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1-1-59 ,2,4


7,11
lu12-


LA


UNIDAD CA1V,IC
POR


D. JOSÉ MARÍA ANTEQUERA.


Con licencia
de la autoridad eclesiástica.


ij


MADRID:
k CARGO DE D. R. P. INFANTE.


Jesus del Valle, núm. 15,


1875.




SUMARIO,


Importancia del asunto..-7 Grandes y gloriosos recuerdos que evoca.
Obligacion en que estamos todos de defender la unidad cató-


- tica.—Es la causa nacional, miéntras la libertad de cultos es la
causa de los extranjeros 5


I.—La Religion verdadera no puede ser obra de los hombres.—Como
obra de Dios, al hombre sólo toca respetarla y cumplirla fielmen-
te.—No es lo mismo creer lo que Dios ha dicho, que creer lo que
han inventado los hombres.—La libertad de cultos es, pues, la
libertad de elegir entre la mentira y la verdad, entre el bien y
el mal, entro la vida y la muerte.—La Iglesia la ha condenado
en todos tiempos. Numerosos textos que lo acreclitan.—Fri-
validad de las razones con que se sostiene el derecho del hom-
bre á elegir religion.—El mal proviene de que la libertad tiende
hoy á prevalecer en todas las esferas.—No se concebiria , á no
ser por eso, que, titulándose católicos, pidan algunos favor para
los herejes.—El indiferentismo tiene tambien no poca parte en
esta aberracion.—La libertad de cultos , no sólo es funesta para
lasalmas, sino que lo es para el Estado, la sociedad y la familia.—
La


ha maldecido Dios. Textos del Deuteronomio que lo prueban. 7
IL—Desastres y ruinas que ha producido en todas partes la libertad


de cultos.—INGLATERRA. Opresion de Irlanda. Triunfos del Ca-
tolicismo. ¿Qué hacen allí los protestantes?-11~Non, Países


BI:MGICA. La libertad de cultos es tiranía contra los cató-
licos. Inmensa variedad de sectas heréticas.—ALEmANIA. Los
hermanos moravos. Las Betanias. Despotismo que pesa sobre
las conciencias.—DINAMARCA. Cómo se eligen los pastores pro-
testantes y se ingresa en el sacerdocio. Un recuerdo á los anti-
guos monjes.—SuEctA. Vestigios que allí se notan del antiguo
paganismo. Miseria de las clases pobres. Cómo se nombran los
Obispos.—Rusa. Esclavitud do la Iglesia. El episcopado depen-
de del Czar, como los generales. Corrupcion de costumbres del
cloro. Un recuerdo á Polonia. Decadencia de la Universidad de
Cracovia.


— ESTADOS UNIDOS. Asombrosos. progresos que hace
allí el Catolicismo. Inmensa superioridad que ha alcanzado en




4
poco tiempo.—MInco. Sus grandes y recientes infortunios.—
ISLA DE CUBA. Materiales de combustion allí hacinados. Sólo la
unidad católica puedo contener el incendio.—PERÚ. A lo que han
venido á parar sus grandezas de otros tiempos. —NUEVA GRA-
NADA. Triste estado á que la Revolucion la ha traido


11I.—La gloria de las naciones está en los recuerdos de su pasado.—
La historia de España va inseparablemente unida á la historia
de la Iglesia.—Recórrese ligeramente esta historia.—La Virgen
del Pilar y el Apóstol Santiago.— Santos y mártires de los pri-
meros siglos.—Concilios de Toledo.—Varones insignes de aquel
tiempo.—La restauracion aparece en las montañas de Asturias
inspirada por la fé.—Varones eminentes de aquel siglo y do los
inmediatos.—Las órdenes militares.—Glorias y grandezas del
siglo xv1.—E1 cardenal Cisneros, San Ignacio de Loyola , San
Francisco de Borja , Santa Teresa y San Juan de la Cruz.—Uni-
versidades que fundó la Iglesia de España.—Grandes escritores
de aquel tiempo.—Obras y creaciones notables.—Espíritu reli-
gioso que animó siempre á nuestros Reyes.—Influencia de este
espíritu, y rasgos que lo acreditan.—La historia municipal, la
historia foral y la historia legal de España entrañan el mismo
carácter religioso.—Cítanse textos de los antiguos fueros.—Se
omiten, por innecesarias y conocidas, las citas de otros Códi-
gos.—Lo que dispuso la Constitucion de 1812.—Concordato de
1851.—Artículos del Código penal de 1848.—Conclusion


IV.—Argumentos que se alegan en favor de la libertad de cultos.—
Que la hay en todas partes, excepto en España.—Que la hay en
Roma, y no hemos de ser más católicos que el Papa.—Que con la
libertad de cultos vendrán á España los capitales extranjeros.—
Que con ella se harán más activos y celosos los católicos espa-
ñoles.—Que así entrarla España en el concierto europeo.— Que
no admitiéndose en España la libertad de cultos, no podrán los
españoles fuera de ella practicar el suyo.—Que con la libertad
religiosa se libraria la Iglesia española de las regalías que la
oprimen 4a:


V.—pe dónde nace este clamoreo en favor de la libertad de cultos?
Del ódio á la Iglesia.—Inmensos beneficios que la Iglesia ha he-
cho á la humanidad.—Justa y legitima preponderancia que por
ellos alcanzó en el mundo.—Guerra que la Revolucion le ha de-
clarado.—Plan y sistema de este combate: primero, la tolerancia
tácita ; despues, la tolerancia legal ; luégo, la libertad de cultos;
más adelante, la proteccion á todos los cultos; por último, guerra
á la Iglesia católica.—La secularizacion moderna. Pensamientos
del P. Félix acerca de ella.—Lucha entre la Revolucion y la Igle-
sia. Los revolucionarios dosplcgan la bandera de la libertad de
cultos. Opongamos nosotros la bandera do la UNIDAD CATÓLICA. 55.


LA UNIDAD CATÓLICA.


¡ Qué asunto tan importante el que sirve de tema á este
escrito! ¡ Qué abundancia y qué riqueza de materiales la
que encierra! ¡ Qué cúmulo de grandezas y de glorias, de
triunfos y de esplendores el que representa! ¡ Qué de monu-
mentos insignes , qué de acciones heróicas , qué de nom-
bres ilustres van inseparablemente unidos á él! ¡ Cuán dul-
ces recuerdos evoca su solo nombre, y cuán profunda im-
presion producen en el alma estos recuerdos ! Saludemos
ante todo, con el entusiasmo de católicos y con el patriotis-
mo de españoles, el Lábaro santo que llevó á nuestros pa-
dres á la victoria , la enseña gloriosa bajo la cual se cons-
tituyó nuestra nacionalidad, triunfó España de sus enemi-
gos, y, señora ya de sí propia , se lanzó en busca de nuevos
mundos y los sometió á su dominio. Inclinémonos con res-
peto ante esa majestad imponente, y rindámosle el home-
naje que le es debido.


Pero una vez tributado este homenaje, no permanezca-
mos en muda y estéril admiracion ante el grandioso monu-
mento de nuestras glorias. Una nueva invasion, salida de
todos los ámbitos de Europa, se lanza á destruirlo. ¿No acu-
diremos á defenderlo? Si no está en nuestra mano salvarlo,
¿no lucharemos al ménos hasta donde nuestras fuerzas al-
cancen? ¿No habremos acometido una noble empresa pe-
leando por Dios , peleando por la patria, peleando por nues-




6
tras creencias, peleando por nuestras tradiciones, peleando
por lo que ha recibido la sancion de las generaciones y de
los siglos? ¿Pudiera decaer nuestro-ánimo sabiendo que lle-
vamos la voz de la España entera , que defendemos la causa
de un pueblo heróico , y tremolamos el mismo estandarte
bajo el cual se llevaron á cabo tantos y tan gloriosos hechos?


Sí. La causa que vamos á defender es la misma que de-
fendió Pelayo en las montañas de Asturias, y que más tarde
triunfó en Clavijo , en las Navas de Tolosa , en el Salado, en
San Quintin y en Pavía. La bandera bajo la cual militamos
es la misma que llevaron Cristóbal Colon á Santo Domingo,
Hernan Cortés á Méjico y Pizarro al Perú ; la que ántes . ha-
bian enarbolado los Grandes Maestres de Calatrava, de San-
tiago, de Montesa y de Alcántara, bendecida por los Sumos
Pontífices y enriquecida con grandes indulgencias; la que
en nuestro siglo tremolaron los españoles contra una inva-
sion extranjera, arrollando á sus invasores y venciéndolos
en reñidos combates. Y al mismo tiempo la causa que com-
batimos es la causa de los extranjeros y de los enemigos de
nuestra Religion santa , que quisieran deslustrar las glorias
de España , amenguar su grandeza , sembrar en ella la di-
vision, y oscurecer lo que tanto ha brillado al través de las
más sombrías nubes levantadas por las tempestades polí-
ticas,


Vamos, pues , á hablar de la UNIDAD CATÓLICA en
oposicion á la libertad de cultos. Vamos á tratar este asunto,
así en el terreno de los principios y de la doctrina, como en
el de la historia general y particular de España. Al intentar
esta empresa , no tomamos en cuenta la pequeñez de nues-
tras fuerzas; ántes bien su magnitud misma parece que nos
impulsa y nos alienta. Porque ¿quién no se siente dispuesto
á todo lo que es noble, grande y bueno? ¿Quién mide para
ello lo que alcanza ó lo que puede? Hagamos lo que esté de
nuestra parte, y dejemos á Dios hacer lo demás.


1.


La religion verdadera no es, ni podia en manera alguna
ser obra de los hombres. Lazo de union entre ellos y el Ha-
cedor supremo ; conjunto maravilloso de leyes y de precep-
tos, de enseñanzas y de consejos , así como de solemnida-
des y ritos, que son su expresion viva y por las aue se ma-
nifiesta exteriormente, sólo Dios ha podido enseñarla, por-
que no era el hombre capaz de dictar unas leyes que no
tienden á establecer sus relaciones con los demás hombres,
sino las que le unen con Dios. ¿Se concibe, en efecto, que
fuese el súbdito quien dictase leyes al Soberano? ¿Podía la
criatura imponer preceptos al Criador? No. La religion debia
necesariamente bajar del cielo. Y esto, que desde luego nos.
indica el buen juicio , sabemos que en efecto ha sucedido:
que Dios reveló su voluntad á los hombres y les dictó sus
leyes desde las primeras edades del mundo ; que vino más
tarde su Hijo Santísimo á establecer y sellar con su sangre
la Ley de la nueva alianza ; y que instituyó la Iglesia, depo-
sitaria de su celestial doctrina y encargada de enseñarla en
todo el mundo, prometiéndole su asistencia divina , y que
nunca prevalecerian contra ella las puertas del infierno.


¿Hay por ventura quien no cree en estas verdades, fun-
damento inquebrantable de nuestra Religion santa? Pues á
ese no se dirigen nuestras reflexiones , ni con él se entien-
den nuestras palabras. Mal pudiéramos hablar al ciego de
colores que nunca vió , ni tratar con el sordo de armonías
que nunca ha oido. Tambien hay en el mundo entendimien-
tos ciegos y corazones sordos. ¿Cómo hemos de querer que
penetre en ellos la luz hermosa y el dulce acento de la ver-
dad? Pidamos á Dios que ilumine á los que están en tinie-
blas. Entre tanto , bien comprenderán los que viven en las
regiones de la luz , que habiendo sido revelada por Dios á
los hombres la única Religion verdadera, es el mayor de los
absurdos decir que todas las religiones son buenas , y que




8
puede cada uno profesar la que más le agrade y salvarse
igualmente en cualquiera de ellas. ¿ Cómo ha de poder el
hombre desentenderse de las revelaciones divinas, para dar
crédito á las invenciones humanas? ¿ Cómo ha de poder sal-
varse rindiendo culto al error, del mismo modo que rindién-
dolo á la verdad? Y hallándose en contradiccion algunas
doctrinas de las falsas religiones con las de la Religion ver-
dadera, ¿puede la razon asentir indiferentemente á unas y
á otras? ¿Es lo mismo afirmar con los judíos que el Mesías
no ha venido, que decir con los cristianos que el Mesías
vino y nos abrió las puertas del cielo? ¿ Es lo mismo adorar
con los católicos al Dios de la Eucaristía y rendir fervoroso
culto á la Virgen Madre , que negar con los protestantes la
presencia real de Jesucristo y rehusar el homenaje debido á
la Reina de los cielos?


No hay , pues , eleccion posible entre las religiones fal-
sas y la Religion verdadera , como no sea la eleccion entre
el error y la verdad , entre el bien y el mal , entre la vida y
la muerte (1). Y porque la Iglesia, en su criterio infalible,
no ha podido consentir nunca en la perdicion de los hombres,
ha sido siempre y en todos tiempos intolerante con el error.
Desde San Pablo, que exhortaba á los cristianos á huir hasta
del trato exterior con los paganos y á no vivir con ellos , la
tradicion es constante en este punto hasta nuestros Bias.-
San Ambrosio, San Atanasio y San Cirilo se mostraron
siempre intolerantes con los herejes. San Cipriano prohibia
el trato civil con ellos. San Juan Crisóstomo quería que se
les impidiese escribir y predicar. San Leon Magno, Papa,


(1) Esta importantisima consideracion, que es fundamental en el asunto de que
tratarnos, pasa para muchos completamente inadvertida. lié aqui lo que escriba
un periódico de Madrid en Junio de este año de 1875:


«Así como no le es dado á ningun gobierno prohibir la propaganda á todo par-
tido político cuyos principios no se opongan á las leyes fundamentales por que se
rija el pais, así tampoco le es permitido, sin salirse de su propia esfera de accion,
prohibir el libre ejercicio de toda religion cuyos principios y cuyo culto no contra-
digan ni se opongan á esas mismas leyes.»


Es decir, que aqui no se toma para nada en cuenta á Dios ni á las verdades que
nos ha revelado, sino que se mira la religion como una cuestion libre, que cada
cual puede tratar y considerar desde su punto de vista y segun fuere de su agrado.


9
aplaudia á los príncipes que los perseguian y castigaban.
San Agustin, que en un principio no aprobó las medidas de
rigor tomadas contra ellos, confiesa haber variado de opi-
nion en vista de los buenos resultados que el rigor produ-
cia , y dice que si la ley castiga á los envenenadores, no
hay razon para que no castigue á los herejes y cismáticos;
calificando en otro lugar la libertad de cultos de libertad de
perdicion, y comparando á las falsas religiones con las mu-
jeres perdidas , á las cuales se tolera por una funesta debi-
lidad , pero viven despreciadas y apartadas de las mujeres
honestas y virtuosas. Santo Tomás reputa á los herejes por
dignos de pena capital. Y esta misma doctrina profesaban
los ilustres Reyes, que, como San Fernando en España y
San Luis en Francia, tanto los persiguieron. Ni ha variado
en nuestros dial la manera de ver de la Iglesia sobre tan
grave asunto, áun cuando no se aplique ya la pena de muerte
á los delitos de herejía. ¿Duda alguno de que la Iglesia no
transige con el error, de que lo persigue sin tregua, y de que
recientemente ha hecho declaraciones contra el indiferen-
tismo religioso y la libertad de cultos? Pues si lo duda,
pronto vamos á darle seguridad completa en este punto.


