprano,
acaban de sonar las diez, yo mismo tendré el gusto de leér~
telo.


-y yo mas en escucharlo.
-Entonces permiteme que vaya por él; lo tengo sobre


mi mesa de despacho.
El anciano salió de la sala y dos minutos despues ya se


hallaba de vuelta: mandó que ¡os criados se retiraran y dió
principio á la lectura del discurso del obispo Strossmayer
que se hallaba concebido en los siguientes términos:


«No resisto al deseo, tratándose de tan grave y trascen-
dental asunto de reproduGir en estas mis lnemorias el no-
tabilísimo discurso pronunciado en el último Concilio por
el obispo Strossmayer, combatiendo la cuestion de la infa:-
libilidad pontificia.


El lugar, la persona que le produjo, las eminencias re-
unidas para recibir la inspiracion divina y decidir lo que
todo el orbe sabia estaba resuelto por las individualiclades
no inspiradas? y por otros muchos conceptos hacen célebre,
elevan á notable, en grado sublime, ese eco de hA. verdad.


La Asamblea ecuménica oyó la voz del Evangelio J y las
bóvedas del Vaticano fueron conmovidas por las protestas
y gritos de los que ahogar pretendian los lamentos de los
santos padres, Agustin, Hilario, Crisóstomo, Ambrosio, Je-
rónimo, Gregorio Nacianceno, Cirilo, Tertuliano, y otros,
recordados por el obispo strossmayer.


Los sucesores de los padres de la Iglesia desconocian la




'~
l'


í


NACIO?\'Af •. 601


historia, les fué enseñada; habian olvidado las pruebas del
siglo llamado apost6lico, y tuvieron que sentir el aguijon
del recuerdo, tenian algo abandonados los c6dices concilia-
res de la primitiva Iglesia, y un resúmen sucinto vino á
la mano de cada guardador de la Iglesia actual.


·La razon, por último, y la verdadera fé toman lugar en
el espacio en qu.e re8uena la voz de una conciencia, para
decir á todos los (padres conscriptos:» «Huir del espíri{u de
error y doctrinas dz'a'bólicas, enseiiadas por impostores llenos de
hipocresia, cuya conciencia está ennegrecida por los crímenes,
etcétera, etc.»


Algo mas pudo decir el obispo; pero bastante dijo para
entrever aquello que omitia por la dignidad del hOlnbre.


Juzguen lo que lean:
«(Venerables padres y hermanos:


)No mi temor, pero con una conciencia libre y tranqui-
la a.nte Dios que vive y me vé, tomo la palabra en medio
de vosotros en esta augusta Asamblea.


»Desde que me hallo sentado aquí con yosotros, he se-
guido con atencion los discursos que se han pronunciado en
esta sala, ansiando con grande anhelo que un rayo deluz,
descendiendo de arriba iluminase los ojos 'de mi inteHgen-
da, y me permitiese votar los cánones de este santo Conci-
lio ecuménico con perfecto· conocimiento de causa.


»Penetrado del sentimiento de responsabilidad, por lo
cual Dios rDe pedirá cuenta, me he puesto á estudiar, con
escrupulosa atencion, los escritos del Antiguo y Nuevo Tes-
tamento; y he interrogado á estos venerables monumentos
de la verdad para que me diesen á saber si el santo pontí-
fice' que preside aquí, es verdaderamente el sucesor de SalL
Pedro, vicario de Jesucristo, é infalible doctor de lá Iglesia.


TOMO JI. 7(;




602 LA. SOBERANIA.


» Para resol ver esta grave cuestion, me he visto precisa-
do á ignorar el estado actual de las cosas, y á trasportar-
me en imaginacion, con la antorcha del Evangelio en las
manos, á los tiempos en que ni el ultra-montanismo ni el
galicanismo existian, y en los cuales la Iglesia tenia por
doctores á Sªu Pablo, San Pedro, Santiago y San Juan, doc-
tores á quienes nadie puede negar la autoridad Divina sin
pone! en duda lo que la Santa Biblia, que tengo delante,
nos enseña, y la cual el Concilio de Trento proclamó la re-
gla de f é Y de moral.


»He abierto, pues, estas sagradas páginas; y bien, ¿me
atreveré á decirlo?
)l~ada he encontrado que sancione próxima ó remota-


mente la opinion de los altra-montanos.
)Aun es mayor mi sorpresa, porque no encuentro en los


tiempos apostólicos nada que haya sido cuestion de un papa
sucesor de San Pedro y vicario de Jesucristo, como tampoco
de Mahoma que no existía aun.


» Vos, monseñor Mauning<, direis que blasfemo; vos,
monseñor Pio, direis que estoy demente.


»¡Nó, monseñores; no blasfemo, ni estoy loco!
,»Ahora bien; habiendo leido todo el Nuevo Testamento,


declaro ante Dios con mi mano elevada al gran crucifijo,
que ningun vestigio he podido encontrar del papado tal
como e4iste <\hoPa..


Na ¡n,e rehuseis vuestl'a atencion, mis venerableg her-
manos, "Y QOR VU~.'OS lnupmullos é interrupciones justifi-
queis ª los qlle dicea., como el padre Jacinto, que este Con-
cili~ RO e~ liblte, porque vuestros votos han sido de ante-
mano impuest~s.


Si tal fuese el hecho, esta augusta Asamblea, hácia la




,


NACIONAL. 603
cual las mir.adas de todo el mundo están dirigidas, caería
en el mas grande descrédito.


Si deseais que sea grande, debemos ser libres. ~
Agradezco á su escelencia monseñor Dupanloup el sig-


no de aprobacion que hace con la cabeza.
Esto me alieD ta Y' prosigo.
Leyendo: pues, los santos libros con toda la atencion de


que el Señor me ha hecho capaz, no encuentro un solo ca-
pítulo, ó un corto versículo, en el cual Jesús dé á Sau Pe-
dro lajefatura sobre los apóstoles, sus coloboradores.


Si Simon, el hijo de Jonás, hubiese sido lo que hoy dia
creemos sea Su Santidad Pio IX, estraño es que no les hu-
biese dicho:-«Cuando haya ascendido á mi padre, debeis
todos obedecer á Simon Pedro,. así como ahora me obedeceis
á mí. Le establezco por mi vicario en la tierra. »


N o solamente calla Cristo sobre este particular, sino
que piensa tan poco en dar una cabeza á la Iglesia" que
cuando promete tronos á sus apóstoles para pisar las do'Ce
tribus de Israel (M:ateo, cap. 19, ver.· 28), les promme doce,
uno para ca'da uno, sin decir que entre dichos tronos, uno
seria mas elevado, el cual pertenecería á Pedro.


Indudablemente; si tal hubiese sido su inteat6, lo in-
dicaria.


¿Qué hemos de decidir de su silencio'?
La lógica nos conduce á la eonclusion de que Cristo


no quiso elevar á Pedro á la oo.booela del Ct)l~~o apos-
tólico.


Cuando Cristo envió los apósf,(J}eS' á; conquistar el mun-
do, á todos igualmente dió el poder de ligar y desligar y á
todos dió la promesa del Espirii1l8&iltO.


PérnÍ'Ítidme repetirlo: si El hnbiese querido constituir




tiO! L~\. ::;OBERANlh


á Pedro su Vicario, le hubiera dado el mando supremo so·
bre su ejército espiritu&.l.


Cristo, así lo dice la Santa Escritura, prohibió á Pedro
y á sus colegas reinar ó ejer~er señorío, 6 tener potestad
sobre los fieles, como hacen los reyes de los gentiles (Lu-·.
cas 22, 25, 26). Si San Pedro hubiese sido elegido Papa,
Jesús no diria esto, porque, segun nuestra tradicion, el
papado tiene en sus manos dos espadas símbolos del poder
espir5tual y tempor~l.


Hay una cosa que me ha sorprendido muchísimo.
Revolviéndola en mi mente, me ha dicho á mí mismo:


si Pedro hubiese sido elegido Papa, ¿se perI!litiría á sus
colegas enviarle con San Juan á Samaria para anunciar el
Evangelio del Hijo de Dios'? (Hec. 8, 14.)


¿Qué os pareceria, venerables hermanos, si nospermi-
tiésemos ahora mismo enviar á Su Santidad Pio IX y á su
eminencia monsenor Plantier al patriarca de Constanti-
nopla para persuadirle de que pusiese fin al cisma de
Oriente?


Mas, hé aquí otro hecho de mayor importancia.
Un Concilio ecuménico se reune en Jerusalen para de-


cidir cuesti()nes que dividian á los fieles.
¿Quién debiera convocar este Concilio si San Pedro fne-


se Papa?
Claramente, San Pedro.
¿Quién deberia presidirlo?
San Pedroó su legado.
¿Quién 'deb,j.era formar ó promulgar los cánones?
San Pedro.'
Pues bien! nada de esto sucedió 1
Nuestro apóstol asistió alConcilio, así CúIDO los demás)




NACIONAL. 605
pero no fué él quien reasumió la discusion, sino Santiago;
y cuando se promulgaron los decretos se hizo en nombre
de los apóstoles, Ancianos y hermanos (Hech. cap. 18.)


¿Es esta la práctica de nuestra Iglesia?
Cuanto mas lo examino, oh venerables hermanos, tanto


mas estoy convencido que en las Sagradas Escrituras el
hijo de Jonás no parece ser el primero.


Ahora bien; mientras nosotros enseñamos que la Igle-
sia está edificada sobre San Pedro, San Pablo; cuya auto-
ridad no puede dudarse, dice en su Epístola á los Efesios
(cap. 2, v. 20), que está edificada sobre el fundamento de
los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del án-
gulo Jesucristo mismo.


Este mismo apóstol cree tan poco en la supremacia de
Pedro, que abiertamente culpa á los que dicen: «somos de
Pablo, somos de Apolo» (1. a Corinti03, 1, 12), así como cul-
paria á los que dijesen: «somos de Pedro.)


Si este último apóstol hubiese sido el Vicario de Cristo,
San Pablo se hubiera guardado bien de no censurar con
tanta violencia á los que pertenecian á su propio colega.


El mismo apóstol Pablo, al enumerar los oficios de la
Iglesia, menciona apóstoles, profetas I evangelistas, docto-
res y pastores.


¿Es creible, mis venerables hermanos, que San Pablo,
el gran apóstol de los gentiles, olvidase el primero de estos
oficios-el papado-si el papado fuera de divina institucion'?


Ese olvido me parece tan imposible, como el de un his ..
toriador de este Ooncilio que no hiciese mencion de Su
Santidad Pio IX. (Varias voces: ¡Silencio, hereje, ,ilencio!)


Oalmaos, ~enerables hermanos, que todavía no,he con-
cluido.




606 LA. SOBERANIA.
Impidiéndome que prosiga, os demostraríais al mundo


prontos á hacer injusticia, cerrando la boca del menor
miembro de esta Asamblea.


Contin uaré.
El apóstol Pablo no hace mencion en ninguna de sus


Epístolas á las diferentes Iglesias, de la Primacia de Pedro.
¿Si esta Primacia existiese, si, en una palabra, la Igle-


sia hubiese tenido una cabeza suprema dentro de sí, infa-
lible en enseñanza, podria el gran apóstol de los gentiles
01 vidarse de mencionarla'?


¡Qué digo!
Mas probable es que hubiéra escrito una larga Epístola


sobre esta importante materia.
Entonces, cuando el edificio de la doctrina cristiana fué


erigido, ¿podria, como lo hace, olvidarse de la fundacion,
de la clave del arco'?


Ahora bien; si no opinais que la Iglesia de los apóstoles
fué herética, lo que ninguno de vosotros desearía ú osaría
decir, estamos obligados á confesar que la Iglesia nunca
fué mas bella, mas pura, ni mas santa que en los tiempos
en que ilo hubo Papa. (No es 'Verdad; no ts 'lJerdail.)


No diga monseñor Laval «uó.»
Si alguno de vosotros, mis venerables hermanos, se


atreve á pensar que la Iglesia que hoy tiene un Papa por
ca'beíá, asmas firme en la lé,taás pura en la moralidad,
que la Iglesia Al'0sUJlica, dígalo ábiertamenté ante el uni-
vetso, puesto qne esta tecill:to es un e~ntro desde el cual
nuestrM palabras Tuelan 4e polo á polo.


Ptosigo.
Ni en los escritos de San Pa.blo, San Juan ó Santiago,


descubro traza alguna ó gérmen del poder papal.




,---::,.




NA.CIONAL. 607


San Lúcas, el historiador de los trabajos misioneros de
los apóstoles, guarda silencio sobre este importantísimo
punto.


El silencio de estos hombres santos, cuyos escritos for-
man parte del cánon de las divinamente inspiradas Escri-
turas, no parece tan penoso é imposible, si Pedro fuese
Papa, y tan inescnsable como si Thiers, escribiendo la
historia de ~onaparte, omitiese el título de emperador.


Veo delan te de mí un miembro de la Asamblea, que dice,
señalándome con el dedo: «¡Ahí está un obispo cismático,
que se ha introducido entre nosotros con falsa bandera!»


Nó, nó, mis venerables hermanos; no he entrado en
esta augusta Asamblea como un ladro n , por la vento.na,
sino por la puerta, como vosotros; mi título de obispo me
dió derecho á ello, así como mi conciencia cristiana me
obliga á hablar y decir lo que creo ser la verdad.


Lo que mas me ha sorprendido, y que además se puede
demostrar, es el silencio del mismo San Pedro.


Si el apóstol fuese lo que le proclamais que fUé, es de-
cir, Vicario de Jesucristo en la tierra, él al menos debiera
saberlo.


Si lo sabia, ¿cómo sucede que ni una vez sola obra como
Papa?


Podria haberlo hecho el dia de Pentecostés, cuando pre-
dicó su primer sermon, y no lo hizo; en el Concilio de Je-
rusalen, y no lo hizo; en Antioquía, y no lo hizo; como
tampoco 10 hace en las dos Epístolas que dirije á la Iglesia.


¿Po deis imaginaros un tal Papa, mis venerables her-
mallOS, si Pedro era Papa'?


Resulta., pues, que si quereis mantener qu~ fuá Papa,
la consecueneia natural ~s, que él no lo sabia.




608 LA SOBERANIA
.!hora pregunto á todo el que tenga cabeza para pensar


y mente con que reflexionar, ¿son posibles estas dos supo-
siciones'?


Digo, Fues, que mientras los apóstoles vivian, la Igle-
sia nunca pensó que habia un Papa.


Para mantener lo contrario, seria necesario entregar las
sagradas Escrituras á las llamas ó ignorarlas por completo.


Pero escucho decir por todos lados: «Pues qué, ¿nó es-
tuvo San Pedro en Roma'? ¿no fué crucificado con la cabe-
za abajo'? no se hallan los lugares donde enseñó, y los
altares donde dijo misa, en esta ciudad eterna'?,>


Que San Pedro haya estado en Roma, reposa, mis ve-
nerables hermanos, solo sobre la tradicion; mas aun, si hu-
biese sido obispo de Roma, ¿cómo podeis probar de su epis-
copado su supremacia '?


Scaligero, uno de los hombres mas eruditos, no vacila
en decir, que el episcopado de San Pedro y su residencia
en Roma deben clasificarse con las leyendas ridículas.


(Repetidos gritos: « ¡Tapadle la hoca, tapadle la boca: J¿a-
cedle descender de esa cátedrar)>>


Venerables hermanos, estoy pronto á callarme; mas,
¿no es mejor en una asamblea como la nuestra, probar to-
das las cosas como manda el Apóstol, y creer solo lo que
es bueno?


Pero, mis venerab~es amigos, tenemos un dictador,
ante el cual todos debemos postrarnos y callar aun, Su San-
tidad Pio IX, é inclinar la cabeza.


Ese dictador es la história.
Esta no es como un legendario que se puede formar al


estilo que el alfarero hace su barro, sino como u.n diaman-
te que esculpe en el cristal palabras -indelebles.






NACIONAL. 609


Hasta ahora me he apoyado solo en ella, y . no encuen-
tro vestigio alguno de papado en los tiempos apostólicos;
la falta es suya, no mia.


¿Queréis qUizás colocarme en la posicion de un acusado
de mentira?


Hacedlo si podeis.
Digo á la derecha estas palabras: «Tú eres Pedro, y


sobre esta piedra edificaré á mi iglesia.» (Mateo 16,18.)
. .


Oontestaré esta objecion despues, mis venerables her-
manos; mas, antes de hacerlo, deseo presentaros el resul-
tado de mis investigaciones históricas.


No hallando ningun vestigio del papado en los tiempos
apostólicos, me dije á mí mismo: quizás hallaré 16 que ando
buscando en los anales de la iglesia.


Pues bien: lo digo francamente, busqué al Papa en los
cuatro primeros siglos, y no he podido dar con él.


Espero que ninguno de vosotros dudará de la gran au-
toridad del santo ob~spo de Hipona, el grande y' bendito
San Agustin.


Este piadoso doctor, honor y gloria de la iglesia católi-
ca, fué secretario en el concilio de Melive.


En los decretos de esa venerable asamblea se hallan
estas palabras significativas: «Todo el que apelase á los de
la otra parte del mar, no será admitido á la comunion por
ninguno en el África.»


Los obispos de África reconocian tan poco al obispo de
Roma, que castigaban con excomunion á los que recur-
riesen á su arbitrio.


Estos mismos obispos en el sesto concilio de Oartago
celebrado bajo Auselio, obispo de dicha ciudad, escribieron
á Celestino, obispo de Roma, amo!lestándole que no reci-


TOMO ti. jj




610 LA. SOBERANÍA
biesa apelaciones de los obispos, sacerdotes ó clérigos 'de


, .


Africa: qu~ no enviase mas legados Ó comisionados y que
no introdujese el orgullo humano en la iglesia ..


Que el Patriarca de Roma, habia desde los primeros
tiempos, tratado de atraerse á sí mismo toda autoridad, es
un hecho evidente; y lo es un hecho igualmente evidente
que no poseia la supremacia que los ultramontanos le atri-
buyen.


Si la poseyese, ¿osarian los obispos de Africa, San Agus-
tin en ellos prohibir apelaciones á los decretos de su su-
premo tribunal?


Lo confieso, sin embargo, que el Patriarca de Roma
ocupaba el primer puesto.


Una de las leyes de Justiniano dice: «Mandamos, COD-
forme-á la definicion de los cuatro concilios, que el Santo
Papa de la antigua Roma sea el primero de los obispos, y
que su alteza el arzobispo de CODstantinopla, que es la


. nueva Roma, ~ea el segundo.»
<<Inclínase, pues, á la supremacia del Papa,» me direis.
No corrais tan apresurados á esa conclusion, mis vene-


rables hermanos, porque la ley de Justiniano lleva escrito
al frente, «del 6rden de sedes patriarcales.»


Procedencia es una cosa, y el poder de jurisdiccion es


otra.
Por ejemplo; suponiendo que en Florencia se reuniese


una asamblea de todos los obispos del reino, la proceden-
cia se daria naturalmente al primado de Florencia, así
como entre los orientales se concederia al Patriarca de
Const~ntinopla, y en Inglaterra al arzobispo de Cantor-
very.


Pero ni el primero, ni el segundo, ni el tercero, podrían




NACIONAL. 611
aducir de la asignada posicion una jurisdiccion sobre sus
compañeros.


,La importancia de los obispos de Roma, procede nó de
un poder divino, sino de la importancia de la ciudad don-
de está su sede.


Monseñor Darvoy no es superior en dignidad al arzo-
bispo de A vignon; mas no obstante, París le dá una consi-
deracion que no tendria, si en vez de tener su palacio en
las orillas del Sena, se hallase sobre el Ródano:


Esto que es verdadero en la gerarquía religiosa, lo es
tambien en materias civiles y políticas.


El prefecto de Florencia no es mas que un prefecto,
como el de Pisa, pero civil y políticamente es de mayor
importancia.


He dicho ya que desde los primeros siglos el patriarca
de Roma aspiraba al gobierno universal de la iglesia.


Desgraciadamente casi lo alcanzó; pero no consiguió
ciertamente sus pretensiones, porque el emperador Teodo-
si{) 11, hizo una ley, por la cual estableció que el patriarca
de Constantino'pla tuviese la misma autoridad que el de
Roma. (Leg. codo de saco etc.)


Los padres del Concilio de Calcedonia, colocan á los
obispos de la antigua y nueva Roma en la misma categó-
ría, 'en todas cosas, aun en las eclesiásticas. (Can. 28.)


, El sesto Concilio de Cártago prohibió á todos los obispos
se abrogasen el título de príncipe 'de los obispos, ú obispos
soheranos.


En cuanto al titulo de obispo universal, que los papas
se abrogaron mas tarde, San Gregorio 1, creyendo que sus
.sucesores nunea pensarian en adornarse con él, escribió es-
tas palabras:




612 LA. SOBERANIA.


«Ninguno de mis predecesores h~ consentido en llevar
este título profd.no, porque cuando un patriarca se abroga
á sí mismo el nombre uni'Vettsal, el título de patriarca sufre
descrédito.


Léjos esté, pues, de los cristianos el deseo de darse un
título que causa descrédito á sus hermanos.»


San Gregorio dirigió estas palabras á su cQlega de
Constantinopla, que pretendía hacerse primado de la igle-
.


Sla.
El Papa Pelagio II, llama á Juan, obispo de Constanti-


nopla, que aspiraba al Sumo Pontificado, impío '!J profano.
«No se le impute, decia, del título de universal, que Juan


ha usurpado ilegalmente, que ninguno de los patriarcas
se abrogue este nombre profano, porque ¿cuántas desgra-
cias no debemos esperar, si entre los sacerdotes se susci-
tasen tales ambiciones'?


Alcanzarian lo que se tiene predicho de ellos: '«El es
rey de los hijos del orgullo.» (Pelagio 11, Cett. 13.)


Estas autoridades, y podria citar cien mas de igual va-
lor, ¿no prueban con una claridad igual al resplandor del
sol en medio dia, que los primeros obispos de Roma no
fueron reconocidos como obi.,pos uni1iersales y caoezas de la
iglesia, sino hasta tiempos muy posteriores?


y p.or otra parte, ¿quién no sabe que desde el año 325,
en el cual se celebró el primer Concilio ecuménico deCons-
tantinopla, entre mas de 1,109 obispos que asistieron á los
primeros seis Concilios generales, no se hallaron presentes
mas q1l.e die1; y nueve obisvos de occidente~
l,Qui~n ignora que los Coneilios fueron convocados por


los emperadores, ni siquiera informarles de ello, y frecuen-
temente aun en oposicion á los deseos del obispo de Roma'?




r ,
I
i NACIONAL. 613


¿ó qué Osio, obispo de Córdoba, presidió en el primer Con-
cilio de Nicea, y redactó sus cánones'?


El mismo Osio presidiendo despues el Concilio de Sár-
dica, excluyó allegado, de Julio obispo de Roma.


No diré mas, mis venerables hermanos; y paso á hablar
del gran argumento á que se refirió anteriormente, para
establecer el Primado del obispo de Roma.


Por la roca (piedra) sobre que la Santa Iglesia está edi-


ficada, entendeis que es Pedro.
Si esto fuera verdad, la disputa quedaria terminada;


mas nuestros antepasados, y ciertamente debieron saber
algo, no opinan sobre esto como nosotros.


San Cirilo, en su cuarto libro sobre la Trinidad dice:
-«Creo que por la roca debeis entender la fé inmovible


de los Apóstoles:)
San Hilarío, obispo de Poitiers, en su segundo libro la


Trinidad, dice: '.
-«La roca (piedra) es la bendita y sola roca de la fé


confesada por la boca de San Pedro,» yen elsesto libro de
la Trinidad dice:


-«Es sobre esta roca de la confesion de fé, que la Igle-
sia está edificada.»


Dios, dice San Gerónimo, en el sesto libro sobre S. Ma-
teo, «ha fundado su Iglesia sobre esta roca, y es de esté).
rocaqtle, el Apóstol Pedro fué apellidado.»


De conformidad con él, San Crisóstomo dice en su ho-
milia'ú5sobre San Mateo:


«Sobre esta·roca edificaré mi Iglesia; es decir, sobre la
fé de la contesion.»


Ahora bien, ¿cuál fué la confesion del Apóstol'?
Héla aquí:




614. LA SOBERANIA
-«TU eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.»
Ambrosio, el santo a.rzobispo de Milan (sobre el segun-


do capitulo de la epístola á los Efésios), San Basilio de Se-
leucia y los Padres del Concilio de Calcedonia, enseñan
precisamente la misma cosa.


Entre todos los doctores de la antigüedad cristiana, san
Agustin ocupa uno de los primeros puestos por su sabidu-
ría y s~ntidad. .


Escuchad, pues, lo que escribe sobre la primera epístola
de San Juan.


-«¿Qué significan las palabras, Edificaré mi Iglesia
sobre esta roca?


Sobre esta fé, sobre eso que dices, tú eres el Cristo el
Hijo del Dios viviente.»


En su tratado 124 sobre San Juan, encontramos esta
significativa frase:


-«Sobre esta roca que tú has confesado, edificaré mi
Iglesia, puesto que Cristo mismo era la roca.»


El gran obispo creia tan poco que la Iglesia fuese edifi-
cada sobre San Pedro, que dijo á su grey en su sermon 13:


-«Tú eres Pedro, y sobre esta roca (piedra) que tú has
confesado, sobre esta roca que tú has reconocido, di-
ciendo:


-Tú eres el Cristo el Hijo del Dios viviente, edificaré
mi Iglesia: sobre mí mismo, que soy el hijo del Dios vi-
viente-la edificaré sobre mi mismo y no '!Jo sobre ti.o


Lo que San Agustin enseña sobre este célebre pasage,
erala opinion de todo el mundo Cristiano en sus dias.


Por consiguiente, reasumo y establezco:
1. o Que Jesús dió á sus Apóstoles, el mismo poder que


dió á Pedro.




NACIO~AL. • 615
2. <) Que los Ap6stoles nunca reconocieron en San Pedro ·


al vicario de Jesu-Cristo y al infalible doctor de la Iglesia.
3. o Que el mismo Pedro nunca pensó ser Papa, y nun-


ca obr6 como si fuese Papa.
4. o Que los Concilios de los cuatro primeros siglos,


mientras reconocian la alta posicion que el obispo de Roma
ocupaba en la Iglesia por motivo de Roma, tan solo le otor-
garon una preeminencia honoraria, nunca el poder y ju-
risdiccion. ~




5." Que los santos padres en el famoso pasage, (,Tú
eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia», nunca
entendieron que la Iglesia es~aba edificada sobre Pedro
(super Petrum), sino sobrd la roca (super petram), es decir,
'sobre la confesion de fé del Ap6stol.


Concluyo victoriosamente, conforme á la historia, la
razon, la lógica, el buen sentido~ y la conciencia cristiana,
que Jesu-Cristo no dió supremacia alguna á San Pedro, y
que los obispos de Roma no se constituyeron soberanos de
la Iglesia, sino tan solo confiscando uno por uno todos los
derechos del episcopado.


(Voces: silencio, insolente protestante, silencio.)
¡No soy un protestante insolente! ¡nó, mil veces n6!
La historia no es católica, ni anglicana, ni calvinista,


ni luterana, ni arminiana, ni griega cismática, ni ultra-
montana. Es le) que es, es d~cir, algo mas poderosa que
todas las GOnfesiones de fé, q ne todos los Cánones de los
Concilios Ecuménicos.


¡Escribid contra ella si osais hacerlof mas no podreis
destruirla, como tampoco sacando un ladrillo del Coliseo
podríais hacerlo derribar.


Si he dicho algo que la historia pruebe ser falso, ense-




616 LA SOBERANIA
ñádmelo con la historia; y, sin un momento de titubeo,
haré la mas honorable apología.


Mas tened paciencia y vereis q ue todavía no he dicho
todo lo que quiero y puedo: y aun si la pira fúnebre me
aguardase en la playa de San Pedro, no callaria, porque
me siento precisado á proseguir.


Monseñor Dupanloup, en sus célebres observaciones so-
bre este Concilio del Vaticanú, ha dicho, y con razon, que
si decb~ramos á Pío IX infalible deberemos necesariamente,
y de lógica natural, vernos precisados á mantener que to-
dos sus predecesores eran tambien infalibles.


Pero, venerables hermanos, aquí la historia levanta su
voz con autoridad asegurándonos que algunos Papas er-
raron.


Po deis protestar contra esto, ó negarlo si así os place;
mas yo lo probaré.


El Papa Víctor (192) primero :aprobó el Montanismo, y
despues 10 condenó.


Marcelino (296 á 303) era un idólatra.
Entró en el templo de Vesta y ofreció incienso á la


diosa.
Direis quizá que fué UD acto de debilidad;_pero contes-


to: un vicario de Jesu-Cristo, muere, mas no se hace após-
tata.


Liborio (358) consintió en la condenacion de Atanasio;
despues hizo profesion de Arrianismo, para lograr que se


. le revocase el destierro y se le restituyese su sede.
Honorio (625) se adhirió al Monotelismo; el padre Gratri


lo ha probado hasta la evidencia.
Gregorio primero (578 á 590) llama Antecristo á cual-


quiera que se le diese el nombre de Ooi,po universal y al








N.1ClO~AL. 617
contrario Bonifarlio II! (~07 y 608) persuadió al emperador
parricida Phocas, á conferírsele dicho título.


PascuallI (1088 á 1099) Y Eugenio III (1145 á 1153)
, .


autorizaron los desaflOs; mientras que Julio II (1509) Y
Pío IV (1560) los prohibi~ron.


Eugenio IV (1431 á 1439) aprobó el Concilio de Basilea,
y la restitucion del cáliz á la Iglesia de Bohemia, y Pio n
(1458) revocó la concesion.


Adriano II (867 á 872) declaró el matrimonio ·civil váli·
do, pero Pío VII (l800-á 1823) lo condenó.


Sisto V (1585 á 1590) publicó una edicion de la Biblia, y
con una TI Jla recomendó S"G lectura, mas Pío VII cQndenó s u.
lectura.


Clemente XIV (1700 á 17.21) abolió la compañía de los
, Jesuitas, permitida por Pablo III, y Pio VII la restableció.


