INDICACIONES SOBRE LA LEY ELECTORAL PO.R DON JOSE POLO DE BERNABÉ Y BORRAs ...
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INDICACIONES


SOBRE


LA LEY ELECTORAL
PO.R


DON JOSE POLO DE BERNABÉ Y BORRAs


., • J.


MADRID·


IMPIIl"T~ Dt J. MUlUtRA A CAllA DE M. MARTIMU
¡u¡lle de 1l~. núm. 7






..


. llIDlCACIONES SOBRE LA LEY ELECTORAL






INDICACIONES


SOBRE


LA LEY ELECTORAL
POR


DON JOSÉ POLO DEBERNABÉ Y BORRAs


MADRID
1875


_RENTA DE J. NOGUERA A CARGO DE M. MAmNEZ
calle de BordAdore., núm. 7






INDICACIONES SOBRE LA LEY ELECTORAL


INTRODUCCION


La ley electoral, parte esencialísima de todas las
Constituciones, como inmediata generadora y princi-
pal reguladora de la accion del país. en las cosas pú-
blicas, ha detener en toda ocasion colosal importan-
cia, y hi tiene sobremanera especialísima cuando por
ella han de crearse para salvar grandes crisis las Cá-
maras Constituyentes. •


De aquí la conveniencia de discutir hoy sobre su .
formacion, de aquí el pretender yo contribuir á tra-
tarla. No ciertamente por juzgarme dotado de cono-
cimientos á propósito para ilustrarla, más sí esperan-
zando poder hacerlo tan sin pasion, que la imparciali- .
dad alcance á suplir cuanto de idoneidad pueda faltar-
me para lograr discutirla con provechosa eficácia.


Pretendo ser al tratarla, liberal, conservador y
práctico; esencialmente liberal, acertadamente conser-
vador, y práctico con verdad tanta, que al señalar, si




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bien con rapidez yen lo principal, cuanto sobre elll'
prescriben y aconsejan las circunstancias y condiciones
políticas actuales, Jo disentiré libre de toda pedagogia,
lo mismo de la revolucionaria cuanto propone lo que si
en algun tiempo podrá Ser bueno, es inconvenientísimo
en los actuales; que de la conservadora empeñada en sos~
tener lo que sería dañosísimo ~n lo presente, áun conce-
diendo haya sido en lo pasado, sobre útil, indispensable.


Escusado parece anunciar, que cuando pretendo
ser, al dis~utir sobre la ley para las elecciones, libe-
ral, conservador y práctico, debo de3ear proponer para
ella lo que más pueda contribuir á consolidar el trono
de Alfonso XII, hoy' ultima esperanza de la pátria,
hoy único medio, por la Providencia concedido, para
que sea posible libertarla de los males que la devoran
y de los más terribles que se ciernen sobre ella y
como casi inevitables amenazan.


Al discutir señalaré lo que jU7,g0 para la ley de
mayor trascendencia, pero tratando de hacerlo? más
que resolviendo las cuestiones, como quien solo se
propone plantearlas, y sobre todo atendiendo, no á lo
que pueda ser la Ley en las momentáneas y acci-
dentales circunstancias en que haya de plantearse,
sino á cuanto ser deba en las permanentes y esenciales
de la época en que vivimos.




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~Deberán hacerse las elecciones por el sufragio
universal? ¿Procede hacerlas. por la antigua Ley que


. en 1868 regia? No puede vacílar~e en asegurar que
ni por lo uno ni otro la ~galidad milita.


Infundadísimo sería pretender debiera hoy ape·
larse al sufragio universal,.,porque así lo preceptúa la
Constitucíon de 1869 ; e~a Constitucion en su inte·
gridad y especialmente en su manera de consagrar los
derechos individuales, herida mortalmente por sus
mismos padres, haciendo mostrara sus fatales conse-
cuencias al querer practicarla: por los mismos m~erta
al declararla. impracticable ó necesitada de esencial
r.eform~, y á la que hallándola insepulto cadMer la
prOtlamacion del Rey ofreció. decoroso enterramiento;


Esa Constitucion, que podrá satisfacer á los cán~
didos ó fanáticos á quienes basta ser ricos en libertad,
cual en capitales lo sean, quienes tan solo logren po·
seerlos nominalmente en un papel sin valor Ili curso;
pero que no puede atraer á quienes exijan que las li~
bertades impresas en los Códigos políticos sean posi-
bles y como tales verdad en su ejercicio y práctica.


Muy ridículo fuera 1!.firmar vivía y regía la ley
electoral de 1868: sería como pretender reproducir el


. absurdo insolente de 1823 por el cual se declararon
nulos los tres años transcurridos desde 1820, negando
ahora que hechos de inevitable trascendencia se habían




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realizado desde 1868 y teniendo como no trascurridos
los seis años que nos alejan de aquella época más qu~
en otros tiempos p~diera medio siglo St'pararnos.


No, no es dable acogerse á la legalidad, no es
posible, por desgracia, invocarla, para resolver la ma-
nera con la que deba el pueblo españQI elegir par~
las próximas Córtes sus Diputados.


Cuando tan mútuos y grandes han de ser los sa-
crificios en la aplicacion de las ideas para que P1!e-
dan con verdad existir y funcionar las institucior.es;
cuando tan indispensable es para salvar la libertad que
transijan muy de veras en sus varias y contrarias as-
piraciones todos los partidos liberales, fuera absurdo
'resucitar la Ley de 1868, como absurda toda pre-
tension de imponer fraccion alguna su voluntad abso-
luta en la que debe regir para laS" próximas eleccio-
nes por medio de. una ficciontan gratuita como la de
suponer vigente la ley de 1870, cuando Ley consti-
tucional, á consecuencia de latrasfórmacion política
del país ha perdldo su razon de ser, y cuando no rige
y vive la Constitucion en que se fundaba.


Es innegable hay que resolver y fijar el sistema
por el cual se han de elegir las próximas Córtes, hay
que promulgar la ley que ha de crearlas.