Hé aquí estas importantes declaraciones , en las cuales
interesa mucho fijar la atencion, así porque son reglas de fé
á que todo católico está sometido, como porque su texto no
deja la menor duda de que la Iglesia reprueba y anatema-
tiza la indiferencia y la libertad en materia de religion.
Nuestro venerado y augusto Pontífice condena en un re-
ciente y autorizadísimo documento la doctrina de que todo
hombre es libre para abrazar y profesar la religion que,
guiado de la luz de la razon, juzyd,re por verdadera (1); la de
que en, el culto de cualquiera religion, pueden .los hombres
hallar el camino de la salud eterna y conseguir la eterna sal-
vacion (2); y la de que debe esperarse al menos la eterna sal-


(i) Proposicion xv del Sym..kuus.
(2) Proposicion xvi del Svia..xnus.




lo
vacion de los que no están en la 'verdadera Iglesia de Cris-
to (1). En el mismo documento declara errónea la proposi-
cion de que en, nuestra edad no conviene ya que la Religion
católica sea la única religion del Estado, con ex,clusion de
otros cualesquiera cultos (2); y como consecuencia y com-
plemento de ella, la de que laudablemente se ha establecido
por esta causa en los países católicos que d los extranjeros
que vayan allí les sea lícito tener público ejercicio del culto
propio de cada uno (3); condenando asimismo la de que es
falso que la libertad civil de cualquiera culto, y lo mismo la
dmplia facultad concedida d todos de manifestar abierta-
mente y en, público cualesquiera opiniones y pensamientos,
conduzca d corromper más fácilmente las costumbres y los
ánimos p 4 propagar la peste del indiferentismo (4).


Es, pues, de todo punto indudable que la Iglesia conde-
na la libertad religiosa, lo mismo para el individuo que para
el Estado: que así como prohibe al primero profesar á su
arbitrio la religion que más le agrade, ó creer que puede
salvarse en cualquiera de ellas y esperar la sálvacion de los
que no están en la verdadera Iglesia, así condena á los ad-
versarios de la unidad católica, á los partidarios de la liber-
tad de cultos, y en particular á los que sostienen que esta
libertad no conduce á corromper las costumbres y á propa-
gar el indiferentismo.


Ni porfia ser de otra manera, supuesto que la verdad no
es compatible con el error, y que la Iglesia, depositaria de
esta verdad, no cesa de inculcarla á los hombres un dia y
otro dia, mayormente cuando el error se generaliza, se apo-
dera de _las inteligencias , y ganando poco á poco terreno,
gracias á los tenaces esfuerzos de los malos, llega hasta pe-
netrar en el• corazon de los buenos, y á querer ocupar, con
insolente arrogancia, el puesto reservado á la verdad. Nadie


(1) Proposicion min del SYLLABUS.
(2) Proposicion r.xxvii del SYLLABUS.
(3) Proposicion i.xx.vnt del SYLLABUS.
(4) Proposicion Lxx/x del SYLLABUS.


ti
será capaz de negar en nuestros dias al genio del mal la ha-
bilidad insinuante, la astuta hipocresía con que sabe reves-
tirse de las formas del bien; y hoy era más que nunca ne-
cesario que una voz infalible viniera á desvanecer funestas
y peligrosas ilusiones.


En vano se alega contra esto la pretendida libertad del
hombre, en cuya virtud se le quiere hacer árbitro para elegir
la religion que más le agrade. En vano se dice que es este
un asunto de conciencia, que sólo al hombre toca resolver, y
en •que nadie tiene derecho á intervenir. En vano se apela á
la libertad de pensar de que goza el hombre, y contra la cual
se dice muy pomposamente que nada pueden las leyes ni
las prohibiciones, sean las que fueren. Vulgaridades insig-
nes son todos estos argumentos, que la sana crítica ha pul-
verizado mil veces, y que hoy no producen ya el menor
efecto. Cierto es que el hombre ha recibido de Dios el don
precioso é inapreciable de la libertad; pero ¿la ha recibido
acaso para abusar de él á su antojo? ¿Posee la libertad del
vicio, del crimen y de la corrupcion, de tal suerte que cuando
se entregue á ellos está en el legítimo uso de su libertad, y
no tiene nadie facultad para prohibírselo? Esos políticos que
tanto exaltan la libertad del hombre, ¿toleran los escánda-
los, las inmoralidades, los robos, los asesinatos que usando
de ella puede el hombre cometer?—Asunto de conciencia es,
en efecto, cuanto á los deberes del hombre se refiere, y en
su interior es donde decide si ha de cumplirlos ó no: es esta
una verdad tan vulgar, como lo es que el hombre ve por
medio de los ojos y oye por medio de los oidos. Pero ¿de
aquí se deduce que la conciencia merece respeto en sus fa-
llos, ora sea esta conciencia la del hombre justo que arregla
sus acciones 11 , 1as leyes divinas y humanas y á los precep-
tos de la moral más severa, ora sea la del hombre perverso
y corrompido, que vive sin ley ni freno, entregado á los
horrores del vicio y del crímen?—Ni es ménos cierto que el
hombre tiene eso que se llama libertad de pensar, y está en
su mano hacer de esa libertad el -uso que le acomode, sin




12


que nadie alcance á coartar, allá en sus adentros, este li-
bérrimo ejercicio. Pero de que tenga el hombre la facultad
física de pensar lo que quiera y de que pueda revolver en
su mente las mayores iniquidades y discurrir los más
horrendos crímenes, ¿se sigue que está igualmente facultado
para poner por obra lo que piense y para ejecutar lo que dis-
curra? ¿Ha habido en algun tiempo leyes ni gobiernos que
se hayan atrevido á autorizar semejante consecuencia?


Déjense , pues , á un lado palabras vanas , y no se con-
funda lo que el hombre puede con lo que debe hacer, la li-
bertad física de obrar en tal ó cuál sentido , con el derecho
á ejecutarlo ; porque de semejante confusion sólo pueden
seguirse esas aberraciones monstruosas que tienen harto
pervertida y trastornada á la pobre humanidad, y son causa
de las perturbaciones profundas y de las calamidades gra-
vísimas que hoy la afligen.


Por desgracia, domina en nuestros tiempos á las gentes
una preocupacion ciega en favor de la libertad , ora se trate
de libertad religiosa, ora de libertad política, ora de libertad
administrativa , ora de libertad civil ; y este es el principal
estímulo que mueve á los partidarios de la libertad de cul-
tos. Desde que la revolucion religiosa del siglo xvi abrió
camino á la revolucion filosófica del siglo xvin , y ambas
dieron vida á la revolucion política que hoy tiene en con-
mocion al mundo, el afan de los revolucionarios es romper
los vínculos con que la religion, la autoridad la moral y el
derecho enlazan á los hombres y mantienen en la sociedad
el órden y los respetos debidos á Dios y á sus representan-
tes en la tierra. La esmerada educacion cristiana que los pue-
blos todos de Europa recibieron durante largo tiempo de su
santa Madre la Iglesia, en cuyo seno se han formado las
naciones modernas, es hoy objeto de ódio para las tenden-
cias demagógicas y las doctrinas impías que han brotado
de la revolucion, la cual, en su constante lucha con la Igle-
sia, no perdona medio de lanzarla de la sociedad, ó de des-
virtuar su influencia. Por eso se ha formado en nuestros


13
dias una vasta conjuracion contra la doctrina celestial de Je-
sucristo, á la que atacan con obstinado empeño y con feroz
encarnizamiento las sociedades secretas, y en especial las
lógias masónicas; y de ahí sale esa propaganda incesante que
lleva á todas partes la libertad de cultos como máquina de
guerra contra la Iglesia, en venganza del predominio que
con tan justos títulos, y para el bien de los pueblos, ha
ejercido en el inundo por espacio de largos siglos esta Ma-
dre amorosa, contra la cual se levantan hoy sus ingratos y
rebeldes hijos.


¿Ni cómo se concebiria , si así no fuese, que los que áun
en medio de sus grandes aberraciones se llaman católicos,
defendiesen la conveniencia de colocar junto á la religion
de sus padres, que es la suya, la religion de los herejes,
enemigos declarados de ella? ¿Cómo se concebiria que lla-
máran progreso á un espantoso retroceso, á lo que en sí lleva
un germen funesto de divisiones y de ódios, á lo que tiende
á quitar á los pueblos el vigor y la fuerza que da la union?
¿Cómo se explicaría su peregrina idea de que una nacion es
más grande y más próspera con muchas religiones distintas
y opuestas, que con una sola verdadera; y de que, en vez de
practicarse en ella un solo culto, en vez de adorarse á Dios de
la única manera como debe ser adorado, de reunirse todos los
fieles en unos mismos templos, constituyendo un solo cora-
zon y una sola alma , formando todos una sola familia y
estrechando sus más íntimos afectos , crean preferible la
existencia de vários cultos , y que vengan con ellos los re-
celos, las desconfianzas, las divisiones y la hostilidad mani-
fiesta entre los que debieran mirarse como hermanos? Se-
mejantes aberraciones no se comprenden sino como resul-
tado del vértigo revolucionario que trastorna tantas cabe-
zas y ofusca tantos entendimientos, haciéndoles correr como
locos tras el vano fantasma de la libertad, y pedir libertad
en todas partes, libertad á todas horas, libertad para todo y
libertad sobre todo, atacando sin descanso el principio de
autoridad , y como su base firmísima á la Iglesia de Jesu-




14


cristo. Eso, y sólo eso, les hace preferir á las eternas ver-
dades, á las legítimas glorias , á las grandiosas armonías
del Catolicismo, á la majestad, á la fuerza y á la unidad de
su doctrina, la multitud de dislates y aberraciones que pro-
fesan las sectas disidentes, á las que acaso miran con la
mayor indiferencia ó con el más absoluto desprecio, pero
que tienen á sus ojos el relevante mérito de estar en lucha
abierta y declarada con la Iglesia católica.


Y además de obrar impulsados por el espíritu revolucio-
nario, es indudable que, salvo muy contadas excepciones
de personas que por efecto de una deplorable alucinacion
puedan querer sin intencion dañina la libertad de cultos, la
generalidad de ellos profesa el indiferentismo religioso, ó
carece por completo de creencias; porque si creyesen en las
verdades del Catolicismo, ¿cómo halan de querer que se in-
trodujese en su pátria la herejía? Si creyesen que fuera de
la Iglesia no hay salvacion, ¿cómo habian de querer para sus
conciudadanos la libertad de perdicion? Si creyesen que el
que se separa de la coinunion católica está fuera del camino
de la vida y de la felicidad verdadera, ¿cómo habian de que-
rer que se lanzasen sus amigos en las vías de la infelicidad
y de la muerte?—De modo que no hay medio en este punto.


los partidarios de la libertad de cultos creen lícito al hom-
bre profesar una religion cualquiera; y entónces son indife-
rentistas é incrédulos : ó defienden la libertad de cultos cre-
yendo que la Religion católica es la única verdadera; y en-
tónces viven en una contradiccion monstruosa consigo
mismos.


Y para que no haya disculpa en los que con tan deplo-
rable celo defienden la libertad de cultos, esá libertad, fu-
nesta para las almas, y como tal condenada por la Iglesia,
no es ménos funesta para la sociedad y el Estado. Ya hemos
dicho que la diversidad de cultos trae consigo disensiones y
ódios, y que establece una division profunda entre los que
profesan religiones distintas, relajando de este modo los
vínculos que unen á los ciudadanos entre sí. Añadiremos


15


que introduce igual relajacion en las creencias, porque tras
ella viene el indiferentismo, la negacion de todo culto y la
más desenfrenada licencia ; y que perturba hondamente los
principios de la moral , puesto que una falsa religion pone


r tal vez en práctica lo que la verdadera prohibe, como pudiera
suceder un dia con la poligamia, y está sucediendo hoy con
el casamiento de los clérigos. Nada se diga de las perturba-
ciones que semejante libertad puede producir en la ense-
ñanza, proscribiendo de ella la doctrina cristiana, base fun-
damental de la educacion del hombre, y amontonando por
otra parte un cúmulo de errores y de absurdos, de extrava-
gancias y de locuras, que son el tormento de los padres y la
perdicion de los hijos.


Á todo lo que acabamos de decir , y á lo que más ade-
lante diremos al combatir los argumentos con que se defien-
de la libertad de cultos, séanos permitido añadir , por con-
clusion de este punto , que el introducir semejante libertad
en un país exclusivamente católico, sin necesidad alguna,
sin que nadie lo reclame , por mero fanatismo revoluciona-
rio , por seguir las corrientes del indiferentismo moderno,
por el deplorable y absurdo capricho de tener, en vez de
una, muchas religiones , haciendo una gravísima ofensa á
Dios, declarando la guerra á la Iglesia , introduciendo un
gérmen de perturbacion y de debilidad en el Estado, y de
clesunion y discordia en las familias, es un acto de conse-
cuencias tan perturbadoras, tan desastrosas y tan funestas,
es una culpa tan grave y tan tremenda ante Dios y los hom-
bres, que apenas se concibe cómo pueda haber quien tome
sobre sí una responsabilidad semejante. Oigan aquí los que
aún vacilen algunas palabras del Deuteronomio. Despu.es dé
enumerar el Señor las bendiciones que derramará sobre los
que cumplan sus mandamientos , añade :


«Pero todo esto será si escucháres los mandamientos del
Señor tu Dios y no te apartares de ellos ; si no siguieres dioses
ajenos, y les dieres culto.


»Mas si, por el contrario, no quisieres oir al Señor tu




16
Dios y guardar sus mandamientos y ceremonias, vendrán
sobre tí todas estas maldiciones :


»Serás maldito en la ciudad , maldito en el campo.
»Maldito tu granero, malditos tus ahorros.
»Maldito el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, las


manadas de tus vacas y los rebaños de tus ovejas.
»Serás maldito cuando entres y maldito cuando sales.
»El Señor enviará sobre tí hambre y necesidad , y mal-


dicion sobre todas las obras que hicieres , hasta que te des-
menuce y pierda prontamente, d causa de las 'malísimas in-
venciones por las cuales me abandonaste.


»Vuélvase de bronce el cielo quo está sobre tí, y de
hierro la tierra que pisas.


»Eche el Señor sobre tu tierra polvo en vez de lluvia , y
baje del cielo sobre tí ceniza hasta que te veas arruinado.


»Haga el Señor que caigas delante de tus enemigos; que
salgas por un camino contra ellos y huyas por siete.•


»Tus hijos y tus hijas sean entregados á otro pueblo,
viéndolo tus ojos.


»Y así como el Señor se habia ántes complacido en vos-
otros haciéndoos bien y multiplicándoos, así se complacerá
en. destruiros y acabaros (1).»


Son muchas las maldiciones que contiene el capítulo del
Denteronomio de donde están tomadas las precedentes; pero
basta con ellas para el que estime y respete en lo que valen
las palabras de los Libros Santos.


En todas las naciones se halla hoy establecida la liber-
tad de cultos. Este es el triunfo que la revolucion y la im-
piedad han alcanzado en el mundo. ¿ Se han obtenido con
él algunas ventajas ? ¿Se han introducido á su favor en el
estado social de Europa algunas mejoras? Las naciones, los


17


pueblos, las familias, ¿han reportado de él algun beneficio?
Pero ah! preguntemos más bien hasta dónde llega la tras-
cendencia y la enormidad de los males que ha causado. ¿Ni
cómo podia dejar de causarlos un triunfo obtenido sobre el
principio religioso, base y seguro cimiento del bienestar
social?


Una ligera excursion por Europa y por América nos lleva-
rá á contemplar el doloroso espectáculo que nos ofrecen
las naciones todas , ostentando en medio de la libertad de
cultos la disolucion política y moral más profunda, y deján-
donos entrever el porvenir más sombrío si una saludable
reaccion no viene á sacarlas del estado en que hoy se en-
cuentran.


