OBRAS
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OBRAS


D E
*


DON JUAN DONOSO CORTES
MARQUES DE VALDEOAMAS,


ORDENADAS Y PRECEDIDAS DE UNA NOTICIA BIOGRÁFICA


P OR


DON GAVINO TEJADO.


TOMO CUARTO.


M A D R I D :


I M P R E N T A D E T E J A D O , E D I T O R .


Í8S4 .






ENSAYO
SOBRE


EL CATOLICISMO,
EL LIBERALISMO Y EL SOCIALISMO,


CONSIDERADOS E N SUS PRINCIPIOS F U N D A M E N T A L E S .






ADVERTENCIA DEL EDITOR.
« W T ^ Í t ó ^ W


Al frente de la primitiva edición del ENSAYO, hecha en esta Corte
en 1 8 5 1 , escribió su autor la siguiente ADVERTENCIA :


«Esta obra ha sido examinada en su parte dogmática por uno
de los teólogos de mas renombre de Paris , que pertenece á la
gloriosa escuela de los Benedictinos de Solesme. El autor se ha
conformado, en la redacción definitiva de su obra, con todas sus
observaciones.»


Esta precaución que al SEÑOR DONOSO inspiraron su religiosidad
y su prudencia, no parece que bastó para eximir á su obra de rece-
losas prevenciones y de amargas censuras; pero las mas señaladas
por su violencia y crudeza fueron las publicadas en la revista fran-
cesa titulada L' Ami de la Religión durante los meses de Enero y
Febrero de 1 8 5 3 , suscriptas por el presbítero P. Gaduel, Vicario
general de Orleans. En nuestra Noticia biográfica hallará el lector
pormenorizada la narración de las circunstancias que determinan el
origen y la índole de agüellas censuras. Tales, sin embargo, como
ellas sean, y cualquiera que fuere, por otra parte , el valor que se
las atribuya, no hemos creido leal ni prudente ni cristiano ocultarlas
ni condenarlas al olvido : y como quiera que, al mismo tiempo,
tampoco nos hemos considerado con derecho ni autoridad suficientes
para refutarlas por nosotros mismos, nos ha parecido no solamente
oportuno sino necesario insertarlas integra y textualmente traducidas,
juntamente con la polémicapor ellas suscitada, y con todos los inciden-
tes mas señalados á que dieron ocasión. Presentando de este modo
una esposicion fiel y documentada del ataque y de la defensa, cree-
mos cumplir el doble deber que nuestra calidad de editor nos im-
pone, consistente, por una parte , en consignar los hechos que con-
ducen á esclarecer los términos del debate, y por otra, en presentar




— 10 —


la suma de autoridades, que determinen los grados de aprecio y de
confianza que. la conciencia católica de cada lector deba otorgar al
libro del SR. DONOSO. En tan ardua y delicada contienda, por el he-
cho solo de haber sido planteada, no era lícito ya ni desentenderse
fie ella, ni darle tampoco una solución incompetente.


Con estas breves indicaciones, que nos parecen de ¡a mayor im-
portancia , dejamos explicados, y en nuestro concepto justificados
tambiény el obqeto y finque nos hemos propuesto eñ la elección de las
piezas que forman el largo APÉNDICE del presente tomo. Seános em-
pero lícito, no con animo de prevenir al lector ni en pro ni en contra
de nuestra propia opinión, que por nada entra ni debe entrar en este
negocio, sino con el fin de hacer las materiales advertencias necesa-
rias , séanos licito, decimos, calificar en términos breves las mas
importantes de aquellas piezas:


1 . A Los artículos críticos del presbítero Gaduel, escritos du-
rante el ardor de una empeñada lucha de partido, con la visible y
manifiesta tendencia á desacreditar los principios y los actos de la
escuela filosófico-religiosa, que en Francia se ha consagrado á com-
batir el espíritu anti-católico del rancio Galicanismo.


2 . a Los artículos escritos en el Uní ver s , órgano y campeón
principal, en la prensa periódica, de esta escuela anti-galicana, y
adversario natural, en tal concepto , del Ami de la Religión, donda
fueron publicados y defendidos los artículos del Sr. Gaduel.


3 . a La carta en que el SR. DONOSO protesta calorosamente de
su sumisión perpetua, incondicional y absoluta á las decisiones de la
Iglesia, y de su implícita condenación de todo cuanto la Iglesia ha
condenado, condene y pudiera en adelante condenar en él ó en otros
cualesquiera.


4 . A Articulo del periódico religioso de Turin, titulado la Ar-
monía , escrito por eclesiásticos ilustradísimos, en refutación de las
criticas del Sr. Gaduel. En este artículo se anuncia ya publicada la
traducción italiana del ENSAYO, impresa en la Diócesis de Foligno,
es decir, en los mismos Estados Pontificios, con la aprobación de
un Asistente de la Inquisición, y del ñ. Obispo de aquella ciudad.


5 . a Sentida, enérgica y respetuosa carta-esposicion del SR. DO-




— t i —


NOSO al SUMO PONTÍFICE, acompañando las piezas del proceso, por
decirlo asi, abierto contra su libro , y sometiendo el examen y de-
finitivo juicio de todas sus alegaciones á la alta sabiduría del Gefe
supremo de la Iglesia.


6 . 1 Inmediata y consoladora respuesta de Su SANTIDAD al SE-
Xou DONOSO , ofreciéndole examinar atentamente el asunto, y otor-
gándole , por via de prenda y de esperanza, las seguridades mas sa-
tisfactorias de su alto aprecio y paternal estimación.


7.* Subsiguiente artículo crítico-apologético acerca del Sn. DO-
NOSO y de su obra, publicado por la Civiltà Cattolica, sapientísima
y religiosa revista quincenal que se publica en Roma por ilustres sa-
cerdotes bajo la inmediata protección del SUMO. PONTÍFICE.


Llamamos grandemente la atención de loslectores sobre este últi-
mo documento, invitándoles no solo á que se penetren del sentido ín-
timo de su literal contexto , sino á que tengan bien en cuenta el lu-
gar donde se publica, la ocasión con que se publica, y la fecha en
que aparece.


Dejando siempre á salvo todas y cada una de las decisiones que
hoy ó en cualquier tiempo tuviese á bien pronunciar, sobre todas ó
sobre cualquiera de las varias partes de este negocio , la santa y ex-
celsa autoridad á quien el SR. DONOSO había cometido su examen y
fallo definitivo, creemos satisfacer cumplidamente á cuanto por aho-
ra estamos obligados, insertando, como en la presente edición del EN-
SATO hacemos, íntegra y literalmente todas y cadauna de las notas
puestas al pie de su texto respectivo en la traducción italiana de que
queda hecha mención mas arriba : tales como son, añadidas al EN-
SAYO forman un libro que el Asistente de la Inquisición halla bueno;
quje por bueno tiene el Reverendo Obispo de la Diócesis donde se ha
publicado ; que por bueno tiene, en fm, el Padre común de los fieles
y Gefe supremo de la Iglesia, en cuyos Estados corre aquel libro
no solamente con su autorización y consentimiento, sino con su be-
neplácito y recomendaciones. Tenemos todo esto por bastante para
tranquilizar nuestra conciencia católica como editores, y nuestra amis-
tad , como depositarios que en cierto modo hemos venido á ser de la
honra y memoria veneranda del SR. DONOSO.




- n —-
Para concluir , y con ánimo de redondear, por decirlo así, los


propósitos y el plan bajo que hemos concebido y ordenado la publi-
cación del presente tomo, damos á continuación traducido el PREFA-
CIO puesto al frente de la ya citada edición italiana, que es co-
mo sigue : '


«Con la verdad se camina siempre hacia la perfección : con
el error se suele correr, pero para retroceder bien pronto y -preci-
pitarse en el abismo. Solo en el Catolicismo está la verdad; fuera
de él no hay sino errores / apariencias y fantasmas de verdad; y
el mas importante servicio que puede por tanto hacerse á los hom-
bres , es el tratar de .confirmarlos y restituirlos á las vias católicas.
Si antiguo es el Catolicismo, no por eso envejece, sino antes
bien , por su inagotable vigor y su fecundidad prodigiosa, mues-
tra siempre la frescura de una eterna y robustísima juventud. Los
errores que incesantemente le combaten , son para él otras tantas
ocasiones de manifestar mas y mas las luces inmensas de sus b e -
llezas incorruptibles : y los grandes escritores católicos que en to-
dos tiempos han florecido en su seno, abundaron tanto mas en es-
plendor y en maravillas, cuanto mas ardientes y numerosos han
sido los continuos ataques de la mentira contra la verdad. Hoy
que la Iglesia encuentra un enemigo formidable en la monstruosa
heregía del Racionalismo, que concentra en sí todos los errores y
todas las heregías , natural era que se publicasen escritos sublimes
que con admirable modo espusieran lo que ha sido, es y será eter-
namente inconcuso, lo que ha sido, es y será eternamente faro lu-
minoso que muestre á los náufragos el puerto, y fuente perene de
salud para la flaca humanidad. Aquellos escritos serán uno de les
medios de salvación para esta sociedad tan estremecida y minada
en sus mismos cimientos : y mereciendo tan distinguido lugar en-
tre los mas preciados el ENSAYO del ilustre SR. DONOSO , nos hemos
decidido á traducirlo en nuestra lengua, con el fin de que facilita-
da y propagada la lectura de esta obra , pueda mas y mas enten-
derse el gran provecho que de ella sacarán cuantos la conozcan y
Ü ¡editen.))




LIBRO P R I M E R O .


CAPÍTULO PRIMERO.


DE CÓMO EN TODA G R A N CUESTIÓN POLÍTICA V A E N V U E L T A S I E M P R E U N A G R A N


CUESTIÓN TEOLÓGICA.


MR. Proudhon ha escrito, en sus Confesiones de un revolucionario,
estas notables palabras: «Es cosa que admira el ver de qué mane-
ra en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la
teología.» Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sor-
presa de Mr. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia
de Dios, es el Océano que contiene y abarca todas las ciencias,
asi como Dios es el Océano que contiene y abarca todas las cosas.


Todas ellas estuvieron antes de que fueran , y están después de
creadas, en el entendimieuto divino; porque si Dios las hizo de
la nada, las ajustó á un molde que está en él eternamente. Todas
están allí por aquella altísima manera con que estáu los efectos en
sus causas, las consecuencias en sus principios, los reflejos en la
luz, las formasen sus eternos ejemplares: en él están juntamente




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la anchura de la mar, la gala délos campos, las armonías de los
globos, las pompas de los mundos, el esplendor de los astros , las
magnificencias de los cielos. Allí está la medida, el peso y número
de todas las cosas, y todas las cosas salieron de allí con námero,
peso y medida. Allí están las leyes inviolables y altísimas de todos
los seres, y cada cual está bajo el imperio de la suya. Todo lo que
vive , encuentra allí las leyes d£ la vida; todo lo que vegeta, las
leyes de la vegetación; todo lo que se mueve, las leyes del movi-
miento ; todo lo que tiene sentido, la ley de las sensaciones ; todo
el que tiene inteligencia, la ley de los entendimientos; todo el que
tiene libertad, la ley de las voluntades. J)e esta manera puede afir-
marse , sin caer en el panteísmo, que todas las cosas están en Dios,
y que Dios está en todas las cosas.


Esto sirve para explicar por qué causa al compás mismo con
que se disminuye la fé , se disminuyen las verdades en el mundo;
y por qué causa la sociedad que vuelve la espalda á Dios, ve en-
negrecerse de súbito con aterradora oscuridad todos sus horizontes.
Por esta razón la religión ha sido considerada por todos los hom-
bres , y en todos los tiempos, como el fundamento jndestructible
de las sociedades humanas: Otnnis humana; societalis fundamentum
convellit qui religionem convellü, dice Platón, en el libro 1 0 de sus
leyes. Según Jenofonte (sobre Sócrates): «Las ciudades y naciones
más piadosas han sido siempre las mas duraderas y mas sabias.»
Plutarco afirma (contra Colotes), «que es cosa mas fácil fundar una
ciudad en el a i re , que constituir una sociedad sin la creencia de los
dioses.». Rousseau, en el Contrato Social, libro 4.°, capitulo 8.°,
observa «que jamas se fundó Estado ninguno sin que la religión le
sirviese de fundamento.» Voltaire dice, Tratado de la tolerancia,
capítulo 20, «que allí donde hay una sociedad, la religión es de to-
do punto necesaria.» Todas las legislaciones de los pueblos anti-
guos descansan en el temor de los dioses. Polibio declara que ese
santo temor es todavía mas necesario que en los otros, en los pue -
blos libres. Nuraa, para que Roma fuese la ciudad eterna, hizo de
ella la ciudad santa. Entre los pueblos de la antigüedad, el romano
fué el mas grande, cabalmente porque fué el mas religioso. Como




— 15 —


César hubiera pronunciado un dia en pleno Senado ciertas palabras
contra la existencia de los dioses, luego al punto Catón y Cicerón
se levantaron de sus sillas, para aeusar al mozo irreverente de ha_
ber pronunciado una palabra funesta á la república. Cuéntase de Fa-
bricio, capitán romano, que como oyese al filósofo Cineas mofarse
déla divinidad en presencia de Pirro, pronunció estas palabras me-
morables: «Plegué á los dioses que nuestros enemigos sigan esta
doctrina, cuando estén en guerra con la república.»


La disminución de la fe , que produce la disminución de la ver-
dad , no lleva consigo forzosamente la disminución, sino el es t ra-
vío de la inteligencia humana. Misericordioso y justo a u n tiempo
mismo, Dios niega a l a s inteligencias culpables la verdad , pero no
las niega la vida; las condena al e r ror , mas no á la muerte. Por
eso todos hemos visto pasar delante de nuestros ojos esos siglos de
prodigiosa incredulidad y de altísima cultura, que han dejado en
pos de sí un surco, menos luminoso que inflamado en la prolonga-
ción de los tiempos, y que han resplandecido con una luz fosfó-
rica en la historia. Poned, sin embargo, en ellos vuestros ojos;
miradlos una vez y otra vez., y veréis que sus resplandores son
incendios, y que no iluminan sino porque relampaguean. Cual-
quiera diría que su iluminación procede de la esplosjon súbita de
materias de suyo oscuras, pero inflamables, mas bien que de las
purísimas regiones donde se engendra aquella luz apacible, dila-
tada suavemente en las bóvedas del cielo, con soberano pincel»
por un pintor soberano.


Y lo mismo que aquí se dice de las edades, puede decirse de
los hombres. Negándoles ó concediéndoles la fé , les niega Dios ó
les quita la verdad: ni les dá ni les quita la inteligencia. La de
ios incrédulos puede ser altísima, y la de los creyentes humilde.
La primera empero no es g rande , sino á la manera del abismo;
mientras que la segunda es santa, á la manera de un tabernáculo:
en la primera habita el error, en la segunda la verdad. En el abis-
mo está, con el error, la muerte; en el tabernáculo, con la verdad,
la vida. Por esta razón, para aquellas sociedades que abandonan el
culto austero de la verdad por la idolatría del ingenio, no hay es-




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peranza ninguna. En pos de los sofismas vienen las revoluciones,
y en pos de los sofistas los verdugos.


Posee la verdad política el.que conoce las leyes á que están
sujetos los gobiernos; posee la verdad social el que conoce las l e -
yes á que están sujetas las sociedades humanas; conoce estas leyes
el que conoce á Dios; conoce á Dios el que oye lo que él afirma de
sí, y cree lo mismo que oye. La teología es la ciencia que tiene por
objeto esas afirmaciones. De donde se sigue, que toda afirmación
relativa á la sociedad ó al gobierno, supone una afirmación rela-
tiva á Dios; ó lo que es lo mismo, que toda verdad política ó social
se convierte forzosamente en una verdad teológica.


Si todo se explica en Dios y por Dios, y lá teología es la cien-
cia de Dios, en quien y por quien todo se explica, la teología es la
ciencia de todo. Si lo es, TÍO hay nada fuera de esa ciencia, que
no tiene plural; porque el todo, que es su asunto, no le tiene. La
ciencia política, la ciencia social no existen, sino en calidad de cla-
sificaciones arbitrarias del entendimiento humano. El hombre dis-
tingue en su flaqueza lo que está unido en Dios con una unidad
simplicísima. De esta manera distingue las afirmaciones políticas,
de las afirmaciones sociales y de las afirmaciones religiosas; mien-
tras que en Dios no hay sino una afirmación, única , indivisible y
soberana. Aquel que cuando habla explícitamente de cualquiera
cosa, ignora que habla implícitamente de Dios, y que cuando ha-
bla explícitamente de cualquier ciencia, ignora que habla4 implíci-
tamente de teología, puede «star cierto de que no ha recibido de
Dios sino la inteligencia abylutamente necesaria para ser hombre.
La teología, pues, considerada en su acepción mas general, es el
asunto perpetuo de todas las ciencias , así como Dios es el asunto
perpetuo de las especulaciones humanas. Toda palabra que sale de
los labios del hombre, es una afirmación de la divinidad, hasta
aquella que le maldice ó que le niega. El que revolviéndose contra
Dios exclama frenético diciendo: «te aborrezco, tú no existes,» e x -
pone un sistema completo de teología; de la misma manera que el
«7110 levanta á él el corazón contrito, y le- dice: «Señor, hiere á tu
siervo que'te adora.» El primero arroja á su rostro una blasfemia;




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el segundo pone á sus pies una oración: ambos empero le afir-
man, aunque cada cual de su manera, porque ambos pronuncian
su nombre incomunicable.


En la manera de pronunciar ese nombre está la solución de los
mas temerosos enigmas: la vocación de las razas, el encargo pro-
videncial de los pueblos, las grandes vicisitudes de la historia, los
levantamientos y las caicfas de los imperios mas famosos, las con-
quistas y las guerras, los diversos temperamentos de las gentes,
la fisonomía de las naciones, y hasta su varía fortuna.


Allí donde Dioses la infinita sustancia, (4) el hombre, entre-
gado á una contemplación silenciosa, dá^ia muerte á sus sentidos,
y pasa la vida como un sueño, acariciado por brisas olorosas y


(1) Aquí el autor habla del panteísmo oriental. El que quiera tener una idea de
este absurdo sistema religioso, que niega la sustancia d« las cosas creadas , y según
el cual todo, üsceptuando la sustancia infinita, nó es mas que mera apariencia é i lu-
sión, lea la excelente obra de Maret, titulada Ensayo sobre el Panteísmo en las
sociedades modernas, especialmente el cap. 4.° en que trata del Panteísmo filosófi-
co-Filosofía vedanta; y por lo que respecta á los efectos históricos de este sistema,
vea el cap. 5.°, núm. 3 , en que se habla del Yoguismo de las Indias , una de las
aplicaciones mas* exageradas del error religioso dominante e n aquellas regiones. Hé
aquí un rasgo tan triste como curioso, que por via de muestra extractamos de la c i -
tada o b r a . — « É l Y o g u i , d i c e , e s un solitario que con la mira de alcanzar la unión
mas perfecta con el ser infinito, se segrega de la sociedad h u m a n a , abandona todos
los cuidados de la v ida , se despoja de- toda actividad, d e todo pensamiento concreto,
y se absorbe enteramente en la muda contemplación del yo infinito. Las se lvas , los
yermos de la India y las cercanías de los lugares sagrados están poblados por cen-
tenares de hombres tan maravillosos, que suelen estará veces años enteros c lavados
en tierra en una sola postura, sin mover pie' ni mano. El poeta Kalidas nos descri-
be en ef.poema de la Sacontala á uno de estos célebres fanáticos: léese allí qué pre-
guntado el conductor del carro de Indra por e l r ey Dushmanta dónde se encuentra
el retiro del solitario á quien v a buscando, le responde aquel: penetra en ese bos-
que sagrado, y hallarás á un piadoso Yogu i con espesa y crespa cabellera, que está
inmóvil con los ojos fijos en el disco del so l : míralo, y verás su cuerpo medio c u -
bierto por la arcilla que en él Van dejando las ramas que brotan á su alrededor: una
piel de serpiente, que le rodea la cintura, le s irve de cíngulo sacerdotal: enlázanse á
su cuello plantas nudosas, de follage espeso, y en sus hombros y cabeza han hecho
nido las aves .» — S e g ú n Schlege l , esta descripción no debe tomarse por una hipér-
bole de poeta, ó por un capricho imaginario, pues son m u c h o s , d i c e , los testigos
oculares que deponen de su exactitud, y que la narran en términos m u y s e m e -
jantes. En esta condición del ser completamente absorto, y e n este estado de aber-
ración mental hace consistir el panteísmo índico el ideal de la perfección humana,


TOMO iv. 2




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enervantes. El adorador de la infinita sustancia está condenado á
una esclavitud perpetua y á una indolencia infinita : el desierto
tendrá para él algo de divino sobre la ciudad, porque es mas si-
lencioso, mas solitario y mas grande; y sin embargo no le adorará
como á su dios, porque el desierto no. es infinito. El Océano seria
su única divinidad, porque lo abarca todo, si no hubiera, extrañas
turbulencias y ruidos extraños. El sol , qfffe todo lo alumbra, seria
digno de su culto, si no abrazara con su vista su disco resplande-
ciente. El cielo seria su señor, si no hubiera lumbreras; y la no-
che, si no tuviera rumores. Su dios es todas estas cosas juntas: in-
mensidad, oscuridad, inmobilidad, silencio. Allí se levantarán á lo
alto y de repente, por la secreta virtud de una vegetación pode-
rosa, imperios colosales y bárbaros, que caerán con estrépito en
un dia, abrumados por la inmensa pesadumbre de otros mas g i -
gantescos y colosales, sin dejar rastro en la memoria de los hom-
bres, ni de su caida ni de su levantamiento. Los ejércitos estarán
sin disciplina, como los individuos sin inteligencia. El ejército será,
ante todas cosas y principalmente, muchedumbre. La guerra t en -
drá menos por objeto averiguar cuál es la nación mas heroica, que
cuál es el imperio mas populoso; la victoria misma no será un títu-
lo de legitimidad, sino porque es el símbolo de la divinidad, sién-
dolo de la fuerza. Como se vé, la teología y la historia indostánica
son una cosa misma,


Volviendo los ojos al Occidente, se vé, como tendida á sus puer-
tas, una región que da entrada á un nuevo mundo, en lo moral, en
lo político y en lo teológico. La inmensa divinidad oriental se i .es-
compone allí, y pierde lo que tiene de austero y de formidable : su
unidad es multitud. La divinidad era allí inmóvil; la multitud bu-
lle aquí sin reposo. Todo era allí silencio; todo es aquí rumores,
cadencias y armonías. La divinidad oriental se prolongaba por to-
dos los tiempos, y rebosaba por todos los espacios. La gran fami-
lia divina tiene aquí su árbol genealógico, y cabe toda con anchu-
ra en la cumbre de un monte. Una eterna paz reposa en el dios
del Oriente: todo es aquí, en el alcázar divino, guerra , confusión
y tumulto. La unidad política pasa por las mismas vicisitudes que




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la unidad religiosa : aquí es un imperio cada ciudad, mientras que
allí todas las muchedumbres formaban un imperio. A un dios cor -
responde un rey; á una república de dioses otra de ciudades. En
esta multitud de ciudades y de dioses todo será desordenado y
confuso. Los hombres tendrán un no só qué de heroico y de divi-
no, y los dioses un no sé qué de terrenal y humano. Los dioses
darán á los hombres la comprensión de las grandes cosas y el ins -
tinto de las cosas bellas, y los hombres darán á los dioses sus d i s -
cordias y sus vicios. Habrá hombres de alta fama y virtud, y d i o -
ses incestuosos y adúlteros. Impresionable y nervioso, ese pueblo
será grande por sus poetas y famoso por sus artistas, y se dará al
mundo en espectáculo; la vida no será bella á sus ojos, sino en
cuanto resplandece con los reflejos de la gloria; ni tendrá á la
muerte por tremenda, sino en cuanto la siga el olvido: sensual
hasta en la médula de sus huesos, no verá en la vida sino los p la-
ceres ; y tendrá la muerte por dichosa, si muere entre flores. La
familiaridad y el parentesco con sus. dioses hará á ese pueblo vano,
caprichoso, locuaz y petulante; falto de respeto á la divinidad, ca -
recerá de gravedad en sus designios, de fijeza en sus propósitos,
de consistencia en sus resoluciones. El mundo oriental se presenta-
rá á sus ojos como una región llena de sombras, ó como un m u n -
do poblado de estatuas: el Oriente á su vez, poniendo los ojos en
su vida tan efímera, en su muerte tan temprana, en su gloria tan
breve, le llamará pueblo de niños. Para el uno la grandeza está
en la duración, para el otro en el movimiento. De esta manera la
teología griega, y la historia griega y el temperamento griego son
una misma cosa.


Este fenómeno es visible sobre todo en la historia del pueblo
romano. Sus principales dioses, de familia etrusca, por lo que t e -
nían da dioses eran griegos, por lo que tenían de etruscos eran
orientales; por lo que ténian de griegos eran muchos, por lo que
tenian de orientales eran austeros y sombríos, En política como
en religión, Roma es á un tiempo mismo el Oriente y el Occidente.
Es una ciudad como la de Teseo,» y un imperio como el de Ciro.
Roma figura á Jano: en su cabeza hay dos caras , y en sus dos ca-




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ras dos semblantes; el uno es el símbolo de la duración oriental,
y el otro el del movimiento griego. Tan grande es su movilidad,
que llega á los confines del mundo; y tan agigantada su duración,
que el mundo la llama eterna. Criada por el consejo divino para
preparar las vias á aquel que habia de venir, su encargo providen-
cial fué asimilarse todas las teologías , y dominar á todas las gen-
tes. Obedeciendo á un llamamiento misterioso, todos los dioses
suben al Capitolio romano: y pasmadas las gentes con un súbito
terror, derriban al suelo su cerviz todos los pueblos y todas las
naciones. Todas las ciudades, unas después de otras-, $* ven de-
samparadas de sus dioses: los dioses, unos después de otros, se
vendespojados.de todos sus templos y de todas sus ciudades. Su
gigantesco imperio tiene por suya la legitimidad oriental, esto es
la muchedumbre y la fuerza; y la legitimidad del Occidente, esto
es la inteligencia y la disciplina. Por eso todo lo avasalla, y nada
le resiste; todo lo tri tura, y nadie se queja. De la misma manera
que su teología tiene al mismo.tiempo algo de diferente y algo de
común con todas las teologías, Roma tiene algo que la es propio,
y mucho que la es común con todas las'ciudades vencidas por sus
armas, ó deslustradas por su gloria : tiene de Esparta, la severi-
dad ; de Atenas, la cultura; de Ménfis, la pompa, y la grandeza
de Babilonia y de Ñínive. Para decirlo todo de una vez, el Oriente
es la tesis, el Occidente su antítesis, Roma la síntesis; y el romano
imperio no significa otra cosa sino que la tesis oriental y la an-
títesis occidental han ido á perderse y á confundirse en la síntesis
romana. Descompóngase ahora en sus elementos constitutivos esa
poderosa síntesis, y se observará que no es síntesis en el orden
político y social, sino porque lo es también en el orden religioso.
En los pueblos orientales como en las repúblicas griegas, y en el
imperio romano como en las repúblicas griegas y en los pueblos
orientales, los sistemas teológicos sirven para explicar los sistemas
políticos: la teología es la luz de la historia.


La grandeza romana no podia bajar del Capitolio sino poí los
mismos medios que la habían servido para subir á su cumbre. Na-
die podia asentar su planta en Roma, sino con el permiso de sus




— 21 —


dioses; nadie podía escalar el Capitolio, sino derrocando antes á
Júpitef Óptimo Máximo, Los antiguos, que tenían una noticia
confusa de la fuerza vital que reside en todo sistema religioso,
creían que ninguna ciudad podia ser vencida si antes no era aban-
donada por los dioses nacionales. Seguíase de aquí, en todas las
guerras de ciudad á ciudad, de pueblo á pueblo y de raza á raza,
una contienda espiritual y religiosa, que seguía los mismos pasos
que la material y política. Los sitiados, al mismo tiempo que resis-
tían con el hierro, volvían los ojos á sus dioses para que no los de -
jaran en mísero abandono. Los sitiadores, á su vez, los conjuraban
al abandono de la ciudad con misteriosas imprecaciones. Desven-
turada la ciudad en doude resonaba tremenda aquella voz que de-
cía : Vuestros dioses se van ; vuestros dioses os abandonan. El pue-
blo de Israel no podia ser vencido cuando Moisés levantaba las
manos al Señor; y no podia vencer cuando las derribaba hacia el
suelo. Moisés es la figura del género humano, proclamando en to-
das las edades, con diferentes fórmulas y de diferente manera, la
omnipotencia de Dios y la dependencia del hombre, el poderío de
Ja religión y la virtud de las plegarias. *


Roma sucumbió, porque sus dioses sucumbieron; su imperio
acabó, porque acabó su teología. De esta manera, la historia viene
á poner como de relieve el gran principio que está en lo mas hon-
do del abismo de la concienciahumana.


Roma habia dado al mundo sus cesares y sus dios3S.*Júpiter y
César Augusto se habían dividido entre sí el grande imperio dé las
cosas humanas y divinas. El sol, que habia visto levantarse y caer
agigantados imperios, no habia visto ninguno^ desde el dia de su
creación, de tan augusta majestad y de tan extraña grandeza. T o -
das las gentes habían recibido su yugo; hasta las mas ásperas y
agrestes habian doblado sus cervices: el mundo habia depuesto las
armas, la tierra guardaba silencio •


Por aquel tiempo nació, en humilde establo, de padres humil-
des, un niño prodigioso, en la tierra de los prodigios. Decíase de él
que al tiempo de aparecer entre los hombres, habia brillado una
nueva estrella en el cielo ; que apenas nacido, habia sido adorado




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de pastores y de reyes; que espíritus angélicos habian hablado á
los hombres y habian cruzado por los aires; que su nombré inco-
municable y misterioso habia sido pronunciado en el principio del
mundo; que los patriarcas habian aguardado su venida; que los
profetas habian anunciado su reino, y que hasta las sibilas habian
cantado sus victorias. Estos extraños rumores habian llegado hasta
los oidos de los servidores del César, y de aquí un vago terror y
sobresalto en sus pechos. Ese sobresalto y ese vago terror pasa-
ron sin embargo muy pronto, cuando vieron que los días y las n o -
ches proseguían como siempre su perpetua rotación, y que el sol
seguía iluminando como antes el horizonte romano. Y dijeron pa r a
sí los gobernadores imperiales: el César es inmortal, y los rumores
que oímos, fueron rumores de gente asustadiza y ociosa; y así pa-
saron treinta años: contra las preocupaciones del vulgo hay un
remedio eficaz : el desprecio y el olvido.


Pero véase aquí que, pasados treinta años, la gente desconten-
tadiza y ociosa vuelve á buscar, en nuevos y mas extraños rumores,
un nuevo alimento á sus ocios. El Niño se habia hecho hombre,
al decir de las gentes; al recibir en su cabeza las aguas del Jor-
dán , había venido sobre él un espíritu en figura de paloma; se ha-
bían rasgado los cielos, y había resonado una voz clamando en las
alturas : «Este es mi hijo muy querido.» Entre tanto el que le bau-
tizó, hombre austero y sombrío, habitante de los desiertos y abor-
recedor del género humano, clamaba á las gentes sin cesar: «Ha-
ced penitencia;» y señalando -con el dedo al niño hecho hombre»
daba este testimonio de é l : «Este es el cordero de Dios, que quita
los pecados del mund^o.»— Que en todo esto habia una farsa de mal
género, representada por farsantes de mala especie, era cosa que
para todos los espíritus fuertes de aquélla edad no ofrecía ningún gé-
nero de duda. El pueblo judío, decían, fué siempre muy dado á sor-
tilegios y supersticiones: en las edades, pasadas, y cuando volvía
sus ojos oscurecidos con el llanto hacia su abandonado templo y
hacia su patria perdida, esclavo del babilonio, un gran conquista-
dor, anunciado por sus profetas, le habia redimido del cautiverio,
y le habia devuelto á un tiempo mismo su templo y su patria: no




— 23 —


era pues cosa extraña, sino antes muy natural, que aguardara una
nueva redención y un nuevo libertador que quebrantara para siem-
pre en su cerviz la dura cadena de Roma.


Si no hubiera habido mas que esto, las gentes despreocupadas
y entendidas de aquella edad hubieran dejado caer probablemente
estos rumores, como hicieron con los pasados, hasta que el t iem-
po , ese gran ministro de la razón humana, los hubiera desvane-
cido por los aires; pero no sé qué hado funesto dispuso de otra
manera las cosas; porque sucedió que Jesús (este era el nombre
de la persona de quien se contaban tan grandes prodigios) comen-
zó á enseñar una nueva doctrina, y á obrar obras espantables. Su
audacia ó su locura llegó á punto de llamar hipócritas y soberbios
á tos soberbios é hipócritas, y blanqueados sepulcros á*tos que
eran sepulcros blanqueados. La dureza de sus entrañas fué tan
grande, que aconsejó á los pobres la paciencia, y escarneciéndo-
los después, celebró su buena ventura. Para vengarse de los ricos
que le tuvieron siempre en menos, les dijo: «Sed misericordio-
s o s ^ ) . » Condenóla fornicación y e l adulterio, y comió el pan
de los fornicadores y adúlteros. Desdeñó, tan grande era su envi -
dia , á los doctores y á los sabios; y conversó, tan ruines eran
sus pensamientos, con gentes rudas y groseras. Fué tan ex t re -
mado en el orgullo, que se llamó señor de las tierras, de los ma-
res y de los cielos; y fué tan consumado en las artes de la hipocre-
sía , que lavó los pies á unos pobres pescadores; á pesar de su
austeridad estudiada, dijo que su doctrina era amor; condenó' el
trabajo en Marta, y santificó el ocio en María;: estuvo en relaciones
secretas con los espíritus infernales, y por precio de su alma reci-
bió el don de los milagros (2). Las turbas le seguían, y le adora-
b a i l a s muchedumbres.


(1) En las frases que s i guen , en que se continúa narrando sucintamente los
principales hechos de. la vida de nuestro Señor Jesucristo, expone el autor con ma-
yor amplitud el maligno y calumnioso lenguaje que usaban los hipócritas y los im-
píos de aquel tiempo para contar las obras del Hombre-Dios.


(2) Pharisai autcm dicebant: in principe dcemoniorum ejicit dwmones. S . Mateo
e. 9 , v . 34 .—Véase además S. Lucas, cap. 1 1 , v. 15, y S . Marcos, cap. 3 , v. 3 ,
4 , 22 .




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Como se v e , á pesar de su buena voluntad, no podian perma-
necer por mas tiempo impasibles los guardadores de las cosas san-
tas y de las prerogativas imperiales, responsables como eran, por
razón de sus oficios, de la majestad de la religión y de la paz del
Imperio. Lo que les movió principalmente á salir de su reposo,
fué el aviso que tuvieron de que, por una parte, una grande mul-
titud de gentes habia estado á punto de proclamarle rey de los
judíos, y por otra, se habia llamado á sí mismo Hijo de Dios, y
habia intentado apartar á los pueblos del pago de los tributos.


El que tales cosas habia dicho y el que tales obras habia obra-
do, era necesario que muriera por el pueblo. Faltaba solo justificar
estos cargos, y aclarar debidamente estos puntos. Por lo tocante á
los tributos, como fuese preguntado sobre el particular, dio aquella
célebre respuesta con que.desconcertó á los curiosos, diciéndoles:
«Dad á Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César;»
que fué tanto como decir: «Os dejo vuestro César, y os quito
vuestro Júpiter.» Preguntado por Pilatos y por el gran sacerdote,
ratificó su dicho, afirmando de s í , que era el Hijo de Dios; pero
que no era de este mundo su reino. Entonces dijo Caifas: « este
hombre es culpable y debe morir»; y Pilatos al revés: «dejad libre
á este hombre, porgue es inocente».


Caifas, gran sacerdote, mirábala cuestión bajo el punto de
vista religioso. Pilatos, hombre lego, miraba la cuestión bajo el
punto de vista político. Pilatos no podia comprender qué tenia que
ver el estado con la religión, César con Júpiter, la política con la
teología. Caifas, por el contrario, pensaba que una nueva religión
trastornaría el estado , que un nuevo Dios destronaría al César , y
que la cuestión política iba envuelta en la cuestión teológica. La
muchedumbre pensaba instintivamente como Caifas, y en j u s
roncos bramidos llamaba á Pilatos enemigo de Tiberio. La cues-
tión quedó en este estado por entonces.


Pilatos, tipo inmortal de los jueces corrompidos, sacrificó el
Justo al miedo, y entregó á Jesús á las furias populares, y creyó
purificar su conciencia lavándose las manos. El Hijo de Dios su-
bió á la cruz, lleno de vilipendios y ludibrios: allí se levantaron




— 25 —


contra é! con sus manos y con sus bocas los ricos y los pobres,
los hipócritas y los soberbios, los sacerdotes y los sabios , las
mujeres de mala vida y los hombres de mala conciencia , los
adúlteros y los fornicadores. El Hijo espiró en la cruz pidiendo
por sus verdugos, y encomendando su espíritu á su Padre.


Todo entró por un momento en reposo; pero después viéron-
se cosas que aun no habían visto los ojos de los hombres : la
abominación de la desolación en el templo; las matronas de Sion
maldiciendo su fecundidad; los sepulcros hendidos; Jerusalen sin
gente, sus muros por el suelo, su pueblo disperso por el mundo;
el mundo en armas; las ̂ güi las de Roma dando al aire míseros
alaridos; Roma sin cesares y sin dioses; las ciudades despobladas,
y poblados los desiertos; por gobernadores de las naciones, hom-
bres*que no saben leer , vestidos de pieles; muchedumbres obede-
ciendo á la voz de aquel que dijo en el Jordán , «haced peniten-
cia ,» y á la voz de aquel otro que dijo: «el que quiera ser per-
fecto , que deje todas las cosas, que tome su cruz y me siga;» y
los reyes adorando la cruz, y la cruz levantada en todas partes.


¿ Por qué tan^randes mudanzas y trastornos ? ¿ Por qué tan
grande desolación, y tan universal cataclismo? ¿Qué significa eso?
¿Qué sucede? Nada: que unos nuevos teólogos andan anuncian-
do una nueva teología por el mundo.






CAPÍTULO II.


DE LA SOCIEDAD BAJO EL IMPERIO D E , LA TEOLOGÍA CATÓLICA.


Esa nueva teología se llama el Catolicismo. El Catolicismo es
un sistema de civilización completo; tan completo, que en su i n -
mensidad lo abarca todo : la ciencia de Dios, la ciencia del ángel,
la ciencia del universo, la ciencia del hombre. El incrédulo cae
en éxtasis á vista de su inconcebible estravagancia, y el creyente
á vista de tan extraña grandeza. Si hay alguno por ventura que,
al mirarle, pasa de largo y se sonríe, las gentes, mas asombradas
aun de tan estúpida indiferencia que de aquella grandeza colosal
y de aquella extravagancia inconcebible, alzan la voz y excla-
man : Dejemos pasar al insensato.


La humanidad entera ha cursado por espacio de diez y nueve
siglos en las escuelas de sus teólogos y de sus doctores; y al cabo
de tanto aprender, y al cabo de tanto cursar, hoy dia e s , y aun




— 28 —


no ha llegado con su "sonda al abismo de su ciencia. Allí aprende
cómo y cuando han de acabar, y cuándo y cómo Kan tenido prin-
cipio las cosas y los tiempos ; allí se le descubren secretos mara-
villosos que estuvieron siempre escondidos á las especulaciones de
los filósofos gentiles, y al entendimiento dé sus sabios : alli se le r e -
velan las causas finales de todas las cosas , el concertado movi-
miento de las cosas humanas, la naturaleza de los cuerpos y las
esencias de los espíritus, los caminos por donde andan los hom-
b r e s , el término adonde van , el punto de donde vienen , el mis-
terio de su peregrinación y el derrotero de su viaje, el enigma de
sus lágrimas, el secreto de la vida y el arcano de la muerte. Los
niños amamantados á sus fecundísimos pechos saben hoy más
que Aristóteles y. Platón, luminares de Atenas. Y sin embargo,
los doctores que tales cosas enseñan, y que á tales alturas alcan-
zan, son humildes. Solo al mundo católico le ha sido dado ofrecer
un espectáculo en la tierra, reservado antes á los ángeles del cie-
lo: el espectáculo de la ciencia derribada por la humildad ante
el acatamiento divino.


Llámase esta teología católica, porque es universal; y lo es
en todos los sentidos y bajo todos los aspectos: es universal, por-
que abarca todas las verdades; lo e s , porque abarca todo lo que
todas las verdades contienen; lo es , porque su naturaleza está
destinada á dilatarse por todos los espacios, y á prolongarse por
todos los tiempos; lo es en su Dios, y 1Q es en sus dogmas.


Dios era unidad en la India, dualismo en la Persía, variedad
en Grecia , muchedumbre en Roma. El Dios vivo es uno en su sus-
tancia, como el índico; múltiple en su persona, á la manera del
pérsico; ala manera de los dioses griegos, es vario en sus atributos;
y por la multitud de los espíritus (dioses) que le sirven, es muche-
dumbre , á la manera de los dioses romanos. Es causa universal,
sustancia infinita é impalpable, eterno reposo, y autor de todo movi-
miento; es inteligencia suprema, voluntad soberana; es continente,
no contenido. Él es el qne lo sacó todo de la nada, y el que man-
tiene cada cosa en su ser; el que gobierna las cosas angélicas, las
cosas humanas y las cosas infernales; es misericordiosísimo, justí-




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simo, amorosísimo, tortísimo, potentísimo, simplicísimo, secretí-
simo , hermosísimo, sapientísimo; el oriente conoce su voz , el oc -
cidente le obedece, el mediodía le reverencia, el setentrion le aca-
ta. Su palabra hinche la creación, los astros velan su faz, los sera-
fines reflejan su luz en sus alas encendidas, los cielos le sirven de
trono , y la redondez de la tierra está colgada de su mano. Cuando
los tiempos fueron cumplidos, el Dios católico mostró su faz;• esto
bastó para que todos los ídolos fabricados por los hombres cayeran
derribados por el suelo. Ni pedia, ser de otra manera , si se atien-
de á que las teologías humanas no eran sino fragmentos mutilados
de la teología católica, y á que los dioses de las naciones no eran
otra cosa sino la deificación de alguna de las propiedades esenciales
del Dios verdadero, del Dios bíblico.


El Catolicismo se apoderó del hombre en su cuerpo, en sus sen-
tidos y en su alma. Los teólogos dogmáticos le enseñaron lo que
habia de creer, los morales lo que habia de ob ra r , y los místicos,
remontándose sobre todos, le enseñaron á levantarse á lo alto en
alas de la oración, esa escala de Jacob de piedras abrillantadas,
por donde baja Dios hasta la tierra y sube el hombre hasta el cielo,
hasta confundirse cielo y tierra, Dios y hombre, abrasados todos
juntamente en el incendio de un amor infinito. ,


Por el Catolicismo entró el orden en el h o m b r e , y por el hom- '
bre en las sociedades humanas. El mundo moral encontró en el dia
de la redención las leyes que habia perdido en el dia de la preva-
ricación y del pecado. El dogma católico fué el criterio de las cien-
cias , la moral católica el criterio de las acciones, y la caridad el
criterio de los afectos. T̂ a conciencia humana, salida de su estado
cáustico, vio claro en las tinieblas interiores, como en las tinieblas
exteriores, y conoció la bienaventuranza de la paz perdida , á la
luz de esos tres divinos criterios.


El orden pasó del mundo religioso, al mundo moral, y del mun-
do moral al mundo político. El Dios católico, criador y sustentador
de todas las cosas, las sujetó al gobierno de su providencia , y las
gobernó por sus vicarios. S. Pablo dice, en su Epístola á los ro-
manos , cap. 13 : Non est potestas nisi á Deo; y Salomón, en los




— 30 —


Proverbios, cap. 8 , veis. 1 5 : Per me Reges regnant, et conditores
legum justa decernunt. La autoridad de sus vicarios fué santa, ca-
balmente por lo que tuvo' de ajena, es decir, de divina. La idea
de la autoridad es de origen católico. Los antiguos gobernadores
de las gentes pusieron su soberanía sobre fundamentos humanos;
gobernaron para sí, y gobernaron por la fuerza. Los gobernadores
católicos, teniéndose en nada á sí propios, no fueron otra cosa si-
no ministros de Dios y servidores de los pueblos. Cuando el hombre
llegó á ser hijo de Dios, luego al punto dejó de ser esclavo'del
hombre. Nada hay á un tiempo mismo mas respetable, mas solem-
ne y mas augusto que las palabras que la Iglesia ponia en los oidos
de los príncipes cristianos, al tiempo de su consagración : «Tomad
este bastón como el emblema d*e vuestro sagrado poder, y para
que podáis fortificar al débil, sostener al que vacila, corregir al
vicioso, y llevar ál bueno por el camino de la salvación Tomad
el cetro como la regla de la equidad divina que gobierna al bueno
y castiga al malo: aprended por aquí á amar la justicia y á aborrecer
la iniquidad. » Estas palabras guardaban una consonancia perfecta
coa la idea de la autoridad legítima, revelada al mundo por nues-
tro Señor Jesucristo. Scüis quiahi, quividentur principan gentibus,
dominantur eis : et principes eorum potestatem habent ipsorum. Non
ita est auiemin vobis, sed quicumque voluerit fieri major, erit ves-
ter minister: et quicumque voluerit in vobis primus esse, erit omnium
servus. Nam et ¡ilius hominis non venit ut minislraretur ei, sed
ut ministrar et, et darel animam suam redemptionem pro multis,
(Marc. cap. 40 , vers . 42 , 4 3 , 4 4 , 45.)


Todos ganaron con esta revolución dichosa : los pueblos y sus
gobernadores; los segundos, porque no habiendo dominado antes
sino sobre los cuerpos por el derecho de la fuerza , gobernaron ya
los cuerpos y los espíritus juntamente, sustentados por la fuerza
del derecho; los primeros, porque de la obediencia del hombre
pasaron á la obediencia de Dios, y porque de la obediencia forza-
da pasaron á la obediencia consentida. Empero si todos ganaron,
no ganaron todos igualmente, como quiera que los príncipes, en
el hecho mismo de gobernar en nombre de Dios, representaban á




— 31 —


la humanidad bajo el punto de vista de su impotencia para consti-
tuir una autoridad legítima por sí sola y en su nombre propio;
mientras que los pueblos, en el hecho mismo de no obedecer en el
príncipe sino á su Dios, eran los representantes' de la mas alta y
gloriosa de las prerogativas humanas, la que consiste en no suje-
tarse sino al yugo.de la autoridad divina. Esto sirve para esplicar,
por una parte, la singular modestia con que resplandecen en la his-
toria los príncipes dichosos, á quienes los hombres llaman grandes,
y la Iglesia llama santos; y por otra, la singular nobleza y altivez
que se echa de ver en el semblante de todos los pueblos católicos.
Uria voz de paz y de consuelo y de misericordia se habia levan-
tado en el mundo, y habia resonado hondamente en la conciencia
humana; y esa voz habia enseñado á las gentes, que los pequeños
y menesterosos nacen para ser servidos, porque son menesterosos
y pequeños; que los grandes y los ricos nacen para servir , porque
son ricos y porque son grandes. El Catolicismo, divinizando la au-
toridad , santificó la obediencia; y santificando la una y divinizan-
do la otra, condenó el orgullo en sus manifestaciones mas t remen-
das , en el espíritu de dominación y en el espíritu de rebeldía. Dos
cosas son de todo punto imposibles en una sociedad verdadera-
mente católica: el despotismo y las revoluciones. Rousseau, que
tuvo algunas veces súbitas y grandes iluminaciones, ha escrito
estas notables palabras : «Los gobiernos modernos son deudores
indudablemente al Cristianismo, por una parte, de la consistencia
de su autoridad, y por otra, de que sean mas grandes los intervalos
entre las revolucio^s. Ni se ha estendido á esto solo su influencia;
porque obrando sobre ellos mismos, los ha hecho mas humanos:
para convencerse de ello no hay mas que compararlos con los g o -
biernos antiguos.» (Emile, libro í.°) y^Montesquieu hádiphoí«No
cabe duda sino que el Cristianismo ha creado entre nosotros él d e -
recho político que reconocemos en la paz, y el dé gentes que res-
petamos en la guerra, cuyos beneficios no agradecerá nunca sufi-
cientemente el género humano.» (Esprit des lois, lib, 29 , cap. 3. a)


El mismo Dios, que es autor y gobernador de la sociedad po-
lítica , es autor y gobernador de la sociedad doméstica. En lo mas




— 32 -


escondido, en lo mas alta, en lo mas sereno y luminoso de los
cielos, reside un tabernáculo inaccesible aun á los coros de los
ángeles : en ese tabernáculo inaccesible se está obrando perpe-
tuamente el prodigio de los prodigios, y el misterio de los miste-
rios. Allí está el Dios católico, uno y trino : uno en esencia, trino
en las personas. El Padre engendra eternamente á su Hijo, y del
Padre y del Hijo procede eternamente el Espíritu Santo. Y el Es-
píritu Santo es Dios, y el Hijo es Dios , y el Padre es Dios; y
Dios no tiene plural, porque no hay mas que un Dios ,. trino en
las personas y uno en la esencia. El Espíritu Santo es Dios como
el Padre ; pero no es Padre : es Dios como el Hijo ; pero no es
Hijo. El Hijo es Dios como el Espíritu Santo; pero no es Espíritu
Santo: es Dios como el Padre ; pero nó es Padre : el Padre es Dios
como el Hijo; pero no es Hijo: es Dios como el Espíritu Santo;
pero no es Espíritu Santo. El Padre es omnipotencia, el Hijo es
sabiduría, el Espíritu Santo es amor; y el Padre y el Hijo y eí
Espíritu Santo son infinito amor, potencia suma, perfecta sabi-
duría. Allí la unidad, dilatándose, engendra eternamente la va-
riedad; y la variedad, condensándose, se resuelve en unidad
eternamente. Dios es tesis, es antítesis y es síntesis; y es tesis
soberana, antítesis perfecta, síntesis infinita. Porque es uno, es
Dios; porque és Dios, es perfecto ; porqué es perfecto, es fecun-
dísimo; porque es fecundísimo, es variedad; porque es variedad*
es familia. En su esencia están, de una manera inenarrable é in-
comprensible,. las leyes de la creación y los ejemplares de todas
las cosas. Todo ha sido hecho á su imagen : 4>or eso la creación
es una y varia. La palabra universo, tanto quiere decir como uni-
dad y variedad juntas en; uno.


El hombre fué hecho por Dios, á imagen de Dios ; y no sola-
mente á su imagen, sino también á su semejanza; por eso el
hombre es uno ert la esencia y trino en las'personas. Eva procede
de Adán, Abel es engendrado por Adán y por Eva, y Abel y
Eva y Adán son una misma cosa ; son el hombre, son la natura-,
leza humana. Adán es el hombre padre, Eva es el hombre mu-
jer ( Abel es el hombre hijo. Eva es hombre como Adán; pero no




— 33 —


es padre: es hombre como Abel; pero no es hijo. Adán es hom-
bre como Abel, sin ser hijo ; y como Eva , sin ser, mujer. Abel es
hombre como Eva , sin ser mujer; y como Adán, sin ser padre.


Todos estos.nombres son nombres divinos, como son divinas
las funciones significadas por ellos. La idea de la paternidad,
fundamento de la familia, no ha podido caber en el entendimien-
to humano. Entre el padre y el hijo no hay ninguna de aquellas
diferencias fundamentales que presentan una base bastante ancha
para asentar en ella un derecho. La prioridad es un hecho y nada
mas; la fuerza es un hecho y nada mas; la prioridad y la fuerza
no pueden constituir por sí mismas el derecho de la paternidad,
aunque pueden dar origen á otro hecho, el hecho de la servi-
dumbre. El nombre propio del padre, supuesto este hecho, es el
de señor, como el nombre del hijo és el de esclavo. Y-esta ver-
dad que nos dicta la razón, está confirmada por la historia. En
los pueblos olvidados de las grandes tradiciones bíblicas, la pa -
ternidad ao ha sido nunca sino el nombre propio de Ja tiranía
doméstica. Si hubiera existido un pueblo, olvidado, por una par-
t e , de esas grandes tradiciones, y apartado por otra del culto de
la fuerza material, en ese pueblo los padres y los hijos hubieran
sido y se hubieran llamado hermanos. La paternidad vien© de
Dios, y solo de Dios puede venir en el nombre y en la esencia.
Si Dios hubiera permitido el olvido completo de las tradiciones
paradisiacas, el género humano, con la "institución, hubiera per-
dido hasta su nombre.


La familia, divina en su institución , divina en su esencia , ha
seguido en todas partes las vicisitudes de la civilización católica:
y esto es tan cierto, que la pureza ó la corrupción de la primera
es siempre síntoma infalible de la pureza ó de la corrupción de la
segunda: así como la historia de las varias vicisitudes y trastor-
nos de la segunda es la historia de los trastornos y de las vici-
situdes por que va pasando la primera.


En las edades católicas, la tendencia de la familia es á per-
feccionarse ; de natural se convierte en espiritual, y del hogar pasa
á los claustros. Mientras que los hijos se postran reverentes en el


TOMO i v , 3




— 34 —


hogar á los pies del padre y de la madre , los habitantes de los
claustros, hijo» mas rendidos y reverentes, bañan con lágrimas
los sacratísimos pies de otro Padre mejor, y el sacratísimo manto
de otra Madre mas tierna. Cuando la civilización católica va de ven-
cida , y entra en su período decadente, luego al punto la familia
decae, su constitución se vicia , sus elementos se descomponen y
todos sus vínculos se relajan. El padre y la madre, entre quienes
no puso Dios otro medianil sino el amor, ppnen entre los dos el
medianil de un ceremonial severo; mientras que una familiaridad
sacrilega suprime la distancia que puso Dios entre los hijos y los
padres, echando por el suelo el medianil de la reverencia. La fa-
milia, entonces, envilecida y profanada se dispersa , y va á per-
derse en los clubs y en los casinos.


La historia de la familia puede encerrarse en pocos renglones.
La familia divina, ejemplar y modelo de la familia humana, es
eterna en todos sus individuos. La familia humana espiritual, que
después de la divina es la mas perfecta de todas, dura en todos
sus individuos lo que dura el t iempo: la familia humana natural,
entre el padre y la madre , dura lo que dura la vida , y entre el
padre y ios hijos largos años. La familia humana anticatólica dura
entre el padre y la madre algunos años; entre el padre y los hijos
algunos meses: la familia artificial de los clubs dura un dia, la del
casino un instante. La duración es aquí , como en otras muchas
cosas, la medida de las perfecciones. Entre la familia divina y la
humana de los claustros, hay la misma proporción que entre el
tiempo y la eternidad; entre la espiritual de los claustros, la mas
perfecta, y la sensual de los clubs, la mas imperfecta de todas las
humanas, hay la misma proporción que entre la brevedad del
minuto y la inmensidad de los tiempos.




CAPÍTULO HI.


DE L A S O C l E » A O BAJO EL IMPERIO DE LA C A T Ó L I C A .


CONSTITUIDOS, por una parte , el criterio de las ciencias, el crite-
rio "de los afectos y el criterio de las acciones; constituidas, por
otra, en la sociedad la autoridad política, y en la familia la autori-
dad doméstica, era necesario constituir otra autoridad sobre todas
las humanas, órgano infalible de todos los dogmas, depositaría
augusta de todos los criterios, que fuera á un tiempo mismo san-
ta y santificante, que fuera la palabra de Dios encarnada en el mun-
do, la luz de Dios reverberando en todos los horizontes, la cari-
dad divina inflamando todas las almas; que atesorara en a l -
tísimo y escondido tabernáculo, para derramarlos por la tierra,
los infinitos tesoros de las gracias del cielo, que fuera refrige-
rio de los hombres fatigados, refugio de los hombres pecadores,
fuente de aguas vivas para los que tienen sed, pan de vida eterna




— 36 —


páralos qhe tienen hambre , sabiduría para los ignorantes, para
los extraviados camino; que estuviera llena de advertencias y de
lecciones para los poderosos, y para los pobres llena de amor y de
misericordias; una autoridad puesta en tan grande altura que pu-
diera hablar á todas con imperio , y sobré roca tan firme que no
pudiera ser contrastada por las alteradas ondas de este mar sin re_
poso; una autoridad fundada directamente por Dios , y que no es-
tuviera sujeta á los vaivenes de las cosas humanas ; que fuera á un
tiempo mismo siempre nueva y siempre antigua , duración y pro-
greso , y á quien asistiera Dios con especial asistencia.


Esa autoridad altísima, infalible, fundada para la eternidad , y
en quien se agrada Dios eternamente , es la santa Iglesia católica,
apostólica, romana, cuerpo místico del Señor, esposa dichosa del
Verbo, que enseña al mundo lo que aprende de boca del Espíritu
Santo; que puesta como en una región media entre la tierra y el
cielo, cambia plegarias por dones, y ofrece perpetuamente al Pa-
dre, por la salvación del mundo, la sangre preciosísima del Hijo en
•sacrificio perpetuo y en perfectísimo holocausto.


Como quiera que Dios hace todas las cosas acabadas y perfec
tas, no era propio de su infinita sabiduría dar la verdad al mundo,
y entrando después en su perfecto reposo dejarla expuesta a las in -
jurias del tiempo , vano asunto de las disputas del hombre. Por esa
razón ideó eternamente su Iglesia , que resplandeció en el mundo
en la plenitud de los tiempos, hermosísima y . perfectísima , con
aquella alta perfección y soberana hermosura que tuvo siempre en
el entendimiento divino. Desde entonces ella es, para los que nave-
gamos por este mar del mundo que hierve en tempestades , faro
luminoso puesto en escollo eminente. Ella sabe lo que nos salva v
lo que nos pierde, nuestro primer origen y nuestro último fin, en
qué consiste la salvación, y en qué la condenación del hombre; y
ella sola lo sabe; ella gobierna las almas, y ella sola las gobierna;
ella ilumina los entendimientos, y ella sola los ilumina; ella ende-
reza la voluntad, y ella sola la endereza; ella purifica y enciende
los afectos, y ella sola los enciende y los purifica; ella mueve los
corazones, y sola los mueve con la gracia del Espíritu Santo. En




— 37 —


ulla no cabe ni pecado, ni er ror , ni flaqueza; su túnica no tiene
mancha; para ella las tribulaciones son triunfos, los huracanes y
las brisas Ja llevan al puerto.


Todo en ella es espiritual, sobrenatural y milagroso: es espiri-
tual , porque su gobierno es de las inteligencias, y porque las a r -
mas con que se defiende y con que mata son espirituales; es sobre-
natural , porque todo lo ordena á un fin sobrenatural, y porque
tiene por oficio ser santa y santificar sobrenaturalmeate á los hom-
bres; es milagrosa, porque todos los grandes misterios se ordenan
á su milagrosa institución, y porque su existencia, su duración, sus
conquistas son un milagro perpetuo. El Padre envia al Hijo á la
tierra, el Hijo envia sus apóstoles al mundo y el Espíritu Santo á
sus apóstoles; de e £ t manera, en la plenitud como en el principio
de los tiempos, en la institución de la Iglesia como en la creación
universal, intervienen á la vez el Padre , el Hijo y el Espíritu San-
to. Doce pescadores pronuncian las palabras que suenan misteriosa-
mente en sus oídos, y luego al punto es conturbada la tierra : un
fuego desusado arde en las venas del mundo. Un torbellino saca de
quicio á las naciones, arrebata á las gentes, trastorna los imperios,
confunda las razas. El género humano suda sangre bajo la presión
divina; y de toda esa sangre , y de toda esa confusión de razas, de
naciones y de gentes, y de esos torbellinos impetuosos , y de ese
fuego que circula por todas las venas de la tierra, el mundo sale
radiante y renovado,*puesto á los pies de la Iglesia de nuestro Se-
ñor Jesucristo.


^ Esa mística ciudad de Dios tiene puertas que miran á todas par-
tes, para significar el universal llamamiento r Umm omnium Rem-
publicam agnoscimus mundum, dice Tertuliauo. Para ella no hay
bárbaros ni griegos, judíos ni gentiles. En ella caben el scita y el
romano, el persa y el macedonio, los que acuden del oriente y del
occidente, los que vienen de la banda del septentrión y de las par -
tes del mediodía. Suyo es el santo ministerio de la enseñanza y de
la doctrina, suyo el imperio universal y el universal sacerdocio;
tiene por ciudadanos á reyes y emperadores; sus héroes son los
mártires y los santos. Su invencible milicia se compone de aquellos




3S —


varones fortísimos que vencieijpn en sí todos los apetitos de la car-
ne y sus locas concupiscencias. El mismo Dios preside invisible-
mente en sus austeros senados y en sus santísimos concilios. Guan-
do sus pontífices hablan á la tierra, su palabra infalible ha sido es-
crita ya por el mismo Dios en el cielo.


Esa iglesia puesta en el mundo sin fundamentos humanos, des-
pués de haberle sacado de un abismo de corrupción, le sacó déla
noche de la barbarie. Ella ha combatido siempre los combates del
Señor; y.habiendo sido en todos atribulada, ha salido e*n todos ven-
cedora. Los herejes niegan su doctrina, y triunfa de los herejes; to-
das las pasiones humanas se revelan contra su imperio; y triunfa
de todas las pasiones humanas. El paganismo pelea con ella su ú l -
timo combate, y rinde á sus pies al paganismq^Emperadores y r e -
yes la persiguen, y la ferocidad de sus verdugos es vencida por la
constancia de sus mártires. Pelea solo por su santa libertad, y el
mundo la da el imperio.


Bajo su imperio fecundísimo han florecido las cienciss, se han
purificado las costumbres, se han perfeccionado las leyes, y han
crecido con rica y espontánea vegetación todas las grandes insti-
tuciones domésticas, políticas y sociales. Ella no ha tenido anatemas
sino para los hombres impíos, para los pueblos rebeldes, y para
los reyes tiranos. Ha defendido la libertad, contra los reyes que as-
piraron, áconvertir la autoridad en tiranía; y la autoridad, contra
los pueblos que aspiraron á una emancipaciqn absoluta; y contra
todos, los derechos de Dios y la inviolabilidad de sus santos man-
damientos. No hay verdad que la Iglesia no haya proclamado, ^ i
error á q u e no haya dicho anatema. La libertad, en la verdad, ha
sido pa rad la santa; y en el error , como el error mismo, abomi-
nable ; á sus ojos el error nace sin derechos y vive sin derechos, y
por esa razón ha ido á buscarle, y á perseguirle, y á extirparle en
lo mas recóndito del entendimiento humano. Y esa perpetua ilegi-
timidad ; y esa desnudez perpetua del error , así como ha sido un
dogma religioso, ha sido también un dogma político, proclamado
en todos tiempos por todas las potestades del mundo. Todas han
puesto fuera de discusión el principio en que descansan; todas han




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llamado error, y han despojado de toda legitimidad y de todo d e -
recho al principio que le sirve de contraste. Todas se han declarado
infalibles á sí propias en esa calificación suprema; y si no han con-
denado todos los errores políticos, no consiste esto en que la con-
ciencia del género humano reconozca la legitimidad de ningún er-
ror, sino en que no ha reconocido nunca en las .potestades huma-
nas el privilegio de la infalibilidad en la calificación de los errores.


De esa impotencia radical de las potestades humanas para de -
signar los errores, ha nacido el principio de la libertad de discu-
sión , fundamento de las constituciones modernas. Ese principio no
supone en la sociedad , como pudiera parecer á primera vista, una
imparcialidad incomprensible y culpable entre la verdad y el error:
se funda en otras dos suposiciones, de las cuales la una es verda-
dera, y la otra falsa; se funda por una parte, en qué no son infalibles
los gobiernos, lo cual es una cosa evidente; se funda, por otra , en
la infalibilidad de la discusión, lo cual es falso á todas luces. La in-
falibilidad no puede.resultar de la discasion , si no está antes en los
que discuten; no puede estar en los que discuten, si no está al
mismo tiempo en los que gobiernan: si la infalibilidad es un atri-
buto de la naturaleza humana, está en los primeros y en los s e -
gundos; si no está en la naturaleza humana, ni está en los segun-
dos* ni está en los primeros : ó todos son falibles, ó son infalibles
todos. La cuestión pues consiste en averiguar si la naturaleza hu-
mana/es falible ó infalible; la cual se resuelve forzosamente en
esta otra, conviene á saber: si la naturaleza del hombre es sana,
ó está caida y enferma.


En el primer caso, la infalibilidad, atributo esencial del e n -
tendimiento sano, es el primero y el mas grande de todos sus
atributos; de cuyo principio se siguen naturalmente las siguientes
consecuencias: Si el entendimiento del hombre es infalible porque
es sano, no puede errar porque es infalible; si no puede errar
porque es infalible, la verdad está en todos los hombres, ahora se
les considere juntos, ahora se les considere aislados; si la ver -
dad está en todos los hombres aislados ó juntos, todas sus afirma-
ciones y todas sus negaciones han de ser forzosamente idénticas; si




— 40 —


todas sus afirmaciones y todas sus negaciones son idénticas, la
discusión es inconcebible y absurda.


En"el segundo caso, la falibilidad, enfermedad del entendi-
miento enfermo, es la primera y la mayor de las dolencias hu-
manas; de cuyo principio se siguen las consecuencias siguientes:
Si el entendimiento del hombre es falible, porque está enfermo,
no puede estar nunca cierto de la verdad, porque es falible; si
no puede estar nunca cierto de la verdad, porque es falible, esa
incertidumbre está de una manera esencial en todos los hombres,
ahora se les considere juntos, ahora se.les considere aislados; si
esa jncertidumbre está de una manera esencial en todos los hom-
bres , aislados ó juntos , to'das sus afirmaciones y todas sus nega-
ciones son una contradicción en los términos, porque han de ser
forzosamente inciertas; si todas^us afirmaciones y todas sus n e -
gaciones son inciertas , la discusión es absurda é inconcebible (1).


Solo el catolicismo ha dado .una solución satisfactoria y legí-
tima , como todas sus soluciones, á este problema temeroso. El
catolicismo enseña lo siguiente: El hombre viene de Dios, el pe-
cado del hombre; la ignorancia y el error , como el dolor y la
muerte, del pecado; la falibilidad, de la ignorancia; de la fali-
bilidad , lo absurdo de las discusiones. Pero añade después: El
-hombre fué redimido; lo cual , si no significa que por el acto de
la redención, y sin ningún esfuerzo suyo, salió de la esclavitud
del pecado, significa á lo menos, que por la redención adqui-


(1) Para hacer una aplicación debida de estos argumentos del autor, conviene
tener pre.-enle no tanto la historia del paganismo ant iguo , como la de'este otro pa-
ganismo reproducido en nuestros tiempos en aquellas sociedades y en aquellos in-
dividuos no penetrados por la saludable influencia de la Iglesia. El estrago causado
por la prevaricación del primer hombre es tan profundo , que lia inducido á a lgu-
nos herejes , especialmente los modernos, á proclamar como estinguido el libre al-
bedrío, declarando por consiguiente muerta también la razón, que es uno de sus
elementos integrales. Los católicos , empero , entre los cuales ocupa el S u . Do loso
tan distinguido lugar, nó han incurrido nunca en estas erróneas exagerac iones ana-
tematizadas por la Iglesia; por mas que ;il ver con espanto los terribles efectos de
la liumuna flaqueza, y juzgando con tanta razón mas necesario hoy que nunca el
tenerlos en cuenta, haya querido el ilustre escritor trazarnos con su elocuente pluma
este cuadro de ellos , tan digno de ser admirado.




— 41 —


riá la potestad de romper esas cadenas ¿ y de convertir la igno-
rancia, el err#r, el dolor y la muerte en medios- de su santifi-
cación , con el buen uso de su libertad , ennoblecida y restaurada-
Para este fin instituyó Dios su Iglesia inmortal, impecable é in-
falible. La Iglesia representa la naturaleza humana sin pecado, tal
como salió de las manos de Dios, llena de justicia original y de
gracia santificante: por eso es infalible, y por eso no está sujeta
á la muerte. Dios la ha puesto en la tierra para que el hombre,
ayudado de la gracia, que á nadie se niega, pueda hacerse dig-
no de que se le aplique la sangre derramada por él en el Calva-
rio, sujetándose libremente á sus divinas inspiraciones. Conlafé
vencerá su ignorancia, con su paciencia el dolor, y con su re -
signación la muerte: la muerte, el dolor y la ignorancia no exis-
ten sino para ser vencidas por la fé, por la resignación y por la
paciencia.


Sigúese de aquí que solo Ja Iglesia tiene el derecho de afirmar
y de negar; y que no hay derecho fuera de ella para afirmar lo
que ella niega, para negar lo que ella afirma. El dia en que la
sociedad, poniendo en olvido sus decisiones doctrinales , ha p r e -
guntado qué cosa es la verdad, qué cosa es el error , á la prensa
y á la tribuna, á los periodistas y á Jas asambleas, en ese dia el
error y la verdad se han confundido en todos los entendimientos,
la sociedad ha entrado en la región de las sombras, y ha caido
bajo el imperio de las ficciones. Sintiendo por una parte en sí
misma una necesidad imperiosa de someterse á la verdad, y de
sustraerse al error; y siéndola imposible por otra averiguar qué
cosa es el error y qué cosa es la verdad, ha formado un catálo-
go de verdades convencionales y arbitrarias, y otro de soñados
errores, y ha dicho: adoraré las primeras y condenaré los segun-
dos ; ignorando, tan grande es su ceguedad , que adorando á las
unas y condenando los otros, ni condena ni adora nada ; ó que
si condena y si adora algo , se adora y se condena á sí misma.


La intolerancia doctrinal de la Iglesia ha salvado el mundo
del caos. Su intolerancia doctrinal ha puesto fuera de cuestión la
verdad política, la verdad doméstica , la verdad social y la v e r -




dad religiosa: verdades primitivas y santas, que no están sujetas.á
discusión, porque son el fundamento de todas la¿ discusiones;
verdades que no pueden ponerse en duda un momento, sin que
en ese momento mismo el entendimiento oscile, perdido entre la
verdad y el e r ror , y se oscurezca y enturbie el clarísimo espejo
de la razón humana. Eso sirve para explicar por qué , mientras
que la sociedad emancipada de la Iglesia no ha hecho otra cosa
sino perder el tiempo en disputas efímeras y estériles, que te-
niendo su punto de partida en un absoluto escepticismo, no pue-
den dar por resultado sino un escepticismo completo* la Iglesia,
y la Iglesia sola, ha tenido el santo pri^legio de las discusiones
fructuosas y fecundas. La teoría cartesiana, según la cual la ver-
dad sale de la duda, como Minerva de la cabeza de Júpiter, es
contraria á aquella ley divina que preside al mismo tiempo á la
generación de los cuerpos y á la de las ideas, en virtud de la cual
los contrarios excluyen perpetuamente á sus contrarios, y los seme-
jantes engendran siempre á sus semejantes. En virtud de esta ley,
la duda sale perpetuamente de la duda, y el escepticismo del escep-
ticismo, como la verdad de la fé, y de la verdad la ciencia.


A la comprensión profunda de esta ley de la generación inte-
lectual de las ideas se deben las maravillas de la civilización cató-
lica. A esa portentosa civilización se debe todo lo que admiramos
y todo lo que vemos. Sus teólogos, aun considerados humanamen-
t e , afrentan á los filósofos modernos y á los filósofos antiguos; sus
doctores causan pavor por la inmensidad de su ciencia; sus histo-
riadores oscurecen á los de la antigüedad por su mirada genera-
lizadora y comprensiva. La Ciudad de Dios, de San Agustín, es
aun hoy dia el libro mas profundo de la historia que el genio ilumi-
nado por los resplandores católicos ha presentado á los ojos atóni-
tos de los hombres. Las actas de sus concilios, dejando aparte la di-
vina inspiración, son el monumento mas acabado de la prudencia
humana. Las leyes canónicas vencen en sabiduría á las romanas y
á las feudales. ¿Quién vence en ciencia á Santo Tomas, en genio
á S. Agustín, en majestad á Bossuet, en fuerza á S. Pablo ? Quién
es mas poeta que Dante? Quién iguaia á Shakespeare? Quién aven-




— 43 —


taja á Calderón ? Quién ,-como Rafael, puso jamás en el lienzo ins-
piración y vida? Poned á las gentes á la vista de las pirámides de
Egipto, y os dirán: Por aquí ha pasado una civilización grandiosa
y bárbara. Poñedlas á la vista de las estatuas griegas y de los tem-
plos griegos, y os dirán: Por aquí ha pasado una civilización gra-
ciosa, efímera y brillante. Ponedlas á la vista de un monumento
romano, y os dirán: Por aquí ha pasado un gran pueblo. Ponedlas
á la vista de una catedral, y al ver tanta magestad unida á tanta
belleza, tanta grandeza unida á tanto gusto , tanta gracia junta con
una hermosura tan peregrina, tan severa unidad en una tan rica
variedad , tanta mesura junta con tanto atrevimiento, "tanta morbi-
dez en las piedras, y tanta suavidad en sus contornos, y tan pas-
mosa armonía entre el silencio y la luz, las sombras y los colores,
os dirán: Por aquí ha pasado el pueblo mas grande de la historia,
y la mas portentosa de las civilizaciones humanas: ese pueblo ha de-
biéfb tener, del egipcio lo grandioso, de lo griego lo brillante , del
romano lo fuerte; y sobre lo fuerte, lo brillante y lo grandioso,
algo que vale mas que lo grandioso, lo fuerte y lo brillante: lo in-
mortal y lo perfecto ( 1 ) .


Si se pasa de las ciencias, de las letras y de las ar tes , al estu-
dio de las instituciones que la Iglesia vivificó con su soplo, alimentó
con su .sustancia, mantuvo con su espíritu y abasteció con su cien-


(1) El escritor racionalista W e l t e , m u y celebrado también y no católico , se e s -
presaba en estos términos en 1850 (Weber den Miinster zu Strasbourg) hablando d e
la catedral de Strasburgo. «He visto la catedral de Strasburgo , he visto este mila-
gro del mundo cristiano, esta obra concebida con tan eslraordinario atrevimiento y
can tan ardiente fé, este monumento de una edad que y a no exis te (no existe para
los protestantes, se entiende) y á su vista he sentido el alma sojuzgada por un po-
der desconocido, absorto como estaba en la contemplación, y anegado en un mar
de delicias.. Allí está patente la potencia del genio humano, cuando la fé lo fortifica
y lo alumbra: este monumento vivirá mientras h a y a hombres capaces de recoger
su espiri lu, y mientras dure el amor hacia aquel Espíritu-Santo, que solo ha podi-
do inspirarlo. Aquella masa que allí se levanta tan magnifica, trasporta las almas
á las mas escelsas regiones, comunicándoles aquella libertad de espíritu, aquella
grandeza de ánimo qua han presidido á su construcción. Tan cierto e s que todo lo
verdaderamente grande nos levanta al cielo;; y que cuanto nos levanta al cielo,
canta la gloria de Dios.




— 44 —


cía, este nuevo espectáculo no ofrecerá menores maravillas y por-
tentos. El Catolicismo, que todo lo refiere y todo lo ordena á Dios,
y que refiriéndolo y ordenándolo á Dios todo, convierte la supre-
ma libertad en elemento constitutivo del orden supremo, y la infi-
nita variedad en elemento constitutivo de la unidad infinita , es por
su naturaleza la religión de las asociaciones vigorosas, unidas to-
das entre sí por afinidades simpáticas. En el catolicismo el hombre
no está solo nunca : para encontrar un hombre entregado á un ais-
lamiento solitario y sombrío, personificación-suprema del egoísmo
y del orgullo,, es necesario salir de los confines católicos. En el i n -
menso círculo que describen esos confines inmensos, los hombres
viven agrupados entre s í ; y se agrupan , obedeciendo al impulso
de sus mas nobles atracciones. Los grupos mismos entrañaos unos
en lós'otros, y todos én uno mas universal y comprensivo, dentro
del cual so mueven anchamente, obedeciendo á la lev de una so -
berana armonía. El hijo nace y vive en la asociación doméstica,
ese fundamento divino de las asociaciones humanas. Las familias se
agrupan entre sí de una manera conforme á la ley de su origen; y
agrupadas de esta manera, forman aquellos grupos superiores que
llevan el nombre de clases; las diferentes clases áe consagran á di-
ferentes funciones : unas cultivan las artes de la paz , otras las a r -
tes de la guerra; unas conquistan la gloria v otras administran la
justicia, y otras acrecientan la industria. Dentro de estos grupos
naturales se forman otros espontáneos, compuestos de los que bus-
can la gloria por una misma senda, de los que se consagran á una
misma industria, de los que profesan un mismo oficio; y todos estos
grupos, ordenados en sus clases, y todas las clases jerárquicamen-
te ordenadas entre s í , constituyen .el Estado , asociación ancha, en
la que todas las otras se mueven con anchura.


Esto bajo el punto de vista social. Bajo el punto de vista político,
las familias se asocian en-grupos diferentes : cada grupo de fami-
lias constituye un municipio; cada municipio es la participación en
común de las familias, que le forman del derecho de rendir culto á
su Dios, de administrarse á sí propias , de dar pan á los que viven,
y sepultara á los muertos. Por eso cada municipio tiene un templo,




símbolo de su unidad religiosa ; y una casa municipal, símbolo de
su unidad administrativa; y un territorio, símbolo de su unidad
jurisdiccional y civil; y un cementerio, símbolo de su derecho de
sepultura. Todas estas diferentes unidades constituyen la unidad
municipal, la cual tiene también su símbolo en el derecho de l e -
vantar sus .armas y de desplegar su bandera. De la variedad de los
municipios se forma la unidad nacional, la c u a l á su vez se simbo-
liza en un trono, y se personifica en un rey. Sobre todas estas mag-
nificas asociaciones, está la de todas las naciones católicas con
sus príncipes cristianos, fraternalmente agrupados en el* seno de la
Iglesia. Esta perfectísima y suprema asociación es unidad en su ca-
beza , y variedad en sus miembros : es variedad en los fieles der-
ramados por el mundo, y unidad en la cátedra santa que resplande-
ce en Roma, cercada de divinos resplandores. Esa cátedra eminen-
te es el centro de la humanidad , representada, en lo que tiene de
varia , por los concilios generales, y en lo que tiene de una, por el
que es en la tierra padre común de los fieles y vicario de Jesucristo.


Esa es variedad suprema, unidad suma y sociedad perfectísi-
ma. Todos los elementos que braman alterados y en desorden en
las sociedades humanas , se mueven en esta concertadamente. El
pontífice es rey á un mismo tiempo por derecho divino y por dere-
cho humano : ^ derecho divino resplandece principalmente en la
institución ; el derecho humano se manifiesta principalmente en la
designación de la persona ; y la persona designada para pontífice
por los hombres , es instituido pontífice por Dios. Así como reúne
la sanción human y la divina, junta en uno también las ventajas
de las monarquías electivas y las de las hereditarias: de las unas tie-
ne la popularidad , de las otras la inviolabilidad y el prestigio : á
semejanza de las primeras", la monarquía pontifical está limitada
por todas partes; á semejanza de las segundas , las limitaciones que
tiene no la vienen de fuera, sino de dentro , ni de la ajena volun-


*tad, sino de la propia. El fundamento de-sus limitaciones está en su
caridad ardiente, en su prodigiosa humildad , y en su prudencia in-
finitad ¿Qué monarquía es esta en la que el rey , siendo elegido, es
venerado , y en la que , pudiendo ser reyes lodos, está en pié éter-




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ñámente rs in que-sean parte para derribarla por tierra ni las guer-
ras domésticas ni las discordias civiles? ¿Qué monarquía es esta en
la que el rey elige á los electores que luego eligen al r ey , siendo
todos elegidos y todos electores? ¿Quién no vé aquí un alto y escon-
dido misterio : la unidad engendrando perpetuamente la variedad,
y la variedad constituyendo su unidad perpetuamente? ¿Quién no
vé aquí representada la universal confluencia de todas las cosas?
Y ¿quién no advierte que esa estraña monarquía es la representa-
ción de aquel que , siendo verdadero Dios y verdadero hombre, es
divinidad y humanidad , unidad y variedad juntas en uno? La ley
oculta que preside a la generación de lo uno y de lo vario , debe de
ser la mas alta, la mas universal, la mas escelentcy la mas mis-
teriosa de todas, como quiera que Dios ha sujetado á ella todas las
cosas, las humanas como las divinas, las creadas como las increa-
das , las visibles como las invisibles. Siendo una en su esencia, es
infinita en sus manifestaciones : todo lo que existe parece que no
existe sino para manifestarla; y cada una de las cosas que existen,
ja manifiesta de diferente manera. De una manera está en Dios, de
otra en Dios hecho hombre, de otra en su Iglesia , de otra en la fa-
milia , de otra en el universo; pero está en todo y en cada una de
las partes del todo : aquí es un misterio invisible é incomprensible,
y allí , sin dejar de ser un misterio, es un fenóme#o visible y un
hecho palpable.


Al lado del rey , cuyo oficio es rei nar con una soberanía inde-
pendiente , j gobernar con un imperio absoluto, está un senado
perpetuo, compuesto de príncipes que tienen de Dios el principado.
Y este senado perpetuo y divino es un senado gobernante; y sien-
do gobernante, lo es d e tal manera, que ni entorpece ni disminu-
ye ni eclipsa la potestad suprema del monarca. La Iglesia es la so-
la monarquía que ha conservado intacta la plenitud de su derecho,
estando perpetuamente en contacto con una oligarquía potentísima;
y e s la única oligarquía que , puesta en contacto con un monarca
absoluto , no ha estallado en rebeliones y turbulencias. De la mis-
ma manera que en pos del rey van los príucipes, en pos de los
príncipes vienen los sacerdotes, encargados de un ministerio santí-




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simo. En esta sociedad prodigiosa todas las cosas suceden a! revés
de como pasan en todas las asociaciones humanas. En estas la dis-
tancia puesta entre los que están al pié y los que están en la cum-
bre d ^ a gerarquía social es tan grande, que los primeros iñ sien-
ten tentados del espíritu de rebelión, y los segundos caen en la
tentación de la tiranía.


En la Iglesia las cosas están ordenadas de tal modo, que ni es
posible la tiranía ni son posibles las rebeliones. Aquí la dignidad
del subdito es tan grande, que la del prelado está en lo que tiene
de común con el subdito, mas bien que en lo especial que tiene
como prelado. La mayor dignidad de los obispos no está en ser
príncipes, ni la del pontífice en ser rey ; está en que pontífices y
obispos son, como sus subditos, sacerdotes. Su prerogativa altísima
é incomunicable no está en la gobernación; está en la potestad de
hacer al Hijo de Dios esclavo de su voz , en ofrecer el Hijo al Pa -
dre en sacrificio incruento por los delitos del mundo, en ser los
canales por donde se comunica la gracia , y en el supremo é in-
comunicable derecho de remitir y de retener los pecados. La mas
alta dignidad está en lo que son todos los dignatarios, mas bien que
en lo que son algunos. No está en el apostolado ni en el pontifi-
cado, está en el sacerdocio. ( 1 ) :


Considerada aisladamente la dignidad pontifical, la Iglesia p a -
rdee una monarquia absoluta. Considerada en sí su constitución apos-
tólica, parece una oligarquía potentísima. Considerada por una par-


(1) Además de la maravillosa gerarquía de jurisdicción, que por varias grada-
ciones junta todas las parles del ministerio católico en una sola cabeza y en un cen-
tro común, existe también en la Iglesia de'Jesucnslo la gerarquía de orden, según
la cual los obispos no solo se distinguen de los sacerdotes, sino que, por divina ins-
titución, tienen la preeminencia sobre ellos. Esta verdad católica que se desprende
de varios pasajes de este capítulo, en nada rebaja la exactitud con que ef autor ob-
serva aquí el poder común á obispos y sacerdotes de ofrecer el santo sacrificio, co -
mo también el de atar y desalar; supremas y augustas potestades, que tienen sin
duda un altísimo y nobilísimo origen; en cuya inmensidad y esplendor queda la
atención tan embargada y tan absorto el espíritu, que apenas puede por un momen-
to discernir la preeminencia de un orden sobre e\ olro.—Conviene notar aquí cómo
el autor, tan perfectamente versado en la ciencia católica, no usa la palabra poíi-s-
Í Í ¡ Í Z , sino dignidad.




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te la dignidad común á prelados y sacerdotes, y por otra el hondo
abismo que hay entre el sacerdocjo y el pueblo, parece una inmen-
sa aristocracia. Guando se ponen los ojos en la inmensa muche-
dumbre de los fieles derramados-por el mundo, y se ve qu^e l sa-
cerdocio y el apostolado y el pontificado están á su servicio; que
nada se ordena en esta sociedad prodigiosa para los crecimientos
délos que mandan, sino para Ja salvación de los que obedecen;
cuando se considera el dogma consolador de la igualdad esencial de
las almas; cuando se recuerda que el Salvador del género humano
padeció las afrentas de la cruz por todos y por cada uno de los
hombres; cuando se proclama el principio de que el buen pastor
debe morir por sus ovejas; cuando se reflexiona que el término de
la acción de todos los diferentes ministerios está en la congregación
de los fieles, la Iglesia parece una democracia inmensa, en la glo-
riosa acepción de esta palabra; ó por lo menos, una sociedad ins-
tituida para un fin esencialmente popular y democrático. Y lo mas
singular del caso es que la Iglesia es todo lo que parece. En las
otras sociedades esas varias formas de gobierno son incompatibles
entre sí, ó si por acaso se juntan en uno, no se juntan jamás sin que
pierdan muchas de sus propiedades esenciales. La monarquía no
puede vivir juntamente con la oligarquía y" con Ja aristocracia, sin
que la primera pierda lo que naturalmente tiene de absoluta, y es-
tas lo que tienen de potentes. La monarquía, la oligarquía y la
aristocracia no pueden vivir con la democracia , sin que esla pier-
da lo que tiene de absorbente y de exclusiva , como la aristocracia
lo que tiene de potente, la oligarquía lo que tiene de invasora, y la
monarquía lo que tiene de absoluta; viniendo á convertirse en de -
finitiva su mutua unión en su mutuo aniquilamiento. Solo en la Igle-
sia, sociedad sobrenatural, caben todos estos gobiernos combina-
dos armónicamente entre sí, sin perder nada de su pureza original
ni de su grandeza primitiva. Esta pacífica combinación de fuerzas
que son entre sí contrarias, y de gobiernos cuya única ley, huma-
namente hablando, es la guerra, es el espectáculo mas bello en los
anales del muudo. Si el gobierno de la Iglesia pudiera ser definido,
podría definírsele diciendo: que es una inmensa aristocracia , dirí-




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gida por un poder oligárquico, puesto en la mano de un rey abso-
luto , el cual tiene por oficio darse perpétuameute en holocausto
por la salvación del pueblo. Esta definiciou sería el prodigio de las
definiciones, de la misma manera que la cosa en ella definida és el
prodigio mas grande de la historia.


Resumiendo en breves palabras cuanto va dicho hasta aquí,
podemos afirmar, sin temor de ser desmentidos por los hechos,
que el Catolicismo ha puesto, en orden y en concierto todas las co-
sas humanas. Ese orden y ese concierto, relativamente al hombre,
significan que por el Catolicismo- el cuerpo ha quedado sujeto á la
voluntad , la voluntad al entendimiento, el entendimiento á la r a -
zón, la razón á la fé, y todo á la caridad, la cual tiene la virtud
de trasfbrmar al hombreen Dios, purificado con un amor infinito.
Relativamente á la familia, significan que por el Catolicismo han
llegado á constituirse definitivamente las tres personas domésticas,
juntas en uno con dichosísima lazada. Relativamente á los gobier-
nos, significan que por el Catolicismo han sido santificadas la auto-
ridad y la obediencia, y condenadas para siempre la tiranía y las
revoluciones. Relativamente á la sociedad, significan que por el
Catolicismo tuvo fin la guerra de las castas, y principió la concer-
tada armonía de todos los grupos sociales; que el espíritu de a s o -
ciaciones fecundas sucedió al espíritu de egoismo y de aislamiento,
y el imperio del amor al imperio del orgullo. Relativamente á las
ciencias, á las letras y á las artes, significan que por el Catolicis-
mo ha entrado el hombre en posesión de la verdad y de la be -
lleza, del verdadero Dios y de sus divinos resplandores. Resulta,
por último, de cuanto llevamos dicho hasta aquí, que con el Cato-
licismo apareció en el mundo una sociedad sobrenatural, excelentí-
sima, perfectísima, fundada por Dios, conservada por Dios, asisti-
da por Dios; que tiene en depósito perpetuamente su eterna pala-
bra; que abastece al mundo del pan de la vida; que ni puede e n -
gañarse ni puede engañarnos; que enseña á los hombres las lec-
ciones que aprende de su divino Maestro; que es perfecto trasunto
de las divinas perfecciones, sublime ejemplar y acabado modelo
de las sociedades humanas.


T O M O iv. 4




_ 5 0 —


En los siguientes capítulos se demostrará cumplidamente que
ni el Cristianismo, ni la Iglesia Católica, que es su expresión abso-
luta, han podido obrar tan grandes cosas, tan altos prodigios y tan
maravillosas mudanzas, sin una acción sobrenatural y constante
por parte de Dios, el cual gobierna sobrenaturalmente á la socie-
dad con su providencia y al hombrecon.su gracia.




GAPÍTULO IV.


EL CATOLICISMO E S A M O R .


ENTKB la Iglesia Católica y las otras sociedades derramadas por
el mundo hay la misma distancia que entre las concepciones n a -
turales y las sobrenaturales, entre las humanas y las divinas.


Para el mundo pagano la sociedad "y la ciudad eran una cosa
misma. Para el romano la sociedad era Roma; para el ateniense,
Atenas. Fuera de Atenas y de Roma no habia mas que gentes bá r -
baras ó incnltas, por su naturaleza agrestes é insociables. El Cris-
tianismo reveló al hombre la sociedad humana; y como si esto no
fuera bastante", le reveló otra sociedad mucho mas grande y e x -
celente , á quien no puso en su inmensidad ni términos ni rema-
tes. De ella son ciudadanos los santos que triunfan en el cielo, los
justos que padecen en el purgatorio, y los cristianos que comba-
ten en la tierra. '




- 52 —


Léanse atentamente una por una todas las páginas de la his-
toria ; y después de haberlas leído, y después de haberlas medi-
tado todas, se verá con asombro que esa concepción gigantesca
viene sola, y que viene sin aviso, sin antecedente ninguno; que
viene como una revelación sobrenatural, comunicada al hombre
sobrenaturalmente. El mundo la recibió de un golpe, y no la vio
venir ; como quiera que cuando la v i o , ya" era venida. La vio con
una sola iluminación y con una simple mirada. ¿Quién sino Dios,
que es amor , podia haber enseñado á los que combaten aquí,
que están en comunión con los que padecen en el purgatorio,-y
con los que triunfan en el cielo? ¿Quién, sino Dios, pudo unir
con amorosa lazada á los muertos y á los vivientes, á los justos,
á los santos y á los pecadores? ¿Quién, sino Dios, pudo poner
puentes en esos inmensos océanos ?


La ley de la unidad y de la variedad , esa ley por excelencia,
que es á un mismo tiempo humana y divina, sin la cual nada se
explica, y con la cual se explica todo , se nos muestra aquí en
una de sus más portentosas manifestaciones. La variedad está en
el cielo, porque el Padre , el Hijo y el Espíritu Santo son tres
personas; y esa variedad va á perderse, sin confundirse, en la
unidad, porque el Padre, es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu
Santo es Dios, y Dios es uno. .La variedad está en el paraiso, por-
que Adán y Eva son dos personas diferentes; y esa variedad va
á perderse, sin confundirse, en la unidad., porque Adán y Eva
son la naturaleza humana, y la naturaleza humana es una. La
variedad está en nuestro Señor Jesucristo, porque en él concur-
ren por una parte lá naturaleza divina, y por otra la naturaleza
corpórea y la espiritual,, en la naturaleza humana; y la natura-
leza corpórea, y la espiritual y la divina van á perderse, sin
confundirse, en nuestro Señor Jesucristo, que es una sola pe r -
sona. La variedad por último está en la Iglesia, que combate en
la tierra, y padece en el purgatorio, y triunfa en el cielo; y esa
variedad va á perderse, sin confundirse, en nuestro Señor Je-
sucristo, cabeza única de la Iglesia universal, el cual, conside-
rado como Hijo único del Padre, e s , como el Padre , el símbolo




— 5 3 —


de la variedad de las personas, en la unidad de la esencia; así
corno en calidad de Dios hombre, es el símbolo de la variedad
de las esencias, en la unidad de la persona; siendo considerado
á un tiempo mismo, como Dios hombre y como hijo de Dios, el
símbolo perfecto de todas las variedades posibles y de la unidad
infinita.


Y como quiera que la suprema armonía consiste en que la
unidad, de donde toda variedad nace y en la que toda variedad
se resuelve, se muestre siempre idéntica á sí misma en todas sus
manifestaciones, de aquí es que una misma es siempre la ley en
virtud de la cual se hace uno todo lo que es vario. La variedad
de la Trinidad divina es una por el amor; la variedad humana,
compuesta del Padre, de la Madre y del Hijo, se hace una por el
amor. La variedad de la naturaleza humana y de la divina se ha-
cen una en nuestro Señor Jesucristo por la encarnación del Ver-
bo en las entrañas de la Virgen, misterio de amor; la variedad
de la Iglesia que combate, de la que padece y de la que triunfa,
se hace una en nuestro Señor Jesucristo por las oraciones de los
cristianos que triunfan, las cuales bajan convertidas en benéfico
rocío sobre los cristianos que combaten, y por las oraciones de
los cristianos que combaten, las cuales bajan como una lluvia
fecundísima sobre los cristianos que padecen; y la oración pe r -
fecta es el éxtasis del amor. «Dios es caridad; el que está en
caridad, está en Dios y Dios en él.» Si Dios es caridad , la ca-
ridad es la infinita unidad, poiqué Dios es la unidad infinita;
si el que está en caridad está en Dios y Dios en é l , Dios pue-
de bajar hasta el hombre por la caridad, y el hombre puede
remontarse por la caridad hasta Dios: y todo esto, sin confun-
dirse ; de tal manera, que ni Dios hecho hombre pierde su na*
turaleza divina, ni el hombre hecho Dios pierde su naturaleza
humana, siendo el hombre, siempre hombre , aunque sea Dios;
y Dios siempre Dios, aunque sea hombre: y todo esto por m e -
dios exclusivamente sobrenaturales, es decir , por medios exclu-
sivamente divinos.


Las gentes tuvieron noticia de este dogma supremo, como




— 54 —


la tuvieron mas ó menos cabal, mas ó menos cumplida, de
todos los dogmas católicos. En todas las zonas, en todos los tiem­
pos , y entre todas las razas humanas, se ha conservado una fé
inmortal en una trasformación futura, tan radical y soberana,
que­juntaría en шю para siempre al Creador y su criatura, á la
naturaleza humana y á la divina. Ya en la era paradisiaca, el
enemigo del género humano habló á nuestros primeros padres
de ser dioses. Después de la prevaricación y la caida, los hom­
bres llevaron esta tradición prodigipsa hasta los últimos remates
del mundo: no hay erudito que no la encuentre en el fondo de
todas las teologías, por poco que ahonde en ellas. La diferencia
entre el dogma purísimo conservado en la teología católica, y el
dogma alterado por las tradiciones humanas , estó en la mane­
ra de llegar á esa trasformacion suprema, y de alcanzar ese fin
soberano. El ángel de las tinieblas no engañó á nuestros prime­
ros padres cuando afirmó que llegarían in ser á manera de dio­
ses; el engaño estuvo en ocultarles el camino sobrenatural del
amor , y en abrirles el camino natural de la desobediencia. El
error de las teologías paganas no está en afirmar que la divinidad
y la humanidad se juntarán en u n o ; está en que los paganos vinie­
ron á considerar como cuasi de todo punto idénticas la naturaleza
divina y la naturaleza humana, mientras queel Catolicismo, consi­
derándolas como esencialmente distintas, va á la unidad por la dei­
ficación sobrenatural del hombre. Aquella superstición pagana está
patente en los honores deíficos tributados á la tierra en calidad de
madre inmortal y fecunda de sus dioses, y á varias de las cria­
turas que confundieron con los dioses mismos. Por último , la di­
ferencia entre el panteísmo y el Catolicismo, no está en que el uno
afirme y el otro niegue la deificación del hombre; está en que
el panteísmo sostiene que el hombre es Dios por su naturaleza,
mientras que el Cristianismo afirma que puede llegar á serlo so­
brenaturalmente por la gracia: está en que el panteísmo enseña
que el hombre, parte del conjunto que es Dios, es absorbido com­
pletamente por el conjunto de que forma parte; mientras que el
Catolicismo enseña que el hombre, aun después de deificado, es




- 55 —


decir, después de penetrado por la sustancia divina, conservas
todavía la individualidad inviolable de su propia sustancia. El res -
peto de Dios hacia la individualidad humana, ó loque es lo mis*-
mo , hacia la libertad del hombre, que es la que constituye su
individualidad absoluta é inviolable, es t a l , según el dogma c a -
tólico, que ha dividido con ella el imperio de todas las socie-
dades, gobernadas á un mismo tiempo por la libertad del hom-
bre y por el consejo divino.


El amor es fecundísimo de suyo: porque es fecundísimo , en-
gendra todas las cosas varias, sin romper su propia unidad; y
porque es amor, resuelve en su unidad, sin confundirlas, todas
las cosas varias. El amor e s , pues , infinita variedad y unidad in-
finita. Él es la única ley, el precepto sumo, el solo camino, el
último fin. El Catolicismo es amor , porque Dios es amor: solo
el que ama es católico, y solo el católico aprende á amar , p o r -
que solo el católico recibe lo que sabe de fuentes sobrenaturales
y divinas.






CAPÍTULO V.


OVE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO « O HA. T R I U N F A D O D E L MUNDO POR L A S A N T I D A D D E SU


DOCTRINA, NI POR LAS P R O F E C Í A S Y M I L A G R O S , SINO Á P E S A R DE TODAS E S T A S C O S A S .


EL Padre es amor, y envió al Hijo por amor; el Hijo es amor,
y envió al Espíritu Santo por amor; el Espíritu Santo es amor , é
infunde perpetuamente en la Iglesia su amor. La Iglesia es amor, y
abrasará al mundo en amor. Los que esto ignoran ó los que esto
han olvidado, ignorarán perpetuamente cuál es la causa sobrena-
tural y secreta de los fenómenos patentes y naturales, cuál es la
causa invisible de todo lo visible, cuál es el vínculo que sujeta lo
temporal á lo eterno, cuál es el resorte secretísimo de los movi-
mientos del alma; de qué manera obra el Espíritu Santo en el hom-
bre, en la sociedad la providencia, Dios en la historia.


Nuestro Señor Jesucristo no venció al mundo con su maravi-
llosa doctrina. Si no hubiera sido otra cosa sino un hombre, de doc-
trina maravillosa, el mundo le hubiera admirado un momento, y




— 58 —


hubiera puesto en olvido, después, juntamente á la doctrina y al
hombre. Maravillosa y todo, como era su doctrina, no fué seguida
sino de alguna gente popular, cayó en desprecio de la mas grana-
da entre el pueblo judío, y durante la vida del Maestro fué ignorada
del género humano.


Nuestro Señor Jesucristo no venció al mundo con sus milagros.
De los mismos que le vieron mudar, con solo su querer, la natura-
leza de las cosas, andar sobre las aguas, aquietar los mares, sose-
gar los vientos, mandar á la vida y á la muerte, unos le llamaron
Dios, otros demonio, otros prestidigitador y hechicero.


Nuestro Señor Jesucristo no venció al mundo porque se hubie-
ran cumplido en él las antiguas profecías. La sinagoga, que era su
depositaría, no se convirtió, ni se convirtieron los doctores que se
las sabían de memoria, ni se convirtieron las muchedumbres que
las habían aprendido de los doctores.


Nuestro Señor Jesucristo no venció al mundo con la verdad.
I-a verdad esencial del Cristianismo estaba en el Antiguo como en
el Nuevo Testamento, como quiera que fué siempre una , eterna,
idéntica á sí misma. Esa verdad que estuvo eternamente en el s e -
no de Dios, fué revelada al hombre, infundida en su espíritu y de-
positada en la historia, desde que resonó en el mundo la primera
palabra divina. Y, sin embargo, el Antiguo Testamento, así en lo
que tenia de eterno y de esencial, como en lo que tenia de ac-
cesorio, de local y de contingente, en sus dogmas como en sus
ritos, no salvó nunca las fronteras del pueblo predestinado. Ese
mismo pueblo rompió muchas veces en grandes rebeldías, persi-
guió á sus profetas, escarneció á sus doctores, idolatró á la
manera de los*pueblos gentiles, hizo pactos nefandos con los
espíritus infernales, se entregó en su ouerpo y en su alma á san-
grientas y horribles supersticiones; y el dia en que la verdad to-
mó carne, la maldijo, la negó y la crucificó en el Calvario. Y
mientras que la verdad, que estaba escondida en los antiguos


< símbolos, representada en las antiguas figuras, anunciada por los
antiguos profetas, testificada con espantables prodigios y con mi-
lagros estupendos, fué puesta en una cruz, cuando vino por sí mis-




— 59 —


raa para explicar con su presencia el por qué de aquellos milagros,
estupendos y de aquellos prodigios espantables, para abonar todas
las palabras proféticas, y para enseñar á ias gentes lo que estaba
representando en los antiguos símbolos y lo que estaba escondido
en las antiguas figuras; el error se habia extendido libremente por
el mundo, cuan ancho es, y habia cubierto todos los horizontes con
sus sombras; y todo esto con una prodigiosa rapidez, y sin el auxi-
lio de profetas, ni de símbolos, ni de figuras, ni de milagros. ¡ Ter-
rible lección, memorable documento para los que eren en la fuer-
za recóndita y expansiva de la verdad, y en la radical impotencia
del error para hacer por sí solo su camino por el mundo!


Si nuestro Señor Jesucristo venció al mundo, lo venció á pesar
de ser la verdad, á pesar de ser el anunciado por, los antiguos p r o -
fetas, el representado en los.antiguos símbolos, el contenido en
las antiguas figuras; lo venció á pesar de sus prodigiosos milagros
y de su doctrina maravillosa. Ninguna otra doctrina que no hubie-
ra sido la evangélica, hubiera podido triunfar con ese inmenso
aparato de testimonios clarísimos, de pruebas irrefragables y de
argumentos invencibles. Si el mahometismo se derramó á manera
de un diluvio por el continente africano, por el asiático y por el
europeo, consistió esto en que caminó á la ligera, y en que llevaba
en la punta de su aspada todos sus milagros, todos sus argumen-
tos y todos sus testimonios.


El hombre prevaricador y caido no ha sido hecho para la ver -
dad , ni la verdad para el hombre prevaricador y caido. Entre la
verdad y la razón humana, después de la prevaricación del hom-
bre , ha puesto Dios una repugnancia inmortal y una repulsión in -
vencible (1 ) . La verdad tiene en sí los títulos de su soberanía, y no
pide venia para imponer su yugo; mientras que el hombre, desde
que se rebeló contra su Dios, no consiente otra soberanía sino la
.suya propia, si no le piden antes su consentimiento y su venia.
Por eso, cuando la verdad se pone delante de sus ojos, luego, al
punto, comienza por negarla; y negarla es afirmarse á sí propio


(1) Por lo que respeta á esle pasage , recuérdese lo que hemos advertido en
ntieslra anterior nota , p á g . . . 40. ' •




— 6 0 -


en calidad de soberano independiente. Si no puede negarla , entra
en combate con ella, y combatiéndola combate por su soberanía.
Si la vence la crucifica, si es vencido huye ; huyendo cree huir de
su servidumbre, y crucificándola cree crucificar á su tirano.


Por el contrario, entre la razón humana y lo absurdo hay una
afinidad secreta, un parentesco estrechísimo. El pecado los ha uni-
do con el vínculo de un indisoluble matrimonio. Lo absurdo triunfa
del hombre, cabalmente porque está desnudo de todo derecho a n -
terior y superior á la razón humana. El hombre le acepta, cabal-
mente porque viene desnudo, porque careciendo de derechos no
tiene pretensiones; su voluntad le acepta , porque es hijo de su en-
tendimiento , y el entendimiento se complace en él porque es su
propio hijo, su propio verbo; porque es testimonio vivo de su po-
tencia creadora: en el acto de su creación el hombre es á manera
de Dios, y se llama Dios á sí propio. Y si es Dios á manera de Dios,
para el hombre todo lo demás es menos. ¿ Qué importa que el otro
sea el Dios de la verdad , si él es el Dios de lo absurdo ? Por lo me-
nos será independiente, á manera de Dios; será soberano, amanera
de Dios; adorando á su obra, se adorará á si propio; magnificán-
dola , será magnificador de sí mismo.


Vosotros los que aspiráis á sojuzgar á Jas gentes, á dominar
en las naciones y á ejercer un imperio sobre la raza humana, no
os anunciéis como depositarios de verdades clarísimas y evidentes;


i y sobre todo no declaréis Vuestras pruebas, si las tenéis, porque
/ jamás el mundo os reconocerá por señores, antes se rebelará con-


tra el yugo brutal de vuestra evidencia. Anunciad , por el contra-
rio , que poseéis un argumento que echa por tierra una verdad
matemática; que vais á demostrar que dos y dos no hacen cuatro,
sino cinco; que Dios no existe , ó que el hombre es Dios; que el
mundo ha sido esclavo hasta ahora de vergonzosas supersticiones;
que la sabiduría de los siglos no es otra cosa sino pura ignorancia;
que toda revelación es una impostura; que todo gobierno es t ira-
nía, y toda obediencia servidumbre; que lo hermoso es feo, que
lo feo es hermosísimo; que el bien es mal , y el mal es b ien; que
el diablo es Dios, y que Dios es el diablo; que fuera de este mundo




— c i -
ño hay ni infierno ni paraíso; que el mundo que habitamos es un
infierno presente y un paraíso futuro; que la libertad, la igualdad y
la fraternidad son dogmas incompatibles con la superstición cris-
tiana ; que el robo es un derecho imprescriptible, y que la pro-
piedad es un robo; que no hay orden sino en la anarquía, ni hay
anarquía sin orden ; y estad ciertos de que con este solo anuncio,
el mundo marayillado de vuestra sabiduría, y fascinado por vues-
tra ciencia, pondrá á vuestras palabras un oido atento y reveren-
te. Si al buen sentido, de que habéis dado larga muestra anuncian-
do la demostración de todas estas cosas, añadís después el buen
sentido de no demostrarlas de ninguna manera; ó s i , como única
demostración de vuestras blasfemias y de vuestras afirmaciones,
dais vuestras blasfemias y vuestras afirmaciones mismas, entonces
el género humano os pondrá sobre los cuernos de la Tuna; sobre
todo, si ponéis un cuidado esquisito en llamar la atención de las
gentes hacia vuestra buena fe, llevada hasta el punto de presen-
taros desnudos como estáis, sin haber acudido á las vanas super-
cherías de vanas razones, de vanos antecedentes históricos y de
vanos milagros, dando así un público testimonio de, vuestra fe en
el triunfo de la verdad por sí sola: y si, por último , revolviendo á
todas partes vuestros ojos, preguntáis dónde están y qué se hicie-
ren vuestros enemigos, entonces el mundo estático , atónito, pro-
clamará á una voz vuestra magnanimidad, y vuestra grandeza,
y vuestra victoria, y os apellidará píos, felices, triunfadores ( i ) .


Yo no sé si hay algo, debajo del sol, mas vil y despreciable
que el género humano fuera de las vías católicas.


En la escala de su degradación y de su vileza, las muche-
dumbres engañadas por los sofistas y oprimidas por los tiranos son
las mas degradadas y las mas viles; los sofistas vienen después,
y los tiranos que tienden su látigo sangriento robre los unos y so-
bre las otras, son, si bien se mira , los menos viles , los menos d e -
gradados y los menos despreciables. Los primeros idólatras salen
apenas de la mano de Dios, cuando dan consigo en la de los t i ra-


til) En este pasage compendia el autor en pocas l íneas los principales absurdos


y blasfemias de las escuelas heterodoxas , y especialmente de los socialistas.




— 62 —


nos babilónicos. El -paganismo antiguo va rodando de abismo en
abismo, de sofista en sofista y de tirano en tirano, hasta caer en la
mano de Calígula, monstruo horrendo y afrentoso con formas h u -
manas , con ardores insensatos y con apetitos bestiales. El moder-
no comienza por adorarse á sí propio en una prostituta , para der-
ribarse á los pies de Marat, el tirano cínico y sangriento • y á los
de Robespierre, encarnación suprema de la vanidad humana, con
sus instintos inexorables y feroces. El novísimo va á caer en un


.abismo mas hondo y mas oscuro; tal vez se remueve ya en el cie-
no de las cloacas sociales el que ha de ajustar á su cerviz el yugo
de sus impúdicas y feroces insolencias.




CAPÍTULO VI.


QUE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO H A T R I U N F A D O D E L MUNDO F.SCLUSIVAMENTF. P O R MEDIOS


S O B R E N A T U R A L E S .


«LTOANDO esté puesto en el a l to , es deci r , en la cruz, traeré todas
las cosas á m í : es decir, aseguraré mi dominación y mi victoria
sobre el mundo.» En estas palabras, solemnemente proféticas, des-
cubrió el Señor á sus 'discípulos á un mismo tiempo lo poco que
valian para la conversión del mundo las profecías que anunciaron
su advenimiento, los milagros que publicaban su omnipotencia,
la santidad de su doctrina, testimonio de su gloria, y lo poderoso
que había de ser para obrar este prodigio su inmensísimo amor
revelado á la tierra en su crucificacion y en su muerte.