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DERECHO DE VOTAR·


No deberá por cierto la ley de elecciones apelar
al sufragio universal que para la España de hoyes
tan insostenible en teoría, como ha sido y tendría que
ser en la práctica, de fatales ó de falaces resultados. No
deberá fundarse 'en ese s!stema ilógico, q~e conside-
rando el derecho electoral como inherente á la perso-
nalidad humana lo concede á IDs mas ignaros, y
sean cúales sean las circunstancias que en su apti-
tud les favorezcan, lo niega á las mujeres y á los me-
nores. Ese sistema que prescinde del interés de. la
Nacion y de-los mismos á quienes reconoce el derecho _
electoral, p'ara sin distincion concederlD á los capaces
y á los incapaces, siquiera puedan estos formar la
mayoría. Ese sistema que otorga el mayor de los de-
rechos políticos sin exigir el cUIRFlimiento de ningun
deber, ni la posesion de garantía alguna de· bien ejer-
cerlo, y que para. la España como para· algunas otras
naciones europeas no puede proGucir en·su actualidad
sino la ravolucion ó la postracion, profundas pertur-
bacion~ ó mistilicaciones sin máscara.


Tampoco podría con razon fundarse la Ley elee-
. oral. en e 1 sufragio restringido por un censo impor-




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tanteo Pretendíase por este medio conceder el derecho
. de elegir solamente á los capaces de verdadera con-
ciencia para usarlo, y de vivo interés para procurar el
acierto al ejercerlo, y en España á pesar de haberse
fijado un alto censo y de reducir extraordinariamente
el número de electores; investíase en los distritos,
sobre todo en los 'rurales, con el privilegiado derecho
á multitud de personas que lo ejercian tan á ciegas
como la mayoría de las llamadas despues por la uni-
versalidad del sufragio á resolver sobre los destinos
de su patria.


Fuera además locura, cuando por las irresistibles
tendencias de nuestro tiempo; tan fuerte se presenta


. el sufragio universal, oponer á sus nu~erosísimas
falanges, raquíticos colegios y mermadísimas vota-
ciones .


. ' Es in4udable, sería error gravísimo acudir hoy á
ningun sistema absoluto, ya fuera anulándose por
querer resucitar lo pasado, ya precipitándose por
querer adoptar lo que sólo podrá sér en el porvenir
aceptable.


Hay que ser ecléctico y apelando á la transac-
cion, esforzarse para obtener en lo más posible las
ventajas y hasta donde sea dable evitar los inconve-
nientes que ambos sistemas presentan; el· uno restrin-




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giendo, el (ltro universalizando el sufragio; y hay que
hacer esto con valentía y convencidos de que no
puede aspirarse en tan árdua cuestion á io perfecto ni
aún á lo bueno. Tanto es así, que áparece como inelu-
dible necesidad resignarse á escoger, no ya lo mejor,
sino lo que ménos imperfecciones y falacias presenta.


Para ello en mi opinion, hay que sustituir el su-
fragio universal con el general, con el de muchos al
de todos; es decir: con lo numeroso lo numeroso, con
lo popular, lo popular, á lo fuerte con lo fuerte.


Por tal propósito, obteniendo el prestigio que da el
gran número de los electores, y evitando la odiosidad
y la débilidad del priv~legio ante el crecimiento de la
democracia; se deberá conceder el derecho electoral á
los que bajo cualquier aspecto parezcan más cap,aces
de ejercerlo; y aprovecharse de la restriccion del su-
fragio para mejorar el cuerpo elector~l en todo lo
que pueda tener este principio de. práctico y salu-
dable. Se vendría así á obtener las ventajas del su-
fragio universal y las dél sufragio restringido hasta
donde hay posibilidad hoy de alcanza frias, y á evitar
los males de uno y otro sistema en cuanto es posible
hoy evitarlos.


Al llevar á cabo esta resolucion no debe abando-
narse para realizarla el ecleticismo á que hemos apelado)




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Y en la designacion de los mejores y más capaces del
derecho electoral, no debemos apelar como signo ó
prueba á una condieion, á· un hecno tan solo. Se trata
de que· Sean electores los que mayores probabilidades


'ofrezcan de saber y querer .10 que más convenga al
país, y pata designarlos 'no tomaremos como signo
único ó casi esclusivo la propiedad, cual se hacia en
otros tiempos, concediendo el derecho á los contribu-
yentes, sin hacer otra cosa para corregir la acritud
del principio, qlle admitir en corto número á los que
se llamaban capácidades.


Hay que conceder larga parte á la inteligencia,
hay no solamente que facilitar el adquirir él derecho
electoral, sino hacerlo asequible á todos los españo-
les. Y esto aunque muy dificil parezca' puede conse-
guirse sin hacerlo universal; tomando segun des-
de los tiempos más antiguos vino siendo la edad,
como signo y garantía de la inteligencia. Sabido es
que en la formacion y desarrollo de la sociedad y del
Estado, si no siempre y con igual importancia, los an-
cianos han e.ompartido con los guerreros y los sacer-
dotes la direccion de las cosas públicas; y si andando
los tiempos, si por engrandecerse las sociedades al
hacerse poco aplicable, ha venido desalendiéndose el
principio, no ha sido porque dejara de seguir recono-
ciéndose como racional é importante.




.13


. Rechazado el sufragio univétsal, si al generali-
zarlo pata concederlo con ancha mano á la inteligen-
cia, no tomaramos cual signo suyo la edad; sería ineficaz
nuestro propósito, porque el derecho pertenecería casi
totalmente á la propiedad, por el corto número. de los
que pudieran obtenerlo con aquel título, y se juzgarian
incapacitados y estarían realmente condenados á nunca
1l0der ejercerlo la mayo~ parte de los españoles.


Basta lo expuesto para dejar planteada 'la cues-
tion en el terreno de los principios respecto á la de-
signacion de los electores y plantearla segun ellos, no
de plano resolverla me propongo al escribir estas lí~
ncas. Tanto es así que en esta parte no ·las extende-
ria si no fuera utilísimo para dejarla en ese mismo
terreno de los principios c~n claridad planteada, el
presentarlos de bultó en la práctica apuntando las
disposiciones de una de las leyes electorales que se-
gun ellos pueden formarse.


Aun á regirse por su criterio y resueltamente apli-
cándolos, cabe hacerlo con grandes diferencias, pero
la principal importancia en rechazarlos ó aceptarlos
radica. Lo primero en esta Leyes atender á las nece-
sidades ·de 'Ia época y para ello facilitar el adquirir y
gar~Dtizar en lo pQsible el buen uso del derecho. elec-




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toral. Despues, se hace ya hecesario concederle en gran
proporcion con la propiedad á la inteligencia, y para
esta llenar su parte parece casi de tanta necesidad el
aceptar á vuelta de otros, como signo suyo, la mayor
edad del ciudadano, como al conceder el derecho im-
poner deberes para su buen .uso es indispensable.
Entiéndase así que al bosquejar una Ley electoral pre-
sentosus principales resoluciones como las mejores
en cuanto realizan los principios indicados, no en
cuanto IQ ·bacen escogiendo una de las formas y mo-
dos con que pueden serlo.