Á la cabeza de la civilizacion moderna ha caminado largo
tiempo INGLATERRA, considerada hasta principios de este
siglo como la.primera nacion del mundo. ;Cuánto no hemos
ciclo encomiar en nuestra infancia el poder de la soberbia
Albion ! Cuánto no se han citado sus instituciones y sus
leyes como el modelo que deben estudiar las naciones bien
regidas y los pueblos cultos! Y sin embargo, el espectáculo
que en el órden religioso nos ofrece no puede ser más dolo-
roso. El Catolicismo , tan fuertemente arraigado algun dia
en aquel suelo, que valió á Inglaterra la denominacion glo-
riosa de Isla de los Santos , gime hoy bajo la más terrible
opresion en la infeliz Irlanda , que expía su perseveran-
cia en la fé con largos martirios. Siete millones de católicos
se ven allí obligados á contribuir con enormes sumas al sos-
tenimiento del culto protestante. No puede darse Mayor ni
más irritante injusticia. «En Cashel , dice un ilustre es-
critor de nuestros tiempos , el pobrecito arzobispo protes-
tante tiene doscientas mil libras de renta (1): hay allí ocho
mil habitantes : siete mil ochocientos cincuenta son cató-
licos, y ciento cincuenta protestantes : deducido el clero
con sus mujeres é hijos, casi no hay protestantes. Con todo,


(1.) Veinte millones de reales próximamente.
(1) Deuteronontio, cap. xxviu.




18


el obispo tiene doscientas mil libras de renta, que en su casi
totalidad le pagan los católicos para un culto que detestan
con horror. ¡No importa! Inglaterra es el país clásico de la
libertad (1).»


Y si doloroso es el espectáculo que allí ofrece la situacion. -
religiosa, no es ménos lastimoso el que presenta la situa-
cion social. De tal modo está influyendo en la despoblacion
de Irlanda la odiosa política anglicana, que huyendo de ella
han emigrado á los Estados Unidos más de dos millones de
católicos. Y al propio tiempo se ve crecer tan vigorosas y
lozanas cuantas instituciones funda el Catolicismo en aquel
suelo, y son tan elevadas y verdaderamente religiosas en su
esencia y en su espíritu cuantas obras nacen de su seno,
que todavía se siente con más fuerza la honda pena que
causa esa dura opresion de que es víctima en Irlanda la
causa santa del Catolicismo. —Esta es la libertad de cultos
en Inglaterra. Esto es lo que tanto nos ponderan sus entu-
siastas admiradores. Entre tanto, nosotros admirarnos la
heróica fé de esos descendientes de los Santos que , sintien-
do latir en sus venas sangre católica, sufren toda clase de
vejaciones y pasan por toda clase de injusticias, á trueque
de conservar las creencias de sus mayores. «La Irlanda,
dice otro ilustre escritor contemporáneo, olvidada del resto
de Europa, sin desmayar jamás en su fé, vivió tres siglos
mártir de su adhesion incomparable á la unidad católica.
Tres siglos corrieron durante los cuales á la persecucion
personal sucedió la confiscacion, á la confiscacion el ham-
bre, y á ésta la degradacion y la miseria ; pero tales golpes,
que harian sucumbir á otras naciones, pasaron sobre la bella
Irlanda imprimiendo tan sólo en su frente el noble carácter del
heroismo que hoy contempla asombrado el orbe católico (2).»


¿Qué hace entre tanto el protestantismo en Inglaterra?


(1) La Pluralidad de cultos, por D. Vicente de la Fuente, páginas 14? y 143.
(2) El Catolicismo en presencia de sus disidentes, por D. José Ignacio Victor


Eizaguirre. Barcelona, 1856. Es una preciosa é interesante obra, cuyas noticias utili-
zamos en esta parte de nuestro trabajo, recomendando su lectura á quien desee co-
nocer, sobre todos estos puntos, otros muchos y muy interesantes pormenores.


19


%Cuál es el hospital, pregunta un escritor de nuestros dias;
cuál la casa de asilo para huérfanos , cuál el colegio para ins-
truccion gratuita del pueblo que se ha levantado con los des-
perdicios de esos individuos que nadan en la opulencia?»
Ninguno, responde. Se han establecido y se establecen cada
dia sociedades para mejorar las razas de caballos, para refinar
las crias de los perros ; y miéntras tanto aquellas sociedades
no han promovido un nuevo asilo que recoja los mil infelices
que se mueren de hambre y de desesperacion al lado de la
opulencia y á la vista de los palacios. ¡ Qué mucho que la
demagogia . y el socialismo tengan allí extendida su tene-
brosa red , y difundidas por todas partes sus funestas aso-
ciaciones! En tanto, y levantando su cabeza por entre la
persecucion que le oprime, el Catolicismo adquiere una ex-
pansion y un crecimiento que parece imposible, dadas las
condiciones en que se realiza. Un siglo há que apenas habia
en Inglaterra doscientas capillas católicas , regidas por un
vicario apostólico. Hoy pasan de ochocientas; y no bastando
ya para las necesidades del culto , se construyen más ; y en
todas partes funcionan los cabildos y acude el pueblo pre-
suroso á los divinos oficios, y florecen los Seminarios, y
trabajan con gran celo diferentes Órdenes y Congregaciones
religiosas. Allí, como en los Estados Unidos, la religion de
Jesucristo se levanta sobre la religion oficial á tanta altura,
como se levanta la bóveda del cielo sobre la superficie de la
tierra.


Muy próximo á Inglaterra ofrecen un espectáculo no más
brillante los PAÍSES BAJOS, la HOLANDA y la BÉLGICA. Oscu-
recido el sol del Catolicismo con la interposicion de las fal-
sas creencias, ha perdido aquel cielo sus puros esplendores,
sin ganar nada en la poco envidiable adquisicion que con
ellas ha hecho. La libertad que sirve de escudo á esas «con-
quistas» es tan falsa como ellas mismas. ¿Qué libertad es si
no la de Bélgica , donde se permite dejar legados á las Uni-
versidades ateas de Bruselas y Gante, y se priva de recibir
los suyos á la Universidad católica de Lovaina ; donde con




20


tanta inhumanidad ha sido tratado el gran asilo de las be-
quinas de Gante , que en número de cerca de novecientas
vivian en comunidad, manteniéndose del pobre trabajo de
sus manos? ¿Qué celo religioso ha despertado la libertad de
cultos en Holanda, donde la capital, Amsterdam, encierra
cincuenta mil judíos, yen los oficios del sábado vid hace años
un viajero tan sólo ochenta y nueve personas en una de sus
dos sinagogas? ¿Será acaso compensacion de esta tibieza el
tener establecidos en Utrecht á los hermanos moravos , que
practican la comunidad de mujeres, ofreciendo ese repug-
nante espectáculo que indigna y subleva á toda conciencia
honrada? Nada tan natural, despues de esto, como la relaja-
cion y el descreimiento que semejante estado produce. Y á
qué punto haya llegado el trastorno de algunos entendi-
mientos, lo prueba el hecho, verdaderamente curioso y sin-
gular, de que no há muchos años se presentó en Amsterdam
una señorita protestante á un sacerdote católico, consultán-
dole muy formalmente, y como quien trata de un asunto
serio y razonable, el proyecto que habil), formado de... no se
asombren ni lo tornen á risa nuestros lectores... de fundar
unce nueva religion...


Por lo demás, si es variedad , y variedad pasmosa, la que
que se busca , en Holanda hay Calvinistas, Luteranos, Ana-
baptistas, FIusitas , Walones , Presbiterianos , Puritanos,
Cuákeros , Episcopales , Escoceses , Armenios , Jansenistas
reformados, Apostólicos, Evangélicos, Anglicanos, Puseis-
tas , Universales , y no sabemos si algunos más , de cuya
monstruosa disidencia , dice un escritor de nuestros dias,
nace la peor de las sectas, la de los incrédulos. Á nosotros
no nos parecen muchas. todavía, porque un diario ameri-
cano enumeraba tiempo hace hasta setenta sectas (1).


Casi no es necesario hablar de ALEMANIA, donde en los
momentos actuales está padeciendo la Iglesia una persecu-


(1) Pueden verse sus nombres en el precioso libro de Mons. Segur, Causeries
sur le Protestantisine.


21


cion durísima , y probándose de lo que es capaz la intole-
rancia cuando se ejerce en nombre de la tolerancia. Qué fru-
tos haya producido allí el protestantismo, no lo diremos
nosotros , lo dice con suma elocuencia una carta que en 1866
dirigió á un diario de París un escritor aleman , y de la que
reproducimos algunos párrafos (1). Y cuán deplorable es
su estado en el órden religioso, lo prueba, entre otros he-
chos que pudiéramos citar , el siguiente. No há muchos.
años nació en Elberferd (Westfalia) una nueva comunion,
titulada de los hermanos cristianos, cuyos primeros propa-
gandistas recorrian las aldeas y los campos predicando la
moral más repugnante, acompañada de los ejemplos más li-
cenciosos. Á tanto llegó el escándalo, que los pastores evan-
gélicos solicitaron de la autoridad la prohibicion de la secta.
Mas no lo consideraron así los magistrados. «Cada cual
puede, dijeron, profesar y predicar su religion, y los her-
manos cristianos están en su derecho al hacerlo.» ¿Y es eso
lo que en nuestros dias se llama progreso? ¿Es eso lo que
aspiran á imitar los partidarios de la libertad de cultos?
Oh ! Gracias á Dios tenemos todavía la dicha de poder feli-


(1) El 22 de Enero de 2866 publicó el diario francés Le Monde unn carta de Ber-
lio, que entre otras cosas decia : «Siguiendo con atencion las noticias de los diarios
de Berilo, especialmente de los de cortas dimensiones, se asombra el lector del in-
menso número de maldades y de crimenes que cometen los habitantes de la capi-
tal de Prusia, y que dichos periódicos consignan dia por dia con escrupulosa exacti-
tud. Es, sobre todo, muy de notar el refinamiento y la maldad con que proceden
los malhechores de corta edad, y el cinismo de que hacen alarde cuando se les
prende, cinismo que por lo comun no se encuentra sino en los hombres endureci-
dos en el crimen... Cierto es que nuestros diarios se muestran asombrados de estos
hechos cuando los refieren, y aun expresan su indignacion y el temor del porvenir
que nos deja entrever la generacion que hoy se forma ; pero ninguno de ellos se
atreve á abordar de frente la cuestion, y á investigar las causas primarias de este
estado moral y social.»


Continuando sus observaciones, añade el corresponsal «que de cada diez maes-
tros de las escuelas públicas y privadas, apenas hay uno que se pueda llamar cris-
tiano, 6 que haya conservado, siquiera sea en la exterioridad, ese cristianismo de
cuyo espiritu vive una parte de la sociedad actual;» y, como es fácil comprender, no
se necesita nula para la perversion completa de la juventud.


Es muy de notar la singular coincidencia de que el mismo dia 22 de Enero de
1M6 publicó La Correspondencia de España un suelto en que se ponderaba lo ge-
neralizada que estaba en Prusia la instruccion primaria; con cuyo motivo el autor
de este folleto escribió, en una revista jurídica, un juicio comparativo del contenido
de ambos artículos, y no pudo menos de concluir diciendo que si hay quien cree
que el leer, escribir y contar moraliza al hombre, padece una lamentable ilusion.




1


22
citarnos porque España no haya llegado á semejante ex-
tremo.


Recientemente ha querido el protestantismo aleman de-
mostrar al mundo su fuerza creadora para las grandes obras
de caridad. Remedando á las insignes Hijas de San Vicente
de Paul, ha instituido las Betanias , congregacion de jóve-
nes del pueblo que se asocian sostenidas por el Estado, que
no hacen votos, que viven como las personas del mundo,
que no asisten personalmente á los enfermos, y que tienen
doscientos florines y un traje completo asegurados para el
dia en que celebren sus bodas con el jóven de su eleccion
entre los enfermos ó dependientes de los establecimientos
donde prestan sus servicios. Estas son las hermanas de la
caridad protestantes. De su abnegacion y espíritu de sacri-
ficio podrán juzgar por sí mismos nuestros lectores.


Acerca de los Estados, alemanes tambien, de BADEN,
MECKLEMBURGO, WURTEMBERG y NASSAU, pudiéramos citar no
pocos hechos que prueban hasta qué punto el despotismo
ha pesado allí sobre las conciencias de los católicos. En
muy pocas palabras resume estos hechos un escritor de
nuestros dias, y vamos á reproducirlas para no alargar de-
masiado este escrito : «Ellos, dice refiriéndose á los gober-
nantes, han tiranizado las conciencias, pretendiendo obli-
garlas por medio de la fuerza bruta á renunciar á sus con-
vicciones; ellos, como Jeroboan , tendieron su mano sacrí-
lega sobre el altar, y dieron la señal para poner en prision
á los ministros de Dios; ellos han hecho enseñar principios
erróneos y esparcir doctrinas hostiles á la fe del pueblo;
ellos quisieron someter á sus leyes el culto del Señor, re-
glamentar la administracion de sus Sacramentos y cambiar
los ritos que consagró la Iglesia, inspirada por el mismo
Dios; ellos se apoderaron de hecho del gobierno espiritual,
privaron á la Religion de-toda accion sobre el pueblo, des-
pues de despojarla de su enseñanza y de sus bienes : ellos,
en fin, han querido que prevalezca en el gobierno y en el
pueblo, en el clero y entre los fieles, esta absurda proposicion


23


de los novadores alemanes : «El gobierno puede cambiar á
»su arbitrio todo el derecho eclesiástico.» La prensa europea
ha denunciado al mundo todos estos hechos, y yo he tenido
ocasion de palpar sus consecuencias en los lugares mismos
que los presenciaron l).»


Al Norte de Alemania se encuentra HAMBURGO, hermosa
ciudad cuya inmensa mayoría no profesa creencia alguna.
Bajo pretexto de que cada familia tiene la suya, en las es-
cuelas públicas no se enseña religion ; así se va nutriendo
allí el mónstruo del ateismo. Sólo se nota vida en el ele-
mento católico. «Tres veces, dice un viajero que recorria
hace veinte años aquel país, se llenó completamente la igle-
sia católica para asistir á la celebracion del Santo Sacrificio,
miéntras en los oficios de otros tres templos protestantes
habia respectivamente doce, trece y treinta personas.» ¿Y
qué diremos de la Cartago del Norte, de LUBECK , tan pode-
rosa, tan floreciente y tan rica miéntras dominó en ella el
Catolicismo? Que desde que la Reforma lanzó de su seno á
los que no quisieron someterse á su ominoso yugo , perdió,
para no recobrarlo más, el esplendor de otros tiempos, y no
vió ya su puerto lleno de buques como de antes, y su pabellon
flotando en todas partes. Que pregunten á esta ciudad infor-
tunada lo que vale para el progreso de un pueblo la libertad
religiosa. Ella sabrá decirlo.


Tan dura opresion ha pesado por largo tiempo sobre el
Catolicismo en DINAMARCA , que el ser católico llevaba con-
sigo el destierro perpetuo. Esto dió lugar al heróico rasgo
de la princesa de Mecklemburgo-Schwerin, primera mujer
de Christiano VIII, madre de Federico VIII, que, para poder
ser católica, trocó los esplendores del trono por la vida pri-
vada , retirándose á Roma. La sensacion que este hecho
produjo tuvo quizá no poca parte en las reformas que des-
pues ha sufrido tan dura intolerancia , y hoy se tolera en
Dinamarca á los católicos, que son allí lo que son en todas


(1) El Sr. Eisaguirre, en su obra antes citada, tomo 1, Inig. e50.




