E X S A Y O S MS M O R A L Y DE P O L I T I C A . ...
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E X S A Y O S


MS
M O R A L Y DE P O L I T I C A .










BACON.
ENSAYO*


MORAL Y DE POLÍTICA
TU \PUCM-OS i OB.


ARCADIO RODA RIVAS,


MADRID.
I M P R E S T A U K M . M I N U É S A ,


caile de Jujnelo, num. 19.


1870.




El traductor se reserva los derechos que la ley lo concede.




PRÓLOGO DEL TRADUCTOR.


No ofrecemos al público la traducción de
estos Ensayos como un trabajo perfecto, sino
como un trabajo út i l . La fama imperecedera y
universal que va unida ai nombre de Francisco
Bacon, sabemos que la debe más pr inc ipa lmen-
te á la obra que dejó comenzada con el t i tulo
de Grande restauración de las ciencias, que á
las demás que produjo su infat igable y vast ís i-
mo ingenio . Pero aunque estos estudios no pue-
dan considerarse como su obra, más impor tan te ,
son sin disputa de u n mérito extraordinario: él
mismo se atreve á reconocerlo así en la dedica-
toria de la segunda edición que hizo al duque




Vi


de l i u k i n g h a m , cuando dice primero, refirién-
dose á ellos, *que se complace en aumenta r k
esperanza de que á favor de ia lengua lat ina,
ipii3 es nna lengua universa.:, podrán vivir t i n -
to como vivan los libres y las letras: <. y cuan-
do más acidante añade «ju«.- son ¡uno de los me-
jores frutos ijue la Providencia divina le lia
permitido obtener de ios afanes y trabajos de
su p luma.»


Pero la importancia, y sobro todo la ut i l i -
dad de este libro se comprende mejor, conside-
rando «fue el hombre (pie lo escribió se había
dedicado desde su temprana juven tud al es ta -
dio de todas las ciencias, en las cuales produjo
una completa y saludable revolución, y más
tarde al manejo de los negocios políticos: que
su vida en medio de la corte de Inglaterra ,
donde llegó á desempeñar cargos importantes,,
le facilitó el conocimiento de las cosas y de los
hombres : (pie sus talentos eran tan propios
para remontarse á las regiones di; las ideas es-
peculativas como para descender hasta el terre-
no de la práctica, y <jue unidas estas c i rcuns-
tancias á un espíritu tenazmente investigado;
y profundo, debieron enriquecer su intel igencia
con un precioso tesoro de conocimientos, de
cuya extensión y calidad son una mué-ira estos




VI)


n-n.s((.yu.s, publicados por segunda vez ei imo
if»2.">, cuando ya Labia cumplido ios sesenta y
cuatro de su edad.


A diferencia de otros filósofos y moralistas,
• A\e sólo presentan a la consideración ele ios
hombros modelos ideales, cuya realidad es in-
compatible las más veces con la ñaca na tura le -
za del humano l inaje, aspira más bien á indi-
carnos los escollos que nos amenazan en el mar
de la existencia, y los puertos y ensenadas
donde puede buscarse u n refugio en los dias
tempestuosos. Pero no sólo nos encamina con
sus preceptos hacia la perfección moral, sino
'¿lie lijando su vista en las relaciones qu*
unen al hombre con los demás hombres y
con la sociedad en que vive, presenta los ca-
racteres individuales más peligrosos y el modo
de conducirse con ellos, y traza la conducta
que se debe seguir para lograr la consecución
de todos los Unes justos y legít imos. Cono-
cedor de la g rande influencia que los hom-
bres de gobierno y los príncipes ejercen en la
sociedad, dir ige á ellos muchas veces las pru-
dentes observaciones que halda sacado de la
historia de los pueblos, ó de los mismos acon-
tecimientos de que halda sido actor ó especta-
dor. No olvidando nada de cnanto puede con-




VUI


t r ibuir pr incipalmente al bienestar de los hom-
bres, hasta da en uno de sus artículos alguno.-;
consejos sobre el modo de conservar la salud,
ios cuales nos parecen de u n valor incuestiona-
ble, comparados con los que hemos visto en al-
g u n a s olí ras de h ig iene .


Se conoce, no obstante, en el conjunto de
estos Ensayos, que el autor escribía á fines de!
siglo XVI y principios del XVII: en lo poco que
habla de asuntos económicos, se ve que abunda
en los errores que eran patrimonio de aquella
época, y que esta rama del saber no fué la que
más ocupó su poderosa in te l igencia : estos son,
sin embargo, pequeños lunares que apenas se
divisan en un trabajo enciclopédico como este,
y que no merman su importancia ni su mér i -
to, de i gua l modo que una obra arquetipa y
monumenta l del arte an t iguo no desmerece
casi nada aunque el t iempo la haya señalado
con su huel la , ó aunque se note entre la m u l -
t i tud de sus bellezas a l g u n a ligera incorrec-
ción .


La parte política de esta obra es d igna de
meditarse mucho, especialmente por los hom-
bres que se s ientan empujados por su destino
hacia el terreno áspero y peligroso de los nego-
cios públicos. No desconocemos el dictamen coi:-




IX


trario al nuestro, que sobre las opiniones de Ba-
con relativas á este punto, h a n formado escrito-
res m u y ilustres; pero á pesar del respeto que se
merecen, insistimos en creer que el hombre que
se educa y prepara para lanzarse en el mar pro-
celoso de la política, debe buscar en todas partes
armas y recursos para hacer posible y próspera
su navegación. Pues qué, ¿ha de aventurarse
indefenso en n n camino sembrado de riesgos y
emboscadas? ¿Se ha de considerar invulnerable
con la sola defensa que le ofrezca su vi r tud,
cuando la vir tud sin la sagacidad y la pruden-
cia, es un peto que más bien atrae que rechaza
los dardos de la maldad? El decir á los hombres
que sean honrados solamente, es decirles la mi -
tad de lo que deben saber: el enseñarles á que
sean honrados y á que sepan conocer las maqui -
naciones de los perversos y librarse de ellas, es
completar su enseñanza con una doctrina esen-
cialísima. Cuanto más puros y cuanto más be-
llos y elevados sean los sentimientos de u n
hombre, tanta mayor es su necesidad de apren-
der toda, la bajeza y depravación de que son ca-
paces a lgunas cr iaturas. Bacon sabía que los
hombres no pueden convertirse en ángeles
mientras se hallen en esta vida perecedera cu-
biertos de su cascara mortal , y en vez de pro-




X


ponerse u n imposible, dir ige sus esfuerzos á
que no sean víct imas n i verdugos.


Por más que sus creencias religiosas no sean
exactamente las que abr iga nuestra alma, pre-
ciso es concederle que se ocupa de e4os asuntos
con una templanza y circunspección (liguas de
elogio, y que sus palabras están animadas de
u n sentimiento conciliador y tolerante, inspi-
rado sin duda por Ja lectura de las hermos;'-
páginas del Evangel io .


Tributaremos u n a muestra de respeto á la
verdad, tal cismo nuestro pensamiento la com-
prende, añadiendo que algunos capítulos pue-
den servir lo mismo para indicar al hombre
honrado el mal camino de que debe apartarse,
que para enseñar al de torcidas intenciones el
modo de ser más infame; pero aun en estos ca-
sos, j amás cita el ejemplo de u n hecho detesta-
ble sin lanzar contra él todo el peso de su re-
probación .


Podemos decir por consecuencia, que esta
obra es de g rande ut i l idad para las personas de
alta categoría igua lmente que para las de po-
sición social menos elevada, y que si el hom-
bre de escasos conocimientos t iene en ella m u -
cho que aprender, también el que posea una
extensa ilustración encontrará algo nuevo que




X I


añadir al caudal de los suyos. Los jóvenes, so-
bre todo, nos parece que habr ían de sacar de su
lectura un provecho considerable, puesto que
contiene el fruto sazonado de c incuenta años
de estudios hechos en los libros y en los n e g o -
cios del mundo. Un joven puede poseer talen-
tos naturales y cierto fondo do instrucción:
¿pero do qué le sirven estos recursos si no están
auxiliados por la experiencia,? ¿No es la expe-
riencia la que proporciona á, la edad madura
las ventajas que ésta lleva siempre á los pocos
años para conocer y evitar los peligros de que
esta sembrada la. vida? ¿No son también las lec-
ciones de la experiencia las que mayores y más
dolorosos sacriíicios cuestan ai hombre, y las
que más tardan en l legar á fortalecer su razón,
cuando prefiere recibirlas del tiempo más bien
que de las palabras de los sabios? Esto es i n -
cuestionable, y no vacilamos en asegurar que
la colección de Ensayos que presentamos tra-
ducida , es un verdadero tesoro para la .ju-
ventud .


Pero no vaya á, creerse que una mirada su-
perficial basta para aprender en estas páginas
todo lo que ellas pueden enseñar : los g randes
ingenios l lenan sus escritos do sólidos pensa-
mientos, y es preciso leerlos detenidamente




XII


NOTA . Si esta obra fuese bien recibida del pú-
blico, no tardar íamos en publicar la traducción de
las demás obras de Bacon, que desde hace algún
t iempo tenemos comenzada.


para aprovechar toda su doctrina: el espíritu es
en cierto modo comparable al estómago, que
no puede digerir de una vez gran cantidad de
alimentos m u y sustanciosos.




B A C O N .


ENSAYOS DE MORAL Y DE POLÍTICA.


I.


i ) K LA V E I Ì D A D .


¿Qué es la verdad? preguntaba Pílades iró-
nicamente y sin querer aguardar la respuesta.
Se ven muchas personas que , mirando como
una esclavitud la necesidad de tener opiniones
y principios fijos, quieren gozar de u n a entera
libertad, tanto en sus pensamientos como en
sus acciones. La secta de los filósofos que duda-
ban de todo, se ext inguió hace mucho t iempo;
pero todavia se encuent ran muchos espíritus
vagos é inciertos que parecen contagiados de la
misma manía , aunque sin tener tan to vigor y
profundidad como los ant iguos excépticos. Sin
embargo, la causa que ha acreditado y consa-




grado tantos errores, no ha consistido en las di-
ficultades que es necesario vencer para descu-
brir la verdad , n i en el trabajo porfiado que
exige esta investigación, n i en aquella especie
de yugo que parece imponer al pensamiento
cuando se la encuentra , sino en un amor na tu-
ral por la ment i ra misma.


En t re los filósofos más modernos de la es-
cuela g r iega , hay uno que se ha ocupado m u y
especialmente de esta cuestión, y que ha pro-
curado en vano invest igar la causa, por la cual
t ienen los hombres una predilección tan mar-
cada hacia la ment i ra , siendo así que no les
proporciona placer como á los poetas, ni prove-
cho como á los mercaderes, sino que por el con-
trario parecen amarla por ella misma. Yo resol-
vería esta cuestión del modo s igu ien te : lo mis -
mo que u n dia m u y claro es menos favorable
al efecto de las decoraciones escénicas que la
luz débil de las bugías y de los candelabros, lo
mismo la verdad en todo su esplendor, es t a m -
bién menos favorable al prestigio, al adorno y
á la pompa teatral del mundo, que su luz u n
poco debilitada por la ment i ra . La verdad, t an
preciosa como parece, no tiene acaso mas que
u n valor comparable al de una perla que nece-
sita el auxilio de la luz del dia para presentar




- Jó —


todo su mérito, y no igua l al de u n br i l lante ,
cuyos propios resplandores aventajan á las l u -
ces. Sea do esto lo que quiera, no es dudoso que
un poco de ficción mezclada con la verdad cau-
sa siempre placer.


Quitar al espíritu las vanas opiniones. las
falsas apreciaciones, las ilusiones seductoras y
todas las quiméricas esperanzas de que se a l i -
menta, sería acaso condenarlo al enojo, al dis-
gusto, á la melancolía y al desaliento. Uno ríe
los más grandes doctores de la Iglesia, y cuya
severidad nos parece otras veces u n poco exce-
siva, llama, á la poesía el vino de los demonios,
fundándose en que las ilusiones de que llena la
imaginación ocasionan una especie de embria-
guez, y sin embargo, la poesía no es mas que la
sombra de la ment i ra . Pero la, ment i ra en rea-
lidad perjudicial, no es la que toca l ige ramen-
te a! espíritu humano , y que no hace, por de-
cirlo así, nada más que pasar á su lado y ro-
zándose con él; sino la que lo penetra más pro-
fundamente y se fija en el entendimiento , que
es aquella de que hablamos más arr iba.


Sea cualquiera la, idea que los hombres pue-
dan formarse de lo verdadero y de lo falso en
»4 extravío de sus juicios y depravación de sus
alecciones, la verdad, que no t iene más juez




— 1(1 —


que ella misma, nos enseña que su investiga-
ción, conocimiento y sent imiento, que se pare-
cen al deseo, á la vista y al goce, son el mayor
bien que puede concederse á los mortales. Lo
primero que Dios creó en los dias de la forma-
ción del universo, fué la luz de los sentidos, y
lo últ imo, la luz de la razón; pero su obra eter-
na , obra propia del sábado, es la i luminación
misma del espíritu humano . Üesde un principio
derramó la luz sobre la superficie de la materia
ó sobre el caos, después sobre la faz del hombre
que acababa de formar, y por último, extendió
e te rnamente la luz más viva y pura en las al-
mas de los escogidos. Lucrecio, ese poeta que ha
sabido dar a lgún realce á la úl t ima y más re-
p u g n a n t e de las sectas, ha dicho con la elegan-
cia que le es propia: «Un placer bastante agra-
dable es el de un hombre que desde lo alto de la
roca donde está sentado, contempla un navio
combatido por la tempestad. Es igua lmente de-
licioso mirar desde una torre elevada dos ejér-
citos que pelean en una vasta l lanura, y ver
incierta la victoria, pasar del uno al otro alter-
na t ivamente . Pero no h a y n i n g ú n placer com-
parable al que experimenta u n sabio que desde
las alturas de la verdad, alturas en que nadie
ejerce t i ranía y donde reina perpetuamente




un aire t an puro como sereno, dir ige sus t r an-
quilas miradas sóbrelas opiniones engañosas y
sobre las tempestades de las pasiones huma-
nas:^ y aún debería añadir que semejante es-
pectáculo no excita en nosotros mas que u n a
indulgente conmiseración, y no orgullo n i des-
precio. Cier tamente, todo mortal que animado
del fuego divino de la caridad, y descansando
sobre el seno de la. Providencia, no t iene otro
pensamiento ni otro norte que la verdad, goza
desde este mundo de los bienes celestiales de la
otra vida.


Si pasamos ahora de la verdad filosófica ó
teológica á la verdad práctica, ó más bien á la
buena le y la sinceridad en los asuntos del
mundo, no podremos dudar , y esta es una. m á -
v i m n incontestable aún para ;»n-olios que pien-
san de distinto modo, que una con iucta franca
y siempre recta no es lo que da mayor eleva-
ción y d ignidad á los hombres, y que la. false-
dad en id comercio de la. vida, es semejante á
los metales viles que se alean con el oro, que
aunque le hacen más fácil de trabajar d ismi-
nuyen su valor. Todos estos caminos oblicuos y
tortuosos, asemejan el hombre á la. serpiente,
que se arrastra porque no sabe marchar de otro
modo. No hay vicio más vergonzoso ni que más




degrade, que el de la perfidia, ni papel más
humi l l an te que el de un embustero, ó el de un
tramposo, cogidos inf ragani i ó sobre el delito.
Así es, que Montaigne, buscando la razón por la
cual el ser desmentido es una afrenta ian gran-
de, resolvió así esta cuestión con su d r - w r n i -
miento ordinario: «Si fijamos bien la atención,
¿qué es un mentiroso sino un hombre que tome
á los hombres y que desprecia á Dios? > V on
efecto, ment i r , ¿no es insul tar á Dios misino y
doblarse cobardemente delante de los hombres' '
Por último, para dar una idea de la enorme
m a g n i t u d de los crímenes que ocasionan la men-
t i ra y la falsedad, diremos que estos vicies, Ho-
llando la medida, de l«s iniquidades humanas ,
h a n de sor como la trompeta que llamará sobre
los hombres •»! juicio de Dios: pu^s está escrito
que cuando el .Salvador del mondo descienda
eníiv nosotros, no encontrará la buena fó sobre
la t ierra.




II.


DK LA MXERTK.


Los hombros temen la muerte como los n i -
ños temen las t inieblas, y lo que contribuye á
los terrores que exper imentan , son los cuentos
tenebrosos con que se les embanca. Xo cabe
duda en que las profundas meditaciones sobre
la muer te , considerada como consecuencia del
pecado original y como paso para entrar en la
otra vida., son una ocupación piadosa y salada-
ble; pero el temor de la muer te , mirada como
u n tributo que es preciso pagar á. la na tura le -
za, es una verdadera debilidad. Hasta en las
meditaciones religiosas sobre este asunto, en-
tra a lgunas veces pueril idad y superstición: por
ejemplo, en uno de esos libros que medi tan los




— 20 —


rnonges para prepararse á la muer te , se lee lo
que s igue: «Si la más peque Ha herida hecha en
un dedo puede causar tan vivos dolores, ¿que
horrible suplicio no debe ser la muerte, que es
la disolución ó la corrupción del cuerpo entero?.'..
Conclusión absurda y despreeiuUo. puesto que
la fractura o dislocación de un solo miembro
causa más grandes dolores que la mu crie mis-
ma , no siendo las partes esenciales , i la vida-
las más sensibles, lis m u y juiciosa la frase del
escritor que ha dicho, hablando solamente come
filósofo y hombre de mundo: «El apáralo de la
muer te es más terrible (pie la muerte misma.e
E n eí'ecto, ios gemidos , las con\ulsiones. la
palidez del rostro, la tristeza de jo-: amigos, la
desolación de la familia y ei ¡águb'.o a ornato de
los funerales, es lo que hace ¡i la muel le t an
terrible.


Conviene observar á esie p r o p ó s i t o , que no
h a y en el corazón del hombre ninguna, pasión
t an débil que no pueda i - o b i o p o r i e r . s e a! temor
de la muer te . La muer te no es. pues, un ene-
migo tan formidable, puesto que e¡ hombre
t iene siempre en sí mismo rceurses c o n que
vencerla. Kl deseo de venganza triimí'u tle ella,
el amor la desprecia, el honor la desea, la de-
sesperación la elige por refugio, el miedo la




apresura, la le la abraza con una especie de
gozo, y si hemos de creer lo que dice la histo-
ria de Roma, después que el emperador Otón se
hubo dado la muerte , la compasión, que es la
más débil de las ,-: lecciones humanas , determinó
á algunos de los que le eran más afectos á se-
gu i r su ejemplo: resolución, repito, que toma-
ron por pura compasión hacia su jefe y como la
única digna, de sus parciales. A estas causas
añade Séneca el enojo, la saciedad y el d i sgus -
to: •'-•Para despreciar la muer te , dice este filóso-
fo, no hay necesidad de valor ni desesperación;
basta, permanecer mucho tiempo haciendo y
deshaciendo una misma cosa, y estar hastiado
de la vida. >


Un hecho igua lmen te d igno de atenderse,
es la poca alteración que la proximidad de la
muerte produjo en el a lma firme y generosa de
ciertas pí-ivonas que no desmintieron su vida
pasada ni aun en estos últimos momentos,
siendo dignos de sí mismos hasta su fin. Por
ejemplo, la« úllimas palabras de César Augusto
fueron una especie de cumplido: <Livia, dijo á
su esposa, adiós, y acordaos de nuestro m a t r i -
monio. •> Tiberio disimulaba todavía en sus ú l t i -
mos momentos: «Ya,, dice Tácito, sus fuerzas le
abandonaban, pero la disimulación quedaba




->2


aún . > Yespasiano murió chanceándose, y sea-
ta;lo en su silla dijo cuando poco á poco so le es-
capaba la vida; <>;Ah! yo creo que me convier-
to en un dios, v Las úl t imas palabras de (Jaiba,
fueron una especie de sentencia: Soldado, ex-
clamó, si tú crees mi muerte útil al pueble
romano, hiere :>> y después él mismo presento
el cuello á su asesino. Scptimio • overo murió
despachando un asunto: '•.Aproximaos, dijo, y
concluyamos esto; por poco que me reste de
vida, aún quedará tiempo para hacerlo.* Y lo
mismo podría decirse de otros muchos perso-
najes.


Los estoicos ponían mucho cuidado en ex-
c i ta r los hombres á despreciar la muerte , sien-
do así que todos sus preparativos contribuyen a
hacerla más imponente. Yo prefiero ni que ha
dicho que v í a muerto es el último acto, ó el
desenlace del drama de la vida.» Es tan natu-
ral morir como nacer, y quizá el hombre sufra
más a! nacer que al morir. El que muere en
mitad de un g ran designio con que está pro-
fundamente ocupado, siente la muerte de igual
modo que el guerrero que es herido mor ta lmeu-
te en el calor de un combate. La ventaja propia
de todo g ran bien al cual se aspira y que llena
el a lma por completo, es quitar el sentimiento




— T-y —


del dolor y de la muer te misma. Pero dichoso,
mi l veces dichoso, el que estando dedicado á u n
objeto verdaderamente digno de sus esperanzas
y de su atención, puede al morir cantar como
Simeón: A'/'i/c lívnúttis, etc. Otra ventaja de la
muerte es abrir al g rande hombre el templo de
ia fama y ex t ingui r al mismo tiempo la envi-
dia. «Ese mismo hombre, dice Horacio, á quien
todos envidian, tan pronto como cierre los ojos
será de todos querido.»


III.


!)t: LA ONU DAD X)VA, SUNTIMrEXTo EX 1-A IGLKSTA


CRISTI AX A.


Siendo la religión el principal vínculo de la
sociedad h u m a n a , debería desear esta misma
sociedad que la religión se fortaleciese por los
estrechos lazos de la verdadera unidad. Las d i -




tensiones y los cismas en materia de religión,
son un azote que era desconocido á los paganos.
La razón de esta diferencia consiste en que el
paganismo estaba compuesto más bien de ritos
y ceremonias relativas al culto de los dioses,
que do dogmas positivos y de una creencia fija:
fácil cosa es adivinar lo que podia ser la fe de
los paganos , mirando simplemente que so
Iglesia, no tenia por doctores nada, más que
poetas. Pero el Espíritu Santo, hablando de los
atributos del verdadero Dios, dice que es un
Dios celoso, por lo cual su culto no sufre ni mez-
cla ni corrupción. Creemos, pues, poder per-
mitirnos a lgunas reflexiones sobre el importan-
te asunto de la unidad de la Iglesia, y t ratare-
mos de responder satisfactoriamente á estas tres
p reguntas : ¿Cuáles serían los frutos de la u n i -
dad religiosa? ¿Cuáles son sus verdaderos l i-
mites? ¿Por qué medios podría establecerse?


E n cuanto á los frutos de esta unidad, ade-
más de que sería agradable á Dios, que debe ser
el principal fin de la vida y el objeto de los ob-
jetos, procuraría dos ventajas principales, de
las cuales la una miraría á los (pie están ahora
fuera de la iglesia, siendo la otra propia de los
que se encuentran ya en su seno. Hay además,
que el mayor de todos ios escándalos posibles,




Y sin duda el más manifiesto, consiste en los
cismas y en las here j ías : escándalo peo? que los
que nacen de la corrupción de las costumbres,
pues en este concepto sucede lo mismo al cuer-
po espiritual de la Iglesia que al cuerpo huma-
no, en el que una herida y una solución de
continuidad son frecuentemente un mal menos
peligroso que la corrupción de los humores; de
suerte que no existe causa más poderosa para
alejar de la Iglesia á los que están fuera de su
seno y para desterrar de ella á los que se ha -
llan bajo su dominio, que los ataques dirigidos
contra la unidad.


Así es, que cuando los sentimientos están
excesivamente divididos, se oye g r i t a r á unos:
«Vedla allá en las soledades;» y decir á otros:


\ 'n, rió, miradla aquí en el santuario; es de-
cir, cuando los unos buscan á Cristo en los
conciliábulos de los heréticos, y los otros en la
faz exterior de la Iglesia. Entonces es cuando
se debe tener constantemente en la memoria,
aquella frase de las Santas Escri turas: ^Guar-
daos de salir.» El Apóstol de los gent i les , cuyo
ministerio y vocación estaban especialmente
consagrados á introducir en la Iglesia á los que
se hallaban fuera de su seno, se expresaba así
hablando á los infieles: «Si un pagano ó cual -




— 2<; —


quiera otro infiel entrase en vuestra Iglesia y os
oyese hablar diferentes l enguas , ¿qué pensaría
de vosotros? ¿No os tomaría por insensatos?.
Cier tamente que los ateos no se escandalizan
menos cuando seles aturde con el ruido de las
disputas y controversias sobre la religión, sien-
do esto lo que los aleja de la Iglesia, y los indu-
ce á burlarse de las cosas santas. Aunque un
asunto tan serio como este parece excluir toda
ciase de epigramas ó de chanzas, no puedo me-
nos de referir aquí u n rasgo de tal naturaleza
que puede dar una jus ta idea do los malos efec-
tos de las disputas teológicas. Un gracioso de
oficio ha inventado en el catalogo de una bi-
blioteca imaginar ia , un libro con este título:
«Piruetas y monadas de los heréticos. >> V en
efecto, no hay n i n g u n a secta que no tenga al-
g u n a act i tud ridicula y a lguna puerilidad que
le sea propia y la caracterice: extravagancias
que, l lamando la atención de los hombres des-
creídos y de los políticos depravados, excitan
su desprecio y les dan pié para mofarse y ridi-
culizar los sagrados misterios.


Respecto de los que se encuentran y a en el
seno de la Iglesia, los resultados que pueden
obtener de la unidad de ésta, están compren-
didos en el goce de la paz que les proporciona.




lo cual encierra una infinidad de bienes inest i -
mables, estableciendo y afirmando la te y avi-
vando el fuego divino de ia caridad. Además
de esto, la paz de la Iglesia parece que destila
en las conciencias y que hace reinar en ellas
esa serenidad que presenta en el exterior. En
fin, dicha, paz conduce á los que se contenta-
rían con escribir y leer controversias ó polémi-
cas religiosas, hasta llevarlos á fijar su a ten-
ción en los tratados que respiran sentimientos
humildes y piadosos.


Hablando de los limites de la unidad, im-
porta ante todo determinarlos bien; pues se
puede incurr i r en los dos extremos opuestos:
los unos, animados de u n falso celo, parecen
rechazar toda palabra que t ienda á u n a paci-
ficación. «¿Está todo en paz? Y respondió Jehú:
¿Qué tienes tú que ver con la paz? Pasa y si-
gúeme.» La paz no es el fin de los hombres
de este carácter, y ellos no tratan mas que de
hacer predominar la opinión y la secta que
sostienen. Otros al contrario, semejantes á los
Laodiceos, más tibios sobre el asunto de la r e -
l igión, é imaginando que se podría con la ayu-
da de cierto temperamento y de ciertas propo-
siciones medias, y participando de opiniones
contrarias, conciliar con destreza los puntos




que parezcan más contradictorios, dan á en ten-
der con esta, conducta, que pretenden ser media-
dores entre Dios y los hombres. Pero es necesa-
rio evitar igua lmente estos dos extremos, lo
cual se conseguirá explicando y determinando
de una manera clara y para todos intel igible ,
en qué consiste precisamente esta alianza, cu-
yas condiciones ha estipulado el Salvador del
mundo por medio de dos sentencias ó cláusu-
las que á primera vista parecen contradicto-
rias: «El que no está con nosotros, es contra
nosotros: el que no está contra nosotros, es con
nosotros:» es decir, si se. t iene cuidado de sepa-
rar y d is t inguir bien los puntos fundamentales
y esenciales de la rel igión, de aquellos que sólo
deben ser minutos como opiniones verosímiles
y como simples miras que t ienen por objeto el
orden y disciplina de la Iglesia. Algunos de
nuestros lectores creerán acaso que no hacemos
aquí nada más que manosear de nuevo un
asunto tr ivial y cuestionado, y proponer in -
út i lmente cosas ya. ejecutadas: pero ¡os que tal
piensen incurr i rán en un error, puesto que si
distinciones tan necesarias se hubiesen he-
cho con más imparcialidad, habrían sido más
genera lmente adoptadas. Probaré sólo á dir i -
g i r sobre este importante asunto a lgunas m i -




— 29 —


radas proporcionadas á mi débil in te l igencia .
Hay dos especies de controversias que pue-


den desgarrar el seno de la iglesia y que es
preciso evitar igua lmente : la una tiene lugar
cuando ei punto que const i tuye ia cuestión es
frivolo y falto ¡lo importancia , y no merece, por
consiguiente, que sotóme con calor la disputa,
en cuyo caso no hay ni se at iende otro princi-
pio que al espíritu de contradicción; porque
como lia observado uno de los Padres de la
Iglesia, la túnica de Cristo no tenia costuras,
pero el ves!ido de la Igiosia está abigarrado de
diferentes coluros: con este motivo da el precep-
to s iguiente: -Haya variedad en este vestido,
pero r:o haya. (f.i;vjcii',--jHcs, pues la unidad y la
uniformidad son dos cosas m u y diferentes.* El
otro género de controversias t iene lugar , cuan-
do siendo más importante el punto de ia cues-
tión se le oscurece a fuerza de sutilezas, de
suerte que e¡¡ íes argumentos alegados por una
y otra parle so encuentra más ingenio y astu-
cia que sustancia y suiidez. Frecuentemente
sucede que cuando un hombre dotado de buen
juicio y penetración oye á. dos ignorantes que
disputan acalorados, se apercibe en seguida de
que en ei fondo se^ del mismo dic tamen, y de
que no diíicron nada más que en las expresio-




— 3 0 —


nes. aunque entrambos abandonados á sí mis-
mos no puedan l legar á entenderse por medio
de una buena definición. Pero si á pesar de la
pequeñísima diferencia que puede encontrarse
entre los juicios humanos , un hombre, puede
tener bastante ventaja sobre otros hombres para
hacerles una observación que los concilie, es
m u y natural creer que Dios, que desde lo alto
de los cielos penetra en todos los corazones y loe
en todos 'os entendimientos , vea aun más fre-
cuentemente una. misma opinión en dos aser-
ciones donde lo? hombres, cuyo juicio es tan
débil, crean ver dos pareceres diferentes, y que
él se d igne dispensar á entrambos su acepta-
ción. San Pablo nos da una jus ta idea de Jas
controversias de este género y de sus efectos, en
la advertencia y el precepto que ofrece con este
mismo motivo; "Evitad, dice, ese profano neo-
logismo que da. lugar á tantos altercados, y las
vanas disputas de palabras que usurpan el nom-
bre á la ciencia. -


Los hombres se suscitan á sí mismos dificul-
tades y motivos de disputa donde estos no exis-
ten: disputas que no t ienen otro origen ni fun-
damento que la g rande afición á usar nuevos
términos, cuyo significado se lija de manera
que en vez de ajusfar las palabras al pensa-




— —
miento, es al contrario el pensamiento el que
se ajusta á las palabras.


Hay también dos especies de paz y de un i -
dad que deben mirarse como falsas: la una es
ja. que tiene por fundamento una ignorancia
implícita, puesto que todos los colores se igua-
lan, ó mejor dicho, se confunden en las t inie-
blas. La otra es la que t iene por base el asenti-
miento directo, formal y positivo de dos opinio-
nes contradictorias sobre puntos esenciales y
fundaniental.es. La verdad y el error sobre asun-
tos de e<t.a naturaleza, pueden compararse al
hierro y al barro de que estaban compuestos los
dedos de los píos de la estatua que Nubucodo-
nosor vio cu sueños: se puede conseguir que se
adhieran, poro es imposiblo que se aleen.


Kn cuanto á los medios y disposiciones de
que puede hacerse uso para lograr esa unidad ,
no deben nunca los hombres esforzarse por es-
tablecerla y sostenerla, hasta el extremo de te-
ner que olvidarse de las leyes de la caridad, ó
de cualquiera otra ley fundamental de la socie-
dad humana. Hay entre los cristianos dos clases
de espadas, la una espiritual y la otra temporal ,
y teniendo cada una de ellas su destino y oficio
especiales, deben ser convenientemente em-
pleadas en mantener la, rel igión; pero en n in -




g o n caso deberá echarse mano de aquella ter-
cera espacia de i l ahoma; ó diciérulolo de otro
modo, en n i n g ú n caso será preciso propagar la
rel igión por la fuerza de las a rmas , ni violentar
las conciencias por medio de sangrientas perse-
cuciones, á menos que haya que remediar un
escándalo nmv, ¡tiesto, blasfemias horribles, ó
conspiraciones contra el Estado, combinadas
con heregías . Mucho menos aún se debo tomar
el pretexto do ¡a religión para fomentar sedi-
ciones, autorizar conjuraciones ó promover re-
vueltas, poniendo armas en manos del pueblo,
ó empleando cualquier otro medio de esta n a -
turaleza, que t ienda á la subversión de toda
especie de orden y de gobierno. Emplear estos
odiosos medios es poner en contradicción las
tablas de la ley, y considerando á los hombres
como cristianos, olvidar que los cristianes son
hombres. l'A poeta Lucrecio, no padiendo apro-
bar la horrible acción de Agamenón , que sacri-
ficó á su propia luja, eve lamaind ignado : -qTnn
horrenda atrocidad ha podido inspirar la re l i -
gión!/ ¿Y qué hubiera nicho de la matanza de
San I 'ar teiomy, si estos horrorosos atentados
hubie ran sido cometidos en su tiempo? Seme-
jan tes horrores habr ían aumentado cien veces
más los epicúreos y ateos que exist ían.




V.xi el caso mismo de estar obligados á em-
plear ia espada en servicio de la re l igion, debe
obrarse con la nu¡s g rande circunspección y
prudencia., siendo una .medida abominnbio po-
ner esie üriir¡. cu las manos 'del populacho.
Abandónenlo- tales medios a los anabaptis tas y
á otras ím-ias del mismo temple . Seguramente
pronunció eí demonio una g r a n bíasíemi; cuan-
do dijo: <•<?,; r, levantar.'*, y seré semejante ai To-
dopoderoso:* poro mayor es todavía presentar á
Dios rr, escena, si uodemos expresarnos de este
modo, y hacerle nocir: «Yo descenderé, y me
Laré semejante ai príncipe de las t inieblas.»
¿Será un sacrilegio más excusa ido degradar ia
causa ¡le ¡a religion, hasta el extreme, de redu-
cirla á aconsejar ó cometer en «u nombre a ten-
tados tan. exeerab'os como los une hemos ci ta-
do, como asesinatos de príncipes, como ma tan -
zas de pueblos enteros , sublevaciones contra
gobiernos, ele? ;.Xo sería esto hacer descender
al Espíritu Sa.nto. no bajo la forma de paloma,
sino bajo la forma do un buitre, é izar sobre la
'pacifica nave de la Iglesia el odioso pabellón
que enarbolan sobro sus buques los piratas y los
asesinos? E s , pues , absolutamente necesario,
que armándose ia iglesia de su doctr ina y de
sus augustos decretos, armándose los principes




de su espada y los hombres esclarecidos del ca-
duceo de la teología y de la filosofía moral,
todos se concierten y coaliguen para condenar
y entregar para siempre al fuego del infierno
toda acción de esta naturaleza y toda doctrina
que tienda á justificarla, siendo esto cabalmen-
te lo que ya se ha hecho en gran parte . Nadie
duda que en toda deliberación sobre la reli-
g ión, se debe tener m u y presente esto consejo
del Apóstol: «La cólera del hombre no puede
cumplir la jus t ic ia divina.»


Terminaremos este articulo con una obser-
vación memorable de uno de los Sontos Ladres:
(Aquellos, dice, que sostienen que se deben


violentar las conciencias, están interesados en
hablar así: y este dogma abominable es para
ellos un medio de satisfacer sus d i o s a s pa-
siones.




IV.


DK f.A V K X C U X Z . V .


La. venganza es una especie do just ic ia bar-
bara y salvaje, fas leyes deben procurar su
completa, extirpación; porque si es m u y cierto
que la pr imera ofensa ó el primer delito ofende
á la ley, también lo es que la venganza la des-
t i tuye y so coloca en su lugar. Si se mira con
detención, la venganza no hace otra cosa que
igualarnos a nuestros enemigo*, mientras que
perdonándolos nos hacemos m u y superiores á
ellos: perdonar ó hacer gracia es una prerogati-
va de los reyes: «La verdadera gloria del hom-
bre, ha. dicho Salomón, es despreciar las ofen-
sas.» El pasado dejó de existir, es irrevocable,
y los sabios t ienen bastante con pensar en el




— - -
presente y en el porvenir. Asi pues, ocuparse
mucho del pasado, es perder el tiempo y ator-
mentarse inú t i lmen te .


Nadie hace una injuria por la injuria mis-
ma, sino por el placer, el provecho ó ei honor
que espera sacar de ella. Y esto establecido, ¿qué
razón hay para irritarse contra otro hombre
porque urna más su persona que la. nuestra? Y
aun ¿oponiendo un sugoto de tan mala índole
que nos ofenda s inf ín n i n g u n o y por pura ma-
levolencia, ¿á qué nos hemos de enfadar? Se-
mejante hombre sería, por lo menos en aparien-
cia, de igua l naturaleza que ios espinos y las
zarzas, que pinchan y arañan porque no pue-
den hacer oirá cosa.


El género de venganza, más excusable, es
aquel que t iene por objeto castigar i, j a r ías que
se cpcap.-m á la acción de las leyes: pero de
cualquier modo, deberá tomarse la \mm,.anza
con cierta prudenc ia , de manera (p;e no se
a t ra iga uno el castigo de la ley, ni se do al
enemigo el mismo derecho con qc<. croemos
obrar . pues entonces estaremos expuestos á
recibir dos golpes en vez de uno. Ib:y perso-
nas que desprecian una venganza s<-creta y
que desean que su enemigo sepa de emule le
d i r igen el tiro; y esta clase de \ enganza es




— y 7 —


ciertamente la más generosa, porque se puede
creer opio si la ofensa se venga , es menos por
disfrutar el placer de la venganza y de devol-
ver el gol¡10. <jiie por obligar al ofensor á que
se arrepienta: pero los golpes de n a alma co-
barde y péríida, se parecen á las saetas dispa-
radas en ia oscuridad, de la noche. Cierta frase
de Cosme do Mediéis, duque de Florencia, á
propósito de los amigos pórfidos ó neg l igen tes ,
t iene un no sé (pió do austero y dosolador: las
faltas de esta especie le parecen imperdonables:
eLa ley »1 i vi na, decia, nos manda perdonar á
nuestros ci¡"migos, poro no nos manda, perdo-
nar a nuestros amigos./) Job hablaba ¡mimado
de mejor espíritu cuando exclamaba: "¿No de-
bemos á íhos todos ios bienes de que gozamos?
¿No debcüioi' aceptar de su mano todos los ma-
les que nos anigen?» liste mismo juicio debe
formarse d e bu amigos quo nos abandonan ó
nos hacen traición. Todo el que medita una
venganza, no hace más que reproducir la l laga
que el tir-mpo sóio hubiera cerrado.


Las venganzas que se in ten tan por una cau-
sa, común, o n casi, siempre afortunadas, como
Jo prueba sencientemente el resultado de las
conjuraciones formadas para vengar la muerte
de J u i r ' é - a r . la de Pert inax y la de Enri-




que III, rey de Francia; pero no ocurro lo mis -
mo con las venganzas particulares. Mas dire-
mos aún : los Lumbres vengat ivos t ienen un
destino semejante al de los hechiceros, que co-
mienzan por hacer muchos desgraciados, y aca-
ban por serlo ellos mismos.


V.


DE LA A Í ) \ ' : : K S U ) A D .


Uno de los más bellos pensamientos de Sé-
neca, en el cual se encierra una grandeza y
elevación verdaderamente estoicas, es este:
«Los bienes de la prosperidad sólo deben des-
pertar nuestros deseos; pero los bienes propios
de la adversidad deben excitar nuestra admi-
ración.» Cier tamente que si se debo considerar
como mi lagro todo lo que es superior á la na -




— :3íi —


furaleza, en Ja adversidad es donde más mila-
gros so pueden encontrar. Otro pensamiento
todavía más elevado que el anterior, y que pa-
rece increíble en un pagano, es el s iguiente :
«Kl. mayor y más bello espectáculo, es ver re -
unidas en un mismo individuo la debilidad de
nn hombre y la fortaleza de un Dios, A- lisie pen-
samiento habría figurado mejor en la poesía,
género al cual pertenecen estas ideas tan eleva-
das: y la verdad es que los poetas no han des-
cuidado del todo este noble asunto, pues esa
misma fortaleza parece significarse en una iic-
cion bastante exí raña de los ant iguos, ficción
que encierra, a lgún misterio y que se relaciona,
visiblemente con una disposición del a lma m u y
análoga á la del verdadero cristiano. Los poetas
han ungido, como iba diciendo, que- Hércules
en la expedición emprendida para l ibe r ta rá Pro-
meteo, el cual represéntala naturaleza humana ,
atravesé el Océano en una vasija de barro: ale-
goría que pinta m u y vivamente ese valor que
inspira el cristianismo y que pone al hombre en
estado de navegar en la frágil nave de su cuer-
po sobre el Oefano borrascoso de esta vida, y de
arrostrar las tempestades innumerables de las
pasiones humanas .


Pero para usar un lenguaje menos elevado.




40 —


digamos simplemente que la vir tud propia de
la prosperidad es la temperancia , y la virtud
propia, do la -adversidad es la, fuerza, de alma,
la más heroica de las virtudes morales. La
prosperidad es la bendición propuesta por el
Ant iguo Testamento , y la adversidad es la
que propone el N u e v o , como una urueba más
especial dei favor divino. También se ve en
el Ant iguo Testamento que David toca en su
arpo, ya cantos l ú g u b r e s , ya, alegres, y (pie
el pincel del Espíritu Santo se ejercita más en
pintar las aflicciones de Job que Jas bri l lan-
tes prosperidades de Salomón. Se puede ob-
servar también en las obras de pintura ó de
t a p i c e r í a , que un asunto alegre sobro u n fon-
do tri=!e y oscuro, es más agradable que u n
asiiuio triste sobre un fondo claro y a legre .
Pc-o esto que decimos del placer de los ojos, e-:


necesario aplicarlo al placer del cor.azom Jet
v i r tud , así considerada, es semejante á, las sus-
tancias aromáticas, que molidas ó quemadas ex-
halan un perfume más suave; y do igual modo,
la prosperidad descubre mejor ios vicios y la ad-
versidad las virtudes.




VI.


:.]•*, LA. ! ) l S I i n m . ' . 0 ¡ 0 : \ Y SU S I I T O ¡ M T i .


l a disimulación no es más que una falsa
imagen de la, política ó de la, prudencia, porque
es necesario tener á un mismo tiempo mucha
fuerza de espíritu y de carácter para saber cuán-
do conviene decir la verdad, y atreverse enton-
ces a revelarla. Así es. que ios peores políticos
son los uiás disimulados.


«Livin, dice Tácito, se acomodaba m u y bien
á la destreza y á la política de su esposo y á la
disimulación de su hijo;» donde se ve que este
historiador atr ibuye el acierto y la verdadera
política, á Augusto, y solamente la dis imula-
ción á Tiberio. También Mneio dice á, Yespa-
siano. exhortándole á tomar la? armas contra




— 4 2 —


Vitelio: «No tendremos que luchar contra el
g r a n discernimiento de Augusto, ni centra la
circunspección y la profunda, disimulación de
Tiberio.'> Las facultades que producen la ver-
dadera política, son m u y diferentes de aquellas
de que dependen la reserva ó la, disimulación,
y las unas no deben confundirse con la.s otras.
Cuando un hombre t iene bastante penetración
y discernimiento para comprender [acálmente
lo que debe descubrir, lo que debe ocultar por
completo, lo que debe dejar que se entrevea, y
á qué personas y en qué ocasiones debe confiar-
se, todo lo cual constituye el género de t a l en-
to que es propio del hombre de Estado, y a
que Tácito l lama con razón arte de vivir, en
este caso, repi to, rara vez se ve un hombre
en la presión de f ingir , y la disimulación no
sería para él nada más que un embarazo y una.
pequenez que frecuentemente dificultaría sus
designios; pero si carece de estas facultades, es
necesario saber encubrir y disimular.


Cuando un hombre no sabe variar sus me-
dios n i escoger los más á propósito, lo mejor
que puede hacer es tornar el camino más segu-
ro, pues los que t ienen poca vista deben mar-
char sin precipitación. Se ve generalmente que
las personas m u y hábiles y de verdaderos ta-




— 4:3 —


lentos, t ienen Tina manera de t ra tar tranca y
abierta, á la cual deben su reputación de recti-
tud y sinceridad: pero semejantes á los caballos
bien amaestrados, saben pararse y volverse
cuando conviene, y en el pequeño número de
casos en (pie un pequeño disimulo se les hace
necesario, la. misma opinión que >e tiene de su
franqueza y buena, fe los hace impenetrables .


El arte de encubrir y disfrazar el na tura l do
la persona, puede ser de tres maneras . El pri-
mero es el de un hombre reservado, discreto y
silencioso que nunca hace referencia á sí y que
no se deja adivinar . El segundo es un género
de disimulación que ealiíicaré de negat ivo ,
como el de u n hombre que con ayuda de ciertos
indicios engañosos, acierta, á aparecer entera
mente distinto de como es en realidad. El ter -
cero es el de la disimulación positiva ó afirma-
tiva, propia del que t inge expresamente y dice
con toda formalidad ser enteramente opuesto
de como es, en Jo cual consiste el ung imien to
ó artificio propiamente dicho.


Al primero de estos tres género- pertenece
la vir tud de un confesor. (Auno la confesión en
su verdadero significado, no es sólo una confi-
dencia de donde se desea sacar a lgún provecho,
sino más bien un alivio para la persona que




_ 14 —


tiene necesidad de descargar su conciencia, su-
cede que oi hombre reservado y conocido por
tal, sabe u n a infinidad de cosas, que más bien
se le dicen por desembarazarse de la carga, de
los nef.^nuiiento.?. que por dárse los A conocer.
La desnudez del a lma no es menos indecorosa
que la, del cr:-rpo. y conviene, para evitarla,
tener un naco de reserva y de circunspección
en los (discursos, en las maneras y en 1,-is accio-
nes, con lo ene i se consigue el respeto de los
extraño?. ím habladores son casi siempre vanos
y ridículos, y tan fácilmente como dicen lo
que suben, d i c e n lo que no saben. Así es que
deba tenerle par seguro que el hábito del secreto
es un recurso político y una virtud moral: pero
es neceser?;) que el rostro no revele lo que la
l engua quiere mantener oculto, pues es una de-
bilidad m u y grande dejarse conocer por los ges-
tos, por el adornan y por la traición de un sem-
blante indiscreto, siendo así que se observan
mas cuidadosamente los indicios de esta natu-
raleza y que se les da más crédito que á las
palabras.


Respecto al segundo modo de disimular, creo
que la disimulación «pie hemos llamado nega-
t iva, es frecuentemente una consecuencia na-
tura l y necesaria de la discreción, de tal ma-




— tr> —


ñera, qno tocio hombre que quiere ser reservado
tiene que disimular algo. Los hombres son bas-
tante sagaces para no permit i r al más reserva-
do que se m a n t e n g a cíol todo indiferente entre
dos partidos opuestos, que conserve ])errecta-
mente en secreto su opinión y que t r a g a la
balanza tan en ¡i el, que parezca no i ¡ruinarse
ni a u n lado ni á otro. Cuando qvierer. penetrar
en el corazón de un hombre , lo rodean de cues-
tiones insidiosas, le t ientan por iones lados,
vuelven á la carga una y otra vez. y lo estre-
chan y obligan de tal modo, que á menos do
guardar un silencio obstinado y sospechoso,
tarde ó temprano se ve en la premsiou no des-
cubrirse! un poco, íranqueáudoíes eou sus res-
puestas el camino que ellos buscan, r-i tema el
partido de callarse, penetran sus sur t imientos
más secretos por su mismo silencio, con mayor
presteza y seguridad que lo hubieran hecho
con sus discursos: y en cuanto a, las respues-
tas ambiguas y semejantes á les de los orácu-
los, no es posible valerse de ellas riarunvc una
larga época, y ai fin h a y precisión de expli-
carse con mayor claridad. Es, p.,.,s, imposi-
ble guardar mucho tiempo un secreto sin per-
mitirse un poco disimulo, que en esto ceso no
será, según lo hemos dicho mas arriba, mas




_ 4 Í ;


que u n a consecuencia de la misma discreción.
Respecto clel tercer género que menciona-


mos, que consiste en el encubrimiento positivo
y el artificio, es el más criminal y el menos
político do lo? tres, hecha excepción de ios asun-
tos de una g rande importancia y en ciertos
casos bastante raros. En consecuencia, este ar-
tillero convertido en h.'sbiío, es un vicio que
proviene de una falsedad natura! , de un carác-
ter t ímido, ó de a lgún otro defecto: y este de-
fecto y lo necesidad de encubrirle hoce se use
frecuentemente el u n g i m i e n t o , ya por conve-
niencia ó por cualquiera otra mira , ya sola-
mente por no perder el hábito de usarlo.


Tienen tres grandes ventajas la dis imula-
ción y el artificio: el primero es confiar á los
contrarios y sorprenderlos. Cuando los desig-
nios de un hombre l legan á sor generalmente
conocidos, este descubrimiento da. por decirlo
así, la señal de aviso á sus adversario?, y les
hace acudir para entorpecerle ó atiesarle en su
camino. La segunda ventaja consiste en asegu-
rarse u n a ret i rada en caso de mal resultado:
pues el que declara abier tamente sus designios
se obliga en cierto modo á no retrocede]', bajo
pena ele menoscabar su reputación. La tercera
está en descubrir más fácilmente los propósitos




de lo- otros. Cuando un hombro parece que se
expresa con confianza, no se le rechaza con u n
desairo: se le deja avanzar todo lo que quiere, y
en cambio de sus discursos, que parecen francos
y espolíemeos, se le comunica voluntar iamente
ío que .d quiero saber. Con este motivo dice cier-
to proverbio español, que no deja de ser gracio-
so: <.-TH atrevidamente una ment i ra , y arranca-
rás una verdad:» como si no hubiese otro medio
mas que el artificio para hacer tales aver igua-
ciones.


Pe; o estas tres ventajas están neutral izadas
por iré- inconvenientes: el primero es que la
disimulación y el fingimiento soo señales de
temo?, lo cual en toda clase de negocios hace
equivocar el Un ó llegar á él más ta rde . íil se-
guiré.: consiste en que se inspiran amias é in-
certidumbre en el espíritu de aquella.? personas
que, a no ser por esto, habrían sin obstáculo se-
cunda lo nuestras miras, quedando así el hom-
bre reducido á sus propias fuerzas y casi privado
de todo auxilio ageno. El tercer inconveniente
está en que todo hombre artificioso y disimula-
do se priva del recurso más poderoso y necesa-
rio para la acción y para el trato de gen tes : es
decir, que pierde el crédito y se enagena ia
condanza de los demás. El mejor medio y la




mejor combinación en este género de conducta,
sería peder hermanar con una reputación de
franqueza, el hábito del secreto y la facultad
de disimular cuando sea necesario, y aun la de
fingir cuando no hay otro recurso de que va­
lerse.


VII.


i > 3 LOS РЛПКЕН Y DI-I LOS I l i J U S .


Ese gozo t an dulce que los padres y las ma­
dres experimentan á la vista de sus hijos ó pen­
sando en ellos, es u n sentimiento interior y
casi oculto, i gua lmen te que los temores y las
penas que les inspiran. No pueden expresar su
gozo, y no quieren descubrir sus aílicciones. El
placer de afanarse para los hijos, suaviza todos
los trabajos; pero t ambién los hijos hacen las




desgracias más amargas y las amarguras más
penetrantes. Ellos multiplican- los cuidados y
las inquietudes de la vida, y ai mismo tiempo
endulzan ia idea de ia muer te y la hacen me-
nos terrible. Perpetuarse por los Lijos, es una
ventaja, común .al hombre y á los brutos; poro
perpetuarse por la reputación, por servicios es-
clarecidos y por útiles insti tuciones que prome-
ten un dilatado porvenir, es una prorogativa
propia solamente del hombre. Las obras mas
memorables y ir.-- más grandes y hermosos es-
fe i decimientos, se deben á hombres que care-
cían de sucesión y que parecen haberse pro-
puesto únicamente expresar ó impr imi r bien
en ellos ia imagen de su a lma ó ele su ingen io ,
que debió !>ohrevivirles cuando la de su cuerpo
se ímbiom desliando. Asi es, que los hombres
que más se ocupan de la posteridad, son aque-
llos mismos ipoe carecen de ella. Los que em-
piezan por sí a hacer ilustre su familia, son por
lo regniar demasiado indu lgen tes con sus hijos,
á los cuajos• consideran, no sólo como dest ina-
dos ¡t peruoeao- >u raza , sino t ambién como
hereden* ce gloriosas acciones: los mi ran
como hijos al i s - r a o tiempo que como sus crea-
turas .


Los paures y las madres que t ienen varios
•i




hijos, rara vez profesan á todos igual grado de
cariño: hay siempre a lguna predilección, con
frecuencia injusta y mal entendida, sobro todo
de parte de las madres. De aquí esta fiase de Sa-
lomón: «Un hijo sabio es para su padre un mo-
tivo de gozo: pero un mal hijo es para su madre
un motive de vergüenza y de aflicción. :•> Tam-
bién se observa en una numerosa familia, que
los padres tienen más consideraciones para los
primogénitos, y que el más pequeño suele ser
la delicia de la casa, mientras (pie ios de en
medio están como olvidados, aunque ordinaria-
mente se porten mejor que los otros.


La avaricia de los padres que atesoran para
los hijos, es un vicio que n o tiene excusa: los
desalienta, los envilece, los estimula á e n g a -
ñar y los induce á frecuentar J a s malas com-
pañías: y después cuando son dueños de su pa-
trimonio, se dan á la crápula ó á un lujo exce-
sivo, y se comprometen en gastos exbcrbifan-
tcs que los a r ru inan en poco tiempo. La con-
ducta más juiciosa que los padres pueden adop-
tar en este punto con relación á sus hijos, con-
sist? en guardar con más cuidado su autoridad
na tura l que sus intereses pecuniarios.


Una costumbre m u y imprudente en los pa-
dres, en los maestros y en los criados, es la de




hacer nacer y al imentar entre los hermanos
una cierta emulación que degenera en discor-
dia cuando l legan á una. edad más avanzada, y
que turba ia paz de las familias.


Los italianos t ienen casi la misma te rnura
para sus hijos, para sus sobrinos y para los de-
más próximos parientes, y con tai que sean de
una misma sangre, no miran que sean de la lí-
nea, recta, ó de la l inea colateral. Y la verdad es
(pie la. nn.tura.leza no establece en esto mucha
diferencia, pues vemos con frecuencia, indivi -
duos que se parecen más á sus tíos ó á cuales-
quiera otros de sus próximos parientes que á
sus mismos padres, lo cual parece depender de
una cierta, casualidad.


Es necesario dir igir todo el plan de la edu-
cación hacia el género de vida á que los hi-
jos se destinen y aprovechar esta, t ierna edad
en que son más dóciles. No es absolutamente
necesario arreglar esta elección confornie á, las
inclinaci'mes naturales que se descubran en
los niños, y suponiendo que adelantarán más
en ei sentido á que parecen inclinados: pero si
se ve en alguno una aptitud y mía facilidad
extraordinarias para cierto gen •••ra de estudios,
de ejercicios ó de ocupaciones, c.-> preciso alen-
tar entonces sm tendencias, en vez de contra-




— 52 —


VIII.


DEL MATKDIOXIO Y DEL CELIBATO.


El que t iene mujer é hijos, puede decirse
que ha dado rehenes á Ja fortuna; porque la
mujer y los hijos son otros tantos obstáculos y
trabas que se oponen á las grandes empresas,
ora sea la vi r tud, ora el vicio lo que preten-


riar la naturaleza impidiendo que las siga. Pero
genera lmente hablando, el más juicioso precep-
to sobre este asunto, es el s iguiente : «Escoged
siempre lo mejor, y el hábito se encargará de
hacerlo fácil y agradable .»


En t re los hijos, son ordinariamente los se-
gundos los que se hacen mejores sugetos; pero
rara vez se logran cuando en su favor se deshe-
reda á los pr imogéni tos .




de inclinarnos á su camino. Sea de esto lo que
quiera, no es dudoso que las mejores obras y los
más útiles establecimientos han sido hechos por
hombres sin hijos, que habiendo considerado
el bien público corno su única familia, le h a n
consagrado todas sus alecciones. A primera vis-
ta parecerá muchas veces que los que t ienen
hijos deberían ocuparse con g rande solicitud del
tiempo venidero, al cual deben trasmit ir , por
decirlo así, unas prendas t an queridas: y se ven
en efecto muchos célibes cuyos pensamientos
se d i r igen expresamente á su individuo sólo, y
que miran como una solemne locura todos los
cuidados y desvelos que otros se toman por una
época en que no han de existir .