Ego veni in nomine Palris mei, et non accipitis me: si allkis
veherit in nominesuo ,illum accipietis. (Joann., cap. 5 , , vers. 4 3 . )
En estas palabras está anunciado el triunfo natural del error sobre
la verdad, del mal sobre el bien. En ellas está el secreto del olvido




— 04 -


eu que teniau puesto á Dios todas las gentes, de la propagación
asombrosa de las supersticiones paganas, délas hondas tinieblas
tendidas portel mundo; así como el anuncio de las futuras crecien-
tes de los errores humanos , de la futura disminución de la verdad
entre los hombres, de las tribulaciones de la Iglesia, de las perse-
cuciones de los justos, de las victorias de los sofistas, de la popu-
laridad de lps blasfemos. En aquellas palabras está como encerrada
la historia, con todos los escándalos, con todas las herejías, con
todas las revoluciones. En ellas se nos declara por qué, puesto en-
tre Barrabas y Jesús el pueblo judío, condena á Jesús y escoge á
Barrabas; por qué , puesto hoy el mundo entre la teología católica
y la socialista, escoge la socialista y deja la católica; por qué las
discusiones humanas van á parar á la negación de lo evidente y á
la proclamación de lo absurdo. En esas palabras, verdaderamente
maravillosas, está el secreto de todo lo que nuestros padres vieron,
de todo lo que verán nuestros hijos, de todo lo que vemos nos-
otros. No : ninguno puede ir al Hijo, es decir, á la verdad, si su
Padre no le llama: palabras profundísimas que atestiguan á un
tiempo mismo la omnipotencia de Dios y la impotencia radical,
invencible, del género humano.


Pero el Padre llamará, y le responderán las gentes: el Hijo
será puesto en la cruz y atraerá á sí todas las cosas: ahí está la
promesa salvadora del triunfo sobrenatural de la verdad sobre el
error , del bien sobre el mal; promesa que será del todo cumpli-
da al fin de los tiempos.


Pater meus usque modo operatur: el ego operor sicut.Pater....
sic et filius quos vult vivificat. (Joann., cap. 5 , vers. 1 7 , 2 1 . ) Ex-
pedit vobis ut ego vadam: si enim non abiero, Paraclitus non ve-
niet ad vos: si autem abiero mittam eum ad vos. (Joann., cap. 16,
vers. 7.)


Las lenguas de todos los doctores, las plumas de todos los sa-
bios no bastarían para explicar todo lo que esas palabras contie-
nen. En ellas se declara la soberana virtud de la gracia, y la afi-
ción sobrenatural, invisible, permanente, del Espíritu Santo. Ahí
está el sobreñaturalismo católico con su infinita fecundidad y con




— fia —


sus maravillas inenarrables; ahí está explicado, sobre todo, el
triunfo de la cruz, que es el mayor y el mas inconcebible de
todos los portentos.


En efecto, el Cristianismo, humanamente hablando , debia
sucumbir, y era necesario que sucumbiera: debia sucumbir, lo
primero, porque era la verdad; lo segundo, porque tenia en su
apoyo testimonios elocuentísimos, milagros portentosos y pruebas
irrefragables. Jamás el género humano dejó de rebelarse y de
protestar contra todas esas cosas separadas; y no era probable,
ni creíble, ni imaginable siquiera, que dejara de rebelarse y de
protestar contra todas ellas juntas; y de hecho estalló en blasfe-
mias, y en protestas, y en rebeldías.


Empero el Justo subió á la cruz por amor, y derramó su san-
gre por amor, y dio su vida por amor: y ese amor infinito y
esa preciosísima sangre merecieron al mundo la venida del Espí-
ritu Santo. Entonces todas las cosas mudaron dé faz, porque la
razón fué vencida por la fé, y la naturaleza por la gracia.


¡ Cuan admirable es Dios en sus obras , cuan maravilloso en
sus designios, y cuan sublime en sus pensamientos! El hombre y
la verdad andaban reñidos; el orgullo indomable del primero
compadecía mal con la evidencia un tanto insolente y brutal de la
segunda. Dios templó la evidencia de la segunda poniéndola e n -
tre nubes trasparentes, y envió al primero la fé, y enviándósela^
ajustó con él este pacto: Yo dividiré contigo el imperio; yo 4o
diré lo que has de creer , y te daré fuerza para que lo creas, pero
no oprimiré con el yugo de la evidencia tu voluntad soberana; te
doy la mano para salvarte, pero te dejo derecho de perderte;
obra conmigo tu salvación, ó piérdete tú soto; no te quitaré lo
que té d i , y el día qué te saqué de la nada , te di el libre albe-
drío. Y este pacto, por la gracia de Dios, fué libremente acep-
tado por el hombre. De esta manera la oscuridad dogmática del
Catolicismo salvó de un naufragio cierto á su evidencia histórica.
La fé, mas conforme que la evidencia con el entendimiento del
hombre, salvó del naufragio á la razón humana. T.a verdad debia
de ser propuesta por la fé, si había de ser aceptada por el hom-


T O M O iv . 5




— 66 —


t i r e , rebelde de suyo contra la tiranía de la evidencia.
Y el mismo espíritu que propone lo que se ha de creer, y


nos da fuerza para que lo creamos, propone lo que es necesario
obrar, y nos da el deseo de obrarlo, y obra con nosotros para
que lo obremos. Tan grande es la miseria del hombre, tan honda
su abyección, tan absoluta su ignorancia y tan radical su impo-
tencia, que no puede por sí solo ni formar un buen propósito, ni
trazar un gran designio, ni concebir un gran deseo de cosa que
agrade á Dios y que aproveche á la salvación de su alma. Y por
otro lado, es tan alta su dignidad, su naturaleza tan noble, su
origen tan excelso, su fin tan glorioso, que él mismo Dios piensa
por su pensamiento, ve por sus ojos, anda con sus pies y abura
por sus manos. Él es el que le lleva para que ande, y el que le
detiene para que no tropiece, y el qué manda á sus ángeles que
le asistan para que no caiga; y si por ventura cae, él le levan-
ta por sí mismo; y puesto en pié , le hace que desee perseverar
y le hace que persevere. Por eso dice San Agustin : Ninguno cree-
mos que viene á lá verdadera salud, si Dios no lo l lama; y nin-
guno , después de llamado, obra lo que conviene para esta misr-
ma salud, si él no. lo ayuda. Por eso dice el misma Dios, en el
evangelio de San Juan ,. cap. 1 5 , vers. 4 y 5 : Manete in me ct
ego in vobis. Sicitt palmes non potest ferré fructum a semetipso, wm
manserit in vite; sic nec vos, nisi in. me manseritis. Ego sum vi-
tis, vos palmites: qui manet in me, et ego in eo, Me fert fructum
multum; quia sine me nihil potestis faceré. El Apóstol, en su s e -
gunda epístola á los de Corinto, cap. 3 , vers. 4 y 5, dice; F t -
duciam aulem talem Itabemus per Christum ad Ifeum , non quod
suficientes simus cogitaré aliquid á nobis quasi ex nobis ; sed suf-
ficientia ñostra ex Deo est. Esta misma impotencia radical del'hom-
bre en el negocio de su salvación, confesaba el santo Job cuando
decia (cap. í 4 ) : ¿Quién puede hacer limpia una cosa concebida
de «nasa sucia, sino vos, Señor? Y Moisés diciendo(Exod. c. 3 4 . ) :
Nadie por sí mismo puede ser inocente delante de tí.—San Agus-
tín , en el inimitable libro de Las confesiones, volviéndose á Dios»
le dice: Señor, dadme gracia para hacer lo que vos mandáis, y




— 67 —


mandadme lo que mejor os parezca. De manera, que así como
Dios me declara lo que-debo creer, y me da fuerzas para creer-
lo , del mismo modo me manda lo que debo obrar , y me da g r a -
cia para obrar aquello mismo que me ha ordenado,


¿Qué entendimiento habrá que conozca, qué lengua habrá
que declare, qué pluma habrá que escriba la manera en que Dios
obra en el hombre estos soberanos prodigios, y cómo le lleva
por el camino de la salvación con mano á un mismo tiempo mi- ,
sericordiosa y justa, suavísima y potente?¿Quién señalará los
linderos de ese imperio espiritual, entre la voluntad divina y el
libre albedrío del hombre? ¿Quién dirá cómo concurren sin con-
fundirse y sin menoscabarse? Soto se una cosa , Señor; que po-
bre y humilde como soy , y grande y potente como eres , roe res-
petas tanto como rae amas , y me amas tanto como me respetas.
Seque no me abandonarás á mí mismo, porque por mí mismo
nada puedo sino olvidarte y perderme; y sé que al tenderme la
mano que me salva, me la tenderás tan blanda , tan cariñosa y
tan suave, que no la sentiré venir. Tú eres como silbo de viento
delgado en lo suave, como aquilón en lo fuerte. Soy llevado por tí,
como por el aquilón, y me muevo hacia tí l ibremente, como
mecido pof viento delgado. Me lleva» como si me empujaras; pero
no me empujas, sino que me solicitas.-. Yo- soy el qoe me muevo,
y sin embargo tú te mueves en mí. Tú vienes á mi puerta y, llamas-
con blandura, y si no respondo, aguardas á mi puerta y vuelves
á llamar: sé que puedo no responderte, y perderme; sé que
puedo responderte, y salvarme; pero sé que no podria respon-
derte sí tú no me llamaras, y que cuando respondo, respondo lo
que me dices, siendo tuya la pregunta, y tuya y raia la respues-
ta. Sé que no puedo obrar sin t í , y que por tí obro , y que cuan-
do obro , merezco; pero qge no merezco sino porque tú me ayu--
das á merecer, como me ayudaste á obrar ; sé que cuando m&
premias porque merezco, y cuando merezco porque obro, me
da» tres gracias: la gracia del premio, con que galardonas; la
gracia del merecer que me diste, con la cual galardonaste; la
gracia que me diste de obrar con ayuda tuya. Sé que tú eres




— 68 -


como la madre, y yo como el niño pequeñuelo en quién ia madre
infunde el deseo de andar, y luego le da la mano para que ande,
y después le da un beso en la frente porque deseó andar y an -
duvo con la .ayuda de su mano. Sé que no escribo sino porque
tú me has encendido en el deseo de escribir, y que no escribo
sino lo que me enseñas ó lo que permites que escriba; creo que
el que cree que mueve un miembro sin t í , ni te conoce ni es
cristiano.


Yo pido perdón á mis lectores por haber entrado, siendopro^
fano y lego como soy, por el camino recóndito y escabroso de
la gracia. Todos reconocerán , sin embargo, á poco que reflexio-
nen , que el entrar algún tanto por ese áspero camino, era una
exigencia imperiosa del gravísimo asunto que vengo tratando en
los últimos capítulos. Tratábase de averiguar cuál es la explicación
legítima del prodigio, siempre antiguo y siempre nuevo, de la ac -
ción poderosa que el Cristianismo ha ejercido y está ejerciendo
en el mundo, para venir á parar después en el ministerio no m e -
nos estupendo y prodigioso de la virtud de trasformacion que ha
mostrado en sí al ponerse en relación y contacto con las socieda-
des humanas. El prodigio dé su propagación y de su triunfo no
está en los testimonios históricos, ni en los anuncios proféticos,
ni en la santidad de sü doctrina; circunstancias todas que , en el
estado á que fué reducido el hombre después de la prevaricación y
de la culpa, han sido más propias para apartar de él á las gentes,
que para llevarle triunfante y vencedor hasta los términos mas
apartados de la tierra. Los milagros no han sido tampoco parte para
obrar este prodigio; porque si bien es cierto que, considerados en
sí, son una cosas obrenatural, considerados como una prueba exte-
rior , son una prueba natural sujeta á las mismas condiciones que
los otros testimonios humanos. La propagación y el triunfo del Cris-
tianismo es un hecho sobrenatural, como quiera que se ha propa-
gado y ha triunfado á pesar de llevar en sí todo lo que debia h a -
ber impedido su propagación y su victoria. Siendo este un hecho
sobrenatural, no podia explicarse legítimamente sino subiendo á
una causa que , siendo por su naturaleza sobrenatural, obrara en




— G9 -


lo exterior de una manera conforme á su propia naturaleza~, es
decir, sobrenaturalmente. Esta causa, sobrenatural en sí misma
y Sobrenatural en su acción, es la gracia. La gracia nos fué me-
recida por el Señor cuando padeció en la cruz muerte afrentosa,
y la recibieron los apóstoles cuando bajó sobre ellos el autor de
toda gracia y de toda santificación, el Espíritu Santo. El Espíritu
Santo infundió en los apóstoles la gracia que nos mereció la muer-
te del Hijo por la misericordia del Padre , viniendo de esta ma-
nera á ocuparse en la obra inefable de nuestra redención, como
antes en la creación del universo, la Trinidad divina.


Esto sirve para explicar dos cosas que , sin esta explicación,
serían de todo punto inexplicables, conviene a saber, como fué
que los apóstoles obraron mayores milagros que su divino Maestro,
y que los milagros de los primeros fueron mas fructuosos que los
del segundo, según les fué anunciado por el Señor repetidas
veces y en diferentes ocasiones. Consistió esto en que el rescate
universal del género humano en toda la prolongación de los si-
glos , desde los tiempos adámicos hasta los últimos tiempos, ha-
bía de ser el galardón de la sangrienta tragedia de la cruz; y
éa qué, hasta que fuera consumada, las. divinas mansiones d e -
bían estar cerradas ante los desdichados hijos de Adán con puer-
tas de diamante. -


Cuando los tiempos fueron llegados, el espíritu de Dios vino
sobre los apóstoles, como un viento impetuoso, en lenguas de fue-
go, Entonces sucedió que sin transición ninguna fueron mudadas
en un punto todas las cosas, en virtud de una acción sobrena-
tural y divina. En los apóstoles se obró la primera mudanza:
no veian, y tuvieron luz; no entendían, y tuvieron entendi-
miento; eran ignorantes, y fueron sapientísimos; hablaban Cosas
vulgares, y hablaron cosas prodigiosas. La maldición de Babe*
tuvo fin: desde entonces cada pueblo habia hablado su len-
gua; los apóstoles las hablaron, sin confusión, todas juntas; erar:
pusilánimes, fueron atrevidos; eran cobardes, fueron valerosos;
eran perezosos, fueron diligentes; habian abandonado á su Se-
ñor por la carne y por el mundo, abandonaron por su Señor e'




— 70 —


mundo y la carne; habían dejado Ja cruz por la vida, dieron la
vida por la cruz; murieron en sus miembros, para vivir en sus es-
píritus ; para trasformarse en Dios, dejaron de ser hombres; para
vivir vida angélica, dejaron la humana.


Y así como el Espíritu Santo habia trasformado á los apóstoles,
los apóstoles trasformaron al mundo; pero no ellos en verdad, sino
el espíritu invencible que estaba en ellos. El mundo habia visto
á Dios, y no le habia conocido; y ahora que no tenia su vista,
tuvo su conocimiento. No habia creído en sa palabra, y ahora
que habia dejado de hablar, creyó en su palabra; habia visto sus
milagros vanamente, y ahora que era ido á su Padre el que los
obró, creyó en sus milagros. Habia crucificado a Jesús, y adoró
al que habia crucificado; habia adorado á los ídolos, y quemó sus
ídolos. Lo que habia tenido por argumentos vanos, tuvo ahora por
argumentos victoriosos é inconcebibles: cambióse en amor inmen-
so su odio profundo.


Así como el que no tiene idea de la gracia, no la tiene tam-
poco del Cristianismo, el qué no tiene noticia de la providencia
de Dios, está en la ignorancia mas completa de todas las cosas.
La Providencia, tomada en su acepción mas general, es el cui-
dado que tiene el Criador, de todas las cosas creadas. Las cosas
existieron, porque Dios las crió; pero no existen, sino porque
Dios cuida de ellas por medio de un cuidado continuo, que viene á
ser una creación incesante. Las cosas que antes de que fueran no
tuvieron en sí razón de ser , no tienen en sí razón de subsistir des-
pués de que fueron: soló Dios es la vida y la razón de la vida, el
ser y la razón del ser , el subsistir y la razón del subsistir. Nada
e s , nada vive, nada subsiste por su virtud propia. Fuera de
Dios, esos atributos supremos no están en ninguna parte ni en co-
sa ninguna. Dios no es á manera de un pintor que , hecho el cua-
d r o , se separa de é l , le abandona y le olvida; ni las cosas que
Dios crió, subsisten de la manera q u e la figura pintada, que sub-
siste por sí sola. Dios hizo las cosas de una manera mas soberana,
y las cosas dependen de Dios de una manera mas sustancial y e x -
celente. Las cosas del orden natural, las del orden sobrenatural,




- 71


y las q u e , por salir del orden común natural ó sobrenatural, se
llaman y son milagrosas, sin dejar de ser diferentes entre s í , como
quiera que son gobernadas y regidas por leyes diferentes, tienen
todas algo y aun mucho de común, que consiste en su dependencia
absoluta de la voluntad divina. No se afirma de las fuentes, cuanto
de ellas hay que afirmar, cuando se afirma que corren , porque su
naturaleza es correr; ni de- los árboles, cuando se afirma de ellos
que fructifican, porque su naturaleza es dar frutos. Su naturaleza
no da á las cosas una virtud propia é independiente de la voluntad
de su Criador, sino cierta manera determinada de s e r , depen-
diente, en todos y en cada uno de los momentos de su existencia,
dé l a voluntad del soberano Hacedor y del'divino Arquitecto. Cor-
ren las fuentes, porque Dios las manda correr con un manda-
miento actual; y las manda correr , porque hoy, como en el dia
de su creación, ve que es bueno que corrau; fructifican los árboles,
porque Dios los manda fructificar con un actual mandamiento; y
les da este mandamiento, porque hoy , como en el dia de su crea-
ción, ve que es bueno que los árboles fructifiquen. Por donde se
ve cuan errados andan los que van á buscar la última explicación
de los sucesos, ya en las causas segundas, que existen todas bajo
la dependencia general é inmediata de Dios, ya en la, fortuna, que
no existe de ninguna manera. Solo Dios es criador de todo lo que
existe, el conservador de todo lo que subsiste, y el autor de todo
lo que sucede, (i) según se ve por estas palabras del Eclesiástico,
cap. \ \ , vers. 1 4 : Bono, et mala, vita et mws, paupertas et hones-
tas á Deo sunt. Por eso dice san Basilio, que en atribuírselo todo á
Dios está la suma de toda la filosofía cristiana , conforme á lo que
dice el Señor, en San Mateo, cap. 1 0 , vers. 2 9 , 3 0 : Nonne dúo
passeres asse veneunt? Etunus ex Mis non cadetsuper terramsine
paire vestro. Vestri autem capilli capitis omnes numerati sunt.


Considerándolas cosas desde esta altura, se ve claro que de la
misma manera depende de Dios lo que es natural, que lo que es


(1) Esta espresion va puesta aquí en el sentido t eo lóg ico , señaladamente por
lo que hace a l m a ! , q u e , propiamente hablando, no e s obra de Dios , sino en cuan-
to Dios lo permite e n sus criaturas inteligentes y l ibres .—




— 72 -


sobrenatural y lo que es milagroso. Lo milagroso, lo sobreaatural
y lo natural son fenómenos idénticos sustancialmente entre sí por
razón de su origen, que es la voluntad de Dios; voluntad, que
siendo actual en todos ellos, es en todos eterna. Dios quiso eterna
y actualmente la resurrección de Lázaro, como quiere eterna y ac -
tualmente que los árboles fructifiquen. Y los árboles no tienen una
razón mas independiente de la voluntad divina para fructificar,
que Lázaro para salir, después de muerto, del sepulcro. La diferen-
cia de estos fenómenos no está en su esencia, puesto que uno y
otro dependen de la voluntad divina, sino en el modo; porque en
Jos dos casos la divina voluntad se ejecuta y se cumple por dos di-
ferentes maneras, y eñ virtud de dos leyes distintas. Una de estas
dos maneras se llama y es natural, y la otra se llama y es mila-
grosa. Los hombres llamamos naturales á los prodigios diarios, y
milagrosos á los prodigios intermitentes.


Por donde se ve cuan grande es la locura de los que niegan la
potestad de obrar los intermitentes al mismo que obra los diarios.
¿Qué otra cosa viene á ser esto, sino negar al que hace lo que es
roas, la potestad de hacer lo que es menos; ó lo que viene á ser lo
mismo, negar que puede obrarse alguna vez aquello que se obra
siempre? Vosotros, los que negáis la resurrección de Lázaro, por-
que es obra milagrosa, decidme, ¿por qué no negáis otros prodi-
gios mayores? ¿Por qué no negáis ese sol que asoma por el oriente,
y esos cielos tan hermosos y refulgentes y tendidos, y sus lu -
minares eternos? ¿Por qué no negáis esos mares bramadores, her-
mosísimos, turbulentísimos, y esa arena blanda, leve, en donde
mueren humildes esos roncos bramidos, esas concertadas armonías
y esas grandes turbulencias? ¿Por qué no negáis esos campos tan
llenos de frescura, y esos bosques tan Henos de silencio, de m a -
jestad y de sombras, y esas inmensas cataratas con sus inmensos
vuelcos, y esos deslumbradores cristales de esas clarísimas fuen-
tes ? Y si no negáis estas cosas, ¿cómo es tan grande vuestra locu-
ra, y vuestra inconsecuencia tan palpable, que negáis como impo-
sible, ó pomo difícil siquiera, la resurrección de un hombre? Yo do
nií sé decir, quo no niego mi fé sino al que afirma que habiendo




— 73 —


abierto sus ojos exteriores para ver lo que le rodea, ó sus ojos i n -
teriores para ver lo que en sí pasa, ha visto fuera ó dentro de sí
cosa que no sea milagro.


Sigúese dé lo dicho, que la distinción por una parte entre las
cosas naturales y las sobrenaturales, y por otra entre los fenóme-
nos ordinarios, así del orden natural como del sobrenatural, y los
milagrosos, no lleva ni puede llevar consigo no sé qué rivalidad
y antagonismo oculto entre lo que existe por la voluntad de Dios,
y lo que existe por naturaleza; como si Dios no fuera el autor, y el
mantenedor, y el gobernador soberano de todo lo que existe.


Todas esas distinciones, sacadas de sus límites dogmáticos,
han ido á parar, á lo que vemos, á la deificación de la materia, y
á la negación absoluta, radical de la providencia y de la gracia.


Volviendo á anudar, para concluir, el hilo de este discurso,
diré que Ja providencia viene á ser una gracia general, en virtud de
la cual Dios mantiene en su ser, y gobierna según su consejo todo
lo que existe; así como la gracia viene á ser á manera de una p r o -
videncia especial, con la que Dios tiene cuidado del hombre. El
dogma de la providencia y el de la gracia nos revelan la existencia
de uu mundo sobrenatural, en donde residen sustancialmente la
razón y las cansas; de todo lo que vemos: sin la luz que viene de
allí, todo es tinieblas; sin la explicación que está allí, todo es
inexplicable; sin esa explicación y sin esa luz todo es fenome-
nal , efímero, contingente; todas las cosas son humo que se des -
hace, fantasmas que se desvanecen, sombras que se deslizan, sue-
ños que pasan. Lo sobrenatural está sobre nosotros, fuera de nos-


.otros, dentro de nosotros mismos. Lo sobrenatural circunda lo na-
tural y lo penetra por todos sus poros.


El conocimiento de lo sobrenatural es, pues, el fundamento de
todas las ciencias, y señaladamente de las políticas y de las mora-
les. En vano aspirareis á explicar al hombre sin la gracia, y á la
sociedad sin la providencia: sin la providencia y sin la gracia, la
sociedad y el hombre son para el género humano un arcano perpe-
tuo. La importancia de esta demostración y su trascendencia altísi-
ma se verá mas adelante, cuando bosquejando el triste y lamenta -




_ 74 —


ble cuadro de nuestros extravíos y de nuestros errores, se les vea
brotar todos de la negación del sobrenaturalismo católico, como de
su propia fuente. Entre tanto conviene á mi propósito dejar consig-
nado aquí que la acción sobrenatural y constante de Dios sobre la
sociedad y sobre el hombre es el anchísimo y seguro fundamento
en que se asienta todo el edificio de la doctrina católica; de tal ma-
nera, que, quitado ese fundamento, todo ese gran edificio en que
se mueven anchamente las generaciones humanas, viene abajo á
igualarse con la tierra.




CAPITULO VIL


QUE LA IGLESIA CATÓLICA H A T R I U N F A D O D E L A S O C I E D A D , A P E S A R DE LOS MISMOS O B S -


TÁCULOS, * POR LOS MISMOS MEDIOS S O B R E N A T U R A L E S JJUE DIERON L A VICTORIA S O B R É E L


MUNDO Á N U E S T R O S E Ñ O R J E S U C R I S T O .


LA Iglesia católica, considerada como institución religiosa, ha
ejercido la misma influencia en la sociedad, que el catolicismo,
considerado como doctrina, en el mundo; la misma que nuestro
Señor Jesucristo, en el hombre. Consiste esto en que nuestro Se-
ñor Jesucristo, su doctrina y su Iglesia no son en realidad sino
tres manifestaciones diferentes de una misma cosa; conviene á s a -
ber: de la acción divina obrando sobrenatural y simultáneamente
en el hombre y en todas sus potencias, en la sociedad y ea todas
sus instituciones. Nuestro Señor Jesucristo, el Catolicismo y la Igle-
sia católica son la misma palabra, la palabra de Dios resonando
perpetuamente en las alturas.


Esa palabra ha tenido que superar los mismos obstáculos, y ha
triunfado por los mismos medios en sus encarnaciones diferentes.




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Los profetas de Israel habían anunciado la venida del Señor ea la
plenitud de los tiempos, habían escrito su vida , habian lamentado
con tremendas lamentaciones sus tremendos infortunios, habian di-
cho sus dolores, habian descrito sus trabajos, habian contado una
por una las gotas que componían el mar de sus lágrimas, habian
visto sus congojas y vilipendios, habian levantado el acta de su pa-
sión y de su muerte; á pesar de esto el pueblo de Israel uo le cono-
ció cuando vino, y cumplió todas las profecías olvidado de sus pro-
fetas. La vida del Señor fué santísima ; su boca habia sido la única
boca humana que se habia atrevido á pronunciar en presencia de
los hombres estas palabras, insensatamente blasfemas ó inefable-
mente divinas : ¿Quién me argüirá de pecado? Y á pesar de esas
palabras que ningún hombre habia pronunciado antes, que no pro-
nunciará después ninguno, el mundo no le conoció, y le llenó de
ignominias. Su doctrina era maravillosa y verdadera; y lo era tan-
to , que iba como perfumándolo todo con su espernada suavidad, y
bañándolo todo con sus apacibles resplandores. Cada una de las pa-
labras que caían blandamente de sus sacratísimos labios era una
revelación portentosa, cada revelación una verdad sublime, cada
verdad una esperanza ó un consuelo. Y á pesar de todo, el pueblo
de Israel apartó la luz de sus ojos, y cerró su corazón á aquellas
portentosas consolaciones y á aquellas sublimes esperanzas. Qbró
milagros nunca vistas de los hombres ni oidos de las gentes, y á
pesar de esto se apartaron de él con horror , como si estuviera in -
ficionado de la lepra , ó como si llevara en la frente una maldición
estampada por la cólera divina, las gentes y los hombres. Hasta
uno de entre sus discípulos, á quien amó con amor , fué sordo al.
reclamo dulce de sus dulcísimos amores, y cayó en el abismo de
la traición desde la eminencia del apostolado.


La Iglesia de Jesucristo venia anunciada por grandes profetas,
y representada en símbolos ó figuras desde el principio de los tiem-
pos. Su mismo divino Fundador, al abrir sus zanjas inmortales, y
al modelar en un molde maravilloso sus divinas gerarquías, puso
ante los ojos de sus apóstoles su historia advenidera; allí anunció
sus grandes tribulaciones, sus persecuciones sin ejemplo; vio pa -




- 77 -


sar imopor uno y unos en pos de otros-, en sangrienta procesión,
sus confesores y sus mártires. Dijo cómo las potestades del mundo
y del infierno ajustarían contra ella, en odio á « l , paces horribles
y sacrilegas alianzas; y deque maneratriunfaria, por su gracia, de
todas las potestades del mundo y del infierno. Tendió por toda la
prolongación de los tiempos su vista soberana, y anunció el fin de
todas las cosas, y la inmortalidad de su Iglesia, trasformada en
aquella Jerusalen celestial, vestida de luz y de piedras resplande-
cientes, llena de gloria y empapada en perfumes de suavísima»
fragancias. A pesar de esto, el mundo, que 1^ vio siempre persea
guida y siempre triunfante, que ha podido contar y ha contado
por sus tribulaciones«ús victorias, la da perpetuamente nuevas vic-
torias con sus nuevas tribulaciones, cumpliendo así ciegamente la
grande profecía, al mismo tiempo que se olvida de lo profetizado y
del profeta-. La Iglesia es perfecta y santísima, así como su divino
fundador fué perfecto y santísimo. Ella también, y solo ella pronun-
cia en presencia del mundo aquella palabra nunca oida: ¿Quién me
argüirá de error? ¿Quién me argüirá de pecado? Y á pesar de esa
estraña palabra que ella sola pronuncia, el mundo ni la desmiente
ni la sigue sino'con sus vituperios. Su doctrina es maravillosa y
verdadera, porque es la enseñada por el gran maestro de tód«
verdad y el gran Hacedor de toda maravilla; y sin embargo éf
mundo cursa estudios en la cátedra del e r ror , y pone un oido aten-
to á la elocuencia vana de impúdicos sofistas y de oscuros histrio-
nes. Recibió de su divino fundador la potestad de hacer milagros,
y los hace, siendo ella misma un milagro perpetuo; y sin embargo,
el mundo ia llama vana superstición y vergonzosa , y es dada en
espectáculo á los hombres y á las gentes. Sus propios hijos > ama-
dos con tanto amor, ponen su mano sacrilega en ei rostro de su
tiernísima Madre, y abandonan el santo hogar que protegió su in-
fancia , y buscan en nueva familia y en nuevo hogar no sé qué tor-
pes delicias y qué impuros amores: y de esta manera va siguiendo
el anunciado camino de su dolorosa pasión no conocida del mundo
y desconocida de los heresiarcas.


Y lo que hay aquí de singular y de maravilloso es que, imitando




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perfectamente á nuestro Señor Jesucristo, no padece tribulaciones
á pesar de los prodigios que obra , de la vida que v ive , de las ver-
dades que enseña, y de los testimonios invencibles que acreditan
la divinidad de su encargo; sino que, a t reves , padece esas tribu-
laciones á causa de esos testimonios invencibles, de esas verdades
que enseña, de esa vida santísima que vive, y de esos milagros
que obra. Suprimid por un momento con la imaginación esa vida,
esas verdades, esos prodigios y esos invencibles testimonios, y ha -
bréis suprimido de ua solo golpe, y de una vez , todas sus tribula-
ciones , todas sus lágrimas, todos sus infortunios y todos sus des-
amparos.


En las verdades que proclama está el misterio de su tribulación;
en la fuerza sobrenatural que la asiste está el misterio de su victo-
ria; y esas dos cosas juntas esplican á la vez sus victorias y sus
tribulaciones.


La fuecza sobrenatural de la gracia se comunica perpetuamente
á los fieles por el ministerio de los sacerdotes y por el canal de los
sacramentos; y aquella fuerza sobrenatural, comunicada de esta
manera á los fieles, miembros de la sociedad civil al mismo tiempo
que de la iglesia, es la que ha abierto el profundísimo abismo que
hay, aun consideradas bajo el punto de vista político y social, entre
las sociedades antiguas y las sociedades católicas. Entre ellas, lodo
bien considerado, no hay otra diferencia sino la que resulta de es-
lar las unas compuestas de católicos y las otras de paganos \ de e s -
tar las unas compuestas de hombres movidos por sus instintos na-
turales , y las otras de hombres q u e , muertos mas ó menos comple-
tamente á su naturaleza propia, obedecen masó menos cumplida-
mente al impulso sobrenatural y divino de la gracia. Esto sirve pa-
ra espüear la distancia que hay entre las instituciones políticas y s o -
ciales de las sociedades antiguas, y las que han brotado como de
suyo y espontáneamente en las sociedades modernas; como quiera
que las instituciones son la espresion social de las ideas comunes,
las ideas comunes el resultado colectivo de las ideas individuales,
las ideas individuales la forma intelectual déla manera de ser y de
sentir del hombre; y que el hombre pagano y el hombre católico




— 79 —


dejaronde ser y de sentir de la misma manera, siendo el uno el
representante de la humanidad prevaricadora y desheredada, y el
otro el representante de la humanidad redimida. Las instituciones
antiguas y las modernas no son l a espresion de dos sociedades d i -
ferentes , sino porque son la espresion de dos diferentes humanida-
des; Por eso cuando las sociedades católicas prevarican y caen,
sucede que luego, al punto, el paganismo hace irrupción en ellas,
y que las ideas, las costumbres, las instituciones y las sociedades
mismas tornan á ser paganas.


Si hacéis abstracción por un momento de esta fuerza sobrena-
tural , invisible, con que el Catolicismo ha ido trasformando todo
lo que es visible y natural lenta y calladamente, por medio de una
operación misteriosa y secretísima, todo se oscurece á vuestro*
ojos; y lo natural y lo sobrenatural, lo visible y lo invisible, todo
es tinieblas. Todas vuestras esplicaciones se convierten en hipóte-
sis falsas, que nada esplican y que son ademas inesplicables.


No hay espectáculo mas triste de v e r , que el qoe presenta el
hombre de esclarecido ingenio, cuando acomete la empresa impo-
sible y absurda de esplicar las cosas visibles por las visibles, las
naturales por las naturales; lo cual, como quiera que todaslas co-
sas¡visibles y naturales, en cuanto naturales y visibles, son una
misma cosa ¿ viene á ser tan absurdo como esplicar un hecho pop
él mismo hecho, una cosa por la cosa misma. En-este gravísimo
error ha caído an hombre eminentísimo y de grandes excelencias,
cuyos escritos es imposible leer sin un respeto profundo, cayos dis-
cursos no se pueden oir sin grande admiración, y cuyas prendas
personales son superiores todavía á sus escritos, á sus discursos y
á sus talentos. Mr. Guizol saca ventaja á todos los escritores-con-
temporáneos en el arte de tender sobre las cuestiones masi intrin-
cadas una vista serena. Su mirada, generalmente hablando, és i m -
parcial y segura. En la espresion es limpio, e n e l estilo sobrio, en
los atavíos del lenguaje, severamente modesto; so elocuencia mis-
ma se sujeta á su razón : su elocuencia es a l ta , pero su razón altí-
sima. Por elevada que una cuestión es té , cuando Mr. Guizot sale
«le su reposo y va hacia ella, va siempre como del monte al valle,




- 8 0 —


nunca como del valle al monte. Cuando describe los fenómenos que
v e , no parece que los describe, sino que los crea. Si entra en cues-
tiones de partido, tiene una complacencia refinada en señalar á
cada uno la parte-de error y la parte de verdad que le correspon-
de ; y no parece que se la da porque le corresponde, sino que le
corresponde porque él se la señala. Por lo general, siempre que
discute, discute como si enseñara, y enseña como si estuviera na -
turalmente revestido, para enseñar, de un magisterio eminente.
Si por acaso habla de la religión, su lenguaje es solemne, ceremo-
nioso y austero; á serle esto posible, se ve bien que iria hasta los
términos de la reverencia. La parte que la concede en la obra de
la restauración social, es grande, como conviene á la persona que
la da y á la institacion que la recibe. Nadie sabrá decir si la consi-
dera como reina y señora de las otras instituciones; lo que puedo
afirmarse es que en todo caso es á sus ojos como una reina amnis-
tiada , que aun en el dia de su gloria conserva las señales de su pa-
sada servidumbre.


La calidad eminente de Mr. Guizot está en ver bien todo lo
que ve , y en ver todo lo visible, y en ver cada cosa de por sí y
separadamente. La parte flaca de su entendimiento está en no ver
de quéiBianera esas cosas visibles y separadas forman entre sí un
conjunto gerárquico y armonioso, animado por una fuerza invisi-
ble. Se echa de ver, más que en ninguna otra parte , así este
gran defecto como aquella calidad eminente, en el libró qué con-
consagró á hacer una descripción cumplida de la civilización
europea. Mr. Guizot ha visto todo lo que hay en esa civilización
tan compleja como fecunda; todo, menos la civilización misma.
El que busque los elementos múltiples y variados que la componen,
búsquelos en su libro, que allí están; el que busque la poderosa
unidad que la constituye, e l principio de vida que circula libre-
mente por los robustos miembros de ese cuerpo social sano y r o -
busto, que busque todas esas cosas en otra par te , porque en su
libro no se encuentran.


Mr. Guizot ha visto bien todos los elementos visibles de la ci-
vilización , y todo lo que en ellos hay de visible; y aquellos que no




— SI —
contienen en sí cosa que no caiga debajo de la jurisdicción de los
sentidos, han sido examinados por él cumplidamente. Habia uno,
empero, visible é invisible á un tiempo mismo. Ese elemento era
la Iglesia. La Iglesia obraba sobre la sociedad de una manera
análoga á la de los otros elementos políticos y sociales, y ademas
de una manera exclusivamente propia. Considerada como una ins­
titución nacida del tiempo y localizada en el espacio, su influencia
era visible y limitada, como la de las otras instituciones localizadas
en el espacio , hijas del tiempo. Considerada como una institución
divina, tenia en sí una inmensa fuerza sobrenatural, la cual , no
sujetándose ni á las leyes del tiempo ni á las del espacio, obraba
sobre todo, y en todas partes á la vez, callada, secretísima y s o ­
brenaturalmente. Hasta tal punto es esto verdad, que en la crí­
tica conftision de todos los elementos sociales la Iglesia dio algo á
todos los demás de exclusivamente suyo, mientras que ella solo
impenetrable á la confusión, conservó siempre su identidad abso­
luta. Al ponerse en contacto con ella la sociedad romana, sin d e ­
jar de ser romana como antes, fué algo que antes no habia sido:
fué católica. Los pueblos germánicos, sin dejar de ser germánicos
como antes, fueron algo que antes no habian sido : fueron católi­
cos. Las intituciones políticas y sociales, sin perder la naturaleza
que les era propia, tomaron una naturaleza que les era extraña :
la naturaleza católica. Y el Catolicismo no era una vana forma,
porque no dio á ninguna institución forma ninguna: era por el
contrario algo de íntimo y de esencial, y por eso las dio á todas
algo de profundo y de íntimo. El Catolicismo dejaba las formas
y mudaba las esencias. Y al mismo tiempo que dejaba en pié to­
das las formas y mudaba croas las esencias, conservaba íntegra
su esencia y recibía de la sociedad todas las formas. La Iglesia fué
feudal, como el feudalismo fué católico. Pero la Iglesia no rec i ­
bía el equivalente de lo que daba, como quiera que recibía algo
qué era puramente esterior y que habia de pasar como un acci­
dente , mientras que daba algo de interior y de íntimo que habia
de permanecer como una esencia.


Resulta de aquí, que en el acerbo común de la civilización
Т О Л Ю I V . 6




— 82 —


europea q u e , como todas las otras civilizaciones y mas que las
otras civilizaciones, es unidad y variedad á un tiempo mismo,
todos los otros elementos combinados y juntos la dieron lo que
tiene de varia, mientras que la Iglesia por sí sola la dio lo que
tiene de una; y dándola lo que tiene de una , la dio lo que tiene
de esencial, la dio aquello de donde se toma lo que hay de mas
esencial en una institución; que es su nombre. La civilización eu-
ropea no se llamó germánica, ni romana, ni absolutista , ni feu-
dal : se llamó y se llama la civilización católica.


El Catolicismo no es pues solamente, como Mr. Guizot supo-
ne , uno de los varios elementos que entraron en la composición
de aquella civilización admirable; es mas que eso, aun mucho
mas que eso , es esa civilización misma. ¡ Cosa singular! Mr. Gui-
zot ve todo lo que ocupa un instante en el tiempo y un lugar cir-
cunscripto en él espacio, y no ve aquello que desborda los es-
pacios y los tiempos; ve lo que está aquí y lo que está allí y lo
que está mas allá, y no ve lo que está en todas partes. En un cuerpo
organizado y viviente no ve la vida que está en los miembros, y
ve los miembros que le componen.


Haced por un momento abstracción de la virtud divina, de
la fuerza sobrenatural que está en la Iglesia, considerada como
una institución humana que se dilata y extiende por medios pu-
ramente humanos y naturales; y Mr. Guizot tiene razón contra
vosotros. La influencia de su doctrina no puede salvar los límites
naturales que la asigna con su razón soberana. La dificultad, em-
pero , quedará en pie, porque es un hecho evidente que los ha
salvado. Entre la historia que dice quecos ha salvado, y la razón
que enseña que no los pudo salvar, By una contradicción evi-
dente; contradicción que es necesario resolver en una fórmula
superior y en una conciliación suprema, que ponga de acuerdo
los hechos con los principios y la razón con la historia. Esa fór-
mula ha de estar fuera de la historia y fuera de la razón, fuera
de lo natural y fuera de lo visible; y está en lo que hay de invi-
sible , de sobrenatural, de divino en la santa Iglesia católica. Ese
algo divino, sobrenatural é impalpable es lo que la ha sujetado el




— 83 —


mundo, lo que ha derribado á sus pies los obstáculos mas inven-
cibles , lo que la ha avasallado las inteligencias rebeldes y los cora-
zones soberbios, lo que la ha levantado sobre las vicisitudes hu-
manas, lo que ha asegurado su imperio sobre las tribus de /as
gentes.


Ninguno que no tenga en cuenta su virtud sobrenatural y d i -
vina, comprenderá jamás su influencia, ni sus victorias, ni sus
tribulaciones; así como ninguno que no la comprenda, comprenderá
jamás lo que hay de íntimo, de esencial y de profundo en la c i -
vilización europea.






LIBRO SEGUNDO.


P R O B L E M A S V SOLUCIONES R E L A T I V O S A L O R D E N G E N E R A L .


CAPÍTULO PRIMERO.


DEL LIBRE A L B E D R I O D E L N O M B R E .


FUERA de la acción de Dios, no hay mas que la acción del hom-
b r e ; fuera de la Providencia divina, no hay mas que la libertad
humana. La combinación de esta libertad con aquella Providencia
constituye la trama variada y rica de Ja historia.


El libre albedrío del hombre es la obra maestra de la creación,
y el mas portentoso, si fuera lícito hablar asi , de los portentos
divinos. A él se ordenan todas las cosas invariablemente, de taí
manera, que la creación seria inexplicable sin el hombre, y el
hombre seria inexplicable no siendo libre. Su libertad es á un
tiempo mismo su explicación y la explicación de todas las cosas.
¿Quién explicará, empero, esa libertad altísima, inviolable, san-
ta (4), tan santa, tan altísima y tan inviolable, que el mismo que


(I) Santa , considerada en sí m i s m a ; es dec ir , como d o n , como facultad.




— 86 —


se la dio no se la puede quitar (1), y con la cual puede resistir
y vencer al mismo que se la dio, con una resistencia invencible
y con una tremenda victoria? ¿Quién explicará de qué manera,
con esa victoria del hombre sobre Dios, queda Dios vencedor y
el hombre queda vencido, y esto siendo la victoria del hombre
una verdadera victoria, y el vencimiento de Dios un vencimiento
verdadero? ¿Qué victoria es esa, seguida necesariamente de la
muerte del vencedor ? Y ¿qué vencimiento es aquel que va á pa-
rar á la glorificación del vencido? ¿Qué significa el paraiso, ga-
lardón de mi vencimiento, y el infierno, pena de mi victoria? Si
en mi vencimiento está mi galardón, ¿por qué desecho natural-
mente lo que me salva? Y si mi condenación está en mi victoria,
¿ por qué apetezco naturalmente aquello mismo que me condena?


Cuestiones son estas que ocuparon todos los entendimientos en
los siglos de los grandes doctores, y que miran hoy con desden
los petulantes sofistas que no tienen fuerza para levantar del suelo
las formidables armas que esgrimieron fácil y humildemente
aquellos doctores santos en las edades católicas. Hoy dia parece
inexcusable locura tantear humildemente y ayudados con su gra-
cia los altos designios de Dios en sus profundos misterios; como
si el hombre pudiera saber alguna cosa sin entender algo de esos
misterios profundos y de esos altos designios. Todas las grandes
cuestiones sobre Dios parecen hoy estériles y ociosas; como si,
siendo Dios inteligencia y verdad, fuera posible ocuparse de Dios
sin ganar en verdad y en inteligencia.


Viniendo á la tremenda cuestión qué es asunto de este capítulo,
y que procuraré encerrar en los límites mas estrechos, diré que
la noción que.se tiene generalmente del libre albedrío es de todo
punto falsa. Et libre albedrío no consiste, como generalmente se
c ree , en la facultad de escoger el bien y el mal , que le solicitan
con dos contrarias solicitaciones. 8i el libre albedrío consistiera en
esa facultad, habían de seguirse de ello forzosamente las siguientes
consecuencias, una relativa al hombre y otra relativa á Dios, que
son evidentemente absurdas. La relativa al hombre consiste en que


(1) Sin destruir la misma esencia del hombre.




sería menos libre cuanto fuera mas perfecto, como quiera que no
puede crecer en perfección sin sujetarse al imperio de lo que le
solicita al bien, y no puede sujetarse al imperio del bien sin sus-
traerse al imperio del mal , sustrayéndose del uno en el mismo
grado en que se sujeta al otro; lo cual , alterando mas ó menos,
según el grado de su perfección , el equilibrio entre esas dos solici-
taciones contrarias, viene á disminuir sji libertad, es decir , su
facultad de escoger, en el mismo grado en que se altera ese equi-
librio. Consistiendo la suma perfección en el aniquilamiento d e
una de esas dos contrarias solicitaciones, y suponiendo la libertad
perfecta la facultad entera de escoger entre esas solicitaciones con-
trarias , es claro que entre la perfección y la libertad del hombre
hay contradicción patente, incompatibilidad absoluta. Lo absurdo
de esta consecuencia está en q u e , siendo el hombre libre y de -
biendo ser perfecto, no puede conservar su libertad sino renun-
ciando á su perfección, ni puede ser perfecto sin renunciar á ser
libre.


La consecuencia relativa á Dios consiste en q u e , no habiendo
en Dios solicitaciones contrarias, carece de todo punto de<libertad,
si la libertad consiste en la facultad entera de escoger entre contra-
rias solicitaciones. Para que Dios fuera libre, era necesario que p u -
diera escoger entre el bien y el mal , entre la santidad y el pecado.
Entre la naturaleza de Dios y la de la libertad así definida hay pues
contradicion radical, incompatibilidad absoluta. Y como quiera
que sea absurdo suponer, por una par te , que Dios no puede ser
libre siendo Dios, y que no puede ser Dios siendo l ibre; y por
otra, que el hombre no puede alcanzar su perfección sin renunciar
á su libertad, ni ser libre sin renunciar á ser perfecto, sigúese de
aquí que la noción de la libertad que vamos explicando es de todo
punto falsa, contradictoria y absurda.


El error que voy combatiendo consiste, en suponer que la liber-
tad está en la facultad de escoger, cuando no está sino en la facul-
tad de querer , la cual supone la facultad de entender. Todo ser do-
tado de entendimiento y de voluntad es libre; y su libertad no es
una cosa distinta de su voluntad y de su entendimiento; es su mis-




iiio entendimiento y su misma voluntad juntos en uno. Guando se
afirma de un ser que tiene entendimiento y voluntad, y dé otro que
es libre, se afirma de ambos una misma cosa, expresada de dos
maneras diferentes.


Si la libertad consiste en la facultad de entender y de querer,
la lihertad perfecta consistirá en entender y querer perfectamente;
y como solo Dios entiende, y quiere con toda perfección, se sigue
de aquí , por una ilación forzosa, que solo Dios es perfectamente
libre.


Si la libertad está en entender y en querer , el hombre es libre,
porque está dotado de voluntad y de inteligencia; pero no es" per-
fectamente l ibre, como quiera que no está dotado de un entendi-
miento infinito y perfecto^y de una voluntad perfecta é infinita.


La imperfección de su entendimiento está, por una parte , en
que no entiende cuanto hay que entender; y por otra, en que está
sujeto al error. La imperfección de su voluntad está, por una par-
le , en que no quiere, cuanto se debe querer, y por otra, en que
puede ser solicitada y vencida por el mal. De donde se sigue que
la imperfección de su libertad consiste en la facultad que tiene de
seguir el mal y de abrazar el e r ror ; es decir, que la imperfección
de la libertad humana consiste cabalmente en aquella facultad de
escoger , en que consiste, según la opinión vulgar, su perfección
absoluta.


Cuando el hombre salió de las manos de Dios, entendía el bien;
y porque le entendía, le quería; y poique le quería, le ejecutaba;
y ejecutando el bien que quería con su voluntad y que entendía con
su entendimiento, era libre. Que este es el significado cristiano de
la libertad, se ve claro por las siguientes palabras evangélicas:
Cognoscetis veritatem , et ventas liberabit vos (Joann., 8, 32). En-
tre su libertad y la de Dios no habia, pues, otra diferencia, sino
la que hay entre una cosa que puede menoscabarse y perderse, y
otra que ni puede perderse ni padecer menoscabo; entre una cosa
que por su naturaleza es limitada, y otra que por su naturaleza es
infinita.


Cuando la mujer puso á la voz del ángel caido un oído atento




— 89 -


y curioso, luego al punto su entendimiento comenzó á oscurecerse,
su voluntad á enflaquecer: apartada de Dios, que era su apoyo,
padeció un súbito desfallecimiento. En aquel instante mismo su li-
bertad , que no era una cosa diferente de su voluntad y de su en-
tendimiento , quedó enferma. Cuando pasó de la culpable contem-
plación al acto culpable, su entendimiento padeció una grande os-
curidad , su voluntad un profundo desmayo; la mujer arrastró al
hombre desfallecido, y la libertad humana cayó en tristísima fla-
queza.


Confundiendo la noción de la libertad con la de una indepen-
dencia soberana, preguntan algunos por qué se dice que el hombre
fué esclav» cuando cayó bajo la jurisdicción del demonio, al mismo
tiempo que se afirma que era libre cuando estaba puesto absoluta-
mente en la mano de Dios. A lo cual se responde que no se puede
afirmar del hombre que es esclavo, solo porque no se pertenece á
sí propio, en cuyo caso seria esclavo siempre, como quiera que no se
pertenece nunca á sí mismo de una manera independiente y sobe-
rana. Afírmase de él que es esclavo, solamente Cuando cae en m a -
nos de un usurpador, como se afirma de él que es libre cuando no
obedece sino á su legítimo dueño. No hay otra esclavitud sino
aquella en que cae el que se sujeta á un tirano, ni mas tirano que
el que ejerce una potestad usurpada, ni otra libertad sino la que
consiste en la obediencia voluntaria á las potestades legítimas.
Otros no alcanzan á comprender de qué manera la gracia, por la
cual fuimos puestos en libertad (l) y rescatados ,se aviene -con esa
misma libertad y rescate, pareciéndoles que en esg operación mis-
teriosa Dios solo obra, y el hombre padece; en lo cual van de todo


(1) Es decir, la gracia por la cual fuimos libertados de la servidumbre restau-
rando el libre albedrío. Advertimos esto para que no se lome la espresion del autor
en el sentido estricto y violento que seria necesario para atribuirle la opinión de
que antes de la redención se hallaba estinguido en nosotros de todo punto el libre
albedrío; proposición errónea y m u y distante, como y a otra v e z hemos observado,
del modo de pensar eminentemente católico del autor, bien claramente manifestado
en muchos pasages de esta obra, donde se dice que la libertad humana , por el p e -
cado enfermó, enflaqueció, cayó en el mas deplorable estado de fragilidad, y otras
frases semejantes; pero de ningún modo que quedó muerta y estinguida.




— 90 —


punto errados, como quiera que en este gran misterio concurren
Dios y el hombre, obrando el primero y cooperando el segundo. Y
aun por esta razón no suele dar Dios, por punto general, sino la
gracia que es suficiente para mover la voluntad con blandura. Te-
meroso de oprimirla, se contenta con llamarla hacia sí con suavísi-
mos reclamos. El hombre, por su parte, cuando acude al reclamo
de la gracia, acude con incomparable suavidad y complacencia;
y cuando la voluntad suavísima del hombre que se complace en el
llamamiento, se junta en uno con la voluntad suavísima de Dios,
que llamándole se complace y que complaciéndose le l lama, en-
tonces sucede que de-suficiente que era la gracia, se torna en efi-
caz por el concurso dé estas dos suavísimas voluntades^


Por lo que hace á aquellos que no conciben1 la libertad sino en
la ausencia de toda solicitación que mueva á la voluntad del hom-
bre, solo diré que caen sin advertirlo en uno de estos dos grandes
absurdos: en el que supone que puede moverse sin ninguna espe-
cie de motivo un ser razonable, ó en el que consiste en suponer
que un ser que no" es razonable puede ser libre.


Si lo dicho anteriormente es cierto, la facultad de escoger otor-
gada al hombre, lejos de ser la condición necesaria, es el peligro
dé la libertad, puesto que en ella está la posibilidad de apartarse
del bien y decaer en el error; de renunciar á la obediencia debida á
Dios, y de caer en manos del tirano. Todos los esfuerzos del hombre
deben dirigirse i dejar en ocio esa facultad, ayudado de la gracia,
hasta perderla del todo, si esto fuera posible, con el perpetuo desu-
so. Solo el que lg pierde entiende el bien, quiere el bien y le ejecu-
ta; y solo el que esto hace es perfectamente libre, y solo el que es
libre es perfecto, y solo el que es perfecto es dichoso; por eso n in -
gún dichoso la t iene: ni Dios, ni sus santos, ni los coros de sus á n -
geles.




CAPÍTULO lf.


*fi D A R E S P U E S T A Á A L t í U N A S OBJECIONES R E L A T I V A S A E S T E D O G M A .


Si. la facultad de escoger no constituye la perfección sin el peligro
del libre albedrio del hombre; sí en aquella facultad tuvo princi-
pio su prevaricación y origen su caída, y si en ella está el secreto
del pecado, de la condenación y de la muerte , ¿cómo se compa-
dece con la infinita bondad del Dios infinito ese funestísimo don
que viene henchido de desventuras y preñado de catástrofes ? ¿ Có-
mo llamaré á la mano que me lo dá, misericordiosa ó airada? Si es
una manó airada, ¿por qué me dio la vida? ¿Por qué me la acom-
pañó con carga tan grave, si es misericordiosa? ¿La llamaré justa,
ó solo fuerte? Si es justa, ¿qué habia hecho yo antes de ser, para
ser asunto de sus rigores? Y si es solo fuerte, ¿qué hace que no me
pisa y no me quiebra? Si pequé por el uso del don que recibí, ¿quién
es el autor de mi pecado? Si llego á condenarme por el pecado á




- 92 —


que me incliné por.la inclinación que me fué dada , ¿quién es el
autor de mi condenación y de mi infierno? ¡Ser misterioso y t re -
mendo á quien no sé si bendecir ó detestar! ¿caeré derribado á tus
pies como tu siervo Job, y te enviaré hasta rendirte, acompañán-
dolas con mis acervos sollozos, mis encendidas plegarias; ó pondré
monte sobre monte, Pelion sobre Osa, volviendo á emprender con-
tra t i la guerra de los Titanes? Esfinge misteriosa! ni sé cómo apla-
carte, ni sé cómo vencerte; no sé si echar por el camino.de tus
enemigos, ó por el camino de tus siervos. Ni sé aun cómo te lla-
mas. Si , como dicen, eres omnisciente, dime , por lo menos, en
cuál de tus libros sellados tienes escrito mi nombre, para saber
cómo he de llamarte; porque tus nombres son tan contradictorios
como tú mismo. Los que se salvan, te llaman Dios; los que se con-
denan, tirano.


Así habla, vueltos los ojos encendidos hacia Dios, el genio del
orgullo y de las blasfemias. Por una demencia inconcebible y por
una aberración inexplicable, el hombre, hechura de Dios, cita ante
su tribunal al mismo Dios que le dá el tribunal en que se asienta, la
razón con que le ha de juzgar y hasta la voz con que le llama. Y
las blasfemias llaman á otras blasfemias, como el abismo á otro
abismo; la blasfemia que le emplaza, va á parar á la blasfemia que
le condena, ó á la blasfemia que le absuelve. Absuélvale ó condé-
ne le , el hombre que en vez de adorarle le juzga, es blasfemo.
¡Desdichados los soberbios que le emplazan, y bienaventurados
los humildes que le adoran! porque él vendrá á los unos y á los
otros: á los unos, como emplazado, en el dia del emplazamiento;
á los otros, como adorado, en el dia de las adoraciones; á ningu-
no,que le llame, dejará nunca de responder: á los unos , empero,
responderá con sus iras, á los otros con sus misericordias.


Y no se diga que con esta doctrina se va á parar á un absur-
do, como quiera que se va á parar á la negación de toda compe-
tencia por parte de la razón humana para entender en las cosas de
Dios, y por aquí á la condenación implícita de los teólogos y de
los santos doctores, y hasta de la misma Iglesia, que de ellas t ra -
taron y entendieron largamente en las edades pasadas. Lo que por




— 93 —


esta doctrina se condena, es la competencia de la razón no alum-
brada de la fé para entender en las cosas que son materia de la r e -
velación y de la fé, por ser sobrenaturales. Cuando la razón en-
tiende en aquellas cosas sin aquella ayuda, trata de Dios y con
Dios en calidad de juez supremo que no consiente ni alzada ni r e -
curso contra sus fallos inapelables: en esta suposición, ahora sea
condenatorio, ahora absolutorio, su fallo es una blasfemia; y lo es,
no tanto por lo que en él se afirma ó se niega de Dios, como por lo
que la razón humana arfima de sí en él implícitamente; como quiera
que, así en la condenación como en la absolución, afirma siempre
de sí una misma cosa: su propia independencia y su propia sobe-
ranía. Cuando la Iglesia santísima afirma ó niega alguna cosa de
Dios, no hace otra cosa sino afirmar ó negar de Dios -lo que á Dios
mismo le oye. Cuando los teólogos eminentes y los doctores santos
entran con su razón en el abismo oscuro de las divinas excelen-
cias, no entran nunca en él sin un secretísimo terror, y sin que la
fé les vaya abriendo camino. No se proponen sorprender en Dios
secretos y maravillas ignoradas de la fé, sino solo juntar la lumbre
de la razón con su lumbre, para ver por otro lado las mismas m a -
ravillas y secretos; no van á ver en Dios cosas nuevas, sino á ver
en él las mismas cosas de dos maneras diferentes; y éstas dos dife-
rentes maneras de conocerle vienen á ser dos maneras diferentes
de adorarle.


Porque es de saber que no hay misterio ninguno, entre los que
nos enseña la fé y la Iglesia nos propone, que no reurta en s í , por
una admirable disposición de Dios, dos calidades que suelen andar
reñidas: la oscuridad y la evidencia. Los misterios católicos vie-
nen á ser á manera de cuerpos á un tiempo mismo luminosos y
opacos, y que de tal manera lo son, que sus sombras no pueden
ser esclarecidas nunca por su luz, ni su luz oscurecida por sus
sombras, siendo perpetuamente oscuros y perpetuamente lumino-
sos. Al mismo tiempo que derraman su luz por la creación, guar-
dan para sí sus sombras; loesclarecén'todo, y no pueden ser por
nada esclarecidos. Todo lo penetran, j son impenetrables. Parece
cosa absurda concederlos, y es mayor absurdo, negarlos: para el




- a-i -


que los concede, no hay otra oscuridad sino la suya; para el que
ios niega, el dia se le vuelve noche, y para sus ojos privados de
luz, la oscuridad está en todas partes. Y sin embargo, los hom-
bres ¡tan grande es su ceguedad! prefieren negarlos á conceder-
los; la luz les es cosa intolerable, si por ventura les viene de una
región sombría; y en el despecho de su gigantesco orgullo con-
denan sos ojos á eterna oscuridad, teniendo por desventura mayor
las sombras que se concentran en un- solo misterio, que las que se
dilatan por todos los horizontes.


Sin salir de los altísimos misterios que son asunto de este capí-
tulo, será cosa fácil de demostrar cuanto venimos afirmando. ¿Ig-
noráis el por qué de ese don tremendo de escoger entre el bien y el
m a l , entre ta- santidad y el pecado, entre la vida y la muerte?
Pues negadla por un solo momento, y en ese momento mismo ha-
céis imposible de todo punto la creación angélica y la creación
humana. Si en esa facultad de escoger está la imperfección de la
libertad, quitada esa facultad, la libertad es perfecta; y la libertad
perfecta es «I resultado de la perfección simultánea de la voluntad
y del entendimieato. Esa perfección simultánea está en Dios: si la
ponéis también en la criatura, Dios y la criatura son una misma
cosa; todo es Dios, ó nada es Dios; de esta manera vais á dar al
panteísmo, ó a l ateísmo que son una misma cosa, expresada de dos
maneras diferentes. La imperfección es una cosa tan natural á la
criatura, y la perfección es una cosa tan natural á Dios, que no
podéis negar ni la una ni la otra sin una implicación en los térmi-
nos , sin una contradicción sustancial, sin un absurdo evidente.
Afirmar de Dios que es imperfecto, es afirmar que no existe; afir-
mar que la criatura es perfecta, es «firmar que no existe la cr ia-
tura : de dónde resulta que si el misterio es superior, su negación
es contraria á la razón humana; dejando el ano por la otra, ha-
béis dejado lo oseare por lo imposible.


Así como todo es falso, contrad¡torio y absurdo en la negación
racionalista, todo es sencillo y natural y lógico en la afirmación ca-
tólica. El Catolicismo afirma de Dios que es absolutamente perfec-
to; y de los seres creados, que son perfectos con una perfección r e -




— 95 —


latí va, é imperfectos coa una imperfección absoluta; y son perfectas
é imperfectos por tan excelente manera, que su imperfección a b -
soluta, por la cual se separan infinitamente de Dios, constituye su
perfección relativa, con la cual cumplen perfectamente sus dife-
rentes encargos, y forman todos juntos la perfecta armonía del uni-
verso. La perfección absoluta de Dios está, bajo nuestro punto de
vista, en ser soberanamente libre, es decir, en entender perfecta-
mente el bien, y en querer el bien que entiende, con una voluntad
perfecta. La imperfección absoluta de todos los otros seres inteli-
gentes y libres está en no entender y en no querer el bien, de tal
manera, que no puedan entender el mal y querer el mal que en-
tiende su entendimiento. Su perfección relativa está en esa misma
imperfección absoluta, á la cual se debe, por una par te , que sean
diferentes de Dios por naturaleza; y por otra, que pueden juntarse
con Dios, que es su fin, por un esfuerzo de su propia voluntad,
ayudada de la gracia.


Estando los seres inteligentes y libres ordenados en jerarquías,
de tal manera son imperfectos, que lo son jerárquicamente. Se pa-
recen entre s í , en que son imperfectos todos ; se distinguen entre
s í , en que lo son en diferentes grados, ya que no de diferente ma-
nera. El ángel no se diferencia del hombre sino en que la imper-
fección común á los dos es mayor en eL hombre y menor en el á n -
gel , como convenia al diferente puesto que ocupan en la inmensa
escala de los seres. Salieron de la mano de Dios el uno y el otro
con la facultad de entender y de querer el mal , y con la de ejecu-
tar el mal que entendían : en esto está su semejanza. Empero en
la naturaleza angélica esta imperfección duró un momento, mien-
tras que en la humana dura siempre : en esto está so diferencia.
Hubo para el ángel un momento pavoroso, solemnísimo., en que
le fué dada escoger entre el bien y el mal ; en aquel instante t r e -
mendo las falanjes angélicas se dividieron entre s í : de ellas unas
se inclinaron ante el acatamiento divino, otras se alzaron en tu -
multo y se declararon rebeldes. A esta resolución suprema é ins-
tantánea siguió un fallo instantáneo y supremo : los ángeles rebel-
des fueron condenados, y los leales fueron confirmados en gracia-




• — 96 —


El hombre, mas flaco de entendimiento y de voluntad que el
ángel , porque no era como é l , un espíritu puro, recibió una l i-
bertad mas flaca y mas imperfecta, y su imperfección habia de
durar en él tanto como su vida. Aquí es donde resplandece con su
infinito resplandor la inenarrable belleza de los designios divinos.
Dios v io antes de todo principio cuan bellas y convenientes eran
las jerarquías, y estableció las jerarquías entre los seres inteligen-
tes y libres. Vio , por otro lado , eternamente cuan conveniente y
bella era en el Criador cierta manera de igualdad para con todas
sus criaturas; y fué tal el soberano artificio , que juntó en uno la
belleza de la igualdad con la belleza de la jerarquía. Para que la
jerarquía pudiera existir, hizo desiguales sus dones; y para que la
ley de la igualdad se cumpliera , exigió mas al que dio mas , y me-
nos al que dio menos; de tal manera, que el mas aventajado en
los dones fuera mas estrechado en las cuentas, y el menos estre-
chado en las cuentas menos aventajado en los dones. Porque la na-
tiva excelencia del ángel fué mayor, su caida fué sin esperanza y
sin remedio, su castigo instantáneo, su condenación eterna; por-
que la nativa excelencia del hombre fué menor, no cayó sino
para ser levantado, no prevaricó sino para ser redimido. El fallo
que le alcanza no será, inapelable, ni su condenación irredimible,
sino en aquel instante conocido solo de Dios, en que la prevarica-
ción angélica y la humana pesen con un peso igual en la balanza
divina, llegando á ser la una por la repetición, lo que la otra por la
grandeza. De esta manera el hombre no podrá decir á Dios: ¿por-
qué me hiciste hombre y no ángel? ni el ángel: ¿por qué no me
hiciste hombre?


Señor, ¿quién no se espanta con el espectáculo de tu justicia?
¿Qué grandeza hay igual á la grandeza de tu misericordia? ¿Qué
balanza hay tan en su fiel como la que tú tienes en la mano? ¿Qué
vara hay tan derecha como la vara con que mides? ¿Qué matemá-
tico conoce como tú los números y sus misteriosas armonías? ¡Cuan
bien hechos están todos los prodigios que hiciste! ¡Cuan bien asen-
tadas las cosas que asentaste, y cuan armónicamente bellas des-
pués de bien asentadas! Abre, Señor, mi entendimiento para que




_ ft7 —


entienda algo de lo que te propones en tus eternos designios , algo
de lo que eternamente entiendes, y algo de lo que eternamente eje-
cutas ; porque.¿qué sabe quien no te sabe á tí? Y quien á tí te sabe
¿qué ignora?


Si el hombre no puede decir áDios—por qué no me hiciste ánge!,
ni porqué no me hiciste perfecto,—¿no podrá decirle ajo menos :—
Señor, no me valiera mas no haber nacido? ¿Por qué me hiciste lo
que soy? Si tú me hubieras consultado, no hubiera recibido la vida
con la facultad de perderla: el infierno me aterra mas que lanada.—


El hombre no sabe de por sí sino blasfemar .-cuando pregunta,
blasfema, si el mismo Dios que le ha de dar la respuesta no le e n -
seña la pregunta; cuando pide algo, blasfema, si no le enseña lo
que ha de pedir y como lo ha de pedir, el mismo Dios que le ha de
otorgar su demanda. El hombre no supo ni lo que habia de pedir ni
como habia de pedirlo, hasta qiíe el mismo Dios, venido al mundo
y hecho hombre, le enseñó el Padre nuestro para que lo tomase,
como un niño, de memoria.


¿Qué quiere decir el hombre cuando dice:—¿No me valiera mas
no haber nacido?—'¿Existía por ventura antes de existir? ¿Y qué
significa.su pregunta si antes de existir no existía? El hombre pue-
de formarse "alguna idea de,todo lo que escede su razón; por eso se
forma alguna idea de todos los misterios: solo de lo que no existe
no puede formarse idea ninguna; por eso no se forma idea ninguna
de ta nada. El que se suicida no quiere dejar deser; quiere dejar de
padecer, siendo de otra manera. El hombre, pues , no espresa
idea ninguna cuando dice:—¿Porqué soy?—(l) Solo puede espresar
una idea preguntando:—¿Por qué soy lo que soy?—Esta pregunta se
resuelve en esta otra:—¿Por qué soy con la facultad de perderme?—
la cual es absurda por cualquier lado que se la mire. En efecto, si
toda criatura en el hecho mismo de serlo es imperfecta, y si la
facultad de perderse constituye la imperfección especial délos hom-
bres , el que esa pregunta hace, viene á preguntar por qué el
hombre es una criatura, ó lo que es lo mismo, por qué la criatura


(I) Pues es lo mismo que decir:— ¿nó hubiera sido mejor que y o no fuese? —
frase que en rigor no quiere di?eir nada. •


TOMO I V . ?




— 98 —


no es el Criador; por qué el hombre no es el Dios que crió al hom-
bre. Quod absurdum.


Y si no es esto lo que se quiere decir; si lo que únicamente
se dice con esa pregunta es—por qué no me salvas á pesar de mi
facultad de perderme—el absurdo está más claro todavía; porque
¿qué significa la facultad de perderse, dada al que no ha de per-
derse nunca? Si el hombre hubiera de salvarse de todas maneras,
¿cual seria el objeto final de la vida en el tiempo? ¿Por qué no co-
mienza y se perpetúa en el paraíso ? La razón no puede concebir
que la salvación sea á un tiempo mismo necesaria y futura, como
quiera que lo futuro no vá sino'con lo contingente, y que por su
naturaleza misma es presente lo que por su naturaleza misma es
necesario. ' '.


Si el hombre debió pasar sin transición á la eternidad , de la
nada, y vivir desde el momento que vivió vida gloriosa, queda
suprimido el tiempo y el espacio y la creación entera hecha para
el hombre, que es su rey. Si su reino no habia de ser de este mun-
do, ¿Para qué este mundo? S\ no habia de ser temporal, ¿para qué
él tiempo ? Si no habia de ser local, ¿para que el espacio ? -Y sin el
tiempo y el espacio ¿para qué las cosas creadas en el espacio y en
el tiempo ? Por donde se ve que , en la suposición que vamos ad-
mitiendo , el absurdo que consiste en la contradicción que hay en-
tre la necesidad de salvarse y la facultad de perderse, va á parar
al absurdo que consiste en suprimir de un golpe el tiempo y et e s -
pacio ; el cual lleva consigo el que consiste en la supresión lógica-
de todas las cosas creadas, con el hombre, para el hombre y á
causa.del hombre. El hombre no puede poner una idea humana
en lugar de otra divina, sin que luego al punto el edificio entero
de la creación venga abajo, sepultándose á sí mismo en sus g i -
gantescos escombros. .


Mirando esta cuestión por otro lado, puede afirmarse que al
pedir el hombre el derecho absoluto de salvarse sin perder la fa-
cultad de perderse, pide, si cabe , un absurdo mayor que cuando
puso pleito á Dios porque le dio la facultad de perderse; como
quiera que si en este último litigio pleiteaba por ser Dios, en aquel




— 09 —


pleitea por tener los privilegios de la divinidad siendo hombre.
Por último, si se considera atentamente este .gravísimo nego-


cio , se verá claro que no pudo convenir á las divinas excelencias
salvar al ángel ni al hombre sin anterior merecimiento. Todo en
Dios es razonable : su justicia como sú bondad y su bondad, como
su misericordia; como quiera que si es infinitamente jus toé infi-
nitamente bueno é infinitamente misericordioso, es razonable tam-
bién infinitamente. De donde se sigue que no es posible atribuir
áDios , sin blasfemia , ni una bondad, ni una misericordia, ni una
justicia, que no tenga sus fundamentos en la soberana razón, la
cual solamente hace que la bondad sea verdadera bondad, y la mi-
sericordia verdadera misericordia, y la justicia justicia verdadera.
La bondad que no es razonable, es flaqueza; la misericordia que
no es razonable, es debilidad; la justicia que no es razonable, es
venganza : y Dios es bueno, misericordioso y justo; no es débil, ni
vengativo ni flaco. Esto supuesto, ¿qué es Jo que se intenta cuando
se le pide en nombre de su infinita bondad la salvación anterior,á
todo merecimiento? ¿Quién no ve aquí que lo que se le pide es
una sinrazón, puesto que lo que se le pide es una acción sin su
motivo y un efecto sin su causa? ] Contradicción singular! El hom-
bre pide á Dios en nombré de su infinita bondad aquello mismo
que condena diariamente en el hombre en nombre de sü razón l i -
mitada: y llama en el cielo obra misericordiosa y justa aquello
mismo que llama diariamente en la tierra capricho de mujer n e r -
viosa ó extravagancia de tiranos.


Por lo que hace al infierno, su existencia es de todo punto n e -
cesaria , para que sea posible aquel perfecto equilibrio que Dios
ha puesto en todas las cosas, porque está de una manera sustan-
cial en sus divinas perfecciones. El infierno, considerado como
pena, está cdh la gloria, considerada como galardón, en un per-
fecto equilibrio; solo la facultad de perderse puede formar en el
hombre un equilibrio con la facultad de salvarse; y para que la
justicia y la misericordia de Dios fueran igualmente infinitas, era
necesario que existieran simultáneamente como término de la p r i -
mera el infierno, como término de la segunda la gloria. La gloria




— 100 — .


supone el infierno, y de tal manera le supone, que sin él ni pue-
de ser explicada.ni concebida. Estas dos cosas se suponen entre
s í , como la consecuencia supone su principio, y como el princi-
pio supone su consecuencia; y así como el que afirma la consecuen-
cia que está en su principio y el principio que contiene su conse-
cuencia , no afirma en realidad dos cosas diferentes, sino una cosa
misma, de la misma manera el que afirma el infierno que va su-
puesto en la gloría, y la gloria que supone el infierno , no afirma
en realidad dos cosas diferentes, sino una misma cosa. Hay, pues,
necesidad lógica de admitir esas dos afirmaciones, ó de negarlas
ambas con una negación 'absoluta; antes empero de negarlas,
conviene saber lo que negándolas se niega. En el hombreólo que
con negarlas se niega, es la facultad de salvarse y la facultad de
perderse; en Dios, lo que con negarlas se niega, es su infinita
justicia y su infinita misericordia. A estas negaciones , por decirlo
así , personales, se añade otra negación rea l : la negación de la
virtud y del pecado, del bien y del mal , del galardón y del
castigo; y como con estas negaciones se niegan todas las leyes
del mundo moral, la negación del infierno lleva envuelta lógica-
mente en sí la negación del mundo moral y de todas sus leyes. Y
no se diga que el hombre podia salvarse sin ir á la gloria, y per -
derse sin,ir al infierno: porque todo lo que no sea ir á la gloria ó
al infierno , ni es pena ni es galardón ; no es perderse ni salvarse.
La justicia y la misericordia de Dios, ó no son , ó son de una ma-
nera infinita; siendo infinitas, se han de terminar por una parteen
el infierno, y por otra parte en la gloria; ó han de ser vanas , que
es otra manera de ser como si no fueran.


Ahora bien: si esta laboriosa demostración da por resultado,
por una parle, que la facultad de salvarse supone necesariamente
la facultad de perderse; y por o t ra , que la gloria sdpone necesa-
riamente el infierno; se sigue de aquí que el que blasfema contra
Dios porque ha hecho el infierno, blasfema contra Dios porque
ha hecho la gloria; y que el que pide estar exento de la facul-
tad de perderse , viene á pedir estar exento de la facultad de sal-
varse.




CAPÍTULO m .


W A N I Q l i E l S M O . - i - M A N J Q l J E I S M O DROUDHOMIAJSO.


CUALQUIERA que sea la explicación que pueda darse del libre a l -
bedrío del hombre, no cabe duda sino que este será siempre uno
de nuestros mas grandes y pavorosos misterios: en todo caso, es
fuerza confesar que la facultad dejada al hombre de sacar el mal
del bien, el desórden#del orden, y de turbar , siquiera sea a c -
cidentalmente, las grandes armonías puestas por Dios en todas las
cosas creada§, es una facultad tremenda; y considerada en sí sin»
relación á lo que la limita y la contiene, hasta cierto punto in-
concebible. El libre albedrío dejado al hombre es un don tan alto,
tan trascendental, que mas bien parece por parte de Dios una
abdicación, que una gracia : ved sino sus efectos.


Tended los ojos por toda la prolongación de tos tiempos, y
veréis cuan turbias y cenagosas vienen las aguas de ese rio en




— 102 —


que la humanidad va navegando: allí viene haciendo cabeza de
motin Adán el rebelde, y luego Cairi el fratricida, y tras él mu-
chedumbres de gentes sin Dios y sin l ey , blasfemas, concubina-
r ías , incestuosas, adúlteras; los pocos magnificadores de Dios y
de su gloria olvidan al,cabo su gloria y sus magnificencias, y to -
dos juntos tumultúan y bajan en tumulto, en el ancho buque que
no tiene capitán, las turbias corrientes del gran r io , con espan-
toso y airado clamoreo, como de tripulación sublevada. Y no sa-
ben ni adonde van, ni de dónde vienen , "ni cómo se llama el bu-
que que los lleva ni el viento que los empuja. Si de vez en cuan-
do se levanta una voz lúgubremente profética, diciendo:—¡Ay de
los navegantes ! | Ay del buque!—ni se para el buque ni la escu-
chan los navegantes, y los huracanes arrecian, y el buque co-
mienza á crugir, y siguen las danzas lúbricas y espléndidos fes-
t ines, las carcajadas frenéticas y el insensato clamoreo; hasta que
en un momento solemnísimo todo cesa á la vez, los festines e x -
pléndidos, las carcajadas frenéticas, las danzas lúbricas, el cla-
moreo insensato, el crugir del buque y el bramar de los huraca-
nes. Las aguas están sobre todo, y el silencio sobre las aguas, y
la ira de Dios sobredas aguas silenciosas. • "


Dios vuelve á obrar , y ía nueva obra divina vuelve á ser
deshecha por la libertad humana. Un hijo es nacido á Noé, que
pone á la vergüenza á su padre; el padre maldice al hijo, y con
él á toda su generación, que será maldita hasta la plenitud de
los tiempos. Después del diluvio vuelve á comenzar la historia
antidiluviana; los hijos de Dios vuelven á combatir con los hijos
de los hombres; aquí se levanta la ciudad*divina , y enfrente la*
ciudad del mutído; en una se rinde culto á la libertad, y en otra
á la Providencia; y la libertad y la Providencia , Dios y el hom-
bre , vuelven á reñir aquel gigantesco combale cuyas grandes vi-
cisitudes son el asunto perpetuo de la historia. Los parciales de
Dios van en todas partes de vencida; hasta el nombre de Dios,
incomunicable y santo, cae en un olvido profundo, y los hom-
bres , en el frenesí de su victoria, se juntan con intento de le-
vantarse una vivienda tan alta que vivan sobre las nubes. El fuego




— t03 —


del cielo baja sobre la arrogante vivienda, y Dios confunde en su
ira las lenguas de las gentes; las gentes se dispersan por todos
los ámbitos del mundo, y crecen y se multiplican, y llenan todas
las zonas y todas las regiones. Aquí se levantan grandes y popu-
losas ciudades, allí se sientan llenos de soberbia y de pompa agi-
gantados imperios; hordas embrutecidas y feroces vagan con in-
solente ociosidad por bosques inmensos ó por desiertos incomen-


suiahles. Y el mundo arde en discordias, y está como ensorde-
cido con los grandes clamores de la guerra. Los imperios caen
sobre los imperios, las ciudades sobre las.ciudades, las naciones
sobre las naciones, las razas sobre las razas, las gentes sobre las
gentes; la tierra es toda universales infortunios y universales in-
cendios. La abominación de la desolación está en el mundo. Y el
Dios fuerte ¿ dónde está ? ¿ Qué hace, que así abandona el campo
á la libertad humana, reina y señora de la tierra? ¿Por qué con-
siente esa universal rebelión y ese tumulto universal, y esos ído-
los que se levantan, y esos grandes estragos, y esos acumulados
escombros?


Un dia llamó á un varón justo, y le dijo:—Yo te haré padre
de una posteridad tan numerosa como las arenas de la mar y las
estrellas del cielo; de tu dichosísima raza nacerá un dia el Salva-
dor de las gentes; Yo mismo la gobernaré con mi providencia,
y para que no caiga diré :á mis ángeles que la lleven en las pal-
mas de sus manos. Yo seré para ella todo prodigios, y ella ates-
tiguará ante las gentes # mi omnipotencia: — Y sus obras fueron
conformes á sus palabras. Siendo esclavo su pueblo, le suscitó
libertadores; no teniendo ni patria ni hogar, le sacó milagrosa-
mente de Egipto, y le dio un hogar y una patria. Padeció hambre,
y le dio hartura; padeció sed , y obedientes á su voz brotaron
aguas las rocas; saliéronle al encuentro grandes muchedumbres
de enemigos, y la ira de Dios desvió como un nublado esas gran-
des muchedumbres. Suspendió sus arpas dolientes de los sauces
babilónicos, y les volvió á rescatar de su triste cautiverio , y vot-
ivo á ver con sus ojos á Jermaleu Ja santa, Ja predestinada, te


hermosa. Le dio jueces incorruptibles que le gobernaron en paz




— 104 —


y just ic ia , reyes temerosos de Dios, con renombre de prudentes,
gloriosos y sabios; le deputó por embajadores profetas que le des-
cubriesen sus altos designios, y le mostrasen como presentes las
cosas futuras (4). Y ese pueblo carnal y duro puso en olvido sus
milagros , desechó sus avisos, abandonó su templo, prorumpió en
blasfemias, cayó en idolatría, ultrajó su nombre incomunicable,
descabezó á sus profetas santísimos, y ardió en discordias y r e -
beliones-.


Cumpliéronse entre tanto las semanas proféticas de Daniel, y
vino el que habia de venir enviado por el Padre para la reden-
ción del mundo y para consuelo de las gentes; y viéndole tan
pobre , tan manso y tan humilde , despreció su humildad, ul-
trajó su pobreza, y escarneció su mansedumbre, y se escan-
dalizó, y le vistió vestidura de escarnio; y agitado secretamen-
te por las furias infernales , le hizo apurar hasta las heces el
cáliz de la ignominia en la cruz, después de haber apurado el
cáliz de la infamia en el Pretorio.


Crucificado por los judíos, llamó á los gentiles y los gen-
tiles vinieron; pero después de venidos, como antes de que v i -
nieran, siguió el mundo por el camino de su perdición y como
asentado en sombras de muerte. Su santísima Iglesia heredó de
su <livino fundador y maestro el privilegio de la persecución y
de los ultrajes, y fué ultrajada y perseguida por pueblos, r e -
yes y emperadores. De su propio seno brotaron aquellas gran-
des herejías que rodearon su cuna , á manera de monstruos dis-
puestos á devorarla. En vano cayeron derribados á los pies del
Hércules divino; la tremenda batalla entre el Hércules divino y
el humano, entre Dios y el hombre, vuelve á comenzar; igual
es la furia, varios los sucesos; el teatro de la batalla es tan gran-


(1) Sin duda que á no haber sido por el temor de rebnjar la fuerza y h e r m o s u -
ra de esta sueinta y elocuente historia del reinado de la Providencia y del de la li~
berlad humana , el autor no habría dejado de advertir que tampoco la Providencia
abandonó á oíros pueblos , pues les dio suficientes auxil ios para q u e , conveniente -
mente ayudados por la cooperación del hombre , hubiesen producido el saludable
fruto de su común salvación, como puede creerse haber sucedido á algunos indi-
viduos .




—. 105 —


de , que en los continentes se extiende de mar á mar , y en el
mar de continente á continente, y en el mundo de un polo al
otro polo. Las huestes vencedoras en Europa son vencidas en el
Asia; los que sucumben en el África, triunfan en América. No hay
hombre ninguno que, sabiéndolo ó ignorándolo, no sea combatiente
en este recio combate; ninguno que no tenga una parte activa en la
responsabilidad del vencimiento ó de la victoria. Lo mismo com-
bate el forzado en su cadena, que el rey en su trono; lo mismo
el pobre que el r ico , el sano que el doliente, el sabio que el ne-
cio , el cautivo que el l ibre, el viejo que el mozo, el civilizado
que el salvaje. Toda palabra que se pronuncia, ó está inspirada
por Dios, ó inspirada por el mundo, y proclama forzosamente
de una manera implícita ó explícita, pero siempre clara, la glo-
ria del uno ó el triunfo del otro. Tin esta singular milicia todos
combatimos por alistamiento forzoso; aquí no tiene lugar ni el
sistema de los sustitutos ni el de los alistamientos voluntarios. En
ella no se conoce ni la excepción de sexo ni la de la edad; aquí
no se escucha al que dice: Soy hijo de viuda pobre; ni á la ma-
dre del paralítico, ni á la mujer del estropeado. De esta milicia
son soldados todos los nacidos.


Y no me digas que no quieres combatir; porque en, el in s -
tante mismo en que me lo dices, estás combatiendo; ni que i g -
noras á qué lado inclinarte, porque en el momento mismo en
que eso dices, rya te inclinaste á un lado; ni me-afirmes que
quieres ser neutral, porque cuando piensas serlo, ya no lo eres;
ni me asegures que permanecerás indiferente, porque me bur -
laré de t í , como quiera que al pronunciar esa palabra ya tomas-
te tu partido. No te canses en buscar asilo seguro contra los
azares de la guerra, porque te cansas vanamente; esa guerra se
dilata tanto como el espacio, y se prolonga tanto como el t iem-
po. Solo en la eternidad, patria de los justos, puedes encontrar
descanso; porque solo allí no»hay combate: no presumas, em-
pero, que se abran para tí las puertas de la eternidad, sino mues-
tras antes las cicatrices que llevas: aquellas puertas no se abren
sino para los que combatieron aquí los combates del Señor g lo -




— 1 0 6 . —


liosamente, y para los que van, como el Señor, crucificados.
Al poner los ojos en el espectáculo que nos presenta la his-


toria, el hombre no alumbrado con lumbre de fé va á parar for-
zosamente á uno de estos dos maniqueismos : al antiguo, que
consiste en afirmar que hay un principio del bien y otro princi-
pio del m a l ; que esos dos principios están encarnados en dos
dioses, entre los cuales no hay mas ley que la guerra: ó el proud-
honiano, que consiste en afirmar que Dios es el mal, que el hom-
bre es el bien, que el poder humano y el divino son dos pode-
res rivales, y que el único deber del hombre es vencer á Dios
enemigo del hombre.


Del espectáculo de la perpetua ( 1 ) batalla á que está condenado
el mundo ,' se derivan naturalmente estos dos sistemas maniqueos,
de los cuales el uno guarda mas conformidad con las antiguas tra-
diciones, y el otro un parentesco mayor con las modernas doctr i-
nas : y fuerza es confesar que, á considerar el hecho notorio de ese
gigantesco combate, en sí mismo, y haciendo abstracción de* la
maravillosa armonía queíorman vistas en su conjunto las cosas hu-
manas y las divinas, las visibles y las invisibles, las creadas y las
increadas, ese hecho queda suficientemente explicado por cual-
quiera de esos dos sistemas.


La dificultad no está en explicar un hecho cualquiera, conside-
rado en sí mismo. No hay hecho ninguno que de esa manera con-
siderado no pueda explicarse suficientemente bien por cien hipótesis
diferentes. La dificultad consiste en llenar la condición metafísica
de toda explicación, según la cual , para que la explicación de un
hecho notorio sea valedera, es menester que con ella no sean
inexplicables y no queden inexplicados otros hechos notorios y
evidentes.


Por cualquier sistema maniqueo se explica lo que por su natu-
raleza supone un dualismo, y una batalla le supone; pero se deja
sin explicación lo que es uno por sft naturaleza; y la razón , aun


(t) A l calificar depirpétw esta batalla, se v e que el autor no ha querido en
«lanera alguna debilitar la objeción m a n i q u e a , sino que al contrario ha querido
presentarla en toda su fuerzi para salirle al encuentro.




— 107


sin estar alumbrada por la fé, es poderosa para demostrar que ó no
existe Dios, ó que si existe es uno. Por cualquier sistema maniqueo
se explica la batalla; pero por ninguno se explica la victoria defi-
nitiva ; como quiera que la victoria definitiva del mal sobre el bien
ó del bien sobre el mal supone la supresión definitiva del uno ó del
otro, y no puede ser suprimido definitivamente lo que existe con
una existencia sustancial y necesaria. En esta suposición, por via
de consecuencia se saca que hay algo de inexplicable en la batalla
misma que parecia explicada suficientemente, como quiera que
toda batalla es inexplicable donde toda victoria definitiva es im-
posible.


Si de lo que hay de generalmente absurdo en toda explicación
maniquea, pasamos á lo que hay de especialmente absurdo en la
explicación proudhóniana, se verá claro que al absurdo general de
todo maniqueismo se añaden aquí todos los absurdos particulares
posibles, y que aun hay cosas en esa explicación indignas de la
majestad de lo absurdo. En efecto, cuando el ciudadano Proudhon
llama bien al mal y mal al bien , no dice una cosa absurda; lo a b -
surdo pide mayor ingenio; dice una bufonada. Lo absurdo no está
endecirla; está en decirla sin objeto ninguno. Desde el momento
en que se afirma que el bien y el mal coexisten en el hombre y en
Dios, local y sustancialmente, la enestion que consiste en averiguar
dónde está el mal y dónde el bien, es una cuestión ociosa. El hom-
bre llamará á Dios el ma l , y se llamará el bien á sí propio; y Dios
se llamará á sí propio el bien, y llamará el mal al hombre. El mal y
el bien estarán en todas partes y en ninguna parte. La única cues,
tion entonces consiste en averiguar por quién quedará la victoria.
Si el bien y el mal son, en esa suposición, cosas indiferentes, no h a -
bia para qué caer en la ridicula puerilidad de contradecir el senti-
miento común del género humano. El absurdo que le es peculiar al
ciudadano Proudhon , consiste en que su dualismo es un dualismo
de tres miembros, que constituye una unidad absoluta; por donde
se ve que su absurdo, mas bien que un absurdo religioso, es un
absurdo matemático. Dios es el ma l , el hombre es el b ien: véase
ahí el dualismo maniqueo; pero en el hombre , que es el bien, hay




— 103 —


una potencia esencialmente instintiva, y otra potencia esencial-
mente lógica : por la primera es DÍQS , por la segunda es hombre:
de donde se sigue que las dos unidades se descomponen en tres, y
eso sin dejar de ser dos ; porque fuera del hombre y de Dios no
hay bien sustancial ni mal sustancial, no hay combatientes, no
hay nada. Veamos ahora cómo las dos unidades, que son tres un i -
dades, se convierten en una sola unidad , sin dejar de ser dos uni-
dades y tres unidades. La unidad está en Dios; porque, ademas
de ser Dios por la potencia instintiva que está en el hombre, es
hotnhre. La unidad está en el hombre; porque siendo hombre por
su potencia lógica, es Dios por su potencia instintiva: de donde se
sigue que el hombre es hombre y Dios á un mismo tiempo. Resulla
de todo", que el dualismo, sin dejar de ser dualismo, es trinidad;
que la trinidad. sin dejar de ser trinidad , es dualismo; que el dua-
lismo y la trinidad, sin dejar do ser lo que son, son unidad; y que
la unidad, que es unidad sin dejar de ser trinidad, y dualismo sin
dejar de ser trinidad, está en dos partes.


Si el ciudadano Proudhon afirmara de sí lo que no- afirma, que
es enviado; y si demostrara después lo que no podia demostrar,
que su misión es divina; todavía Ja teoría que acabo de exponer
debería ser rechazada por absurda é imposible. La union personal
del mal y del bien, considerados comió existiendo sustancialmente,
es imposible y absurda, porque envuelve una contradicción evi-
dente. En la variedad personal y en la unidad sustancial que cons-
tituyen el Dios trino y uno del cristiano, así como en la unidad per-
sonal y en la variedad sustancial que constituyen al Hijo hecho
hombre según el dogma católico, hay una oscuridad profiundísima;
no h a y , empero,. imposibilidad lógica, como quiera que no hay
contradicción en los términos. Si hay mucho de oscuro, no hay n a -
da de esencialmente contradictorio á los ojos de la sazón, en afir-
mar de tres personas que tienen por fundamento una misma s u s -
tancia ; así como no hay nada de contradictorio, aunque sí mucho
de oscuro á los ojos de nuestro entendimiento, en afirmar que tres
diferentes sustancias están sostenidas por una misma persona. En lo
que hay imposibilidad radical , porque hay absurdo evidente y




—• 1 0 9 —


contradicción palpable, es en afirmar, después de haber afirmado
la existencia sustancial del mal y del b ien , que el mal y el bien
susíanciaímente existentes están sostenidos por una misma perso-
na. ¡ Cosa digna de admiración! El hombre no puede huir de la os -
curidad católica, sin condenarse á sí propio á palpar una oscuridad
mas densa; ni puede huir de aquello que abruma á su razón , sin
caer en aquello que la niega, porque la contradice.


Y no se crea que el mundo sigue las pisadas del racionalismo
á pesar de sus absurdas contradicciones y de sus densas oscurida-
des ; las sigue á causa de esas oscuridades densas y de esas con-
tradicciones absurdas. La razón sigue al error á donde quiera que
v a , como una madre tiernísima sigue, adonde quiera que va,
aunque sea al abismo mas profundo , al fruto amado de su amor,
al hijo de sus entrañas. El error la. dará muerte; ¿mas qué im-
porta , si es madre y muere á manos del hijo ?






CAPÍTULO IV.


DE CÓMO SE S A L V A POR EL CATOLICISMO E l , D O G M A D E L A P R O V I D E N C I A Y EL DE LA L I -


B E R T A D , SIN C A E R EN LA TEORÍA DE L A R I V A L I D A D E N T R E B I O S Y EL H O M B R E .


EN ninguna otra cosa resplandece tanto la incomparable belle-
za de las soluciones católicas como en su universalidad, ese atri-
buto incomunicable de las soluciones divinas. No bien es aceptada
una solución católica, cuando luego al punto todos los objetos an -
tes oscuros y tenebrosos se esclarecen, la noche se torna día y el
orden sale del caos. No hay ninguna de ellas en que no esté ese
soberano atributo y aquella secreta vir tud, de donde procede la
grande maravilla del universal esclarecimiento. En esos piélagos
de luz no hay mas que un punto opaco, aquel en donde está la
solución* misma que penetra con su luz esos piélagos profundos.
Consiste esto en que , no siendo el hombre Dios, no puede es-
tar en posesión de aquel atributo divino por el cual el Señor de
todo lo criado ve todo lo que crió con una luz inefable. El hombre




- 112 —


está condenado á recibir de las sombras ia explicación de la luz,
y de la luz la explicación de las sombras". Para él no hay cosa
evidente que no proceda de un impenetrable misterio. Entre la
cosas misteriosas y las evidentes hay, sin embargo , la notable di-
ferencia de que el hombre puede oscurecer las evidentes, pero no
puede esclarecer las misteriosas. Cuando, para entrar en posesión
de esa luz inefable que está en Dios y que no está en é l , des-
echa por oscuras las soluciones divinas, da consigo en el labe-
rinto intrincado y tenebroso de las soluciones humanas. Entonces
sucede lo que acabamos de demostrar; que su solución es part i-
cular; como particular incompleta, y como incompleta falsa. Con-
siderada á primera vista , parece que resuelve algo; considerada
mejor, se ve que no alcanza á resolver nada de lo que parece que
resuelve; y la razón, que comienza por aceptarla como plausible,
concluye por desecharla por ineficaz, contradictoria y absurda. Es-
to último quedó completamente demostrado en el capítulo ante-
rior: por lo que hace á la cuestión que venimos discutiendo, des-
pués de haber demostrado la ineficacia evidente de la solución h u -
mana , solo nos falta demostrar la eficacia suprema y altísima
conveniencia de la solución católica.


Dios , que es el bien absoluto, es el supremo hacedor de todo
bien; y todo lo que hace es bueno, siendo imposible á un tiem-
po mismo que Dios ponga en la criatura lo que no tiene, y que
ponga todo lo que tiene, en la criatura. Dos cosas son de todo punto
imposibles, conviene á saber : que ponga el mal que no tiene en
alguna cosa, y que ponga en alguna cosa el bien absoluto : am-
bas imposibilidades son evidentes, como quiera que% es imposible
concebir que alguno dé lo que no tiene, y que el Criador quede ab T
sorbido en la criatura. No pudiéndo comunicar su bondad absoluta j
que sería comunicarse á sí propio , ni el mal, que seria comunicar
lo que no tiene, comunica el bien relativo, con lo cual comunica
todo lo que puede comunicar, algo d é l o que está en él y que-
no es é l , poniendo entre sí y la criatura aquella semejanza que
atestigua la procedencia, y aquella diferencia que atestigua la dis-
tancia. De esta manera toda criatura va diciendo, solo con mos-




— 113 —


l iarse, quién es su Criador, y que ella no es mas que su criatura.
Siendo Dios el criador de lodo lo criado, todo lo criado es bueno


con una bondad relativa. El hombre es bueno en cuanto hombre, el
angelen cuanto ángel, y el árbol en cuanto árbol. Hasta el príncipe
que relampaguea en el abismo, y el abismo en donde relampaguea,
soncosas buenas y excelentes. El príncipe del abismo es bueno en sí,
porque por serlo no ha dejado de ser ángel , y Dios es el criador
de la naturaleza angélica , excelente sobre todas las cosas criadas;
el abismo es bueno en sí, porque se ordena á un fin que es bueno
soberanamente. •


Y sin embargo de ser buenas y excelentes todas las esencias
criadas, el Catolicismo afirma que el mal está en el mundo, y que
son grandes y. portentosos sus estragos. La cuestión consiste en
averiguar, por una parte, qué cosa es el mal ; por otra, en dón-
de tiene su origen; y últimamente, de qué manera concurre con
su propia disonancia á la universal armonía.


El mal tiene su origen en el uso que hizo el hombre de la fa-
cultad de escoger, ( 1 ) la cual, como digimos, constituye la imper-
fección de la libertad humana. La facultad de escoger estuvo e n -
cerrada en ciertos límites impuestos por la naturaleza misma de las
cosas. Siendo todas buenas, esa facultad no pudo consistir en e s -
coger entre las cosas buenas, que existían necesariamente, y las
malas, que no existían de manera ninguna; consistió solo en unirse
al bien ó en apartarse del bien, en afirmarle con su unión ó en
cegarle con su apartamiento. El entendimiento humano se apartó
del entendimiento divino, lo cual fué apartarse de la verdad; apar -
tado de la verdad, dejó de conocerla. La voluntad humana se apar-
tó de la voluntad divina, lo cual fué apartarse»del bien; apartada
del bien, dejó de quererle; habiendo dejado de quererle , dejó de
ejecutarle; y como, por otra parte, no pudo dejar de poner en ejer-


(1) Es decir: el mal comenzó cuando el hombre escogió después d e haberse co -
locado en punió de negar la verdad , ó sea en la v ia del m a l ; mientras que si el
hombre no se hubiera apartado de la verdad, su facultad de escoger no habría p r o -
ducido sino el bien. No obstante que la frase del autor va aquí conforme con su ra-
zonamiento , habría sido quizás mas clara para el común de los lectores , si en v e z
de la palabra uso, hubiese empleado la de abuso.


T O M O iv. 8




cicio sus facultades íntimas é inamisibles, que consistían en enten-
der, en querer y en obrar, siguió entendiendo, queriendo y obran-
do; si bien lo que entendía apartado de Dios no era la verdad, que
solo está en Dios; ni lo que quería era el bien, que solo está en
Dios; ni lo que obró pudo ser el bien, que ni entendia ni quería, y
que no siendo ni querido por su entendimiento ni aceptado de su
voluntad, no pudo ser el término de sus acciones. El término de su
entendimiento fué entonces el error, que es la negación de la ve r -
dad ; el término de su voluntad fué el mal, que es la negación del
bien; y el término de sus acciones el .pecado, que es la negación
simultánea de la verdad y del bien, manifestaciones diversas de
una misma cosa considerada bajo dos puntos de vista diferentes.
Negándose por el pecado todo lo que Dios afirma con su entendi-
miento , que es la verdad, y todo lo que afirma con su voluutad,
que es el b ien; no habiendo en Dios mas afirmaciones que la del
bien que está en su voluntad, y la de la verdad que está en su en-
tendimiento; y no siendo Dios sino esas" mismas afirmaciones sus-
lancialmente consideradas, se sigue de aquí que el pecado, que nie-
ga todo lo que Dios afirma, niega virtualmente á Dios en todas sus
afirmaciones; y que negándole, y no haciendo otra cosa sino n e -
garle , es la negación por excelencia, la negación universal, la
negación absoluta.


Esa negación no afectó ni pudo afectar las esencias de las co-
sas, que existen independientemente de la voluntad humana, y que
después como antes de la prevaricación, fueron no solo buenas en
sí, sino también perfectas y excelentes. Empero si el pecado no las
quitó su excelencia, las quitó aquella soberana armonía que puso
en ellas su divino Hacedor, que es aquella trabazón delicada y
aquel orden perfecto con que estaban juntas unas con otras y todas
con él, cuando las sacó del caos después de haberlas sacado de la
nada por un efecto de su bondad infinita. Según aquel orden per -
fecto y aquella trabazón admirable, todas las cosas se movían de-
rechamente hacia Dios con un movimiento irresistible y ordenado.
El ángel, espíritu puro abrasado de amor, gravitaba hacia Dios,
centro de todos los espíritus, con una gravitación amorosa y vehe-




— 115 —


mente. El hombre, menos perfecto pero no menos amoroso, s e -
guia con su gravitación el movimiento de la gravitación angélica,
para confundirse, con el ángel en el seno de Dios, centro de las
gravitaciones angélicas y humanas. La materia misma, agitada por
un secreto movimiento de ascensión, (1) seguía la gravitación dé
los espíritus hacia aquel supremo Hacedor que traia á sí sin esfuer-
zo todas las cosas. Y así como todas estas cosas, consideradas en
sí, son las manifestaciones exteriores del bien esencial que está en
Dios, esta manera de ser es la manifestación exterior de su ma-
nera de ser, como su exencia misma, perfecta y excelente. Las
cosas fueron hechas de tal modo, que tuvieran una perfección mu-
dable, y otra necesaria é inamisible: su perfección inamisible y ne -
cesaria fué aquel bien esencial que puso Dios en toda criatura; su
perfección mudable fué aquella manera de ser con que Dios quiso
que fueran cuando las sacó de la nada. Dios quiso que fueran siem-
pre lo que son; no quiso, empero, que fueran necesariamente de
la misma manera; sustrajo las esencias á toda jurisdicción que na
fuera la suya ; puso por un tiempo el orden en que están, bajo la
jurisdicción de aquellos seres que formó inteligentes y libres. De
donde se sigue que el mal, producido por el libre albedrío angé-
lico ó el libre albedrío humano, no pudo ser* y no fué otra cosa
sino la negación del orden que puso Dios en todas las cosas cria-
das ; cuya negación va envuelta en la palabra misma que la sig-
nifica, con lo cual se afirma lo mismo que se niega: esa negación
se llama desorden. El desorden es la negación del orden, es de-
cir, de la afirmación divina, relativa ala manera de ser de todas las
cosas. Y así como el orden consiste en la unión de las cosas que
Dios quiso que estuvieran unidas, y en la separación de aquellas
que quiso que anduvieran separadas; de la misma manera el des-
orden consiste en unir las cosas que Dios quiso que anduvieran
separadas, y en separar aquellas que quiso Dios que estuvieran
unidas.


(1) No se entienda que el autor ha querido con esta frase reconocer en la m a t e -
ria una fuerza propia é intrínseca; pues bien claramente se deduce lo contrario de
¡as palabras con que termina este mismo periodo, en que dice que era Dios que trata
a sí sin esfumo todas las cosas.




El desorden causado por la rebelión angélica consistió en el
apartamiento, por parte del ángel rebelde, de su Dios, que era su
centro, por medio de un cambio en su manera de ser, que consis-
tió en convertir su .movimiento de gravitación hacia su Dios en un
movimiento de rotación sobre sí mismo.


El desorden causado por la prevaricación del hombre fué pare -
cido al causado por la rebelión del ángel, no siendo posible ser
rebelde y prevaricador de dos maneras esencialmente diferentes.
Habiendo dejado él hombre de gravitar hacia su Dios con su e n -
tendimiento , con su voluntad y con sus obras , se constituyó en
centro de sí propio, y fué el último fin de sus obras, de su volun-
tad y de su entendimiento.


El trastorno causado por esta prevaricación fué grande y pro-
fundísimo. Cuando el hombre se hubo apartado de su Dios, luego
al punto todas sus potencias se apartaron unas de otras, constitu-
yéndose á sí mismas en otros tantos centros divergentes. Su en-
tendimiento perdió su imperio sobre su voluntad; su voluntad per-
dió su imperio sobre sus acciones; la carne salió de la obediencia
en que habia estado del espíritu; y el espíritu, que habia estado
sujeto á Dios, cayó en la servidumbre de la carne ( 1 ) . Todo habia
sido antes en el hombre concordancias y armonías; todo fué des-
pueséné l guerra , tumulto, contradicciones, disonancias. Su na-
turaleza se convirtió de soberanamente armónica en profundamente
antitética.


Este desorden causado en él por él mismo, se trasmitió por él
al universo y á la manera de ser de todas las cosas; todas le esta-
ban sujetas, y todas se le rebelaron. Cuando dejó de ser esclavo do
Dios, dejó de ser príncipe de la tierra; lo cual no nos causará ma-
ravilla, si consideramos que los títulos de su monarquía terrenal
estaban fundados en su divina servidumbre. Los animales á quie-
nes él mismo, en señal de su dominación, habia puesto sus nom-
bres , dejaron dé obedecer á su voz y de entender su palabra y de
seguir su mandamiento. La tierra se le llenó de abrojos , el cielo


(1) Ténganse presentes las advertencias hechas anteriormente en las pági-
nas 40 y 9 1 .




— 117 —


se le volvió de metal, las flores se le rodearon de espinas. La na-
turaleza entera estuvo como poseída contra él de una furia insen-
sata; los mares, al verle venir , volcaron estrepitosamente sus on-
das , y sus abismos resonaron con pavorosos estruendos ; las mon -
tañas para atajarle el paso levantaron hasta los cielos sus cumbres;
por sus campos pasaron los torrentes, y sobre sus frágiles tiendas
vinieron los huracanes; los reptiles escupieron en él sus venenos,
las yerbas le destilaron sus ponzoñas; en cada paso temió una ce-
lada, y en cada celada la muerte.


Una vez aceptada la explicación católica del mal , se esplica
naturalmente todo aquello que sin ella y fuera de ella parecia y
era en efecto inexplicable. No existiendo el mal de una manera sus-
tancial , sino antes bien negativa, no puede servir de materia á
una creación, con lo cual cae naturalmente la dificultad que na -
cía de la coexistencia de dos creaciones diferentes y simultáneas.
Esta dificultad iba en aumento, al paso que se iba adelantando por
este escabroso camino, como quiera que el dualismo de la crea-
ción suponia forzosamente otro dualismo mas repugnante todavía á
la razón humana : el dualismo esencial en la Divinidad , que ha de
ser concebida como una esencia simplicísima, ó no puede ser conce-
bida de manera ninguna. Juntamente con ese dualismo divino viene
por tierra la idea de una rivalidad á un tiempo mismo imposible y ne-
cesaria : necesaria , porque dos dioses que se contradicen , y dos
esencias que se repugnan, están condenadas por la naturaleza mis-
ma de las cosas á una lucha perpetua; imposible , porque siendo
la victoria definitiva el objeto final de toda contienda (consistiendo
aquí la-victoria definitiva en la supresión del mal por el b ien , ó
del bien por el mal), y no pudiendo ser suprimido ni el uno ni el
otro, porque lo que existe de una manera esencial, existe nece-
sariamente; de la imposibilidad de la supresión se seguía la impo-
sibilidad deja victoria , y de la imposibilidad de la victoria, objeto


. final de la contienda , la imposibilidad radical de la contienda mis -
ma. Con la contradicción divina á que vá á parar forzosamente
todo sistema maniqueo , desaparece la contradicción humana , en
que se cae cuando se supone la coexistencia sustancial del bien y




— 118 —


del mal en el hombre. Esa contradicción es absurda * y como a b -
surda inconcebible. Afirmar del hombre que es á un tiempo mismo
esencialmente bueno y esencialmente malo, es tanto como afirmar
una de estas dos cosas: ó que el hombre es un compuesto de dos
esencias centrarías, juntando aquí lo que se ve obligado á separar
en la Divinidad el sistema maniqueo; ó que la esencia del hombre
es una; y que siendo una, es mala y buena á un tiempo mismo: lo
cual es afirmar todo lo que se niega y negar todo lo que se afirma
de 'una misma cosa.


En el sistema católico él mal existe, pero existe con una exis-
tencia modal; no existe esencialmente. El mal, así considerado, es
sinónimo de desorden; porque no es otra cosa, si bien sé mira, s i-
no la manera desordenada en que están las cosas que no han deja-
do de ser esencialmente buenas, y que poruña causa secretísima
y misteriosa han dejado de estar bien ordenadas. Por el sistema ca-
tólico se nos señala esa causa misteriosa y secretísima; y en su s e -
ñalamiento , si hay mucho que esceda á la razón, no hay .nada que
la contradiga y la repugne; como quiera que , para esplicar una
perturbación modal en las cosas que aun después de perturbadas
conservan íntegras y puras sus esencias, no hay que recurrir auna
intervención divina, con lo cual no habría proporción entre el efec-
to y la causa:- basta para esplicar el hecho suficientemente, acudir
á la intervención anárquica de los seres inteligentes y libres; como
quiera que , si no pudieran alterar de alguna manera el orden ma-
ravilloso de la creación y sus concertadas armonías, no podrían
ser considerados ni como libres, ni como inteligentes. Del mal,
considerado como accidental y efímero, pueden afirmarse sin con-
tradicción y sin repugnancia estas dos cosas: la primera, que por
lo que tiene de mal. no ha podido ser obra de Dios; la segunda, que
por lo que tiene de efímero y de accidental? ha podido ser obra del
hombre. De esta manera las afirmaciones de la razón van á confun-
dirse con las afirmaciones católicas.