)Ias, ¿á qué buscar pruebas tc.n remotas;)
¿No ha hecho otro tanto nuestro santo padr~, que e~iú


presente aquí, en su bula dando reglas para este mismo
Concilio, en el caso de que muriese mientras se halla reu-
nido, revocando todo cuanto en tiempos pasados fué con-
trario á ello, aun cuando procediese de las decisiones de sus
predecesores~


y ciertamente; si Pio IX ha hablado l:aJ cátlletll'a, DO es
ouando desde el profundo de su sepulcro impone su voluu ~
tad sobre los soberanos de la iglesia.


Nunca concluiria, mis venerables hermanos, si tratase.
de presentar á vuestra vista las contradicciones de los pa -
1laS en sus enseñanzas.


Por 10 tanto, si proclanwís la infalibilidad dol pal,ado
tan solo fecha de 1870.


¿Sois bastante atrevidos para hacer esto'?
TOMO U.




618 LA SOBERANlA


Quizás los pueblos estén indiferentes y dejen pasar
cuestiones teológicas que no entienden, y cuya importan:..
oia no ven; pero, aun cuando sean indiferentes á. los prin-·
cipios, ·no lo son en cuanto á los hechos.


Pue.s bien; no os engañeis á vosotros mismos.
Si décretais el dogma de la infalibilidad l'apal, los pro~


testantes nuestros adversarios, montarán la brecha, con
tanta mas bravura, puesto que tiener.. la historia de su la-


,


do; mientras qUb nosotros solo tendremos nuestra negacion
que oponarles.


¿Qué les diremos cuando espongan á todos los obispos
de Roma, desde los dias de Lucas hasta Su Santidad
Pio IX'?


¡Ay! si todos hubiesen sido como Pio IX, triunfaríamos
en toda la línea; mas, desgraci~damente no es asíl


(Gritos de ¡silencio, silencio, bas(a, basta!)
iNo griteis, monseñores!
Temer á la historia es confesaros derrotados; y además,


aun si pudierais hacer correr toda el agua del Tibar sobre
ella, no podríais borrar ni una sola de sus páginas.


Dejadme hablar, y seré tan breve como sea posible en
este importantísimo asunto.


El Papa Virgilio (538) compró el papado de Belisario}
t.eniente del Emperádor Justiniano.


Es verdad que rompió su promesa y nunca pagó por
ello.


¿Es esta una manera canónica de ceñirse la tiara?
El segundo Concilio de Calcedonia lo condenó formal-


mente ..
En uno de sus cánones se lee: «El obispo que obtenga


Y4U episcopado por dinero lo perderá, y será degradado.~)






!(ACIONAL. 619


El Papa Eugenio III (1148) imitó á Virgilio ..
San Bernardo, la estrella brillante de su tiempo, re-


prendió al Papa, diciéndole: «Podreis enseñarme ettesta
gran ciudad de Roma, alguno que os hubiera recibido por
Papa sin haber primero recibido oro ú plata por ello.»


Mis venerables hermanos, teerá el Papa que establece
un Lanco á las puertas del templo inspirado del espíritu
santoY




i, Tendrá derecho alguno de enseñar á la iglesia la in-
falibilidad'~ ..


Conoceis la historia de Tormoro demasiado bien, para
que yo pueda añadir nada.


Estéban Xl hizo exhumar su cuerpo, vestido oon ro-
pas pontificiales; hizo cortarle los dedos con que acostum-
braba dar la bendicion; y despues lo hizo arrojar al Tiber,
declarando 'que era un pe~juro é ilpgítimo.


Entonces el pueblo aprisionó á Estéban, lo envenenó
y le agarrotaron.
~fas ved como las cosas se arreglaron.
Romano~ sucesor de Estéban, y tras él Juan X, reha-


bilitaron la memoria de Tormoso.
Quizás me direis, esas son fábulas, no historia.


. ¡Fábulas! id, monseñores, á la librería del vaticano,
y leed á Platina el historiador del papado, y los anales de
Baronio, (A. D. 897.)


Estos son hechos que, por honor de la. santa sede, de~
searíamos ignorar; mas cuando se trata de definir un .dog -
ma que podrá provocar un gran cisma en medio de nos-
otros, el amor que abrigamos hácia nuestra venerable ma-
dre la iglesia católica, apostólica y romana, i,debera impo I
nernos el silencio? Prosigo:




620 LA ~OB8RANIA
El erudito cardenal Baronio, hablando de la córte pa-


pal, dice, (haoed atencion mis venerables hermanos, á es-
tas palabras).


«¿Qué parecia la iglesia romana en aquellos tiempos?
¡q ué infamia! solo los .pode'l"osisimos cortesanos gobernaban
en Roma.


Eran ellos los que daban, cambiaban y se tomaban
obispados; ,Y ¡horrible es relatarlo! hacian á sus amantes,
los falsos papas, subir al trono de San Pedro .• (Baro*
nio, A. D. 912.)


Me contestareis, esos eran papas falsos, no los verda-
deros.


Séalo aSÍ; mas en este caso, si por cincuenta años la
sede de Roma se hallaba ocupada por anti-papas, i,cómo
podreis reunir el hilo de la sucesion papal?


¡Pues qué! ¡
~Há podido la iglesia existir, al menos por el término


de un siglo Y medio, sin cabeza, hallándose acéfala?
¡ Notad bien!
La mayor parte de estos anii-papas se ven en ei árbol


genealógico del papado; y seguramente deben ser estos los
¡lue describe Baronio; porque aun Genebrardo, el gran
adulador de los papas, se atrevió á decir en· sus crónicas,
(A. D. 901.)


«Este centenario ha sido desgraciado, puesto que por
eerca de 150 años los papas han caido de las virtudes de
sus predecesores, y se han hecho apóstatas, mas bien que
apó$loles. )}


Bien comprendo como el ilustre Baronio se avergonza-
ha al narrar los actos de esos obispos romanos.
Hahl~.ndo de Juan XI (931) h~jo natnraldel Papa Ser-






NACIONAL. 621
,.


gio y de Marogia, escribió estas palabras en sus anales .
. La santa iglesia, es decir la romana, ha sido vilmente


atropellada por un mónstruo, Juan XII (956,) elegido Papa
á la edad de díezy ocho años, mediante las influencias de
cortesanos, no fué en nada mejor que su predecesor.


Me desagrada, mis venerables hermanos tener q na
mover tanta neciedad.


Me callo tocante á Alejandro VI, padre y am~nte de
Lucrecia; doy la espalda á Juan XXII (1316), que negó la
inmortalidad del alma, y que fué depuesto por el santo
Concilio ecuménico de Constanza.


Algunos mantendrán que este CO'!lcilio fué solo pri-
vado.


Séalo aAí; pero si le negais toda clase de autoridad,
debereis,mantener, como' consecuencia lógica, que el nom-
bramiento de Martín V (1417) era ilegal.


¿Entónces dónde vá á parar la sucesion papal?
¿Podréis hallar su hilo?
No hablo de los cismas q ne han deshonrado la iglesia.
En esos desgraciados tiempos la sede de Roma se halla-


ba ocupada por dos, y á veces hasta por tres competidores.
¿Quién de estos era el verdadero Papa?
ReasumiendG una vez mas, vuelvo á decir, que si de-


cretais la infalibilidad del actual obispo de Roma, debe-
riais establecer la infalibilidad de todos los anteriores, sin
excluir á ninguno; mas ¿podeis hacer esto cuando Ja his-
toria está allí probando, con una claridad igual á la del sol
mismo, que los papas han errado en sus enseñanzas?


¿Podréis hacerlo y mantener que papas avaros, inces-
tuosos, homicidas, simoniacos,han sido vicarios de Jesu-
cristo'?




622 LA SOBBRANIA


¡Ay! ¡venerables hermanos! mantener tal enormidad
seria hacer traicion á Cristo peor que á Judas, seria echarle
suciedad á la cara.


(Gritos: ¡ahajo de la cátedra! ¡pronto! ¡cerrad la boca del
herejf"!)


Mis venerables hermanos; estais gritando: i~pero DO se-
ria mas digno pesar mis razones y mis palabras en la ba-
lanza del santuario?


,


Creédme; la historia no puede hacerse de nuevo; allí
estará y permanecerá por toda la eternidad, protestando
enérgicamente contra el dogma de la infalibilidad papal.


Pudeis declararla uUánime, ¡pero faltará un voto, y ese
~~rá ~~ ID \\)t


Los verdaderos fieles, monseñores,Aienen los ojos sobre
nosotros, esperando de nosotros algun remedio para los in-
Lumerables males que deshonran á la iglesia.


¿Desmentiréis sus esperanzas?
i,Cuál no será nueska respcnsabiJidad ante Dios, si de~


jamos pasar esta solemne ocasion que Dios nos ha dado
para curar la verdadera fé? .


Abracémosla, mis hermanos; armémonos con un ánimo
santo; hagamos un supremo y generoso esfuerzo; vol vamos
á la doctrina de los Apóstoles, puesto que, fuera de ella,
no hay mas que errores, tinieblas y tradiciones falsas.


Aprovechémonos de nuestra razon é inteligencia, to-
mando á los Apóstoles y Profetas por nuestros únicos maes-
tros en cuanto á la cuestion de las cuestiones.


(i¿Qué debo hacer para ser salvo? \)
Cuando hayamos decidido esto,. habremos puesto el fun-


damento de nuestro sistema dogmático.
Firmes é inmóviles como la roca, constantes é incor-






NACIONAL.


ruptibles en las divinamente 'inspiradas criaturas, llénos
de confianza; iremos ante el mundo, y, como el apóstol San
Pablo, en presencia de los libres pensadores, no reconoce-
remos (,á nadie mas que Jesucristo, y el Crucificado. 'i)


Conquistaremos mediante la predicadon del <·martirio.
de la cruz,» así como San Pablo conquistó á los sabios de
Grecia y Roma, y]a Iglesia romana, tendrá su glorioso 89.
(Gritos clamarosos: ¡bájate! ¡(uera con el protestante, el'. eal'vi-
nista, el traldor de la Iglesia!)


Vuestros gritos, monseñores, no me atemorizan.
Si mis palabras son calurosas, mi caceza está serena.
Yo no soy de Lutero, ni de Cal vico, ni de Pablo, ni de


los Apó::;toles, pero sí de Cristo. (Renovad(js gritos: ¡anate¡uo!
¡anatema de apóstata!)


1 Anatema, monseñores, anatema!
Bien sabeis que DO estais protestando contra mi, sino-




contra los santos A póstoles, bajo cuya proteccion desearia
que este Concilio colocase á la Iglesia.


¡ Ah! si cubiertos con sus mortajas saliesen de sus t'lm-
"bas J,hablarian de una manera diferente á la mia1


¿Qué les diríais, cuando con,sus escritos os dicen que el
papado se ha apartado del Evangelio del Hijo de Dios. que
ellos predicaron y confirmaron tan generosamente con su
saDgre~
¿O~ atreveríais á decirles, «(preferimos la doctrina da


nuestros papas, nuestros Bellarminos, nuestros Ignacios de
Loyola, á la vuestra'?»


¡Nó, mil veces nól á no ser que hayais tapado vuestros
oidos para no oir, cubierto vuestros ojos para no ver, y eIn"
hotado vuestra mente para no entender.


¡Ah! sí.




624 LA SOBBRANIA ~ACIONAL.
El que :reina arriba quiere castigarnos, haciendoeaer


pesadamente su mano sobre nosotros, como hizo Faraon,
no necesita permitir á los soldados de Garibaldi que nos ar~
rojen de la ciudad Eterna; bastará con dt'jar que hHgais á
Pio IX un dios, así como se ha hecho una diosa de la bien-
aventurada Vírgen.


Deteneos, deteneos venerables hermanos, en el odioso jT
ridicu~o precipicio en que os ha beis colocado.


Salvad á la Iglesia del naufragio que la amenaza, bus-
cando en las sagradas Escrituras solamente la regla de fé
(lue debemos creer y profesar.


He dicho.
¡ Dígnese Dios asistirme!»
(Estas últimas palabras fueron recibidas con signo de


desaprobacion semejantes á los de un teatro.
Todos l{)s padres se levantaron; muchos se fueron de la


sala.
,


Bastan tes italianos,. americanos y alemanes, y algunos
cuantos franceses é ingleses, rodearon al valiente orador y
con un apreton de manos fraternal, demostraron que esta-
ban conformes con su manera de pensar.)






CAPÍTULO XXII,




III lluevo múrtil' de la República,


Sin embargo de la ausencia de Felipe, las sesiones de la
lójia de la calle. de las Huertas continuaban sin inter~up­
cíon, únicamente que habia sido reemplazado para la lec-
tura de las memorias de don Antonio, bien por don Juan,
bien por otro j6ven que hacia las veCeS de secretario.


El dia en que volvemos á conducir al lector á la referi-
da lójia, la concurrencia era mayor que otras veces y esto
era efecto sin duda de que todos sabian que tocaban las in-
teresantes memoriaS' á sn terminacioIi, que solo faltaba un
cuaderno y que en este se hacia ladescripcion de uno de
los ma-s horrendos crímenes políticos qúe registra la his-
toria contemporánea, del asesinato cometido en la persona
detín noble patricio, de un honradísimo jóven lleno de por-
venir y de esperanza, asesinato infame, villano, incalifica-
ble ,y que llenó á Barcelona de indignacion y de terror en
los últimos dias del mes de junio de 1851.


Veinte años han trascurrido y no se ha borrado aun 'de
la memoria tan infausto día.


TOMO 11,




626 LA SOBERANÍA


El ilustre mártir lo fué don Francisco de Paula Cuello.
Su único delito el ser republicano.
Escuchemos, pues, la relacion de tan triste suceso, tal


como la pinta en sus memorias el difunto don Antonio y
que, segun él mismo indica en ana nota unida al manus-
crito, la debió á un íntimo amigo del desgraciado jóven, á
un correligionario nuestro, á un hombre honrado y digno
cuya veracidad nadie puede poner en duda, Ceferino Tres-
serra.


Dice así:
«En la noche del 23 al 24 de junio de 1851, hubo en la


calle de las Balsas de San Pedro una refriega entre dos gru-
pos de paisanos, de la cual resultaron heridos cinco indivi-
duos, y entre ellos, uno con siete l¿eridas, don Francisco de
Paula Cuello.


Al difundirse por Barcelona esta noticia, un grito de
indignacion resonó por todas partes acompañado de las vo-
ces: ¡traicion! ¡alevosía! ¡asesinato!


¿Por qué semejante grito? i,á qué semejantes voces'?
Francisco de Paula Cuello era un hombre político, y


por esto todos los partidos se apresuraron á protestar contra
semejante atentado; Francisco de Paula Cuello era conoci -
do por la moralidad de sus costumbres, por su amor á la
familia y al trabajo, por la honradez de los actos de toda
su vida, y por esto todos los hombres de bien se sintieron
heridos en lo mas caro de su existencia; Francisco de Pau-
la Cuello erajóven, de un clarísimo talento, valiente y ge-
neroso cual conviene á los apóstoles de una doctrina rege-
neradora, y por esto cuantos sentian en su entendimiento
germinar las ideas que en el suyo germinaban, cuantos
sentian latir su corazon á la par que el suyo á impulsos de






NACIONAL. 621
un fuego sagrado, prorumpieron en un grito de indecible
quebranto.


¡Traicionl esclamaban unos, y propalaban mil diversos
comentarios para acreditar sus asertos; ¡alevosía! decian
otros, y trataban de justificarlo con estas y aquellas supo-
siciones; ¡asesinato! gritaban todos, y todos daban á la he-
rida de Cuello el carácter de mortal de necesidad.


¡ Días de alarma para Barcelona! dias de angustia para


ese partido jóven, sí, pero lleno de vida y que llevaba des-
de entonces en sus ardientes entrañas todo un tesoro de
martirios, pero tambien todo un mundo de glorias inmar-
cesibles para el porvenir.


¡Cuello murió! ¡al filo del homicida hierro, siete 'Iieces
introducido en su cuerpo, el roble cayó hecho pedazos sobre
sí mismo ... mas el amor de todo un pueblo, las lágrimas de
todo un partido le han vengado ya de sus enemigos!


Hoy al ocuparnos de Cuello, de ese recuerdo querido
encarnado en la conciencia y en el corazon de tantos toda-
vía, no lo hacemos para remover las ya frias cenizas que
encubren un misteriJ, nó; seria en vano.


La noche mas profunda oculta la mano infame que con-
sumó ese crimen, célebre, por lo mismo que la ley ha sido
impotente para castigarlo, célebre porque logró estremecer
á tod&i los buenos, célebre porque antes de consumarse se
pregonaba por la ciudad, por unos como un hecho irremi-
sible, por otros, como un rumor tiespreeia.ble imposible de
realizarse en una sociedad oi vilizada.


Antes de abrir el proceso á lw,vista de nuestros leetores,
proce.so que por doquiera arroja la indignacion al rostro de
los hombres pensadores; que es una leooion eloouentísima
on cada una de sus palabras; antes de abrir semejante pro-




628 LA SOBERANIA


ceso, decimos, permítasenos trazar una brevísima pincela-
da para describir la época que atravesábamos en los dias
infaustos á que nos referimos.


Contaba Cataluña el noveno año de sus estados de sitio:
el tercero, si mal no recordamos, de la fundacion de la do-
ble ronda de vigilancia, cuyo inspector 6 jefe supremo era
don Ramon Serra y Monclús.


En aquellos tiempos, como si el carácter de los habitan,
tea de Cataluña hubiese cambiado repentina y radicalmen·
te, los tribunales no bastaban á instruir las causas de robo,
de estafa, y sobre todo de m01waerosfalsos.


Un pueblo ¿cambia de costumbres en un instante, sin
causa notoria, sin mas razon tangible'?


¡Nó!
Véase, sin embargo, la estadística criminal de aquellos


tiempos, ¡qué asombroso aumento!
En las cárceles no cabian los presos; de los presidios del


Principado salían cada dia nuevas derramas para los de-
más del reino, y en aquella época, Cataluña no carecía de
trabajo, en aquella época Cataluña no atravesaba ni crísis
alimenticia, ni la peste que despues ha venido á asolarla.


¿Cuál podia ser, pues, la causa'?
Cumple solo á nuestro cometido consignar un hecho;


muchos de los mas notables individuos de la nombrada
ronda de vigilancia, á su vez, han ido á poblar las cárceles
¡presidiQs, aousados unos de los inconcebibles abusos de la
(.H/'toridad, sentenciados otros por los crímenes mas feos y
l'epugn&ntes ... Si quisiéramos hacernos eco de la 1i6Z pú-
blica, testimonio que, aun ante la ley, siempre grave y se-
vera, ntJ~;uueee absolutamente de fuerza, serian tantas las
acusaciones que recogeríamos en contra suya que aun los






NACIONA.L 629
menos escrupulosos tal vez hallarian en dicha ronda una
de las causas del fenómeno observado en aquella época.


Dividida en seccion pública y en seccion secreta, con
intervencion directa en lo político, sin respecto á fuero ni
calidad, con una carta blanca en sus bolsillos que la cons-
titui~ juez y árbitra á la vez, dueña del corazon de las mas
afamadas Mesalinas, estraidos del presidio algunos de sus
componentes, taehados de perversa conducta los. mas, se
les suponia, con razon ó sin ella, el alma de todas las ca-
lamidades de entonces y un poder absoluto é inquisitorial,
amenazando de contínuo el hogar doméstico y la seguri-
dad del indi vid uo ...


En semejante época tuvieron lugar los acontecimientos
de que vamos á ocuparnos.


Era la una y media de la noche.
Un grupo de jóvenes de buen humor atravesaba la ca~


lle mas alta de San Pedro, cantando y riendo á carcajada
tendida.


Era la verbena de San Juan, en cuya noche hay cos-
tumbre inveterada de acudir al paseo del mismo nombre, y
de paso, beber agua del pozo denominado de San Gem.


Allí se encaminaban nuestros jóvenes, cuando uno de
ellos hizo rodar sobre el adoquinado de la calle una gruesa
piedJa. 'e11 direccion al grupo central de sus amigos con
ánimo de hacerles brincar únicamente.


Hubo, sin embargo, de rozar con la pierna de alguno,
que, en desagravio (t&lseria.el daño), le arrojó una n~ran­
ja, que el agl'esor reeibió oon ambas manos abiertas.


Natural parece que éste, á 811 vez, Se la devolviese, y
así trató de hacerlo, pero no ya arrojándosela direetamente,
sino describiendo una línea de proyeccion elevadísima.




630 LA SOBERANIA
Apenas el blando proyectil hubo escapado de su mano,


cuando el ruido de un cristal de las vidrieras de una tienda
cerrada, hecho mil pedazos, puso todo el grupo en precipi-
tada fuga, en medio de las risotadas y algarabía mas es-
trepitosas.


En el estremo de la calle de San Pedro mas baja, se
halla la llamada de las Balsas de San Pedro.


Al p8;sar la comitiva por delante de esta última, tres
hombres que se hallaban parados en su esquina


-¡Alto! ¡alto! gritaron á la vez en su marcha.
L~ cuadrilla, que hasta entonces seguia su carrera al


trote largo, paróse de repente, no sin murmurar y como
pidiendo esplicaciones á sus inesperados contrincantes.


-¿Por qué? esclamaron unos.
-¿Quiénes sois vos0tros'? dijeron otros.
-¿Qué os importa si corremos?
y en medio de estas voces que denotaban la intencion


de armar camorra por haber sido tan bruscamente inter-
rumpidos, uno de ellos esclam6:


-¡Son de la ronda! l.,no les conoceis'?
Esta pala:bra era en aquellos tiempos de un efecto tan


singular, que bien puede decirse no tiene hoy esplicacion
posible. Cualquier intento, cualquiera conversacion, cual-
quier movimiento,~ la voz de ¡la ronda! era su&pendido en
el acto: toda palabra espiraba en la boca y todos los cora-
zones se sentian como heridos de un rayo.


El grito de ¡ la ronda! era parecido al golpe de la vara
verde de la santa Inquisieion; era sem&jante al horror que
inspira la cruz roja con que se señala el lugar por donde
pasa la peste.·


Uno de los tres indicados individuos era un hombre de






NACIONAL. 631
treinta y seis años, de estatura muy baja pero corpulento,
deadernanes marcadamente groseros y facciones bastante
pronunciadas.


Llevaba patillas y bigote negro; sus ojos eran grandes
y rasgados, pero tenian la mirada torva y siniAstra, 10 cual
contrastaba visiblemente con la sonrisa sarcástica de sus
labios.


El color de su rostro era pálido y moreno,si bien la
parte inferior de sus pómulos se hallaba teñida de una li-
iera morvidez.


Su cabeza era grande, sus brazos atléticos, y en la
frente ostentaba una profunda cicatriz ..


Tenia los parietales abultados, sobre todo en la parte
posterior de las orejas; chata la parte superior de la cabeza,
y el cabello, que era cerdoso, lo llevaba cortado á cepillo.


Vestía una blusa azul, y circuia su cabeza un pañuelo,
puesto, como vulgarmente se dice, á la valenciana.


El segundo era un hombre flaco, de estatura regular y
cabeza pequeña; llevaba pantalon de cuadros y blusa de
percal pintado.


Era cojo y (le fisonomía fea y repugnante.
El tercero, mas jóven que los dos anteriores, vestía


chaqueta·y llevaba gorra de paño con galon de oro.
A las voces de:-¡Son de la ronda! ¿no lOS conoceis?-el


primero de los tres personajes que acabamos de describir
se adelantó hácia el que las profiriera y con ademanes gro-
tescos le dijo:


-Pues bien; ya que nos habeis conocido, os mandamos,
en nombre de la reina, quenomovais escándalos po~ la 'Jalle,
que sigais tranquilamente vuestro camino y que no volvais
mas por aquí si no quereis pasar la noche á buen recaudo.




632 LA SOBERANIA


Habeis roto un cristal y debería hacéroslo pagar, pero
no quiero bromas y os intimo que os largueis pronto, pron·
to, sin escándalos ni algazara de ningun género.


Siendo verdad que fuese de la ronda el que tal hablaba,
semejante resolucion era muy estraña.


¡Haber roto un cristal de una tienda y apoderarse in-
mediatamente de los malhechores, era en aquellos tiempos
un gran servicio a16rden público y sosiego de las familias!


Ocasiones semejantes no las desperdiciaba la policía
para hacerse objeto de los himnos y alabanzas de ciertos
periódicos, que cotidianamente ponian en las nubes lo.s emi-
nentes servicios prestados por aquellos.


Así es, que todos se admiraron del sasgo pacífico que
dábase á aquel hecho, y aprovechando la ocasion, sin mur-
murar palabra, emprendieron callando el camino que les
habia sido trazado.


Un momen tó despues, los tres indicados sugetos vol-
vian á hallarse reunidos en la embocadura de la calle de
las Balsas de San Pedro: los tres llevaban baston; la calle
estaba desierta, los faroles apagados.


Apenas habia trascurrido media hora de lo que acaba-
mos de narrar, cuando otro grupo, compuesto de unos ca-
torce 6 diez y seis individuos, en la misma direccion que el
primero, venia pacífica y alegremente.


El cojo y el de la gorra de galon de oro se adelantaron
algunos pasos, y cuando estuvieron en la misma direccion
del grupo, dijo el uno:


-¡Vaya una cuadrilla de señorones! ¡mira éste que
canta c~mo se parece á un mancon!


la comitiva seguia sin hacerles caso, 6 quizás sin haber
oido semejantes espresiones.




NAClO~AL. 633
-A tí, á tí te las decimos, repuso el cojO.
Entonces, vol viéndose el aludido, que era un jóven alto


y robusto, le dijo:
- ¡Qué d6monios estás hablando! Sigue tu camino y no


te metas con nadie.
-¡Hola, hola! tú crees que hablanf>s contigo solamen-


te ... ¡quiá! tú eres un desollinador de sartenes; ¿crees que
no te conozco? tú eres aquel que debes á tu zapatero el
par de botas que llevas.


-Anda, anda, contestó el interpelado, y volviéndole las
espaldas prosiguió su camino.


Luego, emprendiéndola con otro, añadió:
-Tú eres un francés que cantas en gaoac1w y el diablo


que te entienda.
-y á tí ¿qué te importa? le contestó el insultado.
-Como que sois unos señorones de chicha y nabo.
-Anda, anda, pe:a cañas, le contestó, volviéndole como


el primero las espaldas.
En esto el grupo de amigos habia llegado á la propia


esquina de la calle de las Balsas.
Los agresores retrocedieron confundidos con el mismo,


cuando al poco tiempo, el cojo, tocando por la espalda á su
primer interlocutor, le dijo con ese aire burlon que á cier--
tas gentes caracteriza ~


-Si no te enfadas te diria una cosa al oido.
-A mí ¿qué tienes que decirme~
-Oyeme y lo sabrás al punto.
Fontanals, que tal era el nombre del sugeto de quien


hablamos, se agachó para escucharle, atendida la diferen-
cia de estatura que mediaba entre los dos, y entonces pud~
oirse uno de esos insultos infamantes y groseros, que SI
tO~1O U.




6J4 LA. SOBERANIA.


bien en la causa originaria viene revelado con todas sus
letras, nos impide consignarlo aquí el decoro que debemos
á nuestros lectores.


Al pronunciar la última sílaba del mas grosero de los
insultos, la mano pesada del ofendido se habia desplomado
ya sobre el rostro da cojo, imprimiéndole la señal indele-
ble de su infamia, y aquel, al sentirse herido, levant6 á su
vez el pa!o que llevaba y lo descarg6 contra su agresor.


El de la gorra de galon de oro, retrocede algunos pasos
y déjase al punto oir un fuerte y prolongado silbido que
resuena á larga distancia.


A su eco, se precipitan sobre el grupo algunos hombres
que parece han brotado repentinamente del fondo de la
tierra.


Entonces todo es confusion; entonces, en medio de la
mayor oscuridad, s~ ven brillar algunas navajas ... El com-
bate se generaliza instantáneamente y el grnpo se flac-
ciona ... En la misma esquina de la calle se pelean unos,
mientras otros de los agresores, apoderándose de un j6ven
que lleva toda la barba, negra y poblada, y que es de fiso-
nomía simpática y ojos centelleantes, le arrastran hasta el
fondo de la calle, oscura e1¿ aquel momento como boca de lobo.


Dura el combate como unos diez minutos sin que se
oiga otro ruido que el de los palos chocándose entre sÍ,
ni otro rumor que el de las navajas al rasgar los-vestidos y
penetrar en las carnes, ni otro acento que el ¡ay! sofocado
de unos y las maldiciones que entre dientes todos murmu-
raban.


Al fin se oyen las voces de
- ¡El sereno!
- ¡ La guardia!




NAClO~AL (-i35
- ¡La justicia!. ..
Cesa el combate y huyen los agresores llevándose UD


herido, que es el cojo; dejan en el campo cuatro individuo~
choreando sangre: el grupo se ha disuelto y al rededor de
los heridos son contados los amigos que pueden prodjgarle~
sus socorros.


El sereno, efectivamente, se habia presentado.
Dá la señal de alarma con su silvato; se acude en busca


del celador del barrio D. Matias Latorre, é interiñ se arresta
á todos los presentes en aquel sitio, se pasa aviso al comi-
sario del distrito, D. Salvador Cornet, yal primer teniente
de alcalde, D. Manuel Tey.


Entre los cuatro heridos habia uno tendido en el suelo,
sin sentido, y revolcándose sobre su propia sangre.


Era el que en medio de la p~imera confusion de la pe-
lea habia sido arrebatado del grupo general, é internado en
10 mas hondo de la calle.


Solo, indefenso,habiéndoselas contra tres armados con
palos y navajas, habia caído, despues de una lucha deses-
perada al golpe de siete heridas, inreridas con in~trumento
cortante y punzante; una en el tercio superior del brazo iz-
quierdo, otra en la parte superior anterior del mismo, otra
en la parte media del antebrazo derecho, tres en el vacío
izquierdo, siendo las ,dos superficiales y la otra interesando
tegumentos y musculatura, y últimamente, una en la parte
inferior izquierda del bajo vientre, con todas las probabi-
lidades de haber penetrado en la cavidad.


