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LA REGENCIA


DE D. BALDOMERO ESPARTERO
y SUCESOS QUE LA PREPARARON.




\!I ~ ).' rk ~.




LA REGENCIA
DE


D. BALDO~iERO ESPARTERO,
Conde de Luchana, Duque de la Vicloria y de, Morella,


y SUCESOS QUE LA PREPARARON,
P()H


D. MANUEL Mi\RLIANI,
;--:,r':~AI)OH (JT"y,: 11A 811)/1 DEI, f{EI:--;f) Dr~ ESI).\,~A y SENAnOp~ Dí~L DE fTALIA .


• «O,.


MADRID
I \1 P RE" T A Tl E \1.\" e E L G A L 1 A ~ o


PlazaJe los\linistcrios, 2.






ADVERTENCIA INTERESANTE.


El hallarse el autor de esta obra fuera de España durante su


itnpresion, ha sido causa de que hayan pasado sin corregir bas-


tantes erratas~ que el lector verá enn1endadas al final del tomo,
habiéndose tambien añadido algunos documentos justificativos
que no ha sido posible insertar oportunamente en el texto.






PREFACIO.


CCA:,mo el vendabal coalicionista hubo en 1843 derribado la Regen-
cia del Duque de la Yictoria, una proscripcion general cogió en masa á
los que le fuimos fieles, _Muy luego arren1etió con des apiadada furia á los
progresistas, que para su propia desgracia, la de España y de la libertad,
desconocieron cuán sagrada debe ser para los buenos ciudadanos una ma-
gistratura suprema dada por los representantes del país.


Las escandalosas escenas que tuvieron lugar en Palacio el 29 de No-
YÍembre , pusieron de manifiesto el fatal error de esa coalicion con el ban-
do retrógado; fué un suicidio de los progresistas que lo aceptaron. De
allí á poco, unos y otros nos vimos n1edidos por el rasero de una impla-
cable reaccion que ha durado veinticinco años, con el corto intervalo del
bienio de 1854 Y 1 ~56. La revolucion de Setiembre ha sido el término
d~ tan afrentosa y sangrienta tiranía.


Proscritos ó emigrados viviamos en el extranjero, á donde llegaba el
eco de las desgracias que se agolpaban sobre el Reino: entonces nació en
mí el pensamiento de que habia de llegar dia en que el gobierno de la
R~gencia y del partido progresista fuera un enigma para la posteridad.
En mi opinion cumplia al honor de esta demostrar que hab:a sido el me-
jor de los gobiernos que habia regido la monarquía desde su cuna, y que




- VI-


habia sido reemplazado por uno de los peores que habia tenido España.
U rgió por lo mismo recoger los documentos de esta época, y mientras vi-
vian las decl8raciones de los hombres que habian tenido la parte princi-
pal en la gobcrnacion del reino.


Llevado de esta patriótica inspiracion , allá en los años de la emigra-
cion me entregué afanoso á esta empresa, y sin consultar más que mi
pundonoroso instinto, hice esfuerzos inauditos para conseguir la recopila-
cion de documentos y obtener declaraciones que hoy seria imposible al-
canzar. lVIi concep.to tuvo la mejor acogida entre las personas consultadas:
he debido á la benevolencia de los más ilustres hombres políticos de Es-
paña, que tambien eran mis amigos, los preciosos elementos de la histo·-
ria que publico á la vuelta de veinticuatro años de haberla redactado. En
tan largo período no me ha sido posible darla el luz, por razones que es-
tán al nlcance de todos.


N o he alterado en lo 111ás mínimo su te.\to primitivo, á p~sar de haber
escrito cuando sobre mi cabeza pesaba un cuarto de siglo menos y cuan-
do tan recientes eran los sucesos de que yo era una de tanLlS víctimas.
Algun resentimiento era disculpable. :.\las temiendo que se me hubieran
deslizado juicios sobradamente sc,"eros , he entregado mi trabajo á perso-
nas en alto grado compctentes, autorizándolas á enmendar en mi manus-
crito lo que pudiera lastimar á aquellos de quien he disentido pública-
mente en 1 S43, pero que quiero y aprecio hoy como entonces, teniendo
la imponderable satisfaccion de que se me haya dcvuelto mi escrito con la
declaracion de que no se hal!aba una palabra que quitar como expresion
de apasionada parcialidad.


Presento este trabajo de mi incansable patriotismo al gran jurado na-
cional, que dará su inapelable sentencia. ::\li propósito ha sido y es, como
he dicho, la yindicacion de la Regencia del Dl1q l1e de la Victoria y del
partido progresista; de ninguna mal:cra acusar ciega ~ irracionalmente al
bando que he combatido: presento los hechos C01110 veo que fl1éron; los
aprecio bajo el punto de Yista de mi conciencia, con el honrado afan de
ser justo y de hallar la verdad. El juez que así obra, poco puede errar
C011 arreglo al juicio humano: en todo caso, siempre que se me de-
muestre haber incurrido en una equivocada apreciacion de los hechos,
gustosísimo lo reconocer~ públicamente.




- VII-


Tengo vertido-al francés el texto castellano; si mi trabajo merece la
aprobacion nacional, publicaré su traduccion, para que por do quiera se
reconozca la honradez y el patriotismo del partido progresista español,
que desde el año 1810 no ha cesado de luchar por la libertad patria sin
cejar jamás, por largo que haya sido el martirologio de los que han su-
cumbido combatiendo por tan sublime causa (1).


Florencia, 6 de Diciembre de 1869.
MANUEL MARLIANI.


(r) En el momento que envío estas cuartillas á :'IIadrid para la imprenta, recibo la sesion de
Córtes del 30 de Noviembre de rtl6g, y leo estas palabras del Diputado Sr. Delgado, por ningun
otro impugnadas. "le complazco en citarlas: son el resúmen cabal de toda mi historia.


"Desde qur: al hundirse la regencia del general Espartero concluyeron las libertades públicas en Es-
» paña, solo dos veces ha reaparecido la li bertad entre nosotros, y en las dos ha venido en su defensa la
,)espada del general Dulce.»)






,


PROLOGO.


EN el mes de Setiembre de 1 ~40 un asombroso sacudimiento popular
en defensa de la Constitucion conculcada y de las leyes holladas por un
partido capitaneado por'el gobierno~ vino á conmover España. Por efec-
to de la situacion creada, la Gobernadora del reino abdicó el poder su-
premo que la nacion habia depositado temporalmente en sus manos: la
libertad triunfaba: ningun exceso afeó su victoria.


En aquellos dias no me alcanzaban la alegría ni las esperanzas del par-
tido á que pertenezco: dolorosos pre;agios me abrumaban: bien veia una
grandísima perturbacion en un cambio de Regencia~ mas cuanto allá habian
hecho las juntas de provincia y los primeros actos de la Regencia proYisio-
nal decian sobradamente que el triunfo de la libertad no seria duradero y
que en breve veriamos ese colosal desarrollo del poder popular acabar
fatalmente en un resultado mezquino y precario. Entonces fué cuando
en medío de los vítores y cantos de alegría que llenaban todos los án1-
bitos de la Península escribia yo estos renglones~ que dan fin á mi Hz'sto-
ria política de la Esparza moderna.


« El alzamiento de Setiembre ¿será acaso un nuevo aborto? El tiempo
))10 dirá. Nada hasta ahora anuncia que al fin se haya conocido cuáles de
l) ben ser las condiciones del porvenir de España, ni que al acaloramiento




- x-


»de una justa indignacion siga el pensamiento de una organizacion justa y
»reparadora; allí tenemos los tiempos pasados con sus funestas tradiciones
»de abusos y de confusion; no pretendo dirigir una reconvencion á los
»hombres del dia, ni siquiera él los de ayer. Como el primero sé que el mal
»es tradicional: por esto mismo lo deploro más y mLÍs y lo denuncio
»con mayor energía, pues ha de cesar ó la nacion ha de morir de pura C011-
))SUnClon. »


Con sobrada prevision vaticinaba yo los acontecimientos que 1 uego so-
brevinieron con ~us crueles resultados. España, entregada de cinco años á
esta parte él la arbitrariedad m"ls vituperable y odiosa, retrocede visible-
mente con rapidez h,lcia el absolutismo. La \~iolencia, las apostasías, la
corrupcion y una sangrienta mofa de las leyes, forman el código que rige
la Península bajo el cetro de una reina aclamada y defendida como el sím-
bolo de la libertad y de la regeneracion del país.


Ardua empresa, lo conozco, escribir la historia de la Regencia del Du-
que de la Victoria; no me hago la n1enor ilusion; veo de antemano los es-
collos que ha de encontrar en su derrotero el que escribe la historia con-
temporánea á la vista del sinnúmero de personas que han figurado en un
drama político en que tantas pasiones bullen. Con todo, mi posicion me
permite ser fiel ,í aquella hermosa máxima de Tácito: [¡zcnrrllpta17l fide11l
prafessis, 7lec amare quisquam et úlle ndio dicella'us esto Ningun favor
debo al gobierno de la Regencia; ningun agravio personal he recibido del
partido que combato. He debido al Regente aprecio y confianza personal,
y su aprecio y su confianza son uno de los mayores bienes de mi vida.
~Iás que nadie he sentido los errores de sus ministros, pero he sostenido
hasta donde han alcanzado mis fuerzas el principio de su investidura
nacional: he asistido en 1 X-t.3 al extravío fatal de mi partido, sin participar
de su engreimiento en 1840: advertí que corria desalado á un suicidio; no
he contribuido á que se efectuase esa catástrofe: lo que en n1í cabia hacer
para evitarla lo hice: ningun acto personal tengo que defender ó que ex--
plicar; la parte que tomé en los negocios públicos, fué colectiva. Senador ~
formé parte de aquella patriótica mayoría que mereció los primeros golpes
que descargó la contra-revolucion triunfante. N o se pudo conseguir extra-
viar aquella mayoría antes del pronunciamIento; no se tuvo esperanza de
seducirla despues del triunfo, y se la disolvió. Obra fué esta Jel gobierno




~ XI -


provisional. Para acometer este atentado fué preciso arrancar una página
de la Constitucion : muy luego cayeron todas una tras otra, y la Consti-
tucíon de 1837 desapareció.


El enlace de los acontecimientos de una época marcada tendria escaso
interés y no presentaria mas que una árida hilacion de hechos, si prévia-
mente no se dijera cuál era el estado social del país en que tales hechos se
realizan. Antes, pues, de acometer el ~xámen de los actos del gobierno de
Id Regencia del Duque de la Victoria, me propongo analizar el estado social
y político de Espat1a; el orí?;en, la naturaleza y las tendencias de los par-
tidos; las causas que han provocado la funesta intervencion del ejército en
las revueltas que agitaron el país desde 1 HoH acá; el origen de ese desór-
den administrativo en medio del cual la fortuna pLlbiica se halla entrega-
da al pillaje; las consecuencias de la falta de cohesion entre las provincias
que forman la monarquía; lo que ha sido esta monarquía, lo que es en el
dia, lo que será en el porvenir; el aciago influjo extranjero mezclándose
de contÍnuo en nuestros disturbios interiores, unas veces con la violencia,
con pérfidos amaños otras y siempre para emponzonarlos y hacer imposi-
ble la cOllsolidacion de la libertad y la realizacion de los bienes que de la
libertad han de brotar; lo que e~ el clero y lo que ha llegado á ser el cato-
licisl~~O. El eXelmen de todas estas cuestiones debe preceder á la enuncia-
cion de los heehos, DUCS cada acontecimiento toma su orí.Q"ell en causas


l L'


anteriores, y si estas pasan desapercibidas, los acontecimientos no se pue-
den apreciar.


He estudiado con todo el ardor r:ltriótico que me anima las vicisitu-
des de que he sido testigo, así como he estudiado la historia antigua. ~Ie
he afanado en escudriñar las caUS:l:) de los sucesos que he presenciado, y
estas investigacione~ concienzudas me han dado el \~alor suficiente para
decir en alta YOZ lo que detenidamente he nJeditado en silencio. Es muy
posible que mi fé en la bondad de los prIncipios por los cuales abogo, dén
el mis opiniones un matiz de parcialidad. Semejante recon\'encion seria
fundada, y no tendria por qué sonrojarme. Tranquila mi conciencia por
haber buscado escrupulosamente la yerdad en toda su pureza, así respec-
to á los hom bres como respecto él las cosas, defiendo á un partido á que
no he debido favor algl1no~ C01110 tampoco el los gobiernos en cuya caida
he sido cll\'uelto. l\le alejé en 1823 Y en 1843 de España por no presen~




- XII -


ciar las exequias de la libertad, y de ninguna manera huyendo de~compro­
misos que no tenia. Mi ostracismo fué voluntario y desinteresado. Inva-
riable en n1is principios, cuando estos han sucumbido no he querido
vivir bajo el absolutismo, cualquiera que fuera su forma. El dia en
que fuera de nuevo llamado á la lucha parlamentaria por el voto de
mis conciudadanos, aceptaria con gratitud y alegría tan peligroso honor.
A falta de la tribuna de las Córtes, creo servir á la causa á que he
consagrado mi vida entera publicando la historia de una época que debió
ser fecunda en resultados, y que las vicisitudes de dias sin ventura reduje-
ron á un estéril triunfo de la libertad y acabó con su suicidio, señalando las
causas incidentales que produjo tan aciago desenlace, y las causas perma-
nentes que obstruyen el camino que la libertad ha de andar. Ninguna otra
ambicion tengo, sino la de contribuir en cuanto de n1í dependa él asegu-
rar su duradera y benéfica dominacion. Suyo es el porvenir, mas recor-
demos que no basta apoderarse del n1ando, sino que para conservarlo hay
que mostrarse dignos de dirigir á UGa nacion poderosa, y para ello hay
que atenerse á. la aplicacion de los principios eternos de la justicia, de la
verdad y de la fraternidad.


3 de Enero de 1848.




PARTE PRIMERA.


CAPÍTULO PRIMERO.


LA ESPAÑA CONSTITUCIONAL EN SUS RELACIONES GENERALES CON LA EUROPA.


En una época en que las relaciones internacionales son tan frecuentes, los viajes
tan fuciles de ejecutar, las comunicaciones tan diarias, parece natural que ese roce
contÍnuo de los pueblos debiera producir como primer resultado el cabal conoci-
miento de los sucesos que más les interesan; y con todo no sucede así, y tal vez nun-
ca han sido peor interpretadas las cuestiones internacionales que en nuestros dias.


Este aparente fenómeno tiene varias causas. En primer lugar, la desleal y rastrera
política de los gobiernos propaga con ardoroso afan los errores mus crasos sobre los
acontecimientos en que los intereses populares tienen cabida; en segundo lugar, la
malísima direccion que se da á la prensa periódica, y por último, la falta completa de
organizacion en que por do quiera yace la democracia.


Los gobiernos de Europa, ya sean constitucionales ó absolutos, forman una liga
mas ó menos visible, que paraliza, cuando no combate abiertamente, la cmancipacion
de Jos pueblos. Solidarios entre sí para conseguir un mismo propósito, unidos por
los vinculos de la impopularidad y por los insti~tos de resistencia que les son co-
munes, caJa agitacion de un pueblo que sacudiendo un yugo tradicional trata de
dar un paso hácia ese mus venturoso poryenir, tiene por enemigo aquella liga anti-
social de intereses egoistas. Las potencias del Norte en Cracovia, la Rusia en Polo-
nia, la Prusia en el ducadode Posen, el Austria en Italia, la Inglaterra en Portugal,
la Francia en España se oponen constantemente á todo progreso hácia la libertad y
la independencia nacional.




(4 -
El nombre de conservadores que han adoptado por divisa aquellos gobiernos es -


muy lógico: mantener la socledad en un statu quo en el cual los pueblos se hallan
desheredados de todos sus derechos y sirven de instrumento de riqueza á los conser-
vadores de tamaña usurpacion, hé aquí su ohjeto. Hay, pues, una necesidad imperiosa
en los conservadores de derramar la calumnia sobre los hombres que quieren un es-
tado social y político diferente, de atacar sus intenciones, de falsificar los hechos.
Los gobiernos y los diarios de que disponen han tomado ú su cargo tan negra tarea
de difamacion, con el fin de anonadar el influjo de los poderes j'Llblicos ~" de la ri-
queza nacional.


A la vista de la organizacion vigorosa de los consen"adores, esto es, de los tiempos
pasados y presentes, la democracia, es decir, el porvenir, no ha sabido todavía
crearse un centro de acciono Se ha hablado mucho de propaganda; confieso ingé-
nuamente que J3mús he columbrado en ningun país un vínculo cualquiera entre la
democracia de diferentes naciones; mas sí he YÍsto á los absolutistas obrar por do
quiera con medios ordenados y eficaces: cualquiera tentativa contrare\"olucionaria
en el interior de un Estado tiene siempre ramificaciones sólidas en el extranjero y
relaciones íntimas con los gobiernos yccinos. Así es que si llega ú malograrse, los
que la intentaron consiguiendo escapar de la justicia de su propio país, reciben en el
extranjero de sus partidarios y de los gobiernos ámplia compensacion á su descala-
bro. Allá se les protege, se les anima, no llegan :1 conocer la amargura y los tor-
mentos del destierro y esperan sin sufrir el dia del triunfo que se les prepara caute-
losamente.


Mas si un generoso arrojo en favor de la libertad se malogra, los valientes que
así han puesto su vida en peligro, ya no hallan en el extranjero mas que los rigores
de la policía, y cuando más, una tolerancia insolente de parte de los gohiernos. Cierto
que hallan generosas y vehementes simpatías entre los que como ellos sufren, mas
estas clases, sin poder alguno, desgraciadas y oprimidas, no tienen que ofrecer ú sus
hermanos sino una estéril compasion, y el desdichado proscrito defensor de la li-
bertad, se ve reducido á comer el pan amargo de la emigracion y ú recibirlo las más
veces como una humillante limosna.


A su vez la prensa periódica, ese poder moderno, entregada ya ú la especulacion,
vendida á los gobiernos ó dominada por el espíritu de partido, faltando á su mision
civilizadora, extravía frecuentemente la opinion pública, en vez de guiarla por la
senda de la verdad. El estudio de la vida de las naciones y de su porvenir se halla
hasta cierto punto reducido para 11 mayoría a una especie de curso de historia, cuya
enseñanza se halla en un diario que se lee por ocio. Semejante enseñanza, falsa ó in-
completa, debe dar por fuerza las ideas más equivocadas sobre los hechos materiales
desfigurados por los unos, mal explicados por los otros. El sentido moral de aquellos
hechos no es apreciado; el estado intelectual y moral de las naciones es un enigma
para la mayoría de los hombres y su enlace con los Jines hácia los cuales la humani-
dad marcha gradualmente, permanece desapercibido. Estp es mis que ignorancia:




es el error, propagado del modo más activo y más funesto: de aquí esos juicios des-
atinados sobre las cuestiones internacionales llevadas ante el tribunal de la opinion
pública, con la escolta de las mentiras interesadas de la prensa de oficio y las apre-
ciaciones apasionadas de la prensa independiente, pero mal enterada. Esto, que es
una triste verdad en casi todos los casos, lo es invariablemente cuando se trata de
España, cuya nacionalidad es más interpretada que juzgada con tino, más á menudo
pintada por la imaginacion de los poetas que estudiada con criterio filosófico. Apre-
ciado en virtud de nociones las mas estrafalariamente falsas, el pueblo español apa-
rece como un enigma inexplicable, particularmente en Francia, donde hay más mo-
tiyos para conocerle. Cada acontecimiento que agita~la Península se mira como una
anomalía y las deducciones mús rigorosas de la lógica producen el efecto de rarezas
im prev istas.


Todo se enlaza y se combina para fomentar este sistema de error y de calumnias
respecto á España. Desde que la lucha entre los tiempos pasados y el porvenir se ha
empeñado en la Península bajo una ú otra forma, la causa de la libertad ha tenido
por enemigos todos los gabinetes de Europa menos la Inglaterra, bien tibia por
cierto en su neutralidad. Cuando esa ojeriza no ha provocado una agresion armada
como en 1823, se ha manifestado con sordas é incesantes intrigas, como sucedió du-
rante la Regencia del general Espartero. En 1843 la intriga, la corrupcion, suplieron
las resoluciones del Congreso de Verona. N o permitiendo los tiempos presentes una
intervencion á mano armada, se obtuvo igual resultado al que consiguiera la restau-
racíon con medios indirectos mis inmorales y quizá más funestos.


Gn exámen detenido que deslinde las relaciones de España con las potencias de
Europa, se hace indispensable, porque el influjo extranjero es una de las causas pri-
mOl'diales de las desgracias que agobian la Península, y del estado de zozobra en que
gasta su fuerza vital.


La Europa hasta 1848 se halló dividida en dos grandes zonas: formaban la una
los gobiernos ya reformados y componiase la otra de los gobiernos estacionados en
las condiciones de los tiempos pasCldos. La primera se puede reducir á b J nglaterra
~T á Lt l;'rancia 1 pues los Estados constitucionales de AlemaniCl carecían de la suficien-
te fuerza é independencia. La segunda abClrcaba todos los gobiernos allende el Rhin y
Jos Alpes. Estas dos grandes divisiones de la Europa en el órden político tenian con
toJo un centro comun, el industrialismo, ese moderno feudalismo á donde va á
parar todo por efecto de una organizacion en que sobresale la codicia. La Europa
kljO el dominio de los altos próceres del dinero se ha adormecido en lamentable quie-
tí:iI110, que va prolongándose más allá de lo que era dCldo pre\(?cr. Así materializada
ia sociedad se sobrescita á la menor agitacion de un pueblo que sufre; clavada la vista
en el termómetro de la Bolsa, un anatema de los poderosos del dia era el eco que
hallaban las quejas de los pueblos, vengan de donde vinieren. El egoismo no sabe
compadecer.


La Francia y la I ng];llcrra, legal en su optimismo, cantaron himnos de alegría ante




-16-
las aras de los intereses materiales; una paz duradera sin esplendor y sin gloria dió
á estos intereses un desarrollo extraordinario que sólo aprovecharon los llamados
conservadores. Mas esos gobiernos, olvidando la historia de su país, se admiraban
que España, mal avenida con su suerte, se emplease en vencer el espíritu de resisten-
cia interior halagado por las intrigas de afuera, en un tiempo que en otras partes se
aprovechaba para materializar la muchedumbre, con el fin de reducirla al estado
normal de instrumentos dóciles del trabajo que enriquecía ú los poseedores del capi-
tal. Era el desden esquilO del hombre opulento sentado á un banquete sun tuoso y que
repele los pobres, cuya YOZ lastimera y macilento aspecto perturban sus gustos de
sibarita; no de otra manera se repelia á la Espaí1a desventurada y doliente. Mas si
esos censores sin entrañas y sin memoria se tomasen el trabajo de leer la historia de
su propio país, hallarían en ella que el simulacro de libertad que les ha sido otor-
gado y el órden material de que gozan, han sido comprados á costa de sacrificios
de sangre mil veces mayores que cuanta ha derramado España. Abrase el libro de las
revoluciones de Inglaterra y de Francia: cuéntense las víctimas inmoladas por
mano del verdugo ó en los combates de la guerra civil, y se llegará á ser indulgente
con España, pues si en ella ha corrido sangre en los campos de batalla, si el popula-
cho ha cometido algunos crímenes aislados, más allá nada hay que echar en cara á la
libertad española luchando á brazo partido contra enemigos poderosos sepultados en
las tradiciones del fanatismo religioso y monárq uico. En cambio todo español sabe
que el alma dcsapiadada del clero y la ira implacable de los n~res aunados inmola-
ron millares de yíctimas y no siendo bastante los cadalsos, arrojaron generaciones
enteras de moradores fuera del reino, despohlando rhiserahlemente el país.


En Francia tras t2..ntas vicisitudes, el puehlo ha quedado al 6n vencido por una
oligarquía que ha explotado exclusiyamcnte los beneficios de la rcyolucion de 1830,
que ni deseó ni yió con gusto. ~Ias la Francia, la \'crdadera Francia, la Francia
ideal) la Francia de J 7R~1, no ha sido más que un ensuC'ÍlO histórico. Durant(: diez y
ocho aí10S el pueblo francés ha ,i,ido dominado por una pandilla que se apoderó de la
gobernacion del rcino. El gohierno de esa gente, enemiga de todo desarrollo de la li-
bertad en Francia y hostil á la emancipacion de los pueblos, ha YÍsto siempre con ceí10
y malquerencia al partido liberal espaí10l, y este ásu HZ nada podia esperar del apoyo
de la opinion pública de la Francia, oprimida y materializada por la camarilla que gober-
naba. Esta magnúnima nacion, en el reinado de Luis Fehpe, tras de haber destruido el
antiguo régimen y Hncido la restauracion, despues de haber apurado sus fuerzas en
estas luchas intestinas y aceptadó el yugo -de una aristocraci3 de especuladores sin fe
política, sin creenci3s religiosas, sin el menor conocimiento del porvenir de la Fran-
cia, nada ha visto mús allá de su horizonte de codicia y nada parecia querer más allá
del gohierno por quien ha sido durante lliez y ocho años regida. Una resistencia terca,
sistemática ú todo progreso, á toda idea generosa dentro y fuera del reino, hé aquí
lo que ha especialmente distinguido ú csos homhres que conducian la Francia á una
revolucion como la de J 848.




- '7-
l~i pueblo francés sufria , esperaba aguardando tiempos más venturosos. No hay


plazo que no se cumpla (1).
bl Inglaterra el pueblo yiye bajo el yugo de una aristocracia nobiliaria y mercan-


til, sí, pero discreta é inteligente, que quiere el esplendor de su patria y aspira á
ejcTcer su inHujo en el l11unLlo para foment~lr sus propios intereses, que no siempre
son los del género hLll11~1l10. Su gobierno no es si3temáticamente, ni en todas partes,
enemigo de 1:1 libertad LL: los lmeblos, y :: \eces pre:::ta su apoyo ú los esfuerzos que
aquellos hacen para cst~lhlccer su lihertad. La po]{ticl del gobierno de la Gran Bre-
taíla, cuando se trata del inll ujo del gohierno inglés en Europa, inspira en ciertos
casos gennrosas simp~ltías á los ministros. España las ha experimentado durante la
gucrra de la 1 ndcl'cndcncicl y en el decurso de la guerra civil contra D. Cádos. En
csta s;¡l\~rienta lucha el !-',obierno de :\Lldrid 11~1 yisto interpretar el tratado de la cuá-
druple alianza en el sentido más lato, y ha h:tllado en los ministros britúnicos yen
sus legitimos representantes en :\ladrid la más noble yardorosa cooperacion en .fa ..
\01' dcl triunfo de la libertad.


Los puehlos del Norte, sometidos sin murmurar ú sus gobiernos, enemigos acérri-
mos de la libert<ld, si han tenido sinlpat;as en fayor de la emancipacion de otras na-
ciones ~. de la suya en primer t~rmino, ningul1 medio han tenido de manifestarlas
hasta !~"-1-1-<. No han podido conocer los males que ha sufrido Espaíla y los trastornos
[lor que ha pa:sado, sino sólo 1'01' Lls ;félls~ls relaciones qne l~s suministraran diarios
suj':.:tos :1 U!1~1 pr¡~\ia ccn:;ur~l intcresaJa en ca:umniar la libertad.


;Y qLli~n pOLk't c\:piicar la pol:tica de los gahinetes de Berlin, Viena y San Peters-
bLlr~o re~l'~'cto ~'l E~raíw, C0l110 no SC;1 en ,Í::ita de ese instinto repulsiyo de todo des-
~lrrol!o del pensamiento, de to,le) manifestacion de un pueblo que se afana por vivir
libre y respetado de los que le ;,;ohiernal1~ ¿Qu': se propondria la Prusia conyertida
en campeon de D. Cárlos, representante de la 111::S absurda gnmoí1ería, cuando en
su propio pa:5 luchallC1 con tajas ciLlS ftlCl"ZclS contrcl b:; pretensiones del clero católi-
co, v cuando no :-¡uJo acabar con Ll :"c::;;~tln¡.:i¡l de lo; l11etro[JolitJnos de Colonia y


, • 1


de Posen, ú quicl1e:-; el1Yió Ú llJ}~l c:tl"cei: j :Sl:l:-l~¡, por :n:15 re\"olucionaria que se la
quiera pintar, jam:b ha lk~~a'_lo el encarcelen- lo:; obispos conspiradores: cuando más
han sido e\:trclr1a~los del reino: y c~;entJ que hay nlucha diferencia entre una contro-
yersia sobre el dogma, el paLIer es;,iritLwl ó los casamientos mixtos, y una conspira-
cion á mano armada contra las instituciones del país.


;)k dónde le ha sido inspirada al Austria esa rara simpatía en fayor del auto acor-
Jedo d.: Felipe V, :l quien disputó el trono por espacio de doce aúos? Y la prueba de
q Lle la dilicultaJ estaba en los gobiernos y no en los pueblos, es que el dia en que
han triunbdo estos, hL1l1 reconocillo el gobierno de Espaf1<1.


________ ~------ ___ o __ _


1, LitlS p;'¡~ín;b C,t:I(,.lll escritas antes ,le \a revlliucion de Febrero. Excusado es añadir que el
r!cl':o se CUllll,Ij(') y ',lIC la rc\,,>111cioll del,:.; hundíl) pUf algun tiempo la monar'luía.




- 1» -
¿Enqué tratado ó en qué código de derecho público ha hallado la Rusia títulos ó


razones para neg8r á España su omnipotencia nacional en una cuestion dinástica de
suyo tan clara? ¿ Acaso en Rusia no se han visto peripecias nocturnas que han dado
al imperio un nueyo amo con el albor del dia? ¿Acaso todas las vacantes del trono se
han hecho en d órJen regular y natural de la sucesion? y en ese \"<1sto imperio la ley
de la sucesion por el órden de primogenitura ¿no ha sufrido ninguna repentina des-
vi,aóon? En todos esos casos jamás España se ha creido con derecho para yitupcrar ó
censurar otlcialmente hechos que son peculiares al pueblo ruso. Dígnese el Czar
consultar la historia de su patria, y en los anales del palacio imperial hallará lo sufi-
ciente para ser imparcial y justo en la cuestion que se ha ~lgitado en España. Y en
cuanto ú la cuestion politic<l, Í1wocaré para argLiir contra la que ha aceptado el gahi--
nete ruso respecto á Espaóa el tratado de V.eliski-Louski, en el que el emperador Ale-
jandro reconoció la Constitucion de 1812, que estableció cahalmente la antigua ley
de sucesion, anulando el auto acordado por Felipe V. Las Córtes de Ccídiz se adelan-
taron por lo tanto á hacer lo que más tarde hizo Fernando VII en 1830, promulr;an-
do la pragmática-sancion de 1788 que anula el auto acordado de 1713, único título
en que se ha fundado D, CirIos para !c\'antar la bandera de la rebclion. Dc-
jando de reconocer la legitimidad dinústicade Isabel lI, el emperador Nicolás no so-
lamente ha desconocido el derecho dinústico y el derecho nacional de España, sino
que ha obrado CO:1tLllos precedentes de su propio gobierno, siendo así que un sen-
timiento de justicia y de equidad le hizo élLlmitir para su hermano el emperador Ale-
jandro la anubcion del auto acord,ldo de Felipe V en un trútado solemne en el cual
implícitamente reconocia la Constitucion de I~I2.


La Rusia, el Austria y la PrLlsia, han mirado hasta 18...¡..8 como vacante el trono
de España; rara lógica de tres monarcas que borran del m8pa mon írq uico la corona
de Castilla, pues no han reconocido como reina á la hija de Fernando VI I , ni tam-
poco han yisto un rey en el herl11~l11o del último monarca cspaí101. Ciertamente que
semejante política, sobre no ser muy lógica, fayorcce bien poco el respeto de los
pueblos á los reyes.


¿Qué dirémos de Roma, olyidadiza en esto como en otras muchas cosas de sus más
sagrados deberes para con un pueblo católico, sumida en esa ratal confusion de cosas
espirituales y temporales, mezclando 13 religion con un~l cLlestion política de laque el
Santo Padre debiera desentenderse por principio y por espíritu de caridad) ¿(¿ué te-
nia que ver el Sumo Pontífice en una cl{estion dinústica en que ningun atentado se
cometia contra la religion, la fé ni el dogma cristianos? ¿.Pretendia acaso Gre!-,:orio XYI
ser más ortodoxo que el papa Zacarías? Pues éste, consultado por Pipino de Francia
sobre su ensalzamiento al trono, le contestó: "Me parece bueno y útil que sea rey
»aquel que tíene el pudor sin el nombre, prefiriéndolo á aquel que si bien tiene el
»nombre carece del pudor.» Si tal era la opinion de aquel Papa, ¿qué será cuando el
derecho, el nombre, el pudor, la autoridad, el hecho y sobre todo la voluntad nacio-
nal se hallan reunidos, como lo esta han para ele\'ar al trono á Isabel Il? Con todo,




- l~)-


Gregorio XVI manifestando tercamente marcada hostilidad contra la sucesora de
Fernando VII, ha contribuido muy poderosamente á los males de Espaí1a, fomen-
tando la guerra civil y dando ocasion para que se vertiese tanta y tan preciosa san-
gre. No debiera ser esta ciertamente la 111ision del padre de los fieles, del siervo de
los siervos de Dio~, y así lo ha cntendido su sucesor Pío IX.


DedLlcese de esta bre\"c reseií.a de las relaciones internacionales de la Espaúa libe-
ral, que lle~ada á una época de regeneracion sobradamente tarde para lo~ unos, de-
masiado pronto para la mayoría de lo,; ¡;obiernos de Europa, ha hallado muy conta-
dos pa:,tidarios y escasas simpatías. Si no ha habido Congre~os ni inrasiones, las
intrigas diplomática~; y el apoyo pre~tado él las conspiraciones de continuo urdidas
contra la libertad de Espaí1a, les han su[)lido ámpliamente. La Penín~ub, falta de
industl'ia, ha parecido una pre:;a sc¡..;ura á la codicia mercantil, que ha celehrado los
Obs1áculos que hallaban los cspaií.oles para c~tablecer un gobierno capaz de fomen-
tar la industria nacional v de SJcar al país del anonadamiento en que tndicional-
mente yacía. Entonces todos á una, gobiernos, publici~tas y espcculadores han di-
cho y propalado que Espaíw no merecia ser libre, y que debia aún por largos aí10s
ser regida por Ull sobicrno absoluto; y la palahra de dcspotismo ¡lustrado sc imentó
pZira Espai1a, que repelió con indignacion esa fórmula ilógica, absurda} dCi:-iradante,
piJicmlo un gobierno ycrdaderamcntc liberal como premio de los inauditos sacrifi-
cios hechos para sClhar el trono de Isabel tan lar:.!;é1 y cruelmente disputado.




CA PITULO 11.


LEVANT.\:vIIE"1TO DEL PUEBLO EN IS08.-LAS JU"1T.\S.-LAS CÓRTES.-ESTADO POLÍTICO,
SOCI.\L É INTELECTUAL DE ESP.\:\IA.-SU A])/lIINISTRACJON.


El anonadamiento mortal ú que quedaba reducida España en d~08 sugirió al em-
perador Napoleon el pensamiento de conquistar la Península, empresa que tm'o
por fÓ,cil. Creyó que im plantaria sin oposicion su dinastía en el sólio de los Borbo-
nes, juzgando al pueblo enerndo y enYilec;do ú la par de la córte de Madrid. Pudo
en verdad hacerse esa ilusion: afortun~ldamente vina engallado. El pueblo español
conservaba su enérgica entereza, su dignidad y las nobles inspiraciones del patrio·
tismo; con apariencia de languidez corria por sus lenas generosa y noble san:~re; al-
mas sublimes latian en pechos cubiertos de andrajos. El alzamiento de ese pueblo
oprimido, puesto en tortura durante siglos por gobiernos inícuos, debia ser terrihle
y asombrar al mundo.


De repente una agrcsion injusta, perpetrada en circunstancias que la hacian mús
monstruosa, \'Íno ú sorprender ú 103 esp::ríloles adormecidos. A la \'Ísta de los extran-
jeros introduciéndose solapada y pérfidamente en los sagrados hogares de la patria,
el pueblo espaíl01 desarrolló impávido sus instintos guerreros, su nunca desmentido.
bravura, su indomable valor. No contó los enemigos que tenia al frente y sin tom~lr
en cuenta los peligros de una lucha tan desigual, desoyendo los tímidos consejos de
la prudencia extrcmecida, se lanzó empuílando el estandarte de Castilla j combatir
las huestes imperiales que habian recorrido ú su sabor la Europa CLl~¡] \encedores.
A estas señales de entusiasmo advirtió el audaz extranjero que el honor de la patria
era aún un culto para los españoles. Hombres de saber y de corazon tambien se Jl1d
surreccionaron contra una tiranía embrutecedora y fomentando los arrebatos herói-
cos del pueblo, en armas los diputados de la nacion, en un dia de eterna y gloriosa
memoria enarbolaron la bandera de libertad proclamando la emancipacion de los




- 2! -


españoles ,,1 nombre de la Soberanía nacional en un código en que se hallaban des-
lindados los derechos de los ciudadanos y las prerogativas del monarca.


Por desgracia, tan glorioso arrojo no halló preparadas las masas á conseguir toda
la import::ll1cia de este patriótico pensamiento. No se rompe y deslabona de un solo
golpe una cadena fuertemente remachada; no se echa á tierra con tanta facilidad un
edificio sólilL m:.:nte construido. Sólo el pueblo es el que sabe y puede hacer esos
mila¡.;ros. La rnon, la ciencia, el lalor mismo de hombres superiores no bastan para
triunfar en empresa tan árdua: porque el aherrojamiento de un pueblo es siempre
una obra preparada con mucha maÍ1a; muy paulatinamente se le acostumbra al
yu,c;o y cuando vuclye en sí y conoce que se le ha escarnecido, ya no le es posible sa-
cuJir la tiranía: de tal manera se halla encadenado. Elojo yigilante y codicioso de
los numeroso; cómplices dd dé:-ipota no se aleja de su IÍctima, la cual postrada y
cuasi resignada ú su suerte ha perdido la facultad moral de desear otra) y carece ya
del sentido de su propiJ. dignidad y de la apreciacion de sus fuerzas. Uno de los ma-
yores. males que lleva consigo la esclavitud, ha dicho un profundo pensador, es que
el hombre se acostumbra á ella, y esto es dolorosamente cierto, á lo menos por algun
tIempo.


'\la; como el triunfo brutal de la fuerza sobre el derecho es un insulto á las leyes
eternas de la creacion, que ha querido que el saber sea el que dirija y gobierne el
munLtO, este desconcierto del éJl:den natural de las cosas no puede ser duradero y
llega el dia en que la socieLbJ yuelye por sus derechos imprescriptibles. El mayor
número oprimido por la minoría rompe los lazos de un yugo vergonzoso y proclama
el imperio de la raZOI1 y de la justicia. Estos desquiciamientos sociales son los que
se llaman reyoluciones.


Empero estas reyoluciones, siempre legítimas, son más ó menos fecundas en resul-
uJos, segun el grado de cducacion y de desarrollo intelectual 6. que ha llegado el pue-
blo, donde se efectúan. Muy escasas yeces un nueyo sistema político halla eco inme-
diato, porque desde el dia en que se plantea los intrigantes se abalanzan á él para
[¿¡]scar su sentido y beneficiar sus consecuencias. La nacion donde el exámen de las
cuestiones religiosas y fi!osóficüs no haya precedido al lcyantamiento del pueblo, ha
de -;ufrir por fuerza grandes agitaciones, no pocas yeces funestas.


El pueblo español no comprendió de pronto la obra constitucional de las Córtes
de C~idiz, que ú su YCZ b supusieron mús sencilla y m6s fácil de lo que en realidad
era. Cuando en el Código que formaron fué admitida en principio la intolerancia re-
ligiosa, agotóse desde luego el manantial de vida que acababan de abrir. Asociando
á su obra al ciero y á la aristocracia por efecto de una confianza mal remunerada, los
legisladores Lie CCldiz introdujeron en el santuario dc las Córtes encarnizados y po-
derosÍsimos enemigos, que acto contin uo pusieron en juego Cllantos medios poseian
para oscurecer h verdad. El despotismo político tambien tuvo sus defensores apa-
sionados, que opusieron su iniiujo no escaso á los trabajos de los reformadores. En
esto el clero y la aristocracia, fieles aliados del despotismo monárquico de cuyas




- 22 -,


ventajas particip:Jl1, obraron con lógica, pues defendian su propIa causa contra la
revoluciono


SI uso de la palabra rCJlolucion al tratar de los acontecimientos de que he de ocu-
parme, es porque Jquel yoc,¡blo se ~ldmite en el len~uaje usual siempre que se
trata de sacuJimi,'ntos mJs ó menos ~raYes de un país~ pero estoy muy lejos de
creer que los acontecimientos de que h~¡ sido teatro la PenÍnsub teng:l11 car:lcter de
una verdadera re"olucion. No han sido I11JS que luchas políticas entre un cierto
número de personas. Así que los trastornos que' prO\'ocan :;on mús bien efecto del
instinto de una necesiebd indeterminada de tener un mejor órden de cosas como re-
medio á los males que "jenen de muy atrús. que una manifestacion clara ~' coordi-
nada de las ideos y condiciones del porvenir á que se aspira, H,¡sta ahora no hemos
visto mús que esfuerzos generosos de una rénte y resistencias tercas de otra, que:
forman cierto eq uilibrio entre sÍ, mas no se ha diyisJdo to-la"ía un elocuente int0r-
prC'te de un pensamiento Yiyiflcador, ni una fórmu la cabal de un sistema político
nuevo. La aristocracia, el clero y el trono con sus riquezas y sus preocupaciones
quisieran la continuacion de un estado de cosas que se les ya de las m'1110S. La de-
mocracia quiere la libertad, mas no s,lbe claramente en qué condiciones la quicrc.
Hácense Constituciones que son en seguida conculc,ldas ó destruid;]s ú cada nuc\o
trastorno: se \"otan leyes que nadie obse:'Yél: se proclaman teóricamente 1 cformas que
luego se combaten el1 la pr(íctiGl~ destrúyese hoy el edificio lennt,:do ayer; co.da
cual hace alarde de sus derechos. nadie se acuerda de sus deheres: LlS pasiones. de
suyo mo\'ediz:¡s como las opiniones, se hallan las mús \'eces dom;nadas por intereses ó
cuestiones de amor propio y arr,¡str,ln :t los honíbres ú las L'ontr;¡dicciones 111(\S las-
timosas, sin que jam,'ls descuelle una idea fecunda. una ,¡mhicion que tenga el sello
de la elencion de pensélmiento~ Ú nadie es dado l1,lcer el hien, porque e':tra\'iados
todos en los senderos de una político. mezquina. f¡]ta de nohlez,¡ :- de intcii:.;enci'l.
aborta cU:1l1to illtenta~ por efecto del aislam\cnto en que se diria se complacen , lOS
mismos 110m bres que a:-'l'iral1 Ú dirigir los destilloS de su ¡,,¡tri,!.


Así desI,arr;¡l11ad,ls la~, fuerz<ls de la nacion. se gastan y pierden \isihie11lente cn ese
caos dondc 13 L:y no ho. penetrado "ún. Se lucha por reco:.;cr los :.;irOl1es de un poJer


. , l' l . 1 ' l 'd I ' nomInal, l.el cna no ~;e s:J;Je ,1acer uso aS1 que se:a ('onsC'!~u\ o :I,CanZ2r,0: muy
luego se conoce lo yacio de ese poder decrépito sin prestigio y sin ,ida; l(,do se ,\no-
nada ó se CO:1 ugía al contacto de l'sas luchas pueriles. y hasta la p,11,¡))ra pro~:r'C'so
escrita en la ¡',ll1der,l de un p~¡rtido no pasa de ser la e\:l'rcsioll de una idea ~,_'ncrosa
que noha tenido hasta ahora un s'2ntiJo ,"erdadero y prcíctico. Confúndese la dc.'Í-
truccion con el pro~reso, la ni\elacion con la i~ll<1ldad y el zumbido de pa;¿¡bras
vacías es la imj~en de bs pasiones que se chocan sin resulLldos heneficiosos y hu-
manitarios. El triunfo ,.le un partido sohre otro 110 d,1 por resultado al pc¡Ís m:l~'; que
un cambio general de empleados de todas cc:.te;.;orít1s: jalllJS la rec¡lizClcion de un me-
jor órden de COSJS. Esas alternt1tiyas en el mando jam(,s S011 !el consecuencia p;lcÍfic:l.
de las ideas ó la consecuencia lógica de las instituciones; son arrebatos calenturiellto::,




de una naturaleza tan rara, que por no tener nombre se apellid::m p¡'olllmciamientos,
Calmada la crísis y efectuado el tr¡¡sie~o de los empleados, todo un partido desaparece
momentáneamente de la escena política y el yencedor toma el lugar del yencido, sigue
la obra de su predecesor sobre las mismas bases administrativas, con esta diferencia
e:iencial: que cuando los progresistas toman bs riendas del Estado se afanan por
marchar adelante en el órJen político, enagen;ldos con ideas quC' ener\"an sus fuerzas
ú la par que se h;lllan atascados con la resistencia de sus contrarios ~ mas cuando estos
se apoderan del mando, se esfuer/an en retroceder, sin poderlo conseguir completa-
mente, detenidos por los generosos conatos de los progresi,;tas. Esta diferencia tan
e:ienci~ll en l¡¡s tendencias de amhos partidos indica muy ú las claras :l cuál de los
dos partidos perknece el ponenir.
~~in \01\er ,ltrás h,¡sta re,lcciones de 18q y de 1023, sucéden:ie quince aÍios con-


secutiyos, durante los cuales ES;1aña tiene un gobierno constitucional bajo diferC'ntes
formas, y á peslr de esto j,lmás ha podido marchar de un modo rC'guIar. Su e'\istencia
ha sdo una lucha constante, fecunda en descnlace~ parciales 1 debidos ya LÍ un pro-
nunciamiento, ya <Í una cOl1spiraciol1 de cam,uiILl. El pueblo, cansado de tantas mise-
rias, \e p::1sar los acontecimientos sin tom::1r en ellos parte alguna, dejando libre á los
p<Htidos el ralenque donde se dispuLln un poder efímero. Esta es la hora en que el
pueblo ignora cujl es el objeto de tan cont{nuas agitaciones, pues los vencedores de
uno ú otro r~1rtido jamJs han legitimado su triunfo, dando al país una org;1I1'z,lcion
más adecuada :l sus necesidadl:s. Las jorn,¡das lie ese drama se parecen unas ú otras
con muy corta difercnci,¡, menos los ~¡ctores que h,111 \ariado.


Semejante esterilid,¡d polític,l no es el único indicio del estado intelectual, moral y
social de EspaÍ1a ~ la misma pobreza halLlmos poco m,ís ó menos en la literatura, las
ciencias, las a'rtes, la filosofía, la historia y la economía política. Estos importantes
ramos del saber humano no tienen ni maestro:,; ni discípulos l' y nada producen que
honre esclarecidamente al país. Nadie se OCUP,] de! e"úmen de las cueqioncs religio-
sas, adormecidas por aíleja tutoría. La industria no es mcls que una p;¡lahra; el co-
mercio se aniquila l<Ínguidamente bajo c:l peso de una lcgislacion absurda de aduanas;
L1 agricultura, sin salida para sus frutos, permanece estacionaria ,1l1í donde no se nota
decadencia.


A la vista de ese anonad:lmiento intelectual momentáneo de todo un pueblo dotado
por la naturaleza de admirable ingenio, diriase que supeditado por las tradiciones y
detenido en su de~arrollo por la hC'lada m,1110 de [< elipe 11 no se atreye á dar un paso
en la senda elel poncnir y no ~ltina <Í echar sus cimientos. Incesantemente agitados
y presa de continuas zozobras, los partidos nada han sabido ni podido lenntar en el
terreno mo\'edizo de la política, y el gérmen re(.!;enerador no puede brotar en esa at-
mr'hfe¡'a de intrig;ls y de principios estériles. La cuestion política se halla así reducida
(J su m~ls miserable y más <Írida f()rmula. A la vucIta de treinta' y nueve ZlÍ10S de esfuer-
zos inauditos yde innumerables trastornos, Espaí1a ha lleg::1do á ser un ...-asto campo de
escombros y de ruinas, sin que haya una mono benét-lca capaz de levantar el edificio,




Ese ingenio superior y preclaro no ha ararecido todada, y aunque se le vislumhrase
seria impotente para llenar su misio n mlentras los verdch1eros amigos de b ci,ilizacion
patria no abandonen el camlJo de las ociosas disput~ls par2\ dar frente el las cuestiones
sociales reli,'iosas y administrati\as en su uelluina esencia jil()~ófica. Una ndcion


, tI ('


q'_le se halla como la espaíl01a, desquicialL1, desunida, tr'lb~ljcld;l por odio') eternos,
dividida y subdi,idida hasta lo infinito,ofrece el triste eS,lect:¡culo dd mas espanto-
so individualismo; y por tanto S1l1 fuerza, sin poder, sin yoiuntad p~lra su pro¡lia
re.;eneracion, necesita mudar de rumbo, ó de lo contrario perecerá miserable-
mente.


Varios ensayos se han hecho en Espaíla del régimen constitucional á la inglesa y
á la francesa: la COllstitucion del año 11-\12, el Estatuto real, la Constitucion de 1 ~'U7
y la de 18.~j. Preciso es que esos remedos de una forma de i~ohierno se amolden lllU:'
mal con los hábitos de un Plleblo esencialmente del11ocJ"Útico, CU;1lldo esas institu-
ciones \cnidas de afuera, aílejas, gastadls en los paí-;es extranjeros donde nacieron.
han sido acogidas en E,;paíla con tanta indiferencia. Las \icisituJes del ré¡.;imen COlh
titucional importado del extranjero, la historia de sus yaiyenes, el modo que ha
tenido de aplicarse y Ls interpretaciones que ha sufrido, son la demostra;:ion 111~'lS
palpable de que es antip:1tica al país. Digamos algunas palahras mús con eL iln ,\c
explanar nuestro pens~1ll1Íento y poner m:1s dI.: m~1l1itic,;to la incxperiencia de los p~:í'­
tidos en el ejercicio del sistema consti'cl1cional adoptc\do en Espúla.


El prinler período constitucional de I z..; 1 o el 1 ~ 1..1- acabó COI1 una h()rroj'o~;a reaecian:
así pagó Fern:lndo VII los s~lcriticios hecho:; Cara rescatarlo de :)ll c1uti\crio. La
Constitucion desapareció.


Restablecida esL: en 1~20, el se:-;undo pCl-;0,,10 constitucioJl:l: concluyó con la in{-
cua y monstruosa intern:ncion de la Fr~1llcia y L1 Con::.titucion \i!lo ~¡] suelo.


En ambas épocas, infaustamente célebres ¡,or SelS CSp;l11tO~~lS rC~lcci()lles, ell'llC1,10
permaneció impasible :' dejó que se realizaran tristes ~lcontec¡mi('ntos como si nada
le interesaran.


El tercer perfodo constitucionalllc\é1 y~l quince aí10S de e,istcllci;l (1) dur~liltC los
cuales ha hahiLlo cuatro diferentes Constituciones, y cuenta que Ll última, la de 1 ~...¡\
no llen el sello de la inmortalidad El término medio l~e Yid~l de una Constitucion
en Espaín l'~¡rece ser el de cuatro aÍJos.


Durante esta última época la corona ha t~ozado ltc la l'rero¡.;atiya de diso!n;' ];15
Córtes, usando arbitrariamente de esa Ülcllltad. Ocho disoluciones ha h;¡hiJo; las
siete han siJ,) Ylolentas, esto e~, por desa,;:;uCl',lo entr(; las C(lrt.:S y los min:stl'Oi;
por t:llltO, se puede decir que siete "('(;I':S :;e ha acuJido:1 los dectore,; en momento:;
de arrebatos) que en un gobierno son golpes de Estado. Llamar la l11c1\'oría de las


(1) Téngase siempre presente que esta historia ~c acakí de e~cribir en el aÍ11) ¡bjb




- 25 -
Córtes á mandar era la solucion natural y pacífica: se ha preferido siempre usar de la
disolucion.


Semej ll1te estado es indicio infalible de completa anarquía, y manifiesta que las
condiciones normalc~ y racionales dc un gobicrno constitucional, cual se ha creado
en Espaí1a, no e\:istcn. Una lucha pcrmanente de riyalidades, enconos y nimias sus-
ceptibilidadc~ en las C')rtes, aun cuando ministros y diputados tienen un misnw
orí:-;en, como en J0_(i, no dcja duda sobre la opinion que el hombre pen~ador debe
formarse dd r~gimen con~titucional traido á EspaÍ1a del e\:tranjero; y como ha:r que
;CCO'locer quc ningLln puehlo de Europa üene. instintos más democráticos que el
puchlo e~;laÍ101 y nll1guno le cxcelle cn saber sostener la dignidad de hombre libre,
se lle:;a :l csta conclusion : q L1e la indiferencia que ha tenido por las Constituciones
que se le han dado nac(' de b procedencia extr,mjera; y por último, las dil1cu1tades
insuperables con que los p,utidos tropiezan para que esas Constituciones se arraiguen
lk un modo norm~ll, menguan más y más la fé del pueblo y le hacen excéptico en
materia política.


y no ha bastado tomar los modelos constitucion;;lles en el e\:tranjero, error co-
mun :l todos los partidos qu:: de yeras han querido ó que han afectado querer la li-
hertad, sino que h,l)' en Espa¡-Ja un partido que ha lleY~ldo L1 manía de imitacion
kbta rn(:ndi~~1i' ~'I b Francia el sistema municipal y prO\'incial, repudiando las anti-
guas y \enerandas trdd;ciones de su patria, para impelerla hácia atr:'ls en el carril de
antiguallas constitLlCi()ll~¡]es y mLlnicip~llcs que desechan los pueblos mismos á quie-
nes se quiere imiL1]', En Espa¡""1<1 no es el pueblo el atr~!sado, ~ino las pandillas polí-
ticas, miserables pla~i~!ria~ de la Fran'.:ia, á la que se imita en lo que ticne peor.


Durante tres siglos de ilimit,1l10 poder los gobiernos de ESpa;1L1 no han tenido ni
Ll inteligencia, ni la fuer/a, ni b \oluntad de implantar un'l buena administracion
que prej),u'a:-ic el 1'one11ir elel pueblo. En los reinados de las tres dinastías que han
ocuindo el sólio de C1stilla, saho al~;Llna efímera fIloria de las armas muy cruelmen-
te pa~ada, la nacion ha q LlCllado const,1l1tc:;;cnte separ;ld,1 del mo\imiento intelec-
tLlal eurot,eo. Con todo, Ú pes:!~' eL: los suplicios de la 1nquisicion, ú pesar del furor
\1c lOS reyc~, hu]¡o ;11gul1li:; ;"reclaros ingenios de espíritu supcrior que protestaron
con sus escritos contrd ,ILluclla hor!'Cnda oprcs:on de] ¡lcns(lmicnto humano; mas
poco Ú poco ESl',1¡-1a ~c ha ido al'lom,111do :-' dejamio ..le ll,ut;cil'ar del mo\imiento ci\'i-
[¡¡,ldor que a;.;ita al l11unlio, y ha \enido :1 quedar en el triste y bstimoso estado en
,_¡ue la \eI1lOS hoy dia, l're~a de odios intcrmin,lbles, dc int¡'iga-; yam!liciones e\:tr3n-
j'.:r;¡s )' Jo que es peor aun, del in.lifcrentisl110 político. ¡':sto no obstante, á despecho
lL: td!HOS ekl11entos de anonadc;l;-¡iento, ESl'úí1a, desde que: en Cídiz resonó la YOZ de
re~L1rrecci()n política, marcha llena de ilusiones y de c:speranzJs hicia un pon'enir
que alcanzar,í indeJcctiblemcnte, á ménos que neguemos la ley proyidencial del pro-
;.;:'Cso h um:.1no.


En ¡SIO se creyó que derrocado el despotismo y sustituyéndole con un gobierno
l'royisional, nada quedaba ya por hacer sino descansar. N o se tomó précaucion




26
alguna formal para' precaver los efectos de una reaccion que se hacia inevitable el
dia en que el rey que se ensalzaba saliese del cautiverio. Sabido es lo que aconteció.
La Constitucion fué violentamente derrocJda y empezó entonces una lucha entre el
poder real y la libertad, que aun sigue, y cuyo desenlace final está todavía por ver,
pues hasta ahora el régimen constitucional ninguna garantía ofrece contra los exce-
sos del poder ejecutivo.


Los hombres que agenos de intrigas y de ruines pasiones han ml'ditado sobre el
porvenir de su patria, los que han observado con sagaz detenimiento los instintos del
pueblo, saben apreciar la enérgica y fecunda "italidad ue que está dot,1do, y lo que
s.ignifica esa indiferencia de las masas en cuestiones políticas, en materia de institu-
ciones hasta la fecha estériles. Esos homhres tienen una gloriosa mision que cum-
plir, dirigiendo todos los esfuerzos del saher <Í implantar un gobierno de libC'rtJd
bajo una forma espaí101a que atraiga á sí al pueblo, que nada quiere que no sea na-
cional. Veráse entonces formar un gobierno normal. porque tendrCl L1S simp,ltíDS}' el
apoyo del pueblo. Hlsta aquí este obser\'ador paciente, pero sag,1z y cuerdo en extre-
mo, ha conocido perfectamente que las cuatro diferentes Constituciones promulga-
das no encierran en sí el remedio para sus males, pues ningun aliYio ha reportado
de ellas; aguarda la luz que preyce y presiente. l\¡i cOl1\'iccion es que el desarrollo
de las ~deas de lihertad en las masas es muc],o mayor de lo que se cree, y que 11c\'an
la delantera á las que ocupan la mente del nnyor número de los hom bres políticos,
entre los cuales algunos quedan rezagados, imbuidos en las peores teorías de 13. re-
".-olucion francesa, mientras otros discípulos de la escuela doctrin<lria de Francia si-
gllen las huellas de sus maestros. De los doctrinarios de Francia se ha dicho que no
tienen doctrinas. mas que allú se las componen <Í su antojo. Los doctrinarios de Es··
pana ni tienen doctrinas propias ni sahen formárselas.


Un solo ejemplo entre: mil bastará para dar el conocer por qu¿ falso derrotero han
caminado los partidos. Ilespecto á 10:3 progresistas, tomaré la cllestion de los bienes
nacionales, y en cuanto al partido reaccionario, bien de relieve est~ln todos sus ac-
tos pJra comprender á qué grado de escándalo ha llevado el sistema de corrupcion
administra ti va.