Hay otros que consideran á la mujer y los
hijos como una causa de gasto, y los h a y tam-
bién que siendo m u y ricos t ienen bastante ex-
travagancia ])ara vanagloriarse de no tener su-
cesión, y que -'e en; 'placen en parecer así due-
ños de mayor ío i ícnu, porque tal vez h a y a n
oido decir á a lguna persona: «Fulano es m u y
rico;* y contestar á otra: eSin duda, pero t iene
muchos hijos:-» como si esta circunstancia dis-
minuyese cousideiabiemente su capital.


Pero el motivo que mant iene más ordina-
r iamente en el celibato, es el amor á la inde-




— 5 1 —


pendencia. Esto es lo qoo so observa con espe-
cialidad en ciertos individuos enamorados de
sí mismos, hipocondriacos, rr.,ja.bi/os, y de tal
modo sensibles á la más Ih.era incomodidad,
que estarían tentados á mirar sus l igas como
cadenas. Entre los célibes es donde so sue-
len encontrar los mejores amigos, los mejores
amos y ios mejores criados: pero no los sugelos
más apreciables, pues se d isgustan fácilmente,
y sin duda es por esto por lo que se encuen-
t ran entre ellos muchos propensos á, la misan-
tropía .


El celibato conviene á los eclesiásticos: por-
que cuando en la casa, propia hay u n vacío
que l lenar, no se cede nada voluntar iamente á
los vecinos, y cuando la caridad tiene mucha
ocupación en los nuestros, se olvida por com-
pleto de ¡os extraños. Es del todo indiferen-
te que los jueces ó los magistrados contrai-
gan, matrimonio: porque si un hombre de esta,
clase fuera fácil de corromper ó seducir, no au-
menta r ía su esposa esta, debilidad. Kespecto de
los soldados, veo en la historia que cuando los
generales hablan para animarlos al combato,
les recuerdan siempre el porvenir de sus muje-
res y de sus hijos. Así pues, podrá creerse en
vista de esto, que el menosprecio del mat r imo-




nio es entre los turcos lo que hace á sus solela-
I Í O S poco resueltos y valientes.


En último resultado, la mujer y los lujos
son, por decirlo así, una escuela perpetua do
humanidad : y aunque genera lmente sean los
célibes ¡>;ts carita I i vos que los casados, porque
tienen menos gastos obligatorios que hacer, son
ñor oíro lado más crueles, más austeros, más
duros y mas propios para ejercer oficios inquis i -
toriales, lo cual se debe á que no t ienen á su
alrededor objeios que puedan despertar frecuen-
temente en su corazón el sent imiento do la
ternura. Los individuos de un natura l serio y
grave, (¡no t ienen también un carácter cons-
tan te , son por lo genera l buenos maridos. Así
vemos que la tábida dice de Uiises que prefirió
su mujer, ya vieja, á la inmortal idad.


(ton frecuencia ocurre que las mujeres cas-
tas, erguí losas del .mérito de esta castidad y
coníiadas en. su terrible vi r tud, son de un ca-
rácter áspero <» int ra table . Una mujer no es
ordinariamente ind. casta, y sumisa á. su esposo
sino que mientras lo cree prudente , cuya opi-
nión jamás tendrá de él si se apercibe de que
os celoso. Las mujeres son las reinas de los jóve-
nes, las compañeras de los adultos y las nodri-
zas de ios viejos; de manera que nunca falta




pretexto para tomar una m u j e r . cuando so
piensa de este modo. A pesar de esto, los an t i -
guos lian puesto en el número de los sabio-, al
que, preguntado por la edad á n/uo convenia
casarse, respondió: «Cuando uno es joven, no es
tiempo todavía, y cuando se l lega á la, vejez,
ya es demasiado tarde.»


Se observa también que los peores maridos
son con frecuencia los que t ienen mejores muje-
res, lo cual debe consistir en su carácter babi -
tuaímerite difícil a las atenciones y caricias
conyugales , que sólo de t iempo en tiempo tie-
nen para ellas. (¡ acaso en que las mujeres se
glorían entonces de su misma paciencia: y esto
es jus tamente lo que ocurre cuando el mal ma-
rido fué do su exclusi\a. elección y tomado
contra, la voluntad de la familia, porque en este
caso quieren ellas justificar su locura y no pre-
sentarse arrepentidas.




De todas las afecciones del a lma, las dos
únicas ;'i que se atr ibuyo el poder de fascinar y
de hechizar, son el amor y la envidia, listas
dos pasiones t ienen igua lmente por principie
violentos deseos, y a l imentan una infinidad de
ideas descabelladas y extravagantes . La tina y
la otra se comunican por ¡os ojos, y eoueluven
por conocerse en ellos: circunstancias ambas
que pueden con t r i bu i r á Ja. fascinación, si es
que los efectos de esta especie que se a t r ibuyen
a la vista t ienen a l g u n a realidad. Vemos nue
el Espíritu Santo l lama á la envidia mal de
ojo, y que los astrólogos califican de malos sín-
tomas J a s mal ignas influencias de los astros. Es




— 58 —


cosa sabida ovio la envidia al producir sus per-
niciosos ¡osoios, es por los ojos por donde obra
y como p o r una especie de irradiación. Las in -
vestigaciones de este género se han llevado
basta el punto de observar que los golpes más
funestos para un envidioso, son los que recibe
cuando la persona envidiada triunfa y ¡leva su
irloria á una g rande al tura, lo cual aumenta de
cierta manera ia intensidad de Ja envidia.


Pero aun cuando estas sutiles observaciones
merecen que se les dé a lgún lugar en el t ra ta-
do á que na tura lmente pertenecen, las abando-
naremos por de pronto, y nos ocuparemos en
responder de una manera satisfactoria las tres
preguntas siguientes: 1 . a ¿Cuáles son las perso-
nas más propensas á envidiar? 2."' ¿Cuáles las
más expuestas á ser envidiadas? 3 . a ¿Qué dife-
rencia existe entre la envidia pública y la en-
vidia particular?


Un hombre sin mérito, envidia siempre el
de los extraños, porque el alma humana se ali-
men ta siempre del bien propio ó del mal ageno,
y cuando le falta el primero do estos dos ali-
mentos, se sustenta con el segundo. Todo hom-
bre que desespera ele l legar al grado de talento
ó de vir tud que ve en otro, lo deprime cuanto
puerto para rebajarlo, aunque sólo sea en apa-




— 5 Sí —


riencia, y ponerlo ó acercarlo á su propio nivel .
Todo hombre m u y entrometido y ene gus ta


de mezclarse en los asuntos de otro, es ordina-
r iamente envidioso; porque no siendo, como no
es, todo el trabajo que se toma' con este enfro-
metirniento un medio necesario para desempe-
ñar mejor sus negocios, os de creer que el p la-
cer que encuentra en curiosear ios age ¡ios. es
con la idea de observar las ¡alias, conocer las
ridiculeces y proporcionarse con esto espectácu-
lo una especie do diversión. La envidia es una
pasión inquieta y acosadora, que pocas veces se
sabe disímil lar.


Los hombres de nacimiento i lustre t ienen
envidia casi siempre de los hombres nuevos que
se elevan, porque entonces la distan, ia que
antes los separaba les parece que se d isminuye,
Esta es una, ilusión semejante a la que a lgunas
veces experimentamos con relación á los objetos
visibles: por ejemplo, cuando otros avanzan rá-
pidamente permaneciendo nosotros quietos ó
avanzando con más lent i tud, nos parece que
retrocedemos.


Las personas m u y feas ó deformes, los eu-
nucos, los viejos y ios bastardos, son genera l -
men te envidiosos; porque todo hombre afligido
por una desgracia que cree irremediable y que




no t iene esperanza de mejorar su condición, se
esfuerza en rebajar la de ios otros., á menos que
estas desgracias naturales ó accidentales se en-
cuentren acompañadas de un a lma generosa y
heroica en un hombro que , aprovechándolas en
su favor, quiera, pasar p o r u ñ a especie de prodi-
gio y hacer decir de si: «¡Conque es un eunuco
ó u n cojo, e tc . . . . (guien lia hecho tan grandes
cosas 1» De este carácter fue el eunuco Narsés.
igua lmente que Agesilao y Tamer lan , que fue-
ron cojos.


Ocurre lo mismo á les que después de gran-
des desgracias vuelven á elevarse. Desconten-
tos de todos sus contemporáneos, miran las des-
venturas agenas como una especie de indemni-
zación de las que ellos lian padecido.


Los que sienten g rande avidez por ios elo-
gios y por toda clase de gloria, y desean sobre-
salir en miadios conceptos, son na tura lmente
envidiosos. Encuentran á cada paso motivos de
envidia., porque es imposible que no haya a i -
guien que les aventajen en las materias que
ellos más se precien de conocer. Tal fué el ca-
rácter del emperador Adriano, que tenia una
envidia mortal a los pintores, á los escultores, á
los arquitectos, etc . , artes todas en las cuales
creia sobresalir.




Por ú l t imo, la mayor parte de los hombres
t ienen envidia de sus parientes, de sus colegas
y de aquellos con quienes han sido educados,
cuando los ven adelantarse y d is t inguirse . Mi-
ran la elevación de sus émulos como un motivo
de reproches, que pono entre ellos una. distancia
humi l lan te y que no se aparta de su memoria.
La. envidia de C'ain contra Abel fué tanto más
vil y cr iminal , cuanto que en la oca-ion en oue
las ofrendas de Abel fueron preferidas á las
suyas, no hubo nadie que fuese testigo de esta
preferencia.


ttespecto de los que están mas expuestos á
ser envidiados, observaremos en primor luga r ,
que las personas de un mérito extraordinario
que l legan á elevarse, t i enen menos que temer
de la envidia , porque existe una persuasión ge-
neral de que merecen la fortuna, que h a n ad-
quirido, y porque lo que despierta genera lmen-
te la envidia son las larguezas ó liberalidades,
y de n i n g ú n modo el simple pago de una deu-
da. Además, la envidia nace de i a comparación
entre el sugeto envidioso y el envidia m, y por
consiguiente, donde no puede existir co. ra-
ción no puede existir la envidia. Se ve que ios
reyes no son envidiados por sus sú' 'iLos. sino
solamente por otros reyes. Se debo ooservar que




las personas de poco mérito ó de un mérito ado-
cenado, están más expuestas á la envidia en
el principio de su fortuna que en lo sucesivo,
y que sucede lo contrario á las personas de un
mérito sobrecaliento: aunque este mérito sea
siempre el mi?mo, su resplandor parece dismi-
nui r , porque los ojos se acostumbran á él poco á
poco, sin contar con que tarde ó temprano es
oscurecido por el de los nuevos talentos que
aparecen sobre la escena.


Cuando ios honores están acompañados de
cuidado?, do trabajos penosos y do peligros, son
menos envidiados los sugetos que gozan de
ellos, porque se ve que dichos honores les cues-
tan m u y caros, sucediendo que muchas veces
se Je* compadece, en cuyo caso la lástima re -
emplaza á la envidia. He ve que los más pru-
dentes y juiciosos de los personajes que se en-
cuentran elevados á las primeras dignidades,
se quejan afectada y cont inuamente de la vida
que hacen: «¡Qué triste vida! * exclaman con
frecuencia; no porque así lo piensen realmente ,
sino por embotar los tiros de la envidia: obser-
vación que. sin embargo, no se aplica nada
más que á los que se encuent ran abrumados de
negocios difíciles sin haberlos buscado volun-
tar iamente : porque nada, por el contrario, atrae




— US


tanto la envidia como una codiciosa ambición
que cominee a acaparar toda clase de negocios,
siendo el mejor método que un personaje cons-
tituido en dignidad puedo seguir para, ex t in -
gui r la , el dejar en su puesto á cada subalterno,
respetando escrupulosamente todos los derechos
y privilegios inherentes á sus respectivos em-
pleos. Mediante esta conducta, todos los in te-
riores serán otros tantos guardianes que le pon-
drán á cubierto de la envidia.


Xadie hay tan expuesto á ella como aque-
llos cuya elevación ios hace orgullosos, y que
parecen no contentarse nada más que cuando
pueden hacer ostentación de su pretendida
írrande'/a. ya sea p o r u ñ a fastuosa magnif icen-
cia, ya triunfando insolentemente de toda opo-
sición y de todo competidor: esto es lo contrario
de lo que hace u n hombre prudente que no
halla, dificultad en dejar, con propósito delibe-
rado, que se le adelanten en las cosas a que
atr ibuye poca importancia. Es verdad que en
gozando de una g r a n fortuna de una manera
franca y abierta, sin fausto ni ostentación, se
da menos cobo á la envidia que afectando una
excesiva simplicidad y una artificiosa modes-
tia: porque en el segundo caso parece que se
n iega la fortuna y que se reconoce no merecer




— o-i —
sus favores, lo cual es para los extraños un nue-
vo motivo de envidia .


lín fin. como hemos dicho al principio que
esta pasión t iene algo de hechicería, es necesa-
rio emplear con los envidiosos el mismo reme-
dio (|ue se emplea ordinar iamente para los po-
seídos; es decir, y usando de términos más téc-
nicos, trasferir el sortilegio y volverlo contra
otro sugeto. Así pues, ios más diestros y juicio-
sos do los personajes elevados á los grandes em-
pleos, t ienen cuidado de hacer aparecer en es-
cena a lgún imliviuuo, i lacia el cual dir igen la
atención i , y sobre el cual hacen recaer
el peso de la envidia , (pee sin esíe artificio caería
sobre ellos: unas veces la d i r igen contra sus
subalternos ó sus protegidos, otras contra sus
colegas mismos y contra sus émulos. Nunca
carecen de individuos á quienes puedan hacer
desempeñar este papel, pues abundan los hom-
bres de carácter impetuoso, audaces y á\ 'dos de
elevarse, que quieren absolutamente ser em-
pleados á cualquiera costa.


Con referencia á la envidia pública, obser-
varemos desde luego que tiene en sí algo de
bueno , mientras que en la envidia particular
es malo todo cuánto se encuen t ra : la envi-
dia pública es una especie de ostracismo que




sirve y-ara, eclipsar a las personas cuyas cuali-
dades briiiauíos pedida71 ser peligróse,s. En g e -
nera i. es un freno necesario para contener a ios
grandes ó poderosos é inmedirles abusar de su
injlueucía.


La clase de envidia que ios latinos s igni í i -
eabaí: con ¡a voz i n r i / H , ^ y que en las lenguas
modernas se designa, por la palabra descontento,
es un asumo que trataremos más extensamente
cuando hablemos de Jas tú rba le acias y subleva-
ciones. CouSi 'nyo cu los Estados una enferrne-
uad contagiosa: porque lo mismo que Jas enfer-
medades de esta, especie van introduciéndose
poco á poco y exteudiénuose hasta las partes
sanes que al iin corrompen, así el descontento
general , una vez excitado, infesta las órdenes
y dce;otos más justos y las medidas más sabías
de gobierno, haciéndolas aparecer aitte la opi-
nión pública como otras tantas nuevas injust i -
cias ó imprudencias . Así es, que se g a n a poco
con mezclar actos laudables á Jas acciones odio-
sas que lo produjeron. Esta conducta mix ta es
un signo de debilidad, y anunc ia que se t iene
órnelo á la opinión pública, semejante t ambién
. .Íes males contagiosos, que atacan más pronto
y con mayor violencia á los que los temen.


Esta envidia pública recae sobre los altos
5




— C<¡ —


empleados y ministros, más bien que sobre los
príncipes y los mismos pueblos: lie aquí una re-
gla segura sobre este particular. Si el descon-
tento que se tiene del ministro es muy grande,
aunque los motivos sean ligeros, ó si es gene-
ral y se dirige contra todos los ministros sin
distinción, entonces este descontento compren-
de también, aunque sea secretamente, á la to-
talidad del gobierno y al príncipe mismo.


Terminaremos este artículo con una obser-
vación general sobre la envidia, á saber: Que
de todas las pasiones humanas, ésta es la más
constante y obstinada, mientras que las otras
no se hacen sentir sino que de tiempo en tiem-
po y en razón de causas accidentales que las
excitan y provocan. Con razón se ha dicho que
la envidia es incansable, pues jamás sosiega,
encontrando alimento en todas partes. Se ha
observado también que la envidia, lo mismo
que el amor, hace caer en una especie de lan-
guidez al que la padece, no produciéndose este-
efecto por las demás pasiones, sin duda porque
más frecuentemente nos dejan descansar. Esta
es también la más vil y baja de todas las pa-
siones. El Espíritu Santo la ha hecho el atri-
buto propio y especial del demonio, que duran-
te la noche siembra la cizaña entre la buena




simiente; porque la envidia no trabaja nada
más que en las tinieblas, y se afana oculta-
mente en deteriorar y corroer las mejores cosas,
que en la parábola de donde este pasaje se ha
sacado, eslán figuradas por la buena semilla.


X.


DEL AMOR.


El teatro tiene que agradecer al amor más
que la vida real del hombre. En efecto, esta pa-
sión es el asunto ordinario de las comedias, y
algunas veces entra también en las tragedias
como elemento principal; pero es causa de
grandes males en la vida común, donde unas
veces se presenta como sirena y otras como
furia.


Se debe observar que entre los grandes hom-




—- US


b r e s , t r i l i t o a n t i g u o s c o m o n e n i e m o s , coco, m e -


m o r i o . l i a l l e g a d o h a s t a n o s o t r o s , n o s e o c c o o m


t r a m a g u a o q u e so b a y o entre-••¡¡do c a r . e x c e s o
á i o s t r a s p o r t e s d o u n a m o r insenw-b-i: lo (val


p a r e c e p r o b a r « c í e las g r a . « d « s ü i> : i ;e : y P K g r a n -
deS n e g o c i o s SO!; locOO i P E Í i b : 0 S C O O >-.>LE d e b i j h
d a d . E s n e c e s a r i o e x c e p t u a r a. - .en-;- ' . A n t o n i o \.


a. A p i o ei d c o o n m ' r o ; i;u-<s el n i i a m c - e r e m ¡


i i o m b r e entregado á. ios p i u c o i c ^ \ be c o s t o m -


b r e s d e s a r r e g l a d l a s , y ei o t r o , a .•<,~:>v b e s e " d o


i>a c a r á c t e r a u s t e r o , l a m b i o o ' - ' ¡ ¡ c i é e n u A a p a r -


to u n t r i b u t o á l a ¡ l e e > : - a . . . as. e - t a p a r e c e


d e m o s t r a r q u e -A n a m r n o s o l a n a a t e p u e d o p e -


n e t r a r e n u n corazón d o n d e e n c u e n t r e f á c i l a c -
c e s o , s i n o q u e t a m b i é n s a b e d e s l i z a r s e f u r t i v a -


m e n t e e n el c o r a z ó n m e j o r j'orí Ideado, c u a n d o
so d e s c u i d a la. v i g i l a n c i a d e la guardia.. I ' n o d e


i o s p o n s a . a i P m í o - - ; m á s d e s p r e c i a b l e s fie H p i c u r o ,


e s e s t e : «El h o m b r e y l a m u j e r h a n n a c i d o e l


u n o p a r a , el o t r o e x c l u s i v a m e n t e . • , < ( l o m e s i e i


h o m b r e , q u e f u é c r e a d o p a r a c a u t . e , a p í ir i o s c i e -


los y .io - o m e r o s m a s s u b l i m a n n o t u v i e r a q u e


h a c e r orre, e o s : ¡ j m a o r i a a n o e o r p e r p e t u a m e n t e


d e r o d i l l a s a a t e u n i d e l o m e z q u i n o , y so" e s c l a -


v o , n o y a rio a p o i i i c s corporales c o n o ei. b r u t o ,
s i n o d e l pamer J o l o ; (pos: do Je-; ; . ( s , r e p i t o ,


q u e f u e r o n d e s t i n a d o s p a r a los n i í u m e c e s u s o s




— Ь'О —


Para j u z g a r á qué excesos puede conducir al
hombre esta, pasión insensata, y de qué modo
puede incitarlo á despreciar, por decirlo así, Ja
natura,!она y la realidad de les cosas que más
aprecie, i «asín, considerar que e l uso perpetuo de
la hipérbob', q u e e s una í igura siempre exage­
rada, c o n v i e n e únicamente ai amor. V esta exa­
geración no ее lia!la solo en las expresiones de
los a m a n u m sino que está también en sus ideas.
Aunque se d i c e con fundamento que el adula­
dor por e x c e l e n c i a , y del cual se valen todos ios
nenias aduladores, os nuestro amor propio, un
amante es un. adulador cien veces peor; porque
por m u y a da idea, ipm tenga, de si el nombre
más vanidoso, nunca puede aproximarse á la que
t iene el anímete de la, persona, amada. Así pues,
han tenido rezón en decir que ее imposible sor
sabio y estar al mismo t iempo enamorad••.


Pero Tío so'auíeute parece r i d í e o l a e s t a de­
bilidad, á .ю­ .que ebs­rvee ene 'm'co'os encon­
trándose á la eu.on exentos d o d t p ­чю que lo
parece шаг nal : vía а la orneare; ­ r ^ n ' u , cuando
el amor no 1.4 recíproco, porque t : e : e . . e 1 mente
indudable que esta pa­ion es sien me­1 ' e o c v ­ u r m ­
dida por a g r a d e c i m i e n t o , y que este­ ­ rrndf­i­
miento es, o un amor i gua l , ó u n s­чсгоЮ dos­
precio: razón ¡ie solera pai'a e^tar siempre en




— 7 0 —


guard ia contra esa pasión que nos hace perder
las cosas más deseadas, y que frecuentemente
es ella misma la mayor causa de no conseguir
nuestro objeto. Respecto de las otras perdidas
que ocasiona, nos han dado los poetas una justa
idea, diciendo que el insensato que dio la pre-
ferencia á Elena (a Venus;, perdió los dones de
Juno y de Palas. Cualquiera que se ent rega al
amor, renuncia con esto sólo a l a fortuna y á la
sabiduría. Las épocas en que esta pasión tiene
su crecimiento, y por decirlo así su finjo, son
las épocas de debilidad, como por ejemplo, las
de una g rande prosperidad, ó de de una extre-
mada adversidad. Estas son por lo común las dos
situaciones que encienden ó avivan el fuego
del amor, lo cual demuestra suficientemente
que es hijo do la locura. Así pues, aunque no
sea posible defenderse por completo de esta pa-
sión, es necesario por lo menos procurar repri-
mir la , separándola c m cuidado de le-- asuntos
importantes: pues una vez mezclada en los ne-
gocios, todo io enreda y es casi seguro el mal
resultado. Xo comprendo bien por qué ios guer -
reros son tan fuertemente dados al anu.r. ¿Sera
acaso por ¡a. misma causa, que son -¡íicionados
a l v i n o , y porque los pel igro 3 quieren la recom-
pensa de los placeres?




El amor es una afección na tura l al hombre,
pues!o que el inst into lo conduce á amar á sus
semejantes; y cuando este sent imiento expan-
sivo no se concentra en uno ó dos individuos,
sino que se ext iende, por el contrario, á g r a n
número de ellos, degenera en caridad, filantro-
pía, vir tud, etc. , que es lo que se observa con
frecuencia en ios religiosos. El amos1 conyugal
produce el género humano , y la amistad lo per-
fecciona: pero el amor mundano é i legí t imo le
degrada y envilece.


XI.


VF. LOS DKSTLSo.S KLMWVDOS Y DE L A S DIGXrDADES.


Los hombres que ocupan los destinos eleva-
d o s son siempre esclavos del príncipe ó do la
nación, esclavos de la opinión pública, y esela-




vos. en ñ u , de los negocio­: de suerte <j;¡« no
son dueños de su persona. u; do sus accione' , ni
de su t iempo. ¿No es en efecto una rara muñía la
de querer mandar perdiendo le propia í ibeñad.
y adquirí?' un g r a n poder sobre es­ urbanos re­
nunciando á tenerlo sobre nosotros J U Í S U Í O S ?
Loe altos puestos se logran con gran,les sucrib­
cios.es decir, que no se consierueo sino ene
con rudos y penosos trabajos, que eon todavía
mayores si se alcanzan las dina; idades pea­ me­
dio de grandes indignidades , din ¡<H pue­do?
m u y e'evados est;t el sucio res ! 'eíedizo. y p.;r
o/msñruiento es m u y difícil sosée:iero; en ebos;
y le peor e'" que 5 di o se о с о . с be­"oeoder ñor ene
cuida ó por un ec inse di; le o­­troha de nuestra,
fortuna, lo e os m u y a ñic' :: v­ en todes oca­
siones. «­Cuando ее deja .­e ser íe pao se ha,
' i r i , ¿u: ra. o e' s­1 quiere contieno o; vivieodo?,
¡"eurre :uo r o si­u­ipre j i a y or>Ver 'Sed e ,. r e .
t.arar:с cuando se desea, y es a­'u; mas ir. cimute
no desearlo cuando convendré: . La. ' e r . o r parto
de i ' ­ 1 ¡ o res no gus tan de la. vida, privada,
u per¡r 'o |a e­dad y las enferme lados que re­
c l á r e m e ' ' o,r güil iento y oí. reposo, y proba­
ron usom­ja e­e d esos viejos lugareños, une no
tenienuo u n t a n t e fuerza para pasear por el
lugar , permanecen sentados ú la puerta do su




casa, exponiendo su vejez a las burlas del que
pasa.


Los personajes que ocupan ó desempeñan
grandes empleos, l ienen necesidad de mirarse
en la, opinión dolos demás para creerse dicho-
sos: parque si no so j uzgan nada más que por
su propio sent imiento, no podrán temer seme-
j a n t e creencia. Pero cuando i m a g i n a n lo que
de ellos piensan los demás y consideran cuántos
querrían ocupar su.-, puestos, animados entonces
por la opinión de los extraño", concluyen cre-
yendo que realmente son felices; y en efecto lo
son en cierto ¡nodo, poro en los cortos instantes
en qne piensan en sí mismo-; comprenden su
verdadera posición, siendo -es úlíirnos en cono-
cer sus culpas y los primeros en sent ir sus pe-
nas. Los hombres reres tilos do u n g r a n po-
der, estén casi siempre olvidados de sí propios:
perdidos ou el torbellino de le* negocios, «pie
Jes producen contenías ocupaciones, no t ienen
tiempo do pensar en sus cosas ín t imas , y rara
vez so ocupan do su cuerpo y de su alma.


«•La muerto más vergonzosa, dijo Séneca el
trágico, es la, del hombre que siendo conocido
do todos, muere sin que él mismo se conozca.»


Los grandes empleos dan ind is t in tamente
el poder de hacer el bien y de hacer el mal;




pero esto ult imo es una verdadera desgracia, y
si lia y a lguna cosa, t an buena como no tener ja
voluntad de hacer el mal . el no poder hacerlo
es lo quo más se le aproxima. Toda nuestra
ambición cuando hemos llegado á poseer una
g r a n d e autor idad, debe ser solamente la de
conseguir el poder de hacer el bien; porque las
buenas intenciones, aunque m u y agradables á
Dios, no parecen á los hombres otra cosa que
bellos ensueños cuando no se realizan, y bien
claro está que no pueden realizarse sin la ayu-
da de un poder considerable y de un puesto
elevado, desde el cual puedan salvarse los obs-
táculos que hasta para practicar el bien se en-
cuent ran .


Los merecimientos y las bmmas obras deben
ser el principal fin de todas las acciones h u m a -
nas, y el recuerdo del bien que se ha hecho sir-
ve al hombro de descanso y de gra ta y com-
pleta satisfacción: pises se comprende que si el
hombre participa, del trabajo de la Divinidad,
debe también participar de su reposo. Se ha di-
cho que considerando Dios las obras de sus ma-
nos, vio quo era bueno cuanto habia hecho, y
que entonces descansó.


En el desempeño de vuestro destino, tened
siempre presentes ios mejores ejemplos, pues




una juiciosa imitación vale tanto como g r a n nú-
mero de preceptos. Después de ejercido vuestro
empleo durante un cierto t iempo, reflexionad
sobre vuestra propia conducta, á fin de cont i -
nua r tan bien como comenzasteis'. No despreciéis
el ejemplo de los que anter iormente hayan des-
empañado sin acierto vuestro mismo cargo, no
para hacer mejor vuestra marcha con la reve-
lación de sus faltas, sino para aprender a evi-
tarlas. Cuando tengáis a lguna reforma que in -
troducir, realizedla sin fausto n i ostentación,
y perfeccionad lo presente sin hacer la censu-
ra de lo pisado. No os contentéis con s egu i r l a s
huellas de los mejores ejemplos, y tratad de su-
perarlos y de haceros dignos de que se os imite.
Afanaros especialmente en relacionar y acomo-
dar todas las cosas al espíritu y al objeto de su
primera, inst i tución, después de haber inves t i -
gado y descubierto en qué y cómo han venido
ú degenerar: esto deberá hacerse consultando
dos épocas dist intas, á saber: la an t igüedad
para conocer lo que hay de mejor en el asunto,
y los tiempos menos lejanos para enterarse de
lo que mejor conviene á los presentes.


Adoptad marcha y principios fijos, para que
se pueda saber de antemano lo que debe aguar-
darse de vosotros, poro sin ceñirse m u y estre-




- - 7 ¡ ; —


chámente á ellos, á fin ele plegarse un poco
cuando a lgunas veces sea necesario, y cuidad
cuando hagáis estas peo,nenas alteraciones, de
presentar c laramente los motivos opio á obrar
asi os huyan obligado.


Daf'euded con vo 'an t ía los derechos propios
de viurnro empleo, evitando con sumo cuidado
traspasar la jurisdicción do vuestras facultados:
ejerced vuestros derechos en .silencio y -¡/¿su
factn, en luga r de recurrir á, reclamaciones i m -
portunas y de aturdir al público con vuestras
ruidosas pretensiones. Defended, igua lmente y
respeíad los derechos .yac correspondan á vues-
tros sob-iIteraos, y estar persuadidos de ¡pie es
más honroso dir igi r el cuerpo ó conjunto de los
negocios, que perder-e en la mult i tud i nmen-
sa de les pe ínenos detalles.


A c e g e ; i ;i todos política y cariñosamente,
tratad do atraeros á cuantos puedan daros útiles
avisos ó aliviaros en el ejercicio de vuestro car-
go: guardaos de alejar á los y > os ofrecen l u -
cos ó s oao i ' r o r , de esta especie h e d 'mi eos sufrir
desaires y .-lamióles a cuto m i a r que se entrome-
ten demasiado.


La. len t i tud , la descortesía, la corrupción y
la debilidad de carácter, son los principales v i -
cios o defectos en los hombres que desempeñan




— 7 7 —


altos empleos. En cnanto á la len t i tud , evitad-
la siendo puntuales , activos y accesibles; termi-
nad un asunto antes de empezar otro, y no los
amontonéis sin necesidad. Con referencia á la
corrupción diremos que, para evitarlo, no h a y
que con tentarse con atar vuestras propias ma-
nos y las de vuestros criados y subalternos, sino
que también es preciso sujetar las de los preten-
dientes ó solicitadores, para impedir que bagan
ofertas. La in tegr idad podrá producir el pr i -
mero de estos dos efectos, pero para obtener el
segundo es preciso hacer alarde de esta misma
virtud y dar á conocer el horror que os inspira
toda venalidad, porque no es bastante ser incor-
ruptible, sino que es necesario ser conocido por
tal y ponerse á cubierto cuidadosamente de la-
más l igera sospecha. Así pues, cuando os veáis
obligados á cambiar de ideas ó do marcha , Lo-
cedlo abier tamente exponiendo con franqueza
las razones que á ello os han obligado y sin
usar n i n g ú n artificio para ocultando ai conoci-
miento de los extraños. Asimismo, si mos-
tráis por uno de vuestros criados ó oe vuestros
subalternos una prediSeeei'm especial y conoci-
da que no aparezca fundad;:,, en sólidas razones,
se le considerará como la puerta secreta "para
introducir en vuestro pecho la corrupción.




— 7 s -


En cnanto á la rudeza y á la descortesía, no
puede servir á nadie sino que para disgustar á
cuantos le rodean. La severidad infunde temor,
pero la incivi l idad inspira repugnancia . Las re -
prensiones que dirija un hombre de, alto puesto
deben ser graves , sin nada, de ofensivas ni pi-
cantes . En cuanto á la debilidad de carácter, es
u n defecto peor que la corrupción y la venalidad
mismos. L"n hombre que se deja vencer fácil-
mente por la importunidad y gana r por peque-
ñas consideraciones, encuent ra á cada paso difi-
cultades que le det ienen ó le separan del cami-
no derecho. Salomón lo ha dicho: «Tener de -
masiada consideración á las personas, es una
debilidad cr iminal : un hombre de este carácter
hará transgresiones en la ley, y venderá la jus-
ticia por u n bocado de pan.»


Los ant iguos han tenido razón en decir que
el empleo muestra al hombre: u n g r a n destino
revela la capacidad de unos y la nulidad de
otros. «G-alba, dice Tácito, habria sido juzgado
por todos d igno del imperio, si no hubiese lle-
gado j amás á ser emperador.» Vespasiano, añade
en otra par te , «es el único que después de subir
al poder supremo, fué todavía superior á las es-
peranzas que había inspirado;» con la diferen-
cia de que en el primer caso sólo se trata de la




— 7 9 —


apti tud para el gobierno, y en el segundo se
Lace referencia también á las costumbres y al
carácter. En efecto, la grandeza de alma de una
persona á. quien los honores y dignidades han
aquilatado en vez de pervert ir la, no puede ser
dudosa., y m u y por el contrario, semejante cam-
bio es el síntoma más seguro de la elevación de
sus sentimientos; porque lo mismo que en físi-
ca los cuerpos que se encuen t ran fuera de su
lugar na tura l no se vuelven á él sino que por
medio de la fuerza, quedando en reposo así que
ocupan su sitio, lo mismo la v i r tud , mientras
aspira á los honores que le son debidos, se hal la
en un estado violento, y cuando ha llegado á
ocupar el puesto elevado á que aspiraba, recobra
la calma y t ranqui l idad.


Se sube á las altas dignidades por una esca-
lera de movimiento, y si se encuent ran faccio-
nes en el t ránsi to, es preciso inclinarse un poco
hacia un lado, y luego que se l lega arr iba po-
nerse en el centro y gua rda r bien el equil ibrio.


Respecto á la memoria de vuestro predece-
sor, hablad siempre de ella con respeto y cari-
ño; porque si lo deprimís, el que os siga os pa-
gará, en la misma moneda.


Si tenéis colegas, guardadles las mayores
consideraciones, y recelaos de darles parte en




— s o -


los asuntos de que estéis encargados; porque
vale más llamarlos cuando no lo aguarden , que
excluirlos cuando se crean con derecho á ser
l lamados.


E n las respuestas que deis, par t icularmente
á, los pretendientes, y en las conversaciones or-
dinarias, olvidad un poco las prerogativas de
vuestro destino, y no afectad mucho su d i g n i -
dad; haced más bien de modo que se d iga de
vosotros: «Este hombre es m u y diferente cuan-
do no está en el ejercicio de su cargo.»


XII,


J)V, LA AUDACIA.


Vamos á hacer una cita que parece á pri-
mera vista más conveniente al retórico que al
filósofo, pero que sin embargo, mirada de cier-




— SI —


lo modo, merece la atención aun de los mismos
sabio?. "¿Cual es la parte más esencial al ora-
dor? se pregunto á 1 >oinóstenes.—La acción, res-
pondió.—¿Cuál es la que le s igue?—La acción,
volvió á responder.—¿Y la que 'ocupa el tercer
iu.u'ar?-—Le acción. repitió de nuevo.« En esto
no dé-da nada que él no hubiese aprendido por
s e ¡-api:), experiencia, y aunque nao lo poseyó
esir género de talento en t an alto grado de per-
íoca ion. no !'uó. sin embargo, porque la na tu-
raleza lo hubiese favorecido con sus dones, sino
por¡ae venció su natural rudeza con un trabajo
obsíinaíio.


No deja de causar asombro eí ver á este
grande hombre a t r ibui r tanta, i n 'mmnne ia «í
esta parte do la oratoria, que puede pasar por la
más srmerlicial y que parece ser un talento pro-
pio de comediantes, y colocarla sobre la inven-
orón, sobro la elocución y por encima do todas
las otras partes que parecen mucho más esen-
ciales: y lo que es más extraño todavía, ser la
a u n a qao designa como sí en un orador fuese
•,r t tdo. Pero csía preferencia es m u y fundada:
en la composición de la naturaleza del espíri tu
humano , ent ra mucha mas locura que sabidu-
r a. por consiguiente , los talentos que so dir i-
gen a. la parte Haca del espíritu y que la sub-


o




y u g a n , t ienen sobre ta mul t i tud un poder
diferente al de los tálenlos que se dir igen á la
parte sensata. La audacia es en ia ejecución, le
que ia acción oratoria en el simple discurso:
tiene en las relaciones civiles y política* una
influencia y unos efecto? que, parecen prodigio-
sos. ¿Cuál es el más poderoso instrumento pare
los negocios? se puede pregunta r también. La
audacia. ¿Uuál es el que ie sigue? La audacia.
¿Y el tercero? La audacia. Sin embargo, la au-
dacia, bija de la ignorancia y de ia necedad,
está realmente m u y por debajo de los verdade-
ros talentos; pero á pesa)- de esto encadena, sub-
y u g a , hechiza, por decirlo así, á los hombres
abandonados y de entendimiento perezoso, que
son los más: a lgunas veces domina l i ar la á los
mismos sabios, en ios momentos do debilidad o
irresolución, y hace milagros en los gobiernos
populares. Tiene menos ascendiente sobre un
príncipe ó sobre u n senado, y sucede también
que los hombres m u y audaces obtienen mejor
éxito en los principios que después, porque siem-
pre prometen más de lo (pie pueden cumplir .


El cuerpo político, lo mismo que el cuerpo
humano , t iene sus charlatanes que se entrome-
ten á curarlo. Los hombres de esta, especie em-
prenden fácilmente grandes curas, y aciertan




alguna que otra vez por casualidad: pero como
su supuesta ciencia t iene poco fondo, desenga-
ñan bien pronto y no ta rdan en perder su cré-
dito. A pesar de esto, se salvan a lgunas veces
imi.1a.ua i o el milagro de .d ahorna'. Mste impostor
leda" ' prometido y hecho creer al pueblo que
por Ja vir tud de ciertas palabras bar ia venir
hacia si una monlaña . sobre la cual pediría por
los que observasen fielmente su ley. Estando
reunido el pueblo, l lama n la montaña , le re i -
tera su l lamamiento muchas veces, y aunque la
montaña tardase en venir , no se da, por vencido
y sale de! paso diciendo: «Pues ya que la mon-
taña no quiere venir hacia Mahoma. Mahoma
mismo irá hacia la. mor;taña.» Del mismo modo,
cuando estos hombres audaces, de-pues de haber
hecho magín (leas promesas se ven forzados á
faltar vergonzosamente á sus palabras, en vez
de avergonzarse de su necedad, salen del paso
como Mahoma con ¡a ayuda, de a lgún subterfu-
gio, y hacen Compre su negocio.


¡S'o es dudoso que los hombres de este carác-
ter son m u y ridículos á la. vista de los que tie-
nen sensatez, y a lgunas veces á la del vulgo:
y no puede, en efecto, ser de otra manera , por-
que la, verdadera causa de la risa y del ridículo
es el absurdo y la falta de conveniencia; ¿pero




K¡. —


quién ofendo más frecuentemente todas los
leyes de la conveniencio que un hombre audaz
é importuno? otada hay fuvi risible como una
afrenta de esta especie, cuando el que la sufre
pierde toda suooat i ivmcia . su rostro so le altera
entonces y se lo pone m u y desfigurado, lo que
no debe extrañarse, pae*-'-» g e ; en la vergüenza
ordinaria los sentímmruoe rolo sufren una li-
gera agi tación. y t m la e n e oruduce .ia, afrenta
se queda el ánimo inmóvil y desconcertado,
como el de un .jugado:* d e ojo.gcz é quien se da
j aque mate en medio de sus piezas: esta ú l t ima
observación no dud:>t:ios <':v convendría más á
una sátira que á un i r a ' r e j a l a ; , serio como este.


Pero lo que n u n c a so c e b o olvidar es que la
audacia es ciega: no conoc - oí vn sg;;s ni incon-
venientes, y por consecución i es m u y peligrosa
para, deliberar, conviniendo sóio para la ejecu-
ción. Así pues, ios ándanos no sirven para los
primeros puestos donde las cosos eeresuelven, y
sólo son buenos para ejcontar, cuyo oficio per-
tenece á puestos más secundarios: esto se funda
en que cuando se delibera, es conveniente ver los
peligros, mientra-5 que en l legando ú ia ejecu-
ción es preciso perderlos do vista., á menos que
sean m u y inminentes .




DI'. [.A. U O X m ' O N'A'LVKAI. o A i ),A: Lili i ;A


Entiendo por lo palabra bondad, un aféelo
ó un sentimiento que nos lleva á desear que
nuestros ¡semejantes -¡can dichosos, y que t iene
por objeto el bien general de la humanidad .
Estoes lo que lo« g r e g o s l laman íilantropía.
no teniendo el término humanidad con que se
ha sustituido en las lenguas modernas, una sig-
nificación bada.nm lata ni bastante enérgica
para expresar mi id-a.


Llamo siinpb mente bondad al hábito de
hacer el bien, y bondad na tura l á la inclinación
ó pensamiento c o n t a n t e do hacerlo, l ista es la
más noble ¡acuitad, del alma h u m a n a y la más
g rande de bis virio des: asemeja el hombre á la




— 8G —


Divinidad, de la cual es el prime? atributo. La-
bondad moral respondo á la caridad cristiana,
y no es susceptible de exceso, ¡sino «oíamente
de error ó equivocación con rc-pc 'do ai fin que
se propone. Una ambición excesiva produjo la
caida de los ángeles , y un deseo desmedido de
saber ocasionó Ja del hombre: pero en la cari-
dad, repetimos que no cabe exceso, y jamas
ánge l n i hombre a lguno puede correr riesgo de
excederse, aunque se entregue enteramente á
ella.


La inclinación de hacer el bien o le bondad
dispositiva, está tan profundamente ar ra igada
en la naturaleza humana , que cuando no se
ejerce hacia, ios hondees se ejerce hacia, los ani-
males, como se ve en muchos ejemplos de los
turcos; pueblo que, aunque cruel, lleva la sen-
sibilidad por las bestias mismas hasta el punto
de dar limosna á Jos perros y t i las aves: y se-
g ú n reíiere el barón de ihisbock, un platero
veneciano estuvo á riesgo de ser apedrearlo por
el pueblo de Constantinopla , por haber puesto
una especie de mordaza ó un pájaro que tenia
u n pico ext remadamente largo. Sin embargo,
la vi r tud de que hablamos, es decir, la bondad
ó la caridad, t iene sus errores y equivocaciones,
y ios italianos han establecido á este propósito




­ s 7 ­


una máxima ó proverbio odioso: «Lo demasiado
bueno, no es bueno para, nadie.» Nicolás Ma­
quiavaio, uno tie los sabios de la. indicada nación,
lia tenido la imprudencia de avanzar basta decir
en términos ciaros y formales, que el cristianis­
mo balda sido perjudicial á los hombres m u y
buenos, igua lunero que. á los injustos y t i ranos.
L o q u e l e hacia, baldar a s i e r a que, en efecto,
nunca buho religión, ley с secta, que elevara la
bondad ó la, caridad tanto como la ha. elevado la.
religión cristiana. 'Por consiguiente, para evitar
á un mismo tiempo el escándalo y el peligro, es
bueno conocer los errores quo un sent imiento
tan laudable en sí mismo puede impulsar á co­
meter. No despreciéis n i n g ú n medio ni ocasión
para, hacer bien a ­os hombres, pero sin dejaros
engañar por sus apariencias: porque esto seria
una. pereza ó debilidad de carácter, o mejor
dicho, una, ílaqoeza impropia de las almas hon­
radas. No deis u n e pe: la ai gallo de Esopo, que
preferiría un e a n o de cebada. El mejor pre­
cepto en este ¡y'маг. es el ejemplo с'л Dios
mismo, que hace; lucir el sol y caer la l luvia
sobre el j u s t o y n.{ ¡«.justo indis t in tamente , pero
que no di­ponsa á todos igua l cant idad de r i ­
quezas, de honores y de talentos.


Los l'iene­ que son na tura lmente comunes.




deben ser concedidos á todos sin distinción:
pero los que son por naturaleza monos genera-
les, es preciso distribuirlos con acierto. Ten
cuidado de romper el or iginal después de hecha
la copia, pues la teología nos ensena que ei
amor de nosotros mismos es ei original y ia copia
el amor del prógimo. «Vende todo lo une t ie-
nes, da el producto á los pobres y s ignóme:* si.
pera no vendas todo lo que t ienes lauda, después
de estar bien decidido a seguirme: os decir, no
tomes este partido extremo sino que abrazando
u n género de vida donde puedas Pacer con pe-
queños medios tanto bien como har ían otros
con grandes riqueza.?: porque de lo contrario,
agotarlas ei mannnt ia i queriendo aumentar ei
arroyo. Xo solamente se observa en mochas in-
dividuos un hábito de bondad dirigido por lo
razan, sino que ios hay con mía iueiinacion
na tura l a nacer el bien, así como otros t ienen
un deseo t ambién na tura l de perjudicar y pa-
recen complacerse en hacer daño. MI primer
grado do esta mala índole inherente á ciertos
individuos, es un carácter taci turno, áspero,
difícil, contradictorio, agresivo y malicioso,
constituyendo la envidia el más alto grado que
degenera, en maldad, propiamente hablamro.


Los hombres de estas inclinaciones so re.roci-




jan con las desgracias y faltas agenas, las miran
como u n a especie de agradable espectáculo, y no
desperdician ocasión de agravar las . Buscan y se
a r r iman á los desgraciados cuyos corazones es-
tán heridos, no como aquellos perros que lamían
las Hagas de Lázaro, sino más bien como los
insectos tjue se- aga r ran á las partes afectadas
por el mal y envenenan las heridas. Son ver-
daderos misántropos, que sin tener en su j a r -
din n ingún árbol tan cómodo como el que ofre-
cía á los atenienses cierta filosofía atrabil iar ia ,
quisieran, sin embargo, ver colgados á todos
los hombres. De esta madera se hacen los bue-
nos políticos, pues las personas de este temple
pueden compararse á esos troncos torcidos, que
son útiles para construir los barcos destinados
a ser violentamente agitados, pero que no sir-
ven para la construcción de las casas, las cuales
deben permanecer inmóviles.


La bondad se conoce por diferentes especies
de manifestaciones y efectos que le son propios
y (pie la caracterizan. Por ejemplo, un hombre
cortés, afectuoso y propicio con los extranjeros,
anuncia con esta conducta que se cree ciuda-
dano del mundo todo, y que su corazón no es
una isla solitaria y separada de la costa, sino
un continente en comunicación con tocios los




— í)í> —


países. Si se siente lleno de caridad por ios in -
fortunados, da á entender que su corazón es
como aquel árbol precioso, que ofrece su bálsa-
mo al que io necesita. Si perdona fácilmente
las ofensas, es u n a prueba de que su alma está
de tal mane ra elevada sobre las injurias, que
ios tiros ríe la mal ignidad no pueden subir tan
arr iba. Sí es agradecido a los pequeños servi-
cios, es la delicadeza prueba que atiende más á
las intenciones que á las obras y á los intereses
dé los nombres. En fin, si alcanza, el grado de
sublime caridad de San Pablo, que deseaba ser
anatematizado en Jesucristo ñor asegurar la sa-
lud de sus herma nos, este heroico deseo a n u n -
cia en él una naturaleza divina y una especie1


de serneianza con el Redentor del mundo .




— !)I


X I V .


Al t ratar de la, nobleza, ia consideraremos
primero como una parió del Estado, después
como una distinción honrosa entre ios par t icu-
lares, y ú l t imamente como la condición de
cierta clase de ciudadanos.


Una monarquía donde no hay nobleza n i n -
g u n a , es u n puro despotismo y una pura t i ra -
nía, como so observa en el ejemplo de los t u r -
cos. La nobleza atempera y (paita el cansancio,
por decirlo así, al poder soberano, compar t ien-
do también con la familia real las mi radias del
pueblo. En las democracias no es necesaria, y
están más tranquilas y menos expuestas á sedi-
ciones cuando no t ienen familias nobles: por-




que entonces se a t iende sólo á los negocios que
se proponen, y no ai sugeto que los presenta ó
que se ofrece para desempeñarlo: y si se atiende
algo á la persona, es en vista del asunto mis -
mo, y no considerando mas que sus calidades
individuales , sin. mirar para, nada sus títulos
y su genealogía.. V e m o s por ejemplo, que la
república de Suizo ?c conserva muy bien á pe-
sar d é l a diversidad do creencias religiosas y de
la división del país en cantones, porque el ver-
dadero lazo que une á estos pequeños listados y
á sus ciudadanos es la ut i l idad particular que
recíprocamente pueden prestarse, y no la d i g -
nidad de Jas personas, Por la. misma razón, el
gobierno de Jas provincias unidas de los Países-
Bajos es excelente: la igualdad entre Jas perso-
nas produce allí la, igua ldad en las asambleas,
hace las leyes más imparciales, y nace también
que se p a g u e n más voluntar iamente los i m -
puestos.


Una nobleza respetado y poderosa aumenta
el esplendor y la majestad del príncipe, pero
disminuye su poder: da al pueblo más v ida,
pero empobreciéndole y haciendo su condición
más dura. Es bueno que ia nobleza no sea más
poderosa de lo que ex igen el interés del prínci-
pe y el del Estado, pero conviene que conserve




fuerza suficiente para reprimir á las clases infe-
riores, y para, (pie la indolencia popular, vi-
niendo á romperse contra o :da especio de salva-
guardia, no pueda o f e n d e r ¡a majestad del mo-
narca. Una nobleza m u y poderosa empobrece á
un Estado y t iene oíros n> adíes inconvenien-
tes, entre ios cuales está ; • o o e los gastos
excesivos que ocasione sumea en i ¡ pobreza á
muchas de sus lamidas , le que introduce una
gran desproporción entre loe honores y los
bienes.


Con respecto a la noelee • mirada, como una
distinción entre ios pordeniare :. observaremos
que un ant iguo caslil.'o 0 e.unqr.ifcr otro edificio
secular que so cousf • a t e toeiamoiue. inspira,
cierto género de respeto. :.> cual sucede tam-
bién con un árbol de ouue 'e i , . n e g e conserva
fresco y entero á pesor le -u mucha edad. Pero
si los cuerpos rnsoueiPu e r e een atraerse a lgún
respeto ó veneración. ;.pu , :- •••eré una a n t i g u a é
ilustre familia que ¡¡a comoee¡ á las vicisitudes
y borrascas del tienipod i e • .cebona nueva no
es sin disputa, otra cosa une una derivación del
poder soberano. mienU o la a n t i g u a parece
sor la obra, exclusive, be o,-eino. Los primeros
individuos á Jos cuaima \xu.> familia debo su no-
bleza y sus t imbres de glorie , t ienen por lo co-




m a n cualidades más bril lantes, aunque menos
rect i tud y probidad que sus descendientes, sien-
do m u y raro que no se eleven por una mezcla
de buenas y de malos medios: interesa ai lis-
tado que i a memoria de sus virtudes pase a la
posteridad oara que sirva de ejemplo, y que los
vicios sean, por decirlo así. sepultados con ellos.
Las prerogativas que los nobles deben á su na -
cimiento, ios hacen monos industriosos y alt i-
vos que ios plebeyos: además, toda persona que
carece de talento es na,tura luiente incl inada á
envidiar ios do los otros, á lo que debo añadirse
que los nobles, estando colocados m u y altos des-
de un principio no pueden elevarse mucho más.
y que tocio hombro que permanece á la misma
al tura mientras los demás suben , se imagina
que desciende y no le es posible ahogar u n sen-
t imiento de envidia.


Pero si la nobleza es más envidiosa , es
sin disputa memos envidiada; porque estando
na tura lmente destinada á gozar de grandes ho-
nores, esto mismo la garantiza, de la envidia
que se t iene á ios hombres nuevos. Los reyes
que pueden escoger en la nobleza de sus Esta-
dos individuos de g ran capacidad para el des-
empeño de los negocios, g a n a n mucho preti-
riéndolos á sugetos de las otras clases; pues de




este modo todo marcha en los asuntos públ i -
cos con más desembarazo y l igereza, en razón
de que los nobles encuentran siempre más su-
misión y obediencia en el pueblo, siendo así
que parecen haber nacido para mandarle y dir i-
gir lo.


XV.


DE LOS MOTINES Y SUBLEVACIOXES.


Interesa á los pastores del pueblo conocer
bien los pronósticos y señales de las tempesta-
des que pueden levantarse en un Pistado, y que
son ordinariamente más temibles cuando los
elementos opuestos que las promueven se igua-
lan más, del mismo modo que las que se forman
hacia los equinoccios son también más violentas
que en todo el resto del año. Pero antes de que




— 9 0 —


los motines y sediciones estallen en un Estado,
ciertos rumores sordos y confusos, signos del
descontento genera l , los presagian, de igual
manera que en la. naturaleza se anuncia ia
tempestad por el vago raido de u n viento sub-
terráneo y por el mug ido sordo de las olas que
empiezan a levantarse.


«Unas veces, dice el poeta, descubriéndole el
secreto descontento, le anunc ia que la revolu-
ción se aproxima: otras, revelándole las maqui -
naciones que se t r a m a n sordamente contra él,
le predice ia guer ra abierta de que está amena-
zado . »


Los libelos y los discursos licenciosos contra
el gobiermq se mult ipl ican y propagan rápida-
men te : b's- falsas noticias destinadas á vi tupe-
rarlo se ext ienden por todos lados y son creídas
sin dificultad: ta les son los presagios de ios mo-
t ines y sublevaciones. V i rgu lo , al. formar la, ge -
nealogía do la Fama , dice que era bija de ios
Gigan tes .


«Es liormaua do Cíeos y de Encelado, y so
dice que la Tierra, irr i tada y fecundada, por
la cólera"de los inmortales , la dio á luz en su
úl t imo parto.» ¡Cómo si los rumores de que ha-
blamos no se s int ieran nada más que después
de haber pasado la sedición! La verdad es que




— 9 7 —


son ordinar iamente su preludio. El poeta obser-
va con mucho acierto (pie no hay otra diferen-
cia entre las sediciones y los rumores sediciosos
que l a q u e se encuentra en t re el hermano y la
hermana., entre el varón y loa hembra , so tire
todo cuando el desconientogeneral l lega al ex-
tremo de une bis más sabias y justas acciones
dei gobierno y las que más deberían agradar al
pueblo, son mal recibidas y torcidamente inter-
pretadas, lo cual demuestra que el descontento
ha llegado á su colmo, como lo observa Tácito
cuando dice: «El descontento público es t an
g rande , que lo mi-uno rechaza el bien que el
mal que so hace.o Pero aunque los rumores de
rué hablamos son u n presagio de los motines,
no se sigue de esto que se evitarlon las subleva-
ciones adoptando medidas m u y severas: porque
frecuentemente acontece, que cuando se t iene
el valor de nmrimbdas esfallan más pronto, y
rodo el trabajo (pro se pone en evitarlas, sirve
sólo para hacerlas más duraderas.


V lomas, cierto género de obediencia de
d.c que luidla Tácito, debe ser sospechoso: «Per -
ro an v>eo asín en el deber, pero de modo que se
bdbn" ¡ras dispuestos á m u r m u r a r de las orde-
ne- d.>¡ gobierno que á cumplirlas.» E n efecto,
discutir las ordenes, dispensarse por excusas de




ejecutarlas ó eludirlas y r id icul izar las . son
otras tantas maneras de sacudir el y u g o . u
otros tantos ensayos de desobediencia, sobre
todo cuando los que defienden al gobierno h a -
blan con t imidez, en tanto que sus contrarios
hablan con insoioncia.