24


partes. Entre tanto, el clero luterano vive sometido al jefe del
Estado, que quita y pone obispos é interviene en la juris-
diccion espiritual. En el SCHLESWIG elige el pueblo los párro-
cos protestantes entre los tres que designa el Rey. Cada pos-
tulante oficia un domingo para exponer sus méritos; y no
falta quien interesa á su favor el bello sexo, recordando que
es soltero. Interin perciben una pingüe renta con muy es-
caso trabajo, cunde por el país la miseria, por falta de los
auxilios de la verdadera caridad. Hubo allí en otro tiempo
monjes de inolvidable memoria, que derramaron con profu-
sion sus beneficios sobre las pasadas generaciones ; pero de
ellos no vive ya más que el recuerdo. Sus rentas las disfrutan
hoy los protestantes ,y de sus benéficas tareas no queda
más que un inmenso vacío, porque el celo del protestantis-
mo no va, por cierto, tan allá como el suyo.


En SUECIA se ven al lado del protestantismo algunos ras-
gos del paganismo. STOKOLMO celebra como la mayor de sus
festividades el dia más largo del año (24 de Junio). Y la ce-
lebracion recuerda, en sus danzas, en sus bebidas y en las
libertades con que se mezclan los individuos de distinto
sexo, á las saturnales romanas. El divorcio está en uso, y
los casados se separan fácilmente, contrayendo nuevas nup-
cias, en que 'tal vez toma el uno la mujer que otro dejó.
Hubo un tiempo en que derramaron la caridad por las hela-
das regiones de la LAPONIA los monjes cistercienses de Buro,
sucediéndose en esta ilustre y noble raza una série de hom-
bres apostólicos que recuerda con veneracion aquel pue-
blo ; pero la Reforma arrancó de cuajo tan hermosa obra,
poniendo en su lugar misiones protestantes, que recorren
su territorio una vez al año para cobrar el diezmo y desti-
narlo á las necesidades de los misioneros y sus familias. No
es extraño, por tanto, que la miseria y la irreligion de las
clases pobres se vean extendidas en aquel hermoso suelo.
En cuanto á la libertad religiosa, es tan irrisoria en Suecia,
que el cambio de religion se castiga con el destierro de por
vida y confiscacion de los bienes ; que ningun sacerdote


católicó puede establecerse
25


allí ; y los individuos de los
institutos regulares que lo intentáran, incurririan en pena
capital. En la religion luterana, que allí impera, es el Rey
el soberano espiritual , el cual nombra los Obispos en terna
y rechaza las propuestas cuando no se colocan en ellas las
personas de su gusto : de este modo se ha nombrado allí
Obispos á un diplomático, á un botánico y á un poeta muy
conocido por la inmoralidad de sus escritos.


La misma voluntad que rige con absoluto imperio las
cosas públicas, rige tambien en RUSIA, las cosas eclesiásti-
cas. La Iglesia es esclava del peder civil, sin instruccion,
sin vida, sin libertad alguna. El titulado «Santo Sínodo» es
instrumento de la voluntad del poder temporal en los asun-
tos eclesiásticos : el Emperador ordena lo que debe hacerse,
y el presidente se encarga de ejecutarlo. El episcopado ruso
depende del Czar como los .generales ; el Czar nombra los
Obispos, los traslada, los amonesta y los reprende, á veces
en términos durísimos : su dotacion es tan mezquina, que los
Arzobispos tienen cinco mil francos, tres mil los Obispos, y
cuatrocientos los eclesiásticos inferiores. Hay una especie
de institutos monásticos á donde se acogen los que no sir-
ven ya para otra cosa, y de allí salen los funcionarios ecle-
siásticos. Ocioso nos parece decir que los institutos religio-
sos de Rusia han caido en la relajacion más completa. Para
entrar en el sacerdocio secular sirve con frecuencia de
puerta el pretender la hija de algun cura de pueblo, el cual
pone entónces en juego sus relaciones para proporcionar un
curato á su futuro yerno. Cuál sea el estado moral de este
clero, lo revela la estadística formada por el titulado «Santo
Sínodo» en 1852, de la cual resulta que fueron degradados
por delitos graves 260 sacerdotes, y por delitos leves 1,895.
No ha habido clero tan opulento como lo fué el de Rusia
ántes de su expoliacion ; pero nada hizo con sus riquezas
que le haya valido la gratitud de la posteridad. En las de-
más naciones se ven templos soberbios y grandes asilos
que, creados en tiempos antiguos, dan hoy testimonio de las





26


virtudes, de la fé y de la abnegacion con que el clero católico
invirtió las riquezas que poseia. En Rusia no se ve nada
de esto.


No es posible, al tratar este asunto, olvidar á la heróica
cuanto desventurada POLONIA.. Horror causa recordar las
persecuciones y tormentos de que han sido víctima los ca-
tólicos polacos por el solo delito de no profesar la religion
del Estado, de no ajustar su fé á la del Soberano, de man-
tener correspondencia con el Romano Pontífice, ó de comu-
nicarse con el superior de su instituto. «Ved ahí, exclama
un escritor moderno, el proceso que se les forma, y sobre el
que recae la série de castigos más graves que conoce la le-
gislacion humana...» «La naturaleza tiembla, añade, con-
templando que tales hechos hayan podido realizarse en un
país que se dice cristiano.» En Crimea llegaron las cosas al
extremo de ser enterrado vivo un misionero dominicano. A
muchos se les envia á la Siberia , aislándolos de todo trato
humano, y obligándolos á vivir en aquellas heladas regio-
nes, de la caza de osos, tigres y lobos. Teatro de las más
horribles persecuciones, VARSOVIA aparece á los ojos de to-
dos los cristianos del mundo revestida de la esplendente
aureola que circunda la frente de los mártires. Más feliz CRA-
COVIA, centro principal de la Polonia austriaca, aún viven y
florecen en ella los recuerdos de su grandeza católica de
otros tiempos ; pero su famosa Universidad, que al terminar
el siglo xv llegó á tener cerca de quince mil alumnos, ape-
nas tenía veinte años há cuatrocientos. ¡Qué poderoso argu-
mento contra los que dicen que el Catolicismo es enemigo
de la ilustracion y de la ciencia!


Hecha esta rápida excursion por Europa, hagamos otra,
más breve aún, por América.


Á la cabeza del Nuevo Mundo se encuentra hoy la nacion
librecultista por excelencia. En los ESTADOS UNIDOS se VC,
junto á un gran desenvolvimiento de los intereses materia-
les , una gran libertad de accion para los elementos religio-
sos. ¿Y cuáles son los fenómenos que este gran movimiento




27


produce? Ante todo y en primer término un incremento
tan poderoso del Catolicismo, que nos llenaria de asombro,
si no fuese conocida la inmensa fuerza de expansion de la
doctrina católica y el desarrollo de que es susceptible cuan-
do no se ponen á su marcha obstáculos insuperables. El
Catolicismo cuenta hoy en los Estados Unidos (con verda-
dera satisfaccion lo decimos) seis millones de fieles, que
tienen á su frente siete arzobispos , cincuenta y tres obis-
pos y cerca de cinco mil sacerdotes. ¿Qué grandezas, qué
glorias, qué gérmenes de fecundidad, qué instituciones no-
tables ofrece el protestantismo al lado de él? Díganlo por
nosotros los que lo han visto y han podido apreciar el espí-
ritu que anima allí á las sectas disidentes. El Catolicismo
está demostrando en los Estados Unidos, como lo demues-
tra en todas partes , que es la única religion verdadera ; la
única que recibe de Dios calor y vida ; la única que despren-
de al hombre de la tierra y lo eleva al cielo , elevando al *par
con él todas las instituciones en que penetra su espíritu. La
unidad católica es una idea que se impone por sí misma al
comparar nuestra Religion santa con las sectas disidentes.
El hombre de fé siente entónces instintivamente el deseo de
que esta Religion grande, noble,. generosa y elevada á tan
inmensa altura sobre todas las sectas, sea la religion única
del género humano.


¿ Necesi tamos decir á nuestros lectores en qué estado se
encuentra Mibico? ¡Ojalá que así fuera! ¡Ojalá que no fuese
tan conocida y tan lamentable su situacion actual! La re-
volucion ha ofrecido allí en este siglo una série de pertur-
baciones y trastornos tan radical y profunda , como tal vez
no la ha habido en ninguna de las demás naciones de Amé-
rica. La triste celebridad que el nombre de Juarez ha alcan-
zado en el mundo, nos excusa de hablar dé él. El trágico y
sangriento fin del emperador Maximiliano fué un suceso
harto doloroso y terrible para que nos gocemos en recordar-
lo. Bien expió el infortunado príncipe sus grandes desacier-
tos, entre los cuales no fué el menor el de consignar en su




28


Constitucion la libertad de cultos al estilo moderno, es de-
cir, avasallando á la Iglesia con las regalías, de que tan ce-
losos se muestran los que con tan poco respeto miran sus
derechos. Méjico sufre hoy las tristes consecuencias de la
impiedad y de la anarquía , y suspira por los venturosos
tiempos en que estaba bajo la tutela de España y de la uni-
dad católica.


Entre la América del Norte y la del Sur se encuentra á
CUBA. Allí no ha producirlo aún sus amargos frutos la liber-
tad de cultos introducida en España; pero la revolucion mo-
ral y social es ya tan profunda , que la falta de unidad reli-
giosa consumaria la obra en caso de no poder ser reparada.
La libertad funesta y deplorable con que al mismo tiempo
que se prohibe allí la introduccion de impresos contrarios á
la política del gobierno, se dejan circular las obras subver-
sivas que tienen volcanizado al viejo mundo, ha amortiguado
el espíritu religioso, tan vivo en otro tiempo, y ha suscitado
el espíritu de hostilidad contra lá madre pátria , que tanta
sangre está haciendo derramar en estos momentos. La es-
clavitud va hoy desapareciendo ; y sabido es de sobra que
los esclavos , sumidos en la abyeccion moral y llenos de
ódio hacia sus antiguos amos, serán un poderoso elemen-
to de anarquía. Introdúzcase , pues, la libertad de cultos,
y, con los materiales de combustion allí hacinados, pronto
se verá la explosion terrible, que sólo pudiera evitar una
saludable reaccion religiosa.


Dos palabras no más , para concluir , sobre algunas na-
ciones de la América española.


Debia el PERÚ toda su gloria y su grandeza al influjo
bienhechor del Catolicismo, que allí, como en todas partes,
habia producido grandes hombres, levantado suntuosos tem-
plos, creado célebres Universidades, fundado numerosos mo-
nasterios, dado vida á establecimientos benéficos, traido, en
fin, consigo todos los beneficios que en sí lleva su accion
eficaz y civilizadora. Vino la revolucion, y al propio tiempo
que echaba por tierra estos monumentos, sembraba los gér-


2J


menes de la disolucion social; de modo que no parecía sino
que habia tomado á su cargo con loco empeño la ruina del
país. Quedábale , en medio de tanta descomposicion moral,
un vínculo de cohesion , la unidad religiosa ; y no tardó en
venir por tierra denunciada por la prensa , «como arma de
una repugnante y vergonzosa intolerancia.» Proclamóse,
pues , la libertad de cultos , «como medio de favorecer el
aumento de poblacion;» y, en efecto, vinieron muy luégo al
Perú el racionalismo, el jansenismo y la anarquía , que
viven allí hace ya cuarenta años , y darán de sí copiosos y
abundantes frutos de perdicion.


Con la conquista española habia recibido NUEVA GRANA-
DA los grandes beneficios de la civilizacion cristiana. Hoy la
revolucion ha sembrado aquel suelo de ruinas. «Apenas pisé
tierra (dice un ilustre viajero, hablando de Panamá) , cuan-
do principié á percibir en todas partes el vestigio de la mano
destructora del hombre, quien, en raptos de frenesí á que
le arrastran sus pasiones exaltadas, se complace en destruir
lo que le honra. Aquí las ruinas de un colegio de Jesuitas,
cuyas vastas dimensiones anuncian el grande objeto que se
propusieron sus fundadores. Allí un claustro de francisca-
nos, trasformado en corral para las bestias que trafican por
el istmo... Allá un monasterio de religiosas , itte dió asilo
en otro tiempo á treinta individuos , ahora solitario y carco-
mido, parece armonizar con aquellas ruinas. El hospital
no puede calificarse sino de un prolongado insulto que allí
se infiere á la humanidad (l).»—Del estado moral á que ha
traido á aquel país la impiedad moderna, puede júzgarse sa-
biendo que hay parroquias sin párroco, sin escuela y sin en-
señanza: que en los caminos y calles de Panamá se encuentran
hombres y mujeres enteramente desnudos, y que algunos
mueren del exceso de la bebida , dejando su cadáver tendi-
do en las calles (2). Fijándonos en otras clases más eleva-


(1) Eizaguirre, tomo páginas 29 y 30 de su obra antes citada.
(2) El mismo autor, tomo 1, 1)4.32.




30


das , nos salen al encuentro las siguientes palabras de un
escritor : «Los discursos que se recitan en el Congreso de
Nueva Granada nos hacen temer que aquel país vuelva á
caer en el estado de la barbarie, de que lo redimió la con-
quista española (1).» Y en cuanto á tolerancia y seguridad
personal, baste decir que en 1864 aportaron á España unas
religiosas carmelitas , lanzadas de allí por los apóstoles de
la libertad de cultos.


Este relato pudiera extenderse mucho más; pero ni te-
nemos espacio bastante para ello , ni sentimos complacen-
cia en el relato de las ajenas miserias. ¡Quiera Dios que la
locura de los hombres no llegue entre nosotros hasta el
punto de que tengamos que mirarlas como propias!


Por lo demás, ni nuestras palabras están inspiradas por
un sentimiento de vanidad nacional, para el que cada dia
va habiendo, por desgracia, ménos motivo , á la vista del
deplorable espectáculo que años hace está ofreciendo esta
nacion desventurada , ni hemos querido lastirnar el nombré
de ilustres naciones que no son culpables de los errores de
sus gobiernos. Sólo hemos querido hacer ver que nada hay
grande ni glorioso si no lo anima el espíritu vivificante del
Catolicismo.


La gloria y la grandeza de una nacion está en los recuer-
dos de su pasado, en el brillo que las nobles y heróicas
acciones de otros tiempos reflejan sobre el tiempo actual.
Estos precedentes forman su herencia sagrada, constituyen
su patrimonio inalienable, son la leyenda de su escudo, la
ejecutoria de nobleza que expide á sus hijos para que en
todas partos pronuncien con orgullo el nombre de su ma-
dre. ¡ Desventurado país aquél en que los extravíos de los
Reyes, los delirios de los filósofos ó las locuras de los poli


(I) Citado por Eizaguirre, sin expresar su nombro. Tomo I, pág. 38.


3i


ticos borran con mano impía estos precedentes gloriosos, y
deslustran con hechos indignos los limpios blasones de la
pátria!


La historia de España, desde los primeros siglos cristia-
nos hasta la época presente, va tan estrechamente unida
á la historia de la Iglesia, que es imposible separar una de
otra (1). Apenas ha nacido el Cristianismo, y ya viene á
evangelizar á España el Apóstol Santiago, y la visita la
Virgen Santísima, dejando el Apóstol en Santiago de Com-
postela, y la Vírgen en el Pilar de Zaragoza, indelebles re-
cuerdos de aquellos hechos. Asimismo vienen San Pablo y
los varones apostólicos cuyos nombres conserva la historia.
El número de los cristianos crece de tal modo, que al poco
tiempo llama ya la atencion de los gentiles ; y á mediados
del siglo ni habia iglesias establecidas en puntos tan dis-
tantes como Zaragoza, Leon y Mérida. Conocidas nos son,
durante este siglo y el inmediato, las actas de muchos már-
tires; cabiendo á España el honor de que éstos figuren entre
los primeros de la cristiandad. Aún se conservan, como
vivo recuerdo de tanto heroismo , las criptas de Zaragoza,
de Alcalá, de Toledo y de Avila, donde se guardan los restos
de Santa Engracia y sus compañeros de martirio, de Santa
Leocadia, de los Santos Justo y Pastor y de los mártires
avileses.