La supresion de los cOI1\'entos puso en manos del gohierno un sin número de fin-
cas rústicas y urbanas, á las que se dió el nombre de bienes nacionales. J¿ué se ha
hecho de esa inmensa r:gueza terl'itorial? Allá se ha entregado cual pasto ú la codi-
reia especuladora, vendiéndolos ú vil precio. Los ricos se han enriquecido mCts, pero el
pobre no ha tomado parte en esa or,~ía de 'capitales poderosos. ~_Y era esta acaso la
verdadera y justa aplicacion de aquellas riquezas, hallCtndose el gobierno dueno y
propietario momentáneo de ellas? No seguramente. EI110l11br,~ solo de biene:i nacio·
nales decia b:lstante que cada individuo de la nacion tenia un derecho <Í ellos, y el
gobierno, como representante de la comunidad es1)aií.ola, resumia el derecho de to-
dos. Con la venta de esas fincas el pueblo ha quedado desheredado, y un pequeí1ísi-
¡no número de individuos se han enriquecido con perjuicio de tantos, y por imitar




27 --
una cosa malísima ejecutada en Francia, se ha hecho lo contrario de lo que la razon,
la justicia, la política y la hu manídad aconseja han.


Si el gobierno, duct10 de ese inmenso caudal territorial, lo hubiese hecho servir de
base á un vasto pensamicnto en byor del pueblo, hubiera resuelto uno de los más
,írduos problemas dc lel sociedad moderna sobre la distribucion de la propiedad y la
nrganizacion dd trabajo, y a:canzado la [-',Ioriü de ser el primero en ensayar los prin-
cipios sociales de Ull ór~1cn de cosas nueyo, que en "ano se solicita en otros países
sin que se puclla consC',:..:;uir, estrellándose jUSt8S reclamaciones en la aiíeja organiza-
<.:ion so:i~ll, en una terca fl1erza de inr,uria y' en un e;..;oismo nunca satisfecho. Ningun
obstJcu:o i1l\encihic hahi~1 que sah'ar en Espaúa para hacer un reparto atinado y
hum;1l1itilrio de es:,s riLjLlt.'z~l:S lJue inc,'{lcradamcnte ..... inieron á manos del gobierno.
PLldose entonces d~ll':l:a Je!llüCracia Ulla base úmplia y útil, rinJiendo homenaje el
;a ju:;ticia de;)iLLl al l'u~')lo, y auaerla á gozar de las yen tajas de las reformas. Nada
de e:óto se hizo .-\:.;eno ú lo:; i)roorcsos de la ciencia y de la iílosoLa, '/ perdiendo la
o.:asion de hal.'(T que el puehlo ama~c por gratitud .\' defendiese por interés propio el
sistem,¡ constitucÍon"l, sigu;¿¡'onse Les huellas de una escuela de repugnante especu-
lacian. j ,os 1'1',LlJc~ m 'lS inl!.dtto, ':u\;cn);11ug~H~ el despilfarro aproyechó :1 los espe-
culadores, \' el gohierno In visto dcs,lparecer ese inmenso caudal sin que la miseria
dd p;,ís ha::.! tenido ~lii\ia al:.;uno , sin que el crédito público se haya mejorado en
lo m:ls mínimo; y lo:; coloilos y' ~Hrcndadores m:\s de una yez babdn recordado la
dcjal1cz '! ahanL1(F,() ,le los trai;,>; para "::0111 pararlos con la aúLlez e insaCIable codicia
de los nue\os propieurios. Lle~ó el dia dc la reaccion y el clero pidió y obtuvo la
de\'oluclon de los hienes q!lC 110 ~;c ln')ian ,'enJillJ, (2uiZ,1 \en~a todayfa una reaccion
mJ; riolenta y no im;,osihle, y \'C::1l1~:)S lo que en I~q y I~':d.


Lo que "caho ~!C decir re'i:,ecto :1 los bienes naciona:es, pUchera decirlo de otras
muchas co:;as y las resum;ré sentando po:' principio que en 18. obra de regeneraciol1
que se ha querido pL111te~lr en E"¡il1ílC1 b¿ljO el punto de "ista mezquino de la política,
en tod'1 se ha pens:ldo menos en au:-.:iliar '111)llcbJo, como la justicia y la necesidad
lo pedian de mancomuno


No nos h~lgC1l110S ilusi()Ji~:;: los sacudimientos llLlC han extrcmecido la Península,
\-" -1- I


h e:-itcriliJad de los prollLll1cíamientos, son sÚl:l 1 r;s maniti':.'stas de que estas cuestio-
nes ni intcn.:san :11 pu~h¡o ni lels entic:n,Jc. pues nin:~LLna parte toma en ellas; y sin
1c1 c00l'cr:lcion reaí \' \'lTdaJera ,.le! pueblo, ni en Esp'líla ni en nin:.;un otro país hay
posibilidad lh: fund:1l' CO:-iCl <¡]!~I!lEl que 11e\'e el sello de !el ma:.;nitud y de la duracion.


\,'in:.;.un otro pueblo ofrece l11J'; pruehls de esta \enlad que el nuestro. ¿Hayquien
du"k L]ue :-;i en IRo~ huhie:i':': e-.:islido un [-',obierno normal y un rey en España hubiese
esta quedado presa de las huestes imperiales: La ProYiJencia quiso que en aquellos
días lt.: gloria el puehlo fue.;e rey y la patria se salvó. PuJo entonces gobernarse á su
modo: formó juntas, manifestac:oll siempre constante del elemento democrático; las
;Lll1tas se apoderaron del cntus;J:;mo po¡mbr, movieron las masas en nombre de
la nacionalidad am~lgada, y ori~Llllizaron la defensa del país. Ningun sacrificio se hizo




- ú~-
imposible á ese pueblo heróico, guiado por sus ayuntamientos y sus juntas, mandado
por jefes de su elcccion, y á vueltas de seis años de terrible y desigual guerra, la vic-
toria cii1ó las sienes de ese pueblo capaz de tan sublimes esfuerzos.


Todo anduyo al revés en 1823. Entonces no hubo juntas, no hubo pueblo para
sostener la nacionalidad y ¡j independenci3 enyuelta en una miserable cuestion po-
lítica. Habia, empero, un gobierno central, y LÍ sus órdenes estakl11 todas las fuerzas
regulares del país: el ejército, la autoridad dd mando y las Córtes. Pero CI'Jrtes, go-
bierno y ejército no hallaron medios de repeler ;11 ntranjero. Habia un rey ... mas
el rey conspiraba LÍ medias con los Barbones de Francia para derrocar la Constitu-
cion y aherrojar LÍ los españoles, quitándoles la libertad que acababan de proclamar
por segunda Yez.


Desde 1808, época en que despertó Espaí1a de un largo y ominoso letargo, las jun-
tas han sido el centro de la vitalillad nacional. Por des~l'acia ::-.e ha ahus~ldú de ese
elemento enérgico, mas el abuso mismo prueba que ha habido una fuerza exuheran-
te, un pensamiento primordial, que no hallando su empleo normal n'i su ;lplicacion
permanente) da un estampido en dias seí1al~1dos y se desparrama de un modo desor-
denado en el seno de la sociedad. Por otra parte, al poder central, en "ez' de dirigir
esa fuerza popular, organizarla y tomarla por hase de instituciones nacionales, le Lll-
tó tiempo despues del triunfo par,l deshacerse de este poderoso auxiliar. Al despedir
las juntas, rcpudi~l11do la democracia, sea en nombre del Estatuto real, sea en el de
la Constitucion de lt';12 ó de 1;--;~;7, los hombres que cometieron tamaÍlo error en
183), en r83G, en 1~\~O y ¡¡\-1-3, se hallaron desarmados en presencia de 1<1s pasiones
del poder real, del clero, de la aristocracia de pergaminos y de Jinero, todos contra-
rios ú la emancipacion del pueblo. Ll COl1stitucion ha sido el mejor abrigo que han
tcni,lo los conspiradores; y los progresistas, e}'Jeriendo luchar solos contracl espíritu
retrógado, h~1l1 \-isto una \eL tras otra u,:shecho el fruto de sus pronunciamientos.


Es, pues, preciso que adoctrinaJo por la experiencia cll'~1rtiL¡0 progresista se per-
suada de que no se ha de bastar LÍ sí mismo :'al'<l c<1nsolidar su poder de un modo du-
radero. Sólo adquirirá b superioriJad cí qUé es lbm~lLlo, cU~lndo estahlezca institu-
ciones populares ú las que el pueblo se adhiera. pues hasta <1hor~1 sus inconsecuen-
cias y sus ensa:-.'o,; para centr~¡\izar el poder en SLh manos, le )1,lt1 sido fat~11es. Alcan-
za el pOL1cr de res'.dtL1s de ~;acuJi,liientos popc¡]~lres, cLll'ita'leados por las juntas, y en
cuanto los ministros que s~11en de esos ].:YLlntamientos se h~lllan en sus poltronas.
creen que han tomado ¡-osesiol1 cid mando pan siempre, é ingr~1tos, oh-iJadlzos Ó
supeditados pOi' haLlgos de palacio ó por L1S pr~tl:llsiones de una p:1I1dilla, sueilan ya
que les sobran fuerzas y que han de bastén- p:lra klccr frente :lla grelyed~d de lélS cir-
cunstancias. Su primer acto hel sido constantemente disolyer LIs juntas. y no bien
las han desp::dido cuando sus adn:,rsdrios comienzan j fraguar los medios de yolcar-
los, sin que sus intentos tarden mucho en \erse realizados.


Lle¡:;ó D. Juan l\Iendizúbal él! poder como consec
'
.1cncia del fronunciamiento de


las juntas en r 03 5 Y lué¡.;o las disolvió: ¡-,ero no habian trascurrido ocho meses cuan-




- 2l)


do una intriga palaciega le arrojó de la silla ministerial, acudiendo á un semi-golpe
de Estado. Vino en seguida el pronunciamiento de 1836 capitaneado por las juntas;
el ministerio Calatrava empuñó las riendas del Estado, disolvió aquellas, y á los once
meses otra intriL.;a de palacio, ayudada por una insurreccion militar, dió en tierra con
ese ministerio. En 1 S..¡.o las juntas crearon la situacion que trajo el partido democrá-
tico al poder, y en que feneció la Re~encia de Doí1a María Cristina. La Regencia pro-
visional se dió prisa á disolver las juntas, y ú la yuelta de un año una espantosa in-
surreccion militar estalló enarbolando la bandera de la Regencia renunciada en Valen-
cia. Vencida e~ta in'iurreccion, estalla otra en Barcelona en IS,,¡,'.!. contra el gobierno
de 1\Iadrid y esté cae rOl' último (l los embates de un rronunciamiento de juntas
en 1~43. El gobierno provisional que salió de esas juntas las disolvió muy luego y
combatió desapiadadamente las que le resistieron, y á los cuatro meses de haber
hecho estas proezas habian desaparecido de las rCf~iones del poder el gobierno pro-
"isional y el partido progresista.


Si tan repetidas lecciones no han bastado á adoctrinar al partido progresista, prc-
clSO es que su ceguedad sea incurable. Su fuerza es el elemento popular, rerresentado
por las juntas, y no quiere gobernar con las juntas, único orígen de su fuerza. Dig~í­
moslo de una vez y sin rebozo: ó todo gobierno, sea cual fuere su forma, es incompa-
tible con las juntas y estas no son más que un instrumento de anarquía, y entonces
es un crímen promoyer el ensalzamiento de un partido por esos medios, sin mús ob-
jeto que el de derrocar á sus contrarios y conseguir un poder efímero que ha de
morir vencido por intrips de estos, ó bien las juntas son la \"erdadera fuerza del
partido liheral y entonces es una locura separarse de ellas, queriendo gobernar par-
tiendo de un poder central que janüs ha sabido dlfcnderse de los tiros de sus enemi·
gos. El partido progresista no puede s~dir de este dilema que formub dos acusaciones
graycs. Hace muy mal en querer juntas si estas no sin"en más que para apoderarse del
mando, sabiendo de antemano que con ias juntas no ha de poder gobernar) ó por el
contrario, hace muy mal en separarse de Lls juntas, si en ellas reside la única fuerza
vital del país.


¡\L opinion) por débil que sea, es que en las juntas se halL111 todos los elementos
vitales del p3ís y que de ellas saldrá la futura organizacion soci:¡]. Esto;, tan lejos de
creer en la posibilidad de un gobierno centr;ll él la francesa en Esp3í1a, como en la
hondad intrínseca ó relativa de un gobierno constitucional bajo la forma extranjera.
y no se me hable de la necesidad y de las \"entajas de una centralizacion fuerte y "igo-
rosa : aprecio estas como el primero, mas tambien conozco sus inconvenientes y
sobre todo digo que este régimen de gobierno es imposible en Espaií.a, porque es
antipri.tico á las costumbres) (llos hábitos y á las tradiciones ndcionalcs. Bastárame
además para no quererlo en mi patria, que un partido reaccionario hasta la ceguedad
lo haya querido con tan afanoso empeí10 y no haya penlonado medios para plantear
en EspaÍ1a un sistema que las necesidades del momento hicieron adoptar por la Con-
vencion francesa) que Napoleon perfeccionó para llcyar adelante su obra de despo-




- 30-
tismo y aceptado por todos los gobiernos que ha habido en !<:rancia desde 1 S 14 acá
con objeto de oprimir la libertad y el vuelo popular.


¿Acaso van tan ex.traviados los españoles que desconfian del uso que allá hiciera
un partido reaccionario de una fuerza central bien organizada? ¿ Pues qué, no basta
la experiencia de los hechos pasados para saber cuáles son los resultados de semeja tite
régimen político? N uestra libertad tiene sobrados enemigos dentro y fuera, mediante
los cuales jamás úlltan consejos y medios de reaccion á un poder central) para que se
emplee en destruir instituciones adquiridas á trueque de tantos sacrilicios como ha
hecho la nacion, y cuya ex.istencia hasta ahora cuando no ha estado en peligro; ha
sido ó paralizada ó YÍciada.


Si de la c.1estíon política pasamos al exámen de la administracíon del reino, y prin-
cipalmente á las cuestiones económicas, por todas partes luilamos el caos: ignoran·,
cia, abusos sin cuento, licios Clwejecidos, reglamentos absurdos, leyes descabelbJas:
hé aquí lo que se encuentra en esa administracion. Así es que ha conseguido a(~otar,
momentáneamente :110 menos, todos los manantiales de la riqueza pública y hacer
que el gobierno del país m:ls fértil y l11clS pri\'ilegiado de la naturaleza sea un tipo de
miseria y de pobreza; y e~te Yergonzoso estado de cosa3, por ser tradicional, ha lle-
gado á tomar el carácter de una situacíon normal. acabando e:,patlOles y cxtranjcros
por persuadirse de que es un mal irremediable. Error funesto que ha producido el
desmayo y la indiferencia hasta tal extremo que se ha dej~1Lio de pensar detenida-
mente en los medios de curar una postracion tan humillante. Con todo, la gran:dad
del mal ha inspirado ardientes protestZls contra esa indiferencia; y si la dcsgrZlcia ha
querido que los acontecimientos fue~,cn un impedimcnto ú la reorganizacion Lldmi-
nistrativa del reino, no hay que desnnyar de su pon'enir. El espíritu de in \e:;tigacion
ya cundiendo; ya se han proclamado alSunas yerdades útiles, así en libros C0l110 en la
tribuna de las Córtcs. que acabarJn por ser planteadLls con fruto. ~o he sido el últi-
mo que ha utilizado estos dos medios de publicidcld para decir ú mis conciudadanos
mi opinion respecto :í los desórLlenes de la gobernacion del país. Ansioso del hien
de mi pútria, he procurado estudiar sus yerdaderos intereses, y en la tri buna como
en la prensa, me he afanado por repetir que nuestro:; recursos para salir de tan bs-
timosa decadencia son inmensos en sí mismos y que puestos en parangon con los
que tienen otros países, les llevamos incalculable yentaja.


Con el patriótico fin de ilustrar la materia, de dar ú mi opinion mayor claridad y
más peso á mis raciocinios, en un libro que publiqué en 18-1-:2 (1) expliqué las causas
y el orígen de las miserias del gobierno, cotejando las rentas y los gastos del Estado
con la~ rentas y los gastos de la Prusia. De ese cotejo resultaba que con un presu-
puesto igual al nuestro, con una poblacion idéntica en número á la Espaúa 1 con un


(l) De la injlut'ncia cid sistema j'I'()/¡¡,bit¡'¡,() 1'11 ¡el agricultura. ill,illSiri,¡, CUi!![,/,,'ill y l'L'II/<1S pública"
Madrid. l ~ p.-V. pá¡.;. 3;)7.




- 3T --
clima malo y un suelo pobre, con una configuracion geográfica viciosa, sin colonias
y casi sin puertos de mar, la Prusia se halla en el mayor grado de prosperidad,
mientras España, con su suelo feraz, sus climas variados, sus costas baí1adas por dos
mares en una extension de más de seiscientas leguas, poseyendo numerosos y exce-
lentes puertos, dueña de la reina de. las Antillas, Cuba, de Puerto-Rico y de las Fi-
lipinas, que por sí solas forman un mundo, presenta el cuadro de la más desas-
trosa decadencia. ¿Cuáles han sido las causas de esa decrepitud tan dolorosa? Tres
principales, de las cuales dimanan todas las deméis: el de.spotis11lo monárquico, elfa-
natismo religioso y la anarquía administrativa, producto de las otras dos.


¿Son por ventura las desgracias de España de tal condicion que no tengan reme-
Jio!' Tan lejos estoy de creer. semejante conclusion, que tengo pleno y profundo co-
nacimiento, adquirido merced á estudios concienzudos, de que el espantoso des-
concierto de nucstra Hacienda tan sólo durará lo que tarden los españoles en querer
entrar de lleno con tesan y patriotismo en la yía de las grandes reformas de la admi-
nistracion pública.


Cuando en el aí10 I~_p. publiqué el referido libro sobre la Influencia del sistema
prohibitivo, reuní allí cn bosquejo el cuadro de la Hacienda de las principales nacio-
nes de Europa y el presupuesto de sus gastos y de sus rentas, pareciéndome que el
cotejo con el nuestro era el mejor medio de ilustrar la materia y de dClr púbulo ~1l de-
seo de mejorar nuestra administracion. Con fatal preyision yaticiné entonces las des-
gracias que nos esperaban si no se dejaba el árido tema de las disputas políticas para
cntre3arse e:-cclusivan1Pnte almejar concierto de nuestra Hacienda y de la gobernacion
del reino, á la par que se favorecí] indirectamente á la reaccion que sonaba á lo lejos,
adelantándose cautelo~a y osadamente en los días que faltaban para la mayoría de la
reina. No tardaron mucho los acontecimientos en darme la razon, desgraciadamen-
te; mas ya que así ha sido, permítaseme recordar aquí mis tristes \'aticinios, como
prueba de que la verdad fué proclamada en tiempo útil con ardorosa conviccion.


«Desengañémonos: ni estos elementos, ni las señales manifiestas de yida que dá
))esta trabajada nacían 1 pueden desarrollarse COll la actual administracion, porque
))Dio;; ;,ulo pudo hacer salir la luz del caos; y de cuanto hacemos en nuestro régimen
nadministrati'/o se puede decir lo que San Simon de los eruditos de su tiempo: « Veo
nentre \"osotros alhañiles, más no veo arquitectos; yeo en yuestro taller un montan
),de piedras más ó ménos bien cortadas, acopios de guijos y de arena que los peo-
"ncs lleyan de una parte á otra, pero no diviso el menor vestigio de un edificio
))!1ueyo,


))¡-laya arquitectos, haya editicio nuevo, y entonces, solo entonces comprenderán
))los pueblos las \'entajas del gobierno constitucional, que hasta ahora ha sido par
))ellos un fruto poco menos que amargo, á pesar de su bondad intrínseca. En vano
"les hablarémos de derechos políticos, de instituciones, de libertad política. rvíientras
"arrastren la pesadísima cadena de una administracion viciosa, nos contestarán, en-
"señándonos las heridas profundas que llevan al pié, que todo el hálsamo de nues-




»tras teorías no han curado, ni aun siquiera adormecido 1 el dolor que les causa.
))Amo cl1,ll nadie la libertad: he servido su santa causa desde sus primero~ aúos,


}'mas la libertad sin una buena administracion del país, es un arma hermosa pero
»vacÍa, que ni sirve para defenderse ni para atacar. La libertad, elemento vital del
))hombre 1 cuando no se emplea para regularizar la sociedad, para moralizarla y pro-
))mover la mayor felicidad de sus individuos, ó es un brillante juguete para las ima-
))ginaciones arJ.oro~as, ó se cOlwierte en un instrumento de ruina oí disposicion del
))déspota ú quien las circunstancias ayuden ú aprovechar~e del can~ancio generaL
"último término de una lucha de ideas sin aplicacion, y que no hace mús q Lle poner
))en descubierto con la publicidad todo lo malo moral y material que hien"e en una
»sociedad trabélJada por reyoluciones. No nos hagamos ilusiones: 11ablamos mucho
"de progreso y no adelantamos un paso en los medios de afianzar nuestra libertad.
"En vez de robustecerse, el gobierno del país se va debilitando por momentos. Cada
))dia yernos que la gloria de dirigir el Estado es una ambician teórica que rehuye los
))peligros de una situacion difícil, síntoma alarmante cuya gravedad no es posible
»desconocer. Lo digo sin rebozo: el camino que seguimos nos lleva al precipicio.
»Cuando las pasiones no engendran m~ls que desmayo ó los homhres no tienen fe en
))sí mismos ni en el porvenir de su patria, el desasosiego general es indicio.inÚllible
"de que existen vicios radicales, una posicion mal sentada y causas eficientes de ca-
»tústrofes inevitables.


)) A trueque tal vez de ser importuno, he tenido el véllor de decir lo que en mi
»conciencia creo ser vedad. Siempre he pensado que en circumtallcias difíciles los
» hombres que se estiman en algo 1 cuando no pueden obr~lr acti\"L1l1lente, dclJel1
)) decir lo que piensan en alta YO,';. En política y cn admi'1i;tracion, en la tribuna
))como en mis escritos, á riesgo y ventura he dicho y dirG lo que siento, sin que
))me arreJre la responsabilidaJ que me espera. Los principios que he emitido son
)) el reflejo de mis convicciones) y estas :1 su vez son el fruto de mis estl1diO's, más
)) laboriosos que bien aprovechados sin duda. Deseando como el que 111,ls la 1'ros-
)) peridad y el esplendor de nuestra noble Espaí1a, he estudiado las causas de los
)) males que la agob!an en su historia y en sus verJaderos intereses, por tantos
))años entregados ú la ignoranciJ, á la corru¡JCion, al despotismo, ocup(¡ndome de
)) sus intereses materiales y positivos: he prescindido de todo interés de partido, y
))para nada he inrocado el elemento febril de la política cual existe entre nosotros.
"l a administracion de un país no debe tener m<Í.s bandera que la de la honradez y
), del saber. ¡ Desventurado el país en que se enarbole otra en el ministerio de Ha-
"cienda! ))


"No me lisonj~o de haber hecho un trabajo que carezca de muchos defectos, sí
"de que pueda ser útil; y sobre todo, pienso haber escrito como leal y f1el español
"ansioso por el realce, lustre y ventura de su patria. A pesar de varios Qbst(¡cLllo~),
»Y no participando del desmayo de ll1Uchos, consiJcro qlle comp,lrada con otras n~l­
»ciones, felicísim~1 es por todos conceptos la situacion de Espaúa para marchar ú




- ~~3 -
))pasos agigantados por el rumbo de las reformas administrativas á una real y efectL
"va prosperidad. Quiera el cielo que hombres de energía, de fe y de saber lleguen á
"dirigir esta grande y magnánima nacion, echando los cimientos de la organizacion
"en que deberá descansar la sociedad venidera, pues de nosotros pende la suerte de
»)bs generaciones futuras ... Mas no oh"idemos jamás que sin Administracion no
"hay Hacienda, que sin Hacienda no hay órden público, no hay instituciones, no
"hay independencia nacional, no hay gobierno, en una palabra, 110 hay patria.»


N o bien habia corrido un año desde la fecha en que escribia estos renglones,
cuando mis dolorosos vaticinios se hallabai1 completamente cumplidos; y si desde
aquella época la libertad ha fenecido en Espaí1a, tambien el desórden administrativo
ha marchado al mismo compó,s, aument'tndose horrorosamente. El cúmulo de males
h3. llegado {¡" un extremo tal vez neces:Jrio, porque como una nacion no puede que-
dar indefinidamente entregada á un sistema de engaños, tendrán un dia los españo-
les que despertar de su prolon¡.;ado letargo. Al ver aumentar los abusos, al experi-
mentar el derroche de la fortuna pública, difícil es creer que el pueblo suponga que
así se ya marchando á más venturoso porvenir. Los que sufren no alimentan por
mucho tiempo ilusiones: la fuerza de las cosas traerá, sin que sea posible detenerla,
una r<:forma fundamental en Espaí1a. Así como en otros países, el desód,en admi-
nistrativo, COl1lpaÍ1ero inseparable de todo gobierno arbitrario, engendrad una ver-
d~1(lera rcyolucion, y esta irá más allá' de lo que se piensa; no se detendrá en la
plrte material de la gobernacion del país; el mal se halla colocado á mayor altura;
la re\"oIucion será de estatura suticiente para llegar á donde sea necesario-


Los dos au\:iliares del poder real, la aristocracia y el clero, han experimentado ya
los alcances de la reforma, y luchan cautelosamente para sobreponerse al tercer es-
udo y yolver á su antiguo poderío, con lo cual no consiguen sino proyocar una úl-
tima manifestacion de la voluntad nacional, que acabará de una vez y para siempre
con tOLlas los obstáculos que hasta ::thora han detenido la regeneracion de España.
Esta re\"olucion es ley de naturaleza, porgue á pesar de las tradiciones funestas que
aún pesan sohre nuestra patria, la necesidad de una reforma radical es de toda evi-
dencia, para que dia más ó menos no llegue el tiempo en que el pueblo consiga ám-
pEa y completa satisfaccion. Ese dia apareced el partido yerdaderamente reforma-
dor, que enarbolando con valentía la bandera de la regeneracion de España, escribi-
r:t en ella como lemas sagrados los derechos individuales, la soberanía nacional y la
fraternidad universal. No hay fLlerza humana que pueda impedir el cumplimiento
de ese moyimicnto salvador: una ley providencial nos llama á esa obra: la mano de
Dios no se ha apartado de la heróica EspaÍ1a.


3




CAPITULO IlI.


EL r:LERO.


Por mucho tiempo se ha creido generalmente, y este es el dia en que el mayor
número cree tolada, que los saculimientos políticos que han agitado los ánimos en
Espatía han dejado al clero su imperio omnipotente, resistiendo al tiempo y á las
ideas reformadoras. Semejante opinion, ú falta de otras mucha:) pruehas, dice bas-
tante acerca de la li~ereza con que lnll siLlo estLldiados los suceso:, que se han reaií-
z[\Jo en ESpÚ1é1 de 18()~ aeJ. Vulg Ir era la creencia Ince pocos Ú10S de que los es-
palÍoles no yi\'ian humikleIl1ente sometidos al poder s~lC'rdotal Ó al dominio mo-
nacel!. Quien hubIese Il1JniL:stado la menor aprension respecto ú las cuestiones reli-
giosas, hu ')iera q LleJado tiLbdo de he regía, ó cUJnclo menos de demencia. El timbre
de católico, dado l)()l11posamente {¡ la COí'ona de Castilla,parecia un palladiuJJl para
la Iglesia, una <':gida para el trono y una consagracion invioll0le, un respeto supersti-
cioso para el pueblo, formando entre tste y aquellos un punto indisoluble, sobre el
cual velaba ardiente y terrible un tribunal de sangre encargado de mantener la pu-
reza de la fe ortollo\:a. Este tribunal era la Inquisicion, que detuvo en el siglo \:IY la
Reforma al pié del Pirineo, mientras alLí repelia los moriscos y los judíos, e\:trañ~­
dos del reino con indecible cmcldad, ó degollados en el camino por la avaricia de los
que los conducian. Horrendo sistema de ex.terminio, que con más ó menos furor ha
mantenido durante tres siglos su e\:ecranua dictadura en nombre ue una religion de
amor que aconseja con San Pablo in umnibus clzaritas, y con San Bernaruo clzari-
fas super o1J?/lia.


Grande fu<': el asombro de la Eurora al saber que en este país, donde no hacia
mucho se levantaban en las plazas públicas las hogueras de los autos de fe, una voz
solemne de ira y de indignacion s~llia del seno de las Córtes reunidas en Cúdiz para
anatematizar la Inquisicion. Conseguido este primer triunfo, los representantes de




- 35 -
la nacion entraron con valentía por la senda de las reformas. Asomhroso é inespe-
rado espectáculo fué el que ofreció esta decision del Congreso espaí101, discutiendo
sin rebozo las usurpaciones de la Iglesia, proclamando la cesacion de monstruosos
abusos, atacando la invasion del clero en la gobernacion del Estado, y elevando la
:1l1torcha de la filosofía sobre todas las cuestiones religiosas. Este será siempre el
timbre más magnífico de los legisladores de Cádiz y una corona inmarcesible de glo-
ri:-t sobre sus sienes.


Al anuncio de esta manifestacion de la razon humana, por siglos entorpecida,
Roma se extremeció, y su re~rcsentante en España, el nuncio Gravina, sin esperar el
crujido de los rayos del Vaticano, proclamó por sí yante sí la guerra santa contra
las Córtes. -Sublevó al clero~ se hizo centro y alma de una e'\:tensa conspiracion sa-
cerdotal contra los valientes reformadores de Cldiz; incitó á los obispos á que pro-
testaran en favor de la Inquisicion, como él mismo protestó en una nota de 5 de
.\layo de 1813 dirigida á la Regencia y en la cual decia: "que la supresion decretada
)jera contraria á los derechos y á la supremacía del Pontífice romano que la habia
»establecido por necesaria y muy útil al bien de la Iglesia y de los fieles.»


Los manejos del Nuncio dieron lugar á sérios conflictos entre el clero de Cádiz y
];:¡s Córtes, Estas con loable teson dieron fin á tantas intrigas. N o les bastó haber
sujetado los clérigos rebeldes y perturbadores: fué preciso ahogar el foco de esa re-
sistencia facciosa, alcanzando á quien la promovia. La Regencia mandó pasar una
nota al ~uncio con fecha 23 de Abril, en la cual se le manifestaba que á pesar de
tener obligacion perentoria de defender las prerogativas del Estado y de proteger la
religion, y por tanto, autorizado para e'\:trai1ar del reino á un Nuncio faccioso, el deseo
de dar una pruc\,a de la veneracion y respeto que la nacion seguia profesando al
sumo Pontífice, hacia que la Regencia se limitase á manifestar al N uncio su alta des-
aprobacion de la conducta que habia observado. El Nuncio replicó en 28 de Abril
con una nota desatenta, por la que el ministro de Estado le pidió explicaciones en
otra de 5 de Mayo; y no habiéndolas dado satisfactorias el Nuncio, la Regencia,
oido el Consejo de Estado, decretó su e'\:trañamiento y le envió sus pasaportes al
efecto, poniendo á su disposicion la fragata Sabina para que lo llevara á donde tu-
\"icse por cOll\"cniente ir. No aceptó el,Nuncio lo que le ofreció la Regencia y se re-
tiró á Tavira, pequeña poblacion fronteriza de España, desde donde siguió ati-
zando el fuego de la discordia.


"


El extrañamiento de un Nuncio, no era por cierto un caso nuevo en España; mas
Roma y el clero estahan de tal manera acostumbrados de muy atrás á la sumision
del gobierno espaí101 y agenos de semejantes actos de energía, que su ira no tuvo
límite y desde entonces juraron odio implacable á los reformadores de España, y
prometieron desde luego tomar la mús estrepitosa venganza en cuanto se presentase
ocasiono El restablecimiento del despotismo monúrquico en IBI4 se la ofreció muy
cumpiida. Roma volvió ú recobrar todo su inHujo, y el clero su poder y sus riquezas.
Entonces fué el cntregarsc á todos los e'\:cesos de su enconado furor. El nuncio Gra-




- 3G-
"ma se desquitó gustosamente de los sinsabores que le hicieron pasar las Córtes de
Cidiz. Aquella furibunda reaccion, dirigida y azuzJda por el clero, unida á las lo-
curas y crueldades de Fernando VII, provocó el levantamiento de ¡fha. Las Córtes
de aquella época yo!,-ieron á emprender la reforma de! clero regular y secular; la
intervencion armada de la Francia que acabó con el régimen constitucional, hundi()
á España en el abismo de donde acabaha de salir, imponiéndole de nl1e\-o el dohl~
yugo del rey y del clero. Éste, anti-nacional, como el clero cat/)lico lo es en su ll1J-
yoría siempre y por do quiera, r~cihió en triunfo ti los extranjeros. '\las;:l L.Jué ex-
trallarlo? ¿ N o arlaudi:) el cJe.ro francés en 1 R q á los rusos y á los prusiano~ iIW:1SO-
res'! ¿En 181) no h"lho Te D:!llillcant1do en t:h.bs las i_~lcsi~h ~¡J llegar L1 nntici::l
del de.,astre de \Vaterloo?; En ItalIa no es el clero, ohid~ldizo el! LIs contiendas de
güelfos y de gihclinos, el mejor auxiliar del Austria: (.Ha tituhe~ldo jamás el P,lp:1
en llamar á sí las bayonetas impenales contra sus dé'sJichados súlhiitos:: ; Qw: hay
que es¡)erar de un clero lpe no tiel1e patria, porque no tiene familia? Con t:.ll que
mande, con red que im¡>e¡-e, asaz poco le importa con qu: conlliciones puede sos-
tener su poder, ni por cuáles medios 10 ha de ejercer.


La reaccion de líh3 fué más bárbara aún que la de 18q, y de más largaduracion:
ambas guardaban profundos resentimientos contra un clero lmplac,¡hle, :- las conse-
cuencias habian de ser funestas. 183-1- Y 183) las hicieron estallar. CU:1I1dd 18. Euro-
pa a~ombrada supo que en ,',bJrid, en Barcelona, en Zaragoza y en otros puntos de
la Península los frailes habian muerto á mano air,~da por el l'ueblo y que no
pocos conyentos habian sido entregados :t las llamas, huho C0l110 un extremecimien-
to lúóubre, y se conoció eaton·ces hasta qu¿ punto habia la c"t()lica Esp,ll-w s,lcLHliJo
el imperio sacerdotal del clero. •


La venganza popular era muy de prc\-cel', y fué de sentir por sus excesos. Tras de
la accion desordenada de la mu'chedul11bre vino la resolucion gubernatiya que cerró
todos los conventos en un mismo dia y hora: las propiedades que poseian estos fuéron
declaradas bienes n,¡cionales: nadie encontró qué decir contra esa medida menos los
interesados. Desde entonces el mayor número de aquellos edit1cios ha venido al suc-
lo, ó ha recibido nue\-o destino, sin que nddie haya murmurado de eUo. Las Jincas
urbanas y rurales se ban puesto á públÍ-:a subasta y no h,1I1 LdLldo compradores, sin
que el más mínimo remordimiento haya detenido la C0l11pr,1; y todos estos actos q~lC
acababan para siempre con la Iglesia militante, han recibido su cabal cumplimiento
sin promover la más ligera conmocion en el pueblo. Las religiosas han quedado sin
recursos, sin que su pobreza haya baIlado grandes simpatías, {¡ l,es:n de los esfuer-
zos de algunas beatas intrigantes, acudiendo ú la generosidad públicd, aunque su
fervorosa intenciol1 no fLlese bija de una sana filosofLl, ni siq uiera de :,u caridad cris-
tiana.


La mayor parte de las sillas episcopales ban estado vacan tes, sin que la conciencia
de los diocesanos se baya alarmado nunca de esta falt,l, ni cchado de rnenos la pre·
sencia de los obispos. Roma ba interrumpido por muchos aÍlOs sus relaciones con




EspaÍla, y \~ quién notaba en Madrid la falta del Nuncio? Hé aquí lo que ha llega-
do ú ser en España el el ero y el catolicismo. En esa España donde reinaba sin rival
y sin disputa, soberano y dueño, el catolicismo más sensual é intolerante, hoy
sólo se divisc1 la más espantosa indiferencia en materia de religion: lo que queda del
catolicismo en España son las funCiones de iglesia, estas ya muy pobres, y los hábitos
de ia tradicion. E:-,:iste solamente una religion de formas: el espíritu divino desapare-
cíl); ya no es el culto pio del alma, ni la fe religiosa. Este es un hecho que se cumple
materialmente: m,d inconmensurable, al cual urge poner remedio antes que se borre
toda creencia religiosa.


La decadencia en que yace el catolicismo es tanto más asombrosa cuanto que no
se le ataca con creen..::ias religiosas nueyas, ni lo baten en brecha sectas di:-identes, ni
siquiera sistemas de filosofía innondores. El clero ha perdido su prestigio, porque
ignorante ó reaccionario, ha quedado inhjbil en medio del moyimiento general de
las i~leas. All:l se ha quedaLlo clavado en la p13ya ensangrel;tada donde sentó un dia
su trono, mientr;1s el puc:blo espaÍ101 se alejaba con payor de sus autos de fe; y á pe-
s,u ~k esto, tOLbvía se comphlce en sus ensu61.Os LÍe poder y de riquezas á la vista de
los co:ncnto'i derrumbados con estr~pito, ~ de sus tincas venJidas en pública subas-
ta. 1\] sct,ararsc de las santas m:tximas del EvangeliO, al desconocer la palabra divi-
na Jd Cristo el clero español se fraguó un catolicisJl10 para su propio uso: mas esta
obre, imp:a no podia menos de desaparecer en ,:uanto la antorcha de la yeruad difun-
dle5c su luz y derrocase los ídolos mundanos é interesados que trataban de impo-
nerse por el terror.


Sin recJrJar los crímenes de una ~poca lejana de nosotros, en que la religíon de
JesLlcri"to se \'i ') ca,nhi;hla en una secta de verJu;.;os sedientos de sangre; en nues-
tros Olas, el clero [);I to:nado una parte sobradamente activa en los acontecimientos
políticos para q L1e d::j;¡:-;c de s.lf:·ir C01110 era consi_;uientc el choque de las pasiones.
Con tal imprLlcie:1te conducta ha perLiido ;1 un mismo tiempo el respeto y las consi-
deraciones que huhiese conservado, ~i hubiese ljuedado fuera de las contiendas po-
lític;\s, en las ..::u,¡)es nadJ te\1la que \'(~r, entregado solamente á la santa y noble mi-
Slon de Sel ministerio. E:l c:~ri00 eS l1aúol, haciénJose hombre de partido, dejó de ser
el meJiador con Dios, y ha tenido que sLlfrir las consecuencias de la voluntaria abdi-
cacian que ha hecho de su car:lctcr sa~rJdo.


En 1 S q Y lo:d el Clero furio.;o y t~lnático provocó la ira de un gobierno ya muy
Jispuesto ú ella contra los consLtucion,¡]es. El rey Fernando lo satisfizo á su sahc1r;
la persecLlciol1 ru~ atroz, dCS'lpicllLld:J. El púlt)ito llegó á ser el estrado de los acusa-
dQrcs públicos, y en esos temrlos del amor divino donde no se dehía oir más que la
\OL de lll¡.;cricorJia, Jc p::rJon y de fl atcrnidad, los rU3idos de UllH \enganza nun-
ca bien saciad l.. extrel11e:::il11 laJ b,')vedas sa0 radas. As: fué, que cuando los \erduóos
quedaron vencidos y las víctimas huhieron triunfado de los suplicios, el clero, pro-
movedor y atizador de los crímenes del poder monárquico, tm"o que expiar su odiosa
complicidad. La reaccion no igualó los excesos cometidos; mas no por eso son menos




- 38-
de sentir, y desde entonces se ha considerado al clero como el rrimero y mayor ene-
migo de toda libcnad, así en la esfera política como en la científica.


Esta condu..:ta del clero ofrece, con todo, cortas, aunque glorio~~as excepciones. El
cristianismo cuenta entre los prelados intérpretes venerables de la moral cristiana
y dignos de su Divino Maestro; mas estos aL ')stoles dd Eyan~elioJ código sagrado de
los derechos del hombre, se hallan desposeídos del ejl"rcicio activo de su misiono
Roma les niega la consagracioncanónica, y el gobierno del Estado, déhil slempre y
sin la conciencia de sus deberes y de las necesidades del país, deja sin t0111:11' una re-.
soluc,on, prolongar con mengua de su propia dignidad y de la indtpendencia de la
nacion,las cuestiones cuyo exúmen ha usurpado el Vaticano; y n:ientras Roma nie::;a
la investidura el los obispos electos por el gobierno constitucional, este autoriza á
obispos famosos p:ua volver á sus diócesis, de donde fuéron extr,¡ñados por el ahuso
escandaloso que hicieron de su intiujo. No es esta la menor de las acusaciones que
los españoles pueden dirigir contra el gobierno que rige el país desde 184-3 .





CAPITULO IV.


LA "'IO?-;ARQCIA y EL PODER RE.\L.


La monarquía ha sufrido la misma alteracion que el clero y por idénticas
causas.


Los principio:; como las instituciones, ü la par que los cOlwenios SOCicllcs, reciben
su sJncion dc una larga yno interrumpida existencia, dur:Jl1te la cual su bond,ld po-
sitiva ó relativa es para tojos evidente. Así se forma la traJicion, que para los unos
llega LÍ. scr un culto ciego, mientras que para otros no es mLÍs que la opinion bien me-
ditada de lo que es menos malo y presenta mcnos inC011Yenientes. Los primeros ab-
dican en cierto modo de su libre arbitrio, y se estancan inmóviles en lo que c'xiste;
los segundos, usando Je la razan, ejercen el derecho de exLÍmen y hacen cuanto pue-
den por mejorar lo presente, creyendo qUE.' no es el límite postr::ro de los hados del
hombre.


La monarquía hereditaria estriba en la perpetuidad presunta del saber y de la inte-
ligencia en una familia. La monarquía, pues, nüs que cualquiera otra institucion
política ó social, necesita corresponJer debida y cumplidamente al pensamiento qUe
le dió el sér, LÍ. la mision de órden público y de estabilidad ljubernamental que la
hizo preferir LÍ. toda otra organizacion política. El mayor mérito, la primera razon
de ser de la monarquía hereditaria es que no deja lugar á las ambiciones para revol-
ver la sociedad con el fin de apoderarse del man,lo supremo.


Ahora bien: este mérito, esta razon de ser, ¿ha existido por ycntura en la monar-
quía hereditaria de España? Este punto es el que hay que examinar.


Tres siglos y medio van contados desde que la monarquía existe en Espaí1a cual la
ycmos poyo Por tanto, ha tomaa.o la delantera á la mayor parte de los grandes Estados
de Europa, en la obra de unidad y de amalgama que forman la nacionalidad; ha tenido,
como todas las monarquías, el instinto de atraccion gradual de las provincias primi-




- 4°-
tivamente separadas, y que formaban Estados independientes. Este punto de seme·
janza que tiene la monarquía de España con las demás, cesa al formarse la unidad
nacional en 14~)2: de allí en adelante ha tenido una existencia que es únicamente
suya. Los reyes, constántemente agenos al mo\imiento de las ideas europeas, ene-
migos desenfrenados de toda innovacion, si no ]lan llegado á ahogar toda la inteli-
gencia de un pueblo dotado de las más nohles cualidades del ingenio y de la imagi-
nacion, han comprimido cuanto han podido su desarrollo. En su aislamiento tétri-
co y sombrío, no han sabido dar á la sociedad española ni fuerza de cohesion, ni YÍ.
talidad progresiva, ni existencia vigorosa, ni homogeneidad compacta. Han, pues, fal-
tado á su primera mision y desconocido el principio vivificaLlor de la humanidad,
sin que hayan entendido las condiciones de su propia existencia.


Así vemos al poder real astLlto y avariento establecer con los H.eyes Católicos el
execrado tribunal de la Inquisicion, con el dohle fin de dar páhulo ú las pasiones de
un fanatismo religioso, sediento de sangre y de enriquecerse con los despojos de las
víctimas. La dinastía austriaca fué en extremo reaccionaria contra las lihertades na-
cionales y los fueros del país; y fuera de él, llevó la perturbacion y el exterminio
á los puehlos, siendo el campeon ciego y sanguinario, ú la par que interesado, del ca~
tolicismo contra la Reforma que sublevaba la Alemania entera, que pedi;) la pureza
de la religion de Jesucristo y la reivindicacion de los fueros de la razono Los reyes
de España, mantenedores del despotismo religioso y político, se entregaron al fa-
natismo sanguinario, levantando por su propia inspiracion y por sugestiones del
Vaticano cadalsos y hO,~ueras en todos los úmbitos de aquella colosal monarquía,
donde jam::ís se ponia el sol.


TrJs de ese período de ener..;í:1 fatalmente :mpleada vino una dpida decadencia
en lo~ reinados de los tres últimos reyes de la caS,l de Au ,triél, que élcobó con un
príncipe imhéci:, cuondo España, ~h,lust,l ya y aniquibda, hahia perdido todo influjo
en Europa. DurJnte el reinJdo de esos soberanos, generaciones enter;1S de pobbdo-
res fueron diezl1;¡adas en los suplicios, y como la se,-iur dd \~rdLlgo Ó los autos de fE'
de la Inquisiclon no bastaban para a¡wesurar hl ohr;] de extermin,lcion que se que-
ria, se acudió al medio nüs expedito de expeler de E:;l)aúa alos moriscos y los judíos.
Esta es la hora en que la Península se resiente todJ\"ÍJ de esa b:l1"barJ inlllJ!acion
impuesta por el ú1l1atismo <:1 los sucesores de Cirios V. El \'acío que dejó en la po-
blacion la expulsion de tantos moradores útiles y laboriosos no se ha llenodo aún:
diríase que el cielo ha querido que así fuese para eternizar la memoriJ de un crímen
tan atroz.


La monarquía española recobró alguna fuerza al llegar al sólio la dinastía france-
sa. Felipe V, Fernando VI y Cirios III cejaron un poco enel fanatismo cruel de sus
predecesores, sin haberlo por eso repudiado enteramente Mas oqucllos soberanos,
considerando su corona como una ddegacion lisa y llana de familia, hicieron de Es-
paña un apéndice de la Francia, hasta que algunos individuos de esa dinastía llega-
ron á proclamarse á sí mismos indignos del rango supremo ú que los llamara la CJ-




-4 1 -
sualidad de su nacimiento. Detengámonos un poco en este período de nuestros ana-
les contemporáneos, pues ofrece UEa enseñanza útil para los reyes, á la par que pro-
vechosa para los pueblos.


Cuando estalló la re\olucion de Francia en 1 í8~), reinaba en España Cárlos IV.
El suplicio de Luis XVI hubo de romper el lazo que sometia la corona de Gastilla al
beneplácito de la córte de Versailles por el pacto de úlmilia. Mas lo que el martirio del
rey de Francia habia destruido, la impericia de Cárlos IV y del priyado lo restable-
cieron de nuevo, vohiendo á poner España bajo la coyunda de la Francia. El pacto
de familia no bien habia caducado, cuando los tratados de Basilea y de San Ildefonso
lo reemplazaron cumplidamente.


y no bastaba esta nue\'a sumision del país, entregado al influjo francés; la prosti-
tucion vino ú ajar el trono y mancillar la corona. María Luisa y Godoy ejercian
solos el poder soherano. La mansion del monarca llegó á ser teatro de las escenas
mús repugnantes; allí se agitaron proyectos insensatos: allí inícuas conspiraciones
estallaron. Cúrl6s IV y l\üuía Luisa trataron de destruir su propia dinastía; el here-
dero presunto de la corona maquinaba intrigas contra su padre, y por último, de
tropel se fué toda la familia real á Bayona, declarúndose á sí misma indigna de
ocupar el trono.


Como los acontecimientos de aquella época son el punt~ de partida de las agita-
ciones que tantos males han causado ú España desde ltlOt-) ,;d, es indispensable,
aunque sucintamente, recordarlos, pues forman parte de la cadena de sucesos cuyos
resultados tocamos.


El Ií de Octuhre de I~oí firmósc en Fontainebleau un tr,llado que aseguraba al
f,l\'CJrito Estados independientes formados con una p,lrte del ve(ino reino de Portu-
f-:al, los AI";:lrhes. Esta improvisada y ridicula SObCLll1Ía habia de ser para el priyado
Godoy el [1rl mer P,1:-;O par·. 111 'IS hrillante diadcma, l1élda menos que para la de Espa-
ñ~l. Si hemos de cleer lo que no.Ó dice un histori~ldor contcnI'0r,~n(o, nunca se \'01-
,i6 Ú l¡ahlar en aquel timpo del crimiml rroyc.::to que años ~ltrás se Llsegurah~l «ha-
ber concel..,¡Jo ;\Llria l_Lli~Ll, arr,lStr;d,¡ de su CiC~.l pasion. contando con el aloya del
f¡yorito. Y 110 cabe duda que acerca de \ariar de dillLlstía se tanteó ,,1 \arias per-
sonas, lk2;ll1do .í punto de buscar amigos y r;¡rciales sin di~fraz ni rebozo. Entre
los soiicitados, fué uno el coronel de Pavía D. Tomús de JSuregui, ú quien des-
caradamente tO(Ó tan delicado asunto D. Diego Godoy. No falraron 0tros que
igualmente le promovieron; mas los sucesos, agolpándose de tropel, convirtieron en
hümo los idcado~ é impróvidos intentos de la ciega ambician (1).»