Y como m u y juic iosamente ha observado
Maquiavelo, .cuando u n príncipe, q u e debería
ser el padre común de todos sus subditos, se
incl ina á uno de los bandos en que su pueblo
se halla dividido, sucede a su gobierno b que
a u n buque que lleva mucha carga á u n e de
los lados, que concluye por zozobrar. Esia. es
una verdad que enseñó á cosía suya Enr i -
que 111, rey de Francia ; porque sólo *e unió a
la l iga para vencer y abatir más fácilmente á
los protestantes, y en seguida esta misma!, liga
se volvió contra él. Cuando en la defensa, de
una causa no es la autoridad real el objeto más
importante , los subditos creen tener u n deber
más sagrado que el de la obediencia que deben
al soberano, y desde entonces empieza éste á.
verse desposeído de su potestad.


Cuando los rebeldes ó facciosos hablan ú
obran audaz y abier tamente , su insolencia
anunc ia que ya han perdido todo respeto al
gobierno, pues los movimientos de los grandes




— Di) —


311 un reino han de estar subordinados á los del
príncipe, que debe ser su primer móvil : las al-
tas clases han do ser semejantes á los planetas,
qnc en la hipótesis admit ida da, de Toloineo) son
arrastrado-; por un movimiento m u y rápido de
orienta á occidente, en vir tud del de toda la es-
fera que están obligados á seguir , aunque mo-
viéndose más l en tamente de occidente á oriente
en vir tud de un movimiento propio. Así es que
cuando no obedeciendo los grandes mas que
á, su propio impulso emprenden una marcha
m u y violenta, ofrecen una señal de que todas
las órbitas se hallan confundidas, y de que todo
el sistema t iende á su destrucción; porque el
respeto de los subditos es el presente que Dios ha
hecho á los reyes y la base de su poder, y a lgu -
nas veces les amenaza con despojarlos de él:
«Yo desceñiré la c in tura de los reyes.a


Cuando las cuatro columnas que, sostienen
toda especie de gobierno, la rel igión, la j u s t i -
cia, la prudencia y el tesoro público se quebran-
t an ó debil i tan, entonces es cuando se hace
preciso recurrir á, las oraciones y plegarias para
obtener el buen tiempo. Pero te rminando aquí
lo que teníamos que decir de los 'síntomas de
Jas sublevaciones y motines (asunto sobre el


cuaí darán también a lguna luz las ideas que va-




— 1 0 0 —


mos á exponer), empezaremos á tratar: 1." De
la causa material de las sublevaciones. 2.' De
sus motivos ó de sus causas eficientes. 3." Do los
remedios y preservativos contra este genero de
calamidad.


La causa material do ias sublevaciones es
evidentemente el primer objeto en que debe li-
jarse nuestra atención. En efecto, ¿puede negar-
se que- el mas seguro medio para prevenir una
sublevación, siempre que las circunstancias lo
permi tan , es quitar desde luego su causa ma-
terial ? Guando la materia combustible está
amasada y preparada, sería muy difícil decir
de qué punto part irá la obispa que ha de pren-
derlo fuego. Las sublevaciones tienen dos pr in-
cipales causas materiales, á saber: un. g r a n dis-
gusto y u n g r a n sufrimiento; es decir, un g ran
número de descontentos y necesitados: pues no
es dudoso que tantos hombres arruinados o car-
gados de deudas como haya en una nación, tan-
tos son los que desean la guerra civil. Esto es lo
que dice Lucano, cuando antes de hacer el cua-
dro de las guerras intestinas do liorna, presenta
las verdaderas causas que las habían producido
en la situación en que dicha ciudad se encon-
traba entonces:


«Por un lado, la usura voraz v ios intereses
7 i-'




— 101 —


que acumulándose daban alas al t iempo, y por
otra la lo frecuentemente violada, hicieron que
la guerra fuese el único recurso del mayor nú -
mero. ->


Esta, misma situación del mayor número, que
mira la guerra como su único recurso, y que
por consigo ; n d o la desea, es una señal infali-
ble do que. mi Mstado so halla dispuesto tiara ios
motines y sublevaciones. Si la mul t i tud de los
hombro arruinados, cargados de deudas y faltos
de recursos, se compone de las altas clases lo
mismo que do la gen te baja, el peligro es mayor
y más i n m i n e n t u porque las peores convulsio-
nes son las que ar rancan del corazón. Kespecto
de los descontentos, diremos que son en el cuer-
po político lo que los humores corrompidos en
el cuerpo humano , que dan por resultado ordi-
nario producir un calor excesivo que ocasiona
inflamaciones. Pero cues tos casos, el príncipe
') el gobierno no debe medir el peligro por los
actos de just ic ia ó injusticia que de tal modo
hayan excito do los espíritus, porque esto sería
atribuir al pueblo mucha más razón de la que
comunmente t iene, siendo así que con har ta
frecuencia se le ve rechazar lo que puede serle
úti l .


Mucho menos todavía debe juzga r se del pe-




ligro por la importancia, de los verdaderos mo-
tivos que t enga la mu l t i t ud para sublevarse:
porque cuando el temor es más grande que el
sufrimiento, el descontento público se hace mo-
nos peligroso, por lo mismo que el dolor tiene
u n l imite , mientras que el temor no le tiene, y
porque en caso de que la opresión baya, subido
á- su colmo, esta misma opresión que ha agota-
do la paciencia, del pueblo le qui ta el valor de
poder resistirse. Pero no sucede lo mismo cuan-
do el pueblo no se ba envilecido t an extrema-
damente . El príncipe y el gobierno no se debeu
figurar de n i n g ú n modo, por esta sola conside-
ración, que los descontentos que entonces se
ag i t an y so manif ies tan, pueden manifestarse
repetidas veces y por largo tiempo sin n i n g ú n
peligro ó notable inconveniente: porque si bien
es cierto que no toda nube ocasiona una, tem-
pestad , de seguro sucederá, corno so j u n t e n
m u c h a s , que- sobrevendrá una de reídos vien-
tos y granizo: y si todas las nubes p.aajoias
que se h a n mirado con desprecio l legan á re-
unirse, la tormenta será mucho más imrrorosa
por lo mismo que ha sido más tardía: esto es lo
que dice un proverbio español: «Cuanto más
t i rante está la. cuerda, más cerca, está de rom-
perse.»




i.o:? motivos ó las causas más ordinarias de
las sediciones, son las grandes y repetidas re-
formas ó "mudanzas en la rel igión, en las leyes,
en las costumbres públicas, etc. : las infraccio-
nes do privilegios y de inmunidades , la opre-
sión genera!, la elevación de los nombres sin
mérito, las in t r igas de las otras potencias, la
llegada, de una muHiíaul de extranjeros, ó una
predilección demasiado señalada hacia algunos
de entre ellos, las grandes carestías, ios ejérci-
tos licenciados de improviso y sin precauciones,
los disturbios excitados á propio intento, y en
una palabra, todo lo que puede irr i tar al pue -
blo y roaligar un g r a n número de desconten-
tos dándoles un interés común.


Mu cuanto á las órdenes y á ios preservati-
vos contra las sediciones, indicaremos a lgunos
generales, sin obedecer para- olio a ias leyes del
método. P u r o ' ' y - - . ) para, conseguir u n a cura
completa y radica] e . . preciso oponer á cada es-
pecie de r e d o ; armero de remedio que le sea
propio, habrá ;>,->•• romigoien te que fijar más
la atención sabré l a prudencia na tura l del que
gobierna que so'a-e preceptos y regías fijas.


El primero de hornos los remedios ó preserva-
tivos, es quitar ó disminuir cuanto sea posible
¡a causa material de las sediciones de que ya




— P)i- —


liemos hablado, es decir, la pobreza, el hambre
y la miseria que se dejen sentir en el Estado.
Los medios que pueden conducir á este Un.
consisten en desembarazar todas las vías de co-
mercio, abrir otras nuevas y arreglar la balan-
za; reanimar las industr ias nacionales, dester
rar la ociosidad, poner u n freno al lujo y a. lo?
gastos ruinosos por medio de leyes suntuar ias ,
dar más vigor por medio de recompensas y lu-
yes imparciales á todo lo que t ienda a per lee•••
clonar la agr icu l tura , arreglar el precio de ios
géneros y de todas las cosas do comercio, y mo-
derar Jas tasas y los impuestos, etc. Generalmen-
te hablando, h a y que atender mucho á la. po-
blación, sobre todo cuando las guerras no la. dis-
m i n u y e n , para que no excedan sus neeesidade-;
á las que puede sufragar el producto de la agr i -
cul tura , de la industria y del comercio. Perú
para poder determinar con acierto y con jus t i -
cia la masa de la población, no basta atender
solamente al número absoluto de almas ó de
habi tantes ; porque un pequeño número de ellos
que gasten mucho y que trabajen poco, a r ru i -
nar ía más prontamente á un Estado que un
g r a n número do hombres m u y laboriosos y eco-
nómicos. Cuando el número de los nobles y
otras personas de distinción está en despropor-




cion con las demás clases inferiores del pueblo,
empobrecen y agotan el Estado. Sucede lo mis -
mo cuando hay un clero m u y numeroso, que
á pesar de todo no produce nada para la masa
común. Y también puede esto decirse de las
gentes que se dedican á los estudios, cuyo n ú -
mero no debe exceder mucho al que necesi tan
las profesiones activas que requieren conoci-
mientos adecuados.


He aquí otra observación que no debe per-
derse de vista: u n a nación no puede aumen ta r
sus riquezas en más cantidad (pie la que haga
perder á las otras. Tres son las cosas que u n a
nación puede vender á los demás, á saber: La
materia primera o el producto bruto; el produc-
to manufacturado y el trasporte ó ílete. Cuan-
do estas tres ruedas principales se mueven ó
g i r an con facilidad, las riquezas afluyen al
país. Algunas veces, según la expresión del
poeta, la forma., y en general el trabajo, t ie-
nen más valor que la ma te r i a ; es decir, que
el precio de la mano de obra y el del traspor-
te , excede con frecuencia al de la mater ia pr i -
ma y enriquece más pronto á las naciones. De
esto tenemos nn ejemplo notable en los Paises-
Bajos, que viven en la abundancia sin otros
recursos principales que la industr ia , que ex-




— 100 —


piolan con más ventaja que los demás pueblos,
El gobierno debe tomar medidas para, ira-


pedir que toda la masa do numerario de un
país se acumule en manos de un pequeño nú-
mero de individuos, pues de otro modo una na-
ción podría perecer de hambre en el seno de
la abundancia , siendo el dinero como los alió-
nos, que sólo producen cuando se distr ibuyen
convenientemente . A este saludable objeto se
l legará ahogando ó reprimiendo al menos tres
monstruos devoradores, que son: la usura, el
monopolio, y la man ía de convertir en prados
para pastos las t ierras de sembradío.


E n cuanto á los medios de calmar los espíri-
tus y aplacar el descontento genera l , o al m e -
nos de prevenir sus más peligrosas consecuen-
cias, observaremos desde luego que cada Estado
se hal la compuesto do dos principales clases, á
saber: la nobleza y los plebeyos ó estado llano
que formal; el mayor número. Cuando uno solo
de estos dos ordene* está descontento, no es m u y
g rande el peligro que amenaza, siendo siempre
los movimie"u n s de u n pueblo lentos y poco
duraderos cuando no está acaudillado por los
g randes , y no pudiendo éstos casi nada por si
solos si la mul t i tud no se halla espontánea-
mente dispuesta á levantarse. Pero cuando ios




— 1 0 7 —


nobles aguardan para mostrar su descontento á
que sea general el del pueblo, entonces es
cuando el peligro amenaza con grandes propor-
ciones. La. fábula dice, que habiendo sabido J ú -
piter que los dioses coaligados t en ían el propó-
sito do aherrojando, se determinó, después de
aconsejarse con Minerva, á l lamar en su socor-
ro á Bi iareo el de los cien brazos; alegoría cuyo
espíritu verdadero es demostrar á los reyes cuán-
to les importa atender y contentar al pueblo y
no desperdiciar n i n g ú n cuidado para concillar-
se su afición.


Dejar á un pueblo cu l ibertad de quejarse
y desahogar su mal humor 'mient ras que las
quejas no l leguen hasta la insolencia ó la ame-
naza), es también una medida saludable; por-
que si se conservan los humores viciados y se
obliga la sangre de la herida á que circule! por
dentro, so ocasionarán úlceras mal igna 5 ; y mor-
tales.


Todavía hay otro medio para aplacar ios es-
píri tus cuando están irritados y para adormecer
el descontento: consiste en hacer desempeñar á
Prometeo el papel de Epirneteo. io cual es de
seguro el remedio más eficaz. Después que Ep i -
rneteo, dice la fábula, hubo visto que todos los
males habían salido de la caja de Pandora, dejó




caer la cubierta, y la esperanza quedó encerra-
da en el fondo. E n efecto, distraer á los hombres
alimentándolos de promesas y entretenerlos con
destreza llevándolos de una esperanza á otra, es
el más seguro antídoto contra el veneno del
descontento: v el carácter distintivo do un go-


K *-u?
bienio sabio y prudente está en el acierto de ins-
pirar confianza á los subditos por medio de j u i -
ciosas promesas, luego que no le es posible pro-
curarles una satisfacción más real, y en saber
gobernar los espíritus de modo que en el caso
de una desgracia inevi table , les quede siempre
a l g u n a esperanza consoladora: esto no es tan di-
fícil como parece, porque los individuos, lo mis-
mo que las facciones, están na tura lmente dis-
puestos á afectar, para hacer alarde de su valor,
esperanzas que no t i enen .


Otro método para prevenir los funestos efec-
tos del descontento genera l , método m u y cono-
cido, pero que no por eso es menos seguro, con-
siste en no perdonar n i n g ú n medio para impedir
que el pueblo se agrupe hacia a lgún personaje
dis t inguido que pueda servirle de jefe y para
formar un cuerpo regular y dir igi r todos sus
movimientos. Entiendo por jefe un hombre de
i lustre nacimiento que goce de u n a g r a n repu-
tación, que esté seguro de la confianza del par-




ti do sedicioso, que t e n g a él mismo particulares
motivos de resentimiento, y hacia el cual , por
esta circunstancia, vuelva el pueblo los ojos na-
tu ra lmente . Cuando h a y en u n Estado u n per-
sonaje tan peligroso, es preciso atraérsele á toda
costa y obligarlo A que se aproxime ai gobierno
para ligarlo á él con sólidas ventajas que n u n -
ca pueda esperar del partido contrarío: y si esto
no es posible porque rechace toda avenencia ,
conviene oponerle otro sugeto de las mismas
condiciones, que comparta el favor popular y le
sirva de contrapeso balanceando su influencia.
Genera imente hablando, el método de dividir
y t r i turar , ñor decirio así. las facciones v las
l igas que se forman en un Estado enemistando
entre sí á los jefes, ó ai menos haciendo nacer
entre ellos celos y rivalidades , es u n medio
despreciable y que sólo produce resultados satis-
factorios cuando no comprendiendo los part i-
dos sus verdaderos intereses, luchan, engañados ,
pero una vez concertados y unidos estrecha-
mente , forman mi poder irresistible.


l ie observado recorriendo la historia, que
esas frases ingeniosas y picantes que h a n de-
jado escapar los príncipes contra otros perso-
najes eminentes , han encendido las rebeliones,
César se ocasionó un daño irreparable con estas




palabras: «Sila fué u n ignoran te que no supo
mandar ;» con lo cual quitó para siempre á ios
romanos la esperanza que tenían de que tarde
ó temprano abdicaría la dictadura,, ( 'alba se
perdió por esta frase: «Mi empleo consiste en
escoger soldados, no en comprarlos;» quitándo-
les así la esperanza del donativo ó gratificación
que los emperadores romanos daban al ejército
cuando se coronaban: i gua lmen te Probo tuvo
la imprudencia de decir: «Si vivo todavía, al-
gunos años, el imperio romano no tendrá nece-
sidad de soldados:» palabras desesperantes para
un ejército. Lo mismo podría añadirse de otros
muebos. Los príncipes deben, pues, en circuns-
tancias difíciles y en asuntos delicados, tener
mucha circunspección en sus palabras, y evi tar
sobre todo esos dichos claros y precisos, que son
como señales profundas que parecen denunciar
sus secretos pensamientos. E n cuanto á los dis-
cursos más extensos, se observan mucho me-
nos, producen menos efecto, y son por consi-
g u i e n t e menos peligrosos.


Por ú l t imo, los príncipes deben tener s iem-
pre cerca de su persona uno ó muchos sugetos
dist inguidos por su valor ó sus talentos mi l i ta-
res y de u n a fidelidad exper imentada , para
ahogar las sublevaciones desde su principio.




— n i —
6in este refnerzo. u n a corte se espanta m u y fá-
ci lmente cuando las revoluciones l l egan á esta-
llar, y se encuentra en aquella especie de peli-
gro , de que Tácito da una jus ta idea diciendo:
«La disposición de los espíritus es tai , que pocos
se atreven á cometer el úl t imo atentado, un nú-
mero mayor lo desea, y todos se hal lan dispues-
tos á permitirlo.» Tero es necesario que los ge -
nerales do, que hablamos sean de u n a fidelidad
más segura que los del partido popular, pues
de otro modo sería el remedio peor que el mal
á que so aplica.


XVI,


DEL ATEISMO.


Mejor querría creer todas las tabulas de la
leyenda, del Talmud ó del Alcorán, que pensar




que esta g rande máqu ina del universo, donde
veo un orden tan constante, marcha por si sola,
sin que una in te l igencia presida sus movimien-
tos. Por eso Dios no se ha dignado nunca obrar
milagros para convencer á los ateos, siendo sus
obras una continua y sensible demostración de
su existencia. Una filosofía superficial hace in-
clinarse un poco hacia el ateísmo: poro una filo-
sofía más profunda lleva al conocimiento de un
Dios.


El hombre en sus contemplaciones no di-
visa nada más que causas subalternas ó secun-
darias que le parecen esparcidas sin coherencia,
y se puede detener en ellas sin atreverse a le-
vantarse más arriba: pero cuando considera la
no in te r rumpida cadena que l iga y reúne to-
das estas caucas, su mutua dependencia, y , si
es permitido que me exprese así. su estrecha
confederación, entonces se eleva al conocimien-
to clel g ran Ser. que siendo el verdadero lazo de
todas las partes del universo, ha formado este
vasto sistema y lo mant iene por su providen-
cia, El absurdo mismo de la secta que más se
acerca al ateísmo, es la mejor demostración de
la existencia, de un Dios: hablo de la escuela de
Lencipo, de Demócrito y de Epicuro. Me parece
menos absurdo pensar que cuatro elementos




— 1 1 _


variables con una quin ta esencia inmutab le ,
convenientemente colocada desde toda u n a
eternidad, puedan existir sin u n Dios, que ima-
g ina r que un número infinito de adornos ó ele
elementos inf ini tamente pequeños, sin n i n g ú n
centro determinado hacia el cual t i endan , ha -
yan podido por un concurso fortuito y sin la
dirección de una suprema in te l igencia , produ-
cir este orden admirable que vemos en el u n i -
verso. Encontramos en la Sagrada Escr i tura
estas palabras t an conocidas: «El insensato ha
dicho á su corazón: Dios no existe.» Observemos
que no dice que el insensato ha pensado así,
sino que se lo ha, dicho á sí mismo, más bien
como cosa que desea y de la cual t ra ta de con-
vencerse, que como si de ello estuviese ín t ima-
mente persuadido.


Los hombres que se a t reven á negar la, exis-
tencia de Dios, solamente son los que en ello
t ienen interés; y lo que prueba de sobra que el
ateísmo está en los labios de los que dicen pro-
fesarlo, más bien que en su corazón, es que los
ateos se complacen en hablar de su creencia,
como si buscasen el asentimiento de los demás
para apoyarse y fortificarse en él. Se ve t a m -
bién que desean hacer prosélitos y que p re -
sentan sus opiniones con tanto entusiasmo y


s




fanatismo como los sectarios; en una palabra, el
ateísmo t iene sus misioneros lo mismo que la
religión, y , lo que es más todavía, tiene sus
márt i res que prefieren sufrir los más horrorosos
tormentos á retractarse.


Pero si están verdaderamente persuadidos
de que Dios no existe, y una vez negada, su
existencia, en cuyo caso todo deben creerlo fini-
to sin que t e n g a n n i n g u n a otra cosa que aña-
dir, ¿á qué atormentarse de ese modo por una
opinión nega t iva? .Se ha pretendido que iipicu-
ro disimulaba su verdadero pensamiento sobre
este punto , y que por asegurar su reputación y
su persona, afirmaba públ icamente que existían
seres perfectamente dichosos, que gozando de
sí mismos no se d ignaban mezclarse en el go-
bierno de este inundo inferior; poro que en su
fondo no creia del todo la existencia de la di-
vinidad, y que hablaba asi por acomodarse á su
t iempo, lista acusación nos parece tanto más
despojada ele .fundamento, cuanto que en sus
conversaciones familiares sobre este asunto, su
lenguaje era a lgunas veces sublime y hasta
divino.


«Lo que es verdaderamente impío, decía,
entonces, no es negar los dioses del vulgo, sino
aplicar á los dioses las opiniones de ese profano




vulgo.-) ¿Hubiera hablado mejor el mismo Pla-
tón? Y aunque Epicuro baya tenido la audacia
de negar la providencia de los dioses, jamás se
atrevió á negarles su naturaleza.


Los salvajes de la América t i enen sus nom-
bres particulares para designar específicamente
á todas sus divinidades, pero no tienen n i n g u -
no que corresponda á nuestra palabra Dios. Esto
es casi Jo mismo que si los paganos hubiesen
tenido sólo los nombres de Júpiter. Apolo, Mar-
te, etc.. careciendo de la palabra Be/'X, en la-
tín, y /)>'•<*. en gr iego: lo que prueba que las
nación;-- má - bárbaras, si no han tenido de la
divinidad una noción tan g rande y perfecta
como nosotros, han tenido, sí. una idea, aunque
más incompleta y defectuosa. Así pues, los
ateos t ienen en su contra a los salvajes reuni-
dos con los más profundos filósofos. Se encuen-
tran m u y rara vez ateos realmente desinteresa-
dos y puramente teóricos, tales como TMágoras,
Ilion. Luciano, etc. Aun estos momios puede
ser que lo parecieran más de lo que realmente
lo fuesen, porque se sabo que los que combaten
una religión ó una superstición admit ida , son
siempre acusados de ateísmo. Pero los verdade-
ros ateos son los hipócritas que manosean sin
cesar las cesas santas, y que no t ienen n i n g ú n




— 110 —


sent imiento religioso y las desprecian en el
fondo de su corazón.


Fd ateísmo puede tener diferentes causas.
1." Los sentimientos inclinados á él y las dispu-
tas sobre la rel igión, con especialidad cuando
se mul t ip l ican ext remadamente : porque cuando
no h a y más que dos opiniones y dos partidos
que las defienden, esta, misma oposición reani-
ma el celo de entrambos; pero si re ina u n a
g r a n diversidad de pareceres, esta mult ipl ici-
dad hace nacer dudas sobre todo é introduce el
ateísmo. *>.* La conducta escandalosa de los
eclesiásticos, cuando ha llegado ai punto que
hacía exclamar á .San Bernardo: «Ya no puede
decirse que á tal pueblo tal sacerdote, porque
hoy , el sacerdote es cien veces peor que el pue-
blo.» 3 . a Las frecuentes burlas sobre las cosas
santas , que ext i rpan de los corazones el respeto
debido á la re l igión. 4 / Por úl t imo, las c ien-
cias y las letras, sobre todo en el seno de Ja paz
y la prosperidad; porque las revoluciones y las
desgracias hacen volver los ojos á la rel igión.


Los que n iegan Ja existencia de Dios, se es-
fuerzan en suprimir la más noble prerogativa
del hombre; porque el hombre no es por su
cuerpo nada más que u n semejante á los brutos,
y si no t iene por su a lma a lguna semejanza con




la Divinidad, será sólo u n an imal vil y despre-
ciable. Destruyen así el verdadero fundamento
de la magnan imidad y todo lo que puede
elevar á la, naturaleza h u m a n a . E n efecto, ved
el valor que tiene u n perro mientras se siente
animado por su dueño, que es para él como u n
ser de naturaleza superior: valor que no tendr ía
sin la confianza que le inspira la presencia y el
apoyo de esta naturaleza más perfecta que la
suya. E n esto consiste que el hombre que se
siente asegurado de la protección de la Divini -
dad y que descansa, por decirlo así, en el seno
de la Providencia, saca de esta idea y del sen-
timiento (pie de ella se, deriva, u n vigor y con-
fianza de los cuales la naturaleza h u m a n a ,
abandonada á sí misma, no sería capaz. Por
consiguiente, el ateísmo, odioso por mi l con-
ceptos, lo es sobre todo porque priva al hombre
del más poderoso medio que tiene para levan-
tarse sobre su na tura l debil idad.


Pero sobre esto acontece lo mismo á las n a -
ciones que á ios individuos; nunca pueblo al-
guno ha igualado al romano en la elevación de
sentimientos. Escuchemos cómo Cicerón mues-
tra, el verdadero origen de esta grandeza de
a lma: «Aunque seamos a lgunas veces u n poco
amantes de nuestras inst i tuciones v de nosotros




— U S —


mismos, ¡olí padres conscriptos! el pueblo roma-
no puede tener cierta alta idea de su na tura l
superioridad, así como debe reconocerse inferior
á los españoles en el número; á 'os galos en la
elevación de la estatura y en la fuerza del
cuerpo: á los cartagineses en la astucia; a- los
gr iegos en las ciencias, las letras y las artes, y
en fin. á los latinos é italianos en ese amor in-
nato á la libertad que parece ser su carácter
dist intivo, ó el instinto y el alma de todos los
Imbitantes do esa comarca: si el pueblo romano
lia vencido y sobrepujado en tantas cosas á todas
las naciones conocidas, no lia debido sus victo-
rias y su ascendiente á esas cualidades part i-
culares, sino solamente á la piedad, á la reli-
g ión , á una especie de ciencia y de sabiduría,
que consiste en pensar que el universo entero
se mueve y gobierna por la in te l igencia y la
voluntad suprema de los dioses inmortales.»




XVII.


DE LA SUTERSTICIOX.


Vale más no tener n i n g u n a idea de Dios,
que tener una i nd igna de él; pues lo primero
no es más que ignorancia ó incredulidad, y lo
segundo es una ofensa impía , pudiendo decirse
que la superstición es injuriosa á la Divinidad.
'•Ciertamente, dijo el juicioso Plutarco, querría
mejor que se dijese que Plutarco no existe, que
oir dorar que hay un hombre así l lamado que
devora á todos sus hijos tan pronto como nacen,
según dicen los poetas que hacía .Saturno con
los suyos.o


De igual modo que la superstición es más
ofensiva á Dios que la i r rel igión, así es también
más peligrosa para el hombre: el ateísmo le




deja, á pesar de todo, muchos apoyos y guias ,
tales como la filosofía, los sentimientos de ter-
n u r a que inspira la misma natura leza , las
leyes, el amor á la gloria, el deseo de la buena
reputac ión , que todas son cosas que bastarían
para conducirle has ta cierto grado de vir tud
moral , al menos exterior, y en la suposición
rigorosa de que absolutamente no tuviese re-
l ig ión a l g u n a ; pero la superstición derriba
todos estos apoyos y establece en el a lma h u -
m a n a u n a verdadera tiranía. ' Además, el ateís-
mo no ha turbado nunca la paz de los imperios,
porque hace á los individuos más prudentes
con relación á lo que mira á ellos mismos, y
hace también que sólo se ocupen de su propia
seguridad, sin acordarse para nada del resto de
las cosas. Vemos también que los tiempos más
inclinados al ateísmo son los de paz pública,
tales como los de Augusto , mientras que la su-
perstición ha derribado á muchos gol tiernos,
convirtiéndose en un nuevo y poderoso móvil
que, comunicando su impulso violento á todas
las esferas gubernamenta les , desmonta, por com-
pleto el sistema político.


El pueblo es 'muy propenso á la superstición,
porque en todo lo que hace referencia á opinio-
nes de esta naturaleza, los sabios se ven obli-




gados á ceder á los locos; y destruyéndose por
esta causa el orden na tura l , se ajustan ó acomo-
dan los pensamientos y creencias á los usos es-
tablecidos. Se puede mirar como una observa-
ción m u y juiciosa, la que hicieron á este propó-
sito ciertos prelados del concilio de Trento, que
fué una asamblea donde la disciplina eclesiás-
tica desempeñó el primer papel. Los astrónomos
han imaginado escéntricos, epiciclos, órbitas y
otras máquinas hipotéticas para explicar los fe-
nómenos celestes, aunque no ignoraban que
nada de esto existia realmente . Los escolásti-
cos, s iguiendo su ejemplo, han inventado prin-
cipios m u y sutiles y teoremas m u y complica-
dos, para justificar ó explicar la práctica de los
usos de la Iglesia.


Las causas más ordinarias de la superstición
son los ritos y ceremonias destinados á compla-
cer la vista y los demás sentidos: la afectación
de santidad, solamente exterior é hipócrita; una
veneración excesiva por las t radic iones , lo
cual sobrecarga y complica extraordinar iamen-
te la doctrina de la Iglesia; los manejos de los


'prelados por aumentar sus prerogativas y r i -
quezas; la demasiada facilidad en acceder á
actos religiosos que dan entrada á las innova-
ciones en la disciplina; la man ía de atr ibuir á




la Divinidad las necesidades, las facultades y
las pasiones humanas , asemejando Dios al hom-
bre, lo cual mezcla á la verdadera doctrina una
mul t i tud do opiniones vanas y quiméricas: y en
fin, los tiempos de barbarie, sobre todo si los
pueblos se sienten afligidos de desastres y cala-
midades.


La superstición, cuando se presenta sin dis-
fraz, es una cosa disforme y ridicula: porque
así como la semejanza del mono con el hombre
aumenta la fealdad na tura l del primero, así el
falso parecido de la superstición con la religión
hace á aquella más odiosa: y de igual modo
que los más saludables alimentos se convierten
en gusanos cuando se corrompen, de igua l modo
la superstición convierte la verdadera discipli-
na y las costumbres más respetables en prác-
ticas pueriles y ridiculas. Algunas veces, á
fuerza de querer evitar la superstición ordina-
ria , se incurre sin apercibirse de ello en otro
género de superstición, que es cabalmente lo
que sucede cuando uno se alalia de no poder
extraviarse, alejándose todo lo que es posible de
la superstición arra igada desde largo tiempo.
Así pues, cuando se quiere depurar la religión,
es necesario evitar con sumo cuidado el incon-
veniente en que se tropieza por el celo desme-




dido, es decir, que debe procurarse mucho no
mezclar lo bueno con lo malo, lo cual sucede
frecuentemente cuando es el pueblo el refor-
mador.


XVIII.


UE LOS VLUKS.


Los viajes por países extranjeros constitu-
yen en la primera juventud una parte de la
educación, y en la edad madura una parte de
la experiencia; pero de un hombre que empren-
da su viaje antes de saber algo la lengua del
país que quiere visitar, se puede decir que va á
la escuela y no que va á viajar. Yo quisiera que
un joven no viajase, sino que bajo la dirección
de un encargado instruido y de intachables
costumbres, que además de haber recorrido an-




teriormente el país á donde se propone ir, su-
piese la l engua y se hallase en estado de indi-
carle cuáles son en ese mismo país los objetos
que merecen l lamar la atención de un viajero
estudioso, qué relaciones debe contraer y en
qué grado de in t imidad, y qué ciencias y artes
h a n llegado á cierto punto de perfección; por-
que fácilmente ocurriría de otro modo, que un
joven viajaría con los ojos cerrados, y aunque
fuera de su casa y lejos de su patr ia , no veria
nada nuevo.


¿No es sorprendente que en los viajes por
mar , donde no se ve otra cosa que el cielo y el
a g u a , se t enga la costumbre de llevar diarios,
y que en los viajes por t ierra, donde á cada paso
se ofrecen tantos objetos dignos de atención, se
t e n g a rara vez este cuidado? Como si las cosas
ó los acontecimientos que se presentan fortui-
tamente mereciesen más ser consignados en
los libros de memorias ó de apuntes , que las
observaciones que so lleva el proposito de hacer.


Conviene acostumbrarse á escribir la rela-
ción detallada de los viajes; pero las cosas que
más pr incipalmente merecen l lamar la atención
de u n viajero, son': las cortes do los príncipes,
sobre todo en los momentos en que dan audien-
cia á los embajadores; los t r ibunales de just ic ia ,




cuando se resuelven en ellos causas notables;
las asambleas del clero, ó los consistorios ecle-
siásticos; los templos y los monasterios, y demás
monumentos dignos de admiración; los muros
y fortificaciones de las ciudades, tanto grandes
como pequeñas; los puertos, radas, estanques,
ensenadas, e tc . : las ant igüedades y las ruinas
notables; las bibliotecas, los colegios, los a te -
neos y los demás lugares donde se discuten y
enseñan las ciencias, las letras y las artes; los
navios y los depósitos de maderas; los palacios
más magníficos; los ja rd ines más hermosos; los
paseos públicos; las casas ó círculo5-" de recreo,
como casinos, e tc . : los castillos: ios arsenales
de mar y fierra; los graneros y almacenes pú-
blicos; las bolsas; las más ricas t iendas de los
mercaderes; las academias donde la j u v e n t u d
hace sus ejercicios; la manera de levantar las
tropas y de disciplinarlas, la misma disciplina
mil i tar y la táctica, etc. ; los espectáculos, don-
de representen los mejores actores; los tesoros y
los depósitos donde se guarden las cosas precio-
sas; los guarda muebles; los museos: y por ú l -
t imo, todo cuanto haya de mas notable en los
lugares por donde se pase: conviene también
que el encargado ó director del joven viajero
tome de an temano, sobre todas las par t icular i -




dades d ignas de atención, noticias verdaderas
y detalladas. E n cuanto á los torneos, los tiestas
públicos, las cabalgatas , bailes de máscaras,
tertulias, festines, bodas, funerales, ejecuciones
y otros espectáculos de esta especie, no será
m u y necesario hacer pensar á los jóvenes en
ellos, pues son cosas que por sí mismos corre-
rán á buscarlas voluntar iamente . Sin embar-
go, no conviene que del todo se desdeñen estas
diversiones.


Si so desea que u n joven recoja en poco
tiempo mucho fruto de sus viajes, y que se prin-
ga en estado de hacer la relación de ellos con
exact i tud y precisión y de reasumirlo todo en
breves palabras, he aquí la marcha que es pre-
ciso hacerlo seguir :


1 /' Es necesario, como ya hemos dicho, que
antes de emprender el viaje sepa regu la rmente
la l engua de la nación á donde se encamine,
y que el encargado ó ayo que haya de acompa-
ñarlo tenga., según también dejamos apunta -
do , a lgún conocimiento del país. Es preciso
además que se provea de un libro de geografía;
que a/prenda la topografía ó lleve, al menos,
u n buen mapa del país por donde vaya á via-
j a r , el cual le servirá como de clave para todas
las excursiones que haga ; que t enga el cuidado




de llevar un diario, y que no permanezca largo
tiempo en un mismo lugar , sino que su deten-
ción sea proporcionada á las observaciones que
en cada punto deba hacer.


Si en a lguna capital ó on a lguna población
de segundo orden permaneciese a lgún tiempo,
debe cambiar con frecuencia do hospedaje, sin
que se ent ienda que en esto deba ser extremado,
iiste es el mas seguro medio de mult ipl icar sus
relaciones y de instruirse! completamente en las
leyes del país, en las costumbres, usos, etc.:
convendrá también que evite el tmu, con sus
compatriotas, y que coma en ios cu cunos á don-
de asisten las personas do cierto rango é ilustra-
ción. Cuando parta, de un luga r para trasladar-
se á otro, tendrá cuidado de procurarse canias de
recomendación para a l g ú n sugeto distinguido


1 m? me O
residente en el punto á donde se dirija, y que
pueda facilitarle medios para ver y aprender
todo lo que merezca despertar su curiosidad.
Este es el modo de abreviar el viaje y de reco-
ger copiosos frutos con pront i tud.


En cuanto á las relaciones más ó menos í n -
t imas que so puedan contraer en el país por
donde se viaja, diremos que las personas que
deben, buscarse con más preferencia son los em-
bajadores, diputados, secretarios de las emboja-




— 128 —


das y otros miembros del cuerpo diplomático.
De esta manera-, aunque se viaje solamente en
un país, se adquieren muchas luces y un caudal
de experiencia, superior al que podría obtener-
se por otros medios.


Debe tener cuidado de visitar en todos los
lagares donde se de tenga , á las personas más
dis t inguidas en cada ramo, sobro todo á las
m u y conocidas en otros países, con objeto de
poder observar por uno mismo si su aspecto,
sus maneras y sus costumbres corresponden á
la g r a n reputación de que gozan.


Debe evitar también toda ocasión de dispu-
tas y altercados, que nacen na tura lmente de
las diversiones escandalosas y reprobadas y de
las partidas do juego , siendo también produci-
das por motivo de mujeres, por u n asiento mal
retenido ó por palabras ofensivas. Así pues, que
evite toda estrecha relación con los hombres
coléricos y pendencieros y que fácilmente con-
t r a igan enemistades, porque de seguró le com-
pl icarán en sus cuestiones y le comprometerán
con frecuencia.


Cuando nuestro viajero vuelva de regreso á
su patr ia , no debe perder de vista completa-
mente los países que haya recorrido, sino que
ha de cult ivar la amistad de los hombres de




— :i2!> —


mérito y de las personas d is t inguidas por su
posición, á quienes par t icularmente haya t ra -
tado, entreteniendo con ellos u n a correspon-
dencia más ó menos frecuente: debe procurar
asimismo que se conozca más por sus discursos
que ha viajado, que por sus modales y vestidos;
conviene también que sea prudente en sus con-
versaciones, y que aguarde para hablar de sus
viajes á que se le invi te á ello, ó aquellas oca-
siones que espontáneamente le ofrezcan co-
yun tu ra á propósito; que viva y se conduzca de
modo que claramente se vea que no ha aban-
donado los usos, los modales y los hábitos de
su patria para hacer alarde de los extranjeros,
sino que de todo lo que ha podido aprender en
sus viajes, ha escogido la flor para introducir la
en las costumbres y maneras de su país.




XIX.


D E L A S O B E T I A X Í A Y D E T . \y\TC. D E M A X i ) A


¡Ninguna posición tan mala como la del
hombro que no t iene casi nada que desear y que
casi tocio t iene que temerlo! Tal es la suerte (le-
la mayor parte de los monarca.?, cisión tan eleva-
dos sobre los demás hombres, que apenas hay so-
bre ellos a l g o á q u e puedan aspirar, lo cual hace
que su a lma se halle perpetuamente entregada,
á la indolencia,, al enojo y al disgusto. So en-
cuen t ran asediados de peligios. de temores, de
recelos y de sospechas que hacen su corazón
m u y difícil de conocer . como lo dice clara-
mente la Sagrada Escri tura: -,E1 corazón de los
reyes es impenetrable .» En efecto, cuando un
hombre que está mortificado por la inquietud y




— 131 —


lleno do sospechas y zozobras, no t iene n i n g ú n
deseo predominante que pueda subordinar los
demás que le agi ten y hacer concurrir su vo-
luntad á un punto determinado, su corazón es
m u y difícil de comprender.


Obsérvese que los principes procuran fre-
cuentemente crearse deseos, apasionarse por fri-
volos o ájelos ó por ocupaciones ind ignas de
ellos. ted;es como la caza, la construcción de edi-
ficios, Ja elevación de un favorito ó o i estable-
cimiento de una orden mil i tar ó religiosa. Al-
g u n a s veces esta, adición se incl ina hacia los
artes libere les d hacia un arte mecánica, que
conslí teyc. por regla genera l , su única ocupa-
ción. Nerón, por ejemplo, era músico: Domi-
cia.no. tirador de flechas: Commodo, gladiador,
y Carao día cochero. Semejantes gustos y afi-
ciones en personajes de tan elevado rango , pa -
recen muy extraños á los que no conocen el
principia urcicuta: «El a lma h u m a n a s e com-
place nue- adelantando en las cosas pequeñas
que permamcuendo estación;)ría en las g r a n -
des. Yernos también que los reyes que han he-
cho rápidas conquistas durante su j u v e n t u d , y
que después se han visto obligados a detenerse
porque les era imposible seguir adelante sin
sufrir a lgún contratiempo ó sin encontrar a l -




g u n obstáculo, han concluido por hacerse m e -
lancólicos y supersticiosos, como sucedió á Ale-
jandro el Grande, á Diocleciano, y eu nuestro
t iempo á Carlos I de España y Y de Alemania:
porque cuando el hombre, acostumbrado a avan-
zar rápidamente , encuentra a lguna dificultad
que lo detiene, so siente descontento de sí
mismo y se verifica una. mudanza en su ca-
rácter.


Es m u y difícil conocer la constitución, y
si me es permitido hab la ras ! , el temperamento
de un imperio, y comprender con exact i tud el
r ég imen que más le conviene para, conciliar
sus elementos contradictorios; poro saber hacer
u n a juiciosa y acertada combinación de esas
mismas fuerzas opuestas, ó emplearlas al terna-
t ivamente mezclándolas y confundiendo las
unas con las otras, es cosa m u y disfinta. Así
pues , la respuesta de Apolonio a Yespasianc
sobreesté asunto, está l lena de buen sentido y
ofrece á los príncipes u n a g ran lección. Este
emperador le p reguntó cuáles habían sido las
verdaderas causas de la perdición de Nerón:
«Nerón, respondió, sabía perfectamente t em-
plar su arpa y divertirse; pero en el gobierno,
unas veces apretaba mucho las cuerdas, y otras
las dejaba demasiado flojas.» No hay nada que




arruine ó debilite t an to al poder como las va -
riaciones de u n gobierno que, frecuentemente
y sin oportunidad, pasa de u n extreme á otro
apretando y aflojando a l te rna t ivamente los re-
sortes do la autoridad.


Es cierto que hoy toda la destreza de los
ministros y do los hombres de Estado, parece re-
ducirse á, sabor encontrar prontos remedios para
ios peligros más próximos y vencer las dificul-
tades á medida que se van presentando, en lu -
ga r de proveer con t iempo la tempestad y res-
guardarse de ella por medios y recursos sólidos,
cuyos efeelos sirvan y se ext iendan al porvenir:
aguardar los peligros como lo hacen, ¿no es, en
cierto modo, lo mismo que desafiar á la fortuna
y complacerse en luchar contra ella? El verda-
dero hombre de Estado no se duerme de este
modo: no ve impasible brotar jun to á sí los gér-
menes de las revoluciones, y so apresura á sofo-
carlos; pues cuando la mater ia combustible está
preparada, ¿quién puede impedir que una chis-
pa le prenda, fuego, n i quién puede preveer
de dónde partirá esa chispa?


Los príncipes están asediados do dificulta-
des que se reproducen sin cesar y que a lgunas
veces son insuperables; pero la mayor de todas
consisto en su propio carácter: el defecto más




común en ios príncipes, como también ío obser-
van Tácito y Salusiio, es tener ai mismo tiempo
voluntados contradictorias: un príncipe no pue-
de sufrir la ciecncion de la orden ¡pao él mismo
acaba de dar, porque quiere el lín y rechaza ei
medio de conseguirlo. ,


Los reyes t ienen relaciones necesarias con sus
vecinos, con sus mujeres y sus L i j o s , con oí cle-
ro, con la alta nobleza y con la de segundo or-
den, ó sean los simples genti les-hombros, con
los comerciantes, con el pueblo de las clases in-
feriores, con las (ropas, etc. Sin una poca v i g i -
lancia y circunspección, todos esto* son otros
tantos enemigos .


Respecto de sus vecinos, las circunstancias y
las situaciones son t an diversas y numerosas,
que es imposible daer sobre todo esto punto re-
glas generales , por lo cual nos ceñiremos á es-
tablecer una que conviene á todos hm casos y
que nunca se debe echar en olvido, y que es
como s igne: no perdáis de vista á vuestros veci-m i
nos, ni desperdiciéis n i n g ú n medio para impe-
dir que se engrandezcan en poder y territorio, á
fin de que no se coloquen en estado de perjudi-
caros, ya sea. extendiendo sus dominios princi-
pa lmente hacia vuestras fronteras, ya atrayén-
dose el comercio y la indus t r i a , etc. General-




me!;'.o hablando, a, los Consejos de Estado, qne
«m cuernos permanentes, corresponde el preve-
nir esta, clase de nados. Dorante el t r iunvirato
do Enriooe \ III do Inglaterra, francisco I de
Francia y el emperador Carlos V. estos pr inci-
pes í i i i s o r v a r o n m u y liien la antedicha regla : se
intervenían y eelaban recíprocamente y con
tanta vigi lancia, que, n i n g u n o do los tres podía
gana r un pié de terreno sin que los otros dos se
l igasen contra él para restablecer el equilibrio,
siendo su marcha constante no hacer la paz has-
ta, haber conseguido su objeto. Lo mismo puede
decirse do la l iga formada entre Fernando, rey
de Ñapóles, Lorenzo de Mediéis, duque de Tos-
cana, y Luis Esforcé, duque de Milán, la cual,
senatn Cuiciardiui . fué la salvaguardia v la sa-
lud de Italia.


Algunos escolásticos pretenden que no es
permitido hacer la guerra sino que después de
una injuria recibida y de una provocación ma-
ní íiosta; pero á pesar de este dictamen, creemos
que el temor fundado en un peligro inminen-
te es una causa, legí t ima de guer ra . Es permi-
tido prevenir el golpe que amenaza y evitarlo,
siéndolos primeros en acometer.


Hablando ahora, de las reinas, diremos que
la historia ofrece muchos ejemplos de perfidia y




de crueldad, que pueden servir de terribles lec-
ciones para los reyes. Livia envenenó a su espo-
so y se cubrió de una eterna infamia. Habien-
do cansado Jioselana la pérdida dei príncipe
Mustafá, que tan célebre se liabia hecho, ocasio-
nó grandes turbulencias en la casa y en la su-
cesión de su esposo. La mujer de Eduardo II
contribuyó mucho al destronan!ienento y á Ja
muer te del suyo. Estas catástrofes ú oirás seme-
jantes son de temer , sobre todo, cuando las rei-
nas t ienen hijos de otro matr imonio que quie-
ren elevar al trono, ó cuando t ienen amantes fa-
vorecidos.


También la historia ofrece sangrientos ejem-
plos de lo que los reyes t ienen que temer de
parte de sus hijos, habiendo sido fistos a lgunas
veces las víct imas de las sospechas de sus pa-
dres. La muer te violenta de Mustafá fué tan fu-
nesta á la raza de Solimán, que la sucesión de
los turcos desde la muer te de este príncipe es
m u y sospechosa, porque se ha creído que Soli-
m á n II fué supuesto. La muer te de Crispo, á
quien su padre Constantino el Grande hizo mo-
rir , fué igua lmente fatal á su dinastía. Otros
dos de sus hijos perecieron, de u n modo violen-
to, y Constantino III no fué por eso más afortu-
nado, pues aunque mur ió de enfermedad, su




fallecimiento acaeció poco tiempo después que
Jul iano tomó las armas para combatirle. La
muerte de Demetrio, hijo de Filipo íf, rey de
Macedonia, cayó) sobre el padre, que murió de
pena, y remordimientos.


La historia presenta g r a n número de estos
odiosos ejemplos, y sin embargo , en casi n i n -
guno de ellos se ve que los padres h a y a n logra-
do a lguna ventaja real atentando a la vida de
sus propios hijos: deben exceptuarse algunos
casos en que éstos hayan tomado las a rmas ,
como hizo Selim I contra Bayaccto, y los tres
hijos de Enr ique I I , rey de Inglaterra., que se
levantaron también contra su padre.


Los prelados poderosos y llenos de orgullo,
pueden también hacerse temibles á los reyes,
de lo cual son buenos ejemplos Tomás Hecket
y Anselmo, los dos arzobispos de Cantorbery,
que tuvieron la, audacia de medir su báculo
con la espada del soberano. A pesar de todo,
dieron que hacer á príncipes que no carecían de
valor y de firmeza, tales como Guillermo el
Bojo, Enr ique I y Enrique II. Pero los eclesiás-
ticos no deben infundir g r a n temor á los go-
biernos sino que en los dos casos s iguientes :
cuando dependen de una autoridad extranjera,
y cuando la colación de ios beneficios está á




cargo de! pueblo 6 de sus señoras respectivos c
inmediatos .


E u cuanto á la alta nobleza, conviene que
el príncipe t enga á ios grandes á cierta distan-
cia de su persona, á fin de inspirarles respeto.
Sin embargo, si el rey los humi l la y envilece
exces ivamente , podrá hacerse más absoluto,
pero tendrá menos seguridad sobro el trono y
estará en peor estado para realizar sus desig-
nios. Esta es una observación (pie he hecho en
m i historia de Enrique V I I , rey de Inglaterra ,
que oprimía á su nobleza, imprudentemente ,
lo cual fué la verdadera causa de los trastornos
y revoluciones que sufrió: pues aunque los no-
bles quedasen sometidos, un secreto 'desconten-
to les retrata do secundar los designios del mo-
narca, viéndose obligado á hacerlo todo por si
misino.


La nobleza do segundo orden, (pie es en
cuerpo menos unido, es por esto mismo pe o
peligrosa. Algunas veces alarmara a.ge, pero
haciendo siempre más ruido que dando. Adenitis
de esto, es un contrapeso necesario para con-
traresíar la influencia de la alta nobleza é
impedir que se h a g a m u y poderosa,. En lin.
la autoridad que los nobles de orden inferior
ejercen sobre el pueblo, es más inmediata y




más propia para aplacar los motines populares,
Los comerciantes son la vena principal del


cuerpo político: cuando el comercio no íloroce,
este cuerpo puedo tener miembros robustos,
pero la mayoría de sus partes estará mal al i-
mentada y tendrá poca fortaleza. Los g r a v á m e -
nes impuestos sobro esta ciase de ciudadanos,
son rara vez ventajoso» á los intereses del mo-
narca, porque lo que por este medio puede g a -
nar sobre un centenar de individuos, lo pierde
en una., provincia entera que empobrece: la
masa do los impuestos no puede crecer sino en
proporción do la masa total de fondos ó capita-
les empleados en el comercio. Las clases infe-
riores del pueblo no son temibles nada más
que en (ios casos, á saber: cuando t ienen un
jefe de grande fama y poderío, y cuando se
toca demasiado á la rel igión, á las an t i guas
costumbres y á los medios de donde sacan la
subsistencia.


Per último, los militares son peligrosos en
u n Estado, cuando forman ejércitos permanen-
tes en Tin solo cuerpo y obedecen además á u n
jefe único, y cuando están m u y acostumbrados
á las gratificaciones y recompensas. Peligros
de que vemos muchos ejemplos en las frecuen-
tes sublevaciones de los genízaros de Constan-




— 140 —


t inopla y en las de la guardia preíoriana de los
emperadores romanos. Pero cuando se t iene la
precaución de reclutar y organizar los soldados
en diferentes lugares poniendo a su cabeza mu-
chos jefes, y no acostumbrándolos demasiado á
las gratificaciones, se proporciona al Estado una
defensa permanente y exenta de riesgos.


Los principes pueden compararse á los cuer-
pos celestes, que producen el buen tiempo y el
malo y que reciben muchas muestras de respe-
to, pero (pie t i enen más brillantez y majestad
que descanso. Todos los preceptos que se pueden
dar á ios reyes, están comprendidos en estas dos
advertencias de la Sagrada Escri tura: «Acuér-
date de que eres hombre, y no olvides que ai
mismo tiempo eres u n dios sobre la tierra;» ob-
servaciones de las cuales la u n a debe ser el fre-
no de su poder y la otra el de su voluntad.




DEL COX.SE.TO Y DE LOS CONSEJOS DE ESTADO.


La mayor prueba de confianza que se puede
dar a u n nombre , es elegirlo para consejero;
porque cuando se conflan á u n extraño los bie-
nes, los hijos, la propia dicha ó a lgunos de los
asuntos particulares, a ú n no se le confia nada
más que una parte de lo que uno t iene y de lo
que uno es: mientras que se pose á disposición
del que se escoge para consejero, la persona
misma y todo cuanto se posee. E n vista de esto,
juzgúese qué g rande confianza y sinceridad de-
ben merecernos los hombres por cuyos consejos
nos guiemos.


Cuando un príncipe es bas tante discreto
para rodearse de un consejo de individuos acer-




t adamente elegidos, no debe temer que padezca
su autoridad ni que el público le supongan falto
de apt i tud, pues Dios mismo tiene su consejo, y
el nombro mas augusto que lia. dado á su ama-
do Hijo, es el de consejero, l ín un prudente y
juicioso consejo es donde resido toda seguridad.
Por sabia y oportuna que sea una medida que
pueda tomarse, nunca, las cosas humanas se ve-
rán exentas de contrariedades: pero si los asun-
tos no se discuten y examinan más de una, vez
en un consejo, el gobierno mismo esíará sujeto
á todas las agitaciones y vicisitudes de la fortu-
na : i luctuará en una. ineert idumbro ó irresolu-
ción perpetua: se le verá sin cesar hacer y des-
hacer las cosas sin regla y sin objeto lijos; y en
una palabra, su marcha incierta y vacilante
será, como la de un hombre embriagado. El hijo
de Salomón conoció, por su propia experiencia,
la fuerza y poder de un buen consejo, lo mismo
que su padre balda, experimentado su necesi-
dad. Por un consejo mal escogido se vio el pue-
blo de Dios desmembrado primero y después
arruinada) por completo, pudiendo hacerse sobre
este part icular dos observaciones m u y instruc-
tivas, que podrán servir para conocen' los bue-
nos cuerpos consultivos y dist inguirlos de ios
malos: la una , que concierne á las personas, es




que el consejo de los israelitas, á que nos hemos
referido, estaba todo compuesto de jóvenes: y la
otra, que se refiere al resultado de las delibera-
ciones, consiste en que estos consejeros tan j ó -
venes no inspiraban al príncipe- nada más que
resol uniones violentas.


La alfa sabiduría de la an t igüedad brilla
eminentemente en una fíbula que parece haber
sido inventada para mostrar á los roye* io m u -
cho que les interesa estar estrechamente unidos,
y, en cierro modo, incorporados a su consejo,
al mismo tiempo qno la, g r a n prudencia y bue-
na p-jlílica coa que deben servirse de él. P r i -
mero ungieron ios poetas que Júpi ter se casó
con olctis, que es el emblema del consejo, para
darnos á entender que ésto y el soberano deben
estar unidos. Después suponen que Metis conci-
bió, fecundada por el padre de los dioses, y que
no queriendo éste aguardar la época del a lum-
bramiento, la devoró: sintió entúnces.uua espe-
cie de embarazo, que no cesó hasta que hubo
dado á- luz á Palas ó Minerva, que salió armada
de su cabeza.


Esta fábula, por monstruosa que parezca,
no deja de encerrar uno de los mayores secre-
tos del arto de gobernar , y nos enseña de una
manera clara el modo con que el príncipe




— —
debo sacar partido de su consejo. Pr imeramen-
te nos da á entender que deben consultársele
todos los negocios importantes , lo cual corres-
ponde á aquella primera concepción y al pr i -
mer embarazo. E n segundo luga r nos indica,
que cuando los asuntos h a y a n sido discuti-
dos v bien madurados en el seno del consejo, v
se hal len en estado de publicarse, no debe
permit ir le pasar más adelante n i sufrir que se
a t r ibuya la resolución, haciéndola pública en
su propio nombre y por su sola autoridad. Es
preciso, por el contrario, que el príncipe h a g a
suyo el resultado del asunto, á fin de que la
nación se persuada de que todas las órdenes y
decretos ¡que aquí ya so pueden comparar á Pa-
las armada, porque son promulgados con toda
la m a d u r e z , prudencia y autoridad necesa-
rias), todas las órdenes y'decretos, repito, ema-
n a n ún icamente del jefe supremo; y no sólo
que proceden de su autoridad, lo cual sería sufi-
ciente para acreditar su poder, pero insuficien-
te para aumenta r ó sostener su reputación, sino
también de su voluntad, de su prudencia y de
su propio entendimiento .


Invest iguemos ahora cuáles son los incon-
venientes á que u n príncipe se expone, estable-
ciendo y consultando á un Consejo de Estado,




y qué medios son necesarios para precaverse de
ellos ó remediarlos. Los principales ó los más
conocidos se reducen á tres: el primero está en
que cuando los asuntos se comunican á u n
g ran número de personas, no se puede casi
nunca contar con el secreto. El segundo con-
siste en. que la autoridad del soberano parece
debilitarse, dando á entender al mismo tiempo
(pie desconfía de su propia capacidad y que no
tiene la fuerza necesaria para gobernarse por
si mismo. L i tercero se funda en el peligro de
ios dictámenes partidos, interesados, y más úti-
les á quien los da que a quien los recibe.