A un ilustre y esclarecido Obispo español, al célebre
Osío, que residió en la córte de Constan tino y ejerció grande
influencia en el ánimo de este Emperador, debe sin duda la
Iglesia la paz de que entónces disfrutó. Españoles fueron
tambien el gran Emperador y el gran Pontífice que, muer-
tos Constantino y Osío, continuaron la nobilísima empresa
de dar paz á la Iglesia. Brillaban entre tanto en España va-
rones tan insignes como San Paciano, dé Barcelona, su hijo


(1) Los que hayan leido nuestra Historia de la leaíslaeion española, publicada
en 1874, encontrarán en ella todos los datos y noticias que reunimos en esta parte
de nuestro trabajo, expuestos con mayor extension de la que aqui nos permite el
breve plan que nos hemos trazado.




32


Flavio Dextro, el Obispo barcelonés Olimpio, el teólogo San
Gregorio de Ilíberis , el presbítero Juvenco , el célebre zara-
gozano Prudencio y el renombrado Paulo Orosio, que como
oradores , poetas é historiadores han dejado honrosísimo
nombre.


Gloria de España y asombro del mundo fueron más tarde
aquellos grandes Concilios de Toledo, donde la sabiduría de
los Prelados dictó leyes que admira y respeta esta genera-
cion, en gran parte frívola y descreida. Figuraron entónces
como lumbreras de su época, San Leandro, San Fulgencio,
San Isidoro, Liciniano de Cartagena, San Eutropio, obispo de
Valencia; los insignes monjes San Victorian, San Gaudioso
y San Nazario , el historiador Máximo, San Braulio y su
hermano Juan; San Eugenio, San Ildefonso, San Julian, San
Martin de Braga y San Millan.


Derruida la monarquía goda , la restauracion aparece en
las montañas de Asturias , inspirada por el mismo espíritu
que habia animado á aquélla. Todos los Reyes asturianos
dejaron consignada su fé en monumentos de piedra, porque
todos ellos levantaron algun templo á Dios. Andando el
tiempo llegó á adquirir el movimiento religioso tan grande
impulso, que á fines del siglo mit se contaban ya en España
cuatro iglesias metropolitanas y cuarenta diócesis episcopa-
les, y comenzaban á nacer en las iglesias y en los claustros
las Universidades. Brillaron por entónces Santo Domingo y
San Lúcas de Tuy ; el célebre Raimundo Lulio ; los insignes
prelados D. Rodrigo Jimenez de Rada, D. Vidal de Canellas
y San Raimundo de Peñafort. En los siglos xiv y xv figu-
ran los insignes prelados D. Gil de Albornoz y D. Pedro Te-
norio, el glorioso San Vicente Ferrer, San Pedro Armengol,
San Pedro Pascual, San Diego de Alcalá , San Pedro Rega-
lado, San Juan de Sahagun , el maestro Alfonso de Madri-
gal , conocido por el Tostado, el cardenal Torquemada, los
obispos D. Pedro de Hinojosa , D. Pablo de Santa María y
D. Alfonso de Cartagena, autor éste último del Doctrinal de
Caballeros; el cardenal D. Juan Moles Margerit, el obispo


33


de Palencia D. Pedro Sanz de Arévalo , y el arcipreste
D. Diego Rodriguez de Almela. Estos nombres , que aquí
nos contentamos con reproducir, traerán sin duda á la mente
de nuestros lectores grandes y gloriosos recuerdos.


En este período nacieron aquellas brillantes órdenes mili-
tares que sólo un espíritu de fé vivísima era capaz de crear,
y con cuya enseña se han honrado durante siglos tantos ilus-
tres caballeros, y se honran muchos hoy dia. ¡Calatrava, Al-
cántara, Santiago y Montesa! nombres gloriosos, testimonios
vivos de la religiosidad de nuestros mayores, títulos de esa
-alta nobleza que tiene su fundamento en la Religion y su
corona en el cielo, vedlos ahí todavía en pié, protestando
en imponente silencio contra todo lo que atente á la inte-
gridad de la fé católica en España ; vedlos ahí diciendo al
mundo con sus hechos hasta dónde llegaba en los corazones
españoles el amor á la Religion de Jesucristo, y hasta dónde
se levantaba, impulsado por ella, aquel generoso ardimiento
que así hermanaba en un mismo instituto las prácticas re-
ligiosas del monje con la agitada vida del soldado, y «hacía
mansos corderos en el cláustro á los que eran fieros leones
en el campo de batalla.»


Visiblemente asistida del Espíritu divino , la Iglesia de
España va creciendo y prosperando hasta el punto de re-
unir ella sola en el siglo xvi todo lo más grande que España
nos ofrece en aquel tiempo.


Allí aparece en primer término la nobilísima figura del
cardenal Jimenez de Cisneros, que funda la Universidad de
Alcalá, reforma las órdenes regulares, envia los primeros
misioneros al Nuevo Mundo, restaura el culto mozárabe en
Toledo, conquista á Orán, agrega el reino de Navarra á la Co-
rona de España, y deja en la Biblia Complutense el gran
monumento literario de aquel tiempo (1).


Celébrase luego el Concilio de Trento , y concurren á él


(1) Véase nuestra Historia de la Legíslacion Española, edicion de 1874, pá-
ginas 385 y siguientes.—En estos pasajes reproducimos casi literalmente lo que alli
hemos escrito.


3




34


obispos como D. Antonio Agustin, D. Diego de Covarrubias,
D. Pedro Guerrero y D. Juan de Quiñones ; y teólogos como
Diego Lainez , Pedro Soto, Alfonso Salmeron, Antonio Solís
y Francisco de Zamora.


Ya ántes de esa época aparecen los virtuosos y esforza-
dos campeones de la Iglesia de Jesucristo, los hijos de San
Ignacio de Loyola , al mismo tiempo que Santa Teresa re-
forma los Carmelitas descalzos, San José de Calasanz funda
la Orden de los Escolapios , San Pedro de Alcántara resta-
blece la regla de los Franciscanos descalzos , y San Juan de
Dios crea los Hospitalarios para la asistencia de los en-
fermos.


Muéstranos la Compañía de Jesus en sus dos primeros
generales dos grandes é ilustres Santos españoles, que ad-
mira el mundo: San Ignacio de Loyola y San Francisco de
Borja ; y hombres tan eminentes en. virtud y en saber como
Diego Lainez , Sahneron, Rivadeneira, Bobadilla , Mariana,
Ribera y Maldonado.


No sin motivo se ha llamado al siglo xvi el siglo de los
Santos y el siglo de oro de la Iglesia de España. Junto á
Santa Teresa , San Ignacio de Loyola , San Francisco de
Borja, San Pedro Alcántara, San José de Calasanz y San
Juan de Dios, vemos á San Juan de la Cruz , San Francisco
Javier, Santo Tomás de Villanueva, San Miguel de los San-
tos , Mariana de Jesus , Alonso Rodriguez y Pedro Claver.
De esta misma época son los valencianos San Luis Beltran,
y el beato Nicolás Factor, el franciscano San Pascual Bai-
Ion, el andaluz San Francisco Solano, el trinitario Simon de
Rojas, y el beato Gaspar Bono. Entre los clérigos regulares
vemos brillar al renombrado Juan de Avila , al misionero
Hernando de Vargas, y á los venerables Diego Perez Valdi-
via y Juan de Briviesca.


Inclinemos nuestra frente ante tan ilustres nombres,
que fueron el más bello ornamento de su siglo, y son hoy
recuerdo indeleble de nuestras pasadas grandezas.




Hízose tambien sentir en las artes la dulce y saludable


35


influencia religiosa. ¿Quién no sabe lo que .entónces hicie-
ron por la música Luis Vitoria, Martinez Vizcargui , Fran-
cisco Salinas, Antonio del Castillo, Diego del Puerto y don
Bernardo García? ¿Quién no ha visto los cuadros inmortales
de Ribera y de Murillo, de Ribalta y de Velazquez , de Zur-
barán y de Morales, de Coello y de Alonso Cano, de Juan de
Juanes y de tantos otros? ¿.Á quién necesitaremos encarecer
la magnificencia y belleza de San Juan de los Reyes , cons-
truido en Toledo por D. Fernando y doña Isabel, y del mo-
nasterio del Escorial, que á costa de perseverantes esfuer-
zos levantó la piedad insigne de Felipe II?


Unida á este gran movimiento intelectual se nos pre-
senta la creacion de las Universidades, iniciada y conti-
nuada por la Iglesia. A los colegios de Santiago , Sigüenza
y Toledo, fundados por eclesiásticos en la última mitad del
siglo xv y elevados al rango de Universidades en el xvi,
hay que añadir en éste otra considerable porcion de iguales
establecimientos de enseñanza. Oigamos referir su funda-
cion á un docto y renombrado escritor de nuestros Bias (1):
«El arcediano Rodriguez de Santaella, dice , erigia su cole-
gio-universidad en Sevilla (1509): el emperador Cárlos V la
de Granada (1531); los concelleres de Barcelona y los jura-
dos de Zaragoza amplificaban los estudios en sus respecti-
vas ciudades; y á fines de aquel siglo el piadoso obispo Cer-
buna completaba la fundacion de esta segunda ciudad, harto
pobre hasta su tiempo. Los dominicos fundaban Universi-
dades en su convento de Santo Tomás de Avila , á expensas
del inquisidor Torquemada, y en el convento del Rosario de
Almagro (1552). El venerable maestro Juan de Avila echaba
los cimientos de la Universidad de Baeza (1533), ampliada
luego por D. Rodrigo Lopez (1562); y San Francisco de
Borja, transformado de virey en estudiante, planteaba la
Universidad de Gandía (1546). Casi á un mismo tiempo eri-


(I) D. Vicente de la Fuente, en su ilislorta ec¿esiastíca de España, tomo m de
la primera edicion, pág. 179.




ni


. 36
gian. Universidades el obispo D. Pedro da Costa en Osma
(1550) , D. Francisco Loaces en Orihuela (1555) y D. Fran-
cisco de Córdoba en Estella (1565), el arzobispo D. Gaspar
de Cervantes en Tarragona (1570), y finalmente el inquisi-
dor Valdés en Oviedo (1580). En las Provincias Vascongadas
se habia fundado tambien, anteriormente á éstas, el colegio-
universidad de Oüate , titulado del Espíritu Santo, por don
Rodrigo Mercado ( 1543). Resulta , pues , que todas las Uni-
versidades de la Corona de Castilla, Vizcaya y Navarra son
fundadas por eclesiásticos ; y las de la Corona de Aragon,
aunque de origen municipal, debieron igualmente sus au-
mentos y esplendor al clero de aquellos países.»


No hemos terminado aún el catálogo de las grandezas
que el espíritu religioso produjo en España en la época que
recorremos. Tambien la imprenta, poderosamente alentada
por la Iglesia, se ejercita en la impresion de excelentes obras.
Publica Fr. Luis de Granada sus admirables escritos ; da á
luz el P. Rodriguez su célebre Ejercicio de perfeccion; reim-
prímese la Biblia políglota por los grandes esfuerzos é im-
ponderable laboriosidad de Arias Montano ; descuellan en el
Derecho canónico D. Antonio Agustin y D. Diego de Co-
varrubias, obispo de Segovia, presidente despues del Con-
sejo de Castilla : figuran como historiadores y cronistas
Mariana y Ambrosio de Morales , el obispo Sandoval . , los
Jesuitas Moret y Abarca, los monjes de San Juan de la Peña,
Briz Martinez y la Ripa, el dominicano Din() , el canónigo
Argensola, Gil Gonzalez Dávila, el P. Yepes , el P. Nierem-
berg y los PP. Jesuitas Rivadeneira y Andrade. Y cultivan
la poesía con espíritu eminentemente cristiano Fr. Luis de
Leon, Rioja, Ojeda, Herrera, Céspedes y Quirós.


No hemos hecho otra cosa sino citar nombres ; pero en
estos nombres, cuántas glorias Y en estas glorias , qué
refutacion tan elocuente y victoriosa de las acusaciones que
algunos españoles—doloroso es decirlo—han lanzado con-
tra la Iglesia de España !


Á este período pertenecen tambien la creacion del Pa-


37


triarcado de las Indias , título glorioso para nuestra pátria,
debido á los grandes esfuerzos que hacian con sus misiones
en aquel remoto suelo; la del tribunal de la Nunciatura,
(1528) , creado para evitar en ciertos negocios el recurso á
Roma; la de la Comisaría de Cruzada (1448) , establecida
para administrar intereses cuya procedencia y destino re-
querian una gestion especial ; el aumento de obispados, de-
bido á. la grande extension de algunos de ellos ; las misio-
nes de Filipinas , cuyo nombre tomaron estas islas del gran
Rey que envió allá sus primeros misioneros, y las conquis-
taron con su celo y sus virtudes ; las misiones al Asia y al
África, tan honrosas á España por la parte principalísima
que en ellas cupo á San Francisco Javier, formadas en nues-
tro suelo ; las misiones á la China y al Japon , y los traba-
jos apostólicos de Jerusalen , origen de la obra pía de los
Santos Lugares, que tomó Cárlos III bajo su patronato
en 1789.


Sólo hemos hablado hasta aquí de la Iglesia de España
considerada en sí misma, en las . instituciones que fundó y
en los hombres eminentes que de ella salieron. Pero el es-
píritu religioso influyó tambien muy poderosamente en el
ánimo de los Reyes y en los altos y gloriosos hechos que
con su auxilio llevaron á cabo.


Desde los tiempos de Recaredo hasta nuestros dias, ha
animado á nuestros Monarcas el más ferviente espíritu reE.-
gioso, el amor á la Iglesia, el celo por su gloria, el constante
deseo de promover su prosperidad. Los primeros Reyes astu-
rianos dejaron todos, como antes dijimos, consignada su fé
en monumentos inmortales , porque todos ellos levantaron
algun templo á Dios. Pelayo, á Santa María de Velamio; Fa-
vila, á Santa Cruz de Cangas ; Alonso el Casto, á San Pedro
de Villanueva ; D. Fruela , la iglesia de Oviedo ; D. Aurelio,
la iglesia de San Martin de Langreo ; D. Silo , la de San Juan
de Pravia ; Alonso el Casto renovó la iglesia del Salvador
de Oviedo y edificó á San Tirso y San Julian de Santullano;
Ramiro II, á Santa María de Naranco y San Miguel de Lillo;




38


Alfonso III, los monasterios de San Adrian y Natalia de TU-
ron, y San Salvador de Valdedios (1).


Conocida es la piedad de estos primeros Monarcas de la
restauracion, y célebres en la historia los actos que la acre-
ditan. ¿Á qué detenernos en referirlos? En pós de ellos vie-
nen, andando el tiempo, dos grandes hombres, dos insignes
guerreros , dos legisladores ilustres, cuya fama pasará á las
más remotas edades; reyes, de Castilla el uno , y de Ara-
gon el otro ; D. Fernando III y D. Jaime I. Cuánto no res-
plandece en estos eminentes varones el espíritu religioso!
El rey D. Fernando está inscrito en el número de los Santos:
en su largo reinado de treinta y cinco años no cesó de tra-
bajar por la Iglesia, al mismo tiempo que se afanaba por el
bien del Estado. De, D. Jaime de Áragon dice el P. Abarca
que «su religion fué y será siempre famosa entre las pri-
meras, porque le hizo fundador de dos mil iglesias, y algu-
nos le cuentan hasta cinco mil;» y añade que «en mil sete-
cientas de aquellas iglesias se celebraban por su cuidado
más de veinte mil Misas cada dia.» Sabido es que en los
últimos años de su vida vistió D. Jaime el hábito del Císter.