Segun esto, Plledo decir, que para hacer nume-
rosisimo el cuerpo electoral se podría conceder el \'oto
en cada poblacion á una parte de sus vecinos, á la
tercera, á la cuarta de los que contara i mas siempre
á una gran parle,si como hemos dicho, ha de produ-
cir la Ley todas las ventajas que á vuelta .de sus ma-
les el sufragio universal ofrece. Ya fija la proporcion,
y 'por ella el número de los electores en cada Muni·
cipio, habria que llenarlo dando conSiderable partid-


. pacion á la inteligencia, pudiendo extenderse basta
que compusiera la mitad de los designádos, pues ya
en el camino tomado y con el método á que habria
de apelarse para calificarla, parecería indebido ménos
concederle.


Para formar esta gran fraccion. del cuerpo elee-




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toral se debería empezar llamando á cuantos se han
tenid'o en leyes anteriores por capacidades y rebajando
las condiciones y aumentando los llamamientos hasta
donde racionalmente pudiera hacerse. Así tambien de-
biera llamarse á los que hubieran ejercido cargos pú-
blicos ya populares, yil de gobierno, y á los que hu-
bieran servido en los ejércitos más que de simples
soldados. Hecho esto, la ancianidad debia llenar cuan-
to en el número de electores en esta parte concedida
á la inteligÉmcia por llenar quedara.


La inteligencia atendida y de tan ámplia manera,
deberíase conceder á la propiedad, tomando por sig-
no el. pago de los impuestos, 'la otra parte de los vo-


. tos, llegando .hasta una muy reducida cuota y lla-
mando á falta de quienes la pagaran á los vecinos de
más edad que no hubieran llegado á ser comprendi-
dos en la seccion primeramente formada.




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CONSECUENCIAS


Una ley basada sobre estos principios no crearia
eierlamente un cuerpo electoral pigmeo ante el gi-
gantesco por el sufragio uIliversalllamado, un cuerpo
electoral á . quien se pudiera acusar de ser la obra del
privilegio y de existir en m~noscabo deJa importan-
cia y dignidad de la gran mayoría de los españoles.
No pareceria. en nada recuerdo y restauracion del feu- .
dal~smQ en su tendencia de conceder más derechos á
la propiedad" es decir, á las cosas que á las perso-
nas. ¿Cómo quejarse de que no se concedia á la in-
teligencia toda la participacion que merece en la di_o
rec:;ion de las cosas públicas, cuando exclusivamente
á ella se la concedia la mitad de los electores? ¿Cómo'
presentar desalendidas y agraviadas á las clases pro-
letarias cuando lo bajo del censo tan fácil les hacia al-
taIlzarlo y cuando como electores por su edad á to-
dos fuera asequible serl01


A la vez, no se podria acusar á esta Ley porque
concedia á ciegas como el sufragio universal el más
grande de los derechos políticos. No se lapodria aca-
sar daba el derecho electoral sin atender á garantizar
su acción y uso, y entregando en su base el poder á
las m~ltitudes, que puedan creerse aunque no lo están




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las ménos interesadas en la conservacion del órden
social y de la prosperidad pública; á las multitudes que
hoy y en tanto que, como á toda costa debe procurar-
se, la ilustracion con la moralizacion no se generalicen,
ó viven olvidadas de la política, y dejándose conducir
inconscientes á las. úrnas, ó cuando en ella con calor


. intervienen,. es facil lo hagan agitadas y capitaneadas
por visionarios ó malvados ..


Con el sistema predicho á estas clases se las ofrece
participacion, pero no el dominio en las cosas públicas;
por él, los proletarios no serían los párias, pero tam-
poco podrían ser los tiranos de la política. Con ley de
tales condiciones, cierto es que no se otorga el dere-
cho electoral solamente, pero si totalmente á los que
mejor pueden ejercerlo; no se consigue excluir á cuan-
tos carecen de las cualidades necesarias para cons-
cientes usarlo; pero si quedan excluidos en gran parte
los que inconscientes lo ejercieran. Se hace el bien y
se remedia el mal hasta donde la conveniente posibi-
lidad permite, no se agrava queriendo en más de lo
dable remediarlo, no se imposibilita al pretender lo
bueno imposible, lo bueno realizable.


Acaso á las personas que no saben aceptar las
tendencias irresistibles de los tiempos actuales, acaso á
los que, cerno á los marineros de agua dulce llevados
al grande Océano asusta su inmensidad, sus oleajes y


2




18 . ~


SUS tempestades, á ellos conmueve y aterra la genera-
lizacion de la vida política, y las demandas, la agita-
cion y la influencia de las masas; acaso á estos reza-
gados en la marcha de la sociedad, á estos que no
viven con lo presente, cause miedo un cuerpo electo-
ral numerosísimo. Acaso crean significa poco purifi-
carlo y mejorarlo aún á costa de reducirlo á ser ménos
de una mitad ó tercera parte de lo que por el sufra-
gio universal sería. No conocen estos políticos de otros
tiempos lo que son los actuales;. no saben lo que por
la influencia del principio significa y causa el exigir
condiciones para la concesion de los derechos electo-
rales; siquiera grandes masas las posean, cual han
demostrado bien conocerlo los partidos conservadores .
en la vecina Francia cuando han venido dando siem-
pre tanto valer á reformas en el sufragio universal ,
que muy escasamente lo modificaban.
~n verdad, no es asustándose, n~ huyendo, ni re-


chazando la influencia y accion de las grandes masas
nacionales como han de poder· consolidarse la monar-
quía constitucional, y la paz y progreso de la nacion
española. El desconfiar del país, el temer á su verda- ..
dera mayoría, el obrar con apocamiento haría que las·
instituciones, que la monarquía fuera posible sucum-
biera ~n las dificultades del porvenir, cual buque que
cobardes marinos rehuyendo el ancho mar hicierán




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navegara -bordeando una costa peligros(sima concluiría
probablemente por estrellarse en sus escollos.