Para prevenir estos inconvenientes , los i ta-
lianos han inventado y los franceses han adopta-
do durante el gobierno de a lguno de sus reyes,
los consejos secretos, conocidos con el nombre
de consejos de g a b i n e t e . que es u n remedio
peor que el mal .


ivu punto al secreto, nadie obliga al pr ínci-
pe á comunicar á su consejo todos los negocios,
y es dueño de hacerlo con cuidado y buen dis-
cernimiento, ora sea con relación á las mate -
rias, ora con relación á las personas. Tampoco
es conveniente que cuando el príncipe ponga
un asunto á la deliberación, declare su propio
parecer: sino que debe por el contrario ser muy


10




reservarlo en este punto ye cuidar m u y especial-
m e n t e de no ser comprendido. V,n cuanto al
consejo de gabinete , se podrían poner sobre la
puer ta estas palabras: «Estoy lleno de entradas
y salidas.» Una sola persona bastanie vanidosa
para gloriarse de saber u n secreto y bastante
indiscreta para revelarlo, perjudicará cien ve-
ces más que un g ran número de ellas que, con
muchas malas cualidades, estuviesen persuadi-
das de que su primer deber es guardar religio-
samente el sigilo.


H a y sin duda negocios que requieren le más
profunda reserva, lo cual es m u y difícil de con-
seguir si se comunican á más de una ó dos per-
sonas, sin contar al príncipe. E n este caso no
perjudica el reducido número de individuos al
acierto de las revoluciones, porque entre poco?
está el secreto más guardado, lo que por sí solo
es una ventaja , habiendo además mayor con-
cierto, mayor consecuencia y más constaucia
y facilidad en la ejecución, todo lo cual resul-
ta de que pocas personas encuentran menos di -
ficultades para entenderse. Pero para esto es
preciso que el príncipe t enga g r a n fondo de
prudencia, y que su mano sen bastante fuerte
y poderosa para llevar por sí mismo el t imón.
Es necesario además que estos íntimos conse-




— 1 4 7 —


jeros á quienes se comunica abier tamente, sean
sinceros, do una probidad reconocida y fielmen-
te interesados en las miras de su señor. De esto
se ve un ejemplo en la, persona, de Enrique VII,
rey de Inglaterra, que j a m á s confiaba sus m a -
yores y más importantes asuntos sino que á
Fox y á, Alerten.


En cuanto ai desprestigio de la autoridad
del principe, creo poder asegurar que es u n te-
mor quimérico. Más diré aún : cuando el pr ín-
cipe asiste en persona á las deliberaciones, su
presencia en t an augus ta asamblea realza, más
bien que rebaj el brillo y la majestad reales.
N ingún principo se lia conocido que perdiese
algo de su autoridad por haber escuchado y
guíádose mucho por su consejo, sino que en
esíos dos casos: cuando ciertos individuos han
adquirido g rande influencia, especialmente si
lia sido uno solo el depositario de este excesi-
vo ascendiente, ó cuando muchos miembros se
han coaligado con miras part iculares: inconve-
nientes entrambos que son fáciles de descubrir
y remediar.


Defiriéndonos al úl t imo de los que apunta-
mos antes, ó sea al que consiste en los dictáme-
nes pérfidos é interesados, diremos que es cierto
que estas palabras de la Sagrada Escri tura: «No




se encontrará la buena te sobro la t ierra.» de-
ben aplicarse á este siglo tomado en conjunto,
y no á individuos determinados. Dichosamente,
hay a ú n hombres fieles, sinceros, veraces, l íe-
nos de rectitud y franqueza, enemigos de la
ment i ra , del artificio y la disimulación, listos
hombres son los que los principes deben procu-
rar atraerse por ios más fuertes lazos. Acontece
que rara, voz los consejeros de listado se ponen
en perfecta inte l igencia y concordancia. Ordi-
nar iamente , la envidia y la desconfianza recí-
procas les l levan á observarse ó inspeccionarse
de cerca los unos á los otros, de suerte que si
a lguno de entre ellos so aventurara á. dar con-
sejos capciosos y favorables á sus particula-
res designios, el príncipe seria advertido m u y
pronto.


Pero el remedio radical de este inconve-
n ien te , es que los soberanos t ra ten de conocer
á sus consejeros tan bien como estos se cono-
cen entre sí; pues el primer talento de un mo-
narca consiste en conocer á fondo ios hombres
á quienes emplea. No conviene absolutamente
que el principe honre á sus consejeros con su
confianza, hasta tal punto que puedan espiar
todos sus discursos y acciones paca penetrar en
lo más profundo de su pecho; y los mejores




— 119 —


consejeros son los que emplean sus talentos y
sagacidad en facilitar los asuntos de su señor,
más bien que en comprender sus pensamientos
y en conocer su carácter: cuando se bai len ani-
mados de este espíritu, se ocuparán principal-
mente en darles sabios consejos, y no en lison-
jearle y complacerle. Un método que puede ser
m u y úti l á ios príncipes, consiste en i ndaga r el
parecer de sus consejeros, unus veces en la asam-
blea y otras separadamente; porque un dicta-
men dado en particular es más libre y sincero,
mientras que en público ñ a y mi l consideracio-
nes que obligan á reservar una parte y a lgunas
veces el todo de las opiniones. E n una conver-
sación particular se abandona uno más a rd ien-
temente á su propio impulso, y en una asam-
blea se cede más bien al de los extraños. Es.
pues, necesario emplear alternándolos estos dos
medios: consultar par t icularmente á aquellos
consejeros que t ienen intuios influencia, á fin
de oirlos cuando nada embaraza sus ideas, y en
plena sesión á Jos que ejercen mayor ascendien-
te , para contenerlos con más facilidad en los l í -
mites del respeto.


De nada servirá á un príncipe p regun ta r á
su consejo sobre los asuntos, si no consulta t am-
bién sobro las personas que emplea ó quiere em-




— LIO —
plear en ellos; porque los negocios son como las
imágenes inanimadas , dependiendo los resulta-
dos de las personas elegidas.


Pero los informes que se tomen sobre Jos in -
dividuos, no han de dar sólo una idea genera l ,
vaga y semejante á las que sirven de base á los
teoremas de matemáticas , sino una, idea precisa
y específica: es necesario que las indagaciones
de esta naturaleza t engan por objeto el carácter-
individual y el talento propio de las personas
que vayan á emplearse: la elección juiciosa y
acertada do ios hombres es la prueba más visible
que un príncipe puede dar de su discreción, y
los errores más peligrosos son los que sobre esto
punto se cometen. Los mejores consejeros, como
alguien ha d icho, son los muertos. Estos no
adulan ni e n g a ñ a n , mientras que un consejero
vivo se ve frecuentemente inclinado y o ¡gusas
veces obligado á suavizar ó debilitar la venia m
Así pues, es útil conferenciar de vez en como •
con los libros, sobre todo con los que han sido
escritos por hombres que por si mismos han
desempeñado papeles importantes en el teatro
del mundo .


Hoy dia, los consejos no son, en muchas
par tes , mas que una especie de reuniones ó
círculos familiares, donde se discurre sobre los




— 151 —


asuntos más Lien que se discute sobre ellos,
aunque muchas veces precisa l legar pronto á
una conclusión y convertir en decretos estos
resultados superficiales. Fuera mucho mejor,
cuando se trata de un asunto m u y impor tante ,
proponerlo un dia y aplazar para el s iguiente
la resolución, puesto que la noche madura las
ideas. Esto se hizo cuando se propuso el tratado
de unión entre Ingla ter ra y Escocia, reinando
también en aquella asamblea mucho orden y
regularidad. Yo creo que debería designarse un
dia lijo para las recwsfm ó peticiones de ios
particulares. Por este medio, íes demandantes
ti peticionarios, enterados del dia en que había
de atendérseles, no tendrían necesidad nada
más que de prepararse para entonces, no des-
perdiciando así tanto t iempo.


Mediante esta misma disposición, en las se-
siones en que sólo se debiesen tratar asuntos
importantes, no se distraería la atención en los
iie escaso i ¡iteres.


Al elegir los secretarios que han de enterar
de los asuntos al consejo, debe procurarse que
sean personas del todo indiferentes y que toda-
vía no tengan opinión fija, lo que es mejor que
in ten tar establecer una especie de equilibrio,
combinando con esta mira personas de opuestas




opiniones, cada u n a de las cuales esté en situa-
ción ele defender las que profese. Yo desearía
aún que se estableciesen comisiones perpetuas
dedicadas a diferentes objetos, tales como el co-
mercio, los impuestos, la guer ra , los delitos, etc. ,
y lo mismo para determinados asuntos y pro-
vincias . En los Estados donde h a y muchos con-
sejos subordinados á un consejo superior, como
sucede en España, los inferiores no son, propia-
mente hablando, nada más que comisiones per-
manentes análogas á las que indicarnos aquí,
pero revestidas de mayor autoridad.


Si sucede que el consejo tiene que tomar
datos relativos á lo que concierne á diversas
profesiones, como á las de jurisconsulto, nave -
gan te , comerciante, artesano, etc. , consultará
con preferencia á los hombres que ejercieron
estas mismas profesiones, debiendo extenderse
los informes por los secretarios, y si el caso lo
pidiese, por el consejo reunido. Tampoco debe
permitirse á los consejeros que se presenten en
tumul to ni que hablen gr i tando ó en estilo t r i -
bunicio, pues esto serviría para aturdir y fasci-
na r á la asamblea, más bien que para ilustrarla.


Una mesa m u y larga ó cuadrada, redonda
ú ovalada, etc. , ó sillones colocados alrededor
de la sala y pegando á la pared, no son cosas




del todo indiferentes; y aunque estas disposi-
ciones parecen no afectar mas que á la forma
y ser puramente exteriores, no dejan de en t ra -
ñar efectos m u y reales y positivos. Por ejem-
plo: cuando la mesa es demasiado ancha , el pe-
queño número de personas sen tudas en la extre-
midad principal , t ienen sobre las otras una
ventaja na tura l que frecuentemente les hace
dueños del asunto, mientras (pie cu una mesa
cuadrada, la misma ventaja tendrán los conse-
jeros que ocupen el laclo opuesto.


Cuando el principe asiste en persona al con-
sejo, debe poner un cuidado especialísimo en
ocultar sus pensamientos y opiniones, y en
procura.r también que los consejeros no logren
penetrar su ánimo: pues si consiguen esto, en
vez de emitir cada uno su propio parecer, se
g u i ñ a n el del príncipe, deseosos de lisonjearle
y olvidando el deber que t ienen de aconsejarle
libre y espontáneamente: cantar ían estas pa-
labras: Plucclio tibí. Domine. Señor, yo trataré
do complacerte í l ) .


(1) Salmo do David.




NEUOOlOS.


La fortuna es semejante á un mercado don-
de aguardando un poco se suele comprar más
barato. Pero a lgunas veces se parece á la Sivila,
que á medida, que quema sus libros sube el pre-
cio de los que quedan, y concluye exigiendo
por el úl t imo el valor que pr imeramente hu-
biera pedido por todos. La ocasión, dice el poe-
ta, t iene por cunante una poblada cabellera y
es calva por detrás: y cuando ofrece su vaso,
presenta primero et asa y después el lado opues-
to, por donde es más difícil agarrar lo .


El más alto grado de la prudencia humana
consiste en saber cuál es el momento oportuno
para empezar y la mejor razón para hacer la




— 1 "> 5 —


siembra: cuando el peligro parece pequeño es
muchas veces m u y g rande , y más bien que por
su m a g n i t u d , perjudica á los hombres porque
los sorprende. Cuando ya se le ha visto, con-
viene más saiirle al encuentro que aguardar le :
pues el centinela que vela mucho está expuesto
á dormirse, aunque t enga cercano al enemigo ,
así como incurre en el extremo opuesto el que
rodeándose de precauciones parece que con estas
mismas l lama la atención del peligro y se lo
atrae. /V estos puede sucedentes lo que á los sol-
dados (pao se dejan engañar por u n efecto que
produce ¡a huía, la cual , así que está demasiado
baja, da de espaldas á los enemigos y proyecta
su sombra, hacia adelante, haciéndoles creer
que se hal lan más próximos y estimulándoles
á hacerles disparos que no les a lcanzan.


Antes de obrar es preciso asegurarse de si el
negocio ha. llegado al punto de madurez que re-
quiere; y genera lmente hablando, para realizar
un designio ele importancia conviene encargar
el principio á Argos, el de los cien ojos, y el ü n
a Briareo, el de los cien brazos; es decir, que es
necesario ser desde luego m u y precabido y es-
tar muy v ig i lan te , para poder l legar pronta-
mente al íin que se desea.


El casco de Plu ton, que según la fábula




encubre la marcha del hombre hábil y lo hace
invisible, no representa otra cosa que el secreto
en el consejo y la celeridad en la ejecución: y
cuando l lega el momento de obrar, nada s ign i -
fica la reserva comparada con la ligereza y la
di l igencio, siendo a lgunas veces este secreto
efecto de la celeridad misma, como sucede con
la bala de u n fusil, que á la velocidad de su
marcha debe el pasar invisible á nues t ra vista.


XXII.


D E LA ASTUCIA Y DE LA SUTILEZA.


Por astucia y sutileza comprendemos una
falsa y cr iminal prudencia, que se dir ige siem-
pre por sendas oblicuas y tortuosas. Hay cier-
t amen te una grandís ima diferencia entre un
hombre prudente , no sólo con relación á la vir-




tud, sino también con relación á la sagacidad,
sucediendo en esto como entre los jugadores ,
que no es el mejor el que mueve y maneja las
cartas con más viveza y pront i tud.


Conocer á los hombres y comprender los ne-
gocios, son dos cosas m u y dist inta?. Con fre-
cuencia se ven hombres calculistas y máqu ina -
dores, que podrían representar un panel princi-
pal entre los más astutos facciosos, y no por esto
dejan de ser gentes faltas do luces y talentos.
Muchas veces hay sugetos que pene t ran la
parte Haca de los demás y aun los momentos de
debilidad do los caracteres más enérgicos y so-
veros, y sin embargo ignoran la parte esencial
de los asuntos. Este es el carácter dist intivo de
los que han estudiado en los hombres más que
en los libros. Los individuos de esta clase son
más propios para la práctica, que para la espe-
culativa, y más nara la ejecución que para de-
liberar. Pueden ser útiles mientras se camina
por senderos que les sean m u y conocidos; pero
en el momento en que se les extravía un poco
ele su ruta, toda su astucia y todos sus recursos
vienen á parar en nada. "¿Queréis d i s t ingu i r ,
decía un filosofo de la an t igüedad , ai verdade-
ro sabio del insensato"? Pues mandarlos á pa í -
ses extranjeros y lo conseguiréis.» Aplicando




— 1 5 b —


esta regla á los hombres do que tratamos, ve-
ríamos en seguida su poco fondo. Como estos
hombres tan sutiles y astutos se asemejan á
los pequeños merceros, no será inút i l descubrir
el interior de su tienda..


Un método m u y usado por las personas as-
tu tas , es observar con g r a n atención el rostro
de sus interlocutores, como lo hacen los jesuí-
tas que han establéenlo esíe precepto y que lo
recomiendan y practican por sí mismos, fun-
dándose en que hay algunos hombres que si-
g u e n una conducta prudente , con la. cual m a n -
t ienen reservados los moví mientes de su cora-
zón, pero que sin embargo dejan traslucir en
el semblante el estado del ánimo: se sobreen-
t iende que lo mismo que ios,jesuítas, el que
mira l i jamente á su interlocutor, ha do tener
el cuidado de bajar de cuando en cuando los
ojos.


Otro medio que ofrece la sagacidad para con-
seguir fácil y prontamente lo que de otra -per-
sona se pretende, consiste en emmczar en t re te-
niéndola con un asunto que ir; >S Í do grande
interés , para que, preocupada cmi el, no vea
bien los inconvenientes de acceder á nuestra
exigencia , y para que í»s diñen!;ades y obje-
ciones que debería oponer pasen desapercibidas




á su reflexión. Un sugeto conocido mió, que
era secretario y consejero de Estado bajo el go-
bierno de la reina. Isabel, empleaba con fre-
cuencia este recurso para conseguir de ella lo
que deseaba. Cuando ie ponía a l a íirma a l g u n a
orden, empozaba, distrayendo su atención hacia
a lgún asunto de g rande importancia, con cuyo
ardid conseguía que firmase el documento sin
n i n g u n a dificultad.


También se puede obtener por sorpresa el
consentimiento de u n a persona, haciéndole la
proposición en momentos en que se halle ocu-
pada, por negocios de mucha premura, que, i n -
teresándole vivamente , no ie dejen tiempo para
fijarse en el que, so le presenta.


E n medio ó recurso eficacísimo para des-
componer u n asunto que, propuesto y maneja-
do por otra persona con prudencia y sagacidad
había de dar buen resultado, es encargarse uno
por sí mismo de presentarlo, y fingiendo que
se desea, de todo corazón un éxito feliz, con-
ducirse de manera que no t e n g a n más que re-
chazarlo.


Interrumpirse uno mismo en mi tad del dis-
curso, como si involuntar iamente se hubiese
padecido una equivocación, es un buen medio
de despertar la curiosidad del que oye, que en-




— KJO —
t rará en deseos de conocer todo lo restante de lo
que se lia ya indicado con esta, es t ra tagema.


Como lo que se dice es siempre más intere-
sante y produce mejor efecto si obligamos á
que se nos exija la conversación, que cuando
hablamos por nuestra propia voluntad y sin quo
nadie lo haya deseado, se in ten tará conseguir
lo primero fingiendo un cambio notable en el
tono y en la, expresión del semblante , á fin de
inci tar al interlocutor á que pregunte la causa
ó motivo de la mudanza y nos procure así la
coyuntura que deseamos para explicarnos. De
este medio se valió Xe hernias para llamar la
atención de su soberano, y á la pregunta, que
el príncipe le hizo con este motivo, respondió:
«Esta es la primera vez que mi semblante apa-
rece tr iste delante del rey .»


Cuando se está obligado á comunicar al
príncipe ó á cualquiera otra persona importan-
te una noticia, aiiictiva ó, en genera l , cosas des-
agradables , se debe emplear el artificio de que
la primera, nueva sea denla por una persona, su-
bal terna cuyas palabras no t engan grande au-
toridad, y reservar la parte principal para, una
de más consideración, á fin de que sea interro-
gada y la respuesta parezca m u y natural é in -
dispensable á la p r e g u n t a que se le hace, y aun




como ocasionada sin n i n g u n a preparación pre-
cedente. Medio de que Narciso tuvo la pruden-
cia de valerse para dar al emperador Claudio la
ex t raña noticie, del nuevo matr imonio de Mc-
sal ina, su mujer, con Silio.


Cuando se quiere propagar a l g u n a noticia,
sin que uno parezca el autor de ella y sin. que
la pública, atención se fije en la persona, que la
da, conviene valerse de cualquiera de estas
frasee: ar'e dice que . . . . Ha l legado á nuestra
indicia . . . . etc.a.


Cierto sugeto á quien conozco, cuando es-
cribe una. curta sobre un asunto que le in tere-
sa v ivamente , h a l l a en toda ella do cosas de
escasa., importancia , guardando lo que más in-
terés le inspira, para la postdata, donde hace
mención do ello corno si se le hubiese ol vidado
y le fuera, casi indiferente.


Otro conocido mío usaba un ardid casi se-
mejante , cuando iba á buscar á una persona
para hablarle do un asunto que á él le in te re -
saba: entablaba conversación, no hablando d i -
recta ni exclusivamente de su objeto, hasta
que aprovechando los momentos más oportu-
nos, volvía por sus mismos pasos y se ocupaba
del negocio como de una cosa que casi se le ha -
bía olvidado.


11




— 102 —


Hay otros que. graduando la hora, á que lia
do venir á verlos a lguna persona para, t ralar de
un asunto que les interesa, se ponen a propio
intento a leer una carta relativa al asunte mis-
ino, ó á desempeñar cualquiera otra tarca que
con é! se relacione; de cuyo modo la persona
que l lega cree que les sorprende ocupándose del
negocio en cuestión, y se proporcionon así co-
y u n t u r a á propósito para hablar sobre él como
por casualidad.


Otro medio comparable á ios precedentes,
pero de índole más odiosa, consiste en pronun-
ciar a lgunas palabras atrevidos delante de per-
sona que sea propensa á atr ibuirse los pensa-
mientos ágenos, á fin de que bis repita en di-
ferente lugar y se culpe ó desprestigie por sí
mismo. Des sugetos que me eran conocidos,
pretendían bajo el reinado de la reina Isabel
el destino de secretarios. Aunque los dos pro-
curasen excluir al contrario, vivían bastante
amigablemente, y su misma pretensión les
daba á, veces motivo para dirigirse a lgunas
bromas. Un dia uno de ellos dijo ai otro:
«Solicitar el empleo de secretario cuando el so-
berano está en la época del descenso de su vida,
es exponerse mucho; por mi parte, confieso que
no ambiciono del todo un destino semejante.»




El que escuchaba cogió estas palabras pronun-
ciadas in leui ció cadamente , y en moa conversa-
ción familiar con varios amigos suyos, tuvo la
imprudencia de decir que no tenia g rande inte-
rés en alcanzar el cargo de secretario, porque
era m u y peligroso cuando el monarca se baila-
ba en la edad de su decadencia. Sabido esto
por el otro aspirante á la secretario, maniobró
de manera que llegase á conocimicnlo de la
reina, atr ibuyéndolo á su adversario. La pr in-
cesa, que se creia a u n e n el vigor de ia juven-
tud, no pudo saber esto sin g ran disgusto, y
desde entonces no le permitió q u e volviese ó,
hablar del empleo que solicitaba.


Otro recurso del mismo género, que los i n -
gleses expresan m u y r idiculamente por la ex-
presión proverbial de «cambiar el ga to en la
sartén,•> consiste en atr ibuir á. otra persona lo
mismo que nosotros le hemos dicho en su cara.
Es m u y fácil y nada expuesto enterar á los de-
más de este modo, pues cuando las palabras
han sido dichas en una conversación sin otros
testigos que los dos individuos que lo tuvieron,
¿quién podrá. en úl t imo caso, doseu! rir la ver-
dad y culpar al uno más ni menos que al otro?
Frecuentemente , ninguno de ambos inter locu-
tores podrá saber cuál de ellos es mía culpado.




— 104 —


No menos pérfido es el medio de acusar i n -
directamente á los demás disculpándose uno á
sí mismo, valiéndose de proposiciones nega t i -
vas, como por ejemplo: no entraré en otras ave-
r iguaciones, pero puedo asegurar nao jamas lie
tenido tal ó cual proyecto, etc.; medio de que
Tigelino so valió para hacer que Nerón sospe-
chase de Burrhus: «En cuanto á mí. decía, no
se me verá forjar proyectos para otro reinado:
mi única ambición consiste en ver gozar ai
emperador de u n a salud completa, y en que
reine la.rgo tiempo.»


Hay laminen personas que tienen una g ran-
dísima abundancia de cuentos ó anzolólas que
hacen servir á su propósito, envolviendo en ¡dios
todo cuanto quieren decir, con cuyo medio con-
s iguen no ser importunos con sus palabras y
hacer agradable lo mismo que t ienen que co-
municar .


Cuando se quiere hacer una pregunta a. otra
persona, es bueno expresarse de modo que no
se la obligue á contestar inmedia tamente , sino
que se comprenda la respuesta, aunque la dé
enunciada en los mismos términos que se ha-
y a n empicado para interrogarle , lo cual ahorra
mucho embarazo y ayuda á la decisión.


Hay personas que aguardan en las conver-




— 10 o —
saciónos durante un tiempo infinito, la ocasión
•.lo poder aventurar lo que t ienen que decir,
¡(.'uántas vueltas y revueltas dan antes de fijar-
se en ol punto á donde su designio y sus mira-
das se dir igen! ¡Cuántos diferentes asuntos tra-
tan y recuerdan tintes de l legar al suyo! Este
os un arte (pie exige mucha paciencia, pero no
deja por eso de tener su ut i l idad.


Una p regun ta atrevida 6 imprevista, basta
algunas veces para desconcertar al hombre más
sereno y para sorprenderle hasta el punto de
obligarlo á descubrirse. Esto fué' lo que ocurrió
hace algunos unios á un sugeto que habia sido
desterrado do Londres, y que habiendo vuelto
antes do tener cumplido su castigo, adoptó otro
nombre á. fin de no ser fácilmente descubierto.
>e paseaba un dia por la iglesia de San Pablo,
y una persona, á quien de antemano se habia
prevenido, se le acercó y llamó al oido por su
propio nombro, y volvió la cabeza apresurada-
mente y sorprendiéndose, con lo cual él mismo
se descubrió.


Al lin. estos medios tan ruines abundan
mucho , y sería conveniente reunirlos en u n a
colección, porque nada es tan perjudicial en u n
Estado como el error que frecuentemente con-
funde la astucia y la sutileza con la prudencia.




Sin embargo de todo, hay entro esta clase
de gentes muchísimos individuos <¡ue no sir-
ven para otra cosa sino que para empezar y para
concluir los negocios, siendo absolutamente i n -
útiles en el curso de ellos. Se parecen á una de
esas casas de hermosa apar iencia . que tienen
puerta magnífica y una escalera no menos sun-
tuosa, y que luego no ofrecen á sus moradores
una sola habitación donde pueda estarse con al-
g u n a comodidad. Cuando u n asunto ha llegado
casi á su fin, podrán encontrar a lguna buena sa-
lida y preveer a l g ú n feliz resultado, pero no dan
n i n g ú n provecho mientras se está deliberando
sobre él. y menos aún ai tiempo do debatirse. Si
se ha de creer lo que dicen, ellos no son hom-
bres nacidos para disputar, sino para practicar
y dir igi r á los otros. Hay personas que quieren
mejor levantar su fortuna sobre los lazos que
t ienden á los demás, que sobre bases sólidas y
duraderas. A éstos debe recordárseles aquella
máx ima de Salomón, que dice: «.VA sabio se
contenta con cuidar de sí y de sus propias ac-
ciones: el insensato se separa del buen camino,
y se introduce en los tortuosos senderos de la
astucia y las maquinaciones.




XXIII.


OK LA FALSA Pi'.UlMiXCIA Di-iL EGOÍSTA.


La hormiga os un an imalü lo que compren-
do m u y Lien sos intereses; pero no por eso deja
do ser >ma plaga para los j a rd ines y los campos,
igua lmente , el hombre que se ama demasiado
es u n a verdadera calamidad pública. Aprended
á conciliar vuestros intereses con los intereses
comunes: salwd ser justos con vosotros mismos
sin ser injustos con ios demás, y principalmen-
te con vuestra, patria y vuestro rey . Es la. cosa
más vil y despreciable el hombre que o h i d á n -
dose de todo, so hace él mismo el centro de
todas sus aspiraciones y designios. Esto es con-
vertirse en un sor mater ia l y completamen-
te mundano, olvidando que si vivimos sobre la




— 108 —


t ierra y permanecemos en ella durante un pe-
ríodo más ó menos largo, tenemos otros intere-
ses que se relacionan con el Cielo, por los cua-
les debemos mirar , haciendo á éste el objeto
principal de nuestras obras y deseos.


E l egoísmo de u n príncipe no es tan culpa-
ble como el de otro cualquier individuo, pues
aunque un príncipe h a g a su persona el centro
de todo su interés, éste no es el de un solo hom-
bro, sino el de u n g ran número de sus seme-
jan tes , afectando mucho á la fortuna pública
el bien y el mal que le suceda. Cuando este
vicio llega á ser el único móvil de un subdito
en una monarquía y de un ciudadano en una
república, se convierte en u n a verdadera, cala-
midad. Todos los negocios que pasen por sus
manos se resent i rán de sus miras interesadas:
separándolos de su dirección natura l , los llevará
por el oblicuo camino de sus particulares inte-
reses, que son casi siempre contrarios á los de!
príncipe ó á los del Estado. Por esto los monar-
cas deben poner su confianza sólo en hombres
que no t e n g a n este vicio n i mucho menos se
hallen dominados por é l , si quieren que los
encargos que les confien produzcan la utilidad
que agua rdan .


Lo que hace más dañoso el egoísmo de esta




— lr,!l —


clase de hombres, es que no guarda n i n g u n a
proporción el beneficio que para sí reservan con
el inmenso perjuicio que hacen sufrir á los de-
más. Sería m u y cr iminal que sacrificasen, los
intereses del príncipe á igua l cant idad de los
suyos propios: pero aun es mayor delito procu-
rarse una, pequeña, ventaja á costa de grandes
perjuicios ocasionados al soberano ó al Estado.
Esta conducta es la que s iguen los ministros,
tesoreros, embajadores,generales, oficiales, etc. ,
cuando so hal lan dominados por el vicio de que
hablamos, igua lmente que otros servidores in -
fieles y corrompidos. Una vez colocados en la
balanza sus intereses, siempre, y á t rueque de
todo, la inc l inan hacia sí a r ruinando muchas
veces los más importantes negocios del amo
que se los confió. Frecuentemente sucede que
la ventaja que logran es sólo proporcionada á
su fortuna, mientras que el perjuicio que oca-
sionan es relativo á la del monarca: pues los
egoístas lo son todo menos escrupulosos, y no
hallarán dificultad en incendiar la casa de su
'cecino para tener lumbre donde freír un huevo.
Sin embargo, estos mismos hombres se afanan
algunas veces por los intereses de sus amos,
siendo después de los suyos los únicos por que
miran , y á unos ó á otros sacrifican frecuente-




— 1 7 0 —


mente los más importantes negocios ti el sobe-
rano ó del listado.


La prudencia del egoísta se divide en mu-
chas especies, todas á cual más perniciosas.
Unas veces t iene la prudencia de las ratas, que
cuidan m u y bien de abandonar una r;iai cuan-
do está próxima á desplomarse: otras ia, de la
zorra, que sorprendo al conejo en la madr igue-
ra que para sí ha hecho y se aprovecha de ella;
a lgunas veces la del cocodrilo, que deja correr
sus lágr imas cuando quiere devorar. Pero lo
que no debe echarse en olvido es que esta clase
de hombres, qao sin tener rivales son tan aman-
tes de sí mismos, género de carácter que Cice-
rón at r ibuye á bempeyo, acaban genera lmente
por naufragar en sus designios, y después de
no haber hecho otra cosa durante su vida que
sacrificios en su propio honor, concluyen por
ser víctimas inmoladas á la inconstau na de la
fortuna, cuya rueda se habrán vanagloriado
a lguna vez de fijar con su prudencia intere-
sada.




— 1 7 1 —


XXIV.


j)E LAS IXXOVACÍOXES.


Tocio an imal nace informe, y en esta pr ime-
ra época de su existencia puede considerarse
como un simple bosquejo. listo mismo puede de-
cirse de las innovaciones, que son las hijas del
t iempo, aunque en verdad esta regla t iene sus
excepciones, puesto que vemos con frecuencia
que los individuos que más ilustran una familia
son mas dignos do esta elevación que sus des-
cendientes. Pero lo que decimos de ios hombres
es necesario decirlo también do las cosas; y en
la mayor parte de las insti tuciones humanas ,
el primer plan, que es corno el primer modelo ó
el original, no conserva casi n i n g ú n parecido
con las diferentes copias ó transformaciones que




se hacen en los tiempos ulteriores: esto consiste
en que el mal , que la h u m a n a naturaleza sigue
voluntar iamente después que dio el primer paso
en el camino de su perdición, marcha siempre
en crecimiento: mientras que e l i d e n , hacia el
cual no se incl ina sino que haciéndose una g ran
violencia, va. cont inua y na tura lmente decre-
ciendo.


Todo remedio es una innovación, y por esto
se h u y e n con frecuencia y consideran como
nuevos males. El mayor de todos los innovado-
res es el t iempo: pero el tiempo que cambia na-
tu ra lmen te las cosas llevándolas de m a l ó n peor,
como acabamos de indicar , ¿qué esperanzas po-
drá ofrecer al hombro de te rminar sus males, si
el hombre mismo no pone e n j u e g o su pruden-
cia y actividad para cambiar en bien sus infor-
tunios? Es cierto que las insti tuciones de largo
tiempo establecidas convienen mejor á las cos-
tumbres y batatos de los que se rigen por ellas,
adquiriendo con esta la rga unión una conformi-
dad y conexión que las mant iene adaptadas en-
tre sí, y las hace como más propias y naturales
las unas para las otras, mientras que las nuevas
hal lan resistencia en las an t iguas , en las cua-
les introducen cierta turbación; y por buenas
y convenientes que puedan ser por la vir tud




de su propia naturaleza, ocasionan, siempre al-
g ú n perjuicio, fundado en la antedicha falta de
armonía y conformidad. Son miradas como los
extranjeros, los cuales inspiran más sorpresa y
curiosidad que cariño.


Todo lo gue acabamos: de deaiü será muy
cierto cuando el tiempo no introduzca ó reclame
na tura lmente a lgún cambio: poro no en caso
contrario, pues el tiempo corre perennemente
como las aguas de u n rio caudaloso, y su insta-
bilidad es tanta, que la excesiva duración de
las instituciones y un apego obstinado á las an-
tiguas costumbres, causan iguales ó mayores
males y turbulencias que las mismas innova-
ciones, siendo mirados los que t ienen g r a n ve-
neración por las ant igüedades como objeto de
risa ó de mofa para sus contemporáneos, fin
vista de esto, los hombres deberían imi tar en
Jas innovaciones la conducta del t iempo, que
conduce sin duda á grandes y radicales m u -
danzas, pero que lo hace por grados insensi-
bles y casi desapercibidos. Do otro modo sucede
que toda novedad se mira con desconfianza, y
aunque mejoren a lgunas cosas so conseguirá
que otras empeoren, porque el que gana con la
reforma lo a t r ibuye solo al t iempo, y oi que se
siente perjudicado la mi ra como una injusti-




— I7i —


cia y hace objeto de sus quejas á los innova-
dores.


Debe reflexionarse m u y maduramente antes
de adoptar c hacer experimentos en Jos cuerpos
políticos, para remediar sus males, fuera de
aquellos en so? de una urgente necesidad, ó de
una ventaja ó conveniencia, palpables. Y antes
de determinarse á introducir las innovaciones,
hay que asegurarse de que es el deseo de refor-
mas saludables el que reclama el cambio, y no
el deseo de cambiar el que produce las refor-
mas. En una palabra, toda innovación se debe,
si no rechazar, por lo menos mirar como sospe-
chosa, que es lo que nos dice la. Sagrada Es-
critura en estas frases : «Empecemos nuestro
camino por los senderos ant iguos , y miremos
desde olios pr¡ra encontrar ru ta mejor: después
que la hayamos encontrado, tengamos el sufi-
ciente valor r>ara penetrar por ella.»




XXV.


)):•; L\ EXI'KOTCIOX EN F.OS NEGOCIOS.


Una dil igencia afectada es en los negocios
un verdadero obstáculo : se la podida comparar
á lo que los médicos l laman predigesíion ó di-
gestión precipitada, que acelera demasiado el
curso de las operaciones del estómago, y ocasio-
ne, gran daño llenando el cuerpo de humores
viciados, que son el origen de casi todas las en-
fermedades. No hay , pues, que medir la di l i -
gencia por el tiempo empleado, sino por el pro-
greso que se haya hecho Lacia el objeto de
nuestras aspiraciones: pues así como en la car-
rera no so adelanta más con alzar mucho los
pies y dar grandes y descompuestos saltos,
sino con dir igir bien los pasos y aprovechar las




— 1 7 0 —


fuerzas, así en los negocios no consiste ta acti-
vidad en abarcarlo todo á la vez. sino <m seguir
el asunto con constancia y discreción.


H a y muchos hombres que se precian de ser
m u y trabajadores y laboriosos; y siendo más
amigos de aparecer diestros y ligeros que de
serlo en realidad. lo precipi tan todo sin conse-
g u i r n i n g ú n provecho. Abreviar un negocio
simplificando las materias ó las partes que en-
tren en él, y simplificarlo t runcando esas mis-
mas partes, son dos cosas m u y dist intas. ( 'uando
u n negocio se maneja con precipitación, se ade-
lanta y atrasa a l ternat ivamente sin tener segu-
ridad en lo (¡ue se hace , y hay i ¡ >e empezarlo
más de una vez. Un sugeto á quien yo conocía,
recome ¡.'.daba siempre la calma en todas las co-
sas, y cuando a lguno andaba m u y apresurado
por acabar a lgún asunto, le decía: «.~So corra V.
tanto y l legará más pronto.»


La verdadera dil igencia es una cualidad
preciosa: porque el tiempo es la verdadera m e -
dida del valor de los negocios, así como el d i -
nero lo es de las mercancías, y de aquellos que
invier ten mucho tiempo puede decirse que cues-
tan m u y caros. La lent i tud de los espartanos
entre los ant iguos , y la de los españoles entre
los modernos, se han hecho proverbiales, ha -




bieiido dado lugar á este adagio: «/ Yatr/a mi
¡Huerto rfe JíspaTia.'» es decir, puede mi muerte
venir de España, que entonces es posible que
muera de viejo.


A los que dan las primeras explicaciones so-
bre un asunto, conviene prestarles atención y
guardarse m u y bien de interrumpir les el hilo
de su relato, pues t rayendo do an temano prepa-
radas sus ideas, si se les obliga á variar el or-
den ele ellas', nadarán repitiendo muchas veces
una misma cosa basta que de nuevo arreglen
su discurso, para lo cual necesitan indispensa-
blemente a lgún tiempo; pero aún así. nunca se
habrán expresado tan bien como si se hub ie ran
oido sin replicar. E n el teatro sucede que el
apuntador se ba.ee muchas veces más molesto y
enojoso que el actor que no sabe bien su papel.


No cabe duda en que las repeticiones hacen
perder tiempo: pero sin embargo, n i n g u n a cosa
abrevia tanto como ellas los negocios, cuando
se emplean para aclarar bien el estado de éstos,
de cuyo modo se ahorra u n a g r a n parte de los
discursos inút i les . Los discursos prolijos y re-
buscados, no son más cómodos para la explica-
ción de ios negocios que un vestido talar con
larga, cola, lo sería para correr.


Los discursos prel iminares, las digresiones,




las excusas, los cumplimientos y otros acceso-
rios que no sirven ni interesan nada más que a
quien ios emplea, hacen perder mucho tiempo,
y aunque parezcan pruebas de modestia, es sin.
embargo la. vanidad la cansa que los sngiei-e.
Pero si se observa que las personas con quienes
se tenga entablado ó vaya á entablar*.-* a lgún
negocio t ienen el ánimo prevenido contraria-
mente , no conviene apresurarse á entrar en ma-
teria . pues toda prevención exige un exordio <\
preámbuio que la destruya, asi como para intro-
ducir un ungüen to se necesita una larga fro-
tación.


.La verdadera, actividad en los negocio.'? es el
orden, el método, una juiciosa distribución y
divisiones exactas. Sin embargo, no se necesita
que éstas se mul t ip l iquen mucho ni se funden
en distinciones muy sutiles; porque si es cierto
que el que no divide nada absolutamente el
todo j amás podrá comprender bien el asunte,
también lo es que el que lo divido demasiad-)
oscurecerá la materia en vez de aclararla y
nunca podrá salir con honor del negocio en que
se empeñe. El verdadero medio de ahorrar el
t iempo, es ocupar bien aquel de que disponga-
mos, pues todo lo que se hace fuera, de sazón
no es otra cosa que vano ruido. | ? n todo negocio




hay tres partes esenciales: la preparación, el
examen ó discusión, y la ejecución ó conclu-
sión. Si se quiere activar, el examen es lo que
pide más tiempo y más personas: las otras dos
partes necesitan muchas menos. •


Proceder por escrito al principiar un nego-
cio, es un medio que facilita la discusión y con-
t r ibuye á la expedición; porque aunque se su-
ponga que este primer escrito sea rechazado, la
misma negat iva dará más luces que una consi-
deración vaga y verbal sobre el negocio.


XXVI.


DE LA AFECTACIÓN DE PRUDENCIA Y DEL MANEJO


QUE USAN LOS AFICIONADOS Á FORMALIDADES.


Si hemos de dar crédito á la opinion común,
ios franceses saben más de lo que aparentan , y
los españoles aparentan más de lo que saben.




—- 180 —
Pero sea ele esto lo que quiera respecto de las na-
ciones, es indudable que pueden hacerse dichas
distinciones respecto de los individuos: el Após-
tol ha dicho de los falsos devotos, que t ienen
todas las apariencias de la piedad, sin tener
ninguno de los efectos reales de esta virtud.
Tales son t ambién los hombres de que tratamos
en este artículo, los cuales t ienen la costum-
bre de no hacer nada sin un g rande aparato de
gravedad.


Es u n espectáculo verdaderamente risible
el que presentan á la vista de un hombre de
juicio, viéndolos con qué manejo y artideio
t ratan de presentar como cuerpo «Uñlo una sim-
ple supcríieie. Algunos son tan advertidos y
reservados, que nunca se presentan C l a r a m e n -
te sobre n i n g ú n negocio, apare id ando siem-
pre reservar algo, y cuando rao pueden ocul-
tar de otro modo su ignorancia verdadera, Un-
g e n no decir muchas cosas porque la prudencia
lo prohibe. Otros hab lan sólo por gestos y ade-
manes , y por decirlo de este modo, parecen
sabios do pantomima, á. propósito 'de ios cuales
ha íMcho Cjcerojí dirigUmüosc á P i s ó n : «Tú
nos dices alzatído una ceja hasta lo alto de la
frente y bajando la otra hasta la barba, que
te causa horror la crueldad.»




— 1S1 —


Hay otros, que creyendo imponer y autori-
zar con una palabra ó expresión dicha con aire
decisivo y sentencioso, parten de ella dando
por demostrado y tomando por base lo que son
incapaces do probar. Otros aparentan desprecio
hacia todo lo que supera á su capacidad, y ocu-
pándose de ¡os asuntos de esta clase como por
encima y ron cierta indiferencia desdeñosa,
t ra tan de que su ignorancia pase por una prue-
ba de juicio y sabiduría. Tfay además algunos
que tienen siempre á la mano una excepción
con que entretener ó burlar el asunto, esqui-
vando de este modo el punto esencial de que se
trata. Áuio-Gelio los pinta perfectamente di-
ciendo que son: «Unos hombres decidores de
futilezas, capaces con sus repetidas distinciones
de pulverizar el objeto más sólido.» Platón nos
presenta también u n ejemplo de estos en su
Protágoran at r ibuyendo á Prodico un discurso
compuesto todo de excepciones y sutilezas desde
el principio basta el fin. E n toda deliberación,
los hombres de este carácter adoptan Ja nega-
tiva, porque una vez desechada la proposición
puesta sobra (q tapete, no queda nada que ha-
cer, mientras que si se admite á discusión, es
una nueva obra que t iene que ejecutarse.


Para, terminar este artículo, diremos que no




hay comerciante próximo á quebrar, n i pobre
vergonzante que emplee tanto artíllelo para es-
conder su miseria y mantener su crédito, como
emplea u n hombre de esta naturaleza para ad-
quirir ó conservar reputación de prudencia y
sabiduría. Algunas veces aciertan por casuali-
dad, y suelen l legar á representar cierto papel;
pero debemos guardarnos de encargarles nego-
cios de importancia, pues es más fácil sacar
partido de otros hombres menos discretos, pero
que sean más francos, que de estos tan amigos
de formalidades.


XXVII.


DE LA AMISTAD.


«Un hombre que busca la soledad, es u n a
bestia salvaje ó un dios.» El que habló así no




pudo reuni r en menos palabras más verdades y
e r r o r e s : porque si no es dudoso que el hombro
que h u y e e í trato do los demás racionales y que
t iene una aversión na tura l y profunda hacia la
sociedad de ios otros hombres, participa, algo
de i a bestia salvaje, es. sí, absolutamente falso
que t enga algo de divino el que se aleja por
rompiólo del trato de sus semejantes, a. menos
que esto recogimiento t enga por objeto gozar
mayor t ranquil idad para entregarse á las me-
ditaciones de las cosas reveladas, cuyos goces
espirituales creyeron equivocadamente disfru-
tar a lgunos paganos, tales como Epimenides
de Creía, Kmpedocles de Sicilia y a l g ú n otro,
siendo s i n embargo realmente cierto, que esos
mismos goces fueron disfrutados por muchos de
entre nuestros ant iguos anacoretas y de los pa-
dres de la, iglesia cristiana.


Pero hay pocos hombres que comprendan
perfectamente en qué consiste la verdadera so-
ledad y que t e n g a n de ella u n a idea cabal y
perfecta; pues un gent ío , por numeroso que
sea, no forma por esto sólo una sociedad, n i una
mult i tud de rostros es otra cosa que una ga le -
na, de retratos, é igualmente una conversación
entre personas que las unas para las otras son
indiferentes, no es más agradable que el soni-




— IS1 —


do de xin címbalo. Este adagio lat ino: «(Jrart
ciudad, g r a n soledad,» atest igua lo que de-
cimos.


En una población de g r a n extensión no
pueden los amigos reunirse con tanta facilidad
y por consiguiente con tan ta frecuencia, ba -
ilándose separados por mayores distancias. De
cualquier modo que sea, puede asegurarse que
la soledad más horrorosa es la que sufre un
hombre sin amigos, y también se puede decir
que el mundo sin la amistad es el mayor de los
desiertos. Bajo este punto de vista, el hombre
incapaz de tener amigos t iene mucho parecido
con una bestia, salvaje.


El principal fruto de la amistad consiste en
que proporciona el medio de compartir el peso
de ios pensamientos, muchas veces ailictivos,
que las pasiones que nos agitan reproducen sin
cesar, cié cuyo modo se alivia considerablemen-
te ei corazón.


Se "puede tomar zarzaparrilla para las afec-
ciones del h ígado, ñor de azufre para las infla-
maciones pulmonares, agua mezclada con t in-
tura de acero para las opilaciones del bazo, y
castóreo para fortificar el cerebro; pero no hay
medicina t an eficaz para librar el corazón de la
opresión que producen nuestras penas, como un




amigo al cual comuniquemos nuestros place-
res, nuestros disgustos, nuestros temores, nues-
tras sospechas, etc . , cuyo género de comunica-
ción tiene a lguna analogía con la confesión
auricular.


A primera vista nos asombramos de que los
príncipe-- den tanto valor á osla ciase de amis-
tad de que hablamos', y de que muchas veces
expongan por sostenerla su persona, y hasta la
seguridad y sosiego de sus reinos; pero esto
ocurre porque un monarca no puede recoger
los dulces frutos de esta, preciosa amistad sino
que elevando hasta, sí á uno de sus subdi-
tos y haciéndole en cierto modo su compañero
y su igua l , lo cual t iene grandes inconvenien-
tes y expone á graves pelign•-. Las lenguas
modernas , que dan á esta clase de amigos
¡ie los reyes el nombre de privados , favori-
tos, etc. . parecen significar de parte del pr ín-
cipe que esta privanza ó predilección es una
gracia especial ; pero en las lenguas a n t i -
guas sucedía de otro modo, empleándose entre
los romanos la denominación de p a . j ' i i c i j w a c a -
' ¡ • p i ' i m , que significa partícipe de los cuidados
y las inquietudes. Lo que prueba, que es real-
mente adecuada esta denominación , es que
nada estrecha y fortifica tanto los lazos de la




amistad entre el principo y esta elasv de ami -
gos, como la participación que les concede en
los negocias: verdad que no sido se *u acorva en
los monarcas débiles y esclavos de sus paciones,
sino también en ios de más ' irme voluntad y
de talentos \ calidades más recomendó Idos, lo
ntis.no políticas que morales. Algunos han fa-
vorecido á determinados sugeíos de cutre sus
subditos, basta el extremo de darles y recibir
de olios el t i tulo de amigos, y de hacer que los
demás ios designen también con esta palabra,
que ordinariamente se emplea de particular á
part icular .


Cuando Si la se elevó al poder supremo, fa-
voreció extraordinariamente á Pompeyo, que
después fué honrado con el sobrenombre de
g rande , y llegó el caso de que éste se lison-
jease de que tenia más poder que su protector:
Pompeyo logró en una ocasión obtener el con-
sulado para uno de sus amigos, á. pesar de los
manejos y aspiraciones de Sila, y estando éste
expresándole su descontento con a lguna a l t i -
vez, el joven le impuso silencio con esta res-
puesta: «El sol saliente t iene más adoradores
que el sol que se pone.» César vivía en tan
g rande in t imidad con Décimo Bruto, que le
habla insti tuido por su heredero después de su




— L S 7 —


sobrino Octavio; esto supuesto amigo tuvo bas-
tante predominio sobro la voluntad de César
para atraerlo al senado donde los conjurados le
aguardaban para darle muer te , int imidado por
algunos nodos presagios y por un sueño que
halda tonillo su mujer Calpurnia, habia resuel-
to no asistir aquel (lia á. la sesión ni salir de su
casa, y entonces Bruto, cogiéndole de la mano,
le dijo: e Ya mus. yo aguardo que para venir al
senado no e s p e r a r a s que tu mujer t enga mejo-
res ensueños,» con lo cual le determino á salir.


Poseía, lauda tal punto el favor y la confian-
za de Julio ÍYwar, que Antonio, en una carta
que Cicerón recitó palabra por palabra en una de
sus filípicas, le calificaba de encantador, s ign i -
ficando (pie habia como hechizado á César. Oc-
tavio habia, honrado y dist inguido con una
amistad tan estrecha á Agripa, hombre de baja
condición, (¡oe habiendo preguntado un dia á
Mecenas con quién casaría á su hija Jul ia , re-
cibió de él esta respuesta: « E s preciso casarla
con Agripa, ó hacerla morir: pues Jo has elevado
tanto, que cutre estos dos extremos no hay me-
dio posible. •> Ida amistad de Tiberio con Seyano
era. tan estrecha y de tal modo lo habia aproxi-
mado á si, que entrambos eran mirados como
una sola persona, y en una carta, que el p r ínc i -




pe le escribió se expresaba de este modo: «Creo
que en consideración á nuestra amis tad . no
debo ocultaros nada.» Así fué, que queriendo
honrar el senado esta amistad extraordinaria
del principe, ie hizo er igir un altar como á una
diosa. Se observa otra amistad tan estrecha por
lo menos como la de lo? anteriores ejemplos, en-
tre Séptimo Severo y Plautia.no. por la cual se
creyó este úl t imo autorizado para t ra tar á los
hijos de su amigo con una dureza excesiva, á
pesar de los cuales y de todas las demás afec-
ciones de este emperador, man ten ía en lugar
preferente sus relaciones. Así lo atestigua, en
una certa dir igida al senado sobre este sugeto,
en la que decia: «Es tal mi afecto por esta per-
sona, que deseo que me sobreviva.»


Si estos principes hubiesen sido de una ín-
dole semejonte á la de Traja.no ó á ia de Marco
Aurelio, podría atribuirse una te rnura tan ex-
t remada á ia bondad natural do su carácter;
pero observando cuan Armes, severos y apegados
á sus propios intereses eran estos emperadores de
que tratamos, nos veremos obligados á concluir
que, á pesar de que poseían el mayor poder y
grandeza á que un mortal puedo aspirar, h u -
bieran creído imperfecta su propia, felicidad, si
la adquisición de un amigo de esta especie no




la hubiese perfeccionado. Pero lo que principal-
men te debe l lamar nuestra atención, es que es-
tos príncipes tenían esposa, hijos, sobrinos, etc.
Seguramente n i n g u n o de éstos podía ocupar el
lugar do u n amigo .


Sin embargo de lo dicho, Felipe «le ('omines
dice á propósito de Garios el Temerario, duque
de Borgoña, que jamás consultaba sus negocios
con nadie, y que á nadie comunicaba sus in-
quietudes y sus penas más angustiosas y pene-
trantes . Hacia el fin de su vida, añade , esta, re-
serva extraordinaria llegó á turbar un poco su
razón. El mismo (tomines hubiera podido hacer
igual observación, si lo hubiese creído necesa-
rio, de huís Mí, rey de Francia, que lué su se-
gundo señor, cuyo carácter sombra; y reserva-
do se convirtió en su verdugo durante ios ú l t i -
mos años de su vejez y de su vida. Esto precep-
to simbólico de Pitágoras: «No devores tu cora-
zón,» aunque u n poco oscuro y en igmát ico ,
no deja de estar lleno de sentido: y si. no temie-
se usar de una calificación demasiado dura,
diria que los hombres que no t ienen amigos
verdaderos á quienes comunicar lo que abr iga
su pecho, son u n a especie de antropófagos ó
caníbales que devoran su propio corazón.


También debe observarse sobre este primer




— 190 —


fruto ele le amistad, que la libre comunicación
de un hombre con su amigo produce dos efec-
tos igua lmen te saludables aunque opuestos: es
decir, que aumenta los goces y d isminuye las
pesares: pues no existe seguramente n i n g ú n
hombre que tenga, costumbre de participar sus
asuntos do tudas especies á otra, persona, que
no sienta placer comunicando sus alegrías,
y que no alivie su alma, de las nenas que la
mart i r izan y afligen, descarga uu ola, por de-
cirlo así. en el pecho de u n amigo verdadero.
Así es, que puede decirse conrazmi que la amis-
tad produce en el a lma ios diferentes efectos
que la piedra filosofal en el cuerpo humano ,
pues si hemos do creer a- los alquimistas, éstos
le atr ibuyen resultados contrarios, qero i gua l -
mente ventajosos. Mas no hay que recurrir á
las operaciones misteriosas de Ja alquimia en
busca de imágenes sensibles que se nos presen-
t an mejor en el curso ordinario do la naturaleza,
para demostrar las ventajas de Ja amistad: ve-
mos en las composiciones físicas que la unión
facilita y fortalece las acciones naturales , mien-
tras que debilita y amort igua toda impresión
violenta: la unión de las almas produce t a m -
bién en ellas este doble efecto.


El segundo fruto de la amistad no es m é -




nos úti l i iara esclarecer el espirita, que el pr i -
mero para aumenta r los placeras y disminuir
los p r s a w y aflicciones del corazón: porque si
estas libres y afectuosas comunicaciones serenar:
las f tempestades y borrascas do-irnos!ras pasio-
nes, estableciendo la calma y tranquilidad en
el alma humana , también disipa la oscuridad
y confusión do! en tendimiento , derramando en
él una luz tan viva, como suave y agradable .
Y no se crea que esto depende solo de h s conse-
jos amistosos que se pueden recibir de las sa-
ludables y desinteresadas intenciones de u n
amigo: estos consejos constituyen u n a nueva
veníaja de que hablaremos después, un poco di-
ferente de la que ahora nos ocupa. Todo hombre
que tenga su espíritu agitado y como oscure-
cido por una mul t i tud de pensamientos que no
pueda, desenredar fácilmente, sentirá que sus
ideas se aclaran y su razón se afirma, con solo
comunicarlos á un amigo y discurrir con él
sobre (dios; porque entonces discute sus opinio-
nes con más facilidad, ar regla sus ideas con
más orden, y .juzga mejor de la verdad y ut i -
lidad de sus pensamientos , luego que los ha
expresa/lo con palabras. Por este medio se hace
más prudente que si estuviese abandonado á sí
mismo, no siendo dudoso que este efecto se lo-




gra mejor en una conversación de una hora
que en una meditación do un dia entero.


Temístocles empleaba una comparación
m u y exacta, al decir al rey de Persia que los
discursos de Jos hombres son como los tapices
pintados cuando después de extendidos mues-
t r an claramente a la vista los objetos que el di-
bujo representa: y que los pensamientos, antes
de comunicarlos, son corno esos mismos tapices
mientras permanecen enrollados.


Esto segundo fruto de la amistad, que con-
siste en desahogar el espíritu y esclarecer las
ideas, no se crea que sólo puede obtenerse de
amigos do un talento superior y capaces de
ciar un consejo acertado. Un interlocutor tan
perfecto, desde luego que valdría m á s ; pero
sin embargo do esto, uno mismo se instruye
comunicando sus pensamientos, aunque sea á
u n amigo que nada haya de facilitarnos la
tarea, y afilando, por decirlo así, el ingenio
contra una piedra que si no corta haga, cortar.
En una palabra, sería mejor expresarnos ante
una estatua ó ante u n cuadro pintado, (pie per-
manecer silencioso y en una meditación conti-
nuada , que sin duda ahoga los mejores pen-
samientos.