Hé ayuí, pues, cómo el primer pensamiento de un cambio de dinastía no ha salido
de ningun club reyolucionario, ni nos lo cuenta un autor progresista. Es una reina
y una madrc la que llc\ada de una vil pasion, sueña en echar del trono á su propia


~~~~~- -- ---


: 1) Torcno, IJ'vantal1liento, Gucrra.r RelJolucioll .ie Fspaíia, tomo L l'iÍg. 1 L EJicion BauJry.




- 42
familia, para que en él se siente su amante. El adulterio régiamente proclamado es
la fuente impura de donde sale semejante proyecto.


Mientras así maq uinaba una madre contra su propia familia, el heredero inmediato
de la corona fraguaba á su vez miserables intrigas con algunos necios palaciegos de su
cámara. Ineptos y sin brio para una conspiracion formal, intrigaban sigilosamente;
mas Godoy seguia muy de cerca esas ridículas maniobras, con el fin de apro\"echarlas
para sus proyectos, todavía ('cultos. Hallábase decidido, llegado el momento de dar
un golpe estrepitoso, ú sacar partido de la pasion criminal de ~laría Luisa y de la
vergonzosa debilidad de CúrlosIV, y el hacer que el padre se presentase públicamen-
te á acusar al hijo del crín!cn horrendo de parricidio, lo cual pareció al L1\orito un
pensamiento grandioso, y lo mús inaudito es que logró arrancar esta tremenda
acusacion al imbc:cil Cirios IV. Nada autorizaba tan horrible acusacion; todo ha ser-
vido para poner de manitiesta la falsedcH] del hecho. Mas ¿qué se puede decir de un rey,
de un padre, que supeditado á los consejos de aquel que manchaba d tjlamo real, se
presenta úla nacion acuscmdo en un documento solemne á su hijo dd mCls execrable
de los crímenes, y mús aún siendo falso? ¿Qué se puede decir de una dinastía hasta
este punto envilecida?


El real decreto del 30 de Octubre de 1 ~Oj, es un documento sobradamente impor-
tante en la historia moderna de Espaí1a para que no ocupe aquí su lugar:


"Dios, que vela sobre las criaturas, no permite la ejecucion de hechos atroces
cJando las víctimas son inocentes. Así me ha librado su omnipotencia de la mjs inau-
dita catástrofe. Mi pueblo, mis ya sallas todos conocn muy bien mi cristiandad y
mis costumbres arregladas: todos me aman, y de todos recibo pruebas de H'neracion,
cual exije el respeto de un padre amante de Stlti hijos. Vivia yo persuadido de esta
ycrdad, cuando una mano desconocida me enseña y descLlbrc el más enormc y el
mús inaudito plan que se trazaba en mi mismo pabcio contra mi persona. La Yida
mia, que tantas veces ha cstado en riesgo,' era ya una carga para mi succsor, que
preocupado, obcecado y enagenado de todos los principios de cristiandad que le en-
señó mi paternal cuidado y amor) había admitido un plan para dcstronarme. En-
tonces yo quise indagar por mí la yerdad del hccho, y sorprendiéndole en su mismo
cuano, hallé en su poder la cifra de inteligencia é instrucciones que recibia de los
mah'ados. Convoqué al exámen á mi gobernador interino del~Conseio, para que aso-
ciado á otros ministros practicasen las diligencias de indagacion. Todo se hizo, y de
ella resultan yarios reos, cuya prision he decrctado, así como el arresto de mi hijo en
su habitacion. Esta pena quedaba á las muchas quc me aHije!;.; pero así como es la
más dolorosa, es tambien la mús importante dc purgar, é ínterin mando publicar el
resultado, no quiero dejar de manifestar ú mis vasallos mi disgusto, que sed. menor
con las muestras de su lealtad. Tcndréislo entendido, para que se circule en la
forma conveniente.- En San Lorenzo, á 30 de Octúbre de r80j.-Al gobernador
interino del Consejo.))


)) Este decreto se aseguró despues que era de puño del príncipe de la Paz; así lo




atestiguaron cuatro secretarios del rey, mas no obra original en el proceso (1).>.
Cárlos IV, en quien toda sensibilidad quedaba embotada, y que habia perdido toda


dignidal personal, en cuanto hubo firmado este decreto acusador contra su hijo se
fué ú cazar. El príncipe de Astúrias aprove'::hó 1J ausencia del rey para pedir á la
reina que le permitiese presentJrse en su real CcÍ.mara. María LlJis<1 se negó á recibir
á su hijo, m<1S le envió el marqu~s Cahallero, ú la sazon ministro de Graci'l y Justi-
cia. Este consi;.pió que el P¡<ncire firmase una declJracion en la cual confesaha ha-
ber escrito una carta al emperador N apoleon con fecha del 11 de Octuhre, y denun-
ció <11 canóni.~o Escoiquiz como Jutor de aquella ca:-ta. Tamhien declaró haber fir-
mado un decreto escrito de su puti,o y letra con la fecha en blanco, por el cual que-
daba autorizado el duque del Infantado á tomar el mando de Castilla la NLleya en
cuanto el rey, su padre, huhiese muerto. Manifestó los medios de que se habia va~
Edo para su correspondencia con N apoleon y 1;]s personas que habian mediado. La
carta del príncipe de Astúrias ~ un dechado de ba}cza inaudita.


Godoy, no satisfecho aun con el decreto que habia arrancado á Cárlos IV, buscó el
apoyo de N apoleon. Hizo que el monarca espaí10l dirigiese una carta al emperador,
en la cual le manifestaba los proyectos del príncipe de Astúrias para apoderarse de
la corona, y ~lcusaba (1 éste de haber pensado en quitar la Yida á la reina, su madre;
crímenes por los cuales, aílauia Cárlos IV, el príncipe seria castigado ejemplarmente,
teniendo resuelto tras dd castigo alterar la ley de sucesion al trono, para que lo ocu-
pase uno ue los hermanos del príncipe de Astúrias.


Hé aquí rOl' segunda vez el pensamiento de alterar la ley de sucesion al trono; hé
aquí cómo "Iaría Luisa y Cádos IV, pJra Ll11 propósito Ó pJra otro, desprestigiaban el
principio fundamental de la monarqu:a hereditari2; hé aquí cómo el padre y el hijo
ambos olvidadizos de su carácter de soberanos independientes, van á mendigar la pro-
teccion de un e:\tranjero, haciendo que se entrometiese en sus desenfrenados odios.


Al saber Gouoy, por las declaraciones del príncipe de Astúrias, que el gobierno
imperial se hallaba mezclado á todas estas intrig.l~, se aterró. Mas su consternacion
subió de punto 31 recibir un despacho de D. Eugenio Izquierdo, su agente en París,
en que le decia que el mini~tro de Estado Champagny le habia manifestado que el
emperador se oponia á que por ningnn pretexto ni moti\'o alguno se hiciese la menor
alusion pública en ese negocio al emperador ó á su agente en Madrid. Lleno de miedo
con semejante manifestacion, Godoy sintió haber metido tanta bulla, y desde luego
todos sus conatos se dirigieron el sofocar tan ruidoso asunto, que tan indignamente
se habia llevado al tribunal ue la opinion pública con el decreto del 30 de Octubre.
Con el fin de echar tierra sobre ese escándalo, Godoy se fué á ver al príncipe de As,
túrias, y seguro de alíl.temano de la bastardía de éste, le ofreció su mediacion para
con el rey, á fin de conseguir de este el perdon, con tal que cual hijo sumiso que
confiesa su crímen escribiese las dos cartas, cuyo borract"or le enseñó. Fernando á




- 44-
tooo se avino, todo lo aceptó, y acto continuo copió las dos cartas preparadas de
antemano para su propia ignominia, puesto que debian ser publicadas. Dueño de
,estas cartas, Godoy hizo firmar á Cárlos IV el decreto siguiente, que fué inmediata-
mente publicado, cuya fecha es de 5 de Noviembre.


)) La voz de la naturaleza desarma el brazo de la venganza, y cuando la inadH'rten-
))cia reclama la piedad, no puede negarse á ella un padre amoroso. ",1~ hijo ha decla-
»rado ya los autores del plan horrible que le habian hecho concebir unos malyados:
"todo lo ha manifestado en forma de derecho, y todo consta con la escrupulosidad
))que exige la ley en tales pruehas: su arrepentimiento y asombro le han dictado las
"N':presentaciones que me ha dirigido y siguen:


"Señor.-Papá mio: He delinquido, he faltado el V. M. como rey, y como padre:
"pero me arrepiento, y ofrezco á V. 1\1. la obediencia más humilde: nada debía ha-
))cer sin noticia de V. 1\1., pero fuí sorprendido: he delatado á los culpables, y pido
"á V. M. me perdone por haberle mentido la otra noche, permitiendo besar sus rea-
"les piés á su reconocido hijo.-Fernando.-San Lorenzo 5 de Noviembre de d307.lJ


))Seí10ra.-Mamá mia: Estoy muy arrepentido del grandísimo delito que he C0111e-
"tido contra mis padres y reyes, y así con la mayor humildad le pido á V. :\1. se dig-
"ne interceder con papá para que permita ir el besar sus reales piés á su reconocido
"hijo.-Fernando.-San Lorenzo 5 de Noyiembre de ¡Ro7.


«En "ista de ellos y ú ruego de la reina, mi amada espos~l, perdt)no á mi hijo y le
"volveré á mi gracia cuando con su conducta me dé pruebas de una yerdadcra refor-
,)ma en su frágil manejo; y mando que los mismos jueces que han entendido en la
))causa desde su principio la sigan, permitiéndoles asoc;ados si los necesitaren, y
"que concluida me consulten la sentencia ajustada á b le:', segun fuesen la gra\e-
,)dad de delitos y calidad de personas en quienes recai::;::ln, teniendo por principio
,)para la formacion de car2,os, LIs respuest,1s d,ldas por el príncipe :1 las demandas
"que se le han hecho; pues todas e:'ítCm ruhricadas y ti.rmLldas de mi pUí10 , así como
"~los papeles a¡)fehendidos en sus meS::lS, escritos por su mano; y e:.;ta prO\'idencia se
,>comunique :l mis consejos y trihunales, circuILíndob á mis pueblos, [1clra que reco-
~


'>nozcan en ella mi piedad y justicia y alivien ia atliccion y cuidado en que les puso
"mi ¡)nmer decreto, pues en él yerán el riesgo de su soberano y pcldre, que como á
))hijos los ama y así me corresponden Tendréislo em;:ndido para su cumplimiento.
))-S.m Lorenzo, 5 de Noviembre de ¡S07.»


¿Qclé espaóol podrá jamús leer estos documentos históricos sin profundo dolor, al
ver así ajado el giorioso trono de Ca:,tilla? Ni menos podd comprender c(mo el dé-
bil C.irlos 1 V pudo prestarse á firmLlr amhos decretos, () cual mús afrentosos p:n3 la
dignidad del hombre, cU;lndo más tratándose de un p;:¡dre y de un rey. Sucesos como
este se encuentran rara vez en la historia, aun en lél de los pueblos más incultos,


Los jueces encargados de formar la causa declar:1ron la inocencia dé los culpados,
y entonces CárIos IV, por un acto de su capricho, mandó prender y de ;terrar á aq ue-
110s que los juec(s habian absuelto.




Así acabó ese ruidoso proceso del Escorial, en cuyos trámites no se sabe quién es
más despreciable, si el padre ó el hijo: allí empieza esa série interminable de atenta-
dos que de cuarenta años á esta parte vemos sin cesar renovarse entre los individuos
de la familia real de Espaí1a.


Las intrigas que se cruzaban entre .\ladrid y París preparaban acontecimientos
que debian lanzar á España en azares y agitaciones de todo linaje, y provocar una
guerra dcvast,ldora que, conmoviendo como de rechazo la Europa, m;-¡rcó en el ho-
rizonte el punto donde habia de nacer el huracan que acabó con el primer imperio
francés. Al acometer una agrcsion violenta', precedida de las más feas maquinacio-
nes. :"Japoleon prm-ocó á los espaí10les ,í que acudieran á la defensa de la patria. Así
lo veriticó la hidalgL~ía castdlana, y el heroismo del pueblo espaúol incitó á los de-
m(ls pueblos á una resistencia nacional contra el coloso imp..'rial, y de aquí nació la
formidable coalicion ú cuyo empuje se hundió el trono napoleónico.


El tratado dc Fontainehleé1Ulbria las puertas de la Península á las huestes france-
sa s. La p'-'rtidia que descolló en la interpretacion de ese tratado y las intrigas, cuyo
misterio no fué de larga duracion, tenian á la nacion en una angustiosa zozobra. Un
sorJo furor se daha ú conocer con señales manitiestas, y un incidente cualquiera, por
insi;.;nificante que fuese, podia ser la chispa que diera principio él un vasto incendio.
El proyecto de la familia real de trasladarse (t Sevilla fué la seí1al de una revuelta ge-
neral que aún dura hoy dia por el encadenamiento de los sucesos. Cárlos IV se Yió en
la precision de desmcntir en una proclama cste proyecto de viaje, qllC no por eso de-
jaha dc ser más verdadcro. Se di eron órdenes para reconcentrar tropas en las cer-
~anLls de Arc1l1jucz, mas á la par aClldian allí de tropel otras pcrsonas que traian mi-
ras asaz diferentes. El príncipe de Astúrias tenia relaciones con los oticiales de los
cuerpos reunidos en el sitio, y el plan era insurreccionarse en cuanto se intentase el
viaje de Sevilla. Cuando un plan estú ú punto de estlllar, se necesita poco para que
dé un estampido. Así fué quc una disputa entre una ronda de tropa y los guardias
del favorito, que ihan escoltando una dama querida de este, fué la señal del rompi-
miento. Tropa y pucblo se arrojaron al palacio del prindo, y todo lo que allí se en-
contr() fué hecho trizas. La guardia del palacio ninguna resistencia opuso) y Godoy
mismo, sorprendido en el momento en que se iba á la cama, apenas tUYO tiempo de
esconderse: medio desnudo. Esto fué el 17 de 1\lar2O.


Al dia siguiente el rey exhoncró al príncipe de la Paz de todos sus cargos; mas ni
esto bastó á los insurrectos. Una nueva asonada amagaba para la noche. El rey llamó
á los jc:fes de los cuerpos de la guarnicion, para saber si se podia contar con la tropa.
Estos contestaron que el príncipe de Astúrias era solo quien podia contener el mal.
Carlos IV llamó á su hijo, quicn se comprometió ú que cesase aquella agitacion.
:\Iientras csto' pasaba en palacio, Godoy habia sido descubierto en el escondrijo don-
de estaba oculto hacia trcinta y seis horas sin comer ni beber. El motin bullia en
las calles y plazas, y hi1rto costó salyar á Godoy del furor popular. El príncipe de
Astúrias, cmiaJo por Carlos IV para proteger;í aquel. halló al favorito detenido en
I




un cuartel. .Allí fLlé donde dió al desdichado príncipe seguridades de que se le perdo-
naria la vida. «Mas qué, le contestó Godoy, ¿V. A. es ya rey? JI «Todavía no, con-
testó el príncipe, pero luego lo ser¿ (1 ).JI


CelrlOS IV, abatido y sin energía para tomar una resolucion cual la requeria la
gravedad del caso, no supo hacer otra cosa más que abdicar, y dos dias despues
protestó contra este acto suyo, que dijo le habia sido arrancado á la fuerza, y re-
mitió su protesta, no á los cuerpos constituidos del Estado, sino al emperador
Napoleon.


La familia real, aceptando un protector en un soberano extranjero, se sometia
de antemano á las órdenes que este se dignara darle. N apoleon despachó, pues, á
Madrid, al general Savary,'con órden terminante:de encaminar á la familia real á Ba-
yona. Esta obedeció, á pesar de la resistencia del pueblo de l\ladrid. Ya en poder de
Napoleon, Cárlos IV echó en cara á su hijo su conducta, y le mandó despojarse de
una corona usurpada. María Luisa pidió á N apoleon', que em"iase á su hijo al cadal-
so. El hijo (2) consintió primero en una abdicaclOn condicional, invocando b necesa-
ria intervencion de las Córtes, bien que para nada se acordó de estas, cuando la
abdicacion del padre en Aranjuez.


Estos humos de resistencia en nombre de las leyes muy pronto se d~siparon, y
Cárlos IV, habiendo desechado la abdicacion condicional, toda da Fernando titu-
beaba, cuando le llegó la noticia del glorioso Dos DE ~h YO Y la insurreccion de
Madrid. Cárlos IV quiso atribuir á su hijo la honra de aquel lC\"antamiento, mas
achadndoselo <.Í. crímen le llamó traidor, y en presencia de N ~1poleon le intimó por
última vez que renunciase á la corona, con la amenaza de que una más larga resis-
tencia atraeria sobre su cabeza y la de sus cómplices la pena de parricidio, como
que habia querido quitar la vida á sus padres y soberanos (3). Al fin cedió Fernando
é hizo Clunto se le pedia, y Cárlos IV acto continuo, disponiendo de la corona de
España como de una cosa suya, la cedió ú N apoleon por el siguiente:


TRATADO.


t<Ccí.rlos IV, rey de las EspaÍlas y de las Indias, y N apoleon, emperador de los
franceses, rey de Italia y protector de la Confederacion del Rhi n , animados de igual
deseo de poner un pronto término á la anarquía á que está entregada la EspaÍla, y
libertar esta nacion valerosa de las agitaciones de las facciones, queriendo asim1-smo
evitar todas las convulsiones de la guerra civil y extranjera y colocarla sin sacu-
dimientos políticos en la única situacion qUé', atendida la circunstancia extraordi-
naria en que se halla, puede mantener su integridad, afianzarle sus colonias y


(1) Toreno. tomo l. pág. ,I'}.
I


(2) Ibid.
(3) Ibid.




- 47-
ponerla en estado de reunir sus recursos con los de la Francia, á efecto de alcanzar
la paz marítima; han resuelto unir todos sus esfuerzos y arreglar en un convenio
privado tamaños intereses.


»Con este objeto han nombrado, á saber:
»S. M. el rey de las Españas y de las Indias, á S. A. S. D. Manuel Godoy, prínci-


pe de la Paz, conde de Evora-Monte,
)) y S. ;;.r. el emperador etc., al señor general de division Duroc, gran mariscal de


palacio;
»Los cuales, despues de cangeados sus plenos poderes, se han convenido En lo


que sigue:
"Artículo 1.° S. M. el rey Cárlos, que no ha tenido en toda su vida otra mira que


la felicidad de sus vasallos, constante en la idea de que todos los actos de un sobera-
no deben únicamente dirigirse á este fin; no pudiendo en las circunstancias actuales
ser sino un manantial de disensiones, tanto más funestas, cuanto las desavenencias
han di\"idido su propia familia; ha resuelto ceder, como cede por el presente, todos
sus derechos al trono de Espaí1a y de las Indias á S. M. el emperador Napoleon,
como el único que en el estado á que han llegado las cosas puede restablecer el ór-
den: entendiéndose que dicha cesion sólo ha de tener efecto para hacer gozar á sus
vasallos de las condiciones siguientes: Primera, la integridad del reino será mante-
nida; el príncipe que el emperador Napoleon juzgue deber colocar en el trono de
España será independiente, y los límites de España no sufrirán alteracion alguna.
Segunda, la religion católica, apostólica, romana será la única en España. No se
tolerará en su territorio religion alguna reformada, y mucho menos infiel, segun el
uso establecido actualmente.


,)Art. 2.° Cualesquiera actos contra nuestros fie!cs súbditos desde la revolucion
de Aranjuez son nulos y de ningun nlor, y sus propiedades les serán restituidas.


»Art. 3.° S. M.: el rey Cárlos, habiendo así asegurado la prosperidad, la integri-
dad y la independencia de sus vasallos, S. "'1. el emperador se ohliga á dar un asilo
en sus Estados al rey Cárlos, á su familia, al príncipe de la Paz, como tambien á los
serriJores suyos que quieran seguirlos, los cuales gozarán en Francia de un rango
equivalente al que tenian en España.


"Art. 4.° El palacio imperial de Compiegne, con los cotos y bosques de su depen-
dencia, quedan á la disposicion del rey Cádos mientras "i"iere.


))Art. 5.° S.;\1. ti emperador da y afiaüza á S. M. el rey Oírlos una lista civil de
treinta millones de reales que S. 11. el emperador Napoleon le hará pagar directa-
mente todos los meses por el Tesoro de la corona.


A la muerte del rey Círlos, dos millones de renta formarún la viudedad de la reina.
«Art. (i.o El emperador Napoleon se obliga á conceder ú todos los infantes de


Espaí1a una renta anual de cuatrocientos mil francos para gozar de ella perpétua-
mente, así ellos como sus descendientes; y en caso de extinguirse una rama, recae-·
rá dicha renta en la e:-.:istente, ú quien corresponda. segun las leyes civiles.




"Art. 7. ° S. ~1. el emperador hará con el futuro rey de España el convenio que
tenga por acertado para el pago de la lista civil y rentas comprendidas en los artícu-
los antecedentes; pero S. M. el rey Cirlos no se entenderá dirC'ctamcnte para este
objeto sino con el Tesoro de Francia.


"Art.8.0 S. M. el emperador Napoleon da en cambio á S. M. el rey Cárlos el
sitio de Chambord, con los cotos, bosques y haciendas de que se compone, para
gozar de él en toda propiedad, y disponer de él como le parezca.


"Art. 9.· En consecuencia,S. M. el rey Cárlos rerruncia en fayor de S. !vI. el ~m­
perador N apolean todos los bienes alodiales y particulare::i no pertenecientes á la co-
rona de España, de su propiedad privada en aquel reino.


Los infantes de España seguirán gozando de las rentas de las encomiendas que tu-
vieren en España.


"Art. ro. El presente convenio será ratificado, y las ratificaciones se cangearán
dentro de ocho (1ias ó lo más pronto posible.


»Fecho en Bayona á 5 de Mayo de 1SoS.-El Príncipe de la Paz.-Duroc."
N o contento Fernando VI I de la abdicacion hecha en fayor de su padre, y de ad-


,hesion al tratado de 5 de ~1ayo, por el que Cárlos IV hacia cesion de la corona de·
España, tampoco quiso andarle en zaga en bastardía y avilantez, y á su yez firmó
otro tratado del tenor siguiente:


"S. M. el emperador de los franceses y S. A. R. el príncipe de Astúrias, teniendo
varios puntos que arreglar, han nombrado por sus plenipotenciarios, á saber:


"S. 1\1. ei em;1erador al general de diyision Duroc, gran marisc;ll de palacio, y S. A.
el prípcipe, (¡ D. Juan Escoiquiz, consejero de Estado de S. jvI. C., caballero gran
cruz de Carlos 1I 1.


"Los cuales, des pues de cangeados sus plenos poderes J se han con"enido en los ar-
tículos siguientes:


"Artículo 1.° S. A. R. el príncipe de Astúrias se adhiere á la cesion hecha por el
rey Cárlos de sus derechos al trono de España y de las Indias en [ayor de S. 1\1. el
emperador de los franceses, etc. , y renuncia en cuanto sea menester á los derechos
que tiene como príncipe de Asturias á dicha corona.


"Art. 2.° S. M. el emperador concede en Francia:l S. A. el príncipe de Astúrias el
título de A. R., con todos los h~nores y prerogativas de que gozan los príncipes de su
rango. Los descendientes de S. A. R. el príncipe de Astúrias conser"arán el título
de príncipe y el de A. S., Y tendrán siempre en Francia el mismo rango que los prín-
cipes dignatarios del imperio."


Los artículos 3.°,4.°, 5.° Y G.o, son relativos á las estipulaciones pecuniarias para
el príncipe de Astúrias) que consistían en las haciendas y bosques de JYavarre, en
Normandía, ú las puertas de la ciudad de En-eux, hasta la con;urrencia de cincuenta
mil arpens; una renta de cuatrocientos mil francos y otra de sesenta mil, cuya mitad
debia formar la viudedad de la princesa, su esposa, si le sobreviviere.


El artículo í.o aseguraba á los infantes D. Antonio, D. Círlos y D. Francisco el




-,49 -


título de A. R. con los honores y prerogativas de su rango, el goce de las rentas de
sus encomiendas, y una renta de cuatrocientos mil francos.


Este tratado es del la de Mayo, y el 12 firman los hijos de Cárlos lV, Fernando,
Cárlos y asimismo el infante D. Antonio, hermano del rey, una proclama á los espa-
ñoles, para que se sometan al emperador~ diciéndoles que todu lo deben esperar
para su dicha de las sábias disposiciones que tome N apalean.


Estos dos tratados de 5 y 10 de i\layo, la proclama del 12, un decreto del rey Cár-
.10s IV del4, y una órden á la· junta de Madrid, en la que Fernando VII enviaba
copia de la renuncia de la corona dirigida á su padre, fuéron la contestacion cínica
que aquellos príncipes d~gradados dieron al sublime arrojo del 2 de Mayo, y á la in-
surreccion general del reino, que siguió á la voz del heróico pueblo de Madrid. No
se conoce en los anales Jd m unJo nada que se parezca á esa série de actos inaudi-
tos Jam(ls hubo príncipes, que así se hayan complacido en su propio envilecimiento
ni jamás se ha visto una familia real, compuesta de cinco varones, declararse solemne
y paladinamente indigna del rango supremo. Pero no es mucho más brillante el
papel que en esas saturnales de la propia honra hace Napoleon. ¿Cómo p'..::.do aquel
génio extraordinario figurarse que se gana un trono con la violencia y el dolo, y
más que todo, cómo llegó á suponer que los españoles ratificarian la vergonzosa y
denigrante venta que de la corona hacian los Barbones de España? Y como si la co-
rona re:ü no fuese ya más que una cosa de desecho, el tal punto la habian envilecido
los que la hahian llevado y los que la querian ceñir, que rodando por el suelo, en
pocos dias pasó por cinco manos: tuvo cinco dueños. Arrancada de las sienes de
Cirlos IV, la tomó Fernando VII; la cede este á su padre, que la entrega á Napo-
lean, quien la otorga á su hermano José. N o cahe mayor atentado al derecho natural,
ni mayor desac~to á la SoheranÍa nacional. Afortunadamente la nacion española supo
sostener sus derechos mejor que los reyes cumplir sus deberes .


. A la degradacion siguieron el escarnio y la mofa, puesto que jamás se pensó en
cumplir, por ambas partes, los tratados de 5 y la de Mayo. Napoleon envió primt'ro
á Marsella á los reye; Círlos IV y María Luisa, con el infante D. Francisco y Godoy.
Fernando VlI, D. Antonio su tia, y D. Cárlos su hermano, fuéron trasladados á
Valencey. Allí aií.adió nuevos actos de ignominia y peryersiJad. Apenas llegados á la
residencia que debía servirles de cúrcel, aquellos príncipes de consuno escriben con
fecha 22 de Junio al emperador, fclicitcíndole por el ensalzamiento de su hermano
Jo~é al trono de Espaí1a, y le remiten otra carta para el nuevo rey, en la cual le
decian "gue los españoles no pudieran tener un monarca más digno Je ellos, y pe-
dian él José Bonap3rte que se dignase otorgarles algun afecto personal (1).»


En 6 de Agosto de 1809 Fernando VII escribia la carta siguiente al emperador.
«Seií.or: El placer que he tenido viendo en los papeles públicos las victorias con


que la Providencia corona nuevamente la augusta frente de V. ¡vI 1. y R., Y el gran-


:¡: Turcno.




- 50-
de interés que tomamos mi hermano, mi tio y yo en la satisfaccion de V. M. I. Y R.,
nos estimulan á felicitarle con el respeto, el amor, la sinceridad y reconocimiento
con que viyimos bajo la proteccion de V. M. I. Y R.


"Mi hermano y mi tio me encargan que ofrezca á V. :'\1. su respetuoso homenaje,
y se unen al que tiene el honor de ser con la mJS alta y respetuosa consideracion,
Seí10r, de V. 1\1. 1. Y R. el más humilde y más obediente servidor, Fernando.- Valen-
cey,6 de Agosto de 180~) (1).»


Hay todavía mJs: prosigamos. El -+ de Abril de lRIO~ Fernando VII escribia á
1\1r. Berthemy una carta en que decia: «Lo que ahora ocupa mi aten(;ion es para mí
un objeto del mayor interés; mi ma:'or deseo es ser hijo adoptivo de S. M. el empe-
rador, nuestro soberano: yo me creo merecedor de esta adopcion, que yerda,leramen-
te haria la felicid3d de mi yida, tanto por mi amor y afecto á la sagrada persona
de S. M., como por mi sumision y entera ohediencia á sus intenciones y deseos (2).))


y por último, hallamos en una Historia de Sapo/eon y .\1aría Luisa, escrita por
el secretario íntimo de ,¡quel mon3rca. que con ocasion del casamiento del empera-
dor, Fernando hizo cantar un Te Del/m en celebridad de aquel acontecimiento, y dió
una comida, donde pronunció el siguiente bríndis: "A la salud de nuestros augustos
soheranos el gr,1n Napoleon y \laría Luisa, su augusta esposa.» Excusado es advertIr
que aprovechó Fernando esta circunstancia pJra renoyar al emperador su pretension
de que lo adoptase por hijo, :' le otorgase el honor de poder presentarse en su
córte (3).


Se llegaria á dudar de la realidad de una série de hechos tan bochornosos, si no lo
atestiguaran documentos a~Jtéi1ticos. Al referir lo que pasó en aquella época de ig-
nominia, hemos seguido casi literalmente lo que de ella cuenta un historiador cuyo
nombre es una garantía muy rcleyante; y repitiendo lo que ha dicho el conde de To-
reno, no se achacará á los principios pro;resistas el afan de ennegrecer la yida de
aquellos reyes. Cuando tales CO:ias ha puhlicado el conde de Toreno, es que la fuerza
de la verdad lo ha cxigido así: y cuando los sacriticios heróicos dc los espaí10les tu-
vieron por resultado la expulsion de las huestes francesas del suelo p:1trio y la liber-
tad del rey, empezó otro período de I1LlCYOS y no menos crueles padccimientos para
los más Ínclitos defensores de la patria im"aJida y del trono sJh"ado.


Si á pcsar de IJ resolucion tomada por L1 familiJ rcaL los eSpJí10lcs se Jrrojaron (1
una gloriosa resistencia en defensa de la p:ttria ultrajada, y tomaron por bandera el
nomhre de Fernan,Jo VII) ello fué Jlor ser nccesario enarbolar un pendon que reu-
niese todas las \'Oluntades bajo un -óigno ¡'cconocido por el pueblo con flcilidau. '\las
al mismo ticmpo ycmos desde ¡L1e~o una excision entre los mis!11o" eSlxlí10lcs. resul-
t,1l1do el partido ¡1,lmaLlo aJi'tl.'¡CCSc1,io. q LlC "i bicn corto cn número, se componw


I ¡) Toreno, tomo 11, pág. 'P9 del apénJice.
[oreno.


(\) Baron de l\Ienneval.-Histori,1 de Ndj"oleoll y .Haría /.Ui',l. t,.m() l. p,íg. 2{j~.




- 51 -
por lo general de hombres de ingenio esclarecido, y en la opinion de los cuales un
cambio de dinastía se presentaba como la primera condicion de una regeneracion en
EsraÍ1a.


Entre los que se reunieron bajo ei est¿111darte de Castilla, el apego á la dinastía de
los Borbones no eLl tan ciego que, á la par que la proclamaban y Jefendian, dejasen
de imponerla condiciones; tampoco dejó de haher un pensamiento de federacion. El
clero mis:l10, por mJS que lo contrario se haya dicho, no fué tan adicto á la causa
de los Borbones, ni áia misma causa nacional Hechos son estos que merecen un
e:dmen, como prueba de que ei1 el a:10 1 SoS el despotismo que pesaba sobre la na-
cion h~ljO el cetL) de lo:; Borbunes, habia ya sugerido á muchos ideas po.:;o propicias
á la conservélcion de esta dinastía.


Elle\"antamicnto de jSU~ fLlé un acto de espontaneidad admirable. La formacion
de las juntas proJujo una yerdadera federacion, y hasta hubo conatos manifiestos
en algunas de proclamar un gobit::rno federal. En la reunion que hubo en Lugo de
las juntas de Galicia, Castilla y Leon, se discutió la forma de gobi':rno que se debia
organizar; se propusieron Córtes, y tambien un gobierno federal. La junta de Galicia
\"iendo ese pensamientu de federacion, esquiyó el compromiso (1). Zaragoza, en su
primer manifiesto, decia que para que la EspaÍ1a no careciese de su monarca usana
la nacioll de su derecho electivo.


El nombre Je Córtes se yeia por todas partes, y cuando al fin la opinion pública,
venciendo la oposicion y malquerencia de los absollltist;'ls y monárquicos puros,
consiguió que se reuniesen Córtes, los diputados que en Céldiz se juntaron, hIcieron
una Constitucion que manifiesta que el culto de la monarquía cual existia en Espai1a,
no era muy acendrado; pues si bien conseryaron al e'e)' un poder ~lsaz menguado, con
las cortapisas que pusieron á sus prerogatiYJs, liieron bastante á conocer cuánto
desconfiaban del monarca cautiyo en V,llencey.


A la par que en la Península se restringían CLlClrlto era posible las prerogativas del
trono, las coloni,ls eSl'aÍ1olas, sacudiendo el imperio de la metrópoli, proclamaban la
república. Si se toman en cuenta estas manifestaciones de un mismo pueblo en si.
tLiacioncs diversas, se ycndrá ú parar ú esta conclusion, que entre los espaÍ10les es-
Clarecidos de ambos hemisferios no habia un entusiasmo muy pronunciado en favor
de la monarquía pura.


Se ha dicho que el clero espaÍ101 influyó mucho en el leyantamiento nacional
de 1808. En esto se le ha hecho nüs flyor de lo que merece. Al contrario: fué tal el
numero de obispos y de cahilLios q Lle con harto esc:lndalo se apresuraron ú felicitar·
al hermano del emperador á su llegada ú :\ladrid, que la junta central se yió pre-
cisada á dar un decreto fulminante, con fecha 12 de Abril de [809, contra los pre-
lados y cabildos que tan paladinamente se separaban de la causa de los Borbones y
de la nacion.


----------------------




- 52-
A los prodigiosos esfuerzos del pueblo se debió el triunfo en la lucha sangrien-


ta que sostuvo durante seis años. En los últimos tiempos de esta, y cuando los
descalaoros sufridos en los años ,812 y 1813 en el Norte de Europa hubieron des-
quiciado el poder colosal del imperio, N apalean quiso acabar la contienda con
EspalÍ.a, firmando un tratado con el rey Fern3.ndo, como en efecto se firmó en
Valencey el 11 de Diciembre de ,8,3. Cuando se lee aquel documento histórico se
ve con asombro y dolor al emperador, ese gigante salido de las t11as del pueblo, sugi-
riendo al monarca espalÍ.ol durante la negociacion jel tratado odio y rencor contra
las Córtes de Cídiz. El 12 de Noviembre de 1813, le escribia que la Inp;laterra fo-
mentaba en Espaíl.7 la anarquía y eljacobinismo)~ se esmeraba en destruir la 1/10-
narquía. Mr. de Laforest, enviado por Napoleon ú Valencey, esforzó los arhumentos
de su amo, diciendo al rey que los ingleses lo habian destruido todo en EspalÍ.d,
hasta la religion, introduciendo y fomentando la anarquía y el jacobll1i~mo, y por
último, que habian querido suplantar en el trono la casa de Borbon con la de Bra-
ganza.


De paso, y hablando de este tratado, hay que observar que por el art. [4 se esti-
pulaba que las partes contratantes se obligaban ú hacer un tratado de comercio, y
mientras esto se verificaba, las relac!ones comerciales de las dos naciones se resta-
blecerian cuales se hallaban antes de la guerra de 1792. Esta estipulacion prueha que
no han sido solos los ingleses los que han pensado en un tratado de comercio con
EspalÍ.a. No es este el lugar de dar la historia del reinado de Fern~lI1do VII, y me
limitaré á narrar cuáles han sido las disensiones de la C3S3 real y sus odios, que tan
hondamente han socavado el respeto del [1ueblo ú la corona y puesto en duda, cuando
no dado al través con ei prestigio del principio monárquico como base fundamental
del reposo y de la prosperidad de las naciones.


Tras de la guerra y odios entre Cúrlos IV y Fernando VII, esto es, entre el pa-
dre y el hijo, vimeron gucrr3 y odios entre Fernando VII y el infante D. Cárlos.
Cuando por segunda vez la libertad de Espaí13 sucumhió en l~h3 con la inter-
vencion francesa, el partido apostólico, en sus ensueÍ10s de volver ú restablecer la
[nquisicion y ú renovar los di~lS infausto" de Torquemada y de sus sucesores, no
hallando á Fern3ndo VlI á la altura de sus proyectos, queria un Fernando de Ara-
gon ó un Felipe 1I, y creyeron hallarle en la persona del infante D. Cúrlos. Enton-
ces estallaron contra el mismo rey las conspiracion~s apostólicas de 182 S Y I1h7 Y
las intrigas de la Granja en 183:2.. Fernando VII habia conspirado contra su padre y
dado fin á su reinado en una asonada de solda.dos y de pueblo; justo era que D. Cár-
los, á la muerte de su hermano, levantara el negro pendon de la guerra civil y pu-
siera en duda el reinado de Isabel 11. Fernando VII, que habia proscrito y persegui-
do cuanto EspalÍ.a encerraba de pechos generosos y de personas de mérito, acabó por
desterrar á su propio hermano, cuando este no tUYO á bien sancionar con su obe-
diencia la promulgacion de la prahmática-sancion que anulaba el auto acordado de
Felipe V sobre la ley de sucesion al trono.




-:-'3 -
La muerte de Fernando VII fué la señal de la guerra civil, preparada muy de an-


temano: su primer estdmpido recordó á los proscritos liberales hasta entonces perse-
guidos por un rey ingnlto. La gobernadora del reino, conoció que necesitaba el apo-
yo del partido liberal; solicitó sus servicios por cálculo interesado, por miedo, por
necesidad, no ya por generosidad ni por ~n sentimiento de justicia que se ha queri-
do condecorar con el impropio nombre de c!emencil ... Ningun perdon necesitaba
el partido liberal de la corona á que no habia ofendido, y sí al contrario defendido
contra el extranjero invasor.


Los derechos de Isabel II y las pretensiones de D. Cárlos fuéron las bancleras al-
rededor de las cuales se agruparon los partidarios mús ú menos sinceros de la liber-
tad, ó los sectarios del absolutismo 1110núrquico y s:1ccrdotal. Empero si se estudian
detenidamente los incidente:> de la contienda que se empeñó y que siete élÍ10S ha se-
guido, hay que reconocer, que ni en uno ni otro de los campos existia ese entusias-
mo din~lstico que se ha tanto encarecido. Las cuestiones de nombres eran de poca
cuenta en las mira" y sentimientos de las partes beligerantes: la verdadera cuestion
estaba en los ¡wincipios de libertad y despotismo. Los unos aceptaban una monar-
quía sujeta J. una Constitucion que estrihaba en el principio de la Soberanía nacio-
nal: los otros querian esa monarquía, ejerciendo un poder absoluto, dependiente de
unJ teocraClél rica y poderosa Para conocer cuJ.n cierto es esto, no hay más que
echar una rápida ojeada sobre los incidentes de ese drama de siete años, que tuvie-
ron lugar así en un bando como en otro.


La primera declaraciol1 que hizo Doña María Cristina al tomar posesion de la Re-
gencia fué la del 4- de Octubre, en la que se decia que nada de concesiones; y sin
embargo, de concesion en concesion vino la gobernadora á resignar el poder supre-
mo en Valencia. ¿Y cu,íl fué el papel del poder real durante esa larga minoría? El de
la debilidad, cuando no el de la altivez. Los pronunciamientos de 1835, 1836 Y 1840
atestiguan que la autoridad monárquica habia perdido aquel respeto con que los pue-
blos un dia la acataban, y que el nombre de rey no era ya más que una fórmula tra-
dicional. El verdadero rey era el pueblo, y el poder lo tenian los partidos, imponien-
do cada cual á su vez su propia voluntad al trono.


¿Andaban acaso los carlistas más respetuosos con el rey de su Jeyocion? No. Zu-
malacárregui, el hombre de mús viso del partido, arrastraba tras sí á D. Cárlos como
peso incómodo, pero necesario. Despues de las ejecuciones sangrientas de Estella
en di3g ¿no tuvo D. Cirios precision de aprobar la conducta de ~1aroto en un docu-
mento público, desdiciéndose de lo que habia proclamado en otro documento pú-
blico, y votar la censura sobre la tumba aún humeante de la sangre de sus más
adictos partidarios? Llegó el dia de Vergara, y en aquel Convenio nada se estipuló en
favor de D. Cí.rlos, puesto en la humillante situacion de huir al extranjero, y aban-
donado de su ejército, que se sometió al gobierno constitucional.


Hay, pues, que reconocer que en esa contienda de siete años el entusiasmo mo-
nárquico y el principio ¡dinástico no han sido el orígen primordial de la guerra. Si




la legitimidad dinástica se ha hermanado en la persona de doíla Isabel II con el
principio de libertad, ha sido una feliz casualidod, mas truéquense los papeles y es
mCts que probable que los contendientes hubieran igualmente trocado su empeílo. Los
que han sido carlistas hubieran sido isabelinos, si doÍla Isabel 11 hubiese represen-
tado el despotismo; los que han defendido ~u causa hubiesen seguido la de don
C:lI·los si é:-itc hubiese sido la bandera de la libertad. En el triunfo, pues) que con
tanto valor buscaban en la guerra las dos partes contrincantes, los nomhres de las
do:,; personas reales eran, m:ls que otra cosa. un1 handera necesaria para reunir los
ánimos, y l' 11" a conseguir el ohjeto que cad! partido anhelaba.


Resumiendo la historia de la familia real de EspaI"n en este último período de
cuarenta aÍlos, esto es, de I~()7 ci 1~-+1), h81b111os LÍe;de luego :1 b 1'ein,1 \Iaría LuiS~l
intrig:¡ndo para llegar ú un clmbio de dinastía contra su prop;,l famili:¡. Círlos IV
acusa {¡ su hijo, her~dero presunto de la corona. de parricida y luego de usurpador.
En represalias, Fernando VII capitanea un motin militar y popuLlr que ]'rO\oc1 la
abdicacion de su padre, quien protesta contr" 1<1 Yiolencia sufrid'l. Cirlos lV y Fer-
nando VII se dirigen {¡ un soberano extranjero pidiéndole proleccion el uno contra
el otro. El anhelado protector exige de los ',TOS reYes e-.;paíl01e:; que s,llgan del reino y
vengan {¡ 13;I)'ona {¡ su presencia, y los dos reyes obedecen y se declaran solemne-
mente indi~~nos de la eorona~ resignando en tratados i:~nominiosos sus derechos al
trono de Espal1a, que venden á Nal'0leon. Ya cauti,·o Fernando VII, dirige felicit<l'
ciones Ú Nclpoleon, cclebrando sus yietorias sobre los espanolcs, que derraman tor-
rentes de su noble sangre en defensa de aquel re:-' quc así se prostitui;l á su carce-
lero. Los demc1s individuos dc la familia real siguen este odioso ejemplo. Vuelto al
sólio de que se habia decbrado indigno, Fernando VII ahandona ú sus padres, que
ya en edad muy <.wanzada y pobres pi"len un asilo al rey L1c :..!ápoles, y muercn des·
terrados en Italia. :\lcis adelante un partido conspira en nombre de D. Cúrlos contra
FernandoYIl. Este {¡ su vez promulga la pragmática sancion de C:lrlOS IV, s,ll\'ando
la sucesion de la corona, en odio el su herm~1l10. El p;utido de éstc, cuando no el mis-
mo D. CcirIos, arranca al rey moribundo la re\'ocacion de la promulgad] pragm:ltic:¡.
DoÍla María Cristina consiente esa re"ocacion y en el despojo de sus pr0l'ias hijas.
Vuelto en sí el rey, retira su retractacion en un decreto en ~ue declara que la "io-
lencía le habia arrancado esta declaracion, y cxtraÍla del reino ci su hermc1l1o. Mucre
Fernando VII y D. Círlos se presenta el disputar el trono ú su sobrina, y durante
siete aÍlos una horrible guerra siega "idas sin fin, hasta saher q uicn ha de reinar en
EspaÍla, si la sobrina ó el tio; cuestion que'la \'ietoria úl11a en rayor de L1 primera.
Mientras la guerra ardia en los campos de batalla, el palacio de '\ladrid era teatro de
otra guerra de familia entre dOlla María Cristina y la inLlnta doÍla Luis,¡ Cll'lotc~,
hermanas y cuíladas. DoÍla M,¡rÍ,1 Cristina, gohernadora del reino, consigue q LlC
la infanta y su familia salgan del reino, ú donde no yoh'ieron mientras María Cristi·
na fué regente. A su I'CZ la infanta ejerció terriblcs represalias contra su hermana; y
por último, el casamiento de María Cristina, hija. esposa y madre de reyes, con un




particular, hecho sin ejemplo en la historia de Esparra, ha sido un último y contun-
dente golpe al prestigio del rrincipio monárquico.


¿En qué país, prquntamos, en qué é¡)oca, en qué historia del mundo, se halla una
série de hechos tan es:::anJalosos y tan impro¡lios en una familia real? Y si se ha men-
guado el res;leto, el acatamiento del principio monírquico ¿será acaso culpa de la de-
mocracia ó será debida á le,s oJios, Ú los eXC(~SO:i, ,í los errores de los descendientes
de Felipe V, que nunca han dejado de reconocer L1 ~Ll¡m:m~lcía Yergonzosa de Francia)
Como si no hLlblesen oh'idado su orígen francés, han marchado casi constantemente
en contra-sentido del mOyi1l11ento general .de las ideas: y en general no han sabido
hacer.se perdonell' su hasLHdo despotismo I,romu\le:hlo l::l rrosperida,l de Espaí1a,
COIllO otros'ohiernos ahso!uto~; lo hall s lhido 11:1C:':I'. LS l"cl[1:1 no sólo ha risto el des-,-'
ctrrollo intelectual de sus hijos compril1lido por un lll'spotisl1lo necio y brutal, l11a~
ha sufrido los melles sin cuento de una administraclol1 tir:l11ica, ignorante, corrom-
pidü, y para colmo de desgracias, se h:l11a de cuarenta el[10S acú entregad;:¡ á agitacio-
nes profundas, cuyo origen han sido los odios de lél casa reinante, sin industria, sin
comerc;o, sin agricultura y con la denigrante tacha de una banca rota permanente.


El país no ha poJid.o sufrir esta cruel dL:cadencia sin q uc el ¡1oder que ha dirigido
la nacion no pieda SLl presti,~io LC)s pLH~hlo:) dejan ~k acatl1' lo que les daií.a: yen
los tres siglos que lle\él de existencia la monarquía compacta de Espaí1L1, su gobier-
no ha sido la imágen del desórden y de la an~Hguía, cuando no ha sido un azote des-
tructor y oscurantista. ESJ corona, símbolo de alguna gloria militar, y sobre todo
de un fanatismo sediento de sans-re en nombre de la rcligion ó de la política, ha
\'enido á parar á las sienes de una niI1<1, hereJna, hasta cierto punto responsable
aunque inocente, de tantas bajezas, de tantas maldades y de tantos escándalos
como se han hacinado durante los últimos dos reinados. Su cuna ha sido mecida en-
tre los ayes de una guerra fratricida, cuyo orÍgen fué el capricho del fundador de la
dinastía francesa y cuya realizacion ha cumplido la ambicion de otro príncipe de la
casa de Barban.


Una larga minoría, acomparrada de todas las agitaciones de una rcno\acion social,
ha encendido pasiones YÍolentas. La regencia de .\L1rÍa Cristina, supeditada á un par-
tido reaccionario y siguiendo ciegamente las inspiraciones de este, no ha dado realce
j la autoridad monúrquica á los ojos del pueblo, antes bien, la ha menguado en
mucho. La resistencia terca y desleal que el gobierno de \Iaría Cristina ha presen-
tajo para contra restar ó anonadar la obra de la reforma, ha pro\ocado luchas terri-
bles, ú veces deplorables, mas de las cuales la autorid;-¡d re;11 ha salido siempre ven-
cida ó mal parada ... Por último, la situacion personal que ha escogido dorra l\laría
Cristina, tan contraria el todos los antecedentes de las reinas de España, no ha servi-
do por cierto de refulgente aureola para la corona de Castilla.


Ignoramos por qué medios sobrenat'.lrales llegará el formarse un pacto sincero en-
tre el trono y la libertad. Hasta ahora los principios constitucionales y la forma de
gobierno representativo, no sólo no han sido capaces de cimentarlo, mas al contrario




- jo-
han provocado muy sérias contiendas y sembrado la desconfianza y el desafecto. La
nacion en su inmensa mayoría quiere ser libre, y anhela con ánsia volver á tomar
en Europa el rango que le está asignado por la Providencia, y que ha ocupado en
otros tiempos. Mas hasta ahora lo que ha visto la nacion mientras manda un partido
reaccionario en el reino es que para destruir la libertad va en busca de un apoyo
extranjero, imitando en cuanto tiene de pésimo su sistema de administracion y de
política, traficando con la independencia nacional, hecha presa de la Francia desde
que reina en España la casa de Barban, cómplice cuando no instigadora de este do-
ble atentado contra la libertad y la independencia de un pueblo grande, valiente y
digno de mejor suerte.


En el reinado de doña Isabel II queda todavía un enigma, cuya revelacion perte-
nece al pon"enir. Su edad la absuelve de toda responsabilidad moral y material, si bien
los principio, de su reinado son harto tristes y dolorosos. Mas sea cual fuere la
suerte que espera á la reina y al país, la historia no achacarú al partido democrútico
los males que muy probablemente tendré mas que sufrir, y de que son funestos pre-
sagios los ya sufridos de 1843 ad. En Espaí1a como por do quiera donde la libertad
ha tomado su vuelo para sujetar el poder monúrquico ú reglas normales, calculadas
para su resplandor y en bien procomunal de todos, los reformadores han tropezado
con granles diflcultade.s; mas no son los novadorcs los q uc han estrellado la nave
del Estado contra los escollos; los realistas son los que siempre han perdido la cau-
sa de los reyes.




CAPÍTULO V.


ESPÍRITU DE PlZOVINCL\L!SMO.-L\S PROVINCIAS VASCONGADAS Y NAVARRA,-
LOS FUERISTAS. -CATALUÑA.


Entre las grandes dificultades que los tiempos pasados han legado á los presentes
y que se oponen ú una nueva y mejor organizacion del reino, descuella en primera
línea el espíritu de provin,:ialismo. Los gobiernos que hasta la época presente han
regido el país, débiles é igl1or~lt1tes, no han sabido aunar las diferentes y sucesivas
a;:;rcgaciones de provincias que hoy componen el reino, en un centro de nacionali-
dad unitaria, compacta y robusta, Destruir las libertades aisladas de cada pro\'incia;
repudiar la cOlwocacion de los diputados ó procuradores de cada una de ellas en un
Congreso ó en Córtcs; nególr al pueblo toda participacion en la gobernacion de los
asuntos del Estado, hé aquí cuáles han sido por espacio de tres siglos bs bases del
gobierno de Espaí1a. De tan pésimo régimen ha resultado esa falta de unidad admi-
nistrativa, judicial y legislati\'a que ha dado pábulo al espíritu de proyincialismo y que
ha sido un disolvente del principio de nacionalidad, en lo que tiene de grandioso, de
noble y de fraternal entre los hijos de una misma patria.


Las provincias que con mayor tenacidad han conservado un espíritu de provincia-
lismo contrario á la unidad nacional son las Pro\'incias Vascongadas, Nayarra y Ca-
t alu í1a. En las dos époc[ts constitucionales de 1820 á 23 Y de 1833 á 40, allí baIló el
absolutismo asilo y apoyo en la poblacion rural, y al contrario, una re~lÍstencia
tercl en 13s ciudades. Por desgracia, estas dos opiniones encontradas respecto á la
cLlestion constitucional dejan de disentir cuando se trata de la formacion de un
centro de union administrativa que dé al gobierno, sin ser molesta, la fuerza que
llaste para que su autoridad alcance á todos los radios del reino; en una palabra,
para que haya un gobierno central y unitario.


Mucho se ha hablado de los fueros de las Provincias Vascongadas y de Navarréll




- 5~ -
Se ha dicho de ellos que son las más sábias instituciones que ha poseido la sociedad
humana. De ahí, el ponderar la justicia de la causa de los fueros en contra de la uni-
dad nacional que ha querido España.


¿Qué hay de "erdad en esa magnífica epopeya, en esos ditirambos para ensalzar los
fueros? Nada, ó poco más. Cuando se entra concienzudamen te en el exámen de esos
fLleros, que algunos han calificado de republicanos, lo que se halla es una oligarquía
aristocr~itica, lo que eqllÍYale al gobierno del país por un escaso número de privile-
giados, ignorantes y egoistas que á la sombra de rancios usajes y de fórmulas en-
vejecidas, ha regido las proYincias y mantenido sujetos á una obediencia p~siva y
su¡)ersticiosa al pueblo, hecho en cierto modo siena de la gleba. Esa oli,~;¡rquía,
como todas, es de esencia poco generosa; lo que quiere es el mando y el gobierno en
propio provecho, por tanto, opuesta á la unidad nacion~ll que destruye su poder. Si
defiende los fueros contra la centralizacion nacional y útil, es en vista de sus intere·-
ses indi"iduales; pero fuera de la cuestion especulatiya ú su f<'1\"or, en todas las oca-
siones se la ye dispuesta á sostener los abusos del despotismo y los caprichos abso-
lutistas de los gobiernos. Nada hay más rendido y humilde que el bando fuerista. ,Y
por cierto no deja ser un conjunto de raros defensores de la libertad y de institucio-
nes republicanas un bando que se ha diyidido en la última guerra en carlistas yab-
solutistas solapados, afiliados estos en el partido retrógrado llamado moderado, pug-
nando aquellos con D. Cárlos para entronizar el absolutismo clerical.


El heróico levantamiento y guerra que hizo y sostuvo Espaii.a de 1808 á 1814,
ofreció á los yascongados y á los navarros ocasiones mil de ostentar su intrepidez,
sus instintos belicosos y su prodigiosa aptitud á batallar en las breñas dd Pirineo.
La resistencia que opusieron cí. los im periales los moradores de aquellas provincias,
fué tenaz y gloriosa. En los peii.ascos y alturas de las montañas, como en los desfila-
deros de sus cañadas, sostuvieron con bizarría y buen éxito el choque que sufrian
las otras prm'incias con igual denuedo, aunque con fortuna varia, en los llanos de
Castilla, de la l\bncha, de Extremadura y de Valencia. Mas no salieron de entre los
rangos de la oliga:'quía fuerista los héroes de aquella guerra local que diezmaba dia
por dia los ejércitos franceses. El pueblo fué el nhastecedor de esos ínclitos jefes de
guerrillas: familias pobres y OSCurelS dieron á la patria esos denodados caudillos, mo-
dernos Viriatos y Sertorios. Los ;Vlinas, los Espoz, los Chapalangarra, los J úuregui,
eran hijos del puehlo y de honrados labradores. El primero que sobresalió entre to-
dos fué el jóven Mina, que tUYO la desgracia de caer prisionero de los franceses, ser
llevado á f\ancia, y encerrado en una torre de Vincennes. Su tia y su segundo en el
mando, Espoz y l\lina, más conocido por el segundo apelliJo, que conservó en me-
moria y honra del sobrino, se hizo temible por su arrojo y esclarecida inteligencia
en la guerra de fl1ontañas~ regularizó sus guerrillas, hasta el punto de sostener em-
peños formales con las tropas del imperio, y cuando no, burlaba las estudiadas y la-
boriosas com binacione~) estratégicas de los generales de N apalean, haciéndoles pri-
sioneros por millares.




59 -
Empero tan h~róica defensa del suelo patrio contra el invasor, no la fecundaba el


amor de la libertad política. La oligarquía vasco- navarra, si bien contribuyó á la re-
sistencia contra el extranjero, ninguna simpatía tenia por la libertad: no quería la
emancipacion del pueblo, y no repudiaba el poder til'élnico, que hasta entonces ha-
hia sido la regla de gobernar. Un hijo del pueblo fué quien supo ver ese yasto hori··
zonte, y quiso que el triunfo material de las armas sobre los extranjeros fuese la
ocasion del triunfo de la emancipacion públic~1 de España. Mina des~lfió el poder
últimamente restahlecido de un rey in¡:;rato y tirano. y en cuanto aquel rey sin fe
hubo volcado lo Constitucion, Mina intentó denodadamente apoderarse de Pamplona
é11 ;rito de ;Yiya la Constitucion! Salió mal en su empresa: la oligarquía Yasco-na-
yarra que habia conseguido sus fuero~;. es dl'cir, sus priyilegios egoistas, comr:atió
contra el hijo del pueblo, )' prosternado á los piés del rey absoluto, le rindió pieno
homenaje.


Vencido éste en [i-l20, tras de muchas malogradcls tentativas en fa\'or de la Cons-
titucion. y restahlecida est,l, los fueros quedaban de~truidos. prevaleciendo el princi-
pio de la unidc1d nacional y constitucional. N o tardó mucho la oligarquía fuerista en
ley"ntar el pendon de la ~juerra civil, y la insurreccion que provocó fué la b"s(~ de
tOl1:1S bs conspiracione,s realistas que se fraguaron para acab~r con 1:1 Constitucion,
CLl\'D cé1ida debia ser la sci1al del restablecimiento de los fueros, Para ello se aunaron
re:'. realista) y fueristas, llamaron al extranjero:l restablecer el poder absoluto del
rey: lo consigucn~ l'~¡~a el francés el Vidasoa, mas el pueblo vasco-navarro, domi-
n~ldo por la 0lig:1rquía fuerista, franque::l el paso á los soldados del duque de An-
gulema por 8quc:llos mismos desíiL1deros donde nueye ,,110S antes habia, con tan-
ta bizarrí::l, vencido l<1s lcuiol1cs del imperio. Así, pues, en odio él la libertad polí-
ticl. lo; fueristas se insurreccionan contra la Constitucion, encienden la guerra civil,
il~[;ll::1n al extranjero ai suelo s:1grado de la patria y comprimen el valor del pueblo
parD que no oponga resistencia ú las huestes extr::mjeras. Destruida la libertad espa-
ílola, el resta~)lecimiento de los fueros fué el premio de esa doble defeccion á la liber-
tad y ú la nacionalillad.


L, gloria yerJadcra, noble y pura que tan bien nlcrecida'tenian las provincias Vas-
co-Na\'arras por su heróica resistencia ú las é1guilas imperiales, como el fatal inliujo
que tuyieron en el triunfo del absolutismo en el ailo r8:o.3, habian engreido al bando
lúerisUl en sumo grado Así es, que en cuanto los odios y las ambiciones de la familia
rcal hicieron presentir una guerra ci"jl á la muerte de! rey, los fueristas se apronta-
ron á ejercer grande influjo en la suerte de Espaóa, dando ó negando su apoyo á uno
¡') /¡ otro de los partidos que ihan el. encontrarse con las armas en la mano, cada cual
s(:sun sus miras. Esta falta de union entre los partidarios de un mismo bando, los
.lcrdió á tojos Los unos se acogieron al campo de D. Cl'írlo:" ayudaron en poco su
,,1US1~ los otros scnL1ron plaza entre los defensores de Isabel ll, y no han sido más
'jlll: un estorbo en razon de.;us exigencias 01igc1rquícas y de su apoyo á la reacclOn,
cual un pacto interLsado.




_O. 60 -
Sabido es que durante seis años aquellas provincias fuéron el teatro de una guerra


que acabó con la expulsion de D. Cárlos del territorio español y la sumision de la
mayor parte de su ejército al gobierno constitucional. El convenio de Vergara dió
la paz á esas hermosas provincias. Aquel sublime abrazo de hermanos se hizo al
grito de ¡par, par.' y de ninguna manera al de ¡fueros, fueros! Los partidarios de
D. Cárlos tenian tan sobradamente sabido que á las masas del pueblo ningun entu-
siasmo les inspiraban los fueros, que en vano se buscaria en las proclamas de aque-
lla época una palabra acerca de ellos.


Ese terrible período de seis años de una lucha fratricida ha dejado en aquellos
moradores recuerdos que jamás se borrarán de su memoria, y que hacen imposible
que retoñe nueva guerra. La reconciliacion de Vergara fué leal y sincera. Los sol-
dados arrojaron léjos de sí el arma homicida para asir la esteva y el azadon, y vol-
vieron á sus trabajos del campo. Los bendicios de la paz brotaron por do quiera: el
gobierno levantó los secue::;tros de bienes; las contribuciones excesivas que el
Pretendiente tenia que imponer y abrumaban las provincias, cesaron. Así fué que
cuando las autoridades constitucionales se presentaron para tomar el mando, fuéron
acogidas con aclamaciones de alegría, y la organizacion que se dió á los ayuntamien-
tos fué recibida con aplausos por el pueblo. Todos se entregaban él la risueña espe·
ranza de mús venturoso porvenir. Estos sentimientos de la generalidad de los vas-
co-navarros, no eran los que animaban él los fueri~stas, y aquí hay que dar un paso
hácia atrás, para coger más adecuadamente el sentido de acontecimientos posteriores.


Los hombres influyentes del bando fuerista que seguian la bandera de Is~bel II,
habian en su mayor parte emigrado á Francia y vivian en Bayona. En la previ.;ion
de ]0 que podia sobreyenir, y queriendo darse una importancia de la que en realidad
carecian, se les ocurrió sugerir al gobierno de Madrid el pensamiento de levantar
una bandera que en su opinion debia desquiciar al ejército carlista 1 sembrando
la disension entre los jefes y la desercion en 13s filas de los soldados. Esa bandera
debia llevar por lema par y fueros. Un intrigante mañoso se prestó á ser el porta-
estandarte del nuevo partido. Fué el escribano MLlñagorrl.


El gobierno de l\ladrid dió de lleno en el lazo. Creyó haber hallo do un talisman mi.
lagroso en la dichosa bandera de pa:¡ y fueros. En pagode tJn lata 2dhesion, los fue-
ristas prometieron á aquel gobierno la suya cabal á los proyectos reaccionarios, ya en
ciérncs. Esto pasaba á últimos de 1837. O Eusebio de Bardají y Azara, á la sazon
presidente del Consejo de ministros, fllé el primero que aceptó inconsideradamente
el plan de los flleristas de Bayona, dando el D. Vicente Gonzalez Arnao la comision
de entenderse con ellos. Partió Anuo á Bayona con las instrucciones del gobIerno,
el cual hizo un misterio de esa negociacion al entendido parriota D. Agustin Fer-
nandez de Gamboa, en aquel tiempo cónsul de S. M. en Bayona. Tambien llevó
Anuo fondos de alguna consideracion; puso manos á la obra y no faltaron pro-
mesas mientras duró el dinero que llenra. Mas el resultado final fué que me-
dian te la promesa dada de g ue todo el que se acogiera á la bandera de par y fueros