Sin vacilar diré tambien á los que crean, pugna
con la institucion monárquica un cuerpo electoral po-
pular y numerosísimo, si son conservadores, que no
solamente desconocen los tiempos en que viven y los
que á má~ andar se aproximan, sino que agravian y .
rebajan á la monarquía, negándole la inmensa fuerza
de que dispone, cuando es ,tradicional y liberal, legí-
tima y popular, española y movilísima; y si blasonaran
de progresistas les diré que no saben cuan admirable-
mente se adapta la monarquía á todas las situaciones
y progresos de la política, y cuan superior es á las
presidencias de las repúblicas condenadas siempre á
ser ejercidas por el jefe de un partido.




20 .


INSTRUCCION DE LOS ELECTORES


He dicho, y de la manera como marchan estas
líneas aparece muy claro, se aspira en ellas más que
á resolver á plantear la cuestion que discuten; pero así
y todo para bien plantearla hay que decidir, si no se
exigirá á los que se conceda el derecho electoral deber
alguno, si no se exigirá. muestren gozar de otra cuali-
dad además de las generales por las'que el derecho de
votar se concede para que puedan llegar á usarlo; y en
suma si'podrllIi ejercerlo, aunque sea tan corta su ins-
truccion que ni escribir supieran.


No es facil estar de acuerdo sobre todo lo árites
indicado y diferir al llegar á este importantísimo
punto. Despues de haber llamado á las urnas á multi-
tud tan grande, dcspues de haber abierto de par en
par las puertas de los colegios electorales á cuantos
por cualquier signo ó éondicion parecen algun tanto
capaces de tomar, con la conciencia de lo que hacen,
parte en sus actosj es racional y debido exigir para


-que la puedan tomar la débil muestra de instruccion
que dá el saber escribir-el nombre d'e sus candidatos.


Condicion es en nuestra época de mucho, si ya
no de t.odo lo bueno que pueda legislarse, el ser al
mismo tiempo liberal y conse~vador en su verdad y




21


esencia, y esto acaece, y muy de lleno, al exigir tal
muestra de instruccion á los electores. ¿Puede haber
nada más liberal y favorable al progreso, que conce-
der sólo el derecho electoral á los que alguna ins-
truccion tengan? ¿Puede haber nada más conservador
que negarlo á los qqe deben suponerse en su casi to-
talidad sumidos en la ignorancia? Saber leer y escri-
bir debe ser hoy condicion necesaria para influir tan
eficazmen!e en los destinos de su país, cüal se influye
usando del derecho electoral, como más adelante, y
segun la instruccion, se mejore y generalice mayores
muestras de poseerla para gozar del dereho electoral
deberán ir exigiéndose;


¡Ay de nuestra patria, ay de la Europa! sial con-
tinuar creciendo, como es inevitable crezca, la influen-
cia, no crece á la par la instruccion 'y moralizacion de
la democracia. jAy de todas las naciones civilizadas! si
llega con verdad á dominarlas y dirigirlas el sufragio
universal, sin que ánlcs se hayan ilustrado sus prole-
tarias multitudes. Afliccion causa advertir cuán lejos
están las clases ilustradas y conservadoras de prestar á
necesidad lan apremiante toda la atencion que merece,
y cuán lejos las personalidades que las dirigen de ha-
cer cuanto debe hacerse para conseguir satisfacerla.


Más asombro todavía causa haya quienes miren
como favorable al órden público, como ventajoso al.




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órden social y como á la religion utilísima la ígno-
rancia de las masas. Y ello es que los hay, y muy
convencidos, y algunos con tal extremo, que la juz-


. gan no tan sólo útil sino indispensable para la con-
servacion del órden social y de la fé religiosa. No les
basta tender á que, como el islamismo lo propagó y.
consolidó 1.1 cimitarra', sea no el crucifijo sino la espa-
'da, no la predicacion y conviccion, sino la ley y la
fuerza la que sostenga y propague el catolicismo.
Hacen aún más, pu.es al plagiar á los musulmanes,
están por Ornar incendiando la gran biblioteca de
Alejandría, no por los califas ilustrados que propagaron
las ciencias y la literatura. .


y sólo á tales fanáticos podrá repugnar el exigir
alguna muestra de saber para el uso de los derechos
electorales. Pero los que cual ellos no piensen, los
que. miran al progreso intelectual como debiendo
.acompañar al material por grande que aparezca, y
á ser posible excediéndolo, los q'ue no crean pueda
conseguirse y deba conservarse la moralizacíon y la
religiosidad de las masa¡:, conservando y procuran-
do su ignorancia, los que con tal opinion no infieran·
u~a terrible ofensa al catolicismo, rebajándolo hasta
el nivel de las falsas y supersticiosas creencias, los que-
juzgan ser la instruccion para los tiempos á que ca-
minamos, la primera necesidad social y siempre la




23


condicion más necesaria para que puedan ser con ver-
dad morales y religiosas las naciones, esos no recha-
zará n se quiera exigir alguna instruccion á los elec-
tores. Esos reconocerán todos la utilidad suma de ser
hoy condicion precisa el saber al ménos leer y escri-
hir. para usar del derecho electoral, para influir con
su voto en los destinos de ~a patria; esos reconocerán
ser convenientísimo, para la bondad y para la fuerza
moral de las elecciones, se 'muestren capaces los que
las hagan al ménos de por escrito designar las perso-
nas que juzguen las mejores para representarles.


,




24


VOTO OBLIGATORIO


Otra cuestion, tambien principalísima, hay que _
discutir para bien plantear la general que vengo tra- .-
tando. ¿Será obligatoriaó voluntaria la emision del:
sufragio? Yo creo debe ser en la actualidad _ obligato- ~
ria, y lo juzgo tan debido, y de tal trascendencia, que
sin ello, á mi juicio, cabe hacer mucho en la ley
electoral, pero nunca lo bastante, y cuanto se hiciera,
podrá resultar esterilizado.


Comenzaré preguntando: ¿será lícito que la ley
haga obligatoria la emision del sufragio? Posible creo
haya quien lo niegue, mas para ello tendrá que pro-
fesar el disolvente sistema, segun el cual á los dere-
chos no acoIllpañan los deberes, segun el cual el-
Estado queda PQspuesto á los indivíduos, la colectivi-
dad al ciudadano y el bien general á la voluntad y
antojos indiviauales.