Para hacer más completo este segundo fruto




de la. amistad, puede añadírsele otra ventaja
que es más sensible y más genera lmente cono-
cida: me refiero á, los consejos saludables y
desinteresados que se pueden recibir de u n
amigo. íleráclito lia. dicho con razón, en uno
de sus en igmas , que la luz reflejada es siempre
la mejor: y no es dudoso que la que se recibe
por el consejo de un amigo , es más pura que la
que uno puede sacar de su propio entendimien-
to, que está siempre, en cierto modo, descom-
puesta y alterada por muchas pasiones y gustos
habituales; de suerte que entre el consejo de un
amigo y el nuestro propio, h a y la misma, dife-
rencia que entre el de un amigo leal y el de un
adulador; pues el mayor adulador que existe es
nuestro amor propio, y el más seguro remedio
contra sus lisonjas es la franqueza y la l ibertad
do una persona sincera.


Hay dos ciases de consejos, de los cuales
unos se refieren á las costumbres y otros á los
negocios. E n cuanto á los de la pr imera espe-
cie, los avisos leales de u n amigo son los más
suaves y seguros preservativos para conservar
un sano corazón. Pedirse as í mismo una cuen-
ta exacta y severa, es u n remedio demasiado
penetrante y corrosivo. La simple lectura de
los libros de moral , es un remedio extremada-




mente débil. Observar cada uno sus propias
fal tas y considerarlas en otro individuo сопло
en un espejo, os un remedio tanto menos segu­
ro cuanto que este espejo es frecuentemente
infiel y no presenta ó rellqja con exact i tud las
imágenes . Así pues, la más eficaz y suave me­
dicina es, sin disputa, el consejo de un amigo
franco y leal. Las personas que no t ienen á su
disposición un amigo que pueda hablarlos l i ­
bremente de ellas mismas y darles un aviso
oportuno, incurren en una jn unidad de faltas
y contradicciones ó inconsecuencias groseras,
que acaban por arru inar su reputación y su
fortuna. Se les puede aplicar estas palabras de
San Ja ime: «El que se mira en un espejo, olvi­
da m u y pronto su fisonomía.»


(don referencia á los negocios, un proverbio
ant iguo dice que dos ojos ven niás que uno.
siendo verdad t ambién que el que mira el juego
ve mejor las faltas que el que está j u g a n d o . Un
hombre irri tado es más imprudente que aquel
que después do un primer movimiento de cóle­
ra ha pronunciado las letras del alfabeto, y en
fin, se hace mejor punter ía afirmando el fusil
en una t ronera que teniéndolo sido con el brazo.
Del mismo modo un amigo sincero y leal es un
aployo y un recurso continuo para el hombre




'408 no t iene la presunción de creer que lo sabe
todo y que no hay sabiduría que no se halle
encerrada en su cabeza. Para decirlo de una
vez, el buen consejo es el que dir ige todos los
asunlos haciéndoles marchar hacia su í in.


111 que en lugar do consultar siempre á una
misma persona de una sinceridad y lealtad re-
conocidas, consulta a personas diferentes sobre
los diversos asuntos que se le o r ig inan , hace
sin duda mejor, aunque se expone á dos g r a n -
des inconvenientes: consiste el uno en no reci-
bir sino consejos egoístas, porque los sinceros y
desinteresados son ext remadamente raeros, y el
consejo va casi siempre dirigido hacia el i n t e -
rés del que lo da: el otro es, que frecuente-
mente se recibirán consejos m u y perjudiciales
ó al menos mezclados de ventajas y de incon-
venientes, aunque se cien con la mejor buena
fé. Si l lamáis á un médico experto en la enfer-
medad que padecéis, pero que no conozca vues-
tro temperamento, os expondréis á que os quite
la fiebre ocasionándoos el cólico y á que no
acabe con la enfermedad sino que matando
al enfermo. Pero no correréis este riesgo con
u n verdadero amigo que conozca á fondo vues-
t ra naturaleza, vuestros hábitos y vuestra situa-
ción, porque no os dará mas que remedios con-




— 1 9 0 —


venientes á vuestra complexión actual, y no
paliativos que después de haberos sido algo pro-
vechosos os sean m u y perjudiciales. No deis,
pues, mucho crédito a los consejos dados por
tan tas personas diferentes, pues más bien ser-
vi rán para llenaros de incer t idumbre que para
franquearos el camino y dirigiros bien.


A estos dos frutos de la amistad, que consis-
ten en calmar y arreglar las afecciones del
a lma y en facilitar y dir igi r las operaciones del
entendimiento , se j u n t a el tercero y úl t imo, que
compararé á una g ranada llena de menudos
granos , fundándome en que la amistad propor-
ciona una mul t i tud de recursos y consuelos en
las diversas situaciones de la vida.


Para comprender bien las diferentes venta-
jas que nacen de la amistad, basta conocer la
infinidad de cosas que ella solamente puede
proporcionar, y entonces veremos que los an t i -
guos no dijeron bastante asegurando que u n
amigo es u n a repetición de nuestro ser; pues
muchas veces es para nosotros un amigo más
que nuestra misma persona.


Todos los hombres son mortales, y frecuen-
temente no dura la vida lo necesario para tener
el completo placer de dejar terminados ciertos
designios, que suelen ser m u y preferentes á




nuestro corazón, tales como el de establecer á
los hijos, concluir una obra, etc.; pero el que
posee u n verdadero amigo puede estar seguro de
que sus deseos se verán cumplidos aunque él
falte, y por este medio tendrá , por decirlo asi,
dos vidas á su disposición.


Cada individuo tiene u n solo cuerpo que
está circunscrito al sitio que ocupa, sin poder
hallarse en dos lugares á u n mismo t iempo.
Dos amigos parece que se duplican recíproca-
m e n t e , pues lo que uno no puede hacer lo
practica por medio del otro. Además de esto,
¡cuántas cosas no puede hacer y decir uno mi s -
mo, si no quiere faltar á las conveniencias so-
ciales! Xo se puede, por ejemplo, sin faltar á
la modestia, hablar de los servicios que se han
prestado y mucho menos exagerarlos; uno no
sabría ni podría muchas veces bajarse á pedir
por sí mismo una gracia, á suplicar, etc. ; pero
todas estaos cosas, que serian poco decentes en
'coca del que está, personalmente interesado en
ellas, sientan bien en la de un amigo. Además,
no hay persona que no t e n g a relaciones de
donde nacen ciertas conveniencias que no se
deben olvidar y que frecuentemente molestan
ó enojan. Por ejemplo, se ve obligado á tomar
el tono de padre para t ra tar con sus hijos, el de




marido para con la mujer, y con sus mismos
enemigos tiene que usar un tono contenido, etc . :
mientras que un amigo puedo tomar el ademan
y estilo que ex í jan las circunstancias , sin estar
l igado por n i n g u n a especie de conveniencia.
Si yo quisiera hacer una completa enumeración
de todas las ventajas de la amistad, este articulo
sería inmenso. Todo está comprendido en esta
regla : Cuando un hombre no puede por sí solo
desempeñar completamente su papel y no t iene
amigos que le ayuden , es indispensable que
abandone la escena.


XXVIII.


DE LOS CASTOS.


Solamente mientras so gas tan con un fin
honrado y benéfico, son verdaderos bienes las




— 1!):) -«•


riquezas; pero hay gastos extraordinarios que
deber, se-" proporcionados á las circunstancias y
ocasiones que ios ex igen , pues se presentan ca-
sos en que es preciso saber despojarse de ios
bienes, no sólo por cumplir con la piedad, s i n o
también en servicio y provecho d é l a patr ia .


En cnanto a los gastos diarios, cada uno
debe reg 11 birlos con relación a su fortuna y á
las util idades con que cuente, distiibuyóndo-
fos de manera que no sean desperdiciados por los
descuidos ó por la poca fidelidad de ios criados.
El cáieulo de nuestros gastos y utilidades de-
bemos hacerlo bajo un pié de economías que
permita, si fuese después necesario, sufragar
con desahogo cualquier estipendio imprevisto
que pueda originarse. Todo hombre que no
quiera que su fortuna decrezca y que aspire á
mantener la siempre en u n mismo nivel , debe
imponerse como una íey rigorosa, el cuidado de
no consignar en su presupuesto más gastos que
la mitad de la suma á que asciendan sus uti l i-
dades; y el que desee aumenta r sus bienes, no
deberá gastar nada más que la tercera parte de
los productes de sus rentas .


Los grandes señores suelen mira r como una
bajeza el descender hasta el detalle de sus
asuntos; y cu la mayor parte de ellos consiste




esta r epugnanc i a , mucho monos en na tura l
neg l igenc ia que en el temor de exponerse á la
pena que sentir ían si encontrasen sus rentas
m u y escasas y desarregladas. Olvidan que para
sanar las heridas es preciso empezar por son-
dearlas. Los que no quieren tomarse el trabajo
de manejar sus asuntos y prefieren desenten-
derse de esta tarea embarazosa, sólo t ienen el
recurso de escoger con sumo acierto y cuidado
las personas á quienes hayan do1, encargar sus
intereses, con Ja precaución de vanar las de
tiempo en tiempo, á fin de aprovecharse, de la
t imidez v falta de astucia que los nuevos ora-
píennos tendrán .


El (pie no quiere (3 no puede dedicar á sus
negocios un cierto t iempo, debe asegurar sus
bienes y destinar á sus gastos una cantidad
determinada é invar iable . El que gasta mucho
en un concepto, debe ser económico en otro; si
por ejemplo os aficionado á tener una mesa bien
provista y lujosa, deberá economizar eu su ves-
tido: si es aficionado á la esplendidez en los
muebles , ha de procurar economía en su ca-
balleriza, y así en todo lo demás; porque sí
quiere gas tar en todos los ramos sin un arreglo
y prudente economía, seguramente acabará por
ar ru inarse .




— '201 —


í.'uando so abr iga el designio de pagar las
deudas, se puede perjudicar la fortuna que se
posea queriendo hacerlo m u y de pr isa , i g u a l -
men te que procediendo m u y despacio: pues no
se pierde menos apresurándose mucho á vender,
que tomando dinero prestado á u n interés cre-
cido. Sucede con frecuencia que el hombre gas-
toso que toma de una vez el cuidado de ex t in -
gui r su déficit, se atrasa de nuevo; porque en
seguida que se ve desahogado vuelve á su con-
ducta pr imit iva, mientras que el que procura
hacerlo paula t inamente , contrae ei hábito de la
economía y pone así la reforma en sus costum-
bres tanto como en sus bienes y gastos. El que
tiene un verdadero deseo de restablecer el buen
estado de sus negocios, no debe despreciar los
más pequeños objetos; pues es menos vergonzo-
so privarse de gastos insignificantes, que h u -
millarse pura lograr ganancias considerables.


Con respecto á los gastos diarios, diremos
que es preciso arreglarlos de manera que siem-
pre se puedan continuar en el mismo pié en
que se empezaron, y que en las grandes ocasio-
nes, que son bastante raras, se debe permit i r
una poca más esplendidez y magnif icencia que
de ordinario.




D E L A V E J Í D A D E H A U R A X D E Z A D E L A S N A C I O N E S .


Ent raña mucha presunción y vanidad la
respuesta que hablando de sí mismo dio Ternís-
tocies en cierta ocasión; pero si sus palabras se
hubiesen referido á otra persona, habrían sido
m u y estimables. De cualquier modo que sea,
pueden servir de mater ia á juiciosas reflexiones.
E n u n festín se Je invitó á que tocase un laúd,
y respondió que no había aprendido a manejar
aquel ins t rumento , pero que de una aldea sabía
hacer una g r a n ciudad.


Las anteriores palabras pueden expresar en
sentido metafórico dos talentos m u y diferentes
en los que manejan los negocios del Estado; por-
que si se examinan con atención ios consejeros




y los ministros de los reyes, acuso se encontra-
ron a lgunos que serón capaces de extender los
l ímites de un reino pequeño sin que sepan to-
car el laúd; y por el contrario, se hal larán m u -
chos de e^os ene mane jan con primor este y
otros instrumentos de música, es decir, que son.
diestros en ¡as artes de la corte, pero que t ienen
t a n escasa la. capacidad que se requiere para fo-
mentar los intereses do las naciones, que pare-
cen más bien formados expresamente por la
naturaleza para ar ru inar y destruir los Estados
más florecientes.


Ciertamente que estas artes viles y fa jas ,
por las cuales los consejeros y ministros g a n a n
muchas veces el favor del soberano y una espe-
cie de reputación entre el pueblo, sólo les hacen
merecer el titulo de músicos y bailarines; por-
que semejantes habilidades sirven ún icamente
para divertirse, y no pasan de ser u n a especie
de adorno en el que las posee, más bien que u n
medio útil para ei engrandecimiento de las na-
ciones, lis verdad sin embargo que a lgunas ve -
ces se encuentran ministros que son capaces de-
comprender los negocios públicos y de condu-
cirlos acer tadamente y evitar los peligros que
se ven claros y manifiestos, hallándose á pe -
sar de esto m u y lejos de tener las disposiciones




necesarias para engrandecer un Estado reduci-
do. Pero sea cualquiera la naturaleza de los a r -
tífices, consideremos la obra y veamos cuál es
la verdadera grandeza de un reino y cuáles son
los medios de hacerlo floreciente. Asunto es este
sobre el cual los príncipes deben reflexionar sin
descanse, para no comprometerse en vanas y
ternerarios empresas, á que pueden sor condu-
cidos por u n a presunción exagerada de sus
fuerzas, y también para no prestar oídos á los
consejos tímidos (pie puedan tener por origen
una idea demasiado desventajosa de su poder.


Esto no puede medirse por la extensión de
un Estado: es cierto que sus contribuciones y
sus rentas se va lúan , que la población se cal-
cula, y que se ven los planos de sus ciudades:
pero nada h a y más difícil n i más sujeto á error,
que el querer j u z g a r por estos datos de la ver-
dadera, fuerza y del poder y valor intrínseco de
las naciones.


El reino del cielo no se ha comparado á
una nuez, y sí á un grano de mostaza, que es
una de las simientes más pequeñas, aunque
t iene la propiedad de desarrollarse en poco
tiempo. De igua l modo h a y dos clases de esta-
dos de una grandeza considerable, que sin em-
bargo no son propios para ensanchar sus l ími-




— 205 —-


tes, y otros que aunque pequeños pueden ser-
vir de fundamento A ios más grandes imperios.
Las ciudades fuertes, los arsenales bien abaste-
cidos, las buenas ganaderías de caballos, los
carros, los elefantes, los cañones y otras máqui-
nas de guerra , no son nada más que corderos cu-
biertos con la piel del león, cuando la nación no
es natura lmente valerosa y aguerr ida : el n ú m e -
ro mismo no significa nada cuando los soldados
están desprovistos de valor, porque como dice
Virgilio, Liipvs nmnermu •¿x'coriun non cvral\
el lobo no se acobarda por g rande que sea el re-
baño.


Cuando el ejército de los persas se presen-
tó á, los macedonios en las l lanuras de Arbe-
iles semejante á una grande inundación , los
corazones más esforzados sintieron miedo y no-
ticiaron á Alejandro el peligro que corrían
sus legiones, aconsejándole que atacase á los
persas durante la noche; pero él respondió que
no quería lograr la victoria á t an bajo pre-
cio, y que era más fácil obtenerla que ellos se
pensaban. Tigrane el Armenio, estaba acampa-
do sobre u n a al tura á la cabeza de cuatrocien-
tos mil soldados, y viendo que avanzaban los
romanos hacia ellos en número todo lo más de
catorce mil combatientes, dijo mofándose de tan




pequeña luíoste: «Si vienen para, una embaja-
da son mucho?; pero si vienen dispuestos á com-
batir son demasiado pocos.» Sin embargo, a n -
tes do que Jlegase la noche conoció que habian
sido bastante*, para ponerle en l u g a . y hacer
una g r a n carnicería en sus tro oes, Existe una
infinidad de ejemplos que demuestran la su-
perioridad ene t iene el esfuerzo s o b r e el nú-
mero, debiendo convenir en que oí valor de un
pueblo es ei punto capital de su grandeza. Or-
dinar iamente se dice que el dim-ro es el sosten
de la guerra : ¿pero de qué sirve el dinero cuan-
do faltan ios brazos y cuando ios pueblos son
afeminados? Solón respondió m u y oportuna-
namente á Creso, que lo enseñaoa sus riquezas:
«Si viene a lguno que t enga mejor acero, os ro-
bará todo ese oro.» Así pues, que u n príncipe
no considere muy grandes sus fuerzas si su
pueblo no es belicoso; esté, por el contrario,
convencido de que es considerable su poder
como su pueblo sea guerrero.


Respecto de las tropas auxi l iares , que son
ordinar iamente el recurso de toda nación que
no es aguerr ida , infinitos ejemplos demuestran
que al íin se convertirá la medicina en un mal
.irremedia


La bendición de .Tuda y la de Issachar, no




— 207 —


se encuentran nunca reunidas , es decir, que
un urismo pueIdo no será j amás á la vez el j o -
ven león y el asno cargado. Un pueblo agobia-
do en demasía por el peso de las contribuciones,
no puede ser guerrero; pero las que son i m -
puestas por consentimientos del Estado, abaten
menos su vigor que las que nacen de un poder
despótico, como puede observarse en los impues-
tos de ios Países-Bajos y en los subsidios de In-
glaterra. Hablo del vigor y no de las riquezas,
porque no ignoro que contribuciones iguales ,
ora sean exigidas por consentimiento del Esta-
do, ora por una autoridad t i ránica, empobrecen
igua lmente oí país, pero producen un efecto
diferente sobre el ánimo de los individuos, pu-
diendo concluir de aquí que un pueblo sobre-
cargado de impuestos, no es propio para exten-
der sus conquistas.


Las naciones que aspiren á engrandecerse,
deben cuidar de que la nobleza y ios gent i les-
hombres no se mul t ip l iquen demasiado, para
evitar el que esclavicen y aba tan al pueblo.
Asi corno un monte donde se han dejado dema-
siados resalvos no descansa bien v degenera en
matorral , de igual modo en u n Estado donde
haya exceso de nobles, el pueblo ciueda sin fuer-
za y sin vigor. En t re cada cien cabezas, apenas




u n a será propia para sostener el casco, y toda-
vía más difícil será hallar soldados para la in -
fantería, que constituye el principal elemento
de los ejércitos: habrá, mucha gen te y poca
fuerza. Admirable fué la sabiduría con que E n -
rique VII, rey de Inglaterra , del cual he habla-
do l a rgamen te en la historia que he escrito de
su reinado, estableció tierras y casas de un va-
lor fijo y moderado, cada una de las cuales po-
día mantener una familia con un desahogo su-
ficiente y en una condición apartada de la ser-
v idumbre . Dispuso también que el jefe de cada
familia fuese propietario, ó al menos usufruc-
tuario, y no un colono que sufriese el yugo y
que cultivase la t ierra. Esto produce en una
nación lo que Virgil io dice de la an t i gua
Italia:


Terrapotens armis atque libere gleba.


Hay otra parte del pueblo que sólo existe,
á lo que yo creo, en Ingla ter ra y en Polonia,
que es también de ut i l idad para la guerra , y
que no debe ser descuidada ni desatendida: me
refiero á ese g r a n número de escuderos que si-
g u e n á los nobles; y sin duda que la m a g n i -
ficencia, el esplendor y u n g r a n acompaña-
miento de sirvientes como si fuera una escolta,




/ ..vi V r . e a . h n b i a u d e p o n e r í o i i o r o / o S u


i:¡ y m e e s ' : úu p o r i o r g o u o b o d a d o
ueeioo. u, neo. g r a n d e extension d e t e r a to -


U: . .


L e s meed - i v - c i o s eoncoíiiun p o c a s cartas
de nacionalidad, io (pie fué cansa de (pie mieu-
ir.ts sus límites no se ensanciiaron permanecie-
sen Jos negocios en buen orden; pero tan pron-
t o couio extendieron sus dominios, l legando á
ser excesivamente grandes en proporción al n ú -
me n de subditos naturales que serian, cayeron
en decadencia.




— 2 1 0 —
Jamás Estado a lguno ha naturalizado á los


extranjeros tan fácilmente como los romanos,
Y se ve que su fortuna correspondió á esta pru-
dente conducta, puesto que su imperio llegó á
ser el mayor que el mundo ha, conocido. No ol-
vidaban lo que se l lama / 7 « ar'ilal.h en su más
lata significación, es decir, no solamente _/>/.<••
c t f i t t i i i c m i , j t i ü c o n i i i ' h i i , ¡"x h i r m W o J h . sino
también j>./.n s v f j r a g i i y j m j/eti/hn¡x ,v//v fv>n<>-
v u m ó derecho á los honores; y concedían estos
derechos, no ya á a lgunas personas en particu-
lar, sino á familias, á ciudades, y a lgunas veces
á naciones enteras, añadiendo á esto su costum-
bre de enviar colonias entre los demás pueblos.
Fijando la atención en estas observaciones,
no podrá decirse que los romanos han cubierto
toda la t ierra, pero sí que toda la tierra se cu-
brió de romanos, siendo este el mejor camino
para l legar á la grandeza que adquirieron.


Causa asombro el ver que la España, con
t an pocos subditos naturales , pueda conservar
bajo su dominio tantos reinos y provincias:
pero esta nación es mucho mayor que Espar-
ta en sus principios, y aunque los españoles
conceden rara vez cartas de nacionalidad, ha-
cen lo que más se aproxima á esto, que es ad-
mi t i r soldados indiferentemente de todas las




naciones, y aun servirse a lgunas veces de ge -
nerales extranjeros. Por la pragiaát iea-sancion
publicada este año, parece que están disgusta-
dos de necesitar habi tantes y que quieren po-
ner remedio á este mal .


Es cierto que los oficios sedentarios que se
ejercen con los dedos más bien que con los
brazos, son contrarios por su naturaleza á todo
espíritu mili tar . Los pueblos belicosos aman
por lo común la ociosidad y preüeren el pel i -
gro al trabajo. No se debe reprimir esta inc l i -
nación si se quiere que el valor no so amor t i -
g ü e . Era una g r a n ventaja para, Espar ta . Ate-
nas y liorna, el que fuesen esclavos la mayor
parte de sus obreros, de la cual se aprovecharon
hasta que el cristianismo abolió casi por com-
pleto la esclavitud. Lo que más se aproxima á
esto, consiste en tener extranjeros para cierta
clase de ocupaciones, y t ratar de atraerlos, ó de
dispensarios por lo menos buena acogida cuando
espontáneamente v e n g a n . Los subditos na tu -
rales deben ser de tres especies: labradores, sir-
vientes y obreros, en cuya clase comprendo á
los que se valen de sus brazos y sus fuerzas,
como herreros, albañiles, carpinteros, e tc . , sin
contar los soldados.


Lo que más contr ibuye á la grandeza de u n




reí


1 1


o




a r m a s . :"• ..' n n a a a a 1: da .• a rne ra ; ve -


c o a s í i t ' ' a ' d s e 'acaba,ca> be ' - a a m e -. acuerna ;


I d a , 1 1 ] a i j e u
q u o m m i di m . b a u o m m í<>̂ í
• I . u ) » b 'i i J i t i 11 a t > e - i ) m i u <. m'> t; i ] > , la- t ^ a , b
los a .u -. ¡ i a , i i i , > v t i , L a i L
t e n i d o m 1 1 1 'po ais es ta a i ' i > > i ' O-
turcos io niaui i testan hoy día, por más que se
hal len en g r a n decadencia: en la cristiandad,
los españoles parecen ser los únicos que todavía
a b r i g a n talos intenciones.


Es evidente que cada uno hace mayores pro-
gresos en aquello á que se dedica con más afi-
ción, lo cual basta para creer que tocia nación




! U ' i 1 ' 1 i > Л V i , _ . . r ­ i r ¡ r


IS
Ч


. o n


"• о:'ГО, S r ­ o a ­ J Г О •'' : о OOS р Г в ­
'• o>b : t o ' ­ p . a op­ у • . a i e : : ubres


' . ' . ' i ­ a d e • ; ; ó


e • ­ • • • • '• 1 r e a p e r
: ­e r ­ е е 'le ' le . ­ e e u r a i ­
s e e e r e ' e e . e l s e i ; : a p­ : ­•. n ­ n , . y
v o n u n u r i a n . o r ' ­ I r g e r e , q u e
•­ «'a, ­í e r e . e; . : e a : b ; • о n i a ­
; ее l'a.:.le s o b a : • ; : . I Ivo r e a l .


: е . ; p r o r o o t o . e'o" a? s e n espe­
­o ­eeeo l s ­a a e lo re s a i r e z ó n


i; P e ' Ú O S . о, : а е.. о-..horion
е е е е le. r e n ò I r ' . . e a v o ­ o o . ео.пое­
u i o r c s e ! o s g e e ; e ­ ' b ' . . q e r ; o e e t e n ­


jo r o n s e s y i e a a i o ­ o _,oool­p p o r Io
esripro>ia.„ е е з г е en , l ¡ó г ее. g u e r r a
d r n i o d e e n g r e n é ; e o ^ r a E s , p u e s ,




i n -
necesario que una nación que aspire á consti-
tuir un imperio, esté m u y alerta sobre las dife-
rencias que nacerán con motivo de sus l imites,
de su comercio o del recibimiento de sus em-
bajadores, y que no contemporice cuando se la
provoque, y se halle dispuesta á enviar socorros
á s u s aliados. No do otro modo se han conduci-
do siempre los romanos: si uno de ¡os pueblos
amigos era atacado, aunque tuviese además ron
otras naciones una alianza defensiva, ellos eran
ios primeros en mandarles socorros tan Jneuro
como los pedían, no dejándose jamás adelantar
en el honor del beneíicio.


.Respecto de las guer ras que se hacian an t i -
guamente por unos pueblos en favor de ios que
ten ían igua l clase de gobierno, no comprendo
sobro qué derecho se fundaban: de esta especie-
eran las de los romanos por la libertad de la
Grecia, y la de los lacedemonios y atenienses
para estableceré para destruir las democracias y
las ol igarquías. Tales son aún las que sostienen
los príncipes ó las repúblicas para, librar de la
t i ranía á otros pueblos extranjeros. Pero baste
advertir , con respecto á este particular, que una
nación no debe aspirar á una grandeza consi-
derable, si no aprovecha todas las ocasiones de
armarse que se le puedan ofrecer.




Ningún cuerpo, sea físico ó político, puede
conservar su salud sin ejercicio. Una guerra
justo, y honrosa es para un listado la ocupación
más saludable. Una lucha intest ina es semejan-
te al calor de la liebre; pero una guer ra extran-
jera puede compararse al calor causado por el
ejercicio, que conservada salud do los cuerpos.
L'na paz prolongada acaba con el vigor y cor-
rompe las costumbres, lis ventajoso para .la,
grandeza de una nación, aunque no io s e a para
su comodidad, que esté casi siempre armada,; y
por más que sea m u y costoso el tener perpetua-
mente un ejército en pié de guer ra , cu esto
embiste m pac un pueblo sea arbitro de sus ve-
cinos (i -a uue i o guarden por lo menos una
.amado consideración. La España es una prue-
ba, de lo (pie decimos, y se ve que desde nace
(domo veinte anos tiene siempre un ejército
eutrelenido en una parto ó en otra.


El listada que consigue el imperio do los
•;nares, va por el camino más corto á la monar-
quía universal. Refiriéndose á los preparativos
de Poní peyó contra César, decía Cicerón á Ático
¡o s iguiente : (!s>,>..siliioa Puiujtci pla-ne Tfa'Hiis-
focuoil ('.VA' ¡/"[«i eiiiiii (¡".i hUli'l fiOl'd-nr. CHiit
i-ti'i<i,'. ¡ntliri.» Y sin duda que Pompeyo h u -
biera vencido á César, si por una confianza




m u y i m p r u d e n t e n o l i u b i o m m c a m b i a d . ­ ­
m o r ¡ d o n .


, o m o ­ s j o s o r m o : s s e r n e m 1 ­ n o mm :
то i v o Ir ; por l a d e A c c i o , o o o d e m ' i o d.
­•m­ (im a m u m o , у ¡ r o r i o . n o jy­.ea son 00.0
i m m o l o s ; sno ; : ; . oos rio los A n . о u A n - - -
: A ; n : on. ••' or; о US ' o t o d o i ' en , ¡,o :
0 uni ; ••; : : и; ,•<) Osi и CS ' m m •, m o ¡
i m m l ' o s m n o m s .m c o m p : o m o . o a , o A
Sido s o m m a n o e s e v i d e n t e m 0 e ! m m r e
u n o ' m o 0 0 io.s . u o i ' n s . mm­­, • : .....
m m ­ m (i­:i;> ì e p e : u n í s : ' m m ;• .m, d
• ' 0 ­­ .e n e o e o o : e , i U l e u : e o • ' m o¡' :


A ' e o o e ; .•••;.:ü ­..e ' m' е. . :
; ed.­Anon m s y . . n o , .eu." 00 ' - -


• • é u n c o m b a t e m.mAAu;, ' ; ; o nu­ ¡
• • ' i í ' ron: m r e f ; e ; ¡ e . e s m ; Ci ' m ï
: ' 0 o u ; ij 13no; i u i u b e p.e.­ . m ! О, .e


."opa o r n e n romani . . . s d o um­е., ­ •.о".­­;," .:


imo. 0 m A y m n lAor.u. n i n o P m u p e io­­ u m
o 's m ­ b i u s " s b á n p r o m e t i d o s a i e a r i o a e
•u : е е ­ n : e,s r u a r e s .


аОГоПО;П.о> p i s m n e r r e s d o ПО: t u o api
ri o r n o ­ s e l e u e n e n За o s c u r i d a d , с п а р а :
m e n ­ o c o n a q u e l l a p u o r i a a m m a n a у cam
l í o s h e n ­ о г е ; ­ o n e t a n t o r e s p ì a . m .oc! о о m; .!




­ 2 1 7 ­ ­


.as on. a Lai
a l i a r e ) . . ! ' ; a n n a . e m n mpa Idc S q a e se i a v a n i a ­
!• n . de­­amaños ai vie:,.s y m n e a l e s . el n o m b r e
a i i"" . : ! ' ­ '"aduce q u e los r evo ì e ­ h a r unies le ' : i
: •> a r a • a r a r s. a.­' : rio e •"•e¡ • e; 'es e em'Tales


o d i u m •'; or: eira", j a i s ón te е е ."•• "e a.•'••ree,.
;e­ea : ­e.'a.a cesas , r a u p e , c r e a e. ¡ p ' o v ­ a e s , t a n
; u m L e r a . r • • • • y ­um a r i d a : es , eu..­ "e e d i m p ma.
i rne udi r V •; m y е щ е eie a P ; a re era é e , : e r -
o e ' , : . ' '•: • : : a n i d a s .


d a r ! e n v i e n e a l ­e ­man sub: e ledo, eme i a
т е к и т е ­ " do 'os i u m p V a . ­a e m . c a i r e ios ro ­
ì g u a u o, oseoctóanlo ; a ; i ( ) • • % ' V , ' " " О m a r n o ­
i a ; y ­p­udend; í n s t i t ' u d o u (¡no eaca­u­eo . m í a s
t res o­mteu inpímda.ntos: io, g l o r i a y el Jv>nor
de los . 'uenoraJes. el a u m e n t o eel Tesoro p ú b l i ­
co y ios gro.tiuco.ciouas p a m loe so ldados . Pero
quioó "I honor e x í r a o r d i m i r i o ( e l t r i un lo e o


l i taros , у.г) t e n e m o s p o r a e s t i m u l a r el va lo r de
las n o u e s , nada m á s q u e a m a n a s ó r d e n e s q u e
'a m i s m o se d i s p e n s a n á la. toga o s e á la espa ­
d a . a!p­ а .г ' ­ d i s t i nc iones en h e ­ m e e n y a lore ­
r o s h a " ' d a h s pura, les sold : .1rs /ею era.'S' 1 edad


pi»­ sea " 'oddns m) se m ü h e c.e carado de
•••••vir: a.a*a a u í l g m m m m e i­e M;d ее e : :V"dos
a . ".­­amo de bi i 'u l 'u , las a " ed a . a f"; " ) a ? i




— 218 - -


convenga en las monarquías sino que para la
persona de los reyes ó de sus hijos. Así se hizo
en tiempo de los emperadores, los cuales reser-
varon para sí solos y para sus hijos el honor del
triunfo al volver de guerras que ellos mismos
habían terminado, no concediendo á los g e n e -
rales nada más que las ins ignias y a lgunas
otras señales de t an alt ísima honra.


Para concluir este capitulo, añadiremos que
nadie , según lo dice la Escri tura Santa, puede
añadi r un codo á su estatura: pero que en Ja
formación de ios reinos, está ai alcance del po-
der del principe y de los que gobiernan exten-
der los dominios: porque introduciendo con pru-
dencia leyes y costumbres semejantes ó poco
diferentes de las que hemos indicado aquí, es
seguro que habrán derramado para el porve-
ni r una semilla de prosperidad. Peto ordinaria-
mente , los principes no se ocupan de estas co-
sas y dejan que resuelva sobre ellas la fortuna




— 21 á —


XXX.


no lx x\r->-:\:\ ok WS'SKRVAU I.A SALUD.


Existe pura caita individuo Tina cierta pru-
dencia, que solo se reitere á su persona, y que
es más sentirá que todas Jas reírlas generales
de la medicina: todo lo que encierra está com-
prendido en esto consejo: observe cada uno con
cuidado lo que es favorable á su salud y lo que
la perjudica. Tal es el mejor método para con-
servarla y la mejor especie de medicina pre-
servativo.


Sin embargo, el razonamiento que se ex-
presa en es i as palabras: Tal cosa no conviene á
mi temperamento, por lo cual no debo hacer
uso de ella, os mejor fundado que este otro: Tal
cosa no me perjudica, y por consiguiente pue-




d o c o n t i n u a : " u s é n u o b . P e r o r o e l V'O'or r, r p i o
d e lo. j i m m . t ; r r m v b ;'i о к а d i r a i o d o e x c e ­
sos í íe '••/••••л ­ о ora. e Ч> l as d e O ' ' Ì0 a a. ; e . i x ?..
ITKO.'O. ;0 e- ,e ' ­ 'Ol i,OO:0 io ' •'• : e;.,
b о or о : a ) ­or a • ,.; • .a c e r o г • ": : ao/a ;o<a­


; O e , . 3 _ ì e • .. • , . 1 . , .­.•.;!;. Г'' ,Q ^­"s " ­
. ;" ó: 'e ' • • ' у :•:> Ot e O e­,,. :;


00 do­­;),­. ч ­Г | ' : ­, e y ' a i d e a1, Y­' :eZ,
0­0 l: : Г " : М.­Г de ' 00: ­'O.lì < a":'. : i ; 00;s '­''d'i Г 0


re e; o r ••• : a л . eVO, a ó. ed'.', • о , : : oe' : •


sOra: . ­ : . O'.­.è ' ¡00. ;o/ea­ ' ;v; . 0 0 ' r0 OÓ*. .''. .'a 0) 7'er'O­
O!Ì'O.:0a. 0.1. : é a e " ; i o m à x i m a (00!. e u r o p e e :
poeoo­ao iev ­¡ o ­­a­ ­re­ o'O roomm г . е . Г •' ­иг­; о."
e ! О" ;>е ; '. ' O r e : ;_ Ovvi ;0! ­,. ; г, ; О;;) ООО ( ! ¡ .-•! (• e o e : ,
­OOS -• ;0. Г', а ООО. OÌÓ,:0a р а],0'Га.О:0 e о.е 0:1 sop)
c a n i!.:: о r a , é . ; ­ ¡ ! . ' po r c o o r i p a r i o o i e , a ­ x ­ u n r od. l o ­
d a r a : s d í y a : o . o: m e d e ' р е Y' lOS^ 'O ; i m o : i , f e ­
Íes c o r e o ios a l i m e n t o s , e l s n o d o , e i e j e r c i c i o ,
ios vestidos. :­\ h a b i t a c i ó n , oto., y si e ; > c o o t r a i s
a l g o orce os s ea dañoso, p r o c u r é e r e m e d i a r l o
p o c o á. p o c o : n e r o s i o s t a v a r i a c i ó n os p e r j u d i c a ,
volved ti r e c o b r a r v u e s t r o s a n t i g u o s h á b i t o s :




bien que ua gOZO C X C C o i v o : V e r t i r U--S Y e C O r C S
en lugar ue sacíame oe eiios; c u r r a / frac neo de-
mente en neo mismo el scmimmmu «o i:;, ad-
miración y tic Ja sorpresa por murdo de la no-
vedad, y ¡.referir á los demás e s t n m o, los que
presenten á la imaginación oi.ioros nobles,
grandes y elevados, tales como ío, .historia, la
mitólogo:, y el espectáculo do la naturaleza.


Si os abstenéis de toda especie* do medica-
mento mientras gozáis de salad, el cuerpo en-
contrará dificultad para resistir los electos de
las medicinas cuando una enfermedad ó una




indisposición os obl iguen á tomarlas. Si por el
contrario, os acostumbráis demasiado á ellas
cuando disfrutáis de salud perfecta, luego que
una enfermedad las haga, necesarias, el cuerpo
no experimentará n i n g u n a impresión nueva y
no producirán el efecto que se desea. La dieta
periódicamente renovada en ciertas estaciones
y durante cierto t iempo, me parece preferible
al uso frecuente de los medicamentos : la dieta
es más al terante , pero ocasiona menos agitacio-
nes y fat iga menos los órganos.


Cuando el cuerpo experimenta a l g ú n des-
arreglo extraordinario no debe descuidarse, y
conviene consultar en seguida á un médico.
Durante las enfermedades, ocuparos principal-
men te de vuestra salud; pero en el estado de
salud obrad a t revidamente y sin acordaros de-
masiado de vuestro cuerpo. Porque toda persona
que haya acostumbrado su naturaleza á sufrir
variaciones frecuentes, podrá en aquellas dolen-
cias que le a taquen y que no t engan el carác-
ter de agudas , curarse con la ayuda de la dieta
y de u n r ég imen un poco más suave que el or-
dinario. Celso da á este propósito u n consejo
que no hubiese aventurado como médico, si al
mismo tiempo no hubiera sido un hombre de
u n a prudencia consumada: según su parecer,




eí método eme más seguramente contribuye á
ia conservación de la salud y á la prolongación
de la vida, consiste en variar el r ég imen al i-
menticio, los ejercicios y las ocupaciones, com-
binando al mismo tiempo los más contradicto-
rios o inclinándose á los dos extremos a l te rna-
t ivamente , y con a lguna mas frecuencia al
extremo menos peligroso: si por ejemplo, es
necesario acostumbrarse á las vigil ias y al des-
canso prolongado, deber;! concederse u n poco
más al sueño excesivo que á las vigi l ias exce-
sivas; también convendrá sufrir dieta unas ve -
ces y tomar otras comidas abundantes , pecan-
do más bien por exceso que por defecto; y asi-
mismo, será út i l tener una vida m u y activa
alternada con u n rég imen más sedentario, cu i -
dando de acercarse con preferencia al prime]'
extremo. Tal es el medio de dar á ia na tura le -
za lo que puede satisfacerla, conservándole al
mismo tiempo bastante vigor para ejecutar ó
sobrellevar las cosas más difíciles y penosas.


En t re los médicos, h a y unos que son dema-
siado indulgentes con el enfermo, y que a ten-
diendo ios caprichos de éste más de lo que con-
viene, se separan m u y fácil y frecuentemente
de las reglas de un t ra tamiento regula r y m e -
tódico, olvidando sin duda que al t ransigir con




—- 22-è —


e ì p a o i e u l e t r aus igen i a m b i e n c o n l a o m b r i n e -


àvà. O t r c sg p o r c i c o n t r a r i o , s o n d e m a s i a d o r r -


g i d o s y e s e i a v o s d o l a s r e g i a - d e i r c i o c c i ; . , y


p o r n o s e p a r a r n e d e é d a e , n o c o n c e d e r na-be a i


t e i u p e r a a t e n ' o i n d i v i d u a i , a la, s i t a a e i o e ó a ias


o i r e u n s t a n c i u s p a r t i c r d a r o s de doni-ermi a L i m o a d


d n a . mèdico c a v a , m a r c i l a se;», u n térryim> m e -
d i o e u l v e e s b a e x i r o m o s , y s i n o e s a o s i b i o e n -


c o n t r a r i o ani, c o m b i n a i ! r e u n i d o s io* d e a i g e m a


o p u e d o ; pero a i c o n s u l t a r a cualcjr.ic-va d o e l i o * ,
n o d i s p e n s c i s i n e u o r (um d a n z a ad <e e e o n o c e


b i e n v u e s t r o t e m p e r a m e n t o ( p i e a l q a c g o z a d e


m a y e r r e p u t a c i o r . .




XXXI.


D E E A S O S P E C H A .


La sospecha es entre los pensamientos lo m í e entre las aves el murciélago, y lo mismo
que éste, no vuela nada más que en la oscuri-
dad. No se le debe prestar atención, ó por lo
menos no conviene escucharla muy fácilmente:
oscurece el espíritu, aleja nuestros amigos, y
hace que se marche con menos desembarazo y
perseverancia hacia el objeto que nos propone-
mos. Las sospechas predisponen los reyes a la
tiranía, ios esposos á los celos y los hombres más
sabios y prudentes á la irresolución y á una
melancólica tristeza.


Liste defecto proviene del espíritu más bien
que del corazón, y se ve con frecuencia que aun


v,




las almas más nobles y valerosas n¡> están exen-
tas de sufrirlo. Enrique V i l . rey do Ing la te r -
ra, es un ejemplo notable de esta verdad: p.w:s
príncipes habrán sido á un mismo tiempo tan
valientes y tan dados á la sospecha como 41:
pero ésta ofrece menos peligros en un espíritu
de elevado temple, que no le da crédito basta
después de haber examinado con detención m
grado de probabilidad que la acompaña. <pu
en los caracteres débiles y tímidos inclinados :'
acogerla en seguida.


La sospecha es hija de la ignorancia, y por
consiguiente su verdadero remedio esta en ins-
truirse ó enterarse de las cosas, en vez de ali-
mentar la en el silencio: las sospechas crecen en
las tinieblas y se a l imentan de humo.


Además de lo dicho, son t an injustas como
perjudiciales: los hombres no son ángeles y ca-
m i n a n hacia sus fines, como los que desconfían
de ellos caminan hacia los sayos: ¿exigirán
éstos que sus intereses sean mirados por ios de-
más hombres con mayor atención que los in te -
reses que á estos mismos hombres pertenecen?
El mejor medio para moderar las sospechas, es
tomar precauciones como si fueren fundadas y
disimularlas como si fueren falsas; porque la.
ventaja que proporcionan las sospechas gober-




nadas de este modo, consiste en que nos con-
duciremos de tal suerte, que aun en el caso de
jue sean verdecieras no tendremos nada que
temer.


Las qee sin motivo a lguno nacen en nos-
otros mismos, no son otra cosa que un zumbió
tan impertinente como vano y ridiculo: pero las
que nos inspiran y las que fomentan en nues-
tro animo las intenciones maliciosas ó inconsi-
deradas de los chismosos y charlatanes, t ienen
ana, especie do agui jón que las hace penetrar
muy profundamente. El mejor remedio para
salir del laberinto de las sospechas, es confesar-
las con franqueza á las personas en quienes las
hacemos recaer. De este modo nos procuraremos
arofiablemente a lgunas luces sobro el sugeto
que nos haya inspirado desconfianza, y lo-
graremos además hacerlo más circunspecto y
cuidadoso de sí mismo, para que no vuelva á
lar motivo á semejantes recelos. Pero guardaos
bien de hacer tales confesiones á un alma baja
y pérfida, porque cuando un hombre do este
carácter conoce que inspira desconfianza, no
hay que contar en lo sucesivo con su fidelidad:
isí lo dice el proverbio i taliano, suspetto Hcenzia


/"ede, como si la. sospecha debiese excluir y ahu-
yentar la buena fé. siendo así que debe, por el




contrario, obligar ¡i, manifestarse tan claramen-
te, que no se pueda volver á dudar en lo su-
cesivo.


XXXII.


!)F, I.A COXVKKSACrOX.


Se encuentran muchos hombres que en la
conversación cuidan más de hacer alarde de su
ingenio y de manifestar que se encuentran ca-
paces de defender toda clase de opiniones y de
hablar sin descanso sobre toda clase de asun-
tos, que de dar pruebas de un juicio bastan-
te sano para .separar prontamente la verdad
del error: se conducen como si el verdadero ta-
lento en este punto consistiera en saber todo lo
que se puede decir, más bien que todo lo que
se debe pensar.




Hay otros que t ienen u n cierto número de
Jugares comunes sobre los cuales jamás se can-
san de hablar , pero que fuera de ellos se ven
obligados á reducirse al silencio. Este género
de esterilidad les hace parecer monótonos, en -
fadosos y hasta m u y ridículos, después que se
les descubre este defecto. El papel más d igno
que se puede desempeñar en la conversación,
consiste en al imentarla impidiendo que ruede
largo tiempo sobre un mismo particular, y pro-
curar con destreza que pase de u n asunto á
otro, haciendo el oficio, si vale decirlo así, del
que dirige las figuras y movimientos en u n
baile.


Es bueno variar el tono de la conversación,
entremezclando t ambién en ella los discursos
sobre asuntos presentes y del momento, y sobre
sucesos pasados y venideros; las narraciones
con los razonamientos, las interrogaciones con
las aserciones, y en fin, lo burlesco con lo se-
rio. Se hace pesada y languidece cuando se fija
mucho sobre un mismo punto . E n cuanto a
las bromas, diremos que h a y cosas que j a m á s
deben ser objeto de ellas, y que en cierto modo
ueben gozar un privilegio: tales son la reli-
gión y los asuntos de Estado, los g randes hom-
bres, las personas constituidas en. d ignidad , los




— ruto -


asuntos graves de las personas presentes, y
también toda desgracia que deba inspirar com-
pasión. Hay sugctos que temerían dormirse si
de vez en cuando no lanzasen a lguna sátira pi-
cante: pero este es un hábito detestable y de!
cmd debemos t ra tar de despojarnos. •• perro.
/ii'Ci1. s / i t / i / ' l / . s . c( _/})/•/'i/f.s i'fi'i'i', I n r i s . No In-
gas mucho uso de las espuelas y ¡en la brida
sujeta. -'Ovidio. Metamorfosis i!, i27. •


Existo g r a n diferencia entre una broma
graciosa y u n a sátira amarga , y es preciso no
confundir una palabra brillante con un sarcas-
mo; porque si un hombre satirice hace temer a
los demás hi agudeza de su i ¡¡genio. <•! debe u
su vez temer.á su propia memoria. ISI que sus-
cita cuestiones á menudo , aprende mucho y
agrada genera lmente , sobre todo si sabe apro-
piarías al género de in te l igencia de las perso-
nas á quienes las propone. En proporcionándo-
les oportunidad de hablar de l o q u e mejor sa-
ben, se satisfacen de sí mismas y de quien les
dio ocasión a ello, y lo i lustran con nuevos co-
nocimientos que le cuestan bien poco. Sin em-
bargo, es preciso guardarse de ser importuno,
proponiendo demasiadas cuestiones tinas detrás
die otras y como haciendo sufrir a los interlocu-
tores una especie de examen 6 interrogatorio.




Dejad que cada cual hable a su vez. y si se
< ncueutr» a lguno que tomando la palabra fre-
cuentemente la conserva largo rato haciéndose
de e>te modo el ¡irauo de ¡o, conversación, ex-
traviarle ti propósito, para que otros de los que
guardan .silencio puedan también entrar en
turno. Si tenéis a lguna vez la destreza de u n -
gi r ignoran da de lo que mejor soltéis, parece-
os í'recuenteiuiuig; que sabéis aun aquello que
ignoráis.


Es conveniente hablar poco de nosotros
mismos, y esto poco con mucho tino y cuidado.
Lúa persona, á. quien nosotros conocemos, decía
"un temo irónico de otra que tenia esta. í laque-
>.a: «Preciso es que este hombre sea un dechado
de sabiduría y de prudencia cuando tanto había
de sí mismo.o No hay más que una sola mane-
ra do alabarse con oportunidad, y ésta consiste
cu- hacer en otro el. elogio de una vir tud ó un.
talento que uno mismo posee. Guardaos mu-
cho de permitiros con frecuencia alusiones p i -
cantes que se refieran á personas presentes. La
conversación debe ser como un paseo por terre-
no llano y despejado, y no como un camino
que conduce á tai ó a cual ciudad, ó como un
sendero que lleva, al castillo de este ó del otro
personaje.




He conocido en una de nuestras provincias
occidentales dos sugetos, uno de los cuales se
d is t inguía por la noble y elevada manera con
que dispensaba la hospitalidad y por la abun-
dancia y esplendidez de su mesa, pero que era
aficionado á sátiras y burlas, y bacía de este
modo que su magnificencia costase demasía-
do cara. P regun tando el otro cierto dia á uno
de sus amigos, que había comido en casa de
este magnifico chanceador, si mientras estu-
vieron á la mesa no había lanzado n i n g ú n
ep igrama contra a lguno de los asistentes, el
sugeto á quien se hizo esta p regunta le res-
pondió que en efecto se había tomado esa liber-
tad . á cuyo propósito dijo el in ter rogante : «Yd
sospechaba yo que de ese modo habría echado
a perder u n a buena comida.»


La discreción y oportunidad en los discur-
sos valen más que la elocuencia, y el apropiar
bien io que se dice al carácter y al género de
talento del auditorio, es preferible á u n modo
de hablar metódico y e legante . Saber hablar
de seguido sin hacer una división pronta y ca-
bal, es un síntoma de pesadez en el espíritu.
Hacer una rápida división y no saber formar un
discurso cont inuado, indica un entendimiento
estéril y que t iene poco fondo. Se sabe que ios




animales que más corren no son los que tienen
mayor facilidad para hacer marros, y esta es la
diferencia que se observa entre el galgo y la
liebre. Circunstanciar minuciosamente todo lo
que se dice y detenerse en un largo preámbulo
antes de venir al hecho, hace las conversacio-
nes fastidiosas; pero no especificar ninguna cir-
cunstancia, hace el discurso áspero, seco y des-
carnado.


XXXIII,


ÜK O.AS COLONIAS d FUNDACIONES DE PUEBLOS.


De todas las empresas acometidas en los
tiempos primitivos, las más heroicas fueron las
colonias ó fundaciones de pueblos. El mundo
producía en su juventud más hijos que ahora
que se halla en la vejez, puesto que las colonias




- fio i- —


se pueden mirar como la verdadera prole de las
naciones más an t iguas , que (i su vez nacieron
de otros pueblos anteriores. La fundación de un
pueblo debe hacerse en un suelo deshabitado,
es decir, en un paraje donde no sea preciso ex-
pulsar á unes moradores para que se establez-
can los otros, pues esto seria, propiamente ha-
blando, una injusta extirpación y no una ver-
dadera fundación.


Lina colonia es como un bosque que se ¡dan-
ta: no se dc!«e esperar que dé a lgún producto
hasta después de una veintena de años, ni
grande? rendimientos hasta que haya transcur-
rido un reioodo oe tiempo mucho mas largo, lil
deseo de una ganancia prematura ha destrui-
do la mayor parte de las colonias: pero sin em-
bargo no deben despreciarse los provechos obte-
nidos prontamente , siempre que no decaiga, la
colonia uno los produce.


Es una empresa vergonzosa y m u y des-
acertada, el querer formar una colonia con la
espuma ó ios desechos de una nación, es decir,
con los malhechores, los desterrados y demás
cr iminales . Jo cual seria corromperla y perderla
de antemano. Los hombres de esta clase son in-
capaces de una vida arreglada, son perezosos, y
sienten aversión hacia todo trabajo útil y pací-




----- :>35 - -


fleo; cometen nuevos crímenes, cousumen con
despilfarro ios provisiones, se cansan m u y pronto
de esta manera de vivir , y envían á !a met ró-
poli faisas noticias con g rande perjuicio de la
colonia. Los hombres que deben preterirse para
esto objeto s o n los que ejercen las profesiones
activas más necesarias, como jardineros, labra-
dores, obreros en hierro y madera , pescadores,
cazadores, farmacéuticos, cirujanos, cocineros,
cerbeeeros, etc.


En arr ibando al país donde se t rata de esta-
blecer la colonia, de'oe comenzarse por observar
entiles son Pos productos, sobre todo ios alimen-
ticios, <pie el suelo suministra natural y espon-
táneamente , tales como castañas, nueces, pi-
nas, ciruelas, cerezas, aceitunas, dátiles, miel
silvestre, etc. Después debe indagarse cuáles
son entre la misma clase de productos a l imen-
ticios, los (pee crecen en el espacio de un año,
los que el país produce por sí misno y los que
puede producir fácilmente, tales como las zana-
horias, chirivías, nabos, cebollas rábanos, co-
les, molones comunes, sandías, maíz . etc. El
trigo, la cebada y la avena, exigi r ían ai princi-
pio demasiado trabajo; pero se pueden sembrar
liabas y guisantes , que viven sin mucho cul t i -
vo y que pueden suplir á la carne y ai pan: el




arroz que r inde mucho, puedo llonar el mismo
objeto. Se deberá tener, sobre todo, una abun-
dante provisión de gal le ta y de har ina para
a tender á la subsistencia de la colonia, bas-
ta que ella pueda cosechar t r igo en el país
mismo.


En cuanto al ganado y la volatería, con-
vendrá escoger las especies menos expuestas á
enfermedades y que más se mul t ip l iquen, como
cabras, puercos, ga l l inas , ánsares, pavos, palo-
mas, conejos, etc. Los víveres deben distribuirse
por raciones como en u n a ciudad asediada. El
terreno empleado en la ja rd iner ía y en la labor
debe ser común y los productos deben encerrar-
se en depósitos públicos. A veces deberán ex -
ceptuarse a lgunos pequeños trozos de t ierra,
cuyo aprovechamiento se dejará á los particula-
res para que en ellos ejerzan su industr ia .


En t re las producciones naturales del país,
obsérvenselas que podrían ser objeto de comer-
cio y fuente de riqueza para la colonia, como
se ha hecho con el tabaco de la Vi rg in ia : esto
podrá contribuir á los gastos del establecimien-
to, en la suposición de que tales empresas no
sean más perj udicíales que útiles para la colo-
n ia . E n la mayor parte de los lugares donde se
establecen colonias, se encuentra abundancia




de maderas, que son una mercancía de fácil sa-
lida y que podrá servir de mucho en el mismo
país, con tal de que se encuentren a lgunas mi -
nas de hierro ó a lgunas corrientes de a g u a para
los molinos. Si el calor del cl ima permite es ta-
blecer salinas, debe ensayarse esta indust r ia ,
que puede procurar g randes rendimientos . Si
la seda vegetal se encuent ra en el país, será
también un artículo m u y lucrativo. La pez, la
brea y el a lqui t rán abunda rán asimismo en un
país donde se crien muchos pinos y abetos. Las
drogas y las maderas de olor deben considerar-
se como unas mercancías preciosas. Lo mismo
puede decirse de la sosa y de otros muchos ar-
tículos de comercio; pero no hay que afanarse
demasiado en las m inas , especialmente en los
primeros tiempos de la colonia, pues son con
frecuencia empresas engañosas que ofrecen gas -
tos considerables, y el cuantioso provecho que
se espera sacar de ellas hace que se descuiden
los negocios más seguros.


Respecto del gobierno, nos parece que debe-
ría estar en las manos de uno solo, auxil iado
por un consejo. Este gobierno deberá ser m i l i -
tar , suavizado a lgunas veces por prudentes res-
tricciones. Evítese á todo t rance depositarlo en
muchas personas, con especialidad si están in-




teresadas en Jas empresas de la colonia: más
valdría, que estuviese gobernada por gent i les -
hombres que por mercaderes, porque estos últi-
mos no a t ienden, por regla genera l , sino que
al provecho présenlo y á las ganancias prema-
turas .


La colonia deberá hallarse libre de impues-
tos basta que haya adquirido cierto desarrollo,
y asimismo, deberá tener completa libertad
para trasportar y vender sus géneros donde
más le convenga, á menos que a lguna razón
particular é impor tante aconseje poner l imi ta-
ciones á su comercio.


Debe cuidarse también de no aumentar la
población de la colonia sino que paula t inamen-
te , según lo exija la necesidad de nuevos bra -
zos y según lo permitan los medios de subsis-
tencia con que se cuen te .


Sucede muchas veces que se destruyen ó
ar ru inan en poco tiempo las colonias por haber
sido establecidas demasiado cerca del mar , de
los rios ó de lugares pantanosos. Siempre será
conveniente en los principios no alejarse de
las costas ó de las orillas de los rios navegables,
para prevenir la dificultad de los trasportes ú
otros parecidos inconvenientes . Pero pasada
esta época, será más provechoso penetrar en el




interior del pnw y establecerse en parajes más
sanos, que permanecer en sitios donde ia exce-
siva abundancia de ias aguas perjudiquen á la
salubridad del aire. También interesa macho
á la salud de los colonos que t engan una g r a n
provisión de sal, tanto para usarla en los ali-
mentos ordinarios, como para hacer y conser-
var salazones.