Y no parece sino que el sentimiento religioso crecia en
intensidad á medida que avanzaba el tiempo, tomando de•él
origen todo lo bueno que se hacía. Á la mujer más ilustre
que en España ha ocupado el trono se la conoce por el dic-
tado de Católica, porque cifró todo su empeño en trabajar
por la gloria de Dios y el esplendor de su Iglesia , asistien-
do personalmente á la conquista de Granada para vencer
á los enemigos de la fé, y haciendo que coronase los torreo-
nes de Argel y de Orán la misma Cruz que ántes se habia al-
'zado en las mezquitas andaluzas. Este sentimiento se vió
dominar en sus sucesores y ejercer grande influjo en la
córte de España. Y en verdad, quien vuelva los ojos á aque-
llos tiempos, y vea al emperador Cárlos V trocar el primer
trono de Europa por una celda en el monasterio de Yuste;


Cavanilles: Historia de España, tomo x, pág. 43S.


39


al duque de Gandía dejar los primeros puestos de la córte
por la vida austera del religioso ; al gran Felipe II morir
pobremente alojado en el Escorial; á guerreros insignes,
como D. Juan de Austria , el duque de Alba , D. Luis de Re-
quesens y D. Alvaro Bazan , dar muestras de viva fé y de
religiosidad verdadera, no podrá menos de convenir en que
el espíritu religioso alentaba vigoroso en las más altas es-
feras del poder y en el trono mismo de los Reyes.


Fué necesario que á la revolucion religiosa del siglo xvi
siguiese la revolucion filosófica del siglo xvill, que preparó
la revolucion política de fines del mismo siglo , para que
empezase á predominar en los consejeros de la Corona el es-
píritu regalista y hostil á Roma, que á tantos desaciertos y
á tantas iniquidades ha dado origen.


Y si quisiéramos evocar ahora los recuerdos de la histo-
ria legal y municipal de España , en ella veríamos confir-
mado que nuestra nacion fué siempre , desde que comenzó
á tener vida propia hasta nuestros dias , sola y exclusiva-
mente católica.


De la monarquía goda tenemos autorizados y elocuentes
testimonios en sus célebres Concilios toledanos, especial-
mente el tercero, donde Recaredo hizo abjuracion de sus
errores , y en el afamado Código que se formó en ellos y
está considerado desde entónces hasta hoy como uno de los
mejores de España.


La Restauracion presenta igual carácter, nunca desmen-
tido. Una de las instituciones en que más se ostenta , es la
de los Concejos. Notable habia sido en España el municipio
romano, con sus célebres y extraordinarios privilegios; pero
el municipio romano cayó en medio del universal trastorno
que sufrió España con la invasion sarracena , y como su
caida habia sido efecto de la decadencia de aquel gran Impe-
rio , señor un dia del universo, no podia volver más á la
vida. En cambio habíase levantado junto á él , grande , po-
tente y gloriosa, aquella Iglesia que, bajada del cielo, ofre-
cía al mundo en su doctrina ricos tesoros de virtud, de




FI


.,F


40


esperanza y de amor, que nunca habia conocido; y enlazán-
dose la organizacion administrativa con la organizacion
cristiana, que reemplazó á la gentil, vino á ser la unidad
primera la parroquia, y á constituir la reunion de éstas el
concejo. El Obispo, que entónces, como siempre en España,
era una autoridad de gran respeto y prestigio, en union con
los funcionarios que en las poblaciones importantes se nom-
braban para velar por sus intereses, atendia á las necesida-
des de la localidad.


Si consultamos los más antiguos documentos que nos
ofrece la legislacion foral, casi no encontramos más que.
escrituras de fundacion de iglesias ó de donaciones en su
favor, como la fundacion de Santa María de Obona por don
Silo, el año 740; la donacion á la iglesia de Valpuesta por
D. Alonso el Casto , el año 804; la que hizo á la iglesia
de Oviedo D. Ordoilo I , el año 857 ; la del monasterio de
Javilla hecha al de Cardeña el año 941 por el conde Fernan
Gonzalez, cuyas escrituras contienen privilegios y exencio-
nes (1). Y prescindiendo de estos hechos originarios de nues-
tra restauracion , ¿quién no sabe que el Catolicismo continuó
prevaleciendo en nuestras leyes, como prevaleció en todos
los hechos de nuestra historia política y militar, y que en
nombre de la fé se iba conquistando palmo á palmo el terri-
torio español?


Tómense nuestros lectores el trabajo de abrir una colec-
cion de fueros por donde mejor les parezca, y . gr., por el
que en 1131 dió á Calatayud D. Alfonso el Batallador, y
leerán: «Yo Alfonso , rey por la gracia de Dios, os doy esta
»carta de donacion y confirmacion á todos los pobladores de
»Calatayud... para que os asenteis en ella y os consagreis
»en honor de Nuestro Señor Jesucristo y de la Santa Madre
»de Dios María, y de todos los Santos, por honra y salud
»de todos los cristianos y confusion y maldicion de los pa-


»ganos , que Dios Nuestro Señor confunda. Amen (1).»—
Omitimos reproducir otros testimonios de la fé que domi-
naba en España con viva fuerza.


Á este difícil y oscuro período sucede otro respecto del
cual toda investigacion es ociosa. Tan conocido es, tan pa-
tente está el humildísimo respeto, la consideracion profun-
da, la pro teccion eficaz que en él se profesaba á nuestra
Religion santa. Hablamos del gran período que comienza
en D. Fernando el Santo y acaba en los Reyes Católicos.
Ábranse los Códigos de ese tiempo , el FUERO REAL, LAS
PARTIDAS, el ORDENAMIENTO DE ALCALÁ; y viniendo á otros
posteriores, la NUEVA y la NovísimA RECOPILACION. Léanse
sus primeras páginas , y se hallará el título que comienza
con estas ó semejantes palabras : De la fe' católica y ele la
santa Iglesia, en el cual se encuentra á veces todo un tratado
de Teología y de Derecho canónico; ejemplo de ello la PAR-
TIDA PRIMERA. Inútil nos parece decir que al lado de esas
leyes, inspiradas por la fé y el amor á la Iglesia, se leen en
nuestros Códigos, desde los tiempos de la monarquía gótica
hasta hoy, las que prohiben toda clase de herejía bajo las
penas más severas. Véase, si no, lo que disponen sobre este
punto LAS PARTIDAS, y lo que dispusieron más tarde la NUE-
VA. y la NOVÍSIMA B.ECOPILACION.


Mas no necesitamos ir á buscar en los antiguos Códigos
la intolerancia religiosa sancionada por la ley. Al comenzar
la revolucion española en este siglo, y al redactarse el pri-
mer Código político que produjo, se consignó en él lo si-
guiente :


«ART. 12. La Religion- de la nacion española es, x SERÁ
»PERPETUAMENTE, la católica apostólica romana, ÚNICA VER-
»DADERA. La nacion la protege por leyes sabias y justas , y
»PROHIBE EL EJERCICIO DE CUALQUIERA OTRA.»


Las Constituciones posteriores no ha sido tan explícitas
en este punto. Pero que la intolerancia religiosa estaba vi-


(1) Puede vérselas en la Coleeetm. de 1Py,ero mv,nictaales y Cartav pueblas, por
D. Tomás Muñoz y Romero, páginas 9, 13, 19 y 25. , (1) Véase este 'Alero en la Coleceion citada, pág. 457.




42


gente en toda su fuerza hasta fines de 1868, lo prueban, así
el art. 1.° del Concordato celebrado entre Su Santidad y la
Reina de España en 1851, como tambien otros artículos del
Código penal, todos los cuales vamos á citar.


El art. 1.° del CONCORDATO dice así: «La 1?eligion católica
»apostólica romana, que, CON EXCLUSION DE CUALQUIERA OTRO


ULTO, continúa siendo la única de la nacion española, se con-
servará siempre en los dominios de S. AL Católica, con todos


»los derechos y prerogativas de que debe gozar segun la ley de
»Dios y lo dispuesto en los Sagrados Cánones.»


Los artículos del CóDIGO PENAL de 1848, vigentes hasta
Octubre de 1868, disponen lo siguiente:


«ART. 129. El que celebrare actos públicas de un culto
»que no sea el de la Religion católica apostólica romana, será
»castigado con la pena de extrañamiento temporal.»


«ART. 136. El español que apostatare públicamente de la
»Religion católica apostólica romana, será castigado con la
»pena de extrañamiento perpetuo. Esta pena cesará desde el
»momento en que el culpable vuelva al seno de la Iglesia.»


El Código penal de 1848 cierra, como se ve, la série
histórica de los monumentos legales en que España ha
demostrado, durante doce siglos, si bien con menos eficacia
en los últimos arios , su constante respeto , su adhesion in-
quebrantable, á la Religion de Jesucristo. Esta es la tradi-
cion, esta es la historia, esta es la expresion del senti-
miento comun á todos los españoles, con muy pocas y no
atendibles excepciones. Ningun suceso nuevo ni extraordi-
nario ha venido á alterar este estado, ni á exigir en él inno-
vacion alguna. Si un espíritu reformador y descreido las
impulsa en nuestros dias, el espíritu sensato y creyente del
pueblo español las rechaza. Digno es, por cierto, de respeto
tan noble , tan elevado , tan puro y tan patriótico senti-
miento, que tiene á su favor la saucion de las generacio-
nes y de los siglos.


¡Cuántas bellezas ofrecen á nuestros ojos los hechos que
á la ligera acabamos de reseñar ! ¡ Cuán grande aparece
España, animada por aquel espíritu de viva fé que hizo de
ella uno de los más poderosos imperios de la tierra! ¡ Cuán
noble y cuán legítima satisfaccion siente el español católico
al ver que el Catolicismo ha sido la fuente inagotable de las
glorias de su pátria, el que la revistió ante el mundo de una
aureola que todavía la circunda como recuerdo de sus pasa-
das grandezas!


Y sin embargo, de todo eso se olvida una pequeña parte
de la generacion actual ; hijos ingratos, para quienes nada
vale, al parecer, lo que ilustra y enaltece el nombre de su
madre; nada esa grande y gloriosa historia, que dejó escrita
en caráctéres de oro la fé de nuestros padres; nada esas
venerandas tradiciones, cuyo recuerdo debieran conservar
con religioso respeto y con amor profundo. Más que ellas,
con dolor lo decimos, pueden en su ánimo las corrientes
del siglo, que con tanta fuerza impulsa el espíritu de la
impiedad y del indiferentismo, en su constante lucha con
el espíritu religioso. Y apenas pasa dia sin que en boca do
los revolucionarios, que son los más atrasados y los más
retrógrados de todos los políticos, se oigan los argumentos
con que defienden la libertad de cultos, yerba venenosa que
ha crecido en pocos años con profusion abundante, para
ruina de las naciones que en su seno la han visto nacer.


—«Es una vergüenza, dicen con aire de conviccion, que
en medio del movimiento libre-cultista del mundo entero,
sólo España se mantenga en su antiguo y lamentable atra-
so.—Hasta en Roma, hasta en la misma Roma, donde reside
el Padre COITIUn de los fieles, hay libertad de cultos. ¿Por
qué, pues, no ha de haberla en España? ¿Hemos de ser más
católicos que el Papa?—Con la libertad de cultos vendrian á
España los capitales extranjeros y enriquecerian este país,


4:3


IV.




44


tan pobre y decaido de un siglo á esta parte.—Con la liber-
tad de cultos los católicos españoles se harian más activos
y celosos para defender su religion, frente por frente de sus
enemigos.—Con la libertad de cultos entraria España en el
concierto europeo, y tendria en él la voz y la influencia que
le niegan su intolerancia y su intransigencia.—A favor de
ella lograrán los españoles, en justa reciprocidad, poder
practicar libremente su religion en el extranjero.—Con la
libertad de cultos la Iglesia católica sería en España libre,
libre de todo punto, desapareciendo las regalías y otras
vejaciones que pesan sobre ella.»


Hé aquí los principales argumentos que en favor de la
libertad de cultos hemos oido alegar muchas veces. Paréce-
nos que no hemos podido presentarlos con más fuerza, ni
con apariencias más brillantes. Contestémoslos ahora breve-
mente, por el órden mismo en que los hemos expuesto.


¿Conque es una vergüenza que en medio del movimiento
libre-cultista del mundo entero, sólo España haya mante-
nido hasta nuestros dias la unidad católica? ¡ Qué observa-
cion! ¡Qué argumento ! ¡ Y que esta observacion y este argu-
mento se oigan en boca de personas ilustradas y de hombres
de alguna autoridad y valer ! Hay en la historia del mundo
un hecho grande sobre todos los demás hechos, excepto sólo
el primero entre ellos, que fué la aparicion en la tierra del
Hombre-Dios; y fué que cuando por un secreto y admirable
designio de la Providencia vinieron los bárbaros del Norte á
arrasar las obras de la civilizacion pagana y á purgar el
mundo de la pestilencia de vicios y de errores que lo con-
sumia , el nuevo y vigoroso elemento oyó en todas partes la
voz de la doctrina católica, y cautivando los ánimos esta
purísima y celestial doctrina, ella fué educando á las nacio-
nes que se formaban


sobre las ruinas de las anteriores , y
echando los cimientos de la grande obra que el Cristianismo


45


ha levantado en todo el mundo y subsiste para su gloria en
cuanto la moderna barbárie no ha destruido. Sí : aquel
grande y noble espíritu lo animó todo, lo dirigió todo, lo
informó todo, influyó en todo ; y bajo su poderoso impulso,
los bárbaros depusieron su ferocidad , las costumbres se
mejoraron, la esclavitud se fué gradualmente extinguiendo,
se moralizó la familia , se perfeccionó la sociedad, se creó,
en suma , la civilizacion cristiana, con sus grandes monu-
mentos, sus suntuosos templos, sus magníficos hospitales,
sus institutos religiosos, sus establecimientos benéficos,
sus sabias leyes, sus célebres Universidades y otras muchas
y grandes ventajas de que disfrutan las naciones modernas.


Contra esta obra del cielo se levantó, es cierto, primero
la satánica soberbia de Lutero y sus secuaces, despues la
cínica impiedad de Voltaire y sus discípulos , y por último
el vértigo demagógico de los revolucionarios modernos, que
con incansable perseverancia , y llenos de ódio á la Iglesia,
han logrado romper en casi todas las naciones la unidad
religiosa é introducir los falsos cultos. Este ha sido, en el
órden. moral , el progreso de la Europa moderna. Pero si
España tuvo hasta 1868 la dicha de verse libre de tan gran
desventura, ¿deberá considerar esto como una vergüenza,
como una gloria? ¡ Qué horrible trastorno de ideas no es
necesario para considerar vergonzoso lo que nos envidiaban
hasta hace pocos años las más grandes naciones de la tierra!
Hasta nuestros dias se ha conservado intacta en España la
unidad religiosa , y con ella el sagrado depósito de la ver-
dad : nos habíamos mantenido en la region de la luz : no
habian logrado envolvernos las sombras del error y de la
muerte , esparcidas hoy por todo el mundo. ¿Es ese nuestro
atraso? ¿Es esa nuestra vergüenza?


Pero la libertad de cultos, se dice, está admitida en
Roma , en el centro del Catolicismo , donde reside el Padre




46


comun de los fieles. ¿Y hemos de llevar nosotros la intole-
rancia más allá que el Soberano Pontífice ?