Supuesto el sistema católico desaparecen todos los absurdos, y
quedan suprimidas todas las contradiciones. Por este sistema, una
es la creación y Dios es uno, con lo cual queda suprimida, con el




— 119 —


(t) O no pudiera existir


dualismo divino, la guerra de los dioses. El mal existe, porque
si no existiera, (1) no podría concebirse la libertad humana; p e -
ro el mal que existe es un accidente, no es una esencia; por-
que si fuera una esencia, y no fuera un accidente, sería obra
de Dios, criador de todas las cosas, lo cual envuelve una con-
tradicion que repugnad un mismo tiempo á la razón humana
y á la razón divina. El mal viene del hombre y está en el hombre;
y viniendo de él y estando en é l , hay en ello una grande conve-
niencia, lejos de haber en ello, contradicción ninguna. La conve-
niencia está en que, no pudiendo ser el mal obra de Dios, no p o -
dría el hombre escogerle si no pudiera crearle , y no sería libre si
no pudiera escogerle. No hay en ello contradicion ninguna; por-
que al afirmar el Catolicismo, del hombre, que es bueno en su
esencia y malo por accidente, no afirma de él lo mismo que niega,
ni niega lo mismo que afirma; como quiera que afirmar del hom-
bre que es malo por accidente y bueno por esencia, no es afirmar
de él cosas contradictorias, sino cosas en que no cabe contradic-
cion, por ser de todo punto diferentes.


. Por último, aceptado el sistema católico, cae desplomado el
sistema blasfemo é impío , que consiste en suponer una rivalidad
perpetua entre Dios y el hombre, entre el Criador y la criatura.
El hombre, autor del mal , accidental de suyo y transitorio, no es
á manera de Dios, criador .mantenedor y gobernador de todas las
esencias y de todas las cosas. Entre esos dos seres apartados entre
sí por una distancia infinita, no hay rivalidad imaginable ni com-
petencia posible. En los sistemas maniqueo y proudhoniano, la
batalla entre el Criador del bien esencial y el criador del mal
esencial era inconcebible y absurda, porque era imposible la vic-
toria. En el sistema católico no cabe la suposición de la batalla,
porque no cabe la suposición do la contienda entre parles, de
las cuales la una ha de ser necesariamente victoriosa, y la otra
vencida necesariamente. Dos condiciones son necesarias para que
exista una contienda : que la victoria sea posible, y que sea in-




— 120 —


cierta la victoria. Toda batalla es absurda cuando la victoria es
cierta ó cuando la victoria es imposible; de donde se sigue que,
de cualquiera niapera que se las considere, son absurdas esas ba-
tallas grandiosas trabadas por la universal dominación y por el
sumo imperio, ahora sea uno el soberano, ahora dos los empera-
d o r e s e n el primer caso, porque el que es uno, será perpetua-
mente solo; en el segundo, porque los dos no serán uno jamás,
y serán dos perpetuamente. Esos combates gigantescos son de (al
naturaleza» que ó están decididos antes de trabarse , ó no se de-
ciden después de trabados, , .




CAPÍTULO V.


S E C R E T A S ANALOGÍAS E N T R E L A S P E R T U R B A C I O N E S FÍSICAS Y LAS M O R A L E S , D E R I V A D A S
T O P A S DE L A L I B E R T A D H U M A N A .


HASTA dónde hayan ido á parar los estragos de la culpa , y hasta
qué punto se haya cambiado el semblante todo de la creación con
tan lamentable desvarío, e's cosa sustraída á las humanas investi-
gaciones; pero lo que está puesto fuera de toda duda, es que pade-
cieron degradación juntamente en Adán su espíritu y su carne, por
orgulloso aquel y esta por concupiscente.


Siendo una misma la causa de la degradación física y de la mo-
ral , entrambas ofrecen portentosas analogías y equivalencias en
sus varias manifestaciones.


Ya digimos que'el pecado, causa primitiva de toda degrada-
ción , no fué otra cosa sino un desorden ; y como consistiese el o r -
den en el perfecto equilibrio de todas las cosas criadas , y ese equi-
librio en la subordinación jerárquica que mantienen unas con otras,
y en la absoluta que todas mantenían con su Criador, sigúese de
aquí que el pecado ó el desorden, que es una cosa misma , no con-
sistió en otra cosa sino en la relajación de esas subordinaciones




— 122 —


jerárquicas que teniau las cosas eatre sí, y de la absoluta en que
estaban respecto del Ser supremo; ó lo que es lo mismo, en el
quebrantamiento de aquel perfecto equilibrio y de aquella maravi-
llosa trabazón en que fueron puestas todas las cosas. Y como quie-
ra que los efectos son siempre análogos á sus causas, todos los
efectos de la culpa vinieron á ser, hasta cierto punto, lo que ellas,
un desorden, una desunión, un desquilibrio. El pecado fué la desu-
nión del hombre y de Dios. El pecado produjo un desorden moral y
undesórden físico. El desorden moral consistió en la ignorancia del
entendimiento y en ,1a flaqueza de la voluntad. La ignorancia del
entendimiento no fué otra cosa sino su desunión del entendimiento
divino. La flaqueza de la voluntad estuvo en su desunión de la vo-
luntad suprema. El desorden físico producido por el pecado consis-
tió en la enfermedad y en la muerte. Ahora bien , la enfermedad no'
es otra cosa sino el desorden, la desunión, el desquilibrio de las
partes constitutivas de nuestro cuerpo. La muerte no es otra eosa
sino esa misma desunión, ese mismo desorden, ese mismo desqui-
librio, llevado hasta el último punto. Luego el desorden .físico y mo-
ral , la ignorancia y la flaqueza de la voluntad, por una parte , y
la enfermedad y la muerte, por otra, son una cosa misma.


Esto se verá más claro todavía, solo con considerar que todos
estos desórdenes, así físicos como morales, toman una misma d e -
nominación en el punto en donde nacen.


La concupiscencia de la carne y el orgullo del espíritu se lla-
man , con un mismo nombre, el pecado: la desunión definitiva del
alma y de Dios, y la del cuerpo y del alma se llaman, con uu
mismo nombre, la muerte.


Por donde se ve que el vínculo entre lo físico y lo moral es
tan estrecho, que soló en el medio puede observarse su diferencia,
viniendo á ser una misma cosa en su fin y en su principio. ¿Y có-
mo habia de ser de otra manera, si así lo físico como lo moral
viene de Dios y acaba en Dios; si Dios está antes del pecado y
después de la muerte ?


Por lo demás, esta estrechísima conexión entre lo moral y lo
físico podría ser iguorada de la tierra , que es puramente corpórea,




— 123 —


y de los ángeles, que son espíritus puros; pero ¿cómo ese misterio'
ha de ser*una cosa escondida para el hombre, compuesto de un al-
ma inmortal y de una materia corpórea , y que está puesto por
Dios en la confluencia de dos mundos ?


Ni paró aquí aquella gran perturbación producida por el p e -
cado; como quiera que no solo Adán quedó sujeto á la enfermedad
y á la muerte, sino que también la tierra fué maldecida á causa
de él y en su nombre.


Por lo que hace á esta tremenda y hasta cierto punto incom-
prensible maldición, sin que sea visto que osemos penetrar en tan
oscuros arcanos, y reconociendo como reconocemos que los juicios
de Dios son tan secretos como maravillosas su obras , parécenos,
sin embargo, que una vez confesada en la teórica la relación mis-
teriosa que ha puesto Dios entre lo moral y lo físico, y una vez
confesada en la práctica, por ser, si bien en cierta manera inex-
plicable, hasta cierto punto visible en el hombre; todo lo demás
es menos en este misterio profundo; como quiera que el misterio
está en esa ley de relación, mas bien que en las aplicaciones que
de ella puedan hacerse por via de consecuencia.


Conviene notar aquí, para el esclarecimiento de esta materia
escabrosa., y en comprobación de cuanto llevamos dicho, que las
cosas físicas no pueden considerarse como dotadas de.una existen-
cia independiente, como existiendo en sí , por sí y para s í ; sino
mas bien como manifestaciones délas cosas espirituales, que son
las únicas que tienen en $í mismas la razón de su existencia.
Siendo Dios espíritu puro y principio y fin de todas las cosas, es cla-
ro que todas las cosas en su principio y en su fin son espirituales.
Siendo esto así , ó las cosas físicas son vanas apariencias y no
existen; ó si existen, existen por Dios y para Dios; lo cual quiere
decir que existen por el espíritu y para el espíritu : de donde se
infiere que siempre que haya una perturbación, cualquiera que
ella sea, en las regiones espirituales, ha de haber forzosamente
otra análoga én las regiones corpóreas; no pudiendo concebirse
que estén quietas las cosas mismas, cuando hay una perturbación
en lo que es principio y fin de todas las cosas.




— 124 -


La perturbación, pues, producida por el pecado fué y debió
de ser general, fué y debió de ser común á las regiones altas y á
las bajas, á las de todos los espíritus y á la de todos los cuerpos.
El rostro de Dios ¿ plácido antes y sereno, se conturbó con la ira;
sus serafines mudaron de semblante, la tierra se cuajó de espinas
y de abrojos, y se secaron sus plantas, y envejecieron sus árboles,
y se agostaron sus yerbas, y dejaron de destilar licor suavísimo
sus fuentes, y fué fértilísima en ponzoñas, y se vistió de bosques
oscuros, impenetrables, pavorosos; y se coronó de montes b r a -
vos, y hubo una zona tórrida y otra frígidísima, y fué consumida
por el fuego y abrasada por la escarcha, y se levantaron en todos
sus horizontes torbellinos impetuosos, y sus ámbitos fueron hen-
chidos con-el estruendo de los huracanes.


Puesto el hombre como en el centro de este desorden univer-
sal , á un tiempo obra suya y su castigo; desordenado él mismo
mas honda y radicalmente que el resto de la creación, quedó e x -
puesto, sin otra ayuda que la de la misericordia divina, á la iin--
petuosa corriente de todos los dolores físicos y de todas las congojas
morales. Su vida fué toda tentación y batalla, ignorancia su sa-
biduría , su voluntad toda flaqueza, toda corrupción su carne. Cada
una de sus acciones estuvo acompañada de un arrepentimiento;
cada uno de sus placeres fué seguido de un dejo amargo ó de un
dolor agudísimo; cuantos fueron sus deseos, tantos fueron sus pe-
sares; cuantas sus esperanzas, otras tantas sus ilusiones; y cuan-
tas sus ilusiones, otros tantos sus desengaños. Su memoria le sir-
vió de torcedor , su previsión de tormento; su imaginación no le
sirvió de otra cosa sino de echar franjas de púrpura y de oro so-
bre su desnudez y miseria^ Enamorado del bien para el que habia
nacido, echó-por la senda del mal por donde habia entrado; ne -
cesitado de un Dios, cayó en los insondables abismos de todas
las supersticiones; condenado á padecer,'¿quien será capaz de ha-
cer el recuento de sus infortunios ? Condenado á trabajar con fati-
ga , ¿ quién sabe el guarismo de sus trabajos ? -Condenada su fren-
te á perpetuo sudor, ¿quien llevará la cuenta de las gotas de su-
dor que han caído de su frente?




— 125 —


Pon al hombre tan altó como sea posible, ó tan bajo como
quieras; en ninguna parte estará exento de aquella pena que nos
vino de nuestro común pecado. Si al que está en lo alto no le a l -
canza la injuria, le alcanza la envidia; si al que está bajo no le al-
canza la envidia, le alcanza la injuria. ¿Dónde está la carne que
no haya padecido dolor, y el espíritu que no haya padecido con-
gojas? ¿Quién estuvo tan alto que no temiera caer? ¿Quién creyó
tan firmemente en la constancia de la fortuna, que no temiera sus
reveses? Los hombres en el nacer, en el vivir, en el morir , todos
somos unos; porque todos somos culpables y todos somos penados.


Si el nacimiento, si la vida y si la muerte no son una pena
¿en qué consiste que no nacemos, vivimos, y morimos como todo
lo demás que nace, vive y muere? ¿Por qué morimos llenos de
terror%s? ¿Por qué vivimos llenos de congojas? ¿Y por qué cuan-
do nacemos, venimos al mundo con ios brazos cruzados en el pe -
cho en postura penitente ? ¿Y por qué al abrir los ojos á la luz los
abrimos al llanto, y nuestro primer saludo es un gemido?


Los hechos históricos vienen á confirmar los dogmas que aca-
bamos de exponer y todas sus misteriosas consonancias. El Sal-
vador del mundo, con edificación y. pavor profundísimo de los po-
cos justos que le seguían y con escándalo de los doctores, borraba
los pecados curando las enfermedades, y curaba las enfermedades
absolviendo de los pecados; suprimiendo unas veces la causa por
medio de la supresión de los efectos, y borrando otras los efectos
por medio de la supresión de su causa. Como un paralítico se hu-
biese puesto en su presencia, en ocasión en que se hallaba rodea-
do de muchedumbre de doctores y fariseos, alzó la voz y le dijo:
«Confía, hijo mió, yo te remito tus pecados.» Escandalizáronse en
su corazón los que estaban allí presentes, pareciéndoles, por una
par te , que la potestad de absolver era en el Nazareno orgullo y
locura; y por otra , que intentar sanar -las enfermedades absol-
viendo de los pecados era una extravagancia: y como el Señor
viese nacer en los corazones de aquellas gentes aquellos pensa-
mientos culpables, añadió luego en seguida: «Y para que á todos
sea notorio que el Hijo del hombre tiene en la tierra la potestad de




— 12(1 —


remitir los pecados, levántate, yo te lo ordeno; lleva contigo tu
lecho, y vuelve á tu casa » : -y_ así fué hecho como lo dijo; con lo
cual vino á demostrar que la potestad de curar y la de absolver
son una potestad misma, y que el pecado y la enfermedad son una
misma cosa.


Antes de pasar adelante será bueno notar aquí, en confirma-
ción de cuanto vamos diciendo, dos cosas dignas de memoria : la
primera, que el Señor, antes de poner sus hombros al grave peso
de los delitos del mundo, estuvo exento de toda enfermedad, y
aun de todo achaque, porque estaba exento de pecado; la segun-
da, que cuando puso en su cabeza los pecados de todas las g e n -
tes, aceptando voluntariamente los efectos así como aceptaba las
causas, y las consecuencias así como aceptaba los principios; acep-
tó el dolor; mirando en él al compañero inseparable del pecado;
y sudó sangre en el Huerto, y sintió dolor con la bofetada en el
Pretorio, y desfalleció con el peso de la cruz, y padeció sed en el
Calvario y una tremenda agonía en el afrentoso madero, y vio v e -
nir la muerte con pavor, y gimió honda y dolorosamente al enviar
su espíritu á sü santísimo Padre.


Por lo que hace á aquella admirable consonancia de que ha -
blamos entre los desórdenes del mundo moral y los del físico, el
género humano la proclama á una voz sin comprenderla, como si
un poder sobrenatural é invencible le obligara á dar testimonio al
gran misterio : la voz de todas las tradiciones, todas las voces po-
pulares, todos los vagos rumores esparcidos por los vientos, todos
los ecos del mundo, nos hablan misteriosamente de un gran desor-
den físico y moral acaecido en los tiempos anteriores al crepúscu-
lo de la historia y aun al crepúsculo de la fábula, á cbnsecuencifi
«le una culpa primitiva, cuya grandeza fué tanta, que ni puede ser
comprendida por entendimiento, ni expresada con vocablos. Aun
hoy dia e s , y si por ventura se desordenan los elementos y hay
mudanzas extrañas en las esferas celestes, y vienen sobre las na-
ciones grandes castigos de discordias, de pestilencias, de ham-
bres ; si las estaciones alteran el curso sosegado de su armónica
rotación, y se confunden y traban entre sí una á manera de ha-




— 127 —


talla; si el suelo viene á padecer sacudidas y temblores; y si los
vientos, libres de las riendas que refrenan sus ímpetus, se tornan
huracanes, luego al punto se levanta de las entrañas de los pue-
blos, guardadoras de la tremenda tradición, una voz pertinaz y
temerosa, que búscala causa de la insólita perturbación en un de-
lito poderoso para enojar á Dios y para atraer sobre la tierra las
maldiciones del cíelo.


Que esos vagos rumores (1 ) son á las veces infundados, y que
suelen ser hijos de la ignorancia de las leyes que presiden al
curso de los fenómenos naturales, es una cosa evidente: pero no
es menos evidente, á nuestros ojos, que el error (2) e'stá. sola-
mente en la aplicación y no en la idea, en la consecuencia y no en
el principio, en la práctica y - no en la teórica. La tradición queda
en pié dando perpetuo testimonio á la verdad, á pesar de todas sus
falsas aplicaciones. Las muchedumbres pueden errar, y yerran fre-
cuentemente , cuando afirman que tal pecado es causa de tal desor-
den; pero ni yerran ni pueden errar cuando aseguran que el desor-
den es hijo del pecado: y cabalmente porque la tradición , conside-
rada en su generalidad, es la manifestación y la forma visible de
una verdad absoluta', es por lo que es una cosa difícil ó cuasi de to-
do punto imposible sacar á los pueblos de los errores concretos que
cometen en sus aplicaciones especiales. Lo que Ta tradición tiene
de verdadero, da consistencia á lo qne la aplicación tiene de falso; y
el error concreto vive y crece debajo del amparo de la verdad
absoluta.


Ni carece la historia de ejemplos insignes que vienen en apo-
yo de esta tradición universal, que ha ido trasmitiéndose de padres
á hijos, de familia á familia , de raza á raza , de pueblo á pueblo
y de región á región, por todo el linaje humano, hasta los remates


(1) Muy acertadamente usa aquí el aulor la expresión de vagos rumores, res-
_ tringiendo de esta manera en un sentido conven iente la consideración de que pue-


dan á veces ser infundados los rumores , y que procedan de ignorar el curso de los
fenómenos naturales : pues por lo d e m á s , esta voz de los pueblos , que busca la
razón del mal físico en el mal moral , aunque alguna v e z pueda ser vaga é infun-
dada , está siempre de acuerdo con la enseñanza divina y con la razón natural.


(2) Cuando baya .




— 12S —


de la t ierra; porque siempre que los delitos han subido sobre cier-
to nivel y han llenado cierta medida, luego al punto han venido
sobre las gentes catástrofes tremendas, y sobre el mundo ás -
peros vaivenes y rudos sacudimientos. Sucedió primero aquella
universal perversión de que nos hablan las santas escrituras,
cuando , juntos en una misma apostasía y en un mismo olvido de
Dios todos los hombres en la época antidiluviana, vivieron sin
otro Dios y sin otra ley que sus criminales antojos y sus frenéticas
pasiones; y entonces, llenas ya las copas de las iras divinas, vino
sobre la tierra aquel gran conflicto y aquella portentosa inundación
de las aguas, que todo lo arrastró en el universal estrago y en la
común ruina, y que igualó los montes con los valles. Llegados
después los tiempos á la mitad de su carrera , sucedió que vino al
mundo, en cumplimiento de las antiguas promesas y de las anti-
guas profecías, el Deseado de las naciones: fué la época de su v e -
nida nombrada entre todas por la perversidad y malicia de los
hombres, y por la corrupción universal de las costumbres. Aña-
dióse á esto, que en un dia de triste y de llorosa memoria, el mas
lloroso y el mas triste de cuantos iban corridos desde la creación,
un pueblo ciego é insensato , como si estuviera tomado del vino, se
levantó, descompuesto su rostro con el frenesí de la cólera , tomó
á su Dios con su mano y le hizo asunto de sus ludibrios, y acu -
muló sobre él todas las afrentas , y cargó sus mansísimos hombros
con todas las ignominias; y le puso en lo alto , y le dio muerte de
cruz en medio de dos ladrones. Entonces también se vio rebosar
la copa délos divinos enojos, y el sol retrajo sus rayos, y el velo
del templo dio un temeroso crujido, y se abrieron grietas en las
rocas, y la tierra toda padeció desmayos y temblores.


Otros y otros ejemplos pudieran traerse aquí en confirmación
de las misteriosas armonías que se observan'entre las perturba-
ciones físicas y las morales, y en abono de la universal tradición
que en todas parles las consigna y las proclama; pero la sobriedad
que nos hemos propuesto, por uña par te , y por otra, la grandeza
de los que dejamos consignados, nos inclina á dar por terminado
este asunto.




CAPÍTULO VI.


HE L A P R E V A R I C A C I Ó N A N G É L I C A , Y L A H U M A N A G R A N D E Z A Y ENORMIDAD D E L P E C A D O .


HASTA aquí he expuesto la teoría católica acerca del mal, hijo del
pecado , y acerca del pecado, que nos vino de la libertad humana,
la cual se mueve anchamente en sus limitadas esferas, á la vista y
COn el consentimiento de aquel soberano Señor que, haciéndolo
todo con peso, número y medida, dispuso las cosas con un conse-
jo tan alto, que ni su providencia oprimiese el libre albedrío del
hombre, ni los estragos de este libre albedrío, siendo grandes y
portentosos como son , lo fueran con menoscabo de su gloria. An-
tes , empero , de pasar adelante , me ha parecido cosa digna de la
majestad de este asunto , hacer aquí una relación seguida de aque-
lla prodigiosa tragedia que comenzó en el cielo y acabó en el p a -
raíso, dejando á un lado los reparos y las objeciones que quedaron
desvanecidas en otro lugar, y que de ninguna otra cosa servirían


T O M O iv. 9




— 130 —


sino de oscurecer la belleza , á un mismo tiempo sencilla é impo-
nente , de esta lamentable historia. Antes vimos de qué manera la
teoría católica se aventaja á las demás por la altísima conveniencia
de todas sus soluciones; ahora veremos de qué manera los hechos
en que se funda, considerados en sí mismos, aventajan á todas las
historias primitivas, por lo que tienen de grandes y de dramáticos.
Antes sacamos su belleza por comparaciones y deducciones, ahora
admiraremos en ellos mismos, sin apartar los ojos á otros objetos,
su incomparable belleza.


Antes que el hombre, y en tiempos sustraídos á las investiga-
ciones humanas, habia criado Dios á los ángeles, criaturas felicísi-
mas y perfectísimas, á quienes fué dado mirar de hito en hito los
clarísimos resplandores de su faz, anegados en un piélago de ine-
narrables deleites, y sumergidos perpetuamente en su perpetuo
acatamiento. Eran los ángeles espíritus puros, y las excelencias de
su naturaleza mayores que las de la naturaleza del hombre, com-
puesto'de un alma inmortal y del barro de la tierra. Por su natura-
leza simplicísima dábase el ángel la mano con Dios , mientras que
por su inteligencia, por su libertad y por su sabiduría limitada,
habia sido hecho para darse la mano con el hombre; así como el
hombre, por lo que tuvo de espiritual, estuvo en comercio con el
ángel, y por lo que tuvo de corporal, con la naturaleza física,
puesta toda al servicio de su voluntad y en la obediencia de su pa-
labra. Y todas las criaturas nacieron con la inclinación y la potes-
tad de tranformarse y subir por la escala inmensa que, comenzando
en los seres mas bajos, iba á acabar en aquel Ser altísimo que es
sobre todo ser , y á quien los cielos y la tierra, los hoiabres y los
ángeles conocen con un nombre que es sobre todo nombre. La na-
turaleza física anhelaba por subir, hasta espiritualizarse, en cierta
manera, á semejanza del hombre; y el hombre hasta espiritualizar-
se mas. á semejanza del ángel; y el ángel á asemejarse mas á aquel
ser perfectísimo,- fuente de toda vida, criador de toda criatura,
cuya alteza ninguna medida mide, y cuya inmensidad ningún cer -
co comprende. Todo habia nacido de Dios , y subiendo debia vol-
ver á Dios, que era su principio y su origen: y porque todo habia




nacido de él y habia de volver á él, no habia nada que no contuviese
en sí una centella mas ó menos resplandeciente de su hermosura.


De esta manera la variedad infinita estaba reducida de suyo á
aquella amplísima unidad que crió todas las cosas, que puso en
ellas un concierto pasmoso y una trabazoí(kdmirable, apartando
todas las que estaban confusas y recogiendo las que estaban derra-
madas. Por donde se ve que el acto de la creación fué complejo y
que se compuso de dos actos diferentes; conviene á saber: de aquel
por medio del cual dio Dios la existencia á lo que antes no la tenia;
y de aquel otro por medio del cual ordenó todo aquello á que ha-
bia dado la existencia. Con el primero de estos actos reveló su po -
testad de crear todas las sustancias que sustentan todas las formas;
con el segundo , la que tenia de crear todas las formas que embe-
llecen á todas las sustancias. Y de la misma manera que no hay
otras sustancias fuera de las creadas por Dios, no hay tampoco otra
belleza fuera de la que él puso en las cosas. Por eso el universo,
que es la palabra con que se significa todo lo criado por Dios, es
el conjunto de todas las sustancias; y el orden , que es la palabra
con que se signifícala forma que Dios puso en las cosas, és el con-
junto de todas las bellezas. Fuera de Dios no hay criador; fuera del
orden no hay belleza; fuera del universo ho hay criatura.


Si en el orden establecido por Dios en el principio consiste to -
da belleza; y si la belleza, la justicia y la bondad son una misma
cosa mirada por aspectos diferentes, sigúese de aquí, que fuera
del orden establecido por Dios no hay bondad, ni belleza, ni justi-
cia ; y como estas tres cosas constituyen el supremo bien, el o r -
den que á todas las contiene es el bien supremo.


No habiendo ninguna especie de bien fuera del orden, no hav
nada fuera del orden que no sea un mal , ni mal ninguno que no
consista en ponerse fuera del orden ; por esta razón, así como el
orden es el bien supremo, el desorden es el mal por excelencia;
fuera del desorden no hay ningún mal , como fuera del orden no
hay bien ninguno.


De lo dicho se infiere que el orden, ó lo que es lo mismo, el
bien supremo, consiste en que todas las cosas conserven aquella




— 132 —


trabazón que Dios puso en ellas cuando las sacó de la nada; y que
el desorden, ó lo que es lo mismo, el mal por excelencia, consiste
en romper aquella admirable trabazón y aquel sublime concierto.


No pudiendo ser rota aquella trabazón, ni este concierto que-
brantado sino por qu i e^enga una voluntad y un poder , hasta cier-
to punto y en la manera que esto es posible, independientes de la
voluntad de Dios, ninguna criatura fué poderosa para tanto, sino
los ángeles y los hombres; únicas entre todas hechas á imagen y
semejanza de su Hacedor, es decir, inteligentes y libres.. De don-
de #se sigue que solo los ángeles y los hombres pudieron ser causa-
dores del desorden , ó lo que es lo mismo, del mal por excelencia.


Los ángeles y los hombres no pudieron alterar el orden del uni-
verso sino rebelándose contra su Hacedor; de donde se infiere que
para esplicar el mal y el desorden es necesario suponer la existen-
cia de ángeles y de hombres rebeldes.


Siendo toda desobediencia y toda rebeldía contra Dios lo que
se llama un pecado, y siendo todo pecado una rebeldía y una d e -
sobediencia , sigúese de aquí que ni puede concebirse el desorden
en la creación, ni el mal en el mutfdo, sin suponer la existencia
del pecado.


Si el pecado no es otra cosa sino la desobediencia y la rebel-
día , ni la desobediencia ni la rebeldía sino el desorden, ni el des-
orden sino el mal , sigúese de aquí , que el ma l , el desorden , la
rebeldía, la desobediencia y el pecado, son cosas en que la ra-
zón encuentra una identidad absoluta; así como el bien, el orden,
la sumisión y la obediencia son cosas en que encuentra la razón
una completa semejanza. De donde se viene á concluir que la su-
misión á la voluntad divina es el bien sumo, y el pecado el mal
por excelencia.


Guando todas las criaturas angélicas estaban obedientes á la
voz de su Hacedor, mirándose eñ su rostro, anegándose en sus
resplandores y moviéndose sin tropiezo y con una concertada ar_
monía al compás de su palabra, sucedió que entre los ángeles.el
mas hermoso apartó los ojos de su Dios para ponerlos en sí mis-
mo, quedando como arrebatado en su propia adoración, y como




— 133 —


extático en presencia de su hermosura. Considerándose como
subsistente por sí y como el último fin de sí propio, quebrantó
aquella ley universal é inviolable, según la cual lo que es diverso
tiene su fin y su principio en lo que es uno, que comprendién-.
dolo todo y no siejado comprendido por nada, es el continente
universal de todas las cosas, así como es el potentísimo Criador
de todas las criaturas.


Aquella rebeldía del ángel fué el primer desorden, el primer
mal' y el primer pecado, raíz de todos los pecados, de todos los
males y de todos los desórdenes que habían de venir sobre la
creación , y en particular sobre el humano linaje , en los tiempos
subsiguientes.


Porque como el ángel caido, sin hermosura ya y sin luz, vie-
se al hombre y á la mujer en el paraíso, tan limpios, resplan-
decientes y hermosos con los resplandores de la gracia, sintiendo
en sí honda tristeza por el ageno bien, formó el propósito de ar-
rastrarlos en su condenación, ya que no le era dado igualarse
con ellos en su gloria; y tomando la figura de la serpiente, que
en adelante habia de ser símbolo del engaño y de la astucia, hor-
ror de la naturaleza»humana y asunto de la cólera divina , entró
por las puertas del paraíso terrenal, y deslizándose por sus yer -
bas frescas y olorosas, circundó á la mujer con aquellas sutilísi-
mas redes en que cayó su inocencia con pérdida de su ventura.


Nada hay que iguale á la sublime sencillez con que resplan-
dece la relación mosaica de esta solemne tragedia, cuyo teatro
era el paraíso terrenal, cuyo testigo era Dios , cuyos actores eran
por una parte, el Rey y Señor de los abismos, por o t ra , los r e -
yes y señores de la tierra; cuya victima habia de ser el género
humano, y cuyo desenlace triste y lloroso habían de lamentar la •
tierra en sus movimientos, los cielos en sus cursos, los ángeles
en slls tronos y los desventurados hijos de aquellos padres des-
venturados en estos nuestros valles sin luz, con perpetuas la-
mentaciones.


—¿ Porqué os ha prohibido Dios comer el fruto de todos los ár-
boles del paraíso?—De esta manera comenzó su plática la ser-




— 134 —
diente; y luego al punto sintió la mujer despertarse en su cora-
zón aquella vana curiosidad, causa primera de su culpa. Desde
este momento su entendimiento y su voluntad, acometidos no sé
de qué desmayo suave, comenzaron á apartarse de la voluntad
de Dios y del entendimiento divino.


—El dia en qué de ese fruto comáis se abrirán vuestros ojos, y
seréis, á manera de dioses, conocedores del bien y del mal.—
Bajo la influencia maléfica de esa palabra sintió la mujer en su
corazón los primeros vértigos del orgullo; poniendo los ojos en sí
con complacencia, la faz de Dios se le veló en aquel punto.


Orgullosa y vana puso los ojos en el árbol de las ilusiones in-
fernales y de las amenazas divinas , y vio que era hermoso á la
vista, y adivinó que habia de ser sabroso al paladar, y sintió
abrasarse sus sentidos con el hasta entonces desconocido incendio
de corrosivos deleites; y la curiosidad de los ojos, y el deleite
de la carne, y el orgullo del espíritu, juntos en uno, acabaron con
la inocencia de la primera mujer, y luego con la inocencia del
primer hombre; y las esperanzas atesoradas para su descenden-
cia se tornaron en humó desvanecido en el ambiente.


Y luego se conturbó el universo todo cuan grande es ; y el des-
orden , comenzado en lo mas alto de la escala de los seres crea-
dos , fué comunicándose de unos en otros, hasta no dejar ningu-
na cosa en el lugar y punto en que habia sido puesta por su Ha-
cedor soberano. Aquel anhelo ingénito en toda criatura por subir
y remontarse hasta el trono de Dios, se trocó en anhelo por ba-
jar hasta no sé qué abismo sin nombre; como quiera que apar-
tar los ojos de Dios, era como buscar la muerte y despedirse de
la vida.


Por mucho que ahonde el hombre en el abismo sin fin de la
sabiduría; por alto que se remonte en la investigación de los mas
recónditos misterios, ni se remontará tanto, ni ahondará llanto,
que sea poderoso para rodear con sus ojos el grande estrago de
aquella primera culpa, en la que todas las siguientes estaban
encerradas como en su fértilísima semilla.


No: no puede el hombre, no puede el pecador, ni concebir




siquiera la grandeza y la fealdad del pecado. Para entender cuau
grande es y euán terrible y cuán*henchido está de desastres,
era menester dejar de considerarle bajo el punto de vista hu-
mano , para considerarle bajo el punto de vista divino ; como
quiera que siendo la divinidad el bien, y el pecado el mal por
excelencia ; siendo la Divinidad el orden , y el pecado el desor-
den ; siendo la Divinidad una afirmación completa, y el pecado
una negación absoluta; siendo la Divinidad la plenitud de la
existencia, y el pecado su absoluto desfallecimiento; entre la Di-
vinidad y el pecado, así como entre la afirmación y la nega-
ción , y entre el orden y el desorden, y entre el bien* y el
mal , y entre el ser y el no ser , hay una distancia inconmen-
surable , una %)ntradiccion invencible, una repugnancia infinità.


Ninguna catástrofe es poderosa para poner turbación en la
Divinidad ni para alterar la quietud "inefable de su rostro. Vino
el diluvio universal sobre las gentes, y vid Dios la tremenda
inundación, considerada en sí migma y separada de su causa,
con sereno semblante: porque sus ángeles eran los que obe-
dientes á su mandato abrían las cataratas del cíelo, y poRjue
su voz era la que mandaba á las aguas que encumbraran los
montes y que rodearaiyfodo el orbe de la tierra. Vienen de todos
los puntos del horizonte nublados que «e juntan como un negro
promontorio ; y el rostro de Dios está tranquilo, porque su volun-
tad es la que hace los nublados, su voz es la que los llama, y ellos
vienen; la que les manda que se junten*, y ellos se juntan. Él es el
que en via los vientos que los ha de llevar sobre alguna ciudad
pecadora, y el que, si así cumple á sus designios, prende y ata
las aguas, y detiene el rayo en la nube y con delgado soplo la va
desvaneciendo por los aires. Sus ojos han visto levantarse y caer
todos los imperios; sus oídos han escuchado las plegarias de nacio-
nes asoladas por el hierro de la conquista, por el azote de la peste,
por la servidumbre y por el hambre ; y su rostro ha permanecido
sereno é impasible, porque él es el que hace y deshace como va-
nos juguetes los imperios del mundo ; él es el que pone el hierro
en la diestra de los conquistadores ; él es el que envia los tiranos á




- 136 —


los pueblos culpables, y el que oprime á las naciones descreidas
con el hambre y con la peste/cuando así cumple á su justicia so-
berana.


Hay un lugar pavoroso, asunto de todos los errores y de
todos los esparftos y de todos los tormentos, en donde hay sed in -
saciable sin ninguna fuente, hambre perpetua sin género de har-
tura; en donde los ojos no ven nunca ningún rayo de luz, ni los
oídos oyen ningún sonido apacible; en donde todo es agitación sin
reposo, llanto sin intermisión, pesar sin consuelo. Todas son allí
puertas de entrada, ninguna de salida. En su dintel muere la e s -
peranta, y se inmortaliza la memoria. Los términos de ese lugar
Dios solo los conoce; la duración de esos tormentos es de una sola
hora que nunca se acaba. Pues bien: ese lugar maldito, con sus
tormentos sin nombre , no alteró el semblante de Dios , porque él
mismo le puso en donde está*, con su mano omnipotente. Dios hizo
el infierno para los reprobos, como la tierra para los hombres y el
cielo para los ángeles y para, los santos. El infierno denuncia su
justicia, como la tierra su bondad y el cielo su misericordia. Las
guairas , las inundaciones, las pestes, las conquistas, las hambres,
el infierno mismo son un bien ; como quiera que todas estas cosas
se ordenan convenientemente entre sí congelación al fin último de
la creación, y que todas ellas sirven de provechosos instrumentos
de la justicia divina.


Y porque todas son un b ien , y porque han sido hechas por
el autor de todo bien, ninguna de ellas puede alterar jni altera la
inenarrable quietud y el inefable reposo del Hacedor de las cosas..
Nada le pone horror sino lo que él no ha hecho; y como ha h e -
cho todo lo que existe, nada le pone horror sino la negación de
lo que ha hecho; por eso le pone horror el desorden, que es la
negación del orden que él puso en las cosas; y la desobediencia,
que es la negación de la obediencia que se le debe. Esa desobe-
diencia , ese desorden, son el supremo mal ; como quiera que
son la negación del supremo bien , en lo cual consiste el mal su-
premo. Pero la desobediencia y el desorden no son otra cosa sino
el pecado; de donde se sigue que el pecado, negación absoluta




por parte del hombre, de la afirmación absoluta por parte de Dios,
es el mal por excelencia, y el único que pone horror á Dios y á
sus ángeles. •


El pecado vistió al cielo de lutos, al infierno de llamas y á
la tierra de abrojos. Él fué el que trajo la enfermedad y la peste,
el hambre-y la muerte sobre el mundo. Él el que cavó el sepulcro
de las ciudades mas ínclitas y llenas de gente. Él presidió á los
funerales de Babilonia la de los ostentosos jardines , de Nínive
la excelsa, de Persépolis la hija del sol , de Menfis la de los hon-
dos misterios, de Sodoma la impúdica, de Atenas la cómica , de
Jerusalen la ingrata, de Roma la grande ; porque aunque Dios
quiso todas estas cosas, no las quiso sino como castigo y remedio
del pecado. El pecado saca todos los gemidos que salen de todos
los pechos humanos, y todas las lágrimas que caen gota á gota de
todos los ojos de los hombres: y lo que es mas todavía, y lo que
ningún entendimiento puede concebir ni ningún vocablo expresar,
él ha sacado lágrimas de los sacratísimos ojos del Hijo de Dios,
mansísimo cordero que subió á la cruz cargado con los pecados
del mundo. Ni los cielos, ni la tierra, ni los hombres le vieron
reír 0 los hombres y la tierra y los cielos le vieron llorar, y llo-
raba porque tenia puestos sus ojos en el pecado. Lloró sobre el s e -
pulcro de Lázaro , y en la muerte de su amigo nada lloró sino la
muerte del alma pecadora. Lloró sobre Jerusalen , y la causa de su
llanto era el pecado abominable del pueblo deicida. Sintió tristeza
y turbación al poner los pies en el Huerto, y el horror del pecado era
el que ponia en él aquella turbación insólita y aquel paño de tris-
teza. Su frente sudó sangre, y el espectro del pecado era el que
hacia brotar en su frente aquellos extraños sudores. Fué encla-
yado en un madero, y el pecado le enclavó: el pecado le puso
en agonía, y el pecado le díó muerte.






CAPÍTULO VII.


D E CÓMO DIOS S A C A EL B I E N DE L A P R E V A R I C A C I Ó N A N G É L I C A Y D E L A H U M A N A .


D E todos los misterios, el mas pavoroso es este de la libertad,
que constituye al hombre señor de sí mismo, y le asocia á la
Divinidad en la gestión y en el gobierno de las cosas humanas.


Consistiendo la libertad imperfecta dada á la criatura en la fa-
cultad suprema de escoger entre la obediencia y la rebeldía ha-
cia su Dios, otorgarle la libertad viene á ser lo mismo que con-
ferirle el derecho de alterar la inmaculada belleza de sus crea-
ciones ; y como quiera que en esa belleza inmaculada consiste el
orden y la armonía del universo, otorgarle la facultad de alterar-
la viene á ser lo mismo que conferirle el derecho de sustituir el
orden con el desorden, la armonía con la perturbación, el bien
con el mal.


Este derecho, aun encerrado en los límites que digimos, es




— 140 —


tan exorbitante, y esta facultad tan monstruosa, que el mismo
Dios no hubiera podido otorgarla, si no hubiera estado cierto de
convertirla en instrumento de sus fines , y de atajar sus estragos
con su poder infinito.


La razón suprema de existir de la facultad concedida á la cria-
tura de convertir el orden en desorden, la armonía en perturba-
ción , el bien en mal , está en la potestad que tiene Dios de con-
vertir el desorden en orden, la perturbación en armonía y el mal
en bien. Suprimida esta altísima potestad en Dios, sería lógica-
mente necesario, ó suprimir aquella facultad en la criatura , ó ne-
gar á un mismo tiempo la divina inteligencia y la omnipotencia
divina.


Si Dios permite el pecado, que es el mal y el desorden por ex-
celencia , consiste esto en que el pecado", lejos de impedir su mi-
sericordia y su justicia, sirve de ocasión para nuevas manifesta-
ciones de su justicia y de su misericordia. Suprimido el pecador r e -
belde, no por eso hubieran quedado suprimidas la divina mise-
ricordia y la justicia soberana ; hubiera quedado empero suprimida
una de sus manifestaciones especiales: aquella en virtud de la cual
se aplican á los rebeldes pecadores.


Consistiendo el sumo bien de los seres inteligentes y libres en
su unión con Dios, Dios en su bondad infinita, y por un acto li-
bre de su misericordia inefable, determinó unirlos así , no solo
con los vínculos de la naturaleza , sino también con vínculos sobre-
naturales; y como quiera que, por una parte, esa voluntad podia de-
jar de ser cumplida por el desasimiento voluntario de los seres in-
teligentes y libres, y por otra, la libertad de la criatura no podría
concebirse sin la facultad de ese voluntario desasimiento, el gran
problema consiste en conciliar estas cosas hasta cierto punto con-
trarias , de tal manera que ni la libertad de la criatura dejara de
existir, ni la voluntad de Dios dejara de realizarse. Siendo necesa-
rias la posibilidad del apartamiento como testimonio de la libertad
angélica y humana, y la unión como testimonio de la voluntad
divina, la cuestión consiste en averiguar de qué manera pueden
conciliarse la voluntad de Dios y la libertad de la criatura, la unión




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que el primero quiere, y el apartamiento que la segunda escoge;
para que ni la criatura deje de ser l ibre, ni Dios deje de ser
soberano.


Para esto era menester que el apartamiento fuera, bajo un punto
de vista, real, y bajo otro punto de vista, aparente: es decir, que la
criatura pudiera apartarse de Dios ; pero de tal modo que el apar-
tarse de él fuera unirse con él de otra manera. Los seres inteli-
gentes y libres nacieron unidos á Dios por un efecto de su gracia.
Por el pecado se apartaron realmente de Dios, porque quebran-
taron el vínculo de la gracia, real y verdaderamente; con lo cual
dieron testimonio de sí en calidad de criaturas inteligentes y l i-
bres. Empero ese apartamiento no fué, si bien se mira, sino una
nueva manera de unión; como quiera qué al apartarse de él por la
renuncia voluntaria de su gracia, se acercaron á él cayendo en las
manos de su justicia , ó siendo asunto de su misericordia. De esta
manera el apartamiento y la unión, que á primera vista parecen
cosas incompatibles, son en realidad cosas de todo punto concilia-
bles ; y de tal manera lo son, que todo apartamiento viene á r e -
solverse en una especial manera de unión, y toda unión en una
manera especial de apartamiento. La criatura no estuvo unida á
Dios en cuanto es gracia, sino porque estuvo apartada de él en
cuanto es misericordia y justicia. La criatura que cae en las m a -
nos de él en cuanto es justicia, no cae en ellas sino porque está
apartado de él en cuanto es gracia y misericordia; así. como la
que es objeto de Dios en cuanto es misericordia, no lo es sino por-
que de tal -manera se apartó de él en cuanto gracia, que quedó
también apartada de él en cuanto es justicia. La libertad de la
criatura consiste, pues, en la facultad de designar el género de
unión que prefiere, por el apartamiento que escoge; así como la
soberanía de Dios consiste en que, cualquiera que sea el género
de apartamiento escogido por la criatura, vaya á parar ¿ la unión
por todos los apartamientos y por todos los caminos. La creación
es á manera de un círculo: Dios es, bajo un punto de vista, su cir-
cunferencia; bajo otro punto de vista, su centro : como centro, la
atrae; como circunferencia, la contiene. Nada está fuera de ese




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continente universal: todo obedece á esa atracción irresistible. La
libertad de los seres inteligentes y libres está en huir de la cir-
cunferencia, que es Dios, para ir á dar en Dios, que es el centro; y
en huir del centro, que es Dios, para ir á dar en Dios, que es la cir-
cunferencia. Nadie empero es poderoso para dilatarse mas que la
circunferencia, ni para recogerse mas que el centro. ¿ Qué ángel
hay tan potente, qué hombre tan osado, que se atreva á romper
ese gran círculo que Dios trazó con su dedo? ¿Cuál criatura p r e -
sumirá tanto de sí , que ose hacer contraste á esas leyes matemá-
ticamente inflexibles que puso eternamente en las cosas el enten-
dimiento divino? ¿Qué viene á ser el centro de ese círculo in-
exorable, sino las cosas infinitamente recogidas en Dios? ¿Qué
viene á ser esa circunferencia-circular, sino las mismas cosas dila-
tadas en Dios infinitamente? ¿Y qué dilatación hay mayor que la
dilatación infinita? ¿Qué recogimiento mayor que el infinito reco-
gimiento? Por esta razón, atónito y como pasmado y fuera de sí,
viendo á todas las cosas en Dios y á Dios en todas las cosas, y al
hombre queriendo huir sin saber cómo, ahora del centro que le
atrae, ahora de la circunferencia que le envuelve, San Agustin, el
mas bello de los ingenios y el mas grande de los doctores, hom-
bre en quien tomó carne el Espíritu de la Iglesia, el santo perdido
de amor é inundado de las ondas fortificantes de la gracia, ar -
rancó del pecho, como un sollozo sublime, esta expresión: Pobre
mortal, ¿quieres huir de Dios? Arrójate en sus brazos. Jamás boca
humana pronunció una expresión tan amorosamente sublime y tan
sublimemente tierna. Dios es pues el que señala á todas las cosas
su término; la criatura escoge la senda. Designando el término
adonde van á parar todas las sendas, Dios es omnipotentemente
soberano; así como escogiendo la senda por donde ha de ir al tér-
mino que se le señala, la criatura es inteligentemente libre. Y no
se diga que es escasa aquella libertad que consiste solo en esco-
ger una de las mil sendas que van á parar á un término necesario,
á no ser que se considere como liviana aquella libertad que con-
siste en escoger entre ganarse ó perderse; como quieta que esas
rail sendas que van á parar á Dios, término necesario de las co-




— 143 —


sas, se reducen todas á dos: el infierno y el paraíso. Si la criatura
no tiene bastante libertad con la facultad que le ha sido otorga-
da de ir á Dios por el uno ó por el otro, ¿con cuál libertad conven-
tirá en hartura el hambre por ser libre ?


Fuera de esta explicación, no hay conciliación posible entre
cosas que ái imaginarse pueden sino conciliadas de una manera
absoluta. Pjtr el contrario, una vez aceptada esta explicación, se
nos descujjren las causas secretas de los misterios mas profundos
y de los Jesignios mas altos. Con ella alcanzamos el porqué de la
prevaricqjilion angélica y de la humana, esos grandes testimonios
^e la libertad dejada al ángel y al hombre. Si Dios permitió la
prevaricación del ángel, consistió esto en que Dios sabia la mane-
ra secretísima de conciliar con el orden divino el desorden a n -
gélico, así como el ángel supo sacar el desorden angélico, del o r -
den divino. El ángel convirtió el orden en desorden, trasformando
lo que era unión en lo que fué apartamiento. Dios sacó el orden
del desorden, trasformando el apartamiento momentáneo en unión
indisoluble. El ángel no quiso estar unido á Dios por el galar-
dón, y se vio unido á él eternamente por la pena. Cerró sus oídos
al blando reclamo de su gracia, y sus oidos cerrados oyeron á su
pesar el grande estruendo de su justicia. Queriendo huir absolu-
tamente de Dios, el ángel no consiguió otra cosa sino apartarse
de él por un concepto, uniéndose á él de otra manera. Se apar-
tó del Dios clemente, y se unió con el Dios justo. Se apartó de él
en la gloria, y se unió con él en el infierno. El orden puesto en
las cosas no consiste en que estén unidas á Dios de cierta mane-
ra , sino en que estén á Dios unidas; así como el verdadero desor-
den no consiste en apartarse de Dios por un lado para unirse á
él por otro, sino en apartarse de Dios absolutamente. De donde
se sigue que el verdadero orden no deja nunca de existir,-y que
el desorden verdadero no existe. El pecado es una negación tan
radical, tan absoluta, que no solo niega el orden, sino también el
desorden; después de haber negado todas las afirmaciones, niega
sus propias negaciones, y hasta se niega á sí propio. E¡ pecado es ne-
gación de negación, sombra de sombra, apariencia de apariencia.




- 144 —


Si Dios permitid la prevaricación del hombre, ¡a cual, como
antes digimos, fué menos radical y culpable que la prevaricación
angélica , consistió esto en que Dios sabia de toda eternidad la ma-
nera altísima de conciliar con el orden divino el desorden humano;
así como el hombre supo sacar el desorden humano, del orden di -
vino. El hombre convirtió el orden en desorden , apartando lo que
junta Dios con amorosa lazada. Dios sacó el orden del desorden,
volviendoá juntar loque separó el hombre, con lazada mas blan-
da y amorosa todavía. El hombre no quiso estar unido á Dios con
el vínculo de la justicia original y de la gracia santificante , y se
vid unido á él por el vínculo de su infinita misericordia. Si Dios per-
mitió su prevaricación, consistió esto en que guardaba como en reser-
va al Salvador del mundo, el que habia de venir en la plenitud de
los tiempos : aquel supremo mal era necesario para el bien supre-
mo ; y para esta gran ventura-era necesaria aquella gran catástrofe.
El hombre pecó porque Dios habia determinado hacerse hom-
bre (1 ) , y hecho hombre sin dejar de ser Dios, tenia bastante san-
gre en sus venas y sobrada virtud en su sangre para lavar el pe-
cado. Vaciló, porque Dios tenia fuerza para sostener al vacilante;
cayó, porque Dios tenia fuerza para levantar al caido * lloró, porque
el que tuvo poder para enjugar la tierra anegada con las aguas del
diluvio, le tenia para enjugar el triste valle regado con nuestras lá -
grimas ; sintió dolores en sus miembros, porque Dios podia quitar-
le sus dolores; padeció grandes infortunios, porque Dios le tenia
guardadas mayores recompensas. Salió del Edén, se sujetó á Ja
muerte y se reclinó en el sepulcro , porque Dios tenia fuerza para
vencer á la muerte, para sacarle del sepulcro y para levantarle has-
ta el cielo.


Así como la prevaricación angélica y la humana entran como
elementos del orden universal, por efecto de una admirable ope-
ración divina, de la misma manera la libertad del ángel y la liber-
tad del hombre, en que esas dos prevaricaciones tienen origen,


(1) No v a y a á deducirse de esta frase que el Sr. Donoso hace á Dios autor del
pecado de A d á n , pues la simple lectura del capítulo basta para comprender que no
ha incurrido en error tan grosero.




— 145 —


entran como elementos necesarios de aquella ley suprema univer-
sal , á la-que están sujetas todas las cosas, todas las creaciones, to-
dos los mundos, así el moral, como el material y divino. Según
esa ley, la unidad absoluta, en su fecundidad infinita , saca perpe-
tuamente dé su seno la diversidad, la cual torna perpetuamente al
fecundísimo seno de donde salió: el seno de Dios, que es la unidad
absoluta.


Considerado Dios como PadVe, saca de sí eternamente al Hijo
por via de generación, al Espíritu Santo por vía de procedencia, y
constituyen de esta manera eternamente la diversidad divina ( 1 ) .
El Hijo y el Espíritu Santo se identifican eternamente con el Padre,
y constituyen eternamente con él su unidad indestructible.


Considerado como Criador, sacó de la nada las cosas por un ac-
to de su voluntad, y constituyó de esta manera la diversidad física;
en seguida sujetó todas las cosas á ciertas leyes eternas y á un or-
den inmutable, y de esta manera la diversidad misma no fué otra
cosa en el mundo físico, sino la manifestación esterior de su unidad
absoluta.


Considerado como Señor y como legislador, puso en el ángel
y en el hombre una libertad distinta kde la suya propia, y constitu-
yó de esta manera la diversidad en el mundo* moral; en seguida
impuso á esa libertad ciertas leyes inviolables y un término nece-
sario , y la necesidad de ese término^7 la inviolabilidad de esas le -
yes hicieron entrar á la libertad humana y á la angélica en la an-


"cha unidad de sus maravillosos designios.
La voluntad divina, que es la unidad absoluta, está en aquel


precepto dado á Adán en el paraíso, cuando le dijo Dios: No come-
rás; te libertad humana, coa la imperfección que la es aneja de la
facultad de escoger, que es la diversidad, está en la condición : y
si comieres; la diversidad vuelve á la unidad de donde procede,
primero por amenaza cuando dijo Dios al hombre*: quedarás sujeto
á la muerte; y después con la promesa, cuando prometió á la mu-
jer que nacería de su seno el que habia de pisar la cabeza de la
s*erpíente; con cuya amenaza y con cuya promesa anunció Dios los


(1) Se entiende en las personas.
T O M O I V . 10




— 146 —


dos caminos por donde la diversidad que sale de la unidad, vuel-
ve á la unidad de donde sale: el de su justicia y el de su miseri-
ricordia.


Suprimido el precepto, quedaría suprimida en su manifestación
esterior la unidad absoluta.


Suprimida ía condición, quedaría suprimida en su manifestación
esterior la diversidad, que consiste en la libertad humana.


Suprimida por una pártela amenaza, y por o'tra la promesa,
quedarían borrados los caminos por los cuales la diversidad, si no
ha de ser subversiva, ha de volver á la unidad en donde tuvo su
origen. .


Así como entre la creación física y el Criador no hay unidad,
sino porque la primera está sujeta eternamente á leyes fijas é
inmutables, manifestación perpetua de la voluntad soberana*; de la
misma manera no hay unidad entre Dios y el hombre, sino porque
el hombre, apartado de Dios por su delito ; vuelve al Dios justiciero
como impenitente, ó como purgado al Dios misericordioso.


Si después de haber considerado la prevaricación angélica y la
humana separadamente, para venir á parar en que cada una de ellas
si bien es una perturbación pQr accidente, es una armonía por su
esencia, ponemos la* consideración al mismo tiempo en ambas p r e -
varicaciones, quedaremos como pasmados y absortos al contemplar
de qué manera se convierten Qn cadencias maravillosas sus ásperas
disonancias, por la irresistible virtud del divino Taumaturgo.


Al llegar aquí , y antes de pasar adelante, conviene observar
que toda la belleza de la creación consiste en que cada cosa es en
sí como un reflejo de alguna de las perfecciones divinas; de tal
manera, que todas juntas son un fiel traslado de su belleza sobe-
rana. Por esta razón, desde el globo encendido que ilumina los es-
pacios hasta el humilde lirio que está como olvidado en el valle;
y desde mucho nías abajo de los valles que se coronan de lirios,
hasta muy por encima de los cielos en donde resplandecen los
globos, todas las criaturas, cada cual á su manera, se cuentan
unas á otras las grandes maravillas del Señor, atestiguan consig5
mismas sus inefables perfecciones, y cantan con un cántico sin fin




— 147 —


sus excelencias y sus glorias. Los cielos cantan su omnipotencia,
sus grandezas los mares , la tierra su fecundidad, las nubes con
sus altísimos promontorios figuran la peana en que descansa su pié.
El relámpago es su voluntad, el trueno su voz, el rayo su palabra.
Él está en los abismos con su sublimé silencio, y con su ira su-,
blime en los huracanes bramadores y en los torbellinos tempes-
tuosos. El nos pintó, dicen las flores de los campos. Él me dio,
dicen los cielos, mis bóvedas espléndidas. Y las estrellas .-Nosotros
somos centellas caídas de su resplandeciente vestidura. Y el ángel y
el hombre : Al pasar por delante de nosotros, su hermosísima y
gloriosísima y per feotísima figura quedó en nosotros estampada.


De esta, manera unas cosas representaron su grandeza, otras
su magestad, otras su omnipotencia ; y el ángel y el hombre e s -
pecialmente los tesoros de su bondad , las maravillas de su gracia
y el resplandor de su hermosura. Dios, empero, no es solamente
maravilloso y perfecto por su hermosura , y por su gracia, y por
su bondad y por su omnipotencia; es ademas de estas cosas, y
sobre tpdas estas si en sus perfecciones hubiera medida, infinita-
mente justo é infinitamente misericordioso. Sigúese de aquí que el
acto supremo de la creación no podia considerarse como consu-
mado y perfecto, sino después de haberse realizado en todas sus
manifestaciones su infinita justicia y su infinita misericordia. Y
Como quiera que sin la prevaricación de los seres inteligentes y
libres no podia Dios ejercer ni la justicia ni la misericordia espe-
cial que se aplican á los prevaricadores, de aquí se deduce que
la prevaricación misma fué ocasión de la mas grande de t o -
das las armonías y de la mas bella de todas las consonancias.


Cuando todos los seres inteligentes y libres prevaricaron, Dios
resplandeció en medio de la creación con nuevos y mas grandes
resplandores". El universo en general fué el reflejo perfectísimo de
su omnipotencia; el paraíso terrenal fué especialmente el reflejo
de su gracia; el cielo fué especialmente el reflejo de su miseri-
cordia ; el infierno línicameníe el reflejo de su justicia^ Y & ííe«a.,
puesla entre estos dos polos de la creación, fué á un tiempo mis-
mo el reflejo de su justicia, y el de su misericordia. Cuando con




— 148 —


la prevaricación angélica y con la humana no hubo en Dios pe r -
fección que no estuviera manifestada exteriormente por alguna
cosa, fuera de aquella que habia de ponerse de manifiesto mas a d e -
lante en el Calvario, las cosas estuvieron en orden.


Cuanto mas se ahonda en estos dogmas pavorosos, tanto mas
resplandece la soberana conveniencia, y la perfecfeísima conexión
y la maravillosa concordancia de los misterios cristianos. La ciencia
de los misterios, si bien se mira, no viene á ser otra cosa sino la
ciencia de todas las soluciones.




CAPÍTULO Vili,


S Q L U C 1 0 . N E S D E L A E S C U E L A L I B E R A L R E L A T I V A S Á E S T O S P R O B L E M A S .


ANTES de poner término á este libro, me parece conveniente in-
terrogar, así á la escuela liberal, como á las socialistas, sobre lo
que piensan acerca del mal y del bien, del hombre y dé Dios i
problemas temerosos con que tropieza forzosamente la razón al
darse cuenta á sí propia de los grandes problemas religiosos , po -
líticos y sociales. .


Por lo que hace á la escuela liberal, diré de ella solamente
que en su soberbia ignorancia desprecia la teología; y no porque
no sea teológica á su manera, sino porque, aunque lo e s , no lo Sa-
be. Esta escuela no ha llegado todavia á comprender, y probable-
mente no comprenderá jamás, el estrecho Vínculo que une entre
sí las cosas divinas y las humanas, el gran parentesco que tienen
las cuestiones poVuicas con las sociales y con las religiosas, y la




— 150 —


dependencia en que están todos los problemas relativos al g o - .
bierno de las naciones, de aquellos otros que se refieren á Dios,
legislador supremo de todas las asociaciones humanas.


La escuela liberal es la única que entre sus doctores y maes-
tros no tiene ningún teólogo; la absolutista los tuvo, los levan-
tó muchas veces á la dignidad de gobernadores de los pueblos,
y los pueblos crecieron, durante su gobernación, en importancia
y poderío. La Francia no olvidará nunca el gobierno del cardenal
de Richelieu , afamado y glorioso entre los mas gloriosos y afama-
dos de la monarquía francesa." El lustre*del gran Cardenal es tan
limpio que afrenta al de machos reyes , y su resplandor tan sobe-
rano que no padeció eclipse por el advenimiento al trono de aquel
rey gloriosísimo y potentísimo, á quien la Francia en su entusias-
mo y la Europa en su asombro llamaron á un tiempo mismo el
Grande. Cardenales y teólogos fueron Jiménez de Cisneros y Al-
beroni, loe dos ministros mas grandes de la Monarquía española.
El nombre de aquel está gloriosa y perpetuamente asociado al de
•la reina mas esclarecida y al de la mujer mas insigne de nuestra
España, famosa entre las gentes por sus insignes mujeres y sus es-
clarecidas reinas: el segundo.es grande en la Europa, por la gran-
deza de sus designios y por la agudeza y la sagacidad de su p ro -
digioso ingenio. Nacido aquel en .los dichosos dias en que los altos


-hechos* de está nación la levantaron sóbrela dignidad de la histo-
r ia , encumbrándola hasta la altura y la grandiosidad de la epope-
ya , gobernó con mano firme el gran bajel del Estado; y poniendo
en silencio á la tripulación turbulentísima que iba en él , le llevó
por mares inquietos á otros mas apacibles y tranquilos, en donde
hallaron el bajel y el piloto quieta' paz y sosegada bonanza. Veni-
do el segundo en aquellos tiempos miserables en que iba despe-
ñándose ya la magestad de la Monarquía española, estuvo á pun-
to-de volverla su antigua majestad y poderío, haciéndola pesar
gravemente en la balanza política de los pueblos europeos.


La ciencia de Dios' da, al que la posee, sagacidad y fuerza, por-
que á un mismo tiempo aguza el ingenio y le dilata. Lo que para
mí hay de mas admirable en las vidas de los Santos, y señalada-




— 151 —


mente en las de los padres del Yermo, es una circunstancia qué
aun no ha sido apreciada debidamente. Yo no sé de ningún hom-
bre acostumbrado á conversar con Dios y ejercitarse en las d i -
vinas especulaciones, que en igualdad de circunstancias no se
aventaje á ios demás, ó,por lo entendido y vigoroso de su razón,
ó por lo sano de su juicio ,^ó por lo penetrante y agudo de su
ingenio; y sobre todo, no sé de ninguno que en circunstancias
iguales no saque ventaja á los demás en aquel sentido práctico y
prudente que se llama el buen, sentido. Si el género humano no
estuviera condenado irremisiblemente á ver las cosas del revés,
escogería por consejeros entre la generalidad de los hombres á
los teólogos, entre los teólogos á los místicos, y entre los místicos
á los que han vivido una vida mas apartada de los negocios y del
mundo. Entre las personas que yo conozco, y conozco á muchas,
las únicas en quienes he reconocido un buen sentido impertur-
bable, y una sagacidad prodigiosa, y una maravillosa aptitud
para dar una solución práctica y prudente álos mas'escabrosos pro-
blemas, y para encontrar siempre un escape ó una salida en los
negocios mas arduos, son aquellas que han vivido una vida con-
templativa y retirada; y al revés,- no he encontrado-todavía, ni
pienso encontrar jamás, uno de esos hombres que se llaman de
negocios,'despreciadoresde todas las especulaciones espirituales
y. sobre todo de las davinas, que.sea capaz de entender negocio
ninguno : á esta clase numerosísima pertenecen aquellos que to -
man por oficio engañar á los otros, siendo ellos los que se enga-
ñan á sí mismos. Y aquí es donde el hombre queda atónito ante "
los altos juicios de Dios; porque si Dios no hubiera condenado á
los que le desdeñan ó le ignoran, engañadores de profesión, á
ser perpetuamente torpes; ó si no hubiera puesto un límite e,nsu
propia virtud á los que son prodigiosamente sagaces, . las socie-
dades humanas no hubieran podido resistir ni á la sagacidad de
los unos ni á la malicia de los otros. La virtud de los hombres
contemplativos y la torpeza de los hábiles son las únicas cosas que
mantienen al mundo en su ser y en un equilibrio perfecto. Un solo
ser hay en la creación que reúne en sí toda la sagacidad de los sé-




— 152 —


res espirituales y contemplativos, y toda la malicia de los que.ig-
noran ó desprecian á Dios, juntamente con todas las especulacio-
nes espirituales. Ese ser es el Demonio. El Demonio tiene de los
unos la sagacidad sin su virtud , y de los otros la malicia sin su
torpeza • y de aquí cabalmente le viene toda su fuerza destructora
y todo su inmenso poderío.


Por lo que hace á la escuela liberal, considerada en ge-
neral, no es teológica sino en el grado en que lo son necesariamen-
te todas las escuelas : sin hacer una exposición explícita de su fe,
sin cuidarse de declarar su pensamiento acerca de Dios y del
hombre, del mal y del bien, y del orden y del desorden en que
están puestas todas las cosas criadas; y haciendo ostentación, por
el contrario, de tener por cosa de menos valer estas altísimas es-
peculaciones, puede afirmarse de ella, sin embargo, que cree
en un dios abstracto é indolente, servido por los filósofos en la
gobernación de las cosas humanas, y por ciertas leyes que ins-
tituyó en el principio de los tiempos, en la gobernación univer-
sal délas cosas. Aunque es rey de la creaccion el dios de esta *
escuela, ignora perpetuamente con una augusta ignorancia la ma- 1 '
ñera en que sus reinos son gobernados y regidos: cuando di-
putó los ministros que los gobernaran en su nombre, depositó en
ellos la plenitud de su soberanía, y los declaró perpetuos é i n -
violables. Desde entonces acá dos pueblos le deben culto, pero
no obediencia.


Por lo que hace al mal , la escuela liberal le niega en las cosas
* físicas y le concede en las humanas. Para esta escuela todas las


cuestiones relativas al mal ó al bien se resuelven en una cuestión
de gobierno, y toda cuestión de gobierno en una cuestión de legi-
timidad; de tal manera, que cuando el gobierno es legítimo, el
mal es imposible; y por el contrario , cuándo es ilegítimo el go-
bierno , el mal es inevitable. La cuestión del bien y del mal se r e -
duce, pues, á averiguar, por una parte, cuáles son los gobiernos
legítimos, y por otra, cuales son los usurpadores.


Llama legítimos la escuela liberal á los gobiernos establecidos
por Dios, é ilegítimos á los que no tienen origen en la delegación




— 153 —


divina. Dios quiso que las cosas materiales estuvieran sujetas acier-
tas leyes físicas que instituyó en el principio, y de una vez para
siempre; y que las sociedades se gobernaran por la razón, encar-
nada de una manera general en las clases acomodadas, y de
una manera especial en los filósofos que la enseñan y dirigen : de
donde se sigue, por consecuencia forzosa, que nó hay mas que dos
gobiernos legítimos: el gobierno de la razón humana, encarnada d e
una manera general en las clases medias, y de una manera e spe -
cial en los filósofos; y el gobierno de la razón divina, encarnada
perpetuamente en ciertas leyes á que están sujetas desde el pr in-
cipio las cosas materiales.


No dejará de causar estrañeza á mis lectores, y sobre todo á
mis lectores liberales, esta derivación de la legitimidad liberal, del
derecho divino; y sin embargo, nada hay para mí mas evidente.
La escuela liberal no es atea en sus dogmas; aunque no siendo ca-
tólica vaya á parar, sin saberlo y aun sin quererlo, de consecuen-
cia en consecuencia, hasta los confines del ateísmo. Reconociendo
la existencia de un Dios criador de toda criatura , no puede negar
en el Dios que reconoce y afirma, la plenitud original de todos los
derechos, ó la soberanía constituyente, que viene á ser lo mismo
en el lenguaje de la escuela. Es católico el que reconoce en Dios
la soberanía constituyente y la actual; es deísta el que le niega la
actual y reconoce en él la constituyente; es ateo el queniega de él
•toda soberanía, porque le niega la existencia. Siendo esto así, la
escuela liberal, en cuanto deísta, no puede proclamar la sobera-
nía actual de la razón, sin proclamar al mismo tiempo la consti-
tuyente de Dios, en donde la primera, que es siempre delegada,
tiene principio y origen. La teoría de lá soberanía constituyente del
pueblo es una teoría atea, que no está en.la escuela liberal sino co-
mo el ateísmo está en el deísmo , en calidad de consecuencia leja-
na aunque inevitable. De aquí proceden las dos grandes parciali-
dades de la escuela liberal: la democrática y la liberal, propiamen-
te dicha; la segunda mas tímida, la primera mas consecuente. La
democrática, arrastrada por una lógica inflexible, ha idoá perder-
se en estos últimos tiempos, como los rios van á perderse en la mar;




en las escuelas á un tiempo misrn* ateas y socialistas; la liberallu-
cha por estar quieta en el alto promontorio que ha levantado para
sí, puesto entre dos mares que van alzando sus olas y que cubri-
rán su cima: el socialista y el católico. De esta última solo habla-
mos aquí, y de ella afirmamos que no pudiendo reconocer la sobe-
ranía constituyente del pueblo sin ser democrática, socialista y
atea; ni la soberanía actual de Dios, sin ser monárquica y católica,
reconoce por una parte la soberanía originaria y constituyente de
Dios, y por otra la soberanía actual de la razón humana. Y véase
cómo teníamos razón al afirmar que la escuela liberal nó proclama
el derecho humano sino como derivado originariamente del divino.


Para esta escuela no hay otro mal sino el que procede de no es-
tar el gobierno en donde le puso Dios desde el principio de los tiem-
pos ; y como las cosas materiales están perpetuamente sujetas a las
leyes físicas que fueron contemporáneas de la creación, la escue-
la liberal niega el mal en la universalidad de las cosas : y al revés,
como sucede que el gobierno de las sociedades no está quieto y fijo
en las dinastías filosóficas, en quienes reside por delegación divina
el derecho esclusivo de gobernación de las cosas humanas, la e s -
cuela liberal afirma el mal social, siempre que el gobierno sale de
las manos de los filósofos y de las clases medias, para caer en la
mano de los reyes ó para pasar á las clases populares.


De todas las escuelas esta es la mas estéril; porque es la menos
docta y la mas egoísta. Gomo se v é , nada sabe de la naturaleza del
mal ni del bien: apenas tiene noticia de Dios, y no tiene noticia nin-
guna del hombre. Impotente para el b ien , porque carece de toda
afirmación dogmática , y para el m a l , porque le causa horror toda
negación intrépida y absoluta, está condenada sin saberlo „ á ir á
dar con el bajel que lleva su fortuna a l puerto católico ó á los es-
collos socialistas; Esta escuela no domina sino cuando la sociedad
desfallece; el periodo de su dominación es aquel transitorio y fugi-
tivo en que el mundo no sabe si irse con Barrabás ó con Jesús; y
está suspenso entre una afirmación dogmática y una negación su-
prema. La sociedad entonces se deja gobernar de buen grado por
una escuela que nunca dice afirmo ni niego, y que á todo dice dis-




tingo. El supremo interés, de esa escuela está en que no llegue el dia
délas negaciones radicales ó de las afirmaciones soberanas; y para
que uo llegue, por medio de la discusión confunde todas las nocio-
nes y propaga el escepticismo, sabiendo como sabe , que un pue-
blo que oye perpetuamente en boca de sus sofistas el pro y el con-
tra de todo, acaba por no saber á qué atenerse, y por preguntarse
á sí propio si la verdad y el error , lo injusto y lo justo, lo torpe y
lo honesto son cosas contrarias entre s í , ó si son una misma cosa
mirada bajo puntos de vista diferentes. Este periodo angustioso, por
mucho que dure, es siempre breve; el hombre ha nacido para obrar,
y la discusión perpetua contradice á la naturaleza humana, siendo
como es enemiga de las obras. Apremiados los pueblos por todos
sus instintos, llega un dia en que se derraman por las plazas y las
calles pidiendo á Barrabas ó pidiendo á Jesús resueltamente, y vol-
cando en el polvo las cátedras de los sofistas.


Las escuelas socialistas, hecha abstracción de las bárbaras mu-
chedumbres que la siguen, y consideradas en sus doctores y maes-
tros, sacan grandes ventajas á la escuela liberal, cabalmente por-
que se van derechas á todos los grandes problemas y á todas las
grandes cuestiones, y porque proponen siempre una resolución
perentoria y decisiva. El socialismo no es fuerte sino porque es una
teología, y no es destructor sino porque es una teología satánica.
Las escuelas socialistas, por lo que tienen de teológicas, prevalece-
rán sobre la liberal, por lo que esta tiene de antiteológica y de es-
céptica; y por lo que tienen de satánicas, sucumbirán ante la e s -
cuela católica , que es á un mismo tiempo teológica y divina. Sus
instintos deben estar de acuerdo con nuestras afirmaciones, si se
considera que guardan para el Catolicismo sus odios, mientras que
para el liberalismo no tienen sino desdenes.


El socialismo democrático tiene razón contra el liberalismo,
cuando le dice:—«¿Qué Dios es ese que ofreces á mi adoración, y
que debe ser menos que tú, porque ni tiene voluntad, ni es s i -
quiera una persona? Yo niego el Dios católico, pero negándole^ Je
concibo; lo que no puedo concebir, es un Dios sin los divinos a t r i -
butos. Todo me inclina á creer que no le has dado la existencia




— 156 -


sino para que él te dé la legitimidad que no tienes: tu legitimi-
dad y su existencia son una ficción que cabalga en otra ficción,
y una sombra que cabalga en, otra sombra-. Yo he venido al mundo
para disipar todas las sombras y para acabar con todas las fic-
ciones. La distinción entre la soberanía actual y la constituyen-
te tiene todos los visos de una invención de los que , no atre-
viéndose á cogerlas ambas, quieren á lo menos tomar una. El so-
berano es como Dios : ó es uno, ó no existe; la soberanía, como
la Divinidad, ó no es, ó es indivisible é incomunicable. La legiti-
midad de la razón son dos palabras, de las cuales la última d e -
signa el sugeto y la primera el atributo: yo niego el atributo y
el sugeto. ¿Qué cosa es la legitimidad, y qué cosa es la : razón?
Y en el caso de que sean alguna cosa, ¿de dónde sabes que esa
cosa esté en el liberalismo y no en el socialismo , en tí y no en mí,
en las clases acomodadas y no en el pueblo? Yo niego tu legiti-
midad y tú la mia , tú niegas mi razón y yo la tuya. Guando me
provocas á discutir, te perdono porque no sabes lo que haces:
la discusión, disolvente, universal, cuya virtud secreta no c o -
noces, acabó ya con tus adversarios y va á acabar contigo ahora;
por lo que hace á m í , tengo propósito firme de ganarla por la
mano, matándola para que no me mate. La discusión es espada
espiritual que revuelve el espíritu con ojos vendados ; contra ella,
ni vale la industria ni la malla de acero: la discusión es el título
con que viaja la muerte, cuando no quiere ser conocida y anda de
incógnito. Roma la sesuda la conoció, á pesar de sus disfraces,
cuando entró por sus muros en traje de sofista; por eso, prudente
y avisada, la refrendó su pasaporte. El hombre, ai decir de los ca-
tólicos, no se perdió sino porque entró en discusiones con la mu-
j e r , ni la mujer sino por haber discutido con el diablo; mas ade-
lante, hacia la mitad de los tiempos, dicen que este mismo demo-
nio se apareció á Jesús en un desierto, provocándole á una batalla
espiritual, ó como quien diria, á una discusión de tribuna. Pero
aquí parece que tuvo que habérselas con otro mas avisado, el cual
le hubo de contestar vade Satana, con cuya palabra puso fin á
un mismo tiempo á la discusión y á -los diabólicos prestigios. Es




— 157 -


fuerza confesar que los católicos tienen gracia especial para poner
de bulto grandes verdades y para vestirlas con ingeniosas ficcio-
nes (1) . La antigüedad toda hubiera condenado* unánimemente al
insensato que^hubiera puesto en pública discusión á un tiempo
mismo las cosas divinas y las humanas, las instituciones religiosas
y las sociales, Jos magistrados y los dioses. Contra él hubieran fa-
llado de consuno Sócrates, Platón y Aristóteles; en el gran duelo
hubieran sido sus campeones los cínicos y los sofistas.»


«Por lo que hace al mal, ó está en el universo todo, ó no exis-
te. Las formas de los gobiernos son poca cosa para engendrarle;
si la sociedad está sana y bien constituida , : su constitución es po -
derosa para resistir á todas las formas posibles de gobierno; y si no
las resiste, es porque está mal constituida y enferma. El mal no
puede ser concebido sino como un vicio orgánico de la sociedad, ó
como un vicio constitucional de la naturaleza humana.; y en este
caso el remedio no está en mudar el gobierno, sino en cambiar el
organismo social ó la constitución del hombre. »—


El error fundamental del liberalismo consiste en no dar impor-
tancia sino á las cuestiones de gobierno que, comparadas con las
del orden religioso y social, no tienen importancia ninguna. Esto
sirve para explicar por qué causa el liberalismo queda de todo
punto eclipsado desde el momento en que socialistas y católicos
proponen al mundo sus tremendos problemas y sus soluciones con-
tradictorias. Cuando el Catolicismo afirma que ' el mal viene : del
pecado, que el pecado corrompió en el primer hombre á la natu-
raleza humana, y que sin embargo el bien prevalece sobre el mal
y el orden sobre el desorden, porque el uno es humano y el otro
divino, no cabe duda sino que, aun antes de ser examinado, satis-
face en cierta manera á la razón, proporcionando la grandeza de
las causas á la de los efectos, y nivelando la grandeza de lo que
se propone explicar con la grandeza de sus. explicaciones. Cuando
el socialismo afirma que la naturaleza del hombre está sana y la so-
ciedad enferma; cuando pone al' primero en lucha abierta con la


(1) Conviene no perder de visla q u e lodo -este razonamiento va puesto en l e c a
d e los socialistas.




— 15$ —


segunda para extirpar el mal que está en ella con el bien que está
en é l ; cuando convoca y llama á todos los hombres para que se
levanten en rebeldía Gontra todas las instituciones sociales, no ca-
be duda sino que en esta manera de plantear y de resolver la
cuestión, si hay mucho falso, hay algo de gigantesco y de gran-
dioso, digno de la majestad terrible del asunto. Pero cuando el l i -
beralismo explica el mal y el bien, el orden y el desorden, por
las varias formas de los gobiernos, todas efímeras y transitorias;
cuando prescindiendo por un lado de todos los problemas socia-
les, y por otro de todos los religiosos, pone á discusión sus p ro -
blemas políticos, como los únicos que son dignos por su alteza de
ocupar al hombre de Estado, no hay palabras en ningún idioma
con que encarecer la profundísima incapacidad y la radical impo-
tencia de esta escuela, no ya para resolver, sino hasta para plan-
tear estas pavorosas cuestiones. La escuela liberal, enemiga á un
mismo tiempo de las tinieblas y de la luz, ha escogido para sí no sé
qué crepúsculo incierto entre las regiones luminosas y las opa-
cas, entre las sombras eternas y las divinas auroras. Puesta en esa
región sin nombre, ha acometido la empresa de gobernar sin pue-
blo y sin Dios: empresa extravagante é imposible: sus dias están
contados, porque por un punto del horizonte asoma Dios, y por otro
asoma el pueblo. Nadie sabrá decir dónde está en el tremendo dia
de la batalla, y cuando el campo' todo esté lleno con las falanjes
católicas y las falanges socialistas.




CAPÍTULO I X .


SOLUCIONES SOCIALISTAS.


LAS escuelas socialistas sacan una gran ventaja á la liberal, así por
la naturaleza de los problemas que se proponen resolver, como
por la manera de plantearlos y de resolverlos. Sus maestros se
muestran familiarizados, hasta cierto punto, con aquellas especu-
laciones atrevidas que tienen por asunto á Dios y su naturaleza, al
hombre y su constitución, á la sociedad y sus instituciones, al uni-
verso y sus leyes. De esta inclinación á generalizarlo todo, á consi-
derar las cosas en su conjunto, á observar las disonancias y las a r -
monías generales, procede una mas grande aptitud en ellos para
entrar y salir, sin perderse, en el laberinto intrincado de la dia-
léctica racionalista*. Si en la gran contienda que tiene como en sus-
penso al mundo no hubiera otros combatientes sino los socialistas
y los liberales, ni la batalla sería larga, ni dudosa la victoria.




_ 160 —


Todas las escuelas socialistas son, bajo el punto de vista filoso-»
fico, racionalistas; bajo el punto de vista político, republicanas;
bajo el punto de vista religioso, ateas. Por lo que tienen de racio-
nalistas, se asemejaría la escuela liberal, y se distinguen de ella
por lo que tienen de ateas y de republicanas. La cuestión consiste
en averiguar si el racionalismo va á parar lógicamente al punto en
que la escuela liberal hace alto, ó al término en que descansan las
escuelas socialistas. Reservando para mas adelante el examen de
esta cuestión por lo relativo al punto de vista político, nos ocupa-
remos aquí principalmente del punto de vista religioso.


Considerada bajo este aspecto la cuestión, es-cosa clara que el
sistema en virtud del cual se concede á la razón una competencia
omnímoda para resolver por sí y sin ayuda de Dios todas las cues-
tiones relativas al orden político, al religioso, al social y al huma-
no, supone en la razón una soberanía completa y una indepen-
dencia absoluta. Este sistema lleva consigo tres negaciones simul-
táneas: la de la revelación, la de la gracia, y la dé la providencia;
la de la revelación, porque la revelación contradice lti competencia
omnímoda de la razón humana; la de la gracia, porque la gracia
contradice su independencia absoluta; la de la providencia, por-
que la providencia es la contradicción de su soberanía indepen-
diente. Pero estas tres negaciones, si bien se mira, se resuelven
en una: la negación de todo vínculo entre Dios y el hombre; como
quiera que si el hombre no está unido á Dios por la revelación,
por la providencia y por la gracia, no está unido á Dios de ninguna
onanera.


Ahora bien, afirmar esto de Dios y negarle, es una misma co-
sa. Afirmarle dogmáticamente después de haberle despojado dog-
máticamente de todos sus atributos, es una contradicción reservada
á la escuela liberal, la mas contradictoria entre las racionalistas.
Por lo demás, esta contradicción, lejos de ser accidental, es esen-
cial en esta escuela, la cual, por cualquiera lado que se la mire,
es un compuesto exótico de palmarias contradicciones. Eso mismo
que hace con Dios en el orden religioso, hace en el político con
el rey y con el pueblo. La escuela liberal tiene por oficio procla-




— 161 —


mar las existencias que anuía, y anular las existencias que procla-
ma. Ninguno de sus principios deja de ir acompañado del contra-
principio que le destruye. Asi, por ejemplo, proclama la monar-
quía , y luego la responsabilidad ministerial, y por consiguiente la
omnipotencia del ministro responsable, contradictoria de la monar-
quía. Proclama la omnipotencia ministerial, y luego la intervención
soberana, en materias de gobierno, de las asambleas deliberantes,
la cual es contradictoria de la omnipotencia de los ministros. Pro-
clama la soberana intervención en los asuntos del Estado de las
asambleas políticas, y luego el derecho de los colegios electorales
para fallar en última instancia, el cual es contradictorio de la inter-
vención soberana dé las asambleas políticas. Proclama el derecho
de supremo arbitraje que reside én los electores, y luego acepta
mas ó menos explícitamente el supremo derecho de insurrección,
contradictorio de aquel arbitraje pacífico y supremo. Proclama el
derecho de insurrección de las muchedumbres , lo cual es procla-
mar su soberana omnipotencia; y luego da la ley del censo elec-
toral lo cual es. condenar al ostracismo á las muchedumbres sobe-
ranas: Y con todos estos principios y contraprincipios se propone
una sola cosa: alcanzar á fuerza de artificio y de industria un
equilibrio que nunca alcanza, porque es contradictorio de la natu-
raleza de la sociedad y de la naturaleza del hombre. Solo para una
fuerza no ha buscado la escuela liberal su correspondiente equili-
brio : la fuerza corruptora. La corrupción es el dios de la escuela;
y como Dios está á un tiempo mismo en todas partes. De tal manera
ha combinado las cosas la escuela liberal, que donde ella prevalece,
todos han de ser forzosamente corruptores ó corrompidos; porque en
donde no hay ningún hombre que no puede ser César ó votar al Cé-
sar ó aclamar al César, todos han de ser ó Césares ó pretorianos.
Por esta razón, todas las sociedades que caen debajo de la domina-
ción de esta escuela, mueren de una misma muerte: todas mueren'
gangrenadas. Los reyes corrompen á los ministros prometiéndoles
la eternidad; los ministros á los reyes prometiéndoles el ensanche
de su prerogativa. Los ministros corrompen á los representantes del
pueblo poniendo á sus pies todas las dignidades del Estado; las


T O M O I V . 11




- 162 -


asambleas á los ministros con sus votos; los elegidos trafican con
su poder , los electores con su influencia; todos corrompen á las
muchedumbres con sus promesas, y las muchedumbres á todos con
bramidos y amenazas.


Volviendo á anudar el hilo de este discurso , diré que. cuando
las escuelas socialistas niegan la existencia de Dios, que viene afir-
mada por la escuela liberal, no hacen otra cosa sino ser mas ló-
gicas que la liberal, y mas consecuentes. Y sin embargo de esto,
distan mucho de serlo tanto en su línea, como lo es en la suya la
escuela católica. La escuela católica afirma á Dios con todos sus
atributos, con una afirmación dogmática y soberana. Las socialistas
al r evés , aunque vienen á negarle en definitiva , ni le niegan del
mismo modo, ni le niegan por unas mismas razones, ni le niegan
resueltamente. Consiste esto en que el hombre mas intrépido se
sobrecoge de espanto al afirmar que no hay Dios, "de una manera
absoluta. Cualquiera diria que al llegar aquí teme el hombre no
poder pasar de aquí, y que se desplome el cielo sobre el blasfema-
dor y su blasfemia. Los unos le niegan diciendo : Todo lo que exis-
te es Dios, y Dios es todo lo que existe—los otros, afirmando que
la humanidad y Dios son cosas idénticas : entre ellos hay algunos
que aseguran que en la humanidad hay dualismo de fuerzas y de
energías, y que el hombre es el representante de ese dualismo.
Los que son de este sentir, distinguen en el hombre las fuerzas
reflexivas y las energías espontáneas; la verdadera humanidad
está en las primeras, y la divinidad verdadera en las segundas.
Por este sistema, Dios no es ni todo lo que existe, ni la humani-
dad : Dios es la mitad del hombre. Otros son de otro parecer, y
niegan que Dios sea hombre ó parte del hombre, que sea la huma-
nidad ó que sea el universo; y se inclinan á creer que es un ser
sujeto á encarnaciones diferentes y sucesivas; que donde quiera
que hay una gran influencia ó una grandiosa dominación , allí está
Dios encarnado: Dios se ha encarnado en Ciro, y en Alejandro, y
en César, y en Cario Magno, y en Napoleón. Se encarnó sucesiva-
mente en los grandes imperios asiáticos y luego en el macedónico,
y después en el romano: al principio fué el oriente y después el




— 163 —
occidente. El mundo cambia de semblante en cada uña de estas
encarnaciones divinas» y da un paso en el camino del progreso»
cada vez que á consecuencia de una nueva encarnación cambia de
nuevo su semblante.


Todos estos sistemas contradictorios y absurdos se han encarna-
do en un hombre venido al mundo en estos últimos tiempos para
ser la personificación de todas las-Contradicciones racionalistas.
Este homhre es M. Proudhon , de quien hemos hecho mérito y de
quien le haremos muchas veces en el discurso de esta obra. M..
Proudhon pasa por el mas docto y consecuente de los socialistas
modernos: por lo que hace á su doctrina , no cabe duda sino que
es superior á la de cuasi todos los racionalistas contemporáneos ••
por lo que hace á su consecuencia, por las muestras que damos
aquí , relativas todas á los problemas que son asunto de este libro,
podrán formarse de ella una idea cabal nuestros lectores.


En las Confesiones de un revolucionario, Mr. Proudhon-define
á Dios de la manera siguiente: «Dios es la fuerza universal, pene-
t r a d a de inteligencia, que produce por la conciencia infinita que
»de sí tiene, los seres de todos los reinos» desde el fluido impon-
»derablé basta el hombre, y que solo en el hombre llega a r e -
conocerse á sí misma, y á decir: Yo. Lejos de ser nuestro Señor
»Dios el asunto de nuestras investigaciones, ¿ cómo se han atrevi-
»do los taumaturgos á convertirle en un ser personal, rey absoluto
«unas veces, como el Dios de los judíos y de los cristianos, y
«constitucional otras\como el de los deístas, y cuya providencia
«incomprensible parece perpetua y únicamente ocupada en deso-
» ríen tar nuestra ra zon. ?»


Aquí hay fres cosas: \ a f i r m a c i ó n de una fuerza universal, in-
teligente y divina, que es el panteísmo; 2 . a encarnación mas excelen-
te dé Dios en la humanidad, que es el humanismo; 3.* negaeion de
un Dios personal y de su providencia, que viene á ser el deísmo.


En la obra que intituló Sistema de las contradicciones económicas,
capítulo 8 , dice así: «Prescindiré de la hipótesis panteista, que
«siempre me ha parecido una hipocresía ó una cobardía. Dios es
«personal, ó no existe;» Aquí se afirma todo lo que en el texto




— lf>4 —


anterior se niega, y se niégalo que en el texto anterior se afirma»
Allí se afirma un Dios panteista é impersonal; aquí se niegan,
como dos cosas igualmente absurdas, la impersonalidad de Dios
y el panteísmo.


Más adelante añade en este capítulo: «El verdadero remedio
»contra el fanatismo no me parece que está en identificar á la hu-
»manidad con la Divinidad, lo cual no viene á ser otra cosa sino
«afirmar en economía política el comunismo , y en filosofía el
«misticismo y el statu -quo. El verdadero remedio está en dernos-
»trar á la humanidad, que Dios, si es que existe, es su enemi-
»go.» Después de haber dado al traste con su panteísmo y con
su Dios impersonal, aquí acaba con el humanismo, que está con-
tenido en la definición del texto. Por otra pa r t e , aquí comienza
á revestirse de una forma concreta la teoría de la rivalidad entre
Dios y el hombre , de que hemos hecho mérito ya en otro capí-
tulo de este libro.


La condenación del humanismo y la teoría de la rivalidad apa-
recen mas clavas.én el capítulo 9 de la misma obra, en donde se lee
lo que sigue: «Por mi parte ( y siento en verdad haberlo de confe-
»sar, cierto como estoy de que esta declaración me separa de los
imas inteligentes entre los socialistas) mientras mas pienso en ello,
• mas'imposible me es suscribir á esta deificación de nuestra espe-
»cié, que bien considerada no es otra cosa, en los ateos de nues-
t r o s dias, sino el último eco de los terrores religiosos; y la cual
»rehabilitan do y consagrando el misticismo con el nombre de hu-
m a n i s m o , vuelve á poner las ciencias bajo el imperio de las preo-
-»cupaciones, la moral bajo el imperio de los hábitos , la economía
ísocial bajo el imperio del comunismo, ó lo que es lo*mismo, de la
»atonía y de la miseria; y por último, la lógica misma bajo el impe-
lí'rio de lo absurdo y de lo absoluto. Y cabalmente porque me veo
• obligado á repudiar.-, esta religión, juntamente con todas las que
»la precedieron, es por lo que necesito todavía admitir como
«plausible la hipótesis de un ser infinito... contra el cual debo lu-
»char hasta la muerte , porque ese es mi destino, como Israel con-
»tra Jehová.»




— 165 —


Nada queda de la definición de Dios sino la negación de la pro-
videncia; y hasta esa negación desaparece con esta afirmación con-
traria ; «Y véase cqpiq, caminamos á la ventura, conducidos por la
«Providencia; que nunca nos avisa sino cuando nos hiere.» (Siste-
me des contradictions, c. 3.j ,


Por lo expuesto se vé que Mr. Proudhon, recorriendo la escala
de todas las contradicciones racionalistas, es ahorapanteista , luego
humanista, después maniqueo; que cree en un Dios impersonal, y
luego declara monstruosa y absurda la idea de un Dios, si el Dios
ideado no es una persona; y por último que afirma y niega la Pro-
videncia al mismo tiempo. En uno de nuestros capítulos anteriores
vimos de qué man era en la teoría maniquea de la rivalidad entre
Dios y el hombre, el hombre proudhoniano era el representante del
bien, y el Dios proudhoniano el representante del mal: ahora vere-
mos de qué manera , según el mismo Prouhdon, todo este sistema
viene al suelo.


En el capítulo % de la obra ya citada se espresa de esta manera.
«La naturaleza ó la Divinidad ha desconfiado de nuestros corazoues,
»y no ha creido en el amor del hombre por sus semejantes. Todos
«los descubrimientos de las ciencias acerca de los designios de la
«Providencia sobre las evoluciones sociales, sea dicho para vergüen-
»za de la conciencia humana , y sépalo nuestra hipocresía, dan tes-
t imonio de una misantropía profunda por parte de Dios. Dios nos
»da ayuda, no por bondad, sino porque el orden constituye su
«esencia. Si procura el bien del mundo, no "es porque le juzgue
«digno del bien, sino porque está obligado á ello por la religión de
»su suprema sabiduría. Y mientras que el vulgo le nombra con el
»tierno nombre de padre, ni el historiador ni el economista filósofo
«encuentran motivo para creer en la posibilidad de que nos estime
»y nos ame.»


Con estas palabras viene á t ierra el mariiqueismo proudnomario.
VL\ hombre no es el rival sino el esclavo despreciado de Dios; no es
el bien ni es el mal, es una criatura en que se agitan los instintos
groseros y serviles que en los esclavos engendra la servidumbre.
Dios es no sé qué conjunto de leyes severas , inflexibles y materna-




— 166 —


ticas; obra el bien sin ser bueno; y su misantropía atestigua que
seria malo si pudiera. El dios proudhoniano muestra aquí un paren-
tesco evidente con el Fatum da los antiguos. El fatalismo se descu-
bre mas claramente todavía en estas palabras: «Llegados ala segun-


. »da estación de nuestro calvario, éu vez dé entregarnos á contem-
iplaciones estériles, lo que nos conviene es poner un oído cada vez
»mas atento á las enseñanzas del destino. La fianza de nuestra l i -
b e r t a d está cabalmente en el progreso de nuestro suplicio.»


En pos del fatalista viene el ateo.— «¿Qué cosa es Dios? ¿En
»donde está? ¿En cuantos dioses se multiplica? ¿Qué es lo que
»quiere? ¿ Hasta dónde alcanza su poder? ¿Qué promesas nos
¡phace? Y ved aquí que, cuando para descubrir todas estas co-
rsas , tomamos en la mano la antorcha de la análisis, luego al pun-
ís to todas las divinidades del cielo, de la tierra y de los infiernos se
»nos convierten en un no sé qué incorpóreo, impasible, inmóvil,
»incomprensible, indefinible, y para decirlo todo de una vez , en
»una negación de todos los atributos de la existencia. En efecto,
«ahora ponga el hombre detrás de cada objeto un espíritu ó genio
«especial, ahora conciba el universo como gobernado por un p o -
»der único; en cualquiera de estas suposiciones no hace otra cosa
»sino afirmar la hipótesis de una entidad incondicional, es decir,
«imposible, para sacar de ella una explicación medianamente sa-
»tisfactoria de los fenómenos que no puede concebir de otra mane-
¡»ra. ¡Misterio altísimo y profundísimo! Para hacer cada vez inas ra -
cional el objeto de su idolatría, el creyente le va despojando su-
»cesivamente de todo.lo que podría constituir su realidad; y des-
>pues de esfuerzos prodigiosos de lógica y de ingenio, venimos á
«parar en que los atributos del ser por excelencia van á confundir-
»sey á identificarse con los de la nada. Esta evolución es fatal é ine-
v i t ab le . El ateismo está en el fondo de toda theodicea.» (Sisteme
»des contradictions-: Prologue.)


Una vez llegado á esta conclusión suprema y á este abismo tene-
broso, no parece sino que las furias entran en posesión del ateo.
Las blasfemias hinchan su corazón, oprimen su garganta, queman
sus labios, y cuando intenta levantarlas en pirámide, poniendo-




— 167 —


las unas sobre otras, basta el trono de Dios, vé cou asombro que
vencidas de su peso específico, en vez de subir con ligerísimas
alas, caen pesadas y grosera* en el abismo, que es su centro. Su
lengua no encuentra palabras que no sean sarcásticas ó desdeño-
sas , ni vocablos que no sean torpes ó iracundos, ni arranques
que no sean frenéticos. Su estilo es á un tiempo mismo impetuo-
so y sucio, elocuente sin aliño , y cínicamente grosero. Aquí e x -
clama : «¿De qué sirve adorar este fantasma de Divinidad? ¿Y qué
»es la que exige de nosotros por medio de esta comparsa de inspi-
»rados que nos persiguen en todas partes con sus sermones ? »
(Sisteme des contradidions, c. 3.) Y mas allá deja caer estos vo-
cablos cínicos : «En cuanto á Dios, yo no le conozco. Dios t am-
b i é n no es otra cosa sino puro misticismo. Si queréis que os es-
»cuche, comenzad por suprimir e s a palabra en vuestros discur-
s o s ; porque por una experiencia de tres mil años he llegado á
»convencerme, de que todo el que me habla de Dios, quiere ro-
charme la libertad ó la bolsa. ¿Cuanto me debes? ¿Cuanto te de-
»bo? Ved ahí mi religión y mi Dios.» (Id.., c. 6 . ) Llegado al
parasismo de la rabia, prorumpe, en el capítulo 8 , en las p a -
labras siguientes : «Esto digo : el primer deber del hombre inte-
l igen te y libre es arrojar inmediatamente la idea de Dios de su
«espíritu y de su conciencia; porque Dios, si existe, es esencial-
»mente hostil á nuestra .'naturaleza, y no dependemos de él para
«nada. . . . . . ¿Con qué derecho me diria- Dios todavía: sé santo


»como yo soy santo? ¡Espíritu engañador! le respondería yo,
»¡Dios imbécil! tu reinado ha acabado y a : busca otras victimas
»entre los animales brutos. Yo sé que ni soy ni puedo llegar á ser
»santo jamas; y en cuanto á t í , ¿ cómo lo has de ser tú , si tú y
»yo nos parecemos? Padre eterno, Júpiter ó Jehová , como quiera
»que te llames, sabe de mí que ya te conocemos. Eres , fuiste y
«serás perpetuamente el rival de Adán, el tirano de Prometeo.»
(c. 8.) Y mas adelante en el mismo capítulo , apostrofando á-la Di-
vinidad que niega, la dice : «Triunfabas» y nadie se atrevía á con-
»ivadecwte, cuando después ue Wbev atormentado en su cuerpo y
»on su alma al justo Job , figura de nuestra humanidad , insultaste




— 168 —


»su piedad candida y su ignorancia discreta y respetuosa. Todos
«éramos como si fuéramos nada en presencia de tu magestad invi-
»sible, á quien dábamos el cielo por dosel y la tierra por peana; Los
«tiempos son ya otros : hete ahí quebrantado y destronado. Tu
• nombre, en otro tiempo compendio y suma de toda sabiduría,
»única sanción del juez, sola fuerza del príncipe, esperanza del
»pobre, refugio del pecador arrepentido; ese nombre incomunica-
»ble, entregado ya á la execración y al desprecio, será, desde
»hoy mas , vilipendiado de las gentes. Dios- no es .otra cosa sino
«tontería y miedo, hipocresía y engaño , tiranía y miseria. Dios es
»el mal. Mientras que la humanidad se incline ante un altar, escla-
» v a d e los reyes y de los sacerdotes, será reprobada; mientras
»qué un solo hombre reciba en nombre de Dios el juramento de
«otro hombre, la sociedad estará fundada en el perjurio, y la paz
»y el amor serán desterrados de la tierra. Retírate, Jehová ; por-
»que de hoy mas, curado del temor de Dios y habiendo alcanzado
»la verdadera sabiduría, estoy pronto á ju ra r , con la mano Ie-
i> vantada hacia el cielo, que no eres sino el verdugo de mi r a -
»zon y el espeotro de mi conciencia.»


Él es el que lo ha dicho: Dios es el espectro dé su conciencia;
ninguno puede negar á Dios sin condenarse á sí propio; ninguno
puede huir de Dios sin huir de sí mismo. Ese desventurado, sin
salir de la tierra, está ya en el infierno; esas contracciones muscu-
lares, violentas é impotentes ese frenesí cínico, esa rabia insensata,
esas iras arrebatadas y tempestuosas son ya las contracciones, y el
frenesí, y la rabia y las iras de los reprobos. Sin caridad y sin fé
ha perdido hasta el último bien del hombre ; ¡ la esperanza! Y sin
embargo, alguna vez, al hablar del Catolicismo, siente en sí, sin
saberlo, su influencia serena y santificante; entopces sucede que
cesa como por encanto su martirio: una brisa mansa y refrigerante
venida del cielo toca su rostro, enjuga su sudor y suspende el a c -
ceso de sus convulsiones epilépticas. Entonces deja caer blan-
damente estas palabras. — «¡ Ah, cuánto mas prudente se ha
»mostrado el Catolicismo, y cuánta ventaja os ha sacado á todos,
»sansimonianos , republicanos, universitarios, economistas, en el




— 169 —


»conocimiento de la sociedad y del hombre! El sacerdote sabe que
«nuestra vida no es sino una peregrinación, y que toda perfección
»cumplida nos es negada en este mundo; y porque sabe esto, se
«contenta con preludiar en la tierra una educación que solo puede
«acabarse en el cielo. Por su parte, el hombre güe ha ido crecien-
¡>do bajo los auspicios cíe ía Religión, satisfecho con saber, hacer
»y obtener lo que basta para la vida del tiempo, no será nunca un
«obstáculo para las potestades de la tierra: antes preferiría él el
¡» martirio. ¡Oh Religión amada i ¿Por cuál extravio inconcebible
»de razón sucede que los que mas te necesitan, esos son cabal-
m e n t e los que mas te desconocen?»


Antes hablé, como de corrida, de la fama de consecuente de
M. Proudhon; ahora me parece no solo conveniente, sino también
necesario, decir algo mas sobre asunto que es mucho mas grave y
mucho mas trascendental de lo que á primera vista parece. Lo de
la fama es un hecho público y notorio, y por lo mismo evidente.
Y sin embargo, ese hecho es de todo punto inexplicable, si se con-
sidera que Mr. Proudhon ha adoptado, unos después de otros, todos
los sistemas relativos á la Divinidad, y que entre los socialistas no
hay ninguno tan lleno de contradicciones: de donde resulta que la
fama de consecuente es un hecho contradictorio del hecho que la
motiva. ¿Por qué caminos subterráneos, por qué encadenamiento
de deducciones sutiles y escabrosas, partiendo del hecho notorio
de las contradicciones prondhonianas ha ido el mundo á parar á
llamar á esas contradicciones cabalmente con el nombre que las
contradice, es decir, con el nombre de consecuencia? Aquí hay un
gran problema que debe ser resuelto, y un gran misterio que debe
ser esclarecido.


La solución de ese problema y el esclarecimiento de ese mis -
terio están en que en las teorías de M. Proudhon hay á un. tiempo
mismo contradicción y consecuencia: la segunda real, y la prime-
ra aparente. Si se examinan unos después de otros los fragmentos
que acabo de transcribir, y si se les considera en sí mismos sin
poner la vista mas alta, cada uno de ellos es la contradicción del que
antecede y del que le sigue, y todos ellos son entre sí contradicto-




— 170 —


rios; pero si se ponen los ojos en la teoría racionalista, en donde
todas las demás tienen su origen, se echa de ver que el racionalis-
mo , entre todos los pecados el mas semejante al pecado original,
es como él un error actual, y todos los errores en potencia; y por
consiguiente, que con su anchísima unidad comprende y abarca
todos los errores, á los cuales no obsta, para estar unidos en
él, el" ser entre sí contradictorios; como quiera que hasta las con-
tradicciones son susceptibles de cierta manera de paz y de cier-
ta manera de unión, cuando hay una suprema contradicción que
las envuelve á todas. En el caso en cuestión el racionalismo es esa
contradicción que resuelve todas las otras contradicciones en su
unidad suprema. En efecto, el racionalismo es á un tiempo mis-
mo, deísmo, panteismo, humanismo, maniqueismo, fatalismo, es-
cepticismo , ateísmo; y entre los racionalistas el mas racionalista
y el mas consecuente de todos es aquel que es á un mismo tiem-
po deísta, pant»ista, humanista, maniqueo, fatalista, escéptico y
ateo.


Estas'consideraciones que sirven para explicar los dos hechos
de que hicimos mérito arriba, en apariencia contradictorios, e x -
plican también satisfactoriamente, por qué en vez de exponer uno
por uno los varios sistemas acerca de la Divinidad, de los doctores
socialistas, hemos preferido considerarlos todos en los escritos de
M. Proudhon, en donde pueden verse á un tiempo mismo en su
variedad y en su conjunto. .


Visto lo que los socialistas piensan de la Divinidad, nos falta
ver lo que piensan del hombre, y de qué manera resuelven el te-
meroso problema del mal y del bien, considerado en general, que
es el asunto de este libro.




CAPÍTULO X.


CONTINUACIÓN D E L MISMO A S U N T O : CONCLUSIÓN D E E S T E L I B R O .


NINÜÜN hombre ha habido tan insensato que se haya atrevido á
negar el bien ó el mal y. su coexistencia en la historia. Los filóso-
fos disputan sobre el modo y forma en que existen y coexisten;
todos empero afirman á una voz su existencia y su coexistencia
como una cosa averiguada; todos convienen igualmente en que


* en la contienda suscitada entre el bien y el ma l , el primero ha
de alcanzar sobre el segundo una victoria definitiva. Dejando e s -
tos puntos como inconcusos y asentados, en todo lo demás hay
diversidad de pareceres, contradicción de sistemas, y contiendas
inacabables.


La escuela liberal tiene por cierto que no hay otro mal sino el
que está en las instituciones políticas que hemos heredado de los
tiempos, y que el supremo bien consiste en echar por el suelo




- 172 —


esas instituciones. Los mas de los socialistas tienen por averiguado
que no hay»otro mal sino el que está en la sociedad, y que el gran
remedio está en el completo trastorno de las instituciones sociales.
Todos convienen en que el mal nos viene de los tiempos pasados:
Jos liberales afirman que el bien puede realizarse ya en los tiem-
pos presentes, y los socialistas que la edad de oro no puede co-
menzar sino en los tiempos venideros.


Consistiendo, así para los unos como para los otros, el supre-
mo bien en un trastorno supremo, que según la escuela liberal
debe realizarse en las regiones políticas, y según las escuelas s o -
cialistas en las regiones sociales, las unas y las otras convienen
en la bondad sustancial é intrínseca del hombre, que ha de ser el
agente inteligente y libre de aquel y de este trastorno. Esta con-
clusion ha sido enunciada explícitamente por las escuelas socia-
listas , y va implícitamente envuelta en la teoría que sustentan las
escuelas liberales. De tal manera procede aquella conclusion de
esta teoría, que, siendo negada la conclusion, la teoría misma
viene al suelo. En efecto: la teoría según la cual el mal está en el
hombre y procede del hombre, es contradictoria de aquella otra
según la cual el mal está en las instituciones sociales ó políticas* y
procede de las instituciones políticas y sociales. Supuesta la pri-
mera , lo que procede en buena lógica es extirpar el mal en el
hombre, con lo cual se conseguirá su extirpación en la sociedad
y en el gobierno necesariamente. Supuesta la segunda, lo que
procede en buena lógica es extirpar el mal directamente en la so-
ciedad ó en el gobierno, que es en donde está su centro y su orí-
gen. Por donde se ve que la teoría católica y las racionalistas son
entre sí no solamente incompatibles sino también contradictorias.
Por la teoría católica se condena todo trastorno, ya sea político ó
social,.como insensato é inútil. Las teorías racionalistas condenan
toda reforma moral del hombre como inútil y como insensata. Y
así la una como las otras son consecuentes en sus condenaciones;
porque si el mal no está ni en el gobierno ni en la sociedad, ¿para
qué y por qué el trastorno de la sociedad y del gobierno? y por
el contrario, si el mal ni está en los individuos ni procede de los




individuos, ¿para qué y por qué la reforma interior del hombre?
Las escuelas socialistas no ven inconveniente ninguno en acep-


tar la cuestión planteada de esta manera; la escuela liberal, por
el contrario, ve en su aceptación gravísimos inconvenientes, y no
sin graves motivos. Aceptada la cuestión tal como viene por sí
misma planteada, la escuela liberal se ve en el duro trance de
negar con una negación radical la teoría católica, considerada en
sí misma y en todas sus consecuencias; y á esto es á lo que la
escuela liberal se niega resueltamente. Amiga de todos los princi-
pios y de todos sus contraprincipios, no quiere desasirse ni de los
unos ni de los otros, ocupada perpetuamente en obligar á hacer
paces entre sí á todas las teorías contradictorias y á todas las con-
tradicciones humanas. Las reformas morales no le parecen mal,
aunque los trastornos políticos le parecen excelentes, sin adver-
tir que son estas cosas incompatibles; como quiera que el hombre
purificado interiormente no puede ser agente de trastornos, y que
los agentes de trastornos, en el hecho mismo de serlo, declaran
que no están interiormente purificados. En esta ocasión, como en
todas las otras, el equilibrio entre el Catolicismo y el socialismo
es de todo puntó imposible; porque, una de dos, ó el hombre
no se ha de purificar, ó no se han de realizar los trastornos. Si el
hombre impurificado toma el oficio de trastornador, los trastornos
políticos no son sino el preludio de los trastornos sociales; y si el
hombre deja el oficio de trastornador del gobierno, para tomar
el de reformador de sí propio, ni son posibles los trastornos so -
ciales ni los trastornos políticos. Así en el uno como en el otro
caso, la escuela liberal ha de abdicar forzosamente en las manos
de las escuelas socialistas ó en las de la escuela católica.


Sigúese de aquí que las escuelas socialistas tienen por suya la
lógica y la razón, cuando sostienen, contra la escuela liberal,
que si el mal está esencialmente en la sociedad ó en el gobierno,
no hay que hacer otra cosa, sino trastornar el gobierno ó la s o -
ciedad; sin que sea cosa ni necesaria ni conveniente, sino al r e -
vés , perniciosa y absurda acometer la empresa de la reforma del
hombre.




— 174 —


Supuesta la bondad ingénita y absoluta del hombre, el hom-
bre es á un mismo tiempo reformador universal é irreformable,
con lo cual viene á ser trasformado de hombre en Dios : su esen^-
cia deja de ser humana para ser divina. Él es en sí absolutamente
bueno, y produce fuera de s í , por sus trastornos, el bien absolu*
to. Bien sumo y causa de todo b ien , es excelentísimo, sapientísi-
mo y potentísimo. La adoración es una necesidad tan imperiosa,
que los socialistas, siendo ateos y no pudiendo adorar á Dios, ha -
cen a los hombres dioses para adorar alguna.cosa de alguna ma-
nera.