Si se establece la colonia en un país de sal-
vajes, no bastará contentarlos con regalos de
poco valor: será preciso gana r su corazón con
una. conducta constantemente moderada y jus -
ta, sin olvidarse un momento de atender a la
propia seguridad. Xo deberá g a n a r l e su amis-
tad ayudándoles á combatir á sus enemigos,
sino solamente protegiéndolos y acudiendo á su
defensa. También será conveniente enviar de
vez en cuando a lguno de estos salvajes á ia
metrópoli, á lin de que puedan ver por sus mis -
mos ojos que la condición de los hombres civi-
lizados es más dichosa que la suya, y puedan
dar de ello una alta idea á sus compaisanos. Así
que la colunia se ha consolidado, es la ocasión
oportuna de llevar mujeres, á fin de no depen-
der del exterior para reponer el descenso ó las
mermas de la población.


Xo hay bajeza más criminal n i más odiosa




— 2 4 0 —


XXXIV.


nrc LAS R](>I;EZAS.


Para dar una justa y cabal idea de las ri-
quezas, deberían llamarse el bagaje de la vir-
tud: calificación que sería aún más exacta si
pudiéramos emplear un término que significase
precisamente lo que la palabra impedimenta,
por la cual designaban los romanos el bagaje
de un ejército; pues es indudable que ese mis-


que la de abandonar una colonia después de
haber hecho que los individuos que la compo-
nen abandonen la metrópoli. La infamia que
lleva consigo una conducta semejante, es la de
sacrificar á una infinidad de desgraciados, en
cuyo mayor apuro los desampara el mismo que
los comprometió.




rao oficio hacen las riquezas respecto de la
vir tud. Es, sin disputa, el bagaje m u y necesa-
rio, pero embaraza la marcha, y el cuidado de
defenderlo hace perder ocasiones de las cuales
depende la victoria.


La utilidad de las riquezas consiste en el
placer que proporciona el gastar las , siendo todo
lo demás una ilusión engañosa. A la sombra
de la opulencia prosperan una porción de per-
sonas : ¿pero qué ventaja real y positiva pro-
porciona esto al poseedor de las riquezas? Cuan-
do más , la de presenciar el g rande despilfarro
que se hace á sus expensas, que es un placer
sólo agradable) á los ojos. Por consiguiente, el
que dispone de una g r a n fortuna no goza de
la totalidad de lo que posee, y todo el fruto de
m s inmensos bienes está reducido al trabajo de
guardarlos, al cuidado de darles inversión, o al
necio placer de a l imentar con ellos un lujo t an
ostentoso como vano. ¿Sabéis por qué se ha
atribuido u n precio imaginar io á ciertos g u i -
jar ros relucientes, y por qué se h a n emprendido
n in fas y tan fastuosas obras? Pues ha sido con
objeto de que tan grandes riquezas parezcan
útiles para a lguna cosa.


Xo desconozco que á esto podrá p regunta r -
se: el que las posee, ¿no puede servirse de ellas ¡ i ;




para defenderse y librarse en cierto modo de
los peligros, de los trabajos, de molestias y
penalidades sin número á que s- i ¡rilan ex-
puestos los pobres? pero responderé .>íu vacilar
n e g a t i v a m e n t e , siendo el misa.o Salomón
quien me ofrece la respuesta: Id rb-e. dice, se
cree m u y fuerte contemplando so- inmensos
bienes, pero toda su fuerza consi -a <. u una for
taleza que ha fabricado en su i -vigmaeion
Se ve, pues, cuan acertad ámenle - 0 0 0 0 ; este sá
Ido monarca, que el poder del ro-o os i«n falso
como un ensueño, ó mejor a ú n . coum un casti-
llo de leve humo . Sirven en efecto ¡as riquezas
pam vender á sus poseedores, más bien que
para rescatarlos, y no cabo duda, en que es ma-
yor el número de ricos á quienes pierden, que
el número de los que salvan, lo cual debe re-
traernos de aspirar á una fastuosa opulencia.


¿Y no debernos contentarnos con una. fortu-
na que so pueda adquirir honradamente , que
se gaste sin apuros n i despilfarro, y que no eau-
se una profunda pena si se pierde? No aconse-
jamos por esto que se afecte un desprecio filosó-
fico por las riquezas: conviene más aprender a
hacer buen uso de ellas, s iguiendo el ejemplo
de Rabirio Postumo, cuyo elogio hace Cicerón
en estos términos: «La naturaleza misma de ios




medios que emplea para aumenta r su fortuna,
prueban sobradamente que al aspirar á la opu-
lencia, no busca una presa para su avaricia, y
*í un medio para dispensar su beneficencia.>•
Escuchemos ahora á Salomón.- y guardémonos
de correr tras las riquezas: edil que corre en
busca de ¡as r iquezas, no permanecerá mucho
tiempo inocente. -


Según una definición de los poetas, cuando
f loto, dios de ¡as riquezas, es enviado por J ú -
piter, camina muy despacio como si fuese por
una senda escabrosa: pero cuando es enviado
por Pintón, corre rápidamente : alegoría cuya
siguí bou don os que les ríemelas- nciqmñúns con
un trabajo honrado y laborioso l l egan á paso
lento, y que; por el contrario, las que vienen
por muer te de otro, es decir, por herencias, le-
gados, etc . , Hueven ó descargan en cierto mo-
do sobre las personas á quienes van á enr ique-
cer. Pando á. esta fábula diverso sentido y con-
siderando a Pluton como el demonio, también
se podra hacer de ella una aplicación igua l -
mente oportuna: porque cuando las riquezas
son dispensadas por el favor del infierno, se
adquieren por medio del fraude y la violencia,
por injusticias y manejos c r imina les , de tal
suerte que parece que l legan corriendo.




— 244 —


Hay muchos medios de enriquecerse, pero
son pocos los medios honrados, debiendo consi-
derar la economía como uno de los más seguros
entre los de la ul t ima especie, s i n embargo, la
misma economía nó es completamente intacha-
ble, porque aparta un poco del cumplimiento
de los deberes que impone la filantropía y la
caridad.


La perfección de los métodos de agr icul tura
son el camino más expedito y na tura l para en -
riquecerse en esta profesión, y los productos
que da ia tierra á los hombres que saben mere-
cerlos por su trabajo y su industr ia , son los do-
nes de la madre común de ios moríales. Esto
camino es a la verdad un poco largo: poro cuan-
do los hombres ya ricos dedican sus capitales al
cultivo, su fortuna adquiere u n rápido y prodi-
gioso acrecentamiento. Yo conocí un lord que
había adquirido una fortuna inmensa por este
medio, que tenia ganader ías de varias clases,
bosques, minas de carbón, de plomo y de hierro,
rentas de tr igo y otros productos de esta natu-
raleza; de suerte que la t ierra era para él una
especie de segundo océano que le proporciona-
ba todo género de bienes. Este sugeto había
sufrido, en los principios de su fortuna., muchos
afanes y trabajos para adquirir algunos recursos:




pero así que los hubo conseguido, avanzó con
mucha menos dificultad hasta l legar á la más
grande opulencia.


Sucede, en electo, que cuando un hombre
dispone de fondos considerables, t iene una ven-
taja inmensa y constante sobre ios demás; pue-
de aprovecharse de las mejores ocasiones, em-
plear en grande y á precios más baratos, reser-
var sus géneros para el t iempo en que se v e n -
dan unís caros, y por ú l t imo, part icipar de las
ganancias de aquellos mismos que, teniendo
menos intereses, so ven precisados á pedirle á
préstamo ó á surtirse de sus almacenes: medios
todos que indudablemente contr ibuyen á en r i -
quecerle en poco t iempo.


Las ganancias y emolumentos de las dife-
rentes profesiones son justas y legí t imas, y las
cansas que pueden aumentar las son la ac t iv i -
dad y una reputación de honradez adquirida
con una conducta in tachable . Las uti l idades
del comercio son de naturaleza un poco más
dudosa, sobre todo cuando se obtienen abusando
de la estrechez y angus t ia de los demás, cuan-
do para lograr las mercancías á precio más ba-
rato se corrompen los dependientes, comisiona-
dos, etc. , de los vendedores, y cuando se alejan
por medios fraudulentos los concurrentes que




se hallarían dispuestos a ofrecer por ios artícu-
los un precio más crecido. Cuando ios hombres
de esto carácter compran para revender, sobor-
n a n á los corredores para gana r de antemano
por dos conceptos. Las compañías ó sociedades
de comercio son también un medio de enrique-
cerse, cuando se t iene buen acierto ¡¡ara elegir
los asociados.


La usura es uno de los medios más eficaces
para adquirir fortuna; pero es también uno de los
más inicuos; el usurero come el pan que otro
g a n a con el sudor de su frente, y se puede decir
que trabaja, el domingo. Sin embargo , aunque
este medio es bastante seguro, no deja do tener
sus riesgos: los notarios y agentes exageran por
su interés part icular la fortuna del que pide el
préstamo, aunque sepan que sus negocios se
encuent ran en m u y mal estado.


El que inventa u n a cosa úti l ó m u y agrada-
ble, el primero que la presenta al público ó el
que tiene privilegio para explotarla, adquiere
a lgunas veces por estos medios una copiosa
fuente de riqueza, como sucedió con el primero
que hizo el azúcar en las Canarias. Asi pues,
cuando u n hombre posee á un mismo tiempo
m u y buen juicio y mucho ingenio de inven-
ción, t iene en su mano un g r a n recurso pura




enriquecerse moni amenté , sobre todo si las cir-
cunstancias le son favorables. El que solo quie-
re ganancias bien aseguradas, pocas veces l lega
a conseguir una g r a n fortuna, y el que es ari-
ciomido a arriesgar el todo por el todo, concluye
por labrar su propia ru ina .


Deben combinarse las empresas peligrosas
con aquellas otras cuyas utilidades son más se-
guras , á liu do que estas últ imas pongan en
estado de soportar las pérdidas á que exponen
la- primeras. También se adquieren riquezas
en poco t iempo valiéndose de los monopolios, ó
solamente empleando en junto para surtir á los
vendedores al menudeo, cuando las leyes no
ponen trabas á este género de comercio: y se
adquieron, sobre todo, cuando se discurro con
bastante acierto, para proveer en qué tiempos y
en qué lugares será mayor la demanda de la
mercancía que se ha comprado.


'Las riquezas adquiridas al servicio de los re-
yes ó de ios grandes , son honrosas por sí mis-
mas: pero cuando consti tuyen el precio de la
adulación y de la in t r iga , degradan y envile-
cen en vez de honrar. Sin embargo, el arte de
atrapar, por decirlo así, las herencias y legados
de los ricos, arte que Tácito reprende en Séne-
ca., diciendo que parecía envolver en sus redes




á ios hombres poseedores de grandes fortunas,
es para enriquecerse un camino más vergonzoso
a ú n que el anterior, y tanto más infame, cuan-
to que obliga á emplear la adulación con per-
sonas de un orden subalterno. No debe creerse
siempre á esos sugetos que afectan despreciar
las riquezas; porque los que las desprecian t an
fácilmente, son por lo regular los que desespe-
ran de poder adquirirlas y los mismos quemas
las est iman si a l g u n a vez l legan á poseerlas.


Tampoco debe llevarse la economía, hasta la
miseria: no debe olvidarse que si las riquezas
t ienen alas, con las cuales a lgunas veces se
alejan para no volver, otras veces conviene ha-
cerlas volar á g r a n distancia, á fin de que vuel-
van aumentadas .


Los hombres al morir dejan sus bienes á sus
hijos, á sus parientes colaterales, á sus amigos
ó al público. Cuando los legados de estas diver-
sas especies no son de grandes cantidades, pro-
ducen efectos más ventajosos. Una g r a n fortuna
dejada á un heredero, es un cebo que llama á
las aves de rapiña en torno suyo, no pudiendo
defenderse de la voracidad con que éstas le ame-
nazan , si no le ayudan la edad y un juicio ex-
perto y maduro. De igua l modo los grandes do-
nativos hechos al público por los que mué -




— 21-í) —
ren, y las fundaciones fastuosas que forman
parte de sus disposiciones testamentarias , se pa-
recen á ios sepulcros lujosos, que á pesar de su
bri l lante apariencia, bien pronto no encierran
otra cosa que corrupción. Asi pues, no midáis
el valor de vuestros donativos y legados por la
cantidad á que asciendan, sino por su conve-
niencia y por la uti l idad que hayan de produ-
cir, observando en esto como en todas cosas,
justas y prudentes proporciones. Por último, no
difiráis estos legados hasta la hora de la muer-
te, pues hablando con propiedad, un mor ibun-
do al disponer de lo suyo, dispone de lo que en
cierto modo ya no le pertenece,




XXXV.


SoL;i:L LAS P u o r i l C L V S Y OTRAS Í01K Ol LO'iüXIO-..


No hal liaremos en este articulo de las profe-
cías sagradas contenidas en los libros santos, ni
de los oráculos de los paganos, n i tampoco de
los pronósticos naturales: sino solamente de las
predicciones que lian llegado á adquirir cierto
renombre y cuyas causas son enteramente des-
conocidas. Se lee. por ejemplo, en el Antiguo
Testamento, que la Pitonisa consultada por Saúl
le dijo: «Mañana, tú y tus hijos estaréis conmi-
go.» E n Virgilio se encuentran versos imitando
á los de Homero, que dicen en sustancia: «'Un
dia l legará en que los descendientes de Eneas
re inen sobre todas las naciones del universo,
prolongándose este imperio hasta los siglos más




remotos:» profecía que parece referirse ai impe-
rio romano. También se conocen estos versos de
Séneca el trágico: •<AIguna vez en los tiempos
venideros, habrá navegantes audaces que abran
u n camino á través del océano, y que descu-
bran una, tierra inmensa que este mar guarda
en s u vasto seno: entonces aparecerá u n nuevo
mundo á los ojos de los mortales ahombrados, y
la Islandia dejará de ser el ultimo eoniin del
mundo conocido.» Como se ve. esta profecía pa-
rece anunciar el descubrimiento de las Ame-
ricas.


La bija, de Pollera tes. t i rano de Samo?, vio
en sueños á su padre bailado por Júpi ter y re-
cibiendo la unción de, manos do Apolo. Suce-
dió e n efecto, poco tiempo después, que habien-
do sido este t irano enclavado en una cruz en
un lugar descubierto y con el cuerpo expues-
to á un sol ardiente, se cubrió de sudor y fué
en seguida bañado por la l luvia, írílipo, rey de
Macedonia, soñó que halda puesto su sello sobre
el vientre de su esposa: y explicándose este
sueño á su manera , dedujo que era estéril: pero
Aristandro, su adivino, le dijo que m u y por el
contrario, debía creer que su esposa estaba en
cinta, fundándose en que ordinar iamente no se
sella sobre cosa que esté, vacía. L.a fantasma que




apareció á Bruto en su tienda, le dijo: c T á me
volverás á ver en Filipos.» Tiberio dijo un dia á
Galba: <<TÍL larabien, (Jaiba, tú también goza-
rás u n poco del poder soberano.-'


Cuando Vespasiano estaba aún en dudea.
una, profecía, que se extendió mucho en ios paí-
ses orientales, anunciaba, que el que partiese de
allí en dirección á la Italia, obtendría, el impe-
rio clel universo: profecía que se podría aplicar al
Salvador del. mundo , pero que Tácito, que es el
escritor que la refiere, la aplica al emperador
Vespasiano. Don aciano vio en sueños la noche
que precedió al dia. en que fué muerto , una ca-
beza de oro naciendo de su cuello. Sucedió real-
mente que los príncipes que le siguieron hicieron
renacer una nueva edad de oro. Enrique VI, rey
de Inglaterra , dijo cierto dia que se lavaba las
manos, señalando á un ¡oven caballero que le
tenia el a g u a m a n i l y que reinó después con el
nombre de Enr ique Vi l : «Este joven será al fin
el dueño de la corona que hoy nos disputamos.»


Recuerdo haber oido al doctor Pena, cuando
me encontraba en Francia , que la, re ina madre,
Catal ina de IMédicis, que creía en la astrología.
fué en una ocasión á conocer el horóscopo de
Enr ique II . su esposo, dando solamente la hora
del nacimiento.de este príncipe y suponiéndole




otro nombre: y el astrólogo, después de haber
hecho su cálculo, respondió á la reina que su
maridó moriría en un duelo. Esta respuesta le
hizo reir, creyendo m u y seguramente que el
rango eievadísimo que ocupaba, su esposo lo po-
nía á cubierto de la desgracia que le habían
presagiado. Pero el hecho i'ué que Enr ique 11
pereció en un torneo, donde luchando con el
conde de Montgoinmcry, se rompió h i l anza de
este, y uno de los pedazos se introdujo por la
visera, del rey . hiriéndole mortalmente .


Se conoce también esta predicción del astró-
nomo Juan rvlúller: <E1 año 88 (1588; será u n
año memorable.» So ha creído que esto pronós-
tico se cumplió cuando Felipe II. rey de Espa-
ña, mandó contra Ingla ter ra aquella escuadra
formidable que los españoles l lamaron arniada
iftrmcilde, la mayor que j amás se había visto
en los mares, si nó por el número de los buques,
á lo menos por su fuerza. E n cuanto al sueño
ele (íleon, se puede creer que no fué más que
una broma: soñó que un dragón de una longi-
tud prodigiosa le devoraba, y se asustó mucho
con la explicación que de este sueño le dio u n
tocinero.


Las predicciones de esta especie son m u y
numerosas, sobre todo si se cuentan las de los




astrólogos y los sueños proféticos, y por esto
causa lie creído deber referirme sólo á los más
conocidos y acreditados. Estas supuestas profe-
cías deben ser todos igualmente despreciadas,
y merecen clasificarse entre esos cuentos que
sirven para entretener a las gentes sencillas,
cuando están alrededor ¡leí fuego durante las
largas noches de invierno. Pero cuando digo
que deben despreciarse, quiero siguííicar sola-
mente que no son d ignas de n ingún crédito: y
el cuidado que ponen ciertas personas en exten-
derlas y acreditarlas, merece tanto más llamar
la atención del gobierno, cuanto que a lgunas
veces han ocasionado grandes desgracias. E n
muchos países existen leyes muy severas, des-
t inadas expresamente á prohibirlas y evitarlas.


No desconozco que podrá preguntárseme:
¿cómo unas predicciones t an aventuradas so
han podido acreditar? Esto se puede atr ibuir á
tres causas: Id Cuando el acontecimiento veri-
ficado es conforme al pronóstico, los hombres
observan esta conformidad; pero en el caso con-
trario, pasa desapercibida la falsedad del presa-
g i o . — 2 , Ocurre con frecuencia, que conjeturas
probables ú oscuras tradiciones, se convierten
en profecías después que se cumplen casual-
mente , y seducido el hombre por una afición




— 2.V> - -


inna ta á todo lo que le ofrece a l gún misterio,
y por un vivo deseo de conocer el porvenir, se
imag ina con mucha facilidad que puede prede-
cir a t revidamente lo que solo le es permitido
conjeturar: explicación que puede aplicarse á
ios versos profétieos de ¿('meca el trágico, pues-
to que las tierras conocidas en su tiempo cons-
ti tuían una pequeña parte de la superficie del
globo, y en vista de esto era fácil presumir q u e
existiesen más allá del Océano Atlántico comar-
cas de una g rande extensión; y siendo, por
otra, parte, completamente improbable que un
wpacio tan dilatado no fuese mas que un mar
>in continente y sin islas, y estando además
apoyado este razonamiento por la a n t i g u a tra-
dición que se encuent ra en el Timeo de Platón
y por lo que dice de la Atlantida, pudo m u y
bien atreverse el. poeta á convertir la conjetura
en profecía.—3.' La principal y ú l t ima causa
está en que la mayor parte de estas prediccio-
nes, cuyo número es infinito y que son el fruto
de la impostura ó de la locura, han sido hechas
sobre datos seguros.




XXXVI.


i » ! T.A AMiiKjrnX.


La ambición es una pasión cuyos efectos son
m u y semejantes á los de la bilis; pues se sabe
(pae cuando este liumor funciona sin obstáculo,
hace filos hombres activos, ardientes y empren-
dedores, mientras que cuando se siente deteni-
do se vuelve mal igno y venenoso, siendo esto
mismo lo que sucede con la ambición.


En tanto que un ambicioso encuentra ex-
pedita la senda por donde puede elevarse y ade-
lantar en su carrera, es más inquieto y ruidoso
que temible; pero si sus deseos encuentran obs-
táculos insuperables , un descontento secreto
que le mortifica le hace mirar con malos ojos á
ios hombres y los negocios, y no se satisface




sino que cuando iodo marcha desastrosamente,
lo cual consti tuye la más criminal y peligrosa
de cuantas disposiciones puede tener u n hom-
bre consagrado al servicio del príncipe ó del
Estado. Así pues, siempre que un príncipe se
crea en la necesidad de servirse de un ambicio-
so, debe emplearlo y dispensarle las recompen-
sas, de modo que nunca deje de adelantar a lgo.
Pero como este movimiento siempre progresi-
vo en un «ugeto, expone al monarca á muchos
inconvenientes , acaso sea mejor no emplear de
una manera directa á hombres de este carácter;
porque si sus servicios no le hacen prosperar, se
conducirá de suerte que ca igan con él y se in-
utilicen al mismo tiempo.


Como hemos dicho que el príncipe no debe
valerse de hombres ambiciosos sino que en los
casos do m u v urgente é imperiosa necesidad,


«c O I ?
convendrá que señalemos aquellos en que pue-
den ser necesarios. Para el mando de los ejérci-
tos es preciso escoger á los hombres más háb i -
les en las artes de la gue r ra , sin reparar si son
b no ambiciosos. Los servicios de esta especie se
hacen tan necesarios, que compensan todos los
otros inconvenientes, y querer privar á un m i -
litar de su ambición, sería querer arrebatarle
sus esperanzas. Un príncipe puede convertir ñ




u n ambicioso en una especie de pelo ó broquel
para defenderse de los golpes de la envidia y
de otras clases de peligros: ¿quién se acomoda-
ñ a á desempeñar este papel tan comprometido
sino que el ambicioso, semejante á un jugador
inexperto que cada vez compromete más su
suerte sin conocer lo que se trama á so alrede-
dor? También puede servir un hondee de esta
clase para a b a t i r á otro que se eleve demasiado,
como Tiberio empleó á Macron para, abatir á Se-
yano.


Asi pues, ios ambiciososos pueden ser úti-
les en los casos que acabamos de indicar, que-
dando aún por decir cómo se les puede re-
primir y emplear de suerte que no haya nada
que temer ele ellos. Un ambicioso es menos t e -
mible cuando pertenece á una clase modesta,
que cuando junta á sus demás ventajas la de un
nacimiento i lustre: lo mismo sucede cuando tie-
ne unas maneras bruscas, inciviles y descorteses,
en vez de ser afable, simpático y popular. Tam-
bién ofrecerá menos peligros cuando su eleva-
ción es aún reciente, que cuando habiendo en-
canecido en los puestos honrosos que ocupa, pa-
rece que ha echado en ellos profundas raices.


Comunmente se considera como una debili-
dad el que un príncipe t enga un favorito. Xo




soy enteramente de este parecer, y eso mismo
que otros censuran, lo miro por el contrario
como el mejor remedio para contener la ambi-
ción de los grandes; porque cuando el favor ó
la desgracia dependen de un privado, no h a y
miedo de que nadie se eleve demasiado. Tin mé-
todo no menos seguro para enfrenar á u n amb i -
cioso, consiste en oponerle una persona que
también lo sea para que de este modo se con-
trállala uceen. Pero en este caso es necesario
tener otro sugeto de un carácter moderado y
conci l iador , para mantener el equilibrio en-
tre ambos y evitar las discusiones y desave-
nenc ias , pues sin esta especie de las t re , la
nave correría demasiado y estaría expuesta á
zozobrar. El príncipe puede también proteger y
a lentar á a l g ú n individuo de u n orden inferior,
que le servirá como de látigo para corregir de
vez en cuando á los ambiciosos. En cuanto al
medio que consiste en hacerles entrever una
ru ina ó desgracia próxima, concedemos que po-
drá ser bastante para enfrenarlos cuando sonde
carácter t ímido; pero este recurso será m u y pe-
ligroso si se t ra ta de un hombre audaz y em-
prendedor, y lejos de servir para contenerle, po-
drá inducirle á precipitar la ejecución de sus
designios.




— 2 6 0 —


Hablando ahora de los medios de abatirlos,
cuando la necesidad de los asuntos lo exige y
cuando no se puede hacer todo de u n solo golpe,
diremos que la conducta más oportuna que con
ellos puede seguirse, es entremezclar de ta l
modo los favores y los reveses, que no puedan
figurarse cabalmente lo que deban aguardar ó
temer, y se encuentren como perdidos y des-
orientados en u n laberinto. l i na noble ambición
que t e n g a por origen el deseo de dis t inguirse
l levando á término grandes empresas, es desde
luego menos peligrosa que la do un hombre
lleno de pretensiones, que aspirando á sobresa-
lir en todo, no hay nada en que no se quiera
mezclar: esta especie de ambicon es una fuente
de confusión y de desórdenes.


Sin embargo , u n ambicioso que de todo se
ocupa por sí mismo, por más activo que sen, es
menos temible que el que l lega á hacerse pode-
roso por el g r a n número de sus favorecidos y de
las personas que de él dependen. EL hombre que
desea ocupar el primer puesto entre los más há-
biles y eminentes, se impone una penosa tarea
que no podrá cumplir sin hacerse verdadera-
m e n t e útil á su patr ia .


Los hombres se pueden proponer la conse-
cución de tres especies de ventajas: la de poder




— 2 6 1 —


hacer el bien; la de poder aproximarse al p r ínc i -
pe y á los grandes , y la de aumenta r su reputa -
ción y su fortuna. Fd individuo que sólo aspira
á la primera, es honrado y virtuoso, y la ver-
dadera sabiduría, de un príncipe consiste en sa-
ber d is t ingui r entre todos los que le sirven, á
los que obran movidos por t an laudable estímu-
lo. Asi pues, los príncipes y los gobiernos de-
ben preferir para los enípleos públicos, á los sir-
gólos que cuidan más do desempeñar bien sus
obligaciones que de elevarse, y á los que cuan-
do se encargan de los negocios los toman como
co^a propia, aspirando más á la satisfacción de
su conciencia, que á obtener resultados br i l lan-
tes. Por úl t imo, no se debe confundir á u n hom-
bre in t r igan te con otro cuya actividad t iene
por estímulo el deseo de practicar el bien.




XXXVII.


DEL CARÁCTER NATURAL EN LOS HOMJSRES.


El carácter natural se encubre ó disfraza
con frecuencia, algunas veces se domina, y
casi nunca se muda por completo. Cuando se
le violenta, vuelve con mayor energía así que
de nuevo logra la ventaja. La instrucción y
los buenos preceptos pueden moderar su impe-
tuosidad : pero solamente los hábitos tienen eJ
poder de domarlo y cambiarlo.


El que quiere acostumbrarse á vencer su
carácter natural, no debe imponerse una tarea
demasiado grande'ni demasiado pequeña: en
el primer caso se desanimaría de ver que sus
esfuerzos eran impotentes, y en el segundo no
adelantaría bastante en su empresa, aunque




con frecuencia obtuviese a l g ú n buen resoltado.
Al principio y para hacer el trabajo menos pe-
noso, conviene buscar alguna, ayuda , de i gua l
modo que una persona que aprende á nadar se
vale de vegigas l lenas de aire para sostenerse
más fácilmente sobre el a g u a ; pero al cabo de
a lgún tiempo, deben aumentarse á propósito
las dificultades ejercitándose por el sistema de
los bailarines, que para adquir i r mayor ag i l i -
dad usan durante su aprendizaje unos zapatos
m u y pesados, conociendo sin duda que cuando
los ensayos son más difíciles que las ocupacio-
nes ordinarias, y por decirlo así obligatorias,
éstas so perfeccionan más pronto y se pract ican
con más soltura.


Cuando por ser el carácter na tura l m u y
fuerte y enérgico es más difícil la victoria, es
necesario ir ganándola poco á poco y como por
grados. l ie aquí en qué consiste esta g r a d a -
ción: 1." Es preciso tratar de reprimir del todo
el carácter na tura l durante un cierto t iempo,
imitando el ejemplo del que así que se siente
agitado por la cólera, pronuncia las veinte y
cuatro letras del alfabeto antes de resolverse
á hacer las cosas.—,2.° Es preciso moderarse
poco á poco y ganando terreno paula t inamente ,
como lo haría una persona que queriendo per-




- - 264 —


der la costumbre de beber vino, empezase á to-
mar dos copas en lugar de tres, después una en
lugar de dos, y que redujese en seguida la por-
ción á medias copas y más tarde ú copas pe-
queñas , basta abstenerse completamente del
uso de este l icor.—3.° Deberá, por último, do-
minarse del todo el carácter natural sin hacerle
n i n g u n a concesión, ó haciéndole a lguna muy
pequeña.


Pero sin embargo de lo dicho, si se t iene
bas tante constancia y fuerza de voluntad para
sacudir de una sola vez la t i ranía del carácter,
esto será lo preferible. El hombre cuya alma ha
recobrado una completa libertad, es el que des-
pués de haber sabido romper todas las a taduras
que le sujetaban, ha cesado de sentir la vio-
lencia que antes necesitaba para contenerse.


No debe despreciarse aquella an t igua regla,
que prescribe plegar el genio y el espíritu en
sentido contrario al carácter natural para cor-
regirlo más fácilmente, á la manera que se
dobla un bastón en sentido contrario á su cur-
va para enderezarlo; pero este precepto debe
observarse ún icamente en el caso de que este
extremo opuesto no sea por sí mismo un vicio.


Cuando us hayáis empeñado en adquirir un
nuevo hábito, no lo hagáis con un esfuerzo de-




masiado continuo, y tc.nad de vez en cuando
a l g ú n descanso. La interrupción y a lgún repo-
so rean iman el vigor y dan ánimo para prose-
gu i r la tarea, sin contar con que una persona
que todavía no so halla bástanle perfeccionada
en la cosa que practica sin interrupción, con-
trae el hábito de ios defectos lo mismo que el
de las perfecciones, siendo el más seguro reme-
dio para este inconveniente , el suspender á
propósito el ejercicio que se practica. Sin em-
bargo, no hay que fiarse mucho de cualquier
victoria conseguida sobre el carácter na tura l :
podrá permanecer mucho tiempo oculto; pero
en la primera ocasión propicia que se, le pre-
sente volverá de nuevo á aparecer: asi lo ates-
t igua aquella ga ta de que habla Esopo en una
de sus fábulas, que habiendo sido convertida,
en mujer, se mantuvo decentemente colocada
á la mesa, hasta el momento en que vio correr
un ratón. Evitad, pues, estas ocasiones, ó t ra tad
de acostumbraros á ellas para que no os puedan
impresionar.


El carácter natural, de u n individuo se ma-
nifiesta de una manera clara y desembozazada
en la vida privada y en las relaciones ín t imas ,
porque no habiendo n i n g u n a causa para dis-
frazarlo, se muestra sin disimulación. Tain-




— 2 G ( J —


bien se descubre al sentir emociones violentas
que hacen olvidar todas las reglas y precaucio-
nes, y en una situación nueva é imprevista en
que los hábitos nos abandonan.


¡Dichoso el mortal cuya profesión se armo-
niza con su carácter! en el caso contrario po-
dría decir: «Mi alma ha estado largo tiempo
fuera de su morada.» Y en efecto, ¿qué vida
más insoportable que la de un hombre que per-
petuamente se halla ocupado en cosas á que no
tiene afición? Por lo que mira á los estudios,
conviene tener horas fijas para dedicarlas á
aquellos á que naturalmente no somos inclina-
dos; y respeto de los que son de nuestro gusto,
no hay que inquietarse en destinarles horas se-
ñaladas: nuestro pensamiento se inclinará ha-
cia ellos sin que haya que estimularlo, pudien-
do reservarles el tiempo que no reclamen los
asuntos y los estudios menos agradables, aun-
que más útiles y necesarios.


La naturaleza ha sembrado, por decirlo así,
en nuestra alma semillas buenas y malas. Em-
pleemos, pues, nuestra vida toda en cultivar
las primeras y extirpar las segundas.




— 2 0 7 —


XXXVIII.


DE LOS i i . í l i l I O S Y DE LA EDUCACIÓN.


Los pensamientos de los hombres dependen
de sus inclinaciones y de sus gustos; sus discur-
sos dependen de sus luces, de los maestros que
h a n tenido y de las opiniones que han abraza-
do; pero sus acciones se determinan solamente
por sus hábitos, como lo observa Maquiavelo,
aunque aplicando esta observación á un caso de
m u y odiosa naturaleza.


Tratándose de ejecutar, es necesario no fiar-
se de la energía del carácter n i de las más en -
carecidas promesas, si todo ello no está fortale-
cido y como sancionado por los hábitos. «Por
ejemplo, dice el autor citado, para verificar u n
atentado peligroso y comprometido, ya sea de




conspiración . ya de cualquiera otra especie,
no os fiéis de la ferocidad natural del i n d i -
vidué ni de la audacia con que lo emprende,
sino de un hombre que ya t enga templadas sus
manos al calor de la sangre.» Esto es cierto,
pero también lo es que Maquiavelo no habia
oido hablar del monge Jacobo Clemente , n i de
Ravaillac, n i do J áu rcguy , ni de Baltasar Ge-
rardo, n i de Guido F a u x . Sin embargo de estas
excepciones es su regla m u y segura, siendo in-
dudable que el carácter natural y los más sa-
grados compromisos, no t ienen tanto poder
como los hábitos.


Solamente el fanatismo puede rivalizar con
ellos , habiendo hecho en nuestros dias t an
grandes progresos, que los asesinos cuyo brazo
ha armado por primera vez, no han cedido en
firmeza, y seguridad á los criminales más endu-
recidos: de i gua l modo, las resoluciones dictadas
por la superstición t ienen para todo acto san-
gr iento la misma fuerza que los hábitos; pero en
todos los demás casos, la preponderancia y ven-
taja de los hábitos son bien claras y man i ti es-
tas . ¡Oh! ¿quién podrá dudar de su poder, cuan-
do se ve á los hombres que después de tantas
promesas, de tantas protestas, de compromisos
formales, de palabras empeñadas, hacen y repi-




— 2 ( 3 9 —


ten precisamente lo mismo que otras veces han
hecho, como si fuesen autómatas ó máquinas
movidas sólo por el resorte de los hábitos? He
aquí a lgunos ejemplos de su poder t i ránico.


Hay indios, y entiéndase que sólo hablamos
de ios gimnosofistas, que se s ientan tranquila-
mente sobre una hoguera y se sacrifican abra-
sados. Se ve también á las viudas disputarse el
honor de ser quemadas con los cadáveres de sus
esposos. Los jóvenes de Esparta se dejaban azo-
tar sobre los altares de Diana basta que su piel
brotaba sangre , sin exhalar una sola queja. Re-
cuerdo (pie en el principio del reinado de la reí-
na Isabel, un rebelde de Irlanda que Labia sido
condenado á la ú l t ima pena, hizo presentar u n
memorial para obtener la gracia de ser ahor-
cado con una cuerda de mimbres torcidos, y no
con una ordinaria, por ser ésta, según decía,
la costumbre de su país. E n la Moscovia h a y
nronges que. durante el invierno, se imponen"
la penitencia de meterse en el agua y perma-
necer en ella hasta que se hiela en su derredor,
l ina vez que tal es el poder de los hábitos, t ra-
temos de adquirir solamente los buenos.


Los hábitos contraidos en la niñez son sin
disputa los más dominantes . Lo que l lamamos
educación, no es en el fondo otra cosa que há -




bitos adquiridos en la infancia. Se sabe, por
ejemplo, que los niños y los jóvenes aprenden
las lenguas más fácilmente que los adultos; y
esto consiste en que en las dos primeras edades
la l engua es más dócil y se presta más fácil-
men te á. los movimientos que exige la forma-
ción de los sonidos articulados. Por la misma
razón, teniendo más soltura y docilidad los
miembros durante el período de la j uven tud ,
el cuerpo de los jóvenes se acostumbra con m e -
nos inconvenientes á toda clase de ejercicios y
movimientos , mientras que los que empiezan
más tarde encuent ran mucho más trabajo para
vencer las dificultades (pie se les presentan.
Hay , sin embargo, que exceptuar áa lgunos in-
dividuos, que t ienen cuidado de dejar su a lma
abierta á las nuevas impresiones, sin contraer
n i n g ú n hábito de que no puedan deshacerse, á
fin de estar siempre en disposición de perfeccio-
narse .


Pero si los hábitos t ienen tanto dominio so-
bre los individuos aislados, t ienen también u n
g r a n poder sobre los que se hallan reunidos en
colectividad, como en u n ejército, en un cole-
gio , en u n convento, etc. E n este úl t imo caso,
el ejemplo ins t ruye y d i r ige , el trato con los
demás sostiene v fortifica, la emulación des-


v 7




pie ría y aguijonea, y los honores y recompen-
sas elevan el ánimo: de suerte que en estas cor-
poraciones, los hálatos adquieren el m á x i m u m
de su fuerza. La experiencia prueba sobrada-
men te que la multiplicación de las vir tudes
en nuestra especie, es el efecto de sabios ins t i -
tutos gobernados por una juiciosa disciplina, y
de otras asociaciones bien ordenadas y d i r ig i -
das. Se observa que las repúblicas, y en gene-
ral los buenos gobiernos, a l imentan las v i r tu -
des ya nacidas, pero rara vez saben sembrar la
semilla de otras nuevas y hacerla ge rminar . La
dificultad consisto hoy dia en que los medios
más eficaces se aplican á fines poco dignos del
hombre.


~-^Sfü>^g^^.~—




XXXIX.


DE TA FORTCXA.


No so puede 'Indar que hoy muchas causas
puramente accidentales que pueden conducir á
los hombres m u y rápidamente hacia la fortu-
na , tedies como el favor de los grandes , una ca-
sualidad dicho-a, la muerte de otros individuos,
ó sean las herencias, y las ocasiones favorables á
las vir tudes ó talentos que nos son propios; pero
lo más frecuente' es que la, suerte de cada hom-
bre esté en su manos, como lo ha dicho un poe-
ta en esta frase: -/Cada cual es el autor de su
fortuna.»


Mas para designar con mayor precisión la
principal y más poderosa, de las causas que he -
mos enumerado, diremos, aunque parezca mu-




cho atrevimiento, que la necedad y descuidos
de unos hacen la fortuna de otros. Prueba, en
efecto, la experiencia que el medio más rápido
y seguro pura prosperar, es estar siempre dis-
puesto á aprovecharse de las faltas y desacier-
tos de los extraños. Una ser]dente no se con-
vierte en dragón hasta que ha devorado á otra
serpiente.


Las virtudes bril lantes y de g rande aparien-
cia, sólo procuran elogios á quien las posee:
¡¡uro hay virtudes secretas y escondidas que
contr ibuyen más á nuestra fortuna: á esta es-
pecie pertenece una cierta manera delicada y
fácil de hacerse valer, que los españoles expre-
san en parte por medio de la palabra rfe.xoicul-
tura: lo cual significa que para buscar la suer-
te hay que tener , en vez de un carácter áspero
y difícil, un genio dócil, versátil y siempre
dispuesto á volverse con la rueda caprichosa de
la fortuna. Queriendo dar Tito Libio una jus ta
idea de Catón el Censor, se expresa así: <-¥Á v i -
gor de alma y de cuerpo l legan á tal punto
en este hombre, que en cualquier país que hu -
biese nacido habría hecho su fortuna;,* y des-
pués añade: «Tenia un carácter acomodaticio
y versátil.»


Por poco perspicaz que un hombre t enga la
is




— 274


vista para mirar en torno suyo, tarde ó t em-
prano descubrirá esa fortuna de (pie hablamos:
porque si puede haber hombres ciegos, ella no es
nunca invisible. El camino para conseguirla es
semejante á la vía láctea; es una. reunión de es-
trellas pequeñas, cada una de los enale* pasaría
desapercibida si estuviese separada de las de-
más, pero que hallándose ínula- despiden una.
luz bastante viva; y para expresarnos sin e«te
sentido f igurado, diremos que dicho camino
consiste en un conjunto de facultades y de há-
bitos, de talentos y virtudes apena* percep-
t ibles.


En t re las cualidades necesarias para hacer
fortuna, los italianos indican a lgunas de cuya
verdad no puede dudarse. Según ellos, para que
un hombre posea todas las condiciones tpue se
requieren, y para que cuente con la, seguridad
ele l legar al logro de sus deseos sobre este parti-
cular, es indispensable que tonga >ni ¡meo di
iti«t(ú, es decir, una vena de loco. En efecto,
hay dos calidades esenciales para abrirse paso
en el camino de la fortuna; la primera es esa
vena de loco, y la otra no ser demasiado hon-
rado. Así vemos que los que se consagran úni-
camente á su patr ia y á su soberano, obtie-
nen rara vez grandes beneficios: porque míen-




tras mi hombre aparta sus miradas de sí mis-
mo y las dirige á u n asunto extraño, pierde el
camino que lo conducía bácia el objeto de su
propio interés. Una prosperidad rápida hace á
los hombres presuntuosos, inquietos, y usando
de una expresión francesa ( remuantd atrevidos
y travieso^: pero una fortuna adquirida con el
trabajo y la perseverancia, les aumen ta su h a -
bil idad y sus buenas cualidades.


La, fod ana. merece nuestros respetos y ho -
menajes, aunque solo sea por consideración a
sus dos h i j a s . la confianza y la reputación,
pues tales son los dos efectos que producen los
m e d í a i s : f d i e e s . el uno en nosotros mismos, y
el ob'a en las personas con quienes vivimos y
en su fenduota respecto de nosotros.


Los lumbres prudentes, para ponerse á. cu-
b i o r m d c h i envidia á que están expuestos por
sus PiJe; y . y vir tudes, atribuyen el suceso de
.•sus negocios ó Ja fortuna ó á la divina Provi-
dencia. Per esto medio disfrutan en paz de su
prosperidad, á lo que también se añade que u n
poi'muaje ilud.ro da más alta idea de sí mismo
cuando pn<xlo persuadir que un poder superior
\ e l a por sus destinos. Con esta idea dijo César
ó un pifaf) en una, tempestad: «Nada temas,
amigo mbu llevas á César y su fortuna:» y con




la misma profirió Sila la calificación de afortu-
tunado á la de g rande . Se observa también que
los que lian tenido la presunción de atribuir
los buenos resultados de sus empresas á su pru -
ciencia y á sus propias disposiciones, han con-
cluido por ser muy desgraciados: observación
que se comprueba en lo que sucedió al atenien-
se Timoteo. En una, arenga donde daba cuenta
de sus operaciones mili tares ante la asamblea
del pueblo, repitió muchas veces estas palabras;
«Observad, atenienses, que en esto no ha teni-
do n i n g u n a parte la fortuna,:» y después de esta
época no pudo realizar felizmente n i n g u n a de
las empresas que in ten tó .


En t re las personas que logran resultados
ventajosos, h a y a lgunas cuya fortuna se parece
á los versos de Homero, que son más fáciles
y fluidos que los de los demás poetas, como lo
observa Plutarco en la vida de Timoleon, al
comparar la. fortuna de éste con la de Agesiiao
y Epaminondas .




XL.


m: i . A usur I .


Muchos escritores ingeniosos han atacado á
la usura y á los usureros. «¿Q.aé cosa más odio-
sa, dicen los unos, que dar al diablo el diezmo
que pertenece á Dios?»—«El usurero, dicen
otros, es el más ind igno profanador de los dias
de fiesta y trabaja basta en el domingo.> Algu-
nos añaden que la usura es el zángano de que
habla Virgilio cuando dice: «Las abejas t raba-
jan el panal, mientras los zánganos están ocio-
sos. •> Los hay <pie suponen que el usurero i n -
fringe la primera ley que Dios impuso al hom-
bre después que este hubo caido de su gracia , la
cual está "nucebida en estos términos: «Ganará*
el pan con el sudor de tu frente,-> y no con el




sudor de la frente de otro. Algunos quieren aún.
que los usureros gas ten gorro amarillo, puesto
que lo que hacen no es otra cosa que judaizar
y en fin, dicen otros que aspirar á que la plata
produzca plata, es buscar una. ganancia, con-
trar ia á la naturaleza.


E n cuanto á mí , todo lo más que mí.- permi-
tiré decir sobre una cuestión t an d-.-ba1*da, está
reducido á que la usura es una do esas conce-
siones hechas á la dureza del corazón humano ,
y un abuso que es preciso tolerar, en atención
á que los préstamos son necesarios á . .da ins-
t an t e , y á que la mayoría de los hombros son
demasiado interesados para hacerlos sin g a -
nancias .


Algunos autores han imaginado llenar este
objeto estableciendo bancos nacionales, que an-
tes de hacer sus operaciones se asegarrasmi del
estado de la fortuna del que solicita, el présta-
mo, indicando para este fin medios ingenioso?
y sutiles, y por consiguiente inseguros: pirro
pocos h a n sido los que han suministrado luces:
verdaderamente útiles sobre la cuestión de la
usura. Es, pues, indispensable presentar una
especie de cuadro donde consten sus ventajas é
inconvenientes , á fin de que se pueda distin-
guir lo bueno de lo malo, para procurar lo pri-




:/7:1


mero y poner remedio ;'i lo segundo: peí o cui •
lando sobre todo de no incurr i r por equivoca-
ción en aquello mismo de que queremos apar-
tarnos.


/,»;,,ii-fnieufi'xth: la usara.—1." Disminuye
el número de los comerciantes: porque si el di-
nero no estuviese desperdiciado en este vil agio-
taje que lo hace estéril , estaría invertido en
mercancías, haciendo fructificar el comercio,
que es la principal arteria del cuerpo político, ó
el canal que sirve para la importación de las
riqueza".


2." I,a usura empobrece también á los co-
merciantes, pues así como un arrendatario no
puede hacer grandes adelantos en su industr ia
agrícola., ni obtener u n producto considerable
de la tierra que labra cuando está obligado á
pagar una renta m u y crecida, así un mercader
no puede hacer su comercio con tanto desahogo,
n i obtener tantos rendimientos , cuando se ve
precisado á buscar el capital que necesita á u n
interés excesivo. El tercer inconveniente , que
es una consecuencia de los dos primeros, con-
siste en Ja disminución de la renta de las adua-
nas , que tiene necesariamente su flujo y reflujo,
¡ue corresponden y se acomodan á los del co-


mercio.




4 . " La usura concentra y amontona ios ca-
pitales de una nación en las manos de un pe-
queño número de personas: porque siendo se-
guras las gananc ias del prestamista y muy in-
ciertas las del negociante , ora comercio con
sus propios fondos, ora con fondos tomados á
préstamo, claro está que antes ó después, el re-
sultado del j uego será que todo el dinero quede
en manos del que maneja los naipes. Además
de lo dicho, la experiencia demuestra que un
Estado es siempre más floreciente, cuando los
capitales están más igua lmente distribuidos.


5.° La usura hace bajar ei precio de las t ier-
ras y demás propiedades inmuebles , pues suce-
de con mucha frecuencia, que casi todo el dia-
riero que se encuentra empleado en el comercio
y la industr ia agricola, lo distrae la usura
l lamando hacia sí los capitales.


G.* Apartando á los ciudadanos del trabajo
en que se ocupan, hace que languidezcan la <
industr ias y d isminuye el número de invencio-
nes útiles (pie t ienden á la perfección de las
arles: obstruye también todos los caminos que
el capital seguir ía na tu ra lmen te para fructifi-
car, si no fuese absorbido por esto abismo, donde
permanece estancado.


7.'' La usura es una especie de sanguijuela




que chupa continuamente la sangre más pura
de una infinidad de particulares, y que al fin
los consume, extenuando al mismo tiempo al
Estado.


Vejttdjíts de la asara.—1/ Aunque la usura
sea perjudicial al comercio bajo cierto punto
de vista, le es útil, en otro concepto: se sabe
que la mayor parte del comercio se bace por
negociantes jóvenes aún ó no m u y ricos en
general , que casi siempre t ienen necesidad de
pedir dinero prestado á réditos; de suerte que
sí el prestamista retirase ó retuviese sus capi-
tales, resultaría una paralización en el co-
mercio.


2.' Si se quitase a los particulares la como-
didad de procurarse dinero á interés para hacer
frente á sus apremiantes necesidades, no tarda-
rían mucho en verse reducido* al mayor apuro
v obligados á malbaratar sus bienes, tanto
muebles como inmuebles, y por consiguiente
se les habría apartado de un mal deplorable
para entregarlos á otro más g rande aún; pues
la usura no bace más que minarlos poco á poco,
mientras (pie en el caso que hemos supuesto
quedarían arruinados de un solo golpe. Las h i -
potecas no remedian este mal ; por pie los que
prestan con ellas exigen también que se les




abonen intereses, y si no se les reembolsa el
día señala,lo para el payo, proceden con todo
rigor y no t ienen escrúpulo en quedarse con la
finca que ten ion e n garan t ía . Recuerdo lo que
á este propósito d e - l a un aldeano muy rico y
m u y codicioso: «¡Malditos sean los usureros!
exclamaba, e l l o s recogen toda la utilidad que
sacamos de be" adcbnitos hechos ;i, cuenta de
salarios, cuando no podemos cumplir nuestros
compromisos.»


En cuanto á la tercera y última, ventaja de
la usura, d i r utos que es una esperanza qu imé-
rica la de que se puedan imaginar alguna vez
disposiciones euyo objeto sea batan1 más frecuen-
tes los préstamos sin interés; y de atreverse á
prohibir á, los prestamistas que cobrasen réditos
por su dinero, resultarían una iuíinidad de se-
rios inconveniente?. Así pues, no se piense en
abolir lega lmente la usura, pues todos los go-
biernos, tanto monárquicos como republicanos,
la han tolerado, unas veces fijando el tipo del
interés, otras adoptando otras medidas. Seme-
j a n t e idea debe enviarse al catálogo de las
utopias.


Hablemos ahora de la manera de arreglar
y moderar la usura, ó lo que es lo mismo, de
los medios con cuya ayuda pueden evitarse sus




— 283 —


inconvenientes, sin perder sus ventajas. Creo
que en combinando juic iosamente los unos con
las otras, no será imposible asegurar las pr in-
cipales de estas ú l t imas . Uno do dichos medios
es l imarle los dientes para que no pueda mor-
der tu ido á pesar de su voracidad, y otro con-
siste — proporcionar á los capitalistas facilidad
y seguridades que les induzcan á prestar su
dinero á los negociantes, lo cual contr ibuir ía
mucho al fomento y desarrollo del comercio.
Este doble objeto no puede lograrse sino que
lijando dos tasas diferentes para el interés del
dinero, la una más alta, que la otra; porque si
no so estableciese mas que una un poco baja,
esta disposición aliviaría á los deudores, pero
los comerciantes tendr ían mucha dificultad en
encontrar dinero, siendo cierto además que esta
profesión es la más lucrativa de todas, por cuyo
motivo puede sufrir una tasa más elevada.


He aquí lo que conviene hacer para reunir
y conciliar todas las ventajas de que hemos ha-
blado: que haya , como dejamos dicho, dos ta -
sas diferentes, la una para la usura libre y per-
mitida á todos los ciudadalos sin excepción, y
la otra para la usura permit ida solamente á
ciertas personas y en ciertos lugares donde
haya un g r a n comercio: que la pr imera sea de




— 2 «4 —


u n 5 por 100; tpie se haga pública por medio
de u n edicto y una deolaracion donde se con-
s igne que los préstamos á este interés son libres
para todo el mundo , y en consecuencia, que el
gobierno del monarca ó de la república prome-
ta no ex ig i r mul ta n i n g u n a á los que se con-
ten ten con ese módico beneficio: de este modo
los préstamos serán más fáciles de obtener y
procurarán u n g rande alivio á los labradores.
Estas mismas disposiciones también contr ibui-
rán mucho á subir el precio, ó sea á aumentar
el valor relativo de las fincas rústicas; porque
siendo la renta» ac tualmente en Ingla terra de
u n 6 por 100, excederá á la tasa del interés del
dinero, que sólo se eleva ¡i un 5. Otro efecto de
estas medidas será el movimiento y desarrollo
que tomasen las demás industr ias y todas las
artes, tendiendo á la perfección de las cosas
útiles; porque entonces el mayor número de los
que dispongan de fondos, y especialmente los
acostumbrados á obtener grandes beneficios,
preferirán emplearlos de esta manera , á fin de
proporcionarse una gananc ia superior al i n t e -
rés establecido por la ley.


Además de esto, deberá permitirse á deter-
minadas personas, como ya hemos indicado,
prestar dinero á los comerciantes a u n interés




más alio eme el que lija la primera tasa y con
las condiciones s iguientes: 1." Que el interés,
aun para estos mismos comerciantes á que nos
referimos, sea un poco más bajo que el que pa -
gaban antes. Con esta doble disposición, todos
los deudores, ya sean ó no mercaderes, t endrán
un cierto alivdo, debiéndose comprender que
estos préstamos no se harán por medio de u n
banco ni n ingún otro sistema de fondos públi-
cos, sino que m u y por el contrario, cada cual
quedará dueño de manejar su dinero sin in ter -
vención de nadie. Y no se crea que digo esto
porque desapruebe enteramente los bancos, sino
porque es muy difícil que inspiren confianza al
público.—2." (¿ne el gobierno del soberano ó de
la república exija a l g u n a contribución por los
permisos ó autorizaciones que concedo, y que el
resto del beneficio quede todo á favor del pres-
tamista . Si este derecho que se imponga grava
poco el interés, no bastará para desanimarlo;
porque la persona que prestaba antes, por ejem-
plo, á un nueve ó diez por ciento, se conforma-
rá con el ocho, más bien que abandonar su e s -
peculación y dejar gananc ias seguras por otras
eventuales.


El número de los permisos para prestar, no
debe limitarse; pero sólo deben concederse en




las ciudades donde el comercio se halle llore-
ciento. De este modo los prestamistas no podrán
abusar de su autorización para prestar el dine-
ro a geno obtenido á más bajo precio; y la tasa
de nueve por cíenlo lijada para los que t engan
permisos particulares, no impedirá los présta-
mos verificados con arreglo á Ja tasa inferior de
cinco por ciento, puesto que nadie gusta de em-
plear su capital m u y lejos de su residencia ni
de confiarle á manos desconocidas.


Si se me objetase que lo que acabo de decir
autoriza en cierto modo la usura, y que ademáis
la permite sólo en determinados lugares, res-
pondería que es mucho mejor permitir una. usu-
ra franca y declarada, que sufrir todos los es-
tragos que ocasiona cuando se ejerce secreta-
men te , por la connivencia de ios que la hacen
coa los que t ienen necesidad de los préstamos,
ó porque los que están obligados á castigarla la
favorecen.




XLI.


W. LA JTVKXTUD Y LA VL.TEZ.


Un hombro puede sor jó ve.: por su edad, y
viejo por el buen empleo que lio ya hecho de sus
años; ¡»cro oslo acontece m u y rara vez. Hablan-
do en general, la juventud os emuo los prime-
ros pensamiento:?, que son ordinariamente m e -
nos juiciosos que los que se tienua después,
siendo una verdad que los pensamientos tienen
también su juven tud como los Individuos.


La juven tud es naturaimonío más ingenio-
sa que la vejez, y más fecunda en concepcio-
nes sublimes, que parecen a lgunas veces inspi-
raciones d ivinas .


Los hombres que t ienen ;ni a lma de fuego
agitada con frecuencia por violento? deseos, no




adquieren madurez para obrar, hasta que lian
pasado el verano de la vida. Tales fueron Julio
César y Séptimo Severo: la juventud de este úl-
t imo fué, según dicen los historiadores, una
cadena de extravíos, y en ella se vio agitado
por pasiones violentísimas y casi furiosas, sin
que esto impidiera que fuese después uno de los
hombres m i s dignos de la suprema autoridad.


Una persono, de un carácter más pacifico,
más sereno y m á s templado, puede dist inguirse
y hacer grandes cosas desde su j uven tud , de lo
cual tenemos ejemplos en Augus to , Cosme de
Mediéis, Gastón de Foix y algunos otros.


Un hombre de edad madura que conserva el
fuego y la vivacidad de ¡a juven tud , es muy; ' ;
propósito para los negocios. La j uven tud es más
apta para la invención que paca, las cosas que
requieren el juicio maduro y el razonamiento
severo: más para la ejecución que para las deli-
beraciones; y más también para los nuevos pro-
yectos que para las cosas ya establecidas. La
experiencia de las personas de edad madura es
para ellas un gu ia m u y seguro en todos los ca-
sos en que esta experiencia puede aplicarse:
pero en los casos nuevos suele engañar las , y casi
siempre concluye por extraviarlas ó detenerlas
en su camino.