Este eraD. Francisco de Paula Cuello ...
D. Francisco de Pau1a Cuello y Prats nació en Barce-


lona el dia catorce de enero de 1824, hijo de un 'oficial nel
ejército, indefinido á la sazon por sus ideas' liberales.




63G LA SOBERAXIA
A la edad de 12 años y despues de haber aprendido al-


gunas nociones de matemáticas y dibujo, entró á estudiar
la tin en el colegio de los Padres Esco~a pios.


Rápidos fueron los progresos que hizo en sus estudios
cuando, en dos años, estudió los tres señalados entonces
para el curso de gramática, yen uno, los dos consignados
para el de retórica.


En 1839, teniendo 15 años, entró á cursar filosofía en
el colegio spiscopal, permitiéndosele simultanear los cur-
sos, y recibiéndose de bachiller en filosofía el año 1840, en
que entró á cursar medicina.


Era tanta su aficion por las letras y las bellas artes, que
aprovechando los ratos que sus estudios académicos le de-
jaban libres por l:ls noches, asistia á las clases de francés'Y
de dibujo, establecidas en la Lonja y ex-convento de san
Sebastian á cargo de la Junta de Comercio de Barcelona.


Aficionado á la lectura hasta un estremo perj udicial
para su salud, sus padres tenian que ejercer, por conseJo de
los facultativos, una estremada vigilancia, sobre todo de
noche, para impedirle se entrega.se á una pasion que ponia
en peligro su existencia.


Versado sobre todo en el estudio de la historia revolu-
cionaria de los pueblos y en los libros de la moderna filo-
sofía, su inteligencia se" remontó en alas del libre pensa-
miento hasta el puntrJ de profesar como un dogma la pro-
testa de todo lo exi~Jtente que en lo mas mínimo violentase
su férrea volunta d.


Tierno al propio tiempo como un niño por la esquisibi-
lidad de su oT.ganismo y temperamento, impresionable y
rápido como. una corriente eléctrica, su espíritu se infusio·
naba en Uf! ardiente amor por la humanidad toda.




NACIONAL. 637
-La voz de la fraternidad era en él una cuerda siempre


vibrante de su corazon: amaba á todos.
Fanático por la revolucion que debia realizar el bello


ideal del derecho, en cuyas entrañas entreveia un mundo
de armonías y felicidades, deploraba todos sus horrores
como otro de los dolorisisimos partos por medio de los cua-
les el progreso, en una constante y misteriosa evolucion,
dá á luz cada dia una de sus ideas, cada una de sus. fórmu·
las y metamórfosis.


La sangre que se vertía en defensa de la libertad, en
uno ti otro bando, era para él igualmente preciosa pero ne-
cesaria, como lo es el fuego para la cauterizacion de una
llaga.


No cabia en su corazon la venganza, pero discípulo de
la gran revolucion francesa, que con pasion habia estudia-
do, modelado segun las líneas mas caraterísticas de Camilo
IJesmoulins, el triunfo de la humanidad no era para él, 11e'"
gada la hora del combate, cuestion de una gota mas 6 me-
nos de sangre, de una piedra mas 6 menos sobre las ruinas
del viejo mundo: su norte era infiltrar en las venas de
todos y por todos los medios imaginables, su ardor y su
entusiasmo, seguro de que estos entrañaban el gérrnen de
grandes y poderosos hechos.


Por esto en el año 1840 le vemos ya colaborar en un
periódico que llevaba por titu ~o El Lalwel, y allí derramar
su alma en torrentes de poesía.


Era la época del romanticismo; aquel mismo periódico
estaba inficionadQ por semej8nte escuela, naciente en nues ..
tra patria como una planta ex6tica, pero en los versos de
Cuello no se notaba el contagio, pues revelan un alma que
sufre, que duda y espera; que se desliza quizás, mas en sus




638 LA SOBERANIA


sufrimientos, en sus dudas, en sus esperanzas y hasta en
sus delirios, se vé, nó el treticismo de una escuela que de-
bia iluminar momentáneamente nuestras inteligencias
como un fuego fátuo y hedoroso, sino el ardor de un cora-
zon en cuyo fondo ss encierra la llama de una doctrina q ne
viene agitando el mundo desde la espresion primera del
génesis.


Cue.llo no cabe en los estrechos límites y en las aspira-
ciones, para él incomprensibles, de El Laurel, y deja de
colaborar, despues de haber dado á conocer un singular
contraste: Cuello no era solo el embrion de un literato.


En aquellos momentos acababa de verificarse la gran
parada nacional ó simulacro político-militar, llamado el
glorioso pronunciamiento de setiembre, y Cuello se sintió lla-
mado á las filas de la milicia ciudadana.


Su alma vírgen hasta entonces, sin otro mundo que sus
libros y sus meditaciones, abrió los ojos á una vida nueva
y desconocida para él.


No sabia si jugaba á soldados y si realmente pesaba
sobre sí el cargo de ciudadano armado para defender la li-
bertad é intereses de la patria.


Cuando llegó á convencerse de la realidad, si hubiese
sido capaz de entregarse á la id(\latría, hubiera erigido un
altar á su fusil.


No faltó quien reconociera en el jóven todo el tesoro
que encerraba su corazon.


Un hombre adusto en el semblante, de mirada de águi-
la y rostro enjuto, pero de eabeza elevada como su pensa-
miento, habia fijado en él los ojos y le observaba.


¿Quién era ese hombre, ese pensador'l ¿de qué manera
t


el destino habia colocado el uno en frente del otro'?




NACIONAL. 639
tQuién era ese hombre'?.. Se llamaba A.bdon Terradas:


era el pensamiento formulado, era la encarnacion de una
idea q ne bien pronto germinaria en la cabeza de miles de
sus amigos, de millares de sus hermanos, los que, sintiendo
un vago é indecible afa.n cuyo nombre no acertaban á bal-
bucear, un sentimiento cuyo carácter no podian definir,
una aspiracion que no comprendian, la oyeron de sus labios
con claro y atronador acento.


La palabra no era nueva, pero él la habia recogido y
conservado cuidadosamente en el fondo de su alma; como
la palabra sagrada al parecer perdida en las ruinas del
templo de Salomon, pero misteriosamente trasmitida por
los iniciados en la eterna arquitectura.


Cuello y Terradas se vieron, se o bservaron y se com-
prendieron.


Elegido Terradas alcalde constitucional de Figueras,
en 1842, por el voto unánime de la poblacion, no quiso
prestar otro juramento que el de empuñar con rectitud la
vara que el pueblo le habia confiado.


El gobierno de la nacion, ante este caso especialísimo
y nuevo en la historia, no supo 6 no pudo resol~lo sino
m~ndando que el alcalde volviese la vara á los que":~e la .').
habian confiado.


Pero estos se la devolvieron cinco veces consecutivas.
Las leyes de aquel entonces nada resolvian sobre un


caso que ni siquiera pudo ocurrirse á la mente de los le-
gisladores.


¿Qné hacer en semejante conflicto'? 1#"· .\
En paises en los cuales el sistema representativo no se


hallara del todo falseado y en q ne el respeto á la ley fuera
la primera obligacion del poder, el alcalde de Figueras hu- ,,;~t,




€40 LA. SOBERANíA.
biera permanecido ileso, interin se confeccionase ó no una
ley general; pero ... ¿En España?


El poder ejecutivo se creyó dispensado de obrar por la
ley y obró por su voluntad.


D. Abdon Terradas fué estrañado de su pais subrepti-
ciamente.


Terradas habia sido comandante del tercer batallon de
milicia, y era conocido por sus célebres Hojas, que· publi-




caba periódicamente, las que le granjearon un apostolado
entusiasta y ardiente, compuesto de jóvenes en su mayor
parte, p.ero todos ellos de espíritu fuerte y almas de dia-
mante.


Al cesar de publicar aquellag Hojas, que desaparecieron
bajo los golpes que sin descanso recibian por parte de las
autoridades y del gobierno, ¿quién habia de sustituir á
Terradas en el terreno árido y espinosísimo de la pr~nsa?


Cuello era sin duda el géniomasá propósito, puesto que
esgrimia la pluma con eléctrica velocidad y á impulsos so-
lamente de su sentimiento.


No necesitaba en aquella época el naciente partido, ni
al sabio filósofo, ni al profundo diplomático; róqueria sola-
mente la audacia del que dice la verdad á riego de todo y
á pesar de los dictados mas groseros y humillantes.


Debia tener valor para sufrir que le apellidasen loco,
tur"bulento, am"bicioso, enemigo de la li"bertad y hasta vendido al
opuesto "bando moderado.


Nada de esto le arredró: estaba escrito que el jóven
guardia nacional sustituiria al hombre de voluntad de
hierro y de espíritu indomable; al hombre en cuya cabeza
bullia solo un pensamiento, la dignidad del género huma-
no: y así fué.




NA.CIONAL . 641
. PermítasenGs aquI una sola palabra sobre la· Hojas de


Terradas.
Cuando hoy, al través de la distancia y de la muerte,


pasamos sobre ellas una de esas miradas con que pretende-
mos evocar el pasado, brotan nuestras lágrimas, y las bañan
línea por línea, como si el pasado y el presente estuviesen
unidos por una cadena de horrores.


Cada palabra es un anatema, sí; juntas, la espresion
primera de una doctrina no escrita hasta entonces, 'en nues-
tra patria, sino en lo mas vago y profundo de su concien-
cia, y apenas entrevisto en sus lejanos y oscuros horizontes.


Son el vagido primero de una filosofía no formulada
hasta mucho mas tarde, son la ruda sacudida de todos los
dolores sociales reunidos, la brusca voz de todas las nece-
sidades juntas.


Luchan con las hornadas de setiembre, y en esa lucha
titánica logran arrebatar del pecho de miles de ciudadanos
y hasta del mismo blason español la cinta del glorioso pro-
n unciamiento.


Va derecho á una idea y arrolla á su paso cuantos obs·
táculos se le presentan.


No tenemos noticia antes de las Hojas de Terradas, de
ningun escrito en España que clara y terminantemente se
pronuncie enemigo de las vIejas formas políticas: hist6ri-
camente, Terradas es el primero; Terradas es el fundador en
España del partido político, de la escuela filosófica que hoy
llamamos comunion democrática.


Mas como la realizacion de «esos,) grandes hechos que
furman época en la historia de los pueblos no es el resulta.
do del viento que mueve por casualidad la flor de los cam-
pos, sino uu acontecimiento fatal de la metemsícopsis de




642 LA SOBERANIA


los pueblos, y es constantemente en el órden histórico de
la ideas que, cuando la hora de encarnarse una de ellas ha
llegado, no brota en cérebro de uno solo, así tambien en
Madrid, el Huracan vino á hacer coro con las lIojas revolu ..
cionariaso


Pero Olabarria era una segregacion de otra escuela, era
oriundo de otro partido, mientras Terradas no vertió otro
aliento, jamás derramó otra luz que la luz y el aliento de
la verdad, bajo una sola y esclusiva forma.


Olabarria, pues, no pudo formar partido, sino lectores;
Torradas, no solamente le formó, sino que pudo trasmitirle
todo el tesoro de su fé y de su inflexibilidad.


Por esto vemos á Cuello á últimos del mismo año, 1842,
director del periódico titulado El republicano (despues La
Campana), y al partido de que era eco, presentar un cuerpo
compacto y homogéneo á las iras enemigas.


Era en el mes de noviembre.
El Republicano aparecia brotando la hiel á borbotones, y


la autoridad civil quiso cauterizar con su vara esa llagu
social.


Cuello y los demás colaboradores del periódico fueron
presos y conducidos á la cárcel, so pretesto de un escán-
dalo acaecido en la noche de un domingo, pero al difundirse
la noticia por la ciudad y sus alrededores, todo fué confu-
sion y alarma.


La milicia nacional se creyó ultrajada en la persona de
algunos de sus oficiales; la libertad de emision del pensa-
miento por medio de la prensa se consideró en grave peli-
gro; la seguridad personal vacilante y los soldados de l:i,
nueva idea llamados al combate.


A las ocho de la mañana del 15 de noviembre, las cam-




~ACIONAI •. 643


panas del centro de la poblacion rompieron en destempla-
dos toques de arrebato y el mortífero plomo se estrellaba
contra el pecho de un puñado d~ creyentes parapetados en
las inmediaciones de la plaza de la Constitucion.


El combate duró tres dias; encarnizado, sin tregua y sin
descanso ... Pero triunfó la milicia, triunfó la prensa, triun-
faron los soldados de la nueva ideaL ..


Las tropas se retiraron á sus cuarteles, y lo~ presos
fueron rescatados y llevados en triunfo al centro de los
amotinados.


Un día despues eran dueños de los cuarteles y fuertes
de la guarniciono


Quien hubiera seguido á Cuello en aquellos dias de
vértigo y terror, hubiera podido admirar todo el entu-
siasmo de su corazon.


Su persona se multiplicaba y difundia en todas partes.
En la prensa, en el consistorio, en la retreta, en las


barricadas, allí estaba él; allí su voz se levantaba y pre-
valecía.


Pero aquel movimiento y aquel triunfo de las masas
habia sido como la erupcion de un cráter, impensado y
llevado á todos los ánimos el asombro; nadie podía darse
cuenta de lo en que tal vez él mismo habia sido parte ac-
ti va, ó cooperador al ménos.


Erupcion tal, que solo una lluvia de fuego y hierro,
vomitada por las cien bocas del jigante, Monjuich, pu.do
apagar, ó mejor dicho, mal encubrir con la propia lava que
habia derramado.


Cuello tuvo que deponer su espada y salvar su vida en
la emigracion.


AquÍ se interrumpen sus estudios universitarios; aquí




644 LA SOBERANIA


su vida, basta entonces uniforme, aunque mas ó menos
agitada, cambia de aspecto.


Solo los que conocen por sí mismos la vida' errante de
las emigraciones, comprenderán toda la amargura de Cue-
llo en pais estraño; falt(\ absolutamente de recursos, de-
janeo detrás de sí una familia á quien idolatraba, tenien-
do delante una oscuridad impenetrable y viéndose rodeado
de prefe ... otos y gendarmes , calabozos y cadenillas de la$
que se valen en Francia para el trasporte seguro de lo~


.


condu0idos, sin distincion de edades, delitos, ni constitu-
cíon física.


¡Cuello tenia diez y siete años!
Pero nada le arredra; sabe manejar el pincel y en Per-


piñan, á donde se traslada con otros correligionariús, se
arma de aquel con valor, y trata de hacerle producir el pan
que ha de alimentarle.


¡Vano intento!
La Francia tenia sus artistas, quizás de sobra en aque-


lla época, y las ilusiones de Cuello debian desvanecerse
como el humo.


¿Quién los alimentó, á él Y á sus buenos amigos'?
~Quién les vistió? ¿dónde se albergaron?
Hay una mano misteriosa que aparece siempre para los


desamparados que gimen en pais estraño, sufriendo toda
clase de penalidades: es la mano de la fraternidad que está
visible en todas partes, simbolizada por el ojo de la Provi-
dencia.


La Francia encierra un gran número de demócratas, y
por do quiera pasan nuestros emigrados, un ósculo de paz
se posa sobre sus frentes.


Dulce es encontrar hermanos por todas partes) pero es




NACIONAL. 645


amargo, :ya que no humillante, el pan que uno mismo no
se ha ganado.


En mayo de 1843, condensada la atmósfera reyolucio-
naria en el recinto del congreso, estalló una tempestad vio-
lenta que, á los gritos de ¡Dios salve al país! ¡Dios salve á
la reina! estendió sus alas sobre la nacion como un cuervo
de augurios funestísimos.


A semejante grito, Cuello, desafiando toda clase de pe-
• ligros, atraviesa las fronteras y se presenta en Sabadell,


donde ondeaba la bandera revolucionaria.
Pero falseado aquel movimiento, por la espada de UD


coronel, Barcelona contestó con el grito de ¡Junta contral ó
muerte! y la mnerte la acosó por todas partes.


Tres meses de bloqueo, tres meses de un e~carnizado
combate, durante los cual es se sucedieron los hechos de ar·,
mas mas brillantes, de nada la sirvieron, como no sea
haber añadido á sus timbres gloriosos el dictado de teme-
raria.


Durante estos dias, vemos á Cuello difundido tambien,
y multiplicado por todas partes: director de· El Porvenir y
de La llnion, audaz en el consistorio, elocuentísimo en la
comision militar de que era fiscal, valiente el 20 de no-
viembre, y mientras el capitan general D. Laureano Sanz
entra en la ciudad, por la ciudadela de la misma, Cuello
sale por la puerta de mar, á ampararse bajo el pabellon
francés.


Ambos pudieron verse en la plaza de palacio: el uno
entraba cabizbajo y profundamente conmovido apesar de
de su victoria; el otro atravesaba el puente como los anti-
guos republicanos romanos, por la coronada puerta Ha-
minia.




646 LA SOBERANIA
Otra vez en ~a emigracion, sus sufrimientos si cabe


son mayores, hasta que un año despues decide salvar d.e
nuevo I.as fronteras de su patria.


Hallábase Cuello á la sazon (1844) emigrado en Irún, y
á su entrada pt>r los Pirineos, fué preso y conducido á Pam-
plona, reclamado por la autoridad militar del principado
de Cataluña.


¿Cuál,fué la causa de semejante atropello'?
Durante la revolucion centralista del año anterior, sa·


bedora la junta de que en una casa del vecino pueblo de
SarriA se reunian varios individuos del bando opuesto, con
miras hóstiles al movimiento de Barcelona, salió la com ~
pañía de guias de la junta con objeto de sorprenderlos y
llevarlos prisioneros, pero no habiendo podido conseguir
esto último por haberse promovido una alarma general,
hubieron de fusilar á alguno de los prisioneres antes de
declararse en retirada.


Este hecho se consideró despues como un delito comun
y se atribuyó á Cuello.


Era falso; ni Cuello se habia hallado en la escursion,
ni tampoco la habia ordenado.


Cuello fué, sin embargo, trasladado de cárcel en cárcel,
ora á pié, ora montado en vehículos perversísimos.


La conduccion de un punto á otro de los presos en Es-
paña es uno de aquellos tormentos que no tienen nombre.


No se hace distincion ninguna entre los hombres polí-
ticos, y los mas infames criminales: para todos las esposas,
para todos los cordeles y cadenas.


Generalmente, si alguna distincion logra uno para sí,
la debe siempre :á la mayor 6 menor caballerosidad de los
encargados de su condllccion, no al régimen observado en




"SACIONAL. 647


estos casos; no á la ley, que ninguna prevencion hace sobre
e 1 particular.


Las cárceles de los pueblos de corta vecindad, designa.,
das como de tránsito, son pocilgas unas, subterráneas otras,
cuevas las ,mas.


y no en todas las poblaciones Hega el conducido á ser
albergado en las horas d~ descanso en esas mal llamadas
cárceceles, sino que hay algunas, y no pocas, que tienen




habilitados para estos casos inmundos corrales, donde, se-,
gun las estaciones del año, el frio es intenso ó el calor sofo·
cante; donde se mojan si llueve; donde, cuando hay petates,
debe el preso recibirlos como un inesperado y blando lecho.


Todo esto le estaba reservado á Cuello en el largo trán·~
~ito de Pamplona á Barcelona, sí, como sucedió en algunos
puntos, la mano de la fraternidad no le hubiese salido al
encuentro.


Llegado por fin á Barcelona sido y alta en la cárcel de
la misma, principió á instruirse en contra suyo. un proceso
terrible, encaminado á presentarle como un fiero criminal.


Pero su incul pabilidad era manifiesta; ¿qué podian de-
eir contra el ex-fiscal de la comision militar revolucio-
naria'?


Nada; la ley le escudaba en contra de sus acusadores.
Catorce meses de trabajos, encaminados á buscar el hilo


de una imaginaria cul pabilidad, no bastaron á lograrlo.
y ¿cómo habian de bastar? un delito comun no era si-


quiera suponible en Cuello.
Con todo, al fin de la causa recayó condena.
Pero, ¡qué condena! estrañamiento del principado y á


las 6rdenes de la autoridad de Montilla (reino de Andalucía).
Esta no es Ja sentencia que las leyes españolas pronulJ "




648 LA SOBERANIA
cian contra el crímen que se le imputa, sino la señal de la
ira de los gobernantes que temen donde están ellos á sus
enemigos políticos .


. Hé aquí á Cuello' en el término de tres años dos ve-
ces emigrado, dos veces prisionero, y ahora principiando
su era. de deportaciones y confinamientos.


Trasladado á Montilla, .vivió pobre y humildemente,
pero utilizando sus pinceles con un afan verdaderamente
her6ico.


Sin otro maestro que sus fáciles disposiciones, sin otro
modelo que la naturaleza, hizo en este dificilísimo arte los
nlas rápidos progresos.


Allí principió por retratarse á sí mismo, yeoncluyó re-
tratando algunos de sus compañeros; pero tan hábilmente,
que sus retratos eran objeto de la admiracion de todos.


Grande fué el horizonte que se desplegó á su vista des-
de aquel entonces.


Sus creencias políticas le habian hecho perder una car-
rera é imposibilitado de alcanzar un título académico; sus
infortunios le habian iniciado en los secretos del arte.


Este convenia mucho mas á la elevacion de su carácter.
Entonces pensó regresar á Francia, donde habia deja-


do amigos, y donde podia contar con algunos correligiona-
rios.


Rápido, como hemos dicho que era en sus ejecuciones,
lo verificó sin tomarse mas tiempo que el necesario para
su realizacion.


Desembarcado en Marsella se trasladó á Perpiñan.
Allí la emigracion se le hizo esta vez tan suave y lle-


vadera, que, emprendiendo con mayor ardor sus estudios
políticos, y l·elacÍonado eOll las mas respetables figuras d··;




649


la democracia francesa, escribia en una carta, (año 1845) á
un íntimo amigo suyo, lo siguiente:


«Solo echo de menos á mi familia y á vosotros; por lo
,demás, aquí estoy tan bien que sin tener deseos de hacer-
me francés, confieso que estas gentes son admirables.»


En el mismo año se proclamó la constitucion que nos
permitiremos llamar lvarvaez, y con este motivo el gobier-
no decretó una ámplia amnistía para todos los delitos po-
líticos.


Entonces Cuello se apresuró á volar al seno de su fa-
milia, abrazando de paso á Terradas en su pueblo natal,
Figueras.


Trasladado á Barcalona, sus numerosos amigos pudie-
ron ya observar en su frente la profunda y característica
arruga del hombre que ha pensado, y ha sufrido ...


Pero, ¿debía esperanzar por mucho tiempo el logro de
permanecer en su querida ciudad, junto á su familia y sus
amigos'? '


Nó: era precisoque propagara constantemente sus ideas
y lo hacia con esa fé y ese entusiasmo que solo cabe en
a1mas como la suya.


En los cafés y en los paseos, en el seno de la amistad
y de la familia, su voz era la de un infatigable misionero;
era un Evangelio abierto constantemente á la conciencia
de todos.


Así pues, llegados los acontecimientos de Solís en Ga-
licia (1846) no pudiendo las autoridades hacer otra cosa, de
nuevo le confinaron, pero ¿á donde'?


A Piera, . pueblo 'de trescientos vecinos, enterrado en
un rincon de Urgel; triste, inculto, con fama de enemigo
de las instituc.iones liberales?


¡OliO 11.




LA. SOBER.~NIJ\.


Quien habia de decir, sin embargo, que allí mismo n~
habian de faltarle amigos y habia de convertir á no po-
cos'?


¡Ah! hay hechos verdaderamente providenciales.
Los confinamientos políticos no tienen mas razon filo-


sófica en la historia, sino de ser eficacísimos medios para
la difusion y estension de las ideas que quiere la Provi-
dencia sean recibidas con doble efasion y entusiasmo.


Tiene, la palabra de los que sufren las iras del poder
cierta mágia, cierto encanto, que cautiva á los oyentes de
una manera fascinadora.


Cuando hubo implantado, pues, en Piera y sus alrede-
dores la fructífera semilla, «¡ella crecerd!» se dijo así mis-
mo y, empuñando el bordon del peregrino, en la imposi-
bilidad de volver á su ciudad natal, se fué á recorrer los
reinos de Valencia, Múrcia y Andalucia.


Allí, burlando la vigilancia de las autoridades, pasó
cerca de dos años viviendo de sus pinceles y ejerciendo la
propaganda.


¡Qué apostolado tan entusiasta dejó establecido· dónde
quiera que fijó la planta!


¡Entre sus discípulos, muchos cuentan hoy sus maes-
tros!. ..


¡Cuántas gracias debia dar á sus perseguidores!
Despues logró regresar á Barcelona.
Llegó el año 1848, memorable por tantos conceptos.
La monarquía de Luis Felipe habíase desvanecido como


un soplo, á la voz de ¡yd es tard6! despues de tentar su úl-
timo esfuerzo y de arrastrarse á los piés de sus súbditos.


Tambien el pueblo español se sintió de sus resultas
fuertemente sacudido.




~ACIO~AL. 651
A los que en aquellos dias de ira y de venganza no lo-


graron, providencialmente, ponerse en salvo, las cárceles
y presidios, las deportaciones á ultramar y la muerte le
salian al encuentro por todas partes.
Cu~llo no Jogró salvarse de aquel gran naufragio polí-


tico, y sopretesto de cierto alboroto acaecido en la univer-
sidad de Barcelona, se le confinó á Ibiza.


Pero Ibiza era un campo demasiado estrecho para él.


El rumor de las olas que se estrellan contra las rocas que
la rodean por todas partes, el brillante cielo que cubre la Isla
como una bóveda de bruñido acero, en cuyos orizontes los
celages parecen grandes y transparentes montañas de hie-
lo; rodeada de una vegetacion lujosa y embalsamadora de
las brisas} arrancaban de Cuello poeta, de Cuello artista,
esas lágrimas preciosas que son la nostálgia del alma, que
son la espresion de ese sentimiento indefinible que nos im-
pele á amar sin saber á quién, á huir sin saber á dónde.


Cuello, en este estado, formó serios proyectos de eva-
BIon.


Pero, i,c6mo lograrlo'?
Rodeado de mares, faltos de recursos todos sus amigos,


y sujetos á una vigilancia rigurosísim.a, ¿no era una em-
presa algo temeraria'?


No importa: el poder de su voluntad no conoce límites.
Donde quiera descollaba un corazon sensible, allí Cue-


llo tenia un amigo, y el mismo carcelero encargado de su
eustodia por las noches, no carecia de sensibilidad.


Este carcelero, pues, debia ser su libertador.
Convenidos con el patron de un pequeño laud, aguar-


daron una noche oscura, que no tardó en presentarse, y
Cuello y otros amigos suyos se embarcaron en él.




652 LA. SOBERANÍA


El espíritu de Cuello y sus jóvenes y entusiastas com--
pañeros se dilató de placer, tan pronto se hincharon las
velas de su frágil buque, pero se iba comprimiendo á me-
dida que dejaban trazada. en la superficie de las aguas la
estela que les indicaba que, si bien abandonaban su cárcel,
iban en pos de la emigracion.


Frágil era elland y el cielo estaba encapotado: la mar
iba engr~sando por momentos y la tempestad se anunciaba.
por medio de hondos y pavorosos truenos.


Priccipi6 á llover y á cruzar el relámpago sobre sus
cabezas.


El viento rugia y el huraean se declaró con toda su po-
ten te magestad.


Cuello, en la cubierta del buque, ayudaba á los mari-
neros en sus maniobras, flotando al aire su melena, como
la delleon ensoberbecido, por la furia del vendabal. .. Mas
llegaron al fin á la opuesta playa despues de peligros sin
cuento desembarcando en la africana costa.


¡Tercera ~lez emigrado!
Las peripecias de la emigracion siempre son las mis-


illas: dias de amargura, horas de agradecimiento, pero el
corazon siempre exento de alegría y felicidad.


Las horas del proscrito, son eternas consumidoras del
espiritu: siempre recordando y siempre esperando; recuer-
dos que martirizan y esperanzas que enloquecen y enfer-
man nuestra alma.


No le balt6 á Cuello la. variedad de costumbres del afri-
cano suelo; las selvas 6spesísimas ni sus cálidas llanuras¡
ni las poéticas imágeJ;les de sus mares, ni aquellas tibias
noches en que la luna, mas clara y reeplandeciente, parece
que derrama sus miradas con doble cariño sobre las flores




)iACIONAL. 653
y torren.tes, sobre las agujas de las mezquitas y los mira-
dores de Argel.


Cuello lo ve todo con glacial indiferencia, porque los
ojos de su espíritu no están clavados en la tierra sino fijos
en el porvenir.


¡Una civilizacion aun mas atrasada que la nuestra! ¿có-
lllO no habia de pesar sobre su corazon como la losa de un
sepulcroY


El Africa no era el punto que á Cuello conviniera; neee-
sitaba otra sociedad y otra cultura.


Otra vez refugiado en Perpiñan, otra vez u.nido á Terra-
das, pensaron sériamente en un cámbio político para su pa-
tria cuantos se hallaban allí privados de atravesar las
fronteras.


Entonces se proyectó por algunos la coalicion de los
tres opuestos bandos, carlista, progresista y republicano,
para de consumo derrocar del poder al enemigo comun.


Semejantes coaliciones siempre son monstruosas ¡los
que á ellas se prestan, sino les escusa la mas crasa estu-
pidez en política, la . mas alta crimiim.alidad les acusa terri-
blemente.


Los resultados de este nefando consorcio fueron dos
años de guerra civil en el Principado, sobre el cual, hom-
bres sin ninguna moralidad, se arroj aron vejando á los pue-
blos, alentando la vagancia, robando á los ayuntamientos
y derramando inútilmente la sangre de sus hijos.


Cuello y Terradas fueron la mas elocuente protesta de
semejantes desaciertos: sus eartas, stLS manifestaciones y
su actitud particular, prueban á. todas luces oon cuánta
energía los reprobaban,"y el desenlace de esta¡gnerra,jus-
tifica que ni ellos ni su partido podian tener l~ mas peque-




654 LA. SOBERA~1A


ña complicidad con hombres á quienes, si no pudo des-
truirlos una incesante pel.'secucion, bastó que sus enemi-
gos les enviasen al campamento unas cuantas talegas de
oro.