61
recibiria una peseta diaria, acudió sólo un cierto número de desertores de las filas
constitucionales, y ninguno de las carlistas; lo que visto por los generales constitu·
cionales, dieron las órdenes más terminantes para poner coto al desórden que pro-
yocaron en el ejército las excitaciones de los fueristas con su malhadada bandera de
par y fueros.


El desgraciado plan de Muñagorri costó mucho dinero al gobierno y cayó por
sí mismo de puro ridículo, á pesar de los esfuerzos de los refugiados de Bayona,


que no pararon por eso en sus relaciones con el gobierno de Madrid, hasta que
con el convenio de Vergara pudieron volver á su casa, bien decididos á no perdo-
nar medio p:1ra conseguir el restablecimiento de sus fueros, cuyo goce interrum-
pido por la guerra era deseado con mayor ahinco. Mas el convenio de Vergara no
estj pulaba la conservacion de los fueros; el general Espartero adquirió solamente el
com¡)romiso de recomendar LÍ. las Córtes su conservacion ó modi11cacion, dejando á
los representantes de la nacion expedito y libre e! camino de una resolucion sobe-
rana, como á quienes estaba reservada esa facultad.


Recientes elecciones habian traido á las Córtes una inmensa mayoría progresista,
coinCIdiendo este triunfo electoral de un partido con el memorable acontecimiento
de Vergara. Retrógrados y fueristas se dieron la mano para acabar con aquellas Cór-
tes, bien que elegidas bajo un ministerio esencialmente reaccionario. La oligar-
quía vascongada m(ls que nadie deseó una disolucion, pero desde luego conoció
cuál seria la suerte de los fueros en unas Córtes progresistas, en cuyos principios
descollaba la unidad nacional en la gobernacion constitucional del reino, y preyie-
ron los fueristas que este pens~llniento habia de prevalecer sobre sus miras egoistas
y mezquinas. Diéronse, pues, prisa á crear trabas al espíritu de unidad que animaba
el las Córtes; pusieron en juego cuantos medios estaban á su alcance, y provocaron
con un pretexto ú otro reuniones para pedir la conservacion íntegra de los fueros.
En Guipúzcoa, por ejemplo, hubo una reunion en Vergara , y como inspirados por
la memoria del resultado conseguido pocos dias antes en esta poblacion, si bien
dirigieron los que formaban aquella Asamblea grandes elogios al Duque de la Victo-
ria, no desperdiciaron la ocasion de recordar sus pretensiones «Consideramos
j V. E., decian en 4 de Octubre, como á nuestro padre, nuestro pacificador, nuestro
protector, quericndo que los fucros de Guipúzcoa tengan la duracion del globo ter-
restre. A la menor insinuacion del protector padre de Guipúzcoa , nuestros corazo-
nes, nuestros brazos cstarán siempre prontos, prontísimos á hacer obedecer la vo-
luntad de nuestro padre protector.»


Pensaban aq ucllos fueristas deslumbrar al general Espartero con su servil incien-
so: pero á los cuatro dias de ese mensaje Jdulador, es decir, el dia 8 de Octubre, le
dirigieron otro en que le manifestaban sus quejas contra las autoridades constitu::;io-
nales, y sin rebozo se presentaban como los árbitros del país, pudiendo cuando les
plugiera sublevado, p~ntándolo desde luego como entregado á una violenta agita-
cion, y daban fin á su mensaje diciendo: HA no ser por efecto de la completa con-




fianza que todos tenemos en V. E., el don precioso de la paz no hubiese sido más
que un brillante metéoro para nuestras poblaciones.»


Sobradamente conocia el general Espartero al bando fuerista, para que la trivial
adulacion de esos escritos le hiciera la menor ilusion sobre sus verdaderos planes.
Habia vivido demasiado tiempo en las Provincias Vascongadas para no conocer el
espíritu de sus moradores y su indiferencia respecto cío fueros. Acogió, pues, los dos
mensajes de 4 y 8 de Octubre, sin dar fé él fingidas simpatías y sin asustarse tampoco
con los soñados peligros que le pintaban. Lo propio hizo con cuantas peticiones le
dirigieron las diferentes pandillas fueristas.


Las Córtes decretaron e12 5 de Octubre de 1839 la conservacion de los fueros, salva
la unidad constitucional; mas la brutal disolucion de aquellas Cf')rtes que acababan
de reunirse, dió tregua á las zozo~)fas de los fueristas, aunque seguros de que el mi-
nisterio que daba ese golpe de Estado con el fin de deshacerse de un Congreso pro-
gresista, no daria cumplimiento al decreto del 25 de Octubre, dejándoles en el goce
de sus fueros. Con todo, para asegurarse más y más de ese apoyo, hicieron saber al
gobierno de Madrid que podia contar con su adhesion á los proyectos reaccionarios
que despuntaban cada dia más pala~1inamente, con tal que se les conseryaran inta;::tos
los fueros. Dióse prisa el ministerio á satisfacer el pacto, y el 1 (i de Noviembre dió un
llecreto que equiyalia á la conservacion completa de los fueros. Triunfaba el bando
fuerista, y tan sólo San Sebastian se negó á dar cumplimiento al decreto. Esta escan-
dalosa proteccion del gobierno que así conculcaba 121 ley de12 5 de O;::tubre, puso una
vez más de manifiesto que una misma bandera seguian el bando retrógrado y el
fuerista, queriendo ambos una misma cosa con diferente forma. Ni uno ni otro te-
nian un solo pensamiento generoso de la libertad. Los llamados moderados que-
rian el monopolio del mando absoluto con un simulacro de gobierno constitucional,
y los oliga~cas fueristas querian para sí el monopolio del mando en las prO\incias,
con apariencias de eleccion popular. Tan corta es la diferencia entre las miras de
unos y de otros, que se puede uecir que es una sola y misma cosa con diferentes
apellidos.


El pronunciamiento de Setiembre de 1~40 halló á los fueristas en el pleno goce
de sus priYilegios; vino á perturbar su alegría y puso en duda el porvenir que acari-
ciaban. Grande fué su desconcierto y su empacho. Sin fLlerza para poner diques al
torrente que corria por toda Espaí1a, cejaron, más con el firme designio de no des-
mayar en su propósito. No pudiendo contar con el ;¡poyo del pueblo para una in-
surreccion de que tanto habian hablado " desistieron de toda opresion violen ta.
obrando con maí1a, ya que la fuerza les faltaha. Desde luego el bando fuerista se
puso en rebcion directa con María Cristina, dirigiéndola los de Vizcaya dc:;de Bilbao.
una carta en la cuallc ofrecian un asilo en aquella provincia, donde podia contar con
las simpatías de todos sus moradores; ofrecimientos á que debió contestar María
Cristina con la promesa de restablecer en sus dias los fueros, pues á la vuelta de esta
señora á España en 1844, la impaciencia de los fueristas, todavía no satisfecha pOi'




- 63-
el gobierno, dió rienda suelta á sus quejas sobre la falta de cumplimiento en que
hasta entonces quedaban las promesas de 1840.


La Regencia provisional tomó algunas disposiciones conforme á la ley de 25 de Oc-
tubre de 1839. Mandó en I~l y 31 de Diciembre que el juez de primera instancia de
San Sebastian tomase posesion de su destino sin pararse en la oposicion de la diputa-
cÍon foral: el 5 de Enero de 18 . .p mandó que las leyes, decretos, órdenes y senten-
cias, se cumpliesen y obedeciesen en las Provincias Vascongadas sin necesitar ni pe,
dir el pase Ji)ral. En 15 de :\larzo se quitó á las diputaciones forales la policía, que
pasó á manos del representante del gobiernb, y se dieron otros decretos para la me-
jor organizacion de los jueces de primera instancia. A estas medidas se limitaron los
acto,s del gobierno en favor de la unidad constitucional que exigia la ley de 25 de
Octubre de 1839. Ninguna innovacion se hizo en los ayuntamientos, aunque for-
mados de un modo nada conforme á la unidad constitucional. Hubo algunas po-
blaciones que pidieron entrar en ella. Ll recaudacion de las contribuciones y su in-
version siguitron como antes, percibidas por las autoridades locales, que daban sus
cuentas á la junta general. Estas juntas se reunieron con la libertad y regularidad
que siempre. Las aduanas seguian la línea del Ebro. No se introdujo novedad en
las contribuciones, ni en la forma, ni en sus cupos; no se les impmo el papel sella-
do; el tabaco y la sal quedaron desestancados; la quinta no se llevó á efecto.


A pesar de consideraciones tan notables, á pesar de tanta prudencia y hasta falta
de cumplimiento de la ley de 25 de Octubre de 1839, á pesar, en fin, de un respeto
tan nimio á los fueros, cuya suerte queria el gohierno que decidieran las Córtes, los
fueristas atacaban sin mesura á los ministros, y nada omitian para suscitarles difi-
cultades en aquellas provincias, presentándoles como los enemigos encarnizados de
los vascon;.;ados.


Estas quejas y estas calumnias, eran las primeras, tanto mas injustas, y las segundas
tanto má~; inicuas, cuanto que á pesar de que la ley de 2) de Octubre en su artícu-
lo 2. 0 manda ha que representantes de las provincias vinieran el J\ladrid para en-
tenderse con el gohierno sohre el arreglo de 105 fueros, jamás tales representantes
vinieron á composicion. El ministerio Perez de Castro, habiendo dejado subsis-
tir los fueros, claro es que los f'.leristas ningLll1a prisa podian tener en prestarse á
un arreglo que no podia menos de alterar el pleno goce de que disfrutaban. ,El ar-
tículo 7'° del decret:o de 16 de Noviembre prescribia que en las juntas generales
se hiciese elcccion de los encargados de discutir con el gobierno la cuestion foral.
Hubo jLl11tas, huho eleccion de comisionados, mas se les dieron instrucciones osten-
siblemente insuficientes para el objeto, y creemos poder asegurar con certeza que
tambien recibie'ron instrucciones resen'adas, que fueron rc:da~tL\das en un corto
cí rculo de san tones fueristas, y cuyo tenor era recomendar á los comisionados oponer
la fuerza de inercia ú toda negociacion que se quisiera entablar, primero no dando un
paso para recordar al gobierno la mision que traian; en segundo lugar, si eran lla-
mados, debian huir el cuerpo á toda discusion, y por último, si ya no les fuese posible




evitar esta, debian negarse á cualquiera transaccion. Estas instrucciones estaban de-
más, pues marchando á una retrógrados y fueristas, no era de temer qne el gobierno
diese un paso en cumplimiento de la ley de 25 de Octubre. Así fué que mientras
vivió aquel ministerio, no se habló de modificacion de fueros, y el decreto de 1 (j
de N oviembre siguió rigiendo la materia.


Empero vinieron las instrucciones reservadas muy á sazon despues del pronuncia-
miento de Setiembre. La regencia provisional quiso que la ley de 25 de Octubre tu-
viese principio de cumplimiento. Fuéron llamados los comisionados vascongados
por el gobierno y entonces conforme á sus instrucciones, no se presentaron á las pri-
meras .::onvocaciones, hasta que no pudiendo ya eludirlas, fué imposible conseguir que
diesen una contestacion satisfactoria. Esta resistencia pasiva de los comisionados
vascongados era tanto más vituperable, cuanto que ha.cia un contraste chocante con
el comportamiento de los comisionados navarros, que leal y pratrióticamente entra-
ron en el espíritu de la ley de 2 5 de Octubre, para llegar á la unidad constitucional, y
se presentaron al gobierno con miras muy loables de conciliacion. Se entró en discu-
sion formal con una buena fé y un deseo del bien, que honra así al gobierno como á
los navarros, de que resultó lo que siempre que se discute lealmente: un com-enio
que satisfizo á todos, convenio que se convirtió en ley votada por las Córtes el 16 de
Agos to de 184 I.


Léjos estuvieron los vascongados de seguir tan noble ejemplo. Con su terquedad
sin igual y con su deSVÍO, acabaron de cansar al gobierno, que al fin prescindió de
comisionados que tan opuestos se encontraban al interés general de la nacion y de
las mismas provincias, empeí1ados en sostener las miras egoistas y ambiciosas de
la oligarquía vascongada qne tan ciegamente representaban. El gobierno pidió á los
comisionados que habia nombrado para seguir la discusion con los vascongados los
tralJajos que tenian preparados, y dt:spues de minucioso exámen, formó un proyecto
de tl1odificacion de fueros, que llegó á las Córtes á principios de 1842. Entre tanto se
hicieron las pocas innovaciones ya indicadas, que bastaron para que las tres diputa-
ciones forales de Vizcaya, Alava y Guipúzcoa, reu nidas en Vergara, conviniesen en
un mensaje colectivo á la regencia provisional, pidiendo la revocacion del decreto de 5
de Enero de 18 .. p que anulaba el pase de las diputaciones á los decretos y demás órde-
nes del gobierno. Este mensaje es del 26 de Enero de 1841. Allí no se contentaron
los peticionarios con combatir, escudados en los más raros sofismas, el preám bulo
del decreto de 5 de Enero; no se limitaron á pintar como siempre al país irritado y
ofendido con las moditicaciones ya efectuadas, sino que subiendo de tono hasta la
amenaza, dieron imprudentemente á conocer la existencia de los proyectos de cons-
piracion que todavía encubria el misterio. «Los diputados de las Provincias Vas-
congadas, decíase, deben llamar muy particularmente la atencion de la Regencia so-
bre este punto (el de la soñada irritacion del pueblo) pues interesa altamente á la paz
pública; pues si á los elementos, que á más de esa irritacion existan para perturbar
la paz; si á los motivos de combustion que son patentes dentro y fllera del reino,




- 65-
por una fatal desgracia, ·se agregaran la irritacíon y desesperacion de los pueblos, la
imagínacion se llena de es.panto ante el cuadro de calamidades que llegarían á caer
sobre la desventurada España.»


Cotejando esta declaracíon anticipada de hechos que luego han sobrevenido con la
conducta observada por el bando fuerista en Octubre de 1841, poca duda puede que-
dar de que al redactar ese documento, sus autores sabian lo que tramaba el bando
rcaccionario dentro X fuera del reino y conocian lo esperanza que tenia de conservar
sus fueros. En cuanto á los temores que cacareaban á vista de la decantada irrita-
cíon del pueblo, bien enterados estaban los que tales cosas escribian, que no po-
dian contar con el pueblo para sostener las pretensiones con que aturdian al go-
bierno. n.eunidas de nuevo las juntas de las tres provincias en Bilbao, en 29 de
Abril de 1841, para convenirse en otro mensaje ya adoptado en principio general en
las juntas de Gucrnica, pidiendo la conservacion intacta de los fueros, por todos los
concurrentes fué confesado que la opinion del país era contraria á todo acto de vio-
lencia que pudiese alterar la tranquilidad, y que para luchar con el gobierno .sólo
quedaba la fuerza de inercia, y á esta se atuvieron.


Con todo y de esa oposicion ratera nacieron sérios conflictos, contra los cuales se
alzaron qucjas amargas del pucblo, víctima de la terquedad fuerista. Viendo estos que
hasta su resistencia pasiva se les volvia en contra, é iniciados sin duda muy puniual-
mente en les progresos de la conspiracion que se fraguaba dentro X fuera del reino,
pronto sc vió á los fueristas salir de su habitual prudencia. Desde Julio de 1841 des-
plegaron suma actividad en propagar voccs alarmantes, provocando por todos los me-
dios posibles una irritacion que no podian conseguir arraigar en el pueblo, el cual
obediente, dócil é indiferente veia sin la menor emocion los esfuerzos de la oligarquía
vascongada. El pueblo veia en el Regente al pacificador benéfico de Vergara, y le tri-
butaba una noble gratitud. Todos los medios empleados para hacer odioso el nombre
del gencral Espartero se estrellaron en la lealtad del pueblo. Ante esta patnótica
actitud de las masas, huho sin dUda el bando fuerista de avisar á sus amigos de Ma-
drid y de París que no habia que contar con el pueblo para hacer una contra-revolu-
cion y se abstuvo de nuevas gestiones que pudieran comprometerle. Volvió á su sis-
tema de reserva, pronto sin embargo á seguir el movimiento que sabia estaba en
vísperas de estallar, aunque muy decidido á no tomar la iniciativa.


Tal era la posicion que habia tomado el bando fuerista cuando estalló la rebelion
milirar de Octubre en la ciudadela de Pamplona, en Bilbao y en Vitoria. A los po-
cos días de ese rompimiento llegaron los comisionados de María Cristina, y Montes
de Oca, uno de ellos, instaló el gobierno provisional en Vitoria á nombre de la nue-
va gobernadora y durante su ausencia. Las diputaciones forales de Vizcaya y de Alava
se adhirieron al momento á la rebelion, pudiendo contar con la defeccion de los jefes
militares, Piquero en Vitoria y Larocha en Bilbao. No sucedió así con la diputacion
de Guipúzcoa, á quien le faltaba el apoyo de San Sebastian, y que tenia al frente al
capitangeneral Alcalá y su segundo general Iturbe, que COH las tropas de su mando


;;,




- 66-
permanecian fieles á sus principios y al Regente. No fué, por tanto, posibleá la diputa-
cion foral de Guipúzcoa seguir el ejemplo de las otras dos en los primeros dias de la in-
surreccion; mas tales fuéron las excitaciones de estas, que al fin determinó fugarse
en la noche del 9 al ro de Octubre, y fué á reunirse con ellas.


Esta rebelion puramente militar no pudo extenderse más allá de los cuarteles de
la tropa. Cuanto intentó el bando fuerista, y cuanto proclamaron las diputaciones
forales para mover al pueblo fué inúttl: nadie se movió. Los vascongados con su
buen sentido, su cordura y su quietismo, contestaron victoriosa y elocuentemente á
todas las declamaciones de los fueristas, y cuenta que nunca hubo prueba más deci-
siva. Una insurreccion hecha á nombre de María Cristina era una base que ofrecia
grandes probabilidades de buen éxito. El pueblo prefirió su propia tranquilidad, y
permaneció fria espectador de ésta rehe]¡on militar provocada por castellanos reac-
cionarios y fueristas vascongados, militando con la bandera de María Cristina, por
destruir todas las libertades de España. Hay que decirlo una vez más: los fueristas
vascongados no son nüs qu:: una fraccion del bando reaccionario de España; partici-
pan de todas sus ideas de retroceso; tienen los mismos instintos, las mismas ten-
dencias, las mismas malas pasiones; el odio sistem ltico que uno y otro tienen el todo
pensamiento democrJtico, á todo principio generoso de libertad, á toda emancipa-
cion del pueblo, á todas esas intenciones que son ach3ques de los reacc~onarios cas-
tellanos y vascongados, pero los fueristas tienen adem:ls flasiones é intereses locales.
Se asocian á los planes del bando reaccionario en apoyo de la opresion de Espaiía
toda, mas quieren independencia para sí y consenar el gohierno olig,írquico local
en sus manos. Andan) pues, uno y otro b,lI1do muy hien avenidos, queriendo una
sola y misma cosa, el absolutismo, con ciertas apariencias de elecciones y con "isos
de gobierno representativo, guardando para sí los beneficios materiales del monopo-
lio de que se han apoderado


Los fueristas que tomaron parte en la rebelion militar de 1841, pusieron en cam-
paña al insigne M uílagorri, el caudillo de la bandera de pa,:; y fueros. Protegido es-
candalosamente por la policía francesa, hizo el malhadado escrihano CLlilnto pudo
en favor de la insurreccion, y acabó desastrosamente, muerto en un encuentro que
tuvo con las tropas fieles.


Cuando estas, acudiendo de diferentes puntos, inndieron las provincias, los fue-
ristas insurrectos tuvieron que huir <1 Francia. El gohierno se ahstuvo generosa-
mente de toda reac~ion contra las personas. Si algunos excesos hu ho que deplorar ele
parte de las autoridades militares en los primeros momentos del triunfo, el gobier- ,
no los desaprohó, y liió las órdenes mLÍs terminantes, no sólo para que cesaran, sino
para una pronta reparacion en cuanto fuese posible. Así, por ejemplo, la autori-
dad militar de Guipúzcoa hahia mandado poner el secuestro sobre los bienes de
algunos fueristas emigrados. El jefe político dió inmediatamente parte al gobierno
de esta infraccion de las leyes, y sin pérdida de lrlstante mandó el Regente que
se levantase el secuestro, procediéndose con tal justicia y respeto á la ley en esta




ocurrencla, que todos los gastos del secuestro quedaron á cargo del Estado.
Tal se presenta la oligarquía fuerista de las Proyincias Vascongadas) y tal resulta


de sus actos ahora y siempre. Si se dijera que hemos andado ligeros en acusar á los
fueristas de haber conspirado en I g,.p Y ]843 contra el gohierno del Regente, cita-
ríamos las declaraciones públicas que han hecho despues del triunfo. Comeguido
éste, se han vanagloriado de haber hecho lo que en los momentos de la derrota de-
nunciaban al mundo entero como otras tantas calumnias de los tú-anos de Madrid.
para autorizarse en la proscripcion que hacia n de ciudadanos pacíficos.


La unidad constitucional y la creacion de un buen gohierno central halló tam-
bien un obstáculo muy sério en el e:;píritu de provincialismo de Cataluña. Ya veré-
mas el terrihle influjo que ha tenido Barcelona en este último período de las vicisi-
tudes de España.


Los catalanes son sin duda laboriosos, emprendedores, actiyos, codiciosos de tra-
hajos y de ganancias, mu! honrados en general y guardadores de la palahra empe-
ñada. Estas cualidades muy recomendables yan acompaí1adas de defectos muy
esenciales. Desasosegados y turhulentos, los catalanes son irascibles hasta lo sumo;
la más pequeña contrariedad puede ser para ellos oC1sion de reyertas enconadas.
Valientes hasta la temeridad, tercos hasta la ohcecacion, crueles hasta h ferocidad,
juegan su propia vida con una indiferencia inaudita, como quien tiene en poca cuen-
ta su existencia y la de sus semejantes.


Los catalanes han quedado en cierto modo hasta hoy como fuera de la familia
española, cuyo gobierno detestan. El nombre castellano les es antipático. Seme-
jante antagonismo intolerante, ardoroso, inflexible, se ha consl'rvado desde la
incorporacion de Catalu Í1a casi sin alteracion. Quien lea hoy la historia de la in-
surreccion cataLlna de ]640, escrita por un testigo y actor de ella, 1'\'lc10, baIlará
con sorpresa que los sucesos contemporáneos son 13 dolorosa repeticion de los exce-
sos de aquella época. Es el mismo indomable yalor, las mismas pasiones, el mismo
odio al nomhre castellano y al gobierno central: las mismas causas de insurrec-
cion, los mismos medios de sostenerla. la misma influencia del castillo de Monjui
en esas escenas de sangre. Páginas enteras de aquel célebre historiador podrian ser-
yir, sin cambiar una sola palahra, para pintar los tristes acontecimientos de nues-
tros dias.


Esta antípatía de los catalanes contra el gohierno de Madrid ha sido en todas épo-
(as un estorbo gr:.1ndísimo para la creacion de una accion central. N o lo consiguie-
ron los .reyes absolutos, y poco l11JS felices han sido los gobernantes constitucionales.
Aquellos con la fuerza se estrellaron en el indómito valor de los catalanes. En 1640
cuando el ejército castellano reunido á la "ista de Barcelona dió una récia acometi-
da para apoder',1rse del :Ylon)ui 1 fué rechazado y batido hasta acogerse al abrigo de
Tarragona. Allí perdieron la "ida los mejores caudillos castellano:;, dos mil bombres
de tropa, diez y nueve banderas, un sin fin de armas y de bagajes quedaron en po-
der de los catalanes. El ejército 1 acaudillado por el general Velez, se refugió á Tarra-'




-,&8 -
gona; allí tomó el mando de él Federico 'Colona, condestable de Nápoles, que i~am­
bien pereció defendiendo á Tarragona sitiada.


En la guerra de sucesion Barcelona se pronunció en favor del archiduque, y
sostuvo la causa de éste, á pesar de haber sido abandonada por él. En odio á esta
fidelidad tan digna de respeto, Felipe V vencedor se apresuró á quitar á los catala-
nes los pocos fueros y libertades que les quedaban, y levantó en medio de la ciudad
esa ciudadela que ha sido y es mi rada por los moradores como un pad ron de igno-
minia, recordándoles con qué objeto se construyó. Barcelona ha sido desde entonces
una pesadilla constante para el gobierno de Madrid, y los medios nüs violentos de
represiof! se han empleado por todos los gobiernos para contener ese odio que no
saben disimular, y para dominar un arrojo que no ceja ante los peligros. Véase
en documentos hi:.tóricos cómo en tiempo de CirIos 111 se tomaban contra el espí-
ritu turbulento de Barcelona disposiciones idénticas á las que han necesitado tomar
todos los gobiernos que han seguido (1).


En el período constitucional de 1820 á 1823, las poblaciones pequeñas de Catalu-
ña y el paisanaje de la montaña dieron amparo y apoyo á la faccion servil capitanea-
da por jefes militares advenedizos y por frailes, mientras las grandes poblaciones se
esforzaron en defender la libertad v la Constitucion. Cataluña fué el teatro de una
guerra civil encarnizada, hasta que intervino la Francia en favor del absolutismo y
prevaleció este; mas no contento el hando apostólico con la tiranía de Fernando VII,
sublevó el paisanaje de Cataluí1a, y la insurreccion tomó tal vuelo, que el rey se vió
en la precision de acudir en persona á aplacar la revuelta. Su presencia en el Prin-
cipado bastó á desvanecer aquel levantamiento, sin que por eso dejase aquel gobier-
no de ensañarse cruelmente en los insurrectos, mandando atroces ejecuciones. Des-
de aquella época permaneció Barcelona bajo un régimen excepcional, siendo su eje-
cutor el sanguinario y desatentado conde de España.


Vino la tercera época constitucional, y el primer pronunciamiento de los que lue-
go han agitado España estalló en Barcelona. La insurreccion de 1835, página de
sangre en la historia de aquella pohlacion, fué acompa11ada de circunstancias que
recuerdan tan á lo vivo la revuelta de 1640, que se podria repetir aquí 11) que de
aquel acontecimiento cuenta el historiador Melo para conocer cuán arraigado está
en Cataluña el odio al nombre castellano, pues con dos siglos de intérvalo se ven
las mismas horribles escenas, empezando ambas insurrecciones con la muerte del
caudillo del ejército. Las escenas de que 'fué teatro Barcelona en Julio y Agosto
de 1835 son las mismas y por las mismas causas. Odio á la autoridad del gobierno,
ejercida en una y otra ~poca por un hijo de Cataluúa; el conde de Santa Coloma en
1640 y el general Llauder en 1835: enojo de su administracion, quejas de su sobrada


(1) Véase la sesion del Senado de 6 de Mayo de 1~43, en la que presentó el general D. Antonio Scoane
varios despachos del ministro de la Guerra y del vire)' de Catalulla de 1773, que prueban nuestro
aserto.




-(lrg--
sumision á las órdenes del gobierno de Madrid; ira reconcentrada, irritacion crecien-
te y terrible estampido del pueblo que se lanzó ciego de furia contra las autoridades.
Santa Coloma quiere huir, mas no consigue embarcarse. Se dirige á Monjui y mue-
re asesinado. Mas afortunado L1auder, consigue escapar, y envia á su segundo el ma-
logrado general Baza, que tuvo la suerte de Santa Coloma, muerto de un pistoletazo
en su propia habitacion. Su cadáver es arrojado por el balcon á la calle; allí lo cogen,
le pasan una soga al cuello y le arrastran por las calles hasta echarlo en una hogue-
ra que ardia.en la Rambla, alimentada con los muebles y los papeles de la policía. En
las carnes aún palpitantes de aquel desventurado general, se repiten las horribles
mutilaciones de que habla Melo: los conventos, entregados primero al pillaje, lo son
luego :í las llamas, y los frailes mueren asesinados desapiadadamente. En una pala-
bra, los contempor{ineos vieron en I835 las mismas abominables escenas de sangre
y de devastacion á que asistieron sus antepasados en I640'


Por ventura estos lamentables sucesos encierran una enseñanza grave y digna
de las más sérias meditaciones de los estadistas, pues ponen de manifiesto de un
modo bien cruel el antagonismo de Cataluña hácia los castellanos. Cuando ni el
tiempo ni la forma diferente en que se ha ejercido esa larga dominacion no han po-
dido alterar ó modificar esas disposiciones del pueblo catalan, hay que reconocer la
necesidad de buscar un remedio á un estado de cosas tan malo, y que parece no te-
ner una honrosa soluciono


¿ Es justo y legítimo ese odio de los catalanes á lo que ellos llaman el dominio cas-
tellano·( N o lo pensamos así. Es muy cierto que hasta ahora el gobierno que ha diri-
gido la desventurada Espaúa no ha l)odido ser peor, mas ¿acaso ha tratado á Cataluña
con mayor insensatez ó crueld:td que á las demás províncias del reino? No: seguramen-
te, al contrario; el aspecto siempre amenazador de Cataluña ha impuesto duras con-
diciones al gobierno central, siempre débil, á pesar de sus arrebatos iracundos, y casi
siempre ha cedido á las exigencias nunca cabalmente satisfechas de los catalanes; mas
á la par que cedia, tomaba las precauciones más injuriosas para contener una pobla-
cion el) todos tiempos dispuesta á insurreccionarse; así que no se le atraía con con-
cesiones, que nunca bastaban y que otorgaba el miedo, y no la vencían con amena-
zas que el carácter violento y la bravura indomable de los catalanes les hacian des-o
preciar. De ahí ha resultado que Barcelona y Cataluña han sido una pesadilla cons-
tante para el gobierno e.~pañol, siemtJre temeroso de provocar la ira catalana. Si el
Principado ha sido una de las causas más eficaces que se han opuesto á una regular
or~anizacion central en el gobierno absoluto, es en el dia un obstáculo inmenso
á un:1 buena aplicacion del sistema constitucional y á la reforma de la Hacienda.


Es un obst ículo á la marcha de un gobierno central, por no querer sujetarse á las
leyes generales que admite la nacion, sea en el ramo de Hacienda, sea en las quintai


. y demL1s.
Es un obstáculo á la consolidacÍon del sÍstema constitucional, porque el número


crecido de diputados que cuenta en el Congreso, lade<í.ndose á una rarte ó á otra, da




- 7°-
la mayoría al bando á que se arrima, y por desgracia los diputados catalanes forman
un núcleo compacto de opiniones exageradas en un sentido ú otro. Diputados del
bando llamado moJerado, ó del bando progresista, los catalanes son extremados en
una Ú otra opinion; si de la oposicion, hacen imposible la marcha del gohienio, y
si ministeriales, son un emplcho, porq L1C suelen poner á su cooperacion un precio
que le hace muy embarazoso su apoyo


Es por fin un obstáculo á toda reforma de la Hacienda, porque esta reforma es
inadmisible·mientras no se acabe con el sistcma prohibitivo. Tres son las fuentes
donde un gobierno halla los medios más leales de re~;ir el Estado: el comercio, la in-
dustria y la agricultura: nUé'stras leyes de admll1~ls las agotan todas á un mismotiem-
po. El sistema prohibitivo haciendo nulas las relaciones internacionales legítimas de
comercio, no hay pues, cambios posibles; la a~ricultura sin salida para sus frutos no
puede sobrellevar contribuciones que le serian de poco peso si pudiese producir sin
temer una peligrosa plétora; y tal ya goherna\..lo el reino, que Castilla inagotable
granero de abundancia no puede enviar sus trigos al litoral por falta de medios eco-
nómicos de conduccion, y LÍ los pueblos del litoral les sale más barato pedir grano
al extranjero que sacarlos de Castilla. Una industria m;:11a, tict;cia, moribunda siem-
pre, la algodonera, es la causa única que se opone :1 una reforma de J.ranceles, y Ca:-
taluña es la sola provincia de España que sostiene fúbricas de tejidos de algodon; no
me extenderé ;í. mús sobre la cuestion comercial, pues hahlaré de ello detenidamente
en SLl lugar. Vuelvo al estado de agitacion en que úve Cataluí1a y principalmente
Barcelona.


Desde el restablecimiento del gobierno constitucional, Barcelona ha sido teatro de
las más dolorosas revueltas, y cuenta desde 1~3j ú 18-}3 diez y ocho conmociones
más ó menos graves; de modo gut: se puede decir que aquella interesante y rica po-
blacion ha vivido constantemente en un estado excepcional, sea de YÍolencia turbu-
lenta, sea de medidas de terror, y la exasperacion llegando á ser extremada, extre-
mos han sido los medios de represion, cuales han sido dos bombardeos en un aÍ10.


Hay que repudiar y muy pronto semejante estado, pues es una deshonra para los
liberales. Cataluña ni puede, ni debe querer nada mús allá que la ley comun, que el
régimen unitario y de igualdad que aceptan todos los espaÍ101es liberales; todo lo que
pasa de esa raya es una pretension incompatible con la unidad nacional. Si siglos de
una union forzada han dejado intact'l esa antipatía tradicional, es preciso que á la
par que repudiamos todo lo que habia creado el absolutismo, tambien haya una
justa y legítima reaccion de las cosas presentes sobre las pasadas, y que los valie"ntes,
honrados y laboriosos catalanes se unan de corazon, de patriotismo y de intereses á
la noble familia castellana, dando fin á ese antagonismo fatal, orígen de nuestras
tristísimas desgracias.


La monarquía absoluta no ha sabido crear la unidad nacional, y cuando ha queri- ,
do combatir desigualdades chocantes, no ha hallado más medio de conciliar que le-
vantando cadalsos, encender hogueras, expulsar, proscribir midiendo á todos por el




- 7 I -
rasero de su poder sanguinario; y lo que ha conseguido ha sido enconar las pasiones,
haciéndolas más vehementes en el corazon, y las generaciones se han trasmitido ese
funesto'depósito, cual tremenda protesta contra los excesos que sufrieron sus ma-
yores.


El gobierno constitucional ha tenido la rara pretension de querer ser admitido por
todos como una revolucíon suprema, como una inspiracion divina de la inteligencia
y nada ha cread~o que tenga las condiciones de salud y de duracion.


Lo que el poder absoluto de los reyes, lo que el gobierno constitucional no ha
conseguido, esto es, el apagar el antagonismo de algunas provincias con re5pecto á
las demcls del reino, debe ser la obra maóna de los liberales. LJ libertad fundada en
cimientos españoles, la gobernacion del reino uniendo en un cen'tro comun todas
las voluntades espailolas, dejando el las provincias el goce de sus usos locales en todo
lo que no sea contrario al bien procol1lunal, á la unidad nacional y á las leyes gene-
rales del reino, hé aquí la empresa que deben 3cometer los progresistas, si la paz
ha de reinar una vez en nuestra desdIchada patria, donde por no entenderse sobre los
intereses recíprocos, andamos todos en una contínua reyerta y entregados á la más
fatal discordia.


Este de~órden, causa primordial de todas nuestras desdichas, es preciso que cese, y
cesará cuando llegue el dia en que salga ú luz la fórmula clara y sencilla de nuestro
porvenir: por falta de este símbolo nacional, que á buen seguro no ha de ofrecernos
el baturrillo constitucional extranjero que hemos adoptado, sigue esa guerra eterna
entre españoles, sin objeto, sin nobleza y sin soluá:m posible. Cuando cuente los
aconteCImientos dolorosos de que ha sido teatro Barcelona, aparecerá esta verdad en
toda su evidencia. Allí se verá que ni las quejas ó agravios de los barceloneses, ni los
errores ó torpezas del gobierno no han sido de suyo bastante graves ni suficiente-
mente justificados para dar lugar á choques tan violentos. La lucha empezó siempre
sin razon yacabó sin honor; de una parte se ha querido pl<'l11tcar un sistema de cen-
tralizacion á la francesa, absurdo, imposible, es decil\ el despotismo con otras for-
mas que las de antaño; de la otra se ha negado una sumision normal al gobierno su-
premo de la nacion, lo que equivale á querer la anarquía; ni unos ni otros han dicho
la última palabra de sus respectivos pensamientos. Hay que fallar ese pleito tradicio-
nal: lo fallará la nacion en su dia, es decir, cuando tengamos una Constitucion es-
pañola.




CAPÍTULO VI.


EL EJÉRCITO.-ORÍGEN y CAUSAil DE SU ¡"iTERVENCION EN LOS ACONTECIMIENTOS
POLÍTICOS DESDE ¡ 808.


En España más que en ningun otro país es indispensable buscar en los tiempos.
pasados las causas de los hechos presentes. Por esta regla sin excepcion será preciso
que volvamos la vista atrás si hemos de desenvolver filosófica é históricamente el
orígen y las causas de la intervencion del ejército en los acontecimientos políticos
de nuestra época 1 en que la milicia ha representado de cuarenta aílos acá, el papel de
pretorianos ó de genízaros 1 es deci r, tomando en las luchas políticas una parte des-
ordenada y siempre decisiva. Las causas de esta malhadada y enérgica intervencion,
las hallamos en las vicisitudes del país de ¡ 808 acá.


En aquella época, el ejército español poco numeroso era lo que son todos los eJér-
citos en las monarquías absolutas, un instrumento pasivo del déspota reinante. En-
tregada la nacion á un completo letargo, ninguna oposicion hallaha el gobierno.
Un solo indivíduo conspiraba; este era el hijo primogénito del rey, el príncipe de As-
túrías. Ya hemos dicho lo que fué la rllidosa causa del Escorio.! y la tremenda acusa-
cion que arrojó al público el padre contra el hijo. A los pocos meses estalló el motin
militar de Aranjuez. El 19 de Marzo de ¡ 808, fecha de aquella sedicion militar, es
el punto de partida de todas las demás que la han seguido.


El hijo desapiadado que habia arrancado la corona de las sienes de su anciano pa-
dre; el rey sin dignidad que cobardemente se entregó á un monarca extranjero, a_bdi-
cando la corona ganada en un motin, sufrió un cautiverio de seis años, Justo premio
á su desercion y volvió á España despues de haber firmado el tratado de Valencey,
digno completamente de todas las demás bajezas. En Valencia halló el cuerpo de ejér-
cito que mandaba el general Elío. En ¡ 7 de Abril á presencia del rey, reunida por
aquella oficialidad: «¿Jurais, les dijo este, sostener al rey en la plenitud de sus dere-





- 13--


chos?-Sí juramos.)) De este modo cumplieron un perjurio. Los demás cuerpos del
ejército siguieron el ejemplo del de Elío. La Constitucion feneció.


En Aranjuez como príncipe de Astúrias, en Valencia como rey, un motin militar
precede al ensalzamiento de Fernando VII al trono de sus mayores. La defeccion de
las tropas es el escalon por donde sube el rey al solio de Castilla. Fernando VII es,
pues, quien ha iniciado la senda fatal tan trillada por el ejército desde entonces en
muchas ocasiones decisivas.


A más de esta causa primordial que tanto ha aflojado los lazos de la disciplina y de
la moral en el ejército, hay otras qu~po~ haber nacido de la organizacion y vicisitu-
des del ejército durante la guerra de la Independencia, es indispensable indicarlas.


En ¡808 las fuerzas militares del reino eran pocas, y estas las redujo á menos el
envio de un cuerpo de ejército á las órdenes del marqués de la Romana, que acampó
en las orillas del Báltico, al servicio de la Francia. El levantamiento general del pue-
blo reunió á la sombra de la bandera nacional una muchedumbre patriótica, entu-
siasta, pero sin organizaclOn y sin oficiales capaces de dársela. Legiones así reunidas
no podian sostener el choque de los mejores soldados del mundo: á cada encuentro,
á cada batalla, nos hacian los franceses muchos prisioneros. Era preciso reemplazar
los ofiCIales, y para ello improvisarlos faltos de experiencia y de aptitud militar. Si
los primeros no habian recibido una educacion adecuada, los que en seguida fuesen
nombrando las juntas, estaban aún más desprovistos de conocimientos militares.
I,os elementos de una buena organizacion del ejército faltaban enteramente, por
grande que fuese el patriotismo de los indivíduos. Hasta los últimos aí10s de la guer-
ra no hubo buenos oticiales formados en los campos de batalla, en medio de tantas
miserias y de tantos padecimientos.


Esta misma falta de organizacion normal y adecuada del ejército, que hacia la lu-
cha tan desi:-;ual en las batallas campales, produjo las guerrillas que tan fatales fuéron
el las tropas imperiales; mas la disciplina y la verdadera instruccion militar no gana-
ron mucho con esas tropas dispersas que recolTieron todas las provincias, reclután-
dose sin mucho escrúpulo. Al patriotismo. al amor á la independencia nacional, y al
odio hacia el e'\tranjero que animaban á los guerrilleros, no dejaban de mezclarse en
al;.;unos sentimientos menos nobles, propios de su vida advenediza.


Cuando la victoria hubo coronado los esfuerzos de los españoles, y la paz puesto
fin á esa batalla de seis años, el Estado se halló con un sin número de oficiales pro-
cedentes del ejército, de los cuerpos francos, de las guerrillas, y por último, de los
prisioneros que regresaban á sus casas, cuyo número no bajó de once á doce mil.
Esta multitud de hombres acostumbrados á la vida de los campamentos ó á la ocio-
sidad del cautiverio, fué un embarazo muy grande para el gobierno, embarazo que
existió en 18 f4 en todos los Estados de Europa. Mas el gobierno español fué el úni-
co á quien cupo el privilegio de no saber conciliar los desastres de esa generosa ofi-
cialidad con los recursos y necesidades del Estado. Antes que proporcionarles mo-
destos recursos para vivir, se les dejó morir de hambre, y léjos de tranquilizar los




- 74 -
ánimos con una justicia distributiva que quitase tanto pretexto á quejas fundadas, se
dió el inmoral espectáculo del perjurio recompensado.


Tamaña iniquidad, una ingratitud tan villana, exasperó más y más los ánimos y
de esa irritacion nacieron los planes de volcar un gobierno inmoral. Las contínuas
conspiraciones que se fraguaron en sociedades secretas, tuvieron por principales fun·
dadores á los prisioneros venidos de Francia desde 1 ~ 14 á 1820. Cada aÍ10 estalló una
conspiracion tramada por oficiales, que abandonados ó entregados á la miseria ó al
ócio por el gohierno, conspiraban sin que los suplicios les hiciesen desmayar. Des-
pues de varias tentativas malogradas, hubo una feliz El ejército, reunido en las pla-
yas de AndalucÍ1 dió el grito de libertad el 1.° de Enero de 1820, y á la vuelta de
dos meses triunfó en i'vbdrid. La Constitucion de 1812 fué restablecida.


Mas ¿qué podia ser un ejército trabajado por las sociedades secretas en las cuales
estaban afiliados casi todos los oficiales, y cuáles podian ser las consecuencias de una
insurreccion militar para ese mismo ejército y para el país? Es evidente que llegando
un principio político ~ triunfar por la fuerza, los que la han dirigido son altamente
premiados, '! con ellos todos los que han padec:ido por sostener ó defender ese
mismo principio. Vimos entonces comandantes de batallan ascender 3 generales de
un golpe, y favores de tojo linaje conceJidos ú aquellos que hahian tomado parte
en la insurreccion, ó en las intentonas anteriores, á la par que vimos oficiales
que á pesar de ser liberales, por no haherse querido pronunciar, fuéron echados de
las filas y maltratados. Preciso es confesarlo, el gobierno constitucional no fué ni
más justo, ni más tolerante, ni más cuerdo que el absoluto, respecto á los oficiales.
Pero digamo.5 tambien que este error aunque granJe, fué inevitable, pues era la con-
secuencia lógica de la reaccion de 18 q. Si no hubiera habido insurreccion militar
en Valencia ú L1 llegada de Fernando VII para entregarle el mando absoluto; si este
rey no hubiese sido el enemigo de los liberales y no los hubiese perseguido, no hu-
biera hahido víctimas que premiar. La insurreccion militar de 18q trajo la de I~20;
y esta rechazando y persiguiendo opiniones dió á la contra revolucion motivos y sec-
tarios para sostener la guerra civil en que vino á triunt~u el despotismo al abrigo de
la interyencion francesa. Las cuadrillas que entonces se leyantaron eran acaudilla-
das tambien por militares del ejército, y las juntas de aquel tiempo prodigaron gra-
dos á jefes improvisados. Así fué que al tomar Fernando ViI de n UC\'o el mando ab-
soluto, se encontró el gobierno con un número crecido de oficiales reclutados entre
la plebe y que refundidos en el ejército no fuéron del todo modelos de virtudes mi-
litares, de moralidad y de disciplina.


Entonces empezó una tercera reaccion más general, m<ls encarnizada contra los
oficiales. El ejército fué disuelto, y de tropel se persiguió á todo el que habia servido
durante el sistema constitucional. Entonces se vieron perseguidos honrados milita-
res, que si bien no habian tomado parte en el levantamiento de 18:lO, una vez resta-
blecida la Constitucion y jurada esta por el rey, habian seguido fiel y lealmente sus
banderas; mientras que los. que desobedeciendo al gobierno habian encendido la




guerra civil y se habian pasado al extranjero invasor, fuéron premiados y ensalzados.
El perjurio y la traicion al país fuéron títulos para ascensos y recompensas al ejér-
cito: la fidelidad, la honradez y la subordinacion se convirtieron en otros tantos crí-
menes á los ojos de aquel inmoral gobierno


Diez aílOS duró esta persecucion contra los oficiales constitucionales de 1823, du-
rante los cuales se les prodigaron cuantas humillaciones, torturas v miserias tuvie-
ron á mano los gobernantes. A la muerte del rey estalló la lucha de la familia real,
y se conoció que habia llegado el dia de buscar el apoyo de los liberales. Los oficia-
les que hasta entonces habian sido perseguidos héron llamados y empleados; pero
atrasados en su carrera durante los diez años en que habian sido arrinconados, hubo
que indemnizarlos de: los padecimientos y atrasos sufridos, con cuyo motivo se co-
metieron muchas injusticias sin que esta profusion de grados sirviese de nada para la
disciplina y moralidad del ejército.


Durante la guerra se improvisaron tan fácilmente generales, y hubo una impuni-
dad tan escandalosa para aquellos que por culpas graves eran encausados, que antes
que restablecer la disciplina, ambas cosas contribuyeron á relajarla. El,gobierno en
varias ocasiones concurrió eficazmente á esa relajacion, capitulando el 18 de Enero
de ¡g3S con los voluntarios de Aragon insulTeccionados en MaJrid, y perdonando
sin formacion de causa á los ofIciales de Pozuelo de Aravaca. Tantas causas de des-
órden reunidas, lle¡:;aron á fomentar la indisciplina hasta tal punto, que haciéndose
contagiosa, los soldados asesinaban á sus generales cuando así les convenia, y hubo
un momento en que pudo temerse ya como inevitable la disolucion del ejército,
cuando el general Espartero con los tremendos escarmientos de .\1iranda y de Pam-
plona, contuvo un funesto desenlace. Desde aquella época ya no hubo que deplorar
excesos como los que provocaron el castigo de los asesinos del yaliente Escalera y
del anciano Saarfield.


Vi"iendo á pesar de todo la memoria de malas tradiciones, era á todos bien evi-
dente que el ejácito, que con tanta bizarría y constancia habia peleado en favor de
la libertad, seria un obst<ículo á su perfecta consolidacion d dia que acabase la guer-
ra ciYil. De su propia organizacion resultaban dos l1lLl)' graves inconvenientes. En
primer Jugar los generales que en una carrera sohradamente rápida habian alcanzado
b más alta gerarquía militar, debían en su mayor número querer la forma de gobierno
que más influjo diera al brazo militar, y este era el absolutismo, recordando cuál era
la latitud de mando que gozaban desde los capitanes generales hasta el último te-
niente de rey. El sistema constitucional subordinando la autoridad militar al poder
civil debia ser antipático á la mayor parte de los militares. En segundo lugar venian
los oficiales, que por no estar satisfechos con la suerte, habian de querer sacudimien-
tos en que se suelen dar pasos agigantados en la carrera de las armas. Así los unos
por demasiado encumbrados, los otros por considerarse postergados habian de contri-
buir cada cual en diverso sentido al desasosiego general. El dia en que debia acabar
la guerra, habia de ser aquel en que habian de desarrollarse todas estas dificultades,




-. 7ff-
Pbr una de aquellas fatalidades de que tan repetidos ejemplos ofrece la historia de


España, el 'momento de terminarse la guerra: civil era el señalado por el destino para
un rompimiento ruidoso entre el jefe del ejército y el partido retrógrado. La causa
ocasional fué una cuestion en que los intereses y las pasiones de la democracia se
hallaban altamente comprometidos, esto es, la cuestion de la ley de Ayuntamientos
votada por las Córtes y sancionada por la reina gobernadora, plagio servil de la ley
francesa. Esta ley borraba un artículo de la Constitucion, privando á los electores
del derecho de nombrar directamente sus alcaldes. El general Espartero se declaró á
favor del pueblo, escudado en el texto de la Constitucion, contra la sancion dada
por la reina gobernadora.


Este rompimiento fué ocasion oportuna para muchos generales, enemigos más bien
que émulos del general en jefe, de pronunciarse contra este, dominados durante la
guerra por la superioridad indisputable del general Espartero, aduL'lndole algunos,
á pesar de odiarlo en razon de sus opiniones liberales. El rompimiento de Barcelo-
na fué una ocasion oportuna de dar rienda suelta á sus enconadas pasiones.


Arrojado el guante en Barcelona, lo levantó el puehlo heróico de Madrid, y cun-
dió el levantamiento por toda España. En aquellos dias v<:rios generales ofrecieron
sus espadas á María Cristina para emprender nueva guerra civil, pues así lo dijo esta
señora en su manifiesto de Marsella de R de Octubre de rR40.


Ensalzado á la suprema dignidad de Regente por la voluntad de la nacion, el ge-
neral Espartero contó gran número de enemigos entre sus antiguos compañeros de
armas; pocos confesaban la superioridad de su antiguo jefe; quizás no faltó quien
dijera que le habia usurpado el puesto. Veamos en pocas palabras quién fué el más
digno.


E.n los siete aí10S que duró la guerra civil, un solo homhre descolló en el ejército
constitucional, y se elevó á una altura en la que no tuvo igual. Este fué el general
Espartero, que aventajó á todos los que le precedieron en el mando superior del
ejército, al que condujo siempre de victoria en victoria. Dése cuanta influencia se
quiera á la fortuna, no será por esto menos verdad que permanecer durante siete
años consecutivos en los célmpamentos., dirigir en jefe con una pericia siempre afor-
tunada las operaciones militares durante cuatro años, exponer sin cesar su "ida con
un valor y un ~rrojo sin par, ser~lfar de la causa de D. Cárlos á la mayor y más es-
cogida parte de sus secuaces en el conYenio de Vergara, y lanzar fuera de EspélÍ1a á
los que no se rindieron, dirigirse d reino de Valencia, á Cataluña y acabar con Ca-
brera y sus huestes y por último pacificar· enteramente el país, son hechos sohrada-
mente brillantes para que haya quien pueda negar á este ínclito caudillo grandes vir-
tudes y un mérito indisputable. No se consiguen tales resultados sin marcada su-
perioridad.


Mas lo que da un realce admirable á la vida militar y política del general Esparte-
ro es que mientras afianzaba el triunfo de la libertad con sus victorias sobre los
¡;:arlistas. contenía, merced al ascendiente de sus servicios y á la honradez de su ca-




-77 -
rácter, ,al·bandore:trógrado que jregia el Estado, yque'ba;o 'la máscara de unconstl-
tucionalismo bastardo, ocultaba planes de ,peaccion, que desmentidos por mucho
tiempo se han realizado en Sll dia. Desde 1837, esto es, á ,los pocos días de haberse
promulgado la Constitucion, ya se quiso dar con ella en üerra. La asonada militar
de Pozuelo de Aravaca fué la primera llamarada de esa constante conspiracion con-
tra la libertad, que al fin se enseñoreó del poder en 1843 Y triunfa en el dia. Sin la
ridelidad del general Espartero al dogma de la Soberanía del pueblo y al sostenimien-
to de la Constitucion, lo que presenciamos á fines de 1843, se hubiera realizado ,en
Agosto de d-l37. Los seis años de existencia que ha tenido la Lonstítucion de 1837
son exclusivamente debidos al patriotismo del general Espartero; y la mayor prueba
de que ha sido el único dique que contenía el empuje liberticida, es que apenas la
fatalidad hubo arrojado de España al mejor de sus hijos, se hundió la Constitucíon.


Decir que el general Espartero promovió el pronunciamiento de 1840, es calum-
niarle groseramente. El único responsable de aquel levantamiento fué el bando reac-
cionario. Los progresistas conocian muy de antemano los proyectos de sus contra-
rios. En 1840 tuvieron el presentimiento harto fundado de los planes efectuados
en 1843; hicieron toda la resistencia posible en el terreno legal, mas apurados ya todos
los medios pacíricos y viendo ú la gobernadora emprender el yíaje de Cataluña con
el fin de granjearse la adhesion del general ef'J. jefe para acabar con las instituciones,
la nacion se sobresaltó esperando inquieta y agitada lo que iba á resultar de las con-
ferencias de Esparraguera y de Barcelona. Pero cuando María Cristina hubo arroja-
do el guante, sancionando la ley de Ayuntamientos, preludio de la reaccion, y se tuvo
la seguridad de que el general Espartero desaprobaba esa sancion, como lo dió á co-
nocer la di111ision que hizo de todos sus cargos, ya no se dudó que el ejército y su
jefe no querrian verter la sangre de sus hermanos para satisfacer malas pasiones, y
sostener el perjurio de un partido que quebrantaba audazmente el código funda-
mental. Entonces estalló el pronunciamiento de 1840 sin hallar oposicion alguna en
su marcha.


Renunció María Cristirta la Regencia, y las Córtes convocadas elf'varon al pacifi-
cador de España, á esa magistratura suprema. Acto justo y lógico, pues nadie como
el general Espartero era digno de tan alto puesto, por sus inmensos servicios, su ad-
mirable adhesion á la causa de la libertad y su esclarecida honradez. Con esta elec-
cion, parecia que las Córtes habian tenido el noble pensamiento de premiar al ejérci-
to y á todos los que con las armas en la mano habian concurrido á la victoria, per-
sonificando esta en la gloriosa individualidad del que habia sido su jefe. Esta inves-
tidura nacional, votada por los representantes del país, parecia que debia ser un ele-
mento de fuerza moral inconmensurable para la mejor organizacion del país. Era el
símbolo de la fuerza moral y material del país, representada por el yoto de las Córtes
y la elevacion del primer jefe del ejército. Aquel acto habia de ser el orígen del par-
tido liberal espaí101, y que á ser así, hubiera coronado la vida política del general
Espartero como la victoria le coronó en los campos de batalla.




Al verle elevado á la regencia del reino, era de creer que el ejército recibiera con
orgullo ese premio otorgado á su general, y que su adhesion á éste llegaria al entu-
siasmo. Tal vez temieron los efectos de este entusiasmo los que no con ocian el
temple de alma del general Espartero y que juzgándolo por analogía, recordaban
en los anales del mundo sobrados ejemplos del abuso de la fuerza militar por un jefe
osado~ á fin de no tener aprensiones, hasta cierto punto legítimas, sobre la suerte de
la libertad. Afortunadamente nada habia que temer, dado el carácter del Regente, y
nada de esto sucedió. Fué por el contrario el ejército el que se insurreccionó contra
su antiguo y glorioso caudillo.


Este inaudito incidente de nuestras discordias es uno de los acontecimientos que
más extrañeza han causado en Europa, considerándole como una de esas soñadas
anomalías, con las cuales los extraños y no pocos españoles pretenden explicarlo todo
en este país. El levantamiento del ejército contra su jefe, por extraordinario y raro
que pueda parecer, no ha sido más que una deduce ion lógica de causas anteriores, y
no hay sino recordarlas para hacerlas apreciar y no dejarse sorprender. Ya hemos
dicho que todo acontecimiento que perturba el estado normal de una nacion, tiene
un orígen muy anterior á las causas inmediatas que le han ocasionado. Sin duda la
conducta del ejército en 1843, relativamente á su antiguo jefe que tantos dias de glo-
ria habia dado á la patria y á la causa de la libertad, tUYO causas inmediatas, inhe-
rentes á la naturaleza de un poder accidental en las circunstancias en que se hallaba
España en aquella época; mas .00 bastan para explicarla. Tambien he dicho ya cuáles
han sido las vicisitudes del ejército desde 1808, Y por qué tatal encadenamiento de
sucesos ha tenido una parte tan funesta como activa en las revueltas políticas del
país; pues en esas vicisitudes está el orígen de la conducta del ejército en 1843.


Hemos visto ya cómo en el rompimiento de la reina gohernadora y del general
Espartero, hallaron muchos de los compañeros de armas de éste un pretexto ó una
ocasion de manifestar su ojeriza contra su jefe, y su adhesion á principios contrarios
á los que este profesaba. Renunció la regencia María Cristina, publicó el manifiesto
de Marsella, y empezaron las conspiraciones en que figurahan principalmente jefes
militares. Estalló la de Octubre de 1841 en Pamplona, Vitoria, Bilbao, Zaragoza y
Madrid, y en ella tomaron únicamente parte militares. Por do quiera fué vencida la
rebelion militar, mas esto se debió en grandísima parte á la fidelidad de los soldados,
porque si bien el ejército habia disminuido mucho con las licencias, todavía se com-
ponia de soldados que amaban á su invicto general; así fué que pocos de estos pu-
dieron ganarse. Mas en el licenciamiento· gradual de la tropa en 1843 ya quedaron
poquísimos veteranos de la guerra civil que amaban con desinterés él su general.


A medida que se acercaba el dia de la mayoría de la reina, seguros todos de que
habia de ser la señal de una reaccion violenta contra la libertad, clavaron muchos
su pensamiento en el dia 10 de Octubre de 1844 como última hora del poder transi-
torio del Regente. Más que ninguna otra clase de la sociedad, pensaron los oficiales
del ejército en esa transicion, y dominados por las malas tradiciones de los tiempos




- 79-
pasados que tantos ejemplos de fortuna y de rápida carrera ofrecian á los que aban-
donaban una bandera por otra, quisieron muchos descontar el pon'enir, sacrificando
lo presente como incierto y perecedero, toda vez que sabian que cuanto hicieran
contra el Regente, seria en su día un título á recompensas para el gobierno que de-
bia reemplaz8rlo-


Estos cálculos eran el resultado de detestables tradiciones y de ejemplos fatales. El
resultado vino á justificar la prevísion de Jos que así calcularon sus intereses. Jamás
se ha visto una más escandalosa almoneda de grado') y de condecoraciones, que las
que presenció España deseues del triunfo de la reaccion de 1843, desde la charre-
tera del alférez, hasta las más altas dignidades militares. Mas digámoslo pagando un
tributo á la verdad histórica. En la lucha de dos meses que precedió á la caida del
Regente, juntas y gobierno á porfía dieron premios á la defeccion, y se vió entonces
el doloroso espectkulo de oficiales pasando de un bando á otro, adquiriendo un
nueyo grado por cada nueva defeccion.