Siendo estas las ideas dominantes de las escuelas socialistas
acerca del hombre , es cosa clara que el socialismo niega su natu-
raleza antitética como una pura invención de la escuela católica.
Por eso el sansimonianismo y el fourrierismo no admiten que el
hombre esté de tal manera constituido, que por un lado vaya su
entendimiento y por otro su voluntad; ni conceden que haya con-
tradicción de ninguna especie entre su espíritu y su carne. El fin
supremo del sansimonianismo es demostrar prácticamente la con-,
ciliacion y la unidad de esas dos poderosas enerjías; esta supre-
ma conciliación estaba simbolizada en el sacerdote sansimoniano,
cuyo oficio era satisfacer el espíritu por medio de la carne y la carne
por medio del espíritu. El principio común á todos los socialistas,
que consiste en dar á la sociedad mal construida una construcción
análoga á la del hombre, que está construido de una manera ex-
celente, condujo á los sansimonianos á negar toda especie de dua-
lismo político, científico y social; cuya negación era necesaria, su-
puesta la negación de la naturaleza antitética del hombre..Procla-
mada la pacificación entre el espíritu y la carne, procedía, p ro-
clamar la pacificación universal y la reconciliación de todas las co-
sas ; y como las cosas no se pacifican ni se conciban sino en la
unidad, la unidad universal era una consecuencia lógica de la uni-
dad humana; y de aquí el panteísmo político, el social y el reli-
gioso , los cuales consituyen el despotismo ideal á que aspiran con
una inmensa aspiración todas las escuelas socialistas. El padre c o -
mún de la escuela de San Simón y el omniarca de la escuela




Fourrier, son sus personificaciones augustas y gloriosas.
Volviendo á la naturaleza del hombre, que es nuestro objeto


especial, por lo de ahora , supuesta por un lado su unidad , y por
otro su bondad absoluta , procedía proclamar al hombre santo y
divino; santo y divino no solo en su unidad, Sino también en t o -
dos y en cada uno de los elementos que la constituyen; y de aquí
la proclamación de la santidad y de la divinidad de las pasiones.
Por esta razón, todas las escuelas socialistas, unas implícita y
otras explícitamente, proclaman las pasiones divinas y santas;
supuesta la santidad y la divinidad de las pasiones, procedía la
condenación explícita de todo sistema represivo y penal, y sobre
todo la condenación de la virtud , cuyo oficio es atajarlas el paso,
impedir su explosión y reprimir sus ímpetus. Y en efecto, todas
estas cosas, que son á un mismo tiempo consecuencia de los prin-
cipios anteriores, y principios de consecuencias mas remotas, e s -
tán enseñadas y proclamadas con un cinismo mayor ó menor en
todas las escuelas socialistas, entre las que resplandecen la sansi-
moniana y la fourrierista, aventajándose á las demás como si fue-
ran dos soles en un cielo estrellado. Eso es lo que significa la reha-
bilitación sansimoniana de la mujer y su pacificación de la carne.
Eso es lo que significa la teoría de Fourrier acerca de las a t rac-
ciones. Fourrfer dice : «El deber procede del hombre (entiéndase
* de la sociedad) y la atracción de Dios..» Madaine de Coeslin,
citada por Mr. Louis de Raybaud, en sus Estudios sobre los re-
formistas contemporáneos, ha expresado este mismo pensamiento
con mayor exactitud, diciendo - «Las pasiones son de institución
«divina, las virtudes de institución humana; » lo cual quiere decir,
supuestos los principios de la escuela , que las virtudes son perni-
ciosas y las pasiones saludables. Por esta razón, el fin supremo del
socialismo es crear una nueva atmósfera social, en que las pasiones
se muevan libremente, comenzando por destruir las instituciones
políticas, religiosas y sociales que las oprimen. La edad de oro,
anunciada por los poetas y aguardada de las gentes, comenzará
en el mundo cuando tenga principio ese gran suceso , y cuándo
despunte en los horizontes esa magnífica aurora. La tierra enton-




ees será un paraíso; y ese paraíso , con puertas á todos los vien-
tos , no será, como el católico, una prisión guardada por un án-
gel. El mal habrá desaparecido de la tierra, que ha sido hasta aho-
ra, pero que no está condenada á ser perpetuamente un valle de
lágrimas.


Estas cosas piensa el socialismo del bien y del mal, de Dios y del
hombre. Mis lectores no exigirán de mí ciertamente que siga paso
á paso á las escuelas socialistas por el camino escabroso de sus ex -
travagancias perturbadoras. Lo exigirán mucho menos al conside-
rar que ya quedaron virtualmente impugnadas desde el momento
en que expuse á su vista la majestad de la doctrina católica relati»
va á estas grandes cuestiones, en su sencilla y augusta magnificen-
cia; Esto no obstante, me creo en el imprescindible y santo deber
de derribar por el suelo ese edificio del error, con lo que basta y
sobra para derribarle : con un solo argumento y con una sola pa-
labra.


La sociedad puede ser considerada bajo dos puntos de vista
diferentes : el católico y el pan teísta. Considerada bajo el punto de
vista católico, no es otra cosa sino la reunión de una multitud de
hombres que viven todos bajo la obediencia y el amparo de unas
mismas leyes y de unas mismas instituciones. Considerada bajo
el punto de vista panteista, es un organismo que existe* con una exis-
tencia individual', concreta y necesaria. En la primera suposición,
es claro que no existiendo la sociedad independientemente de los
individuos que la constituyen, nada puede estar en la sociedad que
no esté antes en los individuos; de donde se sigue, por conse-
cuencia forzosa, que el mal.y el bien que hay en 'ella, la viene
del hombre. Considerada bajo este punto de vista, es cosa absurda
el intento de extirpar el mal en la sociedad, en donde existe por
incidencia, y el propósito de no tocar á los individuos, en los que
está originaria y esencialmente. En la segunda suposición, según
la cual la sociedad es un ser que existe por sí con una existencia
concreta, individual y necesaria, los que esto afirman están
obligados á resolver de una manera satisfactoria las mismas cues-
tiones que con respecto al hombre los racionalistas proponen á los




— 177 - —


católicos, conviene á saber : si la sociedad es mala esencial ó a c -
cidentalmente; si lo-primero, cómo se explica el mal esencial;
si lo segundo, cómo, de qué manera , en cuáles circunstancias y
con cuál ocasión ha venido á turbarse la armonía social con esa
incidencia perturbadora. Ya hemos visto cómo los católicos desa-
tan todos estos nudos, de qué manerar se adelantan á resolver to -
das estas dificultades, y en-qué forma responden á todas estas pre-
guntas en lo relativo á la existencia del mal , considerado como
una consecuencia de la prevaricación humana. Lo que no hemos
visto hasta aquí, y lo que no veremos jamás , es el modo y la
fuerza con que el racionalismo socialista resuelve esas mismas cues-
tiones en lo relativo á la existencia del ma l , considerado como
existiendo únicamente en las instituciones sociales.


Esta sola consideración me autorizaría para afirmar que la teo-
ría socialista es una teoría de charlatanes, y que el socialismo no
es otra cosa sino la razón social de una compañía de histriones.
Para ser tan sobrio como me he propuesto, pondré término á esta
argumentación, encerrando al socialismo en este dilema: O el mal
que está en la sociedad es una esencia ó un accidente: si es una
esencia, para extirparle no basta trastornar las instituciones socia-r
les; es necesario ademas destruir la sociedad misma, que es la esen-*
cia que sostiene todas sus formas. S.i el mal social es accidental,
entonces estáis obligados á lwtcer lo que no habéis hecho, lo que
no hacéis, lo que no podéis hacer; estáis obligados á explicarme
en qué tiempo, por cuál causa, de qué manera y en cuál forma ha
sobrevenido ese accidente; y luego por cuál serie de deducciones
venís á convertir al hombre en redentor de la sociedad , dándole
la potestad de limpiar sus manchas y de lavar sus pecados. Con es -
te motivo convendrá advertir aquí á los incautos, que el raciona-
lismo, que ataca con furor todos los misterios católicos, proclama
después, de otra manera y á otro propósito, esos mismos misterios.
El Catolicismo afirma dos cosas: el mal y la redención; el socialis-
mo racionalista comprende en el símbolo de su fé las mismas afir-
maciones. EÜltre socialistas y católicos no hay mas que esta diferen-
cia : los segundos afirman el mal del hombre, y la redención por


TOMO iv. * 12




— 178 —


Dios; los primeros afirman el mal de la sociedad, y la redención por
el hombre. El católico con sus dos afirmaciones no hace otra cosa
sino afirmar dos cosas sencillas y ^atúrales : que el hombre es hom-
bre y ejecuta obras humanas, que Dios es Dios y acomete empresas
divinas. El socialismo con sus dos afirmaciones no hace otra cosa
sino afirmar que el hombre acomete y lleva á cabo empresas de un
Dios, y que la sociedad ejecuta las obras propias del hombre. ¿Qué
va ganando la razón humana COJI dejar el Catolicismo por el socia-
lismo , sino dejar lo que es á un mismo tiempo evidente y mis-
terioso , por lo que es á un tiempo mismo misterioso .y absurdo?


Nuestra impugnación de las teorías socialistas no sería completa
si no acudiéramos al arsenal de Mr. Proudhon , lleno unas veces de
razón y otras de elocuencia y de sarcasmo, cuando combate y pul-
veriza á sus compañeros de armas.


Véase aquí^o que Mr. Proudhon piensa déla naturaleza armó-
nica del hombre proclamada por San Simón y por Fourrier, y de
la futura trasformacion de la tierra en un jardín deleitoso, anun-
ciada por todos los socialistas: «Pero el hombre, considerado en el
«conjunto de sus manifestaciones, y cuando todas sus antinomias
«parecen apuradas, presenta todavía una que no refiriéndose á na-
»da de lo que existe en la tierra y queda aquí abajo sin solución de
«ninguna especie. Esto sirve para esplicar por qué causa, por perfec-
»to que sea el orden en la sociedad, no 1« es nunca tanto que destierre
»de todo punto la amargura y el tedio. La felicidad en este mundo
«es un ideal que estamos condenados á seguir siempre, y que el
»antagonismo invencible de la naturaleza y del espíritu pone per-
«pétuamente fuera de nuestro alcance.» {Sisteme des contradictions,
c. 10.) Poned ahora la atención en el siguiente sarcasmo contra la
bondad nativa del hombre: «El obstáculo mayor que la igualdad
«tiene que vencer, no está en el orgullo aristocrático del rico, sino
»en el egoísmo indispensable del pobre; y á pesar de eso ¿os atre-
«veis todavía á contar con su bondad ingénita , para reformar á un
«tiempo mismo la espontaneidad y la premeditación de su malí-
»cia?» [Sisteme des contradictions, c. 8.) El sarcasmo érece de pun-
»to en las palabras siguientes, tomadas de la misma obra y del




— 179 —


»mismo capítulo: «La lógica del socialismo es verdaderamente ma-
ravi l losa: el hombre es bueno, nos dicen, pero es necesario des-
interesarle del mal, para que se abstenga de é l ; el hombre es
«bueno, repiten, pero es necesario interesarle en el bien para que
»le ponga en práctica; porque si el interés de sus pasiones le lleva
«al mal , hará el mal ; y si está desinteresado del bien , no le eje-
»cutara. En este caso la sociedad no tendrá derecho para echarle
«encara que escuchó sus pasiones, porque ella es la que está en
«obligación de conducirle por medio de sus pasiones. ¡Qué natura-
«leza tan excelente y tan maravillosamente enriquecida con dones
»la de Nerón! [Qué alma de artista la.de aquel Heliogábalo que or -
»ganizó la prostitución! Y en cuanto á Tiberio,, ¡qué carácter el
«suyo tan poderoso y tan grande! Y al revés , ¿dóndehay palabras
«para encarecer bastante á la sociedad que produjo aquellas almafc
«divinas, y que dio el ser, sin embargo, á Tácito y Marco Aure-
«lio? ¡Y eso es á lo que nuestros socialistas llaman bondad ingénita
«del hombre y santidad4e sus pasiones! Una Safo, llena de a r ru -
»gas y abandonada de sus amantes, pone la cerviz al yugo del
«matrimonio; desinteresada del amor , se resigna al himeneo. ¡Y
•á esa mujer la llaman santal ¡Lástima grande que esta palabra
«no tenga en francés el doble sentido que tiene en la lengua h e -
«brea! Todo el mundo entonces estaria de acuerdo acerca de la
«santidad de Safo.» El sarcasmo reviste aquella forma elocuente-
mente brutal , que pudiera llamarse la forma proudhoniana, en el
capítulo i 2 de la misma obra , en donde Mr. Proudhon se esplica
de esta manera: «Pasemos de corrida al lado de esas constituciones
»sansimonianas y fourrieristas, *y de todas las otras de la misma l a -
»ya, euyos autores, van prometiendo á voces por las plazas y las
«calles unir con dichosa lazada el amor libre con el pudor y la d e -
«licadeza y la espiritualidad mas pura; triste ilusión de un socialís-
»mo abyecto, último sueño de la crápula en delirio. Dad vuelo á la
«pasión por medio de la inconstancia,.y luego al punto la carne ti-
«ranizará al espíritu; los amantes no serán entre sí sino viles instru-
»mentos de placer; á la fusión de los corazones sucederá el prurito
«de los sentidos, y para formarsenn juicio sobre tales cosas»




— 180 —


> no es menester haber pasado, como San Simón , por las aduanas
»de la Venus popular.» ^ ,


Después de haber expuesto é impugnado en general las teorías
socialistas relativas á los problemas que son asunto de este libro,
solo nos falta exponer é impugnar la teoría de Mr. Proudhon, rela-
tiva á estos mismos problemas, para poner un término á este largo
y complicado debate. Mr. Proudhon expone compendiosa, pero cum-
plidamente, su doctrina en el capítulo 8 de la obra que acabamos
de citar, por las palabras siguientes: «La educación de la,libertad, •
»la sujeción de nuestros instintos, él rescate ó la redención de nues-
»tra alma , eso es lo que significa , como lo ha demostrado Lessing,
»el misterio cristiano interpretado rectamente. Esta educación d u -
»rara tanto como nuestra vida y la del género humano. Moisés,
»*Budda, Jesucristo, Zoroastro fueron todos apóstoles de la expia-
c i ó n , y símbolos vivos de la penitencia. El hombre es por natura-
»leza pecador, lo cual no quiere decir precisamente que sea malo,
»sino mas bien que está mal hecho. Su destino es estar ocupado
»perpetuamente en volver á crear su propio ideal dentro de sí
«mismo.» 1


En esta profesionde fé hay algo de latearía católica» algo de la
socialista, y algo que ni es de la una ni de la otra, y constituye por
lo mismo la individualidad de la teoría proudhoniana.


Lo que hay saquí de la teoría católica, consiste en el reconoci-
miento de la existencia del mal y del pecado, en la confesión de
que el pecado está en el hombre y no en la sociedad, y de que el
mal no viene de la sociedad sino del hombre; por último, hay
aquí de la teoría católica el reconocimiento explícito de la necesi-
dad de la redención y de la penitencia.


Loque hay de ta teoría socialista, está en la afirmación de que
el hombre es 'el redentor. Lo que constituye la individualidad de la
teoría proudhoniana, consiste, por una pa r t e , en este principio
contradictorio de la teoría socialista, conviene á saber: que el
hombre redentor no redime á la sociedad, sino que se redime á
sí propio; y en este otro, contradictorio de la teoría católica: que
el hombre no se ha hecho fnalo, sino que, al revés, ha sido mal




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hecho. Dejando á un lado, por una parte , lo que en esta teoría-
hay de conforme con la católica, y pĉ r otra, lo que hay en ella
de conforme con la socialista, me haré cargo solamente de lo que
la constituye diferente de las otras, de aqnello en virtud de lo cual
deja de ser socialista ó católica para ser exclusivamente proud-r
honiana.


La individualidad de esta teoría consiste en afirmar queelhonf-
bre no es pecador sino porque ha sido mal hecho. Caminando en
esta suposición, Mr. Proudhon ha dado una prueba insigne de sana
razón y de buena lógica, buscando al Redentor fuera del Hacedor,
por ser cosa clara que por aquel que hemos sido mal hechos no&
podemos ser bien redimidos1? No pudiendo ser Dios el redentor, y
siendo el redentor necesario, habia de serlo'el hombre ó el ángel.
Estando dudoso de la existencia del ángel y cierto de la necesidad
de la redención, no teniendo á quien dar este encargo, se le ha
dado al Mimbre, que es á un mismo tiempo pecador y redentor de
su pecado.


Todas estas proposiciones están bien trabadas y adheridas entre
s í : por donde todas ej^as flaquean, es por el hecho que las sirve
de fundamento y de base ; porque, ó el hombre ha sido bien hecho
ó mal hecho: en el primer caso viene á tierra la teoría, y en el s e -
gundo procede la argumentación siguiente: Si el hombre está mal
hecho y es su propio redentor, hay contradicción manifiesta entre
sn naturaleza y su atributo: como quiera que el hombre, por mal
hecho que es té , si está hecho de manera que pifeda enmendar la
obra de su Hacedor hasta el punto de redimirse, lejos de ser una
criatura mal hecha es una criatura perfectísima; porque ¿cómo
puede imaginarse perfección mayor que la que consiste en la fa-
cultad de borrar todos sus pecados, de enmendar todas sus imper-
fecciones, y para decirlo todo de una vez, en la de redimirse á sí
propio? Ahora bien: si en el hecho de ser su propio redentor, cua-
lesquiera que sean sus imperfecciones por otra parte, es el hombre
un ser perfectísimo, afirmar de él á un mismo tiempo que ha sido
mal hecho y que es su propio redentor, es afirmar lo que se niega
y negar lo que se afirma; porque es afirmar que ha sido hecho per-*




— . 182 —


feotísimo,'y quehasido mal hecho. Y no se diga que sus imperfec-
ciones le vienen de Dios, ^ q u e la altísima perfección que consiste
en redimirse le viene ée sí propio; porque á esto se responde que
el hombre no hubiera podido llegar nunca á ser su propio reden-
tor, si no. hubiera sido hecho con la facultad de llegar á esa grande
altura, ó por lo menos con la facultad de adquirir esa facultad en
iS sucesión de los tiempos. Alguna de estas cosas es necesario con-
ceder; y aquí conceder algo es concederlo todo, como quiera que
si cuando fué hecho, era "su redentor en potencia, antes de serlo ac-
tualmente, esa potencia, á pesar de todas sus imperfecciones, le


^constituyó perfeetísimo. Luego la teoría proudbóniana no viene á
ser otra cosa sino una contradicción* etflos términos.


La conclusión de todo lo dicho es que no hay escuela ninguna
que no reconozca la existencia simultánea del bien y del mal, y que
solo la católica explica satisfactoriamente la naturaleza y el origen
del uno y del otro y sus varios y complicados efectos. Ellátoos ense-
ña cómo no hay bien ninguno que no venga de Dios, y cómo todo
lo que procede de Dios es un bien; de qué manera comienza el
mal con el primer desfallecimiento de la^libertad angélica y de
la humana, que de obedientes y sumisas se vuelven rebeldes y
prevaricadoras; y de qué modo y Basta qué punto esas dos grandes
prevaricaciones lo mudan todo con sus influencias y sus estragos.
Ella nos muestra, por último, que el bien es de suyo eterno; por-
que es de suyo esencial; y que el mal es una cosa transitoria,
porque es un accidente: de donde se" sigue que el bien no está
sujeto á caidas y mudanzas, y que el mal puede ser borrado y el
pecador redimido. Reservando para mas adelante la explicación de
aquellos grandes y soberanos misterios, con cuya virtud prodigiosa
el mal fué extirpado en su origen, nos hemos limitado en este li-
bro á poner como de relieve la soberana industria y el por-
tentoso artificio con que Dios convierte los efectos de la culpa
primitiva en elementos constitutivos de un bien superior y de un
orden excelente; por eso expusimos de qué manera el bien
sale del mal por la virtud de Dios, después de haber expuesto
de qué manera sale el mal del bien por culpa del hombre, sin




— 183 —


que la acción humana y la reacción divina impliquen rivalidad
de ninguna especie entre seres que están separados por una dis-
tancia infinita. •


En cuanto á las escuelas racionalistas, el examen de sus v a -
rios sistemas sirve para demostrar su profundísima ignorancia en
todo lo que tiene relación con estas altas cuestiones. Por lo que
hace á la liberal, su ignorancia es proverbial entre los doctos: en
calidad de lega, es esencialmente antiteológica; y en calidad de
an ti teológica, es impotente para dar un gran impulso á la civiliza-
ción, que es siempre el reflejo de una teología. Su oficio propio
es falsear todos los principios, combinándolos caprichosa y a b -
surdamente con aquellos otros que los contradicen: por aquí pien-
sa llegar al equilibrio, y no llega sino á la confusión; piensa ir á
la paz, y va á la guerra. Pero como quiera que sea cosa imposi-
ble sustraerse de todo punto al imperio de la ciencia teológica, la
escuela liberal es menos lega de lo que ella c ree , y mas teológica
<le lo que á primera vista parece. La cuestión del bien y del mal,
la mas esencialmente teológica entre cuantas pueden imaginarse,
viene planteada y resuelta por sus doctores, si bien se echa de
ver desde luego que ignoran el arte de plantearla y el modo de
resolverla. En primer lugar, prescinden de la cuestión relativa al
mal en s í , al mal por excelencia, para ocuparse solo en cierto
género de males; como si fuera posible que el que ignora qué
cosa es el mal, pueda saber*qué cosa son los males particulares:
en segundo lugar, particularizando el remedio como particulari-
zaron el mal ,Te descubren solamente en ciertas formas políticas;
ig;norandojpeL
fo enseña laxazon x J o ^ d ^ Señalando el mal
allí donde no está, y el remedio allí donde no se encuentra, La
escuela liberal ha puesto la cuestión fuera de su verdadero punto
de vista, con lo cual ha introducido la confusión y el desorden
en las regiones intelectuales. Su efímera dominación ha sido fu-
nesta á las sociedades humanas, y durante su reinado transitorio
el principio disolvente de la discusión ha dado al traste con el
buen sentido de los pueblos. En este estado de la sociedad no hay




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trastorno que no sea de temer, ni catástrofe que no pueda venir,
ni revolución que no sea inevitable.


-Por lo que hace á las escuelas socialistas, con solo considerar
la manera que tienen de plantear las cuestiones, se echa de ver
su superioridad sobre la liberal, la cual no está en estado de opo-
nerlas resistencia ninguna. Siendo como son esencialmente teoló-
gicas, miden los abismos en toda su p-afundidad, y no carecen
de cierta grandeza en la manera de j . .<• ,eár los problemas y de
proponer las soluciones. Empero considerada mas atentamente; y
cuando se entra en el laberinto intrincado de sus soluciones contra-
dictorias, luego al punto se descubre su flaqueza radical, disimu-
lada un tanto con sus apariencias grandiosas. Los sectarios socialis-
tas son ala manera de los filósofos paganos, cuyos sistemas teológi-
cos y cosmogónicos venían á ser un monstruoso conjunto, por
una par te , de tradiciones bíblicas desfiguradas é incompletas, y
por otra, de hipótesis insostenibles y .falsas. Su grandiosidad les
viene de la atmósfera que las rodea , impregnada toda ella de ema-
naciones católicas; y sus contradicciones y su flaqueza , de la ig-
norancia del dogma, del olvido de la tradición y de su desprecio
por la Iglesia, depositaría universal de los dogmas católicos y de
las tradiciones cristianas. A semejanza de nuestrds dramáticos de
otra edad, los cuales, confundiéndolo todo grotesca aunque inge-
niosamente , ponían en boca de César discursos dignos del Cid, y
sentencias dignas de los caballeros de Cristo en boca de los adali-
des moros, los socialistas de nuestros tiempos están perpetuamente
ocupados en dar un sentido racionalista á las palabras católicas,
dándomenos pruebas de ingenio que de candor, y mostrándose
alguna vez menos maliciosos que inocentes.


Nada hay ni menos católico ni menos racionalista que entrar
á saco la ciudad racionalista y la ciudad católica, tomando de;
aquella las ideas con todas sus contradicciones, y de esta las ves-
tidurascon todas sus magnificencias. El Catolicismo por su parte no
consentirá ni esos escandalosos amaños, ni esa vergonzosa confu-
sión , ni esos torpes despojos. El Catolicismo está en estado de de -
mostrar que él solo posee-el índice ordenado de todos los proble-




— 185 —


mas políticos, religiosos y sociales; que él solo está en el secreto
de las grandes soluciones; que no vale concederle á medias y n e -
garle á medias', ni tomarle sus palabras para cubrir con ellas la
desnudez de otras doctrinas; que no hay otro mal ni otro b ien , s i -
no el bien y el mal que él señala; que las cosas no pueden ser e x -
plicadas sino de la manera que él explica las cosas; que solo el
Dios que él aclama es el Dios verdadero; que solo el hombre que
él define es el verdadero hombre- que la humanidad es lo que él
dice que es, y no una cosa diferente; que cuando él ha dicho de
los hombres que son entre sí hermanos, iguales y libres, ha dicho
al mismo tiempo cómo lo son, de qué manera lo son y hasta qné
punto lo son; que sus palabras han sido' hechas a l a medida de
sus ideas, y sus ideas para sostener á sus palabras; que es nece-
sario proclamar la libertad, la igualdad y la fraternidad católicas,
ó negar al mismo tiempo todas esas cosas y .todos esos nombres;
que el dogma de ha redención es exclusivamente suyo; que él solo
nos enseña el por qué y el para qué de. la redención , y cómo se
llama el Redentor, y cómo se llama el redimido; que aceptar su
dogma para estropearle es oficio de charlatán y una bufonada de
mal género; que ej que no es con éí es contra él ; que él es la afir-
mación por excelencia, y que contra él no se da sino una nega-
ción absoluta. .


De esta manera viene planteada la cuestión entre racionalistas
y católicos. El hombre es soberanamente l ibre, y como libre pue-
de aceptar las soluciones puramente católicas, ó las soluciones
puramente, racionalistas ; puede afirmarlo todo ó negarlo todo;
puede ganarse ó puede perderse; lo que el hombre no puede ha-
cer, es mudar con lu voluntad la naturaleza^de las cosas, que es
de suyo inmutable. Lo que el hombre no puede hacer, es encon-
trar reposo y descanso en el eclecticismo liberal ó en el eclecti-
cismo socialista. Socialistas y liberales es táa*n la obligación d e •
negarlo todo para tener el derecho de negar algo. El Catolicismo,
considerado humanamente, no es grande sino porque*es el con -
junto de todas las afirmaciones posibles; el liberalismo y el so-,
cialismo no son débiles sino porque juntan en uno varias de las




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afirmaciones católicas y varias de las negaciones racionalistas; y
porque en vez de ser escuelas contradictorias del Catolicismo, no
son otra cosa sino dos escuelas diferentes. Los socialistas no p a -


* * -


recen arrojados en sus negaciones sino cuando se les compara con
los liberales, que en cada afirmación ven un escollo y en cada
negación un peligro; su timidez empero salta á los ojos si se les
compara con la escuela católica; solo entonces se echa de ver el
arrojo con que ella afirma y la timidez con que ellos niegan. ¡Cómo!
¿Os llamáis los apóstoles de un nuevo evangelio, y nos habláis
del mal y del pecado, de la redención y«de la«gracia, cosas t e -
das de que está lleno el antiguo ? ¿Os'llamais depositarios dé una
nueva ciencia política, social y religiosa, y nos habláis de l i-
bertad i de igualdad y fraternidad, cosas todas tan viejas como el
Catolicismo, que es tan viejo como el mundo ? Aquel que ha afir-
mado de sí que ensalzaría la humildad y que abatiría el orgullo,
cumple en vosotros su palabra. Él os condena á no ser sino tor-


* pes comentadores de su inmortal Evangelio , por lo mismo que
aspiráis con desatentada^ loca ambición á promulgar una nueva
ley desde un nuevo Sinaí, ya que no desde un nuevo Calvario.




L I B R O T E R C E R O .


P R O B L E M A S Y SOLUCIONES R E L A T I V A S A L O R D E N
EN L A H U M A N I D A D .


CAPÍTULO PRIMERO.


TRASMISIÓN DE L A COLPA , DOGMA DE L A I M P U T A C I Ó N .


CON el pecado del primer hombre se explica suficientemente;
aquel gran desorden y aquella formidable confusión que padecie-
ron las cosas á, poco de creadas, cuya confusión y cuyo desorden se
convirtieron, como vimos, sin dejar d̂ e ser lo que eran, en e le-
mentos de un orden mas excelente y de una mas grande armo-
nía, por aquella«irtud secreta é incomunicable que está, en Dios,
de sacar el orden del desorden, de la confusión el concierto, y
el bien del mal, por un áete simpHcísiincr de su voluntad sobera-
na. Lo que aquel pecado por sí solo no alcanza á explicar, es la
perpetuidad y constancia de aquella primitiva confusión, la caai
subsiste todavía en todas las cosas, y señaladamente en el h o m -
bre. Para explicar cumplidamente la subsistencia de los efectos es
necesario suponer la subsistencia de la causa, y para explicar la




— 188 —


subsistencia de la causa es forzoso suponer la trasmisión perpetua
de la culpa.


El dogma de la trasmisión del pecado con todas sus conse-
cuencias es uno de los misterios mas temerosos, mas incompren-
sibles y oscuros entre cuantos nos han sido enseñados por revela-
ción divina. Esa sentencia de condenación , dada en cabeza de
Adán contra todas las generaciones de los hombres, así las que
han sido,' c6mo los que son ahora presentes y las que serán en lo
venidero hasta la consumación de los tiempos, no se compone bien
á primera vista, en el entendimiento humano , con la justicia de
Dios,* y mucho menos con su inagotable misericordia. Cualquiera
diría, al considerarla dé golpe £ por primera vez , que es un
dogma sacado de aquellas" religiones inexorables y sombrías del
Oriente, cuyos ídolos no tienen oídos sino para escuchar lamen-
tos , ni ojos sino para ver la sangre, ni voz sino para lanzar
anatemas y para pedir venganzas. El Dios vivo en la actitud de
revejamos ese dogma tremendo, mas bien que como el Dios man-
so y clemente de los cristianos, Se nos muestra como el Moloch de
los pueblos idólatras, creeido en grandeza y en barbarie , el
cual no contentándose ya con carnes tiernas para aplacar su ham-
bre devoradora,- va sepultando unas después de otras en las ca -
vernas de su vientre las generaciones humanas.—¿Por qué somos
penadas, dicen todas las gentes, convertidas á Dios , sino fuimos
culpables? - '


Entrando de lleno y derechamente en las entrañas de la cues-
*Won, nt> será «avpresa. fad<^ demmteajc la altísima conveniencia
de este profundo misterio. Ante todo debemos observar que los
mismos que niegan la trasmisión como dogmi#revelado, están
obligados á reconocer que , aun considerado este negocio hacien-
do abtraccioncompleta de lo que tenemos por fé, se va siempre
á parar al mismo término por diferentes caminos. Demos por sen-
tado que el pecado y la pena , siendo personales de suyo, son de
suyo intrasmisibles; y después de hecha esta concesión, todavía
demostraremos con evidencia que con ella como sin ella queda en
pié lo que se nos enseña por el dogma.




— 189 —


En efecto; de cualquiera manera que se considere este nego-
cio, siempre resultará que ej pecado flpede producir en el que le
comete tales estragos y tan grandes mudanzas, que sean podero-
sas paja alterar física y moralmente su constitución primitiva :
cuando esto sucede, el hombre , que trasmite todo lo, que tiene
constitucionalmente, trasmite á sus hijos por la generación sus
condiciones constitucionales. Cuando una gran explosión de ira
produce una enfermedad en el airado, cuando esa enfermedad que
en él p/oduce es constitucional y orgánica, es cosa sencilla y na-
tural que trasmita á sus hijos por via de generación el mal consti-
tucional y orgánico que padece. Ese mal constitucional y orgánico
se reduce, considerándole bajo su aspecto físico, á una enferme-
dad verdadera; y considerándole bajo su punte de vista moral, á
una predisposición de la carne á sojuzgar al espíritu, con aquella


» misma pasión que cuando fué actual produjo aquellos grandes e s -
tragos. Que la prevaricación de Adán, siendo la mayor de todas
las prevaricaciones posibles, debió alterar y alteró de una mane-
ra radical su constitución moral y física, es una cosa puesta fuera
de toda duda : y siéndolo , es cosa clara que debió trasmitírsenos
con la sangre el estrago de ta culpa y la predisposición á come-
terla actualmente. " .


" Sigúese de lo dicho que en realidad nada adelantan los que n ie -
gan el dogma dé la trasmisión del pecado/si no niegan al mismo
tiempo lo que no pueden negar sin insensatez evidente y sin evi -
dente locura, á saber : que la culpa, cuando es g rande , deja un
rastro en la constitución y en el organismo del hombre , y que ese
rastro orgánico y constitucional se trasmite *de unas generaciones
en otras, viciándolas Jodas en lo^que tienen de constitucional y de
orgánico.


Ni adelantan mas en ese terreno los que, negando la trasmisi-
bilidad deí pecado, niegan el dogma de la imputación, ó la trasmi-
sión de la pena; como quiera que aquello mismo que en calidad
de pena apartan de sí , se les viene encima con otro nombre, con
el nombre de desgracia. Demos por sentado que las desventuras
que padecemos no son una pena, la cual lleva consigo la idea de




— 190 —


una infracción voluntaria por. parte del que la recibe, y de una
determinación voluntaria j p r parte del que la impone: siempre
resultará de aquí, que en todas las suposiciones son igualmente
inevitables y ciertas nuestras grandes desventuras : los que,no las
confiesan como consecuencia legítima del pecado, se ven obliga-
dos á confesarlas como una consecuencia natural de las relaciones
necesarias que tienen entre sí las causas y sus efectos. Por este
sistema, la corrupción radical de su naturaleza fué una pena en
nuestros primeros padres, voluntariamente pecadores. Su des-
obediencia voluntaria mereció la pena de la corrupción que les fué
impuesta por un Juez incorruptible. Esa misma corrupción es eri
nosotros una desgracia, como quiera que no se nos impone como
pena , sino que nos viene en calidad de herederos de una natura-
leza radicalmente corrompida, Y esa desgracia es tan lamentable,
que el mismo Dios no podría decretar nuestra exención sin alte- »
rar la ley de la causalidad que está en las cosas, por medio de un
portentoso milagro. Ese milagro se obró en la plenitud de los
tiempos por una manera tan conveniente y tari alta, por caminos
tan secretos, por medios tan,sobrenaturales y por consejo tan su-
bl ime, que-la obra inenarrable dé Dios habia de Ser para los
unos escándalo, y para los otros locura.


La trasmisión de las consecuencias del pecado se explica p*or
sí misma sin ningún género de contradicción ni de violencia. Na-
ció el primer hombre adornado dé inestimables privilegios: su car-
ne estaba sujeta á su voluntad, su voluntad á su entendimiento, que
recibía su luz del entendimiento divino. Si nuestros primeros padres
hubieran procreado antes de pecar, sus hijos hubieran participado,
por via de generación, de su naturaleza incorrupta. Para que las
«osas no hubieran sucedido de esta manera, hubiera sido necesa-
rio un milagro por parte de Dios : como quiera que aquella tras-
misión no hubiera podido impedirse sin mudar aquella íey en vir -
tud de la cual cada ser trasmite lo que tiene, en otra por cuya
virtud su séf no pudiera trasmitir sino aquello precisamente que
le falta. Caídos en mísera rebeldía nuestros primeros padres , fue-
ron justamente despojados de todos sus privilegios : su unión es-




— 191 —


pi ritual con Dios, se trocó en apartamiento de ese mismo Dios con
quien estaban unidos. Su sabiduría se convirtió en ignorancia, t o -
do su poder fué flaqueza. Por lo que hace á la justicia original y
á la gracia en que nacieron,. les fueron quitadas del todo, q u e -
dando enteramente desnudos. Su carne se rebeló contra su volun-
tad , su voluntad contra su. entendimiento, su entendimiento con-
tra su volgntad , su voluntad contra su carne; y su ca rne , su vo -
luntad y su entendimiento contra aquel Dios magnificentísimo que
había puesto en ellos tan grandes magnificencias. En este estado,
es .cosa clara que el padre no pudo trasmitir por generación sirio
aquello que tenia , y que el hijo había de nacer ignorante, de i g -
norante, flaco de flaco, corrompido de corrompido, apartado de
Dios de apartado de Dios, enfermo de enfermó, mortal de mortal,
rebelde de rebelde. Para que hubiera nacido sabio de ignorante,
fuerte de flaco, unido á Dios* de apartado de Dios, sano de enfer-
mo , inmortal de mortal ,*sumiso de rebelde , hubiera sido forzoso
cambiar la ley en virtud de la cual lo semejante engendra su se-
mejante, en otra por virtud de la cuaPlo contrario engendrara á
su contrario. * . *


;Por lo dicho "se ve qué la razón natural va a p a r a r , aunque
por distintos caminos r al mism^térmiap que el dogma. Entre el
uno y la jotra hay diferencias especulativas, nohay diferencias prác-
ticas; para medir la distancia inmensaque hay éntrela explicación
natural y la sobrenatural del hecho que vamos consignando, es de
todo punto necesario tender la vista mas allá de ese hecho; enton-
ces es cuando se adviértela esterilidad déla explicación humana y la
fecundidad portentosa déla explicación divina. Esta fecundidadresT-
plandecerá«lasadelante con el resplandor de la evidencia; por
ahora lo que cumple á mi propósito es exponer y demostrar el dog-
ma de la trasmisión, el cual, sin invalidar lo que en la explicación
natural del hecho de la trasmisión hay de verdadero, rectifica lo
que hay en ella de incompleto y de falso.


La razón natural llama desgracia á Jo que se.nos trasmite. El
dogma lo llama coa tres nombres, culpa, pena y desgracia: es des-
gracia por "ío que ti6ne de inevitable; es pena , por lo que tiene de




— 192 —


voluntario por parte de Dios; es culpa por lo que. en ello hay de
voluntario por parte del hombre. La maravilla está en que siendo
una verdadera desgracia, de tal manera lo e s , que se convierte en
ventura; que siendo verdaderamente pena , de tal manera es pena,
que también es medicina; y que siendo una verdadera culpa, de
tal manera lo e s , que es una culpa dichosa. En este gran designio
de Dios resplandece, si cabe, mas que en sus otros designios, aque-
lla virtud soberana con que conciba lo que parece inconciliable,
y por medio de lá cual resuelve en una síntesis magnífica todas las
antinomias y todas las contradicciones.


Porfío relativo á la culpa, toda la cuestión está en este arduo
problema: ¿Cómo puedo ser pecador cuando no peco? ¿Cómo peco
siendo niño? "


Para resolverle conviene observar que nuestro primer padre
fué á un tiempo mismo un individuo y una especie, un hombre y.
la especie humana, la variedad y la unidad juntas en uno; y como
es ley fundamental y primitiva que la variedad que está en la uni-
dad salga de la unidad en .q*ne está para constituirse por separado,
salvo á volver en su última evolución á la unidad en donde origi-
nariamente res ide , de aquí fué que la especie que estaba en Adán,
salió de Adán por la generación para%mstituirse separadamente. Em-
pero como Adán al propio tiempo que era individuo era especie, re-
sultó necesariamente de aquí que Adán estjivo en la especie, de la
misma manera que estuvo en el individuo. Cuando el individuo y
la especie fueron una misma cosa, Adán fué esa cosa misma; cuan-
do el individuo y la especie se apartaron para constituir la unidad
y la variedad, Adán fué esas dos cosas separadas , de la misma, ma-
nera que había sido antes esas dos cosas mismas juntas en uno.
Hubo, pues, un Adán individuo y otro Adán especie y como el
pecado fué antes d6 la' separación, y como Adán pecó juntamente
con su naturaleza individual y con su naturaleza colectiva, resultó
de aquí que así el uno como el otro fueron ambos pecadores. Ahora
bien : si el Adán individual murió, el Adán colectivo no ha muer-
to; y no habiendo muerto, conserva su pecado. Como el Adán co-
lectivo y la naturaleza humana son una cosa misma, la naturaleza




— 193 —


humana es perpetuamente culpable, porque es perpetuamente pe -
cadora.


Aplicando estos principios al caso en cuestión , se ve claro que
estando la naturaleza humana en cada individuo, Adán, que es esa
misma naturaleza, vive perpetuamente en cada hombre, y vive en
él con lo que constituye su vida , es decir , con su pecado. Ahora
se comprenderá mas fácilmente de fué manera puede existir el p e -
cado en el niño que nace. Cuando nazco, soy pecador á pesar de ser
niño, porque soy Adán; lo soy, no porque peco, sino porque pe -
qué actualmente cuando me llamaba Adán y era adulto, antes de
tener el nombre que tengo y de ser niño. Cuando Adán salió de las
manos de Dios, yo estaba en él, y él está en mí ahora que salgo
del vientre de mi madre. No pudiendo separarme de su persona,
no puedo separarme de su pecado, y sin embargo no soy Adán de
tal manera que me confunda con él de una manera absoluta. Hay
algo en mí que no es é l , algo por lo que me distingo de él, algo
que constituye mi unidad individual y que me distingue aun de
aquello á que soy mas semejante ; y eso que me constituye varie-
dad individual relativamente á la unidad común, es lo que he r e - m
cibido y tengo del padre que me engendró y de la madre que me
tuvo en sus entrañas. Ellos no me han dado la naturaleza humana, que
me viene de Dios por Adán, pero han puesto en ella el sello de la
familia y han estampado en ella su figura ; no me han dado el ser,
sino la manera en que soy, poniendo lo menos en lo mas , es decir,
aquello por lo que me distingo de los otros, en aquello por lo que
me asemejo á los demás; lo particular en lo común, lo individua
en lo humano: y como quiera que eso que tiene de humano y que
le asemeja á los otros es lo esencial en el hombre, y que loque tiene
de individual y de distinto no es mas que un accidente, sigúese de
aquí que teniendo de Dios por Adán lo que constituye su esencia, y
de Dios por su padre lo que constituye su forma, no hay hombre
ninguno que , considerado en su conjunto, no se asemeje mas á
Adán que á su propio padre.


Por lo relativo á la pena, la cuestión está resuelta por sí misma
desde el momento en que se dá por cosa averiguada que se me tras-


T o n o iv. 13




— 194 —


(1) El autor habla aquí de todo lo que no es el mal moral.


mite la culpa; como quiera que la una no puede concebirse sin la
otra. Justo es que sea penado, si es "cierto que soy culpable; y
como en estas materias es necesario lo que es justo, sigúese de
aquí que la desgracia que padezco, sin dejar de ser desgracia, es
necesariamente una pena. La pena y la desgracia, que son cosas
diferentes bajo el punto de vista humano, son cosas idénticas bajo
el punto de vista divino. El hoübre llama desgracia al mal produ-
cido en calidad de efecto inevitable de una causa segunda, y pena
al mal que un ser libre impone voluntariamente á otro en castigo
de una falta voluntaria; y como quiera que todo lo que sucede n e -
cesariamente, sucede por la voluntad de Dios, al mismo tiempo que
iodo lo que sucede por su voluntad, sucede necesariamente; ( 1 ) si-
gúese de aquí que Dios es la ecuación suprema entre lo necesario
y lo voluntario, que siendo cosas diferentes para el hombre, son en
él una cosa misma. Véase cómo bajo el punto de vista divino toda
desgracia es siempre una pena, y toda pena una desgracia.


Por lo que digimos antes, se vé cuan grande es el error de aque-
llos que sin maravillarse de las misteriosas anologías y de las afi-
nidades secretas que pone Dios entre los padres y sus hijos, se ma-
ravillan de esas mismas afinidades y de esas analogías misteriosas
puestas por Dios entre el rebelde Adán y sus míseros descendien-
tes. No hay entendimiento que entienda, ni razón que alcance, ni
imaginación que imagine lo fuerte del vínculo y lo estrecho de la
lazada puesta por el mismo Dios entre todos los hombres y ese
hombre único, á un tiempo mismo unidad y colección, singular y
plural , individuo y especie, que muere y que sobrevive, que es
real y simbólico, figura y esencia, cuerpo y sombra; que nos tuvo
á todos en sí y que está en todos nosotros : pavorosa esfinge que
bajo cada nuevo punto de vista ofrece un nuevo misterio. Y así
como el hombre no puede alcanzar ni con su razón, ni con su ima-
ginación, ni con su entendimiento lo que hay en su naturaleza de
singularmente complejo y de misteriosamente oscuro, no puede
tampoco alcanzar, aunque ponga en juego todas las potencias de




su alma, la distancia inmensa que hay entre nuestros pecados y el
pecado de aquel hombre, único como él por su profundísima mali-
cia y por su grandeza incomparable. Después de Adán nadie ha
pecado como Adán, y nadie pecará como él en toda la prolongación
de los tiempos. Participando el pecado de la naturaleza del pecador,
fué uno y vario á un tiempo mismo; porque fué un solo pecado en
realidad y todos los pecados en potencia; con él puso Adán man-
cha en lo que ya no puede ponerla ningún hombre, en el puro a l -
bor de su inocencia purísima: poniendo unos pecados sobre otros,
los que pecamos ahora no hacemos otra cosa sino poner manchas
sobre manchas; solo á Adán le fué dado oscurecer el ampo de Ja
nieve: con ser nuestra naturaleza dañada un grave mal, y nues-
tros pecados un mal mas grande, no carece ese compuesto de cierta
belleza de relación, que nace de aquella armonía secreta que hay
entre la fealdad propia del pecado y la fealdad propia de la natu-
raleza del hombre. Las cosas feas pueden armonizarse entre sí
como se armonizan las hermosas; y cuando esto sucede, no cabe
duda sino que lo que hay en las cosas de esencialmente feo, se
templa en algún modo por la belleza que reside en lo que hay en
ellas dé armónico y concertado. Esta, sin duda , debe de ser la
razón de por qué la fealdad física parece que disminuye siempre
con los años»: la vejez no es cosa que sienta mal á la fealdad,
como la fealdad pierde lo que tiene de repugnante cuando se
armoniza con las arrugas. Nada por el contrario es mas triste de
ver, y nada mas horrible de imaginar, que la vejez puesta en la
cara de un ángel , ó la fealdad junta con la primavera de la vida.
Las mujeres que habiendo sido hermosas conservan siendo viejas
rastro de lo qué fueron, me han parecido siempre horribles; hay
algo en mí que me da voces y me dice : ¿ Quién ha sido el gran
culpable que juntó por primera vez las cosas que hizo Dios para
que estuvieran separadas? N o : Dios no ha hecho la hermosura
para la vejez, ni la vejez pa ra la hermosura. Luzbel es el único
entre los ángeles, y Adán entre los hombres, que juntaron todo
lo que hay de decrépito y de feo, con todo lo que habia de res-
plandeciente y hermoso.






CAPÍTULO .11.


DÉ «ÓMO S A C A DIOS-EL BIEff DE L A TRASMISIÓN D E L A C U L P A Y D E L A P E N A , Y D E LA


ACCIÓN P U R I F I C A N T E D E L DOLOR L I B R E M E N T E A C E P T A D O .


L A razón, que se subleva contra la pena y la culpa que se nos
trasmiten, acepta sin repugnancia, aunque con dolor, lo que nos
fué trasmitido, si pierde su nombre propio para tomar el de des-
gracia inevitable. Y sin embargo, no es cosa ardua demostrar
de una manera evidente que esa desgracia no podía convertirse
en ventura sino con la condición de ser una pena; de donde r e -
sultará por consecuencia forzosa, que en su definitivo resultado
es menos aceptable la solución racionalista que la solución dog-
mática.


No considerando nuestra actual corrupción sino como un efecto
físico y necesario de la corrupción primitiva, y debiendo durar
el efecto tanto como su causa, es claro que no habiendo modo
ninguno de hacer que desaparezca la causa, no le hay tampoco




— 198 —


de hacer que desaparezca el efecto. Siendo la corrupción primiti-
va , causa de nuestra corrupción actual, un hecho consumado,
nuestra corrupción actual es un hecho definitivo, que nos consti-
tuye en una desgracia perpetua.


Considerando, por otra pa r t e , que no puede darse ninguna
manera de union entre lo corrompido y lo incorruptible, sigúese
de aquí que por la explicación racionalista se hace imposible de
todo punto la union del hombre con Dios, no solo en el tiempo
presente, sino también en el venidero* En efecto: si la corrup-
ción humana es indeleble y perpetua, y si Dios es eternamente
incorruptible, entre la incorruptibilidad de Dios y la corrupción
perpetua del hombre hay una invencible repugnancia.y una con-
tradicción absoluta. El hombre , pues , por este sistema, queda
apartado de Dios perpetuamente.


Y no se me arguya diciendo que el hombre pudo ser redi-
mido ; porque cabalmente la consecuencia lógica de este sistema
es la imposibilidad de la redención humana. Para la desgracia no
se da redención, sino en cuanto es concebida como una pena que
viene detrás de un pecado: suprimido el pecado, procede la
supresión de la pena; y con la supresión del pecado y de la pena,
se hace irremediable la desgracia.


Por este sistema, es de todo punto inexplicable el libre albe-
drío del hombre: en efecto, si el hombre nace en el apartamiento
necesario de Dios, si vive en el apartamiento necesario de Dios,
y si muere en el apartamiento necesario de Dios, ¿qué significa y
qué es el libre albedrío del hombre? '


Si no hay trasmisión de la culpa y de la pena, luego aj punto
viene al suelo ej dogma de la redención y el de la libertad huma-
na , y con ellos todos los otros juntamente; porque si el hombre
no es libre, no tiene el principado de la tiei-ra; si no tiene el prin-
cipado de la tierra, la tierra no se une á Dios por el hombre; y si
no se une á Dios por el hombre, no se une á Dios de manera nin-
guna. El hombre mismo , si no tiene libertad, no se aparta de Dios
de una manera para volver á Dios en otra forma: se aparta de él
absolutamente: Dios no le alcanza, ni con su bondad, ni con su jus-




ticia, ni con su misericordia: todas las armonías de la creación se
desvanecen, todos los vínculos se rompen, el caos está en todas
las cosas, todas las cosas en el caos: por lo que hace á Dios, deja
de ser el Dios católico, el Dios vivo: Dios está en lo alto, las cria-
turas en lo bajo, y ni las criaturas se cuidan de Dios, ni Dios se
cuida de las criaturas.


En ninguna otra cosa resplandece tanto la divina consonancia
de los dogmas católicos como en esa trabazón admirable que todos
tienen entre s í , la cual es tan maravillosa y tan íntima, que la ra-
zón humana no puede concebir otra mayor, viéndose puesta en la
tremenda alternativa de aceptarlos todos juntos ó de negarlos todos
juntamente. Lo cual consiste en que no contiene cada uno de ellos
una verdad diferente, sino una misma verdad, correspondiendo
exactamente el número de los dogmas al número de sus aspectos.


Ni hemos apurado todavía las consecuencias que se seguirian
forzosamente de considerar la lamentable desgracia del hombre caí-
do , haciendo abstracción absoluta de la pena. En efecto: si su des-
gracia no es al mismo tiempo que una desgracia, una pena; si es
so|e un efecto inevitable de una causa necesaria, queda sin expli-
cación ninguna lo poco que conservó Adán y que conservamos nos-
otros del estado primitivo; siendo digno de notarse, en contradic-
ción con lo que á primera vista parece, que no es la justicia, sino,
por el contrario, la misericordia la qqe mas resplandece en aque -
lla solemne condenación que siguió inmediatamente al pecado. En
efecto: si Dios se hubiera abstenido de intervenir con su condena-
cion en esta tremenda catástrofe; si viendo al hombre apartado de
sí, le hubiera vuelto la espalda, y hubiera entrado en su tranquilo
reposo; ó para decirlo todo de una vez, si en vez de condenarle, le
hubiera dejado entregado á las inevitables consecuencias dé su vo-
luntaria desunión y de su voluntario apartamiento, su caidahubie-
ra sido irremediable, y su perdición infalible. Para que su desastre
pudiera tener remedio, era necesario que Dios se acercara al hom-
bre de alguna manera, volviéndosele á unir , aunque imperfecta-
mente , con misericordiosa lazada.. La pena fué el nuevo vínculo de
unión entre el Criador y su criatura, y en ella se juntaron miste-




— 200 —


ríosamente la misericordia y la justicia: la misericordia porque es
vínculo, la justicia porque es pena. «


Quitando á los padecimientos y á los dolores lo que tienen de
pena, no se les quita solo lo que tienen de lazada entre el Criador
y la criatura, sino que se les quita también lo que en su acción
sobre el hombre tienen de expiatorio y de puriscante. Si el dolor
no es una pena, es un mal sin mezcla de bien ninguno; si es una
pena, el dolor, que es un mal bajo el punto de vista de su origen,
que es el pecado, es un gran bien bajo el punto de vista de la pu-
rificación de los pecadores. La universalidad del pecado es causa ne-
cesitante de la universalidad de la purificación, la cual á su vez exi-
ge que el dolor sea universal, para que todo el género humano se
purifique en sus misteriosas aguas. Esto sirve para explicar porqué
padecen todos los nacidos, hasta que mueren, desde que nacen.
El dolor es compañero inseparable de la vida en este valle oscu-
ro, lleno de nuestros sollozos, ensordecido con nuestros lamentos
y humedecido con nuestras lágrimas. Todo hombre es un ser d o -
liente, y todo lo que no es dolor Je es estraño: si pone los ojog en
lo pasado, siente pesar al verlo desvanecido; si los pone en lo p r e -
sente , siente congoja porque lo pasado fué- mejor; si los pone en
lo venidero, siente turbación porque lo venidero todo es misterios
y sombras. Por poco que considere, advierte que lo pasado, lo
presente y lo venidero es todo, y que el todo no es nada : Ió pa -
sado ya pasó j lo presente va pasando, lo venidero no es. Los me-
nesterosos van cargados de fatigas, I Q S abastecidos padecen hartu-
ras , los potentes soberbias, los ociosos tedio, envidias los bajos,
los altos desdenes. Los conquistadores que van empujando á las
gentes, van empujados por las furias, y no atropellaná los otros si-
no porque van huyendo de sí mismos. La lujuria consume con sus
impúdicos ardores las carnes del mozo; la ambición toma al mozo,
hecho hombre, de manos de la lujuria, y le abrasa con otras lla-
mas y le mete en otras hogueras; la avaricia le coge cuando la lu-
juria no le quiere y cuando la ambición le abandona; ella le dá una
vida artificial que llama el insomnio; los viejos avaros no viven sino
porque no duermen: su vida no es otra cosa sino la falta de sueño




— 201 —


Pasea toda la tierra ,en ancho y en largo , vuelve los ojos atrás,
tiéndelos adelante, devora los espacios y recorre los tiempos, y
ninguna otra cosa hallarás en los dominios de los hombres sino es-
to que ves aquí: un dolor que no remite, y una lamentación que
nunca acaba. Y ese dolor, aceptado voluntariamente, es la medida
de toda grandeza; porque no hay grandeza sin sacrificio, y el sa-
crificio no es otra cosa sino el dolor voluntariamente aceptado. Los
que el mundo llama héroes, son aquellos q u e , siendo traspasados
por un cuchillo de dolor, aceptaron voluntariamente el dolor, con
su cuchillo. Los que la Iglesia llama santos, son aquellos que acep -
taron todos los dolores, los del espíritu y los dé la carne juntamen-
te. Santos son los que estrechados por la avaricia dieron de mano á
todos los tesoros del mundo; los que solicitados por la gula fueron
sobrios; los que abrasados por la lujuria aceptaron santamente el
combate y fueron castos; los que entrando en batalla con pensa-
mientos sucios fueron limpios; los que se levantaron tan altos por
la humildad que vencieron á su soberbia ; los que sintiéndose tr is-
tes por el bien ajeno, de tal manera se esforzaron, que convirtie-
ron en santa alegría su torpe tristeza; los que dieron en tierra con
la ambición queloslevantabá á las nubes ; los que siendo perezo-
sos se tornaron diligentes; los que viéndose abatidos por los pesa-
res dieron á sus pesares libelo de repudio y se levantaron á la a le-
gría espiritual por un esfuerzo generoso; los que enamorados de sí
renunciaron á su propio amor por el amor de los otros , ofreciendo
por ellos su vida con heroico desprendimiento en perféctísimo h o -
locausto.


El género humano ha sido unánime en reconocer una virtud san-
tificante en el dolor. Por esta razón se observa que en todos los
tiempos, en todas la zonas y entre todas las gentes, él hombre ha
rendido culto y homenaje á los grandes infortunios. Edipo es mas
grande en el dia de su infortunio que en los tiempos de su gloria;
el mundo ignoraría su nombre, si el rayo IÍQ la cólera divina no le
hubiera derrocado de su trono. La melancólica belleza que resplan-
dece en la fisonomía de Germánico, le viene del infortunio que le al-
canzó en la primavera de la vida, y de aquella bella muerte que




— 202 —


murió lejos de la amada patria y de los aires de Roma. Mario, que
no es mas que un hombre cruel cuando es levantado por la victo-
r ia , es un hombre sublime cuando cae en el cieno de las lagunas
desde su escollo eminente. Mitrídates nos parece mas grande que
Pompeyo, y Aníbal mas grande que Scipion. El hombre , sin saber
cómo, se inclina siempre del lado del vencido.: el infortunio le pa-
rece mas bello que la victoria. Sócrates es menos grande por la vi-
da que vivió, que por la muerte que le dieron; la inmortalidad no
le viene de haber sabido vivir, sino de haber muerto heroicamen-
t e : él debe menos á la filosofía que á la cicuta ( 1 ) . El.género hu-
mano se hubiera indignado contra Roma, si hubiera permitido á Cé-
sar morir como los demás hombres mueren: su gloria era tan gran-
de que merecía ser coronada con un gran infortunio. Morir tran-
quilamente en su lecho .investido con la potestad soberana, es co-
sa permitida apenas á Cromwel. Napoleón debió morir de otra ma-
nera : debió morir vencido en Waterlóo: proscripto por la Europa,
debió ser puesto en un sepulcro fabricado por Dios para él desdo
el principio de los tiempos; unancho foso debja separarle del mun-
do ,- y en ese fosó:anchísimo debia caber el Océano.


El dolor pone una cierta manera de igualdad entre todos los que
padecen > lo cual es ponerla en todos los hombres, porque padecen
todos : por el gozar nos separamos, por el padecer nos unimos
eon vínculos fraternales. El dolor nos quita lo que nos sobra, y nos
da lo que nos falta, poniendo en el hombre un perfectísimo equi-
librio : el soberbio no padece sin perder algo de su soberbia, n i
el ambicioso sin perder algo de su ambición, ni el colérico sin per-
der algo desús i r a s , ni el lujurioso sin perder algo de su lujuria.
El dolor es soberano para apagar los incendios de las. pasiones; al
propio tiempo que nos qnita lo que nos daña , nos da lo que nos
ennoblece : el duro no padece nunca sin sentirse mas inclinado á
compasión, ni el altivo-sin encontrarse mas humilde, ni el v o -
luptuoso sin hacerse mas casto: el violento se amansa, el flaco se
fortalece. Ninguno sale peor que entró de esa gran fragua de los


(1) El autor aquí se limita á consignar los h e c h o s , tales como los narra h\
historia.




— 2 0 3 —


dolores; los mas salea de ella coa altísimas virtudes que nunca
conocieron : quién entró impío y sale religioso, quien avaro y
sale limosnero, quién entra sin haber llorado nunca y sale con don
de lágrimas , quién empedernido y sale misericordioso. En el do-
lor hay un no sé qué de fortificante y de viril y de profundo, que
es origen de toda heroicidad y de toda grandeza; ninguno ha sen-
tido su misterioso contacto sin crecerse; el niño adquiere con el
dolor la virilidad de los mozos, los mozos la madurez y la g rave-
dad de los hombres, los hombres la fortaleza de los héroes , los
héroes la santidad de los santos.


Por el contrario, el que deja los dolores por los deleites, lue-
go al punto comienza "á descender con un progreso a u n mismo tiem-
po rápido y continuo.- Desde la cumbre de la santidad se derriba
hasta el abismo del pecado, desde la gloria va é la infamia. Su
heroísmo se convierte en flaqueza : con el hábito de ceder, pierde
hasta la memoria del esfuerzo; con el de caer, pierde hasta la fa-
cultad de levantarse. Con el deleite pierde su vitalidad, y su ener-
gía todas las potencias del a lma, y su elasticidad y fortaleza todos
los músculos del cuerpo. En el deleite hay un no sé qué de cor-
rosivo y de enervante, que lleva la muerte callada y escondida.
¡ Ay del que no resiste á su voz, pérfida a u n mismotiempo y sua-
ve como la de las antiguas sirenas! ¡ Ay del que no retrocede y
huye despavorido cuando le convida con sus fragancias y. sus flo-
res , antes de que , sin ser dueño de s í , caiga en aquel desmayo
vecino déla muerte, que comunica á los sentidos con el aroma de
sus flores y con el vapor de sus fragancias!


Cuando esto sucede, ó sucumbe miserablemente ó sale de allí
de todo punto trasformado : el niño que por allí pasa, no llega á
mozo, al mozo le nacen canas, y el viejo perece. El hombre deja
allí como en .despojos la pujanza de su voluntad, la virilidad d e
su entendimiento; y pierde el instinto de las grandes cosas. Cínica-
mente egoísta y extravagantemente cruel , siente hervir en su san-
gre pasiones que no tienen nombre : si le ponéis en lugar humil-
de , irá á caer de las manos de la justicia en las manos del verdu-
go ; si en lugar eminente, os estremeceréis de terror al verle soltar




— 204 —


las riendas á sus apetitos voraces y á sus instintos feroces. Cuando
Dios quiere castigar á los pueblos por sus pecados, los pone su-
jetos concadénaselos pies de los hombres voluptuosos. Embota-
dos sus sentidos con el opio de los deleites, ninguna otra cosa es
poderosa para sacarlos de su estúpido entumecimiento sino el va -
por dé la sangre. Todos eran voluptuosos y afeminados aquellos
monstruos calenturientos que los pretorianos saludaban en la
Roma imperial con título de Emperadores. La Francia rindió culto
á un tiempo mismo á la prostitución y á la muerte : á la prostitu-
ción en sus templos y en sus altares, a l a muerte en sus plazas y
en sus cadalsos.


Hay, pues, algo de maléfico y de corrosivo en el deleite, como
liay algo en el dolor de purificante y de divino. No vaya á crerse,
empero, que estas cosas, por ser contrarias entre s í , no van en
cierta manera juntas; porque así como sucede que el que acepta
libremente el dolor, siente en sí cierto deleite espiritual que forti-
fica y levanta-, del mismo modo el que se pone en manos de los
deleites, siente en sí cierto dolor que en vez de fortalecer enerva
y deprime. El dolor es aquella pena universal á que por el pecado
quedamos todos sujetos; á donde quiera que tienda su vista ó en-
derece sus pasos el hombre, se encuentra con el dolor, estatua
muda y llorosa, que siempre tiene delante. El dolor tiene de común
con la Divinidad, que es para nosotros á manera de círculo que
noscontiene. A él vamos igualmente cuando gravitamos hacia el
centro, y cuando corremos hacia la circunferencia; y correr y gra-
vitar hacia é l , es correr y gravitar hacia Dios, hacia el cual cor-
remos con todos nuestros pasos, y gravitamos con todas nuestras
gravitaciones. La diferencia está en que por unos dolores vamos al
Dios bueno y clemente, pof otros al Dios justo y airado, por otros
al Dios del perdón y de las misericordias. Por el deleite vamos al
dolor que es pena, y por la resignación y el sacrificio al dolor
que es medicina. ¿Pues qué locura es la de los hijos de Adán, que
no pudiendo huir del dolor, huyen del que es medicina , para caer
en el que es pena?


Por lo dicho se ve cuan maravilloso es Dios en todos sus de -




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signios, y cuan admirable en aquel arte divino que consiste en
sacar el bien del mal , el orden del desorden, y todas las armo-
nías de todas las disonancias. De la libertad humana procede la di-
sonancia del pecado, del pecado la degradación de la especie, de
la ¡degradación de la especie procede el dolor, y el dolor es á un
tiempo mismo una desgracia en la especie corrompida, y una pena
en la especie pecadora : lo que tiene de desgracia, eso mismo tie-
ne de inevitable; lo que tiene de p e n a , eso mismo tiene de redi-
mible : estando la gracia en la redención, la gracia está en la
pena. El acto mas tremendo de la justicia de Dios viene á ser
de este modo el acto mas grande de su misericordia: por él pue-
de el hombre, ayudado de Dios, levantarse sobre sí mismo,
aceptando el dolor con una aceptación voluntaria; y esa acepta-
ción sublime cambia instantáneamente la pena en una medicina de
una virtud incomparable. Toda negación de esta doctrina deja en
pié el desorden introducido en la humanidad por el pecado; como
quiera que conduce necesariamente y á un tiempo mismo á la n e -
gación de algunos de los atributos esenciales de Dios y á la nega-
ción radical de la libertad humana.


Si considerada la cuestión bajo este punto de vista, interesa al
orden universal de la creación, del mismo, modo y por las mismas
razones la relativa á la prevaricación humana y á la angélica,
considerada bajo un punto de vista mas restricto, interesa de una
manera directa y fundamental al orden especial puesto por Dios en
los varios elementos que componen la naturaleza humana. La acep-
tación voluntaria del dolor no produce aquellos grandes prodigios
de que hablamos, sino porque tiene la prodigiosa virtud de cambiar
toda la economía de nuestro ser radicalmente. Por ella queda d o -
mada la rebelión de la carne, la cual vuelve á someterse á la vo-
luntad ; por ella queda vencida la voluntad, la cual vuelve á some-
terse al yugo del entendimiento; por ella se suprime la rebeldía del
entendimiento, el cual sé sujeta al imperio de los deberes; por el
cumplimiento del deber vuelve el hombre al culto y á la obe-
diencia de Dios, de que se apartó por el pecado. Todos estos
prodigios obra el que, revolviéndose heroicamente contra sí mis-




— 206 —


mo con un ímpetu generoso, hace fuerza á su carne para que
se sujete á su voluntad, y á su voluntad para -que.se sujete á su
entendimiento, y á su entendimiento para que entienda en Dios y
por Dios, unido á Dios por el vínculo de los deberes.


No es esta ocasión de exponer con cuáles condiciones y cuáles
ayudas puede la voluntad humana levantarse á esfuerzo tan sobre-
natural y tan alto. Lo que nos importa ahora, es consignar aquí el
hecho evidente de que sin ese levantamiento por parte de la volun-
tad i manifestado en la aceptación yolantaria del dolor, no puede
ser restaurada aquella soberana armonía y aquel Goneiertó prodi-
gioso que puso Dios en el hombre y en todas sus potencias.




CAPÍTULO III.


DOGMA DE LA S O L I D A R I D A D . — C O N T R A D I C C I O N E S D E L A E S C U E L A L I B E R A L .


C A D A uno de los dogmas católicos es una maravilla fecunda en
maravillas. El entendimiento humano pasa de unos á otros como
de una proposición evidente á otra proposición evidente, como de
un principio á su legítima consecuencia, unidos entre sí por la laza-
da de una ilación rigorosa. Y cada nuevo dogma nos descubre un
nuevo mundo, y en cada nuevo mundo se tiende la vista por n u e -
vos y mas anchos horizontes, y á la vista de esos anchísimos hori -
zontes el espíritu.queda absorto con el resplandor de tantas y tan
grandes magnificencias.


Los dogmas católicos explican por su universalidad todos los
hechos universales; y estos mismos hechos, á su vez , explican
los dogmas católicos: de esta manera, lo que es vario se explica por
lo que es uno, y lo que es uno por lo que es Vario; el contenido




— 208


por el continente, y el continente por el contenido. El dogma de la
sabiduría y de la providencia de Dios explica el orden y el mara-
villoso concierto de las cosas creadas; y por ese mismo orden y
concierto vamos á parar á la explicación del dogma católico. El
dogma de la libertad humana sirve para explicar la prevaricación
primitiva; y esa misma prevaricación , atestiguada por todas las
tradiciones, sirve de demostración de aquel dogma. La prevari-
cación adámica, á un mismo tiempo dogma divino y hecho tra-
dicional , explica cumplidamente los grandes desórdenes que a l -
teran la belleza y la armonía de las cosas; y esos mismos desór-
denes, en sus manifestaciones evidentes, son una demostración
perpetua de la prevaricación adámica. El dogma enseña que el mal
es una negación, y el bien una afirmación; y la razón nos dice
que no hay mal que no se resuelva en la negación de una afir-
mación divina. El dogma proclama que el mal es modal, y el bien
sustancial; y los hechos demuestran que no hay mal que no se
resuelva en cierta manera viciosa y desordenada de ser , y que
no hay sustancia que no sea relativamente perfecta. El dogma afir-
ma que Dios saca el bien universal del mal universal, y un ór- .
den perfectísimo del desorden absoluto; y ya hemos' visto de qué
manera todas las cosas van á Dios, aunque vayan á él por ca-
minos diferentes, viniendo á constituir por su unión con Dios el
orden universal y supremo.


Pasando del orden universal al orden humano, la conexión y
armonía, por una parte , de los dogmas entre sí; y por otra, de
los dogmas con los hechos, no es menos evidente. El dogma que
enseña la corrupción simultánea en Adán del individuo y de la
especie, nos explica la trasmisión, por via de generación, de la
culpa y de los efectos del pecado; y la naturaleza antitética, con-
tradictoria y desordenada del hombre, que todos vemos nos lleva
como por la mano, de inducción en inducción , primero al dogma
de una corrupción general de toda la especie humana, despue s
al dogma de una corrupción trasmitida por la sangre , y por ú l -
timo al dogma de la prevaricación primitiva; el cual enlazándose
con el de la libertad dada al hombre y con el de la Providencia




— 209 —


que le dio aquella libertad, viene á ser como el punto de con-
junción de los'dogmas que sirven para explicar el orden y el
concierto especial en que fueron puestas las cosas humanas, con
aquellos otros mas universales y mas altos, que sirven para expli-
car el peso, número y medida en que fueron criadas por el Cria-
dor todas las criaturas.


Siguiendo ahora en la exposición de los dogmas relativos al
orden humano, veremos salir de ellos, como de copiosísima fuen-
te , «quellas leyes generales de la humanidad que nos dejan a tó -
nitos por su sabiduría y como pasmados por su grandeza.


Del dogma de la concentración de la naturaleza humana en
Adán, unido al dogma de la trasmisión de esa misma naturaleza
á todos los hombres, procede, como una consecuencia de su pr in-
cipio, el dogma de la unidad sustancial del género humano. "Sien-
do el género humano uno, debe ser al mismo tiempo vario, se-
gún aquella ley, la mas universal dé todas las leyes, á un mismo
tiempo física y moral , humana y divina , en virtud de la cual
todo Jo que es uno se descompone en lo que es vario, y todo lo
que es vario se resuelve en lo que es uno. El género humano es
uno por la sustancia que le constituye, y es vario por las perso-
nas que le componen: de "donde se sigue qué es uno y vario al
mismo tiempo. De la misma manera, cada uno de los individuos
que componen la humanidad, estando separado de los demás por
lo que le constituye individuo, y junto eon ellos por lo que le
constituye individuo de la especie, es decir, por la sustancia, vie-
ne á ser, como el género humano, uno y vario á un mismo tiem-
po. El dogma del pecado actual es correlativo al dogma de la va -
riedad en la especie; el del pecado original y el de la imputación
es correlativo al que enseña la unidad sustancial del género h u -
mano; y como consecuencia de uno y de otro, viene el dogma
según el cual el hombre está sujeto á una responsabilidad que le
es propia, y á otra responsabilidad que le es común con los d e -
más hombres.


Esa responsabilidad en común, á que llaman solidaridad, es
una de las mas bellas y augustas ve\e\acvovves deV dogma caló\i-


I O M O iv. 14




— 210 —


co. Por la solidaridad el hombre / levantado á mayor dignidad y
á mas altas esferas, deja de ser un átomo en el es-pacio y un mi-
nuto en el tiempo; y anteviviéndose y sobreviviéndose á sí mis-
mo, se prolonga hasta donde los tiempos se prolongan, y se dilata
hasta donde se dilatan los espacios. Por ella se afirma, y hasta
cierto punto se crea la humanidad', con cuya palabra, que care-
cía dé sentido en las sociedades antiguas, se significa la unidad
sustancial de la naturaleza humana, y el estrecho parentesco que
tienen entre sí unos con otros todos los hombres. •


Desde luego se echa de ver que lo que por este dogma gana
la naturaleza humana en lo grandioso, eso gana el hombre en lo
nobilísimo; al revés de lo que sucede con la teoría comunista de
la solidaridad, de que hablaremos más adelante: según esa teoría,
la humanidad no es solidaria,. en el sentido de que es el vasto
conjunto de todos los hombres solidarios entre sí porque por la
naturaleza son unos, sino en el sentido de que es una unidad or-
gánica y viviente, que absorbe á todos los hombres , los cuales en
vez de constituirla la sirven. Por el dogma católico, la misma# dig-
nidad á que es levantada la especie, alcanza á los individuos.
El Catolicismo no levanta por un lado su altísimo nivel para aba-
tirle por otro, ni ha descubierto los títulos nobiliarios de la huma-
nidad para humillar al hombre; sino que la una y el otro se le-
vantan juntamente á las divinas grandezas y á las divinas altu-
ras . Cuando poniendo mis ojos en lo que soy, me considero en co-
municación con el primero y con el último de los hombres; y
cuando poniéndolos en lo que obro, veo á mi acción sobrevivirme
y ser causa, en su perpetua prolongación, de otras y de otras a c -
ciones que á sil vez se sobreviven y se multiplican hasta el fin
de los tiempos; cuando pienso que todas esas acciones juntas,
que en mi acción tienen su origen, toman un cuerpo y una voz,
y que alzando esa voz que toman, me aclaman no solo por lo que
hice sino por lo que hicieron otros á causa de mí , digno de
galardón ó digno de muerte; cuando todas estas cosas conside-
r o , yo de mí sé decir que me derribo en espíritu ante el aca-
tamiento de Dios, sin acabar de comprender y de medir toda
la inmensidad de mi grandeza.




— 211 —
¿ Quién , sino Dios , pudo levantar tan concertadamente y por


igual el nivel de todas las cosas? Cuando el hombre quiere levan*
tar algo , no lo hace nunca sin deprimir aquello que no levanta:
en las esferas religiosas, no sabe levantarse á sí propio sin depri-
mir á Dios, m levantar á Dios sin deprimirse á sí propio; en las
esferas políticas, no aciertan á rendir culto á la libertad, sin negar
á la autoridad su culto y su homenaje; en las esferas sociales, no
sabe otra cosa sino sacrificar la sociedad al individuo ó los indi-
viduos á la sociedad, como acabamos de ver, fluctuando perpe-
tuamente entre el despotismo comunista ó la anarquía proudhonia-
na. Si alguna vez ha intentado mantenerlo todo en su propio nivel,
poniendo en las cosas cierta manera de paz y de justicia , luego al
punto la balanza en que las pesa ha rodadopor tierra, hecha frag-
mentos , como si hubiera una irremediable falta de proporción en-
tre la pesadumbre de esa balanza y la flaqueza del hombre. No pa -
rece sino que Dios, al consagrarle rey en los dominios de las cien-
cias , sustrajo á su potestad y á su jurisdicción una sola : la cien-
cia del equilibrio.


Esto serviría para explicar la impotencia absoluta á que todos
los partidos equilibristas aparecen condenados en la historia; y por
qué el gran problema de la conciliación de los derechos del Estado
con los individuales , y del orden con la libertad , es todavía un
problema, viniendo como viene planteado desde que tuvieron pr in-
cipio las primeras asociaciones. El hombre no puede mantener en
equilibrio las cosas sino manteniéndolas en su ser , ni mantenerlas
en su ser sino absteniéndose de poner en ellas su mano. Puestas
todas y bien asentadas per Dios en sus firmísimos asientos, toda
mudanza en su manera de estar asentadas y puestas es necesaria-
mente un desquilibrio, Los únicos pueblos que han sido á un tiem-
po mismo respetuosos y libres , los únicos gobiernos que han sido
á un tiempo mismo mesurados y fuertes, son aquellos en que no
se ve la mano del hombre , y en que las instituciones se vienen
formando con aquella lenta y progresiva vegetación con que crece
todo lo que es estable en los dominios del tiempo y de la historia.


Esa gran potestad que por excepción ha sido negada al hombre,




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no sin altísimo consejo, reside en Dios de una manera especial y
privativa. Por eso, todo lo que sale de su mano, sale de ella en un
equilibrio perfecto, y todo lo que se está en donde lo puso Dios,
se mantiene perfectamente equilibrado. Sin acudir á ejemplos ex -
traños á la cuestión, nos bastará la cuestión misma que venimos
planteando y resolviendo, para dejar esta vecdad puesta fuera de
toda duda.


La ley de la solidaridad es tan universal, que se manifiesta en
todas las asociaciones humanas; y esto hasta tal punto, que el
hombre cuantas veces se asocia, tantas cae bajo la jurisdicción de
esa ley inexorable. Por sus ascendientes, está en union solidaria
con el tiempo pasado; por el tracto sucesivo de sus propias accio-
nes y por su descendencia, entra en comunión con los tiempos fu-
turos ; como individuo de una sociedad doméstica, cae bajo la ley
de la solidaridad de la familia; como sacerdote ó magistrado, está
en comunión de derechos y de deberes, de méritos y de preva-
ricaciones , con la magistratura ó con el sacerdocio; como miembro
de la asociación política, cae bajo la ley de la solidaridad-nacional;
y por ^último, en calidad de hombre, le alcanza la ley dé la soli-
daridad humana. Y sin embargo, siendo responsable por tantos
conceptos , conserva íntegra, intacta su responsabilidad personal,
que ninguna otra disminuye, que ninguna otra restringe, que
ninguna otra absorbe. Él puede ser santo siendo individua de
una familia pecadora, incorrupto é incorruptible siendo miembro
de una sociedad corrompida, prevaricador siendo miembro de
una magistratura intachable , y reprobo siendo miembro de un sa-
cerdocio santísimo. Y al revés , esa potestad suprema que le ha
sido conferida de sustraerse á la solidaridad por un esfuerzo de su
voluntad soberana, en nada altera el principio de que , por punto
general y dejada la libertad á salvo, el hombre es lo que son la
familia en que nace, y la sociedad en que vive y en que respira.


Esta ha sido/en toda la prolongación de los tiempos históricos,
la creencia universal de todas las gentes , las cuales, aun después
de perdida la huella de las divinas tradiciones, tuvieron noticia de
esta ley de la solidaridad. Si bien no levantaron el espíritu á la con-




. _ 2 1 3 —


templacion de toda su grandeza, conocieron aquella ley por instin-
to , pero ignoraron de todo punto en dónde tenia sus hondas raices
y sus anchísimos fundamentos. No siendo conocido el dogma de la
unidad del género humano sino solo del pueblo de Dios, los otros
no podían tener idea de la humanidad una y solidaria; empero si
no podian hacer aplicación de esta ley al género humano, que no
conocían, la reconocieron y aun la exageraron en todas las asocia-
ciones políticas y domésticas. .


La idea de la trasmisión misteriosa, por la sangre , no solo de
las cualidades físicas, sino también de aquellas otras que están en
el alma exclusivamente, basta por sí sola para explicar casi todas
las instituciones de los antiguos, así las domésticas como las políti-
cas y sociales. Esa idea es la idea misma de la solidaridad; como
quiera que todo lo que se trasmite á muchos en eomun, constituye
la unidad de aquellos á quienes se trasmite; y que afirmar de mu-
chos que están en comunión entre s í , es lo mismo que afirmar de
ellos que son solidarios. Cuando la idea de la trasmisión heredita-
ria de las cualidades físicas y morales prevalece en un pueblo, sus
instituciones son forzosamente aristocráticas; por esta razón, todos
los pueblos antiguos, en los cuales lo que tiene de exclusivo esa
idea cuando se aplica á ciertos grupos sociales , no estaba templa-
do por lo que tiene de general y de democrático, si puede decirse
así, cuando se aplica á todos los hombres, se constituyeron aristo-
cráticamente : las razas mas gloriosas sojuzgaban y reducían á ser-
vidumbre á las razas inferiores; entre las familias que componían
los grupos constitutivos de una raza, tomaba el poder aquella que
contaba los mas gloriosos ascendientes. Los héroes, antes de venir
á las manos, levantaban hasta las nubes la gloria de su esclareci-
do linaje. Las ciudades fundaban su derecho á la dominación en
sus árboles genealógicos. Aristóteles creia , con toda la antigüedad,
que unos hombres nacían con el derecho de mandar y con las cua-
lidades propias para el mando, y que recibían aquel derecho y e s -
tas cualidades juntamente por trasmisión hereditaria: correlativa á
esta común creencia era la creencia común de que habia entre las
gentes razas malditas y desheredadas, incapaces de trasmitir por




la generación ninguna cualidad y ningún derecho, y condenadas
por tanto á legítima y perpetua servidumbre. La democracia de
Atonas no era otra cosa sino una aristocracia insolente y tumultuo-
sa , servida por esclavizadas muchedumbres. La lliada de Homero,
monumento enciclopédico de la sabiduría pagana , es el libro de
las genealogías de los dioses y de los héroes: considerada bajo es-
te punto de vista , no esotra cosa sino el mas espléndido de todos
los nobiliarios.


Esta idea de la solidaridad no tuvo entre los antiguos de des-
astrosa, sino lo que tuvo de incompleta : las varias solidaridades
sociales, políticas y, domésticas, no estando subordinadas gerárqui-
camente entre sí por la solidaridad humana, que átodas las ordena
y las limita porque las abarca á todas, no podían producir otra co-
sa sino guerras, turbaciones, incendios y desastres. Bajo el* im-
perio de la solidaridad pagana, el género humano se constituyó en
estado de guerra universal y permanente; por eso, la antigüedad
no ofrece á la vista otro espectáculo sino el de gentes destruidas
por gentes, y reinos por reinos, y razas por razas , y familias por
familias, y ciudades por ciudades. Los dioses combaten con los
dioses, los hombres con los hombres, y no pocas veces se lanzan
unos contra otros en son de guerra, y vienen á las manos con e s -
trépito los hombres y los dioses inmortales. Dentro de los muros de
una misma ciudad no hay asociación ninguna solidaria que no aspi-
re á ejercer, primero sobre sus individuos y después sobre las otras,
una acción dominadora y absorbente. En la asociación doméstica, la
personalidad del hijo es absorbida por la personalidad del padre , y
la de la mujer por el hombre : el hijo se convierte en cosa; la mu-
jer , sujeta á perpetua tutela, cae en perpetua infamia; y el padre,
señor del hijo y de la mujer, cambia su potestad en tiranía. Sobre
la tiranía del padre está la tiranía del Estado , que absorbe en una
común absorción á la mujer, al hijo y al padre, aniquilando de he-
cho la sociedad doméstica. Hasta el patriotismo no es éntrelos a n -
tiguos otra cosa sino la declaración de guerra, hecha por una casta
constituida en nación á todo el género humano.


Viniendo ahora de las edades pasadas á las presentes, veremos,




— m —
por una parte, la perpetuidad de la idea contenida en el dogma, y
por otra ,1a perpetuidad desús estragos siempre que se desvia en
todo ó en parte del dogma católico.


La escuela liberal* y racionalista niega y concede la solidari-
dad á un mismo tiempo, siendo siempre absurda, así cuando la
concede como cuando la niega. En primer lugar, niega la solidari-
dad humana en el orden religioso y en el político : la niega en el
orden religioso, negando la doctrina de la trasmisión hereditaria
de la pena y de la culpa, fundamento exclusivo de este dogma;
la niega en el orden político, proclamando m áximas que contra-
dicen la solidaridad de los pueblos. Entre ellas merecen una men-
ción especial la que consiste en proclamar el principio de no inter-
vención , y aquella otra, que la es correlativa, según la cual cada
uno debe mirar por sí y ninguno debe'salir de su casa para cuidar
de la ajena. Estas máximas idénticas entre sí no son otra cosa sino
el egoísmo pagano sin la virilidad de sus odios. Un pueblo adoc-
trinado por las doctrinas enervantes de esta escuela llamará á
los otros extraños, porque no tiene fuerza para llamarlos ene -
migos.


La escuela liberal y racionalista niega la solidaridad familiar,
por cuanto proclama el principio de la aptitud legal de todos los
hombres para obtener todos los destinos públicos y todas las dig-
nidades del Estado, lo cual es negar la acción de los a scendientes
sobre sus descendientes, y la comunicación de las calidades de los
primeros á los segundos por trasmisión hereditaria. Pero al mismo
tiempo que niega esa trasmisión , la reconoce de dos maneras di-
ferentes: la primera, proclamando la perpetua identidad de las n a-
ciones; y la segunda, proclamando el principa) hereditario en la


* monarquía. El principio de la identidad nacional, ó no significa
nada , ó significa que hay comunidad de méritos y de deméritos,
de glorias y de desastres, de talentos y de aptitudes entre las gene-
raciones pasadas y las presentes, entre las presentes y las futuras;
y esta misma comunidad es de todo punto inexplicable, si no se la
considera como el resultado de nuestra trasmisión hereditaria. Por
otra parte, la monarquía hereditaria, considerada como institución




- 216 —


fundamental del Estado, es una institución contradictoria y absurda
allí en donde se niega el principio de la virtud de trasmisión de
la sangre, que es el principio, constitutivo de todas lag aristocra-
cias históricas. Por, último, la escuela liberar y racionalista , en su
materialismo repugnante, da á la riqueza que se comunica, la vir-
tud que niega á la sangre que se trasmite. El mando de los ricos
la parece mas legitimo que el mando de los nobles.


Vienen en pos de esta escuela efímera y contradictoria las e s -
cuelas socialistas, las cuales, concediéndola todos sus principios,
la niegan todas sus consecuencias. Las escuelas socialistas toman
de la racionalista y liberal la negacion.de la solidaridad humana
en el orden político y en el orden religioso : negándola en el orden
religioso, niegan la trasmisión de la culpa y de la pena, y ademas
la pena y la culpa; negándola en el orden político , toman de la
escuela socialista y liberal el principio de la igual aptitud de todos
los hombres para obtener los destinos y las dignidades del Estado;
pasando empero mas adelante, demuestran á la escuela liberal
que ese principio lleva consigo en buena lógica la supresión de la
monarquía hereditaria, y que esta supresión lleva tras sí la supre-
sión de la monarquía, qué no siendo hereditaria, es una institu-
ción inútil y embarazosa. En seguida demuestran, sin grande e s -
fuerzo de razón, que , supuesta la igualdad nativa del hombre,
esa igualdad lleva consigo la supresión de todas las distinciones
aristocráticas, y por consiguiente la supresión del censo electoral,
en el cual no se puede reconocer esa virtud misteriosa de conferir
los atributos soberanos, habiéndosele negado á Ja sangre, sin una
contradicción evidente. Los pueblos, según los socialistas, no han
salido de la servidumbre de los Faraones para caer eu la de los asi -
rios y babilonios, ni están tan desnudos de.derecho y de fuerza, que *
vayan á dar consigo en las manos de los ricos rapaces, después de
haber salido de las manos de los nobles insolentes. Ni les parece
menos absurdo negar la-solidaridad de la familia para venir á r e -
conocer en seguida que una nación es solidaria. Aceptado por ellos
el primero de estos principios, niegan absolutamente el segundo
como contradictorio del primero; y así como proclaman la per-




— 217 —


fecta igualdad de todos los hombres, proclaman también la igual-
dad perfecta de todos los pueblos. .


De aquí se deducen las siguientes consecuencias : Siendo los
hombres perfectamente iguales entre sí, es una cosa absurda repar-
tirlos en grupos, como quiera que esa manera de repartición no
tiene otro fundamento sino la solidaridad de esos mismos grupos,
solidaridad que viene negada por las escuelas liberales como orí-
gen perpetuo déla desigualdad entre los hombres. Siendo esto así,
lo que en buena lógica procede, es la disolución de la familia : de
tal manera procede esta disolución del conjunto de los principios
y de las teorías liberales, que sin ella aquellos principios no pue -
den realizarse en las asociaciones políticas. En vano proclamareis
la idea de la igualdad; esa idea no tomará cuerpo mientras la fa-
milia esté en pie. La familia es un árbol de este nombre, que. en
su fecundidad prodigiosa produce perpetuamente la idea nobiliaria.


Pero la supresión de la familia lleva consigo la supresión de la
propiedad como consecuencia forzosa. El hombre, considerado en
sí , no puede ser propietario de la tierra, y no puede serlo por
una razón muy sencilla : la propiedad de una cosa no 'se concibe
sin que haya cierta manera de proporción entre el propietario y
su cosa', y entre la tierra y el hombre no hay proporción de n in -
guna especie. Para demostrarlo cumplidamente, bastará observar
que el hombre es un ser transitorio, y la tierra una cosa que nun-
ca muere y nunca pasa. Siendo esto así, es una cosa contraria á
la razón que la tierra caiga en la propiedad de los hombres, con-
siderados individualmente. La institución de la propiedad es absur-
da sin la institución de la familia : en ella ó en otra que se la ase-
meje, como los institutos religiosos, está la razón de su existen-
cia. La tierra, cosa que nunca muere, no puede caer sino en la
propiedad de una asociación religiosa ó familiar que nunca pasa:
luego, suprimida implícitamente la asociación doméstica, y explí-
citamente la asociación religiosa, á lo menos la monástica , por
la escuela liberal, procede la supresión de la propiedad de la tier-
ra , como consecuencia lógica de sus principios. Esta supresión de
tal manera va embebida en los principios de la escuela liberal,




- 218 —


que ha comenzado siempre el periodo de su dominación por apo-
derarse de los bienes <je la Iglesia, por la supresión de los institu-
tos religiosos y por la de los mayorazgos, sin advertir que apode-
rándose de los unos y suprimiendo los otros, bajo el punto de vista
de sus principios, hacia poco; bajo el punto de visla de sus inte-
reses, en calidad de propietaria, hacia demasiado. La escuela libe-
ral , que de todo tiene menos de docta, no ha comprendido jamas
que siendo necesario, para que la tierra sea susceptible de apropia-
ción , que caiga en manos de quien pueda conservar su propie-
dad perpetuamente, la supresión dé los mayorazgos y la expro-
piación de la Iglesia con la cláusula de que no pueda adquirir es lo
mismo que condenar la propiedad con una condenación irrevoca-
ble. Esa escuela no ha comprendido jamás que la tierra, hablando
en rigor lógico, no puede ser objeto de apropiación individual sino
social, y que no puede serlo, por lo mismo, sino bajo la forma
monástica ó bajo la forma familiar del mayorazgo; las cuales, ba-
jo el punto de vista de la perpetuidad, vienen á ser una misma for-
ma, como quiera que una y otra subsisten perpetuamente. La des-
amortización eclesiástica y civil, proclamada por el liberalismo en
tumulto, traerá consigo en un tiempo mas ó menos próximo, pero
no muy lejano si atendemos al paso que llevan las cosas, la e x -
propiación universal. Entonces sabrá lo que ahora ignora : que
la propiedad no tiene razón de existir sino estando en manos
muertas, como quiera que la tierra, perpetua de suyo, no pue-
de ser materia de apropiación para los vivos que pasan , sino para
esos muertos que siempre viven.


Cuando los socialistas, después de haber negado la familia co-
mo consecuencia implícita de los principios de la escuela liberal-,
y la facultad de adquirir en ta Iglesia* principió recpnocido así
por los liberales como por los socialistas, niegan la propiedad como
consecuencia última de todos estos principios, no #hacen otra cosa
sino poner término dichoso á la obra comenzada candidamente pol-
los doctores liberales. Por último, cuando después de haber su-
primido la propiedad individual, el comunismo proclama al Estado
propietario universal y absoluto de todas las tierras, aunque es




evidentemente absurdo por otros conceptos, no lo es si se le con-
sidera bajo nuestro actual punto de vista. Para convencerse de ello,
basta considerar que , una vez consumada la disolución de la fa-
milia en nombre de los principios de-la escuela liberal, la cuestión
de la propiedad vie^e agitándose entre los individuos y el Esta-
do únicamente. Ahora bien : planteada la cuestión en estos té r -
minos, es una cosa puesta fuera de toda duda que los títulos del
Estado son superiores á los de los individuos, como quiera que el
primero es por su naturaleza perpetuo, y que los segundos no
pueden perpetuarse fuera de la familia.


De la perfecta igualdad de todos los pueblos, deducida lógica-
mente de los principios de la escuela liberal, sacaH. los socialistas, ó
saco yo en nombre suyo, las siguientes consecuencias. Así como de
la perfecta igualdad de todas las familias que componen el Estado,
saca la escuela liberal por consecuencia lógica la no existencia de
la solidaridad en la sociedad doméstica, del mismo modo, y por la
misma razón de la perfecta igualdad de todos los pueblos en el seno
de la humanidad, resulta la negación de la solidaridad política. No
siendo solidaria la nación, es fuerza negarla todo aquello que se
niega lógicamente de la familia,-en la suposición de que no es soli-
daria. De la familia no solidaria se niega , lo primero, aquel vin-
culo secretísimo y misterioso que la enlaza en el tiempo con los
tiempos pasados y con los tiempos futuros; y como consecuencia
de esta negación, se niega de ella, lo segundo, que tenga su dere-
cho imprescriptible á participar de las glorias de sus ascendientes,
y la virtud de comunicar á sus descendientes algún reflejo de su
gloria. Arguyendo por identidad de razón, es fuerza negar de una
nación no solidaria lo que no siendo solidaria se niega de la fami-
lia ; de donde se sigue que es fuerza negar de ella; por una parte,
que tenga nada que ver con el tiempo pasado y con el venidera;
y por otra, que tenga el derecho de reivindicar una parte de las
glorias pasadas y el de atribuirse una parte de las glorias futuras.
Lo que se niega de la familia, da por resultado lógico la destruc-
ción en el hombre de aquel apego al hogar que constituye la dicha
de la asociacion^doméstica; por identidad de razón, lo que se nie-




— 220 —


ga de la nación, dá por fesultado forzoso la destrucción radical de
aquel amor á su patria, que levantando al hombre sobre sí mismo,
le impulsa á acometer con intrépido arrojo las empresas mas he -
roicas.


Por donde se ve que de estas negaciones se^sacan para la socie-
dad doméstica y para la política estas consecuencias: la solución
de continuidad de la gloria; la supresión del amor de la familia; y
del patriotismo, que es el amor de la patria; y por último la disolu-
ción de la sociedad doméstica y de la sociedad política, las cuales
ni pueden existir ni pueden concebirse sin ese enlace de. los tiem-
pos, sin la comunión de la gloria, y sin estar asentadas en aquellos"
grandes amores. .


Las escuelas socialistas, que si bien son mas lógicas que la es-
cuela liberal, no lo son tanto como á primera vista parece, no van
de consecuencia en consecuencia hasta nuestra última conclusión,
que es, sin embargo, supuestas sus premisas, no solo procedente
sino de todo punto necesaria ; la prueba de que lo es , está en que
los socialistas, apremiados por la lógica, lo que no quieren ser en
la teórica, eso mismo son en la práctica*. En la teórica son todavía
franceses, italianos, alemanes; en la práctica, son ciudadanos del
mundo y, como el mundo, su patria no tiene fronteras. ¡Insensa-
tos! Ellos ignoran que donde no hay fronteras, no hay patria; y
que donde no hay patria no hay hombres, aunque haya por ven-
tura socialistas.


Entre los partidos que contienden por la dominación, al mas ló-
gico le corresponde de derecho la victoria: este, que es un princi-
pio verdadero, es -á un mismo tiempo un hecho universal y cons-
tante. Humanamente hablando, el Catolicismo debe sus triunfos á
su lógica ; si Dios no le llevara por la. mano, su lógica le bastaria
para caminar triunfante hasta los últimos remates de la tierra. Esto
aparecerá mas claro en el capítulo siguiente.




CAPÍTULO VI.


CONTINUACIÓN DKL MISMO A S U N T O ; CONTRADICCIONES S O C I A L I S T A S .


Si hay una verdad demostrada en nuestro último capítulo', esa ver-
dad consiste en afirmar que la escuela liberal no ha hecho otra cosa
sino asentar las premisas que van á parar á las consecuencias so-
cialistas, y que las escuelas Socialistas no han hecho otra cosa sino
sacar las consecuencias que están contenidas en las premisas libe-
rales: esas dos escuelas no se distinguen entre sí por las ideas,
sino por el arrojo. Viniendo planteada de esa manera entre ellas la
cuestión, es claro que la victoria toca de derecho á la mas arroja-
da; y la mas arrojada e s , sin ningún género de duda, la que, no
parándose en la mitad del camino, acepta con los principios sus
consecuencias. Siendo esto así, dicho se está, y de nuestro anterior
capítulo aparece suficientemente demostrado; que el socialismo lle-
va lo mejor de la batalla, y que en definitiva suyas son las palmas
de est» combate.


De la fuerza de lógica, de que ha hecho muestra y parada en




— 222 —


sus contiendas con la escuela liberal, se ha seguido para la escuela
socialista cierto renombre de lógica y consecuente, que si bien está
hasta cierto punto justificado, está lejos de estarlo suficientemente.
En ser mas lógica que la mas ilógica y contradictoria de todas las
escuelas, la socialista no hace mucho y aun apenas hace algo; para
ser merecedora de su renombre, está obligada á mas; por una par-
te, está obligada á demostrar que no solo es lógica y consecuente
de una manera relativa, sino de una manera absoluta , y después
que es lógica y consecuente de una manera absoluta en la ver-
dad ; porque si Solo lo fuera en el error, la lógica y la consecuen-
cia en el error no es mas que una manera especial de ser ilógica
é inconsecuente. No hay consecuencia ni lógica verdadera sino en
la verdad absoluta.


Ahora bien: el socialismo falta á estas dos condiciones: por
una parte, es contradictorio, porque no es uno, como se demuestra
por la variedad de sus escuelas, símbolo de la variedad de sus
doctrinas; por otra parte, no es consecuente, negándose á aceptar,
á semejanza de la escuela liberal, aunque no en el mismo grado,
todas las consecuencias de sus propios principios; y por último, sus
principios son falsos, y sus consecuencias absurdas.


Que no acepta todas las consecuencias de sus propios princi-
pios, lo vimos ya en el capítulo anterior, cuando observamos que
siendo una consecuencia lógica de su negación de toda solidari-
dad la disolución de la sociedad política, se contentaba con acep-
tar la disolución de la sociedad doméstica. Hay quien cree que el
socialismo se perderá porque pide é invoca mucho; yo soy de sen-
tir que sucederá al revés, y que le vendrá su pérdida porque pide
é invoca muy poco. En efecto; lo que procedía en buena lógica,
en el caso presente, era comenzar por pedir que los pueblos á cada
generación mudasen de nombre. En el sistema solidario concibo
muy bien que sea uno el nombre nacional, siendo una la nación
en toda la prolongación de la historia. Que se llame Francia la na-
ción gobernada por Luis Felipe y por Clodoveo, es cosa concebi-
ble, y no solo concebible sino natural , y no solo natural sino ne -
cesaria, supuesto el sistema que sostiene la solidaridad francesa y




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la comunión de glorias y de desastres entre las -generaciones pa-
sadas y las presentes, entre las generaciones presentes y las'futu-
ras. Pero eso mismo que en el sistema de la solidaridad es conce-
bible, natural y necesario,* es absurdo, inconcebible y contrario á
la naturaleza de las cosas mismas en el sistema que á cada genera-
ción corta el raudal de la gloria y el hilo del tiempo. En este siste-
ma hay tantas familias y tantos pueblos como generaciones, y la
lógica exige en este caso que , siguiendo los nombres representa-
tivos las vicisitudes de las cosas representadas, á cada mudanza
jáe generación corresponda una mudanza idéntica en los nombres
de pueblos y de familias. Que lo absurdo compite aquí con lo gro-
tesco , no habrá nadie que lo niegue; pero que lo grotesco y lo
absurdo sean rigorosamente lógicos, no habrá nadie que pueda
ponerlo en duda: y cabalmente esas son las dos cosas que nos con-
venia demostrar con una demostración invencible. Es necesario que
el socialismo escoja libremente la muerte de que ha de morir, es-
cogiendo entre lo ilógico y lo absurdo.


Las escuelas socialistas demostraron sin grande esfuerzo, con-
tra la escuela liberal, que una vez negada la solidaridad familiar,
la política y la religiosa, no cabia aceptar la solidaridad nacional ni
la monárquica; y que al revés , era de todo punto necesario s u -
primir en el derecho público nacional la institución de la monar-
quía, y en el derecho público internacional las diferencias constitu-
tivas de los pueblos. Pero esas mismas escuelas socialistas, por
una contradicción de que la escuela liberal, contradictoria y absur-
da como e s , no ha dado ejemplo, reconocen en seguida la mas
alta, la mas universal y la mas inconcebible, humanamente ha -
blando, de todas las solidaridades, es decir, la solidaridad humana.
La divisa de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad .corno
patrimonio común de todos los hombres, ó no significa nada, ó sig-
nifica que todos los hombres son solidarios. El reconocimiento de
esa solidaridad, separada de las otras y del dogma religioso que
nos la enseña y nos la explica, es un acto de fé tan sobrenatural
y robusto, que yo mismo no le concibo, acostumbrado como estoy á
creer lo que no comprendo, siendo católico.




— 224 —


Creer en la igualdad de todos los hombres, viéndolos á todos
desiguales; creer en la libertad, viendo instituidas en todas partes
la servidumbre; creer que todos los hombres son hermanos, ense-
ñándome la historia que todos son enemigos; creer que hay un
acervo común de infortunios y de glorias para todos los nacidos,
cuando no acierto á ver sino glorias é infortunios individuales;
creer que yo me refiero á la humanidad, cuando sé que refiero la
humanidad á mí ; creer que esa misma humanidad es mi centro,
cuando yo me hago centro de todo; y por último, creer que debo
creer estas cosas; cuando se me afirma por los que me las propo-»
nen como objeto de mi fé, que no debo creer sino á mi razón que
contradice todas esas cosas que me son propuestas, es un despro-
pósito tan estupendo, una aberración tan inconcebible, que á su
presencia quedo como desfallecido y atónito.


Mi asombro crece de punto cuando observo que los mismos
que afirman la solidaridad humana, niegan la familiar, lo cual es
afirmar que los enemigos son hermanos y que los hermanos no d e -
ben serlo; que los mismos que afirman la solidaridad humana, son
los que poco antes negaron la política, lo cual es afirmar que na -
da tengo de común con los propios, y que todo me es común con
¡os extraños; que los mismos (pie afirman la solidaridad humana,
niegan la religion , siendo así que la primera no puede ser expli-
cada sin la segunda; y de todo deduzco por legítima consecuen-
cia, que las escuelas socialistas son á un tiempo mismo ilógicas y
absurdas: ilógicas , porque después de haber demostrado contra
la escuela liberal que no valia aceptar unas solidaridades y dejar
otras , vienen á caer en el mismo error , aceptando una sola entre
todas, y desechándolas todas menos una; absurdas, porque cabal-
mente la única que me proponen, no es punto de razón sino de fé,
y porque esta propuesta me viene de los que niegan la fé y pro-
claman el derecho imprescriptible de la razón al imperio y á la
soberanía.


Las escuelas socialistas caerían en asombro y estupor, si po-
niendo sus dogmas en tela de juicio, nos viniese la idea de exigir-
las una respuesta categórica á esta categórica pregunta: ¿ De don-




de sacáis que los hombres son solidarios entre sí, hermanos, igua-
les y libres? Y sin embargo esta pregunta, queprocede aun con-
fia el Catolicismo, que está obligado á'responder á todo lo que se
le pregunta, procede, sobre todo, contra la mas racionalista de
todas las escuelas. Esas fórmulas abstractas no han sido sacadas
ciertamente de la historia. Si la historia viene en apoyo de algún
sistema filosófico, no es ciertamente en apoyo del que proclama la
solidaridad , la libertad, la .igualdad y la fraternidad del género
humano, sino más^bien de aquel articulado virilmente por Hób-
bes , según el. cual la guerra universal, incesante, simultánea, es
el estado natural y primitivo del hombre.


El hombre nace apenas, y no parece sino que viene al mundo
por la virtud.misteriosa de un conjuro maléfico, y cargado con el
peso de una condenación inexorable. Todas las cosas ponen sus
manos en é l , y él revuelve su mano airada contra todas las cosas.
La primera brisa que le toca y el primer rayo de luz'que le hiere,
es la primera declaración de guerra de las cosas exteriores. Todas
sus fuerzas vitales se rebelan contra la presión dolorosa, y su
existencia toda se concentra eh un gemido: los mas no pasan de
ahí, porque en ese punto y hora les toma la muerte; los pocos
que por ventura resisten, comienzan á andar el camino de su do-
)orosa pasión, y después de guerras coaíítiúas y efe varios s u c e -
sos van á parar á la última catástrofe, desfallecidos con esfuer-
zos y quebrantados con dolores. La tierra' se les muestra avara y
dura, les pide su sudor que es la vida, y en cambio de la vida
que les toma, apenas saca una gota de agua de sus fuentes para
templar su sed, y algún manjar de sus cuevas para aplacar su
hambre. No les prolonga la vida para que vivan, sino para que
vuelvan á sudar. Los tiranos no prolongan la vida de SUS siervos,
sino porque la vida es necesaria para prolongar su servicio. Don-
de quiera que los hombres se juntan , los flacos caen en la tira-
nía de los fuertes.


Una mujer, insigne por su ingenio, queriendo d a r muestra
de ingepiosa, se puso un dia á pensar sobre cuál seria por su ex-
trañeza la paradoja mas grande, • y ninguna otra encontró nia-


T O M O iv. 15




— 226 —


yof, entre las paradojas posibles, que la de afirmar con aplo-
mo que la esclavitud era cosa* moderna, y la libertad cosa»an-
tigua. SFella llegó á creérsela á fuerza de repetírsela, no lo sabré
yo decir: en lo que no cabe ningún género dé duda, es en que
el mundo se 1 á.creyóV y lo que es mas , en que era muy digno
de creérsela. Por lo que hace á la igualdad, no se sabe, aunque
esto• es posible, (¿qué cosa no es posibleá un filósofo raciona-
lista?) si esta idea trae su filiación histórica y filosófica de la divi-
sión del género humano en castas, de las cuales, las unas tienen
por oficio propio mandar , y las otras servir, y todas romper en
guerras y rebeliones. La idea de la fraternidad procede sin duda
ninguna de esos larguísimos»períodos de paz y de bonanza que
forman la trama de oro de la historia; y en cuanto ja la idea de
la solidaridad ¿quién no ve-su procedencia?.¿Hay quién ignore,
por ventura, que "los romanos, en quienes viene á resumirse toda
la antigüedad, llamaban á los extrangeros y á los enemigos con
un mismo nombre, que era sin duda simbólico de la solidaridad
humana?


Si esas ideas no pueden venirnos de la historia, que las con-
dena y las desmiente en todas sus páginas llenas de lamentos y
escritas con sángrennos han de venir, ó de sucesos acaecidos en
aquella época primitiva que precede á todos los tiempos históri-
cos, ó derechamente de la razón pura. En .cuanto á esta última
procedencia, me contentaré con afirmar, sin temor de ser contra-
dicho , que lá razón pura no se ejercita sino en cosas de pura ra-
zón ; y que tratándose aquí dé averiguar cuáles son los elemen-
tos constitutivos de la naturaleza humana, no se trata de un nego-
cio de pura razón, sino de un hecho que,-existiendo con r e s -
pecto á nosotros en.calidad de hecho oscuro, debe ser mejor ob-
servado para que bañado de luz mude lo que tiene de oscuro en
lo que debe tener de esclarecido. Por lo que hace á esa época
primitiva que precede á todos los tiempos históricos, es claro que
no podemos conocerla si no nos es revelada. Esto supuesto, yo
me creo autorizado á formular de esta manera mi pregupta: Si
lo que afirmáis no lo tenéis de la razón, que lo ignora, ni de la




historia que conocéis, que lo contradice, ni de una época anterior
á los tiempos históricos, que os es desconocida, porque camináis
en .el supuesto de que no ha sido, re velada, ¿de dónde lo tenéis?
Y si no loteneis de nadie, ¿por*qué lo afirmáis? Shakespeare ha
dicholo que son vuestras teorías: son palabras , palabras y nada
mas que palabras pero palabras, añado yo, que dan la muer-
te al qué las dice y ál que las escucha.