Los errores de ios jóvenes a r ru inan por re-
gia genera l los negocios; los de los viejos los
perjudican también , y las más veces no logran
el objeto por no hacer lo suficiente ó por no ha -
cerlo con presteza. Los jóvenes abrazan más
de lo epue permite la fuerza de sus brazos; saben
producir movimientos que después no pueden
detener, y vuelan hacia el fin sin pararse en la
necesidad de pesar, de escoger, de moderar y
de graduar los medios: s iguen c iegamente u n
pequeño número de principios atrevidos, y se
precipitan hacia aquello que les l lama la a ten-
ción por su novedad, de donde nacen inconve-
nientes que no saben preveer y evitar, in tentan
los remedios extremos desde el principio, y lo
que empeora y aumenta todas sus fallas, es que
no"quieren nunca convenir n i trabajar en repa-
rarlas, semejantes á un caballo fogoso que se
n i ega á volverse y á detenerse.


Los viejos, por el contrario, presentan de-
masiadas objeciones, pierden mucho tiempo en
deliberar, no t ienen atrevimiento suficiente,
vacilan y se arrepienten antes de haberse equi-
vocado, rara vez l legan hasta el fin, y se con-
ten tan casi siempre con u n resultado incom-
pleto.


l ' n medio aconsejado por la prudencia seria
10




combinar reunidas las dos edades: mediante
esta combinación, las virtudes y los talentos
propios de cada una de ellas, remediarían por
el momento los vicios y defectos peculiares de
la otra, y en el porvenir , los jóvenes habr ían
aprendido á desempeñar mejor sus popeles,
cuantiólos viejos todavía podrían sor actores.
Por ú l t imo, esta juiciosa combinación product-'
r ía también otros buenos efectos: porque si es
verdad que la vejez goza de autoridad, no lo es
menos que la juventud inspira mayores sim-
patías.


En los jóvenes es más estimada la morali-
dad, sin duda porque no t ienen c o m o ¡os viejos
para conservarla, el recurso de la prudencia y
la política. Cierto rabino fijaba su atención en.
el texto de la Sagrada Escritura . que dice:
«Vuestros jóvenes t endrán visiones, y vuestros
ancianos sólo tendrán sueños; > é. infería que los
jóvenes eran preferidos á los viejos por la Divi-
n idad, en razón, según él aseguraba, de que
una visión es una revelación más clara y ma-
nifiesta que un sueño.


Cuanto más se ha vivido en este mundo,
más cant idad de veneno se ha comunicado al
a lma, paos la vejez sirve para perfeccionar las
facultades intelectuales, más bien que para roe-




— 291 —


lid car los deseos de la voluntad. Ciertos ta len-
tos que maduran antes de tiempo, pierden m u y
pronto toda su savia: á éstos pertenecen Jos
que por ser demasiada) agudos ó sutiles se gas-
tan fácilmente. Tal fué el del retórico Flermó-
¿rcnes. que después de haber compuesto libros
de una excesiva sutileza de pensamientos, cayó
m u y temprano en una especie de imbecil idad.
También se pueden comprender en la misma
das : 1 ó los que t ienen facultades y disposicio-
nes más propias de la j u v e n t u d que de la edad
madura , .-orno una elocuencia fácil, a b u n d a n -
te y florida: esta es una, observación que hace
Cicerón respecto al estilo oratorio de TIortensio:
«•Permaneció siempre el mismo; pero las mis -
mas cosas no le convenían siempre.» Otro t an-
to puede decirse de los que tomando en el p r in-
cipio un vuelo, por demás elevado, se encuen-
t ran en seguida como oprimidos por el peso de
su propia grandeza: un ejemplo de estos nos
ofrece J'lscinion el Africano, del cual dice Tito
T.ivio, que «sus últimos años no correspondie-
ron á los primeros do su vida.»




XLII.


: ) K r,\ B E L L E Z A .


La vir tud se asemeja á un bri l lante, que
t iene más vista cuando está montado con ele-
ganc ia y sencillez que cuando está recargado
de adornos, y aparece también mucho mejor
en u n a persona que t e n g a cierto aire de respe-
table d ign idad , más bien que una belleza afe-
m i n a d a que agrade solamente á los ojos.


fiara vez las personas de mucha hermosura
reúnen un méri to trascendental . Parece que
al formarlas ha tenido la naturaleza más cu i -
dado de hacer un todo regular que un conjun-
to de una subl ime perfección. Se observa que
se encuen t ran libres de defectos más frecuente-
men te que dis t inguidas por cualidades de pr i -




mer orden y por u n a lma elevada, siendo por
regla común más deseosas de bril lar por los
adornos exteriores que aficionadas á adquir i r
u n mérito verdadero. Hay , sin embargo, ex -
cepciones, tales como César Augusto , Tito Ves-
pasiano, Felipe TV, rey de Francia , l lamado el
Hermoso, Eduardo IV, rey de Ingla ter ra , Is-
mael y el ateniense Alcibiades, que eran todos
personajes dotados de una a lma g rande y ele-
vada, y que al mismo tiempo fueron los hom-
bres más hermosos de su t iempo.


E n materia de belleza, se prefiere la grac ia
de las formas á la hermosura del color, y la gra-
cia del semblante y de los movimientos de todo
el cuerpo á la perfección de las formas. Y así su-
cede, que lo que h a y de más seductor en la be-
lleza, no puede expresarlo la p in tu ra : no está
á su alcance comunicar el aire y la animación
de una, persona viva, n i esa impresión inexpl i -
cable que produce á pr imera vista. No existe
ninguna, persona que mirada en su totalidad,
se encuentre completamente exenta de defec-
tos. Sería difícil aver iguar cuál de los dos estu-
vo más desacertado entre Apeles y Alberto I )u-
rer, de los cuales el uno quiso componer u n a
belleza ideal con la ayuda de proporciones geo-
métricas, y el otro reuniendo todas las partes




— 29i —


más perfectas que pudieran encontrarse en di-
ferentes fisonomías.


Me figuro que tales bellezas gus ta r í an sólo
al pintor que las compusiese, y creo que jamás
pintor a lguno podrá componer un rostro ideal
más bello que todos los que existen; y si acer-
tase á trasladar al lienzo una creación semejan-
te , sería en todo caso por una feliz casualidad,
ó del mismo modo que el músico compone una
pieza preciosa, sin otra regla que el sent imien-
to y el gusto. Por poco que lijemos la atención
sobre esto, se comprenderá que hay muchas fiso-
nomías cuyas facciones tomadas una á u n a no
son nada perfectas ni hermosas, y cuyo conjun-
to no deja de ser agradable .


tíi es verdad que la circunstancia más esen-
cial de la belleza está en la gracia de los movi-
mientos, como hemos dicho más arriba, no de-
beremos asombrarnos de ver personas que en su
edad madura son más agradables que otras que
se hallan en la j uven tud , lo cual está conforme
con esta frase de Eur ípides: «El otoño de las
personas bellas, es bello todavía.»


Los jóvenes no pueden observar siempre las
conveniencias necesarias tan bien como las per-
sonas de más edad, y la gracia que se les en-
cuentra nace en parte de que su misma j u v e n -




í ii ti les sirve de excusa. La belleza se parece á los
primeros frutos del verano, que se corrompen
fáci lmente y no sirven para guardarse . Los fru-
tos más comunes de la belleza son el l iberti-
naje en la juven tud y el arrepent imiento en la
vejez; sin embargo, cuando es lo que debe ser
oscurece los vicios y hace bril lar las vir tudes .


XL1ÍI.


1)0 LA l'UALDAD Y DE LA DEFORMIDAD.


Las personas feas ó deformes están por lo
común en paz con la naturaleza; ésta las ha
maltratado, y ellas la mal t ra tan á su vez: ordi-
nar iamente sucede, como lo dice la misma Es-
critura, que no t ienen buen carácter. Es i ndu -
dable que hay una correspondencia na tura l en-
tre el cuerpo y el a lma, y cuando la na tu ra le -




— 2¡W —


za ha errado en lo uno, es de presumir que tam-
bién habrá errado en lo otro.


Pero estando el hombre dotado de libre al-
bedrío, las inclinaciones naturales pueden ser
dominadas por la viva luz de la ciencia y la
vir tud, como el débil brillo de las estrellas lo es
por los intensos resplandores del sol. Por consi-
gu i en t e , no se debe mira r la fealdad ni la de-
formidad como un indicio seguro de mal carác-
ter , sino solamente como una causa que f
produce y que pocas veces no va seguida de su
efecto.


Cualquiera que se conoce un defecto perso-
nal que no puede quitarse y que le expone con-
t inuamente al desprecio, t iene en esto solo un
aguijón que le excita sin descanso á hacer es-
fuerzos para ponerse á cubierto de ese mismo
desprecio. Así vemos que las personas feas son
con frecuencia m u y atrevidas; primero porque
lo necesitan para su propia defensa, y después
porque el hábito les obliga á serio: y esta mis-
ma causa les hace más inte l igentes y perspica-
ces para descubrir los defectos de los otros, á fin
de procurarse las mismas armas y recursos con-
tra ellos y de poder tomar el desquite. Además
de lo dicho, su deformidad las libra de la envi -
dia de las personas que t ienen alguna, ventaja




natural en este concepto, y que se i m a g i n a n
que siempre estarán en situación de poderlas
despreciar. Su inferioridad na tu ra l aduerme á
sus émulos y rivales, que creen imposible que se
puedan elevar basta cierto punto , y que no se
persinaden de lo contrario hasta el momento en
que las ven ocupando puestos elevados. Así
pues, la deformidad en un ingenio superior es
un medio excelente para encumbrarse .


Los revés tenian otras veces, v aun hov dia
sucede lo mismo en a lgunos países, mucha, con-
fianza en los eunucos; porque los individuos ex-
puestos siempre al desprecio genera l , t ienen por
io común más fidelidad, para aquellos que son
su única defensa; pero esta confianza que se les
dispensa es sólo para encargos ó comisiones des-
preciables, considerándoles más bien como bue-
nos espías y diestros charlatanes, que como mi-
nistros de g rande apt i tud capaces de prestar
importantes servicios.


Todo lo anterior, y por las mismas razones ex-
puestas, puede decirse también de las personas
feas: pues cuando t ienen in te l igencia y disposi-
ción no omiten n i desperdician n i n g ú n cuida-
do para librarse del desprecio, ora sea valiéndo-
se- de la virtud, ora valiéndose del vicio. Por
consiguiente no debe asombrarnos el que indi-




• - 2!J8 —


viduos desgraciados por naturaleza hayan ¿fe-
gado a lgunas veces á ser g randes hombres,
como sucedió con Agesilao, Zehangir , hijo de
Solimán, Esopo y Guasca, presidente del Perú,
á los cuales podria añadírseles Sócrates y algu-
nos otros.


XLIV.


*
COXSIUEKACIOXES SOliRE LOS JAUDIXES.


El pr imer j a rd ín que hubo en el mundo lo
plantó Dios. En t re todas las delicias de la vida
h u m a n a , no hay n i n g u n a t an pura como la que
encontramos en los ja rd ines , siendo tan útiles
á la salud de los hombres como á su recreo: sin
ellos, los edificios y los palacios no son más que
obras mecánicas del ar te , sin nada que se ase-
meje á la naturaleza. Sin embargo, es digno de




— -2U<) —


observarse que en los siglos que lian hecho ma-
yores progresos en civilización y magnif icen-


introducido la costumbre de construir
hermosos edificios, más bien que la de plantar
ja rd ines elegantes y agradables , como si se hu -
biese olvidado que no h a y nada t an perfecto
como la belleza de u n j a rd in .


Yo desearía que cada mes del año, los j a r d i -
nes reales apareciesen renovados; es decir, que
en ellos se pusiesen por turno todas las p lantas ,
según la época en que brotan y florecen. Para
fin de Noviembre, Diciembre y Enero, so esco-
ger ían las plantas que están en todo su v igor
durante el invierno, tales como el acebo, la
hiedra, el laurel , el enebro, los cipreses, el
tejo, el box, el p ino, el abeto, el romero, el es-
pliego, la vincapervinca de flor blanca, pur-
pur ina y azulada: la camedris y los iris, por
las hojas que echan; los naranjos, los limoneros
y los mirtos ó arrayanes, que se conservarían
en estufas calientes, y la mayorana , que se
plantaría cerca de un muro que mirase al m e -
diodía.


Después, para fin de Enero y el mes de f e -
brero, debería buscarse la camelia de Alema-
nia , que florece en dicha época; el azafrán de
primavera de flor amari l la y azulada; las bello-




— 3oo —


ritas, la anemone, el tul ipán temprano, el j a -
cinto de indias y la fritilaria.


Para Marzo podían tenerse toda clase de vio-
letas, especialmente las sencillas de color de
púrpura , que son las más tempranas; el narc i -
so falso de color amaril lo, las margar i tas y el
almendro, que florecen entonces, el naranjero
y el cornizo, que también están en flor, y el es-
caramujo oloroso.


En Abril , la violeta, blanca, la. parietaria
amari l la , el clavo, el césped, los iris, todas las
clases de lirios, el romero, el tu l ipán, la peonía
doble, el narciso silvestre, la madreselva, el
gu indo , el peral y el ciruelo de diferentes espe-
cies, que se cubren entonces de flor, y el acan-
to y las lilas, que comienzan á abrir sus hojas.


Para Mayo y Junio deberán procurarse mu-
chas clases de claveles y rosas, exceptuan-
do las que son más tardías: la fresa, el espino
blanco, la agu i l eña , la buglosa, el cerecero,
que lleva en este tiempo su fruto; la grosella,
la h iguera breva 1, el frambueso, las vides, el
espliego, el satirión de flor blanca, el lirio de
los valles, el manzano y la coronilla.


Para Julio, el clavel de Indias de diversas
clases, las mosqnetas, el tilo en flor, los perales,
los manzanos y los ciruelos tempranos.




- 301 —


Para el mes de Agosto, habrá ciruelas de
todo género, peras, albaricoques, avel lanas, me-
lones de gran tamaño, v las espuelas de todos
colores, ó consólidas reales.


En Setiembre, se t endrán uvas, amapolas
de diferentes colores, naranjas , albérchigos,
higos, cora izólas y peras de invierno ó mem-
brillos.


Para Octubre y principios de Noviembre
podrá haber serbas, nísperos, ciruelas silves-
tres, rosas tardías, malvarosas y otras plantas
semejantes. Las que acabo de enumerar con-
vienen al clima de Londres; pero mi objeto es
que se adopte mi idea, para, que pueda haber
en todas partes una pr imavera eterna, en cuan-
to lo permita la naturaleza del paraje.


Es ciertamente más agradable respirar el
aroma de las llores, que se derrama en el aire
y ondula en él como la armonía de la música,
que arrancarlas de su tallo. Nada contr ibuye
tanto al placer que hace exper imentar su per-
fume, como el conocer las flores y las plantas
desde que brotaron hasta que, ya crecidas, ex-
halan en el aire su hálito delicioso.


Las rosas amaril las, i gua lmen te que las
enanas, no prestan n i n g ú n olor mientras están
creciendo; y esto es tan cierto, que paseándose




cerca de u n seto, no se percibirá aroma n i n g u -
no aunque se h a g a la, prueba en las primeras
horas de la m a ñ a n a , a i laurel tampoco da casi
n i n g ú n olor mientras crece, pudiendo decirse
lo mismo del romero y de la mayorana . Pero lo
que más llena el aire en el periodo de su creci-
miento de un perfume suavísimo, os la violeta,
sobre todo la violeta blanca de flores dobles, que
florece dos veces al año , una ¿mediados de Abril
y otra á fines de Agesto. Inmedia tamente des-
pués de esta viene la rosa espumosa, en segui-
da las hojas de fresal, que cuando comienzan á
marchi tarse prestan un olor t an suave que di -
lata y consuela el corazón. Citaré aún las flores
de la v id , nuevamente descubiertas, que se
encuent ran en los racimos y que se asen aojan
á las que, vemos sobre el tallo del l lantén; el
escaramujo oloroso, la parietaria amari l la , que
da u n aroma m u y agradable cuando se la colo-
ca cerca de las ventanas de u n salón ó do una
alcoba , expuesta al mediodía ; los claveles,
tanto grandes como pequeños, la flor de ti lo,
las de madreselva, que se elevan á grande al-
tu ra , y por úl t imo, las flores del espliego. No
hablo de la flor del haba, porque es propia del
campo. Hay aún tres plantas que derraman en
el aire el olor más agradable: la pimpinela, el




— ;•}():} —


serpol y la monta acuát ica. De éstas deberán es -
tar poblados los paseos, para que el ambiente
esté saturado con su perfume.


E n cuanto á, la extensión de ios ja rd ines ;y
no se pierda, de vista que hablo 'de los ja rd ines
reales-, no debe ser menor do t re in ta y u g a -
das, que convendrá dividir en tres partes: una
á la entrada cubierta de yerba m e n u d a : otra á
la salida, que servirá para tener los planteles , y
la tercera., que estará, en medio, para j a r d í n
principal, y á cuyos lados deberán formarse pa-
seos. Yo dest inaría cuatro yugadas para prado,
seis para los planteles, ocho para los paseos ó
calles laterales, y doce para la colocación del
cuerpo principal del j a rd ín . La yerba m e n u d a
debo plantarse por dos razones: p r imeramente
porque deleita los ojos, no habiendo nada, que
los encante tanto como un césped bien segado
y cubierto, sin embargo, de verdura; en s egun -
do lugar , porque la parte destinada á, este ob-
jeto sirve para abrir una entrada que conduzca
á una magnífica hilera de árboles, de que debe
hallarse rodeado el j a r d í n . Como la senda será
larga, y como además en las horas de gran ca-
lor la sombra se proyectará solamente en los
paseos, será conveniente construir por medio
del césped pasadizos cubiertos, de doce pies de




al tura , á fin de poder penetrar en el ja rd ín por
una sombra no in ter rumpida .


La figura cuadrada es la que más convie-
ne á los jardines: por los cuatro lados deben
estar rodeados de una espesa hilera de carpí-
nos, e legante y bastante arqueada. Conviene
también que se eleven arcos sobre pilastras for-
mando enrejado; que t e n g a n diez pies de a l -
tura por seis de ancho, y que los espacios que
medien entre las pilastras sean de la misma
dimensión que la anchura del arco. Que los car-
pinos sean cuatro pies más altos que los arcos y
que no dejen de formar enrejado; que en la
parte superior de cada arco se construya una.
torrecilla bastante espaciosa para colocar una
j au la ó pajarera; y en fin, que se pongan sobre
los intersticios a lgunas figuras doradas de poco
tamaño y cubiertas de cristales, donde vengan
á reflejarse y descomponerse en colores variados
y bril lantes los rayos del sol.


Me parece que el plantío de los carpinos
que dejo indicado, deberá colocarse sobre una
eminencia ó montecillo l igeramente inclinado,
de seis pies de a l tura y enteramente cubierto de
flores. También desearía que el cuadro del j a r -
din no ocupase tocia la longi tud del terreno,
debiendo dejarse bastante espacio para formar




varios pasadizos á los dos lados, donde viniesen
á t e rminar las avenidas cubiertas de césped de
que be hablado antes ; no obstante esto, á la en-
trada y a l a salida del ja rd ín deberá evitarse el
que dichos pasadizos se j u n t e n á la alameda de
los carpí nos; á la entrada, para que con el cés-
ped no se pierda la hermosa vista que presente
la referida alameda; á la salida, para no tapar
la vista de los planteles á t ravés de los arcos.


En cuanto á la disposición del terreno com-
prendido en la cerca de que hablarnos, se puede
variar según el gusto de cada cual, y todo lo
que me atrevo á ex ig i r es que, cualquiera que
sea la distribución que se h a g a , no se ponga
mucho esmero en las cosas que ún icamen te son
de pura curiosidad y de paciencia. No soy afi-
cionado á las figuras talladas en el enebro 6 en
otro cualquier arbusto, y las considero como
verdaderas bagatelas, más propias de niños que
de hombres; sin embargo , admito pequeñas
hileras de carpinos bajos y redondeados en forma
de orla, con pirámides de poca elevación. Ad-
mit ir ía igua lmente columnas y altas pirámides
en forma de enrejado, distribuidas en diferen-
tes sitios, y t ambién cubiertas de la antedicha
planta . Las avenidas deben ser, en mi ju ic io ,
grandes y espaciosas; los pasadizos estrechos y




cubiertos son buenos para ios jados, pero debe-
rán, estar independientes del cuerpo del j a rd ín .
Aconsejaría también que en el centro se levan-
tase un montecillo, á cuya cima podría subirse
por tres escaleras y tres sendas bastante anchas
para que cuatro personas pudieran marchar por
ellas de frente, procurando que dichas sendas
tendiesen á formar u n círculo perfecto y sin
n i n g u n a apariencia de fortificación. La al tura
del montecillo deberá ser de t re inta pies, cons-
t ruyendo en la cúspide un e legante pabellón
guarnecido de chimeneas ordenadas con gusto
y provistas de cierta cantidad de cristales.


Hablemos ahora de las fuentes, que son uno
de los más útiles adornos de los jardines á cau-
sa de la frescura que les comunican; empero
no se construyan estanques ni viveros, que ha -
cen el aire malsano y lo l lenan todo de insec-
tos, de ranas y de otros animales no menos
incómodos. He aquí las fuentes que yo acepta-
r ía: unas donde corriera el agua cont inuamen-
te , y otras que más bien fuesen receptáculos de
un agua l impia, formando un cuadrado de trein-
ta ó cuarenta pies, y donde nunca se echasen
peces, para evitar el que llegaran á ponerse
cenagosas. Eespecto á las primeras, los adornos
dorados y de mármol que en el dia se usan, po-




drian emplearle con elegancia , si en esta clase
de fuentes no ofreciesen una dificultad: es n e -
cesario dirigir el agua de manera que corra
cont inuamente, sin detenerse nunca n i en la
pila, ni en la cisterna, y os preciso al mismo
tiempo que la estagnación no le h a g a perder
su color, poniéndola unas veces verde y otras
colorada., y que no crie musgo ni exhale malos
olores. Para conservarlas curiosas, se las l im-
piará á mano diar iamente . Convendrá también
rodearlas de a lgunas gradas pana subir á ella
y cercarlas do u n pretil e l egan te .


La segunda especie de fuentes, á que puede
darse el nombro de baños, es susceptible de re-
cibir muchos objetos de adorno y curiosidad,
sobre los cuales no nos detendremos: por ejem-
plo, el fondo, igualmente que los lados, podrán
decorarse con diferentes piezas, sembrando en
sodas direcciones algunos vidrios do diversos
colores y otros cuerpos lisos y bri l lantes que
derramen claridad con sus resplandores: t a m -
bién podrá colocarse sobre los bordes u n círculo
de estatuas de poco tamaño. Pero lo impor tan-
ta, según ya lo hemos dicho al hablar de la
otra clase de fuentes, es tener el agua en movi-
miento continuo, para lo cual será necesario
que se la renueve por medio ele u n receptáculo




colocado á mayor a l tura , á donde se conduzca
por tubos subterráneos de la misma, dimensión
unos que otros, á fin de que no se de tenga nada.


Si fuese necesario decir lo que pien«o de las
cosas de pura curiosidad, como la do dar al agua
la figura de p lumas , de copas de cristal, de ve-
los, de campanas y otras semejantes: y si me
viese obligado á hablar de las rocas artificiales
y demás adornos de este género, diria que todas
ellas son cosas que pueden agradar á la vista,
pero que no contr ibuyen nada á la, salubridad
y al verdadero encanto de los jardines .


Yo desearía que el bosque que hemos consi-
derado como la tercera parte del j a rd ín , repre-
sentase, en cuanto fuese posible, la. i m a g e n de
una selva, na tu ra l . No debería encontrarse allí
un solo árbol plantado con orden, si se excep-
túan las hileras de los que he aconsejado poner
en ciertos sitios, para formar una. calle ó aveni-
da abr igada por las ramas y el follaje, in ter -
rumpida en varias partes por grandes abertu-
ras. Esta calle podrá recibir en algunos lugares
los rayos del sol, y tendrá en abundancia llores
odoríferas, de modo que al pasear por ella se
respirase un aire embalsamado: además de esto,
dejaría en el bosque algunos parajes descubier-
tos y despoblados de árboles. También desearía




que estuviese cortarlo en diversos sitios por ma-
torrales de escaramujo oloroso, de madreselvas y
de viña silvestre; pero lo que debe preferirse es-
pecialmente, es cubrir el terreno por todas partes
de violetas, y con mayor preferencia de fresas y
bellorilas, porque estas plantas derraman un
olor delicioso y se crian muy bien á la sombra.


En cuanto á los matorrales y á las hileras
de árboles, creemos que el gusto y no la sime-
tría deben señalar los sitios donde se coloquen.
También apruebo esos cerro tilles, semejantes
á los montones de tierra que forman los topos
en los lugares donde habitan, y opino que los
unos deberán sombrarse de serpol, de claveles
pequeños y de camedris, cuyas flores son muy
bellas, de vincapervinca, de violetas y de fre-
sas; y los otros de margaritas, de rosas encar-
nadas, de lirios de los valles, de eléboro, de flor
de púrpura y de todas las plantas hermosas que
tengan un perfume suave y agradable. Tam-
bién deberán ponerse algunos arbustos en la
parte superior de estos cerretillos, tales como el
rosal, el enebro, el acebo, la oxiacanta, que de-
berá estar en menor cantidad que los otros, á
causa de la fuerza que tiene su olor cuando
está floreciendo, el grosellero de fruto encarna-
do, la acacia, el romero, el laurel, el escaramu-




j o oloroso, etc. Es indispensable podar estos ¡ir-
bustos para que no l leguen á hacerse demasia-
do g randes .


Nos queda que distr ibuir el terreno de los
lados en pasadizos particulares que estén cu-
biertos de sombra durante todas las horas del
dia. Es necesario poner algunos al abrigo ele
la violencia de los vientos, de manera que se
pueda pasear por ellos como en un pórtico. Para
lograr este objeto, deben estar cerrarlos por las
extremidades, y el suelo se cubrirá de arena en
vez de césped, á fin de que se pueda andar por
ellos sin recibir humedad . A los lados de la ma-
yor parte de estos pasadizos se colocarán árbo-
les frutales de diversas especies, conveniente-
mente distribuidos. Es necesario observar que
la eminencia donde se p lanten los árboles fru-
tales debe ser ancha y baja, y que vaya suave-
mente ascendiendo: también podrán ponerse en
ella a lgunas flores odoríferas, aunque en peque-
ño número, para que no roben la sustancia que
debe a l imentar á los árboles. En las ex t remi-
dades del terreno lateral , harían m u y buena
vista montéenlos de la misma al tura que la
cerca exterior, cíesele los cuales pudiesen verse
las inmediaciones.


Volviendo al cuerpo principal del j a rd ín ,




— :;i i —


diré que no nie opondría á que se hiciesen en
('•1 a lgunas calles ó avenidas espaciosas y p lan-
tadas á los lados de árboles frutales, y a u n ad-
mit i r ía que de trecho en trecho se pusiesen al-
gunos pies de estos árboles, no pareciéndome
mal tampoco algunos emparrados con asientos,
distribuidos con orden y elegancia: pero todo
ello no deberla estar m u y profuso y amontona-
do, puesto que el j a r d í n debe hallarse descu-
bierto para que el aire circule l ibremente. .Me
parece, por últ imo, que cuando se pasee duran-
te las horas calorosas del día, debe buscarse la
sombra de las calles laterales; porque el j a rd ín
debe servir solamente para las estaciones más
temperadas del año, que son la pr imavera y el
otouo, no debiendo l legarse á él en el estío sino
que por la, mañana y por la tarde y en los alas
nebulosos.


Xo me gus tan las pajareras, á menos que
sean bastante grandes para tener el suelo cu-
bierto de césped, y aun a lgunos arbustos en
plena vegetación: de este modo vuelan los pá-
jaros con más libertad, t ienen más independen-
cia, cu sus placeres y en su modo de vivir ,
y se consigue también que en n i n g u n a parte
de la pajarera se vea una falta de curiosidad
que siempre disgusta.




Como para formar en las calles del j a rd ín
subidas y declives variados y agradables es
necesario contar con la naturaleza del terreno,
y como por esta razón no se pueden construir
en todas partes , hemos propuesto solamente
plantas y paseos que convienen á todos los lu-
gares .


Dejamos trazada la forma de un j a rd ín real,
obedeciendo en parte á preceptos que hemos es-
tablecido, y en parte á una medida genera l y
variable . Nos hemos mostrado pródigos en los
gastos que ocasionaría; pero poco importa esto
á los príncipes, que según se ve en nuestra
época, pasan la mayor parte del tiempo en sus
jardines y consumen sumas considerables en
reunir en ellos los objetos más ext ravagantes :
acumulan las estatuas y otros trabajos r ielarte,
m u y buenos para la pompa y magnificencia,
pero completamente inúti les á la verdadera
amenidad de los j a rd ines .




XLV.


DE LAS NEGOCIAUIONKS, ó DKL AB7K l>F. jr.VXEJAR I.uS
NEGOCIOS.


Generalmente hablando , es mejor t ra tar
verbalmente que por cartas, y valiéndose de
una tercera persona; mejor también que por
uno mismo. Las cartas son buenas cuando se
desea conseguir una contestación escrita, cuan-
do se lleva la mira do presentar en tiempo y
lugar determinados, para justificarse, los origi-
nales ó las copias que se conserven, ó en fin,
cuando se teme ser escuchado por a lgu ien , ó
interrumpidos en una conversación sobre n e -
gocios.


Toda persona que t iene un exterior impo-
nente y respetable, ó que desea tratar con u n
in ' e r io r , debe por el contrario negociar verbal -




mente y hablar por sí misma. También se debe
seguir este método, cuando uno se propene re-
velar las cosas en los ojos, y dejar solamente
que las adivinen sin decirlas, ó cuando uno
quiere reservarse la libertad de retractarse de
lo que se haya dado á entender ó de interpre-
tarlo de cierto modo.


Si negociáis con la ayuda de un tercero,
escoged m á s bien una persona de un carácter
recto y do un espíritu adocenado, que seguirá,
exactamente las órdenes que haya recibido y os
referirá fielmente todo cuanto baya visto ú oido.
que uno de esos hombres diestros que, al entro-
meterse en los asuntos ágenos, salten apropiar-
se el honor ó el provecho que proporcionan, y
que al referir una respuesta añaden lo que les
parece úti l para contentaros y hacer valer su
habil idad. Tened también cuidado de elegir
con preferencia personas que deseen vivamen-
te el buen resultado del negocio que les en-
carguéis : este deseo los hará más activos y
más in te l igen tes : preferid asimismo sugetos
cuyas disposiciones y carácter sean propios para
los asuntos que h a y a n de desempeñar: por
ejemplo, un hombre audaz será bueno para, las
quejas y reproches; uno ins inuante , para persua-
dir: uno de ingenio suti l , para observar y hacer




indagaciones; v ñor ú l t imo, u n liomliro brusco, • a i « . ' 1 7 7
enérgico é intratnblc. para u n asunto que t e n -
ga algo de injusto y arbitrario.


Emplead también preferentemente los que
ya hayan acertado en negocios' que antes les
hubieseis encarg ido: t endrán más confianza en
su propia habil idad, habrán formado do sí mis -
mos una idea ventajosa, y pondrán de su par-
te cuanto les sea posible para sostener la opi-
nión que sus primeros trabajos os hayan dado
de su capacidad.


Es mejor tantear poco á poco á aquel con
quien vais á entablar a lgún negocio, que en-
trar de una vez en mater ia , á menos que t en -
gáis el designio de sorprenderle con una cues-
tión imprevista. De igua l modo, es más conve-
n ien te entenderse con los que no t ienen satis-
fechas aún sus aspiraciones, que con aquellos
que han obtenido cuanto deseaban y están con-
tentos en su situación.


E n una negociación donde las exigencias
son recíprocas, el primero que consigue lo que
desea puede decir que tiene casi ganada la par-
t ida : ventaja á la cual no podrá razonable-
mente aspirar, si el asunto es de tal naturaleza
que no permite sea su exigencia la pr imera en
satisfacerse, ó si no t iene la destreza de per-




sxiadir á la persona con quien trata, de que á
su vez sentirá la misma necesidad en otra oca-
sión, ó si no abr iga , por úl t imo, dicha perso-
n a una entero confianza de su probidad.


El objeto de todos los tratos y negociaciones,
es descubrir ú obtener a lguna cosa. Los hom-
bres descubren sus designios por la confianza,
por la cólera, por sorpresa ó por necesidad, es
decir, cuando se les estrecha lo bastante para
ponerlos en la impotencia de encontrar pretex-
tos de ir hacia sus fines, sin descubrirse y de-
jarse comprender.


Para dominar á un hombre, es necesario co-
nocer su carácter y sus gustos: para persuadir-
le , saber á qué punto dir ige sus miras; y para
in t imidar le , conocer sus debilidades y flaque-
zas, ó g a n a r á sus amigos y á las demás perso-
nas que ejerzan mayor poder sobre su espíri-
t u , á fin de influir por este medio. Cuando se
t ra ta con personas sagaces y artificiosas, es ne-
cesario, para penetrar el verdadero sentido de
sus discursos, tener la vista fija en el objeto
que se proponen. Conviene hablar m u y poco
con ellas y decirles lo que menos aguardan ; y
en todos los asuntos u n poco difíciles, es preci-
so no querer sembrar y coger al mismo tiempo,
debiendo tenerse el cuidado de preparar los ne-




— 317 —


gocios y de conducirlos g radua lmente á su pun-
to de madurez .


¿ti


XLVI.


DE LOS CLIENTES Y DE LOS AMTOOS DE UN ORDEN


INFERIOR.


Conviene desembarazarse de los clientes ó
protegidos n m y costosos, porque a lgunas veces
traen detrás de sí una cola demasiado larga y
pesada; por clientes costosos ent iendo, no sola-
mente los que nos meten en grandes gastos,
sino también los que con m u y frecuentes ex i -
gencias nos o r ig inan por este concepto sacrifi-
cios considerables.


Todo lo que los clientes ordinarios pueden
exigir de sus protectores, es el apoyo, la reco-
mendación y protección que necesiten. Con
mayor cuidado aún es menester evitar los bom-




bres de un carácter inquieto y turbulento, que
no se os acercan por apego á vuestra persona,
sino más bien por odio que sientan hacia a lguna
otra que los tenga resentidos: esta es una délas
principales causas de esa mala intel igencia que
frecuentemente se ve reinar entre los gran-
des. Lo mismo diremes de esos clientes llenos
de vanidad que alaban con grandes voces á sus
protectores y se convierten en las trompetas de
su tama: descomponen todos los asuntos con sus
indiscreciones, y en cambio del honor que re-
ciben con vuestro trato, os procuran u n a infi-
nidad de envidiosos y enemigos .


Hay otra especie de clientes más peligrosa
aún , que la forman ciertos hombres excesiva-
men te curiosos, que se puede mirar corno ver-
daderos espías, y que buscan cont inuamente
ocasión de penetrar los secretos de una casa
para llevarlos en seguida á otra, (tozan ordi-
na r iamente de favor, porque parecen servi-
ciales y chismean y m u r m u r a n de todo el
m u n d o .


Que los subalternos se apeguen á sus supe-
riores de la misma profesión, como por ejem-
plo los soldados á los oficiales y éstos á los g e -
nerales á cuyas órdenes han servido, es una
conducta laudable y genera lmente aprobada,




- :]!!> —


aun en las monarquías , siempre que no la i n s -
pire el deseo de fausto y de popularidad.


Entro todas las maneras do adquirir olien-
tes, la más honrosa y la más j u s t a es dedicarse
á proteger y honrar á los hombres demér i to , de
cualquiera orden y condición que sean. Sin
embargo, cus;rido da diferencia no es m u y sen-
sible , es J n á s ventajoso tenor por clientes á
hombros de un mérito algo más elevado que el
de la general idad, que á hombros de u n mérito
superior: y si hemos de decir la verdad com-
pleta, añadiremos que en u n a época de corrup-
ción, u n hombre m u y activo presta mejores
servicios que un hombre virtuoso.


En el gobierno do un Estado, conviene que
el trato ordinario sea casi igua l para, todas las
personas de una misma categoría; porque si se
atest igua á ios unos una preferencia m u y mar-
cada, se les hace insolentes v se disgusta á los
demás. Pero al dispensar las gracias y favores,
se debe proceder con prudencia y buen discer-
nimiento, lo cual hace más agradecidas á las
personas que han recibido el beneficio, y sirve
de estímulo provechoso a l a s demás: porque en -
tonces, s egún lo acabamos de indicar , lo que
se hace es u n favor, y no el pago de una cosa
que se debia.




Sin embargo, es preciso no favorecer mu-
cho a, u n mismo individuo, porque seria, impo-
sible continuar haciéndolo en la misma pro-
porción, lo que al fin lo baria insensible á cuan-
tos favores recibiese.


Es peligroso dejarse gobernar por una sola
persona, y además de ser esto un signo de de-
bilidad, da pasto á la murmurac ión ; porque el
que no se atreva á censuraros directamente, no
dejará de hacerlo del sugeto que os di r ige , per-
judicando de este modo vuestra reputación.
A pesar de lo dicho, es todavía más peligroso
escuchar y seguir los consejos de muchas per-
sonas á la vez. El que no evita esto con cui-
dado, logra hacerse inconstante y adquiero la
costumbre de seguir el parecer del úl t imo que
l lega. Aconsejarse con un pequeño número de
amigos, es una conducta m u y juiciosa y pru-
dente , porque los que mi ran el juego ven más
que los que están j u g a n d o . La verdadera amis-
tad es m u y rara en el mundo , sobre todo entre
iguales , y por esto sin duda ha sido la más ce-
lebrada. Si existe esta sublime amistad es so-
lamente entre el superior y el inferior, porque
la fortuna del uno depende del otro.




XLVII.


Di: i-OS i'KOOOllADOUKS Y DE LOS .l'ilUTEN n i E N T E S .


En Ja inmensa, mul t i tud de los negocios se
encuentran muchas pretensiones y proyectos
injustos, y frecuentemente sucede que el in te-
rés de los particulares perjudica a los intereses
públicos.


Hay muchas cosas, buenas en si mismas,
que se pretenden con mala intención, y no sólo
con miras injustas relat ivamente al objeto, sino
también con maia le re la t ivamente al resallado,
y hay asimismo otras que se comienzan sin el
menor deseo de terminar las : se encuent ran mu-
chas personas que se encargan, de nuestras pre-
tensiones y que prometen servirnos con celo y
actividad, sin cuidarse de cumpli r su promesa.


21




Sin embargo , si se aperciben de que el
asunto está próximo á terminarse por mediación
de otro individuo, querrán tener par teen el re-
sultado y buscarán medio de persuadirnos de
que ellos también han contribuido, colocándn
se en segundo turno entre las personas a quie-
nes tengamos que recompensar. Mientras el
asunto esté pendiente , sacarán partido do las
esperanzas del interesado.


Hay igua lmente sugetos que se encargan
de los negocios con la sola mira, de arrebatárse-
los á otro, ó para enterarse de a lguna cosa que
únicamente por este medio podían saber, sin
cuidarse de la suerte del negocio ni mirar más
que á su interés part icular; ó bien que se valen
de los asuntos ágenos para realizar los suyos y
como medio de l legar al punto que se proponen.
También se encuent ran individuos que se pres-
tan á solicitar por otros con el designio preme-
ditado de hacerles naufragar , para servir ó fa-
vorecer de este modo á quien figura como parte
contraria, como competidor ó enemigo decla-
rado.


Observando a ten tamente se reconocerá que
en toda petición h a y siempre u n derecho de
equidad, si es petición de just icia, y un dere-
cho de mérito, si la petición reclama alguna




gracia. En el primer caso, si es vuestro deseo
favorecer á la parte culpable, servios de vues-
tro prestigio para t rans ig i r el asunto más bien
(pie para ganar lo . En el segundo caso, si os i n -
clináis al que t iene menos merecimientos, abs-
teneos por lo menos de censurar ó deprimir al
más d igno. Cuando no conozcáis la razón de
ciertas peticiones, valeos de cualquier amigo
inte l igente y leal que os ins t ruya con su juicio
de lo que podéis hacer sin ofensa de la honra-
dez; pero en este caso es indispensable mucha
prudencia y g ran discernimiento para la elec-
ción de u n amigo que merezca semejante con-
fianza, pues de otro modo correríais el peligro
de ser engañados en vuestra propia cara.


Hoy dia, los solicitadores y pretendientes
se hal lan t an sujetos á sufrir dilaciones y apla-
zamientos in terminables , que una conducta
franca y abierta, ora sea rehusando c laramente
el encargarse de los negocios, ora desengañán-
doles respecto del resultado, ya diciéndoles sin
embustes n i rodeos el estado en que se encuen-
t ran, y no pidiéndoles más recompensa que la
verdaderamente jus ta , que esta sinceridad se
ha hecho, no sólo laudable y equi ta t iva , sino
m u y del agrado de los interesados que reciben
en ella u n verdadero servicio.




En cuanto á las pretensiones de gracias , di-
reinos (pie la d i l igencia de aquel cuya petición
se adelanta á las de todos los demás, no será
razón suficiente para preferirlo; pero si de sus
palabras se sacan luces que no Layan podido
conseguirse de las de n i n g ú n otro, no habrá
motivo para predisponer en su contra, y doliera
considerarse justo que saque partido desús me-
dios, y aun deberá tenerse en cuenta su activi-
dad y los conocimientos que haya proporciona-
do. Desconocer el valor ele lo ¡ene se pide, es una
señal de inexperiencia y (le impericia, como
no dis t inguir ia jus t ic ia y la injusticia es la
prueba, de una conciencia puco delicada.


Un profundo secreto sobre las peí ¡dones que
so quimón hacer, es uno de los medios más se-
guros para lograr el objeto: por-iue aunque se
pueda do-animar a lguno que otro de ios com-
petidores manifestándoles claramente las espe-
ranzas bien fundadas que se t e n g a n , esta, pu-
blicidad no deja, sin embargo, do suscitar otros
nuevos y do estimularlos á entorpecer el nego-
cio. Lo esencial pora obtener una g rac ia , es
saber elegir las ocasiones, no solamente con
relación á los que t ienen el poder de concederla
ó negar la , sino también por lo que mira á los
que se bai lan dispuestos á formar concurrencia.




ó á hacer oposición por cualquiera otro motivo.
E n la elección de las personas que queráis


encargar del cuidado de vuestros negocios, aten-
ded más bien a la apt i tud y disposiciones que
t enga el sugeto para el negocio mismo que á su
rango y categoría. Por igual razón conviene
preferir al que t iene pocos negocios mas bien
que al que los abarca todos. A lgunas veces, la
indemnización que se os concede después de
haberos hecho sufrir una negat iva , es preferi-
ble á lo que se os habia rehusado, con tal de
que no aparezcáis m u y desanimados ni m u y
descontentos. «Pedid una cosa injusta, para con-
seguir más fácilmente u n a cosa justa.. •> Esta
máxima puede ser m u y úti l á un hombre que
noce de g r a n favor: pero en distinto caso le
con vendría más g raduar las ex igencias , á íin
de llegar por grados á lo que se desea, y agua r -
dar hasta, obtener siempre a lguna cosa; porque
el que haya corrido el riesgo de perder por una
primera negat iva el afecto del pre tendiente , no
querrá exponerse en seguida, siendo de nuevo
desatendido, á alejarle para siempre y á perder
de este modo el fruto de las gracias que ante-
riormente le haya, conseguido.


Nada cuesta menos, en apariencia , á un per-
sonaje eminente , que las cartas de recomendó-




eioii, y parece que no t iene disculpa para r e -
husarlas. Sin embargo, cuando se prodigan á
hombres que no las merecen, perjudican mucho
á la reputación de quien las da. Nada hay mas
peligroso en L U Í país quo esos procuradores pú -
blicos que acceden á dar á las pretensiones del
primero que ¡lega una apariencia de derecho y
de equidad: esta es una condescendencia funes-
ta á los asuntos públicos y una verdadera ca-
lamidad en los Estados.


XLVIII.


!)!•: L O S K S T l ' D k


Eos estudios son para el espíritu un origen
de recreo, de adorno y de capara dad. Un orí-
g e n de recreo, en el retiro y la soledad; un
origen de adorno, en el trato part icular y en los




— 3 2 7 —


üscursos público?, y un origen de capacidad, en
la vida activa en que ponen en estado de nacer
observaciones j uiciosas.


Un hombre instruido solamente por la ex­
periencia, es propio para la ejecución, y a u n
para juzgar en detalle de las personas y de las
cosas, tomadas u n a á una separadamente; pero
лп hombre instruido por el estudio, se le aven­
taja mucho para las miras generales y la direc­
ción principal de los negocios.


Emplear demasiado tiempo en el estudio,
no es otra cosa, que una, pereza disfrazada con
u n hermoso nombre: hacer alarde de los ador­
nos que se puedan sacar do los estudios, es una
verdadera afectación: no j u z g a r de los hombres
y de las cosas nada más que por las rey­las sa­
cadas cielos libros, es un método que sólo con­
viene á, un escolástico ó á un pedante.


has letras perfeccionan la naturaleza , y
ellas mismas son perfeccionadas por la expe­
riencia: ios talentos naturales, de igual modo
p.ie las plantas , t ienen necesidad, de cul tura :
aero cuanto se aprende en ellas es m u y vago
v general si la experiencia no lo señala y de­
termina, nos in t r igan tes desprecian las letras,
.os simples se contentan con admirarlas y ios
sabios saben sacar partido de ellas: las letras




solas son 111801101.311168. y aun no bastan para
enseñarnos el modo de aprovecharlas. Lo que
puedo esseñamos á usarlas bien, es ciería pru-
dencia que no se encuentra en ellas, que es in-
ferior á ellas, y que sólo se puede adquirir por
la experiencia y la observación.


Cuando leáis una obra, que no sea para
contradecir ó refutar al autor, n i para adoptar
sin examen sus opiniones y creerlo por su pa-
labra, n i tampoco para brillar en las conversa-
ciones, sino para aprender á reflexionar, á
pensar, á examinar y á. pesar lo que diga el
autor y todos los demás pensamientos que su
lectura sugiera.


; h y Loras de los cuales sólo se debe gus tar
un poco, otros que se deben devorar, y otros,
en fin. aunque en pequeño número, que es ne -
cesaria, por decirlo así, masticarlos y diger i r -
lo-. Lo que quiero expresar con esto es que hay
libros de les cuales no debe leerse más ¡pie
cierta parte: que hay otros que conviene leerlos
por entero, pero rápidamente y sin analizarlos:
y por úl t imo, que hay un pequeño número de
obras que es preciso leer y releer con una ex-
t remada aplicación. También pueden leerse los
luiros en cierta manera por delegación, man-
dando á otras personas que los reduzcan á ex-




— :)29 —


tractos. Se sobreentiende que, de este modo,
sólo se leerán los que t raten de asuntos poco
importantes, ó los que hayan sido escritos por
autores adocenados. En todo otro caso, los l i -
bros así extractados son tan insípidos como esas
aguas destiladas que se encuent ran en el co-
mercio.


La lectura da al espíritu abundancia y fe-
cundidad: la conversación, presteza y facilidad:
la costumbre de escribir, precisión y exacti tud,
d'odo hombre que es perezoso para escribir t ie-
ne necesidad do u n a g r a n memoria para suplir
este defecto: el que habla rara vez, necesita de
una grande vivacidad na tura l de espíritu para
suplir esta, falta de costumbr< : el que ha leido
poco, no puede gobernarse sin ana grandís ima
destreza para aparentar que sabe lo que ignora.
.Según es la índole y naturaleza de las obras,
asi son los diferentes (decios que producen en
las personas que las leen. La historia hace al
hombre más prudente; la noe'sía lo hace más
espiritual: las matemática?, más penetrante; la
física ó filosofía na tu ra l , más profundo; la mo-
ral , más grave y más circunspecto; la retórica,
y la dialéctica, más contencioso y más fuerte
en las disputas. En una palabra, los estudios
l legan á convertirse en costumbres ó á íncul-




— 3 3 0 —


earse en ellas, y aun diré que no hay en el en-
tendimiento vicio ó defecto que no pueda coi-
regirse por medio de estudios bien proporciona-
dos y dirigidos, de igua l modo que se pueden
prevenir , curar ó aliviar las enfermedades del
cuerpo con la ayuda do ciertos ejercicios. Por
ejemplo, j u g a r á los bolos es un remedio ó un
preservativo para las arenil las ó mal de ríño-
nes: disparar ñochas con el arco. . . sirve para la
pulmonía y los padecimientos del pecho; el pa-
seo es saludable para el estómago, la equitación
para el cerebro, etc.


De la misma manera , u n hombre cuyo pen-
samiento está, sujeto á frecuentes extravíos y
que no puede lijarse sin trabajo, debe estudiar
las matemáticas; porque con poco que uno se
dis traiga al leer ó escuchar una demostración
de este género, es necesario empezar de nuevo.
El quesea confuso y poco exacto en sus dist in-
ciones, que estudie á los escolásticos, hombres
dotados de un talento maravilloso para dividir
en cuatro partes iguales un grano de alpiste;
el que tiene pocas disposiciones naturales para
discutir las materias y rebuscar en los libros ó
en su memoria los medios de aclarar una idea
con la ayuda do oíros, que se familiarice con
las cuestiones de los jurisconsultos. Así pues,




el estudio puede proporcionar remedio específi-
co para cada vicio ó defecto de que es suscepti-
ble el espíritu.


XJLIX.


DE CAS E.VCCIOXEK Y DE LOS l ' UtTPVl.S.
Muchos políticos h a n abrigado una opinión


que nos parece desprovista de fundamento: se-
g ú n el ios. un principe en el gobierno de sus
Estados y un g rande en el manejo de sus ne -
gocios, deben atender sobre todo a los partidos
que se formen á su alrededor. Si hubiésemos de
creerlos, esta sería la parte más esencial de la
política. Pero me parece, m u y por el contrario,
que la verdadera prudencia consiste en ocupar-
se preferentemente de los intereses comunes y
preferirlas instituciones en que están de acuer-




do los diferentes partidos. No quiero decir con
esto que los partidos jamás lia van de tomarse
en consideración.


Las personas de un orden inferior que as-
piren á elevarse, deben unirse á un partido;
pero la conducta más acertada para los g r an -
des y otros personajes que por sí mismos son
ya bástanle poderosos, consiste en permanecer
neutrales y conservar el equilibrio sin incli-
narse á n i n g u n o do los extremos de la balanza.
Sin embargo, si un hombre que aún no se ha
elevado mucho y que se ha unido á un partido,
lo sirve con bastante moderación y sensatez
para no hacerse odioso al partido contrario, se
abre una senda más llana y expedita, marchan-
do, por decirlo así. entro las dos facciones ene
migas .


El partido más débil t iene ordinariamente
más armonía, constancia y unidad, observán-
dose con frecuencia que una facción compuesta
de un pequeño número de hombres resueltos y
obstinados, alcanza ventajas sobre otra más nu-
merosa y de conducta más moderada. Cuando
una de las dos facciones ha sido destruida, del
seno de la otra surgen nuevas divisiones; y así
vemos, por ejemplo, que mientras el partido de
Lúoulo y de ios principales senadores pudo sos-




tenerse contra el de César y Pompeyo, estos
últ imos permanecieron estrechamente unidos;
pero cuando la autoridad del senado fué com-
pletamente aniqui lada, los vencedores se divi -
dieron a su voz. Sucedió lo mismo al partido
de Octavio y Antonio contra Bruto y Casio,
pues cuando éstos fueron derrotados, los dos
primeros rompieron su acuerdo. Estos ejemplos
se refieren directamente á las facciones ó par-
tidos que se hacen una guer ra abierta; pero su-
cede lo mismo con todos ios que pueden existir,
cualquiera que sea su manera de luchar .


El que ocupa el segundo puesto en un par-
tido, suelo elevarse al primero cuando se veri-
fica la división, sucediendo a lgunos veces que
pierdo enteramente su crédito: porque ciertos
hombres solo sirven para el combate, y cuando
ese cesa, son del todo inút i les .


So ven también muchos hombres que una
vez elevados al puesto que ambicionaban, aban-
donan el partido que les ha. ayudado a elevar-
se, y se pasan á las illas opuestas: sin duda lo
hacen porque creyéndose seguros de conservar
sus antiguos partidarios, t r a t an de aumenta r
su influencia adquiriendo nuevos amigos. Se
observa también con bastante frecuencia, que
cuando un traidor abandona su partido con pro-




pósito deliberado, se eleva más pronto: porque
cuando la balanza está en equilibrio basta un
solo hombre para incl inarla , y sobre éste recae
todo el honor de la victoria. La conducta me-
surada de un hombre que se mant iene neutral
ent re dos partidos, no es siempre una prueba de
moderación: frecuentemente se ve que es un
manejo para conseguir a l g ú n objeto particular
obteniendo ventajas de entrambos lados á un
mismo tiempo, y haciéndose empujar en el ca-
mino que se ha trazado por los dos partidos á
la vez. E n Italia se hace sospechoso el Pontífice
que t iene siempre en los labios las palabras de
padre común; y fundándose en este indicio se
presume que no empleará el poder de que se
hal la revestido, nada más que en el engrande-
cimiento de su familia.


Es una falta gravís ima en un soberano ha -
cer causa c u m u n con uno de los partidos que se
h a y a n formado en sus Estados. Esta conducta
es siempre funesta á las monarquías , y estable-
ce en apariencia unas relaciones más estrechas
de lo que permite la obediencia y el respeto de-
bidos al monarca, pues los miembros del part i-
do á que éste pertenece lo miran como á uno
cualquiera de entre ellos. De esto se ha visto un
ejemplo elocuente en la famosa l iga de Francia.




Cuando dos facciones t ienen g rande influen-
cia y hacen mucho ruido en u n Estado, es una
señal segura de la dehilidad del príncipe, no
habiendo nada tan perjudicial como esto á sus
asuntos y á su autoridad. Los movimientos de
ios partidos en una monarquía deben regularse
por los del soberano, que ha de ser el principal
móvil de todo el sistema político. Diremos
en una palabra y empleando las ideas y el l en -
guaje de los astrónomos, que los movimientos
de que hablamos deben ser semejantes á los dé-
los astros inferiores, que aunque obedecen al
suyo propio, no dejan de ser arrastrados por el
movimiento general y común de todo el siste-
ma á que pertenecen.




ПК LOS . U O D A I . E . S , Y DE LA 01¡SKKY.WI' ¡S DE LAS
COXVE;S.[EXGL\S SOCLU.ES.


Cuando el hombre está reducido á un méri­
to sólido y verdadero, necesita que este mérito
sea m u y considerable, así como las piedras pre­
ciosas deben ser m u y superiores para que sean
montadas al aire .


Formando i m a j u s t a idea de la importancia,
de los buenos modales, se comprenderá que 'pro­
porcionan tantos elogios como utilidad: según
el proverbio, las gananc ia s pequeñas son las
que llenan el bolsillo, porque se obtienen fre­
cuentemente, mientras que los provechos con­
siderables se logran rara vez. De i gua l mane­
ra, estas pequeñas perfecciones de detalle de
que nos ocupamos, son las que nos proporcio­




naii más elogios, por lo mismo que es su uso
continuado y que se hacen observar a cada ins -
tante , en tanto que rara vez se presenta oca-
sión de acreditar una g ran virtud y un talento
do primer orden.


Así pues, esas consideraciones y esas pe-
queñas atenciones (pie componen lo que se
l lama el trato del mundo , pueden aumentar
mucho nuestra reputación. Creamos sobre este
particular á la reina Isabel de Castilla: «Las
maneras linas y corteses, decia, son perpetuas
certas de recomendación para los que las tie-
nen.» Y no se crea que el adquirirlas es una
obra m u y difícil: basta para ello no desdeñarse
de intentarla , ser un poco observador de los
modales de los demás, y para conseguir el res-
to, tener a lguna confianza en uno mismo : por-
que si se estudian demasiado esas pequeñas
conveniencias que deben cogerse al vuelo, las
buenas maneras que uno quiera, tener perde-
rán lo (pie las hace más agradable , que es una
fácil natural idad, siendo la afectación en este
punto, como en cualquiera otro, una cosa de
m u y mal efecto.