No fué todo espontáneo en la conducta de los oficiales. Hay tambien que analizar
la accion que moralmente se ejerció con ellos para acallar pundonorosos escrúpulos,
y vencer resistencias honradas. El raciocinio que se les presentaba era muy senci-
llo.-Pronunciaos, se les decía, contra el Regente, y acto contínuo teneis el premio
que os ofrecen las juntas. Si yencemos, otros premios os aguardan; si sucumbimos,
ó habrá que emigrar momentáneamente, ó el número de los comprometidos es tal,
que el castigo no alcanzará á nadie; mas en todo caso, dentro de quince meses acaba
la Regencia de Espartero, y entonces recibireis el premio de vuestro pronuncia-
miento. Si por el contrario, no os quereis pronunciar, llegará el día de la mayoría de
la reina, y podeis estar seguros de que se os em-iará á vuestras casas y vereis á los
pronunciados tomar vuestro puesto.


Fácil es de h~cerse cargo que los que así hablaban, no lo hacian como profetas,
más como quien estaba muy seguro que así habia de suceder, y así sucedió. Volvien-
do la vista atrás y recordando las vicisitudes pasadas en que semejantes defecciones
habian sido orígen de rápidas carreras, no es difícil de comprender el efecto que pro-
ducirian semejantes raciocinios en el ánimo de oficiales en quienes una moralidad
exquisita no tuviese hondas raíces.


Otro era el lenguaje que se hablaba á oficiales de temple más esforzado, y que pro-
fesaban principios exaltados de liberalismo.'A estos se les ponia por delante la vio-
lenta oposicion de los jefes parlamentarios, su rompimiento con el gobierno y la coa-
licion dela prensa, hechos todos que se presentaban como la pruebct irrefragable de
que cuando hombres t,l11 adictos á la revolucion de Setiembre y al ensalzamiento
del general Espartero á la Regencia, habian llegado á ser sus más acérrimos contra-
rios, es que tenian motivos para conocer las miras ambiciosas del Regente con el fin
de perpetuarse en el mando supremo, convirtiendo la Regencia en una espantosa
dictadura militar, acabando con la libertad y la Constitucion, y entronizar el go-
bierno. del sable.




- &0-
Estas saltldeces o/ calumnias por absurdas que fuesen, no detaban de tener un lado


especioso muy propio para influir en ánimos sencillos, y cabezas fáciles ,de exaltar;
de suerte que hubo buen número de oficiales que ,de muy buena fe se separaron de
la causa del Regente, pensando servir la de la libertad.


La insurreccion hallaba poderos DS auxiliares en dos clases de oficiales que una im-
prudente generosidad habia colocado en las filas del ejército: los oficiales de la extin-
guida Guardia Real, y los procedentes del convenio de Vergara.


La Guardia Real fué creada á imitacion de la de Francia despues de la intervencion
de 1823, Su mision fué antes que todo sostener la furiG>sa reaccion de aquelÍa época
de fanatismo monárquico y religioso, que se desarrolló á la sombra de las bayonetas
extranjeras. Puesta á las órdenes del conde de España, del marq ués de Zambrano y
del conde de San Roman, el triunvirato más ardiente y digno del absolutismo. La
Guardia Real, reclutó su oficialidad de entre las familias más adictas á la reaccion y
á todas las ráncias preocupaciones dd poder real.


Semejante organizacion de una fuerza militar, muy buena para el sostenimiento
de una tiranía embrutecedora, pudo ser fatal á la familia del déspota que la creó.
"


Cuando el bando apostólico hubo arrancado en la Granja al monarca moribundo la
revocacion de la promulga'la pragmeÍtica-sancion de 1788, poco t~Ütó entonces para
que D, Cárlos con el apoyo de algunos oficiales de la Guardia, ciñese la corona; yes
más que probable que así hubiera sido, si en aquellos momentos hubiese fallecido
el rey como todo lo hizo creer.


Adoctrinados por el peligro que habian corrido, y del que milagrosamente habian
salido, María Cristina y su gobierno, se apresuraron á eliminar de la Guardia aque-
llos oficiales más caracterizados por su fanatismo absolutista. Muerto el rey, estalló
la guerra dinústica, y muchos oficiales de la Guardia por opinion y por conviccion
fuéron á senil' la causa del Pretendiente. Otros, y estos fuéron los mús, quedaron
fieles á la hija de Fernando VII; los unos porque la creian la heredera legítima del
trono, y otros porque partidarios del poder absoluto hasta cierto límite) no quisie-
ron el reinado de los frailes, ni el restablecimiento de la Inquisicion tan Jeseado por
el partido apostólico y por D. Cárlos, viendo tambien mayores probabilidades de
triunfo en una parte que en otra. La Guardia recibió por entonces cierto número de
oficiales nuevos liberales, y así organizada marchó al teatro de la guerra.


Justos con todos, es preciso decir en alta voz que los regimientos de la Guardia se
comportaron en todas ocasiones con admirable valor en los campos de batalla. Su
bizarría y disciplina ante el enemigo fuéron dignas del mayor elogio; aquellos cuer-
pos son acreedores á la gratitud de todos los liberales. Mas á pesar de estas eminen-
tes virtudes militares, como cuerpos privilegiados, adolecian siempre del fatal espíri-
tu que presidió á su primitiva organizacion. La rebelion de Pozuelo, la insurreccion
de Octubre de 1841 en Madrid y Zaragoza, la conducta de los oficiales de la Guardia
en 1843, ya incorporados en el ejército, son pruebas de cuán imprudente es en un
país de libertad conservar cuerpos cuyo nombre, instituto y organizacion, han tenido




- 81 -
por objeto separarlos del pueblo para identificarlos con los intereses de partido. Las
lisonjas de la córte, el modo de reclutar oficiales, la naturaleza del servicio que hacen
y hasta el nómbre que llevan, todo concurre á que estos cuerpos se consideren
como una guardia pretoriana, y por tanto de peligrosa índole, de costoso manteni-
miento, y como mantenedores en el ejército de la bandera de la desigualdad.


Por efecto de ese espíritu fatal que se habia conservado en los cuerpos de la Guardia
J. pesar de la reforma que habian sufrido, y hasta su total extincion, incorporados
en el ej ~rcito los oficiales de la Guardia, más hombres políticos y de partido que mi-
litares sumisos :.í la disciplina, fuéron los auxiliares más poderosos de la insurreccion
de 1843, á la que contribuyeron eficazmente, sirviendo sus propias convicciones,
oh'idadizos por una funesta tradicion de los deberes del militar.


Los cuerpos de Estado mayor, de ingenieros y de artillería, especie de. aristocracia
del ejército, propensa en su mayoría el ideas retrógradas se pronunciaron por la con-
trarevolucion, y se unieron á la insurrecciono


En cuanto á las carlistas procedentes del convenio de Vergara, y que el gobierno
habia tenido la imprudencia de emplear en grandísimo número en las filas del ejérci-
to, era de prener que sus simpatías serian hácia la forma de gobierno que más se
acercara á la que habian sostenido por tanto tiempo en los reales de D. Cárlos.


Si se reunen pues todas estas causas 1 si se cuenta el número de oficiales advers~­
ríos al pronunciamiento de Setiembre, los enemigos personales del Regente, los
que imbuidos de mabs tradiciones especularon su defeccion con cálculos innobles,
los que se alucinaron por falsas ap:-eciaciones de las miras del Regente, los que arras-
tró el ejemplo de sus jefes, los indiferentes y los débiles 1 se vendrá á conocer que el
ejército se hallaba en 1843 hondamente minado por todos esos males reunidos, y
que llevaba en su organizacion el gérmen de la disolucíon qne presentó entonces.


Empero apresurémonos el decirlo; en medio de tantos elementos perniciosos,
i cuántas honrosas y lli~nas excepciones no presentó el ejército en aquellos dias
de dolorosa recordacion, en que los pueblos y l::ts mihcias nacionales más liberales
trabajaban de contínuo para desmoralizar el ejército, marchando todos hácia su per-
dicion? Fué pues preciso que el general Cortinez hiciese defeccion en Barcelona,
:]lle el general Zavala de pecho tan <:rdoroso se aplomase ante una insignificante
asonada en Valencia, que el general Seoane hiciese la inexplicable retirada que
lo trajo desde el Bruch á Ardoz para que la insurreccion triunfase; pues ni en
Cataluña, ni en Valencia faltó la tropa al Regente; sino que al ver á sus generales
ei1tre~arseá la insurreccion y rendir sus espauas á las juntas, ella obedeció sin tomar
la iniciativa en la rebelion.


Prescindirémos de recordar aquí las causas incidentales que tambien contribuye-
ron á ese desenlace, y que no dejaron de tener influjo en el ánimo de los oficiales,
porque nacieron de la falta de administracion y de reglas normales de gobierno, de-
jando sobrada latitud al arbitrio ministerial de los generales; mas no ocultaJ'émos
nuestra opinion sobre un hecho que nos pare-:ió entonces una monstruosidad, y que


(i




- 82-
nos parece aún en el día, citándolo porque lo consideramos en r842 como el golpe
mortal, que debia influir malignamente en los que tenian á su cargo el mando de las
provincias. Queremos hablar de la exoneracion del Capitan general de Cataluña, el
conde de Peracamps, despues de haber sometido á Barcelona insurreccionada. Exo-
nerar á un jefe militar cuando acaha de triunfar de una espantosa rebelion, á la vis-
ta del ministro de la Guerra, fué lo mismo que decir q ne habia tenido la culpa de
aquel lamentable suceso. Si obró contra las órdenes del gobierno, se le debió exone-
rar en el momento en que se tuvo la primera noticia del rompimiento; y si al con-
trario se arregló ú las órdenes superiores, como así fué, pues allí est:lba el ministro
de la Guerra, ¿ qué significa entonces esa exoneracion? ¿ Qui~o por ventura el minis-
tro echar sobre el capitan general la responsabilidad de una mel~ida tan extrema?
Mas ¿.á quién podia alucinar, cuando el bombardeo duró once llOras á su vista sin
estorbar ni ordenar nada en contra?


Sea de esto lo que fuere, la cierto es, que al presenciar ese monstruoso ejemplo de
un castigo tras de un triunfo, el ejército de Cataluña que con tanto denuedo habia
peleado en las calles de Barcelona, donde dejó centenares de cadcíveres de los suyos,
no pudo menos de calcular cuál era el premio que daba el gobierno á los que defen-
dian su causa. Y cuando en las guerras civiles se llega <1 calcular frente á una insur-
reccion, el ánimo desmaya y la derrota es cierta. Tenemos, pues, el pleno convenci-
miento de que la conducta del ministro dt; la GG¿rra Rodil, respecto al ca['itan general
de Cataluña, Van-Halen, ha tenido un pernicioso intlu:o en el comportamiento de las
autoridades militares en el pronunciamiento de 18.-1.3. La debilidad y la inconsecuen-
cia del gobierno en los sucesos de Barcelona autorizaron las defecciones. CU~ll1do un
gobierno se abandona á sí mismo en sus principales agen ~es; cuando no sabe soste-
ner á los que se sacrifican en cumplimiento de sus deberes, ha perdido el derecho de
pedir á la generalidad de los hombres una adhesion ciega y sacrificios inddinidos.


Creemos haber suflcientemente explicado la conducta del ejército en 1843, Y las
causas primordiales que han dado lusar al abandono en que dejó al Regente del rei-
no; mas por ser de toda evidencia, estas causas no son menos deplorables y de sen-
tir, pues las circunstancias pasan y los ejemplos quedan, y los principios disolventes
de la disciplina militar que se han proclamado de 1808 acú para insurreccionar el
ejército, dejan una tradicion qu\: no ser:l fJcil desarraigar. Cuando se siembran hu-
racanes, se recogen tempestades: se ha predicado la de"ercion y se han hallado defcc-


. ciones, mas tam hien se ha perJh.1o el derecho de censura. Así es, que por m,ís que se
haga, el ejército por mucho tiempo, ú pc::ar de algun2s gloriosas excepciones, l~O
podrá ser un elemento normal y permanente de órden público. O será instrumento
de tiranía, ó de revolucion, no el guardador seyero é impasible de la ley. Las malas
tradiciones, los ascenso; escandalosos hechos en las revueltas políticas serán un
a1iciente permanente de ambiciosos, y el ejército no cumplirá dignamente su mision
en la :,ociedad. En el momento en que el ejército toma la iniciativa de deliberar,
adios ejército, adios libertad, adios órden púhlico.




- 83-
En nuestra débil opinion, el primer pensamiento de un gobierno reparador, debe


ser el de dirigir todos sus conatos con patriótico desvelo á moralizar el ejército, re-
duci¿ndolo al menor número posible. Ese gobierno tendrá más fuerza con una mi-
licia nacional bien organizada que ofrezca garantías de órden,


En el estado actual de Europa, y sobre todo de Francia, no hay por qué temer
guerras de invasion, ni hay que emprenderlas. Cada dia las conflagraciones armadas
se hacen menos probables. Adcnüs nuestra posicion geogrúfica nos pone fuera de
todo conflicto en lo q L1e pueda ocurrir en el Norte de Europa. N uestro pueblo no
gusta del ser\"icio militar, y el número de 'habitantes no es tal que se pueda sin
grave perjuicio ue la agricultura, pedirle brazos para que estos queuen ociosos é im-
productiros en las guarniciones. Nuestra Hacienda se llalla en un estauo sobrada-
mente malo para que en mucho tiempo podamos sostener el gasto de un ejército nu-
mCW::iO, que nos arruinaria sin darnos la m<Ís insignificante importancia en el ex-
tranjero, ni en los asuntos generales de Europa.


La mcuina, al contrario, es la que uebe ser objeto de la constante predileccion del
gobierno. Los cauJales empleados en crear una marina respetable nos serán de gran
interés, siniendo pare: consenarnos las magníficas colonias que aún poseemos en las
Antillas y en el mar Indiano, y para darnos una yerdadera imporrancia en el concier-
to Europeo, La cuestion de Oriente es un problema que un dia ú otro ha de tener
soluciono La Italia no ha de permanecer c:ternamente en tutela, y fuera del progreso
de las instituciones liberales. Tenemos un pié en Africa, y somos una de las princi-
pales colonias mediterrúneas. El dia en que Espaí1a posea escuadras respetables
tendr<Í. forzosamente que intenenir en todas las cuestiones que se rocen con los in-
tereses marítimos, sobre todo en el ;\'¡editerr<Íneo, y las demás potencias tendrán
que contar con el gobierno espaí101 en sus combinaciones.


I,No es una vergLienza para E~paña, que la Prusia interyenga en la cuestion de
Oriente y nosotros no) ... A adquil'ir una legítima preponderancia marítima, que nos
ha hecho perder la imbecilidad y la cobardía de los gobiernos de los dos últimos rei-
nados, deben dingirse todos nuestros desYclo~. Tenemos un plantel de intrépidos
marinos en amlns costas del Mediterráneo y del Océano; nos faltan navíos y buques
Je toJas dimensiones, mas para eso tenemos un inmenso acopio de arbolado así
en la Península, como en las Antillas y en las Filipinas. Faltan los caudales, mas el
dia en q ue lleguell1o~ á persuadirnos de que una fragata es un elemento de fuerza
lldcionalm:.1s real, nüs efectiyo mil Yece~ que un regimiento, dejarémos de emplear los
l'onJos del K,tado en mantener soldados inútiles, y lo~ destinarémos el los astilleros.
Con esta inyersion de lo~ fondos públicos en construcciones nayales, crearémos una
\erdadera fuerza que nos !e\"antarú :11 rango que debel11o~ ocupar en Europa, dismi-
nuirémos los gastos generales del Estado, y nos prcca\erémos contra los peligros
q uc un día ú otro pueden amagar nuestras preciosas colonias, y por último, devol-
\erémos á la agricLlltura y {lIa industria brazos que le son harto necesarios.




CAPÍTULO VII.


LOS PARTIDOS POLÍTICOS EN EL CÍRCULO CONSTITUCIONAL.


La naturaleza, el orígen, la composicion y las tendencias de los partidos que se
disputan el mando en el círcuio constitucional, merecen ocupar la atencion del que
quiera analizar adecuadamente el estado político de España.


Dos son estos partidos, el exaltado ó progresista y el moderado ó conser"ador.
Estas dos grandes di \ isiones tienen como es natural algunas subdivisiones, mas no
son de importancia. Ya en otra oCclsion hemos dicho y demostrado que semejantes
calificaciones son enteramente falsas (1). Desde que emití esta opinion, los aconte-
cimientos han venido á poner de manifiesto su exactitud. En 1840 los exaltados
ó progresistas se apodcraron del mando, sin dar ningura seÍ1al de exaltacion, ni rea-
lizar ningun progreso verdadero A su vez en 1843 los moderados ó conservadores
llegaron á mandar. Moderados, durante cuatro aÍ10s, se han entregado á toda la
saña, á todo el furor de ldS pasiones más violentas: conservadores, han destruido
todo lo que existia á su advenimiento al poder, hasta aquello mismo él que habian
contribuido, ó dado su plena y solemne adhesion.


Para explicar semejante contradiccion entre los nombres de los partidos y sus actos
es preciso tomarlos en su orígcn y scóuirlos en las transformaciones que han sufrido
en los treinta y nueve años que llevan de existencia. Las luchas que desde las Córtes
de Cádiz han sostenido, no han producido hasta ahora más que estériles renleltas, sin
que estas hayan alcanzado la altura de una re\'olucion. Con todo, hay en ese antago-
nismo permanente algo que anuncia la existencia de un g0rmen regenerador el cual
acabará por despuntar cambiando progresivamente el estado actual, especie de caos
en que se agita España, y fijad su suerte venidera.


(1) Historia política dI? la Hspaña 11lo~ierna, tOIllO U.




- R5 -
Con muchaantelacion al año 1810, los principios, las ideas liberales y el pundo-


nor de la dignidad nacional cruelmente ultrajada por gobiernos envilecidos, tenian
ardorosos aunque 02ultos partidarios. La imperiosa necesidad de salvar á España de
la gangrena lenta que agotaba los manantic:lÍ::s de la vida, preocupaba á muchos es-
pañoles á quienes el despotismo no habia aún corrompido. La mejor prueba de que
este trabajo silencio~o del patriotismo y de la inteligencia cundia, es que en cuanto
se reunieron i::ts Córtcs, una luz resplandeciente brotó del Congreso nacional, y se
esp<lrció deslumbr~ldora por todos los ámbit?s de la Península. Allí con asombro uni-
versal apareció una falange de o:;:ldos refon11adores. intérpretes elocuentes de las
ideas democrJticas. De las discusiones por siempre memorables de aquellas Córtes,
salió la Constitucion de 1812 regularizaLlora del poder real, que cual deshordado tor-
rente todo lo hahia invadido, manifestando hien clara:nente qlle la autoridad ilimita-
lh de los reyes bahia sido puesta en tela de juicio entre los hombres de mayor sa-
ber y de mJs acendrado patriotismo de España.


A la par que se vi .'ron esos hijos predtlectos d~ la patria adelantándose á su tiem-
po. hubo tambien un partido que entrqaJo á toJas las preocupaciones de la igno-
rancia se presentó adversario implacable de las ideas democdticas y decidido cam-
pean de las ilimitadas prerogativas reales, cuyo ejercicio pretendia convertir en
provecho propio.


De esta divergencia salieron los dos partidos conocidos en Cádiz por las denomina-
ciones de liberales y serviles, nombres que ambos justificaron, segun lo explica la
ohra nuestra ya citada. Estos dos partidos que hoy mismo se disputan la supremacía,
descienden por línea recta de los que dividian las Córtes de Cádiz, salvo los nom-
bres que han variado con las circunstancias; mas los principios y las tendencias son
las mismas. El partido mod"rado ha US:ldo en 1844 el mismo lenguaje con doña
María Cristina á su regreso de Francia, que los serviles en 1814 hablando á Fernan-
do VII á su vuelta de Valencey. Cotéjense los manifiestos púhlicos de ambas épocas
y se verá la verdad de este paralelo. El partido progresista conservando en 1840 res-
pecto á sus contrario:; las mismas ilusiones que los legisladores de Cádiz en 1814,
ha sufrido lo que aquellos á la vuelta del rey. En el primero hay los mismos cálcu-
los: en el segundo el mismo liberalismo apoca Jo; el uno no hahla más que de las
prerogativas del trono; el otro permanece en éxtasis ante una Constitucion muerta:
aquel proclama al rey de derecho divino: este cree haher realizado su mision des-
pues de haber redactado la Constitucion sin desenvolverla en' leyes orgánicas. El
precedente bosquejo, aunque corto, de ambos partidos, debe bastar para poner de ma-
nifiesto la desigualdad de semejante lucha. Entre un partido que en nombre del po-
der real todo lo cree permitido, y un partido que encastillado en vagas teorías nada
sahe practicar de cuanto puede y debe asegurar su existencia, claro es que la victoria
debe quedar por el que vive con las condiciones lógicas de sus principios. Por fortu-
na esos principios son los del mal y por lo mismo contrarios á los decretos de la Pro-
videncia, manteniéndose estériles por más ó menos tiempo con la violencia y el ter-




- ~6-
ror; mas semejantes recursos de la tiranía se gastan, y los que los han empleado tie-
nen que perecer. Esta es la historia del partido servil ó moderado de 1814 acá: su-
cumbiendo siempre bajo el peso de sus excesos y de sus errores, y leyantóndose con
el apoyo del poder real como en 18q, en 1823 con la inten:encion extranjera, y
en 1843 por el suicidio del partido progresista.


Sabido es cómo inauguró su vuelta á ESpa¡-1a Fernando VIL Derogada la Consti-
tucion, perseguidos, encarcelados ó proscritos los hombres m:\s notélbles de las
Córtes y del país, siguió e~ta encarnizada pers.ecucion durante seis años, sin .que á
pesar de todo bastase á ahogar los gérmenes de los principios proclam:ldos en C:ídiz,
y que no habian dejado de penetrar en el pueblo. El descrédito en que había queda-
do España en el congreso de Viena, á pesar de b¿lbcr mós que ninguna otra nacion
contribuido á los acontecimientos de 18 q Y la JecaJenci,l que se notaba en el reino,
fuéron apareciendo ú los ojos de todos en su yerdadera luz con los resultados del ma-
lísimo gobierno qtle dirigia al país. Se \'ió que sólo con nue\'as instituciones podía la
nacion salir de una postracion tan humillante y del piélago de miserias en que que-
daba sumida. El espectáculo de tan'tos excesos, de tamaí1<1S aberrélciones, de un des-
potismo que se iba haciendo imposible de puro despreciable, sirvió poderoslmente
á la causa del porvenir, y atrajo muchas adhesiones á la causa de la libertad. N o bas-
taba ya el antiguo hábito del sufrimiento ú hacer llevadera la tiranía, bien que tu-
viera aún hOl"ldas raíces.


Al presentar un principio nuevo los reformadores pl'csent~1l1 siempre sublimes ab-
negaciones, virtudes magnánimas; la austeridad de los principios y el amor LIe la pa-
tria campean gloriosos. Los lcgisladores de Cúdiz fuéron un n ue\'o ejemplo de esta
verdad. Si no llegaron á ver toda la m 19nitud de la mision que recibieron de la Pro-·
videncia, ú lo menos se mostraron dignos de que les fLlera confiada por su fe ardiente,
por su desprendido patriotismo, por su amor al pueblo q ,le tanto sufria.


Cuando tras las desgracias que causó la reaccion de 1814, una re\'olucion restZlble-
ció la Constitucion de Cádiz, las Córtes convocada s no presentaron el mismo aspecto;
no habia ya la misma rigidez de principios; se conocia que el despotismo habia pro-
ducido sus perniciosos efectos. Los padecimientos, las prisiones, el destierro, la
proscripcion habian visi blemen te modificado las opiniones de antiguos diputados que
acababan de ser reelegidos. Fué manitiesto que los halagos de palacio ejercian su in-
flujo en hombres que habian sufrido infinito en los presidios de Africa ó en la pros-
cripcion, á que los sentenció un rey bárbaro é ingrato.


Entre los apóstoles de las ideas que habi'an prenlecido en la redaccion del código
constitucional de Cádiz, algunos cejaban en la rigidez de principios políticos; para
otros el carácter sagrado de representante del pueblo, la santa austeridad que tanto
honró á las Córtes de Cádiz y el desprendimiento heróico que brilló en aquellos
primeros albores de la libertad, languidecian ante los cálculos de la amhicion ó de
la especulacion codiciosa. Al despertar estos primeros síntomas de una corrupcion
que debia más tarde formar escuela, hubo un grito de indignacion general, que cla-




- R7-
"ó en la frente de los desertores apodos que no ha borrado el tiempo. Dióse el nom-
bre de uno de los jefes de esta escuela j una operacion monetaria, en la cual se
creyó ver el fraude 1 y en la que tUYO parte principal el diI1l1tado cuyo nombre se dió
á las monedas reselladas. Estas manift:staciones de la honradez pública no contuvie-
ron los progresos dcl m~ll. Tales estragos hahia ya producido el despotismo y pro-
ducia la corrupcion parlamcntai'ia importada del extranjero.


Tan tristes lecciones fuéron en las Córtes de 1020 profesadas por hombres que por
desgracia ejercian funesto intlujo. Las sutilezas cOllsti tucionales. los rendimientos de
una deferencia obsequiosa para con el rey, la aristocracia y el clero reemplazaban á
los principios austeros de 1812. H uho oposicion J. las reformas por parte de hom bres
que antes las hahian ó provocado ó apoyado: se hahlah:l de amoldar España á un tipo
francés; se :lfectaba una ridícula indignClcion al consil~er~lr que el rey vivia en tutela,
sujeto :1 la 0'1111ipotellcia de las C(lrtes. Ft:rnanJo VIl era casi una YÍctima para
ciertos hombres que habian sufrido tOLlo <:>1 peso Je su detestable ti,anía. Hechos de
repente partidarios apasionados de la autorid:ld real, soñab:ln una oligarquía consti-
tucional á CU)':l sombra U1U pandilla parlamentaria y palaciega debia ejercer el man-
do. En una palabra, el Estatu to real que apareció más tarde, fué el tipo constitucional
que ú la sazon se :lcariciaba.


Dos di[mtados que lo habian sido en las Córtes de 11<,10 y de 1814 fuéron los je-
fes de esa escuela Ltoctrinari:l y de corrupcion. El conde de Toreno y D. Francisco
J\1artinez de h Rosa; amhos h:lbian sufrido las persecuciones de Fernando VII, el
primero pudo rerLF-,;iarsc en Franci:l~ el segundo fué á parar á uno de los presidios de
Africé!. RestituiLlo.; el su 1)~1tria Yel la libertad con la reyolucion de 1820, y de nuevo
nombrados diputados á C('Jrtcs, se presentaron en el Congreso en son de acérrimos
adversarios de e"a rcvolucion ú la que debían su libertad, y enarbolaron la ban-
der:l del retroceso como campeones decididos á luchar enérgicamente. Dotarlos los
dos de talento oratOriO poco comun, medio seguro de influir en un gobierno repre-
sentativo. estos dos homhres fLll1estos h:ln c:lusado el su patria males sín cuento; toda
vez que jefes de una escueh de cálculos interesados y de veleidad política, si bien no
hicieron de 1820 :l 1823 muchos prosélitos, porque en aquella época todavía se tenia
sumo respeto á los principios, nleltos al poder en 1834, y tomando su obra don-
de la dej:lron, h:ln h:lllado numerosos sectarios en una juyentud preparada por un go-
bierno corruptor, pronta á sacrificarlo todo ante los placeres y goces materiales que
da el dinero.


Asegurado Fernando VIl del apoyo que no esperaba contra los principios de la re-
\'olucion en ciertos diput:ldos, les prodig:l halagos y le faltó tiempo para entregarles
clmando, pues :lpcnas cesaron aquellas Córtes en 28 de Febrero de 1822, cuando
en 1.° de .\larzo eran ya ministros Martinez de la Rosa y otros diputados, que le se-
guian como á SLl jefe. Merced á su tolerancia, ó á la complicidad de aquel ministerio,
pudo Fernando conspirar á su sabor, y el 30 de Junio se sublevó ¡la Guardia real en
Madrid y en AndalLlcÍa. Estrellóse la rebelion militar en las bayonetas de la milicia




- 88 --
nacional y de la tropa en las calles de Madrid el 7 de Julio, dia de gloriosa y triste
memoria, pues ailí corrió sangre española vsrtida por manos espaí101as. Desapareció
impune el ministerio de Martinez de la Rosa y subieron al poder hombres adictos á
los principios de la revol ucion.


Por un efecto natural del desquiciamIento de los partidos, así que una fraccion del
partido liberal dió un paso atr<Ís en los principios de la re"olucion, huho otra frac-
cion que quiso d::lr un paso más avanzado, y se lanzó cnla exagcracion de esos mismos
principios. En aquella época las sociedddes secretas tenia n un poder inmenso. Ellas
eran las que habían preparado la revolucion, y la dominaban. Los francmasones no
tardaron en dividirse: los n1:1S fogosos, mal avenidos con la marcha que otros sec-
tarios más prudentes y m<1s cuerdos i mprimian á la revolucion, se separaron del
grande Oriente, y establecieron la Sociedad de COl/llmeros. Esta se reclutó en los
principios sin grandes escrúpulos en la eleccion de personas. No bien huho estallado
este rompimiento, cuando las opiniones divergentes degeneraron en odios profun-
dos, y una rivalidad enconada lanzó ú unos contra otros en una guerra encarnizada.


Así, pues, en los primeros dias de una re\olucion triunfante, el partido liberal se
hallaba fraccionado en tres bandos enemigos; el que capitaneahan Toreno y i\larti-
nez de la Rosa, conocido por el apodo de anilleros, los francmasones y los comune-
ros. A los embates de estas violentas enemistades, la reyolucion se anonadab2 por sí
misma, y la reaccion contrarevolucionaria iba tomando cuerpo y véllor, preparando
levantamientos en las provincias, y la interven.cion de la Francia. l\lerced á estas di-
sensiones insensatas y criminales, y gracias á las bayonetas extranjeras, á los tres
años el rey ejerció de nuevo su arbitrario y despótico poder.


Con diez años de inauditos padecimientos expiaron los liberales sus errores y
torpezas. La muerte inesperada de Fernando puso un término á tanto sufrir. Ma-
ría Cristina en los amagos de una guerra din<Ística, tm'o que aCLldir al partido libe- .
ral, mas teniendo que someterse á tan imperiosa necesidad no prevIsta en los pri-
meros dias de su Regencia, eligió por consejeros á los mismos que ya lo habian sido
de Fernando VII E'n 1822. Martinez de la Rosa, jefe de los defeccionarios de aquella
época, fué nombrado presidente del Consejo de ministros. Este llamó á sus compa-
ñeros de entonces y admitió por colega á uno de los que m<Ís ruidosamente habian
servido á los franceses en la guerra de la Independencia. El conde de Toreno, des-
echado en la primera formacion de Gabinete, tomó muy luego la cartera de Hacien-
da que anhelaba ardorosamente. Sabidas son las terribles acusaciones que se levan-
taron contra este ministro por haber coinc.idido con su estancia en el ministerio,
la adquisicion de su rápida fortuna y la negociacion de empréstitos cuantiosos.


Las exigencias de la opinion pública arrancaron á María Cristina la miserable
concesion del Estatuto Real; mas por mezquina que fuese bastó para abrir el palen-
que de las discusiones públicas. La lucha se empeñó en seguida con valor, energía y
talento por parte de la oposicion, y con astucia y amaí10s por parte de los mi-
nistros.




- 89-
Estas astucias y amaños las habían cuidadosamente estudiado el conde de Toreno


y Martinez de la Rosa durantc su estancia en Francia. Cumplidamente amaestrados
en el arte de comprar las conciencias, pronto tuvieron largo séquito de ne6fitos. Lo
que en 1820 no habia sido m:is que una pandilla, llegó á ser un partido en 1834. El
Estatuto Real daba :i la nobleza existencia política~propia, que no tuvo nunca, puesto
que en el Estamento de próceres se sentaban los grar'des por derecho hereditario,
dispens:indoles de toda investidura popular. El alto clero tambien obtuvo un lu:.~ar
preferente en ese Estamcnto. La aristocracia y el clero aplaudieron una institucion
que les otorgaba una parte tan lata y tan fá'cil en el nuevo Parlamento. Los absolu-
tistas no carlistas á falta de otra cosa mejor, se adhirieron 3 una organizacion políti-
ca que dejaba ,í la autoridad real su libre albedrio con un simulacro de gobierno re-
prescntativo. El cnjambre de empIcados y oficinistas, conociendo que no podia sa-
lir del Estatuto una reforma administrativa de los abusos, se avino gustoso con él: la
corrupcion hizo lo demás, y dc esta fusion dc intereses, todos en oposicion con la
emanciracion del pucblo y con la libertad, salió el partido que se apellidó á sí mis-
mo moderado, conservador, monárquico constitucional, todo menos lo que es y 10
que representa.


A pesar de tan poderosa coalicion de elementos reaccionarios, la opinion públic::l
se presentaba cada dia más enérgica, más atrevida y casi amenazadora. D. Francisco
Martinez de la Rosa y el conde de Toreno, uno tras otro, se hundieron en los emba-
tes de una orosicion vigorosa y de una impopularidad harto merecida. Subió al po-
der el partido progresista, pcrsonificado en D. Juan Alvarez Mendizábal. Este triunfo
debido al pronunciamiento de I?-\35, no podia menos de ser y fué efímero. Disueltas
las juntas, el partido vcncido vuelto en sí del estremecimiento que le causara ese im-
ponente aparato d-: la fuerza ciudadana, trató de volcar un ministerio popular. Em-
pezaron las intrigas, cada decreto de reforma que expedia el ministerio apresuraba un
día su caida. Con todo se llegó á conocer en palacio que no seria tan fácil volcar ese
Gabinete, mientras el partido pr03resista quedase compacto y unido á los ministros.
Resolvióse introdu~ir la desunion entre progresistas, que no sólo habian marchado
hasta entonces en la más perfecta inteligencia política, mas que unian entre sí los
vínculos de una muy antigua y casi fraternal intimidad, surtiendo tan diabólico plan
por desgracia cumplido efecto. El país vió con asombro liberales notables que habian
sufrido el infortunio, la proscripcion y una lucha no escasa de gloria, pasarse de re-
pente á los reales opuestos, y bajo la bandera que tantas yeces habian humillado,
abrir el fuego contra sus correligionarios políticos. D. Javier Istúriz) el duque de Ri-
vas y D. Antonio Alcalá Galiano, fuéron los jefes de esta ruidosa defeccion. Una vez
abanderizados en la faccion reaccionaria, permanecieron en ella fatalmente empeña-
dos, y si la reaccion les ha dado empleos lucrativos y Yanos honores, jamás han podi-
do adquirir el prestigio y las consideraciones que tuvieron entre los progresistas. Mas
esta es la suerte que espera siempre á los hombres de ánimo veleidoso y de conClen-
cia -política fá.il de enajenar.




- 9°-
Tan inaudita defeccion irritando las Córtes entonces convocadas, provocó escenas


:; las que puso término un golpe de Estado, seguido de un proEunciamiento general
I ue dió en t"erra con el Estatuto Real, yolviéndose á la Constitucion de I~I2. Reunié-
10nse Córtes Constituyentes para reformar la Constitucion en sentido monárq uico;


:as á pesar de tan impruJente e\:tension dada á las prer03ativas del trono, no bien
~':: acababa de promulgar la COllstitucion de 1~37, cuando un motín militar puso en
peligro la existencia del nueyo Código fundamental. Aquella conspiracion abortó,
mas bastaron los conatos para abrir el paso del poder al partido re~lccionario 9ue no
tuvo á menos el tomar por jefe á un antiguo compaí1ero de Calomarde, el conde de
Ofalia.


De 1837 á 18-1-0, el partido progresista en minoría en las Córtes, luchó con tino,
con constancia y admirable union los planes retrógrados de la mayoría; mas al paso
que disminuian los peligros de la guerra, el partido reaccionario que sólo refrenaba
el ascendiente del general en jefe del ejército, disimulaba cada dia menos sus pL:!nes.
Un instinto de la propia conservacion y el prc~entimientodel porveniL mantm'ieron
al partido progresistc1 en perfecta union, y preparado á una lucha desesperada si era
necesaria. E~tado tJn violento tUYO por desenlace el pronunciamiento de Setiemhre
de 1840, quedando en él Hncido pero intacto el bando reaccionario. Su [)oderoso
Jefe habia abandonado el suelo españoL mas residia á las puertas de la Península y
tema á su disposition medios deaccion inmensos. Este jefe era la madre de una rei-
na de pocos aiÍos. Reina tambien y de la familia de Borhon, J\laría Cristina tenia dos
hijas que casar. aliciente harto halagüeño par;-¡ la córte de N euilly que contaba mu-
chos varones. El gobierno francés entró desde luego en todos los planes de l\LuÍa
Cristina y del hando reaccionario que le asegurahan paro su dia un int1ujo eXClusivo
en España, un trono, ó un riquísimo dote por lo menos con todas las eH~ntualidades
á ese mismo trono, si se fornnban enlaces entre las hij~lS de Fernando VII y los
príncipes de la casa de Orleans. Sabido es cómo todo se ha realizado á medida de
los deseos de la dinastía de Julio.


En el alborozo de su triunfo, el partido progresista no supo combinar el rigor de
las reclusiones qLle exigian el honor, la tranquilidad del país y la consolidacion de su
mando, con la moderacion y lcl tolerancia. Teniendo al frente en.emigos irreconcilia-
bles, acti\"os, poderosos, no supo el partido progresista acahar con esa conspiracíon
permanentr:, cada dia más amenazadora. Con todo, mientras el gobierno y lcls Córtes
se mantenian unidos, los reaccionarios, si hien podian procurar luchas sangrientas,
su triunfo era im¡~osible; la discusion era la única brecha por donde podian los reac-
cionarios volver al mand.o. A ahrir e,e boquete se dirigieron todos sus esfuerzos.


Estalló la conspiracion militar de Octubre de 1841, y aunque sofocada, sus conse-
cuencias fuéron más úaalcs á los yenccdores que á los vencidos, pues estalló una de-
plorable excision entre el ministerio y el Congreso so~re los medios empleados
contra lo's reaccionarios sublevados y los agitadores de Barcelona, que vino á oscu-
recer el horizonte político. Diputados esclarecidos creyeron que debian censurar al-




-- 9 1
tamente medidas parecidas á las adoptadas años atrás por sus contrarios que tanta
crítica les habian merecido. En esta yiolenta oposicion se olvidaron esos diputados
de que sin sacrificar jamLÍs los huenos principios , la oposi.:ion que se hace á yeces á
sus propios amig-os políticos, cuando se han eqlliyocodo , nunca debe parecerse ;j la
que se hace LÍ enemig-os declarados de las instituciones. Hubo una lamentable exage-
racion y una suma imprudencia en la oposicion que se leyantó en el Congreso con-
tra los ministros de d"-.p, Exageracion, porque los 3005 de aquellos ministtos él
qllienes nadie neg-aba un patriotismo y una honradez política el toda prueba no me-
recia ta~l etlcol1c1da ira: im['rudcncia, porque: censurando con tanta acrimonia 6, mi-
nistros que habian \'(~ncido la rebe:lion , se indemnizaba á los conspiradores de la
derrota sufrida. El bando reaccionario apro\'echó con extremada pericia y no menos
inmoralidad estas disensiones; las enconó por todos los medios que estaban á su 81-
c[ltlce , y elwalentonados con las teorías profesadas en esta triste discusion sobre los
medios de: sofocar una rebclion, no tardaron nuevos conspiradores en levantar otra
\'ez la ban,lera en Barcelona. Ya se verá cuando lleguemos á esa pLÍgina sangrienta de,
nuestras discordic1s, quién diri,:.;ió esa horrible catástrofe. Vencida la rebelion fué
nut;>va ocasion de m(¡s profunda di,'ision entre el sobierno y el Congreso, de que sa-
lió la fatal coalicion de una parte del bando progresista con los reaccionarios, y que
produjo el pronunciamiento de l\'layo, el triunfo de la reaccion y en seguida la
muerte de todo el ¡lartido progresista.


Este ha sido el Ctltimo desmembramiento; mas apresurémonos á decir que tras la
des~racia f.icneral, hemos listo actos de exquisita moralidad. Cuando hombres hon-
rados que por efecto de un error inaudi to creyeron q ue un~1 generosa reconciliacion
con sus contrarios, era un medio de asegurar la paz al país, eSí'erando Y querien-
do consen'ar la pureza de :-iUS principios, ad\'irtieron que habian sido engalÍ.ados, se
replegaron cll momento al gremio de su fé y de sus correligionarios políticos, y dieron
pasto con tesan y l1rmezas LÍ odios y venganzas atroces por parte de sus aliados.
E'ita ha sido la primera "ez que progresistas engaÍ1ados han tenido la noble ente-
reza de reconocer su error, repudiando solemnemente una ali~lnza impura, \' ,,01-
yiendo al campo pro:c;resista que no quisieron, que no creyeron nunca abandonar'
En CLl~\I1to á lo..;; que en la cO~1licion buscaron una infc1me especulacion, un C~1m1l10
:í la fortuna , allú se han quedado purgando en su conciencia su apostasía y su per-
JLlno.


Resumiendo la historia de los partidos que hablan el lenguaje constitucional, y re-
trocediendo hasta su orígen, \el1lOS que d partido hoy llamado moderado ó conser-
\[ldor, y tan propiamente calilicado en Cí.diz de sen'il. se compone de los absolutis-
tas no carlisuls incorporúndose ú él poco á poco todos los desertores del partido pro-
gresista, LÍ. quienes el sistema de corrupcion traido de Francia ha ido desmembrando,
y de los especul<h.iores políticos que no hallando fortuna entre pro~rcsistas han ido á
probarla en el bando 0i'uesto, consiguiéndolo la mayor parte. No se limita sin duda
todo el partido :1 estas cdtegorías. Cuéntanse hombres honradísimos 1 mLÍs avezados




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á rancias tareas y envejecidas ideas que no forman número, ni dirigen, ni tienen in-
flujo en el partido.


El progresista tiene un noble y glorioso orígen 1 que ha conservado mientras han
vivido los esclarecidos adalides que con tanto brillo figuraron en las Córtes de Cádiz;
y entre sus discípulos han quedado por lo general sus virtudes de desprendimiento y
de honradez, así como tambien sus ingénuas ilusiones, purificándose este partido en
las defecciones que ha ido sufriendo. Lo que ha perdido en número lo ha ganado en
prestigio. En 1843 por una reunion de fatales sucesos 1 el p~\rtido progresista s~ en-
contró en una crísis de desmembramiento 1 como una de tantas \Íci:jitudes que nada
tienen de nuevo ni de extraordinario en la historia de los partidos. Esperemos al
menos que los acontecimientos que han seguido á aquella aciaga des un ion tendrán un
influjo providencial en el porvenir de la libertad. La experiencia es la que ensena á
los hombres, en el infortunio es donde las almas toman acerado temple. De hoy
más los progresistas no pueden ya argüir de error involuntario; conocen á sus con-
trarios; una ilusion no es ya admisibl(?, podrémos tal vez contar con nuevos deserto-
res, mas ya no puede en el partido progresista haber quien diga «me han enganado
mis contrarios.»




CAPITULO VIII.


INFLUENCIA EXTRANJERA.


Siempre que hemos oido hablar de influjo extranjero en España, en el verdadero
sentido de la palabra, ha sido para nosotros ocasion de sorpresa y de profunda pena,
preguntándonos en balde qué es lo que en Francia entendian ministros, diputados y
publicista,> hablando de lajusta influencia en la Francia en los negocios de España;
influencia que segun ellos seguia los vaivenes de nuestros partidos, pasando á la In-
glaterra cuando el poder está en manos de los progresistas, adquiriéndola la Francia
cuando manda el bando retrógrado.


Preciso es que la historia de las relaciones internacionales entre Francia y España
no haya dejado recuerdo alguno en la memoria de los hombres políticos franceses,
para que á la vuelta de 150 años de triste experiencia acaricien todavía el halago de
esa influencia, ensueií.o de Luis XIV, en cuya rcalizacion agotó aquel orgulloso m0 4
narca todas las fuerzas de la Francia .
• Los que conocen realmente á Espaí1a y la índole de sus moradores se admirarán
siempre de que se pretenda ejercer un dominio político, fundado en torpes intrigas
de camarilla, precisamente en un país en que ningun hombre político puede jactar-
se de haberlo ejercido de un modo duradero; y no es de suponer que los gobiernos
extranjeros tengan la pretension de dominar directamente la nacion, cuando esta
ningun jéfr: permanente admite, ni reconoce el dominio de nadie. En el roce inme-
diato que hemos tenido con los negocios de nuestro país, como en el estudio concien-
zudo que hemos hecho de su historia, confesamos que hemos tropezado con muchas
intrigas, y visto muchas miserables maquinaciones en muchos anales. Hemos por
tanto debido conocer que esas intrigas, esas maquinaciones han causado grandes
males á los que las sufrian y tambien a los que las agitaban; mas en ningun caso he-




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mos hallado rastro de una verdadera influencia de los gobiernos extranjeros, pues no
nos es posible dar este nombre á una política que se reduce á sembrar la division en-
tre hombres que son llamados á vivir en una comunion fraternal de principios, de
ideas y de intereses. Y como en todas las épocas no hemos \Ísto otra cosa más, como
resultado de la influencia extranjera, sino los que acabamos de indicar, hemos venido
á parar á esta conclusion, que lo que entendemos por influencia extranjera es muy
distinto de lo que propiamente se llama a::,í en la fraseologia política. Entonces he-
mos analizado el sentido de la palabra influencia como se entiende en Francia, res-
pecto á Espaí1a, comparúndolo con el sentido que nosotros damos á esa p~lla¡)ra.


Por influencia política entendemos la accion fecunda y pacílica del entendimiento
humano y de la ciencia egercida con un fin moral, religioso y civilizador por un pue-
blo respecto de otro qUé por circunstancias peculiares se ha rezagado en el camino del
progreso. Se nos figuraba que por influencia se entendia la reunion de los esfuerzos
del entendimiento para dirigir las naciones húcia ese principio de unidad de doctrinas
y de intereses, quitando las barreras que separan ú los hombres, para ,congregarlos en
una sola y numerosa familia~ suponiamos que la intluencia de una nacion más rica de
saber, de experiencia y de buenos principios administrativos consi:-,tia en ayudar con
sus luces á las que de ella necesitasen, propagando aquellos principios, defendiendo
aquellas luces, publicando los resultados de aquella experiencia, y creiamos por tino
que no se debía aspirar ú otro influjo que al de la moral, al de lo hueno y al de lo jus-
to, y de cuanto pueda apron~char al género humano con un fin religioso, social, in-
telectual, y de un bienestar general.


Muy equi\-ocados andabamos; y viendo que nada de esto tenia en sí ese afan de in-
fluencia tan ardorosa, llegamos á COnYlnCernos de que el influjo detrús del cual cor-
ria desalado el gobIerno francés era pueril, mezquino, torpe, fatal; era una in5pira-
cion del génio del mal, un deseo desordenado de dominio, un antagonismo insensato
respecto á In;~laterra, buscando un terreno donde extenderse, y eligiendo clcle nues-
tra Península para dar suelta á ridículas pretensiones. ;\las entonces ¿cómo homhres
qLle hablan con tanto orgullo de su esmerada civilizacion, son ellos los primeros en
solicitar esa intluencia que no es m:ls que un elemento de anarquia para Espaíla, ú
la par que una ocasion de desavenencia interr:.acionaP


Confesamos que ú cada nueva discusion nuestra sorpresa crecia, pues leia, ó yeia
pedir una influencia l1cticia, peligrosa, cLlando la mús n0 1)le y la mús gloriosa se pre-
sentaba sin esfuerzos de naLlie y sin oposicion ninguna. N os ex [)licarémos y nos da-
rémos la enhorabuena si conseguimos la ~icha de poner de manifiesto la verd,¡d,
tratando la cucstion de la intiucncia extranjera en Espaúa, limitándonos ú Francia é
Inglaterra.


La Francia ejerce en Espai1a una influencia inmensa, tal como nosotros la conce-
bimos y dejamos explicada. Todo contrihu~"e ú darsela por la fuerzd dc las cosas, y
sin echar mano de los mIserables servicios de una diplomacia ignorante, chismosa y
enredadora.




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Las contínuas revueltas que agitan la Península de 1814 acá, que alcanzan alterna-


tivamente á todos los partidos, han llevado á Francia un número infinito de españoles.
No hay persona de tal ó cual importancia política que no haya visitado Paris, y
muchos han conservado una memoria grata de la generosa hospitalidad que de los
franceses recibieron, habiendo entablado con ellos relaciones de estrecha intimidad.
:\luchos jóvenes se han educado en Paris, y toJo español de mediana educacion tra-
duce el franc<':s cuando no lo habla. La lIteratura francesa es la base, generalmente
hablando, de los estudios de los españoles, principalmente en las ciencias. Los diarios
dt: Francia son leidos por todos los hombres políticos, y los folletines franceses ali-
mentan exclusi\"amente los de la prensa periodística española. En el teatro no se
oyen más que traducciones francesas. Las modas ejercen su absolutismo en Espaí1a,
en el vestir, en los muebles, en los hábitos de las clases superiores y hasta en sus mo-
dales: la graciosa mantilla y la voluptuosa basquií1a van siendo reemplazadas por
esos feísimos sombreros y por el prosáico traje francés.


Hé aquÍ una intiuencia adquirida sin trabajo y fecunda en resultados provechosos
para las dos naciones. En esto no se cruzan intrigas, no es obra de alguno en parti-
cular, es la de todos en general; tiene por lo mismo el relevante mérito de no herir
susceptibilidad alguna por asombradiza que sea. Podrá ser que el amor propio de al-
gun espalÍ.ol rincio, sufra á causa de esa invasion que destruye el tipo original de la
nacion, mas ¿:l qui<':n se quejará cuando de seguro él mismo se hallará presa de un
contagio de buena ley? Tal "ez no habria que hacer muchas pesquisas en su perso-
na ó en su casa para tener una prenda material de que no se ha librado del todo de
esa inOuencia.


Semejante conquista no ha costado una lágrima, ni un sinsabor, y ha producido una
interinidad beneficiosa entre las dos naciones. Una y otra han deseado seguramente
que la consecuencia inmediata de este contacto íntimo de la "ida intelectual y soci:11
fuese y sea un "ínculo político, fraternal, indisoluble. Entregadas á sí mismas Espa~1a
y Francia se hubieran unido en un centro da accion indestructible; mas los gobier-
nos han querido otra cosa; los intereses dinásticos han reemplazado en todas las oca-
siones á los de las naciones, y de ese de,wÍo de la verdadera política internacional
han resultado guerras asoladoras, calamidades incalculables para ambas naciones,
cuando todo las convidaba ú una union fraternal. Hé aquí cómo el influjo que se ha
pretendido ejercer, ha maleado el que se tenia naturalmcnte, sacrificando la única in·
fluencia que dcbia bastar á la ~loria de Francia, pues era un justo homenaje rendi-
do él su iniciativa política y civilizadora] ú los trabajos cientíticos de sus más pre·
claros ingenios.


Hace siglo y medio que el sistema funesto de un influjo político ejercido por la
Francia en España nació en el pensamiento de Luis XIV, y desde aquel reinado to-
dos los gobiernos que ha tenido Francia, han seguido el mismo sistema poniendo en
su realizacion un em peÍ10 constante y recogiendo por resultado nuevos desengaños
y males sin cuento. Hay en Francia tal afan de recordar lo que se llama la obra mag-




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na de Luis XIV, que preciso es tambien recordar cuáles han sido los resultados de
ese funesto legado aceptado por Luis XV, N apoleon, la Restauracion y la revolucion
de Julio.


Los sacrificios que Francia tuvo que hacer en fuerza de las pretensiones de
Luis XIV de mandar en España, fuéron inmensos y el mismo rey que los impuso á
su país llegó por último á desear que Felipe V renunciase á esa corona, cuya pose-
sion habia arruinado la Francia y atraidole desastres. Luis XIV rogó y suplicó á su
nieto que renunciase al trono de España, á lo que se negó Felipe V. A pesar de tan-
tos tesoros, de tanta. sangre vertida, de la intrusion en los negocios públicos de Es-
paña puestos á cargo de la princesa de los U rsinos, fundadora de esa camarilla que
desde entonces existe en el palacio de Madrid, ¿qué influjo obtuvo Luis XIV en Es-
paña? ninguno; como no se llame influjo á esas miserables intrigas palaciegas.


En cuanto murió Luis XIV, Felipe V fraguó una conspiracion contra el Regente de
Francia. ~u embajador en Paris, príncipe de Cellamare, asocia para su crimálal pro-
yecto á una princesa sedienta de ambicion y de odio contra el Regente, la duquesa
de Maine. Descubiertas sus maquinaciones para encender y asalariar la guerra civil
en Francia) el embajador español es arrestado y desterrado de Francia. ¿ Es este in-
flujo la obra de Luis XIV? ¡.Lo hallarémos en las guerras que estallaron en Espaí1a y
Francia, en los primeros aí10s del reinado de Luis XIV? ¿Se citará acaso el VIcto de
familia, conquista del espíritu de intriga, como un heneficioso resultado del influjo
de la Francia? Allí están los tratados vergonzosos de 1763, Y el de 1 7~3 que firma-
ran España y Francia con mengua de su honor y de su dignidad, sin contar los in-
mensos sacrificios que costaron las negociaciones que precedieron (¡ esas guerras.


En 1808 N apoleon ejercia en la juventud española un ascendiente mágico: los
hombres más ilustrados de España con entusiasta admiraciori. contemplaban á ese
hombre extraordinario. Tojo Jo poJia N apoleon en Espaí1a, dirigiéndose á los nohles
instintos de la nacion, mas desconociendo esto, hizo prevalecer el dominio material
y siguiendo el ejemplo de Luis XIV, quiso el trono de España para su familia, pro-
vocó una guerra horrible, guerra de destruccion para la Península, para la Francia,
para el mismo Napoleon, resultado tristemente confesado en estas palabras del pri-
sionero de Santa Elena: «la guerra de España fué una verdadera plaga y la causa pri-
mordial de las desgracias de la Francia: ella es la que me ha perdido.»


La restauracion tambien aspiró al dominio de España. El vizconde de Chate~lU­
briand tuvo ensueños dorados; la dinastía de Luis XIV, {¡ quien l~ Providencia re-
servaba muy cortos años de duracion, debia, ·en la opinion del ilustre poeta, extender
sus ramas hasta las Américas. En vez de emprender una ohra de union civilizadora
entre ambas naciones, en la cual Francia podia ganar renombre ejerciendo una noble
y grandio:;a influencia, se acudió {l la fuerza brutal para destruir la libertad en Es-
paña: la restauracion se hizo el campeon del despotismo mon{¡rquico y del espíritu
monacal; quiso el mal por el mal. Mas ¿ qué'ganó en ello? En la ohra del vizconde
de Chateaubriani, el congreso de Verona, es donde hay que.' leer los beneficios que




- 97-
sacó la Francia de su intervencion liberticida. Allí es de ver el desprecio, la insolen-
cia, hasta la ingratitud, con que Fernando VII y sus ministros pagaron el servicio
que recibieron de las hayonetas extranjeras, á quienes debieron la toma de posesion
de un poder absoluto. La Francia gastó sumas cuantiosas para hacer una vez más el
mal en España, y la restauracion, despreciada por los absolutistas de la Península,
aborrecida por los liberales españoles y mirada con mayor desconfianza por los de
Francia, dió un paso avanzado húcia el abismo donde debia perderse, y el afan de
dominio recibió un nuevo desengaño.


En 1833 estalla en Espaín una guerra de principios con banderas dinásticas; el
tratado de la cuádruple alianza se firma, ofreciéndose entonces á la Francia una por-
tentosa ocasion de subsanar los atentados del Imperio y de la Restauracion, evitar el
derramamiento de sangre, asistir á España en su trabajosa regeneracion, proteger
su libertad sin atentar á su independencia, indemnizar con servicios prestados á la
causa del progreso las desgracias de 1808 Y de 1823, Y hacer de España agradecida
y fuerte la primera, la mejor de las alianzas de Francia Hé aquí las bases de una jus-
ta influencia que no hubieran hallado á nadie en el partido liberal que las combatiese.
En HZ de esto ¿ q ué se hizo? ¿ qué influencia se ha querido ejercer, y cuál se ha con-
seguido? No lo dirémos nosotros: los hechos son sobradamente públicos, y todos
los conocen. ¿ El afdn de nueva alianza de familia entre la dinastía de Orleans y la de
España, á qué ha venido á parar?


Así, pues, el influjo que han pretendido ejercer en España todos los gobiernos que
ha tenido la Francia de siglo y medio acú , ha sido el del dominio material en su peor
aplicacion, pues que este no se puede ejercer sino por medio de intrigas palaciegas,
provocando los partidos á una guerra intestina, presentándose aliados de los que se
ofrezcan á llevar adelante esos planes de influencia inmoral, con el fin de dar cima á
sus propios proyectos de absolutismo brutal.


Cuando los diputados y publicistas franceses han echado en cara á sus gobiernos
una política que menguaba su influencia en España, han dicho una verdad más posi-
tiva de lo que ellos mismos se figuraban: mas reduciendo en seguida esta cuestion á
proporciones mezquinas, daban á conocer muy á las claras la pobreza de sus propias
ideas. Sus reconvenciones ceñidas á una rivalidad imaginaria, al antagonismo inglés,
carecia de objeto. En vez de atacar á los ministros por la pérdida de una soñada in-
fluencia, cediendo ú la de Inglaterra, lo que debian decirles era que la influencia que
pretendian ejercer, mataba la que realmente podia tener la Francia, de suyo bastante
grande para aspirar á que su natural influencia necesite de intrigas diplomáticas. La
Francia 'se basta á sí misma por el solo ascendiente de sus fuerzas intelectuales y esta
intervcncion moral nadie la rechazaba porque no se dirige á ningun partido, sino so-
lamente á las ideas civilizadoras, á la union, á los instintos de la libertad y al bien
procomunal de todos. Las intrigas rateras de los gobiernos de Francia son las que
siempre han maleado la única influencia posible á que se debe aspirar Esto no se ha
conocido en Francia, y por esta falta de conocimiento, han andado los estadistas


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franceses por los senderos trillados de una diplomacia añeja, que data de la obra de
Luis XIV. Allá se la califica de grandiosa, cuando fué bien mezquina; se la llama
francesa, cuando no fué más que Borbónica. Así es que hasta ahora en todos los
discursos de los oradores de la o¡)osicion relatiyos á los asuntos de España, ha pre-
valecido ese espíritu de dominio insultante, injusto, funesto é imposible, y á veces los
hombres eminentes que han enarbolado más resueltamente la bandera de las ideas
sociales más avanzadas, al tratar de Esraña, han emitido opiniones más mezquinas
que las de los ministros siendo más retrógrados que ellos, circunstancia que provocó
al senador D. Facundo Infante el decir en la tribuna, tratando de los discursos pro-
nunciados en la Cámara francesa en la sesion del 2 de MJrzo de r8-f3, que recha-
zando así los principios de Lamartine como los de Guizot respecto á España, si se
viera en la precision de optar por la política de uno de ellos, se atendria á la del
segundo.


Mediten los estadistas de la nueva Francia con pausa y cordura la política interna-
cional seguida de si~lo y medio acit por los gobiernos anteriores, y llegarán á conven-
cerse de que si el porVenir no ha de parecerse á lo pasado, hay que renunciar al es-