¡Qué baldo n para pechos españoles! ...
Restablecida la paz y decretada una amplia amnistía,


Cuello corrió á abrazar á sus amigos y se restituyó por ses-
ta y 'lUti~a vez al seno de su familia.


Desde entonces, y quizás con objeto de prevenir males
mayores, se dedicó á organizar el partido democrático, y
lo hizo con esa fé y entusiasmo con que precedia en todos
los actos de su vida.


A últimos del año 1850 era secretario de un comité en
que se hallaban representadas las cuatro provincias.


¿Cuál era la mision de este comité?
Ensanchar la organizacion del partido, haciéndola os-


tensible en toda España, para lograr mas eficaz y rápida-
mente la propagacion de las doctrinas democráticas.


En junio de 1851 continuaba en el mismo cargo.
Ahora bien; este rápido resúmen biográfico que acaba-


mos de trazar para dar á conocer, aunque imperfectamente,
la persona que es objeto del presente crímen, nos manifies-
ta palmariamente, que Cuello era uno de esos caractéres
pertinaces é incansables en la marcha que una vez se han
trazado; que, hombre de talento, pero de mas corazon to-
davía, los obstáculos, fueren cuales fueren, no eran para él
mas que otros tantos estímulos que solo conseguian redo-
blar su ardor y su entusiasmo.


En nueve años consecutivos no le vemos descansar un
solo . momento.


En el combate, en la emigracion, en las cárceles, en el




~ACIONAL. 055


confinfi1iento, en las provincias perseguido y errante, en
el seno"Vde su familia ganándola con sus pinceles el susten-
to, en todas partes vemos á Cuello dominado por una sola
idea, la propaganda.


Si quisiéramos ahora trazar algunas líneas de su carác-
ter privado, si nos fuese dable relatar algunos rasgos de su
vida íntima, veríamos la causa de tanta idolatría por él en
las masas, de tanto respeto por él en sus propios adversa-
rios políticos y de tanta estima por parte de Terradas y los
hombres mas importantes de la democracia, no ya de Es-
paña, sino de Europa.


Así se justifica el ódio que le profesaban sus pertinaces
enemigos.


Las elecciones para diputados á Córtes de la lejislatura
del año 1851 fueron de las mas reñidas que hayan podido
celebrarse en Barcelona.


En el distrit~ de la Lonja, el partido democrático pre-
sentó su candidato en oposicion del progresista, y triunfó.


Esta era la primera señal de la eficacia de los trabajos
del comité de que hemos hablado, que, forzoso es decirlo,
hizo jugar como simples elementos de triunfo, á no pocos
de sus contrincantes.


De aquella lucha electoral amaneció diputado por pri-
mera vez el Sr. D. Estanislao Figueras.


Antes de ir á tomar asiento en el Congreso el nuevo re-
público que ~ntos dias de gloria habia d~ dar posterior-
mente al partido democrático, trataron sus numerosos
amigos y correligionarios de o bseq uiarle con un modesto
banquete.


Fueron tantos los que se apresuraron á inscri1;lirs~ pa~a
llevar á cabo semejante pensamiento, que, debiendo pasar




656 LA SOBERANIA
de mucho el número que determina la ley para r~wnes
de objeto lícito, se trató de dar á las autoridades clñles el
conveniente aviso.


A este objeto, Cuello y otro de sus mas íntimos amigos
(D. Antonio Pareto), se personaron con el inspector de vi-
gilancia y seguridad pública D. Ramon Serra y Monclús.


Manifestáronle el caso, y éste les autorizó por lo tocante
á su ministerio, pero reservándose ponerlo en conoeimien-


,


to de las autoridades superiores.
Dícese, que al despedirse, '!I este estremo oora en la, causa;,


el señor inspector hubo de detenerlos á pretesto de comu-
nicarles en secreto un asunto de suma importancia.


De pronto los dos amigos aguardaron oir de su boca al·-
guna de las amonestaciones tan frecuentes por parte de los
gobiernos en aquella y otras épocas, como por ejemplo:
-<das autoridades no pierden de vista á los periurbado-
res;»-«se sabe que ustedes conspiran y sentirí.1mos vernos
en el duro tran,ce de tener que obrar con mano fuerte. No
se ñen ustedes de ~ mejGres amigos, porque ellos son los
que les venden. Todo lo sabe el g®ierno, etc., etc.»


Pero esta vez se equivecaron, segun parece, puesto que
lo que hubo de decirles la indicada autoridad fué en resú-
men:-«Guárdense ustedes de los progresistas, porque
quieren asesinarles.»


Estas palabras, dado caso de ser ciertas cemo lo afirman
los testigos, era una tremenda acusacion contra un partido,
qne elks los primeros debía.n rechazar, porque aunque
adv<0rsarios y adversarios en alto grad(), puesto que en
principios están separados por un abismo, en España,' si
hay asesinos en 1()5 partidos, M aa" partidos t!e asesinos.


Rechazaron, pues, con la indignaeion que se merecían




~ACJONAL. 657
semejantes palabras, pero imagínese cuál seria su asom-
bro cuando, segun declaran, oyeron de boca del inspec-
tor tres nombres propios y apellidos, designándoselos como
autores principales de la supuesta conspiracion en contra
suya.


Los nombres de los tres sugetos, que no escribimos
por tenerlos en mucha estima, socialmente hablando, eran
conocidos de 'Ouello y Pareto, y no ya conocidos, sino ami-
gos particulares. ~ •


Así es que, por el pronto, no pudieron disimular cierto
despecho en contra de semejante vii suposicion, pero al fin


, lo echaron á broma contestando:
-Si tales son los que han de asesinarnos, no dej aremos


de dormir tranquilos ni una sola noche ...
El banquete en honor del jóven diputado se celebró en


la tarde del 25 de mayo con toda la cordialidad y armonía
apetecibles, hasta que al fin Ouello hubo de referir á su
amigo Figueras 10 ocurrido.Oon el inspector, y si bien la


t .


noticia se generalizó, solo ¡iudo inspirar á algunos el· mas
solemne desprecio.


Pasaron algunos dias, y á eso de la una de la tarde del~;~'
lunes de la Pascua de Pentecostés, en ocas ion en que Oue-
110 y su amigo Pareto atravesaban la Rambla nombrada
del Oentro, les llamó Sarra y Monclús y les dijo:


-Acuérdense Vds. de mi anterior aviso; se persiste en
la idea de llevar á cabo lo que á Vds. indiqué.


y ofreciéndoles, para el caso de ser atacados; un medio
de defensa, añadió:


Pidan Vds. licencia para usar armas; yo informaré fa-
vorablemente '1 no dudo la alcanzarán.


Esta indicacion fué rechazada con energía, protestando
HilO 11. 83




658 LA SOBERAKU


que el uso de armas era simplemente un compromiso que
ellos no querian arrostrar.


Desde entonces Cuello, que tenia la costumbre de reti-
rarse algo tarde á su casa, observó diferentes noches que á
cierta distancia le seguia alguno con aire misterioso y paso
lento: jamás dió á este hecho la menor importancia, atri-
buyéndolo lisamente á instrucciones que, respecto de él,
tendria la policía.


'Sin embargo, aconsejado por algunos de sus numerosos
amigos para que tomara algunas precauciones, ó inspirado
por uno de esos secretos presentimientos de nuestro ánimo,
decidió dar el siguiente paso.
Er~ la noche del 20 de junio.
El cielo estaba encapotado y anunciaba tempestad; á la


luz de los relámpagos se veia suspendida entre la ciudad
y el monte una bóveda plomiza y cargada de electricidad.


El lejano y apenas perceptible rumor del trueno se con-
fundia COl: el sIlbido del viento que arremolinaba la arena
y las hojas caidas de los árboles.


Las nubes principiaban á desprender unas gotas menu-
das como las del rocío, pero pesadas y abrasadoras.


Cuello, con un paraguas que llevaba plegado debajo del
brazo, atravesaba, á la corta luz de los relámpagos, un es-
cabrosa vereda que desde Barcelona conduce al inmediato
pueblo de San Gervasio.


Llevaba sombrero hongo negro, y una tuvina-saco de
color ceniciento.


Cuando tocaba á las primeras casas del pueblo, la llu-
via y los truenos principiaron á arreciar de firme.


Entonces abrió el paraguas, atravesó la calle Mayor que
estaba desierta y sombría y se encaminó á una casa de as-




NACIONAL. 659
pecto rústico, un tanto apartada de la poblacion, y suspen-
dida sobre un profundo torrente.


Llamó, pero el laido de los truenos impidió sin duda
que los que adentro habia le oyesen.


Vol vió á llamar entonces de una manera particular, y
la puerta se abrió como por enoanto.


Se internó en la casa, subió una escalera que habia en
el fondo, sin luz y sin guia, y se presentó en u.na estancia
cuadrilonga, mal alumbrada por la opaca luz de un quin-
qué, yen la cual se hallaban sentados al rededor de una
ancha mesa hasta UDOS diez individuos.


Al ver á Cuello, como una repentina aparicio n en me-
dio de la tempestad, todos se sorprendieron.


Algo importante iria sin dU,da á comunicarles.
Pero lo raro era que Cuello no habia sido invitado á


asistir, porque precisamente allí se habian reunido para
tratar de su persona, á la cual, creyendo en inminente pe-
ligro, iban á destinar sin que él lo supiera, una guardia
secreta que velase constantemente por Sll seguridad.


Semejantes individuos eran los que consti.ian el Ca-
milé de Propaganda democrática de aquella época y del cual
Terradas era presidente y Cuello secretario, aunque el pri-
mero á la sazon ausente.


Tomado que hubo asiento y despues de cambiadas algu-
nas palabras, dijo:


Señores:
Vengo á poner en deliberaciDn un proyecto qu~ he for-


made ...
Hace algunos dias que, como todos sabeis" se nos ha


advertido por.la misma policía que peligraba la vida de al-
guno de nosotros.




660 LA SOBERANIA.


Yo puedo responder por mí mismo que no hay aquí
quien tenga miedo á la mU6l'te, mayormente si hemos de
recibirla por manos de algun mercenario asesino y en nom-
bre de uno ú otro de los partidos políticos que hoy nos com-
baten, en cuyo caso, brota:ria un apóstol por cada una de
las gotas de nuestra sangre.


Pero, señores, aquí :no estamos por nuestra sola volun-
tad' sino pJ)r la espresa del partido, al que debemos evitar
por una parte los peligros de nuevas elecciones y por otra
el daño de no verse debidamente representado.


N uestra vida particular poco significa para cada uno de
nosotros, pero nuestra vida política debe significarnos mu-
cho: la obra de nuestra propaganda debe ser indestructi-
ble' inmortaL ..


Seguramente que hasta ahora, porque nos sentimos jó-
venes, reb9sando de salud y de valor, no hemos pensado
en la muerte; pero amigos, la muerte viene cuando menos
uno la espera, y en este de9g1'aciado caso, si llegara para
alguno U nosotros, i,constaria este oomité de un. individuo
menos SOBre el q 118 muriese ,6 bien de.heria ser reempla-
zando el difunto'?


En este último supuesto i,c6mo S8 reemplazaría'? i,por
eleccion 6 por designacion'? ..


Recordad, señores, los inmensos peligros que aemos te-
nido que desafiar para llegar al punto en que hoy nos en-
contramos.


Cuello hizo ~quí un ligero alto durante el cu.I los con-
currentes se miraron unos á otros con aire de estrañeza I y
luego oonjinuó,:


-Amigos, creo que nada habeis peDSa80 8Qbre el par-
ticular, pero yo, que la pasada noche he querido dedicar á




NACIO:s'AL. 661


esta idea mis desv~los, traigo el pensamiento formulado:
- Oidme, y contestad á mis preguntas.


¿,Creeis que si alguno de nosotros muere, debe en el ins-
tante ser reemplazado?


Todos los concurrentes contestaron á una:
Q'l


-¡'-JI ...
-¿Creeis conmigo que si bien el medio mas justo seria


convocar al partido á nuevas elecciones, atendido el carác-
ter y ámplias facultades que nos ha conferido el mismo, y
los graves inconvenientes de semejantes actos, no seria mas
prudente que nosotros mismos nombrásemos una junta su-
plente para ir llenando las bajas que entre nosotros pue-
dan ocurrir?


Hubo aquí un instante de silencio durante el cual sin
duda meditaban las consecuencias de semejante acuerdo,
cuando al fin todos prorumpieron á la vez:


·S" -1 1 .•••
-Propongo, pues, continuó, ql1e cada uno de nosotros


se nombre su suplente, y que se haga por medio de pape-
leta cerrada y firmada en el sobre; que esas papeletas pa-
sen al poder de tres personas de fuera de la junta para su
guarda y custodia; que á medida que fallezca alguno, se
abra la que le corresponda para que el suplente pueda en
el acto tomar asiento en el comité ...


-Aprobado, contestaron todos.
-Pues manos á la 0bra.
y cogiendo ca«la uno una cuartilla de papel y una plu-


ma, en medio del mayor silencio y recogimiento escribie-
ron un nombre, que"sl nnono pudo leer en el papel del otro.


Aquel aeto era4llponente: parecía un grupo de senten-
ciados á muerte esmdbiendo su última voluntad.




662 LA SOBERANIA
En el interior el silencio era sepulcral; en los alrededo-


res la tempestad rujía con estrépito.
La operacion duró como unos tres cuartos de hora.
Pasado este término, se propuso continuar en la órden


del dia.
¿Ouál era la cuestion pendiente'?
Aparte de las accidentales que á cada momento surgian,


se estaba á la sazon discutiendo El Catecismo democrático,
obra que posteriormente ha venido á ser el libro de testo,
si así puede decirse, de las clases proletarias, afanosas de
saber en pocas páginas quienes son, porque sufren y á dón-
de van.


Volvamos á la madrugada de San Juan.
Trasladado Cuello á su casa en la misma madrugada


del 24 y examinado por los facultativos del crímen y mu-
chos otros que se presentaron instantáneamente al saber la
desastrosa noticia, todos se abstuvieron de liacer pronóstico
alguno: el vulgo fué el único que 10 hizo y lo adivinó.


Por la mañana del mismo dia y á eso de las once, el
juzgado de S. Pedro se presentó en la casa, pero los faculta-
tivos dijeron no hallarse el enfermo en estado de declarar.


Efectivamente, Cuello despues de pronunciar algunas
palabras que repitió muchísimas veces) como si quisiera
dar á conocer q ne le dominaba una sola idea, cayó en un
profundo abatimiento.


¿Cuáles eran estas palabras'?
-¡Toma! decia, ¡tomal ¡esto te basta!
-y se referia á la voz que habia o~do de boca del que


le introdujo su navaja en el bajo vientre.
Es decir, se hacia eco de la conciencia que el asesino


tenia del crímen que en su persona habia perpetrado.




663
En la pared de la alcoba habia una lámina con los re-


tratos de los hombres que constituyeron el gobierno provi-
sional de la República francesa.


Cuello fijó en aquella lámina sus ojos chispeantes y pa-
reció entregarse á una profunda meditacion; inmóviles sus
párpados y ardiente la cabeza.


Desde aquellos momentos, su casa principió á ser inva-
dida por sus numerosos y apasionados amigos.


Ni un instante dejó de permanecer á su lado su Itlédico
de cabecera, don Andrés Guiamet.


Cada cuarto de hora se proclamaba el estado del enfer-
mo, que durante todo el primer diase redujo á repetir.


-La herida es de gravedad, los médicos no se atreven
á aventurar pronóstico alguno, encargando mucho silencio
y reposo.


Sus amigos, espontáneamente y sin proceder acuerdo
ninguno, se repartieron los cuidado$ que requeria el en-
fermo.


Los unos recibían lag numerosas visitas, los otros iban
por las medicinas, estos le velaban continuamente, aque-
llos prodigaban á su consternada. familia los consuelos que
requeria; aquí se escribia á los pueblos de la provincia,
allá se conteniael tumulto siempre creciente de la pobla-
cion, que se aglomeraba en la calle y puertas de la casa.


N o tenemos idea de un interés mas vivo en un caso se-
mejante' de un sentimiento mas profundo que el que aque-
llos dias manifestó este pueb~o para Cuello.


Si se hubiese creido en la eficacia de la trasmision de
la sangre, como para Mirabeau, mil ciudadanos hubieran
ofrecido la suya para volverle á la vida.


N o parecia sino que un rayo habia herido á ~tro Marat




664 LA SOBERANIA


y que las masas se sentian destruidas en la muerte de otro
amigo del pueblo.


Por esto todo el mundo preguntaba por su asesino .....
¡Ah! entre 10& asesinos de Cuello no hubo héroes ... en vano
á Carlota Goraai.


Durante aquel dia D. Antonio Pareto ~e presentó á de-
clarar ante el juzgado que entendía en la causa.


Llegó la noche y gracias á ciertos activos y eficaces
medicámentos, Cuello salió de su profundísimo letargo para
sentir toda la intensidad de sus vivísimos dolores.


Aquella noche fué terrible para los que le velaban;
como se despertara en el lecho de Procusto se sintió en su
baño de fuego y de espinas agudísimas: la luz heria á sus
ojos y no le alumbraba, cualquier sonido le era molesto y
no acertaba adivinar las mas lijeras inflexiones de la voz
de sus amigos; temblaba como si una atmósfera de bielo
le circuyese y sus miembros abrasaban.


Era la lucha de la vida y la muerte que principiaban
'$


á disputarse al hombre: lucha terrible en una organizacioD
como la suya que, á unos muscnlos de hierro estaba ad-
herido un corazon de niño.


Amaneció el dia 25 y despues de haber sosegado al-
gunos instantes en un sueño cargado de vérticos y pala-
bras incoherentes, volvió á presentarse el juzgado.


Cuello se sintió con ánimo de contestar á sus pregun-
tas y se le tomó declaracion.


La suya y la dePareto resultan exactas sobre lo que he-
mos dicho en el capítulo VI, referente al ~nspector de vi-
gilancia y comprueban las circunstancias consignadas er
la perpetracion de sus heridas.


La declaracion duró cerca tres horas.




NACIONAL.


Como si la naturaleza le hubiese concedido solamente
este tiempo para declarar, terminado que hubo, volvió á
sufrir los mas atroces dolores.


Se sentia devorado por una ardiente sed y un calor ir-
, resistible.


A cada memento en vista de su agitacion, se le sumi-
nistraban nuevos ausilios; pero ninguno era suficiente á
ealmar su estado desgarrador.




Desde aquel entonces puede decirse que una Junta pero.
luanente de los mas afamados médicos de la capital, ob-
servaba por minutos el curso de la enfermedad, iD8talada
en un gabinete contiguo á la alcoba del paciente.


El menor síntoma era estudiado y combatido en el
acto, pero la gravedad de su estado léjos de disminuir iba
recrudeciendo por instantes.


El aspecto de aquella casa era triste, sí, en aquellos an-
gustiosos dias, pero ofrecia al propio tiempo alg-o" grande
y sublime.


Un silencio sepulcral en medio del que sola seoia la
voz dd Cuello, dominando á todas las demas, reinaba en
aquella estancia el dolor.


La luz del cuarto era siempre igual, opaca y miste-
.


nosa.


En el gabinete contiguo entraban y sallan los médicos
An actitud grave y meditabunda; preparaban por si mismos
las lnedicinas y aun paladeábanlas antes de pasar aleuarto
del enfermo.


No se conocía la alternativa entre el dia y la noche:
todo era siempre igual.


N o cabiendo en la casa todos los destinados á su servi ~
üio, en el terrado de la misma se hospedaban constante~




666 . LA. SOBERANÍA


mente un buen número de ellos, allí dormían si es que 10-
grabaa conciliar· elSlleño en tan tristes circuns+..ancías;
allí suportaban los ardores de un sol de Junio, sin sentir-
lo quizás, en medio <le la emocion que les dominaba.


Entre la casa en cualquier punto, por distante que fue- '
se de la poblaei.en, no parecia sino que un telégrafo eléc-
trillo se b.aBia establecido~ todo se trasmitia instantánea-
mente.


La uomision de correspondencia, si así podemos lla-
marla, apenas bastaba para poder contestar á las cartas que
de todos los pantos del principado se la dirigían pregun-
tando por el estado del enfermo.


No p6C()8 amigos y correligionarios de fuera, sabedores
de tan sensible desgracia se presentaron á ofrecer perso-
nalmente sus servicios, pero uno solo logró penetrar hasta
la al6$lm del enfermo ...


¡,Quién el'& éste'?
¡QUé acendiente tan grande debia ejercer sobre sus


amigos cuando á su presencia todos le habrian paso!
Era Abdon Terradas que acudia presuroso á ver morir


á su querido discípulo.
Aquella escena fué desgarradora ... ¡Un beso y una lá-


grima! nada mas, ¡un beso y una lágrima que fueron Sq-
fiaiantes á. arrancar á raudales el llanto de cuantos allí ba-
bia.! ¡q.' elOOll6ncia tan imponente!


Too. l1n mundo de sentimiento, todo UD tesoro de amor
encerraban aquel ósculo sagrado, aquella gota de rocío que
rodaba por sus mejillas ... ni un instante mas se separa·
ron ya.


Todos ri valiaando en amor, en celo, en cuidados por la
víctima, las horas se hacian tardías ó eternas, esperaudo




NA.CroNAL. 667


un alivio, una palabra consoladora, perú estaba escrito, y
la última hora de su vida se acercaba .


., OchO' dias se pasaron en esta horrible ansiedad, hasta
que pO'r fin llegó elLo de Julio. "


Los facultativos ya no sabían á qué recursos apelar.
El enfermo medío delirante pedía taire, aiTél yagua!
Despues de una consulta en que al parecer no todos es-


taban confO'rmes, se ordenó un bañO' general y se permitió


suministrarle aire pO'r mediO' de abanicos.
Ouarenta y O'chO' hO'ras seguidas se estuvo practicandO'


esta operaciO'n, en la cual se relevaban sus amigos de qúin-
ce en quince minutO's.


El baño era un remedio heróico que, segun opiniO'n de
un conO'cidO' médicO' inglés, dado el caso de pO'der resistir
dO'ce minutos, solamente, podria traer la salvacion; lO'R de-


-mas desesperanzaban completamente, en términos q-tle 11a-
ruando á sus amigos y familia declararO'n, como fórmula
acO'stumbrada en estos casos, que habia llegadO' la hora de
apelar á los ausilios espirituales.


Al amanecer del dia 2, los amigos que se hallaban á su
lnas inmediato cuidado, pudieron obser"ar con asombrO',
que las facciones de OuellO' presentaban un aspe.ctO' tran-
quilo, que su respiracion era sosegada y que á la morbi-
dez de su rostro habia sustituido un calor pálido, si, pero
cuasi natural.


Un rayo de esperanza iluminó el corazon de toelos.
LlamadO's los facultativos examinaron d~~~te


al enfermO'; el cual cO'ntestó á todas las pregtln1h~~é 'Fe
dirigieron como hubiera podidO' baeef'lo 31 dispe1'ifft.r d~ Un
profundo y sosegado sueño.


El calor y el dolor habian menguado, perO' In fiebre se-
.~uia ~iempre en aumento.




t)t>8 r.A BOBERANtA
Los facultativos se cruzaron una mirada de desconfianza.
Adivinaban que el enfermo atravesaba uno de esos pe·


ríodos en que la sensibilidad física abandonaba al hombre
para dar paso á la muerte.


Entonces parece que el enfermo revive como aquellas
flores agostadas por la tempestad cuyo cáliz vuelve UI¡
rayo de sol á abrir por un instante.


Cuello lo conoció asimismo.
-¡Amigos, decia; todo es en vano! ... ¡Me voy!
Tena~s que comprimia con sus manos el pecho de


Cuello, como si quisiera detener su ardiente velosidad,
nada contestaba.


-¿Qué decis vos á esto? le preguntó, ¿no es verdad que
me muero?


-¿Acaso, le contestó, muere el hombre que ha vivido
consagrado al servicio de la humanidad?


-¡Ay, poco hemos hecho en su favor, querido amigo!
Pero en fin; puede que mi muerte a un le sirva de algo. Si
es así, perdono á mis asesinos y les. doy las gracias ...


Mas tarde pidió que abriesen los balcones de par en par,
y se lo concedieron.


Un rayo de sol entró hasta su alcoba.
-- ¡ AhI esclamó fijando una mirada de alegría en sus


resplandores, yo te saludo para cuando tus rayos alum-
bren el próximo mundo de la fraternidad.


Tú has visto caer los altares del paganismo como haR
visto&pagarse una á una las hogueras de la Inquisicion;
tú verás tambien desaparecer como los vapores de la san-
gre de un campamento, el presente siglo de horrores é
iniquidades ... Tú eres eterno: alumbra con mas rauda]es
de oro, si te es posible, las futuras generaciones!




NAC!ON.U., 669
y volviendo la cabeza pareció entregarse á una profun-


da meditacion.
Pocos momentos despues hizo un movimiento como si


quisiera incorporarse, tosió con alguna dificultad, y dijo:
- ¡Música! ¡música! ¡dejadme oir música!. ..
Al instante colocaron sobre la mesa una cajita armo·


lllosa.
Una ária de la gran Norma se dejó oír clara y tiistinta.-


'mente.
Cuello la oyó con recogimiento, y cuando hubo termi-


nado esclamó:
-Bella composicion, sÍ; pero otra cosa: ¡pronto, pronto!
Trajeron entonces un armonium de suaves pero melo-


diosísimas voces.
Tocáronle el canto de los girondinos.
-¡Oh, nó! esclamó; tampoco, tampoco es esto!. .. Quiero


otra cosa!
Terradas se acercó al armonium, movió los registros y


á las primeras notas le preguntó:
-¿Es esto, querido amigo, lo que quereis'?
Tocaba la Marsellesa.
-¡Ah, sí! contestó: la Gi'l'onda ha muerto ha cincuenta


y ocho años; la Montaña es inmortal!. ..
Dicho volvió á entregarse á un profundo recogimiento,


del que no debia salir hasta el mediodia.
A esta hora volviéronle á acosar sus vivísimos do~


lores.
Los médicos declararon que la gangrena se habia for-


ruado y hacia rápidos progresos.
-¡Agua! ¡agua! y aire! volvió á gritar.
Mientras se oyó una voz por la parte esterior que decía:




670 LA :=lOBERA NJA


-¡Un confesor!
Terradas abandonó al enfermo y se precipitó rápida-


mente al punto de donde habia salido aquella voz.
Un cura se hallaba en animada con versacion con va-


rios de los amigos de Cuello; pedia ver al enfermo.
-¿Para qué? le preguntó Terradas.
-i, y me lo preguntais~ le contestó el cura. ¿No ha en-


trado la ~muerte en esta casa?
-Todavía nó, querido.
Cuello llamaba en aquel instante á su anligo: todo l(¡


habia oido.
-¿Ha muerto Aquiles~ le preguntó.
·--Aun nó; pero no hay cuidado para Troya: no será to-


mada.
- ¿Y Adelaida '?
-Está aguardando en el inmediato gahinete.
- Que entre.
---Pensad que toda agitacion os es funesta.
-Un minuto mas ó menos de vida ¡qué importa! Dad-


me este gusto! ...
Cuello amaba, como aman siempre las almas grandes, ú


una mujer que en nada se parecia á las demás.
Durante los días de su enfermedad, Adelaida, no le


habia abandonado un solo instante; pero desde aquella ma-
drugada todos la habian suplicado que se retirase, lo que
solo habian logrado prometiéndole que la dejarian rec)jer
el último suspiro de su amante.


Terradas la llamó y Adelaida entró fingiendo una in-
decible tranquilidad.


Cuello suplicó á todos los demás que se retirasen ...
Lo que entre los dos pasó nadie lo sabe; es un misteriu




NACIONAL. 671


para todos: solo se observó que la música cesaba y que
Cuello repetia con voz de mando:


-¡Lo quiero! ¡lo quiero!
Quince minutos despues, Adelaida salió con paso vaci ...


lante del cuarto.
Llevaba el cabello descompuesto y una gruesa lágrima


engastada en sus párpados.
El color de su rosü'o era mas pálido que nun~a y una


raja azul circnia sus ojos ardientes y chispeantes.
Al atravesar los umbrales de la puerta se apoyó en el


brazo de Terradas y prorrumpió en ahogados suspiros.
-¡Entrad, amigos, entradI les dijo.
¿Habia muerto Lepelletier'? ..
Nó.
Restaba todavía que tomase el baño ordenado por los


facultativos en la víspera anterior.
Debia intentarse el último esfuerzo.
A las tres de la tarde todo estaba preparado.
Se cerraron los balcones, se introdujo el baño en la al-


coba, y con· ayuda de cuatro individuos se le sumergió
en él.


La primera impresion del agua le fué dolorosísima; sus
dientes rechinaron y un fuerte estremecimiento recorrió
todo su cuerpo.


Terradas, con un reloj en la mano, iba contando los
instantes con febril ansiedad.


Conocia que se estaba pronunciando la última palabra
de la ciencia, quizás sobre un cuerpo ya difunto.


Pasado el primer minuto cesó el frio, el segundo lo pasó
con los ojos cerrados y la; cabeza reclinada sobre el pecho de
un anligo; pero al tercero se la hacia difícil la respiracioD ..




672 LA SOBERANlA
Diéronle á aspirar alguna esencia, que rechazó con en-


fado.
-¡Cuello!. .. es clamó un amigo como reconviniéndole


dulcemente por aquella acciono
-¡ Aire! ¡aire!... ¡agua!... ¡pero fria!... ¡ Me bañais en


fuego!
Dentro la alcoba habia dos facultativos y algunos otros


amigos,uademás de los que le sostenian sumergido en el
baño.


Estos cojieron un par de abanicos y le dieron aire.
-¡Aprisa, aprisa!. .. ¡mas, mas! ¿no veis que ardo~
Uno de los facultativos le tenia de la mano observán ,-


dole el pulso en medio del silencio mas imponente.
Efectivamente ardia y el precipitado movimiento de tlUS


arterias podia observarse á la simple vista.
Terradas contaba ya el cuarto minuto.
Sin duda tenia fé aun en la última palabra de la cien ~


. CIa.
En esto el baño se iba poniendo turbio y ligeramente


enroj ecido.
-¿Cómo os encontrais'? le preguntaron.
-Como Prometeo, sintiéndome devorar las entrañas:


con la sola diferencia que no hay esperanza para mí. .
-¡Oh! sí, contestóle Terradas, que veia en su reloj


trascurrir el quinto minuto: ya casi ha trascurrido la mi-
tad del tiempo.