Pero no/profesando en absoluto tal sistema, todos
tienen que reconocer puede hacerse- obligatoria la _
emision del voto. Esto, aím cuando quiera considerar- .
se el derecho de votar como inherente al indivíduo, .
porque no tan sólo deberá creerse pueda ser obligato-
rio, sinó que podrá razonadamente afirmarse deba por _
sí mismo serlo; siempre que se conceda proponiéndose




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darlo á los que más conveng'a al interés general que lo
ejerzan. y aún no queriendo ir tan l~jos, es palmario
que si el Estado J si la leyes la que concede el dere-
elfo, la ley puede imponer cuando lo conceda el deber
de ejercerlo.


y nada tiene esta imposicion de excesiva. Cómo,
¿será lícito privar del derecho electoral á miles y aún
millones de individuos, porque así al Estado y á ellos
mismos, cual parte suya interesa, y no se podrá obli-
gar en bien del Estado y de los' mismos electores á
que usen del derecho que la ley les concede? ¿Podrá
el Estado ohligar á que con riesgo eminente de la
vida y sacrificio temporal; per.o omnímodo, de su li-
bertad lo defiendan con las armas los ciudadanos, y


- no podrá obligar á que le sirvan emitiendo el sufragio?
Reconocido el derecho de hacer el voto obligato-


rio, habrá sin embargo quienes no reconozcan su con-
veniencia. Lo rechazarán los. demagogos que no es-
perando contar con la mayoría del país, no quieren
verla acudiendo á las urnas, s in o que vayan solo á
estas los electores que alucinan ó atemorizan. En un
campo diametralmente contrario acaso habrá perso-
nas á quienes asuste pueda la nacion en su mayoría
interesarse é influir en las cosas públicas, y á qüie-·
nes más que el espectáculo de miles y miles de
electores inundando los colegios, halague el verlos por




26


la mayoría de los electores olvidados y principalmente, <:
llenos por los que no la ley, sino la accion interesada
de las autoridades lleva á visitarlos .•


No sé hasta dónde, ni por cuántos podrán ser en
el campo ultra-conservador estas tendencias sentidast
mas indudahle creo que no ven ni aún lo que tocan
los hombres de órden á quienes no aparece con evi~
denda, que para los tiempos presentes, y más si cabe,
para los que el desarrollo de. las ideas viene trayéndo-
nos, no basta la aquiescencia ni la buena voluntad de .
la mayoría del país hácia sus gobiernos. Se necesita
del apoyo, de .la decisioÍl, de la accion de esa mayo-
ría en las cosas públicas para que sean fuertes los go-
biernos y para que no sean en momentos dados venci-
dos por los trabajos, las conspiraciones y el empuje
de la demagogia.


Hoy en casi toda Europa es necesario que lama-
yoría del país, influyend9 en la política, sostenga con
su accion las instituciones y' los gobiernos para que
éstos no se debiliten, para que éstos no sé extravíen
y para que nunca por su debilidad ó sus extravíos ó
por entrambas cosas pueda llegar el dia siempre :icia-
go y tristísimo en que la revolucion triunfe y domine_
Hoy en lo general de las naciones europea~ para
que puedan verse libres de tan -terrible azote, no
hasta que sus mayorías arríen á sus monarcas y á sus




27


instituciones; es necesario que las sostengan, es ne-
cesario que sin abandonos ni adormecimientos mi-
liten en su defensa, y como tal que tomen parte ac-
tivísima en las elecciones de -sus representantes y
diputados.


Suele darse como sentado que la grande inter-
vencion del país en la política favorece mucho al
triunfo de las ideas avanzadas y al planteamiento de
violentas y prematuras reformas, y es lo contrario. En
las naciones cuya mayoría interese é influya en las.
cosas públtcas, las reformas no se realizarán sino opor-
tuna y aún lentamente, cual lo vemos en Inglaterra,.
porque las naciones en sus mayorías tienen -hácia sus
antiguas leyes y prácticas adhesion muy grande. En
los paises cuya mayoría está habitualmente privada de
accion en las cosas públicas, en los paises donde por
ello la mayoría las desconoce y en lo ordinario las ol-
vida, es donde en épocas tranquilas las-- minorías gu-
bernamentales, y en tiempos revolucionarios las revo-
lucionariaS pueden realizar segun les plazca, por más
flue sean dañosas en su esencia ó en agraz su conve-
niencia las reformas que proclaman. Por .ello, y por
todo lo ántes señalado, es aún más. conservador que li-
beral procurar interese é influya una gran parte del
país eIÍ las cosas públicas.


y á esto,- y á objéto tan alto tiende, y á tan im-




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-portante propósito con suma eficacia debe ayudar lo
obligatorio del _ sufragio, en nuestra España como en
otras naciones, en nuestra España al presente más que
en cualquier otra de las europeas.


No se halla en nuestra patria el terreno político.
tan removido por los trastornos revolucionarios como
en la vecina Francia, pero sí lo bastante para que
dificultando la solidez en sus radicales fundamentos de
las instituciones, deba la opinion y accion ~el país-que
velar y obrar muy más que en lo general de las nacio-
nes para sostenerlas. Y además de ser en España esto
ya con t~l viveza necesario, que nada sobre ménos
procurarlo si~nifique sea más en Franda, en ésta al
conseguirlo no es tan indispensable de mucho lo obli-
gatorio del sufragio. Allí las clases propietarias, y la-
boriosas, allí la universalidad del país mira y atiende
con profundo interés á las elecciones.


En España, por causas que no es del momen-
to analizar, cuando el hecho aparece innégable, es
general y profunda en el país la falta de voluntad y
accion respecto á los actos electorales. En España,
para que la mayor y más sana parte del cuerpo
electoral, y sobre todo siendo numerosísimo, acuda-
á los colegios, y para conjurar el peligro de que
sus representantes deban su eleccion, no á la volun-
tad de la mayoría, sino á levantiscas y organizadas




29


minorías, y para que se consiga sean obra de la na-
cion las elecciones, y sobre todo para que interesán-
dose en ellas llegue con verdad el país á influir or-
denada y eficazmente en las cosas públicas, es con
gran especialidad útil, utilísima, si ya no absoluta-
mente necesaria la obligacion de votar en las eleccio-
nes para diputados.