píritu de dominio, para que prey;:¡]ezCél11 pensamientos más elevados, méÍ.s generosos,
más útiles. Las desgracias que mancomunadamente hrln sufrido las dos naciones, de
resultas de esa política extréwiada, absueh'en á la Francirl de toda comrlicidad en
ese sistema, y gracias á Dios los espaí10les somos bastante justos y sobradamente
ilustrados para conocer que la nacion fr-ancesa no es responsable de los males que sus
gobiernos han causado á la Denínsula, y ningun resentimiento ha sobrevivido á las
caté1strofesde 1~0~, de rfh3 y de 1843.


En las contiendas fatales que han agitado él España, los gobiernos franceses, inter-
pretando adhesiones interesadas, han adoptado por suyo un partido, porque en él
hallaban hombres dispuestos el aceptar el apoyo de los extranjeros para satisfacer sus
propias pasiones. Ya hemos dicho lo que el vizconde de Chateaubriand nos refiere
de la gratitud de Fernando VII y de sus ministros. En estos últimos tiempos, cuando
vencido D. Cirios, no hubo ya méís que dos partidos en la escena política 1 el minis-
terio francés adoptó uno de ellos, y dióle el nombre de partido francés. ¿ Qué signi-
fica esta opinion proclamada en la tribuna? Que existia un YÍnculo positivo entre los
hombres de opiniones retrógradas en Espaí1a y los de Francia. ¿Quién lo duda'? Que
ministros franceses 1 teniendo por mision especial durante el reinado de Luis Fe-
lipe, el anonadar la reyolucion de Julio de 1830 en sus consec'..~encias más natura-
les, aplaudieran los esfuerzos intentados el) España para aCribar con la libertad y las
instituciones, nada méÍs racional ni más lógico. Los hombres poseidos de un odio
político, lo extienden á todo indiYíduo que profesa principios contrarios; así fué que
los ministros franceses no disimulaban su antipatía á los progresistas españoles,
igual á la que les inspiraba la oposicion en su propio país. Los ministros franceses se
han esmerado por tanto en presentar el bando reaccionario de España, como muy
adicto á la Francia, y este arJid no ha dejado de hacer ilusion á muchas personas




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muy liberales. Si esto fuera verdad, seria preciso convenir en que por una fatalidad
inexplicable la bandera de Francia no se puede presentar en España sino unida á la
de la reaccion contra la libertad, y dudamos que los:franceses acepten esa solidaridad,
que los ministros de Luis Felipe y sus adherentes en España han querido estable-
cer entre Francia, y los que en ella mandaban.


Hay en EspaDa un partido cuyas tendencias políticas son las de los ministros fran-
ceses del último reinado; un partido que pone en prúctica por su cuenta el sistema
de corrupcion, el desenfreno del agiotaje que ha sei'lalado con especialidad los últi-
mos años de aquel reinado, que se amolda á las máximas de aquellos ministros, si-
guiendo su junta de gobierno, y en premio de esa imitacion servil del mal, ha reci-
bido aplausos y apoyo de los gobernantes franceses. Sin embargo, decia Guizot en
la tribuna, que aquel era el partido francés, y que los progresistas formaban un par-
tido anti-francés, y por consiguiente inglés. Esta última calumnia tuvo suerte, y el
desclrado ardid del ministro halló acogida. Una vez admitida con lamentable facili-
dad, sin examinar los hechos, los liberales francese:, han confundido en su aí1eja oje-
riza contra la Inglaterra ú los progre:iistas, por adictos á esta. Sucedió, pues, que
cuando en 1843 una formidable conspiracion anudada y protegida por el ministerio
Guizot, dió el podE'r al partido calificado de francés por este ministro; cuando ese
partido entregándose á la más espantosa reaccion, hubo destruido la libertad, hecho
trizas la Constitucion, conculcado todas las leyes, derramado sangre sin medida, en-
tre los autores y promovedores de estos excesos hubo un cambio de condecoracio-
nes que manifestaba la mútua satisfaccion y la complicidad palpable; mas no se ha116
en las Cúmaras una sola voz para pedir cuenta á los ministros de la calificacion de
partido francés, dada á unos hombre:; que habian llevado la osadía hasta la inaudita
iniquidad de poner toda la Península en estado de sitio, iniquidad premiada con
bandas de la Legion de Honor, agradecidas estas con otras bandas españolas yeoila-
res del Toison ¡Cuál era el orígen de esa aquiescencia tácita de la oposicion fran-
cesa á un crÍmen político horroroso? U na soh; el temor de que una protesta contra
semejantes atentados, cuya gravedad era tan de bulto como lo era la complicidad
del gobierno francés, fuese en pró de la inrluencia inglesa; y ante esa miserable con-
sideracion, permanecieron mudos en sus escatÍ.os hombres generosos. ¡Tan arraiga-
do es eí antagonismo, que crea fantasmas por do quiera en el ánimo de los franceses
tratándose de la Inglaterra! •


Si es pues muy cierto que hay en Espan.a un partido que ha recibido sus inspira-
ciones del gabinete de las Tullerías 1 es falso, altamente falso que sea un partido
francés,es al contrario anti-francés en el sentido de simpatías internacionales; no es
más que ministerial francés y los ministros de aquella época á buen seguro no re-
presentaban á la Francia como lo han demostrlldo los acontecimientos de T 848. Si
es tambien muy cierto, que el partido progresista ha c.ombatido constantemente la
política ratera de los ministros franceses respecto á España, y sus pretensiones de
dominarla, es tambien falso y falsísimo que ese partido sea anti-francés; pues á la




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par que ha rechazado un protectorado insultante, y clamado por la independencia
de la nacion, jamás ha mancomunado la Francia con sus ministros. Abrase el Diario
de las Córtes, y se yerá que los principales oradores del Senado y del Congreso han
proclamado altamente su respeto á la nacion francesa y sus simpatías en favor de
la Francia revolucionaria, recordando en cuantas ocasiones se han presentado lo que
muchos españoles han debido á la hospitalidad francesa. Dudamos que se encuentre
nada parecido en los discursos de los oradores del partido retrógrado llamado por
antonomasia partido francés. Jamás ha salido de sus labios una palabra en favor de
la Francia liberal, y si algun dia la libertad francesa se hallase amenazada por coali-
ciones extranjeras, no serian los hombres que se dice componen el partido francés
los últimos en coaligarse contra la Francia.


Creo haber demostrado, que la influencia que honrada y legitima mente puede de-
sear ejercer una nacion vecina, Francia la ejerce sin esfuerzo por su parte, sin resis-
tencia por la nuestra; pues todos y cada uno contribuyen á que así sea. Más que el
influjo que se pretende alcanzar por medios repro:,ados, lo que se quiere ejercer de
gobierno á gobierno en nuestros dias, sobre ser un sueño, es un mal, y cuanto se
hace con ese objeto .es contrario á lo que justamente se debe desear; y que reducido
á un espíritu de dominio material y violento, ha sido funesto á las dos naciones, y
que por último, ceñido á un pueril antagonismo contra la Inglaterra, es una necedad
y un contrasentido.


Pasemos á tratar ahora de la influencia inglesa.
Entre las causas que crean relaciones peculiares entre la Península y la Francia, á


más de su contacto territorial, ninguna existe respecto de la Inglaterra. Pocos son
los españoles que conocen el idioma inglés, y menos los que le hablan; por tanto,
el influjo de la prensa y de la literatura hritánica es nulo. Los emigrados del año 23,
que del gobierno inglés y de su nacion merecieron t:1n generosa como simpática hos-
pitalidad, formaron pocas relaciones sociales en el país, así por la ignorancia del idio-
ma, como por la notable diferencia de costumbres, obstáculos todos á la intimidad
de relaciones que crea vínculos duraderos. Los emigrados, al volver á su patria tras
de once años de cruel destierro, no llevaron consigo más que la memoria del bien
recibido y el justo sentimiento de una eterna gratitud, tributo debido á la más gene-
rosa hospitalidad.


Dirémos con qué ohjeto fué inyentada en Francia, y adoptada por un partido la
acusacion lanzada al partido progresista, de un rendimiento servil á la Inglaterra;
mas véase la inconsecuencia de la invencion. Durante los primeros diez años del
reinado de Luis Felipe la alianza inglesa era por ministros y Cámaras á porfia en-
salzada; las ventajas de una política mancomunada de los dos países, eran proclama-
das por todos: la mayoría de los diarios de París formaban eco á las alabanzas prodi-
gadas á esa íntima union con Inglaterra; por entonces no se hizo caso de la califica-
cion de anglomanía dada ya en aquella época al pa rtido progresista. En su engre-
miento entusiasta en favor de la alianza inglesa, la Francia permitia á los españoles




- 101 -


participar de esa predileccion; mas sobrevino el tratado del 1 S de Julio de 1844, que
despertó los añejos odios hácia la Inglaterra, y desde luego fuímos denunciados como
servilmente vendidos á la influencia británica los españoles que abogábamos por esa
alianza tan cacareada durante diez años en Francia. No hay que preguntar á los que
así nos han calumniado, en qué fundaban sus acusaciones, pues lo ignoraban: basta-
ba que se hubiera dicho, para que el hecho fuese admitido por cierto y seguro. La
iniciativa de ese clamoreo la tomó un estadista que en 1836 habia dejado la presi-
dencia del Consejo de ministros, antes que abandonar la línea de política que habia
adoptado respecto á España. Quiero hablar de un ruidoso artículo intitulado
Oriente y España, publicado en la Revista de ambos A1undos de 1.° de Agosto
de r840' La opinion general lo atribuyó á la pluma de Mr. Thiers J vuelto porenton-
ces á la presidencia del Consejo; mas SI no fué de su propia redaccion, fué un refle-
jo fiel de su pensamiento, y seguramente puesto de órden suya. Esa diatriba injusta,
impolítica hasta lo sumo, la inspiró la coincidencia de los acontecimientos de Barce-
lona por Julio de 1840, Y el tratado firmado en Lóndres el 15 de dicho mes; y cuen-
ta que si Mr. Thiers creia realmente posible una guerra europea, y si sus aprestos
belicosos eran el resultado de su conviccion, pareciera que su primer pensamiento
debiera ser asegurar la alianza de España, que en aquel momento podia presentar en
línea doscientos mil soldados aguerridos, y cuando menos, importaba ante todo ase-
gurarse de la neutralidad de España, si habian de marchar al Rhin las tropas france-
sas. En este caso, ¿á qué venia este artículo de injurias, de insultos contra el partido
progresista, el ejército español y su jefe? Si las ínfulas guerreras de Mr. Thiers no
hubiesen sido una ridícula hojarasca, dejando tras de sí un déficit en el Tesoro, y el re-
cinto de fortificaciones que ciñe Paris, ese ataque inaudito fué una lamentable in-
consecuencia.


La influencia inglesa en España es una de aquellas vulgaridades que se aceptan
ciegamente en Francia, porque siempre que se trata de la-Gran Bretaña hay una pre-
disposicion natural en todo francés, por imparcial que sea, á la pasion y al resenti-
miento. Mas como todas las artimaí1as de la diplomacia no han conseguido jamás
otra con que el desórden en la Península, y cuando el pesar de todas las intrigas de
camarilla, no se ha conseguido más influjo que el de hacer el mal, ¿qué será con la
diplomacia inglesa, cuyo único afan es el promover intereses materiales, en lo que
va poco versada la camarilla? Es verdad, los que hablan del infl ujo de los agentes di-
plomáticos ingleses durante la regencia del duque de la Victoria se burlan de la cre-
dulidad pública. En aquella época hubo algunas cuestiones importantes entre los dos
gobiernós, ya dirémos qué solucion tuvieron, mas por de pronto hay un punto á que
nos han de contestar los calumniadores del partido progresista, pues hay un com-
pleto desacuerdo entre los hechos y sus acusaciones. Segun dicen, la destreza ma-
quiavélica de la Inglaterra es tan po derosa allí donde campea, que en Madrid, si se les
creyera, dominaba exclusivamente. Ministerio y Córtes, todos estaban á los piés del
ministro inglés, y seguian servilmente su impulso. Pues bien: si todo esto fuera cier-




- I02-


to, ¿cómo es que esta habilidad que tanto se ensalza y ese servilismo que tanto se V1-
tupera, han venido á parar á el triunfo de una contra-rcvolucion que ha dado en tier-
ra con el partido progresista? ¿Cómo es que esa astuta, esa maquiavélica Albion que
debia tener un interés tan grande en conservar la supremacía, la influencia que dicen
le otorgaba el partido pregresista, servilmente prosternado ;i los piés de su ministro
en Madrid, nada haya hecho para impedir ó combatir un pronunciamiento urdido á
la luz del dia contra el partido de cuya existencia en el poder pendia esa arrogante
influencia? Y ¿cómo es que no bien hubo triunfado la contra-revolucion, cuando ya el
ministro inglés la reconoció como gobierno) Cuando el gobierno de una nadon po-
derosa tiene un interés en sostener ó combatir una situacion que le es propicia,
ventajosa en otro país, nunca faltan medios y menos él la Inglaterra: allí están los
ministros de Francia en prueba de este aserto. Durante la regencia del duque de la
Victoria, no han cesado de conspirar contra su existencia, directa, indirecta y ma-
terial m en te.


¿Y qué hizo la Inglaterra para sostener un poder, cuya derrota debia ser la de su
propia influencia? Nada en favor de los hombres, nada en favor de las instituciones,
nada en favor de la independencia de Espaí1a, y en nuestra opinion le incumbia un
deber de oponerse á esa intrusion conspiradora de la Francia. Dirémos más, y es que
no sólo no cumplió con esta obligacion moral, m~s en varias ocasiones el ministerio
inglés ha dado su apoyo al gabinete francés en cuestiones, en que la justicia, la razon
y el buen derecho estaban de parte de Espaií.a. Es muy cierto que al llegar el gene-
ral Espartero á Lóndres, Sir Roberto Pecl declaró en el Parlamento que consideraba
á aquella ilustre dctima de la contra-revolucion como Resente dejure, bien que no
lo fuese ya de hecho; mas esta vana declamacion recuerda sobradamente las estéri-
les protestas de la Inglaterra en el Con;~reso de Verona, donde se decidió una inter-
vencion bárbara, inícua de la Francia en Esparla, para que el partido liberal no olvi
de nunca que la política de los ministros ingleses ha permitido que dos veces en
veinte aií.os, la Francia haya contribuido á destruir la libertad de España, en 1823 y
en 1843.


Ahora que hemos demostrado que la Inglaterra nada ha hecho en ninguna época
en favor del partido progresista, y que antes bien se ha unido en casos dados á la
Francia contra ese partido, veamos los actos de la resencia del general Espartero en
sus relaciones con Inglaterra; los hechos hablan m(¡s récio que las declamaciones.


El ministerio Gonzalez, el primero que tuvo el Regente, halló dos negoci<lciones
entabladas por los ministros anteriores en 1 ~40 con la Inglaterra, que tenian por
objeto la una dar una nueva extension al trcitado de 1817 J sobre la abolicion del trá-
fico de negros; la otra era relativa él la cesion de las islas de Annobon y Fernando PÓ,
mediante una suma de dinero que debia pafIar la Inglaterra.


En la primera de estas negociaciones provocadas por el gabinete de Lóndres, se
trataba de una investigacion sobre introduccion de negros en la isla de Cuba des-
de 1820, contra las estipulaciones del tratado de 1 ~ 1 7. El ministerio de ,la Regencia




- 103-


declaró que las pr<:tensiones del Gabinete eran contrarias á la independencia de Es-
paña, á su propia dignidad y á las leye:; del reino y se negó á seguir la negoci2cion des-
echándola lisa y llanamente. El Gabinete de S. M. B. respetó esta resolucion enérgi-
ca y decorosamente expresada por el ~ob¡erno de la Regencia, y retiró su proyecto.


La cesion de las islas de Annobon y de Fernando Púo habia sido solicitada por el
Gabinete de Lóndres en tiempo del ministerio Perez de Castro, quien aceptó la ne-
gociacion y la tenia casi orillada cuando estallaron lo; acontecimientos de Setiembre
que volcaron aquel ~abinete. El ministerio Gonzalcz pensó, con razon ó sin ella, que
la negociacion se hallaba demasiado adelant.ada para cortarla por sí mismo sin graves
inconvenientes; y calculando que llevándola ~í. las Córtes seria el mejor modo de aca-
bar con ella, fué en busca de una derrota, pidiendo al Senado en primer lugar la au-
torizacion de dar cima á esa negociacion, como lo exi~i:l el precepto constitucional.
El Senado contaba una mayoría notabk pro¿rcsist<l, el proyecto de cesion tuvo tal
acogida que fué rechazado con la energía que el minist~rio deseaba y sin pasar ade-
lante, cubrió su res ponsabilidad con la manifcstacion del Senado, y retiró el proyec-
to antes que llegase ú discutirse aquella n~g()ciacion. Al año siguiente el gobierno en-
vió á aquellos países una escuadrilla p:lr:1 renovar el acto de poses ion de las dos islas.


En el mes de Abril de 1841 un guarda-costa apresó un barco contrabandista con
bandera inglesa, y lo lievó á Cartagena; el patron apresado adUJO una queja de abu-
so de poder, declarando en el consulado inglés que habia sido capturado en alta
mar contra todo derecho, no hallúndose en los parajes donde alcanza Id jurisdiccion
española. Vista esta queja y sin mJ.s averi~uaciones, el cónsul de S. 1\1. B. en Carta-
gena mandó el un buque de: guerra del crucero que entrase en el puerto, se apoderase
del contrabandista apresado y se lo llevase, lo que escandalosamente se ejecutó bajo
el cañon de la plan. Al lle,~:1r la noticia de :ic:l1cjante atentado el Madrid, el gobierno
se dirigió al ministro de S. M. B. pidiéndole una satisfaccion inmediata) y el señor
Aston convencido de que era Justo darla, tomó sobre sí el suspender acto contínuo
al cónsul) dando cuenta á su gobierno de la conducta dc aquel funcionario, y de lo
que habia dispueslo por de pronto. Enterado el Gabinete de Lóndres, no sólo apro-
bó la ,jisposicion tomada por su ministro en Mad['id) sino que censuró al cónsul Fitz·
gerald. Por parte del gobierno español se expidió una órden para que el gobernador
de Cartagena) person:] de esclarecido mérito, fuese arrestado y pasase ante un con-
sejo de guerra) por no haber echado á pique el crucero inglés, antes que permitir tan
audaz ins ul to.


En la Habana tenia la Inglaterra en 1841 de cónsul un fogoso partidario de la abo-
licio n dé la esclavitud, opinion muy loable en la que le acompañamos de corazon,
mas opinion que necesita en su realizacion un pulso y una pausa extremados: siendo
obra en que méÍs que en ninguna otra, se necesita entre como elem('nto principal el
tiempo. El cÓnsul inglés no lo creia así, y saliéndose de los límites de su opinion
privada y de sus atribuciones consulares, se hizo propagandista de una opinion que
podia causar en la Isla males sin cuento. El Capi tan general se quejó al gobierno y este




1°4 -
pidió la remocion del cónsul Thomball. Por de pronto el Gabinete inglés quiso sos-
tener su agente no pudiendo reprobar en este una opinion de que participaban los
ministros mismos y el Parlamento; prueba de esto, la emancipacion dada á los escla-
vos por la Inglaterra. Se empeñó en el lllti111.atum que mientras no se le probase que
el cónsul Thomball hubiere incurrido en actos de propaganda aholicionista, no podia
acceder á su remocion. Instó el gobierno espaí101 con sumo teson, y al fin obtuvo el
cambio del cónsul.


Mediaron tam bien negociaciones, ya sea para un tratado de comercio ó para un
arreglo de aranceles, mas estas por su importancia á la par que por su natúraleza'
harán cuestion aparte, que tratarémos por separado con alguna extension. Mas de ese
exúmen, como de los hecho,,; que acabamos de citar, resulta que cuanto se ha dicho
de rendimiento de los ministros de la Regencia al dominio de la Inglaterra, y de la
influencia de esta, es falso, y las calumnias no merecen más que desprecio, como
asimismo la imbecilidad y la credulidad, auxiliares activos <le los calumniadores.


Deslindados los hecho~, y demostrado por todos ellos que la regencia del general
Espartero llevó en todos sus actos enarbolada muy alta la bandera nacional, sin que
en ningun caso la arriara) presentaremos algunas reflexiones morales para poner de
manifiesto que el partido progresista, leal, pundonoroso, agradecido, sabe apreciar
los servicios hechos por la Inglaterra á la independencia y á la libertad española, sin
llevar la ilusion hasta suponer que pudiera haber jamás un gabinete inglés que hi-
ciera de la duracion en el mando de un partido en Espaí1a un compromiso in:terna-
ciona!.


Sin duda las vicisitudes de España han creado- ciertas relaciones entre el partido li-
beral y la Inglaterra; ninguno de nosotros ha podido ol"idar que en aquellos dias
gloriosos en que los diputados de la nacion congregados en Cádiz proclamaban la
emancipacion política dE: los españoles bajo el fuego de la artillería francesa, los in-
gleses vertian su sangre alIado de nuestros soldados, sosteniendo una guerra santa
y nacional de cuya suerte pendia nuestra independencia. Difícil era que de esta man-
comunidad de peligros, de sacrificios, de gloria, no quedase una memoria eterna
para las almas agradecidas: los progre~istas nos jactamos de nuestra gratitud, y nos
honramos proclamando los servicios que debió Espaí1a á los ingleses en la guerra de
la Independencia, mas sin que nuestros sentimientos nos hagan ilusion sobre el fin
que tuvo la Inglaterra, cooperando con sus ejércitos y sus tesoros á nuestra victoria
sobre los franceses. Los liberales de Ccí.diz conocieron mu:-' bien entonces, y nosotros
lo hemos aprendido mejor en nuestros dias, que' no fuépa independencia de Espaí1a
tomada en abstracto lo que los soldados ingleses "inieron á defender en 1809, por
más que viniesen á combatir en tierra española el poder de N apoleon, y que el dia
en que no existiera un Íntimo enl8.ce entre sus intereses y los de España, la inde-
pendencia y la libertad de los espa;10les serian cosas muy indiferentes ú la Inglaterra.
Mas porque un vecino para impedir que el fuego se pegue á su casa, venga á ayudar-
nos á atajar el incendio de la nuestra, ¿ será justo que dejemos de agradecerle el ser-




- 105-


vicio prestado? N o lo pensamos así. Pues este es el caso de los progresistas respecto
á Inglaterra al recordar la guerra de la Independencia.


Mas dicho esto como generalidad que alcanza á todo español, y que el partido pro-
gresista reconoce con gratitud, ¿qué debe este partido á la Inglaterra? ¿ Qué servicios
políticos le ha merecido, que pudieran inspirarle ese rendimiento servil tan inícua y
calumniosamente inventado? ¿ Y qué, se ha podido suponer que el partido progre-
sista que hace alarde de su gratitud en lo que la debe, sea tan olvidadizo que se haya
borrado de su memoria la política seguida por el gobierno inglés en 1814 y en 1823,
respecto á las institucion¡;s de España y la obra del partido progresista? ¿ Y á vista de
esos dos casos se ha podido imaginar que este mismo partido contara con la Inglater-
ra para contrarestar las intrigas de la Francia, y los proyectos de sus adversarios
nacionales? La ilusion era imposible, y por tanto no ha existido. Figur:1rse que un
ministerio tory haria algo en favor de la libertad de un pueblo, hubiera sido uno de
aquellos ensueños que no podian tener cabida en cabeza sana. ¿ Pues qué, no basta-
ba que ocupase un lugar en aquel ministerio el duque de Wellington, para saber
cuál seria la conducta del gabinete inglés, debiendo la opinion de este personaje te-
ner el mayor intlujo en una cuestion española? ¿ Pues qué, el generalísimo de los
ejércitos combinados en la Península, el capitan general español, el duque de Ciudad-
Rodrigo, el grande de España agraciado por las Córtes con el magnífico don del Soto
de Roma, se acordó acaso en 1814 de que España acababa de ser el teatro de sus glo-
rias, y de que el heroismo de los españoles habia sido el pedestal sobre que se le-
yantó su fama, y el orígen de su preponderancia en los consejos de la coalicion eu .
ropea? ¿ Y qué, hizo algo entonces en favor de las instituciones fundadas por el
partido liberal, y destruidas por la mano de un rey? No. Cuando la alianza y manco-
munidad de EspJrtero y de Inglaterra Rubo conseguido el objeto anhelado por la
coalicion europea, la ca.da del emperador, el gabinete inglés y su plenipotenciario
en el Congreso de Paris y de Viena se olvidaron que el denuedo, la constancia yel
heroismo de los españoles habian podido más para derrocar al Emperador, que
cuantos subsidios pagara la Inglaterra á las coaliciones anteriores contra la Francia.
Sin la menor emocion vió la Inglaterra los crímenes de 1814 y de 1823, y los supli-
cios de los liberales que habían proclamado la monarquía unida ála libertad.


En 1820 la lucha que los defensores de la libertad sostenian á trueque de sangrien-
tos sacrificios~ derrocaron el despotismo. ¿En qué los sirvió la Inglaterra para alean-
Z~1r tan señalado triunfo? En nada; y cuando para consultarlo no sólo tenia el partido
liberal que luchar contra los enemigos declarados interiores y los apóstatas, y con·
tra la~ hostilidades solapadas de la Francia, ¿en qué se ofreció la Inglaterra para con-
trarestar esa alianza absolutista? Se conspiraba en Francia abiertamente contra la li-
bertad y la independencia de España, la Inglaterra lo toleró: se hicieron aparatos de
guerra, la Inglaterra lo sufrió: se congrega la Santa Alianza en Verona, para acordar
el modo de destruir las libertades de España, y asiste el antiguo generalísimo espa-
í10l á nombre de la Inglaterra á esa reunían liberticida, y se contenta con una tímida




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y estéril protesta de principios: pasan el Vidasoa las tropas francesas invadiendo la
Península, y ningun obstáculo opuso la Inglaterra á esa inícua invasion atentatoria
á los principios que sentó en Verona. Hay más: la mision de lord Somenet á Ma-
drid, en Enero de 1823, la conducta del ministro inglés Mr Wilisem A'Court en
Madrid y en Sevilla, dicen bastante que la Inglaterra veia con gusto que se diese en
tierra con la Constitucion y la hbertad de España, ni le sabia mal que los Borbones
de Francia echaran sobre sí la odiosidad de esa criminal intervencion.


Mas llegó el dia en que el ministerio inglés tuvo que explicar en el Parlamento su
odiosa tolerancia, que no habia sido más que una vergonzosa debilidad. Entorices por
el órgano de Mr. Canning, vino á explicélr su conducta y jactándose de una iniquid,ad
que no habia cometido, pretendió que habia dejado á la Francia engolfarse en una
situacion indigna en España, mientras que Mr. Canning habia reconocido la inde-
pendencia de un mundo entero, ~haciendo alusion á la emancipacion de nuestras co-
lonias. Lo que decia no era cierto, mas un acto de deslealtad era presentado como
correctivo de un acto de debilidad, y para excusar una cobardía real y verdadera res-
pecto él la Francia fuerte y próspera, Canning hizo alarde de una iniquiJad interna-
cional hácia una potencia amiga y aliada, mas débil y desgraciada.


Ya hemos dicho con lealtad que cuando de resultas de la intervencion francesa
en 1823 emigraron las víctimas de aquel atentado, hallaron los españoles proscritos
y prófugos una generosa hospitalidad en Inglaterra, á la que debieron muchos el no
morirse de hambre: nos complacemos en repetirlo aquí.


A la muerte de Fernando VII, la cuestion de la libertad española puso las armas
en la mano de los defensores dt; Isabel II, Y se empeñó tremenda lucha contra los
partidarios del despotismo. Se firmó el tratado de la cuádruple alianza entre España,
Portugal, Inglaterra y Francia. Reconozcamos sin reticencia que la Inglaterra ha
llenado noble y generosamente las estipulaciones del tratado; no ha regateado la im-
portancia de sus empeños, no ha interpretado antojadizamente la letra del tratado:
ha ido más alLí de lo que rigurosamente le competía. Todo español que haya comba-
tido contra D. Cárlos, debe igual gratitud al Gabinete whig y él sus dignísimos repre-
sentantes en Méldrid, lord Clarendon y sir Arthuro Astan. Durante la guerra civil,
han hecho servicios señalaJíslmos á la causa de la libertad, mas esta lata y generosa
interpretacion del tratado ha sido igualmente seguida, ya mandase el partido llamado
moderado ya el progresista Este no ha recibIdo favor alguno peculiar, por tanto no
le debe una especial gratitud. Si aprecia debidamente los servicios, si los proclamél
con esmero, no por eso ha hecho acto alguno q '..le no pueda confesar á la 1ú'Z del dJa.


Creemos haber demostrado que en r814,'en 1823 y en 1843, los gobiernos que ha
tenido la Gran Bretaña nada han hecho en favor del partido progresista, sea que este
haya sido víctima de reacciones interiores, ya de otras formuladas por las intrigas
bien conocidas de la Francia 1 ó sostenidas por esta á mano armada. Aquellos gobier-
nos no han sabido oponer una influencia protectora de la libertad al influjo liberti-
~ida de la francia, )' mucho menos opuesto la fuerza de las armas al uso inmoral que




-


1°7-
de las suyas ha hecho la Francia. En un caso s610 ha servido la Inglaterra la causa de
la libertad de España, mas sin parcialidad al partido progresista, en la guerra contra
D. Cárlos. ¿De dónde, pues, vendria á aquel un necio agradecimiento en favor del
gobierno inglés, cuando este nunca le ha favorecido como partido? La calumnia,
cisma desleal de los partidos, se ha esgrimido estúpidamente contra fantasmas crea-
dos con torcido fin.


Queda, por último, una cuestion -grave que tocar para remate de pruebas, y es la
de las negociaciones habidas durante la Regencia sobre tratados de comercio ó arre-
glo de aranceles entre España y la Gran Bretaña de que nos ocuparémos en el capítu-
lo siguiente.




CAPITULO IX.


NEGOCIACIONES DE TRATADOS DE COMERCIO CON INGLATERRA.


Vamos á deslind1r una cuestion de que se han propalado calumnias sin cuento,
contra el partido progresista y la regencia del general Espartero: cuestion que se
desprende del antagonismo de la Francia contra la Inglaterra en España; la cuestion
de un tratado de comercio. La p¡:imera ha pretendido que la segunda ha anhelado
con avidez arrebatar ese tratado de comercio, por tanto ha sido ocas ion de temores
pueriles en Francia dando pibulo á muchas calumnias contra el partido progresista.
Creemos muy útil desentrañarla para que haga parte del presente trabajo histónco,
cuyo objeto es la defensa razonada de este partido y de esta regencia.


Entre el sin fin de calumnias, iba mas á decir necedades, que en Francia han cor-
rido sobre el gobierno de la regencia ha campeado en primer término, la de que
España iba á ser entregada á Inglaterra, maniatada comercialmente con un tratado
de comercio, cuyas consecuencias fueran desastrosas para la Francia. El tratado de
Methuen ([), que entre otras cosas, la misma Inglaterra hoy no quisiera, alborotó la
opinion pública en Francia contra el partido progresista. Bajo esta impresion tan fatai
como errónea, el gobierno francés consiguió que sus adversarios casi aprobasen la
política que seguia en España La reaccion política, que iba en ella prevaleciendo,
apoyada por el gabinete francés hubo de triunfar. Vamos á contestar á cuantas acu-
saciones han prevalecido, y de todo ello espero no quedará más que la prueba ma-
nifiesta de que los que daban fé á esas quejas, y los que las propagaban no sabian
una palabra de lo que habia mediado en punto á tratados de comercio entre los ga-
binetes de Lóndres y de Madrid, desde una fecha muy anterior á la época presente.


(1) Del nombre del diplomático inglés que firmó es\! tratado con Portugal.




- 1°9-
Nuestros lectores quedarán harto sorprendidos cuando sepan que las negociaciones


que han tenido lugar durante la regencia, relativas á un tratado de comercio, se
han malogrado por la imposibilidad en que se han hallado los plenipotenciarios in-
gleses y españoles de ponerse de acuerdo sobre sus bases. De estas negociaciones daré
los pormenores, con tanto más acierto cuanto que tuve la honra de ser el único ple-
nipotenciario, nombrado durante la regencia, en el primer período de la nego-
ClaClOfi.


El orígen de una negociacion para un tratado de comercio entre España y la Gran
Bretaña, data del 14 de Enero de 1809, que se firmó en Lóndres, y el 21 de Mayo
siguiente, recibió un artículo adicional, form ulado en estos términos: « Las circuns-
))tancias presentes no permitiendo seguir la negociacion de un tratado de comercio
))entre los dos países, con la detencion y el cuidado que exige acto de tanta imror-
"tancia, las altas partes contratantes, convienen de comun acuerdo en volver á ocu-
"parse de ello en cuanto sea posible, concediendo desde luego al comercio de ambos
)'países todas las facilidades recíprocas, mediante reglamentos provisionales y tempo-
"rarios, de una utilidad recíproca para ambos reinos.»


Llamamos aquí la atencion de nuestros lectores sobre la fecha de este preliminar.
En 1809 la Inglaterra ayudaba poderosamente á España en la lucha sangrienta que
hacia un año sostenia contra ~a inícua agresion de la Francia. Fácil le hubiera sido,
aprovechando esta feliz coyuntura, arrebatar ese famoso tratado de comercio, si tal
fuera su ánsia de conseguirlo. A su vez España debia querer atraerse más y más á la
Inglaterra, por todos los medios posibles y ninguno más apetecible que éste. Pues
bien, precisamente por esas circunstancias, el tratado, como lo dice el texto referido,
fué aplazado para otra época: vamos ahora á ver, cómo variadas las circunstancias,
cumplió el Gobierno español el empeño de 1809.


En 1814 se volvió al proyecto del año [809, y reinando Fernando VII, se firmó el
5 de Julio un nuevo tratado del que referirémos sólo el art. 3.° que decia así: "Que-
"dando convenido en el tratado de Lóndres de 14 de Enero de 1809 que se entablaria
»la negociacion de un tratado de comercio entre la España y la Gran Bretaña,en
»cuanto las circunstancias lo permitieran, las altas partes contratantes, deseosas de
»proteger y ensanchar el comercio entre sus respectivos súbditos, toman el empeño
"de proceder sin pérdida de tiempo, á un arreglo definitivo de comercio (1).1)


Este tratado en 28 de Agosto siguiente, recibió .artículos adicionales, el primero de
los cuales dice: "Queda convenido que durante la negociacion del nuevo tratado de
»comercio, la Gran Bretaña hará el comercio en España con arreglo á las bases y con-
»diciones existentes anteriormente á 1796: todos los tratados anteriores á esta época,
»son con la presente ratificados y confirmados.»


Fernando VII sobrevivió veinte años, desde que firmó semejante tratado, en el cual,
el principio de la negociacioll admitido en el de 1809 debia recibir su plena ejecu-


(1) Firmó este tratado Sír Henry \Vellesley, hoy día Lord Cowley, embajador de Inglaterra en París.




- 110


clOn Sin demora alguna, y á pesar de esto la Inglaterra jamás ha hecho hincapié
en esta cláusula para obligar á Fernando VII al cumplimiento de la palabra em-
peñada.


Desde la muerte del rey Fernando VII, muchos han sido los gobiernos que se han
reemplazado unos el otros en España, y jamás la Inglaterra ha exigido que se cum-
pliese lo pactado: prueba harto evidente que ninguna prisa tiene porque se cumpla.
Ha esperado y esperará con mucha paciencia que España alcance por fin sus verda-
deros intereses, desechando el malhadado sistema prohibitivo que el nadie daña más
que á ella misma, y los reemplace con leyes sábias de libertad de comercio, único
medio de acabar con el contrabando que la anonada así como tamhien á su industria
y su agricultura, dejando vacías las arcas del Tesoro. El sistema prohihitivo es una
de las principales causas del lamentable estado de la Hacienda, y así será mientras
el contrabando sea la regla de su comercio y la aduana la excepciono


Los franceses tienen una opinion singularmente extraviada sobre la importancia
que en Inglaterra se da á un tratado de comercio con Espai1a. Si le desea es como
medio de regularizar el comercio y sustraerlo á la accion corruptora del contraban-
do, pues este desmoraliza á todos aquellos que de él viven. Mas segura de poder inun-
dar la Península de sus artefactos, sin tener miedo á represalias, ¿qué le importa á la
Gran Bretai1a, que los productos de sus fábricas entren en España por contrabando
Ó por la aduana? El contrabando se ejerce por Gibraltar, por la raya de Portugal y
por todas las costas con tal impunidad y con tanta facilidad, que el tratado de co-
mercio en nada aumentaria las importaciones que hoy hace en EspaÍ1a. Esta es la
que tiene un interés apremiante en acahar con la plaga del contrabando que la Fran-
cia hace en igual escala por todo el Pirineo. El contrabando arrebata al Gobierno
una renta de mucha importancia, corrompe sus empleados, desquicia su adminis-
tracion y llena el país de asesinos.


Uno de los obstáculos que harán siempre difícil una negociacion de esta natural e
za entre España é Inglaterra, es precisamente el contrabando. Segura esta última
que no se han de ejercer represalias en las dilatadas playas de su reino, será tanto
más re hacia sobre las bases de un tratado. ¿Qué raza n tendria en hacer grandes
concesiones, segura de llegar al mismo resultado, con tratado ó sin tratado? Tarde
ó temprano el gobierno español tendrá que reconocer la· ventaja funesta que su pési-
ma administracion otorga al comercio extranjero; ella sola puede hacerlo desapare-
cer. En vano luchará contra esa iniquidad comercial. Cuando un hecho existe, para
sustraerse á su fatal influjo es preciso, priIpero tener el valor de reconocerlo y en
seguida la habilidad de hacerlo desaparecer. Este valor, esta habilidad, España hasta
ahora no los ha tenido y sólo conseguirá los buenos resultados de una gestion inteli-
gente de los intereses del Estado, cuando adopte los principios de economía políti-
ca, con los cuales conseguirá introducir el órden en su Hacienda.


N o nos ocuparémos de la cuestion comercial en sí misma) lo hemos hecho ya en
otra ocasion; hablarémos solamente aquí de las negociaciones comerciales que han




- 111 -


mediado durante la regencia del general Espartero, porque de esta puedo hablar con
certi,dumbre para repeler las calumnias que tan válidas han corrido dentro y fuera
del reino.


Cllando se formó el primer ministerio de la regencia, el diputado catalan Surrá,
obtuvo la cartera de Hacienda. Era un voto muy significativo en favor del sistema
prohibitivo. Uno de los primeros actos de ese ministerio, fué el de pedir á las Cór· .
tes en Mayo de 1 8...¡.r, la autorizacion para reformar una ley de aranceles, dejando
fuera la cuestion algodonera, para lo cual decia no tener toda vía noticias bastante
daras para formarse una cabal opinion. La 'comision que tuvo el encargo de dar in-
forme sobre la inJicacion del gobierno, se dividió. El diputado D. Manuel Sanchez
Silva se opuso el lo que pedia el ministerio, y hubo una reñida discusion en las sesio-
nes del r 2 y r 3 de J un io de 1841. Los di pu tados catalanes incluso el ministro de Ha-


,


cienda, hicieron y dijeron cuanto les fué posible para que las Córtes desecharan el
\oto de D. Manuel Sanchez Silva; este prevaleció y llegó á formar el art. 2.° de la
ley. Las Córtes suspendieron sus sesiones, y en el intérvalo de las dos legislaturas,
el gobierno no tuvo á bien ocuparse de tan grave asunto. En cuanto las Córtes
volvieron á sus tareas legislativas, el mismo diputado Sanchez Silva propuso una
enmienda al proyecto de mensaje, en que se mandaba al ministerio que tomase en
cuenta la cuestion algodonera. Esta enmienda tomada en consideracion, discutida en
las sesiones del 16 Y 17 de Febrero, fué aprobada. El ministerio ni por eso se con-
movió. En las sesiones del 4 y 6 de Abril, los ministros fueron de nuevo interpela-
dos sobre la cuestion algodonera, contestaron de un modo evasivo. El sentido cabal
que las Córtes habian dado al art. 2 o de la ley de 1841, la enmienda introducida en
el mensaje en contestacion al discurso de la Corona, las diferentes interpelaciones
que se habian hecho, no habian podido sacar al ministerio de su obstinada inaccion.
Cansado de tan singular terquedad, el diputado Sanchez Silva propuso á las Córtes
que se exigiera al ministerio la inmediata presentacion de una ley que admitiese la
entrada de los algodones. La mocion fué votada por unanimidad, mas el ministerio
léjos de rendirse el mandato tan perentorio, ~resentó el 19 de Mayo un proyecto de
ley en que se le facultaba para hacer todas las alteraciones que tuviese por conve-
niente en los aranceles, menos en lo concerniente ú los algodones) cuyos productos,
procedentes de fábricas extranjeras, quedaban prohibidos del modo más absoluto.
Las Córtes desecharon el proyecto ministerial.


Estos fuéron los actos públicos y parlamentarios de un ministerio tildado de ser-
vilmente sometido al pláceme de la Inglaterra, y dispuesto á entregar la España á la
ayidez cómercial de los ingleses. Y esto se decia, cuando el ministerio llegaba allí-
mite de la rebeldía por no cumplir los preceptos de las Córtes. Esa resistencia te-
naz comprometia su existencia ministerial, por no querer ocuparse de la reforma de
los aranceles y principalmente en lo que concernia á los artefactos extranjeros de al-
godon.


Veamos ahora la parte diplomática, y de esto más que nadie puedo hablar




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con cabal conocimiento de las negociaciones, pues fuí encargado de ella en primer
término.


Seducido por el espíritu liberal que descollaba en las Córtes en favor de una me-
jora sensible en los aranceles; á fines de 1841 el gabinete inglés envió á su repre--
sentante en Madrid un proyecto de tratado de comercio que debia someterse al Ga-
binete español, quien lo recibió con benevolencia, prometiendo ocuparse de él sin
demora. No se cumplió esta palabra; corrió el tiempo, y nada se adelantaba. Apre
miado por el ministro británico, el Presidente del Consejo de ministros y ministro de
Estado, D. Antonio Gonzalez, tuvo á bien á fines de Febrero encargarme el eXJ-
men de dicho tratado, y discutir sus bases con el ministro inglés. Este primer paso
hizo de tal manera ilusion al jefe del Gabinete inglés Sir Roberto Peel de que se llega-
ria á un buen resultado, que no titubeó en decir en la sesion del Parlamento del I I de
Marzo de 1842, cuando presentó su magnífico plan de Hacienda, que se habian he-
cho al gobierno español proposiciones para un tratado de comercio que habian sido
admitidas con suma benevolencia. Declaracion tan solemne hecha en el Parlamento
por el jefe del gabinete inglés, hubiera debido ser prueba harto auténtica de que no
mediaba entre los dos gabinetes de Lóndres y de Madrid una negociacion clandes-
tina, como quien dijera una intriga de camarilla. Las personas que en Francia duda-
ban que Espaí1a tuviera hombres bastante íntegros para querer con fé la reforma
de aranceles absurdos, y que e~to se hallaba tan léjos de una hostilidad hácia la
Francia como de un obsequioso servilismo hácia la Ingl::!terra, hubieran podido
convencerse de la insensatez de sus quejas y de sus calumnias, con echar la vista
sobre la Constitucion espaií.ola, y allí hubieran leido que el Poder Ejecutivo, para sa-
tisfacer un tratado de comercio, necesitaba que una ley especial lo autorizara
á firmarlo (1) Si pues una duda injuriosa se queria halagar contra la probidad de los
hombres políticos de Espaií.a, parecia que la discusion pública que indefectible-
mente debia tener lugar en las Córtes, era garantía suficiente para tranquilizar los
ánimos más espantadizos sobre las consecuencias que parala Francia pudieran resul-
tar de un tratado de comercio entre Espaí1a é Inglaterra.


Cuando tuvimos en nuestro poder: el tratado, lo estudiamos con todo el ahif!co
que su importancia exigia. Desde luego nos pareció concebido bajo un punto de vista
asaz pequeño, y poco en arman ía con los grandes principios de libertad comercial
proclamados en el Parlamento por Sir Roberto Peel. Pedimos modificaciones muy
importantes qile nos fLléron otorgadas, y cuando en nuestra opinion el proyecto lle-
gó á formularse en términos que presenta pan un justo equilibrio entre los respec-
tivos intereses comerciales de los países, redactamos nuestro dictámen, en cl cual
sentaba mas como primcr fundamento el principio de una perfecta igualdad con
todas las naciones en nuestras relaciones comerciales. El ministerio espaí101, en una
absoluta independencia se reservó su plena libertad de accion para hacer todo


(1) Título VI, 1ft. 4l:\.




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aquello que juzgara conveniente al mayor desarrollo de sus propios intereses y de
los de las naciones que trataran con España. Porque á más de la justicia y de la le-
gitimidad del principio tutelar de nuestra independencia, en nuestra opinion la Es-
paña no se hallaba en el caso de restringir su círculo comercial, antes bien de ensan-
charlo. De acuerdo en toJo y por todo con el representante británico, firmamos lo
convenido y entr~gué mi trabajo al ministro D. Antonio Gonzalez, el dia II de Abril
de 1842. Aquí tuvo fin la negociacion; no se dió un paso más allá en ella y el 28 de
Mayo cayó el ministerio (1).


Cuando aceptamos tan honrosa comision " tuvimos en ella una particular satisfac-
cion, pues nos cabia la dicha de contribuir en lo que nos fuera dado al desarrollo de


,los principios, que tantas veces habiamos proclamado, en favor de la libertad de co-
mercio. Y con el objeto de hacer prosélitos á esta santa causa de los intereses públi-
cos, dimos á la imprenta en Madrid un libro sobre la influencia del sistema prohibi-
tivo en el comercio, la industria, la agricultura y las artes del Estado. Allí expusimos
los hechos y las consecuencias de estos, que con estudio concienzudo, habiamos
observado en Francia, en Inglaterra, en Alemania, en Bélgica y por do quiera nos
habia sido posible adquirir conocimientos sobre tan grave materia. Estas investiga-
ciones se hacen con esmerada conciencia, cuando se lleva el convencimiento de que
un problema administrativo resuelto con tino, puede anchamente contribuir al bien
general de su patria.


El ministerio que reemplazó al gabinete Gonzalez, reanudó la negociacion que de-
jamos por concluir. Nuestro dictámen pasó á la comision, que tuvo encargo de abrir
nuevas negociaciones. Esta dió su dictámen y uno de los vocales de la comision, don
Joaquin María Ferrer, hubo de entenderse con Sir Arthur Aston. Omitimos los por-
menores de esta nueva negociacion; bástanos decir, que el plenipotenciario español
estableció como principio, que en el tratado debíase admitir la igualdad recíproca en
favor de España de los derechos sobre vino y aguardiente, y en favor de Inglaterra
los derechos sobre algodones. Esta base fué desechada y entonces se propuso que
los derechos serian del 25 por 100 ad valorem sobre los algodones ingleses, hasta la
fecha prohibidos; el 50 por 100 ad valorem sobre los aguardientes espaí10les, el 40
por 100 sobre los vinos de Jerez y semejantes y el 30 por 100 sobre los demas vinos.
La Inglaterra no admitió esta cláusula, y el Gabinete espaí101 no queriendo hacer
mayores concesiones rompió la negociacion.


Tal es la verdad histórica sobre tratados de comercio entre Inglaterra y España,


(1) Con el fin de que se observase el mayor secreto sobre esta negociacion, pedí al ministro don
Antonio Gonzalez, que nombrara un oficial de su secretaría que copiase mi trabajo, y esto en mi
casa Plazuela de Santa Ana. El ministro me lo concedió y nombró para este delicado encargo al
oficial de la secretaría de Estado y mi amigo D. Rafael Jabat, que tuvo la bondad de aceptar el
encargo. Obra todavía en mi poder copia de esta MemOrIa escrita de su puño y letra, cuyo origi-
nal se ellvió al Sr. D. Antonio Gonzalez, dentro de una caja con llave.




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desde el año 180g á 1842, Y figurásenos que son bastantes para repeler victoriósa-
mente todas esas baja's calumnias propaladas con necia injusticia, durante la regen-
ciadel general Espartero. La mala fé de los enemigos de España y de aquella regencia,
no se pueden comparar más que á la liviana ligereza con que fué admitida por el pú-
blico francés.


La primera necesidad y la más perentoria urgencia que tiene España para mejorar
las rentas, es el abandono de los actuales aranceles. Los que existen no protegen la
industria y matan el comercio; no alivian la agricultura y la estrechan: no somos
nosotros quienes lo decimos, Que no se dé oído á nuestro patriótico afan, lo com-
prendemos; mas óigase lo que decia el ilustre Huskinson en la sesion del Parlamento
inglés del 26 de Febrero de 1826.


"En ninguna nacion del globo el sistema prohibitivo ha conseguido tener los favo-
"res que tiene en España. Allí las prohibiciones se han llevado á los últimos límites de
»10 posible; allí se han hacinado restricciones sobre restricciones, pero tambien los
»frutos ópimos de este admirable sistema están á la vista. N o han llegado aún á la
»perfecta sazon, mas ya es fácil juzgar lo que serán. La España es el ejemplo más elo-
"cuente de lo que es el sistema prohibitivo; mas tambien es el monumento más do-
»loroso de un poder anonadado y de la miseria pública de un pueblo, que la historia
"de la civilizacion moderna nos presenta. Véase ese espantoso abatimiento, su poder
»marítimo ha desaparecido; su comercio se ha perdido, se halla sin rentas públicas,
))no tiene más recursos pecuniarios que una quiebra vergonzosa; sus habitantes su-
»meriSil.l0s en la miseria, y ese pueblo un tiempo tan grande, hoy no se cuenta siquie-
»ra entre las potencias de Europa. El sistema comercial de Espaií.a es muy sencillo;
»se reduce al contrabando.))


Han corrido diez y ocho años desde que, palabras tan amargas como verdaderas,
salieron de la boca de uno de los más célebres estadistas de la Gran Bretaña, refor-
mador tan afortunado como enérgico y osado, arrebatado por desgracia á su país
sobradamente pronto por una muerte cruel. Estas palabras son todavía la pintura
de lo q Lle sucede entre nosotros. Cuando los extranjeros nos calumnian, confesamos
por nue,stra parte que hacemos poco caso de sus palabras: pero cuando sus recon-
\'~lci,) 1:S ,i">;;"_lS s lrCelSmOs nos hieren tan á lo vivo, y las ¡)ronuncia un hombre como
Hu.:>:'-l,lson ailte un P-trlall1ento , todo nuestro amor propio nacional no basta para
SOlll'O¡dI'l10S. :'L)s s.:ntimos profundamente humillados, y considerando nuestra po-
s:i':ib¡1 ':ogr:tÍ1cd, analizdnJo llLlestro~ récursos, contem;)bndo lluestro sudo tan fe-
rJZ,'éO'tI:'t~iFes Yelcie.JJJcs de c,lmC!, rccorda.ndo nuestros puertos y nuestras colonlJs,
con una pobLlcion tan inteligente, tan sóbria, no podemos persuadirnos de que las
palabras de Huskinson sean las de un fatal oráculo. Mas parándonos en nuestro des-
órden administrativo, entonces comprendemos nuestro doloroso abatimiento 'J
nuestra nulidJd política y cesan de ser para nosotros un enigma. A duras penas nos
queda, para no desesperar del porvenir, la halagüeña ¡lusion de que vendrá día en
que sabrémos apreciar las causas del miserable estado á que nos hemos reducido; ese




- 115-


dia será el de nuestra salvacion. ¿ Lo verá el que escribe esta historia ya bastante ade-
lantado en años? Este es un secreto de la Providencia (1).


(1) En el momento de enviar á la imprenta estas páginas, leo en el tomo II de la obra del Sr. Duver-
gier de Haurann (1) la siguiente anécdota que aconteció durante el Congreso de Verona de 1823,
que pone de manifiesto la puerilldad de los franceses, hasta en los hombres más encumbrados
como estadistas, y que viene de tal manera en apoyo de lo que escribí hace veinticuatro años, que
no puedo resistir á la tentacion de referirlo en apoyo de mis opiniones.


En Itl2) el ministro de Francia en :\ladrid, conde de La Carde, escribió al presidente del Con-
sejo Villele, que la España estaba en vísperas de firmar un tratado de comercio con la Inglaterra;
se alborota I\1r. de Villele, remite á :"Ilr. de :\Iarcellus, encargado de negocios de Francia en Lón-
dres, una nota casi belicosa. Canning, ministro de Estado, contestó que no habia una palabra de
tal tratado. El temor, por infundado que fuese, de un perjuicio ú los intereses comerciales de. la
Francia, bastó para inspirar ú :\1r. de Villele, de suyo habitualmente tan pacífico un lenguaje de
tal manera belicoso, que :\1r. de ;\Iontmorency, plenipotenciario en V-erona, en su exaltado rea-
lismo no se hubiese atrevido ú usar. Hacia algun tiempo que corrian voces de semejante tratado,
ljue decíase encerraba á más de estipulaciones comerciales entre España é Inglaterra, la cesion á
esta de las islas de Cuba y Puerto Rico, á título de garantía de una deuda de fecha muy atrasa-
da. Estas voces corrieron por Verona. donde habian producido una vivísima indignacion. El prín-
cipe de Metternich, cuando tuvo conocimiento de la nota francesa, dijo á :\1r. de Caramont, uno
de los plenipotenciarios franceses en el Congreso, que la hallaba perfectamente en su lugar, mas
que no podia persuadirse que la Inglaterra fuese capaz de tan vergonzosa doblez, hasta el punto
que jamás se hubiera visto caso igual; añadió que seguramente se trataria sólo de una proposi-
cion hecha por la Espaíla, y que para aclararlo t'ldo iba á escribir al duque de \Vellington
que aún se hallaba detenido en :\lilán. El duque contestó que el hecho era absolutamente falso,
yse mostró sumamente ofendido de Lis suspechas ver:-;onzosas que \Ir. de Villele habia tenido
del gobierno inglés. El príncipe de :\letternich cambiando completamente de lenguaje ,'dijo á ~1r.
de Caramon : "Parece que Vds. ponen sus negocios en manos de alféreces.»


;1) Historia par/amen/aria de /a Frallcia.




/'





PARTE SEGUNDA.


CAPÍTULO PRIMERO.


PRINCIPIO DE LA GUERRA CIVIL.-SITIO DE BILBAO.-EL PRETENDIENTE EN MADRID.


El reinado de Fernando VII, funesto para la nacíon, ominoso para su propia estir-
pe, dejó á su muerte tras de sí por herencia los gérmenes de hondos resentimientos
públicos y privados. No bien hubo fallecido el monarca, cuando la opinion pública
por tan largo tiempo comprimida, se manifestó enérgica y decidida en favor de un
gobierno de libertad. Una guerra dinástica estalló al mismo tiempo y la nacion se
dividió en dos bandos; el uno por Isabel II y la libertad, el otro por D. Cárlos y un
despotismo más atroz, más temible que el que fenecia con el rey. No tardaron los
contrarios en echar mano de las armas; trabóse una lucha sangrienta, que debia
ofrecer episodios terribles, acontecimientos lúgubres en el seno de una sociedad agi-
tada y poseida de odios encarnizados, sedienta de vengar la ignominia y las desgra-
cias de todo linaíe sufridas en el último reinado~


Una señora recogia tan funesto legado: la historia nos dice que en todos tiempos
y por do quiera las regencias y las minorías han sido épocas de fuertes revuel-
tas, de guerras civiles terribles. Jamás nacion alguna se halló en circunstancias tan
azarosas como las que existían en España á la muerte de Fernando VII. Las riendas
del Estado necesitaban ser empuñadas por una mano fuerte y experta capaz de ma-
nejarlas con extremado tino y suma sabiduría. Ardua empresa era ciertamente para
doña María Cristina de Borbon. Princesa napolitana, llamada á ser la gobernadora
del reino durante una larga minoría, tenia muchas de las cualidades que requeria la
magnitud de la mision puesta á su cargo, mas la educacion que recibiera en el régio




alcázar de Caserta, amamantada con los principios de la omnipotencia real y su enla-
ce con un rey que nunca conoció freno á su voluntad, hahian forzos~l1nel1te prepara-
do á la augusta gobernadora ú no ver en el mzmdo nada mús allá de su heneplácito
y un poder sin cortapisas: los derechos de la nacían para nada podian pesar en las
providencias gubernativas que habian de señalar \a marcha de la regencia. Así fué
que las primeras palabr3s que la gobernadora di rigió 6. los españoles, anunciaron sin
rodeos un pensamiento, una resolucion formulada en esta brevísima sentencia:
Nada de concesiones. Mas no tardó en modificar est3 solemne dedaracion al crujido
de la guerra civil, siéndole preciso repudiar lenguaje t3n absoluto y rebajar un tanto
de tan altiva pretension.


A pesar de esta imprudente manifestacion que los consejeros de la ilustre viuda le
hicieron arrojar como un desafío J la nacían, doña :'vlaría Cristina no pens;lba ejercer
el poder supremo con mano tirúnica, antes bien se inclinaba J la indiferencia en po-
lítica, y de seguro no tU\-o al tomar la regencia ni pasiones 3viesas, ni muy vivas.
Sus inclinaciones no la llevaban á proyocar luchas arriesgadas. Estas disposiciones
naturales y pacíficas de la gobernadora se alteraron en ella, d~minada por las cir-
cunstancias, por los consejeros pérfido-; que la rodeaban, y por sujestiones departido
ó venidas del extranjero. Estas varias circunstancias alteraron esencialmente el cad.c-
ter de doña María Cristina de suyo placentero, bondadoso y pacífico. Sin embargo,
al contacto de estas influencias, acabó por no guardar la imparcialidad que convenia
á la gobernadora del reino, llegó poco á poco á ser un jefe de partido apasionado,
activo, violento, reaccionario.


Tras de la accion, viene la reaccion: es ley de naturaleza. El dia en que María Cris-
tina adoptó abiertamente un partido con exclusion de otro, este quiso tener un jefe
de valía. La casualidad le sirvió maraúllosamente; lo encontró en el jefe del ejército.
Este habia luchado con admirable constancia; y de COl1suno con las milicias nacio-
nales habia salvado el trono que los representantes de la nacion habian asentado so-
bre la base del principio de la Soberanía nacional, bautismo renovado de nuestros
antiguos fueros. El ensalzamiento del general Espartero al mando surremo del ejér-
cito coincidió con la adorcion de aquel principio en las Córtes Constituyentes, coin-
cidenciél que creó un compromiso entre el general y el partido progresista que á la
sazon contaba una inmensa mayoría en las Córtes. De este compromiso resultó que
al aparecer el general Espartero en la escena política, ya la lucha se empeñó por 13
fuerza irresistible de las cosas, primero entre el general Espartero yel partido retró-
grado, más adelante entre la gobernadora y'el jefe del ejército. En un principio esta
lucha se sostuvo con armas corteses, mas pronto el ejército en un combate desespe-