-¿Qué'? esclamó Cuello arrojando á su alrededor una
mirada horrible.


-Que solo faltan siete minutos.
-¿Para qUé? ¿para qué~
y mientras esto decia~ iha retorciéndose en los brazo~'




NACIONAL. 673


de los que le sostenían como una serpiente herida por los
,dardos de un cazador.


-Para terminar este remedio tan penoso, le contestó
Terradas.


-¿Pensais que soy de hierro'? .. ¡no puedo!
-Pero sois valiente.
-¡Bien, bien; sacadme!
-¡Cuello! ¡Cuello querido! un esfuerzo mas!
-¡No puedo!. .. ~
Rayaba el sesto minuto.
-¡Me asesinais! gritaba.
-¡Oh! nó, nó! queremos salvaros!
-Pues yo quiero morir; pero no aSÍ; notan cruelmente ...
-Pensad en lo cara que nos es vuestra vida, pensad


que aquí todos os amamos.
-¡Oh ... qué horribles sufrimientos!
AquÍ lanzó un agudo rugido y haciendo un último es-


fuerzo para desprenderse de los brazos atléticos que )e
aguantaban, se desplom6 como una roca en el fondo del
baño.


No habia perdido el sentido, pero acababan de abando·
narle todas sus fuerzas.


-¡Cuello! Cuello! gritaban todos.
Pero Cuello no contestaba.
Aquellos momentos fueron horribles para sus compañe-


ros que rivalizaban en cariño y amor por aquel mártir.
Cruzábanse sus miradas como preguntándose unos á


otros:
-¿Dejaremos que sufra por mas tiempo'?
Terradas, que veia deslizar en su reloj el séptimo mi-


.nuto, comprendió la vacilacion y dijo:
TOMO 11. );:¡




674 LA SOBERA~IA


-¡Sí!. .. por lo que falta ... que sufra un poco mas ...
Pero Cuello lo oyó, y como si repentinamente hubiese


recobrado todo su poder y energía:
- ¡Nó! gritó levantándose hasta sacar medio cuerpo


fuera del baño; ¡no puedo mas! ...
Terradas retrocedió un paso y cerrando los ojos buscó á


tientas con la mano la mesa que habia inmediata en la que
depositó el reloj.


- ¡Ocho minutos! murmuró entre dientes.
Faltaban cuatro para cumplir el término prescrito por


el médico.
Restablecido en la cama, le aconsejaron procurase su-


dar.
-¡Sudar! dijo: no quiero; ¡aire, dadme aire!. ..
Entonces Terradas que ya habia perdido la última espe-


ranza:


-Sí, sí, querido Cuello, le contestó; lo que quieras:
aire, agua, música, flores ... lo que quieras: pide, pide.


y un momento despues volvian á agitarse ante su ros-
tro dos abanicos; el agua se le suministraba fria; el armo-
nium tocaba la Mar!ellesa y sobre la mesa, sobre el tocador,
en las rinconeras de la alcoba, por todas partes, aparecie-
ron grandes vasos de porcelana llenos de flores derraman-
do torrentes de ambrosía.


-Ahora estoy bien, dijo y cerrando los ojos pareció caer
en un profundísimo letargo.


Hasta tres horas des pues no los volvió á abrir.
Eran las seis de la tarde.
Mandó en seguida entrar á su familia.
Una madre afligida, viuda, rodeada de ocho hijos de los


cuales el menor tenia cinco años y ninguno se hallaba en




KAClOXAL 675
el caso de producir nada para mantenerse; era un espectá-
culo hasta desgarrador para no haber conmovido á todos los
que lo prese:c.ciaron.


Los hermanos mas pequeñitos se arrodillaron al rede-
dor de su lecho, los otros en pié, procurando contener sus
sollozos, ni una palabra pronunciaron; todos los asistentes
se retiraron á una respetuosa distancia.


-¿Qué quieres hijo mio'? esclamó su madre afectando
alguna serenidad.


Cuello nada contestó.
Una mirada de esas penetrantes y agudísimas que solo


la muerte sabe derramar en su alrededor, fijó en el rostro
de aquella mujer afligida.


Luego como si buscara en el último término de aquel
e uadro á sus amigos, los miró tam bien.


No parecia sino qU9 con su ardiente mirada trataba de
establecer un lazo entre ambos grupos; no parecia sino que
les decia:


- Vi",id 10$ unos para los otros.
-¿Qué quieres'? volvió á preguntar la madre.
Cuello meneó la cabeza, y le alargó la mano.
Entonces ya no pudo c~ntener las lágrimas que se agru-


paban á sus ojos y abalanzándose sobre ellecM de su hijo
le inundó el rostro de besos y de lágrimas ...


Mucho costó á los amigos de Cuello arpancar á aquella
afligidísima madre de sus brazos; pero al fin lo consiguie-
ron, sin que una palabra ni una sola, se pronunciase en
aquel acto.
~os grandes dolores no necesitan palabra.s para darse á


comprender ...
Había llegado el último momento.




676 LA SOBERANÍA


Los amjgos rodearon su lecho y él habló de esta ma-
nera.


-¡Me voy!. .. guardaos de reuniros á mí hasta la con-o
clusion de vuestra obra ...


¡Perdono á mis asesinos! ... ·
Hizo aquí una. ligera pausa y despues continuó:
-Tengo sueño .. .
jBnenas noches! .. .
¡Hasta mañana! .. .
Volvió la cabeza hácia el Oriente y fijó sus ojos en la


lámina que hemos indicado en la pared de la alcoba.
Un profundo estertor sucedió á sus palabras á medida


que la palpitacion iba disminuyendo.
Cuando apenas podia oírsele, pareció queria decir algo.
Todos se acercaron á su alrededor y solo alguno pudo


adivinar que decia:
-¡Cúbrase la vacante! .. ,
En aquel acto sus ojos se nublaron repentinamente, li::l~


cama se estrameció, yel rostro de Cuello tomó una actitud
afable y risueña.


Acababa de espirar.
Eran las once de la noche ...
Pocos minutos despues, una mujer jóven, de talle es-


belto y ojos de fuego, esclamaba, derramando torrentes de~
lágrimas sobre el rostro de un cadáver:


--¡Dios te bendiga, ángel mio!
Aq uella misma noche el cadáver fué embalsamado.
Su habitacion se colgó de negro; sin adornos, sin fran-


j as, sin fl ecos.
En el centro se levantó un catafalco cubierto de paño y


donde se le depositó sin colchon y con solo una almohada




NACIONAL. 677


debajo la cabeza: ves tia frac negro: se le peinó y afeitó
como para asistir á una gran ceremonia.


No se le rodeó de atributo alguno, como no sea gorro
de terciopelo encarnado con borla negra que se le colocó
debajo los piés: ni cirios 'encendidos habia junto al ca-
dáver.


En la madrugada del dia 3 se abrieron para el público
las puertas de la casa ...




Desde entonces, como un torrente desbordado la ciudad
entera se pre'cipitó por todas las avenidas, inundando la
ancha calle de la Union, la escalera del número 8 y la ha-
bi tacion del último cuarto.


Un órden sin embargo mas admirable no le ha habido
nunca en casos semejantes.


Ni un salvaguardia ni un municipal: ningun signo se
veia que representase allí la presencia de la autoridad.


La escalera era estrecha y á fin de evitar tumulto y
confusiones se estableció un cordon á derecha é izquierda
de la misma que formaban los que subian por una parte y
bajaban por otra.


Con el mayor recogimiento, uno á uno, sin distincion
de sexos, edades ni categorías, avanzaban por la de!'echa,
penetraban en la hab,itacion mortuoria, describían un cír-
culo al rededor del cadá.ver, y, sin pararse ni interrumpir-
se, pero con paso lento y mesurado, volvian á salir por la
izquierda hasta la puerta de la calle.


Ni se permitió depositar junto al cadáver ni una. flor,
ni una corona, solamente se aceptaban, en nombre del
mártir, la elocuencia de las lágrimas y la protesta del si-
1encio.


Aquella larga procesion, aquella humana cadena fué




LA SOBERANIA


durante mas de cuarenta y ocho horas una grande arteria
por donde circuló la sangre de todo un pueblo.


Al anochecer del mismo diase presentó el juzgado.
Entonces se cerraron momentáneamente las puertas á


la concurrencia.
El inspector de vigilancia y seguridad pública habia


procedido á la captura de un individuo, llamado Ildefonso
Torres, por sospechas de hallarse complicado en las heridas
causadas á Cuello y demás consortes.


Llevaba consigo una navaja ocupada á dicho Torres é
iba acompañado del médico del crimen.


Desnudado convenientemente el cadáver, compararon
las dimensiones de las heridas con el tamaño y configura-
cion de la navaja, conviniendo en que:


«Todas las heridas causadas á Cu&11o podian haber sido
hechas con la navaja ocupada, escepto la del bajo vientre
(cau·sante de la muerte) que debia haber sido inferida pOl'
otro instrumento mas agudo. »


Antes de pasar á la narracion del entierro de Cuello,
:lno de los hechos mas elocuentes é indesmentibles del
amor con que aquel era querido de sus paisanos, y de lo
sentida que fué su muerte de todos los partidos, permíta-
senos estendernos en algunas consideraciones.


Dos cansas se formaron en aquella época:
Una en averiguacion y persecucion de los.delincuentes,


v otra de calumnia entablada contra don Antonio Pareto .
. :


Capturado como hemos dicho el Torres, por el inspector
de vigilancia, éste dijo hallarse efectivamente en la refrie·
ga y haber sido herido de un garrotazo, como se com-
probó.


Lo natural parece que recayendo sobre él semejant6s




NACIONAL. 679
sospechas fuese llevado á la cárcel y constituido por el
pronto bajo la mas rigurosa incomunicacion : nada de esto
sucedió, y sí con pretesto de buscar á sus corifeos, á lo que
se ofreció, se le dió un acompañante para que pudiese prac-
ticar las diligencias que creyese oportunas para el logro de
su objeto.


Semejante modo de proceder no sabemos sea aceptado
por ningun tribunal de justicia.


Pasados algunos dias de inútiles escursiones, §e presen-
taron voluntariamente algunos individuos acusándose de
hallarse en la refriega.


Entonces fueron constituidos en prision hasta el núme-
ro de cinco.


Niega Jerónimo Tarrés, subcabo de la ronda de vigi-
lancia, segundo de Serra y Monclús, el cargo que se le hace
de hallarse, con algun otro, á la misma hora de la ocur-
rencia, en las inmediaciones de la calle de San Pedro, pero
le adveran y rectifican don Enrique Martinez y otros bas-
ta un número bastante considerable.


Nadie niega, que los faroles de la calle de las Balsas es-
tuviesen apagados.


Don Ramon Serra y Monclús declara haber hablado
efectivamente dos veces consecutivas, con don Francisco
de Paula Cuello .y don Antonio Pareto, en la época y con
los motivos que los mismos atestiguan, pero dice que no
les habló, en la primera de las entrevistas aludidas de que
nadie quisiera matarles, ni citó nombres; sino que sabien-
do que no se abstenian de hablar mal de los progresistas,
les aconsejó simplemente que no lo hicieran por evitarles
al!lun disgusto," que en la segunda entrevista no fué él, di-
oe, quien les ofreció la licencia para llevar armas, sino




680 LA SOBERANIA
ellos quienes se la pidieron, siendo solo cierto que les pro-
metió apoyar las solicitudes por considerarles, (sobre todo
á Pareto como propietario) personas incapaces de hacer de
las armas ningun mal uso.


Citado como testigo el abogado Valentí sobre el último
es tremo rindió una declaracion ambigua diciendo: que si
bien se habia retirado algunos pasos para no oír la conver-
cíon, sin embargo le parece haberlo oido todo á tenor de la
declaración del inspector, poco mas ó menos.


¿Pero quién hirió á Cuello?
Sobre esto no arroja la causa ningun dato.
Torres resulta causante de las heridas causadas á don
I~amberto Fontanals y á D. Salvador Dalmases: estos sos-
tuvieron la refriega en la misma esquina de la calle de
las Balsas de San Pedro, por consiguiente no podia ser
Torres el causante de las heridas de Cuello, de quien se
habian apoderado algunos llevándoselo al fondo de la mis-
ma calle.


Los demás co-reos, que voluntariamente se constitu-
yeron en prision, resultan absueltos de la instancia y ob-
servancia del juicio.


De modo pues, que esa policía tan activa, tan eficaz,
tan vigilante, segun las numerosas capturas que cada dia
practicaba de mal'Darlos '!I perturoadores del órden ptáblico,
enemigos de la familia, de la propiedad y de la ley; esapo~icía
que por confesion de su jefe habia llegado á presentir para
Cuello algun disgusto; cuando llega á cometerse en su per-
sona el mas atroz de los atentados, nada sabe, pierde la
pista á los criminales, ó mejor dicho, ni siquiera olfatea el
menor rastro de ellos.


¡Estrañeza notable! O"




~ACIONAL. 681


¿Por ventura Cuello no estaba sujeto á la vigilancia de
las autoridades por razon de sus ideas políticas'? ..


Una circunstancia debemos consignar aquí y es; que
los innumerables testigos que fueron llamados á decla-
rar en corroboracion de los hechos citados por Cuello y
Pareto, todos eran personas de vivir conocido, honradas
é intachables, mientras que entre las otras se contaban
hasta algunas reclutadores de los vicios feos y repug ~



nantes.


La causa se falló en 27 de enero de 1852.
Los señores del márgen son: D. Francisco María Cas-


tilla, D. Anselmo de Leon Barradas y D. Antonio Alvaro
Campanero


El abogado defensor de Torres lo fué D. Magin Porta.
En el transcurso de la causa se pidió copia de las decla-


raciones de D. Antonio Pareto referentes al supuesto dicho
del inspector de vigilancia y seguridad pública, aludiendo
á varios individuos del partido progresista con intenciones
dañosas en contra de Cuello y el mismo Pareto.


La peticion fué concedida á instancias de los interesa-,
dos y se entabló causa de calumnia contra el declarante.


Se comprende la formacion de esta causa á instancias
de los individuos aludidos.


Nadie mas interesado que ellos en hacer recaer la ca-
lumnia contra su verdadero autor.


Pero en vano; esto no pudo tampoco lograrse por haber
terminado la causa por medio del sobreseimiento.


A las ocho de la mañana del día seis de julio, la calle
ele la Union presentaba un aspecto singular.


Los unos con hachas de cera, los otros con coronas de
siempre vivas y ramos de laurel en la mano, y muchos con


TeMO TI.




682 LA SOBERANI.\
gasas negras en el brazo, aguardaban la hora de acompa-
uar el cadáver hasta su última morada.


A las nueve, el gentío se estendió por todo lo ancho de
la calle de Fernando, Rambla dal gran Liceo, Roquería y
Escudillers.


La hora designada era la de las diez en punto.
Poco antes de esta hora principió á uniformarse la co-


mitiva; comparecieron en la puerta de la casa del finado
dos bandas de música, la una popular, dirigida por D. Pe-
dro Barrubés y la otra militar, del regimiento de artillería.


Los balcones de las calles por donde habia de trascurrir
el cortejo fúnebre estaban tambien atestados de gente, do-
m.inando, aun en las señoras los trages negros.


En todos los rostros se veiapintada la ansiedad ó el
dolor.


Barcelona enterase vistió de luto, ni un signo de fuerza
ni de autoridad se veia por ninguna parte. .


Las tropas estaban recogidas en los cuarteles y cerrados
los rastrillos de los fuertes.


En el cuarto murtuorio se observaba una variedad: el
eadá ver se ha bia colocado dentro del féretro que consistia
en una caja exterior de roble folrada de paño negro galo-
neada de cinta roja y otra igual, de plomo, en el interior,
cubierta con un cristal.


Descansaba la cabeza anuna almohada blanca sobre la
que se veia el gorro encarnado que antes habia estado co-
locado debajo de sus plantas.


Al dar las diez se levantó el cristal que lo encubria y
todos los concurrentes de la sala fueron uno á uno impri-
miendo en la frente del cadáver el último ÓEculo de amOl'
y fraternidad.




~ACIO~AL. 68:3


Uno de los concurrentes tocó el registro del armoniulll
que habia sobre la cómoda y principió á tocar la Marsellesa.


Vamos, señores, esclamó otro.
Vamos, contestaron todos.
Los mas allegados al finado, en número de doce, se c.o-


]ocaron en dos mitades, una á cada laJo del féretro; cogió
cada uno el anda que le correspondia y con paso lento,
mesurado, solemne, en medio de las lágrimas de una api-




ñada concurrencia, atravesaron los umbrales de la habita-
cion, bajaron la escalera é hicieron alto en la eI!trada de la
casa.


Toda la inmensa multitud que pudo apenas divisarle~
como á la voz de un eolo hombre, se descubrió la cabeza.


Un silencio de muerte reinaba en aquel instante.
Parecia que el ¡Dies irreL.. ¡dies ille!. .. del profp.ta se


habia realizado: todos estaban sobrecogidos de un santo
terror.


La concurrencia se puso en marcha en elórden siguiente:
Una comitiva de ciudadanos formando de cuatro en


cuatro de fondo, en número de cuatro mil, llevando mu"-
chos de ellos ramos de laurel y coronas de siempre vivas
en la mano;


Una banda militar con cajas destempladas tocando la
marcha"fú.nebre del D. SebastiatJ,;


" Otra comitiva de ciudadanos de doble fondo que los pri-
meros, en número de unos trescientos: iban asidos del bra-
zo y con les sombreros en la mano;


Dos hileras de hachas, conttindose hasta sletecien {as
ocAen~. '


Casi todos los ciudadanos que la llevaban O'stentaban en
el codo del brazo izquierdo la gasa negra:




684 I.A. SOBERANÍA


Seguia la banda popular tocando una patética marcha
compuesta espresamente por D. Pedro Barrubés;


A continuacion iba el coche mortuorio de los pobres;
Luego el féretro descubierto, llevado por doce de sus


amigos, alternando á menudo con otros muchos que se dis-
putaban esa tristísima honra:


El duelo marchaba inmediatamente detrás del féretro;
Cerraba el acompañamiento un séquito general de ciu-


dadanos y"habitantes de los pueblos de la provincia, con-
vidados al efecto, todos sin hachas.


En este acompañamiento puede decirse que iba la ciu-
dad entera que no se hallaba en las tiendas, balcones y
terrados del tránsito.


El cortejo recorrió la carrera siguiente:
Calle de la Union, Rambla; calle de Fernando, plaza de


la Constitucion, calle de Jaime 1, plaza del Angel, Plate-
ría, plaza de Santa María, Espadería, plaza de Palacio,
Puerta del Mar y camino del cementerio.


De los balcones y terrados del tránsito se arroj aron al-
gunas coronas y flores sobre el cadáver ..


Llegados á los afaeras de la puerta del Mar, elaco de
la poblacion fué amortiguándose paulatinamente hasta no
oirse mas que el monótono paso regular de la comitiva, al
compás de las fúnebres bandas.


Entre tanto parecia que una voz misteriosa resonaba en
pl fondo de todas las conciencias, diciendo:


-¡Bendito el que muere en el santo amor del pueblo;
su sepulcro es el, templo de la inmortalidad!


Las lágrimas del pueblo son la corona de perlas de los
santos mártires!


Se oirá un dia una voz tonante en el espacio, y que re-




NACIONAL. 685
3011ará en la conciencia de todos, diciendo: ,Lázaro, Láza-
ro~ ... levántate!


y la humanidad se despertará de su profundo y doloroso
sueño.


¡Cuello resucitará entonceeL ..
Porque los que mueren por la patria no hacen mas que


enf,regarse al sueño de una noche!. ..
¡Tened fé en la palabra de los mártires; ellos os han


dicho esperad, pero no os impacienteis!
Aquel dia no está léjos.
A la vista lo tienen los tiranos y no lo ven;
A la mano lo tienen los pueblos y lo ignoraD;
,Pero vendrá!




Vendrá, porque está escrito que el mundo es una sola
familia y todos los hombres son hermanos;


Vendrá, porque la palabra sagrada circula de boca en
boca: ,


Vendrá, porque teneis fé en la predicacion de los már-
t · l Ires ....


Tambien las flores del campo se agostan en un solo dia;
tambien las estrellas se apagan, tambien el sol y la luna
tienen manohas; pero tambien en vuestro corazon hay todo
un ~soro de olvido., de perdones.


¡Ay, que los que no saben perdonar no saben merecer!
¡Ay, que los que no olvidan serán bien pronto olvi-


dados!
¡Ay, qlle'los rencorosos rencor habrán sobre sus cabezas!
Porq ue tambien las estrellas del cielo se apagan y el


sol y la luna tienen manchas ...
¡Imitad á las hijas de Babilonia que trasferian su san-


gre á las venas de todo el mundo!




686 LA SOBERAN[Á


Imitad á las pausadas caravanas de los ardientes de-
siertos de la Arabia.


¡ No os pareis!
¡Que el simoun es solo un cambiante de la naturaleza:


el canto de la tempestad!
La tempestad barre con su potente soplo las calizas ne-


blinas de la atmósfera y enseña al cansado peregrino e}
deseado Oasis.


¡Ay del que vuelva la vista atrás!
lvlontañas de arena caerán sobre su cabeza como mon-


tañas de fuego sobre la conciencia del réprobo;
Como la mujer de Lhat su cuerpo será convertido en sal.
Al contrario: sea vuestra sangre la sangre que transfi-


rai.s á las venas de todo el mundo!. ..
¡Si vuestros padres, vuestros hijos ó vuestros hermanos


se os atravieSan en el camino, apartad les , con suavidad,
pero no os pareis!


¡Andad, andad, andad, ... que al fin llegareis!
El reinado del bien está al término de esta preciosajor·


nada.
Deshaceos en lenguas de am9r y en espíritu de frater-


nidad y descenderá sobre vuestra cabeza el don de la sa··
biduría como sobre la frente de los apóstoles la llama ce-
lestial!


¡Guardaos del incienso de los fariseos; el ruido de sus
incensarios es el canto de la pérfida sirena: el aroma que
derraman, es el narcótido mortífero de las almas inocentes!


Detrás de sus alagos, mirad:
¡La espada de Judit está ooulta y ameoozadora!
Mas no temais; apartad oon suavidad todo obstáculo


que se os presente, pero no os pareis ....




NACIONAL. 687
Aprended á llorar con los que lloran: no os riais con los


. que nen.
¡Las tinieblas se acercan!
Marcad vuestras frentes con el estigma de la reden-


.


ClOn ...


¡Paz, paz, paz! .


¡Si os calumnian alegraos, porque es la señal de la im-
potencia de vuestros enemigos r •


Sé la razon vuestra espada;
Sea la verdad vuestro sol;
Sé la fé vuestro bal uarteI ...
El hombre no ha sido para ser esclavo, sino hombrel .
Sino rey de sí mismo!
Sino juez de su conciencia!
¡Ay del que ensangriente su daga con la sangre de su.


hermano!
La humanidad maldecirá su nombre;
La víctima será embalsamada y su cuerpo cuidadosa-


mente envuelto en sábanas de lino bordadas por manos de
las vírgenes pudorosas!


y la multitud acompañará su féretro hasta la urna fu-
neraria y le cubrirá de lágrimas;


y de flores;
y de laureles;
i r dI' . e pa mas ....
¡Cuántasmagdalenas se convertirán á la vista de su


hermoso cadáver, esclamando:
¡Si esta 6S la víctima, señor, yo amo la gloria del mar-


tirio! ..
Señor; yo amo sus tormentos!




688 LA SOBERANIA
Señor; enviad me su agonía!
¡Vedle que hermoso!
¡Dos diamantes engastados en sus párpados!
¡Una sonrisa de niño en sus lábios!
¡Un sueño de ángel sobre su frente!. ...
Cerca las dos de la tarde toda aquella comi ti va llegó á


las puertas del cementerio.
Las avenidas estaban ya tomadas por un gentío in


menso no habiendo sido posible penetrar en el interior de
aquella fúnebre mansion, sin embargo de su vasta capa-
cidad.


A unos quince pasos de sus umbrales estaba colocada
una mesa cubiel'ta de riguroso luto sobre la cual se colocó
el ataud completamente abierto para que los concurrentes
pudiesen ver las fracciones de la desventurada víctima;
varios individuos leyeron, con sentida voz y darramando
lágrimas, algunas composiciones poéticas.


Concluida su lectura ambas bandas de música rompie-
ron en torrentes de armonía, se levantó el féretro y fué
introducido en el recinto del cementerio.


A las dos y media se disol via la concurrencia con el
mayor órden y recogimiento.


¡Cuántas lágrimas se habian derramado!
Jamás ningun magnate, ningun príncjpe, ningun hom-


bre de estado habia sido acompañado á la tumba con tanta
majestad.


¡Qué leccion para los soberbios de la tierra!
A eso de las nueve de la misma noche en que Cuello


fué enterrado, se hallaban reunidos en una casa de los bar-
rios bajos de esta capital varios jóvenes vestidos de rigu-
roso luto.




'fAetoNA't. 689
Uno de ellos púsose en pié y colocó una carta cerrada


án te su vista.
-¿Conocéis esta letra'?
- Sí, contestaron todos á una voz.
-¿De quién es'?
-De CueBo.
Inmediatamente abrió la referida carta leyendo en voz


baja, pero con entonacion respetuosa, lo siguiente.
«Nombro por mi sucesor al ciudadano Pedro Montaldo.


Salud y fraternidad, Franásco de PanZa Cuello.




CAPITULO XXIII.


Hazañas de ¡ bandidos,


En uno de los capítulos precedentes dejamos á Felipe
disponiéndose á marchar á San Sebastian, encargado por
don Alberto de una comision de confianza, cual era la de
recoger ciertos intereses de la pertenencia de éste y docu-
mentos de importancia depositao.os por Mister Wan-Gelu-
ve, esposo de Margarita, en casa de un notario.


El resto de la noche que precedió á su partido pasó sin
incidente notable.


Unicamente los perros, tanto el de la casa, como el de
Marta que no habia vuelto á la baquería, no cesaron de la-
drar en toda la noche, y este último, particularmente de
un modo lúgubre y siniestro; pero nadie paró su atencion,
ni hizo aprecio, porque otros muchos di as habia sucedido
lo mismo.


María, antes de acostarse, habia preparado á su esposo
una maletita de mano con una muda de ropa, no creyendo
necesitara mas ~p, un viaje que lo sumo habia de dudar do~
6 tres días,




LA SOBERANIA NACIONAL. 691


Al dia siguiente muy de mañana y despues de haber
recibido Felipe las últimas instrucciones de don Alberto,
púsose en camino para San Sebastiano


Como hasta Pamplona no podia utilizar el carril, hubo
de hacer uso para llegar hasta al11 del cabriol~ de don Al-
berto, carruaje cómodo y ligero si bien de antígua forma
y ninguna elegancia.


N o hay para que decir, pues el lectol lo comprenderá
perfectamente si iria ó no preocupado, pensando, con sin-
cero gusto, que la casualidad, la fatalidad, Dios ó el de-
monio le ponía de nuevo frente á frente con ciertas perso;.
nas que el habría no querido volver á ver olvidarlas, y
efectivamente, fatalidad era, tropezárselas en aquel escon-
dido retiro donde, despues de tantos sufrimientos, disfru-
taba la calma, la tranquilidad y la ventura tan necesaria
á su trabajo y aun convaleciente espíritu.


Recostado en el fondo del carruaje y con los ojos me-
dio cerrados se entregaba á las graves reflexiones.


¿,Acompañaría Margarita á su esposo en San Sebas-
tian?


¿Habría de pasar él por la dolorosa prueba de volverla
á ver~


i,Tendría la suficiente calma y bastante dominio sobre
sí mismo para contenerse en los límites de la pruden-
cia?


i,Mister Wan-Geluve se hallaría al corriente de la his-
toria de sus amores con su m uger?


¿Quedaba en su corazon, apesar de las sangrientas
ofensas recibidas, algun resto de aquel amor volcánico que
le habia inspirado aquella muger fatal?


¿,El recuerdo de María, el cariño que ésta le inspiraba




692 LA SOBERANIA
al presente, y sobre todo la voz de su propio deber serian
bastantes á contrarestar cualquier mal pensamiento que
pudiera asaltarle'~


Consultó sobre todos estos puntos su corazon, interrogó
su conciencia y afortunadamente se consideró fuerte y
digno~


Habia sufrido mucho, es cierto, habia amado mucho,
pero de todo lo pasado solo quedaba en su espíritu un triste
y doloroso recuerdo.


En esta disposicion de ánimo y despues de haberse de-
tenido una media hora en Echarrí con objeto de almorzar,
llegó á Pamplona á la una de la tarde.


Fueron á parar, segun indicacion del criado de don Al-
berto, á la fonda de Otermi, pues en ella era conocido su
amo y el dueño de la misma le debia no pocos favores.


Allí supo con sorpresa, y no poco disgusto que no le
era posible continuar el camino hasta San Sebastian, segun
él hubiera deseado, y con la urgencia apetecida.


El fbrro-carril habia suspendido su servicio á causa de
las carlistas, y lo que era mas enojoso aun, los coches, di-
ligencias y las galeras no hacian el suyo, de una manera
periódica y regular.


Por lo demás, era en es tremo difícil hallar en toda la
ciudad un carruaje de alquiler que~se prestara á hacer este
trayecto, aun pagándolo bien, porque la gente estaba ater-
rada con las atrocidades que por aquel camino cometían
diariamente los carlistas, y mas particularmente el cura
santa Cruz, que habia llgado á ser el terror del país.


Contrariado en estremo, pero resuelto á cumplir á todo
trance su cometido, llamó al dueño de la posada y dándose
á conocer como su íntimo amigo de don Alberto, en cuyo




NOWVNAI,. 693
servioio se empleaba en aquel momento, le dijo que de to-
dos modos era' preciso buscarle un carruaje para pasar á
San Se bastian.