30


DISTRITOS E INCOMPATIBILIDADES


¿Serán las elecciones por provincias ó por distri-
tos unipersonales? Pasa lo primero por más libural;
pero 'sin fundamento, en cuanto es lo más liberal que
la representacion del país lo sea de todas las opiniones
en proporcion al número de sus adeptos, y la elecdon
por provincias tiende á que se vean representadas con
.grande esceso relativamente al número de sus partida-
rios las mayorías, y puedan quedar excluidas ó casi
excluidas de 1as Cámaras, minorías que cuenten con
gran parte de los electores. Esto tan injusto y antili-
beral tienen que producir en más ó menos, pero
siempre en grande escala, las elecciones por provincias,
pues esparcidos por ellas los sostenedores de una idea, .
con frecuencia q'uedarán sin representacion alguna, y
aun cuando tengan la fortuna de hallarse en algunos
puntos agrupados, siempre resultará perdida una gran
parte de sus el!,)ctores, nunca podrán tener la repre-
sentacion que las corresponda.


En cuanto si no remedia tan grave falta, en mu-
cho la corrige, es muy de preferir la eleccion por dis-
tritos, en la cual es además muy más facil voten
sabiendo á quien votan, y se concierten y. obren por
impulso propio los electores. Objétase la escesiva




al
influencia en ellos ejercida por las afecciones personas
les, y por intereses locales, aun cuando sean á· 10-
generales de la nacion y á las opiniones políticas de los
electores contrarios.


Por ello y para hacer mucho Illás asequible ten-
gan sus diputados las minorías, y sea dable represen-
ten al país en todas sus grandes aspiraciones sus dipu-
tados;. sobre las elecciones por provincias ó distritos se
recomienda, y con inmensas ventajas se presenta la
hecha por agrupaciones, de tres ó cuatro diputados, y
con tal método en su eleccion, que las minorías puedan
conseguir el .verse debidamente representadas. Esto
sostuve, y de una manera práctica propuse hace años
en un proyecto de ley como diputado; esto sigo cre-
yendo cual lo mejor en esta parte de la Leyeleétoral;
esto juzgo utilísimo para la verdad é indispensable
para la perfeccion en las elecciones. Mas ello no ha de
ser causa bastante para que mi imparcialidad desfa-
llezca basta desconocer, puede con razon resistirse hoy
esta novedad no esencial, cuando deben aceptarse otras


. de necesaria realizacion, pero de profunda trascen-
dencia.


Reconozco, pues, no se presenta facil resolver la
cuestion de oportunidad entre los distritos uniperso-
nales y las agrupaciones organizadas para ofrecer de-
bida representacion á las minorías. Mas al reconocerlo




32


por evidente tengo que deben rechazarse las eleccio-
nes por provincias, porque imposibilitan conozcan los
electores á sus candidatos, porque resisten el concierto
conveniente y franco de todas las legitimas influen:.
cias, porque se prestan á engañadoras y ruines intri-
gas; y porque multiplica sus faltas y dificultades lo
numeroso oel cuerpo electoral que la ley constituya.


No cabe dar por terminádo este trabajo olvidando
la incompatibilidad de la diputacion con los cargos
públicos. Excluir en absoluto del Congreso á todos los
funcionarios, tiende con eficacia á divorciarlo de la
Administracion, que regula en las leyes, que necesita
conocer, y en la cual, si bien con medida y de una
manera especial, debe ejercer verdadera influencia. Tal
esclúsion responde al propósito de cerrar tainbien á
los Ministros el Congreso, propósito hoy considerado


. por los monárquicos constitucionales como una vejez.
revolucionaria; ó en otro órden de ideas al deseo de
amenguar la fuerza y valer de las Cámaras.


Por otra parte la compatibilidad absolula en toda
ocasion rechazable, no puede hoy sin graves daños ni
reconocida ceguedad aceptarse. En nuestra política el
mal de los males es la excesiva influencia de los
poseedores, de los que poseyeron y de Ws nuevos as.-




33


pirantes á los cargos públicosj y el ánsia de obtenerlos
se ha generalizado con intensidad tanta, que ya lÍo es
tan sólo un mal político; sino uno y de ·los mayores
que á la sociedad aquejan. Por ello admitir en abso-
lutO á todos los funáonarios en eJ Congreso, no tan
sólo pmjudicaría á éste en el.prestigio é indeppndencia
y contriblfiría á que llenas de empleados fueran ciegas
é injustas las mayoríaJ, y cuajadas de cesantes se
mostraran impacientes y violentas las oposiciones,
sino que agravaría grandemente un mal á la política-
y á la sociedad dañosísimo.


y el mal tiene trascendental gravedad porque
viene siendo en la política desde hace muchos años
tanta la preponderancia de los que se consagran á los
cargos públicos que como lo ha sido en Inglaterra la
afistocracia yen Francia cuanuo la monarquía de Ju-
lio la mesocracia, son en España la clase gobernan-'
te, anulando así la influencia y alejando de las cosas
públicas á las clases laboriosas y propietarias, es
decir, á la sana y verdadera mayoría del país sin cuya
activa cooperacion no es posible la verdad de las ins-
tituciones parlamentarias.


Debe pues rechazarse la absoluta y toda extensa
compatibilid~d entre la Diputacion y los funcionarios,
y lo mejor seria aceptarla solo para muy pocos im-
portan~s y marcados cargo'3 públicos, porque de tal


3




34,


manera no se realizarían los daños que acabo de in- ;J
dicar; á la vez q1l8 los más notablf's en la, política:; "
podrían conocer prácticamente, la . administracion J¡
tendria ésta con la Cámara el necesario enlace.


Cabe, no, bacer esto en la inmediata Ley electoral '
y dejarlo' cual otros, acuerdos que ,puedan juzgarse i
no urgentes para más adelante; pero lo que al ménos':
deberá hacerse, lo que de todo puntp. parece necesario
es sostener COl\ vigor todas las disposiciones rostric-..
tiva8 que antes del 68 Y despues han regida en las.


, dos leyes de incompatibilida~es. .




35


EPÍTOME


En la Ley electoral, como en todas las cuestiones
fundamentales aparece con innegable evidencia la su-
perioridad de las soluciones liberales-conservadoras
sobre las revolucionarias y las retrógradas.