rado que debia acabar y acabó en una catástrofe, que trajo tras de sí las que han
causado tantos males á la desventurada España, que nunca hasta hoy hn podido gozar
reposadamente de los beneficios de una libertad á tanta costa comprada.


La historia de esa lucha y de sus consecuencias es la que vamos ;i narrar en esta
segunda parte. Los pormenores de esa contienda entre el absolutismo más ó menos




119 -


disfrazado, y los principios de libertad, formarán en cierto modo la historia de los
dos grandes parti¿os que se disputan el poder, el uno para estancar el país en un
despotismo encubierto con las fórmulas trivialcs de un constitucionalismo bastardo
é hipócrita; el otro para im¡)Lllsar adelante la nacion en el camino del progreso sin ha-
ber hasta ahora ~ahido ahrirlo con mano fuerte, dominado á su vez por una utopia
constitucional LJLlC no por ser muy sincera es menos estéril. El tiempo de las ilu-
3iones ha pasado para los progresistas, el de las realidades se nos viene encima. Los
terribles vaivcnes á qLlC están expuesta..; las naciones para alcanzar su completa eman-
cipacion son inevitables; la conquista dcLdibertad no es obra de un dia, ni de una
sola generacion.


El partido que en los últimos aílOS del reinado de Fernando VII adoptó á D. Cár-
los por jefe de las ráncías tradiciones de Ulla carcomida monarquía absolutista y sa-
cerdotal, le proclamó rey á la muerte de su hermano. El calculado concierto que
presentaron las aclamaciones en favor dc D. Cirlos en muchos puntos del reino fué-
ron pruebas evidentes de cuán meditado andaba ese plan en la prevision de la muerte
del rey. Una vez dada la senal de guerra dinástica, se levantaron las Provincias Vas-
congadas y Navarra y fuéron durante seis anos el teatro de la lucha, cundiendo el
fuego destructor á otras muchas provinclCls.


Así cmpenada seguia la guerra, manda o el ejército constitucional por diferentes
generales diestros y peritos sin duda, mas asaz poco afortunados, cuando á los dos
aílos de esa encarnizada guerra, sufrió en el mes de Junio de 183) una derrota el
ejército constitUCiOnal en las Amezcoas al mando del general D. (Jerónimo Valdés,
que puso en extremado peligro la causa de la libertad hasta el punto de que del ejér-
cito mismo salió la \'oz aciaga de intenencion francesa para detener el triunfo de los
carlistas considerado ya posible en aq uella época.


Hizo dejacion del mando el general Valdés, y lo tomó el general D. Luis Fernan-
dez de CórdoYél. J ó\"en, audaz, ambicioso, dotado de no escasa inteligencia y capa-
cid1d, mas sin experiencia militar y sin principios políticos muy tijos, el general
Córdova más por efecto de la casualidad que por la voluntad del Gobierno, vino á ser
revestido de un poJer inmenso y el árbitro momentáneo de la suerte de Espana.


No hago la historia de la guerra, por tanto no tengo para qué hablar de las opera-
ciones militares del general Córdoya; mi trabajo es meramente político, Diré pues,
que el nuevo caudillo por todos sus antecedentes pertenecia á la causa carlista; pero
sobradamente ilustrado para no conocer que la mayoría de la nacion no podia querer
el dominio de D. Cárlos y el yugo de los frailes, se adhirió al trono de Isabel II y
peleó con denodada bizarría en su defensa. Por una inclinacion muy natural, se
abanderizó en las filas del partido que más afinidad tenia con el antiguo régimen, en
cuyo sostenimiento habia hecho su carrera á favor de la intervencion francesa de I823,
en la c_lal tomó parte activa. El general Córdova perteneció pues al partido que se lla-
ma modera~o; y cuando este partido una primera vez derrotado en el pronuncia-
miento de I835, fué dispersado en el de 1836, como consecuente y leal no creyó serie




-,- 120-


posible conservar el mando, lo resignó y salió de España pasando á Francia. Esta fué
la ocasion en qu~ el general Espartero, el más perito yel más afortunado de los ge-
nerales del ejército, tomó el mando en jefe para no dejarlo ya hasta haber dado la paz
á España.


Los dos pronuncIamientos de 1835 y de 1836 habian hondamente agitado el país 1
y los partidos engreidos y enconados tomaron un carácter de violencia que presagiaba
contiendas terribles. La disciplina por mil circunstancias diversas, y por efecto de esas
disensiones que tenian eco en las filas del ejército, se fué relajando al punto de te-
merse resultados deplorables. U na série de descalabros puso en duda por un instante
la disolucion del ejército. La derrota del general D. Narciso Lopez en Jadraque, don-
de quedó prisionero, apenas compensó la victoria de Villarobledo ganada por el ge-
neral D. Isidro Alaix, y no bastó á contener á Gomez en su correría apoderándose
del Almaden y de la tropa que lo guarnecia, entrando triunfante en Córdoba á pesar
de las columnas de Rodil, Alaix, Ribero y N arvaez, que le iban al qlcance. Las
desacertadas disposiciones del gobierno, entre las cuales citarémos la que puso á las
órdenes del brigadier N arvaez al mariscal de campo Alaix, el vencedor de Villaroble-
do, salvaron á Gomez de una derrota completa. Estos hechos reunidos vinieron uno
tras otro á contristar los amigos de la libertad, y darles sérios cuidados respecto al
desenlace de la lucha; pero lo que más temores causaba era la situacion apurada de
Bilbao, sitiada por los carlistas, y en vísperas de rendirse á fines de 1836.


De Bilbao salió el primer grito de la insurreccion en favor de D. CelrlOS, grito sofo-
cado por los mismos moradores adictos en general á los principios de libertad. Bil-
bao desde que estalló la guerra habia sido el punto estratégico de más importancia,
teniendo los carlistas empeño formal en tomarlo, porque con la posesion de la capital
de Vizcaya se asomaba la esperanza de que su rey fuese reconocido por las potencias
del Norte, quienes tal vez así se lo hacian creer. De todos modos, dueños de una
poblacion tan importante, es muy justo que su causa hubiera ganado mucho, sus
partidarios hubieran trabajado con mayor ahinco, su número hubiera crecido, y es
hasta probable que la toma de Bilbao hubiese sido la señal de más de una defeccion
entre ciertas clases de aqictos al trono de Isabel II, que no dejaban de tener relacio-
nes en el campo contrario. Bilbao varias veces sitiada, fué ocasion para que el ejér-
cito lo abandonara todo y acudiese á su ayuda. Ante los muros de Bilbao halló la
muerte Zumalacárregui. Sitiada de nuevo á fines de 1836, y reducidos á los mayores'
apuros, parecia que de la pérdida ó del sostenimiento de Bilbao pendian los dere-
chos de Isabel II ó las pretensiones de D. Cádos; el triunfo de la libertad ó del des-
potismo. .


El general Espartero conoció toda la importancia de salvar á Bilhao, acudiendo á
socorrerla con el grueso de su ejército. No se hizo ilusion sobre las dificultades que
presentaba esta operacion ni sobre la tremenda responsabilidad que le alcanzaba.
Meditó lo que le incumbia hacer con energía y serenidad, y no se necesitaba poca
en aquellas circunstancias.




- 121 -


Al tomar el mando del ejército, el general Espartero ateniéndose más al mérito
militar que á las opiniones políticéTS de los generales y jefes, conservó á su lado el
Estado máyor del general Córdova, compuesto casi exclusivamente de oficiales que
profesaban opiniones enteramente opuestas á la reciente revolucion, ante la cual
habia el general Córdova dejado el mando. En una guerra de principios hay que te-
ner en cuenta las opiniones políticas, puesto que la fé política es donde cada cual
halla sus inspiraciones. Duro trance es para todo oficial pundonoroso el de hallarse
entre el deber militar y la propia opinion; pues bien, el Estado mayor de Espartero
se hallaba precisamente en ese caso. Formado de valientes y leales oficiales, muchos
se hallaban en un compromiso que debia influir en sus ánimos; su deber era comba-
tir á D. Cárlos, estaban bien decididos á hacerlo con admirable denuedo, y así lo
cumplian. Sin embargo, un triunfo esclarecido iba á dar gloria, fuerza y un arrimo
victorioso á un gobierno que detestaban, como representante de unos principios y
una revolucion opuestos á sus creencias.


Semejante perplejidad natural, pero cruel, entre el deber y la conciencia, se dejó
sentir en los consejos de guerra en que se discutieron hs probabilidades de triunfo ó
de reveses que iba á arrostrar el ejército en una arremetida general para salvar Bil-
bao. La retirada del ejército y el abandono de Bilbao, fué la opinion de la mayor
parte de los generales congregados en consejo de guerra, resolucion que llegó á ser
admitida en principio, salvo la última determ~nacion del general en jefe, quien se
reservó darla hasta haberla meditado á sus solas. El cielo no permitió que prevale-
ciese tan fatal error y se cumpliese tamaña desgracia.


Entregado á sus inspiraciones en el silencio de su retiro, el general Espartero halló
en su noble pecho, heroismo b1stante para arrostrar los peligros de una arremetida
desesperada, y desechando consejos tímidos, anunció al ejército en una proclama
que respira el más acendrado patriotismo y cuya fecha es de 16 de Diciembre,
su irrevocable resolucion de salvar Bilbao. El ejército contestó con entusiasmo á la
voz de su heróico caudillo. Convenido el plan de operaciones que debian franquear
al ejército el paso á la ciudad sitiada, las órdenes para emprender el movimiento fué-
ron recibidas con alegría, y todos sea cual fuere su opinion, al oir la voz de su gene-
ral en jefe se prepararon á concurrir leal y denodadamente al triunfo. El 24 el ejér-
cito se halló á la vista de Bilbao.


En la noche del 24 a125 de Diciembre va á decidirse la suerte de Bilbao, y hasta
cierto punto la de la libertad de España. Mas hé aquí que en el momento mismo de
atacar las líneas carlistas el general Espartero, es acometido por una de esas horri-
bles crísis del nlal que tanto le atormenta, y presa de los dolores más atroces, se re-
vuelca por los suelos en el cortijo donde le sobrecoge la enfermedad. Imposibilitado
d~ dirigir en persona el ataque, dá sus órdenes al jefe de su Estado mayor, para que
empiece las operaciones, encargándole que por minutos le dé cuenta deylos sucesos.


Con un temporal horroroso, y un frio glacial, en medio de un torbellino de gra-
nizo y de nieve, que la oscuridad de la noche hacia más penoso, el ejército




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que ignoraba el estado de su jefe, arremete con órden admirable y ánimo impávido;
trepa á las líneas de los carlistas, que defienden con intrepidez sus posiciones. Cada
palmo de terreno que ganan los constitucionales cuesta un arroyo de sangre. Hubo
momento en que la contienda ofreció dudas, peleando los unos' y los otros con de-
sesperada saña en el puente de Luchana. Al fin lo ganaron los liberales. Vencido este
primer obstáculo, el ejército constitucional trepa por el monte de Cabras coronado
.de formidable artillería que vomita la muerte por do quiera sobre las columnas agre-
soras. En la montaña de San Pablo arrecia la lucha; allí se empeña una carnicería
espantosa, nuestras columnas caen diezmadas por la artillería carlista; se detienen
esos valientes mas no cejan ... Recibe el general Espartero la noticia de tan porfiado
empeño. Aquel momento supremo para la gloria del ejército y el triunfo de la liber-
tad, exige un esfuerzo sobrenatural. Espartero conoce que su ejemplo y su presen-
cia son indispensables para electrizar á sus intrépidos soldados; oh-ida la horrible
tortura que sufre, y como el más valiente entre tantos yalientes, pide el cabzillo, y
vuela á ponerse 6. la cabeza de las columnas balbucientes acribilladas por el fuego
enemigo. A la yista de su heróico caudillo, ya el soldado no duda del triunfo; Espar-
tero los arenga, los inflama, y va el primero contra los cañones carlistas. Todos le
siguen entusiasmados. La récia pelea cede y se apodera de la posicion que tantas vi-
das costara. Cada cual quiere ser digno de su jefe. los carlistas, acometidos á un
mismo tiempo por diferentes puntos, abandonan su artillería y [)3gajes. Todo cae en
manos del vencedor: el triunfo es completo, y al alborear del dia, el general Espar-
tero entra en Bilbao en medio de las aclamaciones de un pueblo agradecido, y del
ejército ufano y orgulloso de las proezas de su caudillo.


Tan señalado triunfo debido á las atinadas combinaciones del.general Espartero,
á la entereza de su carácter y á su intrépida resolucion en un momento decisivo, in-
trepidez heróicamente secundada por el ejército, fué un acontecimiento de incalcu-
lable importancia. La causa constitucional alcanzaba un brillo inmarcesible que la
aseguraba desde luego un ascendiente ya irresistible. El gobierno premió la "jctoria
en que tanta gloria habia alcanzado el ejército, otorgando á su jefe el título de conde
de Luchana. Los que más se distinguieron en esa noche sangrienta, recibieron pre-
mios, grados y condecoraciones harto merecidas. Las Córtes se asociaron á estas
manifestaciones, y órganos de la gratitud nacional, declararon al ejército y á su cau-
dillo beneméritos de la patria. El presidente recibió encargo del Congreso de diri-
gir en nombre de los representantes de la nacion una carta autógrafa de felicitacio-
nes al general Espartero.


Parecia natural que el caudillo que acababa de dar una prueba tan relevante de
su pericia y de su arrojo, quedara árbitro supremo de las operaciones militares. No
sucedió así. De allí á poco se ideó en Madrid un plan de campaÍ1a que fué desapro-
bado por el general Espartero, en cuanto el gobierno se lo huho comunicado. El
gobierno insistió, se llevó á efecto y los resultados fuéron tan fatales como habia va-
ticinado el general en jefe,




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El plan ptópúestocórtsistia en un movimiento concéntrico de tres divisiones sobre
la provincia de Guipúzcoa con el fin de obligar á los carlistas á admitir un combate
que se graduó, debia ser un descalabro seguro para ellos. El general en jefe recibió,
pues, mandato del gobierno para que mandase salir de San Sebastian un1 division á
las órdenes del general Evans, otra de Pamplona á las órdenes del general Sarsficld,
avanzando el general en .iefe Espartero con una tercera division, desde Bilbao por la
carretera de Durango. Este plan, ejecutado en la estacion más cruda del invierno,
por desfiladeros encajonados entre cerros gue imposibilitaban que las divisiones se
socorriesen mútuamente, abortó por completo. El general Evans ql!e marchó á la
\'uelta de Hernani, fué derrotado en Oriamendi, y se replegó á San Sebastiano Sars-
held detenido en su marcha por las nieycs y los malos tiempos, despues de haber es-
caramuzado con los carlistas, noticioso de la rota de Evans, se volvió á Pamplona.


Espartero que habia desarrobado este plan, ya adoptado por el gobierno, lo se-
cundó con el denuedo que siempre. Salió de Bilbao el 10 de Marzo capitaneando
\'einte y nueve batallones y marchó ~í. Durango. Al llegar á los Cerros de Santa Mari-
na' y de Galdúcan'), divisa á los carlistas atrincherados en posiciones fortificadas, y
con {mimo de atajarle el paso, Espartero se pone al frente de una columna de ataque,
march:J. al enemigo, recibe un balazo en el brazo izquierdo, no se detiene por eso,
trepa al cerro, se apodera de las alturas que ocupaban los -:arlistas que huyen deján-
dole ciento ochenta prisioneros. Sigue Espartero su camino á Galdácano; allí se detie-
n e el dia 1 1; el 12 ma rcha :1 Zornoza, donde halla al enemigo atrincherado en las al-
turas de Leimona. A la cabeza de su vanguardia arremete á los carlistas, los lanza de
sus posiciones, matándolcs mucha gente, y llega á Durango el 13 sin más combate.
Allí desc:lt1sa el q y ell 5; el Iti va el El-Orrio, y ocupa Abandiano, Apata-Monasterio,
y San Agustin de Ecl1c\"arri, estacionando los carlistas en Elgueta, Manaria y Mon-
dragon. El 20 al emprender la marcha á ivlondragon, recibe Espartero la noticia de
la derrota de Evans, y que las tropas que lo habian batido venian en busca suya. La
retirada era empresa peligrosa, teniendo la division que pasar por los desfiladeros de
Zornoza y Galdácano que ocupaba el enemigo reforzado con jos batallones vencedo-
res en Oriamendi, y que llegaban por el camino de Vergara. Muy importante era el
puente de Ibarra para el paso de la division, así fué que los carlistas se apresuraron
con el objeto de ocuparlo, mas ya les habia tomado la delantera Espartero, y sus
tropas eran dueñas del puente. Allí se trabó fiera pugna, de la que salieron airosos los
constitucionales. Más adelante otro puente fué objeto tambien de reñida refriega;
los nLlestros lo tomaron á la bayoneta y siguió el combate hasta entrados en el pue-
blo de Zornoza. Espartero reconcentró todas sus fuerzas en las alturas de Cerleches
y Abril, y desde allí emprendió su marcha á Bilbao á donde llegó felizmente.


Esta retirada es una de las operaciones de la guerra que más honra la pericia y se-
renidad del general Espartero. No perdió un solo carro, no se rezagó un solo hom-
bre á pesar de las ditit:ultades del terreno, y del empeñado ardor de los carlistas. El
resultado de esta malhadada oper2lcion, fué una baja de ochocientos hombres entre




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124-


las tres divisiones, leccion dura que debiera, al parecer, ser de enseñamiento para el
gobierno y para las Córtes, y darles á conocer los peligros de fraguar en Madrid
planes de campaña, con el fin de calmar la ansiedad de los impacientes y de los in-
cautos, exigiendo que se llevara la guerra por trámites incompatibles con la natura-
leza de esta. La pausa del general E~partero provocaba murmuraciones: no faltaba
quién preguntase qué hacia el ejército en sus cantones, y se tildaba al general en
jefe de prudente en demasía.


N o supieron el Gobierno y las Córtes sobreponerse á ese clamoreo injusto y apa-
sionado de los diarios y del públ ico, yen vez de dejar al jefe de las armas, que tantas
señaladas pruebas habia dado de su maestría y de su arroJo, cuando necesario se ha-
cia, formar los planes de campaña que su larga experiencia en esa especie de guerra
le autorizaba para resolver por sí solo, enviáronle diputados á Córtes para combinar
nuevas operaciones militares para el mes de Mayo, obligándole á apartarse de su tác-
tica que hasta entonces tan bien le habia salido. Arrastrado Espartero por la fuerza
de la opinion pública descarriada, y por las exigencias del gobierno y de las Córtes,
dominados por esa gritería de la impaciencia, tuvo que ceder y que resignarse á pro·
poner un plan de operaciones. Estas fuéron admirablemente ejecutadas, pero léjos
de dar ventaja alguna, aún con haber conseguido triunfos señalados, se puede consi-
derar aquella campaña como un error con respecto al fin que se buscaba, esto es el
de acabar la guerra. La toma de posesion de 1 run, de Fuenterrabía y de Hernani, que
tan noble sangre costó, no podia compensar ni con mucho los males que iban á des-
plomarse en el interior del reino. Una expedicion carlista ya muy de antemano pro-
yectada, salió para el centro de la monarquía en cuanto vieron los enemigos agrupa-
do el grueso del ejército constitucional en un punto extremo del teatro de la guerra)
dejando el Ebro yel rio Alagon libres y sin tropa para defender el paso.


Dirigidas las operaciones con pericia y fortuna, todo cedió al ímpetu de las tropas
constitucionales. Hernani é Irun fuéron denodadamente atacados, y cayeron tras de.
una resistencia enérgica en extremo. Fuenterrabía capituló; pero en tanto que así caian
una tras de otra esas ciudades y que el ejército recogia nuevos laureles en Guipúz-
coa, una expedicion carlista que contaba con sus mejores soldados de infantería y de
caballería, capitaneados por el Pretendiente en persona, y por el infante D. Sebastian,
atravesaba el Arga y penetraba en el Aragon, segura de no hallar con quién habérse-
las que capaz fuera de atajarle el paso. Al llegar esta noticia al cuartel general, sale
Espartero en seguida) atraviesa el país ocupado por los carlistas, y llega á Pamplona;
dá sus órdenes á las tropas que han de ir al alcance de D. Cárlos, y se dirige él mismo
á Haro. .


N o es mi ánimo escribir la histo~ia de los sucesos militares que ocurrieron en esa
campaña) abierta en 1 S de Mayo y concluida en 13 de ~etiembre, siendo este trabajo
puramente político, de las operaciones militares sólo dirémos lo preciso por su
enlace con el objeto que nos hemos propuesto. Bástenos decir que los combates po-
'o afortunados para las armas constitucionales de Huesca, donde fenecieron los bizar-




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ros 1 ribarren y Leon, el de Barbastro, donde la indisciplina causó un descalabro, el
inexplicado paso del Cinca, donde debieron perecer los carlistas, el poco fruto que se
sacó de la victoria de Grá, y otras muchas faltas cometidas, trajeron el Pretendiente
á las puertas de Madrid, donde sin el denuedo de la Milicia Nacional que se presentó
sola á repeler los carlistas, allí pudo acabar el reinado de Isabel 11 y de la libertad.


Cuando los peligros de la guerra hubieron desaparecido y la reaccion imperó, la he-
róica Milicia Nacional de Madrid fué disuelta y diseminada y en seguida lo fuéron to-
das las del reino; la institucion y hasta el nombre se ha borrado de la Constitucion
dada en 1845. Esta es la gratitud que suelen recoger los pueblos que se sacrifican pOr
sus reyes.




CAPÍTULO n.


EL GENERAL ESPARTERO EN MADRlD.-SUBLEVACION MILITAR DE POZUELO DE ARAVACA.-


CAlDA DEL MINISTERIO OFALIA.


Ya hemos dicho que el pronunciamiento de 1836 acabó con el Estatuto Real dado
por doña María Cristina, y restableció la Constitucion de 1812, código legítimo para
el partido progresista. El rompimiento que provocara aquel suceso entre los espa-
ñoles que con miras diferentes habian aceptado el trono de Isabel Il como base de
un porvenir que cada cual arreglaba á su modo, fué tanto más enconado, cuanto que
el levantamiento de Agosto era un rechazo del golpe de Estado de Mayo, que valió
un ministerio reformador y popular y lo reemplazó con hombres que acababan de
pasar del campo progresista al bando que hasta entonces habian combatido con vio-
lencia. Esta inaudita defeccion provocada por los halagos de palacio habia hecho
subir de punto la exageracion, y estallar el movimiento insurreccional que dispersó
el bando reaccionario, poniendo por un momento coto á sus proyectos.


En los días que el ejército carlista se despeñaba de las breñas donde peleaba ardo-
rosamente, entrando hasta el riñon de Castilla, los representantes de la nacion po-
nian la última mano á la obra constitucional. Las Córtes, llevadas de un desprendi-
miento imprudente, modificaron la Constitucion de 18I2 en sentido monárquico
constitucional. Por grandes que fuesen las concesiones hechas á la autoridad real,
por extensas que fuesen las prerogativas otorgadas á la corona, el partido retrógrado
no quedó satisfecho. El principio de la soberanía de la nacion, admitido tan de anti-
guo en los fueros de los españoles, sustituido al del otorgamiento real bastaba para
que el nuevo código le fuese odioso. A pesar de este anatema lanzado á priori, la
gobernadora acompañada de sus dos hijas, se presentó en las Córtes el dia 18 de Ju-
nio para jurar la Constitucion, y no contenta con la fórmula ordinaria, añadió signi-
ficativas palabras.




- 127-'
"Juro por Dios, dijo, y por los santos Evangelios, que guardaré y haré guardar la


»Constitucion de la monarquía espailOla, que las actuales Córtes Constituyentes aca~
.. ban de decretar y sancionar, y yo he aceptado en nombre de mi hija la reina doña
dsabel 1I: Que guardaré y haré guardar las leyes, no mirando en cuanto hiciere,
»sino al bien y provecho de la nacion, y que seré fiel á mi augusta hija la reina doña
»Isabel 11.


»Si en lo que he jurado ó parte de ello lo contrario hiciere, no debo ser obedecida,
))antes aquello en que contraviniere, sea nulo y de ningun valor. Así Dios me ayu-
"de y sea en mi defensa, y si no me lo demande (1 ).»


Si hubo sinceridad y buena fé en esas palabras pronunciadas en tan solemnes cir-
cunstancias, pronto se alteraron y llegaron á recordar tristemente á todos los que no
se pagan de una fraseologia de aparato, otras palabras de Fernando VII en parecida
ocurrencia, cuando cn las Córtes de 1 ~h 1 dijo: "\larchernos todos francamente, y
)'"0 el primero) por la senda constitucional. Las seguridades de 1837 eran parecidas á
las de 1820, Y con todo no dejaron de alucinar al pueblo de Madrid, esparcien-
do flores en las calles por donde habia de pasar la gobernadora desde Palacio á las
Córtes: no creia que aquellas flores sembradas á los reales piés tenian más de una
csp1l1a. •


En el acto mismo de promulgar el nuevo código, ya se pensaba en volcarle: era
cuestion de fechas y de oportunidad, mas en cuanto se presentara coyuntura ade-
cuada, era firme propósito aprovecharla. Muy luego la dep;.uó la suerte; un inciden·
te en que la camarilla dircctora creyó ver el dedo de la Providencia en su favor, se pre-
sentó. Este incidente fué la llegada del ejército á Madrid siguiend,o los pasos á las
huestes carlistas. Aquí empieza á figurar el general Espartero en las alteraciones del
país, aquÍ se abre la primera hoja de: su historia política.


Dejamos dicho que el Estado mayor del general Espartero sé componia en su
mayoría de oficiales desafectos al pron uncia miento de 1836, Y aferrados á las ideas
del bando opuesto. La tolerancia del general en jefe alucinó á los conspiradores de
Madrid hasta el punto de suponer que tal vez este no les seria hostil, y partiendo de
este falso supuesto, determinaron promover una rebelion entre la tropa en cuanto se
a.:ercase á Madrid la expedicion que perseguia á D. Cárlos. Con este propósito, ha-
llánliose el cuartel general sobre el CelIa entre Teruel y Daroca, llegaron emisarios ,á
Madrid encar~ados de preparar los ánimos. Hallaron arrimo muy valedero entre los
ot1ciales del Estado mayor y de la Guardia, y muy luego se notó que sus manejos,pro-
duelan efecto, sembrando el descontento. Lo primero que hicieron, como que se di-
rigian á la tropa que habia sufrido penalidades y privaciones sin cuento con heróica
abnegacion, fué persuadirla de que cuanto habian padecido) la falta de paga y de
vestuario, era efecto de la mala querencia del gobierno, y que volcado el ministerio,


(1) Sesion r¿gia del 111 de Junio de 1¡.j37. Diario de las Sesiones.




- 128-


todo cambiaria como por ensalmo, poniendo ministros de otro partido. Se trató con
pérfidos amaños sacar partido de unas palabras tal vez imprudentes, del Sr. D. Juan
Alvarez Mendizábal, quien dijo en la tribuna como ministro, al hablar de las mise-
rias que sobrellevaba el ejército, que cada oficial tenia un cinto de oro y por más que
el ministro se esforzó en explicar el verdadero sentido de esas palabras, aquellos á
quienes convenia otra cosa se esforzaron en presentarlas como si fuera un insulto
hecho al ejército.


El conde de Luchana al saber las intrigas de los emisarios recien llegados al cuar-
tel general, los hizo salir al momento, mas ya habian echado la semilla dejando ásus
amigos el cuidado de seguir la obra empezada, y estos lo hicieron tan maravillosa-
mente que muy luego ganaron la adhcsion de la mayor parte de los oficiales de la
Guardia real de infantería y de los del Estado mayor.


El general Espartero tenia concentradas sus fLlerzas en Daroca, cuando recibió del
gobierno la noticia de que la capital se hallaba amagada por el jefe carlista Zariáte-
gui ya dueño de Segovia. Acudió el conde de Luchana en socorro de Madrid, llevan-
do diez batallones de la Guardia real, alguna caballería y artillería de montaña, de-
jando el sobrante de sus tropas al mando del general Buerens, el cual debia obrar
contra el.pretendiente en combinacion, y á las órdenes del general Oráa.


Esta circunstancia tan fortuita de la llegada de la Guardia real, apareció á los cons-
piradores como un golpe de inesperada fortuna. Al acercarse la division á Madrid,
acudian de tropel los emisarios y corrieron desde luego entre la tropa las voces más
alarmantes, los dichos más ofensivos á su decoro. Los ministros, decíase, desconfia-
ban del ejército, y no querian permitir que la division se presentase en la Córte. Des-
confianza era esta que á ser cierta, ofendia hasta á los oficiales más adictos, y los que
estaban en el secreto de la enmarañada intriga, se esmeraban en quejas resentidas.
Todo era mentira, esa desconfianza no existia. Vino la órden de entrar en Madrid,
y se dijo entonces que los ministros habian variado de propósito á ruegos del conde
de Luchana. Este con el fin de evitar conflictos posibles, prohibió á sus tropas que
contestasen á las aclamaciones que en un sentido ú otro oyeran de los habitantes.
Sólo al desfilar ante la reina, debian dar las voces de ordenanza. La division entró
en Madrid con el mayor órden, observando la más rígida disciplina, y se acantonó en
los pueblos de Pozuelo, Pozuelo de Aravaca y el Pardo. El cuartel general y el con-
de de Luchana permanecieron en Madrid.


Aquí fué el desplegar los conspiradores todo su saber para ganar la voluntad
del general en jefe. Varias y largas conferencias tuvo con la gobernadora, mas
cuantos medios se pusieron en juego para conseguir del general Espartero que
hiciese traicion á sus sentimientos, fuéron vanos; y no pudiendo arrancarle un
asentimiento que todo lo hubiera facilitado, se echó mano de los medios ya con-
certados de sublevar la tropa, á trueque de entregar la capital á las huestes del Pre-
tendiente.


En los días 14, 15 Y 16 de Agosto se anudaron todos los hilos de la conspiracion.




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129-


Sabedor el conde de Luchana de lo que se intentaba, insinuando á la tropa que una
rebelion tendria la aprobacion del general en jefe, dió al momento las órdenes más
terminantes que pudieran atajar el mal. El b.rigadier D. Antonio Van-Halen coronel
del 2.° regimiento de la Guardia mandaba una brigada estacionada en Pozuelo de
Aravaca. Descansaba el brigadier en el seno de su familia en Madrid, cuando el ¡(i
recibió órden de marchar sin pérdida de momentos á Pozuelo, enterándole de los
amaños urdidos para sublevar su tropa.


Llega Van-Halen al frente de su brigada, y no advierte síntoma alguno de indisci-
plina; encarga á varios oficiales indagar el ánimo de la tropa, y el primer parte que
dieron fué conforme á lo que el primera vista habia notado Van-Halen, mas de allí
á poco vino el comandante Roncali á traer la noticia de que advertia en la tropa
una especie de descontento y el deseo de permanecer en Madrid con el fin de des-
canSJr de las pasadas fatigas. Quiso Van-Halen conocer la verdad, y puesto que las
quejas tenian por orígen la fatiga, creyó con mucha oportunidad que mandar una
larga y sostenida maniobra, seria ocasion para los descontentos de manifestar su
espíritu díscolo. Las tropas maniobraron sin que se oyera una queja, ni una mur-
muraClOn.


Cansado el conde de Luchana de las intrigas en que pretendian envolverle en Ma-
drid, á los cinco dias de haber llegado, sz¡lióse el 18 á respirar aire menos mefítico.
Desconcertados con esta repentina salida los conspiradores, acudieron al único medio
que les quedaba, el de sublevar la tropa, empezando por la brigada Van-Halen. Vino
de nuc\'o el comandante Roncali el Van-Halen con la noticla de que todos los oficia-
les de la brigada estaban resueltos á no marchar, mientras no se mudase el ministe-
rio. La contestacion de Van-Halen á Roncali fué que dijese ú los oficiales que tal en-
cargo le habian dado,_ que pusieran por escrito su resolucion y que por su parte to-
maria providencias con arreglo á la ordenanza. Vino el escrito tirmado por todos los
oficiales de la brigada, añadiendo estos que en aquel momento hacian lo mismo los
demús batallones con plena anuencia del conde de Luchana.


Acto contínuo dió Van-Halen parte de lo ocurrido al general en jefe, pidiendo el
castigo ejemplar de los ofici31es signatarios Enterado el general en jefe, despachó
al coronel de Estado mayor Lavalette, con la contestacion reducida á la desaproba-
cion mús severa de la conducta de aquellos oficiales, quienes oyendo el lenguaje del
mensajero del conde de Luchana q uedJron atónitos, pues tenian con razon ó sin
ella al coronel Lanlette por uno de los principales promo\"edores del plan á que
habian dado principio. Empezaron ú recelar y considerarse \"íctim3s de una infame
intriga: pero alentados con las noticias que recibian de ¡Vladrid, cobraron espíritu
v se aferraron en su insubordinacion.


El general Rivero mandaba toda la infantería de la Guardia: se presentó en Pozue-
lo d~ Aravaca con el fin de atraer ú aquellos otlciales ú su deber, mas nada pudo, se-
guros, decian ellos, que SLl ejemplo seria imitado por toda la oficialidad de la division
escudados en poderosísima proteccion.


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130 -


Rivero sin tomar providencias cual las requeria el caso, Pnandó que aquellos
oficiales fuesen arrestados en Alcorcon y esperasen órdenes del gobierno. Una
voz unánime salió de las filas, ¡pues todos, todos! ... Y todos marcharon, quedando
así los cuatro batallones que formaban su brigada, sin oficiales: los jefes perma-
neCieron.


Vino del cuartel general la órden para que los cuatro batallones marchasen á Gua-
darrama: este era el momento crítico. Afortunadamente, la tropa leal y fiel oyó la
voz de su jefe, y rompió la marcha, Hubo en los primeros momentos alguna yacila-
cion, mas arengados con energía por el brigadier Van-Halen, los batallones llevados
de loable pundonor, quisieron poner de manifiesto que no necesitaban oficiales para
ser fieles á su s banderas. Vino una contraórden dc marcha y volvió la brigada á Po-
z~lelo de Aravaca: allí se halló el conde de Luchana; arengó á los cuatro batallones
ensalzando su buen comportamiento, al propio tiempo que llamados ,í SLl presencia
dos oficiales vucltos de Alcorcon, al frente de la tropa afeó una conducta que tanto
desdecía del honroso uniforme que vestian, enviándolos en seguida arrestados á Al-
corcon, á esperar órdenes del gobierno. El conde de Luchana ascendió sargentos y
abos á oficiales en reemplazo de los insubordinados.


Malogrado el golp~, no por eso dejaron los conspiradores de conseguir su objeto,
pues el ministerio hizo renuncia y hé aquí la razono A la primera noticia de la rebe-
lion de los oficiales de la Guardia, el gobierno determinó que serian castigados, re-
cayendo sobre ellos todo el rjgor de la ley; mas pronto se tuvo la prueba material
de que aqLlellos oficiales extraviados no eran más que los instrumentos de un plan
cuyos jefes no era fácil alonzar. Repugnando á los ministros ejercer un poder que
hallaba enemigos ocultos en el centro mismo de la autoridad, blanco de una enemis-
tad que no se les disimulaba, y rodeados de intrigas que tenian un orígen sobrada-
mente poderoso para evitar siempre sus tiros, los ministros resolvieron dejar el puesto
convencidos que no podian sen'ir útilmente la causa pública á pesar del apoyo de las
Córtes. Tal vez á ese enojo muy natural en hombres de ardoroso patriotismo y de
acendrada honradez que tanto habian hecho en fé~vor de la gobernadora en circuns-
tancias difíciles, s,: unieron resentimientos contra el conde de Luchana por no haber
desde luego castigado por sí y ante si á los oficiales con arreglo ú las leyes y orde-
nanzas. Mas sea de esto lo que fuere, lo cierto es que la rebelion de Pozuelo de Ara-
vaca quedó por castigar. Harto difícil seria decir hoy quién tUYO la culpa de una
impunidad escandalosa, de un acto de rebelion al frente del enemigo. Sea de quien
fuere la culpa, esa impunidad fué de un ejemplo fatal, sin que se halle adecuada ex-
plicacion pues ni á los ministros les faltaba teson, ni escaseaba el general en jefe los
castigos ejemplares en casos necesarios, como lo tenia bien acreditado antes con el
castigo de los Chapelgorris, y des pues con las terribles ejecuciones de Miranda de
Ebro, de Pamplona, y de,los asesinos de los malogrados generales Escalera y Sars-
field. Hay que suponer que considerando aquellos oficiales beneméritos hasta en-
tonces, como instrumentos de un plan en que el castigo no polia alcanzar á los Yer-




- 131 -


daderos promotores, se quiso usar de indulgencia con los menos culpables, ya que
no se podia castigar á los instigadores. Ei general Espartero por aquellos tiempos fué
nuevamente censurado por este suceso, ni andm-ieron avaros de calumnias sus ene-
migos: mas el conde de Luchana que en todas las posiciones de su trabajada vida ha
mirado siempre lJ opinion pública como el tribunal supremo ante el cual los hombres
libres deben buscar un fallo s')lemne, tUYO poco tiempo despues ocasion de ventilar
este asunto, y no titubeó en al'nwecharla. Dirémos textualmente lo que él mismo
dijo sohre la indulgencia de que se usó para con los oJiciales de Pozuelo de Aravaca;
cada lector formar:J~ el juicio que tenga por conycniente v nosotros darémos el
nuestro.


A la vista de tamaí10 eSc:lndalo como el que habian promoyido los oficiales de la
Guardia en Pozuelo, las Córtes congregadas no pudieron desentenderse y guardar si-
lencio. En la sesion del 1:) se present(') una pr0l'osicion para que los ministros diesen
cuenta de lo ocurrido: retirada en seguida la sustituyó un proyecto de mensaje á la
gobernadora, en que yituperanJo la con __ lucta de aquellos oficiales, ofrecian bs Cór-
te~ á S. M. su eficaz cooperacion encaminada á poner coto á semejantes desacatos y
á castigar el que se acahaba de cometer.


,


Estas diferentes pro,losicion::s dieron lu~~ar:Í discusiones Jcaloradas, v entre los
que las sostuvieron descolk) el general D. Antonio Seoanc, afe::1I1l!0 la conducta de
los oficiales, y llegando á h del general en jefe, lo. tildó de débil en demasía. En opi-
nion del genercd SeOéll1e, aquellos oficiales merecian la degrJ~!acion; pascar las ca-
lles de J\la __ lrid con grilletes yen seguida diezmarlos~ palabras que llevaban.el sello de
la exageracion :,- de la imprudencia, y que proyocaron un desafío en que quedó Seoane
herido. Este, además, habia dicho que la Guardia se habia ne~ado él marchar contra
el enemigo por querer hoigar :1 sus anchas en i\Iadrid, dando la GuardiJ á Palacio, y
dió, por último, pormenores sohre la rehelion de Pozuelo, que alcanzaban él zaherir el
nombre v el honor del conde de Luchana


Enteraclo este del at:1que \'irulento del general Seoane sufrido en las Córtes, salió
en defensa propia al encuentro de las palabras de Seoane en una carta que yió la luz
en el periódico FI EspaiÍol. En esta carta hacia el conde de Luchan:l una reseí1a de
todos los inaudltos padecimientos que IBbia sufrido el ejército en el último año, y
en la expedicion contra el Pretendiente, y lle~ando á la cuestion [lrincipal del discur-
so del general Seoane, se eXlresaba el Conde del modo siguiente:


«Que la opinion pública designaba como perjudicial el anterior ministerio es un
"hecho incuestionable. El ejército no poJia mirarlo de otra m~lnera porque habia su-
"frido y experimentado pri\-aciones inauditas de que yerdaderamente hay pocos
"ejemplos. No por esto diré que obraron bIen los oficiales de la primera brigada
"pero su falta no merece tan negros matices como se han prodigado en el
"discurso. lIay muy notable diferencia entre una subleyacion que envueh e los des-
nórdenes, los crímenes y la anarquía y una solicitud para la cual se auna toda una
nchse. Estas pretensiones están s íbiamente FrohihidclS : por esto el general de la di-




)lvision los reconvino, y viendo su insistencia en preferir sus retiros á servir bajo la
))direccion de aquel ministerio, los despachó, manifestándoles cuanto se podia exi-
))gir en tal situacion. Con este conocimiento, mandé que dicha brigada fuese condu-
))cida al punto en que me hallaba. Lo verificó sin sus oficiales en el mayor órden.
))Estos dispus¡; se me presentasen, lo hicieron, y no consiguiendo el objeto, les seña-
))lé punto donde esperasen la resolucion de S. M. Yo me presenté á las tropas, y á
))la faz pública reprobé la conducta de los oficiales, y los exhorté á que: llenasen su
))deber, no faltasen á la disciplina, y que esperaba batirian al enemigo con el mismo
))valor y órden que tenian de costumbre. Todos á una vez llenos de entusiasmo me
))10 prometieron, y en el acto promoví, en nombre de S. 1\1" ú subtcnicntes el los sar-
))gentos primeros y el esta clase á los s::gundos, pidicndo al gobierno diez y seis cru-
))ces de Isabel II para cada uno de los cuatro batallones de la brigadd, á fin de dis-
))tribuirlas por suertes entre los soldados cn justo premio de su obcdicncia y su de ..
))cision de marchar al enemigo aun sin otlciales, como lo verilicaron. Su conducta
»hasta el dia ha sido ejemplar; los oficialcs, indultados por S, 1V1., han vuelto ú sus
))filas; todos van al enemigo, y tengo esperanzas de que en el primer encucntro darán
))pruebas de su arrojo, añadiendo nuc\'os laurcles ú los ya adquiridos ú costa de su
»sangre.


»Por este sencillo relato se evidencia que la Guardia real no ha hecho nada para
»permanecer en Madrid: que vádonde están los ene migos: que no esquiva los peli-
})gros: que yo confié con r~lzon, porque contando con su amor no habian de tener
))lugar las sugestiones de los partidcas: que no he sido engañado: que todos mis co-
»natos han tendido ú dejar el S. M, en el libre ejercicio de sus prerogati\as: que no
))mc he mezclado ni cohibido la iniciativa del mini sterio, como ha dado ú entendcr
))el Sr. Seoane valiéndose de la frase peregrina dc que en el público habian corrido
))tales rumores: y se evidencia tambien que semejante falta no era para diezmar otl-
»ciales, arrancarles la casaca por la espalda y mandarles pasear las calles de ~ladrid
»con un grillete y L111a cadena al cuello. Tengo la satisfaccion de que el Sr. Seoane
))no es el llamado á darme lecciones de energía, Con ella he mantenido y tal vez me-
»jorado la subordinacion en el ejército, subordinacion admirada de propios yextraílOs
))en medio de la miseria y sacrificios de que sólo da ejemplo el soldado español. ¿Que-
))ria el Sr. Seoane dar el escándalo de fusilar diez y nueve ó veinte otlciales? Tal se
»deduce de la expresion diepnar. ¿Queria que los. setenta restantes diesen al bando
»carlista el placer del singular espectáCLtlo de pasear la capital con grillete y cadena
))al cuello? Así lo l1a proferido. Pero el ge'neral Espdrtero que sin saber la tendencia
»que podia tener en la tropa el paso de los oticiales, se presentó á ella con el valor
»que le inspira el deseo del órden y del bien comun, no era ciertamente el hombre
»que guiado por la imprudencia y extrañas afecciones fuese á rrivar á la patria
»de considerable número de oficiales distinguidos, valientes y llenos de acciones
))heróicas. Un momento de error, una falta sin graves consecuencias, no permi-
»te castigos tan estrepitosos, improvisados sólo por el calor, sin pesar los he-




- 133-
"chos, ni meditar en sus resultados. ¿Qué mayor triunfo para el Pretendiente?
,,¿Estarian estas tropas en aptitud de salirle al encuentro? Razones poderosas dicen
"que no.')


En la precision de optar por la indulgencia excesiva del general Espartero, ó por el
castigo bárbaro que pedia el diputado Seoane, desde luego nos inclinamos al prime-
ro; mas tenemos que disentir del dictámen del conde de Luchana, no siéndonos po-
sible mirar la rebelion de aquellos oficiales como una falta sin graves consecuencias.
Cuando al frente del enemigo los oficiales desconocen sus deberes hasta el punto de
poner condiciones á su cumplimiento, sierido estas condiciones nada menos que el


,


derribo del gobierno, apoyado por los representantes, y en apariencia á lo menos
gozando de la confianza del jefe del Estado, constituye unode los mayores atentados
que pueden presentarse en la milicia, tanto mis qLle aquel acto en las circunstancias
en que se efectuó, pudo, desquiciando la moral de aquellas tropas, dejar el paso li-
bre al Pretendiente para que se enseí10rease de Madrid. Si aquella rebelion no tuvo
para los promovedores todo el resultado que se prometieron, consiguieron á lo me-
nos la caída del ministerio, y esto era precisamente lo que pedtan los oficiales, y



este triunfo, por más que haya dicho el conde de Luchana en aquel escrito, fué de
funesto ejemplo.


La caida del ministerio no contentó del todo j los conspiradores. Trataron de
anudar de nueyo sus amaií.os para insurreccionar las tropas, atraerlas á Madrid y lle-
var á cabo la dese,¡da contra-revoluciono Al efecto Í1all:indose el cuartel general en
Torre1agun:¡ en las ctrcanías de Madrid, no faltó quien llegó á proponer al conde de
Luchana marchar á Madrid y acabar con las Córtes y la libertad de imprenta, pro-
posicion hecha en pr,:sencia del general Rivera y del general Van-Halen, que dejó
atóniws :í.los qu~ la oian. L1 ret)elió con ceúo Y con indiónacion el general Espar,
tero, y lut'go despidió de su Estado mayor al coronel .\1azarredo, y á los ofic iales
CampLllallo, Len'alerte y Herrera Dlvila. Van-Halen fué nombrado jefe de Esta-
do mayor.


Esta fué la suerte de la primera conspiracion para derribar una Constitucion recien
promul;ada y jurada con tanta solemnid id. La honradez del conde de Luchana, la
energía del general Van-Halen, fuéron la barrera que detuvo aq ueUa arriada reaccio-
naria; ambos han silla proscriptos por la contra-L:volucion triunfante en r843, ex-
piacion que la tenia n reservada los conjurados de r837, pues desde aquel dia fuéron
ambos objeto de un odio implacable por parte del partido retrógrado, y muy luego se
empc~í.6 la lucha entre este y el general en jefe.


Un ministerio nulo y de pura transicion reemplazó al que presidia D. José María
Calatrava. A Espartero le cupo sin saberlo la cartera de la Guerra, con retencion del
mando del ejército: negóse á admitirla.


Disueltas las Córtes Con:>tituyentes, hubo nuevas elecciones que dieron la mayor;a
al bando retrógrado, y con el nombramiento de Senadores en ese sentido, pudo or-
ganizarse un ministerio que fuese la expresion de esas mayorías. N o tuvieron á




menos los nuevos ministros admitir por presidente del Gabinete l al conde de Ofalia l
que habia sido colega de Calomarde en los dias más aciagos dd despotismo l eleccion
que políticllnente hablando l Choc;lha hasta el sentido comun, y provocó la sana de
los verJade,os li~erales. El deseo \.le CO,l1 r)!'l)meter al general en'jefe l sugirió el pen-
samiento de nom~1rade de nueyo ministro de la GLl.:rra l conservando sieml,re el
nu :ldo del ej~rcito. Estos nombramientos rel/etiJos dos veces en pocos meses te-
n.ian por objeto extraviar la opinion púhlica sobre d suceso de Arayaca, dando ú
cnten,ler que no existia disentimiento alguno cntre el conde de Luchana y el ban-
do retrógrado.


El general Espartero voh'ió ú rehusar el ministerio, y á pesar del despecho que
causara esa neg:lti\'a, se le pidió al menos que indicara el gener,ll que mJS convenia
para aquel puesto. N egóse tamhien :\ esto diciendo que no tenia para qué entrome-
terse en la eleccion de ministros, siendo esta preroo~1ti\'a exclusiva de la Corona.
Tanto rendimiento por una parte y tanta alti\'ez por otra l de~~eneraron en una ani-
mosidad que tr::tslucia á cada paso, y que pudo dtraer espantosa catástrofe, b diso-
lucion del ej¿rcito.


LJ. indisciplina que cunjió en el ejército por el allO de 18371 y de la cual hemos
visto un estallido en los sucesos de Aravaca ~ llegó hebta cO'1\'enir soldJdos en bár-
baros asesinos de sus jefes, como acontecic') en Mil' 111 da de Ehro don\.le murió el he-
nemérito 2:eneral Escalera á m:mos de sus soldados: en P;ll1ll)lon:l donde el anciano


c' l


Sarsfield, el coronel "lel1l.liyil y otros l tuyier,)l1 iguóll suerte: en lIernani donde las
trOllas hicieron fuc;o sO:He los genercdes conde dc\Iir,¡::lol Y' Berdon, quedando este
hcri,jo, y el con~lc tU\'O qUé' fu;arsc Cl Francia; en Vitoria donde sU11evadas LIS trollas
cometieron mil excesos y asesin,1ron \'arias persona:;, entre ellas un jefe de Estado
mavor que quiso conterer el desórden. Si sohralla indul"cllciél huho/ara con los ofi-


- " ¡


ciales de Arayaca, donde no huho desgr,lCi~)s que llora,', trellll'ndos clstigos alcanza-
ron á los asesinos, y e:;tos expiaron con el último suplicio sus a l )ominablcs críme-
nes. Este ri:;or púso coto á tan neL1l1c10S e:,cesos, \' la disciplina recohró su imperio.


Por Enero de d~38, las victorié1s de "ledianas v ,le BoteLlo marcaron el ascendien-
te que iban tomando las armas constiLC'!owlles, mas aUllLJLle Ye1 restahlecida la dis-
ciplinal luchaban en ycrJa,j los soldaclos contrd tales miserias, la h:lmbre :' la des-
nudez l que púdose temer con sobrada razon que allln s(: hahia de relajar 1<1 obedien-
cia l y qu:: la dispersion del ej~rcito seriel la COl1scdl\:ncia Lltal de tantos padecimien-
tos; y sin que sea nuestro :ll1imo suponer que el élhandono en que se \.leJaba al
ejército fuese un plan del minist.:rio l)ar:1 des;¡creJiLtr al ;~cnccél1 en jefe y desélLltori-
zarlo para con sus tropas, lo cierto es, q uc en ninguna ~i)OC,l hahi,¡ el ejéi'cito pa·"
sado por tan crueles privaciones.


En tan apurado aprieto l el gener~l E-;partero dirigia ú los ministros las mús enér-
gicas reclamaciones so'-Ire el abandono en que se yeia el ejército, yaticinando los fu-
nestos resultados que eran de temer. "'las nalla consegula: CI una última ymás aprc-
tante queja, se le contestó con un quedo enterado. Ya conoció ei general en jefe que




- 135-
sobrellevar por más tiempo en silencio la responsabilidad que no le competia, era
hacer traicion á la patria, á la causa de la libertad, al ejército y á sí mismo. Resolvió,
pues, dirigirse á las Córtes, pintando á los represen tan tes de la nacion la dolorosa
situacion del ejército, indicando que se exigiese de los ministros la exhibicion de la



correspondencia seguida sobre este asunto vital, y que teniéndolo todo á la vista,
resolviesen las Córtes lo que tuvieran por conveniente para atajar la catástrofe que


. .


se vema en C¡¡l1a.
Enterados los ministros del mensaje y de su objeto, detuvieron su presentacion,


y pidi.:ron explicaciones al general ESfJarterOj mas este por toda contestacion, remi-
tió directamente al presidente de las Córtes que lo era D. Javier Istúriz, un dupli-
cado de su mensaje. El presidente en vez de dar en seguida cuenta de ese ot1cio á las
Córtes, llevado de una loable prudencia, se avistó con los ministros, les enteró del
caso, y los empeí1<J á que evitasen un ruidoso esdndalo, dando satisfaccion á las fun-
dadas quejas del conde de Luch~1l1a. Se avinieron los ministros á este prudente con-
sejo, no se dió cuenta á las Córtes del oficio del general en jefe, y el ejército fué so-
corrido.
~las los ministros ágriamente resentidos, y sin atreyerse á quitarle el mando, por


no saber á quién fiarlo, se encarnizaron con el jefe de Estado mayor Van-Halen y con
el secretario de campaúa del Conde, el coronel Linaje. Exigieron, pues, ljue el gene-
ral Espartero alejase de sí á Van-Halen y á Linaje, mas á ello se negó, y cuantos
medios usaron para conseguir su propósito, todo fué en balde. Los ministros exone-
raron á Van-Halen. El Conde representó contra esa exoneracion, y obtuvo que fuese
revocada.


A la par que los ministros acibaraban de amarguras al afortunado caudillo que
tantos servicios prestaba al país, este contestaba con nuevas victorias á los aviesos
amaúos de los ministros. La rota completa de la expedicion al mando del conde N e-
gri, que casi por entero quedó prisionera, la dispersion de las hordas de Basilio, el
asalto y toma de Pel1acerrada y de su castillo, operaciones todas dirigidas por el
general Espartero en persona, el1cumbranJo muy arriba la gloria del ejército y de su
caudillo, hubo que respetar á quien marchaba de triunfo en triunfo á la completa pa-
cificacion del país, mas sin que por esto cediera en lo más mínimo la ojeriza que se
le tenia.


El ~eneral Van-Halen cuya exoneracion habia sido publicada en diarios oficiales, no
quiso permanecer en el puest:o que ocupaba á despecho de los ministros, y 3sí lo par-
ticiró al gobierno en cuanto se lo permitieron los sucesos de la campaña en los cua-
les le cabia parte no esc:l,sa de gloria. Pedia Van-Halen una satisfaccion pública como
públisa habia sido la ex:oneracion, ó retirarse. El Conde apoyó h. representacion de
su ¡efe de Estado mayor de quien lucia muy merecidos el03ios, ensalzando como
era justo, los granJes servicios que recientemente habia hecho. El gobierno dió una
negativa por toda contestacion, y el Conde á su vel; resentidQ hizo dejacion del
mando.





- 136-
Apurados se vieron los ministros, queriendo~ y no atreviéndose á admitir esa re-


nuncia. Mientras así fluctuaban en las ánsias de una ira impotente, los desgraciados
sucesos de la guerra en el bajo Aragon, la derrota de Oda al frente de Morella, el
encuentro de Maella, donde fen~ió el "aliente y malogrado general Pardiñas, col-
maron la medida de la impopularidad del ministerio Ofalia, y cayó .. Quedó Espar-
tero al frente del ejército, y fué Van-Halen á tomar el mando del ejército del centro
en reemplazo del general Orúa.


De bulto se presenta lo funesto que debian ser para el país esas disensiones que no
tenian más orígen que el odio indomable de un partido contra el general en jefe. Ese
odio no debia apagarse nunca, y ha sobreYindo ú la caída y proscrípcion del pacifi-
cador de España.





CAPÍTULO III.


EL GENERAL NARVAEZ.


Lo primero en que pensaron los nuevos ministros antes de completar el Gabinete,
fué consultar con el conde de Luchana la eleccion de ministro de la Guerra, supli-
d.ndole que lo desi~nase, se~uro de antem:mo que recaeria al momento el nombra-
miento en la persona que indicase. Desechó el Conde tan peligroso honor, por con-
siderarlo como llsurpacion de una de las prerogati\'as del trono constitucional. Esta
cautela del general en jefe era para él tanto más obligatoria, cuanto que estaba mLly
al alcance del orígen de esa J.eferencia, que no era más que una múscara y un enga-
líoso señuelo; mas lo 'iu:? se ansiaba era comp¡,ometerle. Sus servicios y su prestigio
le hacian indispcns:1ble al frente del ejército, mas por otra parte sus opiniones y su
honradez política eran un obstúculo invencible el los pro;rectos reaccionarios que se'
querian llevar ú cabo. Doble motiyo para oltiarle y quererle perder.


Ya hemos visto cómo se bu:)caba en el ejército la palanca con la cual se pretendia
volcar la Constitucion. El ejército era el punto de mira de los conspiradores, y allí
se fué en busca del hombre que pudiera ser un dia el sucesor del caudillo que man-
daba el ejácito con tanta gloria y fortuna. La eleccion no era fácil: el recien nombra-
do general D. Ramon María N arvaez, fué la persona que en la opinion del Conde
presentaba mús dotes adecuadas al papel á que le destinaban; y por un raro y casual
concurso. de sucesos, el plan concebido en 1838, vino á realizarse en 1843, llegando
el general Narvaez áser en fuerza de su propia voluntad, el árbitro de España, tras
de haber sido el dugue de la Victoria, el magistrado supremo, el regente del rei-
no en virtud de la voluntad de las Córtes •


En todas las graves alteraciones políticas, como en las peripecias de una guerra ci-
vil, hay hombres que columbran á lo léjos el instinto de los partidos, y se anuncian
ellos mismos muy de antemano.




- 138-
Lo que un bando político anhela antes que todo es la derrota de su contrario, á


trueque de hallar un Clmo en aquel que eligió por servidor. La cobardía que á nada
se atreve, la hajeza que de todo saca partido, el egoismo que si~mpre especula, abren
el camino á esos hombres de circunstancias. Arrojados, sagaces, saben que el querer
es obtener entre tímidos; aceptan el apoyo que se les ofrece, se encaraman en lo más
alto del poder, pisoteando á aquellos fli:,mos que le ensalzaron, y que un compro-
miso mancomunado liga irrevocablemente á la suerte de un dominante y desdeílo-
so jefe.


Este ha sido el papel que el general Narvaezha hecho en nuestras disensiories po-
líticas capitaneanJo un partido con quien en el fondo 110 tenia simpatías; mas á su
naturaleza osada y dominaJora era indispensable un bando sumiso, y este no podia
hallarle entre liberales. Los acontecimientos han demostrado cuán certero es el ins-
tinto de los partidos, y con qué tino el bando reaccionario eligió al general Narvaez
como el más á propósito para la ejecucion de sus planes, muchos años antes que el
suceso le diera razono


Hallábase en el otoño de r R37 asolada la Mancha por foragidos carlistas que so-
brepujaban á tOLlos en crueldades y rapiñas: pronta y enérgic;l represion exigia el es-
tado de aquella provincia; el ministro de la Guerra D. Evaristo· San Miguel mandó
organizar en la Mancha un ejército de reserva que el la par que acabar con lashord.as
que la;aqueaban, formaria una reserva de donde se podrian sacar soldados capaces
de llenar las bajas que tuvieran los cuerpos de operacion. Pero San Miguel dejó el
ministerio antes de haber podido realizar su acertado y patriótico pensamiento. Sus
sucesores de opiniones políticas altamente opuestas á la de aquel benemérito gene-
ral, se apoJeraron de su idea; mas hombres de partido y supeditados á las exigenci~ls
del suyo, b formacion del ejército de reserva cesó de ser un proyecto puramente
militar como lo concibió Sln Miguel, y pasó á ser una palanca para volcar el Espar-
tero. Los que dirigían el plan, exigieron que se diera á NL1rVaCZ la faja de mariscal
de campo, "in que nin¡;L1na nL1eva accion de guerra fuera ocasion de ese ascenso,
nús que se hacía necesario para sus miras: á fin de d;~rle el mando de un ejército era
preciso ens,dz.1rle al generalato. Ya ceñida la faja, fué enviado Narvacz á Andalucía
para reemir su ~ente, acopiar los meJios materiales y juntar recursos de vestuario,
equipo, etc.


La Constitucion de r837 desJ.pareció tras del triunfo reaccionario de 1843 de que
fué el general N aryaez el héroe, el alma y el regulador supremo.


Poco hahia sufrido Andalucía del azote· devastador de la guerra; los carlistas no
pisaron ese suelo más que en la correría de Gomez en el OtOl10 de 1~3(i. Andalucía
se prestó con patriótico desprendí miento á la organizacion del ejército de reserva,
suministrando CLnnto se la pidió con ese fin. Activo y entendido anduvo N arvaez
en el encargo que se le confiara, y muy luego se halló al frente de un ejército