-Difícil lo creo, señor, le contestó el fondista, sino
imposible; nadie quiere esponerse á ver presa de las llamas
su pequeño bien, aparte del riesgo de la vida.


v. no sabe, señor, como estamos, y digo que casi es
imposible, porque precisamente ayer, una señora, y un
caballero estranjero que salieron en un carruaje particular
para el mismo punto de la fonda del Infante, fueron dete-
nidos por la faccion á tres leguas de aquí, y despues de
quemar sus equipajes, y el coche que los conducia, han
sido ellos mismos, segun se cuenta, víctimas de tan horri-
bIes atropellos, que la imaginacion se resiste á creerlos.


Esto sin embargo, voy á complaceros y á tratar de ha-
llar un carruaje; de todos modos, y por urgente que sea
la comision que llevais de don Alberto, no es muy prudente
hoy ponerse en camino.


-Es de absoluta necesidad, &.migo mio, replicó Felipe,
y yo os agradeceré cuanto hagais en este sentido en obse-
quio de don Alberto y mio.


-Voy inmediatamente á complaceros.
-Entretanto yo voy á tomar un bocado, y os esperaré


en el café de Larequi, en la plaza del castillo.
Quiero oir lo que se dice, y cuales son las últimas no-


ticia.s recibidas, respecto á las facciones.
Además daré un vistazo á los periódicos, y así distraeré


algun tanto mi impaciencia.
-Como gusteis.
El fondista salió del cuarto que ocupaba Felipe y éste,


despues de haber bajado al comedor y héchose servir la




694 LA SOBERANlA


comida, se trasladó al café de Larequi donde habia dado
cita al fondista.


El café estaba lleno de gente, y en todas las mesas se
hablaba y se discutia en alta voz y muy acaloradamente;
parecia que los ánimos estabar.. muy sobrescitados.


Felipe no conocia á nadie, y fué á sentarse en el rincon
de una mesa de la izquierda, próxima al mostrador, único
sitio en que podia hacerce servir una taza de café.


Cinco personas mas ocupaban la misma mesa.
Dos de ellas, muy decentes á juzgar por su traje, y


muy razonable á juzgar por su edad y finas maneras, dis-
cutian sobre política y se lamentaban sobre la desdichada
suerte del país.


-Esto es ya intolerabl~, decia uno, como continuando
una conversacion entablada antes de la llegada de Felipe,
y como no se ponga coto á la insubordinacion é indiscipli-
na, llegará dia en que los carlistas se nos comerán por so-
pa; y lo mismo digo de nuestras provincias que de Cata-
luña en donde si cabe, están peor que nosotros.


Si aquí tenemos á Dorregaray, á Elío, Perula, Iturral-
de,. Valdespina y ese abominable cura de santa Cruz, allí
tienen á Miret, Serra, Vallés, Quico, Cercós, Tristany,
Nasratat, Barrancot, Cucala, D. Alfonso y el sanguinario
Saballs.


-¿Pero es cierto, añadió otro de los concurrentes, que
el bravo gefe de los cazadores de Madrid, ha sido asesina-
do por los soldados'?


-¿Qué si es cierto? podeis ver la triste relacion en
cualquiera de esos periódicos que teneis sobre esa silla; ha
sido asesinado cobarde y villanamente, y lo mas doloroso,
que aun se quiere por algunos la impunidad del crímen.




NACIONAL. 695
-¡Parece mentira!. ..
-Esto es escandaloso.
El estado de Cataluña es fatal, fatalísimo; allí la auto~


ridad ya no tiene fuerza física ni moral; fuera del rádio ó
llano de Barcelona el que verdaderamente manda y es obe-
decido, el que campa por su respeto, el que domina é im-
pone contribuciones y es el verdadero amo, es Saballs.


Si es entre nosotros, en el Norte, y apesar . de tantas
seguridades como se nos han dado lo que vemos, es que
los carlistas no solo no retroceden un solo palmo si no que
han aumentado la estension de su terreno, que en muy
poco tiempo hemos sufrido dos derrotas; que esa infame
gente se entrega cada vez con mas ardimiento y seguri-
dad á sus correrías, no cesando, un dia y otro dia, de que-
mar, fusilar, apoderarse de los fondos públicos y privados;
de imponer contribuciones que ellos recaudan religiosa-
mente, trabuco en mano, que el gobierno no puede hacer
efectivas ni aun empleando las mejores formas.


Hoy se muestran muy alborozados y satisfechos porque
la faccion Dorregarray ha asaltado la línea de circunvala-
cion formada por nuestras tropas, se pasea muy sosegada-
mente por Navarra, y ha ido hasta Lequeito á proteger el
desembarco de 1,000 fusiles que con la mayor tranquilidad
ha distribuido entre los suyos.


-Pero, ¡esto es escandalosol dijo uno de los concurren-
tes, ¿ estais cierto de la noticia'?


-Nada hay mas exacto.
Si es en Madrid viven en una continua alarma y no se


pasa dia sin tener sérios trastornos.
Los representantes del pais no pueden discutir ni ieli-


berar con la libertad necesaria, porque se hallan ba,jo la




696 LA SOBERANIA
presion de una fuerza superior que les impone, y que es
una continua amenaza.


Los francos, cuerpo en malhora creado, pues general-
mente son inútiles en todas partes, ya han visto VV. á qué
escenas tan dolorosas y sangrientas han dado lugar en Le-
ganés y en otros puntos.


En Sevilla, en Granada, en Lebrija, en Málaga y otros
varios pueblos de la hermosa, cuanto desgraciada Anda-


..


lucía, el principio de autoridad es desconocido, ~llado el
respecto que se debe á los poderes públicos, pisoteado el
derecho, atropellado el 6rden, escarnecido en fin el princi-
pio mas santo y mas sublime de) credo republicano, la
fraternidad.


y en tanto el gobierno permanece impasible, sin ac ~
cion, sin energía, demostrando un temor y unas vacilacio~
nes en todo que llegarán á ser causa de mayores y ma¡.;
trascendentales desdichas.


El pais se encuentra en un estado de agitacion indes
criptible, mucho mas cuando ha llegado hasta á herirsf:)
por algunos dementes ó malvados lo que en todas épocas y
en todos los paises del mundo, cualquiera que sea su for-
ma de gobierno, se ha respetado siempre; el sentimiento
religioso: paso á paso vamos caminando precipitadamente
á la mas espantosa de las ruinas.


Los que sinceramente aman la república, y á este bello
ideal han sacrificado su sangre y los mejores años de su
vida, pero que tienen al propio tiempo el juicio suficiente
para distruir entre el bien y el mal, para reflexionar á
donde nos han conducido y nos conducirán aun ciertas de-
bilidades y complacencias, no pueden rnen08 que llorar
amargamente al contemplar esta pobre patria ta,Il grande




NACIONAL. 6~7


y poderosa, hoy tan desgraciada y abatida por los desa-
ciertos y locuras de sus propios hij os.


Llegará un dia, no lo dudeis y por cierto no muy leja-
no en que pagaremosjustos por pecadores, en que los que
hoy pensamos juiciosamente y hemos procurado, aUf.lque
en vano, ilustrar á ciertas masas indicándoles el buen ca-
mino, habremos de emigrar é iremos á mendigar un peda-
zo de pan en estranjero suelo, en tanto los' que tienen la
culpa por sus escesos de haber destruido la obra tan feliz-
mente comenzada, quedarán aquí muy satisfechos siendo
no mas que lo que antes fueron, lo que son hoy dia, lo que
serán siempre, advenedizas nulidades, únicos y cobardes
esclavos, dóciles y miserables ante el látigo con que eien
veces les azotaron el rostro los tiranos.


Triste, doloroso es decirlo, honda pena causa en nues-
tro ánimo pero es exactísimo el cuadro desgarrador con que
describe la situacion del pais uno de esos perjódicos qua te-
neis sobre la mesa y que es de los mas populares que se
publican en la córte.


El comerciante arruinado, dice, el industrial empobre-
ido, el hombre de mérito despreciado, nnestros valerososc
y sufridos soldados de los cu.erpos donde no se infiltró aun
el mortal veneno de la indiscipli~a7 despuesde una. glo-
riosa historia escriben hoy ~l epílogo de la misma con san-
gre de sus hermanos.


Las líneas férreas destruidas, los hU. telegráficos cor-
tados, las cosechas perdidas, el dinero oculto; la miseria
ofreciendo un repugnante espectácwo á los ojos de los que
solo pueden compadecer y no re.mediar.


El inmenso aumento de la deuda pública, las arcas del
tesoro vacías, el hambre llamando á la mayor .parte de las


TOMO" . 8-8




698 LA. SOBBRANIA
casas, los templos profanados por la impiedad, el partido
carlista acrecentando en fuerza numérica, enseñoreándose,
fusilando) quemando, ¡devastándolo todo! ¡ah! si pudiera
formarse una estadística de las víctimas que ha causado en
tan poco tiem.po, nos llenaríamos de doloroso asombro.


Para medrar ya no se necesita ciencia, ni moralidad, ni
virtud, ni saber, ni esperiencia, ni servicios; no se necesi-
ta mas que osadía y descaro; los mismos que clamaban


,


contra la. empleomanía se lanzan sobre los destinos como
hambrientos cuervos, sobre la codiciada presa.


i, y para esto se ha llevado á cabo la mas grande de las
revoluciones?


Nó, nó y mil veces nó.
-Efectivamente que el cuadro que acaba V. de descri-


bir, dijo uno de los individuos que se hallaba sentado á la
derecha del orador, no puede ser mas triste, pero yo abri-
go aun la esperanza de que un milagro de la Providencia ...


-¡Oh! ríase V. de milagros; la obra de la destruccion
está muy adelantada; es una locomotora lanzada á toda
fuerza de tren y que descarrilada y sin direccion fija ven-
drá á estrellarse haciéndose mil pedazos.


Vea V. sino lo que dice uno de nuestros mas autoriza-
dos periódicos republicanos, Bl Pueblo.


«En la Cámara no hay ninguna garantía para el ora-
dor, ningun derecho para el hombre justo, ninguna segu-
ridad para el ciudadano honrado.»


y cuando esto dice uno de nuestros mas senSé1.tos corre-
ligionarios aprendido se lo tiene.


Desengáñese V.; la República hoy en España no tiene,
desgraciadamente, enemigos mas terribles que muchos de
aquellos que se llaman republic3.nos y que á la sombra de




NACIONAL. 699
aquel sagrado principio, la están deshonrando, despresti-
giando' hundiendo para siempre con sus escesos.


La República!!o se consolida ni con actos de fuerza
bruta, ni con debilidades, ni pensando en las musarañas,
como decía no ha muchos días un célebre publicista cata-
lan ; no se consolida temblando ante Cato:::les y Césares de
pega; mucho menos si despnes de haber estado predican-
do la revolucion toda la vida en las afirmaciones revolu-
cionarias; vale mas dejar el puesto á los mas cap<tces antes
que llevar el descrédito á las ideas y cn brir de lodo sacra-
tísimos principios.


Todavía estamos á tiempo de enderezar antiguos erro-
res, pero para ello es preciso que los salones de ciertos clubs
que por arte mágico y gracias al retraimiento de los parti-
dos conservadores se han sentado en los bancos de la Asam-
blea, dejen de ostentar, turbando el buen sentido, su pro-
cacidad y ambicioso intemperante queriendo demostrar con
insensatez inaudita que las ideas se arraigan y florecen en
hiS naciones por el mero concurso de un partido.


Hemos tenido libertad mas '6 menos limitada y 110 he-
mos enseñado á respetar la libertad agena ; tenemos repú-
blica y nos ahogamos en nuestra propia atmósfera, ocu-
pándonos de intrigas Lilliputienses.


Hemos declamado mucho, escandalizado no poco, adu-
lado mas, y enseñado nada; llevado por impaciencias pre-
supuestívoras hemos sacrificado muchas veces á los goces
del sentido la libertad y el respecto al derecho agano.


Para vencer en nuestro propósito ni hemos escusado la
fé cartagenesa ni la intencion maquiavélica, y ya en el po-
der, estamos á punto de olvidar, si es que ya no la hemos
olvidado la moralidad republicana.




700 LA SOBERANIA
Hemos olvidado completamente en aras de lo acciden-


tallo fundamental y necesario para la existencia de las
sociedades humanas, y ni hemos formado en materias eco-
nómicas la conciencia de nuestro pueblo ni despertado en
el sentido moral.


Hemos proclamado la República federal, fórmula que
muy pocos comprenden, y todos los graves problemas del
federalismo están por enseñar, por aprender, y por discu-
tir' sin QUt3 esté sin embargo muy arraigado en nuestros
espíritus que democracia significa régimen de razon y no
de violencia.


Todo esto seria nada si supiéramos formar un ministe-
rio sério, fuerte y liberal, si el patriotismo reemplazara las
pequeñas y bajas pasiones, y si en una palabra la Asam-
blea comprendiera toda la importancia de su misiono .


¿La comprenderá'?
-Lo cierto es, replicó otro, que nuestra situacion va


ha.ciéndose intolerable; que el estado de desasosiego en que
vi vimos no tiene comparacion con nada.


Las perso'!las que cuentan con algunos medios propios
de subsistencia emigran al estranjero temerosos del presen-
te, asustados del porvenir.


Solo quedamos en nuestras casas, aquellos que ó no
cuentan con recurso alguno, ó la fatalidad nos obliga á per-
m&necer cromo ei esclavo amarrado á la cadena y sobre to-
do, señores, despues de tanto tiempo y de tantas promesas
no realizadas ¿qué es lo que hace nuestro capitan general'?
¡,por qué no vuelve Moriones, que es el que conocia el ter-
reno, y que á Stl indisputa.ble valor reune las simpatías del
ejército, y de los naturales del pais'?


:\ este punio llegaban de su discusion los tertulianos




NACIONAL. 701
del café y que ocupaban la mesa en que se habia sentado
Felipe y éste aprobara en su interior cuanto aquel caba-
llero estaba diciendo, pues convenia en todo con sus ideas,
cuando de pronto penetró en el salon y se dirigió á la pro-
pia mesa con alguna precipitacion otro caballero que de-
bia ser amigo de los que la ocupaban pues todos le tendie-
ron la mano y estrechándose, le hicieron sitio ofreciéndole
una silla. •


Parecia visiblemente conmovido y en sus facciones se
dibujaba cierto tinte de tristeza.


-¿Qué ocurre de nuevo señor don Fermin? dijo aquel
que anteriormente hatia perorado por espacio de media
hora.


-Ocurre, amigos mios, que vengo dolorosamente afec-
tado.


-¿Alguna nueva hazaña de los carlistas?
-Sí, una nueva hazaña del cura de Santa Cruz; de ese


mónstruo de forma humana, ¡pero qué hazaña!
-¿Se refiere V. á lo ocurrido con la hija del brigadier


Arjona que al saber que el autor de sus dias se hallaba
gravemente enfermo en Madrid, salió de Francia. precipi-
tadamente para trasladarse al lado de su padre y vino á
caer en poder de ese infame cura?
. --Nó, no es eso; ya sé que esa pobre niña fué detenida


y que á pesar de sus ruegos, de sus lágrimas para que la
dejara continuar su viaje; á pesar de ser camarera de doña
Margarita y venir provistos de un salvo conducto, incendió
el coche y se mofó de su dolor.


No es eso, vuelvo á repetir; lo que hoy me afecta es un
hecho mM grave, mas vandáliao, mas sanguinario!


-Hable V., hable V., repitieron todos con impaciencia.




· 702 LA SOBERANIA


-El cura de Santa Cruz ha saqueado é incendiado el
pueblo de Alegría, el cura de Santa Cruz ha hecho fusilar
al alcalde; el cura de Santa. Cruz ha secuestrado las fami-
lias de l')s marqueses de la Granja y don Camilo Amezaga;
ha incendiado la estacion de Beasain y con ella cuatro wa-
gones de trigo, doscientas pipas de vino y cuantas mercan-
cías se encontraban en la estacion, calculándose las pérdi-
das ocasionadas en cinco millones de reales.


-¡Qué horror!
-Pero aun hay mas.
-, ¿Mas aun~
-Sí; mas vandálico, mas escandaloso, mas inconcebi .


bIeL .. los pieles-rojas en la India no harian otro tanto.
- Decid, decid.
-Parece ser que un señor estranjero, un inglés que


ayer mismo salió en un coche particular con su señora, que
es española, de la Fonda del Infante y con direccion á San
Sebastian ha sido apresado por ese tigre.


La señora, que segun dicen es muy her,moaa "1 perte-
nece á la aristocracia de la córte, ha sido brutal y feroz-
mente ultrajada por la guardia negra de ese bandido y su
esposo que intentó defenderla se asegura que ha perecido á
bayonetazos.


Felipe, pálido, tembloroso, impulsado como por un ocu1·
to resorte se puso inmediatamente en pié.


-y decidme, caballero, esclamó tomando la palabra,
pero en voz tan baja, por efecto de la misma emocion, que
apenas se entendían sus entrecortadas frases, ¿no podríais
darnos noticias mas precisas de ese horrible hecho? yo tengo
unos amigos que concuerdan con las señas que aeabais de
dar y me horroriza el presumir siquiera que fueran ellos.




NACIONAL. 703
-Señor mio, replicó el interpelado, lo único que puedo


deciros es que el criado de estos señores, que pudo hablar
con su amo momentos antes de la catástrofe y consiguió
escapar, acaba de llegar á Pamplena y por él se ha sabido
tan infausta nueva.


Por él se sabe igualmente q~e su amo habia llegado á
Pamplona hace cinco dias con su esposa; que dejó á ésta en
la fonda con objeto de ir á cumplir una comision. que le es-
taba confiada, á un pueblo cinco ó seis leguas de esta ciu-
dad y que á su regreso partió con su esposa en mal hora,
para San Sebastian no queriendo hacer caso de los consejos
que se le dieroú para que no se arriesgase.


Nada mas sé, como no sean los nombres de estos des-
graciados señores que tambien he sabido por casualidad;
él, se llamaba mister Wan-Geluve, ella doña Margarita! ...


Una bomba que hubiera estallado á sus piés, una chis-
pa eléctrica que le hubiese herido,ihabria causado menos
terrible efecto en el ánimo de Felipe, que aqu:ella inespera-
da revelacion.


Llevóse primero la mano al pecho, desp:ues á la cabeza;
sus piernas flaquearon y dejóse caer otra vez sobre la silla,
privado casi por completo de conocimiento.


Todos los señores que ocupaban la mesa y algunos otros
de las mas próximas, acudieron en su ausillo.


A 108 pocos minutos reouperóse gradualmente; mas bien
que un vaido ó desma.yo, aquello habia sido un atolondra-
miento como el que se esperimenta al recibir un palo ,en la
cabeza.


En aquel momento el amo de la fonda entraba en el café
y se dirigió á la mesa en que se encontraba Felipe rodeado
de gentes que se esforzaban por ausiIiarle y serIe útiles.




704 LA SOBERANIA


Habian comprendido lo q ne debia sufrir siendo parien-·
te ó amigo de aq ueUas desdichadas víctimas del cura de
Santa Cruz.


Tan luego como Felipe vió al dueño de la fonda, se le-
vantó precipitadamente de su silla y dando gracias á todos
aquellos amables señores por su amabilidad y sus cuidados,
corrió á él Y cogiénd()le del brazo se puso de un salto en la
calle.


ti


Todo su afan en aquel momento era saber si se habria
encontrado el carruaj e.


Habia cruzado por su mente una idea y pensaba utili-
zar aquel de muy distinto modo que en un principio.


Desgraciadamente el amo de la fonda venia á destruir
aquella ilusion; no se encontraba carruaje alguno, pero en
cambio un hombre afligido, desolado, lo esperaba en su
cuarto.


Este hombre era el criado del inglés, milagrosamente
escapado de manos de los carlistas y al que acababa de ha-
cer referencia el caballero del café.


Segun la esplieacioll que el alno de la rene,. fsé aacien-
do por el eamino á, Felipe, parece ~r que es~ criado habia
llegado en el estado que es de suponer á. la fonda del In-
fante donde habia esta.do hos,eiado con sus iSeñores "1 des·
pues de hacer relacion de la upmtosa catástrofe .ocUftida,
preguntó con urgenwacomo podria trasladaJSe al pueblo
de Aldaz á donde tenia que ir ia.mediatamenie por encar-
go de su pobre aJllO á var á un oaballero llamado don Al-
berto.


Cemo quiera que. don Alberto era una persona muy co-
nocida de todo el mundo y en estremo 'respetada., el dueño
de la fonda del Infante que habia visto el carruaje de don




NAClONAL. 705


Alberto entrar en la de su vecino el dueño de la de OterÍ-
na, lo hizo así presentA al atribulado criado y a~bos se tras-
ladaron á ella con objeto de averiguar si estaba allí algup.a
persona de la familia de don Alberto ó don Alberto mismo.


Cuando llegó Felipe, halló á aquel icfeliz en un estado
deplorabilísimo, efecto del susto, de la fatiga, del terror
esperimentado; estaba pálido, con los labios entreabriertos,
los ojos saltones y un temblor, muy semejante al que se
esperimenta con el frio que precede á la calentura; agitaba
todos sus miembros.


Tenia entre sus manos un abultado pliego que opril1.!ia
entre sus dedos de una manera febril.
Felip~, casi tan agitado como el mismo, le interrogó,


dándose á conocer como amigo y representante de don Al-
berto, en cuyo nombre se dirigia á San Sebastian en busca
de unos papeles que su amo debia entregarle y que la cir-
cunstancia de no encontrar carruaje era la que le tenia de-
tenido.


-¡Dios sea loado! esclamó el criado, respirando fuer-
temente, de este modo podré cumplir mi encargo sin lle-
gar á Aldaz lo que encuentro cada ,vez mas imposible,
pues conozco que me faltan las fuerzas y parece que voy á


.


morIr.
-Pero, por Dios, esplíquese V. ¿qTIe es lo que ha su-


cedidó? esclamó Felipe respirando apenas y sintiendo latir
violentamente su corázon.


-¡Oh señor: ... imposible me seria hacer una suscinta
relacion ... es tanto lo que yo he sufrido, tanto el horror
que me ha causado lo que acabo de presenciar, que mi
mente se turba, mi fuerza desfallece y solo encuentro lá-
grimas y sollozos que ahogan mi corazon.


T0160 JI.




706 LA SOBERANÍA


-Por Dios, tranquilícese V .... hable ...
-Sí, sí; procuraré hacerlo de la mejor manera que me


sea posible.
Como ya habrán dicho de V. nos dirigíamos á S. Se-


hastian cuando á tres horas do aquí fuímos sorprendidos
por los bandidos que acaudilla el cura de Sta. Cruz ... ¡Qué
hombre tan infame y tan repugnante! ...


NQS hicieron descender del carruaje y á empellones nos
llevaron a presencia de su gefe que sentado sobre una car-
reta y con la sonrisa de Satan en los labios contemplaba
satisfecho el incendio de la estacion de Beasain y de los
\vagones y mercancías que conducia uno de los trenes.


Doscientas pipas de vino habian sido hechas pedazos y
despues de haberse saciado de licor aquellos caribes, hasta
el punto de estar todos ébrios, arrojaron el sobrante sobre
las cenizas y á través de la via.


JA.. diez pasos del sitio donde se encontraba sentada
aquella repugnante fiera, yacia sobre un charco de sangre
un tronco y una cabeza; era la del Alcalde de no sé qué
pueblo, que por su propia mano habia aserrado con una
sierra el cura de Sta. Cruz.'


En el momento de nosotros llegar á su presencia, se
disponian sus genízaros á dar cincuenta palos á un caba-
llero anciano que, atado á un árbol, esperaba con la resig-
nacion del mártir tan bárbaro castigo por el único delito
de haber deplorado y mostrado su sentimiento al ver tan-
tos desastres.


Segun parece aquel infeliz señor era un estrangero
avecindado en el pueblo y generalmente querido y esti-
lnado por sus virtudes y bondadoso corazon.


Seis ú ocho personas pertenecientes á las familias mas




NACIONAL 707


distinguidas del pais, y á las que se habian exigido mil
duros de rescate por cada una, se veian tambien allí
muertas de terror, custodiados por una veintena de bandi-
dos, obligadas á presenciar tantos horrores! ...


Los que habian asaltado nuestro carruage y que ya es-
taban en un estado deplorable de embriaguez, nos condu-
geron á presencia de su gefe, pero en el corto trayecto que
mediaba, escitados por el vino y por los el:lcantos de mi


• pobre señora, que desgraciadamente es muy hermosa, se
permitieron con ella ciertas libertades ... hasta hubo uno
mas audaz que los otros que se permitió imprimir sus as-
querosos labios sobre su pecho, lo que entonces pasó es im-
posible describirlo.,.


La señora dió un grito como si se hubiese sentido pi-
cada por un reptil; mi pobre amo, olvidando por completo
su situacion, indignado por tan infame accion y sin poder
contenerse, hizo uso del rewolver que llevaba en el bolsi-
llo, pües aun no nos habian registrado, y del primer dis-
paro levantó la tapa de los sesos al miserable.


Todo fué un punto; ébrios de corage, ansiosos de ven-
ganza' diez ó doce bayonetas se hundieron en el cuerpo de
mi pobre amo que cayó por tierra ~ñado en su propia
sangre.


Milagrosamen te á :ni no me ha bian tocado y corrí á
socorrerle, inclinándome hácia su cuerpo, en tanto que
aquellos asesinos arrastraban á la señora á presencia de su
gefe para darle sin duda cuenta de lo que acaba de pasar.


Mi señor no habia muerto en el acto y lo que es mas,
apesar de tan graves heridas, ni siquiera habia perdido
aun el conocimiento.


Dirigió sus ojos al rededor y aprovechando un momeu-




708 LA. SOBERA~IA
to en que nadie hacia caso de nosotros sacó de su bolsillo
este pliego diciéndome.


--(\Toma este pliego; si por un milagro consigues sal-
varte, corr9 al pueblo de Aldaz, buscauIL. caballero de orí-
gen francés que se llama D. Alberto y entrégaselo; son va-
lores y documentos de interés de su pertenencia.


Cuéntale mi desgraciada muerte y vuelve á Lóndres
donde tuJortuna queda asegurada.


Por lo que ocurrir pudiera tengo hecho hace tiempo mi
testamento y en él no me he olvidado de tí! ...


Al llegar aquí, el criado no podia continuar, los sollo-
zos ahogaban su voz.


Felipe al que ahogaba la impaciencia, procuró conso-
larle animándole á que continuase.


-¡Pobre amo mio!. .. ¡pobre señora de mi alma!. .. de-
cia sollozando.


-Pero, ¿y bien~ ¿qué mas ha sucedido'? ¿ha muerto
su amo de V? ¿qué es dé su señora'?


-¡Mi señora! ¡oh! preferible hubiera sido que murie-
raL ....


--Acabad de una vez, replicó Felipe sacudiéndole vio-
lentalÍlente por el brazo.


-Conducida á presencia de aquella fiera con forma hu-
mana y enterado de cuanto acabababa de ocurrir, dijo 'son-
riendo:


,-",:,,¿C()ll qué ~ta S'éñ~ra es tan d'elicada que por su causa
se h~ üerramado la sangre de uno de mis vá.lieatéS'? me
patéee bién; preciso será. curarla radicalmenté de éSa mo-
ifgaréria... '


1Iuchachos, la presa es vocati di carafttale, vll'éstra es ...
os la entrego! ... una especié de feroz rUgido de sáti~fac-




NA.CIONAL.


don se exa16 en un tiempo de veinte gargantas enronque-
cidas por el vino, mi pobre señora cay6 en tierra desma·
yada, pero inmediatamente y como si fuera una ligera plu-
ma fué trasportada en volandas al interior de un bosqueci-
llo de castaños que campea en una colina á cien pasos de
la línea que forma la balaustrada del carril.


Lo demas ni es permitido al labio, ni fácil su relato; la


indignacion mas santa estalla ante crímen tan brutal y
tan infame! ...


Felipe exa16 un gemido, é inclinando la cabeza sobre el
pecho dej6 rodar una ardiente y abrasadora lágrima.


El criado continuó:
-Yo pude escurrirme sin ser notado y ocultarme entre


unos matorrales que dominaban el camino y desde donde
sin ser visto podia verlo todo.


Vi, en primer lugar, que dos mugeres caritativas, sin
duda de Beasain pues en direccion al pueblo se dirigian,
llevaban en sus brazos desmayada. ó muerta á mi pobre se-
ñora, destrenzado, hecho gironas su trage, con el rostro y
el pecho azurados, manchadas de sangre sus manos!. .. vi,
igualmente,que dos otras hermanos de esa benéfica aso-
ciacion que se titula la cruz Roja se aproximaron al sitio
donde yacia mi amo, Y' i'eéogian su cuerpo en una camilla
al propio tiempo qlle otros compañeros suyos hacian lo
mismo <Son el anciano estrangero, vecino de Beasain, y
que par~cia corno nltlérto despues de los cincuenta palos
recibidos.


Mé pateció notar que mi amo aun se movia y aún creí
ver algunas señas de inteligencia y cuchichéos, entre los
hermanos de la Cruz roja, los cuales se apresuraron á co-




710 LA SOBERAN lA


locar su cuerpo en la camilla y desaparecer en direccion
igualmente del pueblo.


Yo me hubiera lanzado en su seguimiento, pero ví ve-
nir en direccion al punto en que me encontraba oculto un
peloton de carlistas, y recordando la sagrada mision que
mi moribundo amo me habia encargado, temeroso de no po-
der cumplirla si de nuevo caia en poder de aquellos caribes,
eché á correr en sentido contrario y protegido por la maleza


• del bosque, hasta que vine á caer estenuado por la fatiga
y el dolor, al borde del camino donde fuí recogido por unos
labradores que con sus mulas de labranza se dirigian pre-
cipitadamente á la ciudad, huyendo del encuentro con los
carlistas y llevando consigo el dinero y hala.jas que podian
salvar de la rapacidad de aq nellos .