Esta poderosa virtud las viene de que no son palabras racio-
nalistas, las.cuales no tienen en sí ninguna virtud, sint> palabras
católicas, la3 cuales tienen el privilegio de dar la vida y quitarla,
de matar á los vivos y "de resucitar á los muertos. Esas palabras
no se pronuncian nunca vanamente, y siempre infunden terror;
porque ninguno sabe si van á dar la muerte ó la vida aunque
saben todos cuan grande fes su omnipotencia. Un'dia , cuando las
últimas sombras de la tarde se "dilataban por las aguas serenas y
apacibles, entró el Señor en una barca frágil, seguido de sus dis-
cípulos ; y como el Señor hubiera cerrado sus ojos' vencidos del
sueño, un torbellino impetuoso levantó las ondas; y viéndose á
punto de zozobrar los discípulos, oraron; y el Señor abrió los' ojos
y pronunció algunas palabras que escucharon con reverencia la
mar y los vientos: la mar quedó quieta y el viento callado ; vol-
viéndose entonces á sus discípulos/puso en sus oidos otras pa la-
bras , y sus discípulos se llenaron de súbito y grande terror : et
timuerunt timore magno. La tempestad les habia sido menos te r -
rífica é imponente que la palabra salvadora. Otro dia , como se
presentaran al Señor dos hombres atormentados de los demonios;
y como implorasen su gracia, el Señor dijo á los demonios: Sa-
lid ; ..y los demonios«obedéciendo á su voz dejaron libres á los hom-
bres y buscaron asilo en' unos animales inmundos, los cuales se
arrojaron ala mar, que los sepultó en sus aguas. Los que pasto-
reaban el ganado, llenos de- pavor por la virtud de la palabra di-
vina, huyeronj'y comunicado el terror á las gentes de aquellos con-
tornos, fueron todas al Señor y le rogaron que se alejara de sus
términos; Pastores aulem fugeruñt, et venientes in civitatem , nun-
tiaverunt omhia, et de eis qui demonia habuerant: et ecce tota «Vi-




- 228 -


tas exit' obviara Jesu: et viso eo rogaverunt ut transiret á fin ¡bus
eorum (S. Math., c. 8.°, vers. 33 , 34.) La omnipotencia de la pa-
labra divina era.mas temible para las gentes, qué los maleficios de
Jos espíritus infernales. "


Cuando eigo pronunciar una palabra divina, es decir, católica,
luego al punto vuelvo los ojos al derredor para ver lo que sucede,


• cierto como estoy de que ha de suceder algo , y de. que eso que
ha de suceder, ha de ser forzosamente un milagro de la divina jus-


/ tícia, ó un«prodigio de la divina misericordia. Si es la Iglesia la que
! la pronuncia, aguardo la salvación; si el que la pronuncia es otro,


aguardo la muerte. Preguntad al mundo por* qué está Heno de ter-
ror y de espanto; por qué los aires están Henos de lúgubres y si-
niestros «umorcs; por qué las sociedades están todas turbadas' y
suspensas como quien suemyqué le va á faltar el pie, y que allí
donde le va á faltar, está un abismo. Preguntar al mundo esto , es
lo mismo que preguntar por qué tiembla el que ve entrar á un mal-
vado ó á un demente con una vela encendida en un almacén de
pólvora, sin conocer el uno y conociendo el otro demasiado la vir-
tud de la pólvora y la virtud de la llama. #Lo que ha salvado al mun-
do hasta aquí , es que la Iglesia fué én los tiempos antiguos bastan-
te poderosa para extirpar las herejías, las cuales consistiendo prin-,
cipalmenteén enseñar una doctrina diferente de la de la Iglesia
con las palabras de que la Iglesia se s i rve, hubieran llevado al
mundo mucho tiempo há á su última catástrofe, si no hubieran si-
do extirpadas. El verdadero peligro para las sociedades humanas
comenzó en el dia en que la gran herejía del siglo xvi obtuvo el
derecho 3e ciudadanía en Europa. Desde entonces no hay revolu-
ción ninguna que no llevé consigo para la sociedad un peligro de
muerte. Consiste esto en que, fundadas todas ellas en la herejía pro-
testante, son fundamentalmente heréticas: véase, s i n o , cómo to-
das vienen dando razón de sí y legitimándose á sí propias con'pa-
labras y máximas tomadas del Evangelio: el sánculotismo de la
primera revolución de Francia buscaba en la desnudez humilde del
manso Cordero su antecedente histórico y sus títulos de nobleza;
ni faltó quien reconociese al Mesías en Marat, ni quien llamara á




— 2 2 9 —


Robespierre su apóstol. De la revolución de 1830 brotó la doctrina
sansimoniana, cuyas extravagancias místicas componían no sé qué
evangelio corregido y depurado. De la revolución de 1848 brota-
ron con ímpetu en copioso raudal, espresadas en palabras evangé-
licas., todas las doctrinas socialistas. Nada.de esto habian visto los
hombres antes del siglo xvi. No quiero decir con esto que el mun-
do católico no hubiera padecido ya grandes dolencias, ni que las
sociedades antiguas no hubieran padecido grandes vaivenes y mu-
danzas ; lo único que quiero decir e s , que ni estos vaivenes basta-
ban para derribar á la sociedad por el SUQIO , ni aquellas dolencias
para quitarla la vida. Hoy todo sucede al revés: una batalla per -
dida por la sociedad en las calles de París basta por sí sola para
derribar ,por el suelo á la sociedad europea corno herida súbita-
mente de un rayo: écadde come corpo-morto cade.


¿Quién no vé en las revoluciones modernas, comparadas con las
antiguas, una fuerza de destrucción invencible, que no siendo divi-
na es.forzosamente satánica? Antes de dejar este asunto, me parece
cosa oportuna hacer aquí una observación importante, que abando-
naré a l a meditación de mis lectores. De dos pláticas del ángel de
las tinieblas tenemos noticia exacta: la primera la tuvo con Eva en
el paraíso , la segunda ton el Señor en.el desierto. En la primera


' liabló palabras de Dios , desfiguradas á su modo: en la segunda ci-
tó la escritura, interpretada ásu Manera. ¿Seria temerario creer que
así como la palabra de Dios, tomada en su sentido verdadero , es
la única que tiene el poder de dar la vida , es la única también que
siendo desfigurada tiene el poder de darla muerte? Si esto fuera así,
.quedaría suficientemente explicado porqué las revoluciones moder-
nas,, en Jas que se desfigura masó menos la palabra de Dios, tienen
esa virtud destructora; • .


Volviendo ahora'á las contradicciones socialistas, diré que no
basta haber negado, una después de otra ,1a solidaridad religiosa,
la doméstica y la política, s i , como acabo de demostrar, no se nie-
ga también la humana, y' con ella lá libertad , la igualdad y la fra-
ternidad ; principios todos que solo en ella tienen á un mismo tiem-
po su razón y su origen: y como negados estos fundamentos de




— 230


¡oda- las doctrinas socialistas, el edificio todo viene abajo, sigúese
de aquí que el socialismo no puede ser consecuente si, comenzan-
do por la negación del Catolicismo, no concluye por lá negación de
sí propio. Yo sé que al profesar los socialistas el dogma de la soli-
daridad humana, no por eso profesan en este punto la doctrina ca-
tólica. Sé que entre el uno y el otro dogma hay una diferencia esen-
cial , velada apenas con la identidad del nombre. La humanidad,
que para los católicos no existe sino en los individuos que la cons-
tituyen , existe para los socialistas individual y concretamente: de
donde resulta que, cuando socialistas y católicos afirman que la hu -
manidad es solidaria , aunque parece que afirman una misma cosa,
afirman en realidad dos cosas diferentes. Esto no obstante, la con-
tradicción socialis'ta salla á los ojos , y es una cosa puesta fuera de
toda duda. Aunque la humanidad sea la inteligencia universal-, ser-
vida por grupos especiales que llevan el nombre de pueblos y de
familias, la lógica exige que todos ellos obedezcan en ella y por
ella á su misma ley, y que los grupos sean solidarios si es ella soli-
daria. De aquí la necesidad de negar la solidaridad humana, ó de
afirmarla á up tiempo "mismo en los individuos-, en la familias y en
el Estado. Ahora b ien : si hay una cosa evidente, es que él socialis-
mo es incompatible con aquella negacioh*radical y con esta afir-
mación absoluta. Negar la solidaridad humana es negarle, y afir-
mar la solidaridad de los grupos sociales es negarle de otra mane-
ra. El mundo no puede sujetarse á la ley socialista sin renunciar
antes al-imperio de la lógica.


Por aquí sé verá cuán'Iejos están de merecer el título de conse-
cuentes sus mas afamados dactores, y sobre todo, el que entre los
que componen su apostolado goza de mas renombre y mayor fama.
Mr. Proudhon, en sus contiendas con aquellos partidarios del nfle-
vo Evangelio que están por la expropiación dé todos los derechos
individuales y por la concentración en el Estado de todos <los de re -
chos domésticos , civiles, políticos, sociales y religiosos , no ha ne-
cesitado de gran esfuerzo" para demostrar que el comunismo, es de -
cir , el gubernamentalismo elevado á su última, potencia , era una
cosa extravagante y absurda bajo el punto de vista de los princi-




— 231 —


pios.que son comunes á los nuevos sectarios. En efecto, el comu-
nismo, concibiendo el Estado como una unidad absoluta que con-
centra en sí todos los. derechos y absorbe á todos los individuos,
viene á concebirle como alta y poderosamente solidario;' como '
quiera que unidad y solidaridad son una misma cosa, considerada
bajo dos puntos de vista diferentes. El Catolicismo, depositario del
dogma de la solidaridad, la deriva siempre de la unidad, que
la hace posible y necesaria. Ahora bien : como cabalmente el pun-
to de partida del socialismo es la negación de ese dogma, es claro
que el comunismo se contradice á sí propio, cuando le niega en la
teoría y le reconoce en la práctica, cuando te niega en sus princi-
pios y le afirma en sus aplicaciones. Si la negación de la solidaridad
familiar lleva consigo la negación de la familia, la negación dé la
solidaridad política lleva consiga la negación de»todo gobierno. Esa
negación procede igualmente de la noción que los socialistas se for-
man de la igualdad y de la libertad Comunes á todos los. hombres;
como quiera que esa igualdad y esa libertad no pueden ser conce-
bidas como limitadas por un'gobierno, sino como limitada» natural-
mente por la libre acción y reacción de unos.individuos en otros.


.La consecuencia est^jpues, de parte de Mr. Proudhon, cuando dice
en sus Confesiones de un revolucionario : «Todos los hombres •son
«iguales y libres : la sociedad es, pues, así por su naturaleza como
«por la función á que está destinada, aut07iómica, que tanto quie-


b r e decir como ingobernable. Siendo la esfera dé la actividad de
»cada ciudadano el resuUado, pot una par te , de Ja división natu-
r a l del trabajo, y por otra, de la elección que hace de una profe-
»sion; y estando constituidas las funciones sociales de tal manera
«que produzcan un efecto armónico-, el orden viene á ser el resul-
t a d o de la libre acción de todos; de donde saco la negación abso-
l u t a del gobierno: todo el que pone en mí su mano para gober-
n a r m e , es un tirano y un.usúrpador;. yo le declaro mi enemigo.»


•Pero si Mr. Proudhon es consecuente negando el^gobierno, no
, lo es sino á medías cuando señala ésta negaeion como la última de
las negaciones que van envueltas en las doctrinas socialistas. Con la
familia, está negada la solidaridad doméstica; con el gobierno, está




.negada la solidaridad política; pero.allí mismo donde niega estas
dos solidaridades., por una contradicción inconcebible afirma la hu­
mana, que las sirve á toda?de fundamento.. Ya demostramos cum­
plidamente antes, queafirmar la igualdad y la libertad, y afirmar la
solidaridad humana era afirmar.una misma cosa. Ni para aquí la
contradicción, porque al mismo tiempo que afirma'la igualdad y la
libertad en las Confesiones de un revolucionario, niega la fraterni­
dad, en el cap. 6 de su libro sobre las Contradicciones económicas,
por estas palabras.: «¿De.fraternidad me habláis? Seremos hewna­
»nos si formáis en ello empeño, con ta l , empero f que yo sea el
«hermano mayor, y que vengáis todos después de mí y con estacón­,
«dicion: que la sociedad, nuestra madre común, honre mi primo­
«genitura y mis servicios, dándome porción doblada; me decís que
»a tendereis á mis jiecesidades prgporcionalmente á mis recursos,
*Y Y 0 pretendo al revés , que atendáis á ellas proporcionalmente
sá mi trabajo; de lo contrario, dejo de trabajar.»


Por donde se vé que la contradicción es doble: porque si, por
una parte, hay contradicción № afirmar la solidaridad humana cuan­
do se niega la doméstica y la polítita, por otra hay contradicción
mayor en negar la fraternidad cuándo se. pr^ i ama el principio de.
la libertad y de la igualdad entre los hombres. La igualdad , la l i ­
bertad y la fraternidad son principios que se suponen mutuamente,
y que se resuelven los unos en Jos otros; así como la solidaridad
humana,­ la política y la doméstica son dogmas que se resuelven
los unos en los otros y que se suponen mutuamente. Tpmar unos y
dejar otros es tomar lo q u e s e deja y dejar lo que se toma; es ne ­
gar lo que se afirma y afirmarlo que se niega, á un tiempo mismo.


Por lo, que hace á la ­cuestión relativa al g o b i e r n o l a negación
de todo gobierno por parte de Mr.Proudhon no es mas que una ne­
gación aparente. Si la idea del gobierno no es contradictoria con la
idea socialista, no habia para que negarla; y si hay contradicción
entre esas dos ideas, es una inconsecuencia insigne proclamar en
otra forma al gobierno que viene negado. Ahora bien : Mr. Proud­.
hon, que niega el gobierno, símbolo derla unidad y de lasolidari­
dad política, viene á reconocerle de otra manera y en otra, forma,




— 233 —


cuando reconoce y proclama en las palabras siguientes la unidad
y la solidaridad socialí «Solo. la sociedad, es decir , el"ser colecti-
v o , puede seguir su inclinacion y abandonarse á su libre albedrío,
«sin temor de un error absoluto é inmediato, "La razón superior
«que está en ella y que va desprendiéndose de .ella poco á poco
• por las manifestaciones de la muchedumbre y la reflexión de los
«individuos, la pone siempre en definitiva en el buen camino. El
«filósofo es incapaz de descubrir la verdad por intuición; y si por
«ventura se propone dirigir la sociedad, corre un gran riesgo de
«poner sus propias ideas, ineficaces é insuficientes siempre, en lu-
»gar de las leyes eternas del orden, y d£ llevar de esta manera la
«sociedad á los abismos. El filósofo necesita algo que le guie. ¿Cuál
»puede ser este algo sino la ley del progreso, y aquella lógica que
»reside como en su centro en la misma humanidad? (Confessions
d^unrévohxtionnaire.) •,


Aquí se suponen tres cosas: la unidad, la solidaridad, y en d e -
finitiva la infalibilidad social; cabalmente las mismas tres cosas que
el comuuismo afirma ó supone en el Estado: y se niegan otras, la
capacidad y la competencia de los individuos para gobernar á las
naciones; Ib mismo que en ellos niega el comunismo cabalmente.
De donde se sigue que entre proudhonianos y comunistas .se va á
parar á un mismo término por diferentes caminos: unos y otros
afirman el gobierno, y con él la unidad, la solidaridad de las so-
ciedades humanas. El gobierno es para los unoa y para los otros
infalible, es decir, omnipotente; y siéndolo,, excluye toda idea de


.libertad en los individuos, los cuales puestos bajo la jurisdicción
de un gobierna omnipotente é infalible, no pueden ser otra cosa sino
esclavos. Que el gobierno resida en el Estado, símbolo de la uni-
dad política, ó en la sociedad, considerada como un ser solidario,
siempre resultará que el gobierno es la condensación de todos los
derechos sociales, así en la primera como en la segunda de estas
disposiciones1; de donde.se sigue para el individuo, considerado ;
aisladamente, la más completa servidumbre.


M. Proudhon hace, pues, todo lo contrario de lo que dice, y es
todo lo contrario de lo que parece : proclama la libertad y la'igual-




— 234 —


dad, y constituye la tiranía; niega lá solidaridad, y la supone; sellan
ma á sí propio anarquista, y tiene sed y hafnbre.de gobierno. Es
tímido, y parece arrojado: el arrojo está en sus frases, la timidez
en sus ideas. Parece dogmático, y es escéptico: es escéptico en la
sustancia, y dogmático en la forma. Anuncia solemnemente que va
á proclamar verdades peregrinas y nuevas, no hace otra cosa
sino ser el eco de antiguos y desacreditados errores. • •


Aquel apotegma suyo d e q u e la propiedad es el robo, ha cauti-
vado á los franceses por. su originalidad .y por su ingenio. Bueno
será que sepan nuestros vecinos que ese apotegma es antiquísimo
de este lado de los Pirine«6. Desde Viriato hasta nuestros dias, to-
dos los ladrones que salen al camino, .ai poner la boca de su tra-
buco en el pecho del caminante, le llaman ladrón, y como á ladrón
le.quitan lo que tiene. Mr. Proudhon no ha hecho otra, cosa siuo
robar á los bandoleros españoles su apotegma, como*ellos roban
al caminante su bolsa. Del mismo modo que se da en espectáculo
á las gentes como original cuando es plagiario, siendo el apóstol .
d é l o pasado, se llama el profeta de lo futuro. Su principal artifi-
cio está en expresar la idea que afirma, con la palabra que la con-
tradice. Todos llaman despotismo al despotismo; Mr. Proudhon le
llamará.anarquía; y cuando ha puesto, á la cosa afirmada su nom-
bre contradictorio, coa el nombre hace guerra á sus amigos, y con
la cosa á sus contrarios: con la dictadura comunista', que está en el
fondo de su sistema, infunde espanto al capital; con la palabra anar-
quía ahuyenta y hace huir á sus amigos los comunistas; y cuando,
volviendo los ojos por todos lados, ve á los unos sin fuerza para,
huir y á los otros puestos en vergonzosa fuga, suéltala carcajada.
Otro de sus artificios está en tomar de cada sistema lo que, no
siendo bastante para confundirse con aquellos que le sostienen,
basta para excitar la cólera de los que le contradicen -; en él hay
páginas que pudieran suscribir todos los partidarios del orden; esas
páginas van dirigidas á todos los hombres turbulentos; otras que
pudieran suscribir los mas fanáticos demócratas; esas van dirigidas
á los amigos del orden; en algunas hace ostentación del ateísmo
mas inmundo, y al escribirlas tiene presentes á los católicos; otras




por fin ,• pudieran ser aceptadas por el católico mas ferviente, y
esas son las que destina á regalar los. oidos de los materialistas y
ateos. El bisn supremo de ese hombre es obligar á todos á que l e -
vanten la mano contra él, y levantar él sü mano contra todos.
Cuando ha afirmado de sí que tiene por enemigo á todo el que
quiera gobernarle, no ha revelado sino la mitad de su secreto; la
otra mitad está en afirmar que es enemigo suyo todo el que le siga
y todo el que le obedezca. Si el mundo se hiciera proudhoniano
alguna vez, por hacer contraste al mundo dejaría de ser proudho-
niano;.y si dejando de serlo él dejara de serlo el mundo, se colga-
ría del primer árbol que encontrara en su camino. Yo no sé si
después de la desventura de'.no poder amar, queés l a desventura
satánica-por excelencia, hay otra mayor que la d e no querer ser
amado, qué es la desventura proudhoniana. Y sin'embargo, ese
hombre, asunto tremendo de la cólera divina, conserva allá, en lo
mas recóndito de su ser oscurecido y tenebroso, algo que es luz y


•es amor, algo que le distingue todavía de los espíritus infernales;
aunque envuelto ya en sombras que se van rápidamente conden-
sando, no es todo odio y tinieblas* Enemigo declarado de-toda
belleza literaria, como de toda belleza moral, sin saberlo y sin que-
rerlo es bello, literaria y moralmente,.en las-pocas páginas que
consagra á la suavidad modesta del pudor, £ los limpios y castos
amores, y á las armonías y á las magnificencias católicas. Su estilo
entonces ó se levanta hasta su asunto, lleno de majestad y de pom-
pa; ó toma la forma suave y apacible de los mas frescos idilios.


Mr. Proudhon es inexplicable é inconcebible, considerado en sí
aisladamente. Mr. Proudhon no es. una persona aunque lo parece,
es una personificación. Siendo contradictorio é ilógico, como lo es,
el mundo le llama consecuente, porque él es una consecuencia; es la*
consecuencia de todas las ideas exóticas, de todos los principios
contradictorios, de todas las premisas absurdas que el racionalismo
moderno viene planteando d e tres siglos á esta parte; y así como
la consecuencia contiene á sus premisas y las premisas contienen
su consecuencia, esos tres siglos contienen necesariamente á mon-
sieur Proudhon, como Mr. Proudhon lleva en sí esos tres siglo s




necesariamente. Por esta razón, el examen del uno y-él-examen
de los otros dan un mismo resultado; todas las contradicciones
proudhonianas están en los tres siglos últimos, y en Mr. Proudhon
están las contradicciones de los tres últimos siglos: y las unas y las
otras están en su estado de concentración en la obra mas notable,
bajo cierto punto.de vista, del siglo presente: en el Sistema de
las contradicciones económicas. Entre ese libro y su autor y los s i - '
glos racionalistas hay una identidad absoluta: la diferencia está
solo en los nombres y en* las formas; la cosa representada en co-
uíun toma aquí la forma de libro, allí la forma de. hombre, y mas
allá la forma del tiempo. Esto sirve para explicar por qué mon-
sieur Proudhon está condenado á no ser original nunca y á pa-
recerlo siempre. Está condenado á no ser original nunca; porque,
supuestas las premisas, ¿ qué cosa hay menos original ¡que la con-
secuencia ? Está condenado á parecerlo siempre, porque ¿qué hay
que pueda parecer tan original como la concentración de todas las
contradicciones de tres siglos contradictorios en una sola persona?


Esto no quiere decir que Mr. Proudhon no vaya en pos
de la originalidad verdadera, Mr. Prondhon quiere "ser verdade-
ramente original cuando aspira á.formular la síntesis de todas las
antinomias, y á encontrar la suprema ecuación de todas las con-
tradicciones ; pero aqui, que es donde está la manifestación de
su personalidad individual, es. cabalmente donde se descubre su im--
potencia. Su ecuación no es mas que.el principio de una nueva se-
rie de.contradicciones, y su síntesis no es mas que el principio de
una nueva serie de antinomias. Puesto entre la propiedad, que es
la tesis, y el comunismo, que es la antítesis, busca la síntesis en la
propiedad no hereditaria, sin ver que la propiedad no hereditaria no


• es*propiedad , y por consiguiente que su síntesis tío es síntesis,
porque no suprime la contradicción, sino una nueva manera de
negar la tesis vencida y de afirmar la antítesis vencedora. Cuando
para formular la síntesis que ha de comprender por un lado la auto-
ridad, .que es la tesis, y por otro la libertad, que es la antítesis, nie-
ga el gobierno y proclama la anarquía; si con esto quiere decir que
no ha de haber gobierno ninguno, su síntesis no es otra cosa sino la




— 2*7 —


negación de la tesis, que es la autoridad, y la afirinacion.de la an-
títesis, que es la libertad humana; y al revés, si lo que quiere decir
es qué el gobie*no dictatorial y absoluto no ha de estaren el Estado
sino en la sociedad, en ese caso no hace otra cosa sino negar la an -
títesis y afirmar la tesis , negar la libertad y afirmar la omnipoten-
cia comunista. En uno y en otro caso, ¿ dónde está Ja conciliación?
¿dónde está lá síntesis ? Me. Proudhon no es fuerte sino cuando se
contenta con ser lá personificación del racionalismo moderno, por
su naturaleza absurdo y contradictorio; y no es débil sino cuando
muestra su personalidad individual 4 cuando deja de ser una per-
sonificación para convertirse en una persona.


Si después de haberle .examinado bajo varios de sus aspectos,
se me preguntará c\iál es el rasgo mas dominante de su fisonomía
espiritual, respondería á esta pregunta , que es el desprecio de
Dios y de los hombres. Jamás hombre ninguno pecó tan gravemente
contra la humanidad y contra el Espíritu Santo. Cuando resuena
esa cuerda de su corazón, resuena siempre con elocuente y robus-
ta resonancia. No es él el que habla entonces, n o : es otro que
está en é l , que le tiene ,• que le posee y que le hace caer desfalle-
cido en convulsiones-epilépticas; es otro que es mas que él, y que
mantiene con él un diálogo perpetuo. Lo que dice algunas veces
es tan extraño, y eso que dice lo dice de tan extraña manera, que
el ánimo queda suspenso hasta el punto de no saber si el que ha-
bla es hombre* ó es demonio, y si habla de veras ó se burla. Por
lo que hace á-él, si con su voluntad pudiera ordenar las cosas á su
antojo, preferiría ser tenido-por demonio á ser tenido jxir hombre.
Hombre ó demonio, lo que aqui hay de cierto es. que sobre
sus hombros pesan cpn abrumadora pesadumbre tres siglos r e -
probados.






CAPÍTULO Y.


" c O N T l N U A C K M D E 1 MISMO A S U N T O .


EL mas consecuente de los socialistas modernos, bajo el punto de
de vista.de la cuestión que venimos ventilando, me parece ser Ro-
berto Ovven, cuando rompiendo en abierta y cínica rebelión con-
tra todas las religiones, depositarías de los dogmas religiosos y
morales, negó de un golpe el deber, negando no solo la respon-
sabilidad colectiva, que constituye el dogma de la solidaridad, sino
también la responsabilidad individual, que descansa en el dogma
del libre albedrío del hombre. Negado el libre albedrío, Roberto
Owen niega la trasmisión de la culpa y la culpa misma. Hasta
aquí no puede dudarse sino que hay lógica y consecuencia en t o -
das estas deducciones; pero donde comienza la contradicción y
la extravagancia, es cuando Owen, negada la culpa y el libre a l -
bedrío , afirma y distiDgue el bien .y el mal moral; y cuando afir-




- 24(1 —
marido y distinguiendo estas cosas, niega la pena, que es su conse-
cuencia necesaria. "


El hombre, según Roberto Gwen, obra en consecuencia de
convicciones invencibles. Esas convicciones le vienen, por una
par te , de su organización especial, y por o t ra } de las circunstan-
cias que le rodean; y como él no es autor ni de aquella organiza-
ción ni de estas circunstancias, sigúese de aquí que asi la primera
como la segunda'obran en él fatal .y necesariamente.. Todb esfo es
lógico y consecuente; pero por lo mismo es ilógico, contradicto-
rio y absurdo afirmar el bien y el mal cuando se niega la libertad
humana. El absurdo llega hasta lo inconcebible y lo monstruoso,
cuando nuestro autor intenta fundar una sociedad y un gobierno
en esta juxta-posicion de seres irresponsables. La idea del gobier-
no y-la idea de la sociedad son correlativas á la de la libertad hu-
mana. Negada launa, procede la negación de las otras juntamente;
y cuando no se niegan ó se afirman todas aja vez, no se hace otra
cosa sino afirmar y negar la misma cosa á un mismo tiempo. Yo no
sé si hay en los anales' humanos testimonio mas insigne de c e -
guedad , de inconsecuencia y dé loeura-que el -que O.wen da de sí
cuando después de haber negado la responsabilidad y la libertad in-
dividual, no satisfecho con la extravagancia de afirmar la sociedad
y el gobierno, pasa todavía mas adelante y da consigo en la ex-
travagancia.inconcebible de recomendar la benevolencia, la justi-
cia y el amor á los que , no, siendo ni responsables ni libres, ni
pueden amar, ni pueden ser justos ni benevolentes.-


Los límites que me he impuesto á mi propio al emprender esta
obra , me impiden pasar aquí tan adelante como fuera menester
por el anchísimo campo de las contradicciones socialistas. Las e x -
puestas bastan y aun sobran para dejar puesto fuera dé toda duda
el hecho incontrovertible de que el socialismo, bajo cualquier
punto de vista que se le considere, es una torpe contradicción,- y
que de sus escuelas contradictorias ninguna otra cosa puede salir
sino el caos.


Su contradicción es tan palpable que no nos será difícil ponerla
de bulto y como de relieve, auaen aquellos puntos en los que pare-




— 241 —


v cé .que todos estos sectarios andan uñidos y conformes; Si hay a l -
guna negación que les sea común, esta es ciertamente la negación
de la solidaridad familiar ó nobiliaria. Llegados aquí, todos los doc-
tores revolucionarios y socialistas alzan la voz pasa negar esa man-
comunidad de glorias y de infortunios, de méritos y de deméritos
que el généro'humano ha reconocido como un hecho entre los a s -
cendientes y sus descendientes, en.todas las edades. Pues bien, esos
mismos revolucionarios y socialistas afirman de sí en la práctica,
sin saberlo, aquello mismo que vienen negando de los otros en la
teórica. Cuando la revolución francesa, sangrienta y desmelenada,
puso debajo de sus pies todas las glorias nacionales; cuando em-
briagada con sus triunfos creyó estar cierta de su definitiva victos
r ia , se apoderó de ella no sé qué orgullo aristocrático-y de raza*
que estaba en directa oposición con todos sus dogmas. Entonces fué
cuando los revolucionarios mas insignes < dándose en espectáculo
á las gentes como los antiguos varones feudales; comenzaron á
mostrarse escrupulosos y remisos en dar á los exraños carta dé
naturalización en su nobilísima familia. Mis lectores recordarán
aquella pregunta famosa dirigida por los doctores de la nueva ley
á los que se presentaban á ellos vestidos con el blauco ropaje de la
candidatura : ¿Qué crimen habéis cometido? ¡Desventurado aquel
que no habia cometido ninguno, porque jamas vería abiertas para
él las puertas del Capitolio; en donde rélampagueaBbn con: t r e -
menda majestad los semidioses revolucionarios! El género humano
habia instituido l a nobleza de 1» virtud; la revolución dejó insti-
tuida la del crimen. „


Cuando después de la revolución de febrero hemos visto á so-
cialistas y republicanos dividirse en categorías, separadas unas de
otras por abismos formidables; cuando los unos con .el título de
republicanos de la víspera han derramado el escarnio y el baldón
sobre los otros que no habian sido republicanos sino del dia si~
guíente : cuando, mas afortunados, y por consiguiente mas altivos
que todos los demás , se han.levantado algunos diciendo : toda la
arrogancia es nuestra, porque el republicanismo es en nosotros
familiar y nos viene con la sangre; ¿qué viene á ser esto sino p ro -


TOMO I V . 16




- 242 —


clamar, en pleno republicanismo, todas las preocupaciones solí— *
darías?


Examinad bien una después de otra todas sus escuelas; todas
y cada una de por*sí pugnan por constituirse en una familia y por
buscar e4 ascendiente más noble. En este grupo familiar, el •as-
cendiente es San Simón el nobilísimo; en aquel» Fourrier el ilus-
tre ; en el a teo, Babeuf el patrióla-: en todos hay un jefe común,
un patrimonio común , una gloria común, un encargo común; y
todos los grupos y todas las familias, unidas entre sí por una estre-
cha solidaridad, buscan en las edades pasadas alguna personali-
dad tan noble, tan alta, tan excelsa, que pueda servicias á todas
de vínculo y de centro. Los unos ponen los ojos en Platón, perso-
nificación gloriosa de la sabiduría antigua; los mas, levantando su
loca ambición hasta la altura de tina blasfemia, los ponen en el
Redentor del género humano : quizas le olvidarán por desvalido y
por pobre, le desdeñarán por humilde ; pero en su insolente o r -
gullo no olvidan qué, humilde y pobre y desvalido, era rey y sentía
correrpor sus venas lá nobilísima sangre de los reyes. Por lo que
hace á Mr^ Proudhon v tipo perfecto de) orgullo socialista, e l cual
es á su vez el tipo perfecto del orgullo humano, remontándose á
edades irias escondidas en alas dé su soberbia, sube en busca de
sus ascendientes hasta aquellos-tiempos vecinos de la creación en
que florecier1*fa entre los hebreos las instituciones mosaicas. En
ocasión mas oportuna demostraré cumplidamente que por lo que
hace á Mr. Proudhon, su nobleza*es tan antigüa% su estirpe tan
ilustre, que para encontrar su cepa es necesario subir-mas toda-
vía , hasta llegar á unos tiempos puestos fuera del ancho círculo
de la historia; y á unos séfes, en lo perfectísimos y altísimos, in->
comparablenlente superiores á los hombres. Por ahora basta para
mi propósito dejar aquí consignado que las escuelas socialistas e s -
tan condenadas á la contradicción y al absurdo de una manera i r -
revocable; que cada uno de sus principios es contradictorio del
que le precede y del que le sigue; que su conducta es lá condena-
ción completa de todas sus teorías, y que sus teorías son la conde-
nación radical de su conducta.




— 2 4 3 —


Solo nos falta ahora formarnos una idea aproximada de )d
qu l sería el edificio socialista sin ésas faltas de proporción que lé
afean y que le ponen fuera de todo género regular de arquitec-
tura; Visto loque es el socialismo actual en sus dogmas con-
tradictorios , no parece fuera de propósito que examinemos aquí
brevemente lo qué ha de ser el socialismo venidero, cuando, pol-
la virtud misteriosa que reside en toda teoría, vaya perdiendo con
la duración lo que hay en él de contradictorio y de inconsecuente.
El método aquí consiste en aceptar por punto de partida cualquie-
ra de las proposiciones afirmadas en común por todas las escuelas;
y sacar de ella una en pos de otra las consecuencias que contiene.


La negación fundamental del Socialismo es la negación del pe- 1


cado, esa gran afirmación, que escomo el centro de" las afirmacio-
nes católicas. Esta negación lleva consigo por via de consecuencia
una serie de negaciones, relativas uñas al ser divino , otras al ser
humano, y otras al ser social. Recorrer toda esa serié sería cosa im-
posible y ajena ademas de nuestro propósito; ló que nos cumple
solamente, es señalar las mas fundamentales entre esas negaciones.


Los socialistas niegan el pecado y la posibilidad del pecado
juntamente; Negado el hecho y la posibilidad del hecho, procede
la negación de la libertad humana, qué no sé concibe sin el p e -
cado , ó por lo menos sin la potestad en la naturaleza humana dé
convertirse de inocente^n pecadora;


Negada la libertad, queda negada la responsabilidad del hom-
bre. La negación de la responsabilidad lleva pónsigo la negación
de k pena : negada ésta, procede, por una parte, lá negación del
gobierno divino, y por otra, la de los gobiernos humanos. Luego,
por lo que hace á la cuestión del gobierno, la negación del p e -
cado va á parar al nihilismo; .
. • Negada la responsabilidad individual, queda negada la respon-
sabilidad en común: lo qué se niega del individuo, no puede afir-
marse dé la especie, lo cual significa que no existe la responsa-
bilidad humana; y comoquiera que no puede afirmarse de algu-
nos lo que, por una parte, se niega de cada uno de por sí, y por
otra de todos, sigúese de aquí que, una vez negada la responsa-




— 244 —


bilidad del individuo y la de la especie, procede negar la respon-
sabilidad de todas las asociaciones. Esto significa que no hay r«l-
ponsabilidad social, ni responsabilidad poiítiea, ni responsabilidad
doméstica. Luego, por ló qué hace á la cuestión de la responsa-
bilidad , la negación del pecado va á parar al nihilismo.


Negada la responsabilidad individual, la doméstica, la políti-
ca y la humana, procede la negación de la solidaridad en el indi-
viduo, en la familia, en el Estado y en la especie; como quiera
que la solidaridad ninguna otra cosa significa sino la responsabi-
lidad en común. Luego, por lo que hace á la solidaridad, la n e -
gación del pecado va á parar al nihilismo.


Negada la solidaridad en el hombre, en la familia, en el Es-
tado y en la especie, es forzoso negar la unidañ én la especie, en
el Estado, en la familia y en el hombre; como quiera que la
identidad entré la solidaridad y la unidad es tan completa, que
lo que es uno no puede concebirse sino como siendo solidario, ni
lo que es solidario sino como siendo uno. Luego, por lo que hace
á la cuestión de la unidad, la negación del pecado va á parar
al nihilismo. -


Negada la unidad con una negación absoluta, proceden las
negaciones siguientes: la de la humanidad, la de la sociedad, la
de la familia y la del hombre. En efecto; ninguna cosa existe
sino con la condición de ser una , y por lo mismo no puede afir*
marse que4a familia, la sociedad y la humanidad no existen sino
con la condición de : afirmar la unidad doméstica, la política y la
humana; negadas estas tres unidades, procede la negación de esas
tres cosas.. Mrmar su existencia y negar su unidad es contrade-
cirse én los. términos. Gada una de esas cosas h a d e ser una, ó
no ha.de ser de ninguna manera: luego, si no son unas, no exis-
ten; su nombre mismo es 'absurdo, porque es un nombre que ni
representa ni designa cosa ninguna-í • * .


Por lo que hace al hombre individual, procede su negación de
diferente manera. El hombre individual es el único que puede
existir hasta cierto punto sin ser uno y sin ser solidario : lo que
se niega negando su unidad y solidaridad, es que en los dife-»




— 245 —


rentes ­momentos de su vida sea una misma persona. Si no hay
un vínculo de unión entre los tiempos pasados y los presentes, y
entre los presentes y los futuros, lo que se sigue de aquí es que
el hombre no existe sino en el momento presente; pero en esta
suposición, es olaro que su existencia es mas bien fenomenal que
real. Si no vivo en lo pasado, 'porque pasó y porque no hay
unidad entre lo presente y lo pasado; si «o vivo en lo futuro,
porque lo futuro no es , y porque cuando sea ya no será Щ
presente; si no vivo sino en lo presente, y lo presente no existe,
porque cuando se va á afirmar su existencia ya ha pasado, r e ­
sulta de aquí que mi existencia es mas bien teórica que práctica,
porque en realidad si no existo en todos los tiempos, no existo en
tiempo ninguno. Yo no concibo el tiempo'sino en sus tres formas
reunidas, y no puedo concebirle cuando las separo. ¿Qué es lo
pasado sino una cosa que no es ya? ¿Qué es lo futuro sino una
cosa que no existe todavía ? ¿ Y quién detiene á lo presente el
tiempo necesario para afirmarle, después de haber salido de lo
futuro,*y antes de convertirse en lo pasado? Luego afirmar la
existencia del h o m b r e n e g a d a la unidad de los tiempos , no vie­
ne á ser otra cosa sino darle la existencia especulativa del punto
matemático. Luego la negación del pecado va á parar al nihilis­
mo, así en cuanto á la existencia ,de la humanidad ¿ d e la socie­
dad y de la familia, como en cuanto á la existencia del hombre,
Luego todas las doctrinas socialistas, ó para hablar con mas exac­r
titud, todas las racionalistas van á parar forzosamente al nihilis­
mo ; y ninguna cosa hay mas natural y mas lógica, si bien se
mira ,_sino que, no habiendo sino la neda fue^pi de Dios, los que
se separan de Dios vayan á parar á la nada.


Esto supuesto, yo estoy autorizado para acusar al socialismo
presente de tímido y de contradictorio. Negar el Dios trino y uno
para afirmar otro Dios; negar la humanidad bajo un aspecto, para
venir á afirmarla bajo otro punto de vista; negar la sociedad con
ciertas formas, para venir á afirmarla después con formas dife­
rentes; negar lá familia por un lado, para afirmarla por otro; ne­
gar al hombre de cierta manera, para venir después á afirmarle




— 216 —


de una manera ó diferente ó contraria,- todo esto es entrar por
ja senda de tímidas, contradictorias y cobardes transacciones. El
socialismo presente es todavía un semi-catolicismo y nada nias. Si
los límites de esta obra; me lo permitieran, no me sería difícil de-
mostrar que en el mas avanzado de sus doctores hay un número
mayor de afirmaciones católicas*que de negaciones socialistas, lo
cual da por resultado un catolicismo absurdo y un socialismo con-


tradictorio. Todo lo que sea afirmar un Dios, es ir á caer en las
manos del Dios de los católicos; todo lo que sea afirmar la huma-
nidad , es ir á parar á la humanidad una y solidaria del dogma
cristiano; todo lo que sea afirmar la sociedad, es* ir á dar consigo
mas tarde ó mas temprano en la afirmación católica sobre las ins-
tituciones sociales; todo lo que sea afirmar la familia, es ponerse
en el caso de afirmar después, de uno ó de otro modo , todo lo
que el Catolicismo afirma y todo lo que el socialismo niega; por
último, todo lo que sea afirmar al hombre de cualquiera manera,
se resuelve en definitiva en la afirmación de Adán, el hombre del
Génesis. El Catolicismo es á la manera de aquellos formidables
Cilindros por donde no. pasa la parte sin que después pase el todo.
Por ese cilindro formidable pasará sin dejar rastre de sí, si no
muda de rumbo, el socialismo con todos" sus pontífices y con to-
dos sus doctores.


Mr. Proudhon, que no suele ser ridículo, es ridículo, sin em-
bargo , cuando formulando la negación del gobierno como la últi-
ma de todas las negaciones, va pidiendo á las gentes en ademan
cuasi augusto la primera de todas las palabras socialistas, por la
sublimidad de su audacia. Los socialistas en presencia de los cató-
licos son como los griegos en presencia de los sacerdotes del
Oriente V niños que parecen hombres. La negación de todo go-
bierno , lejos de ser la última de las negaciones posibles, no es
sino una negación preliminar que los nihilistas futuros relegarán
en el libro de sus prolegómenos. No pasando de ahí, Mr. Proud-
hon pasará como los demás por el cilindro católico; por ahí pasa
todo menos la nada: es necesario, pues, ó afirmar la nada ó pasar
con todas sus negaciones y con tqdas sus afirmaciones, con todíi




su alma y con todo su cuerpo por ese cilindro. Mientras que Mr.
Proudhon no tome su partido valerosamente. me autoriza para
que le acuse ante los racionalistas futuros como sospechoso de Ca-


to l ic i smo ^ t en t e y de moderantismo disfrazado. Los socialistas
que no prefieren llamarse sus herederos, se llaman á sí propios la
antítesis á%l Catolicismo. El Catolicismo no es una lési*, y no sién-
dolo, no puede ser combatido por una antítesis; es una síntesis
que lo abarca todo , que. lo contiene todo y que lo explica todo; la
cual no puede se r , no diré vencida, pero ni combatida siquiera
sino por una síntesis de la misma especie, que á su manera abar-
que, contenga y explique todas las cosas, En la síntesis católica
caben anchamente todas las íésis y todas las antítesis humanas.
Ella lo trae y lo condensa todo en sí con la fuerza invencible de
una virtud incomunicable.* Los que piensan que están fuera del
Catolicismo, están en é l ; porque él es como la atmósfera de las
inteligencias: los socialistas, como los demás, después de e s -
fuerzos gigantescos para separarse de é l , ninguna otra cosa han
conseguido sino ser unos malos católicos.






CAPÍTULO VI.


DOtMA* CORRELATIVOS AL DE LA SOLIDARIDAD̂ LOS SACRIFICIOS ÍABGRlĝTOS ;. TEORÍAS
DE L A S ESCUELAS RACIONALISTAS ACERCA DE LA PENA DE MUERTE.


Asi como el socialismo, es un compuesto incoherente de tesis y de
antítesis que se contradicen y se destruyen, la gran síntesis cató-
lica resuelve todas las cosas en la unidad, poniendo en todas ellas
su soberana armonía. De sus dogmas puede afirmarse que sin d e -
jar de ser varios son uno solo. De tal manera se resuelven los que
anteceden en 1 « que le siguen, y los que le siguen en los que le
anteceden, que no puede averiguarse nunca cuál es el primero y
cuál es el ultimo en el gran círculo divino. Esa virtud que todos
tienen de penetrarse los unos á los otros en lo mas íntimo de sus
esencias, hace que ninguno pueda ser afirmada ó:negado de por
s í , debiendo ser todos afirmados ó negados juntamente; y como
en sus afirmaciones dogmáticas están apuradas todas las afirma-
ciones posibles, de aquí procede que contra el Catolicismo no se




— 250 —


da afirmación de ninguna especie, ni negación que sea particu-
lar : contra su prodigiosa síntesis no cabe sino una negación a b -
soluta. Ahora bien : Dios, que está de manifiesto en la palabra ca-
tólica , ha dispuesto las cosas de tal modo, que esa suprema ne-
gación, lógicamente necesaria para hacer contraste á la palabra
divina,-sea de todo punto imposible; como quiera que para ne -
garlo todo es necesario comenzar por negarse á sí mismo, $ que
el que se niega á sí mismo, no puede pasar adelante ni negar
después cosa ninguna. Sigúese de aquí que la palabra católica,
siendo invencible, es eterna; desde el primer dia de la creación
vipne dilatándose en los espacios y resonando en los tiempos con
una fuerza inmensa de dilatación y con una fuerza infinita de re-
sonancia ; sil soberana virtud no se ha amenguado todavía, y
cuando cesen los tiempos de correr y se recojan los espacios, esa
palabra seguirá resonando eternamente en las eternas alturas. To-
do en este bajo mundo,va pasando: los hombres con sus cien-
cias, que n,j¿ son sino ignorancia; los imperios con sus glorias, que
no son sino humo; .solo está quieta y en su ser esa palabra r e -
sonante, afirmándolo todo con una sola afirmación que es siempre
idéntica á sí misma. El dogma de la solidaridad, confundiéndose
con el de la unidad, constituye con él un solo dogma• considerado
en sí, se resuelve en dos que, como el de la solidaridad y el de la
unidad, son uno mismo en la esencia y dos en sus manifestacio-
nes. La solidaridad y la: unidad de todos lo% hombres entre sí lh>
va consigo la idea de una responsabilidad en común, y esta resr
póbsabilidad supone á su vez que los méritos y los crímenes de
los unos pqeden dañar y.aprovechar á loa otros. Cuando el daño
es el que a&wmunica, él dogma conserva su nomipe genérico de
solidaridad j y Je Séaaibia por el de reversibilidad cuando ta qne se
comunica eg el provecho* iAaí se dice que todos pecamos en Adán,
porque todos somos con él eolidariosi y que todos fuimos hechos
salvos por Jesucristo, porque sus mérito* non son reversibles. Co-.
mo se v e , la diferencia aquí está ea k » nombres solamente, y e n
nada altera la identidad de la cosa significada. Lo mismo sucede
con los dogmas de la imputación y de la sustitución: los idos no son




— 251 —


otra cosa sino aquellos dogmas mismos considerados en sus aplica-
ciones. Envir tuddel dogma de la imputación, padecemos todos la
pena de Adán, y por el de la sustitución padeció el Señor por todos
nosotros. Pero , como se ve aquí, no se trata sino de un dogma sus-
tancialmente. El principio en virtud del cual fuimos todos hechos
salvos en el Señor, es idéntico á aquel por el cuál fuimos todos en
Adán culpables y penados. Ese principio de solidaridad con el que
se explican los dos grandes misterios de nuestra redención y de la
trasmisión de la culpa, es a su vez explicado por esa misma trasmi-
sión y por la redención humana. Sin la solidaridad no podéis ni
concebir siquiera una, humanidad*prevaricadora y redimida: y por
otro lado es evidente que si |a humanidad no ha sido ni redimida
por Jesucristo, ni prevaricadora en Adán, rio puede ser concebida
como siendo una y solidaría. * -


Como por este dogma, junto con el de la prevaricación adámica,
se nos revela la verdadera naturaleza del hombre, no» ha permitido
Dios que cayera de todo punto en el olvido de las gentes. Esto sir-
ve para explicar por qué todos los pueblos del mundo vienen dando
de él clarísimos testimonios, y por qué esos testimonios están con-
signados con una consignación elocuentísima en la historia. No hay
pueblo tan civilizado ni tribu tan inculta, que no.haya creído estás,
cosas: que los pecados de algunos pueden atraer las iras de. Dios
sobré las cabezas de todos, y que todos pueden ser hechos salvos
de la pena y de la culpa trasmitida, por el ofrecimiento de una víc-
tima en perfectísimo holocausto, Por los pecados de Adán condena
Dios al género humano, y le salva por los méritos de su amantísimo
Hijo. Noé, inspirado por Dios, condena en Canaan á toda sujraza;
Dios bendice en Abrahara, y luego en Isaac y luego en Jacob á toda
la raza hebrea. Unas veces salva á hijos culpables por los .méritos
de sus ascendientes, otras castiga hasta en snúltima generación los
pecados de ascendientes culpables; y" ninguna de estas cosas j que
la razón tiene por increíbles, ha causado ni extrañezanirepugnan-
ciaal género humano, que las ha creido con una fe firmísima y r o -
busta, Edjpo es ppcador, y los dioses derraman sobre Tébag la copa
de su enojo: Edipo es asunto déla cólera divina, y los beneficios




— 252 —


de su expiación son reversibles á Tébas. En el dia i rm grande y
solemne de la creación, cuándo el mismo Dios hecho hombre iba á
proclamar con su muerte la verdad de todos estos dogmas, quiso
que antes fueran proclamados y confesados por el mismo pueblo
deicida, el cual , clamando con un clamor sobrenatural y con bra-
mido siniestro, dejó caer estos tremendos vocablos: »Que su san-
gre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos.» No parece sino
que Dios permitió que se condensaran aquí juntamente los tiempos
y los dogmas: en un mismo dia el mismo pueblo, dándole muerte;
imputa á uno y castiga en él los pecados de todos, y pide la aplica-
ción del mismo dogma á sí propio declarando á sus hijos solidarios
de sus pecados. En ese mismo dia en que eso se proclama por todo
un pueblo, el mismo Dios proclama el mismo dogma haciéndose
solidario del hombre; y^él dé la reversibilidad pidiendo al Padre,
en premio de su dolor, el perdón de sus enemigos; y el de la sus<-
titucion muriendo por ellos; y el 'de la redención , consecuencia de
todos los otros siendo el pecador redimido, porque el sustituto que
en virtud del dogma de la solidaridad padeció muer te , en virtud
del de la reversibilidad fué aceptado.


Todos esos dogmas proclamados en un mismo dia por un pue-
blo y por un Dios,.y cumplidos, después dé ser proclamados, en la
persona de un Dios y en las generaciones de un pueblo, vienen
proclamándose y cumpliéndose, aunque imperfectamente, desde
el principio del mundo, y fueron simbolizados en una institución
antes de ser cumplidos en una persona.


La institución qué los simboliza, es la denlos sacrificios sangrien-
tos. E ja institución misteriosa y, humanamente hablando, incon-
cebible, es un hecho tan universal y constante , que existe en to-r
dos los pueblos y en todas las regiones. De manera que entre las
instituciones sociales, la mas universal es cabalmente la mas incon-
cebible y la que parece mas absurda; sie ndo cosa digna de notar-
se aquí que esa universalidad es un atributo común á la institución
en que aquellos dogmas están simbolizados, á la persona en que
fueron cumplidos; y á los mismos dogmas que fueron simbolizados
en aquella institución y cumplidos en aquella persona. La imagh




— 2 5 3 —


nación misma no alcanza á fingir ni ot ros dogmas, ni otra persona,
ni otra institución mas universales. Aquellos dogmas contienen to-
das las leyes por las que se gobiernan las cosas humanas; aquella
persona contiene á la Divinidad y á la. humanidad juntas en uno; '
y aquella institución es por un lado conmemorativa de lo que aque-
Hosdogmas contienen de universal, por otro simbólica de aquella
persona única en quien está la universalidad por excelencia, mien-
tras que por otra parte , considerada en si misma , se dilata hasta
los remates del mundo y veffce los términos de la historia.


Abel es el primer hombre que ofreció á Dios un sacrificio san-
griento después de la gran tragedia paradisiaca; y ese sacrificio,
por lo que tenia de sangriento, fue acepto á los ojo» de Dios, que
apartó de sí con enojo el de Cain, consistente en frutos de la tier-
ra. Y loque aquí hay de sin gular.y de misterios o es , que el que der-
rama la sangre en sacrificio expiatorio, toma odio á la sangre y
muere por no derramar la der mismo que le mata , mientras que el
que rehusa derramarla como signo de expiación,-se aficiona á ella
hasta el punto de derramar la sangre de sü hermano. ¿En qué con-
siste que¡, derramada de un modo, quitadas manchas; y derramada
del otro modo, las pone? ¿En qué consiste que la derraman todos*
aunque de diferente manera? -


Desde aquella primera efusión de sangré la sangre no dejó de
correr v y no corrió «unca sin condenar á unos y sin purificar á
otros, conservando siempre entera su virtud condenatoria y su vir-
tud purificante. Todos los hombres que vinieron después de Abel el
justo y de Cain el-fratricida, se acercaron mas ó menos á uno de
esos dos tipos de aquellas dos ciudades que se gobiernan por leyes
contrarias y por gobernadores diferentes, por nómbrela ciudad de
Dios y la ciudad del mundo; las cuales no son contrarias entre sí
porque en una se derrame sangre y en otra no^ sino porque en la
una la derrama el amor y en la otra la venganza: en la una es ofre-
cida al hombre y en la otra á Dios en sacrificio expiatorio y enacep-
table holocausto. • -


El género humano, en el que -no ha dejado de soplar de todo
punto él viento de las tradicciones bíblicas,, ha creído siempre con




una fé invencible estas tres cosas: Que es fuerza que la sangre sea
derramada; que derramada de un modo, purifica; y de otro, enlo-
quece. De estas verdades da clarísimos testimonios toda lalñsloria,


' llena con la relación de historias crueles, de conquistas sangrien-
tas , de trastornos y asolamientos de ciudades famosas, de muertes
atrocísimas, de víctimas puras puestas en altares humeantes, de
hermanos, levantados contra hermanos, y ricos contra pobres, y
padres contra hijos, siendo la tierra toda á manera de lago que ni
los vientos orean, ni seca el sol con sus inmensos ardores. No las
atestiguan con menos claridad los sacrificios sangrientos ofrecidos
áDios en todos los altares levantados en la tierra; y por último
la legislación «de todos los pueblos por-la que el que quita la vida
ajetta está excomulgado, y piérdela suya saliendo de la comunión
de los vivientes. En la tragedia de Orestes, pone Eurípides en boca
de Apolo estas palabras «No es Elena culpable de la guerra de
Troya; su belleza no fué sino el instrumento de que se valieron los
dioses para encender la guerra entre dos pueblos, y hacer correr
la sangre qae habia de purificar la tierra manchada con la multi-
tud de los delitos.» Por donde se ve que el poeta, eco á un tiempo
mismo, de las tradiciones populares y de las tradiciones humanas,
da*á la sangre una secreta virtud de purificación, que está en ella
de una manera escondida por una causa misteriosa.


Descansando el sacrificio en la suposición de la existencia de
esa causa y de aquélla virtud, es claro que la sangre ha debido
adquirir esta virtud bajo el imperio de aquella causa, en una épo-
ca anterior á la de los sacrificios sangrientos; y como estos sacri-
ficios vienen instituidos desde el tiempo dé Abel, es una cosa pues-
ta fuera de toda duda , que la causa y la virtud de que tratamos
son anteriores á Abel, y contemporáneas de un gran suceso para^-
disiaco, en donde esa virtud y su -cansa han de tener principio
necesariamente. Ese gran suceso es la prevaricación adámica. Cul-
pable la carne en Adán, y en la carne de Adán la carne de toda
la especie, para que la pena tuviese proporción con la culpa» era
menester qué cayera en la carne como la culpa misma: de aquí la
necesidad de la efusión perpetua de la sangre humana. A la culpa




— 2S& —


de Adán se había seguido, sin embargo, ia promesa de un Reden-
tor; y esa promesa, poniendo al Redentor en lugar del culpable,
fué poderosa para suspender lá sentencia condenatoria hasta que
el que había de -venir fuera venido. Esto sirve para explicar por
qué Abel, depositario por Adán á un misino tiempo de la sentencia
condenatoria y de la suspensión hasta que fuera l i bado el sustitu-
to que había de padecer la pena por el culpable, instituyó el único
sacrificio que podía ser acepto á los ojos de Dios: el sacrificio con-


memora t ivo y simbólico.
El sacrificio de Abel fué tan perfecto, que contuvo en sí por


una manera prodigiosa todos los dogmas católicos: por lo que tu-
vo de sacrificio en general, fué un acto de reconocimiento y de
adoración hacia el Dios omnipoiente y soberano; por lo que tuvo
de sacrificio sangriento, fué la proclamación del dogma de la pre--
varicacion adámica y del de la libertad del prevaricador, que sin
el libre albedrío no hubiera sido culpable; y del de la trasmisión
de la culpa y de la pena* sin la cual*solo Adán hubiera debido
darse en sacrificio; y del de la solidaridad, sin el cual no hubiera
tenido Abel el pecado por herencia. Al propio tiempo fué con r e s -
pecto á Dios el reconocimiento dé su justicia y del cuidado que t i e -
ne de las cosas humanas. Considerado bajo el punto de vista de fias
víctimas ofrecidas al Señor, fué á un tiempo mismo una conmemo-
ración déla promesa qué acompañó á la pena del verdadero culpable,
y de la reversibilidad en virtud de la cual los penados por la culpa de
Adán habían de ser hechos salvos por los méritos de otro, y de la
sustitución en virtud de la cual uno que había de venir se habia de
ofrecer en sacrificio j)or todo el género humano; por último, con-
sistiendo las víctimas en corderos primogénitos y sin mancha, el
sacrificio de Abel fué simbólico del sacrificio verdadero; en el cual
aquel Cordero mansísimo y purísimo, Hija único del Padre, sé h a -
bía de ofrecer en santísimo holocausto por los delitos del timado*
Dé esta manera el Catolicismo todo, que explica y contiene todas
las cosas por un milagro de condensación, está explicado y con-
tenido en el primer sacrificio sangriento ofrecido á Dios por un
hombre. ¿Qué virtud es esa que está en la Religión católica, que la




— 2 5 6 —


hace dilatarse y condensarse con una dilatación y coh una conden-
sación infinitas? ¿Qué cosas son esas que en su inmensa variedad
caben todas en un símbolo ? ¿Y qué símbolo es ese tan comprensi-
vo y perfecto que contiene tantas y tales cosas ? Tan altas conso-
nancias y armonías, perfecciones tan soberanas y hermosas están
de tal manera sjbre el hombre, que se adelantan no solo á todo lo
que entendemos sino también á todo lo que deseamos y á todo lo
que fingimos*.


Pasando la tradición de padres á hijos, vino á suceder que fué<
borrándose y oscureciéndose poco á poco e n l a memoria y en el
entendimiento de los hombres. Dios no permitió en su infinita sa -
biduría que dejaran de resonar de todo punto en la tierra aquellos
grandes ecos de las tradiciones bíblicas; pero en medio del tu-
multo de los pueblos, precipitados los unos sobre los otros, y todos
á los pies de los ídolos, esos ecos fueron alterándose y debilitán-
dose hasta perder su magnífica resonancia y convertirse en soni-
dos vagos, intermitentes y confusos. Entonces fué cuando de la
idea vaga de una culpa primitiva radicada en la sangre sacaron
los hombres la, consecuencia de que era necesario ofrecer á Dios
én sacrificio la sangre misma del hombrea El sacrificio dejó de ser
simbólico para ser real ; y como quiera que en la intención divina
no estaba dar eficacia y virtud sino al sacrificio del Redentor sola-
mente, de aquí fué que los sacrificios humanos carecieron de vir-
tud y de eficacia. Aun así y todo, aquellos sacrificios imperfectos
é ineficaces contenían en sí virtualmente, por un lado el dogma del
pecado original-, el de su trasmisión y el de la solidaridad, y por
otro, el de la reversibilidad y el de la-sustitución, aunque no acer-
taron á simbolizad ni la sustitución verdadera, ni el verdadero
sustituto.


Guando los antiguos buscaban una victima limpia de toda man-
cha é inocente, y la conducían al altar ceñida de flores para quecon
su muerte aplacara la cólera divina, satisfaciendo la deuda del pue-
blo, acertaban en mucho y erraban en algo. Acertaban en afirmar
que la justicia divina debia ser aplacada, que no podia serlo sino
porel derramamiento de sangre, que uno podia satisfacer la deuda de




todos, que la víctima redentora habia de ser inocente. En todas
estas*cosas acertaban, como quiera que todas ellas no son otra cosa
sino la afirmación implícita de los grandes dogmas católicos. El
error estuvo exclusivamenteen creer que podia haber un hombre
inocente y justificado, hasta, tal punto y de tal manera que pudie-
ra ser ofrecido eficazmente en sacrificio, por los pecados del p u e -
blo, en calidad de víctima redentora. Este solo error, este solo ol-
vido de un dogma católico convirtió al mundo en un lago de san-
gre : á falta de otros, hubiera, bastado por sí solo para impedir el
advenimiento de toda civilización verdadera. La barbar ie , y la
barbarie feroz y sangrienta, es la consecuencia legítima, necesa-
ria, del olvido de cualquier dogma cristiano.


El error que acabo de señalar, no lo era sino en un solo con-
cepto y bajo cierto punto de vista: la sangre del hombre no puede
ser expiatoria del pecado original, que es el pecado de Ja especie,
el pecado humano por excelencia; puede ser y es , sin embargo,
expiatoria de ciertos pecados individuales : de donde se sigue no
solo la legitimidad, sino también la necesidad y la conveniencia
de la pena de muerte. La universalidad.de su institución atestigua
la universalidad de la creencia del género humano en la. eficacia
purificante de la sangre derramada de cierto modo, y en su virtud
expiatoria cuando de ese modo se derrama. Sirte saftguine non fít
remissio. (Hebr. 9, 22.) Sin la sangre derramada por el Redentor,
no se hubiera extinguido nunca aquella deuda común que contrajo
con Diqs en Adán todo el género humano. En donde quiera que la
pena de muerte ha sido abolida, la sociedad ha destilado sangr e


por todos sus poros. A su supresión en la Sajonia Real se siguió
aquella grande y encarnizada batalla de mayo, que puso al Estado
e n trance de muerte, hasta el punto de verse en el caso de acudir
para su remedio á una intervención extranjera. El solo principio
de su supresión, proclamado en Francfort en nombre de ía patria
común, puso las cosas alemanas en mayor desorden y desconcierto
que en ningún otro periodo de su turbulentísima historia. A su s u -
presión por el gobierno provisional de' la república francesa se si-
guieron aquellas tremendas jornadas de junio, que vivirán eterna-


T O M O iv. 17




mente con todo su horror en la memoria de los hombres; á aquellas
hubieran seguido otras con pavorosa y rápida sucesión, si una víc-
tima santa y acepta no se'hubiera puesto entre las iras de Dios y
los delitos de aquel gobierno culpable y de aquella ciudad pecado-
ra. Hasta dónde pudo llegar la virtud de aquella sangre augusta é
inocente, nadie lo sabrá decir y nadie lo sabe ; empero, humana-
mente hablando, puede afirmarse, sin temor de ser desmentido
por los hechos, que la sangre volverá á correr en vena abun-
dosa, por lo menos hasta que la Francia entre otra vez bajo la ju -
risdicción de aquella ley providencial que ningún pueblo desechó
jamás impunemente.


No pondré término á este capítulo sin hacer aquí una reflexión
(fue me parece de la mayor importancia: si tales efectos ha produ-
cido la supresión de la pena de muerte en los delitos políticos, ¿has-
ta dónde llegarían sus estragos si la supresión se estendiera á los
delitos comunes.? Ahora bien: si hay para mí una cosa evidente,
es que la supresión de la una lleva consigo la supresión de la otra
en un tiempo mas ó meiíos lejano ( 1 ) , así corno me parece cosa
puesta fuera de toda duda q u e , suprimida la pena de muerte en am-
bos conceptos, procede la supresión de-toda penalidad humana.
Suprimir la penamayor en los delitos que atacan la seguridad del
Estado y con ella la de los individuos que le componen , y conser-
varla en los delitos que se perpetran oontra los particulares sola-
mente , me parece una inconsecuencia monstruosa, que no puede
resistir por largo tiempo á la evolución lógica y.consecuente.de los
acontecimientos humanos. Por otra parte, suprimir como excesiva
la pena de muerte en unos y en otros, viene á ser lo mismo que
suprimir todo género de penalidad para los delitos inferiores; co-
mo quiera que una vez aplicada á los primeros una pena que no


(1) Quien recuerde las discusiones de la Asamblea legislativa de la república
fraacesa en 1848 , verá cómo de hecho fué aplicada esta-doetrina por algunos dipu-
tados que varias veces propusieron abolir la pena capital aun para los reos de ase-
sinato y parricidio. Y si bien es verdad que el buen sentido de la mayoría se opuso
a semejante absurdo, no es menos evidente que es le buen sentido no caminaba muy
de acuerdo cono) rigor lógico de las doctrinas admitidas entonces respecto á las de-
litos políticos.




sea la de muerte., cualquiera otra que se aplique á los segundos,
ha de faltar á las reglas dé la buena proporción, y ha de ser com-
batida como opresiva é injusta.


Si la supresión de la pena de muerte én los delitos políticos
se funda en la negación del delito político, y si esta negación se s a -
ca de la falibilidad del Estado en estas materias, es claro que todo
sistema de penalidad viene al suelo.; porque la falibilidad en las
cosas políticas supone la falibilidad en todas las cosas inóralas, y la
falibilidad en las unas y en las otras lleva consigo la incompetencia
radical del Estado para calificar ninguna acción humana de delito.
Ahora i^en: como esa falibilidad es un hecho , sigúese de ahí que
en»esta materia de la penalidad todos los gobiernos son incompe-
tentes', porque todos son falibles. • ; ;


Solo puede acusar de delito el qué*púede acusar de pecado, y
solo puede imponer penas por el uno el que puede imponerlas p'br
el otro. Los gobiernos no son competentes para imponer una pena
al hombre sino en calidad de delegados de Dios, ni la ley humana
tiene fuerza sino cuando es el comentario de la ley divina. La n e -
gación de Dios y de su ley^pbr parte de los gobiernos, viene á ser
la negación de sí propios. Negar la ley divina y afirmar la humana,
afirmar el delito y negar el pecado, negar á Dios y afirmar un go-
bierno cualquiera, eé afirmar aquello misnioque'se niega-y negar
aquello mismo que se afirma, es caer en una contradicción palpa-
ble y evidente. Entonces sucede que Comienza á soplar el cierzo
de las revoluciones, el cual no tarda mucho en restaurar el impe-
rio de la lógica, que preside á la evolución de los sucesos , supri-
miendo con una afirmación absoluta é inexorable ó con lina ñeca-
cion absoluta y perentoria las contradicciones humanaá» i i /


El ateísmo de la ley y del Estado, ó lo que en; definitiva- viene"
á ser lo mismo expresado de una manera diferente, laseeuiariza*-
cion completa del Estado y de la ley , es teoría que no so : compo-
ne bien con la de la penalidad, viniendo la una del hombre en su
estado de apartamiento de Dios, y la otra de Dios en su estado de
unión con el hombre. .


No parece sino que los gobiernos conocen por medio^de un ins-




— 260 —


tinto infalible, que solo en nombre de Dios pueden ser justos y
tuertos. Así sucede que cuando comienzan ásecularizarse ó á apar-
tarse de Dios, luego al punto aflojan en la penalidad como si sin-
tieran que se les disminuye su derecho. Las teorías laxas de los
criminalistas modernos son contemporáneas de la decadencia r e -
ligiosa, y su predominio en los códigos es contemporáneo de la
secularización completa de las.potestades políticas. Desde entonces
acá el criminal se ha ido trasformando á nuestros ojos lentamente,
hasta el punto de parecer á los hijos objeto de lástima el mismo
que era asunto de horror para sus padres. El que ayer era llama-
do criminal, hoy pierde su nombre en el de escén trico ó en el de
loco. Los racionalistas modernos llaman al crimen desventura: dia
vendrá en que el gobierno pase á los desventurados, y entonces no
habrá otro crimen sino la inocencia. A las tqprías sobre la penali-
dafl de las monarquías absolutas en sus tiempos decadentes se si-
guieron las de las escuelas liberales, que trajeron las cosas al punto
y trance en que hoy las vemos: tras las escuelas liberales vienen
las socialistas con su teoría de las insurrecciones santas y de los
delitos heroicos: ni serán estas las últimas, porque allá en los l e -
janos horizontes comienzan á despuntar nuevas y mas sangrientas
auroras. El nuevo evangelio del mundo se está escribiendo quizas
en un presidio. El mundo no tendrá sino lo que merece cuando sea
evangelizado por los nuevos apóstoles.


Los mismos que han hecho creer á las gentes que la tierra pue-
de ser un paraíso, las han hecho creer mas fácilmente que la tierra
ha de ser un paraíso sin sangre. El mal no está en la ilcCion; está
en que cabalmente en el punto y horaen que la ilusión llegara á ser
creída de todos, la sangre brotaría hasta de las rocas duras, y la
tierra se trasformaría en infierno. En este oscuro y bajo suelo, el
hombre no puede aspirar á una ventura imposible, sin ser tan des-
venturado que pierda la poca dicha que alcanza. '




CAPÍTULO VU.


R E C A P I T U L A C I Ó N . — I N E F I C A C I A DE TODAS L A S SOLUCIONES P R O P U E S T A S ! N E C E S I D A D DE


UNA. SOLUCIÓN MAS A L T A . » *


HASTA aquí hemos visto de qué manera la libertad del hombre y
la del ángel, con la facultad de escoger ent re el bien y el mal, que
constituye su imperfecion y su peligro, era una-cosa no solo just i-
ficada sino también conveniente. Vimos también cómo del ejercicio
de esa libertad constituida salió el mal con el pecado, el cual alteró
profundísimamente el orden puesto por Dios en todas las cosas,
y la manera convenientísima de ser de todas las criaturas. Pasando
mas adelante, después de habernos dado cuenta de los"desórdenes
déla creación, nos propusimosdemostrar y demostramos, á n u e s -
tro entender cumplidamente, que así como al ángel y al hombre,
dotados del libre albedrío, les fué dada la tremenda potestad de
sacar el mal del bien y de inficionar todas las cosas, el uno con
su rebelión, el otro con su desobediencia, y ambos con su peca-




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do , Dios, para hacer constraste á esta libertad perturbadora, se
reservó la potestad de sacar el bien del mal y el orden del d e s o r -
den , usatido de ella,larga y convenientemente, hasta el punto de
poner las cosas en un ser mas concertado y perfecto que el que
hubieran alcanzado sin los ángeles rebeldes y sin los hombres peca-
dores. No siendo posible evitar el mal sin suprimir la libertad a n -
gélica y la humana, que eran un gran bien, Dios en su infinita sa-
biduría hizo de modo que el mal, sin ser suprimido, fué trasfor-
mado hasta el punto de servir, en su mano omnipotente, de instru-
mento de mayores conveniencias y de mas altas perfecciones.


Para demostrar lo que á nuestro propósito cumplía , observa-
mos que el fin general de las cosas era manifestar todas á su
maneraias perfecciones altísimas de Dios, y ser como centellas de
su hermosura y magníficos reflejos de su gloria. Consideradas bajo
el punto*de vista de.este fia universal, no nos fué difícil demostrar
que de la obediencia humana y de la rebelión angélica se siguie-
ron bienes incomparables , y que así la una como la otra sirvieron*
para que las cfiaturas, que antes reflejaban solamente la divina
bondad y la divina magnificencia, reflejaran también toda la su -
blimidad de su misericordia y toda la grandeza de su justicia. El
orden no fué universal y absoluto sino cuando las criaturas tuvie-
ron en sí todos estos espléndidos reflejos.


De los problemas relativos af orden universal de las cosas, pa-
samos á los que se.refieren al orden general de las cosas humanas:
discurriendo por este anchísimo campo, vimos propagarse el mal
en la humanidad con el pecado; allí vimos de qué manera la bit-
manidad estuvo en Adán, y cómo la especie fué en el individuo
pecadora. Así como el pecado, considerado en sí mismo, fué pode-
roso para turbar el orden del universo , lo fué también.y con ma-
yor razón para poner en desorden todas las cosas humanas. Para
la inteligencia de lo que antes digimosy de lo que diremos des-
pués , conviene advertir aqui que, así como el fin universal de las
cosas es manifestar las perfecciones-divinas, el fin particular del
hombre es conservar su unión con Dios, lugar de su alegría y de
su descanso: el pecado desordenó las cosas humanas, apartando al




— 2G3


hombre de esauniou, que constituye su fia especial: y desde ese mo-
mefito el problema , por lo que<hace á la humanidad, consiste en
averiguar de qué manera el mal puede ser vencido en sus efectos
y en su causa : en sus efectos, es decir, en la corrupción del in-
dividuo y de la especie con todas sus consecuencias; en su causa,
es decir, en el pecado.


Dios, que es simplicísimo en sus obras porque es perfectísimo
erriu esencia , vence al mal en su causa y en sus efectos por la s e -
creta virtud de una sola trasformacion; pero esta tan radical y
portentosa, qu? por ella todo lo que era mal se muda en bien, y
todo lo que era imperfección, en perfección soberana. Hasta aquí
hemos venido exponiendo la manera y forma en'que Dios trasfor-
ma en instrumentos del bien los efectos mismos del mal y del pe -
cado. Procediendo todos ellos de una corrupción primitiva del in -
dividuo y de la especie , no son otra cosa en la especie ni en el in-
viduo, considerados en s í , sino una desgracia lamentable : quien
dice desgracia, dice efecto necesario; y si la causa de donde el
efecto se sigue es de aquellas que obran de una manera constan-
te, quien dice desgracia, tanto quieredecir como desgracia, por su
naturaleza, invencible. Imponiendo la desgracia como una pena,
Dios hizo' posible su trasformacion, por medio de su aceptación
voluntaria por parte del hombre. Cuando el hombre ayudado de
Dios aceptó heroicamente como una pena justa su desgracia, su
desgracia no cambió de naturaleza, considerada en sí misma, lo
cual sería imposible de todo punto; pero adquirió una nueva y ex-
traña virtud , la virtud expiatoria y purificante. Conservando-siem-
pre su invencible identidad, produce efectos que naturalmente na
están en ella, siempre que se combina de una manera sobrena-
tural con la aceptación voluntaria. Esta doctrina consoladora y su-
blime nos viene á*un tiempo mismo de Dios, de la razón y de
la historia, constituyendo una verdad racional, histórica y dog-
mática. • • .


El dogma de la trasmisión de Ta culpa y de la pena , y el de la
acción purificante de la última siendo libremente aceptada, nos
llovó como por la mano al examen* de las leyes orgánicas de la




— 264 —


humanidad, por las cuales se explican cumplidamente todas sus
evoluciones históricas y todos sus movimientos. El conjunto deesas
leyes constituye el orden humano, y de tal manera le constitu-
y e , que no puede ser ni imaginado de otra manera.


Después de haber expuesto las soluciones católicas sobre e s -
tos problemas altísimos y temerosos, de los cuales unos son relati-
vos al orden universal y otros al orden humano, propusimos las
soluciones inventadas por la escuela liberal y por los socialistas
modernos, y demostramos, por una parte, las sublimes armonías y
consonancias de los dogmas católicos, y por otralas extravagan-
tes contradicciones de las escuelas racionalistas. La impotencia ra-
dical de la razón para hallar la solución conveniente de estos pro-
blemas fundamentales, sirve para explicar la incoherencia y la
contradicción que se observan en las soluciones humanas; y esas
contradicciones incoherentes sirven á su vez para demostrar la
imposibilidad absoluta en que está el hombre abandonado á sí mis-
mo , de remontarse con sus propias alas á aquellas 'encumbradas
y sereffas alturas én donde puso Dios las leyes secretísimas de to-
das las cosas. De este examen, hasta cierto punto prolijo si se
atiende á los estrechos límites de esta orbra , resulta demostrado
hasta«la evidencia: lo primero, que toda negación de un dogma
católico lleva consigo la negación de todos los otros dogmas; y al
revés, que la afirmación de uno solo lleva consigo la afirmacion'de
todos los dogmas católicos; lo cual es una demostración invencible
de que el Catolicismo es una inmensa síntesis, puesta fuera de las
leyes del espacio y del t iempo: lo segundo, que ninguna escue-
le racionalista niega todos los dogmas católicos á la vez; de don-
de se sigue que todas están condenadas á la inconsecuencia y al
absurdo: y lo tercero , que no es posible salir del absurdo y de la -
inconsecuencia sin aceptar todas las afirmaciones católicas con una
aceptación absoluta, ó negarlas' todas con una negación tan radi-
cal que vaya á parar al nihilismo.


Por último, después de haber examinado cada uno de por sí
aquellos dogmas que se refieren al orden universal y al orden hu-
mano, consideramos su armonioso y magnifico conjunto en la ins-




- 265 -


titucion de los sacrificios sangrientos, .la cual trae su origen, de
aquella primera edad que siguió inmediatamente á la gran catás-
trofe paradisáica. Allí vimos que esa institución misteriosa es,
por un lado, la conmemoración de aquella gran tragedia y de la
promesa de un redentor, hecha por Dios á nuestros primeros pa-
dres ; por otro, la encarnación de los dogmas de la solidaridad,
de la reversibilidad, de la imputación y de la sustitución; y por
último, el símbolo perfectísimó del sacrificio futuro, tal como le
habíamos de ver realizado en la plenitud de los tiempos. Puestas
en olvido entre las gentes las tradiciones bíblicas, el mundo ol-
vidó el significado propio de aquella institución religiosa, que vino
corrompiéndose por todas partes : por su corrupción se explícala
institución universal de los sacrificios humanos , los cuales dan tes -
timonio á la verdad de la tradición, si bien se apartan de ella én
aquellos puntos en que había caido en olvido de las gentes. Con
este motivo expusimos el grande error y la grande enseñanza que
están juntos en esa institución, que á primera vista parece inex-
plicable por lo- que tiene de profundamente misteriosa. Su grande
error está en atribuir al hombre la virtud expiatoria del que le ha-
bía de sustituir cuando se. hubieran cumplido los tiempos, según la
voz de las antiguas profecías y dé l a s antiguas tradiciones; su-
grande enseñanza está en atribuir á la sangre derramada en cierta
forma la virtud de aplacar de cierto modo y hasta cierto punto la
cólera divina. Por el encadenamiento y la conexión de éstas d e -
ducciones, fuimos á parar al examen de la pena de muerte, umver-
salmente instituida en toda la tierra como una profesión de fé de la
virtud que está en la sangre, hecha en todos los tiempos por todo
el género humano. Con este motivo, interrogamos á las escuelas
racionalistas sobre esta materia escabrosa ; y en este punto, como
en todos los demás, sus respuestas y sus soluciones nos parecieron
contradictorias y absurdas. Llevándolas de contradicción en con-
tradicción , las pusimos en el caso de escoger entre la aceptación
de la pena de muerte para los delitos políticos como para los co-
munes , ó la negación radical y absoluta á un tiempo mismo del
delito y de la.pena. *




— 266 -


Llegados á este punto de la discusión, solo nos falta, para po-
nerla un término dichoso, acercarnos con santo terror y con muda
y extática reverencia al misterio de los misterios, al sacrificio dé
los sacrificios, al dogma de los dogmas. Hasta aquí hemos visto,
por una par te , las maravillas del orden divino, por otra la armo-
nía del orden universal, y por último la altísima conveniencia
del orden humano; ahora nos cumple subir á cumbre mas alta,
á la que domina y señorea todas las cumbres católicas. Allí está
asentado en toda su majestad , misericordiosa á un mismo tiempo
y tremenda, terribilísima y mansísima, aquel que habia de venir
y que vino, y que, viniendo, lo trajo todo á sí, y lo unió en sí con
fortisima y amorosísima lazada. Él es la solución de todos los pro-
blemas , el asunto de todas las profecías, el figurado en todas las
figuras, el fin de todos los dogmas, la confluencia del orden d i -
vino, del universal y del humano ; la llave de todos los secretos,
la luz de todos los enigmas, el prometido por Dios, el deseado de
los patriarcas, el aguardado de las gentes, el padre de todos los
afligidos, el-reverenciado de los coros de las naciones y de los
coros angélicos, alfa y homéga de todas las cosas.


El orden universal está en que todo se ordene armoniosamente
para aquel fin supremo que impuso Dios á la universalidad de las
cosas. El supremo fin de las cosas consiste en la manifestación ex-
terior de las divinas perfecciones. Todas las criaturas cantan la
bondad y la magnificencia y la omnipotencia de Dios. Los justi-
ficados ensalzan su misericordia, los reprobos su justicia. ¿Cuál
criatura, entre las criadas, celebra su amor de una manera tan es -
pecial como los reprobos su justicia y los justificados su miseri-
cordia? Y siendo esto así , ¿no se echa dé ver claramente la al-
tísima conveniencia de que en el universo, formado para manifestar
las divinas perfecciones, se levantara una voz universal ensalzando
el divino amor, ese último toque de las perfecciones divinas? •


El orden humano está en la unión del hombre con Dios: esa
unión no puede realizarse, en nuestra condición actual y en nues-
tro actual apartamiento , sin un esfuerzo gigantesco para levantar-
nos hasta él. ¿Pero quién pide esfuerzo al d"ue es débil, y quién




— 267 —


manda levantarse y subir hasta la cumbre altísima de un monte
al que está caido en el valle y lleva sobre sus hombros el pesó de
su pecado? Sé que la aceptación heroica y voluntaria de mi dolor
y de mi cruz rae levantaría sobre mí mismo. ¿Pero cómo he de
amar lo que naturalmente aborrezco, y cómo he de aborrecer lo
que naturalmente amo, y esto volunfariamente? Me mandan amar
á Dios, y siento discurrir por mis venas el amor corrosivo de mi
carne. Me mandan andar* y estoy reducido á prisiones. Con mi
pecado no puedo merecer, y no puedo apartarme del pecado, que
me tiene asido, si no me le quitan. Ninguno puede quitármele si
no tiene hacia mí un infinito amor, anterior á todo merecimiento;
y nadie "me ama con ese amor infinito. Soy el ludibrio de Dios y
la fábula del universo; eñ vano discurriré por todo el cerco de la
tierra; que adonde quiera que vaya, irá conmigo mi desventura:
y en vano pondré los ojos en ese cielo de metal, que jamás hirió
mi frente con un rayo de esperanza.


Si todo esto es así, es claro que el edificio católico que veni-
mos levantando laboriosamente, viene al suelo , falto de aquella
espléndida cúpula que le había de servir de remate y de áncora.
Nueva torre de Babel, levantada por el orgullo y fabricada sobre
arenas frágiles y movedizas, será juguete del temporal y escar-r
nio de los vientos. El orden humano, el orden universal no son
otra cosa sino palabras resonantes; y todos aquellos temerosos
problemas que traen á la humanidad pensativa y contristada, que-
dan en pié y envueltos en su oscuridad invencible, á pesar del
vano aparato de las soluciones católicas. Mejor trabadas entre sí
que las soluciones de las escuelas racionalistas , su trabazón no es
tan perfecta, sin embargo, que pueda resistir al empuje de la
razón humana. Si eljCatolicismo ni dice m a s , ni enseña mas , ni
contiene mas que lo que va dicho, contenido y enseñado eñ aque-
llas soluciones , el Catolicismo no es mas que uó sistema filosófico,
que siendo mas acabado que los sistemas anteriores, según todas
las probabilidades será menos perfecto que los sistemas futuros.
Aun hoy dia puede acusársele ya de impotencia notoria para r e -
solver los grandes problemas que se refieren á Dios, al universo




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y al hombre. Dios no es perfecto, si no ama de una manera infi-
nita; el orden no existe en el universo, si no hay en él nada que
manifieste ese amor; y en cuanto al hombre, el desorden en que
está puesto es tan invencible, que no puede salvarse no siendo
amado infinitamente.


Y no se diga que Dios es infinitamente bueno é infinitamente
misericordioso, y que el amor va supuesto y como escondido en
su infinita bondad y en su infinita misericordia; porque el amor
es de por sí cosa tan princip*al, que cuando existe, á todas las
otras las domina y señorea. El amor no es contenido, es conti-
nente; se declara, no se esconde: tal es su condición, que no
puede estar en ninguna parte sin que parezca que está solo y que
todo lo avasalla. Él lleva de suyo no ordenarse á ningún fin, y
ordenar á sí todas las cosas. El que ama, si ama bien, ha de pa-
recer que enloquece; y para ser infinito el amor, ha de parecer
una infinita locura.


Hay una voz que está en mi corazón y que es mi mismo cora-
zón , que estáé en mí y que es yo mismo , y que me dice: Si quie-
resconocer'al verdadero Dios, mira al que te ama hasta enloque-
cer por t í , y al que te ayuda á que le ames hasta enloquecer por
é l : y ese es el Dios verdadero; porque en Dios está la bienaven-
turanza , y la bienaventuranza no es otra cosa sino amar, y pade-
cer desmayos de amor, y estar desmayado así perpetuamente. Na-
die me llame á sí si no me ama, porque no responderé á su llama-
miento. Mas si la voz que escucho es voz de amor, h e m e aquí, diré
al punto, y seguiré á mi amado sin preguntarle ni adonde va , ni á
qué parte me lleva; porque adonde quiera que me lleve y adonde
quiera que vaya, hemos de estar él y yo y nuestro amor, y
nuestro amor él y yo somos el cielo. Yo quisiera amar así, y sé que
no puedo amar así , y que no tengo á quien amar de esta mañera,
y aun por eso me deshago y me atormento en un cerco sin salida.
¿Quién me sacará de este cerco que me ahoga, y me dará alas como
de paloma para discurrir por otras regiones y para subir á otras al-,
turas?




CAPÍTULO VIH,


DE LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS, Y DI LA REDENCIÓN DEL «¿ÑERO HUMANO,


DE dos problemas digimos que estaban por resolver para que pudie-
ra constituirse de todo punto así el orden universal como el.huma- .
n o : Dios sacó el bien de la prevaricación primitiva, la cual le sirvió
de ocasión para manifestar dos de sus mas grandes perfecciones: su.
infinita justicia y su infinita misericordia. No era esto bastantesin,
embargo: convenia ademas, para que en las cosas de la creacción,
y especialmente en las humanas, hubiera aquel orden, y concierto
que atestiguan la presencia de Dios en todas sus obras , que el p e -
cado mismo de la prevaricación fuera borrado de todo punto;¡como
quiera que, cualquiera que fuese el bien que Dios sacara de él, que-
dando, subsisten te, quedaba en pié, y como desafiando á lodo el d i -
vino poder, el mal por excelencia. Por otra par te , nada conviene
más á la misericordia infinita de Dios, sino ayudar con mano á




— 270 —


un mismo tiempo potentísima y clementísima la invencible flaque-
za del hombre, para que de tal manera se levantara sobre su mi-
serable condición, que pudieran trasformarse en instrumento de
su propia salvación las consecuencias de su pecado. Borrar el
pecado y fortificar al pecador hasta el punto que pudiera levan-
tarse libre y meritoriamente estando caido: este es el gran pro-
blema que es necesario resolver, aun después de resueltos todos
los otros, si el Catolicismo*ha de ser otra cosa que uno de los mu-
chos sistemas laboriosamente imperfectos que vienen dandi) tes-
timonio de la profunda y radical impotencia de la razón humana.


El Catolicismo resuelve estos dos grandes problemas por el mas
alto é inefable, é incomprensible y glorioso de todos sus misterios:
en ese altísimo misterio estáhjuntás todas las divinas perfecciones.
En él está Dios con su espantable omnipotencia, con su perfecta
sabiduría, con su maravillosa bondad , con su terribilísima justi-
cia, con su altísima misericordia; y sobre todo, con aquel inefable
amor que domina y señorea todas sus otras perfecciones, el cual
manda con imperio^ á un tiempo mismo, á su misericordia ser
misericordiosa, á su justicia ser justa, á su bondad ser buena , á
su sabiduría Ser sabia, y á su omnipotencia ser omnipotente; por-
que Dios no es ni omnipotencia, ni sabiduría, ni bondad, ni j u s -
ticia, ni misericordia: Dios es amor, y"nada mas que amor; pero
ese amor es de suyo omnipotente, sapientísimo, buenísimo, jus -


< tísimo y misericordiosísimo.
El amor fué el qué mandó á su misericordia dar al hombre


prevaricador y caido la esperanza, con aquella divina promesa de
un futuro redentor, que vendría al mundo para tomar en sí y para
veneer al pecado. El amor faó.el que le prometió en el paraíso,
el que le envióla la tierra y el que vino: el amor fué el que tomó
carne humana, y vivió vida de hombre mortal, y murió muerte
de cruz, y resucitó después en su carne y en su gloria. En el amor
y por el amor somos salvados todos los que somos pecadores.


El gloriosísimo misterio de la Encarnación del Hijo de Dios
es el único título de nobleza que tiene el género humano. Lejos de
causarme maravilla el desprecio que los racionalistas modernos




— 271 —
muestran hacia el hombre, si hay alguna cosa que ni alcanzo á
explicar ni puedo concebir, es la atentada prudencia y la tímida
mesura, con que proceden en este negocio. Tomando al hombre
despeñado ya por su culpa de aquel primitivo estado en que le
puso Dios, de justicia original y dé gracia santificante; examina-
do por dentro en su constitución orgánica, imperfectísima y con-
tradictoria ; y cuando se consideran la ceguedad de su entendi-
miento, la flaqueza de su voluntad, los torpes arrebatos de su car-
ne , el ardor de sus concupiscencias y la perversidad de sus in -
clinaciones , no acierto á concebir ni á explicar esa parsimonia de
vilipendios y esa mesura, en los desdenes. Si Dios no ha tomado
la naturaleza humana; si tomándola en sí, no la ha levantado hasta
sí ; y si levantándola hasta sí, no ha dejado en ella un rastro lu-
minoso de su nobleza divina, es fuerza confesar que para expre-
sar la vileza humana faltan vocablos en los idiomas de las gentes.
Yo de mí sé decir, qne si mi Dios no hubiera tomado carne en
las entrañas de una mujer, y si no hubiera muerto en una cruz
por todo el linaje humano, el reptil que piso con mis pies, seria á
mis ojos menos despreciable que el hombre. Aun así y todo , el
punto de fé que mas abruma con su peso á mi razón, es ese. de
la nobleza y dignidad de la especie humana, dignidad y nobleza
que quiero entender y no entiendo, y que quiero alcanzar y no
alcanzo. En vano aparto los ojos llenos de espanto y de horror
de los anales del crimen, para ponerlos en esferas mas altas y en
regiones mas serenas. En vano traigo á mi memoria aquellas le-
vantadas virtudes de los que el mundo llama héroes, y de que es-
tán llenas las historias; porque mi conciencia levanta su voz y me
dice que todas esas heroicas virtudes se resuelven en vicios heroi-
cos , los cuales se resuelven á su vez en un orgullo ciego ó en una
ambición insensata. El género humano aparece á mi vista como
una inmensa muchedumbre puesta á los pies de sus héroes, que
son sus ídolos; y los héroes, como ídolos, que se adoran á sí
propios. Para creer yo en la nobleza de esas estúpidas muche-
dumbres , ha sido necesario que Dios me la revele. Ninguno pue-
de negar esa revelación y afirmar su propia nobleza. ¿ De dónde




sabe que es noble, si Dios no se lo ha dicho? Una cosa excede mi
razón y me confunde: que haya quien piense que se necesita una
fé menos robusta para creer en el incomprensible misterio, de la
dignidad humana, que para creer en el misterio adorable de un
Dios hecho hombre , por la virtud del Espíritu Santo, en las en -
trañas de una virgen. Esto prueba qué el hombre vive siempre
sujeto á la fé; y que cuando parece que deja la fé por su propia
razón, no hace mas sino dejar la fé de lo que es divinamente mis-
terioso, por la fé de lo. que es misteriosamente absurdo.


La encarnación del Hijo de Dios fué convenientísima, no so -
lamente en calidad de manifestación soberana de su infinito amor,
en el cual está la perfección, si puede decirse así , de las divinas
perfecciones, sino también en virtud de otras profundas y altí-
simas consecuencias. El orden supremo de las cosas no puede
concebirse, si las cosas todas no se resuelven en la unidad abso-
luta. Ahora b ien: sin aquel prodigioso misterio, la creación era
doble y el universo un dualismo, símbolo de un antagonismo per-
petuo, contradictorio del orden. De un lado estaba Dios, tesis uni-
versal: y de otro las criaturas, su universal antítesis. El orden su-
premo exigía una síntesis tan poderosa y tan ancha, que bastara
á conciliar por medio de la unión la tesis y la antítesis del Criador
y las criaturas. Que esta es una de las leyes fundamentales del or-
den universal, se ve claro cuando se considera que ese mismo mis-
terio que en Díbs nos causa maravilla, sin admirarnos está patente
en el hombre. El hombre, considerado bajo este punto de vista,
no es otra cosa sino una síntesis, compuesta de una esencia incorpó-
rea, que es la tesis, y de una antítesis, que es su sustancia corpórea.
El mismo ser que, considerado como un compuesto de espíritu y de
materia, es una síntesis , no es mas que una antítesis que es nece^-
sario reducir á la unidad por medio de una síntesis superior, j u n -
tamente con la tesis que le contradice, cuando se le considera en
calidad de criatura. La ley de la reducción de la variedad en la
unidad, ó lo que es lo mismo, de todas las tesis con sus antítesis
en una síntesis suprema, es una ley visible é indeclinable. La d i -
ficultad aquí está solo en hallar esa suprema síntesis. Estando de




un lado Dios, y de otro todas las cosas criadas, es una cosa evi-
dente que aquí la síntesis conciliadora no puede buscarse fuera de
estos términos, fuera de los cuales no hay nada que se pueda ima-
ginar, siendo como son universales y absolutos. La síntesis, pues,
había de encontrarse en las criaturas ó en Dios, en la antítesis ó
en la tesis, ó bien en una y en otra simultánea ó sucesivamente.


Si el hombre hubiera permanecido quieto en aquel estado e x -
celente y en aquella condición nobilísima en que fué puesto por
Dios, la variedad hubiera ido á perderse en la unidad, y la antíte-
sis creada se hubiera unido con la tesis creadora en una suprema
síntesis por la deificación del* hombre. A esta deiñcaeion futura fué
dispuesto por Dios cuando le adornó con la justicia original y con
la gracia santificante. El hombre, en uso de su libertad soberana,
se despojó de aquella gracia y renunció á aquella justicia ; y despo-
jándose de la una y renunciando á la otra, puso impedimento á la
divina voluntad, renunciando á su deificación voluntariamente.
Empero la libertad humana, que es poderosa para impedir el cum-
plimiento de la voluntad de Dios en lo que tiene de relativo, no lo
es para impedir la realización de esa misma voluntad en lo que
tiene de absoluto. La reducción de la variedad en la unidad; eso
era lo que habia de absoluto en la voluntad divina : la reducción
por medio exclusivo de la deificación del hombre ; eso es lo que
habia en ella de relativo y contingente; lo cual quiere decir, que
Dios quiso el fin con una voluntad absoluta, y el medio de alcan-
zar ese fin con una voluntad relativa; y en esto, como en todo,
resplandece la sabiduría de Dios con un resplandor inefable. En
efecto; sin lo que habia en su voluntad de absoluto, Dios no hu-
biera sido soberano; y sin lo que habia de relativo en ella, no hu-
biera sido "posible la libertad humana: por el contrario, por lo
que en su voluntad hubo á un tiempo mismo de absoluto y relativo,
de contingente y de necesario, pudieron coexistir y coexistieron
la soberanía de Dios y la libertad del hombre. En calidad de s o -
berano, Dios decretó aquello que habia de ser; en calidad de l i-
bre, el hombre determinó que aquello que habia de ser no sería de
cierta manera.


T O M O iv. 18




Entonces sucedió que el orden universal, querido por Dios con
una voluntad absoluta, hubo de realizarse por la humanización in-
mediata de Dios, no pudiendo realizarse por la deificación inme-
diata del hombre, la cual fué de todo punto imposible, primero,
con una imposibilidad relativa á causa de su voluntad, y despu es
con una imposibilidad absoluta á causa de su pecado.


Ya en otra ocasión me propuse demostrar, y demostré cum-
plidamente , cuan grande es el alcance y la universalidad de las
soluciones divinas, las cuales, al revés de lo que se observa en las
humanas, no suprimen un obstáculo para ir á dar en otro mayor,
ni resuelven una dificultad para caer*en otra mas grande, ni e s -
clarecen un problema bajo un punto de vista para dejarle mas
oscuro que antes, mirándole por otro lado; sino que, por el con-
trario, suprimen de una vez todos los obstáculos, resuelven á un
tiempo mismo todas las dificultades, y esclarecen todos los proble-
mas de un solo golpe, con un esclarecimiento simplicísimo. Y esto
que se observa en todas las divinas soluciones, se observa mas
particularmente todavía en esta que tratamos relativa al misterio
adorable de la Encarnación del Hijo de Dios; porque al propio
tiempo que fué el medio soberano de reducirlo todo á la unidad,
condición divina del orden en el universo, fué también tm medio
maravilloso de restaurar el orden en la humanidad caida. La im-
posibilidad radical en que quedó el hombre de volver por sí solo
á la amistad y gracia de Dios, después del pecado, está confesada
por aquellos mismos que niegan el Catolicismo en la mayor parte
de sus dogmas. Mr. Proudhon , el hombre mas docto de las escue-
las socialistas, no vacila en afirmar que, supuesto el pecado, la re-
dención del hombre por los méritos y trabajos de Dios era de todo
punto necesaria; como quiera que el hombre pecador no* podia ser
de otra manera redimido. Por lo que hace á los católicos, no va-
mos tan allá, afirmando solamente que esta manera de redención,
sin ser necesaria ni la única posible, es sin embargo, adorable y
convenientísima.


Por aquí se ve que Dios se dio traza para vencer con una mis-
ma industria, así el obstáculo que se oponía á la realización del ór -




den universal, como el que impecfia el orden humano. Haciéndose
hombre sin dejar de ser Dios, unió sintéticamente á Dios y al hom-
bre ; y como en el hombre estaban ya sintéticamente unidas la
esencia espiritual y la sustancia corpórea, resultó de aquí que Dios
hecho hombre reunió en sí, por una altísima manera, por un lado
las sustancias corpóreas y las esencias espirituales, y por otro, al
Criador de todo con todas sus criaturas. Al propio tiempo, pade-
ciendo y muriendo voluntariamente por el hombre, echó sobre sí,
quitándosele á él, aquel pecado primitivo por el cual padeció cor-
rupción y fué condenada á muerte en Adán toda su raza.


Bajo cualquier punto de vista que se considere este gran miste-
rio , ofrece, al que se para y le mira, las mismas maravillosas con-
veniencias. Si todo el linaje humano padeció condenación en Adán,
nada mas razonable y conveniente sino que todo él se salvara en
otro Adán mas perfecto, habiendo sido condenados como lo fuimos
por la ley de la solidaridad, que fué ley de justicia; nada mas razo-
nable y conveniente sino que fuéramos hechos salvos por la ley de
la reversibilidad, que es una ley de misericordia. El padecer por los
pecados de un representante no hubiera sido cosa justa y conve-
niente , si no nos hubiera sido dado el merecer por los méritos de
un sustituto. Nada mas ajustado á la ley de razón, sino que , sién-
donos imputables los pecados de aquel, los méritos de este nos sean
reversibles. Y con esto se responde á los que llenos de arrogante
soberbia mueven la lengua contra Dios por la condenación con que
fuimos condenados lodos en la cabeza de nuestros primeros padres;
porque, aun suponiendo por vía de argumentación que en nuestros
primeros padres no hubiéramos sido todos pecadores, ¿con cuál de-
recho se queja de haber sido condenado en un representante, el
que ha sido t(0teho salvo por un sustituto? Volverse contra Dios por
la ley de los pecados imputables, sin acordarse de aquella otra, que
la completa y la explica, por la cual los méritos ajenos nos son r e -
versibles , es grande temeridad; porque es insigne mala fé ó torpe
ignorancia , y en todo caso calificada locura.


Restablecido el orden en el universo por la unión de todas las
cosas en Dios, y el orden en la humanidad en cuanto estaba impe-




— 276 —


dido por el pecado , solo falta para*restablecer el segundo comple-
tamente , por una parte poner al hombre en estado de levantarse
sobre sí mismo hasta el punto de aceptar las tribulaciones con. una
aceptación voluntaria, y por otra dar á esa aceptación una virtud
meritoria. A ambas cosas ocurrió Dios con este divino misterio, en
sus consecuencias fecundísimo, y en sí mismo admirable. La sangre
preciosísima derramada en el Calvario, no solo borró nuestra cul-
pa y satisfizo nuestra pena, sino que por su inestimable valor nos
puso , siéndonos aplicada , en estado de merecer galardones; por
ella se nos dieron dos gracias juntamente: laque consiste en acep-
tar la tribulación, y aquella en virtud de la cual la aceptación, a le-
gremente aceptada en el Señor y por el Señor, adquiere una vir-
tud meritoria. En esto consiste la suma de la Religión católica : en
creer con firmísima fé que naturalmente nada podemos, y que lo
podemos todo en aquel y por aquel que nos fortifica. Todos los
otros dogmas sin este son puras abstracciones, desnudas de toda
virtud y eficacia. El Dios católico no es un Dios abstracto, ni un
Dios muerto; es un Dios vivo y personal, que obra perpetuamente
fuera de nosotros y en nosotros; que al mismo tiempo que está en
nosotros contenido, nos circunda y nos contiene. El misterio que
nos mereció la gracia, sin la cual andamos como perdidos y en t i -
nieblas , es el misterio por excelencia; todos los otros son adorables,
encumbrados y altísimos; este solo es el encumbrado, porque sobre
él no hay ninguna cumbre; el altísimo, porque sobre él no hay
ninguna altura; y porque sobre él no hay nada digno de adoración,
el adorable.


El dia eternamente alegre y eternamente lloroso en que el Hijo
de Dios hecho hombre fué puesto en una cruz, todas las cosas á la
vez entraron en orden, y en ese orden divino la c ^ se levantó
sobre todas las cosas criadas. De ellas, unas manifestaban la bon-
dad de Dios, otras su misericordia, otras su justicia. Solo la cruz
fué el símbolo de su amor y la prenda de su gracia. Por ella con-
fesaron los confesores, y fueron castas las vírgenes, y vivieron vi -
da angélica los padres del yermo, y fueron los mártires testigos
firmes que pusieron sus vidas al cuchillo con varonil y conslantí-




— 277 —


simo semblante. Del» sacrificio de la cruz procedieron aquellas por-
tentosas energías con que los flacos asombraron á los fuertes , con
que los proscriptos y desarmados subieron al Capitolio, con que
unos pobres pescadores vencieron al mundo. Por la cruz alcanzan
victoria todos los que vencen, y esfuerzo todos los que combaten,
y misericordia todos los que la piden, y amparo todos los desam-
parados , y alegría todos los tristes, y consuelo todos los que llo-
ran. Desde que se levantó la cruz en los aires , no hay hombre nin-
guno que no pueda vivir en el cielo, aun antes de dejar en la tierra
sus mortales despojos; porque si aun vive aquí por ta tribulación,
está ya allí por la esperanza.


m








CAPÍTULO IX.


C O N T I N U A C I Ó N D E L M I S M O A S U N T O : C O N C L U S I Ó N D E E S T E L I B R O . _


IÍSTE es aquel único sacrificio de inestimable valor, á que se r e -
fieren como á su fin todos los otros de que hacen mérito las histo-
rias y las fábulas de todas las gentes. Este es aquel que querían
significar, así el pueblo judío como los pueblos gentiles en sus san-
grientos holocaustos, y que figuró Abel de una manera cumplida
y aceptable cuando ofreció á Dios los primogénitos y mas limpios
entre todos sus corderos. El verdadero altar habia de ser una cruz,
y la verdadera víctima un Dios, y el verdadero sacerdote ese mis-
mo Dios, á un mismo tiempo Dios y hombre, pontífice augusto, sa-
cerdote perpetuo, victima perpetua y santa, el cual vino á cumplir
en la plenitud de los tiempos lo que prometió á Adán en los tiem-
pos paradisáicos , fiel cumplidor de su promesa y guardador de su
palabra; porque así como no amenaza en vano , no promete tam-




— 2S0 —


poco vanamente. Amenazó al hombre libre con el desheredamien-
to , y desheredó al hombre libre y culpable ; le prometió luego un
Redentor, y vino él mismo á redimirle.


Con su presencia se esclarecen todos los misterios, se explican
todos los dogmas y se cumplen todas- las leyes. Para que se cum-
pla la déla solidaridad, toma en sí todos los dolores humanos; para


^que la de la reversibilidad se cumpla, derrama por el mundo en co-
pioso raudal todas las gracias divinas, alcanzadas con su pasión y
con su muerte. Dios en él se hace hombre de una manera tan per-
fecta , que sobre él vienen impetuosas todas las iras de Dios; y el


m hombre se hace en él tan perfecto y tan divino, que en él caen so-
bre el hombre todas las divinas misericordias , como en lluvia del-
gada y apacible. Para que el dolor fuera santísimo, padeciendo, san-
tificó el dolor; y para que su aceptación fuera meritoria , le aceptó
con una aceptación voluntaria. ¿Quién sería fuerte para ofrecer á
Dios su voluntad en holocausto, si él no hubiera hecho entera d e -
jación de la suya para hacer la de su santísimo Padre? ¿Quién hubie-
ra podido subir hasta la cumbre de la humildad, si el pacientísimo
y humildísimo Cordero no hubiera subido antes por secretos cami-
nos á esa aspérrima cumbre? ¿Y quién, remontando aun mas su
vuelo, hubiera podido encumbrar montes bravos sobre montes bra-
vos , hasta llegar al altísimo del divino amor , si él no los hubiera
encumbrado todos uno por uno, dejando enrojecidas sus laderas
con la púrpura de su sangre , y dando á sus zarzas en despojos sus
blanquísimos y purísimos bellones , afrenta de la nieve? ¿Quién si-
no él hubiera podido enseñar á los hombres , que al otro laclo de
esas abruptas y gigantescas montañas, con sus cumbres al cielo y
sus valles al abismo, caen praderas alegres y tendidas, donde son
begnignos los aires, puros los cielos , mansas y limpias las aguas,
suavísimos todos los rumores , verdes todos los campos , inefables
todas las armonías, perpetuas todas las frescuras; donde la vida es
verdadera vida que nunca acaba , y el placer verdadero placer que
nunca cesa, y el amor verdadero amor que nunca se estingue; don-
de hay perpetuo descanso sin ocio, reposo perpetuo sin fatiga, y
donde se confunden por una altísima manera lo que tiene de dulce




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la posesión y lo que hay de bello en la esperanza?
El Hijo de Dios, hecho hombre y puesto por el hombre en una


cruz, es á un mismo tiempo la realización de todas las cosas per-
fectas, representadas en todos los símbolos, y figuradas en todas las
figuras, y la figura y el símbolo universal de todas las perfecciones.
El Hijo de Dios hecho hombre, así como es Dios y hombre á un
tiempo mismo, es la idealidad y la realidad juntas en uno. La r a -
zón natural nos dice y la experiencia diaria nos enseña que el hom-
bre no puede llegar -en ningún arte ni en ninguna cosa á aquella
perfección relativa á que le es dado subir, si no tiene delante de
los ojos un modelo acabado de una perfección ma§ alta. Para que
el pueblo de Atenas adquiriera aquel instinto admirable para descu-
brir con una mirada simplicísima lo que en las obras* del ingenio
habia de literariamente bello ó de artísticamente sublime, y lo que
había de bellamente heroico en las acciones humanas, fué de todo
punto necesario que tuviera siempre delante de sus ojos las estatuas
de sus prodigiosos artistas, los versos de sus sublimes poetas, y las
acciones heroicas de sus grandes capitanes. El pueblo de Atenas,
tal como fué, supone "necesariamente sus artistas, sus poetas y
sus capitanes, tales como habían sido; y estos á su vez no llega-
ron á tan atrevidas alturas sin poner los ojos en alturas mas emi-
nentes. Todos los capitanes griegos alcanzaron á donde alcanzaron,
porque pusieron los ojos en Aquiles puesto en la cumbre altísima
de la gloria. Todos aquellos grandes artistas y aquellos eminentísi-
mos poetas no fueron grandes y eminentes, sino porque tenían
puestos los ojos en la Iliada y en la Odisea , tipos inmortales de la
belleza artística y literaria. Los unos y los otros no hubieran existi-
do jamas sin poner la vista en Homero, magnífica personificación
déla Grecia artística, literaria y heroica.


Esta ley en virtud de la cual todo lo que hay en las muche-
dumbres está de una manera mas perfecta en una aristocra-
cia , y de una manera incomparablemente mas perfecta y mas
alta en una persona, es tan universal, que puede ser considerada
en razón como ley de la historia. Esta ley está sujeta á su vez á
ciertas condiciones indeclinables como ella misma, y necesarias.




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Así, por ejemplo, es condición indeclinable de todas esas personi-
ficaciones heroicas, que pertenezcan á un tiempo mismo á la aso-
ciación especial que personifican, y á otra general y superior á la
que en ellas viene personificada. Aquiles, Alejandro, César,, Napo-
león, así como Homero, Virgilio y Dante, son todos á un tiempo
mismo ciudadanos de dos ciudades diferentes, de las cuales una
es local y otra general, una es inferior y otra superior : en la su-
perior viven juntos con cierta manera de igualdad, en la inferior
domina cada uno de ellos con un imperio absoluto ; en la superior
son ciudadanos, en la inferior emperadores. Esa ciudad superior,
en la que todos tienen un derecho igual de ciudadanía, se llama la
humanidad; y la inferior en que imperan, se llama aquí Paris,
allí Atenas y allá Roma.


Ahora bien : así como los pueblos, esas ciudades inferiores, se
condensan en una persona en la cual están como de relieve y de
una manera especial sus perfecciones y virtudes, de la misma
manera fué cosa convenientísima que esa ley universal de la per-
sonificación típica se cumpliera con respecto á aquella ciudad su -
perior que lleva por nombre el género humano. Las excelencias
tie esta ciudad, excelente sobre todas, llevaban consigo la conve-
niencia de una personificación superior á las demás personificacio-
nes , así como ella misma era superior á todas las otras ciudades,
y debia ser por lo tanto altísima, excelentísima y perfectísima. Ni
bastaba esto solo; porque para que se cumpliera la ley en todos sus
puntos, era conveniente que la persona en quien se condensara la
humanidad, reuniera en su unidad personal dos naturalezas dife-
rentes : por la una habia de ser hombre , y por la otra habia de
ser Dios; porque Dios solo es superior al hombre. Y no se diga
que para el cumplimiento de esta ley hubiera bastado la encarna-
ción de un ángel; como quiera que considerado el hombre como
compuesto de un alma espiritual y de una sustancia corpórea, par-
ticipa á un tiempo mismo de la naturaleza física y de la angélica,
siendo como la confluencia de todas las cosas creadas. Esto supues-
to , es evidente que la persona que habia de condensar así la natu-
raleza humana, habia de condensar en sí toda la creación: de don-




— 283 —


de se sigue que siendo, en cuanto hombre, todo lo creado, habiade
ser dios para ser al mismo tiempo otra cosa. Por último, para que
la ley que venimos exponiendo Se cumpliera del todo , era menes-
ter que la misma persona que en la ciudad inferior dominaba con
imperio, fuera como ciudadano y nada mas en la ciudad mas per -
fecta; por eso el Dios hecho hombre es único en el imperio de to-
das las cosas creadas, mientras que en el tabernáculo habitado por
la divina esencia es la persona del Hijo, en todo igual á la perso-
na del Padre y á la del Espíritu Santo.