Es inevitable y esencial en la situacion y marcha
de la sociedad la. influencia y el crecer la influencia de
la democracia. Ante ello la solucion revolucionaria


. con el sufragio universal, sin prepararla, sin por gra-
dos acostumbrarla á la vida pública, sin hacer nada
que por interés suyo y de la nacion toda, la lleve á
usar bien del derecho de votar, se lo dá con tal pre-
ponderancia, que inexperta gobierne, y ciega guie la
marcha de los negocios públicos, 'J sin más hábitos


. ~e la ignorancia y la indiferencia en conocerlos, sea
IU árbitra absoluta, y de todas las demás clases la
soberana.


A su vez la solucion retrógrada resistiendo lo irre-
.tistible, y con aplazar las dificultades haciéndolas


insuperables, cierra las puertas del campo político á
las clases populares para que cuando sus fuerzas y los
,~eesos las derriben, de tropel lo invada y de todo se


. pesesione para tiranizar á la nacion, y con general y
propio daño perturbarla y aniquilarla.




36


Estas soluciones entre sí tan contrarias como
extremadas y como funestas, tienen que señalar en lo
principal de las leyes para las elecciones los partidos
retrógrados y los revolucionarios al obedecer á sus
tendencias y á sus principios; y al continuar realizán-
dolos tienen que obrar con la misma inconveniencia en
lo demás de estas leyes, y de manera que de nada
sirva que lo mejor puedan hacer en algunos puntos
secundarios.


Contra tan erróneos sistemas, la solucion que
acabo de señalar, sin más que seguir las doctrinas
liberales-conservadoras, atendiendo al presente y al
porvenir, al órden, y á la libertad, á la conservacion y
al progreso, concede con abierta mano el derecho elec-
toral, mas no arrojándolo azarosa y ciegamente á las
multitudes, mas no entregando las elecciones á la de-
mocracia. En ellas la reconoce la participacion é
influencia debidas, pero ni la consiente ni la facilita
pueda ejercer en los colegios electorales predominante
y esc\usivo dominio.


Así no concede el derecho electoral sin que por
alglln signo ó condicion pueda creerse á quienes
lo conceda capaces de bien ejercerlo, y áun obtenido
exige muestren además alguna instruccion para poder
usarlo. Esto hace para lo presente y para el porveni;
cuando exige esa sola condicion en el uso del derecho~




37


procura que las clases populares aumenten el número
de su sufragio y valer electoral, segun se vayan ha-
ciendo más dignas de obtenerlo, y más conociendo las
cosas públicas, fomentando con ello eficazmente su
mejora y adelanto para que segun vaya creciendo la
influencia de la democracia pueda ejercerla con más
ventajas y ménos peligros para el Estado.


Despues de todo esto, en su gran solicitud por lo
presente, positiva y práctica, hace obligatorio el su-
fragio, proponiéndose dominar eLretraimiento á que


. se inclinan las clases trabajadoras y propietarias, y
conseguir lleguen A ser por medio de las elecciones
las preponderantes en los negocios públicos.


Con igual propósito como favorable á estas clases
las más pacíficas y ménos organizada!'> para la política
y ser la más conservadora la eleccion por distritos,
por ella se decide rechazando la que convierte las
provincias en colegios electorales. Continuando por el
mismo camino despues de haber sido todo lo liberal
que las circunstancias y la conveniencia del país exi-
gen y permiten, al proponerst hacer en sentido con-
servador cuanto hacer se pueda, admite y quiere una
gran incompatibilidad entre la diputacion y los cargos
,públicos. La quiere para disminuir la influencia de los
funcionarios, la más agitadora y levantisca de la poLí-
tica, y atraer á ella y á toda costa procurar la do-




38


minante influencia de las clases laboriosas y propieta-
rias, es decir, de la veruadera mayoría del país, sin
cuya accion y apoyo nunca pueden estar sólidamente
a¡;eguradas las in~tiluciones y la paz pública.


Todo esto se consigue al asentar las bases que
presento para una ley de elecciones, y sólo porque son
conformes á las doctrinas liberales-conservadoras.
Todo esto se alcanza sin más que seguirlas al pro-
yectar una ley, la más importante para su práctica de
todas las constituciones, una ley de (al valía, que á ser
buena y á querer y poder con verdad observarse,
basta por sí sola para hacer fácil la marcha y sólida
la existencia de las instituciones liberales.


No quiere ello decir pueda ser esta ley por sí
sola, co[[;o portentosa pana¡;ea, remedio baslante para
todos los males políticos. No han de ser los artículos
de la ley electorai los que ahoguen las t:onspiraciones,
mientras se compaginan, ni restablezcan apenas altera-
do el órden público, no st.rán los medios principales
á que apele para llenar su árdua mision la dictadura
cuando la tUl bacion de los tiempos llega hasta el
extremo de hacerla indispensable.


Por mucho que fuera en sus principios sábia y en
aplicarlos admirable, no pudiera hoy una ley electo-
ral ser bastante para libertar al país de la guer-
ra civil, es uecir, de la necesidad mayor y la más




39


apremiante, del mal preeminente y el más terrible de
cuanta3 necesidades lo apremian y de cuantos males lo
afligen y pueden afligirlo. No seria bastante para li-
Lertar á nuestra patria de esa guerra civil que la está
aniquilando, de la anarquía en los partidos que la per-
turba, de las ambiciones personales que la tiranizan,
del hambre de sueldos que la revo\uciona, ni de la
escasez en su civismo, ni del desconcierto en su ad-
ministraciou, ni "de la pobreza en su hacienda.


Pero, si con' Ulla buena ley electoral pueden con-
tinuar todos estos males, si cierto es que no puede
ser ella bastante para remediarlos, cierto es tambien
que puede contribuir en mucho, en cuanto .. á ella cor-
responda á su remedio, y ciertísimo que sin ella nunca
podrán funcionar bien, ni consolidarse y pacificar ma"
terial y moralmente al país las instituciones parlamen~
tarias.




40


CONCLUSION


Expuesto queda cuanto en estas líneas exponer
convenia, y cual dejé anunciado al comenzar, no ci-
ñéndome á lo que en la ocasion próxima, por lo espe-
cial en las circunstancias del momento deba y ellas
permitan pueda .~er la ley electoral; sino resueltamen-
te señalando las condiciones que cual ley permanente
haya de tener para superar las inmer:sas dificultades
de los tiempos que atravesamos y ofrecer sólida base
á las instituciones.