. Al llegar á la fonda he sabido que V. estaba aquí, que
pertenecia á la casa de D. Alberto, que con V. podia tener
ilimitada confianza y al entregar á V. este pliego, que no
sé lo que contiene, bendigo á Dios que sin duda le pone
en mi camino porque cada vez mas adquiero el convenci-
miento de que no me habria sido posible llegar á Aldaz ...
me encuentro muy malo y suplico á Vdes. me manden
preparar mi lecho y llamen á un facultativo ...


Inmediatamente, el amo de la fonda de Otermi, sin per-
mitirle que se trasladase á la del Infante, le hizo preparar
una cama en una de las mejores habitaciones de la casa y
mandó á uno de sus criados en busca del facnl ta ti vo.


Media hora despues el pobre enfermo era víctima de la
mas espantosa calentura: sus presentimientos no se habian
engañado; positivamente, á no haber encontrado providen-
cialmente á Felipe le habria sido imposible cumplir su en·
cargo.




NACIO~AL. 711


Este, por su parte, habia quedado en la sala completa-
mente anonadado; sufriendo horriblemente.


Sus facciones se habian contraido, sus cabellos se ha-
bian erizado, sus puños cerrados violentamente y por una
fuerza superior á su voluntad, golpeaban fuertemente so-
bre las mesas y las paredes.


Marchaba á grandes pasos por la habitacion y de vez
en cuando, oprimiéndose con ambas manos su frente su-
dorosa, parecia querer arrancar de ella la inspiracion de lo
que debia de hacer en aquellos supremos momentos.


Volar á Beasain, eso era indudable ¿pero cómo'? ¿no se-
ria una locura, aun yendo á pié como lo habia pensado, á
falta de otro medio de locomocion, ir á meterse en la boca
del lobo, sin la seguridad de ser útil á aquella desgraciada
á quien ya no amaba pero por la cual acababa de desper;-
tarse en su alma la mas grande, la mas santa, la mas su-
blime conmiseracion~


Revolviendo se hallaba en su exaltada mente cien pro-
yectos á cual mas estravagantes é irrealizables cuando de
pronto se oye en la calle denominada paseo de Valencia el
agudo sonido de las cornetas. ,


En aquel momento penetraba en la sala el amo delafonda.
-¿Qué quiere decir ese toque'? le preguntó Felipe.
-Son las tropas que vienen á reunirse en la plaza del


-Castillo y que deben formar la calumna que dentro de un
cuarto de hora sale en .persecucion del cura de Sta. Cruz,
al que se prometen dar aun alcance.


Felipe dió un grito de alegría.
-y quién manda esa columna'? añadió.
-Un brigadier cuyo nombre no recuerdo pero cuyo


apellido si no me engaño es Lemos de Arratia.




i12 LA 80BERA~IA. .


Un nuevo gesto de satisfaccion suprema iluminó las
facciones de Felipe.


¡Dios! ¡Dios! murmuró entre dientes y en todo esto apa-
rece la mano de Dios ... ese brigadier es masan, pertenece
á la lojia de Madrid, es hermano mio~ y para que todo sea
estraño en este horrible suceso, Arratia era uno de los ami-
gos y tertulianos mas asíduos de la casa de Margarita!. ..


Despues, volviéndose al fondist~ que le contemplaba
asombrado al verle hablar solo, le dijo:


-Amigo mio, ¿podreis proporcionarme, ya que no un
carruaje, una montura al menos'? con ella podremos apare-
jar el caballo del carruage que es fuerte y de gran alzada
y utilizarme de él para mi objeto.


-¿Que pensais hacer?
-Unirme á esa columna que sale en persecucion del


cura sta. Cruz, su gefe es amigo mio y voy á hablarle in-
mediatamen te.


-Puedo hacer mejor que eso; como todo lo que yo po-
seo está á la disposicion de D. Alberto y por consecuencia
á la de V. puedo ofrecerle un magnífico caballo de mi per-
tenencia que tengo en la cuadra bien descansado y que es
un animal de las mejores condiciones.


-En tal caso, doy á V. gracias en nombre de D. Al-
berto y en el mio.


Hágalo V. ensillar y que me lo lleven á la plaza del
Castillo en seguida.


-Si le parece á V. bien, colocaré en el arzon mi magní -
fica escopeta de dos cañolJ.es y dos paquetes de cartuchos,
es un Lefeaucnez de primera. Puede ser que llegue el caso
de utilizarla y despues de todo DO están demás ciertas pre-
cauciones.




NACIONA.L, 713


-- Vuelvo á espresar á V. mi agradecimiento yen prue-
ba de la confianza que me inspira, el cariño que me de-
muestra por D. Alberto, voy á dejar á V. encargada una
comision delicada para él.


-Estoy dispuesto á sacrificarme en su servicio; le de-
bo mucho y nunca creeré haber hecho bastante para consi-
derarm~ desquitado.


Felipe se acercó á la mesa y escribió precipitadamente
una carta de dos carillas dirigida á D. Alberto y relatán-
dole todo lo ocurrido.


Unida al voluminoso pliego que le habia sido entregado
por el criado de Mr. Wan-Geluve, cerró ambas cosas bajo
un triple sello y entregándolo al fondista le dijo:


-A V. confio este sagrado depósito; son valores, títulos
de pertenencia y documentos de gran interés de la propie-
dad de D. Alberto; es preciso que lleguen á su poder y
como yo puedo morir en esta espedicion, necesitaba hallar
una persona honrada á quien encargar de esta comision.


-Procure hacerme digno de tan noble confianza; pue-
de V. vivir tranquilo que estos papeles serán mañana
mismo entregados en mano propia á quien van dirigidos.


Un nuevo toque de cornetas interrumpió la conversa-
. Clon.


Inmediatamente haced que ensillen el caballo y que me
lo lleven á la plaza.


-Es cuestion de diez minutos, replicó el fondista, yo
mismo me encargo de llevarlo.


Casi á un tiempo salieron de la sala Felipe y el fondis-
ta; el primero se dirigió á la plaza, donde ya estaba for '
mada. la columna que debia partir cinco minutos dsspues,
y el segundo á la cuadra en donde piafaba un magnífico


T0140 n.




714 LA SOBERANIA


caballo alazan, de once dedos de alzada, el cual fué apare·
jado en un abrir y cerrar de ojos.


Cuando Felipe llegó á la plaza del Castillo, el brigadier
gefe, rodeado de una veintena de oficiales, daba las últi-
mas órdenes para ponerse en marcha.


Montado como se hallaba en su éaballo, dominando so-
bre las cabezas de sus subalternos toda la estension de la
ancha plaza, .~vió avanzar á Felipe, fijó en él sus ojos y le
reconoció en el acto.


Su sorpresa fué igual á su satisfaccion; hechó pié á
tierra y se arrojó en brazos de su amigo demostrándole su
estrañeza por un encuentro tan inesperado.


En breves y sentidas palabras refirió le Felipe lo mas
interesante y urgente de la situacion en que se hallaba, su
estancia en Aldaz, la comision que á Pamplona le habia
conducido, la terrible catástrofe de Margarita y de su es-
poso y, finalmente, su deseo, su firmísima decision á for-
mar;~parte de la columna no solo para perseguir al cura de
Sta. Cruz, sino para volar en ausilio de su antigua amada,
si aun era tiempo.


El brigadier Arratia le escuchó con doloroso asombro;
ignoraba que Margarita y su esposo hubiesen sido las víc~
timas de tan brutal atropello.


Llenóse su pecho de noble indignacion y con acento
entrecortado por la rabia esclamó:


-¡Qué infamia! ¡pobre señora! á caballo, pues, amigo
mio; mi satisfaccion hoyes mucho mayor llevándoos á mi
lado ...


Permita el cielo que alcancemos á esos cobardes asesi-
nos que siempre huyen ante nuestras bayonetas y solo se
ensañan con ·los débiles! ...




NACIONAL. 715
Juro á Dios que si damos con ellos recibirán una severa


leccion y las nobles víctimas serán vengadas.
El dueño de la fonda estaba ya allí con e] caballo y


ayudó á montar á Felipe teniéndole el estrivo; como lo
habia anunciado, colgaba del borren trasero de la silla una
preciosa escopeta Lafeaufez y por encirr:a de la pistolera
izquierda sobresalia la culaia de un magnífico rewolver de
seis tiros.


Las cornetas dieron la señal d.e marcha y la columna se
puso en movimiento: componías e esta de unos quinientos
infantes de diferentes cuerpos y un escuadron de lanceros.


Al despedirse Felipe estrechando la mano del fondista
y reiterándole su encargo, éste le dijo por lo bajo:


-Advierto á V. que por lo que pudiera ocurrir y usted
necesitar, he colocado en la pistolera derecha alguna cosa
que debe V. guardar en sitio mas seguro no vaya á pade-
cer estravío; mas tarde ajustaremos cuentas.


Era un bolsillo Jargo de seda carmesí con sesenta onzas
de oro.


Esta confianza, este desprendimiento, esta generosidad
del fondista no debe sorprendernos: en primer lugar me-
diaban las intimas relaciones que ya sabemos con D. Al-
berto, y eu segundo, tal es el noble y franco carácter de la
generalidad de los naturales de aquel pais.


A francos, á caritativos, á obsequiosos no hay nadie que
los esceda, ni aun les iguale.




CAPITULO XXIV.


Una leccioD merecida.-Rebancha de Beasain.


Eran las diez de la noche de aquel mismo dia,
La co-lumna mandada por el brigadier AiTatia habia


andado siete leguas en menos de cuatro horas, sin permi-
tirse mas descanso que el de un cuarto de ora, para refres-
car sus labios, en una venta denominada de la Cruz de
piedra á dos kilómetros de Murq uieta.


Atravesaban en aquel momento un bosque de robles que
costea el camino y el silencio era tal q ne apenas se aper-
cibia el ruido de las pisadas.


La noche estaba oscura como boca de lcbo, lo cual era
una circunstancia que favorecia mucho á nuestros soldados.


Media hora despues y pasado el puerto de S. Miguel,
llegaron al término de Lecumberri y torciendo siempre la
derecha, comenzaron la penosa ascencion del puerto de
Aspiroz, á cuya cima llegaron y el brigadier mandó hacer
alto para dar algunos minutos de descanso á la tropa, que
apesar de la precipitada marcha que llevaba no parecia fa-
tigada en lo mas mínimo.




LA SOBERANÍA NACIONAL. 117
Los soldados, llenos de entusiasmo, ansiaba.n tanto


como su gefe alcanzar á aquellas hordas de salvajes y cas-
tigarlas de una manera severa.


Felipe marchaba siempre al lado de Arratia, pero si-
l~ncioso y triste.


Habíale referido á su amigo minuciosamente todos los
detalles de una historia, que éste ignoraba en su mayor
parte, si bien no le eran desGonocidos algunos episoiJ.ios de
la misma.


Arratia conocia lo que debia sufrir en aquel moment-o
el espíritu delicado de Felipe y despues de prodigarle dul-
ces palabras de consuelo guardó silencio respecto su dolor.


Aquel dolor era bien legítimo, porque aunque ha.bia
recibido tan graves ofensas de aquella mujer, aunque ya
no la amaba, aunque el cariño á su esposa llenase todo su
ser, ¿podia mostrarse indiferente á tan tremendo infortu-
nio'? ¿podia olvidar que aquella mujer habia sido suya y
que en una época no lejanahabia formado el encanto de
su existencia~ nó.


Los corazones nobles, las almas generosas, olvidan y
perdonan y si es necesario, se sacrifican por aquellos de
quienes recibieron mayores ult!'ajes.


El corazon de Felipe brotaba lágrimas, reflexionando
en la situacion de su antigua amada; ansiaba llegar hasta
ella, verla, sacrificarse en su servicio, ofrecerle, en fin,
cuanto le podia ofrecer en la posicion en qué se hallaba co-
locado; su amistad, sus consuelos, su vida, si neees"rio
fuese; pero todo esto por noble instinto, sin doble p$sa-
miento, sin que ni por un momento acudiera á su mente
la idea del amor pasado.


Despues de media hora de reposo, la columna empezó á




718 LA SOB.ERANIA.


descender el puerto; formaban la descubierta unos cin
cuenta cazadores y veinte lanceros que flanqueaban el ca
mino.


A la una de la madrugada pasaron por el lado izquier
do de Lizárraga, sin penetrar en la poblacion y del mism.
modo llegaron á Tolosa.


Cuando aun era perfectamente de noche y sin deteners(
en las afueras mas que breves minutos para que los solda·
dos tomasen una copa de aguardiente, continuaron hácü
Beasain, de donde ya no les separaba mas que un trayectL
de tres y media leg uas.


Conforme se aproximaban al campo enemigo, el entu-
siasmo del soldado era cada vez mayor; la proximidad del
peligro hacia revivir su m~Hcial espíritu.


El gefe, que de antemano llevaba formado ya su plan,
empezó á ponerlo en ejecucion dividiendo su columna en
dos mitades; confió el mando de una de estas á un acredi-
tado y valiente coronel al que reservadamente comunicó
sus órdenes, quedándose él con el resto de la fuerza.


El coronel se separó llevándose doscientos inf(l"ntes J'
treinta caballos, tomando un camino de la derecha que se
presentaba bastante quebrado y montuoso, pero que debia
serIe muy conocido pues en él no hubo ni vacilacion ni
duda.


La otra media columna, con el resto de la fuerza, y lle-
vando á su cabeza al brigadier y á Felipe, abandonó igual-
mente la carretera y cruzando el arroyo de Uganerreca, se
metió por un inmenso bosque de robles, hayas y fresnos
por donde, sin ser vistos, ni notados, pudieron llegar sin
tropiezo alguno hasta penetrar en el término de Benasain.


Desde este momento el brigadier renovó las precaucio 4




NACIONAL. 719
118S; dió sus órdenes á los oficiales, arengó á los soldados y
les encareci6 á todos el cumplimiento de su deber, la obe-
diencia, la subordinacion y sobre todo el silencio mas pr()-·
fundo hasta que tropezaran con las avanzadas carlistas.


De e~ta suerte llegaron hasta los primeros de los 80 ca ..
seríos que constituyen la villa, aparte de las 27 casas que,
apiñadas en un estremo, forman la poblacion, edificadas
todas ellas con tanta desigualdad y desórden que algunos
llegan á lo largo del camino real entre Ormategui y Vi ~
llafranca.


Sin encontrar tropiezo lleg6, primero la descubierta y
despues todo el resto de la fuerza, hasta la misma estacion,
ó mejor dicho, á la que fué estacion del ferro·carril, pues
las llamas solo habian dejado débiles ruinas y calcinados
escombros.


El espectáculo que se presentó á su vista era horrible y
el esconsolador.


Lo que no habia pulverizado elfuego la mano delhom-
bre 10 habia destrozado; pipas, muebles, utensilios, raills,
tra vie~as, vagones de mercancías hechos pedazos y todo
esto, nadando en un lago de sangre y de vino y salpicado
aq uí y allá de unos veinte cadáveres que aun no habian
sido recogidos pa!'a darles la correspondiente ~epultura! ...


Sin embargo de que aun no era de dia, diez 6 doce
campesinos madrugadores y provistos de faroles de mano,
se ocupaban en remover las cenizas con objeto sin duda de
ver si podían encontrar 6 salvar algo de aquella catástrofe.


Tres ó cuatro de estos fueron llevados á presencia del
brigadier para interrogarlos y por ellos supo que la fac-
cion, muy confiada de que nadie por el pronto vennría á
molestarlos, habia salido con direccion á Araz donde pen-




720 LA SOBERANIA
saban descansar sosegadamente tres ó cuatro horas, por
manera que si la columna continuaba su marcha, antes de
amanecer el cura de sta. Cruz seria sorprendido, cogiendo
á. su gente desprevenida.


El valiente Arratia no vaciló, disponiéndose á continuar
la persecucion pero hubo de detenerse un momento al oir
algunas de las palabras del interrogatorio que Felipe soste-
nia con un campesino, jóven de fisonomía franca y noble.
que pnr sus espresiones se conocia ser un liberal ardiente.


-¿Y decís que esa señora por quien os pregunto'? ..
-Sí, señor, fué recogida por unas buenas muj eres per-


tenecientes al barrio y á la ferrería de Yarza y conducida
allí, pero un virtuoso sacerdote que vive en el mismo bar-
rio, ha exigido que sea trasladada á su casa para poder me-
jor prestarla sus cuidados.


Allí está asistida por el médico del pueblo y puedo ase·
guraros que nada le falta, pero su estado es desesperadísimo.


Toda la gente del pueblo está indignada~ las mujeres
lloran y la casa del cura no se ve libre de gente ni un solo
momento.


-i., y sabeis que ha sido de su esposo'?
-Hoy lo enterrarán: recogido por los hermanos de la


Cruz roja, hubo por un momento esperanza de salvarle la
vida, per<> anoche á las diez, se agravó con una congestion
webral y espiro á las once; antes, sin embargo tuvo
tiempo de hablar con el Sr. Cura y dejarle sus instrucciones.
-~Podríais acompañarme á casa de ese sacerdote'?
-Yo no, porque tengo decidido empeño en marchar con


la columna al encuentro de la faccion; me han muerto do~
individuos de la familia y necesito mi revancha; pero si no
puedo serviros, lo hará este anciano, añadió, dirigiéndose




. .


N.\CIONAL.


á un pobre que lo contemplaba como alelado; él os condu-
cirá y en cambio dadle una limosna; es el único pobre de
solemnidad que tenemos en el pueblo.


Felipe, anticipándose, col.ocó un duro en la mano del
anciano, y el jóven le indicó lo que se esperaba de .él: el
pobre hizo con la cabeza una señal de asentimiento.


-Amigo mio, dijo Felipe, dirigiéndose á Arratia, mu-
cho me habria satisfecho poder batirme á vuestro lado con


. .


esa infame canalla, con esa bandada de buitres carniceros,
pero como comprendereis yo no puedo pasar de aquí.


- Es cierto, contestó Arratia, debeis cumplir con un
~agrado deber alIado de esa infeliz, que en estos momen-
tos reclama cuidados y consuelos, que no todos pueden
prestarle) sin embargo, pero por 8i os fueren útile~, dejaré á
usted 25 hombres y un oficial.


-¿Y para qué?
·--Pueden ser á V, necesarios; no es prudente que d~je


á. V. solo.
-Pero es que dentro de un momento pueden á V. ha-


cer mas falta que á mí.
-No tenga. V. cuidado; veinte y cinco hombr~s mas 6


menos no es cosa que me preocupe.
-En tal· caso acepto; adios, y buena fortuna, hermano


mio.
Felipe y Arratia se diero-n un estrecho abrazo.
El primero, precedido del anciano guia y seguido de


sus veinte y cinco cazadores se dirigió inmediatamente al
barrio de Yarza} que distaba mas de medio kilómetro; el
segundo, dirigiéndose con su gente por las sendas que cru-
zan detrás de las hermitas de Ntra. Sra. de Belen y de san
lfartin, se encaminó á Araz, en busca de la faceion.


TOMO n. 91




CAPITULO XXVI


Espiacion y agonía.


Era una modesta habitacion de blancas paredes y sin
otro adorno que unas sencillas cortinas de percal blanco en
Jas puertas y los balcones; algunos cuadros de imágenes
de santos, una cómoda antigua, una mesa con un escapa-
rate en que aparecia de talla la imágen de S. Fermi~ yal-
gunas sillas de tosca madera.


Esto era el mobiliario de aquella sala, en la que apare-
cia .39nt~do en un sillon de baqueta y con un breviario en
la mano, un venerable sacerdote, cuya cabeza cubierta de
cabellos blancos como la nieve, parecian rizados hilos de
plata prendidos á su solideo.


En aquella sala se veia la puerta de una alc9ba, culJier-
ta con una cortina de damasco carmesí bastánte usado y ya
descolorido.


Penetremos en aque~la alcoba.
Sobre un sencillo pero limpio lecho yacía una muJer'


que habia sido hermosa~ no solo en otro tiempo, sino que
treinta horas antes, habría llamado aun la atencion entre




LA SOBBitANIA NACIONAL. 723


las mas bellas; al presente y por efecto de las terribles im-
presiones recibidas, estaba completamente desfigurdda; .BUS
~jos láoguidos, los pómulos de las mejillas salientes, la
boca torcida, los labios cárdenos y dibujado en toda su flso·
nomía ese tirite cadavérico, que siempre es de fatal augurio


/


y que procede á las catástrofes.
Aquella mujer era la altiva, la coqueta·, la brillante


Margarita; el orgullo de los salones aristocráticos, la mujer
veleidosa que á su capricho jugaba con'lo~ corazones y los
sentimientos mas santos, la orgullosa dama sin corazon y
sin alma.


-¡Oh! cuánto habia cambiado en pocas horas.
A la cabecera de la enfefma velaba una hermana de la


caridad, vizcaina, y que desde Vitoria habia venido á
aquel pueblo á despedirse de un hermano que partia para
América, y esta casualidad hizo que pudiera ofrecerse á
prestar este servicio á su instituto.


A los pié s del lecho dormitaba el ama del cura, no pu-
diendo resistir al cansancio, pues todos habian velado
aq uella noche.


En la pared, frente á la cama, habia una especie de al-
tarito con una dolorosa de' exiguo tamaño iluminada por
una lamparilla ó vaso de cristal.


La enfermedad de :Margarita era. muy grave, yel ,doc ~
tor, que aunqu~ de pueblo no carecía de- ciencia y espe-
riencia, la calificó con la denominacion de una eclamp,ia, la
cual produce convulsiones intermitentesq ue acaban las
mas veces por un derrame cerebral que produce instantá-
neamente la muerte,máxime si las causas que· la han pro-
ducido son dettimentes, tales como impresiones morales
fuertes, susto, terror, etc., etc.




724 lA. SO:BJ:.IlA.IÜ •.
El médico anunció que solo un milagro podria salvarla,


pues la eieneia se declaraba imponente.
Por su parte la enferma no se hi.zo ilusion sobre su ver-


dadero estado, por supuesto en los cortos momentos que la
permitian sosegar las oontínuas convulsiones y delirios de
que ae veiá asaltada á cada media hora.
, Ella misma pidió con fegarse y el virtuoso sacerdote en


cuya .. sa se hallaba" se prestó gustoso á complacerla,
oyéndelá en penitencia y llorando al par suyo al darla su
bendicion.


-i,Y creeis, padre, que Dios me perdonará'? le decia
ansiosa y anhelante. '


-Sí, hija mia., Dios es todo misericordia, y puesto que
vuestro arrepentimiento es sincero, vuestras culpas serán
lavadas.


-¡Ohl no sabeis qué feliz me haeen vuestras consola-
doras palabras, pero en mi corazon existe siempre una du·
da, un dolor inmenso, que hará. mi postrera agonía mas
amarga, mas sensible!


e 1 h·· . '2 -¿ uá, IJa mla ....
-Si el hombre á quien tanto he ofendido, á quien tan


to daño hice, á pesar del terrible castigo que Dios me h~
impuesto en esta noche fatal, me perdonara en el fondo dt
su corazon! ...
~Siendo como vos me habeis dicho, bueno, cristian<


y generoso... _.
-¡Oh! señor, es el mejor de los hombres! ...
-Entonces, no solo os perdonará sino que llorará vuastr~


muel'te; pero por ahora procurad descansar unos momentos
,¡Quién sabel vuestra situacion no es tan desesperada:


quizá recobrareis muy pronto la salud y la vida.




NACIONAL. "125
Yo en tanto voy á rezar mis oraciones en la sala; ya


pronto será de dia y deseo decir á las cinco la primera
misa.


Os dejo acompañada con la hermana Gabriela y con mi
ama, que la pobre se ha quedado dormida sobre esa silla.


Si algo os ocurre llamadme, estoy ahí fuera.
La enferma le espresó con una mirada lánguida toda


su gratitud y estampó en su mano un respetuoso beso.
La hermana de la caridad hizola beber una cucharada


de la pocíon calmante que el médico la habia recetado, y
obligó á la. enferma á que permaneciese un poco mas tran-
quila.


Efectivamente, sus ojos se cerraron y quedó inmóvil
como vencida por cierto sopor muy parecido al sueño.


La hermana Gabriela volvió á sentarse á la cabecera,
sacó su rosario, inclinó la cabeza y se puso á rezar en voz
casi imperceptible.


El cura salió á la sala, cogió su breviario, sentóse en
su sillon de baqueta, y despues de alzar los ojos al cielo
como en ferviente súplica, se puso á recitar sus oraciones.


En esta situacion es como lo hemos hallado al dar co-
mienzo á este capítulo.


Apenas habria pasado media hora, el sacerdote oyó rui-
do de pasos al esterior que se aproximaban precipitada-
mente, pararse de pronto al pié de su venta.na. y llamar á la
puerta, si bien sin estrépito ni violencia.


Cerró su breviario y él mismo baj ó á abrir.
El dia empezaba á despuntar.
·Su sorpresa fué grande cuando apercibió un caballero


bien vestido y unos veinte soldados qua se mantenian á
tres pasos de distancia del umbral.




726 LA. SOBBRANIA
Estaba á cien leguas de adivinar lo que aquella visita


significaba.
Muy pronto aquello dejó de ser un misterio para él y la


alegría mas inmensa se dibujó en su rostro.
Felipe, despues de haberle pedido licencia para entrar


y habiéndosela concedido el cura, en breves palabras le
esplicó aquel cuál era su nombre y el móvil noble y de
,caridad que-le llevaba hasta allí.


-¡Dios sea loadol. .. ¡el cielo sin duda os envíat. .. "S
esta inspiracion vuestra debe ser un milagro! ... dijo el cura.


-No comprendo ... replicó Felipe.
-Es muy sencillo, caballero; la desdichada señora qU€


está allá arriba y á la que resta pocas horas de vida ...
-¡Dios mior ¡Dios mio! esclamó Felipe lleno de la ma·


yor angustia y alzando sus manos, ¿con qué no hay re-
medio'?


-Ninguno, replicó el sacerdote, y como os decia, esa
desdichada señora se ha confesado conmigo, estoy enteradc
de su historia, os conozco perfectamente por el relato d~


. vuestros generosos sentimientos que me ha hecho, y á la
infeliz no le preocupa otra cosa en sus últimos instantef
que si vos la perdonareis.


-¡Mi perdon!. .. ¡ohI. .. corramos, señor cura, yo quiere
verla, quiero tranquilizarla, quiero que sepa ...


-Un momento, replicó el sacerdote deteniéndole, va,
mos despacio, es necesario obrar con prudencia.


En este momento descansa y si os presentarais de pron
to, la impresion, la sorpresa, seria capaz de matarla en e
acto.


-Es verdad, es verdad!. .. dijo Felipe inclinando la ca'
beza sobre el pecho.






NAClONAt.


-Subid conmigo; esperaremos á que despierte ó la re-
pita. la fatal convulsion: yo la prepararé y entonces ...


-Sea como V. guste.
El sacerdote mandó sac~r aguardiente y bollos para los


4


soldados, que penetraron en el zagv.an y se tendieron á
descansar sobre el duro suelo, porque bien lo necesitaban,
despues de dejar dos centinelas, una en la puerta y otra,
por via de mayor precaucion, á diez pasos en la calle.


Subieron Felipe yel cura y penetraron en la sala sin
hacer ruido, pero apenas habian tomado asiento y se pre-
paraba el último á referir los horrores de aquella noche,
cuando un agudo grito que partia de la alcoba los hizo le-
vantarse precipitadamente y entrar en ella.


Era de nuevo la convnlsion, la risa histérica, el delirio
espantoso.


Se retorcia sobre el lecho como una culebra y con sus
crispados dedos hacia pedazos el embozo de la sábana.


Tan pronto se mostraba furiosa, como lanzaba nervio·
sas carc:ljadas.


Era una de esas crisis acompañada de síntomas tan es-
traños, que se asemejan á la locura; era la exaltacion de un
alma que en pocas horas habia sufrido mucho ...


Sus gritos partian el coraZOD ...
-¡Nó, nó, decia en su delirio y como forcejeando, ¡de-


. d , d' d . i-". ., e -..
.la me.... eJa me, lnlames asesInos.... omp~slon: ... ¡com-
pasion para una pobre mujer!


Otras veces reia á carcajadas y de0ia:-¡Já! ¡já! ¡jáL .. si,
sí; te reconozco, ven á mis brazos!... olvídalo todo!. .. per-
dóname! ...




Cesaba en el delirio por breves instantes y entonces,
retorciéndose, esclamaba COII la mayor angustia, ¡agua!.. ~
agaa! ... me abraso.




728 LA SOBERANIA
Cuantos medicamentos habia tomado no pudieron, ni


calmar sus dolores, ni aplacar sus convulsiones; únicamen-
,te pudieron retardar la hora de su muerte y darle á aquél
agitado espíritu algunos instantes de tregua, pero aquella
avanzaba á pasos agigantados; la eclampsia hacia rápidos
progresos.


Felipe se arrojó sobre el lecho y se apoderó de la cabeza
que golpeaba sobre la almohada, en tanto que el cura y la


" hermana Gabriela la sujetaban las manos; el ama se en-
cargó igualmente de los piés para que en sus continuos
sacudimientos no pudiera lastimarse.


Felipe contempló por algunos momentos aquella ber-
mosa cabeza y su corazon se le oprimia ... lágrimas bien
amargas brotaron de sus ojos y algunas de ellas rodaron
hasta bañar la frente de la enferma.


Sea casualidad ó lo que fuese, lo cierto es que al espe-
rimentar la impresion producida por aquellas lágrimas, la
enferma rué calmándose por momentos.


Felipe la contemplaba siempre, con el brazo derecho
colocado bajo su cabeza, inclinado sobre el lecho y estre-
chando entre la suya su mano izquierrla;' casi, easi, sus
frentes se tocaban.


Aunque el mal habia !lecho rápidos estragos en todo su
fí8ico, ella continuaba siendo maravillosamente hermosa y
sus formas ha bian conservado esa pureza de líneas tan re-
mareable y tan rara.


De pronto abrió los ojos y los fijó en los de Felipe, que
continuabá sosteniendo su ca,beza; hizo un movimiento
brusco, los volvió á cerrar y eselam6: «(¡Perdon ... ¡per-
don!. .. ,)


- Vuelve en tí, Margarita, replicó Felipe ahogado por




NAOIONAl,. 729
los sollozos, vuelve en tí, ,pobre ángel estraviado ... el per-
don que ansías ya lo tienes ... tu castigo ha sido superior
á la culpa y Dios es misericordioso!. ..