Grande sería el error de los que creyeran que tengo por in-
vencible esta argumentación y por perfectas estas analogías. Su-
poner que el hombre puede ver claro en estos.hondos misterios,
es insigne ceguedad; y el solo propósito de apartar los velos divi-
nos que los cubren, me parece necia arrogancia, desatino y l o -
cura. No hay rayo de luz tan poderoso que baste á iluminar lo que
Dios escondió en el impenetrable tabernáculo que está defendido
por Jas divinas tiniebJas. Mi propósito aguí es solamente demostrar,
con una demostración vigorosa, que lejos de ser increible lo que
Dios nos manda creer, es no solo creible sino también razonable.
Yo creo que la demostración puede llevarse hasta los límites de
la evidencia, siempre que se reduzoa á poner en claro esta ve r -
dad : que todo el que deja la fé, va á parar al absurdo; y que las
tinieblas divinas son menos oscuras que las tinieblas humanas. No
hay dogma ni misterio católico que no reúna en sí estas dos con-
diciones necesarias para que sea razonable una creencia, convie-
ne á saber : la primera, explicarlo todo satisfactoriamente siendo
aceptados; la segunda, ser ellos mismos explicables y conípren-
sibles hasta cierto punto. No hay hombre ninguno de sana razón
y de recta voluntad que no se dé á sí mismo el testimonio, por
una par te , de su impotencia radical para llegar por sí hasta el
descubrimiento de las verdades reveladas, y por otra, de su
maravillosa aptitud para explicar todas esas verdades de una ma-
nera relativamente satisfactoria. Esto serviría para demostrar que
la razón no ha sido dada al hombre para descubrir la verdad,
sino para explicársela á sí mismo cuando se la muestran, y para




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verla cuando se la ponen delante. Tan grande es su miseria, y
su indigencia intelectual tan lamentable, que hoy dia es y no está
cierto todavía de la primera cosa que hubiera debido averiguar, si
en el plan divino hubiera entrado ,que pudiera averiguar por sí al-
guna cosa. Dígaseme, sino, si hay algún hombre que haya llegado
averiguar con certeza qué cosa es su razón, para qué la tiene,
de qué le sirve, y hasta dónde alcanza ; y como veo, por una par-
te , que esta es la letra A de este alfabeto, y por otra, que van ya
corriendo seis mil años des de que comenzó á balbuciría, sin que
haya acertado á pronunciarla, me creo autorizado para afirmar
que ese alfabeto no ha sido hecho para ser deletreado por el hom-
bre , ni el hombce para deletrear en ese alfabeto.


Volviendo á anudar el hilo de este discurso, diré que era cosa
excelentísima y convenientísima que la humanidad entera tuviera
delante un modelo universal de universal é infinita perfección, así
como las varias asociaciones políticas han tenido siempre uno, de
donde han sacado , como de su fuente, aquellas dotes y excelen-
cias especiales en que se han aventajado á las demás en los perío-
dos gloriosos de su historia. A falta de otras razones, esta bastaría
por sí sola para explicar el gran misterio que tratamos, como
quiera que solo Dios podia servir de acabado ejemplar y de mo-
delo perfectísimo á todas las gentes y naciones. Su presencia en -
tre los hombres , su doctrina maravillosa, su vida santísima, sus
tribulaciones sin cuento, su pasión llena de ignominia y oprobios,
y su cruelísima muerte, que todo lo acaba y lo corona, son las
únicas cosas que pueden explicar la altura prodigiosa á que subió
el nivel de las virtudes humanas. En las sociedades que caen al
otro lado de la cruz hubo héroes, en la gran sociedad católica ha
habido santos; y los héroes paganos son á los santos del Catolicis-
mo , guardada la debida proporción y con las reservas convenien-
tes , lo que las varias personificaciones de los pueblos á la personi-
ficación absoluta de la humanidad en la persona de un Dios hecho
hombre por el amor de los hombres. Entre esas varias personifi-
caciones y esta personificación absoluta hay una distancia infinita,
entre los héroes y los santos una distancia inconmensurable; nin-




— 285 —


gima cosa mas natural sino que, siendo infinita la primera, fuera
incomensurable la segunda.


Eran los héroes hombres que con la ayuda de una pasión car-
nal elevada hasta su última potencia obraban cosas extraordina-
rias. Los santos son hombres que , habiendo dado de mano á todas
las pasiones carnales, ponen el constantísimo pecho, exentos de
toda ayuda carnal, á la impetuosa corriente de todos los dolores.
Los héroes, poniendo en una exaltación febril todas sus fuerzas
propias, acometían con ellas á los que les hacían oposición y con-
traste. Los santos comenzaron siempre por hacer dejación de sus
propias fuerzas; y estando así desamparados y desnudos, entraron
en batalla á un mismo tiempo consigo mismos y con todas las p o -
tencias humanas é infernales. Proponíanse los héroes, alcanzar
gloria y muy alta, claro renombre éntrelas gentes. Miraron los san-
tos como cosa de menos valer el vano decir de las generaciones
humanas, pusieron en olvido el cuidado de su nombre y de su glo-
ria , y dejada á un lado como cosa vil su propia voluntad , lo pu-
sieron todo y se pusieron á sí mismos en mano de Dios, teniendo
por cosa gloriosísima y excelentísima tomar la librea de siervos su-
yos. Eso fueron los héroes, y eso fueron los santos : á unos y otros
les salió al revés délo que,pensaban : porque los héroes que pen-
saron henchir la tierra, cuan grande e s , con la gloria de su nom-
b r e , han caido en profundísimo olvido entre las muchedumbres;
mientras que los santos, que solo ponían los ojos en el cielo, son
honrados y reverenciados aquí abajo por pueblos, emperadores,
pontífices y reyes. ¡Cuan grande es Dios en sus obras, y cuan m a -
ravilloso en sus designios ! Piensa el hombre que él es el que va,
y es Dios el que le lleva. Piensa que va á da rá un valle, y sin
saber como, se encuentra en un monte. Este piensa que gana la glo-
ria, y cae en el olvido; aquel busca en el olvido refugio y descanso,
y se halla de súbito como ensordecido con el clamor de las gen-
tes que cantan su gloria. Todo lo sacrificaron los unos á su nom-
bre , y nadie se llama como ellos : su nombre acabó con ellos mis-
mos. Sus nombres fueron la primera cosa que pusieron los otros
como ofrenda en el 'aW de su sacrificio , y esto hasta el punto de




— 286 -


borrarlos de su propia memoria: pues bien, esos nombres que
•ellos olvidaron y escarnecieron, van pasando de padres á hijos y
de generación en generación como una gloriosísima reliquia y una
riquísima herencia. No hay católico ninguno que no se llame co-
mo un santo. Así se cumple todos los dias aquella divina palabra
que anunció la humillación de los soberbios y la exaltación de los
humildes.


Así como entre Dios hecho hombre y los reyes de la humana
inteligencia hay una distancia infinita, y entre los héroes y los
santos una distancia inconmensurable, entre las muchedumbres
católicas y las gentiles, y entre los que capitanean y guian á las
unas y á las otras, hay una inmensa.distancia; como quiera que
todas las copias se ordenan á sus modelos. La divinidad con su
presencia produce la santidad; la santidad de los mas eminentes
e s , á su vez, causa, por un lado, de la virtud de los medianos,
y por otro, del buen sentido de los menores. Por eso se observa
que no hay pueblo ninguno que no tenga buen sentido siendo
católico, ni gentil que tenga lo que se llama el buen sentido, es
decir, aquella sana razón que ve cada cosa como es en sí y en su
propio lugar, con una simple mirada\ Lo cual no causará mara-
villa al que considere que, siendo el Catolicismo el orden absolu-
to , la verdad infinita y la perfección suma, solo en él y por
él se ven las cosas en sus esencias íntimas, y en el lugar que ocu-
pan , y en la importancia que tienen, y en la maravillosa orde-
nación en que vienen ordenadas. Sin el Catolicismo no hay buen
sentido en los menores , ni virtud en los medianos, ni santidad en
los eminentes; porque el buen sentido , la virtud y la santidad en
la tierra suponen un Dios hecho hombre , ocupado en enseñar la
santidad á las almas heroicas, la virtud á las firmes, y en endere-
zar la razón de las descaminadas muchedumbres envueltas en tinie-
blas y sombras de muerte.


Ese maestro divino es aquel ordenador universal que sirve de
centro á todas las cosas: por esta razón, por cualquier lado que
se le mire, y por cualquier aspecto que se le considere , se le ve
siempre en el centro. Considerado como Did^y como hombre á




— 287 —


un tiempo mismo, es aquel punto céntrico en que se juntan en
uno la esencia criadora y las sustancias creadas. Considerado so-
lamente como Dios, bijo de Dios, es la segunda persona, es de-
cir, *1 centro de las tres personas divinas. Considerado solamente
como hombre, es aquel punto central en que se condensa con
misteriosa condensación la naturaleza humana. Considerado como
Redentor, es aquella persona central sobre la cual vienen á un
tiempo mismo todas las divinas gracias y todos los divinos r igo-
res. La Redención es la gran síntesis en la que se concilian y se
juntan la divina justicia y la divina misericordia.'Considerado á
un tiempo mismo como Señor de cielos y tierra, y como nacido
en un pesebre, y viviendo vida desnuda, y padeciendo muerte,
de cruz, es aquel punto central en que se juntan para concillarse
en una síntesis superior todas las tesis y todas las antítesis, en su
perpetua contradicción y en su variedad infinita. Él es el indigen-
tísimo y el opulentísimo, el siervo y el rey , el esclavo y el señor;
está desnudo y vestido con vestiduras resplandecientes, obedece
á los hombres y manda á los astros; no tiene pan para aplacar
su hambre, ni agua para templar su sed, y manda á las rocas que
rebienteny álos panes que se multipliquen, para que viva el pue-
blo y para que tengan hartura las muchedumbres. Los hombres
le afrentan y los serafines le adoran; en un mismo instante, obe-
dientísimo y potentísimo, muere porque le mandan morir, y man-
da al velo del templo que se rompa, á los sepulcros que se abran,
á los muertos que resuciten, al Buen Ladrón que le siga, á la na-
turaleza toda que pierda el sentido , y al sol que encoja sus rayos.
Viene en medio de los tiempos, anda en medio de sus discípulos,
nace en el punto central-de dos grandes mares y de tres inmen-
sos continentes. Es ciudadano de una nación que guarda el justo
medio entre las del todo independientes y las del todo sujetas; se
llama á sí propio el camino, y iodo camino es centro; se llama la,
verdad, y la verdad ocupa el medio de las cosas; es la vida, y
la vida, que es lo presente, es el medio entre lo pasado y lo futu-
r o ; pasa la vida entre los aplausos y los vituperios, y muere en-
tre dos ladrones.




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Y por eso fué á un tiempo misino escándalo para los judíos y
locura para los gentiles. Los unos y los otros tenían naturalmente
una idea de la tesis divina y de la antítesis humana; pensaban
empero, y en esto, humanamente hablando, no iban fuera desca-
mino, que esa tesis y esa antítesis eran inconciliables y de todo
punto contradictorias: el entendimiento humano no podia levan-
tarse hasta su conciliación por medio de una síntesis suprema. El
mundo habia visto siempre ricos y pobres: pero no podia conce-
bir como posible la unión en una persona, de la indigencia mayor
y de la opulencia smna. Pero eso mismo que parece absurdo á la
razón, parece á esa misma razón convenentísimo cuando la per-
sona en que esas cosas se juntan es una persona divina, la cual,
ó no habia de ser ni habia de venir, ó habia de ser y habia de
venir de esa manera. Su venida fué la señal de la conciliación
universal de todas las cosas y de la paz universal entre todos los
hombres : los pobres y los ricos, los humildes y los potentes, los
venturosos y los atribulados, todos fueron unos en él , y solo en él
fueron unos; porque solo él era á un mismo tiempo opulentísimo é
indigentísimo, potentísimo y humildísimo, venturosísimo y atr i-
buladísimo. Esta es aquella fraternidad pacífica que él enseñó á
los que abrieron sus entendimientos y sus oidos á su divina pala-
bra. Esta es aquella fraternidad evangélica que vienen predicando
unos después de otros, con perpetua é incansable predicación,
todos los doctores católicos. Negad á nuestro Señor Jesucristo , y
luego al punto comienzan los bandos y las parcialidades, y los
grandes tumultos, y las soberbias rebeliones, y las vociferaciones
siniestras, y las discordias insensatas, y los rencores implacables,
y las guerras sin término., y las sangrientas batallas. Los pobres
alzan pendones contra los ricos, contra los venturosos los escasos
de ventura , las aristocracias contra los reyes , las muchedumbres
contra las aristocracias; y u n a s ^ o n otras, como dos inmensos
océanos que se juntan en la boca del abismo , las alteradas y bár -
baras muchedumbres.


La verdadera humanidad no está en ningún hombre: estuvo
en el Hijo de Dios , y allí es donde se nos revela el secreto de su




- 289 —


naturaleza contradictoria; porque por un lado es altísima y exce-*
lentísima , y por otro es la suma de toda indignidad y de toda ba-
jeza. Por un lado es tan excelente, que Dios la tomó por suya
uniéndola con el Verbo; tan alta, que fué, desde el principio y an -
tes de que viniera , prometida por Dios, adorada por los patriarcas
en silencio, denunciada á veces por los profetas, revelada al mun-
do hasta por sus falsos oráculos, y figurada en todos los sacrificios
y en todas las figuras. Un ángel se la anunció á una virgen , y el
Espíritu Santo la formó por su propia virtud en sus virginales e n -
trañas; y Dios entró en ella y la unió as í perpetuamente; y unida
perpetuamente á Dios aquella humanidad sacratísima, fué celebra-
da en su nacimiento por los ángeles, publicada por las estrellas,
visitada por los pastores, adorada por los reyes; y cuando Dios
junto con esta humanidad quiso ser bautizado, se abrieron las b ó -
vedas del cielo, y se vio venir sobre él al Espíritu Santo en figura
de paloma, y sonó en las encumbradas alturas aquella gran voz
que decia:—Este es mi Hijo muy^ amado en quien me agradé siem-
pre;—y luego, cuando comenzó á predicar, tales maravillas obró,
sanando á los dolientes, consolando á los afligidos, resucitando á
los muertos, mandando con imperio á los vientos y á los mares,
descubriendo las cosas escondidas y anunciando las venideras, que
causó espanto y puso en admiración á los cielos y á la tierra, á los
ángeles y á los hombres. Ni pararon aquí aquellos prodigios; por -
que aquella humanidad fuá vista de todos hoy muerta y tres días
después gloriosa y resucitada, vencedora del tiempo y de la muer-
te , y hendiendo calladamente los a i res , se la vio subir á lo alto
como á una divina aurora.


Y ésta misma humanidad, por un lado gloriosísima, era, por otro
ejemplar de toda bajeza, como predestinada por Dios, sin ser ella
pecadora, á padecer por la sustitución la pena del pecado. Por
eso camina tan abatido por el mundo aquel en cuyo rostro divino
se miran los ángeles; por eso está tan pesaroso y tan triste aquel
en cuyos ojos toman los cielos su alegría; por eso anda por este
bajo suelo desnudo aquel que en las divinas cumbres viste un man-
to arrebolado de estrellas; por eso anda, como si fuera pecador»


T O M O iv. 19




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entré los pecadores, siendo e l santo de los santos: aquí conversa
con el blasfemo, allí platica con la adúltera , mas allá discurre con
el avaro. A Judas da un ósculo de paz, y á un ladrón le ofrece su
paraíso; y cuando conversa con los pecadores, lo hace con tanto
amor, que las lágrimas se cuajan en sus ojos. Este hombre debe ser
gran entendedor de dolores , cuando así se apiada de los doloridos,
y gran sabedor .de padeceres, cuando así se apiada de los misera-
bles. En cuanto baña el sol y en cuanto se dilata la tierra, no hubo
hombre ninguno puesto en tan grande horfandad y en tan grande
desamparo. Un pueblo entero le maldice* de sus discípulos, uno le
vende , otro le niega, y los otros le abandonan; ni tiene agua pa-
ra humedecer sus labios , ni pan para aquietar su hambre , ni al-
mohada para reclinar su frente. Ninguna agonía hubo igual á la
agonía que padeció en el huerto, porque todos sus poros manaron
sangre; su rostro fué luego herido con bofetadas-, sus carnes cu-
biertas con una púrpura de escarnio, y su frente coronada con una
punzante corona; cargó con su propia cruz , y se derribó en el sue-
lo muchas veces, y subió la ladera del Gólgota seguido de deliran-
tes muchedumbres que iban llenando los aires de vociferaciones
siniestras. Cuando fué puesto en lo alto, creció sü abandono á pun-
to que su mismo Padre apartó sus ojos de é l , y los ángeles que le
servían , por no verle, se cubrieron con sus alas temerosos y tur-
bados ; hasta la parte superior de su alma dejó á su humanidad en
aquel trance de su muerte, permaneciendo á todo indiferente y se-
rena. Y las turbas meneando la cabeza le decían: Si eres el Hijo de
Dios , desciende de esa cruz.


¿Cómo creer, sin una especial gracia de Dios, en la divinidad
del que está puesto en aquel trance y estado? ¿Cómo no habían de
ser entonces tenidas sus palabras por escándalo y locura? Y sin em-
bargo , aquel hombre, puesto allí en .tan grande desamparo y en
mortal agonía, sujetó el mundo á su ley, ganándole como por asal-
to con el esfuerzo de unos pobres pescadores, como él, desampara-
dos de todos, peregrinos en la tierra y miserables. Por él mudaron
tos hombres sus vidas , por él dejaron sus haciendas, por su amor
tomaron su cruz, y salieron de las ciudades, y poblaron losdesíer-




— 291 —


tos, y dieron de mano á todos los placeres, y creyeron en la fuerza
santificante del dolo», y vivieron vida limpia y espiritual, y dieron
á sus carnes castigos atroces, trayéndola siempre sujeta: y á mas de
esto creyeron con firmísima fé, poco después de su muerte, cosas e s -
tupendas é increíbles; porque creyeron que aquel que habia sido
crucificado, era hijo único de Dios, y Dios; que habia sido concebido
en el seno de una virgen por obra del Espíritu Santo; que era s e -
ñor de cielos y tierra el mismo que habia nacido en un pesebre,
y habia sido envuelto en humildísimos pañales; que muerto ya, ba-
jó al infierno y se llevó consigo las" almas limpias y puras de los
antiguos patriarcas; que tomó después su propio cuerpo , y le sacó
glorioso del sepulcro, y se le llevó por los aires, trasfigurado ya y
resplandeciente; que la mujer que le halíia llevado en sus entrañas
era , al mismo tiempo que madre amorosa, inmaculada virgen, que
fué arrebatada por los ángeles al cielo, que fué aclamada allí, pol-
las falanges angélicas y por edicto soberano, reina de la creación,
madre de los desamparados, intercesora de los justos , abogada de
los pecadores, madre del Hijo, esposa del Espíritu Santo; que to-
das las cosas visibles son de menos valer, y dignas solo de menos-
precio al lado de las secretas é invisibles; que no hay otro bien sino
el que está en padecer trabajos, y en aceptar dolores, y en arros-
trar angustias, y en vivir en perpetua tribulación y congoja, ni
otro mal sino el placer y el pecado; que el agua del bautismo puri-
fica, que la confesión de la culpa levanta , que el pan y el vino se
convierten en Dios, que Dios está en nosotros , y fuera de nos-
otros en todas partes; que tiene contados todos los cabellos de nues-
tra cabeza, que ninguno nace sin su ordenación, y que no cae
ninguno sin su permiso ó sin su mandato; que si el hombre piensa
su pensamiento, él es el que se le pone delante; que si su voluntad
se inclina, él es el que la mueve; que él ss el que le fortifica cuan-
do se esfuerza , y que tropieza y cae si llega á faltarle su ayuda >
que los muertos resucitan y vienen á juicio; que hay cielo y hay
infierno, penas eternas y gloria perdurable; que todo esto habia


. de ser creido por el mundo, contra el poder todo del mundo; y
que esta maravillosa doctrina se habia de abrir paso invencible




— 292 -


contra la voluntad y á pesar del gran poderío de príncipes, reyes
y emperadores; que por ella habían de dar su sangre y padecer
tormentos falanjes infinitas de confesores ilustres , de doctores in-
signes , de vírgenes delicadas y púdicas, y de mártires gloriosos;
que la locura del Calvario habia de ser tan contagiosa, que habia
de enloquecer á las gentes en cuanto mira el sol y en cuanto a l -
canza todo el orbe de la tierra.


Todas estas cosas increíbles fueron creídas por los hombres,
cuando tuvo fin aquella gran tragedia de las tres horas que se r e -
presentó en el Gólgota, con miedo del sol y con temblor de la tier-
ra en todos sus miembros. Así tuvo cumplido efecto aquella pala-
bra que pronunció Dios por Osea, diciendo: In funkulis Adam
traham eos, in vinculis charitatis. (C, 1 1 , vers, 4.) Los hombres
han caido en esa celada del amor, que les tendió el Hijo del Dios
vivo, blanda y amorosamente. El hombre es de tal condición, que
se rebela contra la omnipotencia; se alza contra la justicia, y resis-
te á la misericordia; pero cae en dulcísimo desmayo , y como p e -
netrado en amor hasta en la médula de sus huesos, si por ventu-
ra oye la voz dolorida y lastimera de aquel que muere por é l , y
que muriendo le ama. ¿Por qué me persigues? Esta es aquella voz
temerosa á un tiempo mismo y amante , que suena de continuo en
los oídos de los pecadores: y ese acento de queja dulcísima, amo-
roso y suave, es el que va derecho al alma, y la trasforma y la
muda y la convierte toda á Dios, y la obliga á buscarle por los
poblados y por los desiertos, por los montes bravos y por las tier-
ras llanas, por los campos agostados y por los verjeles. Aquella
voz es la que enciende al alma en el casto amor del esposo, y la
que la lleva como enloquecida y desalada en seguimiento de sus
embriagantes perfumes, como la sed lleva al ciervo á los hermosos
manantiales de aguas vivas. Dios vino al mundo para poner fuego
á la tierra, y la tierra comenzó á humear y luego á arder por to-
dos sus cuatro costados, y de dia en dia se han ido dilatando por
todas las regiones las llamas poderosas de esos divinos incendios.
El amor explica lo inexplicable, y el hombre cree por el amor l o .
que carece increíble, y obra lo que parecía imposible de obrarse:




— 203 —
porque con el amor todo es hacedero y todo es llano.


Cuando aquellos de los apóstoles que vieron al Señor antes de
padecer, trasfigurado y vestido de blanquísimas vestiduras, mas
resplandecientes que el sol y mas blancas y puras que el ampo de
la nieve, dijeron, como extáticos y absortos: Quedémonos aquí,
—aun no tenían idea del divino amor, ni de sus inefables deleites;
por eso el gran Apóstol, maestro ya en este gran arte del amor, dijo
después: Solo una cosa quiero entender, que es Jesucristo; y ese,
crucificado; que fué tanto como decir. Quiero saberlo todo, y pa -
ra saberlo todo, quiero saber á Jesucristo solamente; porque solo
en él están juntos todos los saberes, y unidas entre sí todas las
cosas. ¥ añadió después: Y ese, crucificado; y no dijo: y ese, tras-
figurado y glorioso; porque poco importa conocerle en su omni-
potencia, asistiendo con el .pensamiento á'la .obra maravillosa de
la creación universal, ni. basta conocerle en su gloria cuando está
su faz resplandeciendo con una luz increada, y cuando las potes-
tades del cielo se derriban absortas ante el acatamiento divino;
ni satisface del todo verle pronunciar Jos fallos de su justicia in -
apelables, rodeado de ángeles y serafines; ni el alma queda del
todo satisfecha; cuando asiste á las altas maravillas de su infinita
misericordia. El Apóstol, con una sed que nada aplaca, y con un
hambre sin hartura, y con un deseo invencible', quiere mas , y
pide mas y lleva mas alto el atrevido pensamiento; porque no se
contenta sino con saber á Cristo crucificado, es decir, como él d e -
sea mas ser sabido; de la manera mas alta y excelente que la r a -
zón puede concebir, y la imaginación imaginar, y desear el mas
altivo y levantado deseo; porque eso es conocerle en el acto de
su amor incomprensible é infinito. Eso es lo que quiere significar
el Apóstol cuando dice: Ninguna cosa quiero saber sino á Jesu-
cristo; y ese, crucificado.


A ese solo quisieron saber los pocos bienaventurados que to-
maron su cruz y fueron poniendo el pié atentamente en donde
vieron el rastro sangriento y glorioso de sus pisadas. A ese solo
quisieron saber aquellos padres del yermo que convirtieron los de-
siertos desnudos en pensiles del paraíso. A ese solo quisieron sa-




— 294 —


ber aquellas vírgenes casias, milagro de fortaleza , que, puestas
todas las concupiscencias á sus pies, le tomaron por esposo y le
consagraron sus limpios y virginales pensamientos. A ese solo qui-r
sieron saber todos los q u e , convertidos en fuentes sus ojos, han
recibido las tribulaciones con alegría de corazón, y se han en-
cumbrado con pié firme en el áspero monte de la penitencia.


Entre las maravillas de la creación, el alma en caridad es la
mas maravillosamente admirable, no solo porque su estado es el
mas subido y excelente que en este bajo suelo se puede enten-
der , sino también porque ella va declarando á voces los prodi-
gios obrados por el amor divino, el cual no fué solo poderoso para
borrar nuestro pecado, y con él el desorden y la causa de todo
desorden, sino también para indinarnos á desear libremente aque-
lla misma deificación que desechamos antes, y para hacer que
pudiéramos conseguir aquello que deseamos, aceptando la ayuda
de la gracia que merecimos en el Señor y por el Señor, cuando
para merecérnosla y para que la mereciéramos derramó su san-
gre en el Calvario. Todas estas cosas significan aquellas palabras
memorables que Jesucristo pronunció al tiempo de espirar, cuan-
do dijo: Todo se ha consumado: que fué tanto como decir: Aca-
bé con el amor lo que no pude ni con mi justicia , ni con mi mi -
sericordia, ni con mi sabiduría, ni con mi omnipotencia; porque
borré el pecado, que hacia sombra á la Majestad divina y á la b e -
lleza humana, y saqué á la humanidad de su vergonzoso cauti-
verio , y di al hombre la potestad que con la culpa habia perdido
de salvarse. Ya puede bajar mi espíritu á fortificar al hombre, á
embellecer al hombre, á deificar al hombre; porque le he traído
á m í , y le he unido á mí con potentísima y amorosísima lazada.


Cuando aquella palabra memorable fué pronunciada por el Hijo
de Dios al espirar en la cruz, todas las cosas quedaron maravi-r
liosamente ordenadas, y ordenadamente perfectas.




Gada uno de los dogmas contenidos, así en este libro como en
el anterior, es una ley del mundo moral; cada una de esas leyes es
de suyo incontrastable y perpetua; todas juntas componen el có -
digo de las leyes constitutivas del orden moral en la humanidad y
en el universo; las cuales unidas á las físicas , á que están sujetas
las materiales , forman la ley suprema del orden , por la que sé r i -
gen y gobiernan todas las cosas criadas.


De tal manera y hasta tal punto es necesario que todas las co-
sas estén en un orden perfectísimo , que el hombre, desordenándo-
lo todo, no puede concebir el desorden ; por eso no hay ninguna
revolución que , al derribar por el suelo las instituciones antiguas,
no las derribe en calidad de absurdas y de perturbadoras; y que,
al sustituirlas con otras de invención individual, no afirme de ellas
que constituyen un orden excelente. Esta es la significación de
aquella frase consagrada entre los revolucionarios de todos los
tiempos, cuando llaman á la perturbación que santifican un nuevo
orden de cosas. Hasta Mr. Proudhon , *1 más atrevido de todos, no
defiende su anarquía sino en calidad de expresión racional del o r -
den perfecto, es decir, absoluto.


De la necesidad perpetua del orden se sigue ta necesidad p e r -
petua de las leyes así físicas como morales que le contituyen ; por
esa razón, todas ellas fueron creadas y proclamadas solemnemente
por Dios de|de el principio de los tiempos. Al sacar al mundo de la
nada, al formar al hombre del barro de la t ierra, al sacar á la mu-
jer de su costado , al constituir la primera familia, quiso Dios de -
clarar de una vez para siempre las leyes físicas y morales que cons-
tituyen el orden en la humanidad y en el universo, sustrayéndo-
las de la jurisdicción del hombre, y poniéndolas fuera del alcan-
ce de sus locas especulaciones y de sus vanos antojos. Hasta los
dogmas de la encarnación del Hijo de Dios y de la redención del
género humano, que no habian de ser cumplidos sino en la pleni-




— 296 —


tud de los tiempos, fueron revelados por Dios en la edad paradisia-
- ca, cuando hizo á nuestros primeros padres aquella misericordiosa


promesa con que vino á templar el rigor de su justicia.
El. mundo ha negado esas leyes vanamente: aspirando á resca-


tarse de su yugo por su negación, ninguna otra cosa ha consegui-
d o , sino hacer su yugo mas pesado por medio.de las Catástrofes,


• las cuales se proporcionan siempre á las negaciones; siendo esta
misma ley de proporción una de las constitutivas del orden.


Libre y extendido campo" dejó Dios á las opiniones humanas;
anchos fueron los dominios que sujetó al imperio y al libre albedrío
del hombre, á quien fué dado señorearse del mar y de la tierra,
rebelarse contra su Criador, mover guerra á los ciclos, entrar en
tratos y alianzas con los espíritus infernales, ensordecer al mundo
con el rumor de las batallas, abrasar las ciudades con incendios y
discordias, estremecerlas con las tremendas sacudidas de las revo-
luciones , cerrar el entendimiento á la verdad y los ojos á la luz,
y abrir el entendimiento al error y complacerse en las tinieblas;
fundar imperios y asolarlos, levantar y allanar repúblicas, cansar-
se de repúblicas, imperios y monarquías; dejar aquello que quiso,
volver á lo que dejó, afirmarlo todo , hasta lo absurdo ; negarlo
todo , hasta la evidencia; decir no hay Dios, y soy Dios; proclamar-
se independiente de todas las potestades, y adorar al astro que le
ilumina, al tirano que le oprime, al reptil que se arrastra por el
suelo , al huracán que viene rebramando , al rayo que cae , al nu-
blado que le lleva, á la nube que pasa.


Todo esto y mucho mas le fué dado al hombre; pero mientras
que todas estas cosas le fueron dadas, los astros cursa» perpetua-
mente y con pe rpe tua cadencia en giros concertados, y las esta-
ciones se mueven unas en pos de otras en armoniosos círculos , sin
alcanzarse y sin confundirse jamás; y la tierra se viste hoy de yer-
bas , de árboles y de mieses, como lo hizo siempre desde que r e -
cibió de lo alto la virtud de fructificar; y todas las cosas físicas
cumplen hoy , como cumplieron ayer y como cumplirán mañana,
los divinos mandamientos, moviéndose en perpetua paz y concor-
dia , sin traspasar un punto las leyes de su potentísimo Hacedor,




— 297 —


FIN DEL' ENSAYO S O B R E EL CATOLICISMO, EL LIBERALISMO Y EL SOCIALISMO.


TOMO IV. . 20


queeon mano soberana concierta sus pasos, refrena sus ímpetus y
da rienda á su Curso. .


Todo aquello y mucho mas le fué dado al hombre; pero mien-
•* tras que todas aquellas cosas le fueron dadas, no pudo tanto que á


su pecado no siguiera el castigo, y á su delito la-pena, y á su pr i -
mera transgresión la muerte, y la condenación á su endurecimiento,
y á su libertad la justicia , y á su arrepentimiento la misericordia,
y á los escándalos la reparación, y á las rebeldías las catástrofes.


Al hombre le ha sido dado poner á sus pies la sociedad desgar-
rada con sus discordias, echar por tierra los muros mas firmes, en-
trar á saco las ciudades mas opulentas, derribar con estrépito los
imperios mas extendidos y nombrados, hundir en espantosa ruina
las civilizaciones mas altas, envolviendo sus resplandores en la den-
sa nube de la barbarie. Lo que no le ha sido dado, es suspender
por un solo dia, por una sola hora , por un sólo instante , el cum-
plimiento infalible de las leyes fundamentales del mundo físico y
del'moral, constitutivas del orden en la humanidad y en el univer-
so ; lo que no ha visto ni verá el mundo, es que el hombre que hu-
ye del órdeti por la puerta dej pecado, no «vuelva á entrar en él
por la de la pena, esa mensajera de Dios, que alcanza á todos con
sus mensajes.






APÉNDICE
A l


ENSAYO SOBRE EL CATOLICISMO EL LIBERALISMO Y EL SOCIALISMO






ERRORES TEOLÓGICOS Y FILOSÓFICOS


D E L


S E Ñ O R D O N O S O - C O R T E S ,


•ARQUES DE VALDEOAMAS


Artículos publicados en la Revista francesa, titulada L 'AMI DE LA RELIGIÓN,
durante el i b a * de Enero de 1853, por el presbítero P . Gaduel, vidario general


y antiguo profesor de Teología „


i\o sin larga vacilación y profundo disgusto me he resuelto á manifestar
los graves y numerosos errores teológicos y filosóficos en que ha incurrido
el respetable SR. DONOSO CORTÉS. Los motivos de esta vacilación y este dis-
gusto se comprenderán fácilmente, si se atiende al carácter y á las loa-
bles intenciones del respetable escritor á quien me yeo precisado á criti-
can asi es que de buena gana "hubiera callado, si los escritos en que aque-
llos errores aparecen, no hubieran alcanzado mas que una mediana voga;
pero el ruido que cierta parte de la prensa hace de algún tiempo acá
con el nombre y las producciones del publicista español, ha sido dema-
siado para que el silencio que acaso dictaban ciertas consideraciones de be-
nevolencia, pueda avenirse con lo que e^dge aquella otra caridad mas ele-
vada, que consiste en poner el interés de la verdad sobre todas las demás
cosas. ' . '




— 302 —


Todo el mundo conoce los extremados elogios prodigados por el Uni-
vers al Sr. Donoso: el autor de un sistema clásico (1) que ha llegarlo á ser
celebérrimo durante algunos meses, se aventura á decir, que tener á su
favor al Sr. Donoso, era quedar libre de toda sospecha en materia de doc-
trina. No se hubiera dicho'mas, si se hablara de San Agustín, de Santo To-
mas, o del Soberano Pontífice.


Finalmente, y esto es mas grave, la obra que principalmente ocasiona
nuestras criticas, el ENSAYO SOBRE EL CATOLICISMO, EL LIBERALISMO Y EL SO-
CIALISMO ,forma parte de laBtylioteca Nueva de religión, historia, ciencias y
literatura, publicada por una reunión de escritores católicos bajo la direc-
ción del Sr. Luis Veuillot. No-tengo bastantes datos para decir el favor que
gozé con el público esta biblioteca; pero puedo asegurar que jamas se" ha
anunciado una publicación con mas altas y graves'pretensiones.—«Em-
prendemos , dice su prospecto ,»la tarea de mostrar á la sociedad sus erró-
res, enseñarla el camino por donde se ha perdido, y el que puede restau-


rarla.... Nuestras obras tratarán de todo lo que sea importante saber....
Queremos que el poseedor de nuestra biblioteca pueda hallar en ella no-
ciones exactas y formales sobre todas las cuestiones que en nuestros dias
ocupan al entendimiento humano... Hemos meditado profundamente nues-
tro plan, y para realizarle, nos hemos rodeado .de hombres que en todo
comparten nuestras convicciones; y desde luego confiamos en que el nom-
bre del director de nuestra biblioteca tiene dadas suficientes pruebas....
etc. etc.»'—Viene después la nomenclatura de los trabajos que debe com-
prender esta colosal empresa: historia sagrada, religión, teología usual,
todas las historias, todas las literaturas antiguas y modernas, francesas y
extrangeras, las ciencias, las bellas artes , los artes y oficios, la economía,
la crítiea, el derecho público y la jurisprudencia.


Tal impresión causó al respetable Sr. Doiroso, y en esto alabamos su
celo, la perspectiva de los bienes inmensos que debian esperarse de esta
biblioteca, que no vaciló en llamarla obra inspirada por Dios, y el prensa-
miento mas útil que podia concebirse en las actifales circunstancias del
mundo.—«El mundo está necesitado de verdad^ (escribía al Sr. Veuillot),
dadle lo que necesita»—y desde luego, el marques de Valdegamas, para
contribuir por su parte á la grande obra, prometia á la Biblioteca Nueva
su ENSAYO SOBPE ÉL CATOLICISMO , poniéndolo enteramente á la disposición
del director de la empresa.


En vista de tan completa adhesión, seguida de una colaboración tan
generosa y lisongera, claro está que los redactores del Univers no podían
menos de mostrarse agradecidos, procurando pagar en elogios y renom-


(1) Se refiere al presbítero Gaume, autor del célebre libro titulado: Le Ver
rongvur. '




— 303 —
bre el servicio tan importante que recibían del Sn. DONOSO. Y no menos
claro está que una obra patrocinada por un órgano tan universal, y por
voces tan conocidas y autorizadas, no ha podido menos de obtener gran­
dísima voga, y ejercer en los ánimos una iiifluencia tan considerable como
peligrosa; que es cabalmente lo que nos ha decidido á levantar Ja voz,
considerando que el remedio debo aquí ser tan público, como el mal
causado. *


Por lo demás, al señalar los errores del SR. DONOSO CORTÉS, no está
de manera alguna en mi ánimo la idea de ofender en nada la respetabili­
dad del escritor, ni tampoco suscitar la mas ligera sospecha acerca de la
pureza y rectitud dé sus intenciones. El Sn. DONOSO CORTÉS es un fervo­
roso^cristiano, de un talento distinguido, y que á veces se eleva hasta po­
seer el^enio de la elocuencia, de ivna reputación parlamentaria poco со­
пят , y sobre todo, de una sincera devoción á la Iglesia: ha prestado, y
puede todavía prestar servicios á la causa católica: y éste homenaje de sin­
cera y profunda estimación que le tributo aquí con la mejor voluntad,
prueba que de ningún modo entra en mi propósito desalentarle ni resfriar
su celo.


Pero á vueltas de merecimientos tan positivos, el S n r DONOSO CORTÉS
ha cometido una falta, única sin duda­, aunque muy grave, y.de la cual se
han liecho también responsables el S i \ Luis Veuillot y sus amigos publi­
cando el libro de aquel, y elevando á tanta altura su reputación. Da falta
del SR. DONOSO .consiste en haberse arrojac}o á tratar en un escrito pú­
blico las cuestiones mas arduas de teología, sin estar preparado con los es­
tudios necesarios y sin haber adoptado la prudente é indispensable precau­
ción de hacer cuando menos revisar sus obras antes dé imprimirlas, por
hombres.competentes y autorizados. Bien es verdad que esta falta no es
privativa del SR. 'DONOSO; y aun pudiera disculpársele de ella, si el mal
ejemplo pudiera alguna vez servir de disculpa.


En otros tiempos nadie escribia sino de aquello que tenia bien sabido,
y no hay sino leer las medianas entre las obras de los siglos xvi y xvn, para
convencerse de que sus autores, nutridos con sólidos estudios, sabían
mucho mas de lo quetiecían. Hoy día sucede todo lo eontrario: se dice mas
de lo que se sabe, y aun & ha hecho moda escribir en todos los géneros
lo que no se sabe de ningún modo. Sin.hablar щт mas que de las­ obras
religiosas, ¿cuántos escritores no hay que todos los dias y con la mas sor­
prendente J)uena fé tratan en libros, en revistas, en" periódicos, de toda
especie de .materias teológicas, canónicas, ascéticas etc., sin haber cur­
sado sobre tan delicado asunto ningún estudio sólido, ni emprender el al­
to y sagrado ministerio de escribir con otra preparación que tal cual lectura
somera, junta con cierta facilidad de estilo ? Mal gravísimo por cierto, que




— 304 —


nadie puede tener en poco, pues que tiende á corromper lo mas preciado
que hay sobre la tierra, esto es, la verdad y el buen sentido.


La gente profana, en su mayor parte apenas estudia hoy la religion
mas que en obras de aquella -indole l leídas con tanta mayor avidez,
cuanto mayor es el mérito literario que muchas, veces las distingue : lan-
zanse tras unos, otros escritores, que sin mayor ciencia, aunque con igual
rectitud de intenciones, se forman, ó mejor dicho, se echan á perder en
la escuela de sus antecesores, continuando la serie d e errores é inexactitu-
des que han aprendido de ellos. La juventud misma del Clero no tiene


• siempre aquella suma de luces y de doctrina ni la solidez de espíritu nece- *
sarias para conocer y evitar ciertos errores sutiles, que son como veneno
infiltrado en-la verdad.


De aquí proviene ese desenfreno de ideas, esas desacordadas «extra-
vagancias y asombrosas exageraciones, esa confusa amalgama de error
y de verdadj esa intemperancia d e pensamientos y d e lenguaje*, esa va-
guedad é incertidumbre, esa ignorancia,, en fin, q u e poco á poco se
apoderan (Je los ánimos, diseminadas mas y mas cada dia en libros y pe-
riódicos , y las cuales, á decir verdad, viciarían á veces hasta el mismo
pulpito, sino fuese por la severa y constante vigilancia de,-los Obispos.
Mal tanto mas grave y contagioso ,• cuanto que son tres las causS que
concurren, á propagarlo, formando en pro de los escritores á que me re-
fiero, «reputaciones facticias en el orden científico y, literario l que extra-
vian á otros talentos, y abren, por decirlo así, á la multitud que se lan-
za en pos de aquellos escritores, ciertas como corrientes de estimación, en
que los ilusos se dejan arrastrar para verse pronto envueltos en un tor-
rente de errores. Estas causas son: la librería, con el interesado charlata-
nismo de sus prospectos; los periódicos, con la retórica ordinariamente
tan ignorante de sus extractos; y los partidos, con su espíritu siempre
ciego de pandülage. ¡Cuántos hombres hay levantados de esta manera en
alas de la fama, y cuya voga, aun efímera, sería inconcebible si no se la
pudiera- explicar por una de estas tres causas, por todas tres juntas algu-
nas veces, y especialmente por la tercera! Dia vendrá, y acaso no está
muy lejos, en que se comprenda la necesidad de revisar y reducir en fin
á su justo valor todas estas reputaciones usurpadas y seductoras, si es qut
no hemos de acabar de todo punto con la ciencia y el buen sentido. En-
tre tanto, lo que mas importa es impedir el daño que estas falsas reputa-
ciones pueden causar, sirviendo al error de salvo conducto. .


Tales son las consideraciones que me han hecho tener por útil y ne-
cesario poner de manifiesto los errores teológicos'y filosóficos del SR. DO-
NOSO CORTÉS. Dios—la Trinidad—la caida del hombre—los efectos del
pecado original—la revelación—la razón—-el libre albedrío,—los sacri-




ficios—i las relaciones del paganismo con la religión verdadera—la En-
carnación— la gracia — la propagación del cristianismo—la Iglesia ect....
Todas estas graves cuestiones trata, el SR. DONOSO CORTÉS con una te-
meridad y un arrojo que no pueden compararse sino á la sinceridad de
su buena fe. Sin advertirlo, sin que parezca siquiera sospecharlo, se. des-
prenden de su pluma los errores con una facilidad asombrosa. Entre es-
tos errores, á veces rfluy graves, los hay que indudablemente están en su
espíritu : oíros no están sino en la manera con que ha expresado su pensa-
miento. De vez en cuando, si el lector fija la atencion«en las palpables"y
evidentes contradicciones que se le ofrecen, verá claramente que el au-
tor, al decir mal una cosa, la pensaba bien en el fondo. Flojo en la cien-
cia teológica, es lo mas todavia emel lenguage tan rigoroso y delicado de
esta ciencia. Pero"de todos modos, justo es siempre decir que ya se ex-
travie el pensamiento, ya sea únicamente la pluma del escritor, su cora-
zón nunca- flaquea, y su voluntad es y permanece constantemente»católi-
ca. Quedará esto plenamente probado con los extractos que-pondré á con-
tinuación.


I.
ERRORES ACERCA DE DIOS.


Incurren en error, según el SR." DONOSO CORTÉS .
«Los que van á buscar la última ( 1 ) explicación de los - sucesos , y a en las cau-


sas segundas , que existen todas bajo la dependencia general é inmediata d e Dios,
y a en la fortuna , que no existe de ninguna manera. Solo Dios es criador de lodo
lo'que e x i s t e , el conservador de lodo Jo que subsiste , y el autor de todo lo que
sucede , según se ve por estas palabras del Eclesiást ico, cap. lí, v . 14 ; Bona et
mala, vita et mors, paupertas et honestas á Deo sunt. Por eso dice San Basilio que
en atribuírselo lodo á Dios está la suma de toda la filosofía cristiana, (pág. 71)


Si yo dijese que el SR. DONOSO CORTÉS se muestra en este pasage rigo-
rosamente fatalista, que desconoce, que niega absolutamente la \nmensa
parte que tiene la libertad del hombre en los sucesos humanos, que eli-
mina del tegido de la historia la acción real y poderosa, aunque siempre
subordinada de las causas segundas, y que hace á Dios autor del pecaqp,
creería yo calumniarle, calumniar su fé , su pensamiento y aun todo su


libro; porque en otros lugares encuentro, y tengo el mayor gusto en de-
cirlo, pasages' que contradicen á*este. Pero no lo calumniaré, limitándo-
me á afirmar que las líneas arriba citadas EXPRESAN el fatalismo neto, y


(1) En la traducción francesa del E N S A Y O , que ha servido de texto al Sr. Ga-
due l , falla la palabra última : calificativo importante, que modifica en gran mane-
ra, cuando no destruya c i i leranwi le la idea equivocada, que sirve aquí de -supues-
to á la censura del crítico! {Nota del editor.)


T O M O iv. 2 t




que al hacer á Dios autor de todo lo que sucede, lo hacen, por consecuen-
cia inevitable, autor del pecado : no lo calumniaré, si añado que hay en
todos, sus escrito^ otros cien pasages , y ya tendré ocasión de ir citando al-
gunos , donde resalta el mismo*color de fatalismo : y no creo hacer al pú-
blico, una ofensa, al creer que las tres cuartas partes de-lectores no tie-
nen la atención ni la ciencia suficiente para leer, sin exponerse a incurrir
en inevitables errores, un libro escrito en este estilp y con una impru-
dencia tan maravillosa.


' En ningún tiempo-, y mucho menos en los presentes, tiene derecho
un autor para confiar en que la mayoría dé sus lectores rebusquen ^estu-
dien y minuciosamente cotejen todos sus textos para libertarse de las im-
presioneS*peligrosas que una vez les h f̂ a causado. Por éso yo no estraño
que se ha'ya dirigido al Su. DONOSO el grave cargo de profesar el fatalismo,
pues aunque yo no crea que lo merece tanto como se ha dicho, creo sin
embargo que su frase es muchas veces tan fatalista y aun mas.de cuanto
se ha supuesto. Añora bien, es indudable que un grande error, acaricia-
rlo por un gran escritor de.esta manera, penetra siempre los ánimos mas
hondamente de lo que se cree. No, no es cierto que anden errados los
que buscan la explicación, al menos parcial, de los sucesos en las causas
segundas; pues entonces habría que tener por errado al Libro de la Sabi-
duría , (c. 2 , v. 4), cjiando. dice: Iñvidia diaboli mors intravü in mun-
dum, y á San Pablo, cuando escribía (Rom. c. 8, v. 19); Per inobedientiam
unius hominis peccatores constituti sunt multi. Si las causas libres no en-
trasen para nada en la explicación de los sucesos;' ¿ para qué servirían en-
tonces la acción y la libertad de estas causas ? •


Es absolutamente falso, sobre todo, que .Dios sea el autor de todo lo
que sucede, pues Dios no hace aquello que no quiere, y ni quiere ni pue-
de querer el pecado: Non Deus volens iniqüitatem tu es (Psalm. c. 5, v. Si-
Hacer á Dios autor de todo lo que sucede, puede caber en la sombría teo-
logía de Lutero y de Galvino; pero no en la teología católica. Lutero ha
escrito: «Dios mismo es quien obra en los impíos las obras malas» (Luth. in
assert. art. 36) y Calviso esto otro: «Todo lo que Satanás hizo contra
Job, todo lo que los caldeos hicieron contra los judíos , todo lo que Se-
meíhizo contra David^ y todo lo que hicieron los judíos contra Jesucristo,
todo esto fué obra de Dios, y sucedió por ordenamiento y mandato de
Dios» (£alv. I. lylnstü. c. 18). De otro ntodo muy distinto se expresa el
Concilio de Trento cuando declara (Sess. vi, c. 6): «Si alguno digere que
Dios obra las obras malas lo mismo que las buenas, sea excomulgados-
Dios no es, por consiguiente, el autor de todo lo que sucede.


Si el SR. DONOSO CORTÉS me digera que. esta no había sido su inten-
ción , se lo concedería y lo creería desde luego; pero sus palabras -dicen




lo que dicen, y en ellas fundo yo mi cíUjgo. Por eso he aseguradora que
su falta consiste en meterse á hablar el lenguaje teológico sin haberlo es-
tudiado y sin conocerlo; lo cual basta, para sembrar el error.


En cuanto á las palabras del Eclesiástico y de San Basilio tan inopor-
tunamente citadas por el autor del ENSAYÓ , inútil es advertir, que la ex-
presión mata del libro sagrado no se aplica sino al mal físico, según se
desprende del mismo texto; y que el Obispo de Cesárea, al atribuirlo todo
á Dios, no le considera, por lo que toca al mal moral, sino como'causa
puramente permisiva; y no puede decirse á Dios autor de aquello que no
hace sino permitir, absteniéndose de interponer su poder absoluto para
impedirlo» ' • •


El SR. DONOSO CORTÉS dice en otro pasaje:
«Y como quiera que todo lo que sucede necesariamente , sueede por la vo lun-


tad de Dios , al mismo liempo que todo krque sucede por su* voluntad , sucede n e -
cesariamente; s igúese de aquí que Dios es la ecuación suprema«enlr.e lo nec'esario
y lo voluntario, que siendo coías diferentes para el hombre, son en él una- cosa
misma (pág. 194).» '


De seguro, hay que prestar una grande atención, y leer con sumo
cuidado todo este pasaje para no hallar* en sus palabras el fatalismo mas
exorbitante, el fatalismo en Dios mismo; porque si todo lo que sucede
por la voluntad de Dios, sucede necesariamente; si Dios es la ecuación
suprema entre lo necesario y lo voluntario ; si lo voluñtario*y lo necesa-
rio, cosas diferentes para el hombre, no son en Dios sino una misma co-
sa ¿no procede deducir de aquí que todo lo.que Dios quiere, lo quiere ve-.
cesariamente?


No decimos que talliaya sido la intención del SR. DONOSO : al poner á
sus lectores en riesgo de concebir tan enorme error, segúramete no ha
pretendido de*cir otra cosa sino que todo lo que sucede por la voluntad de
Dios, sucede necesariamente á consecuencia de esta voluntad. Pero enton-
ces el SR. DONOSO no consigue huir de un error sino para caer en otro;
porque no es cierto el que todo lo que Dios quiere, sucede necesariamente
á consecuencia de su voluntad: esto no puede decirse mas que de los efec-
tos inmediatos de la voluntad divina, ó dé los producidos por la interyen-
cioiyle las causas físicas; pues en cuanto á los aetos.de los seres libres,
como jamás Dioá coarta su libertad, resulta que aun aquello que mas ab-
solutamente quiere obrar por medio de estos agentes, sucede "sin duda
infalible, pero no necesariamente : distinción importantísima, sí se ha de
conciliar el libre albedrio con ln presciencia divina, con la Providencia,
con la predestinación, y las gracias eficaces del orden mas alto." Luciere
de Beauberon , explicando á Santo Tomás, dice (De nomine lapso ct repa-
rato, Sect. II., 1. 3 , art. <).» La gracia eficaz determina infaliblemente á




' — sos —
la voluntad;-y sin embargo, á causa de la naturaleza de la voluntad, que
está en posesión de la indiferencia actpa para escoger entre cosas opues-
tas-, entre obrar y no obrar, entre obrar bien ó mal, la gracia eficaz no
lleva consigo la necesidad, sino que deja intacta la libertad.»—En el mis-
mo sentido, y por causa del mismo respeto á la libertad humana, dice el
gran doctor de lagracia, San Agustín (De-eorrup. et grat., c. 14, 11, .15).
<Dios puede, cuando quiere , hacer todo lo que quiere de las voluntades
huma*has, como quien* tiene plena y entera potestad de mover á su albe-
drío los corazones de los hombres.»—Cuando los herejes han pretendido
abusar de este texto, nunca la Iglesia le ha dado otro sentido sino el. que
nosotros acabamos de indicar (Véase el Concilio de Trento, Ses. vi). Re-
pito, pues, con este motivo, que no es posible escribir con exactitud de
teología sin conocer su lenguaje".


En otro lugar, hablando del pecado original, dice el Su. DONOSO :
«Por lo relativo á la p e n a , la cuestión está resuelta por si misma desde el mo-


mento en que se da por cosa averiguada que se me trasmite la culpa , como quiera
que la una no puede concebirse sin la otra. Justo es que sea p e n a d o , si es cierto
que soy culpable; y como en estas materias E S N E C E S A R I O L O Q U E E S J U S T O , s ígnese
de aquí que la desgracia que padezco» sin- dejar de ser desgrac ia , es necesaria-
méate una pena {pág: 1 9 3 , 194) .«


Con que es decir qué por el hecho solo de ser justa, es necesaria la
pena del pecado original; con que es decir que de tal manera es una ne- .
cesidad, de parte de Dios, el ejercicio de la justicia, que nunca puede
hacer gracia cuando puede castigar con justicia.


Por lo demás, este error parece estar muy profundamente arraigado
en el ánimo del SR. DONOSO ; porque hace dos años publicaba • en el Uni-
vers una, ĉ trta, que este periódico inserto por cierto sin comentario algu-
no, de la que claramente se desprende que siempre que Dios castiga, lo
hace porque no puede ejercer su misericordia.


«Si siempre y en todo caso.(se lee alli) puede ser Dicfs misericordioso, entonces
su justicia no es justicia, que es venganza. Meditadlo bien : con lo que y o llamo
e l fatalismo d e i a misericordia (ya está visto lo que al S R . D O N O S O le acomoda lla-
mar, et fatalismo de la misericordia) no podéis explicar el infierno. Os desafio sino
á que me deis una explicación medianamente satisfactoria.. . .S i no hay algún caso
en que sea imposible á Dios salvar á un hombre ¿cómo es que no se han salvado to-
dos los hombres?»


Pero el mismo SR. DONOSO entrevé lo que hay de enorme en seme-
jante doctrina-, porque, alarmado sin duda de su propia opinión, añade
á renglón seguido:


«Por lo d e m á s , cuando y o digo que Dios no puede hacer tal ó cual cosa , es
solo una manera que adopto de expresar que no la ha hecho, que no la hace, y que




— 309 — •
ñ o l a hará. Conozco que al expresarme as i , no puedo vencer completamente las
dificultades que me opone vuestra lengua francesa, que para m í e s e.xíraña; si
bien creo que os digo lo bastante para que percibáis bien mi idea .» (Universdel 20
de Abril de 1850.) . ' .


Lo que yo percibo aquí muy bien, es que el Sa. DONOSO posee perfectí-
simamente la lengua francesa; y que de ningún modo conoce la lengua
teológica; queaqui ó profesa ó expresa una doctrina enteramente falsa, y
que él insignificante correctivo de que echa mano, no le autorizaba de
manera alguna á dejar correr en las lineas anteriores un error, del que
él mismo tenia sospecha : es "decir, el fatalismo divino en orden á la jus-'
ticia vindicativa. .


No es así como en esta materia opinan los Padres y los teólogos católi- *
eos, al enseñar, como enseñan, que si Dios hubiese querido, habría.po-
dido condonar gratuitamente el pecado original : «Aun sin la venida del
Salvador (dice San Atanasio, Orat. 2, alias 3. contra Arianos, n.°68)pudo
Dios decir una palabra, y borrar asi la maldición»—Otro sabio teólogo,
Legránd {De Incarnatione, dissert. V. c. 1 . ) siguiendo á otros muchos,
dice también.—«No repugna en ninguna manera que Dios hubiese po-
dido perdonar al hombre y restituirle á su gracia, condonando pura y
gratuitamente el pecado. ¿Ni quien osaría negar á Dios, que creó al
hombre por un acto solo de su voluntad, el poder de mudar, absolutamen-
te y también por un acto solo de su voluntad, al hombre pecador; y der-
ramando en él su gracia santificante, justificarle inmediatamente?»


Continuemos citando al Sa. DONOSO CORTÉS. E l cuadro comienza aquí
á ensancharse; pues ya no se trata solo de la justicia ó de la Providencia
de Dios, sino de la misma esencia divina en general; de la naturaleza del
Dios verdadero, comparada con los dioses-paganos. Hé aquí como se ex-
presa el respetable escritor.


«Dios era unidad en la india, dualismo en la Persia, viriedid en Grecia , mu-
chedumbre en Roma. El Dios v ivo es uno en' su sustajicia , como el índico: múlti-
ple en su persona, á la manera del Pérs ico; a la manera de los dioses gr i egos ,
es vario en sus atributos; y por la multitud de los espíritus (dioses) que le sirven,
^muchedumbre , á la manera de los dioses romanos. Es causa universa l , sustan-
cia infinita, » (1) (Pág. 28)


En verdad que no se sabe qué pensar de" tan jaros y extraños parango-
nes , ni si es posible acumular mayor número de errores en menos pala-
bras. Y no se diga que tan groseros errores de ningún modo gstán en la
mente del autor, pues en todo caso seria bien flaca la disculpa, dado que


(I) Infinita, dice el texto original; pero el traductor francés puso indefini-
da, cometiendo asi un involuntario error, que también destruye en estaparte el s u -
puesto equivocado del critico. {Nota del editor.}




evidentemente se hallan en su manera de'expresarse. Vivimos en un siglo
de tal frivolidad, que no parece sino que impunemente se le puede dar
todo lo que se quiera ; pero yo, por mi parte, no creeré nunca indiferen-
te , ni aun en este siglo,, el expresarse de una manern tan inexacta, cuan-
do se habla.de Dios, y se escribe para el público.


No, el Dios vivo no es uno en su sustancia, como el índico ; porque
nada hay que se parezca menos á la unidad del verdadero Dios , que la
unidad panteistica. No, el Dios vivo no es vario en sus atributos, á la ma-
nera de los dioses griegos ; pues en los dioses griegos habia una diversidad
real y verdadera, mientras que los atributos del verdadero Dios no son
diversos, sino con una diversidad virtual, relativa á sus efectos y á nues-
tra manera de concebirlos, pero no con una diversidad'sustancial, siendo
como es un principio en.teología qué los atributos divinos son todos itjenti- .
eos á la esencia, é idénticos entre sí.—» Guando al hablar de Dios, dice
San Fulgencio, (Resp. ad Ferrand. interrog., 2.) nombramos la .divinidad,
la grandeza, la bondad, el poder, no debemos seguramente entender
por estos nombres divinos cosas diversas , sino una misma y sola cosa, á
saber, la esencia y la naturaleza divina.


No i el Dios vivo no es muchedumbre, á la manera de los dioses roma-
nos, por la multiud de espíritus (a'ioses) que le sirven : pues, por ventura;
¿los ángeles santos que sirven al verdadero Dios tienen algo de común con
la muchedumbre de los dioses romanos; ni hay cosa alguna que pueda
autorizar á un católico para llamar muchedumbre al Dios verdadero t No,
el Dios vivo no es una sustancia únicamente indefinida, sino que es una
sustancia infinita. ¿Cree por ventura el SR. DONOSO que lo infinito y lo in-
definido son una misma cosa? Semejantes extravagancias de expresión
no pueden servir mas que para .confundir el lenguage, cuando no lleguen
hasta á confundir las ideas. #


•H-
ERRORES ACERCA DE LA TRINIDAD.


En las mismas extravagancias de expresión incurre de un modo no me-
nos peligroso el SR. DONOSO CORTÉS cuando habla del altísimo misterio de
la Santísima Trinidad.


«La unidad (divina) di latándose, engendra eternamente la var iedad; y la va-
riedad , condensándose, se r e s u e l v e en unidad eternamente. Dios es tes i s , es antí.
tesis y es síntesis : y es tesis soberana , antitesis perfecta, síntesis infinita. Porque es
u n o , e s Dio»; porque es D ios , e s perfecto; porque es perfecto, es fecundísimo; por-
que es fecundísimo, es variedad ; porque es variedad , es familia.» (Pág. 32. )


El Dios inmutable, condensándose después de haberse dilatado)— El
Padre tesis, el Hijo antítesis, el Espíritu-Santo síntesis'.—¡Qué lenguaje!


«Considerado Dios como Padre , saca de sí eternamente al Hijo por via de gene-




— 311 —


ración, al Espíritu Sanio por via de procedencia , y 'const i tuyen de esta manera
eternamente la diversidad divina. El Hijo y el Espíritu Santo se identifican eterna-
mente con el Padre , y constituyen eternamente con é l su unidad indestructible.»
(Página 145.) ' .


Eso de la diversidad divina es, en teología, un estilo impropio : se pue-
de decir 1> diversidad, de las personas divinas, pero no la diversidad 'divina.
¿Y qué quiere decir El Hijo y el Espíritu Santo identificándose eternamente
con el Padre? Bajo el punto de vista de la esencia, no puede decirse que
el Hijo y el Espíritu Santo se identifiquen con el "Padre, pues que tienen
con él la misma esencia, siendo por consiguiente uno con él , . no identifi-
cándose ; pues de otro modo, tanto valdría decir que la esencia divina se
identifica con la esencia divina: bajo el punto de vista de la personalidad,
de ninguna, manera pueden identificarse, sin que desaparézcala distinción
de las personas. « •


Pero voy á hacer otra cita mas grave; como que es un enorme error
no sospechado siquiera por el SR. DONOSO, pues que lo reproduce en dos
ocasiones, y con mas insistencia todavía en la segunda que en la primera.


<iEl hombre fué hecho por Dios , á imagen de Dios , y_ no solamente á su i m á .
gen , sino también á su semejanza: por eso el hombre es. uno en la esenc ia , y trino
en las personas. Eva procede de A d á n , Abel es engendrado por Adán y por E v a ,
> A b e l y E v a y Adán son una misma cosa: son el hombre, son la naturaleza h u -
mana. A d á n es el honjbre padre , Eva es el hombre m u g e r , A b e l é s el hombre
hijo. E v a es hombre como "Adán, pero rió es pUdre: es hombre como A b e l , pero
no es hijo! Adán es hombre como A b e l , sin ser hijo; y como E v a , sin ser muger .


. Abe l es hombre como E v a , sin ser mujer ; y como A d á n , sin ser padre.» (Pági-
nas 32 , 33.) •


El fondo de las ideas es aquí demasiado grave para detenerse en lo ra-
ro del estilo,"y en la dolorosa extravagancia de semejantes expresiones.
Continuemos citando:


«La variedad está en el c ie lo; porque el Padre , el Hijo y el Espíritu Santo son
tres personas; y esa variedad va á perderse, sin confundirse, en la unidad; porque
el Padre es Dios , el Hijo es Dios , el Espíiitu Santo es Dios , y Dios es uno. La v a .
riedad está en el Paraíso; porque Adán y Eva^son dos personas diferentes; y esa
variedad v a á perderse , sin confundirse, en la un idad , porque A d á n y E v a son
la naturaleza tyimana, y la naturaleza humana es una.» (Pág. 52 . )


Esta comparación, empleada con tan marcada complacencia por el
SR. DONOSO , es falsa de todo punto y hasta el mas alto grado: al querer
explicar la Trinidad de las personas, el autor no advierte que destruye la
unidad de kresencia. Esta comparación és pura y simplemente el Trifeis-
rao.—«Los triteistas, dic Witasse, (De Trintí. quaest. II, art. II, sect. I.)
queriendo definir la naturaleza divina como la naturaleza humana, decian




- 312 —


que en las tres personas no'-habia sino una sola naturaleza, genéricamente
común, pero numéricamente distinta en cada una de ellas; si bien, como
observa Nicéforo', se esforzaban todo lo posible para no llegar á decir que
habiatres dioses ó tres divinidades.»—En el mismo lugar dice también este
autor:—«Los maniqueos no reconocían en la naturaleza divina mas que
una simple unidad genérica, á la manera que existe, en los hombres,, los
cuales todos tienen una misma naturaleza humana. >


Si el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola naturaleza divina
á la manera que Adán, Eva y Abel son una sola naturaleza humana , en-
tonce* hay tres dioses. La unidad de naturaleza, en Dios, no es una uni-
dad de género*, sino de sustancia; asi como la unidad de naturaleza, en
Adán, Eva y Abel, no* es unidad de sustancia,- sino únicamente de géne-
ro. Adán, Eva y Abel no son tres personas en una sola sustancia, sino tres
personas ó tres sustancias diferentes, por mas que pertenezcan á un mismo
género, la humanidad.


Ciertamente al recordarlas inmensas luchas mantenidas por'la Iglesia,
con tan infatigable perseverancia, durante muchos siglos, y contra los- es-
fuerzos reiterados de tañías heregías, para conservar la ortodoxia pura no
solo del pensamiento sino del Ienguage acerca del sublime dogma de la
Trinidad, nadie creerá que puede ser licito, aun al hombre de mas buena
fé, expresarse tan inconsiderada y falsamente acerca del mas grande en,- •
tre los misterios cristianos. Hay en esto un peligro demasiado grave para
que la Iglesia lo deje correr contamaña exposición de sus hijos.


Sin perjuicio de que mas adelante examinemos los errores é inexactitu-
des del Sn. DONOSO en punto al 'libre albedrio, desde luego puede juzgar-
se hasta qué punto y con qué título una obra tan inexacta, tan plagada de
errores, en la que á cada paso hallamos un tropiezo en la idea ó en el Ien-
guage , debia figurar en una biblioteca destinada á enseñar la religion, á
regenerar la sociedad, la educación, las letras etc. y á dar al mundo la
verdad que necesita.


En materias teológicas, nadie sino la Iglesia tiene misión, luces y gra-
cia para dar la verdad al mundo; y cuando algún escritor católico quiere
ayudarla en esta grande obra de k enseñanza religiosa de los pueblos, no
debe: ni puede hacerlo sino sometiendo previamente sus escritos á la revi-
sion ilustrada y al autorizado juicio de los que el Espíritu S#nto ha insti-
tuido pastores v doctores.


1U.
ERRORES ACERCA DEL LIBRE ALBEDRÍO.


Prosiguiendo el triste examen de los errores teológicos y filosóficos del
SR, DONOSO CORTÉS , voy ahora á poner de bulto los que ha cometido al
tratar del libre albedrío.




Muy en voga está hoy dia , entre ciei'tos escritores, suponer que todo
el mundo se ha equivocado hasta que ellos han venido: de esta manera
creen sin duda dar mayor resalte á sus opiniones; y la verdad es que efec-
tivamente muchas veces logran prender en esta red á las gentes de esca-
so talento y poca instrucción; pues al cabo no carece de cierta magia,
propia para lisonjear astutamente al espíritu humano, esto de pensar dis-
tintamente que todo el mundo, y llevar por sí y ante sí razón contra la
sabiduría y los métodos de todos los siglos precedentes. Pero los talentos
sólidos y modestos ven, por el contrario, en esta presunción un motivo
de justa desconfianza, y una razón poderosa para precaverse contra doc-
trinas anunciadas con tan altivas y ridiculas pretensiones. Es un dolor que
el SR. D O N O S O haya también pagado un tributo á esta presuntuosa manía.


«La noción (dice) que se tiene generalmente del libre albedrío, es de todo pun-
to falsa (pág. 86).»


¿Cómo es eso de generalmente y de todo punto falsa ?—Yo me creo con
derecho para afirmar todo lo contrario; y pienso'que es exacta y muy
exacta la noción del libre albedrío, tal como la enseñan todos los autores
elementales de teología, y como la tiene aprendida 3l clero; y por consi-
guiente que también es exacta la que tienen los fieles, que del clero reci-
ben su educación religiosa. Por otra parte, los numerosos errores que en
todos tiempos y mas particularmente hoy se han propalado contra esta fa-
cultad principalísima de la vida humana, cuya noción se enlaza por tantos
puntos con el dogma católico , han proporcionado á la Iglesia bastantes
ocasionas para fijar completamente su sentido ; y debiera, por tanto, ha-
ber algún mas miramiento antes de acusar de error ŷ de error absoluto
la opinión comunmente recibida respecto á un punto tan capital, tan esen-
cial, tan decisivo, como que domina toda la moral natural y cristiana.
Pero veamos al cabo cuáles son las ideas que el SR. D O N O S O pretende poner
en lugar de las comunmente recibidas.


«El error que voy combatiendo, consiste en suponer que la libertad está en la
facultad de escoger , cuando no está sino en la facultad d e querer , la cual supone
la facultad de entender. Todo ser dotado de entendimiento y de voluntad es libre,
y su libertad'no es una cosa distinta de su voluntad y de su entendimiento; es su
mismo entendimiento y su misma voluntad juntos en uno. Cuando se afirma de un
ser que tiene entendimiento y voluntad, y de otro que es libre, se afirma de ambos
nna misma cosa, expresada de dos maceras diferentes (pág. 87 , 88).»


Si yo dijese que esta definición de la libertad es una heregía, traspa-
saría el límite justo de mi censura; pero no así afirmando, como afirmo,
que es falsa, y que además tiene el gravísimo inconveniente de darse la
mano con las mas grandes y peligrosas heregías de los tiempos modernos,
el luteranismo, el calvinismo , el bayanismo y el jansenismo.


T O M O iv. . 22




_ 314 - .


Si la libertad rió consiste en la facultad de escoger entre las diferentes
cosas que pueden solicitar la voluntad , sino únicamente en la simple fa-
cultad de querer, aun supuesto que no se pueda escoger; si la libertad no
es una potencia de elección y de determinación, distinta de la simple vo-
luntad , sino que es la voluntad misma y sola, la voluntad sin la opción
libre, es claro entonces que la libertad, el mérito y el demérito subsisten
y se concilian fácilmente con la pretendida gracia necesitante de Lutero,
de Galvino, de Bayo y de Jansenio; puesto que la gracia necesitante de
estos herejes no impide la voluntad, sino antes bien la produce, dado que
el carácter de la gracia necesitante consiste ó mas bien consistiria en ha-
cer querer necesariamente.


No tengo yo la culpa de abordar aquí las cuestiones mas abstractas y
delicadas de la teología, pues que este es el terreno adonde el SR. DONOSO


. me fuerza á seguirle, y cuyas escabrosidades, permítame que se lo diga,
debieron alarmar un poco mas su modestia y sus intenciones tan or-
todoxas.


A mis lectores y al mismo SR. DONOSO quiero ahora preguntar si su de-
finición de la libertad no se parece hasta en los términos mismos á la pro-
posición de Bayo: Quod voluntarte fit, etsi necessitate fíat, liberé fit, pro-
posición condenada por los Papas San Pió V, Gregorio XIII y Urbano VIH;
y considerada en sus consecuencias, á esta otra de Jansenio: Ad meren-
dum vel demerendum, in statu natura lapsa:, non vequiritur in homine li-
bertas á necessitate, sed sufficit inmunitas á coactione , proposición conde-
nada por Inocencio X. Por lo menos, es indudable que una vez admitida
aquella definición, de nada sirven todos los argumentos de los teólogos
católicos contra los jansenistas, fundados en la imposibilidad de poner de
acuerdo su pretendida gracia necesitante con el libre albedrío.


Hé aquí ahora eómo se expresa, tocante á esta peligrosa y falsa opi-
nión sobre la naturaleza de la libertad , uno de los comentadores de San-
to Tomás , el acreditado teólogo Billuart, del orden de Santo Domingo,
en el cual fué tres veces honrado con el cargo de provincial.—«No puede
negarse, dice, que esta manera de pensar acerca de la libertad es muy
favorable á los errores condenados en Jansenio; porque una vez admitida,
se hace facilísimo conciliar el libre albedrío con la delectación necesitante
de los jansenistas; y acaso no ha sido inventada con otra mira, puesto que
desde el momento de sjsr aceptada, ni á Jansenio, ni á Lutero, ni á Cal-
vino se les puede acusar de que pretenden destruir la libertad humana:
mientras que, por el contrario, una vez demostrada la falsedad de aquella
opinión, es facilísimo comprobar sólidamente las aserciones de la fé, des-
truyendo por su base en consecuencia los errores de Jansenio. Por esta
razón, me creo obligado á examinarla á fondo y á combatirla con todas




mis fuerzas.»—(Billuart, De Actibus humanis, dissert. de libértate, art. i).
En seguida viene una sólida y amplia refutación de aquella opinión falsa,
con las pruebas de la tesis contraria, que por cierto califica Billuart de co-
munes en teología.


Si el respetable SR. DONOSO y el director de la Biblioteca Nueva hu-
biesen tenido la prudente y sencilla precaución de someter el ENSAYO SO-
BRE EL CATOLICISMO al examen de un teólogo nada mas que mediano, me
•parece que no les hubiera dejado pasar una definición tan peligrosa de
de la libertad. Vamos á otra cita.


«El libre albedrío no consiste , como generalmente se cree , en la facultad de
escoger el bien y el manque le solicitan con dos contrarias solicitaciones» (pag. 8 6 )


Para la mejor inteligencia de lo que voy á decir, permítanme los lec-
tores poco versados en teología que exponga aquí la verdadera noción y
las principales distinciones teológicas de la libertad; nociones que no
carecerán de interés para ellos, sobre todo, si se tiene en cuenta que en
un siglo tan dado á tratar de la libertad política, importa mucho conocer
la natural , que es en resumen el cimiento de todas las libertades.


La libertad es la facultad de escoger, de determinarse, de querer con
elección, y sin coacción alguna procedente ni de una violencia exterior,
material, que en nada influye sobre la voluntad, ni de una necesidad ín-
tima proveniente de un principio que no sea la voluntad de Dios, por
ejemplo, y que obre en el hombre de tal manera que le haga querer ne-
cesariamente. Libertas est inmunitas sive á coactione, sive á simplici neces-
sitate. Esta facultad puede egercerse ó en cosas puras y simplemente con-
tradictorias , como hacer ó no hacer, optar entre diferentes cosas buenas;
ó en cosas moralmente contrarias, como obrar bien , ú obrar mal. Esta
es la distinción tari sabida en teología, de la libertad de contradicción, li-
bertas contradictionis, y la libertad de contrariedad, libertas contrarietatis.
La primera es la libertad perfecta, tal como existe en Dios, que no pue-
de pecar, pero que puede crear ó no crear, y escoger entre todas las
creaciones posibles etc. : la segunda es la libertad imperfecta, tal cual
existe en el hombre aquí en la tierra, para pueba de la vida, para mere-
cer y desmerecer.


Sentados estos principios, vuelvo al autor del ENSAYO. Al decir el
SR. DONOSO que el libre albedrío no comiste en la facultad de escoger el
bien y el mal, ó quiere hablar del libre albedrío perfecto, tal como está
en Dios y en los santos del Cielo, ó del libre albedrío imperfecto, tal co-
mo lo tiene el hombre en el estado presente; in statu vim, como dicen los
teólogos.


En el primer caso, tiene razón el SR. DONOSO en excluir del libre
albedrío la facultad de escoger entre el bien y el mal; pues dicen los




teólogos mas elementales: Potestus peccandi, seuindifferentüicontrarietatis
non est de essentia libertatis; nam Deus perfeetissima libértate pollet nec
tamenpeccandi Ubertatemhabeh Pero, en este caso, ¿cómo el S R , D O N O S O
se atreve á decir que se cree generalmente lo contrario? Cuenta que apos-
ta no he citado mas que á teólogos elementales; como hubiera también
podido citar-el catecismo, seguro de que el Su. D O N O S O no encontraría un
niño de la escuela ni una simple campesina que no pensará acerca de es-
te punto exactamente lo propio que él. •


En el segundo caso, es decir, si el S H . D O N O S O ha querido hablar del
libre albedrio imperfecto, humano, tal como el hombre lo tiene aquí en
la tierra, in statu vice, entonces comete un enormísimo error.


Y prosigue el Sit. D O N O S O :


«La facullad de escoger otorgada al hombre lejos de ser la condición necesaria,
es el peligro de la libertad; puesto que en ella es.tá la posibilidad de apartarse del
bien y de caer en el error, de renunciar á la obediencia debida á Dios , y de caer
en manos del tirano. Todos los esfuerzos del hombre deben dirigirse á dejar en
ocio esa facultad, ayudado de la gracia, hasta perderla del todo, si esto fuera posi-
b l e , con el perpetuo desuso. Solo el que la pierde, entiende el bien, quiere el bien
y lo ejecuta; y solo el que esto hace,,es perfectamenteJibre....» (Pág- 9 0 )


¿Conque el S R . D O N O S O quiere que perdamos la facultad de escoger?
Pero ¿cómo perderla? por ventura ¿es esto posible? No solamente no
perderemos jamas la facultad general de escoger, que es la esencia mis-
ma del libre albedrio, sino que, hagamos lo que hagamos y mientras dure
la prueba de la vida, jamas podremos perder esta especial y terrible fa-
cultad de escoger el mal, como que es la condicion.de nuestra prueba en
este mundo; y lo que es mas, jamas aquí en la tierra llegaremos á vernos
libres de cometer faltas, siquiera sean leves:'—«Si algunopretendiere
»(dice el santo concilio de Trento, ses. VI. cap. 23) que el hombre una
vez justificado, no puede ya volver á pecar ó que durante su vida en-
tera, puede absolutamente evitar todos los pecados, hasta los veniales, sin
un privilegio especial de Dios, como la Iglesia lo «nseña respecto de la
bien aventurada virgen María, sea excomulgado.»


El único término posible de los esfuerzos del hombre en la tierra, es
tener arrendada y dominar en sí esta malhadada facultad de obrar mal,
disminuir mas y mas su energía, debilitando con la mortificación las incli-
naciones viciosas que lo solicitan, y obteniendo la gracia que lo refrena,
con la oración, los sacramentos y las buenas obras. Esto y no mas es cuan-
to el homBre puede hacer ; y si es cierto, como el S R . D O N O S O dice, que
solo el que pierde la facultad de escoger , entiende el bien, quiere el bien
y lo ejecuta, entonces d;go que se hace imposible entenderlo, quererlo y




— 317


ejecutarlo; que ningún hombre en la tierra lo entiende, ni lo quiere, ni lo
ejecuta, y que la virtud no es mas que una quimera.


Por otro eiTor de otra especie llega el SR. DONOSO á punto nada menos
que de hacer necesaria la libertad del mal; necesaria de tal modo , que sin
ella la creación humana seria imposible; y el hombre, ó no seria', ó seria
Dios.


¿Ignoráis (pregunta) el por qué de ese don tremendo de escoger entre el bien y
eTmal, entré la santidad y el pecado , é n t r e l a vida y la muerte? Pues negadla
por un solo momento, y en ese momento mismo hacéis imposible de todo pun-
to la creación angélica y la creación humana.Si en esa facultad de escoger
osla la imperfección de la libertad , quitada esa facultad, la libertad es perfecta;
y la libertad perfecta es el resultado de la perfección simultánea de la voluntad y
del entendimiento. Esa perfección simultánea está en Dios : si la ponéis también en
la criatura, Dios y la criatura son una misma cosa ; todo es Dios , ó nada es Dios:
de esta manera vais á dar al panteísmo.. .» (Pág. 94.)


Dos errores manifiestos hay en este pasage: uno el decir que sin la fa-
cultad de escoger entre el bien y el mal, hubieran sido de todo panto im-
posibles la creación angélica y la creación humana, pues ¿ por qué no ha-
bía de haber podido Dios criar al hombre y al ángel sin darles la facultad
de escoger entre el bien y el mal? ¿por ventura, el estado de prueba era
absolutamente necesario? Seria conveniente, pero necesario no. El otro
error consiste en suponer que la criatura seria Dios, si no tuviese la facul-
tad de escoger el mal. Es decir, que los ángeles y los santos del cielo son
Dios, pues que no tienen ya la facultad de escoger el mal. La verdad está
en que Dios es impecable por naturaleza, mientras que. la criatura no pue-
de serlo sino por gracia; y esta sola diferencia basta y sobra para que has-
ta la criatura mas impecable se halle, bajo este respecto , á una inmensa
distancia de Dios.


Y véanse aquí los inconcebibles excesos á que conduce esta osada y
presuntuosa manera de tratar sin preparación ni censura las mas graves y
delicadas cuestiones. El SR. DONOSO prosigue:


«Si toda criutura, en el hecho mismo de serlo , es imperfecta ; y si la facultad
de perderse constituye la imperfección especial de los hombres , el que esa pregun-
ta hace , v iene á preguntar por qué el hombre es una criatura , ó lo que es lo mis-
mo , porque la criatura no es el Criador; porque el hombre no es el Dios que crió
al hombre. Quod absurditm.» (Pág. 9 7 , 98.)


Siempre eí mismo error. Lo que es absurdo, quod absurdum, es decir
que el hombre sería Dios, sino tuviese la facultad de escoger el mal. Pe-
ro allá va otro error.


«No pudo convenir a las divinas excelencias salvar al ángel ni al hombre sin an-
terior merecimiento.» (Pág. 99.)




— 318 —


Y en otro pasage afirma el autor que la salvación anterior á todo mere-
cimiento, seria una injusticia de parte de Dios. ¿Por qué? pregunto yo: la
injusticia es la violación del derecho de otro ¿ y qué derecho habría violado
Dios, si hubiera querido salvar al ángel ó al hombre, ó á entrambos, por
pura gracia y sin anterior merecimiento? En otra parte dice también el
SR. DONOSO:


«Basta para explicar el hecho (del mal) suficientemente, acudir á la interven-
ción anárquica de los seres inteligentes y l ibres; como quiera que si no pudieran*al-
terar de alguna manera el orden maravilloso de la creación y sus concertadas ar-
monías , no podrían ser considerados ni como libres ni como inteligentes. . . el hom-
bre. . . no sería l ibre, si no pudiera escogerle (el mal).» (Pág. 118, 119).


¿Con que es decir que ni Dios, ni los ángeles, ni los bienaventurados
son libres ni inteligentes ? ,


Algunas páginas antes hallamos que la facultad de escoger no era nece- •
saria para la libertad, y que solo se requería la facultad de querer: ahora
nos hallamos con que ya no basta la facultad de escoger, sino que hace
fáltala facultad de escoger el mal sin la que el hombre no seria ni libre
ni inteligente... No lo entiendo. Tan palpable contradicción no puede ex-
plicarse sino por la confusión que perpetuamente existe, en las ideas y en
las palabras del SR. D O N O S O , entre la facultad de escoger el mal, y la
simple facultad de escoger. Esto es ignorar las mas sencillas nociones
de teología.


Pues veamos ahora un derecho bien estraño, el derecho de pecar.
«Consistiendo la libertad imperfecta dada á la criatura e n la facultad suprema


de escoger entre la obediencia y la rebeldía hacia su Dios, otorgarle la libertad v ie -
ne á ser lo mismo que conferirle el derecho de alterar la inmaculada belleza de sus
creaciones; y como quiera que en esa belleza inmaculada consiste el orden y la ar-
monía del universo , otorgarle la facultad de alterarla v iene á ser lo mismo que
conferirle el derecho de sustituir el orden con el d e s o r d e n , la armonía con la per-
turbación, el mal con el bien.» (Pág. 139. )


Con perdón del respetable escritor le diré que la facultad de pecar no
confiere de manera alguna el derecho: Dios ha podido dejar al hombre la
facultad del mal para probarle, pero no conferirle derecho de obrar
el mal.


»


«Este derecho es tan exorbitante, y esta facultad tan m'onstruosa, que el mis-
mo Dios no hubiera podido otorgarla, si no hubiera estado cierto de convertirla en
instrumento d e sus fines, y de atajar sus estragos con su poder infinito.» [Pági-
nas 139, 140.)


No puede decirse que el derecho de obrar el mal sea exorbitante ni
monstruoso, porque semejante derecho no existe. El derecho, según to-
dos los jurisconsultos y todos los teólogos, es la facultad legítima de po-




— 319 —
seer ó de hacer alguna cosa: Jus est legitima facultas aliquid habendi vel
faciendi. Y en cuanto a la facultad de obrar el mal, tampoco se la puede
llamar monstruosa, pues si esto fuera ¿ cómo habia de haberla tenido el
hombre inocente, al salir de las manos del Criador? lo monstruoso es el
ejercicio de esta facultad, y no la facultad misma. En estas graves mate-
rias son imperdonables estas incorrecciones de estilo. Concluyo con esta
última cita:


«¿Quién explicará , empero , esa libertad altísima, inviolable , santa; tan santa,
tan altísima y tan inviolable, que el mismo que se la dio, no se la puede quitar; y
con la cual puede resistir y vencer al mismo que se la dio , con una resistencia i n -
venciblc y con una tremenda victoria?—¿Quién explicará de qué manera, con esa
victoria del hombre sobre Dios , queda Dios vencedor, y el hombre queda vencido;
y esto siendo la victoria del hombre una verdadera victoria, y el vencimiento de
Dios un vencimiento verdadero? (pág. 8 5 , 86) .»


¡ La victoria del hombre sobre Dios una verdadera victoria; y el venci-
miento de Dios un vencimiento verdaíero! ¡ Qué lenguaje! En cuanto á eso
de la libertad con la cual puede el hombre resistir á Dios con una resisten-
cia invencible, es un error; pues que aun después de haberle dado esta
libertad, y sinperjuicio de ella, puede Dios todavia vencer por su gracia
y bondad infinita, la rebelde voluntad del hombre, como en efecto lo
hace muchas véaos por medio de gracias de un orden tan alto, que el hom-
bre , libre de hecho para resistirlas, no las resiste, quedando Dios de esta
manera infaliblemente vencedor.


Tales son las ideas que, acerca del libre albedrío, opone el SR. DO-
NOSO á las generalmente recibidas, que le han parecido de todo punto fal-
sas. Injusto fuera en mi acusar al eminente publicista de haberse extra-
viado tan gravemente en tan ardua materia, de la cual es indudable que
no podía tratar doctrinalmente con la debida competencia: el único cargo
que yo le hago, es haberse metido, sin estudios suficientes ni consulta de
otros, á tratar una cuestión que él mismo califica de tremenda, de una
manera tan atrevida y con un estilo tan desenvuelto, y sobre todo, en un
libro cuyo título anuncia el designio de exponer la doctrina católica, y
para una Biblioteca destinada á dar al mundo la verdad que necesita; sin
considerar que en lugar de esto, lo que iba á hacer era suscitar un grave
peligro á aquella pura y santa doctrina, y á confundirse, ante el público,
con las falsas opiniones de un hombre, que si bien es altamente reco-
mendable por sus incuestionables méritos, carece desgraciadamente de
una instrucción teológica al nivel de su fé sincera y de su verdadera de-
voción.




— 320 —


IV."


E R R O R E S A C E R C A D E L P E C A D O O R I G I N A L , E N S U S R E L A C I O N E S C O N E L O R D E N


G E N E R A L D E L A S C O S A S .


Dios crió al hombre libre hasta dejarle la libertad del mal para pro-
barle ; pero no lo hizo sin dotar á esta libertad tremenda de luces intelec-
tuales tan refulgentes, de una rectitud de voluntad tan perfecfíi, de unos
auxilios de gracia tan eficaces que pudiese el hombre, si queria, perse-
verar sin grande esfuerzo en la justicia , y ser levantado , después de una
corta prueba, á aquella expléndida visión divina, cuyo éxtasis,eterno jun-
ta inseparablemente á la criatura inteligente con el bien sumo.


Tal fué el primer designio del Criador respecto del hombre. Pero el
hombre quiso abusar de su libre albedrío, y pecó; y por su pecado per-
dió , con la justicia original, todo derecho al alto y magnifico destino que
Dios le habia preparado. En tal estado, Dios podía abandonar á sí mismo
á este rey de la creación destronado, dejarle sin remedio alguno á su per-
dición, no ejerciendo para con él sino los derechos de una severa justi—.
cia, como lo habia hecho respecto del ángel: podía también, según la
opinión de innumerables teólogos, redimirle por via de pura condonación,
ó puramente remitiéndole su pecado, ó según otros, exigiéndole una sa-
tisfacción imperfecta. .


Pero Dios no quiso lo uno ni lo otro. Su voluntad fué, á un tiempo
mismo, reparar misericordiosamente la naturaleza humana, y recibir de
ella, sin embargo, una satisfacción perfecta y proporcionada al pecado.
Para cumplir este designio, la Divina Sabiduría inventó la maravillosa
economía de la Redención, por la cual concertadas la misericordia y la jus-
ticia, y dándose, como dice el Salmista, el beso de paz, Dios se hace
hombre para pagar la deuda del hombre pecador, y el hambre reconci-
liado puede, por medio del nuevo Adán, Jesucristo, volver á entrar en
aquel orden de gracia y de gloria que el primer Adán habia perdido.


Al ver esta admirable dispensación, por la cual reformando Dios su
obra, no solamente la restaura sino que la hace mas bella; la Iglesia arre-
batada con un impulso de júbilo y de admiración exclama: ¡ O felix culpa
qum talem et tantum meruit habere Redemptorcm! y todos los dias cuando
celebra en el santo altar aquella misteriosa mezcla del agua y del vino en
conmemoración de la unión maravillosa del hombre con Dios en el Verbo
hecho carne, da testimonio de que la reparación de nuestra naturaleza
ha sido mas admirable todavía que su misma creación: Deus qui humana)
substantím dignitatem mirabiliter condidisti et mirabiliús reformasti.


Empero; si la Iglesia se inunda aquí de admiración y de júbilo, jamás
llega hasta cegar y extraviarse : ella sabe que la caída del hombre, oca-




— 321 —


sion de su redención, habia sido prevista por Dios eternamente; pero
sabe también que aquella caida fué entesamente libre de parte del hom-
bre, y de ninguna,manera cree que Dios-hiciera caer al-hombre para abrir
las vias al Redentor: ella sabe que la redención habia sido decretada ab
oeterno en el consejo divino, pero también libremente, de parte de' Dios,
y supuesta la previsión del pecado libre del hombre: ella sabe que el in-
fierno manifestará, con terrible fulgor, la infinita justicia de Dios en
aquellos que hayan desaprovechado la gracia del Redentor; pero rechaza
con horror la idea de que Bios haya querido el infierno por un designio
antecedente y primario, como complemento del orden universal y mani-
festación, hasta cierto punto necesaria, de su justicia. Dios respeta la li-
bertad del hombre: la Iglesia proclama la libertad de Dios; y cuando , en
la evolución 00'nsecuente de los designios divinos, ve aparecer la pena en
pos de la culpa, pronuncia por la boca de su mas ilustre doctor San Agus-
tín-: Deus de suo bonus, de nostro justus.


Tal es , acerca de estas sublimes verdades, la enseñanza de*la pura y
sana teología; pues comparemos ahora con esta doctrina los textos del
SR. DONOSO.


»Si Dios permitió su prevaricación (la del hombre) consistió esto en que guar-
daba como en reServa al Salvador del mundo, el que habia de venir en la plenitud
de los tiempos: aqffel supremo mal era NFCESARIO para el bien supremo, y para esta
gran ventura era necesaria aquella gran catástrofe. El hombre pecó , PORQUE Dios
habia determinado hacerse h o m b r e ; y hecho hombre sin dejar de ser Dios , tenia
bastante sangre en sus venas y sobrada virtud en su^angre para lavar su pecado .
(Pág. 141). y


Con que es decir que siendo necesario el supremo mal del pecado para
el bien supremo de la Encarnación del Hijo de Dios y de la Redencionj el
hombre pecó, porque Dios habia determinado hacerse hombre y lavar el
pecado del hombre en su propia sangre. Si esto no es el fatalismo, con-
vengamos en que se le parece bastante, ó cuando menos, en que hay
aqui una'ambigüedad muy peligrosa. Por estas palabras parece que el
Verbo y la Redención eran asunto primario de los designios d« Dios, y el
pecado dej hombre el'medio necesario para el cumplimento de estos de-
signios; porque es claro que el que quiere el fin, quiere el medio, sobre
todo, si este medio es necesario. ¿Hay mucha distancia desde este al error
consistente en hacer á Dios autor del pecado ?


Si el hombre pecó porque Dios habia determinado hacerse hombre y
rescatarle can su sangre, no se sabe por qué pecó también el ángel, que
no debia ser objeto de la misma gracia; como no#fuése para que pudiera
hacer pecar al hombre, y de éste modo abrir las vias á la Encarnación del
Hijo de Dios.


TOMO iv. 23




— 3 2 2 —


Si el Hijo de Dios no hubiera determinado encarnarse ¿hubiera sido
imposible el pecado del hombre yy aun del ángel? ¿Hubiera podido Dios
permitirlos ? Y caso de que no pudiera dada la hipótesis del pecado, la
Redención era necesaria?.


Si el SR. DONOSO resuelve estas cuestiones en el sentido católico ¿qué
haremos de sus textos? .


«El fin general de las cosas (dice en otra parle el S R . DONOSO) era manifestar
lodas á su manera las perfecciones altísimas de D ios , y ser como centellas de su
hermosura y magníficos reflejos de.su gloria. Consideradas bajo el punto de vista
de es.le fin universa l , no nos fué difícil demostrar que de la obediencia humana y
de la rebelión angélica se siguieron bienes incomparables; y que asi la unH cerno
la otra sirvieron para que las criaturas , que antes reflejaban solamente la divina
bondad y.la divina magnificencia, reflejaran también toda la sublimidad de_surnise-
ricordia y toda la grandeza de su justicia. Eljórden no fue universal y absoluto, sino
cuando las criaturas tuvieron en si todos estos espléndidos reflejos.)» (Pág. 2 6 2 . ) -


Con que es decir que sin el pecado y sus terribles consecuencias,'el
orden no hubiera sido universal y absoluto, ni las criaturas habrían refle-
jado con bastante esplendor las perfecciones divinas. Es asi que Dios quie-
re el orden esencialmente; es asi que era conveniente, necesario quizas
en concepto del SR. DONOSO, que el orden fuese universal y absoluto, y
que la creación reflejase mas perfectamente los atributos divinos; luego....
la conclusión se adivina al instante. El SR. DONOSO añade :


. El acto supremo de la creación no podía considerarse como consumado y per-
fecto , sino después de haberse realizado en lodas sus manifestaciones su infinita
justicia y su infinita misericordia. Y como quiera que sin la prevaricación de los sé -
res inteligentes y libres no podia Dios ejercer ni la justicia ni "la misericordia e s -
pecial que se aplican á los prevaricadores , de aqui se deduce que la prevaricación
misma fué ocasión de la mas grande de lodas las armonías, y de las mas bella de
todas las consonancias.» (Pág. 147.)


La palabra ocasión no expresa aquí la consecuencia que se sigue de
las premisas; y los lectores, mas lógicos que el autor, discurrirán de este
modo : Como quiera que repugna el que Dios deje imcompleto & imper-
fecto el acíb de la creación; cosa que sucedería, según el SR. DONOSO,
sin la prevaricación de los s'éres inteligentes y libres, sigúese d% aquí que
esta prevaricación ha sido rigorosamente necesaria, y positivamente que-
rida por Dios. •


Cuando con la prevaricación a n g é l i c a y con la humana no hubo tn Dios per-
fección que no estuviera manifestada exteriormente por alguna c o s a , fuera de
aquella que habia de ponerse de manifiesto mas adelante en el Calvario , las cosas
estuvieron en orden.» (Pág. 147 y 148.)


¡Cómo! ¿Conque las cosas no estaban en orden antes del pecado?
No diría mas Calvino. Es decir que Dios no veia las cosas muy bien»




— 323 —


cuando acabada su grande obra de la creación, y contemplando amoroso
aquella obra tan pura todavia entonces cuanto hermosa, se dio á sí mismo
testimonio de que todo era bueno y perfecto : vidit Deus canda quce fece-
rat, el erant valdé bona.


No concluiré este párrafo sin llamar la atención sobre la extraña be-
Ihza, .sobre las supuestas armonías y consonancias que el SR. DONOSO en-
cuentra en los pecados de los infelices hij os de Adán; pecados que en el
hecho de acumularse y amontonarse míos sobre otros, constituyen , se-
gún él, por su misma fealdad combinada con la fealdad propia de nuestra
naturaleza, un compuesto que no carece de cierto mérito de belleza rela-
tiva. He aquiel extraño pasage á que me voy refiriendo.


Con él (con el pecado) puso A.dañ mancha en lo que y a no puede ponerla n in-
gún hombre, en el puro albor de su inocencia purísima : poniendo unos peca-
dos sobre otros los que pecamos ahora, no hacemos sino poner manehas sobré man-
nchas; solo á Adán le fuá dado oscurecer el ampo de la n ieve . Con ser nuestra na-
turaleza dañada un grave mal , y nuestros pecados un mal mas grande', no carece
ese compuesto de cierta belleza de relación, que nace de aquella armonía secreta
que ^ y entre la fealdad pfBpia del pecado y ¡a'fealdafl propia de la naturaleza del
hombre. Las cosas feas pueden armonizarse entro si como se armonizan las hermo-
sas ; y cuando esto s u c e d e , no cabe duda sino que lo que h a y en las cosas de e sen-
cialmente feo, se lenípla en algún modo por la belleza que reside en lo que h a y en
ellas de armónica y concertado» (Pág. 195.)


Verdaderamente que al ver esto se pierde la paciencia, y da. gana de
cerrar el libro, no sin hacer mil pedazos los pro&pectos- que hacen tan
inconcebiblemente famosos semejantes escritos,


V.


ERRORES ACERCA DEL PECADO ORIGINAL , COK RELACIÓN Á sus EFECTOS SOBRE
LA NATURALEZA HUMANA.


i . " Efectos generales:
«Su vida (la del hombre , desde su prevaricación) fué toda tentación y batalla,


ignorancia su sabiduría, su voluntad toda flaqueza , loda,corrupcion_su carne: cada
una de sus acciones estuvo acompañada de un arrepentimiento, cada uno de sus
placeres fué seguido de un de jo^margo ó de un dolor a g u d í s i m o ; cuantos fueron
sus deseos , tantos fueron sus pesares ; cuantas sus esperanzas-, otras tantas sus i lu-
siones ; y cuantas sus ilusiones , otros tantos sus d e s e n g a ñ o s : su memoria le sirvió
de torcedor, su previsión de tormento; su imaginación no l e s irvió de otra cosa si-
no do echar franja^de púrpura y de oro sobre su desnudez y su miseria.» (Paji-
no 124.)


El santo concilio de Trento dice que por el pecado original fué despo-
jado el hombre de los dones sobrenaturales; pero que en cuanto á los na-
turales, fue solamente 'herido / quebrantado. El Si». DONOSO va mucho mas




allá: porque si la sabiduría del hombre pecador nó es mas que ignorancia,
adiós su luz natural; si su voluntad no es mas que flaqueza , adiós 6u fuer-
za moral natural; y por último, si cada una de sus acciones está acom-
pañada de un arrepentimiento, entonces no hay acciones virtuosas del
orden natural; y no hay acto ninguno que, sin la gracia, no sea pe-
cado. ¡A *donde vamos á parar! Esto es anular no solamente la gracia
sino también la naturaleza. Y lo peor es que hay en él dia muchos escri-
tores religiosos impregnados del mismo error, como lo prueban tristes y
recientes ejemplos en que se ven los estravios que produce en un enten-
dimiento cuando llega á penetrarlo, y el trabajó que le cuesta haber de
salir de él. '


2.° Efectos particulares sobre el entendimiento.
«La falibilidad, enfermedad del entendimiento enfermo, es la primera y la ma-


yor de las dolencias humanas ; de cuyo printíipio se siguen las consecuencias si-
guientes: Si el entendimiento del hombre es falible porque está enfermo , no puede
estar nunca cierto de la v e r d a d , porque es falible; s.i no puede estar nunca cierto
de la verdad porque es falible, esa ineertidumbre estáfcle' una manera esencial en
todos los hombres , ahora se les considere juntos, ahora se les considere aisfados:
si esa ineertidumbre está de una manera esencial en todos los hombres , aislados ó
juntos , todas sus afirmaciones y todas sus negaciones son una contradicción en los
términos, porque han de ser forzosamente inciertas: si todas sus afirmaciones y todas
sus negaciones son inciertas > la discusión es absurda é inconcebible.}) (Pág. 40.)


¿Conque el hombre, por su prevaricación, no puede nunca estar cierto
de la verdad!'¿Y esta ineertidumbre está-de una manera, esencial en iodos
los hombres1! ¿Pero no vé el SR. DONOSO que eso es negar radicalmente to-
da certidumbre natura]? ¿Es decir que no hay medio entre el escepticismo
y la fe? De que el hombre sea falible en muchas cosas, ¿se sigue que no
puede estar cierto de ninguna? Buena lógica está esta. Y lo peor es que
semejante lógica no solamente es del SR. DONOSO, sino de toda una escue-
la neocatólica bastante conocida, que se ha ingeniado para vivir entre nos-
otros , de treinta años á esta parte.


Debo aquí llamar la atención sobre una particularidad muy notable del
texto anterior. El Sr. Lamennais habia dicho, y muchos de sus discípulos
han sostenido, que.si bien es cierta la falibilidad de cada hambre aislado,
el género humano, tomado en su conjunto, es infalible. El respetable
SR. DONOSO tiene un talento demasiado perspicaz para no haber visto todo
lo que, hay de groseramente contradictorio en semejante, sistema, pues es
evidente que siendo falible cada hombre en particular, el género humano,
á no mediar como no media en este caso, una especial promesa de infali-
bilidad #es tan falible como cad* hombre. Visto esto por el SR. DONOSO
¿ qué hace ? Toma su partido, y pronuncia resueltamente: que en todos




— 325 —


los hombres, aislados ó juntos, está de una manera esencial la incerti-
dumbre absoluta, como consecuencia que es, según él, de la falibilidad
humana. Enhorabuena sea asi; pero que diga entonces el SR.J)ONOSO de
qué manera ha de entrar la fé en el entendimiento humano: los anteceso-
res del SR. DONOSO habian cerrado las puertas á la razón individual; el SE-
ÑOR DONOSO ahora se las cierra á la razon^comun. Corriente: la fe entrará
comobuenamente'pueda, por milagro, januis clausis.


Mientras que la escuela lamenesiana, por temor á las censuras, tie-
ne cerrados todos los caminos para invocar abiertamente como infalible la
autoridad del género humano, he aquí al SR. DONOSO diciendo:


Si el género humano no estuviera condenado irremisiblemente á ver las cosas
del r e v é s . . . » (Pág. 151.)


Desde esto á la infalibilidad de la razón común y á poner en el con-
sentimiento de los pueblos el criterio único de certidumbre, ya se vé la in-
mensa distancia que media. Pero en fin, ello así es; el fallo está pronun-
ciado , y es irremisible. Pero véase todavía adonde va á parar la cosa:


Anunciad (dice el S R . DONOSO) que poseéis un argumento que echa por tierra
una verdad matemática; que vais á demostrar que dos y dos no hacen cuatro , sino
cinco, . . Si como única demostración de vuestras blasfemias y vuestras afirmaciones,
dais vuestras blasfemias y vuestras afirmaciones mismas, entonces el género huma-
no es pondrá sobre los cuernos de la luna.» (Pág. 6 0 , 61.)


¡Hasta tal punto, después del pecado, está la humanidad condenada á
ver las cosas del revés! Y la razón de este infeliz estado del espirito huma-
no es pura y simplemente que .


«entre la verdad y la razón humana , después de la prevaricación del hombre,
ha puesto Dios una repugnancia inmortal y una repulsión invencible . . . Por e l con-
trario, entre la razón humana y lo absurdo, hay tina afinidad secreta , un paren-
tesco estrechísimo.» (Pág. 59 , 60. )


No se puede hablar mas claro. La triste consecuencia que de todo esto
sale, es que el SR. DONOSO habla como el mas franco, el mas resuelto, el
mas afirmativo, el mas lógico adepto de Ja pretensa escuela tradieionalista,
que bulle entre nosotros, hace un cuarto de siglo, sin que se la haya po-
dido reducir al silencio, y que, oculta durante algún tiempo para evita/1 el
rudo golpe que la dieron las censuras de SS obispos, franceses y la encícli-
ca del Sumo Pontífice Gregorio XVI, vuelve hoy á la carga, gritandomas
que nunca: escuela, que para fundar mejor la fe, niega la razón, conde-
na á toda filosofía, borra de una plumada atrevida el tratado teológico de
la verdadera religión, tal como losteólogos lo han concebido y redacta-
do ; se escandaliza del ralionabile obsequium del apóstol ̂ y en su inconce-
bible ceguedad se obstina en no ver que destruyendo el vestíbulo, cierra
la entrada del santuario; que proclamando la impotencia radical de la ra-




— 326 —


JSOII , hace de la fé no solamente una gracia, sino'un milagro; y. que al
precipitar, finalmente, en un abismo insondable la fé con la razón, conde-
na al géue*o humano todo entero a la espantosa pero inevitable alternati-
va ó de un escepticismo absoluto, ó de un insensato fanatismo.


En vano el S R . D O N O S O dirá que ninguno puede ir al Hijo, es decir, d
la verdad, si su Padre no le llaiña.» En vano alegará que estas apalabras
profundísimas atestiguan á un tiempo mismo la omnipotencia de Dios y la
impotencia radical, invencible del género humano : en vano, repito, dirá
estas palabras, si las dice en el sentido de que sin la gracia el hombre pre>-
varicador y caido esté irremisiblemente condenado á ver todas las cosas
del revés; que sin el rayo excelso de la revelación sea radicalmente im-
potente la razón humana para conocer ninguna verdad; que Dios haya
puesto entre la verdad y nuestra razón una repulsión invencible; que sea
en fin, necesario afirmar, como e l . S R . D O N O S O áürma con estraña fraseolo-
gía , que es necesario afirmar la nada, ó pasar con todas sus negaciones y .
con todas sus afirmaciones, con toda su alma y todo su cuerpo por el cilin-
dro de la fé. Si es asi, digo, como el S R . D O N O S O entiende y presume in-
terpretar las divinas palabras de Nuestro Señor, nada mas veremos los
que solo aspiramos á ser sobriamente sabios, sino un estraño y deplorable
abuso del texto sagrado. Y con este motivo, nos tomamos la libertad de
recordar al S R . D O N O S O la prescripción del santo Concilio de Trento
(sess. VI. decret. de canon, scripturis.) «Ad coercenda petulantia ingenia,
decernü (sacrosancta synodus) ut nemo suce prudentíx innixus, in rebus •
¡idei et morum, ad mctilicationem doctrina; christianm perUnentium, sacram
smpturam ad suos sensus contorqueiis, contra eum seusum quem tenuit et
tenel sancta Mater Ecclesia, cujus est judicare de vero iensu scripturarum,
aut etiam contra unauimem consensum Patrum, ipsam scripturam sacram
iuterpretari audeat. •


Una vez concebidas tan exageradas ideas acerca del pecado original,
que se le llegue á considerar no solo como la pérdida de la gracia, sino
también de la naturaleza misma y de la razón; no viendo ya en el hom-
bre caido nada qtie esté firme, claro es que debia ser ilimitado el des-
precio de la humanidad; y efectivamente, hó aquí lo que el S R . . D O N O S O
piensa de ella.


o Yo no sé si h a y a l g o , debajo del so l , mas vil y despreciable que el género
humano fuera de las v ias católicas » (Pág. 61.)


«.Lejos de causarme maravilla el desprecio que los racionalistas modernos
muestran hacia el homhre , si h a y alguna cosa que ni alcanzo á explicar ni puedo
concebir, e s la atentada prudencia y la tímida mesura con que proceden en este
negocio .»


«No acierto á concebir esa parsimonia de vi l ipendios , y esa mesura en los




— 327 —


desdenes » « Y o de mí sé decir, que si mi Dios no hubiera lomado carne, en las
entrañas de una mujer, y si no hubiera muerto e n una cruz por todo el l inage h u -
mano , el reptil que piso con mis p i e s , sería á mis ojos menos despreciable que el
hombre. Aun asi y l o d o , el punto de fé que mas abruma con su peso á mi razón,
es ese de la nobleza y dignidad de la especie humana , dignidad y nobleza que
quiero entender y no entiendo, que quiero alcanzar y no a lcanzo.» (Pág. 270 y 271)


Y no hay que hablar al SR. DONOSO de nada que pueda templar un
poco los negros colores de ese cuadro, tan sombrío de las miserias y po-
breza humanas; no hay que hablarle de las virtudes naturales, de las ac-
ciones morales y buenas que la historia puede con razón elogiar muchas
veces en los mismos paganos; porque el SR. DONOSO OS respoderá:


« E n vano aparto los ojqs^llenojde espanto y de horror de los anales del crimen,
para ponerlos en esferas mas atlas y en regiones mas serenas. En vano traigo á mi
memoria aquellas levantadas virtudes de los que el mundo llama héroes , y de
qus están llenas las historias : porque mi conciencia levanta su v o z , y m e dice que
todas esas heroicas virtudes se resuelverren vicios h e r o i c o s , l o s cuales se resuelven
á su vez en un. orgullo c i e g o , y en una ambición insensata. El genero humano
aparece á mi vista como una inmensa muchedumbre puesta á los pies de los héroes,
que son sus ídolos,"y los héroes como ídolos que se adoran á sí propios. Para creer
y o en la nobleza de esas estúpidas muchedumbres , ha sido necesario que Dios me.
la reve le .» (Pág. 270. )


Pasando por alto esa proposición condenada por la iglesia, de que las
virtudes de los infieles son vicios, quiero ahor a preguntar á todos los
hombres de buen sentido y de sencillo saber no adulterados por el espí_
ritu de sistema y la afición á las exageraciones ¿Son verdad las palabras
que acaban de leerse? ¿No es indigno de un hombre, y sobre todo, de
un cristiano, poner ese cartel de desprecio contra la humanidad entera?
Y si apenas pudiera tolerarse semejante lenguage tratándose de los mas
odiosos malhechores ¿puede consentirse que se le aplique á todo el ge-
nero humano, teniéndolo por tan vil y de spreciable que no lo es mas el
reptil que se huella con la planta?
• La naturaleza humana, dicen los Padres del Concilio de Trento (y an-
tes de ahora he recordado esta notable distinción) ha sido despojada por
el pecado original, de los dones sobrenaturales déla gracia, pero sola-
mente herida en sus dones naturales, vulneratus ín naturalibus. Y lo que
el Dios Omnipotente hizo tan grande y tan noble, debe ser todavía her-
moso, aunque lleno de heridas : y si la imagen y semejanza del Criador
no ha sido aun enteramente borrada del alma y de la faz del hombre don-
de está impresa, como pretendía el sombrío teólogo de Witemberg, ¿quien
duda que todavía deben ser de ¡incomparable hermosura los menores ras-
gos que se conserven de aquella sublime y gloriosa semejanza?