La tolerancia religiosa en Roma , ni es lo que muchos
creen, ni , si existe, es por voluntad de los Papas , sino por
la fuerza de las cosas, porque, bien á pesar de los Sumos
Pontífices y bien contra su deseo , la ha traido consigo el
curso de los sucesos. Hasta los primeros años de este siglo,
los protestantes no tenian allí culto público. Aprovechándo-
se de la persecucion de Pio VII , ocuparon una casa cuyas
ventanas exteriores están cerradas, y cuyas apariencias son
las de una vivienda particular. Esto no obstante , trató
Pio VII de cerrarla en 1814 ; pero su intento suscitó protes-
tas y amenazas , y hubo de ceder entónces por el bien de la
paz. Porque hay que tener en cuenta el criterio moral de este
siglo de ilustracion y de progreso , donde siempre que es


;violado algun principio de derecho ó de justicia , se invoca,
llegado el dia de la reparacion, y con el fin de hacerla iluso-
ria , la inicua doctrina de los ¡techos consumados; de suerte
que en los períodos de efervescencia revolucionaria se co-
meten á mansalva sacrílegas usurpaciones é inauditos des-
pojos, y luego que alguna reaccion política trae consigo el
órden y se quiere ofrecer el desagravio á la justicia ofendi-
da, «la conveniencia pública ,» 6 sea «el interés de los revo-
lucionarios ,» opone muy formalmente , para favorecer á la
iniquidad triunfante , la teoría de que la mayor abomina-
cion 6 la más irritante injusticia, una vez llevada á cabo, ha
de ser respetada y mantenida en adelante. Así se introdujo
en Roma la tolerancia de que hoy disfrutan los protestantes.


España no ha sufrido en este concepto presion alguna:
no ha habido en ella exigencias ni empeños para abrir las
puertas á ningun falso culto ; y sin embargo, se dice con
gran seriedad , y como queriendo formular un argumento
incontestable : «Puesto que los Sumos Pontífices han cedido
á la presion exterior, y admitido, mal de su grado, en Roma
algunos de los falsos cultos , ¿por qué nosotros no hemos de
introducir, por puro capricho, esa funesta novedad en Es-


47


paña, no ya con limitaciones y restricciones corno lo han
hecho los Sumos Pontífices, sino con la más ámplia li-
bertad?»Nuestros lectores admirarán una vez más en esta
ocasion el vigor y la fuerza de la lógica revolucionaria.


Tampoco tienen los judíos en Roma libertad para practi-
car su religion : la tolerancia de que disfrutan no les permite
hacer propaganda, ni admitir apóstatas, ni hostilizar al Ca-
tolicismo, ni ejercer su culto fuera de los lugares designa-
dos para él. Hasta 1848 no podian salir del Ghetto (su barrio)
á ciertas y determinadas horas: en 1848 se quitaron las
puertas del Ghetto, y ocupada despues Roma por los fran-
ceses , dejése sentir en esta y en otras cosas la influencia
de su gobierno.


Véase, pues , á lo que se reduce el tau decantado argu-
mento de la libertad de cultos en Roma.


Pero los que, como Judas , están dispuestos á vender á•
Cristo por treinta dineros , han alegado con insistencia otro
grande argumento en favor de la libertad de cultos. «Los Ca-
pitales extranjeros, dicen, afluirán á España, trayéndole el
bienestar y la prosperidad material de que carece. Multitud
de judíos , cargados de riquezas, esperan la tolerancia reli-
giosa para venir con ellas. ¿Y hemos de perderlas por vivir
aferrados á antiguos hábitos , que tan mal se avienen, des-
pues de todo, con los progresos del siglo y con las conquis-
tas modernas?»


Lástima grande debe causar á los-extranjeros la España
asolada por la revolucion : pena profunda deben producir-
les nuestras desgracias; y quién sabe si no les moverán á
risa, más de una vez, nuestras mascaradas políticas y nues-
tras constantes locuras! Pero suponer que semejante espec-
táculo les suscite el deseo de establecerse en España, hasta
el punto de expatriarse para buscar su felicidad en ella, es,
en verdad , hacer una suposicion injuriosa á su buen sen ti-




1


48
do. ¡Cómo! Aquí, donde á cada revolucion que ocurre—y
por desgracia ocurren á todas horas—se cometen inicuos
despojos, abominable's sacrilegios, arbitrariedades sin cuen-
to ; donde se atropellan las leyes , se insulta á la autoridad,
se ultraja á la moral, se persigue á la religion, se abre ancha
calle á la licencia, se ataca á la propiedad y se ejerce en
nombre de la libertad la más arbitraria y repugnante tira-
nía, ¿aquí es donde habrán de venir los que poseen cuantio-
sos intereses á buscar seguridad para ellos? ¿A tal extremo
puede conducir á nuestros revolucionarios su ceguedad, que
crean á los extranjeros ricos, dotados por lo comun de gran
prevision y cautela, capaces de traer sus fortunas á esta
casa de locos , donde con tanto desman se vive en zozobra
y en inquietud contínua? ¿Cuántos capitalistas extranjeros
han venido en los siete años que comenzaron en Setiembre
de 1868? ¿No se ha visto además que, lanzadas de las repú-
blicas de América innumerables familias por el desórden y
la anarquía que allí produjo la revolucion importada de Eu-
ropa , apenas ha venido ninguna á establecerse aquí, á pesar
de tener con nosotros tan fuertes vínculos de union como la
comunidad de religion y la de idioma , prefiriendo á la casa
de unos hermanos que sólo les ofrecian revoluciones y tras-
tornos , la de los extranjeros, donde encontraban seguridad
y reposo? ¿No saben los revolucionarios que el dinero repara
poco en diferencias de religion y de pátria, como lo demos-
tró la afluencia de capitales extranjeros á la construccion de
las vías férreas españolas cuando éstas les ofrecieron la.
esperanza , tristemente defraudada muy luego, de reportar
de ellas algun. lucro? Pues si esto es así , desvanézcase de
una vez la fantástica vision de los capitales extranjeros,
más á propósito para excitar la curiosidad del vulgo ansioso
de novedades, que para ocupar la atencion de las personas
serias.


Los que desean la libertad de cultos como medio de que
los católicos depongan toda tibieza y muestren -


verdadero
celo por la religion que profesan , nos hacen el mismo efec-
to , dicho sea sin ánimo de ofenderlos, que nos harian los
que viendo al país en estado de sanidad perfecta , quisieran
traernos una epidemia para que con ocasion de ella se des-
plegase una ardiente caridad y se ejecutasen grandes actos
de abnegacion y de heroismo. ¿Sería acaso este hermoso es-
pectáculo compensacion bastante por los millares de vícti-
mas que la epidemia causase? ¿Habría quien quisiera pre-
senciar tan sangriento y horrible triunfo?


Pero si, dejando á un lado esta poderosa consideracion,
pasamos á hacernos cargo del argumento en sí mismo, séa-
nos permitido ante todo rechazarlo por lo que toca al clero
español, si es que por ventura en alguna parte á él se dirige.
Ese virtuoso y sufrido clero , que á tan triste situacion ha
traido el espíritu revolucionario de los gobiernos y el indi
ferentismo de una parte de los pueblos ; cuyas mezquinas
dotaciones apenas bastan para las primeras necesidades de
la vida , y que, exiguas y todo como son, han dejado sin
embargo de pagarse por espacio de algunos años; á quien
la revolucion ha despojado de sus más eficaces medios
de accion y privado de sus más poderosos auxiliares al ex-
tinguir las comunidades religiosas y proscribir los misione-
ros ; á quien se ha perseguido, vejado, insultado, encarce-
lado y deportado , sólo por su carácter sacerdotal y en ódio
á la Religion santa de que es órgano , no tiene responsabi-
lidad alguna en el decaimiento del espíritu religioso en Es-
paña, donde en estos últimos años se ha derramado á torren-
tes la impiedad desde las esferas del gobierno sobre los
desventurados pueblos , y roto con furor inaudito, hasta
donde ha sido dable , los vínculos que los union con la Igle-
sia nuestra Madre ; todo , por supuesto , para hacerlos gran-
des, ilustrados y libres, y encaminarlos , por las vías del
progreso y de la civilizacion moderna, á lá indefinida per-
feccion soñada por los revolucionarios.


4




w


50


En cuanto á los seglares, diremos ingenuamente, por-
que nunca debe ocultarse la verdad, que su conducta, con-
siderada en absoluto, no justificarla igual defensa de nues-
tra parte. Hay en España, es cierto, un número muy consi-
derable de personas del uno y del otro sexo, que han de-
mostrado en los Bias de persecucion y de prueba por que
hemos pasado, su celo por la santa causa de Dios y de su
Iglesia. España entera las conoce, y les rinde el tributo de
admiracion que les es debido. Pero no todas han imitado
tan noble ejemplo ; y es tanto lo que en esta parte se echa
de menos, que bien pudiera el asunto dar materia para otro
folleto (1). Mas áun suponiendo que en toda España hubie-
ran querido los católicos organizarse y lanzarse á la defensa
de la Religion por medios legales y pacíficos, ¿habríales
dejado la libertad de cultos posibilidad y medios de hacerlo?
¿Se los darla acaso en adelante? Delirio sería pensarlo. La
libertad revolucionaria es la peor de las tiranías. Favorable
y benévola con el mal, es enemiga y perseguidora del bien.
¿Quién no recuerda la noche del 21 de Junio de 1871, en
que las turbas revolucionarias recorrian las calles de Ma-
drid, apedreando los balcones del vecindario, iluminados en
señal de regocijo por celebrarse el vigesimoquinto aniver-
sario del pontificado de nuestro amado Papa Pio IX?


No es, pues, la libertad de cultos el medio á propósito
para estimular á los católicos á trabajar en defensa de su
Religion, ni con ella se les ofrecen tampoco condiciones
ventajosas para la lucha. Y luego, ¿á qué conduce ese des-
atinado sistema de lastimar y ofender las creencias, para
hacerlas con esto más dignas de interés? Si esas creencias
merecen veneracion y respeto, lo natural no es atacarlas
para excitar el celo en favor de ellas, sino honrarlas y pro-


(4) Con haberse escrito tanto sobre la mision de las clases conservadoras, nada
se ha dicho aun, que sepamos, sobre los muchos y muy importantes deberes de los
Católicos, que asi en las presentes circunstancias como en las no menos dificiles y
azarosas que acaso nos esperan, pudieran prestar á la Religion y á la sociedad in-
mensos servicios organizándose para hacer el bien y resistir al mal. Creemos que
esta idea puede y debe prestar asunto á un interesante trabajo.


51


tegerlas, para fortalecerlas y realzarlas. Cuanto más respe-
tada sea por los gobiernos la Religion, más la respetarán los
pueblos, porque el ejemplo es más elocuente que el consejo.
Pór el contrario, cuandó los gobiernos se muestren indife-
rentes ó ateos, no deben esperar que su conducta produzca
en los pueblos sino la indiferencia y el ateismo. El árbol
siempre da de sí los frutos que le son propios.


Por otra parte, nunca es permitido hacer el mal so color
de que con -


él se produzca el bien : nunca tendria justifica-
cion ni excusa tolerar los irreparables perjuicios, las graví-
simas ofensas que inferiria á la Religion la libertad' de cul-
tos, en consideracion á que, excitando el celo de los católi-
cos, se podria obtener alguna ventaja.


No hay tal vez argumento más débil en favor de la li-
bertad de cultos que el que se apoya en la necesidad de que
España entre de lleno en el concierto europeo. Sea el que
quiera el papel que á España toque representar *en ese
concierto, ¿le opone para desempeñarlo algun obstáculo su
carácter de nacion católica, y como tal intolerante con las
falsas religiones?. Si así es, confiésese•que él enviledimien-
to do los caracteres ha llegado en nuestro siglo al último
grado posible, porque siempre, hasta de ahora , se ha repu-
tado de gran valor la dignidad, la consecuencia, la adhesion
firme 6 inquebrantable á los grandes principios y á las gran-
des verdades, en que vive, corno en.su atmósfera propia, la
inteligencia del hombre. Si de . hoy en adelante se tienen en
más la veleidad y el capricho que la formalidad y la entere-
za; si de hóy más da autoridad en el mundo el ser voluble,
inconsecuente y tornadizo, hay que empezar, repetimos, por
confesar que en el siglo llamado de los grandes progresos
hemos descendido á los últimos límites de la abyeecion y de
la decadencia.


Pero si_ fuese cierto que á causa de la unidad religiosa




52
hubiese España de ser mirada con prevencion por las de-
más naciones de Europa, ¿tan ciegos estamos que no vemos
á la envidia animando este sentimiento? Porque, en verdad,
¿cómo pudieran los. demás países de Europa, en otro tiempo
católicos, y corno tales muy elevados en el órden moral, ver
sin envidia que miéntras ellos han tenido que pasar por ver-
gonzosas transacciones y por acomodamientos y distincio-
nes ridículas para admitir la libertad de cultos, España haya
conservado hasta hace muy pocos años, y casi conserve hoy,
el inapreciable tesoro de la unidad religiosa? ¿No hemos
oido en nuestros dias decir á un ministro inglés que se cor-
taria una mano por tal de tener este tesoro en su paria? ¿Y
si la razon concibe por sí solaque las naciones tienen en la
balanza del mundo la fuerza moral que á cada cual clan su
respectivo carácter y condiciones, ¿cuán grande y especial
valor no podia dar á España su carácter de potencia cató-
lica, única entre todas las del mundo? ¿Y qué le quedará á
este pobre país, hecho juguete de las locuras revoluciona-
rias, arruinado, destrozado y perdido, si llega á faltarle lo
que coristituia su verdadera grandeza, lo que le dió tantos
dias de gloria, ló que- ha inmortalizado su nombre, lo que
pudo hacer decir á uno de sus soberanos que nunca se po-
nia el sol en los dominios de España?


«Que no admitiéndose la libertad de cultos en España,
no podrán los españoles, fuera de ella, practicar libremente
el suyo,» es otro de los argumentos que más esfuerzan para
apoyar su intento los partidarios de aquella libertad futres
ta. Imposible parece que de una manera formal se alegue
semejante argumento. Trabajo cuesta concebir que se le
atribuya al formularlo alguna importancia. ¿En qué ley se
establecen los derechos que cada nacion otorga á los nacio-
nales y extranjeros? En la Constitucion respectiva. Pues bien.
Donde esta Constitucion sancione la libertad de cultos, ¿po-


53
drá privarse á los españoles de ejercer libremente el suyo?
Donde esta Constitucion lo prohiba, ¿pretenderán los espa-
ñoles un privilegio á su favor? Luego es indudable que donde
quiera que vayan los españoles, fuera de su pátria , correrán
la suerte que la Constitucion de aquel Estado depare.á nacio-
nales y extranjeros, independientemente de lo que en Es-
paña se establezca.


Y no podia ser de otra manera ; porque los preceptos
constitucionales son para cada nacion asunto de apreciacion
propia , cuestion puramente interior, ya se trate de materia
religiosa , ya de otra distinta ; y su resolucion no se altera
ni modifica por lo que fuera de ella se disponga en igual ó
en contrario sentido. ¿Cuál de las naciones conocidas tiene
adoptado el sistema de ser tolerante con unos extranjeros é
intolerante con otros., segun que en sus respectivos países
se halle ó no establecida la libertad religiosa? ¿Cómo pudie-
ra además realizarse en la práctica tan peregrino sistema?
Supongamos una nacion extranjera donde hay libertad de
cultos, y supongamos tambien que en España no la hay.
Las puertas de los templos católicos, ¿estarán allí abiertas
para los franceses y se cerrarán cuando vayan á. entrar los
españoles? Pues supongamos que la libertad de cultos no
existe en esa nacion, y que está en uso en España. ¿Cómo
practicarán allá su religion los españoles, si no hay iglesias
católicas? ¿De qué les servirá, para el caso, tener en su pa-
tria una libertad semejante?