Margarita volvió á abrir los ojos y los fijó con mayor
insistencia en los de su antiguo amante; al pronto, tenian
la espresion de já duda, pero poco á poco su espírjtu fué
reanimándose, besó la mano de Felipe y una sonrisa de
inefable dicha se dibujó en aquellos lábios de&coloridos.


¿Con qué me perdonas'? dijo, entonces ya puedo morir
porque Dios me perdonará tambien.


El cura, que tenia cojida su mano derecha, no pudo
,


contener un torrente de lágrimas; el ama y la hermana le
imitaban.


Aquellas significativas frases pintaban perfectamente '
las torturas de su alma, los sufrimientos de su cuerpo.


N o habiendo ya remedios posibles para la pobre afligida,
se hallaban todos en el deber de endulzar al menos sus su-
frimientos á fuerza de cuidados v atenciones.


11


Volvi6 1fargarita á ahrir los ojos y uniendo sus pálidas
Inanos pareció recit.ar una oracíon mental.


Sus facciones se iban descomponiendo por momentos;
su fisonomía habia adquirido un tinte lívido; sus ojos se
hundían en sus órbitas y un círculo violado los rodeaba ya;
sus lábios se tornaron descoloridos y una espresion doloro-
sa y profunda se reflej aba en todo su sér ..


Los sollozos en todos los que rodeaban el lecho de la
enferma ya no fué posible que se ocultasen á su vi va pe-
netracion.


-¡Felices vosotros q na po deis llorar!. .. esas lágrimas~
Rin embargo me consuelan! .. '. escuchadme bien porqlle el
momento es grave y los momentos son preciosos; no me .


TOMO n.




"130 LA. SOBERANÍA
digais que no ... amigos mios, mi hora ha llegado ... lo co-
nozco y bendigo á ese Dios que ha sido para mí tan bonda-
doso que me permite morir en los brazos del hombre á
quien tanto he ofendido, amparada por su perdon, y puri-
ficada por la Eucaristía que de vuestras manos he recibido,
padre.


Ahora, lo que únicamente deseo es que el recuerdo de mi
muerte, Felipe, no turbe tu felicidad futura, que seas buen
esposo y ciignJ de la virtuosa mujer que elegiste por com-


. pañera ... Ojalá yo lo hubiera sido y hoy me sonreiría aun
la felicidad An vez de verme en tan amargo trance! Per-
donadme todos y rogad por el alma de la pobre Margarita.


-En el nombre de Dios, Margarita, dijo Felipe hacien-
do un esfuerzo sobre sí mismo y procurando hacerse supe-
rior al dolor que le abrumaba, no pienses en la muerte! ...


Al mismo tiempo estrechó sus manos y las encontró
cubiertas de un sudor helado.


-Dejadme hablar, continuó la enferma; hermaná ca-
ritativa y bondadosa, hacedme el favor de otra almohada
para que pueda enderezarme un poco y una cucharada dE:
esa bebida para adquirir un poco de mas aliento!. .. Ahora,
señor cura, escuchad nuevamente mi confesion, añadió jun·
tando sus manos.


-No os fatigueis, hija mia; conozco vuestra vida, os
habeis confesado hace apenas dos horas y no lo creo en
este momento necesario ... Dios os ha perdonado ya la única
falta grave que habeis cometido en vuestra vida, y yo os
absuelvo en el nombre del Padre, del Hijo y Gel Espíritu
Santo.


y sacando un relicario de s?- .pecho lo presentó á la en-
t'erma~ que besó respetuosamente el Oristo.




NACIONAL 731
-Mi amado Felipe, añadi? dirigiéndose á su amante


con una espresiva mirada de dulce tristeza; te Isuplico que
aceptes, al propio tiempo que esta sortija que no tiene nin-
gun valor, y que solo significa un recuerdo de Villaviciosa,
de aquel pueblo en que fuimos tan felices, en encargo de
ser mi albacea testamentario.


Tengo la seguridad de que mi voluntad será cumplida.
-y tus deseos satisfechos ... replicó Felipe anonadado


por el sentimiento; habla, pobre ángel, habla ...


-Toma esta cartera, que oont.iene valores de conside-
racion, casi toda mi fortuna ... entregarás al bondadoso sa-
cerdote que nos escucha y A quien tanto debo, la cantidad
suficiente para que en este pueblo se funde un hospital,
en el cual tengan tambien amparo los transeuntes.


Darás á esta noble y generosa hermana mil duros para
que los distribuya en obras de caridad; que mi cuerpo y el
de mi esposo sean trasladad(\s á Madrid y enterrados en el
cementerio de la Sacramental de San N icolAs, y el resto,
haz que llegue á manos de mi madre, que, aunque no lo
merece, y ella es la principal causa de todas mis desdichas,
en la hora de mi muerte yo tambien debo perdonar y per-
dono ...


-Tu voluntad será cumplida, balbuceó Felipe toman ~
do la cartera que la enferma le presentaba.


-Bien, hija mia, bien!. .. esclamó el cura; tienes un
hermoso corazon! ...


Felipe habia caido arrodillado delante del lecho y.sin
soltar aquella mano que le habia sido tan querida1 lacu-
bria de besos y la bañaba con sus lágrimas.


La enferma cerró por un momento los ~jos y todos la
creyeron mueria.




732 LA SOBERANIA
Felipe aproximó su mano al corazon y se con venció de


que aun latia.
¡Oh! qué horrible espectáculo es el de una agonía tan


larga y tan cruel! ...
El sacerdote salió de la alcoba y volvió á los pocos mi·


nutos revestido con la sobrepelliz y llevando en sus manos
el santo Oleo, con el cual administró á la enferma el últi-
mo de los saeramentos.


Cuando terminaba el sacerdote, Margarita volvió á abrir
168oj09 pero ya estaban sin brillo sus pupilas y habia cier-
to estravío en su mirada.


La hermana Gabriela abrió la ventana de la sala y los
primeros rayos del sol naciente penetraron hasta la alcoba.


Los criados habian subido y penetrado en la estancia.
La escen~ no podia ser mas triste ni mas desgarradora.
Todos habian hincado la rodilla en tierra y entonaban


las preces y las oraciones de los agonizantes.
Margarita volvió sus ojos moribundos hácia el cielo,


donde el sol empezaba á brillar con todo su esplendor, co-
jió la mano de Felipe, la llevó á sus labios, exhaló UI). fuer-
te suspiro y sus párpados se cerraron para no volverse á
abrir!. .. estaba muerta!. ..


Seis ú ocho horas permaneció Felipe en ese estado de
paroxismo muy semejante á la locura; el golpe habia sido
rudo y su corazon sufrió una de las mas rudas pruebas,
pero la reflexion y la conciencia del deber vinieron en su
ausilio, y haciéndose superior á todo por un esfuerzo de su
voluntad, recobró prontamente la razon y toda su energía.


Cumplió las órdenes recibidas, y despues de haber en-
tregado al señor cura por valor de veiDte mil duros en sus~
cripciones del Tesoro francéR; vei ute mil reales á ]a herma.-




NACIONAL. 733
na Gabriela en billetes del banco de España y da haberse
procurado á peso de oro una galera, en donde colocó los
féretros de Margarita y de su esposó, montó á caballo,. y
escoltado por los veinticinco cazadores que le habia dejad.o
el brigadier su amigo, emprendió nuevamente el camino
de Pamplona.


La cart,era.de Margarita estaba suficiente provista para
acudir á todo; pasaba de un millon lo que contania.


En la primer parada que hizo, en la venta de Argui-
runz, tuvo la satisfaccion de saber que Arratin habia con-
seguido sorprender á la faccion del infame cura, ponerla
en derrota, causarle 18 muertos y 12 prisioneros, habiéndo-
se sal vado el sanguinario cabecilla solo por un milagro, si
bien con una pierna rota de un balazo.


El resto del camino lo hizo sin novedad particular y
llegó á Pamplona á las seis de la tarde del siguiente día,
donde hizo embalsamar los cadáveres por un entendido y.
hábil facultativo.


Inmediatamente despues, y con licencia prévia· de las
autoridades, civil, militar y eclesiástica, colocó los féretros
en el ferro-carril de Madrid, redactó un estenso parte ,ele-
gráfico á su amigo Luis para <¡ue saliera á recibirlos y una
carta, aun mas estensa, dándole conocimiento de todo lo
ocurrido, mandándole fondos y suplicándole que hiciese SUB
veces encargándose del entierro y funeral de Margarita y
de su esposo Mister Wan-Geluve.


Como el lector comprenderá, él no podía desempeñar
esta comision por sí mismo, debiendo volver inmediata ..
mente á Aldaz, doña María y D. Alberto le esperarían im-
pacientes y con cuidado.


Desde el momento que empezó á hacer sus preparativos




734 LA. SOBERA.NIA.


de marcha no pudo menos de observar que el dueño de la
fonda andaba como preocupado y como queriendo comuni-
carle algo, que no se atrevia á decir.


Igualmente notó, que el criado de D. Alberto, que le
habia servido de cochero, tenia los ojos irritados como de
haber llorado y que mostraba gran precipitacion en los
preparativos para ponerse en marcha cuanto antes.


Habienco preguntado al dueño de la fonda si habia
¿


cumplido su encargo, llevando por sí mismo los papeles 11.
D. Alberto, aquel le contestó afirmativamente.


El carruaje estaba ya listo y el caballo enganchado;
Felipe se preparaba á descender al patio, despues de dar
las mas espresi vas gracias y un cordial abrazo al fondista,
cuando éste le detuvo.


-Un momento, Sr. D. Felipe, le dijo; creo de mi de-
ber, antes de ponerse V. en camino, prevenirle de algo
grave que ocurre en Aldaz, porque la sorpresa, la emocion
repentina, pudiera ser á V. mas perj udicial.


;


Es muy sensible un disgusto como el que vá V. á reci-
bir, cuando acaba V. de esperimentar una tan ruda prueba.


Felipe dió un salto atrás y abriendo desmesuradamente
los ojos, lleno de dudas y de ansiedad, replicó:


-¿Qué ocurre? hable V ... pronto ... la duda es el peor
de todos los tormentos... mi esposa... D. Alberto ... l ¿les
ha ocurrido algo durante mi ausencia?


-Tranquilícese V.; aunque la desgracia es grande, no
lo es tanto que tenga V. que esperimentar la pérdida de
ninguno de esos queridos séres.


-Pero acabe V. de una vez: ¿no comprende que la
impaciencia me mata? ¿qué ha sucedido?


- Que antes de anoche la casa de D. Alberto ha sido




~AcrONAL. ?35
asaltada por unos bandidos, los cuales pretendian, segun
parece, llevarse á su mujer de V., lo cual hubieran conse·
guido, pues ya la tenían en el jardin amordazada, sin el
ausilio del anciano D. Alberto que, con su propia mano,
mató de un pistoletazo á uno de los bandidos) y sin el so-
corro de los perros, particularmente el de una vaquera lla-
mada Marta, que ha estrangulado instantáneamente á otro;
Jos demás huyeron.


Cuando la gente del pueblo acudió, solo halló dOS ca-
dáveres en el jardín, vuestra esposa desmayada y el ancia-
no do¡;:t Alberto atacado de una epilepsia efecto de la emo-
don y del susto, y que en su avanzada edad puede serle
IllUy fatal.


Los cadáveres de los bandidos han sido conducidos á
aq uí y los tienen espuestos en la plaza, por sí alguno pue-
de identificar sus personas; 10 que es positivo que no son
del pais, aunque llevan boinas y traje de campo.


La autoridad ha mandado al escribano y al juez, acom-
pañados de un facultativo para prestar á los enfermos los
ausilios que su situacion requiere.


Creo que cumplo con mi deber, anunciándoos esta des~
gracia antes de que otro se me anticipe.


Felipe habia escuchado toda aquella relacion, como
alelado, mudo de estupor y de asombro; con la boca en ...
treabíerta J los oj os fijos, la respiracion anhelante, los bra-
zos caídos.


No podia esplicarse, ni darse cuenta de lo que sentia,
de lo que estaba oyendo, de lo que pasaba.; leparecia mas
bien un sueño~ una horrible pesadilla.


De pronto agarró al fondista por un brazo y se lanzó n
la calle diciendo:




736 LA. SOBERANÍA
«¡Vamos á la plaza; antes de ponerme en camin-o quiero


ver esos cadáveres! ... }>
Cinco minutos despues, y teniendo que abrirse violen


tamente paso por entre la compacta multit.ud que rodeaba
los dos caminos, se halló por fin en su presencia.


Apenas se fijó un breve instante en aquellos rostroR.
cárdenos, violados y cubiertos de sangre exaló un grito
ahogado de rábia y de satisfaccion á un tiempo.


-¡Áh! esclam6.
¡Tomasi to Lopez! ...
iAntojitos, su discípulo! ... ahora todo se me esplica.
Efectivamente eran ellos.
El primero tenia en la frente una herida circular, can,


sada por el proyectil que le habia atravesado el cráneo:
el pulso de don Alberto, en aquella ocasion, y á pesar de
sus muchos años, habia sido firme y seguro.


El segundo tenia el cuello destrozado completamente;
los dientes del perro leal, habian partido le vena yugula,.
v la carotida: en su consecuencia la muerte debió sér jns·
"


tantáneamente.
Media hora despues, y habiéndose hecho enganchB.r al


carruaje, en vez del caballo, cuatro poderosas mulas, Feli-
pe no corria, sino que volaba por el camino que conduce ~.
Aldaz.


Cuando hubo llegado á la p~erta de la quinta, se lanz6
de un salto en tierra, é inmediatamente se vi6 rodeado de
multitud de personas desconocidas, vecinos de los alrede-
dores que llenos de sentimiento habian venido á demo~­
trar su dolor y su gratitud al amo de la casa, al qUf:l,
segun opinion de los facl1ltativos, restaban brAvas hora~
de vida.




NACIONAL. 737


Todo allí eran lamentos y sollozos, trastorno y des-
consuelo.


Al llegar á la puerta del edificio apareció María, y al
ver á su esposo dió un grito y se arroj ó en sus brazos de-
solada! ...


-¡Felipe!. .. ¡Felipe mio] ... esclamó ¡por qué te fUÍste! ...
¡Oh! ¡qué grande es nuestra desgracia!. ..
-¡María!. .. ¡esposa de mi alma! ... tranquilízate ... ya


,.


me tienes otra vez á tu lado.
- Volemos continuó la j óven, ven; aun será tiempo;


nuestro generoso amigo se muere, y es tu nombre el úni-
co que con insistencia pronuncian sus labios ...


Se conoce que su único deseo es verte antes de morir.
-¡Corramos pues!. ..
y ambos saltaron de dos en dos los escalones, atravesa-


ron diferentes salas hasta llegar á la alcoba donde el an-
dano yacía sobre su lecho de muerte.


Aquella alcoba estaba atestada de gente.
El sacerdote, el juez, el escribano, y el facultativo ro-


deaban la cama ..
La muerte de aquel noble anciano era la muerte del


justo; tranquila, sosegada, sin convulsiones y sin agonía .
. Habia cumplido con los deberes de cristiano, habia he-


cho en breves palabras su testamento aprovechando la cir·
eunstancia de haberse presentado el escribano, y sus lábios
sonreían con estremada dulzura, despidiéndose satis fe ~.
cho de una vida que se habia prolongado ya demasiado
para él.


Una única nube entristecía sus últimos momentos v
.'


así lo habia significado repetidas veces á todos los que le
,rodeaban, el no poder ver por vez postrera y estrechar eu~


"'< ;1H




738 LA SOBERANIA
tre SUS brazos al que se habia acostumbrado á mirar como
'hijo, á Felipe.


Así que, al verle entrar acompañado de María, exaló
un grito de satisfaccion, se incorporó sobre el lecho y le
tendió sus brazos.


Felipe se arrojó en ellos reclinando la cabeza de don
Alberto sobre su pecho.


-¡Dios mioL .. dijo, ¡ya puedo morir! ... ¡mi último de-


seo se ha cumplido! ¡graciasL .. ¡gracias!
Felipe no podia hablar, los sollozos le ahogaban.
-No llores, hijo mio, yo soy feliz, y tú debes serlo


tambien; cumplida mi mision sobre la tierra voy en busc~
de otra bien mejor.


No te aflijas ...
Como yo no tengo h~jos, ni parientes, ni herederos for-


zosos, tanto tú como tu esposa habeis hecho agrada-
bles los últimos dias de mi existencia; como ambos sois,
buenos, honrados y virtuosos, os he legado todos mis bie-
nes instituyéndoos por mis herederos universales .. ,


Sed felices en la tierra, como yo espero serlo en el
cielo.


Felipe y María se habian colocado en primer término,
cada cual á un lado de la cama, y tenian las manos del
moribundo entrelazadas... los demás espectadores de tan
solemne escena rezaban y sollozaban ..


Don Alberto abrió nuevamente los ojos; dirigió á su
alrede~or una mirada impregnada de inefable dulzura,
como dando gracias fJ todos por su cariño y por su interés
é inclinando la cabeza sobre el hombro de Felipe, pareció
tI nedar como dormido',


¡Ay! ¡aquel sueño era la muerte!




NACIONAL. 739
Don Alberto espiró sin hacer el menor estremecimiento;


de una manera tranq uila, sosegada, como la· luz de una
lámpara que gradualmente se debilita y se estingue.


El único síntoma por el que Felipe conoció que su alma
habia volado al paraiso, fué el marmóreo frio de la mano
gue tenia estrechada entre las suyas; frio que no puede
equivocarse, ni compararse con nada.


Todo el mundo cayó de rodillas, y, haciendo coro al
sacerdote, entonaron el Salmo de los muertos.


Felipe entró en posesion de una fortuna próximamen~
de cinco millones de reales.


El cuerpo de don Alberto fué embalsamado, igualmen-
te que los de Margarita y su esposo, y trasladado á Ma-
drid, donde se le erigió un magnífico mausoleo en el ce~
menterio de la sacramental de San Luis.


María y Felipe acompañaron el féretro á Madrid, y
de él no se separaron hasta haberle tributado los últimos
deberes.


Tambien Luis habia cumplido su encargo concienzu ..
damente dando sepultura á los cadáveres de los esposos
Wan-Geluve, y haciéndoles unas honras fúnebres osten;..
tosas.


El resto del dinero de Margarita, fue enviado religio-
samente á su madre que habitaba una quinta en la provin-
cía de Córdoba.


Positivamente, aunque derramó algunas lágrimas á la
memoria de aquella á quien habia dado el sér, y hecho tan
désgraciada, se consoló bien pronto, porque hay ciertos
corazones en que los mas santos sentimientos es una letra
muerta.




740 LA SOBERANIA


Arreglados todos sus negocios y teniend.o Felipe ahso-
luta precision de pasar al estranjero, para incautarse de
algunos bienes, y darse á conocer como heredero de don
Alberto, resolvieron ambos esposos partir juntos para París
y despues ir á establecerse en Suiza, dando tiempo á que
nuestro desdichado pais diera tregua á sus luchas intesti 4
nas, á sus desaciertos, al estado de intranquilidad y des-
asosiego quo domina en sus mas hermosas provincias.


Para mayor satisfaccion suya, consiguieron convencer
á Luis y al anciano don Eugenio, para que los acompaña-
sen; don Juan quedó de presidente de la lójia masónica, du-
rante la ausencia del abuelo de María; Luis hizo precipi·-
tadamente su equipaje, sin olvidar un tremendo cajon de
lienzos, colores, y pinceles, porque en aquellas preciosas
montañas de la Helvecia, se proponia pintar mucho y que
su viaje no fuese del todo improductivo.


Quince dias despues se hallaban establecidos en un pre-
cioso Chalet del canton Underbal, donde continuan disfru-
tando de esa deliciosa calma, de esa envidiable tranquili-
dad, de esa benéfica dicha que solo se conquista con el
amor, la honradez, la amistad síncera, y la santa virtud .





NACIONAl. 741


Dos últimas palabras al. lector-
Cábeme la duda de si mi pobre trabajo te ha agradado.
La intencion ha sido buena, el deseo grande, mi afan


inmenso, pero he tenido que luchar con la índole de una
publicacion que por sus condiciones especiales y por la
precipitacion con que se ha escrito, no ha satisfecho por
completo mis aspiraciones y lo que á tí te se debe, ¡oh!
¡pueblo!


Páginas de útil enseñanza para tí, las titulé, y aunque
por las razones antedichas sean unas descosidas páginas,
abrigo la esperanza, sin embargo, de que en ellas habrás
encontrado algo útil y provechoso, lecciones para el pre-
sente, útiles consejos, y algo de esperiencia para il por-


.


venIr.
En el desgraciado estado en que nuestra querida patria


se encuentra, viviendo como vivimos sobre un volcan,
abocados cada dia á tremendos cataclismos, aquellos conse-
jos y aquellas lecciones no deben ser infructíferos.


Pensad sobre todo que la menor imprudencia, que el
desórden, que la desunion, que la falta de respeto á los po-
deros constituidos pueden costarnos muy amargas lágri-
mas, desdichas sin cuento, la pérdida de lo que con tanto
trabajo hemos conquistado y que cuando queramos re-
cordar será ya tarde; el arrepentimiento será tardío y ven-
dremos nuevamente á caer, con el anatema de la Europa,
en la mas horrible de las tiranías, en la esclavitud mas de-
gradante ... Il~ del látigo!. ..


¡Qué no nos falte el juicio, que no nos falte 1areflec-
sion, que no hagamos caso omiso de la prudencia en tan
supremos momentos! ...




742 LA SOBERANIA NACIONAL.
La democracia rena~ió como el Fénix, de sus propias


cenizas, y es preciso que se mantenga incólume por la re .
fo~ma de las costumbres, por la ilustracion, por la prn-


, dencia, por la propagacion de las luces y de la santa idea
que repres~nta.


Su memoria es la columna de fuego que guió á las ge-
nera:ciones errantes é indecisas, en busca de una nueva
tierra prometida.


¡Jóvenes! olvidemos nuestros resentimientos particula·~
res; las pérdidas y las heridas de nuestras familias para no
ver mas que el resultado adquirido por la causa del pueblo.


N o cometamos repugnan tes escesos, porque los escesos
hacen retroceder la causa de la libertad, la desprestigian,
la hacen odiosa! ...


Respetad á los demás, si quereis ser respetados, y sea una
verdad el santo lema que llevamos grabado en nuestra
bandera, y que muy pocos comprenden y menos prac-
tican.


¡Libertad, igualdad, fraternitad!


Fin del tomo segundo


)' de la


SOBEHANÍA NACIONAL.




INDICE
de los capítulos que contiene el tomo segundo.


Capitulos.


OAPITULO PRIMERO.-La piel del siervo yellá-
tigo del señor ..


CAP. n.-El sabio, el poeta y el conspirador ..
CAP. Ill.-Continuacion de mi episodio en Polo-


nia.-Empiezan las desgracias. .
CAP. IV.-¡El suplicio de ... dos mujeres sublimesl
CAP. V.-Convalecencia.-Del infierno al paraiso.
OAP. VI.-Historia de Enriqueta ..
CAP. VII.-·Continuacion de las memorias. - Un


salabocero sensible.-Proyectos de eva-
. Slon ..


CAP. VIll.-Huida de Polonia.-Viaje á Francia.
-Ligera reseña histórica sobre aquel


. pals ..
CAP.IX.-La 'ley de la historia.-Estudios histó-


rico-filosóficos.
CAP. ·X. -Moisés. . .


.


CAP. XI.-Grecia.-Los tiempos fabulosos y he-
róicos. .


OAP. XII.-Tiempos históricos. - Las institucio··
nes de Licurgo.-Esparta. . ..


CAP. XIII.-La filosofía griega. -Pitágoras. .


Pags'


5
21


40
60
83


100


132


166


208
215


250


275
297




II iNDICE.


CAP. XIV.-I.-Lareligion . . 334
CAP. XV. -11. -La moral pública y las humanas


. costum bres. . . . 340
OAP. XVI. -Cárlos V.-Comunid'ldes de Castilla. 376
CAP. XVII. -Un centenario del antiguo régimen.


-Triste historia contada al aire libre. . 472
CAP. XVlII.-Noche de insomnio.-Una sorpresa.


-El sacrilegio . 506
CAP. XI~.-EI sacrilegio. . 515
CAP. XX.-Las cinco pesetas.. 586
CAP. XXI.·-Cristiano, pero n? fanático.-Un dis-


curse notable.. 596
CAP. XXIl.-Un nuevo mártir de la República. 625
CAP. XXIII. -Hazañas de bandidos.. . . .. 690
CAP. XXIV.-Una leccion merecida.-Revancha.


de Beausain. .
CAP. XXV.-Expiacion y agonía.


Fin del índice del tomo segundo.


'116
712




para la eoloeAeJoD de la. Jám.lnas del tomo .~.ulldo •.


Laminas.


1 Portada.-~1inisterio Republicano.
2 El látigo sil vó en el aire y vino á herir las


espaldas de Angela. . •
3 Rendicionde Sedán.·-Napoleon prisionero.
4: Muerte de Sócrates. . . e ..
5 ¡Muere asesino de mi pa.dre! ¡Muere asesi-


no de mi hermana! ¡Muere como has


P'áginas,


3


76


37:2


~~d~. 471


• TQ~IO}I. • •




OBRAS' ILUSTRADAS
.. ,'


QUE SE'HALLAN DE VENTA


EN LA


BIBLIOTECA HISPANO- A~IERICANA.


Realec:.


Historia de los Papas y de los Reyes, por Maul'icio de La
Chatre, consta de 4 grandes tomos; precio . . . . . 272


Los Tribunales Secretos, historia de Pablo Feval, 2 tomos. 132
Historia de la Pros~itucion, por Pedr9 Dufonr, 2 tomos 100
Los Misterios de Paris, por Eugenio Sué, 2 tomos. . . . 100
Isabel Primera, por Francisco José Orellana, 3 tomos. . . 95
Los Misterios de la Inquisicion de España, por M. de Fe-


real, 2 tomos. . . . . . . . . . . . . . 83
Los Mártires del Pueblo, por J~ de la Cuesta, 2 tomos. 83
Historia de los Girondinos, por Alfonso de Lamartine, 4, t. 80
Los Invencibles, el Monarca ylaHoguera, por Parreño, 2 t. 80
El Hijo del Diablo, por Pablo Feval, 2 tomos. . . . . . 78
Historia crítica de la Inquisicion de España, por Don.J mm


Antonio Llorente, 2 tomos. . . . . . . . . . . 7:2
Damian el Monaguillo, por don José Goizuela, 1 tomo. . . 65
El Parnaso Español, por don Francisco de Quevedo, 1 tomo. .:1 i
Memorias de un marido, por Eugenio Sué, 1 tomo. . . . 5:2
La Huérfana de Bruselas, por Velazquez y Hanchez, 2 tomos. ,')"2
El Caballero del Silencio, por Juan de Dios Moea, 1 tomo. 45
La Reina Margarita, por Dumas (padre), 1 torno. . . . . 4:2
Historia de los Estados-Unidos, por D. J osé Comas, 1 tomo. 40
Historia del Bandolerismo y la Camorra, por M,lllé y Fla-


(luer, 1 tomo. • • • • • • • • • • • • • • • 10




I Reales.
La Vieja del Candilejo, por L. Meg'ías, 2 tomos. . • 40
La Heroina del Segre, por Luis Parreño, 1 tomo. • • • • 40
Historia de tas Antillas, por D. José Comas, 1 tomo. .. 37


. Opúsculos políticos y literarios, por Salvador Constanzo, 1 t. 36
Ultimo s dias de Sarunto, por Cárlos Marí~ de Palomera, 1 t. 35
El Fraile, por Lewis, 1 tomo. . . . . • • . . . • • 25
La Jura en Santa Gadea, por Vicente GarcÍa, 1 tomo. • • 20
Los Derechos del Hombre, por Eugenio Pelletan, 1 tomo. . 12
Idea general de la Revolucion en el Siglo XIX, por P . • T.


Proudhon, 1 tomo. . • . . • . . . . . • • • 12
Historia de un jóven pobre, por Octavio Feuillet, 1 tomo. • 10
Ignacio el estudiante, ó un deber político, por Antonio Ig-


nacio Fornesa, 2 tomos. , • . . . . . • • • • 56
El Expósito del Ródano, novela moral por D. Víctor Rosse-


lIó, l· tomo. . . . . . . . . . . . . . . . 44
La Pastora del Guadiela, por doña Faustina Saez de Melgar. 37
Rosa ó la Cigarrera de Madrid, por la misma autora. . , 47
Matilde ó la Mujer del gran mundo, por Eugenio Sué. . . 44
Historias Estraordinarias, por Hoffmann, Edgard Poe, 1 t. 72
La Alhambra, por Fernandez y Gonzalez, 1 tomo. . . . . 67
El Marqués de siete Iglesias, por Fernandez Gonzalez, 1 t. 64
Los Dramas del Océano, por Alejandro Dumas, Eugenio Sué.


Lamartine y otros, 1 tomo. . . . . . . . . . . 52
Tres Perlas Literarias, por Dumas, Kock y Feuillet, 1 tomo. 50
Claudio, Historia de un procesado, por José Comas, 1 tomo. 45
Rostros blancos y conciencias negras. por Don Ramon Or-


tega y Frias, 1 tomo . . . . . . . . . . . . 45
Tres joyas literarias, por Dumas. Sué y Balzac, 1 t. 45
La Vuelta de Presidio, por D. José Comas, 1 tomo. 40
Los Hijos de Familia, por Eugenio Sué. 1 tomo. . 40
Misterios Catalanes, por Rafael del Castillo, 1 tomo.. 35
La Venganza de una Madre, por Dumas (padre), 1 tomo. . 35
La Huérfana de Ribas, por Víctor Rosselló, 1 tomo. . . . 18
El Conde de Monte-Cristo, por Alejandro Dumas, 2 tomos. 58


::B:::n. prensa.
La Condesa de Monte-Cristo, por M. J. Du Boys.
Historia de XX Siglos.-Hijos del Pueblo, por Eugenio Sué.