Las maneras estudiadas de ciertas personas,
se parecen á los versos que t ienen contadas to-
das sus sílabas. No tener atención n i cortesía




con los (lomas, es enseñarles á que sean lo mis-
mo con nosotros y á qne nos pierdan el res-pelo
que nos deban. Especialmente con iomextran-
jeros v coa ios aficionados á la formalidad, es
necesario no dispensarse délos cumplidos y pe-
queñas atenciones. Sin embar ro , el aire cere-
monioso y la urbanidad excesiva no solamente
fastidian, sino que dan que sospechar y hacen
perder la confianza de las personas a quienes
se t rata de ese modo.


Ei arfe de insinuarse en el ánimo do [os de-
mas y de gana r sus simpatías, t iene puntos de
contacto con ciertas fórmulas de política. <*n el
fonda bastante comunes, pero que, á la larga,
son de g rande efecto cuando se las sabe escoger
y emplear á propósito.


Como la excesiva familiaridad so establece
fácilmente entre personas de una misma- cate-
goría y de una misma edad, debe procurarse
conservar con ellas una poca entereza: este pe-
ligro es menor respecto de los inferiores, con
ios cuales somos siempre dueños do hacernos
respetar. El que siempre quiere estar en medio,
ya se trate de la sociedad, ya de los negocios,
consigue que 'se cansen de él y disminuyo su
prest igio.


Es bueno tener frecuentemente deferencias




con los flemas, acomodándonos á seguirlos y se-
cundarlos, y (laudóles á conocer que no obra-
mos así por una excesiva docilidad, sino por po-
lítica v consideración hacia ellos. Sin embar-
go, al acomodarse al sent imiento 6 al gusto de
los extraños, es conveniente añadir siempre al-
g u n a cosa, de uno mismo: por ejemplo, si adop-
táis una, opinión, modificad un poco vuestro
asent imiento , añadiéndole a lgunas variacio-
nes: al aceptar un consejo, exponed también al-
gunas razones distintas de las que boyan em-
pleado para persuadiros. No seáis cumpl imen-
teros, porque si tenéis este delecto, vuestros en-
vidiosos, olvidando las buenas prendas que os
adornen, no desperdiciarán la ocasión de pone-
ros en ridículo y de acomodaros el epíteto de
aduladores.


Un delecto igua lmen te perjudicial en los
negocios es atr ibuir demasiada importancia á
pequeñas cosas, y ser m u y cuidadoso de aprove-
char las ocasiones y los momentos oportunos.
Salomón dice á este propósito: o El que teme
demasiado á los vientos, se queda sin sembrar:
y el que mira mucho á las nubes, no hace la
recolección.» Un hombre diestro sabe procurar-
se más ocasiones do las que na tura lmente se le
habían de presentar. Las maneras , como los há -




bitos de un hombre, no deben ser ni m u y afec-
tados n i m u y severos, sino corteses á la vez que
bastante sencillos para que le sirvan de adorno
y le den prestigio sin entorpecer su marcha.


LI.


DE LA ALABANZA.


Las alabanzas son los rayos que se reflejan
de la v i r tud: pero como la imagen no es seme-
j a n t e al objeto que la produce sino que cuando
el espejo es fiel, la gloria que proviene del pue-
blo es ordinariamente falsa, porque éste atiende
genera lmente á las apariencias y no al verda-
dero méri to .


Un mérito trascendental esta m u y por en-
cima de la comprensión del vulgo: alaba sin
dificultad las virtudes del orden más inferior;




las de segundo orden le causan admiración ó
más Lien asombro, y desconoce el sentimiento
de las virtudes sublimes. La apariencia del mé-
rito y el simulacro de la vir tud, arrastran los
sufragios de las muchedumbres . La faina es
semejante á un rio que sostiene los cuerpos
ligeros y que lleva hundidos en su fondo á los
que t ienen más peso y solidez.


Pero cuando los sufragios de los hombres
dist inguidos por su nacimiento ó su mérito so-
juntan a ios de la. mul t i tud , entonces solamente
es cuando se puede decir con la Sagrada Escri-
tura, que una buena reputación es semejante á
los perfumes más suaves; se extiende á lo lejos,
y no desaparece nunca, porque es lo mismo que
el aroma de las sustancias untuosas á que Sa-
lomón se redero, que es de más larga duración
que el de las dores.


Entra tan ta falsedad en la mayor parte de
los elogios, que no pueden creerse y deben con-
siderarse fuodadaniente sospechosos, siendo con
frecuencia una pura adulación. Si se t rata de
un adulador vulgar , tendrá lugares comunes
que lo servirán para repart ir incienso á toda
clase de personas indistintamente; pero si es un
adulador ai estío, su voz no será otra cosa que
o! eco do! adulador por excelencia, os decir, el




— —


eco del amor propio ele la persona á quien trate
de alabar. Tendrá, cuidado de al rihuirlos el gé -
nero do virtudes y talentos de que es eroais más
adornados: se atreverá á lison •;• -aros por las cua-
lidades de que vosotros mismos so liéis umy bien
que carecéis, y aun se referirá a, aquellas do une
interiormente os ruborizáis , si o embarazarse
por lo que oe digo, vuestra propia oaaciaueia.


Hay otras alabanzas que son hijas de una
buena intención y aconsejadas par el resudo.
De esta especie son los homenajes que se t r i -
bu t an á los principes y á los groados, o. lo cual
l lamaban los ant iguos: •. Instruir á las personas
con los mismos elogios que s,. | 1 s dispénsame
refiriéndose á las alabanzas queso les iueam de
aquella-: vir tudes que no t ienen y que deberían
adquirir , i i ay hombres a, quienes so alaba ma-
liciosamente y con el designio premeditado de
perjudicarles atrayéndoles muchos envidiosos:
«Los peores enemigos son los que a lábame Los
griegos tenían un proverbio supersticioso, que
decía: oque cuando una persona elogiaba á. otra
con intención de causarle daño, le salla una
pústula en la nariz:•> lo cual t iene parecido con
este proverbio inglés : «Al que miente se le for-
ma, una. hinchazón en la lengua.,o


No es dudoso que los elogios moderados he-




— :U:'i —-


chosoportunamente y sin estrépito, contr ibuyen
rancho á ¡a reputación del que Jos recibe. Salo-
món ha dicho: -El que madruga mucho para,
alabar en aba voz a su amigo , será para ai una
musa, be maldición.» Alabar con g r a n ruido á
una persona o una cosa., es est imular á sos ca-
r i diosos ó contradecir íes elogios y á. '•'oprimir-
la. Xo conviene elogiarse, nao mismo sino que
en ciertos caes-; m u y raros; pero e 4 á permi-
tido á cada uno alabar su empleo ó profesión,
podiendo hace -so esto con desembarazo y arm
con cierta d ign idad y elevación. Eos cardena-
les romanos que, son teólogos, mongos o e-smlás-
ticos. usan palabras á proposito despreciativas
e injuriosas para hablar de los empleos y ofi-
cios relativos a ios asuntos témporab-m rulos
como los ao embajadores, minisiros. ge-amales
de ejército, jueces, magistrados, ote. Los dan
irónicamente el nombre de esbirros, como si
semejantes cargos no tuviesen más impor tan-
cia que los de alguaci l , ujier, bedel, etc. Al
hablar San Labio do sí mismo, dice más de una,
vez: <-:En cuanto á, mí, hablo como de n a in-
sensato:-- pero refiriéndose á su ministerio, ex-
clama: (-aso temeré enaltecer en toda ocasión
mi apostolado.»




— 344 —


LII.


D K L A VANIDAD ó DK LA VANA0T.9PJ.V.


Una do las fábulas más ingenio?.:
es aquella do la mosca que, colocándose sobre
el eje de un carro, exc lamó: «¡Oh! ¡cuánto
polvo voy á levantar!» Las personas de quienes
esta mosca es emblema son tan vanas y pre-
suntuosas, que cuando u n a cosa marcha bien
por sí misma ó por un poder superior, por pe-
queña que sea la parte con que hayan contri-
buido, se i m a g i n a n que á ellas se les debe
todo.


Los orgullosos son siempre de un carácter
inquieto y turbulento, porque no existe la va-
nidad sin una comparación entre uno mismo y
los extraños. Es necesario además que sean algo




violentos para sostener .sos fanfarronadas; pero
dichosamente son incapaces de guardar reserva,
lo cual les hace menos peligrosos, como lo dice
este proverbio en que están caracterizados:
«Mucho ruido y pocas nueces.ó


A pesar de lo dicho, este mismo defecto
puede ser útil en los negocios. Cuando se quie-
re haeer y propagar a lgún ruido, orear a lguna
opinión, adquirir una reputación de talento, de
virtud ó de grandeza y poder, son excelentes
t rompetas . También son útiles en los casos se-
mejante'? á aquel en opie se encontraban Autío-
co y los Ktoüos. pon¡ue h a y ocasionas en qoe
las mentiras y exageraciones puestas en juego
en dos pa.rt.es á, la vez, pin -o prouooir un
grande electo. Supongamos, por ejemplo, qoe
queriendo un hombre comprometer en guer ra á,
dos potencias contra una , exagero, á, cada una
separadamente las fuerzas de la otra: esta astu-
cia podro hacerle conseguir su o!¡joto en ambas
par: .


Algunas veces, u n hombre (pie os mediador
de un asunto entre dos personas, ponderando á
cada una de ellas el poder que él ejerce sobre
el ánimo de la otra, puede de este mude au-
mentar su inlluenoia sobre los dos ai mismo
tiempo. En esto caso y en todos ios casos so me-




j an t e s , u n ombuslero puede hacer de !a nada
a lguna cosa: porque una ment i ra produce una.
opin ión, y esta opinión produce resultados
m u y reales y efectivos. Es bueno que los mi l i -
tares sean un poco jactanciosos: porque h» mis-
mo que un hierro aguza á otro hierro, las proe-
zas y jac tancias de los unos estimulan el valor
de los otros.


fin todas las empresas difíciles, grandes y
peligrosas, son necesarios los hombres presun-
tuosos para dar el primer movimiento y poner
á los otros en juego , pues de los que son cir-
cunspectos puede decirse «pee t ienen más lastre
que velan Po mismo sucede con la gloria, de
un hombro de letras; su lanía volará más a l ta
si la. vanidad le presta a lgunas p lumas . Los
autores que han escrito sobro el menosprecio
que debe tenerse de la gloria . han puesto sus
nombres á la cabeza de sus tratados. Sócra-
tes, Aristóteles, (¡alono y aun el mismo Hipó-
crates, eran vanidosos. La experiencia prueba
que la vanidad de un personaje contribuye mu-
cho á perpetuar su memoria, y las virtudes
más celebradas y enaltecidas han debido á esta
causa el reconocimiento y la just ic ia de los
otros hombres, más bien que á la bondad de sí
mismas, indudablemente la reputación de Ci-




cerón, do Séneca y do Plinio el joven, hubiera
sido menos duradera sin una, cierta mezcla de
vanidad que entraba en la composición de su
genio y do su carácter. 0:1 lo cual e s t a vanidad
se parece a esos barnices que á un mismo
tiempo dan á los cuadros brillantez y duración.
Pero el delecto de que hablo aquí , no ha, de
contundirse con la cualidad que Tácito a t r ibu-
ye á Mucio. «Moto hombre, dice, tenia, un t a -
lento particular para hacer valor todo lo (pie
habla, dichón hecho.» Sin embargo, un talento
de este genero no procede de vanidad, sino de
una. rara, prudencia q u e . siendo una mezcla
de grandeza d o alma y de discreción, es útil
al mismo tiempo (pie agradable, diodas esas
comióos que un escritor da á sus lectores, esa
deferencia que maest ra hacia ello? y su mis-
ma modestia, ¿qué son sino una ingeniosa os-
tentación y un medio de hacerse valer?


Pero de todos los medios que á este objeto
contr ibuyen, el más juicioso y el más discreto
es aquel de (pao habla Plinio el j di ven, que
consisto en alabar en los otros las virtudes y
talento de que uno mismo se halla adornado.
«Elogiando de este modo á, un extraño, dice,
está claro que trabajáis para vosotros mismos;
porque si siéndoos inferior en el part icular á




que os referís no deja de merecer elogios, con
mayor motivo los merecéis vosotros; y si os lleva
ventajas y no merece n i n g u n a alabanza, como
se podría creer si no tenéis el cuidado de dis-
pensarlas, menos podréis vosotros merecerías.»
Un vanidoso es el j u g u e t e de los discretos, el
ídolo de los tontos, la presa de los aduladores y
el esclavo de su propia vanidad.


Lili.


D E L A GLORIA Y LA REPUTACIÓN".


La, reputación depende de un cierto arte de
hacer valer los talentos y las virtudes, dándo-
los á conocer bajo un punto de vista ventajoso,
pero sin incurrir en afectación. Los que corren
abier tamente hacia la gloria, sucede con fre-
cuencia que hablan de sí mismos más de lo que




conviene, sin conseguir inspirar la más peque-
ña admiración.


Otros, al contrario, parece que desean oscu-
recer su propio mérito cuando convendría que
lo manifestasen, y por este descuidado proceder
no logran la reputación que jus tamente m e -
recen.


Cuando u n hombre consigue ejecutar lo
que jamás nadie emprendió, lo que se ha i n t e n -
tado sin resultado satisfactorio, ó lo que si al-
g u i e n ha llevado á término ha sido con poca
perfección, adquiere unís renombre que si
guiándose por las huellas do otro hubiese ejecu-
tado una empresa más difícil ó que exigiese
mayores talentos y vir tudes.


Si un hombre sabe dominar sus acciones y
atemperar las unas con las otras de tal manera
que a lgunas sean agradables á todos los par t i -
dos, y en genera l á todos los cuerpos que for-
man el Estado, el ruido de las alabanzas que
le dispensan se compondrá de mayor número
de voces, pero sin tan ta energía y sonoridad.
Esto es desconocer los verdaderos medios de ad-
quirir reputación y empeñarse en una empresa
donde cualquier descalabro sería más vergonzo-
so que glorioso u n buen suceso.


La gloria que se adquiere aventajando á los




rivales, es por lo común m u y brillante, y pue-
de compararse á una piedra precioso, que pu-
liéndose y tallándose: en íacetas, despide cada
vez mayores resplandores. Así pues, proponeos
sobrepujar á Amostras competidores, aventaján-
dolos, si es posible, en aquello mismo en que
sobresalen.


Los criados, los clientes y los amigos discre-
tos, contribuyen mucho á nuestra reputación,
como lo dice esta sentencia de los ant iguos:
«Tocia reputación, buena ó mala, nace de aque-
llos con quienes vivimos.» fil mejor medio de
prevenir la envidia y defenderse de ella, con-
siste en declarar abier tamente y probar con
nuestra conducta misma, que so desea más me-
recer una gloriosa reputación que obtenerla:
esto se hace a t r ibuyendo nuestros triunfos y
ventajas á la fortuna y á la Divina Providencia,
más bien que á nuestros talentos, á nuestras
virtudes, ó á la prudencia de nuestras acciones.


ile aquí la idea, que formamos de los dife-
rentes grados de gloria y de reputación, debi-
dos á ios hombres que t ienen sobre los demás
una autoridad soberana. Al primer orden per-
tenecen los fundadores de los imperios, sean
monarquías ó repúblicas, tales como Pómulo,
Ciro, César, Othman é Ismael.




Kl segundo comprende á los legisladores,
honrados con el titulo de segundos fundadores, y
tjue gobiernan después ele su muer te por las le-
yes que han dejado establecidas, por cuya razón
pueden mirarse corno una especie de principes
perpetuos. De este número son Licurgo. Solón,
dusfiniano, Edgar y Alfonso do (.'astilla, ape-
llidado el Sanio, que escribió las ,SVo/a ¡>,iyf¡díis.


Al lercer orden corresjjonden los salvadores ó
libertadores de <u patria, es decir, les que la h a n
puesto á cubierto de cualquiera calamidad, tales
cerno de las guerras civiles, de lo? tiranos, del
yugo extranjero, etc. En esta (dase so pueden
considerar ó. ('osar, Augusto. Yespasiano. Aure-
liano, Teodoro y Enrique Ví i , r ey de Inglaterra .


Para el cuarto orden señalaremos á los que
por bril lantes victorias han extendido los l ími-
tes del territorio de su patria, ó la han ga r an t i -
zado dé las invasiones de los extranjeros.


Al último rango corresponden ios verdade-
ros padres de los pueblos, es decir, los que go-
bernando conforme á los preceptos de la ju s t i -
cia, hacen la dicha de su patria duran te su.
existencia. Los que colocamos en estas dos ú l t i -
mas clases son en número considerable, por lo
cual sería inút i l que citáramos ejemplos.


En cuanto á los grados de gloria y de re-




nombre de que son dignos los personajes de u n
orden más inferior, diremos que al primer lugar
pertenecen los que los romanos l l a m a b a n p a r 11-
c i j m CHi'füuon; es decir, esos sugetos sobre los
cuales descargan los soberanos la mayor parte del
peso de los negocios, vu lga rmen te llamados sus
brazos derechos. Se deben colocar inmediatamen-
te después los grandes capitanes que no han
mandado los ejércitos, sino que en calidad de
lugar tenientes del príncipe, y que le lian pres-
tado señalados servicios. Al tercer puesto cor-
responden los favoritos, en los cuales compren-
do solamente á ios que permaneciendo en la
posición que deben ocupar, se contentan con
ser útiles y agradables al príncipe y contribuir
á su dicha por medio de una dulce int imidad,
sin ser perjudiciales al pueblo. En el cuarto po-
nemos á los hombres de Estado, es decir, á los
que se encargan de los destinos más elevados y
difíciles, y cumplen honrosamente el deber que
se les ha impuesto.


Hay otro género de gloria que quizá podría-
mos colocar en el primer orden, la cual perte-
nece á esos hombres, tan raros como sublimes,
que se condenan á una muerte segura por el
bien ó la honra de su patria, como fueron Ré-
gulo y los dos Decios.




LIV.


DE EOS DEBERES DE UN JUEZ.


Los jueces jamás deben olvidar que su oficio
es JHx dice-re- y no jas d a r é : es decir que su ofi-
cio es interpretar y aplicar la ley. y no hacerla
ó imponerla como comunmente se dice. De otro
modo, la autoridad que usurparían seria seme-
j an te á la que se arroga la Iglesia romana, que
con pretexto de explicar las Santas Escri turas,
no halla dificultad en alterar su sentido, en
añadirles lo que más le agrada y acomoda, y
en declarar artículo de fe lo que no encuentra
en ellas, introduciendo así, en nombre de la
ant igüedad, verdaderas innovaciones ( Ib


( l | Todn-i ln-, crOiilicu-; de'iernos considerar calumniosos
ios rinlenuiv:, ivii-jonr-. Son un u l t ra je t\n» el anglieano Ba-
i:o;¡ di i'is'1' contra In Ijflesi» Romana.




í n j u : z debe ser más s;d)io que ingenioso,
más respectable que simpático y popular, y más
circunspecto que presuntuoso. Pero ante ludo
debe sor íntegro, siendo ésta para, él una vir-
tud principal, y la calidad propia, ib; .<n oficio.
«.Maldito sea, dice la ley, el que muda las se-
ñales destinadas á marcar los límites de las po-
sesiones. • El (¡ue arranca una simple piedr-
que sirve de lindero, es en efecto m u y dolí-•-
cuento; pero, mucho más lo es un juez parcial
que se hace culpable de este crimen, y que
cambia una. infinidad, de lindes dando una sen-
tencia inicua, sobre tierras ó sobre cualquier
otro género de propiedades. Únasela sentencia
injusta ocasiona mayores males que un g ran nú-
mero de crímenes cometidos por los particulares:
estos corrompen sólo ios cauces y el remanente
de las aguas , mientras que el juez corrompe el
nacimiento mismo, como lo dice Salomón: «Que
el justo pierda, su causa por un injusto adver-
sario, es una calamidad comparable á, una agua
sucia y corrompida desde su origen.» El oficio
y los deberes de u n juez t ienen relación con los
l i t igantes , con ios abogados, con los notarios,
escribientes, procuradores y demás emplea-
dos subalternos de la jus t ic ia , y asimismo con
el príncipe y el gobierno á quienes representa.




Por lo que mira á las causas y á las partes
interesadas, la Escritura dice: «Hay jueces que
convierten la sentencia en ngenjos:.» pero á esto
podría haber añadido, que hay otros que la con-
vierten en v inagre . La injusticia de una sen-
tencia la Lace amarga , y la dilación la pone
agria .


El primer deber tic un juez y el principal
objeto de su destino es reprimir la violencia y al
fraude. La violencia es tanto mus perniciosa
cuanto es más descarada. y el fraude es tanto más
funesto cuanto es más reservado y escondido. A
esto se puedo añadir , que los procesos m u y con-
tenciosos deben rechazarse por los tr ibunales de
justicia, como un al imento indigesto y envene-
nado, l.'n juez debí1 allanarse los caminos para
l legar á una sentencia justa, como Dios prepara
ios suyos elevando los valles y bajando las co-
linas. Por consiguiente, cuando el juez conoz-
ca que una dé l a s partes t iene mucha prepon-
derancia sobre la, otra por la violencia de su
marcha, por la destreza con que sabe aprove-
charse de sus ventajas, por u n a in t r iga ó ma-
quinación que la apoya, por la protección de los
hombres que se hal lan en el poder, por la ha-
bilidad de su abogado ó por otra causa seme-
jante, debe entonces dar una prueba sensible de




— 35 G —


su prudencia é in tegr idad, manteniendo en íiei
la balanza á pesar de estas desigualdades, á fin
de poder cimentar la sentencia sobre un suelo
seguro y perfectamente nivelado.


«El que se suena con demasiada fuerza se
hace sangre , y cuando la uva se pisa mucho
el vino saca un gusto áspero que sabe al raci-
mo.» El juez , pues, rio debe fundar su fallo en
una interpretación m u y rigorosa de la ley ni
en lejanas consecuencias, sobre todo cuando se
trate de las leyes penales: no debe hacer ins -
t rumento de crueldad, aquello que en la in-
tención del legislador es solamente un medio
de terror. De otro modo parecería desear que
cayese sobre el pueblo la lluvia de que habla
la Escritura en este versículo: «Hará llover re-
des sobre ellos.» Porque cuando las leyes pena-
les so s iguen con excesivo vigor, se las puede
comparar á i .a Puvia de asechanzas o lazos
que cae sobre ios pueblos. Y así es que cuando
dichas leyes no se han aplicado en mucho
tiempo ó cuando no convienen al t iempo pre-
sente, está en ia prudencia del juez restr ingir-
las en su aplicación: pues su deber consiste en
considerar, no -sólo 'las cosas mismas, sino t am-
bién el tiempo do cada cosa. E n las causas ca-
pitales el juez debe mirar con ojos severos e]




ejemplo que da el delito, y con ojos de conmi-
seración la persona del delincuente.


En cuanto á los abogados y á la defensa de
las partes, diremos que la gravedad y la pa-
ciencia en escuchar á los l it igantes, son ele-
mentos esenciales de la justicia. Un juez muy
hablador y que interrumpe frecuentemente la
palabra, no es otra cosa que un címbalo que
aturde y desconcierta. No es propio de un juez
el querer hacer ostentación de la vivacidad de
su espíritu previniendo lo que el abogado debe
decir, y sobre lo cual lograría informarse mejor
con sólo la paciencia de escuchar. De n ingún
modo debe pues interrumpir ó cortar las prue-
bas y las deducciones de los abogados ni ir de-
lante de las informaciones con preguntas preci-
pitadas, ni aun suponerlas oportunas aunque
merezcan este dictamen, sino que ha de escu-
char atentamente hasta el fin.


Las funciones y obligaciones de un juez se
reducen á cuatro: l."Debe comprender y deter-
minar el orden y encadenamiento de las prue-
bas.—2." Debe moderar las palabras de los l iti-
gantes evitando las repeticiones inútiles, todo
lo que no tenga ninguna relación directa con
el asunto ni se refiera á la causa, las digresiones
y las irregularidades.—3." Debe recapitular,




entresacar, comparar y reunir ios puntos esen-
ciales (Je todo lo nielado por ambas partes.— 4 . " Tiene, por úl t imo, que pronunciar la sen-
tencia . Cualquiera otra cosa que se haga está
de mas , y ordinar iamente t iene por causa la
vanidad del j u e z , la comezón de hablar , la
impaciencia al escuchar , la falta de memo-
ria, y la impotencia para fijar y sostener la
atención.


Alguna.- voces asombra el ascendiente que
u n abogado audaz puede adquirir sobre un juez ,
el cual para hacerse semejante á Dios á quien
representa cuando se encuentra sentado en su
t r ibunal , deberla, abatir á los orgullosos y le -
vantar á los humildes . Pero más chocante es
todavía el que los jueces t engan abogados pre-
dilectos á los cuales dispensan un favor escan-
daloso: parcialidad que aumentando los hono-
rarios de los abogados v los derechos del iuez,
hace á éste sospechoso de corrupción y colusión.


Sin embargo, cuando una causa ha sido bien
defendida y manejada, con mucho acierto y cla-
ridad, el juez debe t r ibutar algunos elogios al
abogado, sobre todo al que ha perdido la causa.
Estos elogios t ienen el doble objeto de sostener el
crédito del abogado en el concepto de su cliente,
y hacer perderá éste su obcecación en favor de su




propia causa. El interés público exige también
que el j a ez , con l a conveniente cortesía y mode-
ración, dirija a lgunas reprensiones á ios aboga-
dos, cuando éstos dan á sus clientes consejos en-
gañosos; cuando con una negl igencia visible
hacen la defensa m u y débil; cuando ios hechos
son más expuestos y m u y poco circunstanciados:
cuando son capc ioso .? l o s medios de que se valen
en el proceso; e rando l i t igan con una audacia,
ofensiva, para el juez , y por úl t imo, cuando
d e f i e n d e n una causo v i s i b l e m e n t e injusta.


El abogado no debe a turdir al juez con sus
voces n i usar artificios y manejos para volverá
renovar una, (cansa ya j uzgada . Kl juez por su
parte, no (lidie in terrumpir al abogado,, ai dete-
nerle en untad de su camino; sino que por el
contrario ha do dejarle t iempo de explicarse,
para no dar lugar á que la parte que defiende
se q u e j e de (pie su abogado y sus pruebas no
han sido completamente escuchados.


Respecto de los procuradores, de ios nota-
rios y de otros empleados subalternos, diremos
(pie el lugar donde se adminis t ra la just ic ia es
un lugar sagrado, y que no solamente el t r ibu-
nal , sino los bancos mismos y todo aquel recin-
to, deben hallarse exentos de escándalo y cor-
rupción. Porque, como lo dice la Santa Escri tu-




ra: «No se vendimia nada entre las zarzas y
los espinos.» De igual modo la justicia no pue-
de dar sus preciosos frutos entre los zarzales y
los abrojos, ó lo que es lo mismo, entre los cu-
riales m u y interesados y codiciosos. De estos
se encuentran en el toro muy distintas espe-
cies: 1. a Los que sembrándolo de procesos enri-
quecen á los tribunales de justicia empobre-
ciendo á los pueblos.—2. a Los que empeñan las
audiencias en cuestiones de competencia, lla-
mándose jactanciosamente sus amigos y de-
fensores, sin ser otra cosa que los parásitos que
las esquilman; que alimentan su orgullo y las
estimulan con sus adulaciones á traspasar los
límites de sus dominios, y que hacen, por últi-
mo, su negocio á expensas de los mismos á
quienes extravian con sus lisonjas.—3. a Los
que se pueden considerar como la mano izquier-
da de los tribunales, que por medio de rodeos
ingeniosos y de enredos hacen tomar un mal
camino á los procedimientos, extraviando la
justicia en senderos tortuosos y en un verda-
dero laberinto.—4/ Los exactores impíos, que
son á los que se aplica con especialidad la com-
paración que se hace ordinariamente de los tri-
bunales de justicia y de los espinos, bajo los
cuales encuentran los rebaños un abrigo du-




rante la tempestad, pero donde dejan parte de
su lana. Por el contrario, un escribano encane-
cido en su profesión, de una probidad reconoci-
da, bien enterado de los procesos seguidos y de
los juicios pronunciados, circunspecto en los
que estienda de nuevo, instruido en los procedi-
mientos y conocedor del tribunal, es un exce-
lente guia y muestra frecuentemente al juez
mismo la ruta que debe seguir.


Respecto de lo que concierne al príncipe ó
al Estado, los jueces deben, ante todo, recordar
siempre esta conclusión de las Doce tablas:
«Que la salud del pueblo sea la suprema ley;»
y repetir al príncipe que «si las leyes no t ien-
den á este objeto, se las debe mirar como reglas
engañosas y como falsos oráculos.»


Se ve realmente que todo marcha con más
orden y armonía en un Estado, cuando los prín-
cipes conferencian frecuentemente con los jue-
ces, le mismo que cuando los jueces consultan
frecuentemente al soberano ó á su gobierno: el
príncipe debe hacerlo cuando una cuestión de
derecho se atraviesa en las deliberaciones polí-
ticas, y los jueces cuando consideraciones que
interesan al Estado se presentan mezcladas en
las materias de derecho.


Sucede con bastante frecuencia que un ne-




— 3 ü 2 —


gocio que se vent i la en los tr ibunales de j u s t i -
cia y que sólo parece afectar á intereses par-
t iculares, puede tener consecuencias importan-
tes para el listado: considero como asuntos de
Estado, no sólo los que t ienen relación con los
intereses del monarca, sino también lodo lo que
puede ocasionar una grande novedad ó of recer
a l g ú n ejemplo peligroso, y cuanto interesa visi-
blemente á una considerable parte de la nación.
Xadie considere como cierto el falso principio
que dice que existe u n a incompatibil idad na tu -
ral entre las leyes justas y la verdadera política.


Los jueces deben también acordarse de que
el trono do Salomón estaba sostente'> por leo-
nes. Por consiguiente será bueno que los jueces
sean leones, pero que estén colocados debajo del
t rono, velando cont inuamente para impedir que
se ataquen los derechos de la soberanía. En fin,
los jueces deben conocer suficientemente su au-
toridad y preregaíivas, y no ignorar que su de-
ber les manda y su derecho les permite hacer
u n uso prudente y una, juiciosa aplicación de
las leyes. En este sentido deben aplicarse las
siguientes palabras del Apóstol, en que se re-
fiere á la ley superior á todas las leyes hama-
nas: «Sabemosque la leyes buena, siempre que
se usa leg í t imamente .»




cólera es una pretensión descabellada, d igna de
un estoico. En esto tenemos un oráculo más se-
guro para guiarnos: «Encolerizaos, dice la Sa-
grada Escri tura, pero guardaos de pecar, y que
el sol no se ponga, sobre vuestra cólera;» lo cual
indica que se la deben poner l ímites, ó l o q u e
es lo mismo, quo se deben moderar sus movi-
mientos y abreviar su duración.


Mostraremos primero cómo se puede, gene-
ralmente hablando , dominar la tendencia v
la disposición habitual á la cólera ó irascibili-
dad: diremos en seguida, cómo los movimientos
particulares de esta pasión pueden ser reprimí-




dos, ó por lo menos, cómo se puede impedir eme
ocasionen consecuencias muy funestas; y por
último, indicaremos la manera de calmar ó en-
cender esta pasión en los extraños.


El mejor remedio para conseguir lo prime-
ro es reflexionar sobre los efectos que esta pa-
sión produce ordinariamente, y sobre los desór-
denes innumerables que causa en la vida hu-
mana. El momento más oportuno para estas
reflexiones es después que el acceso de cóle-
ra ha pasado. Séneca ha dicho con razón,
que los efectos de la cólera se asemejan á la cai-
da. de una casa, que al desplomarse sobre otra
ella misma se desmorona. La Sagrada Escritu-
ra nos exhorta á gobernar nuestra alma con la
paciencia, y realmente sucede que el que pier-
de la paciencia, pierde la posesión de su alma.
El hombre no debe parecerse á la abeja, que
deja su vida en la herida que hace.


La cólera es una flaqueza, y se sabe que
son ordinariamente los individuos más débiles,
tales como los n iños , las mujeres, los viejos,
los enfermos, etc. , los más expuestos á ella.
De cualquier modo que sea, cuando uno se
siente encolerizado , vale más mostrar des-
precio que miedo, á fin de presentarse superior
más bien que inferior á la injuria recibida y á




la persona que la hace, lo cual será siempre fá-
cil, por poco que uno sepa dominarse en los mo-
mentos en que se sienta agitado de esta pa-
sión.


Respecto del segundo punto , observaremos
que las causas ó motivos de la cólera se redu-
cen á tres: 1." Una g rande sensibilidad á las
injurias, y una excesiva suceptibilidad de ca-
rácter. Nadie se encoleriza mient ras no se cree
ofendido, lo que indica jque las personas delica-
das y m u y susceptibles en materias de honor,
son más irascibles que las otras: hay una infi-
nidad de cosas que les hieren y que una na-
turaleza, más fuerte no sentiría.— ,2.' La inc l i -
nación á encontrar en las circunstancias de la
ofensa señales 'de desprecio, lo cual provoca y
enciende la cólera tanto como la ofensa misma:
así es que las personas ingeniosas para interpre-
tarlo todo de este modo, se i r r i tan más fre-
cuentemente que las demás.—3." El temor de
que la injuria perjudique á la reputación.


El verdadero remedio de todos estos incon-
venientes, remedio indicado por Gonzalo de
Córdoba, consiste en tener un honor semejante
á una tela fuerte. Pero el mejor preservativo
contra esta pasión esta en g a n a r t iempo, persua-
diéndose, si es posible, de que el momento de




— :)u<:> —


la venganza no ha llegado aún , de que uno lo
grará la ventaja en otra época, y de que no
teniendo necesidad de apresurarse conviene
más tener paciencia.


En cuanto á los medios para impedir que la
cólera produzca efectos de qoe lia ya que arre-
pentirse, hay que tomar dos precauciones para
conseguir el o! j e to . La primera es abstenerse de-
toda expresión demasiado dura y do toda perso-
nalidad m u y picante, pues sólo las invectivas
que se pueden dir igi r á toda d a s e de personas,
son la? que hacen menos impresión en cada, in-
dividuo en part icular . La segunda consiste en
guardarse-de revelar un secreto por un movi-
miento de cólera, porque semojaníe indiscre-
ción alejarla para siempre á un hombre de Ja.
sociedad, donde sería una p laga . Es necesario
también, cuando se t iene entre manos a l g ú n
asunto, tener la precaución de no descomponer-
lo por causa de la cólera, y aún en el caso mis-
mo de abandonarse á u n acceso do esta pasión,
no hacer al menos nada de que haya después
que arrepentirse.


Tratando ahora de ios medios de excitar ó
de calmar la cólera en otra persona., diremos
que todo depende de saber elegir los momentos.
Una persona que está ya de mal humor, es m u y




— mi —


fácil de irr i tar : y asimismo se conseguirá esto
interpretando las acciones, las palabras, e tc . .
de cualrpiier individuo, de manera que se le
Laga cmerque hay descontento y aún mucho
desprecio hacia ella, cuyo medio está, conforme
con lo (¡uo más arriba dejamos dicho. En vista de
esto. .«<>. o oirá, por consiguiente calmar esta pa-
sión con medios diametra imento opuestos: es
decir, i j u e para hablar á una persona las prime-
ras p a l a b r a ? sobro una cosa que pueda irri tarla,
e s noce-ario escoger los momentos cu que se la
encuentro de buen humor, siendo así que todo
depende ! e la primera, impresión. MI segundo
medio consiste en interpretar ben ignamente la
ofensa mórbida: os decir, hacer creer á la perso-
na ultrajada, que el ofensor no ha tenido el
deseo di? despreciarla, v a tr ibuir el accidente á
una malo in te l igencia , al temor, á la pasión,
ó á eiudquiera otra causa de esta naturaleza.




LVI.


DE LAS VICISITUDES DE LAS COSAS.


• Nada hay nuevo sobre la tiera,» ha dicho
Salomón: idea que tiene puntos de semejanza
con el dogma imaginar io de Platón, que dice:
«Todo lo que se sabe son reminiscencias;» y con
esta otra sentencia del mismo Salomón: «Toda
cosa nueva, no es más que una cosa que se te-
nia olvidada:» de donde se puede concluir que
el rio Letheo corre en la t ierra igualmente que
en el infierno. No sé qué astrólogo cuyas ideas
son u n poco abstrusas, pretende que, sin la ac-
ción combinada de dos causas cuyos efectos son
permanentes , una de las cuales consiste en que
las estrellas están siempre á la misma distancia
unas de otras y en la misma situación respecti-




— ;j<¡9 —•


va, y la otra en que el movimiento diurno es
perpetuo y uniforme, ningún ser podría subsis-
tir un solo instante.


La naturaleza, no se puede dudar que está
en un ñu jo y reflujo perpetuos, y hablando pro-
piamente podemos decir que no hay reposo ab-
soluto y perfecto. Las dos grandes sábanas que
envuelven las cosas en el olvido, son los dilu-
vios y los temblores de t ierra. Las grandes con-
flagraciones, ó grandes incendios espontáneos,
y las grandes sequías, producen un efecto que
no llega jamás á destruir todos los habitantes
de los parajes donde estos desastres se verifican.
Kl carro de Faetón estuvo rodando un solo dia.
lo cual indica que el incendio alegóricamente
figurado en esta fíbula, no fué de larga dura-
ción. La sequía que hubo durante tres años «MI t iempo de fil ias, y que este profeta habia
anunciado, fué particular á cierto país, y no
destruyó toda la población. En cuanto á esos
incendios ocasionados por el rayo, tan f recuen-
tes en las Indias Occidentales, no son otra cosa
que un accidente puramente local, y que se ex-
tiende, poco. Respecto de los otros géneros de
calamidades ó desastres, los individuos que de
eilos escapan son per lo general hombres rústi-
cos é ignorantes obligados á vivir en las inon-




t aña s , y que no pueden conservar n i n g u n a
tradición autént ica de los tiempos que han
precedido á estos accidentes terribles; de suerte
que todo permanece en u n olvido tan completo
v universal , como si no hubiese escapado con
vida n i n g ú n indiv iduo.


l'or poco a ten tamente que se. considere la
constitución y manera, de vivir de los natura-
les de las indias Occidentales, se pueden mirar ,
con bastante probabilidad de acierto, como una
raza más joven que todas las del ant iguo m u n -
do. Y es aún más verosímil que su destrucción
casi completa, no fué ocasionada, por temblores de
t ierra, aunque así lo hubiese asegurado al ate-
niense Solón u n sacerdote de Egipto, que su-
ponía, que la Atlánt ida se había sumergido en
una revolución de esta especie. Esta catástrofe
debe atribuirse más bien á u n diluvio parcial,
puesto que los temblores de t ierra son raros en
América, mient ras que se ven, por el contrario,
un g r a n número de ríos largos y profundos que
r iegan dilatadas comarcas, y en comparación
de los cuales todos los de Asia, África y Euro-
pa son pequeños arroyos. A esto hay que añadir
que la cordillera de los Andes es mucho más alta
que todas las del an t iguo cont inente , podiendo
haberse refugiado en sus elevadas cumbres los




restos de esta infortunada raza, tanto durante
el diluvio como después de él.


Respecto á la observación de Maquiavelo.
que pretende que la envidia, y animosidad re-
cíprocas de las sectas, es una de Jas causas que
contribuyen m u y eficazmente á borrar la m e -
moria de las cosas, censurando en Gregorio el
Grande su empeño por destruir del todo las ant i -
güedades paganas, diré que no creo que este
fanatismo haya ocasionado tan considerables
efectos, ó al menos efectos duraderos . como lo
prueba el ejemplo de Sabiniano. uno de sus
sucesores, que halló medio de hacer revivir to-
das estas mismas ant igüedades.


Na es este lugar oportuno para tratar de las
vicisitudes y revoluciones de los cuerpos celes-
tes. Sin duda que si el mundo no estaba desde
su origen destinado á. perecer, el g rande año
de Platón habría podido tener a lguna realidad,
y reunir en conjunto los mismos fenómenos,
aunque no haciendo aparecer precisamente los
mismos individuos en las mismas situaciones,
lo cual no es más que una opinión quimérica
inventada por ios que a t r ibuyen á los astros, no
ya una influencia general y vaga, sobre Ios-
cuerpos terrestres, como nosotros mismos reco-
nocemos, sino una influencia más precisa y




capaz de producir un efecto específico sobre un
individuo determinado.


Respecto de los cometas, es indudable que
ejercen una influencia sensible sobre los movi-
mientos y las maneras de ser de los cuerpos sub-
lunares , pero basta el d í a se ha tratado más de
determinar sus órbitas y predecir sus reapari-
ciones, que de observar detenidamente sus efec-
tos, y sobro todo sus electos résped ¡vos y com-
parados: es decir, que se ha tratado especial-
men te de conocer con precisión los efectos pro-
pios de estos astros, su m a g n i t u d , su color, la
dirección de su cola, su situación en las regio-
nes del cielo, la época de su aparición, su du-
ración, etc.


fixi<te sobre este part icular una opinión un
poco atrevida, que sin embargo no quisiera re-
chazar del todo, y que en mi juicio merece ser
comprobada. Dícese que se ha observado en los
Paises-Bajos. no recuerdo en qué paraje, que al
cabo de t re inta y cinco años se reproduce la
misma época con las mismas particularidades
en las estaciones, es decir, con los mismos fe-
nómenos meteorológicos, tales como grandes
hielos, g randes l luvias, grandes sequías, in-
viernos templados, estíos frescos, y todo ello
casi en un orden correspondiente. He creído




— -ATA -
deber hacer mención de esto, porque habiendo
comparado yo mismo ciertos años, de los cuales
me acordaba con los que les correspondían en el
pasado, encontré realmente que los últimos
eran muy parecidos á los primeros.


Poro abandonemos estas observaciones sobre
la naturaleza y fijémonos en lo que concierne
al hombre. Las mayores vicisitudes que se ob-
servan entre los hombres, son las que se refie-
ren á los religiones y las sectas, porque á ellas
pertenecen las creencias que más poderoso in-
flujo ejercen en el espíritu humano. La verda-
dera religión es la única que se ha fabricado
sobre rocadura , habiendo sido todas las demás
levantadas sobre arena movediza y continua-
mente agi tada por las olas del tiempo. Así pues,
vamos á dir igir a lgunas miradas y á aventurar
a lgunas observaciones sobre las causas que oca-
sionan el nacimiento de las nuevas sectas, y
añadiremos también algunos consejos sobre este-
mismo asunto, todo ello en cuanto sea permi t i -
do á la debilidad propia del espíritu humano
detener el desarrollo de estas opiniones t i r án i -
cas , y encontrar a lgún remedio á sus g r a n -
des males.


Cuando la religión que viene aceptada y
establecida desde largo t iempo es objeto de dis-




putas y controversias; cuaudo sus ministros en
luga r de atraerse la veneración pública con
una vida santa y ejemplar se hacen odiosos y
despreciables con una conducta escandalosa, y
cuando al misino tiempo los pueblos están su-
midos en la ignorancia y la. barbarie, entonces
es cuando debe temerse el nacimiento de algu-
na secta., sobre todo si coincide con estas cir-
cunstancias la aparición de a lgún talento ex-
traordinario quesea aficionado á paradojas, bas-
tan te audaz para sostenerlas públ icamente , y
bastante obstinado para defenderlas á todo
t rance . Todas estas circunstancias de 'que ha-
blamos existían reunidas cuando Muhoma pu-
blicó su ley. fiero hay otras dos condiciones sin
las cuales una secta ya formada no puede ex -
tenderse mucho: la una es el designio público
y manifiesto de destruir ó debilitar la autoridad
establecida. pues nada h a y que sea para el pue-
blo tan agradable como esto, n i tan propio para
seducirlo; y la otra consiste en dejar mucho
campo á las inclinaciones y apetitos sensuales
que dominan á los hombres.


Las herejías especulativas, tales como fue-
ron otras veces las de los arríanos, pueden ar-
raigarse hasta cierto punto en el espíritu; pero
n u n c a pueden ocasionar grandes revoluciones




— 375 —


c \ i Jos Estados, ¡i menos que se encuentren
combinadas con ei descontento genera l y con
otras cansas políticas.


Se pueden fundar las nuevas sectas por tres
clases de medios, a saber: con milagros supues-
tos (i prodigios de cualquiera especie: con la
elocuencia, ó la. fuerza de la persuasión, y va-
liéndose de las armas. Respecto de los márt i res ,
no titubeo en calificarlos de seres milagrosos,
pueslo que parecen exceder á las fuerzas de la
naturaleza h u m a n a : la misma opinión abr iga-
mos de una rara, pureza de costumbres y de
una, vida de apariencia enteramente santa. El
más seguro medio para ahogar en su nacimien-
to las sectas ó los cismas, es corregir los abu-
sos, t e rminar toda clase de diferencias, proceder
con suavidad absteniéndose de toda persecución
sangrienta , y en fin. atraer y reducir á los
principales jefes, ganándolos mas bien con dá-
divas, con destinos y honores, que irritándoles
con la violencia de la crueldad.


Ira historia nos ofrece una mul t i tud de
ejemplos de mudanzas y vicisitudes ocasiona-
das por las guerras . En este caso dependen de
tros causas principales, que son: el teatro de la
guerra; la naturaleza y la calidad de las armas,
y la disciplina mili tar y la táctica, ó sea el gra-




do de perfección de este ar te . Parece que en los
tiempos más remotos caminaban las guerras de
Oriente á Occidente; y asi vemos que los asi-
rlos, los persas, los egipcios, los árabes y los
scitas que han hecho sucesivamente invasio-
nes, eran naciones orientales. Los galos eran
sin duda un pueblo occidental, pero de las dos
irrupciones que hicieron, la una fué en la par-
te del Asia menor, l lamada después Galia-0re-
cia, y la otra contra los romanos. Es cierto que
el Oriente y el Occidente no t ienen en los cie-
los n i n g ú n punto fijo que los señale sobre la
tierra y que se relacione al uno más que al otro,
y tampoco la historia suministra n i n g ú n punto
de observación constante, que pruebe que las
guerras van más bien de liste á Oeste, que en
sentido contrario. Pero el Norte y el Mediodía
se d is t inguen por diferencias permanentes y
que dependen de su situación con relación á
los cielos.


Kara vez se ha visto á los pueblos meridio-
nales invadir los países del Norte, mientras lo
contrario ha sucedido con mucha frecuencia, lo
cual prueba suficientemente que los moradores
de las comarcas septentrionales son por na tu ra -
leza más belicosos: este fenómeno puede depen-
der de que los astros ejercen mayor influencia




sobre el hemisferio boreal: ele la grande exten-
sión de territorios situados hacia el Norte, bien
á diferencia del hemisferio austral que, por lo
menos en su parte conocida, se halla casi del
todo ocupado por las aguas; ó en fin, del inten-
so frió que reina en las regiones septentrionales,
que es la causa que debe considerarse como prin-
cipal. Independientemente do Ja disciplina de
ios ejércitos, el rigor del clima que hace más
duros los cuerpos y capaces de mayor resisten-
cia, hace también á los hombres más robustos y
valerosos, listo se comprueba en el ejemplo de
ios araucanos, cuyo país está situado en la parte
más fria de la América, y cuyo valor superaba
al de los habitantes del Perú.


Todo imperio que entra en el periodo de su
decadencia y que ha perdido la mayor parte de
sus fuerzas militares, debe guardarse de pro-
vocar guerras: mientras los grandes imperios
se hallan en un estado de vigor y prosperidad,
ponen su confianza solamente en las tropas na-
cionales, y enervan y destruyen así las i'uerzas
délas provincias conquistadas: pero cuando sus
tropas flaquean ó se debilitan, todo se pierde
instantáneamente y vienen á ser la presa de
sus enemigos. Un notable ejemplo de esto se en-
cuentra en la decadencia del imperio romano,




y en la del imperio de Occidente después de la
muer te de Cario Magno, época en que las cosas
volvieron á su estado anterior. Esto mismo es
lo que ocurrirá a la monarquía española si sus
tuerzas l legan á decrecer sensiblemente. El
acrecentamiento m u y considerable ó m u y ráin-
do, y la reunión de Estados cuyo efecto es con
frecuencia este mismo acrecentamiento, son
también causas naturales de guerras . Porque
un reino cuya extensión y poder crecen de
pronto, es comparable á u n rio, cuyas aguas
aumentan de u n a manera extraordinaria, y que
rebosando por sus márgenes i n n u n d a n las co-
marcas vecinas .


tura observación que merece ser conocida
de los políticos, es que cuando en una parte del
mundo se encuen t ran a lgunas naciones sumi-
das en la barbarie entre otras muchas civiliza-
das, los hombres no se de terminan fácilmente á
contraer matrimonios ni aspiran a t e n e r hijos,
á menos que cuenten con la seguridad de po-
der atender á la subsistencia de éstos y á sus de-
más necesidades (observaciou que puede apli-
carse á todas las naciones hoy existentes excep-
tuando á los tártarosj; y entonces esas grandes
inundaciones de hombres que otras veces han
tenido luga r , son m u y poco de temer. Si por e)




- :ga - -


contrario abundan más ios pueblos pobres eu
ios cuales no cuidándose de la subsistencia de
los hijos se multiplica mucho la población, en-
tonces es una necesidad que u n a vez cada siglo,
<> cada dos siglos por lo menos, descarguen el
exceso de sus habitantes invadiendo los países
vecinos. Esto t en ían costumbre de hacer los
ant iguos pueblos del \ o r t e , encomendando á la
suerte que decidiera, cuáles habían de perma-
necer en la patria desús mayores, y cuáles ha-
bían de ir á buscar fortuna á otra par te .


Cuando una nación guerrera pierde su es-
píritu belicoso y se entrega, al lujo y la mo-
licie, puede conlar con la seguridad de ser ata-
cada: porque genera lmente sucede que degene-
ran los pueblos á medida que se enriquecen,
ofreciendo asi una rica presa, al mismo tiempo
que una presa sin defensa, lo cual es u n doble
motivo que provoca la invasión.


En cuanto á la naturaleza y calidad de bis-
anuas , diremos que es asunto sobre el cual pue-
de hablarse muy poco: sin embargo, también
sufren sus vicisitudes, siendo cierto que los ha -
bitantes de la ciudad de los oxidracas usaban
una especie de artil lería que los macedonios ca-
lificaban de rayos, de relámpagos y de armas
mágicas .




Se sabe en la actualidad que la pólvora,
igualmente que las armas de fuego de grueso
y pequeño calibre, eran conocidas y empleadas
en la China hace más de dos mil años. He aqui
las condiciones que deben reunir las armas d e
esta especie, y hacia las cuales han de ir per-
feccionándose: 1 . ' Deben alcanzar á gran dis-
tancia para que ocasionen mayor estrago en
los enemigos, consistiendo en esto la ventaja
de los cañones, de los mosquetes, de los trabu-
cos, de los pedreros, etc. 2." La fuerza del pro-
yectil debe también tomarse en consideración,
y bajo este punto de vista, la artillería moder-
na lleva grandes ventajas á los arietes y á to-
das las máquinas de 'guerra de los antiguos.
•i/ Deben ser también de fácil manejo, de suer-
te que se pueda hacer uso de ellas en todos
tiempos; es decir, que sean fáciles de trasportar,
de dirigir, etc.


Respecto del modo de hacer la guerra, las
naciones han considerado el número, la fuerza
y valor de sus soldados como la medida del po-
der desús ejércitos. Para resolver sus diferen-
cias se presentaban en batalla campal señalan-
do el dia y sitio del combate; pero á estos ejér-
citos tan numerosos no se sabía aun ordenarlos,
después la experiencia hizo sentir los inconve-




nientes de unas muchedumbres tan embarazo-
sas, y se redujo su número: entonces fué cuan-
do se aprendió el arte de escoger ias posiciones
ventajosas, de hacer escaramuzas, campamen-
tos, marchas y contramarchas , de establecer
las reservas, y ele valerse de retiradas verdade-
ras o ungidas , etc. , é igua lmente la tác t ica ,que
hizo también progresos considerables.


En la, j uven tud de los imperios ilorece la
profesión mili tar , y después aparecen las letras,
las ciencias y las artos. En la época que sigue
inmedia tamente á la anterior, las armas y las
artes liberales llorecen aún rentadas por a lgún
tiempo. En el período decadente de las nacio-
nes, las artes mecánicas y el comercio gozan el
honor y la preferencia. L a s letras t ienen t a m -
bién su infancia, en que. por decirlo así. no
hacen más que balbucear. En seguida viene su
j uven tud , caracterizada por esa abundancia y
ese lujo de pensamiento y .expresiones que son
propios de esta edad. En.su época de madurez ,
ias ideas y el (estilo se abrevian y depuran, ha-
ciéndose por consiguiente más sólidos, adqui-
riendo por último en la vejez mayor brevedad,
y energía. 'Respecto do los aficionados á la filo-
logía que han ejercitado su pluma sobre el
asunto de que nos ocupamos, observaremos que




sus escritos no son más que un tejido de cuen-
tos y consideraciones fútiles, que en un trata-
do tan serio como este no merecen ocupar un
lugar.


i-rs




I N D I C E


Piçincei.


l'i-,>].->-,> del lr;idn..­lor '
I . ­ I V h . V r d u d 1 3
î; - De la nisi.'i-l.'
III .—Di' In unidttd >!i­l ­^nOmU­nl.. cn !» Ì£i<­sh
msilana
IV. —De la ventranza *>
V.--I),.. la advor-idad ?'S
VI.­­Di' hi ilisiniiilacion y ci fiouimioaio 41
Vii. De |,>s (..idivs v de los liijus 4S
Vili. —Del iiiairimonio y del eciUaUo 52
IX. — He la cnvidia. >p
X. — Del a r
Kì.~ Ile liw d.-sl'm.K elevai!..s V lì.' U* iìgnì-
dades TI
XII.—De |;l andaeia -°
Xill.—I)'' liumlad nalural i'i ail<| n'irida
XIV. —Da la noMcza ''l
XV. — De los moline-, y sili»! vaeiaui.'s, •'•'»
XVI —Ilei aleismo Ili
XVII.— De la -i:persiie.i in IH»
XVIII. —De los vi Mes 12»
XIX. De ia sobenvea y del aile de tiiandar p »
XX. —Dei eonsejo y de los t.\.it:Vj..s de 0>tado. ìli
XXI.—De la dilacmn v de la !•• atil ed eli ios i:e-


w « : !•>!
XXII.—De laaslueiav de la soli!,-za
XXIII. —De. la la'MI prodriicia (lei <.<^<\-l • H»7
XXIV.—Do l.u innova.-ioaes ', '­g1
XXV. — He la i'\|iei'a'ioi) en lus li •_; 11 e i i ) -; 1"»
K X V l a al'eelae.ion de pnuleneia y de! ma-
iieju que usan los alieinnados a i'onna-
lidades '<!>
XXVI!. —De la ainisl-ad 1*2
XXVII!.—De los ̂aslo, №




— o5>4 —


XXIX.•—Di' la verdadera yranckva de las na-
ciones '¿f'2


XXX.—De la manera de conservar la salud 2M¡
XXX! —lie l.-i <.is¡ie.-lia 225


XXX II.—De laconversaeioo 22.S
XXMili - De 'as colonias (i rumiaciones di: pueble». 2H3
XXXIV.-IV las ric|neza> 21o
XXXV.—Sobre las profecías v oirás predicciunes.. 2.">»
XXXVi —De [:i anibPion " 2.VI
XXXV II.—De1 earácler naloral ni los hombres W,2


XXX \'!i¡. — ¡)(: ],,.. liab¡'is y de la educaei.,:: 2<u
XXXIX. —De la orama ¿72


\!J. - De la ¡nvenlud v la vejez 2s"
XI, I. —De la I, -l!e/a. . .". -'<¿
X !!!!. —lie ¡a fealdad y >',,• l.i ileíonn'eJad
\ 1,1 V.— Cánsale raciono- sobre los j ardil le s áí'S
VI,V. _|i,. |-ls iieífc<Mai-i'»nes, ii del arle de malic-


iar ION neuoclo 31'!
XI VI.—pe *;„, .-í¡..ules v de les amares (b- un or-


den inferior. . ! 3K
XLVÍÍ.—De le-, proeuradeivs y de ios pretiMl-,!ienles :'21
Xí/Vlli. —De lo- eslu'liu- e-S
XI.¡X. - De la-, facciones y de los purlidos ÍMf


í . -pe !ns nodales y de la nbservncion de
las cu veuleiicia- sociales •>¿'>


!.i - De ¡a alabanza. :¡tí>
l.ll. -De la vanidad ó de la v.mâ loiia
Uí'.— De 1 • -loria y la reputación :U*
l.IV - De i,,- debelas (le en pie/
I V — De !;. cblera 'M>:i


!.VI.~De la» vidsiUules de la-osas -V-s