Se ve, pues, que el argumento fundado en la reciproci-
dad no tiene ni puede tener valor ni importancia alguna.


No hay, por último, argumento más falso, no hay sarcas-
mo mayor, despues de lo que la revolucion española nos
ha enseñado, que el de que la Iglesia recobraria-su libertad
si se abriesen las puertas á los falsos cultos. Ahí están,
la vista de nuestros contemporáneos, no sólo las vejaciones,




54


los insultos, los atropellos y las abominaciones sin cuento,
que la revolucion ha cometido con la Iglesia ; no sólo la
persecucion de sus ministros y la inicua y arbitraria dene-
gacion de unos haberes que les correspondian corno indem--
nizacion del despojo de su propiedad ; no sólo la extincion
y proscripcion de los esclarecidos hijos de San Ignacio de
Loyola y de los misioneros de San Vicente de Paul; no sólo.
el cruel tratamiento de quo han sido víctimas las religiosas,
arrebatándoselos sin piedad el santo asilo donde moraban,
despucs de haberles arrebatado los bienes de patrimonio,
particular que aportaron al claustro; no sólo el derribo de
parroquias y conventos, sin otra causa que el capricho de.
los gobernantes, ni más ley que su voluntad soberana ; no
sólo la. altanería , el desprecio y la insolencia con que han
sido tratadas en estos últimos años las cosas sagradas, sino,
lo que pareceria inconcebible, á no ser porque dentro de los.
delirios revolucionarios cabe toda clase de arbitrariedades y
de excesos, la autoridad que el poder ha querido arrogarse
sobre las cosas de la Iglesia, ejerciendo en ella derechos
que la liberalidad de los Pontífices otorgó en otros tiempos.
á Reyes católicos y defensores de la Iglesia, y que ahora
han pretendido reivindicar para sí sus enemigos y perse-
guidores.


Nuestros lectores acaban de ver los argumentos de más
fuerza que se oponen á la unidad católica. ¿Debemos ha-
cernos cargo de otros que tambien se le oponen? No, en ver-
dad. Son ellos tales, que ni nuestro decoro, ni el respeto
que á nuestros lectores debemos, nos permiten. exponerlos.
Pertenecen unos al número de esas vulgaridades que no
merecen el honor de una respuesta ; y son otros de los que
se vuelven.contra los mismos que los formulan, sin necesi-
tar más impugnacion que la inconveniencia ó el escándalo
que en Sí llevan.


55


V.


¿Quieren ahora nuestros lectores que les digamos, por
conclusion de este opúsculo, de dónde nace ese clamoreo
que se levanta en el campo revolucionario pidiendo la liber-
tad de cultos; qué espíritu le anima, qué estímulo le impul-
sa, qué fuerza le sostiene, qué resorte lo mueve? Pues va-
mes á decírselo, siquiera sea insistiendo en ideas anterior-
mentes expuestas y reproduciendo algo de lo que , reciente-
Mente hemos escrito en otro lugar (1) á propósito de la lu-
cha que el espíritu moderno sostiene contra el Catolicismo.


Nadie desconoce los 'eminentes servicios que á la socie-
dad y á la humanidad . ha prestado la Iglesia desde los pri-
meros tiempos do su existencia hasta hoy. Nadie ignora
que ella fué la que, regando la tierra con la sangre de sus


- .mártires, ilustrando á las gentes con la predicacion de sus
apóstoles, edificando á los pueblos con las virtudes de sus
Santos, enseñándoles con el ejemplo de sus monjes, inocu-
lando en sus acciones la sávia de su vida, influyendo pode-
rosamente en el ánimo de los Reyes, y dirigiendo al mundo
con la sabiduría de sus Prelados, trajo la civilizacion ver-
dadera, triunfando con sus virtudes de la corrupcion anti-
gua, echando por tierra el cesarismo pagano y levantando
sobre sus ruinas la monarquía cristiana.


Quien traiga á la memoria los gloriosos hechos con que
ha señalado su paso al través de los: siglos la Iglesia cristia-
na; quien estudie su marcha progresiva en tan diversas re-
giones, en tan opuestos climas, entre tan distintas razas; y
la vea producir en todas partes los mismos efectos, ense-
ñando las virtudes, dulcificando las costumbres, desterran-
do los vicios, anatematizando las injusticias, aliviando las
miserias, enjugando las lágrimas y mejorando en todos con-


In En La Civilizacion, revista católica, diril)licla por D. Josó Maria Garulla, nú-
meros de Enero y Marzo U1875.




56


ceptos la condicion moral y social del hombre, no necesita-
rá sino dar libre expansion á sus sentimientos para amar
.con todo su corazon á la que tantos beneficios ha dispensado
al mundo.


Como resultado inmediato de estos hechos; por haber
sido la Iglesia la que proclamó los grandes • principios y las
salvadoras doctrinas que al destruir la organizacion pagana
del mundo antiguo, cambiaron la faz de la tierra; porque
nadie posee, sino ella, el secreto de tocar á los corazones y
de atraerlos con entrañable y dulcísimo afecto, es natural
que haya sido, durante muchos siglos, para las naciones
Cristianas, lo que es el alma para el cuerpo, su aliento y su
vida; que haya presidido desde su elevado trono á cuanto
en ellas se ha hecho; que su espíritu lo haya animado todo,
y que haya tomado parte en los actos más importantes de
la vida de las naciones y de los indivíduos.


Pero este feliz consorcio en que por espacio de tantos si-
glos han vivido la Iglesia y el Estado, no podia ménos de
ser blanco incesante de las iras revolucionarias y objeto pre-
ferente de sus ataques, porque era imposible que los que
con incansable afan y con tenaz encarnizamiento se ocupan
en destruir, no conociesen cuánto les importaba remover
ese cimiento solidísimo en que descansa el edificio social
levantado por los siglos. La Iglesia es la más segura base
de los tronos: á ella era, pues, necesario atacar para derri-
bar á los Reyes. En la Iglesia descansa el principio de auto-
ridad: á ella era, pues, necesario atacar para entronizar la
anarquía. La Iglesia es la Maestra sapientísima de la moral:
á ella era, pues, necesario combatir para predicar la licen-
cia. Interin subsistiese la influencia salvadora de la Iglesia,
la revolucion era imposible. Quebrantada, hasta donde fuese
dable, esta fuerza poderosa, la revolucion podia esperar su
triunfo. Por eso el grito de esa revolucion, iniciada por la
reforma protestante, continuada por la filosofía atea y des-
creida, y llevada á cabo de un siglo á esta parte por medio
de esa sangrienta serie de crímenes que no pueden recor-


57


darse sin espanto, ha sido siempre el de ¡guerra al Catolicis-
mo! ¡guerra á. la Iglesia! ¡guerra á las Ordenes religiosas!;
y como medio práctico de . hacer esta guerra, como arma po-
derosa de combate, el arma predilecta de la incredulidad y
del indiferentismo: la libertad de cultos.


El plan estratégico de esta batalla, que se ha ido dando
en diferentes puntos, y con la cual han conseguido los agre-
sores, no ciertamente vencer á la Iglesia de Jesucristo, que
es invencible segun la promesa de su Fundador divino y ha
salido siempre á salvo en medio de los mayores cataclismos,
volviendo á su reposo despues de pasadas las aguas del di-
luvio; pero sí tomar puesto cerca de ella y causar « gravísi-
mos males á las naciones . y á los pueblos donde obtienen
el triunfo; ese plan, decimos, es bien sencillo y conocido.
Empiezan por practicar el culto privado, el cual suele ser
tácitamente consentido, como se ha visto en España duran-
te largo tiempo. Establecida de hecho la tolerancia privada,
procuran asegurarla de derecho, alegando que no puede que-
dar su ejercicio al arbitrio de la autoridad y á su criterio,
siempre variable, sino que. es necesario consignarla en las
leyes. Sancionada, en efecto, la tolerancia, no tardan los
vaivenes revolucionarios en ofrecer ocasion propicia para
avanzar un paso más, á favor del cual se obtiene y se escribe
en la Constitucion la libertad de cultos; y si la reaccion vie-
ne luego, como debe venir so pena de que la sociedad su-
cumba, entónces se alega como argumento concluyente en
su favor el hecho consumado. El hecho consumado es, como
ya lo hemos dicho y como saben muy bien nuestros lecto-
res, un «gran principio,» descubierto con otros de su jaez
en este siglo de la ilustracion y del progreso, en cuya virtud
la iniquidad tiene dar echo á mantenerse en pié luego que
ha llegado á realizarse.


Obtenida por este medio la libertad de cultos, se pide lue-
go proteccion para todos los cultos, porque al cabo, dicen sus
sectarios, si todos viven á la sombra del Estado, preciso es
que el Estado los proteja á todos. A los que, alarmados por




58


esa proteccion, dicen que, siendo católicos, no pueden reco-
nocer una Constitucion que protege á la herejía, se les tran-
quiliza con una distincion tan sutil, que de puro delgada:
se quiebra, pero que los revolucionarios entienden y expli-
can perfectamente. El Estado, dicen, no protege á las ideas,
sino á los iUdividuos que las profesan ; no entiende dar su
proteccion á los falsos cultos, sino á las personas que los.
practican. Lo que quiere decir que el Estado no protege .1k,
las herejías, sino á los herejes. Concedida á favor de este
habilísimo distingo la proteccion que se pedia, la batalla:-
está ganada..Los herejes , fuertes con la ,


proteccion que les
otorga el Estado , decláranla abierta al Catolicismo; -y lejos
de trabajar por la libertad de cultos , como


. por puro capri-
cho revolucionario se trabaja en España, aspiran al triunfo
exclusivo del suyo, ó sea á realizar la 'unidad herética, de-
biendo causarles no poco asombro que poseyendo nuestra
nacion el inmenso bien de la unidad católica, traten algu-
nos de sacrificarla en aras de una revolucion impía y des-
creida.


Tales son los progresos que en nuestros dias va haciendo
la política, progresos que consisten, primero en desligarse
del Catolicismo, y despues en declararle guerra abierta ; y
de los que es una manifestacion tan dolorosa como visible
ese afana de . secularizarlo todo , que hoy prevalece en la
sociedad, y que camina en amigable consorcio con la liber-


. •


tad de cultos, por proceder ambos de un comun orígen, del
ódio á la Iglesia, y porque ambos son el grito rebelde del.
que no quiere reconocer ley ni freno, superioridad ni in-
fluencia religiosa en los actos de su vida pública y privada.
Con admirable maestría, y con gran fuerza de viveza y .cle.
colorido ha pintado el eminente P. Félix, en algunas de sus
Conferencias de 1871, esta gran locura de los tiempos mo-
dernos : «i Qué fascinacion, dice, la que hoy produce ese
espíritu moderno, armado contra la Iglesia, y que en todas
partes se muestra más 6 menos envidioso de su maternal.
influencia...! ¿No es cosa que parece imposible el que, ya


59


se trate de gobierno ó de administracion, ya de beneficencia
ó de caridad , ya de doctrina ó de enseñanza , ya de testa-
mentos 6 de contratos , ya de bautismos ó de matrimonios,
ya de nacimientos , de muerte 6 de entierro , haya de invo-
carse lo secular, y siempre lo secular? ¿Qué. es, pues, esa
entidad misteriosa, susceptible é irritable, recelosa y som-
bría, ávida é insaciable, que se llama lo secular?»


Y en otro lugar añade: «Oid hablar á esa política que se
titula la política del porvenir. Es cosa corriente, dice; está
decretado , es cierto, y así lo dice el oráculo infalible del es-
píritu moderno: mi primer dogma social es no tener símbo-
lo religioso. No : yo el Estado no puedo decir oficialmente
de tal 6 cuál doctrina religiosa : «esa es mi fé :» de tal ó
cuál práctica religiosa : «ese es mi culto: » de tal 'ó cuál ley
religiosa : «esa es mi ley...» Yo soy el Estado: las religio-
nes , como religiones , son ciudadanas ;y no es poco que,
verdaderas ó falsas, puedan vivir bajo una proteccion im-
parcial , gozar de la tolerancia de mi desinteresada política,
y florecer , si pueden, á la sombra de nuestro gran princi-
pio. Y ved ahí á lo que se llama i ngeniosamente secularizar
el gobierno.»


iY ojalá qüe la secularizacion no pasase de ahí! Pero,
como observa el insigne orador, son inmensos los esfuerzos
que hace para instalarse , excluyendo la influencia de la
Iglesia, en las esferas de la ciencia , de la filosofía, de la li-
teratura y de la enseñanza en todos sus grados, en todas las
clases y bajo todas las formas. «Manía singular, añade el
orador ; enfermedad crónica de este siglo, que en ciertos lu-
gares y entre ciertos hombres degenera en extravagancia y
quiere llegar hasta el paroxismo del delirio. Si creeis al
oráculo de ese genio del siglo, cuanto más alejada está la
Iglesia de la escuela , tanto más va avanzand o la ciencia y
más se va. desarrollando la inteligencia del hombre: cuanto
menos intervencion tiene la Iglesia, mayor es el progreso;
y el eliminarla por completo de la enseñanza y de la educa-
cion de las generaciones venideras , hará que nuestra raza


t*,




60


llegue á su apogeo en un próximo porvenir. Por eso hacía
tanto ruido en el mundo poco tiempo há, y continúa hacién,
dolo hoy, ese grito de secularizacion que clama por que se
separe á la Iglesia de la obra eminente de la enseñanza y de
la educacion de los pueblos, diciendo : «Dadnos escuelas se-
glares, cursos de enseñanza seglar, educacion seglar.» Y al


oir esto, vienen los Estados , y á costa de la nacion (lo que,
si no me engaño , en un país corno éste quiere decir á costa
de los hijos de la Iglesia ) levantan grandes academias,
grandes Universidades, grandes escuelas ; y en el frontis—.
picio de esos nuevos templos escriben con su mano oficial:
«¡Ciencia laical! ¡Enseñanza laical!» ¿Y quién no sabe lo que
para ciertos hombres significa esa gran palabra: Laical?»


Sí, en verdad. ¿Quién no sabe lo que significan para los
revolucionarios todas esas pomposas palabras con que de-
signan las que llaman conquistas de los tiempos modernos?
¿Quién no sabe que todo eso es Odio á la Iglesia, guerra á la
Iglesia , bandera de rebelion contra la Iglesia , que es _ el
blanco constante de sus ataques? ¿Quién no ve extendida y
ramificada por todo el mundo esa vasta conjuracion contra
el Catolicismo, tramando unas veces en el secreto,
zando otras á la luz de la publicidad, su obra de destruccion
y de exterminio ? Sí : en ese vasto campo de batalla á que
hoy asiste el nuevo y el viejo mundo, puede decirse que no
contienden sino dos principios : el bien y el mal ; la Iglesia
y la Revolucion; el Catolicismo y la herejía. Todo lo demás
es secundario, y puede considerarse como accesorio res—
pedo á lo principal. De esta lucha encarnizada de la revo-
lucion contra la Iglesia sale el grito de LIBERTAD DE CULTOS.
Opongámosle los hijos de la Iglesia, con el mismo celo, con
la misma decision y con la misma perseverancia, la bandera
gloriosa de nuestro campo, el signo bajo el cual alcanzare-
mos la victoria : la UNIDAD CATÓLICA.