Pero al exponer mis ideas, es tan grande la con-
viccion, como ninguna la intransigencia, como vivÍsi-
mo el deseo de que por lodos se hagan las concesio-
nes necesarias para que á la nueva ley pueda dar el
general asentimiento el prestigio, que la situacion en
la cual debe promulgarse reclama.


En todos tiempos se hace por lo comun necesario
ceder un tanto en sus opiniones individuales para en
la práctica verlas realizadas, mas hoy los límites de
las concesiones y transacciones pueden y deben á gran
distancia llevarse. Los partidos se han fraccionado y
subfraccionado, con tal empeño, que aún cuando así
no sea, parece que la diferencia y oposicion en los
principios é intereses políticos no obren como causa




41


de sus divisiones, sino como pretexto y medio para
llevarlas á cabo y tener así bandera bajo la cual,
agrupándose en menor número las personalidades y
sus partidarios, tengan en la oposic.ion mayor impor-
tancia y quepa cuando obtengan el poder gozar posi-
ciones y cargos más grandes.


Así es, que con las actuales divisiones y subdivi-
siones de los partidos, con la anarquía que en su orga-
nizacion domina, con banderías pigmeas que cuanta
fuerza puedan obtener, si forman gobierno, la tienen
que deber á poseerlo, se hace de todo punto imposible
la marcha y la verdad del sistema parlamentario; se
hará de todo punto inevitable más ó ménos franca


. como situacion normal la dictadura y se caminaria á
tal estado, que sólo siendo tiránica y aún cruenta
pudieran, á pesar de las oposiciones facciosas y de
las conspiraciones perpétuas, subsistir los gobier-
nos en nuestra desgraciada patria.


Para poder. salvarla de los males que la domi-
nan y del abismo en el cual, á continuar domi-·
nándola, ~e precipitaria, es de toda necesidad, que de
no ser dable cual conviene; existan dentro de la lega-
lidad tan sólo dos partidos, si bien con matices en las
aglomeraciones que los compongan, sean muy pocos y
grandes los que subsistan. Para conseguirlo, para que
las concentraciones y unificaciones necesarias lleguen




42


á realizarse, han de hacer las fracciones y las indivi-
dualidades en sus principios y opiniones, sacrificios
extraordinarios, y principalmente en cuanto se puedan
necesitar para conseguir adaptarse á la situacion no-
1Iisima que la revolucion de 1868 y la reslauracioI\
de la dinastía, para los partidos y para el país, han
creado.


No parece posible que á ello, por ninguna fraccion
conservadora, pueda oponerse invencible resistencia.
No son en verdad tales los hechos que precedieron y
acompañaron á la revolucion de Setiembre, y los que
hasta su terminacion han venido realizándose, que
inciten á mostrarse altivos é intransigentes, ni los
conservadores que la combatieron, ni los que en ella'
más ó ménos interesaron.


Fácil es comprender cuál hoy ser pueda la situa-
cion de ánimo de los afiliados á un partido creado
por aquel doctrinarismo francés que miraba el censo de
doscientos francos para los electores como el paladium
de la monarquía constitucional, que creia para su sos-
tenimiento indispensable negar toda influencia política
á las dases inferiores y concederla casi toda á la clase
media, y que con su inmovilidad y su mismo miedo á
la revolucion, provocó y consintió triunfara la de Fe-
brero. Fácil es comprender, cual hoy sentirán los que
profesando siempre esias doctrinas, hayan visto tan ma


1




43.


funcionar las instituciones liberales bajo el mando de
los partidos conservadores hasta el 68, y las tristes
consecuencias de la revolucion en aquel año realiz~da;
y no debS así extrañarse que hastiados y fatigados de
la política, y muy menguados en su antiguo liberalis-
mo, inclinen naturalmente á todo aquello que lo con-
traríe y lo reduzca á lo ménos posible.


Mas estos señores deberán reconocer que no fué
política de concesiones la que precedió en Francia á
la revolucion de Febrero -y á la de Setiembre en Es-
paña, y que no deben juzgar por la situacion de su
ánimo la de todos. Recuerden lo que pensaban y
sentian cuando eran ardientes liberales, y conocerán
lo que hoy siente y desea su mayoría, y reconocerán
que sólo dominando sus prevenciones y preocupacio-
nes, y acompañando en su marcha á la opinion, y
atendiendo á las condiciones y necesidades de la época
en que viven, pueden servir á su Monarca y á su
Patria.


De comprender es fácil cual pueda ser tambien la
situacion de ánimo en los que como en ideas más
avanzados más participaron del entusiasmo con que
una parte del país aceptó la revolucion de Setiembre,
y de las ilusiones que hicieron creyera que la España
se habia colocado en pocos días la primera en el ca-
mino de la libertad, dejando atrás no tan sólo á la




44


libre, pero á la vez tradicional y . monárquica Ingla-
terra, sino á la Confederacion Suiza y á los Estados-
Unidos de América.


Es natural, que defraudadas y burladas, no ya
• •


-estas, sino otras mucho ménos ambiciosas esperanzas
á que fueron sucesivamente acogiéndose, y despues
de tantas concesiones y reducciones en sus propósitos
liberales á que tuvieron que resignarse, sobre todo en
la práctica, mientras la revolucion regia; les cause
profundo disgusto tener ahora que consentirlas y san-
cionarlas aún más grandes. Pero si consideran que no
renuncian á nada positivo, sino á lo ideal y por largo
tiempo irrealizable; si consideran cuán necesario es
para la marcha V verdad de las instituciones liberales
el que por medio de mútuas y duras concesiones se
organicen en grandes partirlos y acepten una legalidad
comun los que desean sostenerlas, debemos esperar
que no tan sólo á fuer de monárquicos-liberales cuan-
tos lo sean, sí que tambien como sostenedores prácti ..
cos del liberalismo cuantos lo profesen, merecerán bien
de su patria por su noble transigencia.


Conozcan bien todos los amantes de la libertad la
situacÍon que atravesamos, reconozcan cuánto importa
para la verdadera pacificacíon del país, y cuán de ve-
ras entraña el sér ó no sér para las instituciones par-
_amentarias, la reorganizacion de pocos poderosos y




45


levantados partidos y la consagracion de una misma
legalidad que los dirija y contenga, y reconociéndolo
acepten y lleven á cabo en la Ley electoral y en las
cuestiones constitucionales todas las transacciones,
todas las concesiones, todos los sacrificios que para
conseguirlo sean verdaderamente necesarios.


Madrid l.' de Junio de 1875.