Digamos, en fin, que esia gran criatura, llamadaxl hombre, hüsla en




— 328 —


el abismo en que había caido con las llagas que se habia abierto, pareció
todavía tan hermosa y preciada á los ojos de su autor, que el mismo Hijo
de Dios en persona no ha tenido á menos poner sus divinos pies en aquel
abismo para levantarle, y aplicar á aquellas llagas su mano purísima para
curarlas con ella. La naturaleza humana, caida y todo, es al cabo nuestra
propia naturaleza; ese ser derribado á tal abismo desde tanta altura, so-
mos al cabo nosotros mismos. Tengamos algún respeto á ese ser qae ha
movido al mismo Dios á compasión», y no despreciemos de ese modo lo
que el mismo Dios ha amado tanto.


•VI.
ERRORES ACERCA DE LOS MOTIVOS DE CREDIBILIDAD EN LA RELIGIÓN.


En la historia de los humanos extravíos, el mas curioso, como el mas
triste, observado ya con pesar y asombro por muchos hombres sabios, sin
saber cómo atajar los deplorables efectos qae entre nosotros ha produci-
do, es un fenómeno mas fácil de definir que de nombrar, y que yo de
buena gana llamaría corrientes de errores: Así califico ciertas falsas doc-
trinas , qué brotan y se elevan en el seno de las sociedades, y que sin va-
lor alguno intrínseco, se difunden, se propagan y popularizan bajó diver-
sos influjos con maravillosa rapidez, acabando por arrastrar ciegamente los
ánimos en una especie de torbellino y de una manera que podría ser te-
nida por fatal si, al considerarla atentamente, no se hallaran suficientes
causas para explicarla.


Los distinguidos nombres literarios, las grandes reputaciones filosóficas
ó políticas, los partidos, el comercio de librería, los periódicos con todas
las pasiones, intereses y vanidades que los dominan; tales son las fuentes
principales de eso que yo llamo corrientes de errores. Una vez que estas
corrientes han tomado ya su giro, todo acude á ellas, lanzándose y pre-
cipitándose en su cauce los talentos peqifeños, los medianos, los gran-
des , y á veces , hasta los rectos y bien intencionados. Si fuera licito cojm-
parar las cosas graves con las frivolas, diria yo que eran como esas modas
caprichosamente inventadas por alguna pandilla del gran tono y propaga-
das luego por la gente bullidora, que acaban por tomar posesión de todo
el mundo y reinar con tal imperio que los hombres mas formales tienen
también que adoptarlas y seguirlas.


He hablado de los periódicos, y alguno podría yo citar que ejerce con
asombroso imperio este poder de abrir ante los ánimos esas corrientes de
opiniones , hoy en un sentido, mañana en otro enteramente opuesto , sin
que pueda decirse con cuál de ellos estaba en la verdad, si bien creo
que con ambos estaba en el error por extremarlos ambos; que los extremos
son también errores. Sin entrar en pormenores de este aserto, me limito á




— 329 —


decir que sin duda aquella maniobra periodística es uno de los mas prodigio*
sos esfuerzos que pueden intentarse, sobre todo si se considera que siendo
siempre unos mismos Jos hombres que los intentan, jamás tienen boca
para confesar paladinamente que iban equivocados. Pero como dice muy
bien el respetable Sr. Lenormant: Un periodista uo dice jamás: Me lie
equivocado:


Una de las mas famosas, hoy dia, entre estas corrientes de errores ha
sido y continúa siendo la que primero se llamó tradicionalista, y que , de
poco tiempo á esta parte,' es llamada con mas razón pseudo-tradieio*
nalista.


El Sr. Lamennais, y su famoso Ensayo sobre la indiferencia, el perió-
dico El Porvenir, la joven y brillante escuela que se formó en torno del
autor del Ensayo; la multitud de libros publicados por esa escuela y gran-
demente acreditados por la parcialidad de los periódicos y los interesados
prospectos de los libreros; las ediciones hábilmente aiJotadas que ciertos
profesores hicieron por entonces de*varias obras teológicas y filosóficas,
en las cuales el error se introducía por medio de notas ̂ ciertos anales fr~
losóficos, y en fin la protección de alguna gente de valia: todo esto, jun-
to con la ignorancia, la inadvertencia, la ligereza y el amor de noveda-
des, constituye las causas que han formado, mantenido y fortificado esa
corriente pseudo-tradicionalista, que tiene gran voga en Francia, que
pone en cuidado á Roma, y que en otras partes hace reír á todo el mundo.


Increíble parece la multitud de talentos que esa corriente se ha lleva-
do consigo; pocas obras de filosofía religiosa se escriben entre'nosotros,
de treinta años acá, donde no haya penetrado mas ó menos el error á
que me^refiero. Entre los muchos hombres, verdaderamente distinguidos
algunos de ellos, que se han dejado coger por esa corriente, se halla el
SR. DONOSO, cuya notable elocuencia y eminentes talentos han prestado á
la religión servicios positivos, pudiendo aun de seguro prestárselos mayo-
res , si, como esperamos, consigue al fin sacudir de su fuerte y generosa
inteligencia aquel desdichado error.


El mal está en que ese género de talentos, cuando llegan á concebir
algún grave error, nunca lo abrazan á medias: si no pueden gloriarse de
ser sus inventores, á causa de lo que es á un tiempo mismo una necesidad,
una desgracia y un peligro inevitable de la índole de su talento, aspiran
á gloriarse de exagerar sus propios excesos, arrostrando hasta aquellas
consecuencias extremas, que de ordinario asustan á hombres menos re-
sueltos. Este mal se descubre con una claridad desgraciadamente prodi-
giosa en el SR. DONOSO CORTÉS.


Las consecuencias extremas del pseudo-tradicionalismo son la negación
de la razón en el hombre prevaricador y caido, y la consiguiente supre*


TOMO iv> • 24




_ 330 —


sioa do toda la apologética cristiana, tal como había sido siempre enten­
dida basta ahora , como la han entendido todos los Santos Padres y Doc­
tores , como la entendía Santo Tomás en su Suma contra tos gentiles, y
como en pos de estos, finalmente, la han entendido todos los apologistas
da la religión. Bien sé yo que muchos pseudo­tradicionalistas rechazan
estas consecuencias, como sucede siempre á las inteligencias mas tímidas
y menos lógicas, cuando ven el absurdo delante; pero no es de estas la del
Sa. DONOSO , que con su intrepidez lógica, jamás se detiene en el camino,
como voy á demostrarlo.


Una vez supuesto que la razón está perdida, claro es que cuanto hasta
aquí se ha llamado teología racional, motivos de credibilidad, prepara­
ción, preliminar, preámbulo de la fé, cae por tierra, necesariamente
derribado sobre su mismo cimiento. Conociéndolo así perfectamente el
autor del Ensayo sobre el Catolicismo, no vacila en arrojar la siguiente té­
sis como epígrafe del capítulo V del primer libro de su obra :


«Que nuestro Señor Jesucristo no ha triunfado del mundo por la santidad de su
doctrina, ni por las profecías y milagros , simo á pesar de todas estas cosas.»


Nótese bien, Á PESAR DE TODAS ESTAS COSAS.•—Si el SR. DONOSO se hu­
biera limitado á decir que nuestro Señor Jesucristo no triunfó del mundo
solamente por la verdad de su doctrina, por las profecías y milagros, no
hubiera expresado mas que una común verdad cristiana. Todo el mundo
sabe, en efecto, y es cosa incuestionable é incuestionada que no bastan­
do , como no basta, la razón para producir la fé , ni la doctrina mas ver­
dadera y santa, ni los milagros mas evidentes, ni las profecías mas cier­
tas y mas rigorosamente cumplidas hubieran bastado, sin los auxilios de
la gracia interior, para convertir al mundo. Pero el SR. DONOSO va mas allá,
porque dice que nuestro Señor Jesucristo ha triunfado á pesar de la san­
tidad y verdad de su doctrina, á pesar de las profecías y á pesar de los
milagros: lo cual significa que todas estas cosas no solamente no eran me­
dios suficientes y auxiliares, sino que eran verdaderos OBSTÁCULOS.


La cosa es rara; pero es de todo punto consecuente, si es cierto, co­
mo en otra parte afirma el SR. DONOSO, que después de la prevaricación,
el género humano está condenado á 'ver las cosas del revés.


Y no se crea 'que esta maravillosa aserción, respecto á los motivos de
"credibilidad de nuestra fé, es una paradoja que, como tantas otras, se le


escapa al SR. DONOSO en el calor de la improvisación; nada de eso: es una
paradoja muy pensada, es toda una tesis, es nada menos que el titulo de un
capítulo todo entero consagrado á probar esa misma inaudita tesis. Y' por
si acaso no era bastante bien comprendida por su simple enunciación, la


у mas.




— 331 —


«Si Nuestro Señor Jesucristo (diee) venció al mundo, lo venció á pesar d© ser
la verdad, á pesar de ser el anunciad por los antiguos profetas, el representado en
los antiguos símbolos, el contenído"en las antiguas figuras; lo venció á pesar de
sus prodigiosos milagros y de su'doctrina maravillosa. Ninguna otra doctrina que no
hubiera sido la evangélica, hubiera podido triunfar con ese inmenso aparato de
testimonios clarísimos, de pruebas irrefragables y de argumentos invencibles. Si el
mahometismo se derramó á manera de un diluvio por el continente africano, por
el asiático y por el europeo, consistió esto en que caminó á la ligera, y'en que lle-
vaba en la punta de su espada lodos sus milagros, lodo* sus argumentos y todos
sus testimonios.» (Pág. 59)


No contento con haber enunciado tan terminantemente su tesis, y
haberla explicado de manera que no hubiese duda acerca de*su sentido,
emprende luego el SR. DONOSO la tarea de probarla por partes. Desde lue-
go se colige que las pruebas han de ser flojas; pero allá van tales como
el autor las presenta.


«Nuestro S. J, no venció al mundo con sus milagros. De los mismos que le
vieron mudar, con solo su querer, la naturaleza de las cosas, andar sobre las aguas,
aquietar los mares, sosegar los vientos, mandar á la vida y á la muerle, unos 1«
llamaron Dios, oíros demonio, otros prestigitador y hechicero.» (Pág. 58}


Es decir que entre los que vieron los milagros de Nuestro Señor, ó
que los oyeron contar á los que los habían visto, hubo unos que le llama-
ron Dios, esto es, que creyeron en su divinidad, y que no solamente la
creyeron, sino que la confesaron. De aquí habría deducido cualquiera que
los milagros presenciados por aquellos hombres habían podido sin duda
contribuir á convencer sus entendimientos y disponerlos á la-fé : pero el
SR. DONOSO razona de otra manera, pues que se admira de que hubieran
oreido los que vieron, y no opina que creyeron por los milagros* que ha-
bían visto, sino apesar de estos milagros; bastando, según el, para pro-
barlo asi, el que otros que también habían visto los mismos milagros, no
habían creído.


Poseído de tan extraña idea, olvida el SR. DONOSO que cuando Jesu-
cristo realizaba aquella grande obra de establecer la Religión, sembraba
ante sus plantas los milagros, como en la creación había sembrado por
el espacio los mundos, siempre con el designio manifiesto* de que lo que
habia invisible en él, es decir, su omnipotencia y su divinidad, aparecie-
se de alguna manera visiblemente en el espejo de las cosas visibles * como
dice San Pablo, y así los hombres no tuvieron disculpa por no haber creí-
do, lnvissibilia enim ipsius ácreatura mundi per eaquee facía suntinteUecta
conspiciuntur, sempiterna quoque ejus virtus et divinitas, ita til sint inéx-
cusabiles (Paul. ad. rom. I. 20.J También olvida el SR. DONOSO que á la
misma Sabiduría eterna que hacia esos milagros, parecieron ellos una
prueba tan poderosa, que solo en vista de su resistencia á creer en ella




se decidió Nuestro Señor á condenar á los judios incrédulos, según se ve
por aquellas palabras tan terminantes : Si¿>pera non fecissem, coram eis,
qum пето alius [ecit, peccatum non haberent; nunc autem et viderunt, et
oderunt me et Patrem meum. ¿Diremos, pues, para dar la razonal SR. DO­
NOSO , que el Verbo de Dios se habia engañado, y que al querer probar la
verdad'de la Religión que fundaba, tomó como medios los obstáculos
mismos? *


«Nuestro Señor Jesucristo no venció al mundo, porque se hubieran cumplido en
él las antiguas profecías. La s inagoga , que era su depositaría , no se convirtió, ni
se convirtieron los doctores , que se las sabian d e memoria , ni se convirtieron las
muchedumbres , que las habían aprendido de los doctores.» (Pag, 58)


Recordaré que há poco el SR. DONOSO hablaba de algunos de entre las
muchedumbres que llamaron Dios á Jesucristo. A estos, por lo que pare­
ce, de nada le servirían las profecías; sino que por el contrario, serian
otros tantos mas obstáculos que tendrían que vencer para creer. Hasta se­
mejante extremo olvida el SR. DONOSO, y quisiera, sin advertirlo, hacer
olvidar á sus lectores aquella hermosa y admirable economía tan enco­
miada por todos los Santos Padres y Doctores, por la cual, durante cua­,
venta siglos habia estado Dios preparando al mundo para el advenimiento
de su Hijo, con una serie de oráculos proféticos no interrumpidos y cada
vez mas claros, hasta el dia, en que cumpliéndolos todos, funda aquella
sólida prueba de la Religión que tan concluyente pareció á San Pedro,
cuando les decia á los judíos: Вещ, quce pramuntiavü per os omnium pro~
phetarüm pati Christum suum, sic implevit. Painitemini igitur et convertí­*
mini (Act. Apost. ni, 1 8 , 19).


Por último, puesto que, según el SR. DONOSO, NuestroSeñor Jesucristo
tampoco venció al mundo por la verdad de su doctrina, sino á pesar de
esa verdad, deberemos pensar que esta verdad era un nuevo obstáculo al
establecimiento del Evangelio, porque para el SR. DONOSO,


«ül hombre prevaricador y caido no, ha sido, hecho, para la v e r d a d , ni la verdad
para el hombre prevaricador y ca ido: entre la verdad y la razón humana , después
de la prevaricación del hombre , ha puesto Dios una repugnancia inmortal y una
repulsión invencible . . . . «Por e s o , cuando, la verdad se pone delante d e sus ojos,
luego al punto, comienza por negarla. . . . Si no puede negar la , entra en com­
bate con el la . . . . Si la v e n c e , la crucifica; si es v e n c i d o , h u y e ; h u y e n d o , cree huir
de su serv idumbre; y crucificándola, cree crucificar á su tirano.»


«Por el contrario , entre la razón humana y lo absurdo h a y una afinidad secre*­
ta y un parentesco estrechísimo: el pecado los ha unido con el vínculo de un indi­
soluble matrimonio. Lo absurdo triunfa del h o m b r e , cabalmente porque está des­
nudo de todo derecho anterior y superior á la razón humana: el hombre lo acepta,
cabalmente porque v iene desnudo . . . . » (Pág. 5 9 , 60.)


También aqui olvida el SR. DONOSO aquellas palabras de Jesucristo.: Si




— 333 —


F I N D E L O S A R T Í C U L O S D E L P R E S B Í T E R O P . G A D U E L .


non veiwsm el locutus fuissem eis, peccatum non haberent, nunc autem ex-
cusationem non habent de peccato suo (Ev. Joan. xv. 22.) Después, como
si el SR. DONOSO hubiera probado de una manera inconcusa su inconcebi-
ble tesis, acaba resumiendo todo su.frívalo discurso con esta asombrosa
afirmación y rotundez;


'«El Cristianismo, humanamente hablando, debis sucumbir, y era necesario que
sucumbiera: debia sucumbir, lo primero, porque era la verdad; lo segundo, por-
que tenia en su apoyo testimonios elecuentísimos, milagros portentosos y pruebas
irrefragables.» (Pág. 65)


Sin duda alguna, asi debia ser, si es cierto, como el SR. DONOSO afir-
ma , que Dios, después de la prevaricación del hombre, ha puesto entre la
verdad" y la razón humana una repugnancia inmortal y una repulsión in-
vencible ; y que, por el contrario, entre la razón humana y lo absurdo hay
una afinidad secreta y un parentesco estrechísimo. Porque, si la razón es-
tá absolutamente aniquilada'en el hombre caido, y aniquilada por decreto
de Dios, preciso es convenir en que forzosamente han de desvanecerse
como el humo todas las pruebas>que la religión presenta al entendimien-
to humano; y que todo el edificio de la fé se viene inevitablemente abajo,
cayendo sobre las ruinas de la razón derribada.


Por aquí se vé finalmente lo que se deduce, ó lo que un talento atre-
vido y resuelto puede deducir de ese pernicioso error que ha formado,
forma y formará quizás largo tiempo todavía ̂ corriente entre nosotros. Por
aquí se vé también hasta qué punto, una vez admitido un grave error, en
que se ha caido por sorpresa, puede ir arrastrando de unos en otros, y
siji que los mismos arrastrados lo adviertan, á un hombre, no solamente
de un talento distinguido, sino también de sana probidad y católico
sincero. •


Pero séame también permitido añadir, sin segunda intención alguna,
que los que han sido establecidos por el Espíritu Santo para custodios vi-
gilantes de la doctrina, deben mirar mucho este ejemplo para compren-
der cuánto importa cegar las fuentes del error en su mismo nacimiento, y
sabiamente previsores, impedirle que llegue á formar en la sociedad reli-
giosa , por medio del periodismo y de la prensa, esas corrientes terribles,
que aumentando en caudal y en ímpetu cuanto se tarda en ponerlas di-
que , acabarían por invadirlo todo, atrastrando en pos de sí á los entendi-
mientos mas sanos.






POLÉMICA tOS 1 PRESBÍTERO P. GAD1I1L.


Articule* publicados en el periódico Trances EL UNIVERS durante los meses


de enero y febrero*de 1853%


"I.


JiiL presbítero Gaduel, vicario general de Orleans, ha publicado eii el
Ami de la Religión una serie de artículos, con ánimo de demostrar el daño
que causan á la fé católica los escritos y la fama del Sn. DONOSO CORTÉS,
quien, según aquel crítico, se mete en asunto que no es de su compe-
tencia al tratar materias superiores á sus conocimientos > y en las que no
se halla versado. De la fama ganada por el SR. DONOSO tiene un poco de
culpa el Univers, porque el Univers parece que tiene siempre u» poco de
culpa en todo lo que hace daño á la Iglesia; y en el hecho solo de perte-
necer el SE. DONOSO á la escuela del Univers, necesariamente y á pesar de
la buena intención que en él se reconoce, tiene que hacer daño: por esto
es menester advertirlo, y sobre todo advertir al público lo conveniente,
siendo, como es, urgentísimo acabar de atar corto á esos seglares temera-
rios que han dado en hacer libritos y artículos de periódicos sobre cuesr




• — 336 — .


tiones que ciertos teólogos no acostumbran á tratar sino en tomazos de á
folio, escritos, digámoslo así, en latin.


Tal es el objeto que el presbítero Gaduel se ha propuesto; y en su vir-
tud ha^demostrado que EL ENSAYO SOBRE EL CATOLICISMO, EL LIBERALISMO Y
EL SOCIALISMO está plagado de faltas y errores teológicos y filosóficos: el sa-
bio crítico ha probado con la autoridad de Witasse que el SR. DONOSO es tri-
teista, y con la autoridad de Billuart, que se da la mano con el luteranis-
mo , calvinismo , bayanismo y jansenismo : y todavía esto es nada; porque
además el SR. DONOSO tiene su cacho de fatalista, y su migaja de lamene-
siano. Agregúese á esto su incorregible ultramontanismo, de que no le
acusa el Sr. Gaduel, aunque no lo eche ensaco roto, y cate V. aquí un
montón de errores H de que el SR. DONOSO va á tener que retractarse. Cor-
riente: pierda cuidado el crítico: se retractará el SR. DONOSO, y lo hará
mas pronto y de mejor gana que%uelen hacerlo teólogos de profesión, con-
denados por autoridad bastante mas elevada, y que sin embargo habían
leido á Witasse, y aun estudiado á Bailly. El Sr. Gaduel no negará que esos
imprudentes seglares tienen el mérito de reconocer sus extravíos, sin em-
peñarse en defenderlos cuando los cometen , como también los han co-
metido muchos otros, y entre ellos, algunos vicarios generales. Como que
yerran de buena fé, por lo mismo se" apresuran á volver en cuanto se les
llama al buen camino, que nunca tuvieron intención de abandonar. De
esto se convencerá el Sr. Gaduel, si su crítica es tan bien fondada como
sin duda él se lo figura; pero entre tanto, bueno es que se digne dejar-
nos examinarla, porque al cabo ello no es cosa rara ni de hoy el ver á
algunos teólogos irritarse como energúmenos contra doctrinas inocentísi-
mas , dado que en todas las opiniones de los hombres entran siempre por
algo las pasioncillas, los mezquinillos intereses y el ser de ánimo apoca-
do. Ahí está el gran Lainez, lumbrera del Concilio de Trento, que fué
acusado de pelagianismo por teólogos que lo entendían. ¿De qué palabra
no puede un hombre medianamente diestro sacar un tantico de heregía?
Y ya que el Sr. Gaduel nos ha citado á Witasse, que por mas señas, era
también herético, le aconsejamos que lea las páginas en que truena con-
tra los doctores atrabiliarios que tachan de herejes á hombres ilustres y
de fé pura, solo por alguna palabra ambigua que se les escapa al tratar de
arduas materias, cuya terminología propia no es conocida sino de quien
está rigorosamente obligado á estudiarla.


Ya volveremos á tocar este punto : entre tanto vamos á hacernos car-
go de la parte que nos toca personalmente en la crítica del Sr. Gaduel;
puesto que ha tenido maña para alcanzarnos con su péñola atravesada por
entre las páginas del Su. DONOSO, y puesto que acaso y sin acaso este era


» 1 principal objeto de sus censuras. El Sr. Gaduel hace este sencillo argu-




mentó: el libro del SR. DONOSO, que.es triteista, bayanista, fatalis-
ta, etc., etc. forma parte de una colección de obras publicadas por el se-
ñor Veuillot; luego el Sr. Veuillot es tan triteista, bayanista, fatalis-
ta , etc., etc. como el SR. DONOSO ; y es a|j que el Sr. Veuillot es direc-
tor del Univers; luego el Univers es tan luterano, calvinista, lamenesia-
no, etc., etc., como el Sr. Veuillot.


Una vez- constituido en reo el Univers con esta triquiñuela dialéctica, ya
no nos deja de la mano el Sr. Gaduel; y á cada herejía de á folio que topa
en el SR. DONOSQ , y de la cual nos declara responsable, añade él otras
pocas de nuestra cuenta y cargo. No las mencionaremos todas, porque
seria cuento de nunca acabar; perora última, la flor del ramillete, es el
pseudo-tradicionalismo. Figúrese el lector cómo se quedará uno, cuando
al salir de misa una mañana, se encuentra con que es nada menos que
pseudo-tradicionalista. Y sin embargo, todavía le estamos agradecidos al
Sr. Gaduel; porque una vez en .vena, nadie le quitaba probar que tam-
bién somos ateos.


Pero no hay que acusar p&su celo afSr. Gaduel, nada de eso: el fin
que se propone es algo mas que sacarle á uno á relucir sus heregías: esto
no es mas que puramente especulativo, y el Sr. Gaduel aspira á obtener
un resultado práctico. Se trata nada menos que de libertar á la Iglesia de
la opresión qne sobre ella ejercen los escritores seglares; no los que la
atacan, se entiende, sino los que la defienden, y entre los cuales figuran
en primer término el Universa sus amigos.


Por supuesto, los del Univers son los peores; porque, según observa
el Sr. Gaduel, son los mas aventajados en esto de crear corrientes de opi-
niones; falta, por cierto, de que no puede acusarse á otros, áquienes por
este solo hecho se les perdonarían de buena gana sus entuertos con tal de
acabar de una vez con aquellos. El Ami de la Religión, por ejemplo, es
uno de los que deberían sobrevivir á la destrucción de sus cofrades, por-
que no corre nunca el riesgo de. crear corrientes de opinión. Y es proba-
do : todo aquello que nadie lee, todo lo que jamás logra salir de la oscu-
ridad, menester es conservarlo en el tesoro de la exacta teología y de la
filosofía sana: lo demás, al fuego con ello, desde el primero hasta el últi-
mo, desde José de Maistre y DONOSO hasta el Sr. Veuillot: teólogo hay que
no teniendo periódico á su disposición, y reducido por tanto á hacer li-
bros, acaba de dar de bajá, á sus expensas y en un solo cuaderno, nada
menos que á veinte y tres escritores católicos, entre los cuales hallamos
mencionado á un tal Demaistre (así dice el buen teólogo) que se cree ser
el autor de las Veladas de San Petersburgo.


Este odio contra las publicaciones religiosas de seglares no es nuevo,
ni tampoco exclusivamente profesado por eclesiásticos; hace largo tiempo
que nos persigue, con carácter político muy marcado unas veces, y otras


TOMO iv . 25




con un oloreillo comercial, que trasciende; y no solo nos ha venido de
ciertos eclesiásticos, fundadores, redactores ó propietarios de periódicos,
sino que también ha cogido en cuerpo y alma á los universitarios y volte-
rianos.—Mucho daño os hacen jpsperiódicos religiosos, decian á los Obis-
pos la Presse, el Diario de los Debates, el Siglo y aun el Nacional, movi-
dos del tierno interés que todo el mundo les conoee por la Iglesia: dicho
se está que al hablar de periódicos religiosos, se referían al Univers, pu-
diendo asegurarse sin temeridad que no envolvían en sus censuras y pia-
dosas lamentaciones al Ami de la Religión.


Por consiguiente, aquel odio no nos coge de sorpresa: hace ya cuatro
años que punza y muerde con cualqujer ocasión á nosotros y á nuestros
amigos, sin que hasta la presente nosotros hayamos respondido á sus dia-
trivas ni una sola palabra; pues esta es la primera vez que nos hacemos
cargo de ellas. Pero ya que estamos con las manos en la masa, hemos de
decirlo todo. Semejante animosidad contra los seglares que se consagran
á defender la Iglesia, nos parece una pasión tan estraña en un sacerdote,
que tentados estamos de ver en ella uno dWesos errores del entendimien-
to , invencibles por lo arraigados, ó una de esas flaquezas del corazón que
hay que sufrir en silencio. Porque al cabo, aunque se hiciera poco caso
de nuestros servicios ¿quién puede con justicia desconocer nuestra buena
voluntad? Veinte años hace ya que el Univers está sobre la brecha; en tan
largo tiempo, forzosamente hemos de haber cometido deslices: y sin^em-
bargo, aunque no nos han faltado ni lance» comprometidos, ni adversa-
rios ni enemigos, todavía, gracias á Dios, no hemos sido citados ni ante
un tribunal eclesiástico por errores contra la fé, ni ante un tribunal civil
por ofensas contr4a ninguna persona. Ni un palmo hemos cedido á los ene-
migos de la Iglesia, ni hemos pedido á sus amigos cosa alguna: no hemos
solicitado empleos ni candidaturas; no nos ha ocurrido jamás salir á caza
de prebendas: servimos á un poder que nada puede por nosotros sino ben-
decir nuestro sepulcro, y lo servimos fielmente. ¿Cómo es posible que es-
to no mueva el corazón de un sacerdote, á pesar de todas las faltas que
sin duda podamos haber cometido? Que adelantando cada día mas en nues-
tras humildes tareas, crezca y se multiplique el odio y el insulto de los
que sobre todas las cosas, insultan y aborrecen 1Q que nosotros amamos
y defendemos, sobre todas las cosas, es decir, el altar y el sacerdote,
estose comprende y es muy natural; pero que entre tanta-gente como se
dedica furiosa á disfamarnos^ los mas destemplados hayan precisamente
de ser algunos eclesiásticos!... no hay remedio: aquí hay error del en-
entendimiento, ó flaqueza del corazón.


Que cometemos errores, se nos dice; pero ni lo dicen los obispos, ni
lo dice el Papa; pues si algunos prelados han podido alguna vez repren-
dernos , jamás ha sido por errores contra la fé, ni por rebeldías contra la




disciplina, sino por simples estravíos cometidos en el calor de una polémi-
ca improvisada, ó por doctrinas que ni están ni serán jamás condenadas
por voz ninguna de la Iglesia; cosa por cierto que muchos de nuestros ad-
versarios no pueden decir de las suyas. ¡Que cometemos errores! ¿y cuá-
les son? La Gaceta de Francia nos acusa de combatir los principios gali-
canos de 1682; La Prensa religiosa, de combatir los principios ateos de
1789; El Ami de la religión nos acusa de preferir las opiniones del pres-
bítero Gaume á las del presbítero Landriot, la filosofía de Bonald á la del
padre Chastel, el genio de DONOSO al del buen teólogo que ni aun escribir
sabe el nombre de José de Maistre. El Sr. Gaduel añade por su parte el
cargo de que siendo meros seglares, y no habiendo leido á Witasse ni me-
ditado á Billuart, nos atrevemos á crear corrientesdeopiniones.¿í á qué to-
da esta balumba y todos estos rodeos? ¿no sería mas franco y mas breve
decir que erramos, porque somos ultramonMnosI


Pero dése de barato que efectivamente cometamos errores. Por ven-
tura ¿los eclesiásticos que hacen periódicos, con el rSsmo titulo, ni mas
ni menos que nosotros; y los que no pudiendo hacer periódicos, escriben
libros, qu40^r cierto salen también sin aprobación como los nuestros, y
á veces hasta «in nombre de autor y clandestinamente; no podrían estos
señores dignarse de advertirnos de nuestros errores sin ira y sin descorte-
sía , ya que no con benevolencia?


Por fortuna nuestra, en la presente ocasión, y lo consignamos con
gusto, ño se dirigen nuestras quejas al Sr. Gaduel, que al menos tiene la
dignación de ser menos impetuoso y algo menos intemperante que sus
aliados. Lejos de eso, le hallamos grave, hasta solemne, y no sin cierto
interés y ternura le vemos venir cargado de veinte tratados de teología,
Witasse por aquí, Billuart por allá, y los demás que echa encima de nues-
tros pobres*hombros. Ello es verdad que una vez aparejado con este fárra-
go magestuoso, hace el pobre lo que puede por divertir á sus lectores,
rebozando con un poco de bromita la aridez de su $ sunto; pero en fin no
pasa de aquí: alguna que otra chanzoneta de profesor; tal cual epigrama
de casuista; en seguida su Witasse y Billuart, y por remate, los concilios;
pero nunca una frase que se pueda llamar injuriosa. Mas vale así: por eso
nos decidimos á responderle, satisfechos por no tener nada fuerte que de-
cirle ; al contrario, creemos que él ignora la inocente cooperación que
presta con sus críticas á proyectos siniestros, y que sin ver todas las mi-
serias que en ellos se encierran, ha querido rendir culto á la verdad y no
al espíritu de pandilla.


Los teólogos viven en mucha mayor intimidad con sus libros que con
el mundo, y discurren según la idea que se forman de una cosa, mas bien
que según la realidad de la cosa misma. En estos casos, suelen escribir




— 310 -


bellísimos tratados, muy bien concebidos, perfectamente lógicos^ y que
no tienen otra falta sino ir á parar en conclusiones absurdas: por no citar
masque un ejemplo, ahí está el del buen padre Caffaro, escelente teólo-
go , y por añadidura, religioso ejemplarisimo, que sin haber puesto en su
vida los pies en un teatro, tuvo la ocurrencia de hacer una disertación ates-
tada de autoridades ilustres para probar que la comedia era un honestísi-
mo recreo, que en nada ofendía á las buenas costumbres. Pero es el caso
que Bossuet tomó por su cuenta hacerle ver que se engañaba á pesar de
tener ó de creer al menos que tenia en su favor la opinión de San Juan
Grisóstomo, San Antonino, Santo Tomas, San Carlos y algunos cánones.
Convencido entonces de su. error el padre Caffaro, respondió que habia
concebido de la comedia una idea muy distinta de la que le daba el señor
obispo de Meaux, y se apresuró á retirar su disertación en su consecuen-
cia. Pues bien, nosotros estanfts seguros de que el Sr. Gaduel no pierde su
tiempo en leer los periódicos, los folletos y demás obrillas de la incredu-
lidad moderna; ignorando por tanto que esos periódicos, folletos y demás
obrillas son hoy el único pasto intelectual de todo un pueblo. Asi es que
como ignorael mal, desconoce también la utilidad del re^^dio, y mas
aun las condiciones que este remedio debe tener; y la manera de aplicar-
lo. Guando sus interesados colegas van á sorprenderle en medio do sus li- .
brazos en folio, y á decirle que hay seglares y profanos bastante atrevi-
dos para meterse á hablar de religión y con pretensiones- de combatir los
errores dominantes, sin consultar previamente para ello quince o veinte
autores, el Sr. Gaduel alarmado esclama.: ¡Dios mió ! ¿á donde'vamos á
parar? Se forma, pues, su idea de la prensa religiosa, y con esa idea que
es disparatada, la emprende como un desesperado, contra la prensa reli-
giosa. Así como el padre Caffaro no veia inconveniente alguno en la co-
media , el Sr. Gaduel ninguna ventaja encuentra en la prensa- religiosa; y
del mismo modo que aquel no veia que sus informes-le venían de actores
cómicos, este no vé qíie los suyos le vienen de eclesiásticos periodistas:
sumido en tal ceguedad, y cabalgando sobre su idea, enviste á diestro y
á siniestro, creyendo echar á los vendedores del templo. «Sois unos im-
prudentes, nos grita, unos ignorantes, unos rebeldes, tinos herejotes;
estáis echando á perder el clero; vais á perder á la Iglesia.» en resumen
con tono mas decente que sus colegas, y con un desinterés laudable, vie-
ne ni mas ni menos á hablar el lenguaje de los periodistas que andan á
caza de suscritores; del propio modo que el padre Caffaro con la mejor
fé del mundo llamaba á las gentes al teatro, y quería que Boursault y Mo-
liere hicieran su negocio con la autoridad de los Santos Padres, délos
doctores y de los concilios. A semejantes absurdos van á parar esos teólo-
gos que hablan de lo que pasa en la calle, sin salir nunca de sus bibliote-




— 341 —


cas; ellos no habren mas que sus libros, cuando lo que liabia que abrir,
era la ventana de su cuarto.


Para completar el paralelo que dejamos bosquejado entre el padre Caí-
faro y el Sr. Gaduel, veremos que así como un obispo se encargó de re-
futar al inocente defensor de las funciones cómicas, otro obispo también
de gran fama tiene refutados de antemano á todos los inocentes enemigos
de los seglares que defienden á la Iglesia.


II.
En el segundo año del reina lo de Darío, habiendo levantado los ojos


al Cielo el profeta Zacarías, vio volar un libro gigantezco, largo de veinte
codos, y diez de ancho : y por revelación del ángel que le asistía supo
que aquel libro era la maldición que iba á derramarse por toda la haz de
la tierra; porq«e todo hombre rapaz y mentiroso iba á ¿er juzgado con-
forme á lo escrito en aquel libro que volaba.


No caeremos en la tentación de pretender interpretar esta visión del
profeta, porque era muy posible que el Sr. Gaduel nos pillase en fragante
delito de una ó dos heregías que añadir al nroceso contra los escritores
seglares; pero permítanos repetir lo que en cierta reunión literaria oimos
una vez al sapientísimo y elocuentísimo Prelado, el Sr. Obispo de Tulle.
Comparaba este señor las producciones de la prensa incrédula con aquel
gigantesco libro volante, que caáa mañana sé levanta del seno de la in-
mensa ciudad, y cuyas ojas, llevadas también por un viento de muerte,
van á derramar la maldición sobre la haz de la tierra. En aquella reunión
se hallaban también algunos redactores del Ami de la Religión, 'que no
deben, haberlo olvidado á pesar de los diez ó doce años trascurridos desdé
entonces; porque aquella palabra chispeante y varonil no escara olvidada
fácilmente de los que una vez la oyeron ¿ No recuerdan cómo, después de
haber oido al limo. Prelado, ardíamos todos los presentes en el deseo de
escribir también nuestro libro volante, nuestras páginas que diariamente
en gran número y con rapidez se derramasen para llevar la vendicicion,
la luz y la vida con la misma rapidez á la misma distancia y con la misróa
profusión que las páginas •volantes de la mentira llevan la maldición, las
tinieblas y la muerte? Desde aquel memorable dia no hemos vuelto á ver
al Sr. Obispo de Tulle; pero le acusamos ante el tribunal del Sr. Gaduel,
de habernos causado entonces un mal irreparable , alentándonos con su
palabra á emprender esta via de perdición por la cual caminamos; me-
tiéndonos en la cabeza, de un modo que no hay fuerza para echarlo,
aquel libro volante que como el águila de la verdad, persigue por los ai-
res á la mentira, la alcanza, combate con ella, la hiere á veces, á veces
también Ja mata; y cuando menos la impide siempre reinar tranquila, to-,




- 342 —


mar raices, y difundir la tiniebla absoluta donde fija su imperio. Y si el
elocuentísimo Prelado nos hubiera dicho : «antes 4e escribir, calaos el
bonete -f no publiquéis una línea sin haber antes escuchado á profesores
y consultado glosas!.... Pero nada; aconsejándonos por supesto el estudio,
la templanza, y «obre todo, la oración, nada nos dijo por donde nos cre-
yéramos obligados á dejar el mundo y trepar á las alturas de esa teología
superfina, que el Sr. Gaduel quiere que se aprenda antes de mirar siquie-
ra la cara del Sr. Girardin ó de Proudhon.


Hablando fostnalmente ¿necesitamos nosotros para nada de esa cien-
cia prolija y exquisita? ¿Quiénes son nuestros adversarios cuotidianos?
Tropillas de á caballo, peligrosísimas por su numero y agilidad, y tan
ligeras de armadura, como de conciencia : si hubiera de asestarse contra
ellas toda la gruesa artillería teológica, jamas se les toearia al bulto.
Quisiéramos ver nosotros al Sr. Gaduel á las vueltas con tal cual redactor
del Siglo, que sin saber siquiera las primeras repuestas del catecismo,
sale todas las mañanas enseñando la doctrina á cien mil lectores, de una
erudiccion poco mas ó menos tan fuerte como la suya : antes que él
dignísimo teólogo haya tenido tiempo de abrir su Witasse y su Billuart,-
ya el otro estará dominando sin riv al en todos los gabinetes de lectura; y
cuando lleguen Billuart y Witasse, se reirá soberanamente de ellos? Quien
cree que la masa general del público va á leer disertaciones atestadas de
citas y de abreviaturas en latin? Un buen estratégico no echa mano de
los cañones, cuando ve que bastan las carabinas , y quizas solo las flechas.
Si el Sr. Gaduel quiere dejar por nuestra cuenta al redactor aquel del
Siglo, seguro es que le formaremos una corriente de opinión, que dará
tiempo al Sr. Gaduel para ponerse en estado de batirle dentro de cinco ó
seis meses que tardará en estar listo para entrar en campaña.


¿Por qué la verdad, destinada como está á sostener una lucha perpe-
tua, no ha de tener su caballería ligera, esperimentada en el combate de
guerrillas, y lista siempre para botar sjlla al primer toque de clarín? Pues
este es cabalmente el oficio de los seglares, que no sólo son á propósito
para esto, sino que son mucho mas á proposito que los eclesiásticos. Y
no se escandalice el Sr. Gaduel de esta proposición , porque la tomamos
de muy buena fuente : y si él tiene una teología que manda callará los
seglares y á las gentes profanas, en cambio hay otra teología que les
manda expresamente hablar : si él no consiente que los seglares pongan
al cristianismo en artículos de periódico, ni siquiera en tontitos de cuatro-
cientas páginas, como los de la Biblioteca Nueva del Univers, otros doc-
tores hay en cambio que exigen que los simples fieles pongan al cristia-
nismo en las conversaciones familiares; es decir, que hablen de Dios; que
respondan á lo que oigan contra su santo nombre, y esto sin lecturas




— 343 —


previas, sin echar á correr en busca de una biblioteca para consultará un
teólogo, precaución que muchas veces por cierto toman los autores de
libritos y aun los periodistas religiosos. Háganos el favor el Sr. Gaduel de
escuchar un ratito, porque lo que sigue, es de buen autor :


Cuando se oye á los predicadores, yo no sé cómo sucede,.pero suce-
de generalmente que se escucha con cierta negligencia la palabra evan-
gélica que sale de sus labios. Como todo el mundo sabe que han de subir
al pulpito para reprender los vicios, dice todo el mundo que lo hacen así
porque su oficio es hacerlo; y el espíritu humano, naturalmente*inclinado
á la reveldía, toma este pretexto para no fijar la atención en la palabra
divina. Pero cuando un hombre que se cree ser mundano, porque vive en
el siglo, sencillamente y sin afectación, propone de*buena fé loque sien-
te en su interior acerca de Dios; cuando cierra la boca á un libertino que
hace gala de su impiedad, ó que impudentemente se burla de las cosas
sagradas, yo os digo, cristianos, que ese género de conversación es po-
deroso para promover el amor de los.bienes eternos Por consiguiente,
hermanos mios, que todo el mundo predique el Evangelio en el seno de
su familia, entre sus amigos, en las conversaciones y en las tertulias (dan
les conversations et les compagnies); que cada cual emplee todas sus luces
en conquistar las almas que el mundo solicita, en hacer reinar en la tier-
ra la sagrada verdad de Dios, que el mundo trata siempre de proscribir.
Porque si el error, si la impiedad, si toáoslos vicios tienen defensores
¿tú sala ¡ oh verdad sagrada! has de ser abandonada de los que te sirven?
Por ventura los que son vuestros amigos para ayudaros en los negocios
comunes de la vida ¿no han de atreverse á deciros algo para procuraros
vuestra eterna gloria? Hablemos, si, hermanos mios, hablemos muy alto
en pro de tan justa causa : resistamos á la iniquidad que mal satisfecha
de que se la tolere, pretende que se la aplauda todavía. * (Panegírico de
Santa Catalina.) •


El Sr. Gaduel es demasiado fuerte en literatura para no haber conocí-
do ya que quien habla esas palabras, es nada menos que el gran Bossuet,
acérrimo partidario, según se vé, de los teólogos improvisados; porque
¿qué cosa mas improvisada que esa teología que quiere ver á cada cual
profesando dans les conversations el les compagnies, á propósito de la me-
nor palabra que se diga contra Dios, sin dejarlo para mañana, y sin decir
al libertino, al incrédulo, al chusco necio que suelta una graciecita con-
tra la eterna verdad: Oiga vd. amigo; mucho tengo que replicar á eso¡
hágame vd. el favor de esperar un rato, que me voi de un brinco á Or-
leans á buscar al padre Gaduel para ponerlo á vd. como nuevo, en cuanto
me haya dicho lo que Witasse y Billuart responden á esa necedad que
acaba de espetarnos. Ello no hay duda sino que en medio de una conver-




sacion de amigos se pueden ensartar Jieregía sobre heregia; y no seria la
peor de todas el callarse, y dejar al incrédulo gozando de los aplausos
que busca?


Pues bueno: nosotros decimos que no condenando Bossuet, sino por el
contrario recomendando una poca de teología en las conversaciones, es
seguro que no habría visto de mal ojo una poca de teología en los periódi-
cos. Porque en resumen, ¿qué es hoy la sociedad en que vivimos? Una
saja en que ciertos personajes llamados El Diario de los Debates, El Siglo,
El Constitucional, El Univers, en fin, y para hablar claro, los periódicos
tienen la clave de la conversación y hablan solos. Esto será todo lo triste
que se quiera; pero es asi: poetas, oradores, sabios, artistas, todos espe-
ran para salir al munío que los periódicos les den audiencia: Napoleón III
es el único que se pasa sin ellos: Trátese de hombres, de cosas ó de libros,
el hecho es que nadie los conoce,"si los periódicos no los mencionan. Tal
es el poder de la prensa, ó cuando menos, de cierta parte de ella.


Entre los periódicos mismos, los hay también que esperan, como to-
dos los demás pretendientes de celebridad, á que otros periódicos los men-
cionen : porque sino lo logran, cuanto dicen, es tiempo perdido. No hay
que ver sino lo que le sucede á el Ami de la Religión: con todo el estré-
pito que arma el pobre, todavía no ha podido conseguir mas que unativia
recomendación de la piadosísima y catoliquisima Independencia Belga, y
aqui paz y después gloria: lo mismo, punto por punto, le sucede á la Presse
religimse, y eso que no anda floja en lo de tronar contra los escritores
católicos seglares: uno y otro hacen lo que pueden por ganar la amistad
de El Siglo, de La Presse y del Diario de los Debates, en el mero hecho
de atacarnos á nosotros, que somos el ojito derecho de estos nuestros co-
frades: y sin embargo, ¡cosa singular! ni el Diario, ni La Presse, ni El
Siglo tienen la caridad siquiera de tomarles algún parrafillo que les sirvie-
ra como de anuncio: es menester que nosotros de cuando en cuando los
saquemos por la mano, diciéndoles: Vaya, daos á conocer; salid á ganar
las simpatías de los que nos detestan cordialmente. Pero nada: lo mas
que conseguimos, es que hagan un poquito de ruido durante veinte y cua-
tro horas, y después, como si tales periódicos no hubiera en el mundo.
¿En qué consiste ese desden? lo ignoramos: en lo que no cabe duda, es
en que nadie los escucha para nada; porque esa gran conversación de los
periódicos, con ser tan libre y mantenida por interlocutores tan poco es-
cogidos, es sin embargo una conversación en la que no toma parte todo
el que quiere: por consiguiente, no todo el que quiere, puede hacer en
ella uso del consejo de Bossuet, reprendiendo al imprudente, desenmas-
carando al hipócrita, confundiendo al mentiroso, y silbando ámandíbulas
batientes á la iniquidad que busca vítores y aplausos. Con razón ó sin




— 345 ^-
ella, el Univers es el único de los periódicos religiosos que se hace oh*
muchas veces, y no siempre sin fortuna: como que, según la pintoresca
frase del Sr. Gaduel, consigue crear corrientes de opinivn, tiene por lo
mismo consigo y contra sí calorosos amigos, y ardientes adversarios.


Ese es justamente el mal—dirá á esto el Sr. Gaduel. Ese es justamente
el bien—le replicaría Bossuet, como le replican de hecho muchos obispos
á quienes se lo oimo3 nosotros: y tenemos para nosotros que si Bossuet
viviera y viese el camino que lleva el mundo v echando menos y todo en
nosotros mil dotes que nos faltan, habia de mirarnos con bastante bene-
volencia ; en todo caso, estamos casi seguros de que uno de sus mas ilus-
tres contemporáneos nos aplaudiría.


Hablamos del gran jesuíta Bourdaloue, no indigno por cierto de figurar
en pos del mismo Bossuet, y al cual nada creemos que tenga que pedirle
el Sr. Gaduel en punto á gravedad, á prudencia, á ciencia sólida y talento
profundo. Pues bien: sepa el señor Gaduel que Bourdaloue ha escrito ún
sermón en que espresamente condena ¿lo oye el Sr. Gaduel? condena á
los seglares que no" hacen lo que nosotros pretendemos hacer. Tenga el
Sr. Gaduel la bondad de abrir el tomo sesto de la edición de Versaiiles; ser-
món para el domingo en la octava de la Ascensión, sobre el celo por la de~
fensa de los intereses de Dios. Propónese allí el orador sagrado hacer á todos
sus oyentes del partido de Dios, ó si el Sr. Gaduel quiere del partido católi-
co , objeto de tantas censuras: y llamando á juicio á esa especie de buenos
cristianos, moderados y prudentes que tan bien saben declamar contra los
exagerados, y que han olvidado que todos los hombres, cualquiera que
sea su condición, deben á Jesucristo, á su ley y á su Iglesia un testimonio
público de su amor y de su sumisión; llamando, digo, á juicio á estos ta-
les, les pide cuenta de su indiferencia criminal en este punto, y reduce
á dos principios vergonzosos su falsa prudencia, su prudencia reprobada,
como la llama el orador; según el cual tiene la tal prudencia por origen
la ceguedad del entendimiento y la flaqueza del corazón, de las cuales
resultan, entre cristianos, dos géneros de caracteres igualmente opuestos
al espíritu del cristianismo.


«Los unos, dice, son los políticos mundanos, que tienen por prudente
ser, en los combates, frios para con Dios, y poco celosos de todo lo que con-
cierne á su santo servicio y á sus sagrados intereses, falsamente creyendo
que en obrar así, proceden con atinada prudencia, y confundiendo esta
indiferencia y falta de celo con la moderación y la templanza. Los otros,
menos presuntuosos, convienen en la obligación que todos tenemos d'e
profesar el celo de Dios, y de manifestarlo con obras; pero no se hallan
con fuerzas para practicar lo que creen, y mostrar en sus actos lo que
con sus palabras confiesan : estos tales aprueban el celo en otros, y cuan-


TOMO tv. 26




— 346 —


do llega la ocasión de emplearlo ellos, ceden siempre al temor y á los
respetos humanos.»


Dejemos á un lado á estos últimos que son los cobardes, pero que no
son indignos, y que al cabo no llevan á mal el que otros tengan mas va-
lor qae ellos; y vamos con los prudentes, que mirando las cosas de otra
manera, suelen reprender agriamente á los celosos. He aquí lo que Bourda-
loue piensa de estos prudentes:


«Ser prudente á espensa§ de Dios y en daño mismo de las reglas de
este mundo, con vergüenza de la religión y en provecho de la impiedad;
ó lo que es lo mismo, profesar una prudencia que Dios toma por deshonra
y que el mundo mismo no aprueba; una prudencia que á los flacos es-
candaliza, y á los impíos alienta; eso es lo que la política del mundo ha
inspirado siempre á los mundanos, y lo que el espíritu de Dios condenará
eternamente. A la grandeza de Dios conviene ser servido por hombres que
tengan á gloria el ser suyos y el declararse por él; y no hay prudencia en
el mundo que dispense de cumplir este deber; porque este deber es el
primer principio en que reposa la prudencia misma y al cual debe esta
virtud referirse. Los intereses de Dios, es decir, todo cuanto respecta á su
culto, á su religión, á su ley, á su honra y á su gloria, son de un orden tan
excelso, que no pueden jamas ser contrastados por otro interés ninguno;
y por otra parte,, de tal manera están en nuestras manos estos mismos in-
tereses de Dios,.que tedes nosotros debemos ser sus guardadores, y que
cuantas veces sufran algún menoscabo debemos dar cuenta á Dios por ello,
pues nosotros solos seremos culpables de ello por nuestra infidelidad. Es-
to cabalmente es lo que todos los dias está sucediendo cuando por falsas
consideraciones, con las que malamente creemos servir á Dios, inventa-
mos pretextos para callarnos cuando deberíamos hablar, para estarnos
quietos cuando deberíamos movernos, para prestar nuestra tolerancia y
connivencia cuando deberíamos reprender y castigar,»


Adviértase que en estas palabras, no se dirige Bourdoloue á eclesiásti-
cos, sino pura y simplemente á los fieles de la parroquia. Esas obligacio-
nes tan distantes de lo que el Sr. Gaduel tiene por el bello ideal de un
buen seglar, que no abra la boca por temor de decir una heregía; esas
obligaciones parecen á Bourdaloue tan altas y tan indispensables que no
vacila en imponerlas so pena de pecado mortal.—«La flaqueza, dice, tímida
para llenarlas, ó las mundanas consideraciones que nos retraen de ello,
son esencialmente contrarias al espíritu de Jesucristo, y merecedoras de


•condenación eterna Qui non est mecum, est contra me: palabras de
maldición para esos caracteres acomodaticios, que creen poseer el secreto
de agradar á Dios en no chocar jamas con el mundo. ¿Qué responderán es-
tos tales á Jesucristo cuando les diga que una y otra cosa eran imposibles,




— 347 —


y que así debían haberlo tenida entendido por aquellas palabras pronun-
ciadas por su boca?»


A los cristianos que quieren evitar este juicio tremendo, propone
Bourdaloue el ejemplo de David, cuando decia á Dios: las afrentas que se
os causan, Señor, recaen sobre mí: preciso es que yo os vengue; y si mi
razón me dice que no lo haga, desde ahora la condeno como una razón
corrompida.—>«Y no es solamente un rey como David, prosigue Bourda-
loue, el que así debe hablar, sino que lo mismo debe hacerlo un señor en
sus dominios, un magistrado en su distrito, un superior en su comunidad,
un particular en su familia, todos y cada cual, sin excepción, en su esta-
do...*—Nos parece que en esta enumeración no está excluido elescritor
seglar, sea que publique libros, sea que redacte periódicos: seguramente
que si Bourdaloue hubiera conocido á esta nueva especie de grandes se-
ñores y de personages, no habria dejado de imponerles las mismas obli-
gaciones que al común de los seglares, puesto que todos deben combatir
á la impiedad, cualesquiera que sean su situación, su estado y sus faculta-
des. Y si es verdad que «todos los extravíos de un hijo pervertido deben
afligir el corazón de su padre, así como todos los de un criado vicioso de-
ben afligir el corazón de su amo, ¡> con mayor razón todas las licenciosi-
dades de un entendimiento incrédulo, de una pluma impúdica, de un
pincel desvergonzado deben inflamar la caridad del cristiano, que sabe
que aquel entendimiento perverso, aquella pluma obscena, aquel pincel
impuro van á tender á las almas redes en que se perderán, haciendo
vano el precio de la divina sangre redentora.


Demostrado ya que Bourdaloue no habria sido enemigo de los perió-
dicos religiosos de seglares, pudiéramos poner punto á esta materia, si los
prudentes de quienes habla el orador, repletos como están de .discursos
y argumentos contra nosotros los exagerados, no nos acusaran principal-
mente de que suscitamos enemigos á la Iglesia. También va á responder
por nosotros Bourdaloue, que no parece sino que está oyendo la acusa-
ción :


«Me diréis que un celo vivo y ardiente, tal como trato de inspirároslo
contra el libertinage y el vicio, en vez de curar el mal, acaso no sirva
sino para exacerbarlo. Pues bien, yo os digo que, aunque así fuera, cris-»
tianos, aunque vieseis que no podría menos de ser así, no por eso vuestra
indiferencia para con Dios seria menos criminal; no por eso estaríais me-
nos obligados á mostraros celosos de Dios, sí mil veces os llamaban á la pe-
lea. Aunque el mal se agriara y se exacerbase, vosotros siempre habríais
cumplido vuestro deber: cuenta de Dios era el permitirlo así; pero jamás
seria su intención el que vosotros tuvierais consideraciones y tolerancia
con el mal que su divina voluntad hubiera querido permitir;.. Me diréis




— 348 —


que es preciso usar de Imprudencia; sin duda ninguna, os respondo yo;
toda la prudencia que queráis con tal que el vicio sea corregido, que el es-
cándalo sea reparado, que la causa de Dios no pierda, Porque en verdad
os digo, si vuestra prudencia consiste en poneros siempre de parte de
la sinrazón, aunque sea bajo hermosas apariencias; si es cosa de que la
honra de Dios haya de menoscabarse en cuanto esté en vuestras manos, y
que la iniquidad se crea segura y bastante fuerte desde el punto que la
hayáis de juzgar vosotros; si todo ese temperamento, en fin, de pruden-
cia que afectáis, no consiste sino en resfriar vuestro celo y entibiar el de
los demás; será todo eso prudencia y habilidad, si así os place; pero serán
aquella habilidad y prudencia que San Pablo anatematiza, poniéndola en-
tre las obras de la carne, cuando dice á los romanos: Sapientia earnis
inimica est Deo... Me diréis también que vuestro celo puede causar estré-
pitos y ruidos: pero respondedme : si el impedir lo que sabéis vosotros
que es un verdadero desorden, ya sea en vuestra familia, ya fuera de
ella, no vale la pena de causar estrépito y ruido ¿ qué cosa hay que lo
valga en el mundo...? Pero ese ruido y estrépito va á turbar la paz, os
oigo decir. Que la turbe, os responde San Agustin; eso mismo será glo-
rioso y mas digno del espíritu cristiano; porque hay una falsa paz, que
debe ser turbada... No, no, no hay paz, ni doméstica ni estraña, que deba
ser preferida á la obligación de defender los intereses de Dios, y de opo-
nerse á que se ofendan.» -


Nos parece que basta lo citado, pues no es cosa de insertar todo el ser-
món : léalo entero el Sr. Gaduel, y su buena fé le obligará á confesar que
aquel grande y sabio Bourdaloue no era por cierto enemigo de la teología
seglar. Porque ello, no hay medio; sin un poco de teología es imposible
tratar de asuntos relacionados con la fé, imposible estar siempre alerta
contra lo que pueda ser dañoso á la ley, al culto, á la honra, al interés
de Dios. ¿Y cuál es mayor mal, preguntamos al Sr. Gaduel, aventurar
una definición ó una palabra que no sean exactamente conformes al rigo-
rismo de la ciencia, ó sufrir paciente, prudente, cobardemente que la re-
ligión padezca afrentas y difamaciones? Por lo que á nosotros toca, pala-
dinamente lo confesamos : quisiéramos cien veces mas dar pretexto á los
incrédulos para que nos acusen de triteismo y de pseudo-tradicionalis-
mo, y esto suponiendo que sepan lo que se dicen, que no dejarlos im-
punem'ente atacar, á nuestra vista y á vista de otros, la existencia de
Dios, la divinidad de Jesucristo, ó la autoridad de la Iglesia. Si tal vez er-
ráramos en algo, no por eso daremos en hereges ni nosotros ni nuestros
lectores; porque á todas nuestras heregías provee la plena sumisión que con
toda el alma profesamos á la santa Iglesia católica. Pero el silencio haria
de nosotros unos cobardes, y de nuestros lectores pudiera hacer unos ateos.




— 349 —


III.


El periodismo religioso ha nacido de las necesidades de la Iglesia en la
sociedad moderna; pero todas las cosas tienen sus inconvenientes, y las
nuevas, sobre todo, tienen sus detractores; hay ciertos espíritus que,
rectos y bien intencionados como son, no llevan sin embargo en pacien-
cia nada que no se haya hecho en todos los tiempos : si la cosa nueva,
contra la cual están ya por natural inclinación prevenidos, llega por des-
gracia á incomodarles en algo, ó ya si no pueden hacerla que se preste á
servirlos, sin aguardar á mas, la condenan absolutamente. Tal ha sido la
suerte del periodismo religioso: los primeros anatemas lanzados contra él
son contemporáneos de sus primeros días: nacido al borde de los cadalsos
en tiempos del terror, salpicado con la sangre de los mártires, probado
ya con persecuciones é injurias, habia sido, en el espacio de cuatro ó cinco
años, suspendido, suprimido, y muchas veces arruinado, cuando del seno
mismo de la Iglesia se levantaron voces para maldecirle. Algunos de los
prelados que se habian refugiado en Alemania desde el principio de la re-
volución , dieron, en pensar que el periodismo religioso erraba en materia
grave, y se metia en lo que no era de su competencia. ¿ Cuál era su cri-
men? Según sus detractores, el de poner muy alto los derechos del Papa.
Tratábase por entonces del Concordato y de la reorganización de las igle-
sias : necesitaba este proyecto que se abolieran los títulos existentes para
hacer un nombramiento de Obispos enteramente nuevo. Entre los Obis-
pos, unos ofrecían filialmente su dimisión, otros lo rehusaban, negando á
la Santa Sede el derecho á exigírselo. Por aquella época apenas habia ul-
tramontanos en Francia, y desde luego el periodismo religioso no lo era;
pero la fuerza de las cosas lo iba irresistiblemente llevando á profesar la
doctrina romana pura, y la sostenía vigorosamente. Ese era su crimen,
por el cual fué castigado primero, y glorificado después.


Si escribiésemos la historia de la prensa católica, se vería que poco
mas ó menos siempre ha estado en la misma situación, es decir, alentada
como entonces por la opinión general, y como entonces, combatida por
el espíritu privado. Cuan difícilmente desaparece este espíritu, hasta cuan-
do se halla ya casi unánimemente abandonado, dígalo un reciente escrito
que á pesar de haberse dado á luz sin nombre de autor, ha tenido bastan-
te importancia para poner en cuidado al Sr. Arzobispo de Reims y á algu-
nos otros Prelados. Este escrito, que no es seguramente ni triteista ni
pseudo-lradicionalista, no es sin embargo grandemente ortodoxo: con to-
do , á nadie le ha ocurrido que pudiera ser obra de un seglar, pues bien
claro está diciendo el partido, la opinión, las ideas y tendencias, que mas




— 350 —


especialmente se creen contrariadas y molestadas por la prensa religiosa
seglar; con lo cual se ve claramente también la principal razón de la hosti-
lidad contra que tenemos hoy que defendemos. Pero sean cualesquiera los
motivos de esta hostilidad, el hecho es que ella ha armado siempre bastan-
te bulla, alegado bastantes razones ó pretextos, y sobre todo encontrado
bastantes auxiliares, para que al cabo cierto número de conciencias cris-
tianas hayan concebido incertidumbres acerca de la utilidad y legitimidad
del periodismo religioso, el cual justamente á consecuencia de estas mis-
mas contradicciones ha obtenido un honor mas insigne que nunca. Véase
cómo.


Durante el año de 1847, en lo mas rudo del combate por la libertad
de la Iglesia, el M. R. Sr. Parisis, Obispo entonces de Langres, y cuyo
solo nombre lo dice todo, creyó útil emplearse en definir los derechos y
deberes de la prensa católica. Reconociendo, por una parte, los servicios
que esta prestaba, y oyendo por otra, las apasionadas censuras que la
perseguían, se dignó aplicar al fallo de este litigio la fuerza y las luces de
su gran talento, jamás indiferente á nada de cuanto interesa á la causa de
Dios. Ninguno de nuestros teólogos recusó la competencia de aquel Prela-
do, pues era evidente que no solo tenia en favor suyo in autoridad, la
misión y la doctrina, sino también su experiencia; pues tan conocidas le
eran las cosas y las personas, como los principios: consultado muchas
veces por escritores religiosos, informado por sí mismo acerca de las que-
rellas de los adversarios de estos, y suficientemente conocedor de la po-
lémica entablada, estaba en aptitud de fallar con pleno conocimiento de
causa. Hízolo así en efecto por medio de un tratadito práctico sobre el pe-
riodismo, como él mismo lo titula, y que es una verdadera constitución
de la prensa religiosa. Impresa está por cierto, y formando la división sé-
tima del apreciable libro, titulado: Casos de conciencia, relativos á las li-
bertades ejercidas ó reclamadas por los católicos. El Sr. Gaduel, que lee
tantos libros, no ha leído de seguro este; porque de haberlo leido, no
hubiera dejado ciertamente de mencionarlo en sus dos artículos especial-
mente consagrados á poner de manifiesto las ingerencias y usurpaciones
de los escritores seglares; permítanos, pues, que remediemos aquí su ol-
vido ; bien que forzados como nos vemos á no presentar mas que extrac-
tos , le aconsejamos que se procure la obra citada, y que la lea enterita :
en ella encontrará miras bastante diferentes de las suyas , y caso de que
las llegue á entender tales como son, verá la diferencia que hay entre un
teólogo que escribe á la luz de su candil, tapándose el mundo con las
cortinas de su ventana, y atormentando el dorso de sus rancios libros para
encontrar en ellos á toda costa un argumento contra el adversario que ha
escogido ó que le han señalado; verá, decimos, la diferencia que hay




entre este teólogo de. aula y el verdadero teólogo , el hombre polítieo y
hombre de Estado, que estudia á la luz del dia, y no solamente en los li-
bros muertos, cuya sabiduría no es esto decir que ignore ni desdeñe, sino
en la sociedad viva y palpitante, á cuyas urgentes necesidades hay que
proveer urgentemente.


El M. R. Sr. Parisis, colocándose desde luego en un punto de vista
mucho mas elevado de lo que comunmente se acostumbra, compara el
periodismo á la guerra, pues que guerra es, querida y organizada por las
instituciones mismas de la nación; guerra por consiguiente legítima en el
ataque y en la defensa, y que consistiendo, para los escritores católicos,
en atacar el mal y proteger el bien, es no solamente permitida, sino pre-
ceptuada por la caridad.—«Si no fuera permitido hablar ó escribir contra los
ados ó las tendencias perjudiciales á la sociedad, preciso seria decir que
el arma.de la palabra, única que Dios ha dado á su Iglesia, y que además
es hoy la mas poderosa de todas, aun en el orden natural, debería ser
abandonada á nuestros enemigos..... Esto seria tanto como exigir que el
mundo quedara sometido al imperio del mal por aquellos mismos que tie-
nen encargo expreso de sostener y ensanchar, cada cual según sus me-
dios, el reino de Dios.»—Aquí se ve el mismo pensamiento de Bossuet y
de Bourdaloue, aplicado á las circunstancias del tiempo presente.


, Después de fijar los derechos del periodismo en la actual constitución
de la sociedad, que por cierto analiza luminosísimamente, y después de
haber demostrado que el ejercicio de aquellos derechos constituye para
los cristianos un verdadero deber, continúa el Sr." Parisis expresándose en
estos términos:


«A nuestros ojos, el periodismo religioso no es solamente una ocupa-
ción útil y grave, no es solamente una obra indispensable para salvar la
sociedad, sino que es también una especie de apostolado; y para conven-
cerse de ello, no hay mas que considerarle en su objeto y en la índole de
sus tareas. Porque ¿ cuál es y debe ser el objeto del periodismo católico,
sino combatir el error y defender la verdad, cualquiera que ella sea, pero
sobre todo, la verdad divina? La Providencia, que hace conocer la verdad
á los hombres por el concurso de los sucesos que ella misma dispone con
invencible fuerza, no parece sino que al constituir las sociedades moder-
nas y al suscitar en ellas el periodismo religioso, le ha dicho, como en
otros tiempos dijo al Profeta, si bien en esfera mas limitada: Ecce consti-
tuí te hodíe super gentes et super regna, ut evellas el destruas, et disperdas
et dissipes, et cedí/ices et plantes (Jer., 1, 10). ¡ Cuántas injusticias no hay
que solo el periodismo puede poner de manifiesto! Muchas mas aun que
los pastores de almas, pues que la libertad de su divino ministerio está
hoy limitada por las leyes civiles, y los tribunales pueden perseguir y cas-




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tigar toda acusación personal, todo cargo, por legítimo que sea, contra la
autoridad, hecho en un sermón ó en una pastoral. ¡ Cuántos abusos no hay
que solo el periodismo puede remediar! ¡ Cuántos poderes opresores, á
quienes él solo puede intimidar! ¡ Cuántas instituciones útiles á la reli-
gión , cuyo planteamiento solo él puede promover, cuya ruina puede im-
pedir él solo! ¡ Y esto por la sola autoridad de una palabra firme, pública,
infatigable, y sobre todo, siempre sincera! ¡Qué mas se necesita para
que, atendido su objeto, deba el periodismo religioso ser tenido por una
especie de apostolado!»


»Y si consideramos ahora la índole de sus tareas, ¡ cuánta semejanza
no ofrece con las de los ministros de la palabra divina ! A la manera que
ellos, por su número, por su riqueza y por todo lo que constituye los me-
dios humanos, es menos fuerte que sus adversarios, á quienes ti ene siem-
pre sin embargo en alarma; á la manera que ellos, protege al débil con-
tra el poderoso, y al humilde contra el soberbio; á la manera que ellos,
combate las malas pasiones, y al combatirlas, muchas veces las subleva
contra sí mismo, sin haber medio de que los enemigos de Dios no echen
mano para imponerle silencio.»


No son estos los únicos pasages de su libro en que el Sr. Parisis pro-
clama sus simpatías por el periodismo religioso, hasta el punto de contar
la fundación de un diario que sea verdaderamente católico, entre las obras
piadosas mas aceptas, sobre todo r en estos tiempos, á la religión. En ver-
dad que si grato nos es pensar que el exacto conocimiento que aquel
prelado tenia de nuestra empresa y nuestras mas%timas convicciones, en
nada habia disminuido su confianza, debemos, sin embargo, confesar que
esa misión santa, indicada por tan ilustre obispo á simples seglares como
nosotros, nos infunde bastante mas temor que estas otras alharacas y con-
torsiones de teólogos descontentadizos, que apenas parecen conceder á un
seglar el derecho de persignarse en público. Cuando una y otra vez re-
corremos las páginas del Sr. Parisis, nos espanta nuestra inmensa respon-
sabilidad ; pero cuando oimos á estos teólogos, la suya es la que nos da
cuidado; pues que en resumen no otra cosa quieren ni pretenden sino
echar por tierra esta obra auxiliar del apostolado, que tantos encomios me-
rece á uno de nuestros mas venerables prelados, deseoso de propagarla y
multiplicarla.


Nos están echando en cara sin cesar las faltas del periodismo religioso,
ó para hablar mas claro, las faltas del Univers; como si ellos mismos estu-
vieran exentos de la flaqueza humana, como si alguna vez no se engaña-
sen , y cometieran también faltas los periódicos en que ellos escriben. El
Sr. Parisis les da una lección de justicia y de modestia, cuando al hacer
sus reprimendas dirigidas á todo el mundo, dice que las faltas, por otra




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parte disculpables de los escritores en nada disminuyen la utilidad ni la
necesidad de la obra que han emprendido.» Por ventura, dice, ¿ cuál es el
pastor de almas que no tiene algún cargo que hacerse á sí mismo por la
manera con que desempeña las funciones de su sagrado ministerio? Y por-
que Dios haya encargado de dispensar sus gracias á hombres frágiles, se
ha de pretender que las faltas cometidas por su fragilidad recaigan sobre
el ministerio que ejercen?»—Asi habla el obispo que mejor ha estudiado la
cuestión de la prensa religiosa seglar: .compárese ahora su lenguage con
el interesado clamoreo que sin cesar levantan contra ella, por una parte
los incrédulos á quienes estorba é incomoda; por otra los políticosdescrip-
tos por Bourdaloue, cuyas combinaciones desbarata, y por último esos
doctores y mercenarios del particularismo, á quienes tanto alarman las
corrientes de opiniotí que van á Roma, es decir, á la unidad.


Vamos ahora á otro punto que interesará especialmente al Sr. Gaduel,
en su calidad de gran cazador de heregías, y tan mal avenido con los se-
glares que no tienen autoridad para tratar de los intereses de la Iglesia, ni
aun para estudiar los problemas políticos en aquellas profundidades donde
la teología domina todas las cuestiones humanas. Cuenta que este parece
ser el crimen cometido por el SR. DONOSO, y de rechazo por el Sr. Veuillot,
y á la postre por el Univers: á todos tres les muestra el Sr. Gaduel abiertas
la pavorosas simas del error, en que necesariamente ha de hundirse todo
el que no haya estudiado á Witassey áBilluart, cuando menos. El Sr. Pa-
risis trata la cuestión sobre este punto en la segunda parte de su opúsculo
Del periodismo en la Iglesia: si el Sr. Gaduel encuentra que el sabio pre-
lado tiene aquí la manga ancha, cuenta suya será, que no nuestra.


Después de haber fijado el derecho inconcuso de enseñar que tiene la
Iglesia, se pregunta el Sr. Parisis cómo la Iglesia considera al periodismo,
y se responde así: «La iglesia no ve en el periodismo sino una de las for-
mas con qué puede espresarse el pensamiento humano: ahora bien, la
iglesia no condena la forma, en que el espíritu humano esprese su pensa-
miento , sino el pensamiento mismo, cuando es contrario al divino enseña-
miento ; pero cuando es ortodoxo, no se cura de la forma bajo la cual se
produce, sino que aprueba, estimula, bendice la difusión de la verdad en
todos los idiomas, aun los mas incultos, bajo todos los símbolos, aun los
mas vulgares, y por todos los medios, aun los mas opuestos algunas veces
á lo que el mundo llama sabiduría, con tal de que nada tengan de contra- '
rios á la moral ni á la verdadera sabiduría según Dios.»


Rogamos de paso al Sr. Gaduel que tenga presente este pasaje para
cuando nos toque justificar nuestra-empresa de la Biblioteca Nueva, en
que está inclusa la obra del SR. DONOSO CORTÉS, y contra la que tanta ira
muestra el buen teólogo.»


TOMO iv. 27




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El Sr. Parisis continúa: «A los ojos delate; co¡no á los del sentido co-
mún, un periódico no se diferencia de otras publicaciones, sino en que
llega á manos del lector en hojas sueltas, en lugar de llegarle bajo la for-
ma de libro: en cuanto á la publicación diaria y continua de estas hojas,
nada tiene en.sí de reprensible; y la Iglesia, que se va siempre al fondo
de las cosas, juzga un escrito no por el modo con que se publica, sino
por las doctrinas que contiene. Si las doctrinas son buenas, lo aprueba;
si son malas, lo condena, como a cualquier otro escrito. Por consiguien-
te , para averiguar si el periodismo en sí tiene derecho á intervenir en los
asuntos de la Iglesia, no hay que examinar otra cosa sino hasta qué punto
la Iglesia puede permitir á los redactores de periódicos religiosos que com-
pongan y publiquen, bajo otra forma cualquiera, escritos sobre las mis-
mas materias que en sus periódicos tratan. Esta es toda la cuestión; y cuan-
to para estraviarla se alegue, es completamente infundado, al menos en
principio.^


Para resumir todavía mas la cuestión, el Sr. Parisis advierte una cosa
que nuestros adversarios olvidan, á saber: «Que aun los eclesiásticos mis-
mos que escribon en periódicos, como quiera que al hacerlo no obran en
virtud del sagrado carácter que los reviste, ni para ello han recibido mi-
sión alguna de la Iglesia, no son, bajo este respecto,, ni mas ni menos que
escritores puramente seglares.» De donde se sigue que si á nosotros se nos
niega derecho para hacer un periódico, no hay mas remedio que negár-
selo también álos eclesiásticos que nos anatematizan.


Los escritores seglares, según el Sr. Parisis, no tienen ciertamente
misión de los Apóstoles: pero tienen la de todos los cristianos, la que á
todos dala comunión del Espíritu Santo para el bien de todos. Con este
motivo, recuerda á San Justino, á Ate'ilagoras, á Clemente de Alejandría,
seglares, y á Arnobio cuando aun era simple catecúmeno: los cuales todos
publicaron sus primeros escritos en pro de la religión, sin que á nadie le
ocurriera decir que no tenian misión para ello: también anuncia á de
Maistre, á Bonald, y aun á Chateaubriand, como acreedores á la gratitud
de todos los católicos. El riesgo de que se aventure alguna espresíon poco
exacta no asusta al Sr. Parisis hasta el punto de espeluznarlo; porque sa-
b e que, bendiciendo y todo íós esfuerzos de los seglares que la defienden,
la Iglesia se reserva siempre la facultad de señalar los errores en que pue-
dan incurrir. «Por lo demás, añade, los sacerdotes se hallan bajo las mis-
mas condiciones en este punto, y ello al cabo no han salido siempre los
heresiarcas de la clase de los simples seglares.» A esto pudiéramos añadir
nosotros que por regla general, siempre que los seglares han incurrido en
algún error grave ó leve, no se han mostrado ciertamente rebeldes ala
corrección. Que se cite sino el escritor religioso seglar que en nuestros




días haya compuesto no ya uu libro sino un simple articulo de periódico
contra las decisiones del índice romano. «No es, pues, de modo alguno
necesaria, concluye el Sr. Parisis, una misión especial para tener el dere-
cho de escribir ó de obrar en pro de la religión; bastando, como basta,
conocer bien la santa causa que se va á defender,'y con esta condición
pueden hacerlo los seglares, como lo han hecho siempre.»


Apesar de que seamos tan temerarios y vituperables para el Sr. Ga-
duel, no nos negará que vista esta decisión de tan ilustre prelado, tanto
el Su. DONOSO CORTÉS como nosotros hemos podido creernos en nuestro
derecho, Y todavía se convencerá1 mas y mas de esto el Sr. Gaduel cuan-
do vea en aquel libro las consideraciones y los datos en cuya virtud, re-
conociendo á los seglares derecho para tratar hasta cierto punto de los ne-
gocios de la Iglesia, se lo aconseja el Sr. Parisis como el cumplimiento de
un deber, reiterándoles aquellas rigorosas palabras que poco antes habia
dirigido al Sr. conde de Montalembert: «No os dejéis intimidar por los
obstáculos, nr seducir por concesiones á medias, ni desalentar por los re-
veses. Tened entendido que vuestros disgustos mas acerbos no os ven-
drán de vuestros adversarios naturales; recordad sino lo mucho que San
Pablo tuvo que .sufrir de sus compatriotas y de sus falsos hermanos, peri-
culis ex genere... periculis in falsis fratribus (II Cor., XI, 26). Pero, aun
durante la vida terrena, llegará él dia de la justicia, y toda la vergüenza
será entonces para los ciegos y los cobardes; para todos los hombres de
corazón y de fé la gloria y la recompensa.»


Se nos objetará tal vez que desde 1847 acá han sucedido muchas co-
sas, y que los periodistas religiosos han cometido faltas de que el Sr. Pa-
risis no los hubiera creido capaces. Por lo que á nosotros toca, sabido es
el público testimonio de su aprecio que juntamente con otros prelados,
se dignó otorgarnos há seis meses el Sr. obispo de Arras, que en esta ma-
teria piensa lo mismo que el Sr. Parisis. Vea el Sr. Gaduel cómo des-
de 1847 estaban ya previstas y apreciadas por este todas esas críticas en
su justo valor. «Dícese que la mayor parte de escritores que se meten á
hacer artículos llamados religiosos en los periódicos, como faltos de todo
estudio de teología, se exponen á comprometer á cada momento las eter-
nas verdades sobre que disertan con gran daño de la religión. Dices»!
ademas que los periodistas, como principalmente dados á las cuestiones
de actualidad, mezclan siempre las personalidades en las cuestiones mas
abstractas por sí mismas, suscitando por este hecho nuevos enemigos á
la sagrada causa que parecen defender.»


Justamente los argumentos del Sr. Gaduel: y todavía el Sr. Parisis
entra en pormenores mas profundos y especifica puntos mas delicados,
en que, sin negar nunca al periodismo todo género de intervención y de




— 356 —


debate, le traza sin embargo ciertos y determinados limites, fijando de
una manera clara sus derechos y sus deberes. Esta ojeada libre y extensa,
que aquel sabio y prudente maestro echa desde la cima de la verdadera
ciencia sobre el conjunto y las tendencias del movimiento intelectual de
nuestros dias, creemos acabará de demostrar la superioridad que respecto
de la teología de aula tiene la que nos tomamos la libertad de llamar teo-
logía política y práctica.


ti." El abuso de un derecho no destruye su existencia. Es, por tanto,
evidente que todo católico tiene derecho á rechazar, por los medios que
estime mas oportunos, el error reconocido como tal, y á profesar su fé
en escritos, siempre que lo juzgue útil á sí mismo ó á los demás, ámenos
que la Iglesia no le imponga silencio.»


t2.° Tanto para combatir el error como para profesar la verdad, es
obligación de los seglares prestar su concurso al clero cuando este no
baste. Y es evidente que el clero no es bastante hoy para redactar todos
los periódicos religiosos actuales y futuros, no siendo tampoco posible,
como no lo es, atendido el presente estado de cosas, que el clero tome
sobre sí la responsabilidad moral de aquellos periódicos.»


«3.° La ignorancia en materia de religión, y la indiferencia, que es su
inevitable resultado, constituyen sin duda las dos plagas mas funestas de
nuestra época actual. Y es evidente que nada en nuestros dias es mas á
propósito para conjurarlas, á la larga cuando menos, en las masas, que el
periodismo religioso ; pues sin él, la mayor parte de las cuestiones ca-
tólicas que deben ser planteadas y resueltas en el mundo, no serian ni
aun planteadas; y con él serán necesariamente estudiadas; lo serán, pri-
mero, por los mismos escritores seglares, que si en un principio pue-
den cometer alguna torpeza, como que al cabo han de necesitar del
auxilio y las luces del clero, llegarán á ponerse en estado de tratar to-
dos los asuntos con conocimiento de causa; lo serán, después, por los
lectores seglares, que nunca habrían tenido valor para abrir un libro de
teología, pero que verán con gusto alguna discusión teológica, cuando se
les dá distribuida en columnas en un periódico: lo serán últimamente,
por los mismos escritores adversarios, que forzados de cuando en cuando
á mantener polémicas con los periódicos religiosos, se expondrían á co-
meter inexactitudes vergonzosas si no estudiasen las doctrinas que quie-
ren combatir.»


«Por tanto, la propagación del periodismo verdaderamente católi-
co da por natural y como inevitable resultado el encaminar los áni-
mos hacia un examen cualquiera de nuestras santas doctrinas: y si se
tiene en cuenta que precisamente la ausencia y el desamor á esta cla-
se de estudios es la primera causa del materialismo grosero en que la




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Francia ha caldo; si es cierto, como lo es, que lo que importa á la reli-
gión es que se la conozca, dado que una vez conocida, por poca buena
•fé que en estudiarla se ponga, su estudio ha de enseñar á amarla pri-
mero, y á practicarla después; si todo esto es evidente; ¿puede nadie
extrañar que estimulemos con todo nuestro poder este medio tan po-
deroso que la divina Providencia nos ofrece para la regeneración moral
y cristiana de los pueblos?»


«Que tendrá inconvenientes el periodismo religioso: sin duda ninguna
¿qué cosa no los tiene en este valle de lágrimas? Pero ¿qué importan al-
gunos inconvenientes, puramente relativos á pormenores, en compara-
ción del inmenso resultado que nos prometemos?»


Nada creemos que se puede responder ni añadir á tan elocuentes pa-
labras. Pero al mostrar á los escritores católicos la realidad de su derecho,
y la esfera propia de su actividad, el Sr. Parisis no se ha descuidado en
enseñarles también sus deberes, prescribiéndoles principalmente como
tales dos condiciones comunes de que no deben estar faltos si no quieren
comprometerla santa causa que defienden: estas dos condiciones son: 1."
un completo desinterés tanto por lo respectivo al lucro material, como al
amor propio : 2. a abstenerse de todo cuanto no es propiamente del domi-
nio de las discusiones públicas, ya sea en materias civiles, ya sean reli-
giosas. En cuanto á la segunda de estas condiciones, ignoramos si alguna
vez hemos faltado á ella : en todo caso justo sería fijar las cuestiones en
que hayamos podido violarla, y de antemano estamos seguros de poder
defendernos, aun sin necesidad de dejar mal á nuestros adversarios. Por lo
que toca al lucro, tenemos nuestra conciencia segura. Por lo que toca en
fin al amor propio, aunque el decir que no se tiene ninguno, es ya por sí
solo una prueba de que se tiene en demasía, fuerza será convenir en que
el nuestro no sé apacienta de elogios, si se tienen presentes los continuos
insultos que debemos á nuestros naturales adversarios, y los continuos
ataques de los que debieran ser nuestros naturales amigos. Y al cabo, si
estos últimos fueran siempre lo que hasta hoy han sido, nada nuevo ten-
dríamos que añadir á nuestras cuotidianas mortificaciones; pero euando
vemos también á un sacerdote sabio, respetable y prudente tomar parte
tan activa en aquellos ataques, y empeñarse en hacernos reos de unas
cuantas docenas de heregías para tener el gusto de decir que compro-
metemos ala Iglesia; y aun no contento con esto, todavía nos persigue
con sus diatribas, lo confesamos ingenuamente, no el amor propio, sino
nuestro corazón de cristianos se' siente mortificado y abatido; por mas que
siempre nos quede el consuelo inmenso de creer que hacemos algún
bien á la causa de nuestro Dios, que la caridad de nuestros padres vela
por nosotros, y que si alguna vez en fin pudiéramos incurrir en error,




— 35S —


tenemos para salir de él constantemente abierta la puerta ancha y glo-
riosa de una sumisión ilimitada.


Antes de terminar este artículo y á riesgo de parecer obstinados en ha-
cer gala de nuestro amor-propio, permítanos el Sr. Gaduel mencionar
un elogio dirigido á toda la prensa religiosa yá nosotros á un tiempo mis- •
mo por persona que no puede ser sospechosa para nuestros adversa-
rios , por el eminente sacerdote el Sr. Dupanloup, actualmente Obispo
de Orleans.


En el mes de Octubre de 1848 se encargó el Sr. Dupanloup de dirigir
el Ami de la Religión, ó mas bien , fundó este periódico, que estaba á
la sazón agonizando.,Rodeóse de redactores, en su mayor parte seglares,
muchos de los cuales, y especialmente el encargado de la parte política,
habian hecho largo tiempo sus pruebas en las columnas del 'Univers. Al
anunciarse al público, rodeado de sus colaboradores, el Sr. Dupanloup
hizo de ellos un elogio que estaba muy en su lugar; y si bien les daba,
como era justo, el primer lugar entre los escritores religiosos de aquel
tiempo, no dejó de mencionar honrosísimamente los demás periódicos ca-
tólicos que á la sazón se publicaban. Ahora bien, estos periódicos católi-
cos que entonces se publicaban, estaban reducidos al Univers y á la Nueva
Era; pero, prescindiendo de que nuestras relaciones con el Sr. Dupan-
loup no nos dejaban duda de su benevolencia para con nosotros, la Nueva
Era recien creada entonces tenia tendencias democráticas que el Ami
de la Religión se proponía combatir : luego es evidente que á nosotros se -
referían entonces los elogios del Sr. Dupanloup. Nótese que todo esto su-
cedía en 1848, cuando ya habíamos cometido todas las faltas de que hoy
se nos acusa, tratando todas las cuestiones en que hoy se nos moteja de
incompetentes y temerarios, admirando el genio del SR. DONOSO CORTÉS
y manifestando sin rebozo nuestra aversión al espíritu pagano del Rena-
cimiento : en fin, éramos entonces tan seglares y de opiniones tan pro-
nunciadas como hoy; el Sr. Gaduel en nada habría encontrado variada
nuestra fisonomía, sino es en que entonces aun no. habíamos aguantado
cuatros meses de injurias, de falsificaciones y de ataques de toda especie
contra nosotros y nuestros amigos, como acabamos de sufrirlos hasta hoy,
sin responder una palabra. Pues bien : hé aqui lo que entonces decía el
Sr. Dupanloup.


«Ciertamente, rendimos un profundo y simpático homenage á aquellos
de nuestros amigos, que desde mucho tiempo há bajan todos losdiasá
la arena para defender los intereses de la Iglesia : con el mayor gusto
proclamamos nuestra admiración hacia la infatigable fortaleza de espíritu •
y de corazón que muestran diariamente en esa lucha sin tregua ; pero juz-
gamos útil, al combatir á su lado y como ellos, colocarnos en otra fila y




para otro género de combate. El Aml de la Religión ha ocupado siempre
en lamilicia católica un puesto aparte, un puesto de reserva, que a nin­
gún otro cede en intrepidez y abnegación : este puesto es el que le cor­
responde , y no debe separarse de él largo tiempo, por mucho que su ar­
rojo lo incite: no le convendría hacer otra cosa; porque al cabo, combatir
y vencer en su puesto ha sido siempre y para todos el mérito principal del
valor provechoso y de la fidelidad verdadera.—Militar, pues, bajo la misma
enseña, cada cuaZ con sus armas propias, con sus fatigas propias, coa sus
peligros propios; pues de cualquier manera, siendo uno mismo el pensa­
miento de todos, para todos será una misma la gloriares decir, agrupar­
la torceses Ae, \& ̂ d\%\«v\ & 4s\ \&\\̂ №>, ^5, %\ m ^ m ñ a
rodearla con una triple fila de confesores y de mártires, muriendo á sus
pies en el combate por ella. Si, vosotros todos, nuestros amigos y herma­
nos, unamos nuestros esfuerzos y nuestros corazones etc.».


Creemos haber plenamente justificado á la prensa religiosa • seglar, y
terminamos esta parte de nuestra tarea con la anterior apología, que sin
duda nos protegerá en adelante contra nuestros críticos, á quienes en­
seña si hasta hoy hemos ó no cumplido nuestros deberes.


CARTA DIRIGIDA POR EL SR. DONOSO AL UNIVERS.


Sr. Director del Univers.


PARÍS 23 de enero de 1855.


Muy señor mió: tengo entendido que un periódico religioso de esta
capital ha publicado acerca de mis escritos algunos artículos, gue por va­
rias razones no he podido leer: mis ordinarias ocupaciones son tantas y
tan graves, que el. escaso tiempo que puedo destinar á la lectura, no lo
consagro sino á los grandes maestros. Por otra parte, tampoco me asalta
la desdichada idea de entrar en polémicas con nadie, y mucho menos con
persona que me es de todo punto desconocida. Me basta, sin embargo,
saber que se me acusa de haber cometido gran número de heregías para
declarar, como declaro, que desde ahora y para siempre condeno todo lo
que tenga condenado, condene y pueda en adelante condenar, en los
otros ó en mí, la santa Iglesia católica, de la cual tengo á dicha ser hijo
sumiso y respetuoso.


Quiero que conste que para hacer esta declaración., no necesito que
llegue á hablar la Iglesia misma, pues me basta que un solo hombre me
acuse de error en materia grave. A semejante acusaeion se me hallará
pronto siempre á responder con aquella declaración, y esto sin pararme




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antes á averiguar si el que me acusa es seglar ó eclesiástico, hombre os-
curo ó de gran fama, ignorante ó sabio.


Con este motivo tengo el honor de reiterar á vd. la sincera amistad
que le profesa su seguro y afectísimo servidor


JUAN DONOSO CORTÉS.


(Siguen los artículos del UNIVERS.)


IV.


En nuestros anteriores artículos acerca de la prensa religiosa seglar,
hemos pasado en silencio hasta ahora un cargo que nos dirige en particu-
lar á nosotros el Sr. Gaduel; acerca del cual, con ánimo de completar
nuestra defensa, vamos á dar algunas esplicaciones. Refiérese este cargo
á la serie de obras que con el título de Biblioteca Nueva pensamos publi-
car , destinadas á formar una apología completa del catolicismo.


«Nos proponemos, decíamos en el prospecto, por medio de libros con-
cienzudos , puestos al alcanze de todos los entendimientos y todas las for-
tunas, destruir el espantoso cúmulo de preocupaciones y mentiras levanta-
do durante tres siglos entre los ojos del hombre y las obras de Dios: nos
proponemos sacar de la historia las enseñanzas que contiene, de la ciencia
los verdaderos resultados que produce , y que no son ciertamente los que
pretende haber alcanzado el espíritu de duda y de negación. >


Este es el prospecto que tan singularmente ha chocado al Sr. Gaduel,
hasta el punto de escitar sus burlas, su indignación y su espanto. Cualquie-
ra diría, al oirle, que hasta ahora no se habia imaginado cosa mas ridicu-
la y temeraria, y en ella se funda principalmente para probar que los se-
glares van camino de perderlo todo. Pero tranquilícese el Sr. Gaduel: la
tarea que habíamos emprendido era efectivamente temeraria, tan superior
á nuestras fuerzas'y auna nuestros recursos pecuniaros, que al presente se
halla ya suspendida, cuando no abandonada: creíamos que el Sr. Gaduel lo
sabia, y en todo caso, podemos asegurarle que los tremendos males que'te-
mía, están aplazados por largo tiempo: los católicos ya no corren riesgo de
gastarse su dinero enheregías, comprando estos libritos, cada uno délos
cuales queríamos que fuese para las ciencias una introducción clara, exacta
y con la amplitud suficiente; para la filosofía y la literatura, una exposi-
ción sólida de principios; para la historia un resumen verídico de hechos.
No haremos, pues, á nuestros hermanos este funesto regalo, sino que los
dejaremos que continúen ilustrándose con esos volúmenes, menos peli-
grosos á los ojos del Sr. Gaduel, que acerca de todas materias les regalan
los universitarios, los académicos y los miembros de la sociedad literaria.




— 301 —


¿Está contento el Sr. Gaduel? Permítanos ahora decirle cuanto nos ha es-
trañado su ataque tanto en su fondo como en su forma: si nos hubiesen
dicho, antes de ver sus artículos, que iba á hablar de nuestra Biblioteca,
no nos habríamos figurado nunca que era para acusarnos de haberla em-
prendido , sino de haberla abandonado; y sobre todo., jamas hubiéramos
creído que para criticarnos emplease, siendo persona taS formal bajo#to-
dos conceptos, artificios y ligerezas taléis como las que ha puesto enjuego.
No hubiéramos creido nunca de su buena -fé que nos presentase como
homKres animados de la ridicula pretensión do desempañar por sí soíos
todo el plan de una enciclopedia, mucho mas cuando en nuestro pros-
pecto decíamos, «nos hemos rodeado de hombres profundamente pene-
trados de nuestras convicciones y que las han defendido con brillantez
antes de ahora» y citábamos á este propósito al señor obispo de Annecy,
á los RR. PP. Guéranger y D. Pitra; al presbítero Martinet, doctor en teo-
logía ; al Sr. T. Foisset; al Sr. P. Lamache, doctor en derecho; al señor
Roux-Lavergne; á los Sres: Du-Lac y Aubineau, redactores del Univers;
al presbítero Darras, y á otros escritores, -en fin, que en otro tiempo se
felicitaba el Sr. Dupanloup de tener por colaboradores en el Ami de la
Religión, y á quienes ponia entre «los mas señalados por su talento y amor
á la Iglesia-» ¿Por qué se calla estos n^pbres el Sr. Gaduel, y en su lugar
se pone, con toda formalidad 7 >á hacer caricaturas como pudiera un pobre


. seglar, que ifc tiene mas armas que su poco ó mucho entendimiento y las
cuatro frioleras aprendidas* en nuestros mezquinos autores franceses? Nos-
otros creíamos que la caricatura no-estaba bien mas que en el Charivari,
y nos figurábamos que todo un vicario general debia pensar mas en ser
justo que en ser gracioso. *


«El mundo está necesitado de verdad; dad al mundo lo que necesita.»
Mucho divierte al Sr. Gaduel ssta frase que, consultado acerca de nues-
tro proyecto y esperando de él algunos bienes, nos escribía el hom-
bre ilustre, el gran orador y ejemplar cristiano á quien el Sr. Gaduel
ataca al mismo tiempo que á nosotros, si.bien con menos miramientos
todavía, y que acaba de responderle tan cumplidamente sin .tomarse el
trabajo de leer sus artículos. Está visto que cuando á un hombre grave le
dá por echarla de gracioso, es terrible: el Sr. Gaduel no acierta á espfi-
carse la celebridad que -ha conquistado el SR. DONOSO ; y con su Wilasse
en ristre, ha probado clarísimamente, al menos para los redactores del
Amí de la Religión, que aquel escritor, con toda su elocuencia tan enco-
miada, «s nada menos que triteista. Parece soberanamente ridículo al se-


* ñor Gaduel que se pregunte nada al SR. DONOSO acerca de la situación del
mundo: porque, vamos á ver, ¿qué ha de saber del mundo un hombre que
no ha leído á Witasse? ¿con qué derecho puede decir á nadie: «el mundo


TOMO iv. 28




— 362 —
está necesitado de verdad; dad al mundo lo que necesita? Pero el Sr. Ga-
duel olvida que el gran orador que esto dice, y que el humilde periodista
á quien se lo dice, ambos son católicos, y por consiguiente que ambos
poseen la verdad, y que ambos pueden darla. ¿Qué dice el Sr. Gaduel á
sus colegas? ¿qué dicen estos al Sr. Gaduel? pues se dicen mutuamente:
el mundo está necesitado de verdad; dad al mundo lo que necesita. Por
ventura ¿el Sr. Gaduej y sus colegas poseen una verdad distinta de la nues-
tra? ¿Tienen otra cosa que hacer sino darla? ¿Y les dejará figurarse su mo-
destia que la han dado, en cuanto escritores, con mas brillantez 'y con
mas provecho que el Sr. "Donoso? En verdad que mientras mas escudriña-
mos lo que puede tener de estravagante y de exorbitante aquella frase,
menos lo vemos. ¿Posee ó nó, en cuanto católico, el SR. DONOSO la ver-
dad? ¿Tienen ó nó el derecho de darla los redactores del ¡Univers'! ¿Está ó
nó necesitado el mundo d^verdad? ¿A esto, qué puede replicarse? Y si
nada puede replicarse ¿qué es lo que pretende elSr. Gaduel? Por lo visto,
nada mas que divertirse un rato. Perfectamente.


Para divertirse mas á sus anchas, el benévolo y probo Sr. Gaduel se
las arregla de manera que con toda la inocencia del mundo viene á sus-
citar en el ánimo de sus lectores la sospecha de que el SR. DONOSO y los
redactores del Univers tienen allá^u componenda para ocharse mutua-
mente el incensario, y engañar de este modo la opinión pública acerca de
su escaso mérito. Efectivamente, este es un procedimiento »uy conocido.
entre los escritores que no han podido hacerse'leer de.nadie, y á quienes
nadie menciona jamás para cosa alguna. El procedimiento que no ha sido
tan conocido hasta ahora, es el de estas suposiciones caritativas empleadas
por un sacerdote para honra y gloria de Dios, y para ejemplo de polémi-
cas entre nosotros los pobres seglares. Sea enhorabuena.


Pero supongamos que efectivamente el editor de la Biblioteca ha dado
toda la importancia que^íiene al voto del SR. DONOSO: el Sr. Gaduel sabe
que no es este solo el que ha honrado con su aprobación nuestra empre-
sa; y ya que ha leido con tanto cuidado nuestro prospecto, no habrá de-
jado de ver en él las cartas que con este motivo nos dirigian S. E. el se-
ñor arzobispo de Nicea, nuncio apostólico, y S. E el cardenal de Bonald,
y el venerable obispo de Chartres. ¿Le parece al Sr. Gaduel que estos vo-
tos no son competentes? Poco en cuenta los debe haber tenido, cuando
no le han cortado en flor sus oportunas bromitas de Charivari. ¡Válganos
Dios! señor Gaduel: se encuentra V. por delante á un fiel cristiano, que
nada pretende sino servir á sus hermanos que son los de V., y confesar su
fé, que es la de V.; que, haciendo cuanto puede por realizar bien su pro-*
pósito, se rodea de sabios consejeros y de venerables auxiliares; que
pierde á pesar de todo su tiempo y sus esfuerzos, no logrando hacer el




bien que se prometía: y al cabo de dos años que fracasó aquel propósito,
como si temiera V. que aun humease la mecha, viene á cargar la mano
sobre el caido, y á derramar sal sobre una llaga viva; y todo esto por el
gusto de divertirse un rato... Por Dios, señor vicario, vuelva V. á leer el
Evangelio del buen samaritano, y déjese de bromitas, porque, francamen-
te, no sabe darlas.


¡Y si el fondo de este género de critica fuese tal que abonase lo impru-
dente de su forma! Pero nada de eso: la Biblioteca parece que debia ha-
ber sido mala, porque era seglar; y seglar era, primero, porque la dirigía
un seglar, y después porque el Sr. Gaduel necesitaba hacerla seglar para
aplicarla sus razonamientos ;• pues ya hemos visto qlie según el Sr. Ga-
duel , nada bueno pueden hacer los seglares (es decir, los seglares reli-
giosos, y entre estos los de cierta escuela). Ya hemos combatido estas
ideas, ó mejor dicho, hemos dejado combatirlas á Bossuet, á Bourdaloue
y al Sr. obispo de Arras: no volveremos por tanto á insistir en este punto.
Pero permítanos el Sr. Gaduel una pregunta. Siendo verdad, como lo es,
que los sacerdotes, ocupados con las tareas propias de su sagrado minis-
terio, escriben poco, y que entre los que escriben, pocos lo hacen de ma-
nera que puedan ser leidos por lodo el mundo : debiendo ser, como es,
una consecuencia de esto que la religion se queda sin defensa suficiente
contra el aluvión de libros perniciosos acerca de todas materias, que todo
el mundo lee, inclusos los cristianos, pues que no seTes dan otros ¿qué
males encuentra el Sr. Gaduel en que una sociedad de escritores, sean se-
glares ó sean eclesiásticos, bajo la dirección de un eclesiástico ó de un,
seglar, haga lo que nosotros nos habíamos propuesto? ¿No se ha acercado
nunca al Sr. Gaduel uno de estos padres de familia que educan por sí
mismos á sus hijos, ó uno de esos cristianos celosos que piensan en el
bien de las almas, para pedirle noticia de libros claros, elementales, gra-
ves y al nivel de los progresos actuales de la ciencia, que poner .en ma-
nos de sus hijos ó que dar á sus amigos, que se los piden? Esta es una
pregunta que todos los días se nos hace á nosotros : si el Sr. Gaduel tiene
algún medio de satisfacerla, le rogamos que nos lo indique, porque nos-
otros no lo vemos; dado que nada es comparable, en este-punto, á la po-
breza de nuestra moderna literatura cristiana; el mayor de los males que
puede deplorar nuestra sociedad contemporánea. ¿No seria un gran bien
estudiar metódica, ordenadamente y bajo el punto de vista de la verdad
católica, la historia, la filo'sofía, las ciencias, las bellas letras y las bellos
artes, con el fin de derribar el montruoso edificio que há tres siglos vie-
ne levantando el genio de la impostura en todos estos ramos del humano
súber ?


¡ Cómo! de que se escriban ó hagan escribir por seglares, para espe-




eial uso de la clase que se dice ilustrada en nuestros dias, todas ó algunas
de las obras anunciadas en la Biblioteca Nueva •; de que esta manifieste el
influjo general de los santos en la vida social y política de los pueblos; de
que aquella, ecljando una ojeada por la historia del Papado, trate de neu-
tralizar él espíritu del juicioso abate Fleury; de que la otra describa las
tiestas y ceremonias de la Iglesia, demostrando cómo pueden santificarse
cada hora y cada acción de la vida cristiana; de que otra cuente la fun-
dación y las obras de las misiones y órdenes monásticas; de que se incul-
que á todos los historiadores el deber de mostrar, según indica nuestro
prospecto, cómo las naciones se han engrandecido ó se han degradado,
conforme se han acercado ó se han alejado del Evangelio, indicando por
medio de la fiel historia de los cismas y las heregías la verdadera fuente
de nuestras desgracias; de que se hiciese todo esto, juntamente con es-
tudios inspirados por este mismo orden de ideas acerca de las letras, las
ciencias y las artes, ¿ se sigue de todo esto, repetimos, la extraña deduc-
ción de que todo está perdido, y que la religión va á sucumbir?


Que habría errores en todos ó en la mayor parte de aquellos libros:
pues ahí están el Sr. Gaduel y sus colegas para señalarlos, y en pos de
ellos estaría también la Iglesia para .condenarlos, si tanto merecíanaun-
que siempre es muy probable que no condenara todos los que señalasen
los censores.—Pero entre tanto, apesar de esos errores, ¡cuántos enten-
dimientos esclavos hoy de la mentira no recibirían un choque saludable!
¡ cuántos otros que vacilan, no se afirmarían en profesar la verdad! ¡Cuán-


.ta falsedad hondamente arraigada no caeria por tierra! ¡Cuánta sandez
como se ha impreso y reimpreso, no dejaría de circular por largo tiempo!


Y ya que el Sr. Gaduel insiste tanto en este punto de los errores, en
él supuesto de que no hemos tomado previamente consejo de ningún teó-
logo ¿quien le dice que no lo hayamos hecho? Hemos, sí, procedido con
parsimonia, porque si el Sr. Gaduel tiene miedo del ultramontanis.mo, nos-
otros lo tenemos del galicanismo: ¿quién va mas derecho de nosotros
dos? Pero en el ínterin, bien hemos podido confiar en que un libro de
D. Pitra, ó del presbítero Martinet ó del señor obispo de Annecy podían
pasarse sin previa revisión. Si el Sr. Gaduel hubiera también querido dar-
nos un libro suyo ¿habría aceptado á nuestros-teólogos?


Basta ya de polémica: creemos haber justificado á la prensa religiosa
seglar: una sola cosa nos queda que hacer, y as rogar al Sr. Gaduel que
puesto que tan poco idóneos nos juzga para dar al mundo la verdad que
necesita, ponga manos á la obra, y ayudado de sus colegas, y de cuantos
escritores le parezcan exactos y puros ortodoxos, ejecute nuestro plan;
no solicitamos el honor de ser unidos á sus colaboradores; lo único que le
pedimos.es que no entren por nada en las obras que nos de j ni el partí-




cúlartsmo, proscripto ya de- Roma, ni el fastidio que ahuyenta á los lecto-
res. A este precio, damos al Sr. Gaduel el medio de ganar una aureola
que no ganará seguramente en el mal camino que-ha escogido y del que
deseamos verle salir cuanto mas pronto mejor ; pues tales son los afectos
que nos inspira^


V.


El A mi de la Religión ha publicado la siguiente carta del Sr. Gaduel,
escrita en respuesta á la que el SR. DONOSO CORTÉS nos dirigió con fecha
25 de Enero. ' '


«París, 3 de Febrero de 1855 .—SÍ . marqués de Valdegamas: la carta
»que últimamente ha dirigido V. al Univers con motivo de la crítica que
une he creido en la obligación de consagrar á su ENSAYO SOBRE EL CATO-
LICISMO, EL LIBERALISMO y EL SOCIALISMO, me decide á tomarme la li-
»bertad.de escribirle. *


«Desde luego, señor marqués, me apresuro á reiterar á V. que no
«pueden ser mayores de lo que son mi respeto, mi aprecio y mi verdade-
ra caridad hacia su honorable persona; superiores á estos afectos no son
»en mí sino el respeto , el aprecio y amor que debemos todos profesar á
•»la verdad, nuestro bien común y el supremo. • . ,


«En mis artículos acerca de la obra de V. he reiterado con instancia
«estos sentimientos, y la carta que acaba V. de publicar me confirma en
«ellos. En esta carta dice V. que no ha leidp ni podría leer mi escrito á
causa de sus graves é importantes ocupaciones; lo siento, porque de este
»modo le será imposible apreciar debidamente mi trabajo; y tanto por
«esta razón como por otras muy delicadas, me creo dispensado de dar
»á V. explicación njnguna acerca' de él. Por otra parle , ya V. dice,. sin
«creerse obligado á examinar si su libro contiene ó no los graves y nu-
«merosos errores que yo y algunas otras personas le imputamos con ra-
»zon ó sin ella, que le basta saber que se le acusa de haber cometido gran
¡¡número de herejías para declarar, como declara, gue desde ahora y para
^siempre condena todo lo que tenga condenado, condene y pueda en ade-
lante condenar, en otros ó en V., la Santa Iglesia Católica, de la cual tiene
*á dicha ser hijo sumiso y respetuoso.


«Siendo V. como es una persona de fé y de virtud tan conocidas, na-
.»die seguramente extrañará verle tan sumiso; y si algún dia sus ocupa-
«ciones le permiten pasar la vista por mis artículos, en ellos verá que siem-
«pre he tenido por indudable esas dichosas disposiciones de su corazón,
«como una y otra vez lo digo con sinceridad no menos indudable. .


«Permítame V.., sin embargo, señor marqués, que-le. diga aquí toda.




- 366 -


»mi opinión en este punto. Yo creo, y V. pensando piadosamente creerá
«también como yo, que en materia de fé y de doctrina católica, es la ver-
»dad una cosa demasiado grave y sagrada, para que un escritor religioso
«á quien se hace cargo de haber públicamente enseñado, aunque sea de
«buena fé, errores graves, crea cumplir con una simple v vaga declam-
ación de sumisión á la Iglesia. Cualquiera que este escritor sea, eclesiás-
tico ó seglar, como V. dice, hombre oscuro ó de gran fama, ignorante
»ó sabio , está en el deber de examinar ó hacer que otros examinen si su
«libro «ontiene ó no los errores que se le imputan; y en caso afirmativo,
«está en el deber de reconocerlos, y de suprimirlos, para evitar el riesgo
«que causan. • . -


«Ciertamente, señor marqués, no tengo el honor de que V. me co-
«nozcá, y aun del público soy bien poco conocido; pero en todo caso
»nunca me daria esto derecho á confiar de tal modo en mí, que preten-
ídiera el que por mi sola palabra confesara V. y se.retractara de los erro-
»res que he creído ver yhe señalado en sus escritos. Pero permítame V.
«decirle que cuando un hombre, á quien no se conoce, pero que es un
«eclesiástico ocupado toda su vida en enseñar la Religión, indica en un
«libro errores que tiene por importantes; cuando cita los textos en que
«estos errores constan, y al pié de los textos pone por añadidura las ver-
«dades católicas que estima atacadas, ¿no le parece á V. que hay alguna
srazón para pensar seriamente en el asunto? Mi inquietud creo que de-
»beria excitar la de V.-, y yo-en su lugar concebiría algunas dudas, y tra-
«taria de ver si para ante el público y mis lectores estaba ó no en el caso
»de hacer algo mas que una simple y vaga declaración, insuficiente para
que los lectores de V. se precavan.


»No quiero ser aquí juez contra V., ni creo tampoco que puede V.
«serlo de sí mismo; pero superiores eclésiásticos-tiene^V. á quienes res-
»peta y que de seguro le estiman; para no remontarse mucho, tiene V-
«por de pronto un Obispo ó un Arzobispo de quien es diocesano. ¿Por
«qué no somete V. su libro al juicio de ellos? Si yo me he engañado, pron-
»to estoy á dar á V. satisfacciones públicas; pero si los jueces de doctrina
«hallan en los escritos de V. los mismos errores que yo he encontrado, V.
«veria el medio de repararlos en la forma y medida que la prudencia de
isus superiores le indicase ó que le aconsejasen á V. su féy su virtud. La
«misma obligación creo que tiene el Sr. Luis Veuillot, como editor y pro-
pagador del libro de V. inserto en una Biblioteca Nueva de la Religión,.
«destinada á un gran número de lectores. Ni por parte de uno ni por par-
né de otro hay en esto nada que repugne á la sinceridad , á la rectitud,
»y modestia de un católico.


«En cuanto á les artículos publicados por el Sr. Veuillot en el Univers




«con motivo de mi crítica, tengo, señor marques, el intimo convencimien;-
ito.de que un hombre del carácter y gravedad de V. ninguna parte ha
«tenido en aquel modo de tratar lo que hay mas sagrado en la tierra : la
«verdad de la doctrina cristiana y la enseñanza teológica. Pero siento de
«todos modos-que tenga V. la desgracia de ser defendido con. semejantes
«armas. Con el uso malhadado que en ocasiones hace aquel periodista del
«talento que Dios le habia dado para emplearlo mejor, compromete mu-
idlas veces hasta las mejores causas por el modo con que las defiende,
«tan poco digno de ellas, y no menos indigno , lo digo con pena, de su
«fé y de su corazón; •


«¡Cuan distantes se hallan de esta manera de escribir, los pensamien-
»tos y el estilo de V. señor marqués! Yo he leido sus discursos y su EN-
»SAYO con grandísima atención; y entre muchas cosas verdaderamente ad-
«mirables que en elllos he encontrado, he teñido el disgusto de hallar
«también muchos errores gravemente perjudiciales ala verdad, si bien
«jamás ha escrito V. una sola palabra que tienda á burlarse de la discusión
«de las verdades mas sagradas. Ese tono zumbón, que San Pablo llamaba
y>scurrilitas qucc ad rem non pertinet, son en verdad cosas tan estrafias ala
«dignísimapersona de V. como siempreTo fueron á la gravedad distintiva
«de la noble y sensata nación española á que V. pertenece, y que tan tiis—
«tinguidamente representa entre nosotros.»


«En Francia solemos ser mas ligeros; pero en cosas de religión al me-
«nos no lo habíamos sido nunca»hasta que el. autor de las Provinciales y
«Voltaire iniciaron aquí aquella mala escuela, cuyo triste lenguaje no de-
«bieran jamas imitar los verdaderos católicos.»


«Permítame V., señor marqués, decirle para concluir, que sea cual-
»quiera el resultado de la presente controversia, no habiéndose en nada
»menoscabado la caridad cristiana de mi corazón, también V. por su
«parte se dignará perdonar el disgusto que, involuntariamente y obligado
«solo por mi amor á la verdad, haya podido causar á una persona que res-
«peto, y á quien siempre respetaré profundamente.»


«Dígnese V¡ por tanto, señor marques, aceptar el homenaje de la
«sincera y especial estimación que le profesa su humildísimo y obedientí-
«simo servidor—El Presbítero P. GADUEL, vicario general, y .antiguo pro-
«fesor de teología.»


Para que u*n autor conciba inquietudes graves acerca de la ortodoxia
de sus escritos, no nos parece bastante el que á un periodista se le antoje
señalar en ellos errores de importancia; aunque ese periodista tenga el
honor de ser un eclesiástico, aunque haya pasado toda su vida estudiando
y enseñando la Religión, es menester que sus críticas no sean tales que
hagan dudar de su competencia en las materias que trata; es menester que




no esién clara y manifiestamente inspiradas por la pasión y el espiritu de
partido; es menester que no estén fundadas en textos truncados, aislados
con mala fé del período que explica y completa su sentido, ó artificiosa-
mente puestos en un cotejo á que no se prestan, y siempre acompañados
por último, de una interpretación que les da un sentido enteramente di-
verso del que tienen en el libro mismo. Las críticas hechas de este modo
y por estas razones ni pueden ni deben poner á ningún autor en cuidado.


En cuanto á la obligación de someter al examen de la autoridad ecle-
siástica el libro del SR. DONOSO , no tenemos aquí que dar cuenta de las
medidas tomadas para satisfacerla cumplidamente: baste al Sr. Gaduel sa-
ber que hemos pensado muy mucho en ello, y que se hará no solo por lo
que respecta al libro del SR. DONOSO CORTÉS, sino á todos los demás que
forman la escasa colección de los de la Biblioteca Ndüeva. Peromientras.se
ve el resultado de un examen que puede aun prolongarse , permítanos el
Sr. Gaduel discutir sus acusaciones y poner en su lugar verdadero los pro-
cedimientos que ha empleado para justificarlas.


VI.


No nos parece en verdad que se necesita haber cursado mucha teolo-
gía para refutar al Sr. Gaduel: bastan ^en nuestra opinión, un poco de
buen sentido, un poco de buena fé, y aquel conocimiento de la religión
que debe tener todo sincero cristiano dwulgar entendimiento para com-
prender si el autor de un libro dice en él ó no dice que hay muchos dio-
ses , que Dios es autor del pecado, que el hombre está privado de razón y
de libre albedrfo, y otras monstruosidades semejantes. De todas ellas se
ha formado, sin embargo, un ramillete para acusar al SR. DONOSO : nos-
otros le pedimos perdón por defenderle de semejantes acusaciones, asi
como se lo pedimos al público por perder nuestro tiempo en probar lo que
es evidente: á ello nos fuerza empero el apasionamiento de nuestros ad-
versarios, y es*una humillación que se necesita sufrir con paciencia.


Empieza el Sr. Gaduel sus acusaciones, diciendo que el SR. DONOSO
enseña que hay tres dioses: cualquiera diria que aquel buen señor bro-
meaba ; pero nada de eso, habla muy formalmente. «Este es un enorme
error» exclama casi con espanto. ¡"Y tan enorme ! decimos nosotros, si se
hubiera cometido. En seguida trata el Sr. Gaduel de cómo este error se
llama el triteismo, y tomando, para explicarlo mejor, las palabras de Wi-
tasse, cita este pasaje descriptivo. «Los triteistas, queriendo definir la
«naturaleza divina como la naturaleza humana, deciaa que en las tres
«personas no habia sino una sola naturaleza, genéricamente común, pero
«numéricamente distinta en cada una de ellas, si bien, como observa Ni-




— 369 —
«céforo, se esforzaban todo lo posible para no llegar a decir que había
»tres dioses ó tres divinidades.»


Una vez invocado este texto de Witasse, gracias hay que dar al Sr. Ga-
duel, porque haciendo justicia a la buena fé y á las intenciones ortodoxas
del ilustre publicista español, viene en resumen á acusarle de que pro-
fesa el triteismo, poco mas ó monos como el Villano de Mollero hablaba la
prosa, sin saberlo; puesto que el SR. DONOSO «al querer explicar la Trini-
«dad de las personas, no advierte que destruye la unidad de la esencia.i
Y cuenta que el error no está aquí solamente en las expresiones, pues el
crítico asegura bajo su palabra que también está en el entendimiento' del
autor del ENSAYO : «Es un enorme error , no sospechado siquiera por el
t»SR. DONOSO, pues que lo reproduce en dos ocasiones, y con mas insisten-
ícia todavía en la segunda que en la primera.» Y mas adelante; «El fon-
ido de las ideas es aquí demasiado grave para detenerse en lo raro del es-
tilo , y en la dolorosa extravagancia de semejantes expresiones.« Después
Viene citada por el Sr. Gaduel la comparación triteista «empleada con tan
•marcada complacencia por el SR. DONOSO.» Detrás de estas citas, como
rematando el proceso, vienen Witasse y Nicéforo.


Con verdad sea dicho, también nosotros por nuestra parte hacemos
justicia á la buena fé y á las intenciones del Sr. Gaduel: de seguro no ha
querido dar á entender que el SR. DONOSO, si bien se esfuerza todo lo po-
sible por no llegar á decir que hay tres dioses ó tres divinidades, no crea
realmente en la unidad de Dios ; pero no es menos cierto que con inten-
ción ó sin ella él Sr. Gaduel viene en resumen á aplicar al SR. DONOSO
aquella observación de Nicéforo acerca de los triteistas, y que semejante
odiosa insinuación salta á los ojos del leetor, aunque el Sr. Gaduel no lo
pretenda. . -


Por consiguiente, la acusación, tal coma resulta, puede formularse
así: El SR. DONOSO CORTÉS da de la naturaleza divina la misma idea que
dan los triteistas; y la misma también que dan los maniqueos, pues-que
estos, según Witasse «no reconocían en la naturaleza divina mas que una
«simple unidad genérica, ala manera que existe en los hombres, los cua-
«les todos tienen una misma naturaleza humana.»


Véase ahora, después de todas estas acusaciones y de todas estas citas
para probarlas, en qué términos confiesa el SR. DONOSO el augusto miste-
rio de la Santísima Trinidad:


«En lo mas escondido, en lo mas alta, en lo mas sereno y luminoso
»de los cielos, reside un tabernáculo inaccesible aúnalos coros de los án-
»geles: en ese tabernáculo inaccesible se está Sbraudo perpetuamente el
«prodigio de los prodigios, y el misterio de los misterios. Allí está el Dios
«católico, uno y trino: uno en esencia, trino en las personas. El Padre


T O M O iv. 29




— 370 —


«engendra eternamente á su Hijo, y del Padre y del Hijo procede eterna-
«mente el Espíritu Santo. Y el Espíritu Santo es Dios, y el Hijo es Dios, y
«el Padre es Dios; y Dios no tiene plural, porque no hay mas que un
«Dios, trino en las personas y uno en la esencia. El Espíritu Santo es Dios
«como el Padre; pero no es Padre: es Dios como el Hijo; pero no es Hijo.
«El Hijo es Dios como el Espíritu Santo; pero no es Espíritu Santo: es
«Dios como el Padre; pero no es Padre. El Padre es Dios como el Hijo;
«pero no es Hijo: es Dios como el Espíritu Santo; pero no es Espíritu
«Santo. El Padre es omnipotencia, el Hijo es sabiduría, el Espíritu Santo
«es amor; y el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son infinito amor, po-
nencia suma, perfecta sabiduría.»


Estas palabras se leen en el capítulo 2." del libro 1.° del ENSAYO (pá-
ginas 3 1 y 32.) ¿Porqué se desentiende de ellas el Sr. Gaduel, y sin citar-
las ni tenerlas en cuenta para nada, da un escape á Ja pagina 5 3 para
encontrar el triteismo? ¿Temió quizás que aquellas palabras justificaran en
demasía la buena fé y las rectas intenciones del SR. DONOSO? Pero veamos
cuál viene á ser en resumen el fundamento del Sr. Gaduel para acusar al
SR. DONOSO de haber cometido un groserísimo error, precisamente en el
momento mismo que acaba de negarlo en los términos mas" esplícitos y
formales. Todo el fundamento se reduce á una comparación empleada por
el SR. DONOSO, nojmra explicar la trinidad de las persona^ divinas, como
supone el Sr. Gaduel, sino al contrario para poner de relieve otro dogma
muy combatido por la incredulidad moderna, á saber, la unidad de la ra-
za humana.


En sus Elevaciones sobre el misterio de la Santísima Trinidad observa
Bossuet; «que aun en las cosas naturales la unidad es un principio de
«multiplicidad en sí misma; y que la unidad y la multiplicidad no son tan
«incompatibles como vulgarmente se piensa.» Pues bien, el SR. DONOSO
al estudiar esta ley en varias manifestaciones, empieza, como Bossuet,
por encontrarla en Dios «en cuya esencia, dice, están de una manera
«inenarrable é incomprensible las leyes de la creación y los ejeznplares
«de todas las cosas Todo ha sido hecho á su imagen : por eso la creación
«es una y varia. La palabra universo, tanto quiere decir como unidad y
«variedad juntas en uno.» E inmediatamente después de estas palabras,
que el Sr. Gaduel tiene también muy buen cuidado de pasar en silencio,
viene la comparación que tanto le escandaliza:


«El hombre fué hecho por Dios, á imagen de Dios; y no solamente á
»su imagen, sino también á su semejanza; por eso el hombre es uno en
«la esencia y trino en las'personas. Eva procede de Adán, Abel es en-
«gendrado por Adán y por Eva, y Abel y Eva y Adán son una misma
«cosa: son el hombre, son la naturaleza humana. Adán es el hombre pa-




— 371 —


>dre, Eva es «1 hombre mujer, Abel es el hombre hijo. Eva es hombre
»como Adán; pero no es padre: es hombre como Abel; pero no es hijo.
»Adan es hombre como Abel, sin ser hijo; y como.Eva sin ser mujer.
«Abel es hombre como Eva, sin ser mujer; y como Adán, sin ser pa-
»dre.» (Pág. 32 y 33.)


Esto es cuanto tiene por conveniente citar el Sr. Gaduel, porque era
Cuanto hacía á su propósito, y de ninguna menerà le convenía dejar ver
á los lectores que el SR. DONOSO no presenta esta comparación para ex- .
plicar ni para probar cosa ninguna, sino como una pura y simple compa-
ración para hacer resaltar el hecho de cómo la familia humana se eleva ó
se deprime, según que obedece á la dirección de la Iglesia ó se rebela
contra ella, como quiera que cuando obedece, se asemeja mas al modelo
divino, y cuando se rebela; se diferencia y aparta de él mas y mas. Tam-
poco le convenía al Sr. Gaduel citar estas otras palabras del SR. DONOSO,
y eso que no andaban lejos de las arriba citadas, como que están en la pá-
gina 34. «Entre la familia divina y la humana... hay la misma proporción
»que entre la brevedad del minuto y la inmensidad de los tiempos.»


En otro pasage consigna el SR. DONOSO qué el cristianismo ha revela-
do al hombre una sociedad mas grande y excelente que la sociedad na-
tural, una sociedad que no tiene ni límites ni término, que «tiene por
«ciudadanos á los santos que triunfan en el cielo, á los justos que padecen
»en el purgatorio, y á los cristianos que combaten en la tierra » y añade:


« ¿Quien sino Dios, que es amor, podia haber enseñado á los que corn-
il baten aquí que están en eonmunion con los que padecen en el purgatorio,
» y con los que triunfan enei cielo ? ¿Quién sino Dios, pudo unir con
» amorosa lazada á los muertos y á los vivientes, á los justos, á los santos
»y á los pecadores? ¿Quién, sino Dios, pudo poner puentes en esos in-
» mensos océanos?


«La ley de la unidad y de la variedad, esa ley por excelencia, que es á
»un mismo tiempo humana y divina, sin la cual nada se explica, y con. la
ícual se explica todo, se nos muestra aquí en una de sus mas poderosas
imanifestaciones. La variedad está en el Cielo, porque el Padre, el Hijo y el
«Espíritu Santo son tres personas; y esta variedad va á perderse, sin con-
» fundirse, en la unidad, porque el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Es-
»píritu Santo es Dios, y Dios es uno. La variedad está en el paraíso, por-
tque Adán y Eva son dos personas diferentes; y esa variedad va á perderse,


'tsin confundirse, en la unidad; porque Adán y Eva son la naturaleza liu-
*mana; y la naturaleza humana es una. La variedad está en nuestro Se-
»ñor Jesucristo, porque en él concuruen, por una parte, la naturaleza divi-
ma, y por otra, la naturaleza corpórea y la espiritual, en la naturaleza
» humana; y la naturaleza corpórea y la espiritual y la divina van á per-




«derse, sin confundirse, en nuestro Señor Jesucristo, que és una sola
apersona. La variedad por último está en la Iglesia, que combate en la
«tierra, y padece en el purgatorio, y triunfa en el cielo; y esa variedad
»va á perderse, sin confundirse, en nuestro Señor Jesucristo, cabeza
«única de la Iglesia universal, el cual, considerado como Hijo único del
• Padre, es, como el Padre, el símbolo de la variedad de las personas,
»en la unidad de la esencia: asi como en calidad de Dios hombre, es el
«símbolode la variedad de las esencias, en la unidad de la persona; sien-
ido considerado á un tiempo mismo, como Dios hombre y como hijo de
«Dios, el símbolo perfecto de todas las variedades posibles y de la unidad
«infinita.»


«Y como quiera que la suprema armonía consiste en que la unidad,
»de donde toda variedad nace y en la que toda variedad se resuelve, se
«muestre siempre idéntica á sí misma en todas sus manifestaciones, de
«aquí es que una misma es siempre la ley en virtud de la cual se hace
«uno todo lo que es vario. La variedad de la Trinidad divina es una por
«el amor; la variedad humana, compuesta del Padre, de la Madre y del
«Hijo, se hace una por el amor. La variedad de la naturaleza humana y
«de la divina se hacen una en nuestro Señor Jesucristo por la encarnación
»del Verbo en las entrañas de la Virgen, misterio de amor; la variedad de
»Ia Iglesia que combate, de la que padece y de la que triunfa, se hace
«una en nuestro Señor Jesucristo por las oraciones de los cristiftoios que
«triunfan, las cuales bajan convertidas en benéfico rocío sobre los cristia-
»nos que combaten, y por las oraciones de los cristianos que combaten,
«lns cules bajan cómo una lluvia fecundísima sobre los cristianos que pa-
«decen; y la oración perfecta es el éxtasis del amor. Dios es caridad ; el
«que está en caridad, está en Dios y Dios en él.» (Pag. 52 y 53.)


El Sr. Gaduel, sin duda por ahorrar molestias á sus lectores, suprime,
de la cita anterior, toda la parte en que evidentemente aparece que lejos
de pensar el Su. D O N O S O en la absurda y bestial blasfemia de establecer
entre Dios y el hombre una identidad verdadera y absoluta, lo que hace
es pura y simplemente poner á la vista las diversas manifestaciones de una
ley universal en sus órdenes diversos.


Tomando también el Sr. Gaduel por fundamento las líneas de la cita
anterior, que dejamos subrayadas, argumenta del siguiente modo: «Si el
«Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola naturaleza divina, á la
«manera que Adán, Eva y Abel son una sola naturaleza humana, enton-"
«ees hay tres dioses.» ¡Bueno! Con que es decir que cuando Bossuet, co-
mantando la palabra divina Hagamo.\al hombre, dice:—«Dios quiso hacer
«alguna cosa que fuera viviente como él, inteligente como él, santa como
«él, dichosa como él»; quiso decir el grande orador cristiano que en Dios




— 373 —


no hay otra vida, ni otra inteligencia, ni otra santidad, ni otra dicha, di-
versas de las que hay en el hombre. Y cuando el mismo Bossuet, al ha-
llar en la 'criatura racional una imagen de la Trinidad Santísima, aña-
de:-^-* Semejante al Padre, tiene el ser ; semejante al Hijo, tiene la
«inteligencia; semejante al Espíritu Santo, tiene el amor; semejante, en
«fin, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, tiene en su ser, en su inteli-
«gencia y en su amor una misma beatitud y una misma vidas, será
menester que el Sr. Gaduel argumentando contra Bossuet por estas pala-
bras, como argumenta contra el Su. DONOSO por aquellas suyas, diga asi:
«Si el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres, á la manera que el ser,
«la inteligencia y el amor en el alma humana, entonces no hay Trini-
dad.» ¿Ignora el Sr. Gaduel lo que en todas las lenguas significa esa fra-
se adverbial á la manera que"! Y eso que ni aun esta frase ha usado el S E -
ÑOR DONOSO, pues él no dice que la humanidad sea una, á la manera que
Dios es uno; sino que dice : No hay mas que un solo Dios; y como- quiera
que el hembra ha sido hecho, á imagen y semejanza de Dios, tampoco
hay mas. que una naturaleza humana.—En términos qus sin duda han pare-
cido sobrado claros al Sr. Gaduel para guardarse muy bien de reproducir-
los, dice el SR. DONOSO (pág. 32) en el pasage arriba citado, que Dios no
tiene plural; porque no hay mas que un Dios; y por otra parte, eISr. Ga-
duel le hará el honor de concederle que cree en la pluralidad dejos hom-
bres. Por último, en el instante mismo que acaba el SR. DONOSO de expli-
car cómo la naturaleza humana no es sino una imagen de la unidad
divina, imagen que el autor encuentra en todos los órdenes de la crea-
ción , bien que en varios grados, al Sr. Gaduel se le antoja llamar idéntica
á lo que el SR. DONOSO no llama sino semejante, identidad á lo que el
SR. DONOSO presenta como imagen. ¡Viva la buena fé del Sr. Gaduel!


El capítulo 3.", que sigue al que vamos citando, contiene otra prueba
del oportunísimo y autorizado sistema que el SR. DONOSO se propone : ha-
bla de la Iglesia, y en ella también halla, si bien en grado mas excelso,
aquella unidad, imagen de la unidad divina, que- ya antes deja manifesta-
da en la humanidad:


«Todos los elementos, dice, que braman alterados y en desorden en
«las sociedades humanas, se mueven en esta (en la Iglesia) concertada-,
«mente. El pontífice es rey á un mismo tiempo por derecho divino y por
«derecho humano: el derecho divino resplandece principalmente en la
«institución; el derecho humano se manifiesta principalmente en ]a de-
«signacion de la persona; y la persona designada para pontífice por los
«hombres, es instituida pontífice por Dios. Así como reúne la sanción
«humana y la divina, junta en uno también la« ventajas de las monar-
«quías electivas y las de las hereditarias. De las unas tiene la populari-




— 374 —


idad, de las otras la inviolabilidad y el prestigio : á semejanza de las pri-
»meras, la monarquía pontifical está limitada por todas partes; á seme-
janza de las segundas, las li'mitaciones que tiene no la vienen de fuera,
»sino de dentro, ni de la agena voluntad, sino de la propia. El fundamento
»de sus limitaciones está en su caridad ardiente, en su prodigiosa humil-
»dad, y en su prudencia infinita. ¿Qué monarquía es esta en la que el
»rey, siendo elegido, és venerado, y en la que, pudiendo ser reyes to-
ldos, está en pié eternamente, sin que sean parte para derribarla por
«tierra ni las guerras domésticas ni las discordias civiles? ¿Qué mohar-
»quia es esta en la que el rey elige á los electores que luego eligen al
»rey, siendo todos elegidos y todos electores? ¿Quién no vé aquí un
«altoy escondido misterio: la unidad engendrando perpetuamente la va-
ciedad, y la variedad constituyendo su unidad perpetuamente? ¿Quién
»no vé aquí representada la universal confluencia de todas las cosas? Y
«¿quién no advierte que esa extraña ^monarquía es la representación de
«aquel que , siendo \erdadero Dios y verdadero hombre, es divinidad y
«humanidad, unidad y variedad juntas en uno? La ley oculta que presi-
«de á la generación de lo uno y de lo vario, debe ser la mas alta, la mas
«universal, la mas excelente y la mas misteriosa de todas, como quiera
«que Dios ha sujetado á ella todas las cosas, las humanas como las divir
«ñas, las creadas como las increadas, las visibles como las invisibles. Sien-
»do una en su esencia, es infinita en sus manifestaciones: todo lo que exis-
>te, parece que no existe sino para' manifestarla; y cada una de las cosas
«que existen, la manifiesta de diferente manera. De una manera está en
«Dios, de otra en Dios hecho hombre, de otra en su Iglesia, de otra en la
«familia, de otra en el universo ; pero está en todo y en cada una de las
«partes del todo: aquí es un misterio invisible é incomprensible , y allí
«sin dejar de ser un ministerio, es un fenómeno visible y un hecho pal-
«pable.»


Después de leer esto, dígasenos si hay manera de no ver con claridad
absoluta el pensamiento del SR. DONOSO, y si al oirle decir en términos tan
expresos como lo dice, que la unidad no está en la familia de la misma
manera que en Dios, es posible atribuirle la doctrina de que la unidad
está en Dios y en el hombre, absoluta é idénticamente, de la misma ma-
nera.


—Todo eso está muy bien, nos replicará el Sr. Gaduel, pero al fin y
al cabo no deja de ser verdad «que la comparación empleada con tan
«marcada complacencia por el SR. DONOSO, es falsa de todo punto y hasta
«el mas alto grado...» «Esta comparación es pura y simplemente el triteis-
mo.»—En horabuena: nosotros replicaremos eternamente al Sr. Gaduel
que es absurdo buscar en una comparación la expresión de la doctrina




— 375 —
profesada por el que la emplea; sobre todo, cuando el lado falso que pu-
dieran ofrecer los términos de la comparación, se halla formal, explícita
y evidentemente contradicho y excluido por todo lo que la precede y todo
lo que la sigue.


Por lo demás, ¿ qué dirá el Sr. Gaduel, cuando sepa que esa compara-
ción que tanto le choca, empleada por el SR. DONOSO, no es del SR. DO-
NOSO, sino d e San Gregorio Naciauceno? ¿Será capaz también el señor
GadHel de llamar triteista á San Gregorio? Juzgue el buen crítico por las
palabras de este i n s i g n e filósofo y glorioso doctor: ' . •


t ¿ Q u é era Adán? pregunta. Un cuerpo formado por la mano de Dios.
¿Y Eva? Un fragmento sacado de aquel cuerpo. ¿Y Seth? El hijo de
Adán j Eva. Pero Adán, Eva y Seth, ¿no son diversos? Sin, duda, lo
sqn; pero son también de una misma esencia. Queda por tanto sentado
que cosas diversas pueden tener una esencia común. Pero cuenta que
yo no digo esto para atribuir á la divinidad cosas que no convienen sino
á la naturaleza corpórea, como son la formación, la división, y otras
semejantes: no vayan, pues, los ergotistas á buscarme maliciosamente
en esto una e-casion para combatirme: lo digo únicamente para con-
templar en las cosas eorpóreas, como en una representación, aquellas
otras cosas que no pueden ser percibidas sino por la inteligencia pura. Yo
sé bien que es imposible el que ninguna imagen, ni semejanza ninguna
reproduzcan plena y perfectamente l a realidad de la cosa representada.
Pero ¿qué queréis p r o b a r eon todo eso? se me preguntará. Es muy sen-
cillo. ¿La segunda persona no es Hijo? ¿La tercera no es otra cosa distinta,
aunque ambas vengan del Padre? Pues bien, digo yo ahora: Eva y Seth,
¿no vienen los dos de Adán? ¿No es Eva una parte sacada del cuerpo de
Adán? ¿No es Seth su hijo? Y con todo, nadie puede negar que los dos
no son sino uno, porque los dos son hombres. Dejaos, pues, d e comba-
tir contra el Espíritu Santo, y no digáis ya mas que ha sido engendrado
como el Hijo, ó que no le es consustancial, pues tanto valdría decir que
no es Dios. Dejaos, pues, de combatir; porque con una comparación,
sacada de las cosas humanas, os hemos demostrado que nuestra doctrina
nada tiene de imposible» (Orat. 31, §. xi).


Supongamos a h o r a que uno de aquellos ergotistas, cuya malicia temia
tanto San Gregorio Nacianceno, "le hubiera flechado este argumento: «Si
»el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola naturaleza divina , á la
»manera que Adán, Eva y Seth son una sola naturaleza, humana, en-
»tonces hay tres dioses»—¿qué respuesta hubiera podido dar el 6anto doc-
tor, que no pueda el SR. DONOSO dar al Sr. Gaduel?




VII.


Por hoy vamos á ceder la palabra á la Armonía, periódico redactado
en Turin por piadosos é ilustrados eclesiásticos, cuya autoridad bien pue-
de ser comparada con ia del Sr. Gaduel, sin que se tenga por ofendido.
Y aun podemos invocar otra autoridad mas grave todavía en favor del li-
bro del SR. DONOSO , pues acaba de publicarse una traducción italiana del
mismo en Foligno, en los Estados Pontificios ¿lo oye el Sr. Gaduel? Esta
traducción, que corre ya por toda Italia, se ha publicado con aprobación
del Obispo de aquella ciudad, y además con la del Santo Oficio. Digan los
lectores sinceros si podia haber obtenido esta aprobación una obra, de la
cual se aventura el Sr. Gaduel á decir: «Desde luego puede juzgarse has-
»ta qué punto y con qué título una obra tan inexacta', tan plagada de er-
»rorés, en la que á cada paso hallamos un tropiezo en la idea ó en el len-
iguajé, debia figurar en una Biblioteea destinada á enseñar la Reli-
»gion, etc.»—No es verdad que la Biblioteca Nueva fuera destinada á en-
señar la Religión ; pero dejando esto á un lado, dígasenos si en concien-
cia se nos puede culpar de haber incluido en aquel repertorio la traduc-
ción de un libro publicado en España por un hombre como el SR. DONOSO,
sin que ningún óbice opusiera la autoridad eclesiástica de aquella nación,
y si tenemos disculpa por no haber visto todos esos errores groseros que el
Sr. Gaduel ha visto, y que ni los revisores del Santo Oficio, ni el señor
Obispo de Foligno han acertado á columbrar.—Sin insistir, pues, mas en
este punto, ahí va el articulo de la Armonía. '


LA TEOLOGÍA Y LA POLÍTICA!


A los que un día y otro nos están repitiendo «Hombres del santuario,
tratad enhorabuena de teología, pero no os metáis en política;» hemos
respondido en el mismo tono: «Hombres políticos, dejad una vez de fo-
sear á la teología, y nosotros dejaremos de tratar de política.» Pero, nada:
los políticos han continuado impertérritos en su camino, y obstinados en
espigar el campo de la teología, desperdiciando el grano por supuesto, y
recogiendo solo la cizaña: nosotros en consecuencia hemos tenido que
continuar nuestras alegaciones, demostrándoles que les es imposible tra-
tar tan mal como lo hacen de teología, sin venir á parar en una polí-
tica falsa.


En su ceguedad, no ven que separar la política de la teología viene á
ser tanto como dividir al hombre en dos partes, separando su cuerpo del
espíritu que lo anima: como ellos en verdad no buscaban tampoco sino la




— 377 —


materia, no han alcanzado á ver el espíritu; y al cabo la materia que ha
quedado entre sus manos , no ha sido mas que un cadáver. La política no
es mas ni menos que una parte de la moral; y del propio modo que no
hay moral sin Dios, tampoco hay política sin.teología. Las políticas ateas
son una de las mil barbaridades de nuestra época actual, como resultado
que son de una de las mas necias é impías máximas que brotaron de aquel
abismo infernal llamado'la gloriosa Revolución de 1789.


Al cabo de medio siglo de debates, los políticos al fin han abierto los
ojos, y han visto «con gran extrañeza que en el fondo de la política se
«hallaba siempre la teología» Estas palabras, caidas, por decirlo así, de
la pluma de Proudhon en sus Confesiones de un Revolucionario forman el
texto que sirve de asunto y de punto de partida al SR. DONOSO CORTÉS en
su ENSAYO SOBRE EL CATOLICISMO , EL LIBERALISMO Y EL SOCIALISMO.


El autor comienza por demostrar que la sociedad ha estado siempre
bajo el imperio de la teología: las teologías paganas no contenían sino una
parte mas ó menos grande de verdades, mezcladas con innumerables er-
rores , y las sociedades paganas no duraron sino lo que duraron en su seno
las verdades que daban fuerza y vida á su política; pero se hundieron des-
de el punto que prevalecieron los errores contrarios á estas verdades. La
sociedad católica, única que posee la verdad sin mezcla de error alguno y
hasta sin posibilidad de errar, como conservada que es por Dios mismo,
no puede perecer: lo cual no quiere en manera alguna decir que por el
hecho solo de ser católica, no pueda ya perecer una nación; sino que la
sociedad católica no podrá jamás ser aniquilada, á la manera que lo han
sido las de la Asiría, de Persia, de Grecia, de Roma y tantas otras de las
que apenas viven el nombre histórico y algunas ruinas. Nunca podrá de-
cirse de la sociedad católica: Ya no existe.


Tal es el asunto del libro primero del ENSAYO. Prosiguiendo el examen
de su tesis , entra luego el autor á investigar las razones intrínsecas de esta
diferencia, y plantea los problemas relativos al urden general1, que son el
asunto del libro segundo, y los problemas relativos al urden en la humani-
dad, que lo son del libro tercero y último. Imposible seria resumir en po-
cas palabras las soluciones que el autor da á estos problemas, y por eso
no lo intentaremos nosotros. Toda esta gran lucha que constituye lo que
nosotros llamamos el mundo, no es sino el resultado de la desgraciada fa-
cultad de pecar, triste patrimonio de las criaturas racionales: partiendo
de aquí el SR. DONOSO , trata del libre albedrío y del abuso que de él hizo
el hombre con sn pecado, demostrando cómo la teoría católica es la úni-
ca que mantiene intactos los derechos de Dios y los derechos del hombre,
ó lo que es lo mismo, la Providencia divina y la libertad humana; mien-
tras que siempre claudican por uno ele estos dos lados todas las soluciones


TOMO iv . 30




dadas á aquellos problemas por el maniqueismo prudhoniano, por el li-
beralismo y por el socialismo.


El pecado del primer hombre explica el desorden que reina en el mun-
do ; y por consiguiente, la permanencia de este desorden no puede ex-
plicarse sin la permanencia de la culpa, la cual á su vez no puede tampo-
co ser explicada sino por la transmisión. De aqaí resulta el dogma de la
reversibilidad; la cual puede tener cabida para ei bien como para el mal;
de donde nace el pensamiento del sacrificio, el cual conduce á tratar de
la Redención y de la Encarnación del Hijo de Dios, que es el término de
la obra del ilustre escritor.


La simple enunciación de estas materias nos disculpa de no dar una
idea mas extensa del libro; pero no de invitar á nuestros lectores á que
recorran aquellas páginas escritas con todo el ardor de un hombre que al-
iado en alas de su fé se remonta mas alto de cuanto puede concebir la in-
teligencia, y con aquella profundidad de expresiones, propia de quien
medita y entrevee mucho mas allá de cuanto pueden expresar voces hu-
manas.


Al tratar estas cuestiones tan elevadas y profundas, el autor sigue fe-
lizmente las huellas de otro gran escritor, el conde José de Maistre, á
quien el SR. DONOSO hace recordar por el estilo, por el carácter grande y
majestuoso que distinguen á aquella escuela. Cuadros hay pintados de una
pincelada, inspirados por el sentimiento, y tan valientemente trazados,
que uno solo de ellos vale por mil de esas pálidas miniaturas tan del gusto
de ciertos maestros. La pluma del filósofo español parece haber sido ins-
pirada por las Veladas de San Petersburgo y el tratado sobre los sacrificios
del filósofo sardo.


Aquí terminaríamos nuestra reseña, si las censuras recientemente di-
rigidas contra el ENSAYO por un sabio teólogo francés , no nos obligasen á
añadir algunas palabras. De ningún modo pretendemos empeñar un de-
bate con aquel crítico, estando, como estamos, muy resueltos á no enta-
blar polémicas con nuestros amigos, mientras tengamos enemigos al frente
de nosotros. Séanos lícito, sin embargo, presentar algunas observaciones,
mas bien para tranquilizar á nuestros lectores por lo que respecta á las
doctrinas del SR'. DONOSO, que para responder á las críticas delSr. Gaduel.


En primer lugar, es preciso tener en cuenta que el estilo y la manera
de nuestro autor y de su escuela no se prestan á las exigencias de los que
quisieran pesar minuciosamente cada palabra, y reducirlo todo á la exac-
titud teológica de un tratado elemental de esta ciencia. Si hubieran de ser
medidas por este compás las obras del conde de Maistre ¿cuánto y cuanto
no se hallaría que notar en ellas? Este género de escritos salen de la plu-
ma de sus autores




Come torrente che alta vena preme.


No dicen ni la centésima parte de lo que el autor ve y siente al escribir:
no se detienen ante ningún obstáculo, sino que van al descubierto allí
adonde su ardor los arrastra, difundiéndose, por decirlo así, donde quie-
ra que ven misterios y paradojas, como quien sabe que la sabiduría , ó lo
que es lo mismo , la ciencia de las causas, no está en lá superficie, y que
solo el ignorante es quien jamás encuentra misterios ni paradojas en el
camino de la ciencia. Puede decirse de estos escritores, como de los es-
critores místicos, que necesitan ser gustados, mas bien que compren-
didos.


Por otra parte, y aun prescindiendo de las anteriores observaciones,
estamos lejos de creer fundadas las censuras del Sr. Gaduel. Parécenos
que en ciertos pasajes no ha entendido el asunto de que se trata; en otros,
aislando el miembro de una frase de su contesto general, ha dejado una
crudeza de expresiones que realmente las da el carácter de un error ma-
nifiesto , cuando precisamente debería verse todo lo que precede y lo que
sigue para dar la idea exacta y verdadera del sentido cjue el autor ha que-
rido expresar. Si el sabio crítico francés quisiera aplicar á cualquiera de las
obras de San Agustín el trabajo anatómico que ha aplicado á las del
SR. DONOSO, es seguro que el santo doctor quedaría muy malparado. Sin
que sea visto que examinemos todas las censuras del Sr. Gaduel, allá va
un ejemplo en comprobación de cuanto decimos.


Grave cargo formula contra el SR. DONOSO por haber dicho: «Solo
«Dios es criador de todo lo que existe, el conservador de .todo lo que
«subsiste, y el autor de todo lo que sucede, según se vé por estas pala-
bras del Eclesiástico: Bona et mala, vita et mors, paupertas et honestas á
»£>eo sunt. Por eso dice San Basilio que en atribuírselo todo á Dios está la
«suma de toda la filosofía cristiana.»—El Sr. Gaduel, haciendo justicia y
todo á las intenciones católicas del SR. DONOSO, dice que «las líneas cita-
das EXPRESAN (sic) el fatalismo neto, pues que al hacer á Dios autor de to-
do lo que sucede, le hacen, por consecuencia inevitable, autor del pe-
cado.»


Ahora bien, el SR. DONOSO, en todo el periodo á que corresponde el
pasage tan vituperado por su critico, y- en los inmediatos trata de mostrar
que «las cosas del orden natural, las del orden sobrenatural, y las que,
»por salir del orden común natural ó sobrenatural, se llaman y son mila-
igrosas, sin dejar de ser diferentes entre sí, como quiera que son gober-
nadas y regidas por leyes diferentes, tienen todas algo y aun mucho de
«comtm, que consiste en su dependencia de la voluntad divina.»—Y esto




— a s o -
ló dice con el fin de manifestar que los milagros, lejos de ser una cosa
absurda para Dios, le son cosas comunes é iguales á todos los demás actos
de la Providencia: por ejemplo: el que las fuentes corran, el que los ár-
boles fructifiquen, etc., son hechos que atestiguan la omnipotente volun-
tad de Dios, por las mismas razones y del propio modo que la atestigua
la resurrección de Lázaro, etc.—En todo este capítulo no hay una sola pala-
bra que se refiera al mal moral. El autor, ademas, habla en el mismísimo
sentido del Eclesiástico y de San Mateo, que ciertamente no son autori-
dades sospechosas. Por consiguiente, aquellas palabras, que, según el
Sr. Gaduel, EXPRESAN el fatalismo neto, y'qu-í hacen á Dios autor del pe-
cado , no son mas ni menos, bien le ido y bien entendido lo que quiere
decir y lo que dice el SR. DONOSO, no son mas ni menos que una simplieí-
sima verdad cristiana.
. Lo que decimos de esta parle de las críticas del Sr. Gaduel, pudiéra-


mos decirlo de todas las demás, que poco mas ó menos pecan por el mis-
mo lado. Y no se crea -por esto que pretendemos justificar todas y cada
una de las expresiones del SR. DONOSO, de ninguna manera; el mismo
ilustre escritor tendría nuestros elogios por exagerados y falsos. Sabemos
bien que los escritas de la índole del ENSAYO no se prestan al rigorismo
que la ciencia teológica impone con razón al escritor de teología, y con-
siderado así el negocio, nada hay que echar en cara al SR. DONOSO : pero
si el texto no consiente, sin perder alga de su fuerza, la escrupulosa
exactitud de los términos teológicos, conveniente y aun necesario parece
acompañarlo de algunas notas que oportunamente esplicando lo que pue-
de ser ambiguo para el vulgo de los lectores, quiten toda ocasión á inter-
pretaciones erradas. Nadie en verdad-mejor que el mismo SR. DONOSO pu-
diera haber hecho esto, y nosotros sentimos que no haya pensado en ello,
ó que-no lo haya creído necesario.


Por esto, creemos que la traducción italiana recientemente publicada
en Foligno, es mas apropiada á lo que necesita el común de los lectores;
pues entre otras ventajas tiene la de estar adornada con algunas notitas
destinadas no tanto á explicar el texto como á recordar al lector el fin que
el autor va prosiguiendo, que es el que determina el sentido recto de sus
palabras, dándoles otro distinto del que pudiera atribuirseles si se las to-
mara aisladamente.


Por lo demás, como al cabo nuestra opinión es poca cosa para contra-
balancear la del Sr. Gaduel, podrían siempre y de todos modos los lecto-
res tener un escrúpulo de leer el ENSAYO : por esta razón, y para desva-
necer en el ánimo de todo el mundo hasta la sombra del menor escrúpu-
lo , creemos deber añadir que la mencionada traducción italiana ha eido
impresa en Foligno con la autorización de dos revisores, uno del Santo




— 381 —


Oficio, y otro del Sr. Obispo de aquella ciudad. Aunque la revisión de
estos censores no sea garantía infalible de que no hay en el libro error
alguno, eslo sin embargo muy sobrada para tranquilizar la conciencia de
cuantos quieran leerle, i—


Asi habla la Armonía del libro del SR. DONOSO : compárese esto con
las palabras delSr. Gaduel, y juzgúese si conteniendo el ENSAYO los nu-
merosos y graves errores teológicos y filosóficos que aquel crítico le im-
puta , pueden tenerse por suficientes para hacer inofensiva é intachable la
edición italiana las notifas con que se ha publicado: porque no hay reme-
dio , si el Sr. Gaduel tiene razón, preciso es convenir en que muy miopes
han andado los piadosos é ilustradísimos eclesiásticos redactores de la Ar-
monía , muy imprudentes los editores de la traducción italiana; y muy
desavisados ó muy ignorantes los revisores del Santo Oficio y del Obispo de
Foligne, que le han dado su aprobación. Séanos, pues, lícito creer que
ni una ni otra de estas calificaciones merecen jueces tan competentes, y
atenernos á su juicio mientras no se nos pueda oponer otro de un valor
igual por lo menos. Entretanto, nos prometemos que el Ami de la Reli-
gión, donde se han publicado los artículos del SR. Gaduel, tendrá la bon-
dad de insertar este de la Armonía, para hacer conocer á sus lectores la
aprobación dada en Italia á la traducción del libro del Sr. DONOSO : no de-
mandaríamos á nuestro colega este acto de justicia, si fuéramos .nosotros
únicamente los interesados en el asunto; pero nos creemos con derecho
á rogárselo, cuando menos, en nombre del ilustre escritor que sin duda
lo espera asi de la lealtad de nuestro colega.


FIN DE LOS ARTÍCULOS DEL UNIVERS.




C O R R E S P O N D E N C I A V A R I A ,


RELACIONADA CON LA ANTERIOR POLÉMICA.


CARTAS DEL SR. DONOSO AL SR. GADUEL.


Al Presbítero Sr. P . Gaduel, Vicario general, y antiguo profesor de Teología.


PARÍS , 4 de Febrero de 1853.


, Muy señor mió: acabo de recibir la carta fecha de ayer que se ha ser-
vido V. dirigirme, y que en un todo me ha parecido digna y conveniente.
Tiene V. mil razones en decir que no basta una protesta general, tratán-
dose de errores particularmente señalados; por esto me propongo some-
ter á la autoridad compétente tanto mi libro, como las críticas que de él
se han hecho, y sujetarme en todo al juicio de la Iglesia..


Yo hubiera leido con el mayor gusto los artículos de V., si en vez de
dirigirse al público, hubiera tenido por conveniente hacerlo directamen-
te á mí; pero cuando se mezcla al público en un asunto, tengo por cos-
tumbre dejar yo ya de intervenir en él; porque cuando el público es es-
pectador, toda discusión degenera en polémica, y yo he creído siempre y
continúo creyendo que toda polémica es esencialmente contraria á la ca-
ridad. En mi carta últimamente publicada por el fJiÉírsno he tenido por
conveniente anunciar lo que me propongo respecto á mi libro, primero,




— 383


porque me reservo escoger el momento oportuno-, y después, porque
siempre que me dirijo al público, lo hago para decirle únicamente lo que
á la sazón estimo necesario.


Antes de terminar esta carta, debo hacer á V. una observación res-
pecto á la traducción francesa de mi libro: esta ha sido hecha sin duda
por persona que no ha conocido bastante la importancia de las palabras,
pues aunque yo no la he leido, no teniendo, como no tengo, por cos-
tumbre releer mis escritos, sé, por ejemplo , que en un pasage donde el
original llama á Dios sustancia infinita, el traductor ha puesto indefinida.
Ya V. comprenderá que con esta manera inexacta de verter mi pensa-
miento., no es difícil hacerme decir lo contrario precisamente de lo que
he querido.


Con esta ocasión , tengo el honor de ofrecerme de V. afectísimo y se-
guro servidor q. s. m. b.


EL MARQUÉS DE VALDEGAMAS. '


2.°


Al mismo señor P . Gaduel.


PARÍS , 7 de Febrero de 1855.


Muy señor mió : en el Univers de hoy acabo de ver que en uno de los
números últimos del Ami de la Religión se publica la carta que me hizo
V. el honor de dirigirme con fecha 3 del corriente. Yo habia creído que
esta carta era un documento puramente personal y privado; pero, según
parece, no es asi.


Comprendo perfectamente el asunto, señor. Gaduel; comprendo que
á V. le importen las polémicas públicas; pero V. á su vez se dignará per-
mitirme que yo piense de otro modo en este asunto. Por otra parte, estoy
muy lejos de negar el derecho de V. á entregar al público sus cartas, aún
cuando se hayan destinado á un uso puramente privado: lo único que me
extraña y no sin razón, comoV. comprenderá, es que desde el primer mo-
mento no se haya servido decirme que aquella su carta no era mas que
un duplicado de su correspondencia con un periódico: en este caso, es-
té V. seguro de que no hubiera respondido á ella, ni aun la habría leido,
como no he leido los artículos de V. últimamente publicados. Para obrar
así me habrían guiado dos consideraciones: la primera es, como ya antes
de ahora he dicho á V., el profundo convencimiento que tengo de la inu-
tilidad cuando no del peligro que consigo lleva toda polémica: la segunda




— 384 —


es que, si me gustan muy poco los periodistas que se meten á obispos ó
sacerdotes , todavía me gustan mucho menos los obispos ó los presbíte-
ros que se meten á periodistas, como por desgracia hay muchos en nues-
tro* tiempos.


Una sola palabra mas, para concluir, Sr. Gaduel. Por privada y confi-
dencial tuve la carta que se sirvió V. escribirme, y en este concepto res-
pondí á ella: si Yd. ha tenido por conveniente cambiar el carácter de esta
correspondencia en la parte de que puede disponer, yo por la mia insisto
en no autorizar la publicación ni dé esta carta ni de la que he escrito á V.
antes de ayer. El motivo de esta insistencia no es, como V. será el pri-
mero en conocer, que yo tenga inconveniente alguno por lo que á mí. res-
pecta en la publieacion de aquellos escritos; sino únicamente porque no
estimo oportuno cambiar la índole de las relaciones qué, por iniciativa de
V., han podido existir un momento entre nosotros, y las cuales, por otra
parte, no tienen ya valor alguno desde el momento de tomar la forma
que V. les ha dado.


Con este motivo, etc.
EL MARQUÉS DE VALDEGAMAS.




CARTA DEL SEÑOR DONOSO AL SUMO PONTÍFICE.


SANTÍSIMO PADRE : .


La obra que lie publicado con el título de ENSAYO SOBRE EL CATOLICIS-
MO, EL LIBERALISMO Y EL SOCIALISMO ha sido objeto de una crítica del aba-
te Gaduel, vicario general de Orleans, que pretende haber encontrado en
ella graves errores dogmáticos. Aunque sus artículos publicados en el pe-
riódico que se imprime en esta capital con el título de el Ami de la Reli-
gión me parecen poco dignos de aprecio, y aunque la reputación teológi-
ca de su autor no es una reputación bien asentada, me ha parecido no
solo conveniente sino también necesario someter este negocio á la deci-
sión suprema de vuestra Santidad, única autoridad en la tierra cuyas sen-
tencias son oráculos, y cuyos oráculos son infalibles. Para la debida ins-
trucción de este asunto, tengo la honra de acompañar á esta humilde es-
posicion el libro incriminado, señalado con él núm. 1., los números del
Ami de la Religión que contienen la crítica del abate Gaduel, señalados
con el núm. 2.; los números del periódico intitulado el Univers en que
sus redactores intentan responder á la argumentación de mi censor, los
cuales van señalados con el núm. 3. No habiendo hecho el Univers sino
comenzar su trabajo, tendré la honra de elevar por via de apéndice al
conocimiento de vuestra Santidad, los artículos que publique en adelante.


En este grave negocio hay dos cuestiones: la relativa al fondo y la re-
lativa á la forma: la primera consiste en averiguar si he caído ó no en
error grave : la segunda consiste en averiguar, si mi impugnador me ha
guardado no solo los respetos que un cristiano debe á otro cristiano, sino
también los que son debidos á la posición que ocupo en'la sociedad, y á
la dignidad que tengo del Estado.


Sobre la primera cuestión nada tengo que decir, sino que desde aho-
ra me someto humildemente á la decisión de vuestra Santidad, prome-
tiendo como prometo corregir lo que vuestra Santidad estime que debe


T O M O iv . " 31




— 386 —


ser corregido, retractar lo que vuestra Santidad estime que debe ser re-
tractado, y esplicar lo que vuestra Santidad estime que necesite de espu-
taciones.


Sobre la segunda cuestión creo de mi deber someter á la sabiduría de
vuestra Santidad algunas consideraciones que me parecen importantes.


Considerada en general, la opinión de los que creen que la primera
advertencia dada al que yerra debe darse en secreto, me parece la mas se-
gura, y la mas conforme á la caridad cristiana. La conveniencia del se-
creto sube de punto, hasta trasformarse en deber, cuando por un lado el


fque advierte es un sacerdote, que tiene mayor obligación que los de-
mas de ser caritativo, y cuando por otro la persona á quien se dirige la
advertencia, está constituida en alta dignidad, de tal manera que, con el
menoscabo de su reputación, pueda trascender y trascienda á intereses
públicos de la mayor importancia. En este caso precisamente nos halla-
mos mi impugnador y yo: mi impugnador, porque es un sacerdote, y
yo porque represento en el extrangero el catolicismo y la honra de una
nación, que es católica y honrada antes que todo.


El abate Gaduel no ha creído sin embargo que estaba en el caso de
guardar conmigo consideración de ninguna especie, y en vez de dirigirse
á mí secretamente, se ha dirigido al público, amigo siempre de escánda-
los, y siempre inclinado á empanar las reputaciones mas limpias. Este
proceder es tanto menos disculpable, cuanto que mi censor debia saber
que atacaba á un hombre que no podia defenderse. En la posición que
4>cupo, una polémica de suyo larga, y sobre materias teológicas, hubiera
sido un verdadero escándalo, ó cuando menos, una cosa inaudita. ¿Quién ha
visto jamás á un embajador rompiendo lanzas en presencia del público con
un sacerdote sobre materias de dogma? El público se hubiera burlado de
mi, y yo no hubiera podido responder sino con mi confusión á sus sar-
casmos. La posición en que un sacerdote me ha colocado, es, pues, la si-
guiente : la de que se burlen de mí las gentes si respondo, ó la de perder
mi reputación si le dejo sin respuesta. Ni se diga que el deseo de atajar
los estragos de mi obra ha podido inducir al abate Gaduel á dirigirse al
público en derechura: una obra que ha corrido libremente por el mundo
católico, sin que una voz católica se haya levantado contra ella, que ha
sido traducida al italiano é impresa en Foligno con la aprobación de un
Asistente de la Inquisición y del Reverendo Obispo de aquella diócesis, no
podia producir e'sos grandes é irremediables estragos que bastarían apenas
para justificar su conducta : por otra parte ¿ quién no vé que la via reser-
vada no escluye nunca la pública ? antes bien sirve para justificarla, cuan-
do el que yerra se muestra pertinaz en el error, y cuando el que peca se
muestra impenitente en su pecado.




— 387 —


Pero lo que hay de mas trascendental, y sobre lo que tengo la honra
de llamar mas especialmente la soberana atención de Vuestra Santidad,
es la conducta observada por el Reverendo Obispo de Orleans en esté
asunto. De público se sabe en Paris que este turbulento y belicoso Prela-
do es el verdadero instigador de estos desmanes. Y aunque esto no se
supiera de público, claro está que uu Vicario general no puede publicar
sobre materia tan grave, sino lo que le inspira ó lo que le consiente su
Prelado. Alto dignatario de la Iglesia, el Reverendo Obispo estaba en la
obligación de guardar y de hacer guardar á sus subditos los respetos debi-
dos á los altos dignatarios del Estado; así coma los altos dignatarios del
Estado están en la estrecha é imprescindible obligación de guardar por su
parte, y de hacer guardar á los que de ellos dependen por la suya, los
respetos debidos á los altos dignatarios dé la Iglesia. La responsabilidad en
•estos casos no se detiene nunca en la persona que ofende, y sube siempre
hasta el inmediato superior gerárquiccr que ha inspirado ó que ha consen-
tido la injuria.


La injuria que se me ha hecho, no lo es solamente porque se ha pres-
cindido con respecto á mí de los deberes que impone la caridad cristiana:
lo es ademas y sobre todo, porque en esta ocasión se han vulnerado en
mi persona los fueros diplomáticos. Ante la Iglesia, considerada como cen-
sora Suprema de doctrinas, no se da fuero: el Prelado como el.Embajador,
y el Embajador como el Rey, están sujetos sin escepcion á su inapelable
censura : el derecho omnímodo de censura que reside por Divina institu-
ción en la Iglesia, produce en los particulares el derecho omnímodo de
denunciar á la Iglesia las doctrinas censurables : contra este derecho de
los particulares no se da tampoco fuero ninguno : el Obispo como el Em-
bajador, y el Embajador como el Rey, están sometidos á él como lo están,
y porque lo están á la censura. Pero alli donde no hay ni denuncia de
particular, ni censura de la Iglesia, el fuero se levanta para proteger la
reputación del Embajador, que no es una propiedad personal, sino una
propiedad del Estado que representa, contra las agresiones y losultrages.
Cuando aquellas agresiones carecen de importancia, cuando estos ultra-
ges son leves, pueden constituir cuando mas una falta sencilla de res-
peto, que arguye contra la educación del ofensor, mas bien que contra
la dignidad del ofendido : dé los ultrages y de las agresiones de esta espe-
cie están llenos los artículos escritos por el abate Gaduel, que el Reveren-
do Obispo de Orleans ha consentido ó inspirado: pero no son estos de los
que me quejo yo, ni son ellos los que han puesto la pluma en mi mano
para elevar hasta el trono augusto de Vuestra Santidad la espresion de mi
aflicción profundísima. Lo que me aflige, es qué se me haya presentado á
los ojos de la Europa como envenenador de las almas y como propagador




de enormes errores mil veces condenados por la Iglesia : que para de-
mostrar esta tesis se hayan sacado de su lugar frases que solo en su lugar
tienen su esplicacion conveniente, por lo que las precede y lo que las si-
gue , y por el espíritu general de la obra : que para censurarme se haya
prescindido del original español, y se haya contentado el censor, como si
se tratara de cosa leve, con una traducción inexacta: que haya buscado el
error hasta en las erratas de imprenta: y por último, que el Ami de la
Religión, desmintiendo su título, y con escándalo de todos los hombres
piadosos ,• se haya negado, aunque fué requerido para ello por el Univers,
á insertar un artículo del periódico Italiano L' Armonía, del que resulta
que mi obra se ha publicado en Foligno con la aprobación de un Asisten-
te de la Inquisición y del Ordinario. Estas son las agresiones y estos los
ultrages de que me quejo, como infiriendo agravio no solo á mi persona,
sino también y mas principalmente, á mi dignidad de representante de la-
Reina Católica.


A no haber consultado sino mi propio interés, hubiera acudido al Go-
bierno Imperial en demanda de protección contra ultrajes de tan grave
naturaleza : pero sobre mi interés está el de la Iglesia que venero y que
amo sobre todo, y el interés de la Iglesia consiste en que todo lo que la
concierne directa ó indirectamente , por la calidad de las personas ó por
la naturaleza de las cosas, encuentre una solución en la Iglesia misma.


Por esta razón, dejando á un lado vias que si son seguras pueden ser
peligrosas, acudo hoy reverente y humildemente á Vuestra Santidad, que
es el Padre común de todos los fieles, y en particular mi Padre muy ama-
do , en queja en primer lugar contra el abate Gaduel, y principalmente y
sobre todo contra el Reverendo Obispo de Orleans, por lo que el primero
ha hecho con respectoá mí, y por lo que con respecto á mí el segundo ha
autorizado ó consentido: y en segundo lugar, contra el Ami de la Religión
por los artículos que contra mí ha publicado, y principalmente por ha-
berse negado á publicar, aunque para ello fué requerido, el artículo ya
citado de la Armonía, como una reparación cte mi honor injustamente vul-
nerado. A Vuestra Santidad toca esclusivamente decidir cuál sea la repa-
ración que se me debe, y si, como parece natural, ha de ser tan pública
como el agravio.


Dejando ya á un lado lo que á mí toca, voy á tomarme la libertad, si
Vuestra Santidad me lo permite, de llamar su soberana atención sobre al-
gunos puntos que interesan grandemente á la Iglesia en general, y en
particular á la Iglesia de Francia.


El gran peligro ele la Iglesia de Francia está, por una parte, en el espí-
ritu de galicanismo, y por otra, tm el espíritu democrático. Los redactores
del periódico intitulado el Univers han consagrado su vida á combatir esas




— 389 -


dos grandes corrientes, y esas dos grandes tendencias: si el. galicanismo
y el democraticismo no lo han invadido todo, se debe esto principalmen-
te á la incesante predicación, por parte de ese periódico, de aquellos gran-
des principios del orden social, que sirven de fundamento á un tiempo
mismo á la autoridad política y á la autoridad religiosa. Su silencio seria
una calamidad; y por eso mismo hay aquí organizada una conspiración
permanente para imponerle silencio. No seré yo el que afirme que ese pe-
riódico no ha caido nunca en falta: los defectos y las faltas son inheren-
tes á todos los hombres, y señaladamente á los que escriben en los perió-
dicos: tampoco afirmaré que ño ha-faltado nunca á la caridad; á ella fal-
tan alguna vez todos los hombres", y señaladamente los que tienen por
oficio combatir en un perpetuo combate; pero si no puedo afirmar ningu-
na de estas cosas, afirmo sin temor de ser desmentido por los hechos, que
en definitiva y todo bien considerado, el bien prevalece en este periódico
de tal manera sobre el mal, que entre el mal que puede hacer alguna vez,
y el bien que produce siempre, no hay comparación posible. Su conser-
vación interesa juntamente á la Iglesia y á la Francia.


Con este motivo, me parece oportuno llamar reverentemente la aten-
ción de Vuestra Santidad hacia un punto de una importancia mayor, y de
una trascendencia suma. En el último decreto condenatorio lanzado con-
tra este periódico por el muy Reverendo Arzobispo de París encuentro una
disposición que si se llevara á cabo, produciría una verdadera revolución
en lá Iglesia Católica. Fundándose aquel Prelado en que los periódicos de
París se imprimen y se publican en su diócesis, los pone de tal manera
debajo de su jurisdicción exclusiva, que impide absolutamente su acceso
á los demás Prelados de Francia. Ahora bien : como Dios ha querido que
la Francia tenga el imperio de las doctrinas en la Europa, que París tenga
el imperio de las doctrinas en Francia, y que en París tengan el imperio
de las doctrinas los periódicos, resultaría de la pretensión exorbitante del
muy Reverendo Arzobispo, que con la dirección de los periódicos de su
diócesis, puesta exclusivamente en sus manos, ejercería de hecho, con
menoscabo de la supremacía doctrinal de la Santa Sede, el principado
doctrinal de París,*de la Francia y de la Europa. Yo quiero suponer, y su-
pongo de buen grado, y aun afirmo, que el Reverendísimo Arzobispo no
se ha puesto á considerar la gravedad de lo que pretende. El mismo re-
tr-jeedería lleno de horror, sise le hiciera ver que lo que reclama para sí
es el Pontificado, como quiera que él Pontificado reside esencialmente en
la dictadura de la enseñanza, y la dictadura de la enseñanza en el princi-
pado de las doctrinas.


El último punto grave sobre el que tendré la honra de llamar la sobe-
rana atención de Vuestra Santidad, es el relativo, por una parte, á las inva-




- 390 -
siones de los periódicos religiosos en los dominios de la Iglesia, y por otra,
á las invasiones de los Prelados en los dominios de los periódicos. En estos
tiempos de confusión de todas las cosas humanas, y de supresión de todas
las fronteras morales, no es cosa rara, aunque es sobremanera dolorosa,
ver de vez en cuando á un periodista convertido en Obispo , y á un Pre-
lado convertido en periodista. De estas extralimitaciones, las de los pe-
riódicos son las menos peligrosas, y las mas inevitables: son las mas inevi-
tables , porque un periódico es un nuevo agente introducido en la civili-
zación,sin que la civilización actual haya tenido tiempo todavía de seña-
larle su esfera y de perfeccionar sus contornos: un periódico lo es todo,
precisamente porque no es nada: no ptrede tratar de política sin que pa-
rezca que gobierna al Estado, ni de moral sin que parezca-que ejerce el
ministerio de la predicación, ni de religión sin que parezca que dirige ala
Iglesia; y sin embargo parece todo lo que no es, y no es nada de lo que
parece. Si sus extralimitaciones son las mas inevitables, son por fortuna
las menos peligrosas: en política no lo son, sino cuando en el Estado no
hay un verdadero gobierno que ponga en su lugar al periódico que se ex-
tralimita , por la mano de sus tribunales: en las materias religiosas no lo
son, sino allí donde no hay Prelados, que arrojen fuera del templo al pe-
riódico que ha invadido el Santuario. Las mas dolorosas de estas extrali-
mitaciones son sin duda ninguna las de los Prelados en los dominios de los
periódicos. Guando los Prelados invaden esos dominios y se convierten en
periodistas, todo es confusión en el Estado y en la Iglesia. Los Prelados
toman entonces de los periódicos las pasiones que les son extrañas, y de-
jan en ellos en cambio la dignidad que les es propia. Sus pastorales están
escritas en estilo de libelos, y algunas veces de libelos infaipatorios: en
vez de ordenar disputan, en vez de enseñar controvierten, y aspiran la
pasión en vez de imponer silencio á las pasiones. De todos los síntomas
alarmantes de la Iglesia de Francia, este es el mas alarmante y el mas do-
loroso. El mal me parece exigir un pronto remedio; y para que Vuestra
Santidad en su sabiduría pueda poner el que conviene, me ha parecido
oportuno descubrir aquí su gravedad, como testigo que soy de sus ex-
tragos. *


Si me he excedido en estas ligeras indicaciones, ruego humildemente
á Vuestra Santidad que se digne perdonarme en gracia del celo en que
ardo por. la prosperidad y por la gloria de la Iglesia, que Vuestra Santidad
gobierna santa y dichosamente. Puesto con reverencia á los sagrados pies
de Vuestra Santidad, implora y aguarda su apostólica bendición su humil-
dísimo hijo


EL MARQUÉS DE VALDEGAMAS.
París 24 de Febrero da 1853.




RESPUESTÀ DE SU SANT1DAD.


Dilecto Filio Nobili Viro Marchioiù


de Valdegamas.


Lutetiam Parisiorum.


Pius PP. IX.
Dilecle Fili Nobilis Vir Salutem et Apostolicam


Benedictionem. Benigno prorsus animo Litteras Tuas
accepimus quas ad -Nos IV. Kalendas Martii scribe-
re, Dilecte Fili Nobilis Vir, voluisti. In quibuslegen-
dis e x i m i u m lui pro s a n c t i s s i m a religione S t u d i u m , ac
filialis erga Nos et Supremam Dignitatem Nostrani
devotionis e t obsequii vim ac magnitudinem omni ex
parte recognovimus. Quae quidem tui et animi et no-
minis insignia decora nunc tibi majorem in modum
gratulari voluimus, Dilecte Fili Nobilis Vir, etsi ad
pleniorem perfectioremque gravissimi negotii, de quo
tuaé eaedemLitterae agunt,cognitionem, àdhuc lec-
tione careamus ejus tui operis quod hue ad Nos vix
hesterna die perlatum est. Bonorum omnium largito
rem Dominum suppliciter obsecramus ut te coelestis
gratiae suae j>raesidio muniat ac tueatur, cujus aus-
picem, simuìque praecipuae qua ipsum te prosequi-
mur caritatis Nostrae pignus esse volumus Apostoli-
cam Benedictionem, quam Nobilitati tuae intimo pa-
terni cordis affectu peramanter impertimur.


Datum Romae apud S. Petrum die 23 Martii An-
ni 1853, Pontificatus Nostri Anno VII.


Pius-PP. IX.






ARTÍCULO CRÍTICO


PUBLICADO PORLA REVISTA ROMANA, TITULADA


LA CIVILTÀ CATTÒLICA,


EN SU NUMERO CORRESPONDIENTE AL 46 DB ABRIL BE 1853.


El nombre del MARQUES DE VALDEGAMAS es muy conocido por los cató-
licos, y debe ser estimado por nuestros lectores, que ya antes de ahora han
tenido ocasión de admirar su elevado ingenio y sus nobles doctrinas. Hoy
tenemos suma complacencia en volver á hablar de este escritor con mo-
tivo de la preciosa obra suya que anunciamos, (EL ENSAYO SOBRE EL CATO^
LICISMO, EL LIBERALISMO Y EL SOCIALISMO) escrita primitivamente en espa-
ñol , traducida luego al francés, y recientemente publicada en italiano.
La reseña que de aquella obra nos proponemos hacer, viene tanto mas
apropósito, cuanto que recientemente acaba en Francia de dar ocasión á
graves criticas, publicadas en un ilustrado periódico católico por el presbí-
tero P. Gaduel, Vicario general del señor Obispo' de Orleans.


Para decir en pocas palabrss lo que es aquel libro, y de qué manera
corresponden á su título las materias en él tratadas, bastará citar 'la frase
del Sr. Proudhon, que le sirve como de introito : Es cosa que admira el
ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siem-
pre con la teología.—Dios es la única explicación cumplida de lo natural y
de lo sobrenatural : la teología solo da perfecto complemento á todas las


T O M O iv.- - 3 2




— 394 —


ciencias: la religión católica solo puede dar solución adecuada á los proble-
mas que incesantemente surgen de la política; la Iglesia sola puede salvará
la sociedad agonizante de las garras de la anarquía: en vano los liberales
y socialistas se devanarán los sesos inventando instituciones y teorías para
ocurrir á todas las necesidades de la humanidad : si el liberalismo y el
socialismo triunfan, la sociedad está muerta, y extinguida toda esperanza
de una regeneración dichosa. Tales son los asuntos de aquel libro, los
cuales todos constituyen un tema tan vasto cuanto admirablemente apro-
piado á las necesidades de los presentes tiempos. "El valeroso escritor, sin
arredrarse ante las dificultades de su propósito, lo contempla desde lo al-
to , mide su anchura, lo recorre con pió firme y seguro, derramando en
torno de sí torrentes de luz que hacen accesibles, aun á los mas vulgares
entendimientos, las cuestiones mas recónditas yabtrusas.


La obra está dividida en tres libros : en el primero, después de haber
demostrado «cómo en toda gran cuestión política va siempre envuella
una gran cuestión teológica» describe con grandes pinceladas y fuerte
colorido la restauración consumada en el mundo, en el Estado y en la fa-
milia por obra de la teología católica ; y con este motivo, investigando el
principio intrínseco do la fecundidad que tantos bienes ha producido en
la sociedad católica, lo encuentra consignado en la ley de gracia y de
amor : gracia suavísima y omnipotentente, que misteriosamente atrae los
humanos corazones, ligándolos con Dios y entre si mismos ; gracia sobre-
natural y secretísima, única que puede explicar de lleno el triunfo de la
virtud sobre el vicio, do la verdad sobre el error, de la doctrina de Jesu-
cristo sobre el mundo corrompido y perverso.


En el segundo libro entra el escritor de frente á tratar la vastísima y
ardua cuestión del cómo y el porqué hallamos el mal en todos los órdenes
del universo; y para dilucidarla expone, en primer lugar, la teoría de la
verdadera libertad, considerada como perfección, ó sea como medio de
alcanzarla; recorre después las fases que esta libertad tuvo en el cie-
lo y en la tierra; narra él abuso que do ella hicieron los ángeles y el
hombre, y las inmediatas consecuencias que le acompañaron; combate el
moderno maniqúeismo del socialista Proudhon, y demuestra cómo, según
la doctrina cotólica, se conciban con armonía perfecta la Providencia de
Dios y la libertad del hombre. Partiendo de aquí para recorrer el campo
de la naturaleza y de la historia, describe las secretas analogías que exis-
ten entre las perturbaciones físicas y las morales, derivadas todas de la
culpa; y emprendiendo con este motivo una estensa y razonada narración
del acto maravilloso qué comenzó en el cielo y acabó en el Paraíso terre-
nal, enseña cómo-Dios sacó del mal el bien, el orden del desorden, de la
prevaricación la gloria; y con razón entonces exclama: «Cuanto mas se




— 395 —
«ahonda en estos dogmas pavorosos, tanto mas resplandece la soberana
«conveniencia, y la perfectísima conexión, y la maravillosa concordancia
»de los misterios cristianos. La ciencia de los misterios, si bien se mira,
»no viene á ser otra cosa sino la ciencia de todas las soluciones.»


En pos de la solución católica, examina las soluciones propuestas pol-
las escuelas liberal y socialista. Los liberales hacen consistir el mal de la
sociedad en el gobierno monárquico bajo el influjo de la idea católica, ó
en la anarquía, fruto del socialismo: en esto solo y en las tentativas de
los que alguno de aquellos fines se proponen, ven únicamente el des-
orden los liberales; de donde resulta, para ellos, que la sociedad será feliz
y bienaventurada, desapareciendo de la tierra el mal, cuando el gobierno
de los pueblos pase á manos de los filósofos y de la clase media. Los so-
cialistas , en cambio, sostienen que el hombre es por su naturaleza sano
y perfecto, y que el mal le viene de Dios, de las leyes y del gobierno; y
por consiguiente, que la edad de oro anunciada por los poetas y esperada
por las naciones comenzará en el mundo cuando se destruyan la creencia
en Dios, el imperio de la razón sobre los sentidos, y el dominio de los
gobernantes sobre el pueblo, es decir, cuando las embrutecidas muche-
dumbres sean para sí mismas su propio Dios, su propia regla y su pro-
pio rey. Estas monstruosas aberraciones se hallan expuestas y combatidas
en el resto del ENSAYO con una lógica severa y contundente-, y con tanta
luz de raciocinio, tal grandeza y novedad de conceptos, que su lectura
convence, persuade, conmueve y deleita, á un tiempo mismo. Sí tristes
deben ser para toda alma recta las infernales blasfemias que los socia-
listas , y especialmente el ciudadano Proudlion su primado, lanzan con-
tra Dios, llamándole con inaudito cinismo tontería y miedo , hipocresía y
mentira, tiranía y miseria, aspirando como á reducirlo á cenizas con
sus rayos; suaves como rocío en el desierto, y risueñas como el sol des-
pués de la tempestad son las hermosas palabras que la fuerza de la ver-
dad arranca de aquel alma rebelde, y que con grande oportunidad po-
ne el Sn. DONOSO después de las mencionadas blasfemias, como para se-
renar el ánimo de sus lectores. — « ¡ Ah, cuánto mas prudente sé ha
«mostrado el Catolicismo, y cuánta ventaja os ha sacado á todos, san-
«simonianos, republicanos, universitarios, economistas, en el conoci-
»miento de la sociedad y del hombre! El sacerdote sabe que nuestra vida
»no es sino una peregrinación, y que toda perfección cumplida nos es
«negada en este mundo; y porque.sabe esto, se contenta con preludiar
»en la tierra una educación que solo puede acabarse en el cielo. Por su
«parte, el hombre que ha ido creciendo bajo los auspicios de la Religión,
»satisfecho con saber hacer y obtener lo que basta para la vida del tiem-
«po, no será nunca un obstáculo para las potestades de la tierra: antes




— 396 —
«preferiría él el martirio. ¡Oh Religión amada! ¿Por cuál extravio incon-
•cebible de razón sucede que los que mas te necesitan, esos son cabal-
»menté los que mas te desconocen?»•— ¡Oh verdad, diremos nosotros,
©h grande y excelsa reina de las inteligencias! ¿ Cómo es posible que un
hombre pueda verte tan radiante y bella, que te admire de este modo, y
que después te venda!


Demostrada la conveniencia de la doctrina católica en lo relativo á ex-
plicar el origen del mal, se propone el SR. DONOSO en el libro tercero de
su obra otro problema, á saber: porqué se perpetúa en el mundo el mal
originado de una culpa primitiva, y cómo es que del primer padre se tras-
mite á sus últimos descendientes. Con este motivo el autor examina, si-
guiendo las enseñanzas de la revelación, el grande y misterioso dogma
de la solidaridad, y de la trasmisión de la culpa y de la pena, demos-
trando su racionalidad, sus necesarias relaciones con hechos mas conspi-
cuos, y su consonancia con las leyes universales de la naturaleza: ha-
blando , en consecuencia, del dolor, é investigando su naturaleza intima,
hace ver cómo Dios, desnaturalizándolo en cierto modo, lo trasforma de
mal en bien, y de castigo que era, lo convierte en remedio de virtud in-
comparable. De esta manera se esplica y armoniza, para un cristiano , la
perpetuidad de la culpa y de la pena.


La escuela liberal, en cambio, niega la solidaridad humana en el or-
den religioso, como la niega en el político: en el orden religiosa, negan-
do la doctrina de la trasmisión de la culpa y de la pena; en el orden políti-
co, proclamando laño intervención, destruyendo la nobleza, y defendiendo
el derecho igual de todos á las altas dignidades del Estado. Pero mientras
esta escuela niega la solidaridad por un lado, se vé por otro obligada á con-
fesarla en el hecho de reconocer la identidad de las naciones, el derecho
hereditario en la monarquía, y la trasmisión de las riquezas con la sangre;
como si el poder de. los ricos fuera mas sagrado y legítimo que el de los
nobles.


Las mismas contradicciones echa el autor en cara justamente á la es-
cuela socialista: esta arguye contra los liberales, que una vez negada la
solidaridad en la familia, en la política y en la religión, no debe ser
afirmada en la nación ó en la monarquía. Pero hé aquí que á su vez esta
misma escuela socialista, después de haber negado todas estas solidarida-
des, viene á proclamar la solidaridad humana. El célebre dogma de la
libertad, la igualdad y la fraternidad uó no significa nada, ó significa que
todos los hombres son solidarios entre sí. Ahora bien, ¿cómo puede ser
que los vínculos del nacimiento, del Estado, de la religión no liguen á los
hombres entre sí, y que en cambio la humanidad entera sea una sociedad
de hermanos igualmente partícipes de una libertad común?




El socialismo además es contradictorio, porque contradictorias son
entre sí las doctrinas proclamadas por sus varias escuelas; y el Su. DONOSO
lo demuestra delineando los varios círculos que en breve tiempo ha re-
corrido el Socialismo. Por donde quiera que se la mire, esta teoría es la
mayor de las contradicciones, pues que por todas partes va á parar á un
absoluto nihilismo. Negación absoluta del hombre, de la familia, de la so-
ciedad , de la humanidad, de Dios: tales son las fases en que se mueve la-
hipótesis socialista, y en las que el ilustre escritor la persigue con irre-
sistible lógica en todo el discurso del capitulo quinto del libro tercero.


En el resto de la obra viene oponiendo á la solidaridad de la culpa y
de la caida la solidaridad de la reparación y del mérito. Investigando con
este motivo las tradiciones de los pueblos, é ilustrándolas con la luz de las
enseñanzas católicas, demuestra la virtud expiatoria del sacrificio, inex-
plicable de todo punto por los principios socialistas y liberales. La Reden-
ción, centro de todos los misterios y fuente de todas las soluciones, se
presenta aquí con toda su majestad á los ojos del piadoso escritor, el cual
pone de manifiesto su conveniencia respecto á Dios, al hombre y al orden
universal; demuestra cómo en el sacrificio del Hombre-Dios se lava la
culpa, queda vencido el mundo, y todas las cosas restauradas, cumplien-
do de esta manera la demostración de su tema, á saber: que los proble-
mas fundamentales del hombre y de la sociedad no pueden ser verdade-
ramente explicados sino por la revelación y por la Iglesia.


Basta este sucinto análisis para creernos dispensados de insistir en las
alabanzas del SR. MARQUÉS DE VALDEGAMAS y de su libro, en el cual no se
sabe qué admirar mas, si la gran elocuencia del estilo, lo ordenado de sus
varias materias, la lucidez y sublimidad de los pensamientos; ó el vigor
de la argumentación, la vivacidad de la polémica, la profundidad de la
doctrina, la pureza de la fé, la nobleza, en fin, de afectos siempre ele-
vados, generosos, exquisitamente católicos, prenda especial de aquella
nación española, de la cual es el SR. DONOSO tan expléndido ornamento.
• " A pesar de todas estas excelencias, la obra del ilustre publicista ha
sido blanco de graves censuras, que lo han impulsado á hacer la franca
profesión de fé publicada últimamente por el Univers en forma de carta.
No puede fácilmente reducirse á los estrechos límites de una revista el
examen detenido y minucioso de aquellas censuras, ni tampoco nosotros
pretendemos erigirnos en jueces de este litigio, donde si bien aparece
quizás de una parte cierta falta de exactitud y propiedad en el lenguaje
técnico, no ha escaseado en cambio, de otra parte, la acerbidad de las
formas y las exageraciones á que conduce la extremada concitación de los
ánimos. Para dar aquí una idea bastante clara de los errores imputados al
filósofo español, y decir lo conveniente á los lectores de su libro á fin de




— 39S —


que puedan recorrerlo inoffemo pede, nos ceñiremos á los seis puntos ca-
pitales señalados por el critico Sr. Gaduel, é indicaremos los motivos que
el SR. DONOSO ha tenido para estampar proposiciones al parecer inexactas
y extremadas en su significación mas obvia.


i." Las primeras censuras se refieren al concepto de Dios, cuya supre-
ma libertad aparece como disminuida por el SR. DONOSO , á fuerza de exal-
tar la divina sabiduría y el divino poder. 2.° Viene en seguida el misterio
de la Santísima Trinidad, para cuya exposición usa el autor de un lengua-
je figurado y de tal cual comparación sacada de los Santos Padres, pero
no dotada de aquella rigorosa exactitud que se exige en una disputa esco-
lástica. 3.° La noción de la libertad, por la cual el autor entiende frecuen-
temente la libertad perfecta, tal como existe en Dios y en los santos, que
es la que salva al hombre de la servidumbre del pecado. 4.° La doctrina
del pecado original, con la que el autor, queriendo mostrar los secretísi-
mos fines del Criador en la permisión de la culpa, da lugar á creer que
sin ella no habría el mundo manifestado con esplendor suficiente las infi-
nitas perfecciones de Dios. 5." Los efectos de esta misma culpa, ó sea del
pecado, sobre la voluntad y sobre el entendimiento, efectos al parecer
extremados por el autor con decir hiperbólicamente que toda acción hu-
mana va acompañada del remordimiento, y toda noción va oscurecida
por la incertidumbre. 6.° Los motivos de credibilidad en nuestra fé, cuya
eficacia parece atenuada por el autor, en el hecho de presentarlos hasta
como obstáculos para la propagación del Evangelio; todo con el fin de
magnificar el poder de aquella gracia interior que sabe vencer todas las
dificultades de la razón enferma y de los sentidos.


Dos consideraciones solas creemos que basten para que debidamente
se comprenda cómo un católico tan sincero y tan ilustrado pueda haber
escrito proposiciones al parecer tan aventuradas, y cómo por el hecho solo
do emplear un lenguaje fuera del orden común, puede haber hecho creer
á alguien que no solo con la palabra sino también con el entendimiento
se aleja de las doctrinas comunmente recibidas.


En primer lugar, el MARQUÉS DE VALDEGAMAS , dotado de [elevada inte-
ligencia, devasta comprensión, de mente firme y tenaz, como suelen ser-
lo los naturales españoles, es inclinado á afirmar resueltamente lo que le
parece verdadero, y enemigo de aquella perplegidad é incertidumbre,
que si unas veces es efecto de prudencia, no pocas es indicio de una men-
te débil é irresoluta. Al verla sociedad que le rodea, trabajada por la du-


^da, fluctuando vacilante entre la verdad y el error, ha sentido, por una
reacción consiguiente, la necesidad de estimularse á sí propio, vigorizan-
do su innata propensión á la certeza, á la afirmación, al dogmatismo. De
aquí procede que en sus escritos combatiendo á los escépticos, y á los que




- 399 —
llaman libertad á la licencia •'no se ha detenido á discernir, en las falsas
doctrinas, aquellas vislumbres de verdad que siempre rodean al error; y
en vez de atenerse á las distinciones, necesarias en una discusión propia-
mente dicha, ha preferido acometer de frente á su adversario, y estre-
charle hasta derribarlo, al fin, con el absolutismo de sus afirmaciones,
jirevidas sin duda, pero netas y contundentes. Los enemigos que él com-
batía , ó negaban á Dios; ó, si se dignaban admitir su existencia, era para
relegarlo, por decirlo así, de la creación, pues que todo lo explicaban
por la sola intervención de la naturaleza y del hombre : DONOSO , en con-
secuencia , afirmó, que solamente en Dios y en la Sabiduría reguladora de
los seres y de los sucesos, estaba la explicación del hombre y de la na-
turaleza. El incrédulo siglo á quien se dirigía, desecha la creencia en los
impenetrables misterios de nuestra fé: y en consecuencia, DONOSO quiere,-
por medio de parangones y figuras, hacer aceptable á los entendimientos
rebeldes el arcano mas augusto de la revelación, al Dios uno y trino. A los
que niegan el pecado original, y el enflaquecimiento de nuestra natura-
leza, que fué la pena del mismo, DONOSO se esforzó en probarles lo conve-
niente del primero, presentándolo como casi necesario para que se mani-
festasen los divinos atributos; mientras que exageró, al parecer, la segun-
da, cuando viene á declarar á la naturaleza humana esclava, en todos sus
actos, de la culpa y del error. A los que exaltan la libertad y la indepen-
dencia del hombre , les dijo:—«no sois libres, sino siervos; la 'verdadera
libertad no reside mas que en los santos»'—es decir, en los que auxiliados
por la gracia, se sustraen á la posibilidad de pecar. Por último, para los
espíritus fuertes, que cuentan entre las fábulas los milagros y las profecías,
pareciéndoles piedra de escándalo aquello mismo que debiera hacerlos
creyentes, para estos dijo DONOSO, generalizando su frase : «que nuestro
Señor Jesucristo no ha triunfado del mundo por la santidad de su doctrina
ni por las profecías ni milagros, sino á pesar de todas estas cosas.»—Y he
aquí como la vivacidad de la lucha pudo empeñarlo en trances arriesga-
dos, de manera que por asegurarse bien de tocar.la meta, ha parecido á
veces como que la traspasaba.


Pero también puede preguntarse : ¿cuántos escritores hay. de polémica
popular en tiempos de reacción, que se hayan eximido de cometer estas
faltas? Y esto es muy natural : al ver la intemperancia, digámoslo así, de
sus adversarios, no es-estraño que hayan creido imposible vencerlos sin
exagerar un tanto la verdad : pues que ello al cabo las almas, obtusas y
aletargadas por las densas tinieblas de error que las circundan, tienen
precisión de que se las despierte y sacuda con afirmaciones atrevidas, re-
sueltas, dogmáticas. El conde José de Maistre, que, bajo muchos respec-
tos , puede compararse al MARQUÉS DE VALDEGAMAS , fué también tachado,




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no sin fundamento, de algún extravío en aquel punto : y sin embargo, el
hecho es que sus escritos, si bien sembrados en tal ó cual parte de algu-
na proposición aventurada y un tanto paradójica, consiguieron plena-
mente su fin; pues que derribaron al genio volteriano y liberalesco, sien-
do , en resumen, una fecunda semilla, de la cual brotaron entre los se-
glares, tantos y tan valerosos campeones de las doctrinas católicas. Sin
duda los escritores están obligados á guardar un prudente medio entre los
extremos : ¿pero á cuantos es dado hacerlo así, donde la discusión requie-
re vivacidad de formas, energía de figuras, generalidad de conceptos, y
una marcha, en fin, franca, segura y espedita? A estas razones, que en pri-
mer lugar explican las exageraciones de estilo del SR. DONOSO, puede agre-
garse otra no menos exacta, que explica la impropiedad de algunas de las
fórmulas que emplea. Todo el mundo sabe que los antiguos Padres, bien
que perfectamente concordes en puntos á fé siempre que discurrían acer-
ca de las verdades divinas y humanas, no siempre usaron de un mismo
lenguage para espresar las mismas verdades, y que unas mismas palabras
tenían en un escritor un sentido, y otro en otro : razón de esta variedad
podia ser, ora la diferencia de los tiempos y de los pueblos en que vivie-
ron, ora la diversidad de escuelas filosóficas que ellos ó sus adversarios
frecuentaban, ora, en fin, que á medida que el dogma se iba explicando,
era necerario emplear nuevas locuciones que cada cual inventaba para
acomodarlas á las necesidades y á las circunstancias. Poco á poco los Co'n-
cilios con sus definiciones fueron uniformando el lenguage científico de
la Iglesia, y en seguida los doctores y maestros lo redujeron á una exacti-
tud casi geométrica. Desde este punto ya fué cosa tácitamente convenida
entre los católicos el que ninguno usase las voces científicas en un sentido
distinto del aceptado universalmente por las escuelas, y que si alguno
contraviniere á esta regla, no lo hiciese nunca sin razón muy poderosa,
ni sin advertirlo debidamente á los lectores : determinación por cierto al-
tamente juiciosa y oportuna para impedir, ó cuando menos, disminuir en
gran manera las cuestiones de palabras donde hay pleno acuerdo en las
ideas. Por esta misma razón piensan los sabios que para leer con prove-
cho álos Santos Padres, conviene estudiar previamente á los doctores que
han enseñado en las escuelas. «La Suma de Santo Tomas, escribe él doc-
tísimo Gérdil, es una obra maestra de método, de orden y de raciocinio,
y el abate Duguet opina que se la debe leer antes de comenzar la lectura
de los Santos Padres : en ella se tratan las materias mas arduas con toda
la claridad de que son capaces, y con las espresiones mas adecuadas para
determinar bien fijamente la doctrina, é impedir que los entendimientos
traspasen el justo límite. Si algunos de los doctorea que florecieron siglos
después, se hubieran atenido al lenguaje consagrado por el uso común




— 401 —


de las escuelas, no habrían ciertamente sobrevenido muchas disputas in-
tempestivas que causaron no poco dañó á la religión»—(GERDIL , OPERE ;
Roma 1806. Tomol, pag. 252.) Pues bien, en nuestro concepto, la falta
de estos estudios escolásticos, á los cuales en verdad muy difícilmente
puede sujetarse Un seglar, diplomático y publicista, ha sido Ja causa dé
aquellas locuciones impropias que se encuentran en el ENSAYO, y de las
cuales, por otra parte, rara vez se eximen aun los escritos de muchos que han
frecuentado las escuelas. El MARQUES DE VALDEGAMAS, por lo que de sus
escritos y de una carta suya aparece, aunque no ha cursado estos estudios
escolásticos extraños á su estado y condición, se ha nutrido con la lectura
de los Santos Padres, y convirtiéndosele este pasto en jugo y sangre pro-
pia, ha hecho que en sus escritos se trasfundan aquellas locuciones, aque-
llos tropos y aquellos símiles usados por los Santos Padres en aquellos
tiempos que el lenguaje teológico no habia alcanzado aun la unidad y
fijeza que después llegó á tener. De cualquier manera, no creemos esce-
dernos asegurando que de todas ó casi todas las espresiones censuradas
por el crítico del SR. DONOSO , se pueden encontrar ó idénticas ó equiva-
lentes en los escritos de los mas célebres entre los antiguos doctores : de-
ben sin embargo exceptuarse de la generalidad de este juicio las poquí-
simas relativas al sexto tema de las censuras mencionadas.


Para probar nuestrosjsextos^Jiilai^mos^qtif por vía de ejemplo aquel
pasage que el Sr. Gaduel, no llegando hasta declararlo heráico, califica
de absolutamente falso y con tendencias al lüteranisino, al calvinismo, al
bayanismo, y al jansenismo. Trata en este pasage el SR. DONOSO de la li-
bertad, y examinando su esencia íntima, la define de este modo:


«Viniendo á la tremenda cuestión que es asunto de este capítulo, y
«que procuraré encerrar en los límites mas estrechos, diré que la noción
«que se tiene generalmente del libre albedrío, es de todo punto falsa. El
»libre albedrío no consiste, como generalmente se cree, en la facultad de
^escoger el bien y el mal, que le solicitan con dos contrarias solicitacio-
»nes. Si el libre albedrío consistiera en esa facultad, habrían de seguirse
»de ello forzosamente las siguientes consecuencias, una relativa al hom-*
»bre, y otra relativa á Dios, que son evidentemente absurdas. La relativa
»al hombre consiste en que seria menos libre cuanto fuera mas perfecto,
ícomo quiera que no puede crecer en perfección sin sujetarse al imperio
»de lo que le solicita al bien...s—En segundo lugar, se seguiría que:
«Para que Dios fuera libre, era necesario que pudiera escoger entre él
^bien y el mal, entre la santidad y el pecado.» —


Por estas palabras se ve cómo el antor impugna aquélla preocupación
vulgar que pone la libertad en la posibilidad de pecar ó de obrar rectas
mente: y en esto en verdad nada asevera de extraño, pues lejos de eso no


T O M O rv. 33




— 4 0 2 —


hace sino reproducir Jo mismo que ya San Agustín había dicho contra Ju-
liano : Sed ut de hae re vana sapias, fallit te definitio toa, qua in superiori
prosecutione, cui jam respondimus, sicut mpe et alibi facis, liberum ar-
bitrium definisti. Dixísti enim : LIBERUM ARBITRIUM NON EST ALIUD QUÁM
POSSIBIMTAS PECCANDI ET NON PECCANDI. Quá definitione primúm ipsi Deo
liberum arbitrium abstulüti Deinde ipsi sancti in regno ejus libe-
rum arbürium perdituri sunt, ubi peceare non poterunt. ( S . AUGUSTINF,
Op. imp. Lib. VI, núm. 40.) Lo mismo observaba el beato Anselmo en su
diálogo acerca del libre albedrío. Respondiendo allí el maestro á la pre-
gunta de su discípulo, dice : Libertatem arbitrii non puto esse potentiam
peccandi et non peccandi. ¿Por qué razón dice esto el maestro? Por las
mismas que dá el SR. DONOSO CORTÉS : Si hoc ejus essel definitio, nec Deus
nec ángelus, qui peceare nequeunt, liberum haberent arbitrium, quod nefas
est dicere... Liberior voluntas est qua¡ á rectitudine non peccandi declinare
nequit quam qum illam potest desserere. ( S . ANSELMI , diálog. de lib. arb.
Capítulo I.)


Elevándose luego el SR. DONOSO al concepto universal y primario de
la libertad, dice que esta no consiste en la facultad de escoger (es decir,
entre el bien y el mal, como anteriormente ha enunciado, y lo repite mas
abajo) sino en la facultad de querer, la cual supone la facultad de enten-
der: de lo cual infiere que: «&4aJibertadj^onsiste en la facjiltad de en-
cender y de querer, la libertad perfecta c<msisTira~en entender^y^quérer
«perfectamente; y como solo Dios entiende y quiere con toda perfección,
«se sigue de aquí, por una ilación forzosa, que solo Dios es perfectamente
«libre.»— Y termina por esta conclusión: «La facultad de escoger otor-
«gada al hombre, lejos de ser la condición necesaria, es el peligro de la
«libertad, puesto que en ella está la posibilidad de apartarse del bien y
«de caer en el error, de renunciar á la obediencia debida á Dios, y de
«caer en manos del tirano. Todos los esfuerzos del hombre deben dirigir-
«se á dejar en ocio esa facultad, ayudado de la gracia, hasta perderla del
«todo, si esto fuera posible, con el perpetuo desuso... Por eso ningún di-
«choso la tiene; ni Dios, ni sus santos, ni los coros de sus ángeles.»


Ahora bien, en todo este discurso, entendido como se debe, y no mira-
do con malos ojos, nada vemos sino una doctrina completamente ortodoxa
pura. Que el libre albedrío no es una facultad distinta de la voluntad, lo
afirma S. Juan Damasceno. (De fide orth. 1. in, cap. xiv.) Liberum arbi-
trium nihil aliud est quám voluntas: y lo mismo concede Santo Tomás.
Que la posibilidad de pecar es una imperfección que el hombre debe ate-
nuar en sí mismo, absteniéndose de los'actos que de ella proceden, es
también cosa tan evidente como la impecabilidad de Dios y de los santos.


Pero si estas opiniones, preguntará el Sr. Gaduel, van de acuerdo con




— 4 0 3 —


el común pensar de los doctores ¿ porqué el Sr. Donoso se viene con la
pretensión de que combate un error vulgar? Muy sencillamente : porque
el SR. DONOSO en todo este libro no se propone combatir á las escuelas
católicas, sino á los liberales y socialistas, ninguno de los cuales segura-
mente sospechará que en estas materias tiene ideas singularmente equi-
vocadas. ¿Qué mas? Pocas líneas antes de entrar en materia, lo primero
que protesta el SR. DONOSO es que sigue á los maestros católicos tan igno-
rados ó tan olvidados por sus adversarios: «Cuestiones, dice, son estas
«que ocuparon todos los entendimientos en los siglos de los grandes doc-
«tores, y que miran hoy con desden los petulantes sofistas que no tienen
«fuerza para levantar del suelo las formidables armas que esgrimieron fá-
»cil y humildemente aquellos doctores santos en las edades católicas»
verdad, que el SR. DONOSO pone todavía mas de manifiesto al combatir,
en pos de este error, aquel otro consistente en la manera con que algu-
nos confunden la noción de la libertad con la de una independencia ab-
soluta : confusión que por cierto no existe en el campo de las escuelas or-
todoxas, siendo por consiguiente necesario si se ha de obrar de buena fé,
examinar la clase de adversarios contra quienes argumenta el SR. DONOSO.
Añádase á esto que no andaría seguramente muy errado el que afirmase
que son muy raros los católicos no eruditos en escolástica, que no consi-
deren también como esencial de la libertad la facultad de escoger entre
el bien y ei^mal7Cüiiimidiernlo^e_e^leTnodo un hecho universal del hom-
bre durante la vida terrena con los requisitos esenciales de una perfección
que conviene á todos los seres inteligentes.


Pero añade el docto crítico del SR. DONOSO : Si la libertad no es una
potencia distinta de la voluntad, la libertad se concilia fácilmente enton-
ces con la gracia necesitante de Lutero, Calvino, Bayo y Jansenio. Para
esta objeción hay varias soluciones; pero la mas sencilla y categórica es
la que dá el mismo SR. DONOSO verbis amplissimis, y que debia no haber-
se ocultado á las perspicaces miradas del Sr. Gaduel. Óigase lo que el
SR. DONOSO dice : «Otros no alcanzan á comprender de qué manera la
«gracia por la cual fuimos puestos en libertad y rescatados, se aviene con
«esa misma libertad y rescate, pareciéndoles que en esa operación miste-
»riosa Dios solo obra, y el hombre padece ; en lo cual van de todo punto
«errados, como quiera que en este gran misterio concurren Dios y el
> hombre , obrando el primero y cooperando el segundo. Y aun por esta
«razón no suele dar Dios, por punto general, sino la gracia que es suficien-
Ȓe para mover la voluntad'con blandura. Temeroso de oprimirla, se con-
«tenta con llamarla hacia sí con suavísimos reclamos. El hombre, por su
«parte, cuando acude al reclamo de la gracia, acude con incomparable
«suavidad y complacencia; y cuando la voluntad suavísima del hombre,




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>que se complace en el llamamiento, se junta en uno con la voluntad
«suavísima de Dios, que llamándole se complace, y que complaciéndose le
»llama, entonces sucede que de suficiente que era la gracia, se torna en
«eficaz por el concurso de estas dos suavísimas voluntades,» —Con cuyas
palabras el ilustre escritor, estableciendo un perfecto acuerdo entre la
gracia y el libre albedrío, no hace sino exponer, de todos los sistemas ca-
tólicos , el que mas favorece la libertad humana, y el que mas dista por
consiguiente de las opiniones condenadas en los hereges que se digna
mencionar el Sr. Gaduel,


Pero insistirá quizás el Sr. Gaduel, preguntando: ¿el excluir de la li-
bertad del hombre mortal la posibilidad de pecar, no es un enorme error,
que legítimamente se infiere de la doctrina espuesta por el Su. DONOSO
acerca del libre albedrío? También á esta objeción responde el mismo
SR. DONOSO, diciendo como dice, que el hombre no seria libre, si no pudie-?
ra escoger el mal, y que, sin la posibilidad de pecar, la libertad humana se-
ria inconcebible : proposiciones ambas por cierto que precisamente contie-
nen y aun cuasi exageran una doctrina diametralmente opuesta á la que
el Sr. Gaduel le imputa en virtud de las anteriores definiciones.


¿Cuál puede ser en todo esto la falta cometida por el ilustre escritor á
quien defendemos? Ya lo hemos dicho mas arriba; su única falta, si tal
puede en rigor llamarse, consiste en haber usado locuciones y frases age-
nas quizás á las usadas hoy dia eñTsrenseliaBga dolno cacoclaa,-y-con-tos
cuales el docto profesor de Orleans parece mas familiarizado que con las
antiguas.


Tales nos han parecido las razones de que un católico de tanta doc-
trina y tan sincera fé como el SR. MARQUÉS DE VALDEGAMAS no se ha-
ya ceñido en sus escritos á aquella rígida exactitud de vocablos capaz
de quitar á los adversarios todo pretexto racional de cavilosidades y cen-
suras. Apresurémosnos empero á decir que las afirmaciones del SEÑOR
MARQUÉS , si pueden parecer arriesgadas ó peligrosas á quien las consi-
dere violentamente aisladas de su texto respectivo, y sin el correctivo
de las frases que las explican y circunscriben, en cambio, considera-
do el conjunto de la obra, suenan bastante menos mal, y no cree-
mos que sean capaces de suscitar en un espíritu recto ni escándalo ni
errores. Lejos de esto, nos sorprende y maravilla que un seglar, no
educado ciertamente en las aulas de un seminario, ó en el sagrado, re-
cinto de un claustro, conozca tan de lleno, como él la conoce, la eco-
nomía de la ciencia teológica, y penetre con tanta seguridad en los mis-
terios mas escondidos y en Lis mas delicadas cuestiones. Por otra parte,
el ilustre filósofo, con una docilidad tanto mas admirable cuanto menos
común es en los grandes ingenios, ha entregado su obra al examen de los




— 405 —


jueces supremos, con ánimo resuelto de corregirla y enmendarla cómo y
cuándo ellos se lo digan. Luego que esto haya sucedido, sin duda alguna
el ENSAYO SOBRE EL CATOLICISMO será mas caro y seguro para los católicos;
pero cualquiera que sea el éxito, no nos parece temerario de nuestra par-
te el enunciar el deseo que concebimos, desde que hubimos leido una
obra, por tantas razones preciadísima; y es que para dar á la misma toda
la perfección que requiere la importancia de su argumento, retocara el
autor su estilo en algunos pasages, y en otros templase, por decirlo así, la
forma de la doctrina, de modo que la hiciese inexpugnable hasta para los
mas quisquillosos; para esos, decimos, que deleitándose en correr velos
sobre las bellezas originales de los grandes escritores, van buscando por
do quiera una fibra delicada que tocar, con una severidad que no pocas
veces frisa en los términos de la injusticia.


¿Qué sería de tantos libros como diariamente se escriben por seglares,
y especialmente en Francia, en defensa de las sanas doctrinas, si se hi-
ciese empeño en hallarlos en falta? ¿Qué seria del mismo critico, ecle-
siástico como es y maestro en la ciencia de Dios, si se quisiera escudriñar
cada una de sus palabras, y pesar escrupulosamente cada una de sus pro-
posiciones? Por nuestra parte, seguramente no recibiríamos como artícu-
los de fó todo lo que él afirma en muchos pasajes de su crítica y respecto
á las materias mas espinosas, en las quejas- profesores suelen ordinaria-
mente irse coTraxa^terrtrjiTné^éTSf. Gaduel. Tal es, para no citar mas
que un ejemplo, lo que á propósito del misterio de la Santísima Trinidad
aventura el sesudo critico, cuando dice: L' on dit bien la diversité des
personnes divines; mais on ne doü pas diré la diversité divine.—¿Quién le ha
enseñado al Sr. Gaduel que se puede decir la diversidad de las personas
divinas? Esto pudiera pasar en un lego, que.confunde la diversidad con
la distinción; pero dicho por un perito en teología, que nos asegura haber
pasado toda su vida estudiando y enseñando la religión, pudiera parecer in-
dicio de herejía arriana. Y aun por eso advierte con gran prudencia el An-
gélico Doctor que cuando se hable de las personas divinas se tenga gran
cuidado de no decir diversidad ni diferencia: Ad evitandum igitur erro*
rem Arii,¿vitare debemus in divinis nomen DIVERSITATIS*et DIFFERENTI^;, ne*
tollatur uniías essentice (Sum. íheol. p. 1 , q. 31, a. 2).


No decimos esto con ánimo de censurar al docto eclesiástico que ha
tomado á cargo examinar el libro del MARQUÉS DE VÁLDEGAMAS , sino solo
para que vea que todos esos deslices de locuciones impropias ó aventura-
das*son harto perdonables en un pobre seglar, cuando así se les escapan
á teólogos de profesión. Para terminar, no ocultaremos que mucho mas
recomendable que las censuras del Sr. Gaduel, nos ha parecido la obra
del traductor italiano ó de quien quiera que sea el que acaba de publicarla




406 —.


en Foligno, acompañándola de notitas marginales, con las que, ora tem-
plando las formas aventuradas del lenguaje original, ora rectificando el
sentido de algunas proposiciones ambiguas., ó ya esclareciendo algunas
oscuras, se desvanece en muchos puntos para los lectores todo riesgo fun-
dado de dar una mala interpretación al texto. De esta manera, el libro del
MARQUÉS DE YALDEGAMAS, tal como en la edición italiana aparece, si no
iguala al original español en la magnificencia del estilo, la sobrepuja en
precisión y en seguridad de doctrinas.


FIN DEL TOMO CUARTO.




INDICE DEL TOMO CUARTO.


EI9SAYO


SOBRI


L I B R O P R I M E R O .


DEL CATOLICISMO.


f a g i n a s .


C A P I T U L O P R I M E R O . — D E C Ó M O E N T O D A C U E S T I Ó N P O L Í T I C A V A E N V U E L T A


S I E M P R E U N A G R A N C U E S T I Ó N T E O L Ó G I C A 1 3


C A P . I I . — D E LA SOCIEDAD BAJO EL IMPERIO DE LA TEOLOGÍA CATÓLICA. . . 2 7
C A P . I I I . — D E L A S O C I E D A D BAJO E L I M P E R I O D E L A I G L E S I A C A T Ó L I C A . . . . 3 5
C A P . I V . — E L C A T O L I C I S M O E S A M O R 5 1


C A P . V . — - Q U E N U E S T R O SEÑoa J E S U C R I S T O N O H A T R I U N F A D O D E L M U N D O P O R
L A S A N T I D A D D E S U D O C T R I N A , N1 P O R L A S P R O F E C Í A S Y M I L A G R O S , S I N O Á P E -


S A R D E T O D A S E S T A S C O S A S 5 7


C A P . V I . — Q U E N U E S T R O S E Ñ O R J E S U C R I S T O H A T R I U N F A D O D E L M U N D O E X C L U -


S I V A M E N T E P O R M E D I O S S O B R E N A T U R A L E S 6 3


C A P . V I L — Q U E L A I G L E S I A C A T Ó L I C A H A T R I U N F A D O D E L A S O C I E D A D Á P E S A R


D E L O S M I S M O S O B S T Á C U L O S Y P O R LOS MISMOS M E D I O S S O B R E N A T U R A L E S O U E
D I E R O N L A V I C T O R I A S O B R E E L M U N D O Á NlTESTRO S E Ñ O R J E S U C R I S T O . . . . 75




LIBRO SEGUNDO.


PROBLEMAS Y SOLUCIONES RELATIVAS AL ORDEN EN GENERAL.
Piginas.


C A P I T U L O P R I M E R O . — D E L L I B R E A L B E D R Í O D E L H O M R R E 8 5


C A P . I I . — S E D A R E S P U E S T A Á A L G U N A S O B J E C I O N E S R E L A T I V A S Á E S T E D O G M A . 9 1


C A P . I I I . — M A N I Q U E I S M O . — M A N I Q U E I S M O P R O U D H O N I A N O 1 0 1


C A P . I V . — D E C Ó M O S E S A L V A P O R E L C A T O L I C I S M O E L D O G M A D E L A P R O V I D E N -


C I A Y E L D E L A L I B E R T A D , S I N C A E R E N L A T E O R Í A D E L A R I V A L I D A D E N T R E


Dios Y E L H O M B R E 1 1 1
C A P . V . — S E C R E T A S A N A L O G Í A S E N T R E L A S P E R T U R B A C I O N E S F Í S I C A S Y L A S M O -


R A L E S , D E R I V A D A S T O D A S D É L A L I B E R T A D H U M A N A 1 2 1


C A P . V I . DE L A P R E V A R I C A C I Ó N A N G É L I C A Y L A H U M A N A , G R A N D E Z A Y E N O R -


M I D A D D E L P E C A D O 1 2 9


C A P . V I L — D E C Ó M O D I O S S A C A E L B I E N D E L A P R E V A R I C A C I Ó N A N G É L I C A Y D E


L A H U M A N A 1 3 9


C A P . V I I I . • — S O L U C I O N E S D E L A E S C U E L A L I B E R A L R E L A T I V A S Á E S T O S P R O -


B L E M A S 1 4 9


C A P . I X . — S O L U C I O N E S S O C I A L I S T A S 1 5 9


C A P . X . — C O N T I N U A C I Ó N D E L M I S M O A S U N T O : C O N C L U S I Ó N D E E S T E L I B R O . . . . 1 7 1


LIBRO TERCERO.


PROBLEMAS Y SOLUCIONES RELATIVAS AL ORDEN EN LA HUMANIDAD.


C A P I T U L O P R I M E R O . — T R A S M I S I Ó N D E L A C U L P A , D O G M A D E L A I M P U T A C I Ó N . 4 8 7


C A P . I I . — D E C Ó M O S A C A D I O S E L B I E N D E L A T R A S M I S I Ó N D E L A C U L P A Y D E L A


P E N A , Y D E L A A C C I Ó N P U R I F I C A N T E D E L D O L O R L I B R E M E N T E A C E P T A D O . . 1 9 7


C A P . I I I . — D O G M A D E L A S O L I D A R I D A D . — C O N T R A D I C C I O N E S D E L A E S C U E L A L I -


B E R A L 2 0 7


C A P . I V . — C O N T I N U A C I Ó N D E L M I S M O A S U N T O : C O N T R A D I C C I O N E S S O C I A L I S T A S . . 2 2 1


C A P . V . — C O N T I N U A C I Ó N D E L M I S M O A S U N T O . 2 3 9


C A P . V I . — D O G M A S C O R R E L A T I V O S A L D E L A S O L I D A R I D A D ; L O S S A C R I F I C I O S S A N -


G R I E N T O S ; T E O R Í A D E L A S E S C U E L A S R A C I O N A L I S T A S A C E R C A D E L A P E N A D E


M U E R T E ; 2 4 9


C A P . V I L — R E C A P I T U L A C I Ó N . — I N E F I C A C I A D E T O D A S L A S S O L U C I O N E S P R O P U E S -


T A S ; N E C E S I D A D D E U N A S O L U C I Ó N M A S A L T A 2 6 1


C A P . V I H . — D E L A E N C A R N A C I Ó N D E L H I J O D E D I O S , Y D F . L A R E D E N C I Ó N D E L


G É N E R O H U M A N O 2 6 9


C A P . I X . — C O N T I N U A C I Ó N D E L M I S M O A S U N T O ; C O N C L U S I Ó N D E E S T E L I B R O . . . 2 7 9




A L


ENSAYO SOBRE EL CATOLICISMO, EL LIBERALISMO Y EL SOCIALISMO.


Páginas.


E R R O R E S T E O L Ó G I C O S D E L S E Ñ O R D O N O S O C O R T É S , M A R Q U É S D E


V A L D E G A M A S . — A r t i c u l e s publicados en la Revista francesa, titulada
EL AIWI DE LA RELIGIÓN, durante el mes de Enero de 1 8 5 3 , por el
presbítero P . Gaduel, vicario general, y antiguo profesor de teología. . . 3 0 1


I . E R R O R E S A C E R C A D E D I O S 3 0 5


I I . E R R O R E S A C E R C A D E L A T R I N I D A D 3 1 0


I I I . E R R O R E S A C E R C A D E L L I B R E A L B E D R Í O 3 1 2


I V . E R R O R E S A C E R C A D E L P E C A D O O R I G I N A L E N S U S R E L A C I O N E S C O N E L O R D E N


G E N E R A L D E L A S C O S A S 3 2 0


V . E R R O R E S A C E R C A D E L P E G A D O O R I C I N A L C O N R E L A C I Ó N Á S U S E F E C T O S S O B R E


L A N A T U R A L E Z A H U M A N A . . . 3 2 3


V I . E R R O R E S A C E R C A D E L O S M O T I V O S D E C R E D I B I L I D A D E N L A R E L I G I Ó N . . . 3 2 8


P O L É M I C A C O N E L P R E S B Í T E R O P . G A D U E L . — Artículos publicados
en el periódico francés el UNIVERS, durante Tos meses de Enero y Febrero
de 1 5 5 3 . ~


I . 335
I I ' 3 4 1


I I I 3 4 9


C A R T A D I R I G I D A P O R E L S E Ñ O R D O N O S O A L UMVERS 3 5 9
I V 3 6 0


V 3 6 5


V I 3 6 8


V I I 3 7 0


C O R R E S P O N D E N C I A V A R I A R E L A C I O N A D A C O N L A A N T E R I O R P O -


L É M I C A — C a r t a s del Sr. Donoso al Sr. Gaduel.
1 . A 3 8 2


2 . A 3 S 3


C A R T A D E L S E Ñ O R D O N O S O A L S U M O P O N T Í F I C E 3 8 5


R E S P U E S T A D E S U S A N T I D A D 3 9 2


A R T I C U L O C R I T I C O ; P U B L I C A D O E N L A R E V I S T A R O M A N A , T I T U -


L A D A LA CIVILTA CATTÓLICA. E N E L N Ú M E R O C O R R E S P O N D I E N T E A L 1 6
D E A B R I L D E 1 8 5 3 3 9 3


FIN DEL ÍNDICE.