de catorce mil infantes y de mil ochenta caballos. Con tan poderosos medios los fora-
gidos de la Mancha, tuvieron que rcfu,:.;iarse en guaridas inaccesibles, y la provincia




- 139-
quedó lihre de sus atrocidades. Los medios represivos de que echó mano el general
de la reserva fuéron á veces terrihles, y en verdad que jefes que disponen de las fuer-
zas de un gobierno normal, deben siempre usar de templanza y sobre todo de jus.
ticia. Allí se desplegó un terrorismo que mal se avenia con los principios liber<des~


Ya libre de bandidos la Mancha y pacificada, las tropas que allí acampaban, debie-
ron marchar á otros puntos donde enfurecía la guerra, y más de un revés habian su-
frido las tropas constitucionales en las Provincias Vascongadas, en Aragon y en el
:\1aestrazgo. Alaix: habia tenido un descabbro en Puente la Reina, en un encuen-
tro con el jefl; carlista García, y habia perdido m:ls de mil hombres. Oráa en su
ataque contra MOl'ella, Pardií1as en Maella, habian sufrido muy méÍs dolorosos des-
calabros. Se hacia, pues, ur~ente acudir con prontos y numerosos refuerzos de tro-
pa, no sólo para sllplir las pérdidas y bajas del ejército, sino para realzar el espíritu
abatido de aquellas tropas.


Ei general en jefe de los ejércitos en quien recaiLl muy principalmente la responsa-
bilidad de las operaciones de la guerra, pidió al gohierno que sin demora avanzasen
las dos terceras partes de la reserva á Castilla la Vieja, á retaguardia de su ejército,
y que acantonadas en las pro\'incias de Soria y de Segovia. estuyiesen á la mano en
disí)osiciol1 de emplcarlas segun bs necesidades del momento. La otra tercera parte
podia permanecer ya en la Mancha para mantener b pacificacion conseguida, ya en
Castilla la Nueva con ellln de conservar lihres las comunicaciones de la capital con
las provincias del Mediodía.


En un principi0 el ::';0hierno dió su asentimiento al plan del general en jefe, siendo
eyidente su utiliJdJ y o¡'ortunidad. HCCélyÓ en N aryaez el nombramiento de capi-
tan ¡.;enerzll de Ca"ülla L1 Vieja, con f)rdenes de a\'anzar con las do:,; terceras partes
de la resen'a j Búr,~os. Al ,"crse colocado á las órdenes del conde de Luchana, hizo
Nanaez dejacion del mando; mas los que no se élyenian con esta resolucion de Nar~
\",Jez, hicieron que no se le :1l1mitiese lel renuncia, y le instaron para qUe viniera al
frente de:íus tI'OC),\S :1 .\1aJriJ, Cl110 si fuera {¡ BLlr,~os Así lo hizo NLlrvaez y llegó á
la córte ~oherl1~1l1do nueye mil hom 1>ré':';, donde se le recihi6 con honores e:-:traor-
d;narios. DeslilJron las trop,ls ante 1:1 ~ohern<ldora , quien las reyistó luego en el
Prado: mas en vez de se!,uir ,;u m,¡rcha h(lCié! el teatro ,le la guerra, yióse con ;¡som-
hro que se acantonahan las tropas en las cercanías de :\1adrid. Entonces empezaron
j ¡'¡:bullir con el ¡.;ener;l! NJn'aez las intrigas que se habian a;itado un aÍ10 antes
con el :-.;::néral ESf"lc1rtcro. Ya fu,'se por am '}ici0i1, Ó lleyajo de una injusta ojeriz::l há-
,,~ia e:i~e, ('¡ por efecto de su ca\,-'¡cte1' que mal se ;l\"enia con un sl1¡lerior, y teniendo
prc:se,¡tcs los sucesos po-;teriorcs, es probable que ~arYaez dió complaciente o:Jo á
las sugestiones que le llesabcll1, bcbcado con 0Jan por un partido. Queriendo m 'iS y
mJs ascntar su posicion y la importancia que se le daba: tentó una se:.;unda renun-
cia que, desechada cumo dehi;] serlo y lo fu¿, no dejó ya duda que habia lle:rado á
ser indispensahle.


El gobie2'no al desechar la segunda renuncia del general Narvaez, tuvo que dar




- 140 -
un paso más allá para encumbrarlo á donde querian ciertos personajes. Resolvió au-
mentar el ejército de reserva, hasta cuarenta mil hombres, mas antes de dar el de-
creto, pasó el proyecto á consulta del general Narvaez que por de contado le dió su
!Completa aprobacion. Salió el decreto el 23 de Octubre. La reserva debia aumentar-
se hasta cuarenta mil hombres, de los cuales veinte mil serian de caballería. Sus
operaciones se limitaban á las provincias de la Mancha, de Castilla la N ueva y Anda-
lucía, esto es, á donde no habia guerra. N arvaez recibió el nombramiento de general
en jefe con facultades omnímodas.


El ensalzamien to de N arvaez á un mando tan superior á su reciente graduacion de
mariscal de campo, la dictadura de que se le revestia, se dirigian á las claras á un ob-
jeto sobradamente determinado para que este se ocultase á nadie, mucho menos al
conde de Luchana, que estaba muy al corriente de los planes que se fraguaban con-
tra su persona. En la camarilla tenia confidentes que le comunicahan lo que en ella
pasaba. El decreto de 23 de Octubre, cuyo objeto le era muy conocido, el retener en
las cercanías de Madrid las tropas que habian podido ayanzar á Castilla la Vieja, el
haber dado á N arvaez facultades que él mismo no tenia á pesar de su alta graduacion
y de ser general en jefe de los ejércitos reunidos, no le permitieron ya titubear en la
rcsolucion que le incumbia tomar. Resuelto á dirigirse el la opinion pública como
siempre, considerándola juez supremo en los países libres, en 31 de Octubre dirigió
el la gobernadora desde su cuartel general de Logroho un manifiesto que hizo pú-
blico, yen el cual rasgaba el velo que encubria los proyectos reaccionarios, cuya me-
jor suerte se apoyaba en el ejército ele reserva. Allí se quejaba alll1rgamente de las
contra-órdenes dadas para detener la marcha de las tropas de la reserva que habia
pedido, ponia de manifiesto la monstruosidad lie una reserva de cuarenta mil hombres
q lIe debia quedar en pro\'incias donde no habia ni guerra ni enemigos, mientras el
ejército que hacia rostro á las fuerzJs carlistas necesitaba con perentoriedad refLler-
zos, careciendo de lo m~í.s preciso; demostraba que la formacion de la llamada reser-
va no tenia m:.ls objeto que el de desquiciar los ejércitos de operaciones; mas allle-
gar á la apreciacion del general en quien recaia el mando de esas tropas, y de las fa-
cultades extraordinarias que le estaban concedidas í se expresaba el general Esparte-
ro en términos que por de pronto pudIeron aparecer algo duros, mas le cupo la des-
gracia al general N arvaez, que los sucesos casi inmediatos ú la publicacion de su
manifiesto, hicieron que las palabras del conde de Luchana apareciesen como un
triste vO!Ícinio de sucesos preYÍstos con singular tino, cuando no eran más que el
t'esultado del cabal conocimiento que tenia de los planes que allá se fraguaban. Hé
aquí cómo se expresaba el conde de Luchana, hablando del general N arvaez.


« ..... EI general Narvaez, siendo brigadier, no quiso seguir en estas provincias con
"la divi:sion de su mando, la dejó) y este paso poco meditado, produjo su separa-
"cion. Llegó un momento en que la salud de la patria reclamaba la asistencia de
»todos los que hubiesen acreditado bizarría en los combates y amor á la gloria; me
llpareció que debía, en este concepto, utilizarse al brigadier N arvaez , y solicité del




- 141 -
"gobierno de V. M. que fuese empleado. Así se acordó por el ministerio Bardají, pero
"nunca creí que en el de Ofalia se le promoviese á mariscal de campo sin preceder
Jlaccion de guerra ó mérito esp:cial en que se apoyase el ascenso, y así tuve la fran-
))g Lleza de decirlo al secretJrio interino de la GLlerra por el carácter de propietario
»con que V. M. tuvo á bien investirme, aunque entonces no preví qLle era una
)'gLlerrilla avanzada del vasto proyecto que ahora he llegado á conocer.


nEt art. 15 de la real órdee concede al general ~arvaez facultades omnímodas,
"pues se le autoriza para que tome cuantas determinJciones crea conducentes, en la
),inteligencia que serán aprobadas por S. NI: Este artículo, señora, bastaria para
"probar la ligereza y el absurdo en que se ha incurrido. Para investir á un general
"con facultades tan latas, es preciso tener segmídad de Sel tino, de su prudencia, de
))SLl circunspeccion y de que jamás abusará de ellas. Son necesarios títLllos recomen-
"dables qLle le sobrepongan con justicia á los demás que mandan los ejércitos; es in-
"dis¡icnsable que no choq Llcn con el interés general ni conspiren á la disolucion de
))la fuerza armada, sosten dc la Constitucion, del trono y de la regencia de V. M.


JJCuando yo observo, seílora, t:111 marcados extravíos de la razon y conveniencia
»pública, temo y creo temer con fundamento, se procura hallar un hombre que las
»inteligencias atraigan á SLlS miras, y le hagan sLlsceptible de aspirar á la dictadLlrél.
"La falta de experiencia, el amor propio halagado, las pasiones fomcntadas, y mil
JJresortes puestos en movimiento, pueden, señora, alucinar de suerte que con las
"mejores intenciones se dcslice h pcrsona clegida ó determinada. Yo se las concedo
JJo] ~eneral Narvacz, y no dLldo de su amor :1 la libertad legal, por la qLle ha comba-
),tido adquiriéndose rC¡lutacion como jefe, pcro su carácter dominante no admite su-
"perior. Como brigadier re!1Llsó depender de generalcs: trabajó por mandar en jefe,
))y obtu\"o facultades para qLle SLl Jictámen prevaleciese; como brigadier huyó de scr-
))vir ú mis órdenes. Estando dc cLlartel quisc probarle mis sentimicntos pidiéndole
"con el fin de darle el mando dc una division; tambicn halló medios de excusarlo.
"Sin saber por qué fué promovido á general y obtuvo un mando independicnte. Los
JJsucesos de la guerra reclamaron la Yenida de tr<ipas sobre Búrgos; lo resolvió V. M.
"se puso con este objeto en marcha, pero en vez de seguirla, sabe V .\1. sus exi-
"gen cias. Habiendo probado este cadcter, nada es más fúcil si se viese á la cabeza
))de un ejército de cuarentd mil hombres, creado con la ruina de los de opera-
),ciones, y cuando el enemigo por consecuencia hubiera alcanzado la superioridad,
"4ue ndmitir los sufragios y la investidura de que ahora predispone un partido ó
))pandillaje. ))


Profunda y duradera sensacion causó el manifiesto del conde de Luchana, pues
denunciaba una traicion de gentes que con el objeto de satisfacer sus detestables pa-
siones, ponian en peligro la causa de la hbertad y el trono de Isabel 11. A este escri-
to contestó el general Narvaez en términos algo ambiguos en muchos puntos, mas
declaraba resueltamente no conocer el partido ó pandilla denunciado por el conde de
Luchana, y que si existia sin saberlo él, ninguna relacion tenia con esa gente, y




- 142 -
mucho menos podia ser un instrumento suyo. Los hechos vendrán luego á dar su
fallo sobre las declaraciones encontradas de ambos generales.


Al decreto del 23 de Octubre siguieron otros dos que le completab:m: el uno
del 27, disponia una quinta de cuarenta mil hombres, el otro mandaba una requi-
sicion de seis mil caballos, y a'nbos barrenaban la Con:,titucion y las leyes. Las
Córtes solas tenian facult:ldes p:1ra semejantes resoluciones, m.as cuando se pone el
pié en el terreno reshaladizo de ilegalidad, no es nunca á medias. El bando que man-
daba á los ministros y al país estaba decidido á echar mano dc cuantos medios hubiera
para conseguir su intento. Por otra parte, se aproveclnha en cierto modo de las
desgracias públicas, y en vista de los males de la guerra, hechos mayores en aquellos
dias por los reveses sufrillos, se lisonjeaban los consejeros de tales tropclíDS de que
merecian absolucion de sus infracciones inconstitucionales, atendido el caso de uro
gencia, y presenL'indose á las Córtes como impelidos por una necesidad imperiosa,
escudados en el ejemplo ya dado por otro ministro, D. Juan Mendizabal, qLle acudió
á semejantes medios, real y yerdaderamente forzado por su patriotismo él cargar con
tanta responsabilidad salvando al país de mayores desastres.


Si era dado alucinar á la nacion y á las Córtes con e~.;os visos de patriotismo en
cuanto á la quinta decretada y á la requisicion de caballos, no podia ser sino dando
comienzo á la marcha de la reserya ya organizada húcia el teatro de la guerra . .\Ias
detener ociosas esas tropas en las cercanías de Madrid era darse un solemne mentís
en cuanto á la necesidad urgente de las pro\'idencias tomadas inconstitucion:llmente,
y poner de manifiesto que su obJcto no era llevar un remedio á los males de la guerra.
Era pues apremicl11te explicar la detencion del ejército en las cerc:mÍas dc !vladrid. v
dar una razon plausihle. ~o quedJha j los directores de esta intri,-.;a más recurso que
afectar sérias aprehensiones dicicndo que el trono tcnia enemi;..;os más temibles y
mis cercanos que los carlistas, y achacar al partido pro¿;resista proyectos asaz mJS
hostiles que los que pudieran tener los carlistas, proyectos qur: las tropas de la ré-
serya solas podi:ln contener, ensalzando al general N aryaez al papcl de protector del
trono contra una soñada revoluciono Entonces fué cuando 1<1 camarilla, donde se con-
taban hombres más enredadores que entendidos, y más perversos que previsores,
imaginó un plan infernal, afortunadamente tan mal aplicado, que no pudo cuajar.
Ese plan hélo aq u í.


Sembrar la alarma entre las tropas de la reserva, respecto ú los planes de la Mili-
cia Nacional, inspirar el e'ita temores relatiyos á los proyectos del gobierno, cuya eje·
cucion quedaba á cargo de las tropas de la·rescrya, fuéron las bases primordiales de
esa tramoya. Emisarios corrieron por los acantonamientos dclas tropas, esp2rcient.10
voces de. una cons¡>iracion contra el gobierno, cuyo primer estallido fuese el asesina-
to del general N arvaez. Otros iban por los corrillos, por los cafés y lugares públicos
diciendo que la Milicia debía estar sobre sí, pues las trop~ls de la reserva de un mo-
mento á otro debían entrar en Madrid y desarmar á todos los milicianos. Por absur-
das que fuesen esas voces, en el estado de agitacion, de los ánimos descontentos con




la marcha del gobierno, hallaban crédito, y aumentaron á lo sumo la desconfianza.
Todo vaticinaba un choque. El dia 28 de Octubre fué el señalado por la camarilla
para ser dia de luto, por la Providencia para serlo de mengua para los ..:onspirado·
res, y de gloria para el pueblo de Madrid, dando la prueba más relevante de su
cordura, tino y docilidad á la par que de su resolucion.


Vivia el vecindario de M:l\.irid confiado en su propia fuerza, á pesar de los recelos
que le inspiraban las tropas que tenia á la vista, y el jefe que las gobernaba. Ninguna
medida de precaucion iridicaba que las autoridades temiesen por la conservacion del
órden en la capital, cuando el ministro de la: Gobernacion, marqués de Valgornera,
despacha á toda prisa un correo al general Nan'aez dándole aviso que una asonada
estaba para estallar, yel ministro de la Guerra á su vez dá 6rdenes :11 mismo general
para que puesto al frente de sus tropas avance á Madrid por la noche, deteniéndose
á cierta distancia, poniendo escLlchas y entre en la capital á todo trance, en cuanto
oiga el menor ruido, indicio de haber estallado la conspiracion, reprimiéndola con
toda energía.


Narvaez con las instrucciones del ministro de la Guerra y el aviso del de la Gober-
nacíon, manda salir de Madrid dos escuadrones de la Guardia real; avanza con todas
sus tropas hácia las tapias de .\ladrid; coloca el grueso de ellas en el puente de To-
ledo, envia infantería, caballería y artillería él diferentes puntos del camino de la
ronda, se apodera de las [mertas de la ciudad, introduce caballería, y tomadas estas
disposiciones encubiertas con las tinieblas de la noche aguarda tranquilo.


¿Qué ocurría en "'ladrid mientras esta diabólica intriga se desenvolvia de noche
con un despliegue de fuerzas amenazadoras) N o lo dirémos nosotros; dejarémos ha-
blar voz más autorizada que la nuestra para el caso: hablará el capitan general de
Madrid, que lo era ú la sazon el general D. Antonio Qu;roga, cuya imparcialidad
nada sospechosa ha formulado la acusacion mús tremenda contra los conspiradores
del 28 de Octubre.


El general Qui roga, uno de los jefes del levantamiento de la Isla en el aho 1820,
vuelto de la emigracion á que nos llevó la invasion francesa de 1823, se afilió al ban-
do tan malamente llamado moderado, mas cuyo nombre ha seguido sirviendo de
bandera á caractéres débiles y apocados. ¡Hombre de cortos medios, y de limitado sa-
ber, Quiroga era honradísimo, y nunca se prestó á un proyecto infame; mas confia-
dos en su 8pocamiento y falta de energía, no se le consideraba como obstáculo á
los planes que se fraguaban. El ministro de la Guerra, á la par que le daba parte
que una asonada podia estallar, tuvo buen cuidado de callarle las órdenes é instruc-
ciones pasadas al general Narvaez para ese caso, ¡Cuál no seria la sorpresa del ca-
pitan general de Madrid cuando vino á saber por relatos particulares que caballería
de la Guardia real habia salido de Madrid, y más adelante que un ejército estaba á
la vista, estacionado en el puente de Toledo? Ignorando las causas de una agresion
nocturna, el primer ren<;amiento del general Quiroga, fué el de mandar tocar llama-
da y poner la Milicia Nacional sobre las armas pronta á todo evento. Dada la órden,




· - 144-
una milagrosa inspiracion hizo que contramandase. Figurémonos por un momen-
to la horrenda catástrofe de que pudo ser teatro· la capital, en aquella aciaga no-
che, si ese toque de llamada se efectúa. Al ruido de las cajas, N arvaez creyendo que
la anunciada conspiracion ha estallado, hubiera roto por bs calles de Madrid con
la impetuosidad que le es genial: la Milicia Nacional en armas en medio de la noche
al saber que entran de tropel los soldados de Narvaez, hubiera visto en ese ataque
brusco, la realizacion del plan del anunciado desarme de la Milicia, y se hubiera tra-
bado horrible refriega en las calles de Madrid, corriendo raudales de sangre antes de
poderse entender. La oscuridad dI;: la noche, la enormidad del atentado, hubieran
hecho poco menos que imposible una explicacion. Dios no permitió tamaí1a des-
dicha.


Herido en su propia honra y vilipendiada su dignidad de capitan general, el pun-
donoroso Quiroga hizo renuncia del mando al dia siguiente 2~), explicando los moti-
vos que eXIgian esta imperiosa resolucion. La renuncia motivada del capitan general
de Madrid, es un verdadero acto de acusacion contra los ministros y aunque sabida
de todos, creemos indispensable recordar aquÍ su texto literal.


"Sel1ora: El capitan general de Castilla la Nueva D. Antonio Quiroga, teniente ge-
"neral de los ejércitos nacionales, P. á L. R. P. de V. M. con el más profunJo res-
"peto, expone: que recibida á las CLlatro de la tarde de ayer la real órden en que por
"el ministerio de la Gobernacion se me prevenia se trataba de una bullanga, y sin
"embargo de los términos vagos de esta voz y de que no tenia noticia alguna de se-
"mejantc intentona, tomé las meJidas de precaucion que estimé bastantes, con las
»cuales y el buen espíritu que anima á la benemérita :\Iilicia Nacional dc.~cansaba en
"la seguridad de que en nadel seria turbaJa la tranqLliliJaJ de la .::a¡)ital, con tanto mcÍ.s
"motivo cuanto se avistó conmigo el general NarVilez diciéndome iha á reCi)rrer los
»cantones dejándome ordenanzas montadas para que le avisara de cualquiera nove-
))dad en que pudiera ser necesaria su cooperacion. Sin embargo, recibí varios avisos
))de que se propagaban voces y hablillas alarmantes, tales como la de que iba ú ser
"desarmada aquella fuerza ciudadana y el fusilar al que suscribe. Si bien semejantes
))absurdos no podian encontrar asentimiento en ninguna persona sensata, podian
»empero producir su efecto en la masa general del pueblo, y cuando nó, dejaban tras-
"lucir bien el las claras siniestras intenciones de los m,:dvados propagan tes, enemigos
))ocultos de nuestra libertad.


"A las ocho de la noche se me dió parte por el comandante del Principal de haber
"pasado por la Puerta del Sol dos escuadrones de la Guardia. Ignorante del movi-
"miento de estas tropas, traté de indagar sus causales y autoridad que lo habia dispues-
))to, pero habiendo contestado no saberlo el ministro de la Guerra 111 el comandante
"general de aquella Guardia, me fué preciso valerme de medios indirectos por los que
"inquirÍ que en virtud de órden del general N arvaez habian salido dichos escuadrones
»á las diez de la noche por la puerta de Atocha. Seguidamente vinieron á avisarme
))corria la voz de haberse sublevado un batallon de los de aquel ejército: y tanto para




"adquirir datos como para ponerme'de acuerdo con su general en caso necesario y con
"la buena fé que me caracteriza, dispuse la ida á Carabanchel de un oficial de Estado
"mayor con una esquela amistosa para dicho jefe. A su regreso supe con admiracion
"y sorpresa que en la puerta de Toledo habia un piquete de infantería; que por la ron-
"da desfilaha un hatallon y la artillería~ que en la de San Vicente, se hallaba otro
),hatallon en masa con un escuadron de caballería, y finalmente que el general de
"aquellas fuerzas hahia entrado en .\Iadrid, quien por contestacion á mi esquela ha-
"bia dado la de que pasaria á verme,


" Este inesperado relato me decidió á co~wocar á su cuartel á los jefes de la Milicia
" NaCIonal, pues que ignorante de los motiyos que pudieron dar múrgen 6, semejante
"proceder, era mi primer deber reunir la fuerza que en todos casos ha de ser el más
))sólido sosten del trono de V. ;\1. y tengo la particular complacencia de poder ase-
"!-iurar ú V . .\1 que tolos un;lnime:; se m:l.nifest:J.roll animado:; del celo y entusiasmo
"m~í.s laud:l.hle y patriótic0 en fayor del órden, libertad legal y reales prerogatiyas
»de V . .\1. e:;tando todo:; decididos á so:-;tener tan caros objetos hasta con el sacrifi-
))cio de sus vidas, si preciso fuere,


,)Felizmente no hLlbo necesidad de que acreditasen estas cívicas virtudes que les
"Jistinguen, pues que asegurcllh completamente la tranquilidad interior de la capital
"en cuyas calles nad~l absolutamente se obsernlba que pudiese imbuir 13 mús leve
"sospecha, y retiradas á las dos de la mañana á sus cuarteles y cantones las tropas del
»ejército de reserva, quedó desvanecido todo motivo de ansiedad, y las cosas en su
"estado normal.


))Prescindo, seílora, de los motiyos que pudieron dar márgen á 13s medidas toma-
))JJS por el general Narvaez, pues no se me han hecho conocer, y respeto sus dis-
"posiciones, si fuéron emanadas del gobierno de V T\l., pero reasumida en mí la do-
))hle autoridad de capitan general é inspector de la l\lilicia N acional, no sólo en no
"darme conocimiento anticipado, se ha ofendido y ajado yisiblemente la primera,
))sino que en el mero hecho de ignorar la Milicia Nacional y su jefe superior las cau-
"sas de disposiciones y aparatos tan imponentes, se le ha dado muestras de una des-
»confianza tan injusta como poco merecida, desconfianza que pudo ser orígen de con-
,)secuencias harto desagradables.


" ~ o me creo en el caso de tener que hacer la apología de mi yida pública. Vuestra
))majestad conoce los sentimientos patrios que abrigo en mi corazon, y me ha hon-
"rado con su augusta confianza. Esta forma mi orgullo y por ella podré perder 111 i
»\'da, pero no desmerecerla. Todos los habitantes en generaL han sido testigos ocu-
))hres de i11is esfuerzos para sostener la tranquilidad en momentos en que ha habido
)'poderosos motiyos para ser turbada, y no creo haya uno solo que me haga la injus-
))ticia de no suponerme decidido á secundar una )' mil \eces aquellos procederes.
"Pocos ejemplos podrán citarse de un caso como el presente. Salir dos escuadrones
"de ln capital, ycnir sobre ella con batallones y artillería, posesionarse de las puer-
"tas, dejándolas abiertas y ú su custodia, y re:l!izar todas estas operaclOllc:, .,in el más


10




- 146 -
»mínimo conocimiento del capitan general, es un suceso tan extraordinario en la
»milicia como ofensivo á su autoridad, la que pierde su prestigio y fuerza moral,
»quedando en consecuencia nula para el mando, cuando se le aja y falta á las pre-
»rogativas que le deben ser guardadas y marca la Ordenanza.


»En este estado, mi deber y pundonor me imponen el de abandonar un puesto
»para cuyo desempeño me falta la confianza del gobierno de V. M., y como á mi en-
»tender en las actuales circunstancias, es de un interés notorio que el capitan gene-
»ral reasuma á su autoridad la de la inspeccion de la Milicia Nacional, estoy dispues
»to á sacrificarlo todo por el bien de mi patria.


»A V. M. encarecidamente suplico se digne admitir la renuncia que á los
» R. P. de V. M. tengo la honra de hacer del cargo de capitan general de Castilla la
)) Nueva, é inspector general de la Milicia Nacional del reino, asegurando á vuestra
»majestad que en todas épocas y donde me halle estaré dispuesto á sacrificar mi vida
))por el sosten de los tres objetos IT:d.s caros á mi corazon, cuales son: reina, patria
»y libertad, no deseando otra recompensa por todos mis servicios que la de
II que V. M. se digne declarar le han sido gr8.tos y que de ellos quede satisfe-
llcha. Madrid 29 de Octubre de 1838.-Señora.-A los R. P. de V. M., Antonio
llQuiroga.»


Nada tenemos que añadir á esta exposicion. Ella todo lo dice mejor de lo que pu-
dleramos narrar, y con más autoridad. La renuncia no fué admitida; por el contra-
rio, recibi6 el capitan general de Madrid un oficio con fecha 31 en que el ministro de
la Guerra le anunciaba en los términos más lisonjeros, que S. M. no habia tenido á
bien acceder á s u solici tud.


Así la opinion pública como los diarios, se pronunciaron al dia siguiente 29, en el
sentido más violento contra la horrenda trama tan providencialmente abortada. Nar-
vaez objeto de la animadversion general, mirándosele como el alma de una cama-
rilla, al verse abandonado por el ministerio que tanta honra dispensaba ú Quiroga,
y mal defendido por sus parciales, á su vez hizo renuncia del mando, por motivos de
salud, renuncia que le fué admitida en clase de licencia temporaria para restablecer
su salud, ínterin se reullian los medios para llevar adelante la idea del aumento del
ejácito de reserva. Narvaez salió de J\ladrid el dia 2 de Noviembre, dirigiéndose
á Loja.


Despecll1dos Jos conspiradores, quisieron el dia 3 hacer una intentona de desórden,
con el fin de dar á la salida de N arvaez una importancia que no tenia, y presentarlo
como el único que fuese capaz de mantener la tranquilidad. Un puílado de gente ad-
venediza se esparció por las calles vociferando i Abajo el ministerio! La Milicia N a-
cional acabó en un instante con ese miserable sainete.


El plan urdido en Madrid tenia dilatadas ramificaciones: en Valencia, en Múrcia,
en Alicante y en Sevilla hubo desórdenes aciagos. En Valencia fué asesinado el ca-
pitan general, Mend.ez Vigo, por oponerse bruscamente á la inmolacion de algunos
prisioneros carlistas que unos bandidos querian asesinar. En Sevilla las cosas pasaron




- 147-
méls allá: se formó una junta con nombre de Superior de la provincia; la presidia el
general D. Luis de Córdova. En los dias que rompia ese pronunciamiento, marchaba
el general Narvaez á la vuelta de Loja ; mas desde Córdoba varió de ruta y se enca-
minó á Sevilla, llamado por la junta, cuyos comisionados le llevaron el nombramien-
to de vice-presidente.


Mas ya fuese que contando ciegamente con el triunfo, los agitadores de Madrid no
tenian al corriente de lo que se fraguaba al capitnn general de Andalucía, ya por
cualquiera otra razon que ignoramos, lo cierto es que al recihir el general conde de
Cleonard la noticia del alboroto de Sevilla, despachó al general Sanjuanena gobernan-
do algunos centenares de hombres, con el objeto de restnblecer en Sevilla 13s auto-
ridades legítimas y con un3 proclama en que anatematiznba elmotin de Sevilla. Cleo-
nard declara\)n á los generales Córdova y ~an"aez traidores á la patria; desembarcó
Sanju:l11ena á corta distancia de Sevilla, y sin el menor tropiezo entró en esta capital
el Jin 23 de Noviembre, dando fin á ese rarísimo pronunciamiento, no bien explica-
do hasta ahora.


EmpInados los generales Córdon y N arvaez ante el Tribunal Supremo de Guerra y
i\larina, no tuvieron á bien personarse para presentar sus descargos y emigraron. Cór-
dova munó en Lisboa, y N arvaez se refugió primero en Portugal, luego en Gibraltar,
y por último en Francia, donde permaneció hasta que los acontecimientos de r8 .. 1.3 lo
trajeron á las playas de Valencia, y de alli tomó el prodigioso vuelo que lo ha llevado
á ese encumbramiento inaudito en que le vemos, árbitro de la suerte de Espaí13 con
su aciago, triste y malhadado influjo que tantos males ha causado, que tantas lágri-
mas ha costado.


Los sucesos de Madrid y los de Sevilla dieron una inesperada importancia al mani-
tiesto que en 3 r de Octubre hahia publicado el conJe de Luchana dirigiéndose el la
Gobernadora; pues cuanto hahia yaticinado se re,llizaba en los dias mismos en que
con tanta prevision denunciaha esos proyectos. La oportunidad de sus consejos le
daban el derecho de hablar de nue\"o. Así lo hizo en otro escrito del (j de Diciembre,
dirigido igualmente á la regenta del reino, y tambien dcldo al público, en el cual re-
cordaba el anterior, recalcaba con ahinco en las intrigas de los f('accionarios, rasgan-
do el velo que todayía cubria sus manejos. En esto cumplia el general Espartero á
fuer de buen espaÍ10l y de leal servidor del trono y de la libertad, mas hacinaba co-
rioso ca udal de ódios y deseos de venganzas que en un dio. ú otro podian saciarse,
sin q ae en premio de tanta honrada pudiese al menos contar con la gratitud pública
de un moJo duradero, movediza esta y pasajera como los acontecimientos que la pro-
ducen y destruyen alternativamente.




CAPÍTULO IV.


EL MINISTERIO ALAIX.-SU PROGRA:'vlA.-CONVENIO DE VERGARA.-TENTATIVAS HECHAS


PARA QUE ESPARTERO INTERVINIESE EN LOS NEGOCIOS DEL ESTADO.


Los últimos sucesos en que el ministerio habia figurado de un modo tan marcado,
acabaron con su existencia. Los reaccionarios, si bien querian ministros dóciles á su
voz, les exigian energía, de que á buen seguro no eran capaces los secretarios del des-
pacho que habian prohijado á escondidas, tentativas osadas que fracasaron por falta
de apoyo á cara descubierta. Cayó el gabinete presidido por el duque de Frias, y la
opinion pública formuló contra sus indivíduos las acusaciones míÍs graves: ninguna
se omitió.


La guerra civil, ese azote de la época cuyos anales narramos, habia desautorizado
la mayor parte de los generales del bando reaccionario. Los descalabros de Morella
y de Maella, las disposiciones arbitrarias y tiránicas de varios capitanes generales de
provincias eran acontecimientos aciagos ú odiosos que pesaban como calamidades
públicas sobre todo un partido. Fué preciso buscar manos más expertas ó más afor-
tunad3.s que dirigiesen las operaciones de la guena, y pusieran coto á los desmanes
de esos bajás, que no tenian más norte en su mando que el capricho de aviesas pa-
SlOnes.


La existencia política que la nacion iba recobrando desde la muerte del rey, era
sobradamente combatida por un bando, q~e con el antifaz de constitucional,pro-
fesaba principios absolutistas, para que 1:1 caida de un ministerio fuese entonces y
sea hoy día el efecto natural de las luchas parlamentarias; un cambio de gabinete
no es ante nosotros más q L1e un incidente nacido fuera del círculo constitucional. El
cansancio de los que mandan I el capricho de otras influencias, una intriga nunca
bien explicada entre compañeros ó salida de alguna camarilla, hé aquí las causas
constantes de la caida de los ministros. Lo mismo acontece en la eleccion de nuevos


.




- 149-
consejeros de la Corona. No hay nunca una razon lóglca, visible, apreciable, que
legitime elllamamicnto y la amalgama dc individualidadcs, cuya razon dc ser minis-
tros no sc colige.


Por exccpcion la hubo para llamar al general D. Isidro Alaix al ministerio de
la Guerra: la alta nombradía de: este entre sus compat'leros de armas; los trabajos
de que hemos ya hablado, para acabar la guerca civil por mdios pacíficos, lo seúa-
laron como el jefe militar más J. propósito para dar cima 5. un pcnsamiento que te-
nia embargada la atencion del bencmérito .general Alaix. Acabar la guerra era para
este el délellda est Cartago, y por una circunstancia casi pro\'idcncial, sus opinio-
nes políticas, por cierto bien moderadas en el sentido honroso de la palabra, no fué-
ron ohstJ.culo á que se le llamase.


En Puentc la Reina yacia cruelmcnte herido el general Alaix, cuando recibió un
despacho del seí10r duque de Frias, fecha 9 de OctLlhre, anunciJ.ndo!e que S. M. lo
habia nombrado min1stro de la Guerra Contestó el elegido en 15 del mismo mes
aceptando el cargo que se le conferia, y que se pondl'ia en camino para la c()rte en
cuanto se lo permitiesc el estado de sus heridas, lo que no podria ser antes de tres
semanas.


Acertadísima era la elcccion del nuevo ministro de la Guerra) y quien lo aconsejó
tuvo una feliz inspiracion. Decimos q LlÍen lo aconsejó, porq ue S. M. la rcina gober-
nadora no conocia personalmente al general Alaix. A su llegada á Madrid concertó
su programa en estD.S tres palabras, aú1bar la guerra; y como hombre que á una
rara entereza de alma unia las concepciones de una suma pericia, lleno de fé en sí
mismo, Alaix declaró quc acabaria en un at'lo la guerra ó lo más crudo de ella, y con
gloria inmarcesible cumplió un programa que á todos por entonces pareció como el
cnsue110 de una ardorosa imaginacion. Si hay un título que se pueda llevar con elle-
gítimo orgullo dc haberlo merecido, es el de conde de Vergara, que se ha conferido
al general Alaix. La rama de oliva orla un escudo heráldico con tanto ó más brillo
que la corona de laurel, y en el caso presente nos recuerda un acontecimiento que
no costó mLÍs lLÍgrim 1S que las de un inefable regocijo en todos los ámbitos de la des-
venturada Espat'lé1. Prez y gloria al Jignísimo ministro que preparó el convenio de
Vergara compartidas con el ínclito caudillo que lo estipuló. Los nombres de Esparte-
ro y de Alaix, se confunden en este inesperado suceso, y la historia los recogerá para
colocarlos entre los bienhechore:-:i de la humanidad: porque obra suya fué la reconci-
liaeion de los hijos de una misma patria fatalmente divididos durante seis años de
dolorosa memoria.


Agcno Alaix ;Í parci,didades políticas, bien que inclinado á las ideas del progreso
por ser hombre de grandes estudios, sin ostentacion de saber, al buscar compañeros
de Gabinete, ni tenia antipatía hácia nadie, ni propension tampoco; libre de todo
compromiso de bandería, no queria en los consejeros que debia proponer á la Coro-
na, más que una firme voluntad de realizar su programa: acabar la guerra.


La primera persona que le fué indicada para ministro de la Gobernacion fué don




1)0


Agustín Armendariz cuya coüp~rdcion no aceptó, por no considerarle bastc1llte efi-
caz para el objeto que se proponia.


La segunda fué D. Pio Pita Pizarro para el ministerio de Hacienda. El entonces
diputado por Ponteyedra, de génio en extremo sa¡..;az, de voluntad firme, activo y
emprendedor, profesaba opiniones de progreso avanzadas; por este concepto habia
formado parte del Gabinete presidido por D. J osé ~laría Calatra,"a en 1 ~36. Su odio
á la tiranía fechaba tan de atrás, que no habia tenido á menos Pita proclamarlo en las
Córtes, y durante los años anteriores del despotismo no habia dejado un solo odia de
conspirar para derrocarlo.


El tono resuelto de Pita al preguntarle el general Alaix si estaba dispuesto á em-
plear todos los recursos del país para acabor la gucrra, agradó en extremo al ministro
de la Guerra, que desde luego lo admitió por compoi1ero.


Avenidos los dos ministros de la Guerra y de H~lcicndo, este propuso que se llama-
se á D. Salustiano de Olózaga. Hubo una conferenCJ3 entre los tres en c3sá del gene-
ral Alaix que duró desde las once de la noche hasta las cinco de la mañana. Las
tres carteras de Gracia y Justicia, de Gobernacion y de Estado le fuéron suceSl-
vamente ofrecidas sin avenencia por parte Lle1 diputado por Lo,sroño. D. Sa1ustia-
no de Olózaga se seporó de los ministros sin más compromiso que el de no serles
hóstil en el Congreso.


Pita propuso para Gobernacion al diputado por Palencia, Sr. Hompanera de Cos,
persona de saber, de mérito y de id:::as generosas, {¡ las cuales ha sido honrada y
constontemente fiel, prenda asaz raro en una época de repetIdas apostasías. Aceptó
Hompanera la cartera de la Gobernacion con el programa de Alaix, y cooperó con
admirable teson á realizarlo, y asimismo á 1110rcilizar la administracion, poniendo
coto á los desmanes de las autoridades arbitrarias, recomp~nsando el mérito por do
quiera lo hallaba y premiando los serYÍcios de sus suhalternos


Vivia Hompanera con D. Lorenzo Arrazola y lo propuso para ministro de Gracia
y Justicia, lo que fué aceptado.


La triste celebridad que ha adquirido este personaje, merece que nos detengamos
un tanto en su biografía. •


Catedrático de la Universidad de Vcllladolid, profesaba D. Lorenzo una rara filoso-
fía que m,1s adelante ha puesto en pr~1ctica. Por su educacion 1 por sus escritos, por
sus relaciones, pertenecia á la escuelo del absolutismo que proclamó en un libro ser
el mejor de los gobiernos. Mañoso, de conciencia política asaz elástica, deciJor y
no poco ambicioso, era el catedrático de Villladolid; hombre muy á propósito para
doblegarse á lo que más conviniera á sus ensueños de ensolzamiento que por desgra-
cia del país ha realizado en su más cabal verdad. A la snon se acababa de suprimir
la Chancillería de Valladolid con harto sentimiento de sus habitantes. Llegado el día
de elecciones generales, los electores de Valladolid pensa ron que Arrazola seria el
defensor más á propósito para abogar en favor del restablecimiento de la suprimiJa
Chancillería, y le nombraron diputado.




Vino A rrazola á Madrid, y en cuanto hubo sondeado d terreno con su natural sa-
gacidad, conoció muy pronto que sus ideas absolutistas no le habian de abrir el ca-
mino de la fortuna por entonces, y se presentó en el sentido liberal hasta la exage-
raciono La Chancillería lo preocupó poco; su propia elevacion fué el blanco de todos
sus actos. Así fué, que cuando por una inesperada casualidad su compañero Hom-
pan~ra le habló del ministerio de Gracia y Justicia, el veleidoso Arrazola que con un
instinto admirable de prcvision, acariciaba ú sus solas un brillante porvenir, no hay
que decir si se avino á todo lo que se le propuso en los preliminares de la negocia-
cion. En todas las cuestiones que se debaticnon tomaba la delantera sobre sus com-
paí1eros, calzando más puntos de progresista que cualquiera de ellos) y por ese rum-
ho siguió durante algun tiempo, al punto que ya ministro) cuando en el Consejo se
trató de la conservacion del medio diezmo, á ello se opuso terminantemente Arrazo-
la, llevando su ojeriza ú esa injusta contribucion, hasta decir que se cortaria la mano
antes que firmar semejante decreto.


y ya que hablamos del diezmo, completarél11os el cuadro retrospectivo de las
transformaciones políticas de D. Lorenzo Arrazola, recordando un hecho de suyo
muy si!1ni1icativo. Se discutia en las Córtes la cuestion del medio diezmo; el diputa-
do D. Facundo infante habia tomado varias veces la palabra, combatiendo el medio
diezmo y cuantas proposiciones se dirigian á conservar hasta la memoria de tan
odiosa gabela. Iba á tomar de nuevo la palabra, cuando D. Lorenzo Arrazola se le
acercó preguntándole, si en lo que pensaba decir contra el diezmo tenia presente una
ley de monstruosa harb,írie , muy anti:~ua, contra los que no pagasen puntualmente
('1 diezmo. D. Facundo Infante ignoraba la existencia de esa ley, y habiéndolo así
manifestado, D. Lorenzo se levantó, fué ú la mesa de la Presidencia, buscó en una
recopilacion de leyes la que acababa de indicar al diputado reformista, y se la dió; este
la aprovechó con tino y oportunidad) para atacar cOn las armas que se le daban la
ominosa contribucion.


Cuando el que con tanto afan contribuía {¡ deshacer el diezmo en 1838, hasta ha-
cer el papel de apuntador, conoció que más y mejor medraria en el bando anti-refor-
mista y anti liberal, allá se pasó para ser el más fanático ultramontano, y el más de-
cidido protector de los abusos del clero, restableciendo hasta donde ha podido los
que la reyolucion habia arrollado. Con un partido se encumbró al ministerio y con
otro se afianzó en el poder. Ya no pensó más que en complacer á sus nuevos pro-
tectores, pero dotado de más prevision que estos, Arrazola sin repudiar las . ledidas
de terror como se le vió más tarde, en 1838, creia que el mejor sistema de socabar el
edificio constitucional era minarlo á la zapa, sin chocar de frente. N o pudo hacer
adoptar su plan de contemplacion, para cuyo buen resultado el tiempo, la pausa yel
engarro eran elementos indispensables y cedió {¡ la fogosidad de los impacientes: se
sometió á una voluntad superior á la suya, bien que conociera los peligros de una
intentona desesperada. Cuando por Agosto de 1840 los reaccionarios arrojaron la
máscara y se lanzaron á la pelea, Arrazola dió su asentimiento. El pronunciamiento




de Setiembre contestó á la provocacion. Vuelto al ministerio en 1847, D. Lorenzo
Arrazola ha sido el más funesto consejero de las persecuciones que ha sufrido el
partido progresista en masa despues de la contrarevolucion de 1843.


Por último, sin temor de conculcar todo respeto humano, se hizo nombrar en la
última hora de su vida ministerial presidente del Tribunal SUl)remo, bien que ni
juez de primera instancia habia sido, escándalo que como otros tantos se sufrió, y
D. Lorenzo Arrazola YÍstió la toga de la mús alla inn~stidLlra judicial, con la circuns-
tancia agravante de que como ministro habia presentado en el Senado un proyecto
de ley para el arreglo de los tril)unLlles en que abolia el cargo de presidente del Tri-
bunal Supremo, reserd.ndolo al ministro dd ramo, sin duda por suponer Arrazola
que ocupJria eternamente el puesto de ministro.


Nos hemos detenido en estos pormenores, porque es justo y útil que la historia
recoJa lo que ataÍ1e :1 esas exi:-itencias improvisadas q L1C llegan j la cúspide del poder
por el camino de las apostasías. Los espartanos, para hacer aborrecible el YÍcio de
la embriaguez, exponian á la YÍsta del pueblo un esclavo ~brio. NosCltros presenta-
mos á D. Lorenzo Arrazola.


El jefe de eSCl18dra, D. Jos~ .María Chacon, fué nombrado minlstro de Marina.
QLledaba por proveer la carten de E:-itado. El duque d.e Frias, presidente del ante-


rior gabinete~:.deseaba permanecer en su puesto 1 y al efecto hubo repetidas y apre-
miantes solici~des, mas el general Alaix no luyO por cOl1\eniente admitir un mini s
tro del anterior gabinete, para no transferir ú una adl11inistracion los compromisos
que pudiese haber contraido la anterior, única razon de la resistencia del general
Alaix j la entraJa dd duque de Frias en el gahinete que formaha.


En la opiniol1 del general Alaix, la secretaria de Estado debía deseml'eílarla un
indivíduo de la carrera diplomatica, por considerarlo m;JS apropiado para inspirar
confianza á los agentes de las potencias extranjer~1s Así fu~ que por indicacion
que le fu~ hecha, admitió á D. Ey,uisto Perez de Castro, que se hallaba en Lis-
boa de el1Yiado extraordinario y ministro plenipotenciario. Diputado en las c~­
lcbre" Córtes de Cádiz en 1810, fu~ ú D. Eyaristo Perez de Castro ,"ocal de la
comision que formuló la Constitucion de 181L. :\linislro de Estado en 18:!.O, perse-
guido ó arrinconado durante los diez aÍ10s q Lle siguieron ú la illYasiol1 francesa
de 1823, Pcrez de Castro en 1838 habia repudiado sus cOl1vi,:ciones de 1810 y 18Lo;
no era ya nüs que una pobre ruina dl' una dncia diplomacia. Anciano carriado de
a~10s, sin cad.cter, sin energía, de úni1l10 apocado y de notable índecision, el nue,"o
ministro de Estado no poJia ser y no fLl~ nús qL1C un instrumento ciego y dócil de
voluntaJes a,-:ienas. En el ínterin de su llegada, el despacho de Estado fut: conllado
á D. Cídos Mauricio de OnÍs, que siempre habia flgLlraLlo en las filas progresistas,
donde ocupa hoy su lus-ar.


Así formado el ministerio de indiyiJualidades poco homog~neas, sufrió infinitas
modificaciones en las diferen tes secretarías, salyo las ele EstaJo y Gracia y Justicia,
permaneciendo D. Evaristo Perez de Castro y D. Lorenzo Arrazola en sus destinos




- 153-
hasta el pronunciamiento de 1840, el primero m erced á su nulidad intrínseca y su
dócil sumision, el segundo como agente hábil y rendido de la reacciono Esta por de
pronto hubiera tenido mejor suerte si se hubiese dejado guiar por el jesuitismo so-
lapado del catední.tico de Valladolid.


U n programa dé' escaso interés y de poca elevada concepcion fué firmado por todos
los ministros, en el cual se establecieron las bases del si~tema de gobernacion que de
consuno debian obsen'ar. La segunda resume el pensamiento del general Alaix, que
asaz poca importancia daba ú las demas por ser de suyo generalidades de rutina. La
oct::lva fué inserta por los representantes de la reaccion en el Gabinete.


Ya que lo tenemos á la mano darémos el texto de este programa.
1.° Cumplir religiosa y esforzadamente la obligacion jurada de defender el trono


de la reina, la regencia de S . .\1. su augusta madre y la Constitucion del Estado.
2.° El obj~to preferente del gobierno, e~ impulsar la guerra para obt~ner la victo-


ria y la paz por tojos los medios imaginables y J. este fin adquirir todos los fondos
posibles.


3.° Lo sed tambien de su primera atencion, el mantener el órden público, guar-
dar y hacer guardar las leyes, y refrenar y castigar se\'eramente todo exceso ó abuso
contra ellas.


4,0 Asimismo serú atencion muy principal del gobierno la conservacion y buen
régimen de las provincias de Ultramar.


5.0 Todo pro:'ecto de ley y real decreto se ha de discutir y aprobar en Consejo de
ministros antes de present:1rlo Ú S. 1\1. y todos ellos sercln igu,llmente responsables
de sus resultas


ti. o Se resol\'erJ. en Consejo de ministros antes de proponerlo J. S. ;V1. el nombra-
miento ó destitucion de los embajadores y ministros en el extr,1njero, de los genera-
les de los ejércitos de operaciones y capitanes generales de distrito y comandantes


. 7P~ generaks de prO\'incias, de los jefes políticos. intendentes, regentes de au 4encias,
prelados Jiocc:sanos, ministros de los trihLlnales supremos y jefes de las olicinas ge-
nerales de la C(Jrte.


j.o )¡o se pod!':l celehr;¡r tratado. estipulacion nUCY<1 con cualquiera potencia
e\.tr~injcl-,l, ni empr~stito al:~Lll1o sino en virtud de acuerd.o del Consejo ~e mi-
!11strOS.
~o El mismo acuerdo es necesario para determinar el destierro efectiyo ó simu-


bdo fuel'a de la ¡1roYincia de su residencia de cualquiera persona, por efecto de dis-
posicion gubernatin.
~¡.o To,los los ministros estCIl1 obligados recíprocamente <i defender con esfuerzo


los actos de sus compaúeros ante las Córtes.
10. La creacion del Consejo de Estado y la ccnstitucion del cuerpo ministerial


por medio de una ley, seL\ ;ltencion privilegiada del actual Gabinete.
Se ve que en el conjunto del programa- no se ha omitido lo que mil "eces se ha


proclamado en documen tos de ese linaje 1 sin que haya pasad.o de teorías sin práctica,




El pensamiento de desterrar por vía gubernativa hacia mal maridaje con el respeto
á la Constitucion de que se hace alarde en la base primera.


Los planes que muy de antemano habia meditado el general Alaix para acabar la
guerra, los llevaba adelante con un vigor y una actividad, ante la cual todo cedia No
era sólo el profundo sentimiento de su propia fuerza el que animaba al ministro de
la Guerra, más tambien un pundonor nacional que le honra en extremo. Allá en los
campamentos habia llegado á sus oídos, que se pensaba llamar á España caudillos
extranjeros para mandar el ejército y dirigir la guerra, y esto no lo podia pepsar el
pundonoroso Alaix sin rubor. De aquí su afanosa energía para demostrar al mundo
entero que la funesta guerra civil, que asolaba algunas provincias, habia de tener tér-
mino entre espaí101es, y por medios exclusiyamente espaí10les dirigidos por jefes es-
pañoles.


Animado de este patriótico espíritu el general Alaix, dió á las operaciones militares
un impulso ha~ta entonces desconocido. Provisto de nledios por el ministro de la
Guerra, el general Espartero hacia marchar todo con un concierto y tino admirables;
así fué que la campatÍ.a de r839 se ab~l modo más brillante. Las líneas ue Ra-
males y de Guardamino fuéron tomadas~ Encartaciones quedaron hbres, Balma-
seda, Arionaga, Orduña, Amurio quedaron en poder de los constitucionales que sen-
taron definitivamente sus reales en todos esos puntos (r). La guerra iba visiblemente
á menos y hícia su término. Los carlistas eí. má:~ de las pérdidas sufridas, se hallaban
trabajeldos por odios encarniza~tos, por pasiones enconadas, consecuencia ine\itable
de los reveses que sufrieran, sellal certera de la muerte de un partido. Las sangrien-
tas ejecuciones de Estella donde "laroto fusiló desapiadadamente los más fanáticos
allegados de D. Cárlos, pusieron al jefe carlista en la alternativa absoluta ó de cubrir
aquella horrible matanza con triunfos señalados ó capitular con el general en jefe del
ejército constitucional. Siéndole lo primero ya imposible, tUYO que tomar el único
camino de salvacion que le quedaba, si habia de sustraerse al desastroso fin que le te-
nia reservado D. Cárlos. Entró en negociaciones, el general en jefe con un tino ad-
mirable, y extremada sagacdad, admitió la proposiciones de Maroto á exúmcn, dando
al mismo tiempo mayor empuje {¡ las operaciones de la guerra. La cuestion de los
fueros que el conde de Luchana se negó decididamentc á reconocer, dió treguas á la
negociacion, mas los sucesos sc fuéron agolpc111do de tal manera contra el jefe carlis-
ta, que tuvo que firmar el cOlwenio de Vergara, en virtud del cual depusieron las
armas las mejores tropas de D. Cí.rlos y las que no se sometieron, tuvieron que re-
fugiarse en Francia, perse¡.pidas por el ejército constitucional. En el convenio de Ver-


(1) Esta camp\Í1a fué objeto de los mJyores encomios por el mejnr juez en la materia. El duque
de \Vellington dió encargo á D. :\liguel de Alava, á la sazon ministro de S .. \1. en Lóndres, que
hiciera saber al general Espartero que admiraba sus operaciones militares en esa campaña, com-
parúndola á la que él mismo habia ejecutado en las famosas líneas de Torres Ved ras: asi se lo e~­
¡:ri bió Alava al general Alaix,




- 155-
gara nada se estipuló en favor de D. Cárlos, y en cuanto á los fueros se contentó el
general Maroto con la promesa del conde de Luchana que recomendaria su recono-
cimiento ó modificacion: los grados y las condecoraciones fuéron reconocidos.


Este inesperado acontecimiento, obra e~clusivade españoles, es tanto más de apre-
ciar en cuanto que si menos doml11ado por el respeto debido á la omnipotencia de
las Córtes, hubiese el conde de Luchana querido hacer alarde de su autoridad, otor-
gando los fueros, hubiese conseguido mucho antes la rendicion del ejército carlista,
y el general que tanto habia respetado las PTerogativas del trono, debia acatar con
igual rendimiento la omnipotencia de los representantes de la reina reservándoles
á su resolucion soberana la cuestion de fueros. Habia llegado el dia en que una oli-
garquía eboista, <1nimad,l de Ll11 espíritu de provincialismo mezquino en sí, y funesto
á la nacion, desapJreciese en la unidad nacional. Tiempo era que las Provincias Vas-
congadas v Navarra cesasen de ser un Estado dentro del Estado: así lo entendió el
invicto caudillo constitucional. y así lo llevó el efecto con recomendable destreza, de-
Jando la cuestion inlacta ú las Córtes, dueñas de otorgar ó negar lo que tuvieran por
conveniente respecto á fueros.


Las Córtes, libres de todo empeño que coartara sus facultades, decretaron la con-
servacion de los fueros salvo la unidad constitucional, mas este decreto quedó sin
efecto como ya hemos dicho en otro lugar.


¡\lientras el general Espartero daba fin {¡ la guerra en las provincias del Norte, al-
gunos de lo~.; ministros, dóciles instrumentos de un bando, preparaban al país nue-
,'as agiwciones, jlues mis que l1Lll1ca anhelaba eje partido conseguir el objeto de tan-
tos desyelos; acabar con la COllstitucion. En razon directa que enmudecia la guerra,
se alzaba la YOZ de la contra-reyolucion, de mojo que cada descalabro úe los carlis-
tas, era un estímulo ú la rt,lccion que debia estallar sin disfral: el dla de una completa
pacificacíon, "".1


La mayoría de las Córtes, de suyo .,.:;;;1ccionaria, no andaba bien ayenida con el
ministerio. La destitucion de muchos capitanes generales que tanto habian abusado
de su mlndo reemplazados por generales progresistas, y lo mismo en los jefes polí-
ticos, suscitaban en la ma!roría una ojeriza mal disimulada contra la fraccion liberal
Jel mll1isterio , y todo era oponer obst,'tculo á su marcha, El general Alaix pidió y
ohtu,'o la disolucion de las Córtes, y como complemento de esta resolucion exigió
:' consiguió que hubiera completa legalidad en las elecciones, y por consecuencia ló-
gica el elemento progresista prevaleció en las urnas electorales.


Parecia natural que en \'Ísta del resultado ohtenido por el ministerio que contaba
con una mayoría adecuada á los principios liberales del gabinete, la otra fraccion de-
j,lse el puesto. N o lo pensaron así los secretarios del despacho retrógrados y resolvie-
ron presentarse al palenque constitucional, decididos á sostener la lucha á todo tran-
ce. Congregadas las Córtes en 1.° de Setiembre de r839, iba á trabarse la pelea parla-
mentaria cuando llegó la noticia del convenio de Vergara y la sumision del ejército
carlista del Norte. En el enagenamiento p~oducido por un suceso tan inesperado que




- 156-
aseguraba irrevocablemente el triunfo de la causa constitucional, en cuanto á los car-
listas, se suspendieron las hostilidades entre la mayoría y la frJccion retrógrada del
ministerio; hubo la escena del 7 de Octubre; mas p8s8dos aquellos momentos de una
enagenacion pas8jera, cada CLlal volvió á las armas y se empeñó la refriega parlamen-
taria con más ahinco que 8ntes. La derrota del ministerio por un8 c8si unanimid8d
era infalible. Los reaccionarios no habian de permitir un triunfo pacífico y legal de
los progresistas, ni someterse á un descalabro parlamentario. Conculcando, pues,
todos los respetos de la opinion y desvÍ<lndose de la marcha natural en un sistema
representativo, se propuso en Consejo de ministros la disolucion de las Córtes. A se-
mejante golpe de Estado se opuso resueltamente el general Alaix, base primordial
de13abinete, en lo que fLlé apoyado por el honrado ministro de la Gobernacion HOl1l-
panera; mas los esclarecidos servicios que habia prestado el ministro de la Guerra
en la direccion de las operaciones militares y en el c011Venio de Vergara, de consuno .
con el general Espartero yacian olvidados; su cooperacion no era ya indispensable, y'"
fué sacrificado á la parte reaccionaría del gabinete, Igual suerte cupiera al general
Espartero si la guerra ci"il no cundiera todada en el l\1aestrazgo y en Cataluña. El
general Alaix hizo dimision del ministerio de la Guerra el 2~ de Octubre, siendo des-
de luego admitida.


Antes de pa_~ar adelante en la narracion de los sucesos, hemos, á fuer de histo-
riadores imparciales, de decir á los vivientes y á la posteridad un hecho poco ó nada
conocido, y que honra en alto grado á S. M. la reina gobernadora. De nuestra aser-
cion es garante la fuente en donde tomamos nuestra narracion. A la benevolencia
del general Alaix debemos que nos haya permitido copiar textualmente lo que sigue,
tom3do de los apuntes que de su ministerio tiene hechos.


"Al hacerme cugo del ministerio con la idea que me dominaba de que la guerra
"debia acabJrse pronto, me encontraba que tal yez la falta de dinero sería un obs-
lltúculo \" no f:tcil de vencer; deciJ esto cuantas veces tenia ocasion de hablar á S. ¡\l.
"la reina gobernadora; recordaba lo que era D. Cárlos J el estado de la opinion del
"país que ocupaba, el motiyo del Consejo dt ministros á que habia aSistido el minis-
"tro de In¡.;laterra en :\ladrill, por la carta que yo habia escrito al ¡.;eneral Latre.
"A tanto r~iterar que la guerrcl podia ser concluida pronto, si tuviéramos dinero
"<l mano por cualquiera cycntualidnd que pudiese ocurrir, tuye la satisfaccion de
"que un dia de despacho me dijera S, 1\1. la reina gobernadora, que si hacia falta
"dirwro para el caso de acabar la guerra 1 que dispusiera de cuanto tenia inclusas
sus alhajas.


"Desde entonces supo el general en jefe que para terminar L guerra no faltaria di-
»nero, en caso de resultJdo dado y positivo. El 3 de Setiembre de 183~¡ recibí la carta,
))toda de letra del general en jefe, que dice:


"Yergara 30 de Agosto de r839,-Excmo. Sr. D, Isidro Alaix.-1\li estimado ami-
"go: no tengo lugar pJra escribir á S. :\1. Dígale que tenga ésta por suya, y que me
»r~fiero al parte. Es de Vd. JfectÍsimo amigo.-B. Espartero, Al gobierno, que me




"mande á Victoria cuatro ó seis millones que podré necesitar en dicho punto para la
»terminacion de empresa tan grandiosa.


»El general en jefe habia convenido con el general Maroto que al tiempo de dejar
»las armas á los batallones de la faccion, se darian tres pagas á los jefes y oficiales,
»y tambien tres meses de haber á la tropa; que serian licenciados en el acto y mar-
"charian á sus casas los indívíduos de tropa. El gobierno al recibir la carta del general
»Espartero que antecede, ni tenia los seis millones de reales, ni era fácil reunirlos
))por préstamo tan perentoriamente como eran necesarios. Me presenté con la carta
,)~í. S. 1\1. la reina gobernadora, diciéndola: Señora, ya ha llegado el caso de hacer
"uso de la oferta hecha por V. M. El general en jefe neccsit3 seis millones de reales.
"S. M. tiró del cordon de una campanilla, diciendo lbmascn á su tesorero Gaviria.
» Presen tado éste, le di jo S. 1\1. que se me en treg3sen seis millones de rcales: fué cues-
ntíon dónde convendría girarlos: se acordó dar letra á la YÍsta sobre Bayona que me fué
»entregada. Dado conocimiento en Consejo de ministros, se extendió despues el oficio
"de remision de la letra. Mandé llamar al intendente general militar D. J. J. de la Fuen-
))te y le dije diese entrada á la letra de seis millones de reales y salida cargándolos á
,,13 administracion del ejército del Norte, todo con sigilo y muy reservad3mente. He-
))cho esto y devuelta que me fué la letra, cerré yo mismo letra y oncio de remision
"cuyo pliego entregué yo misl110 en mano propia al correo de gabinete preparado de
n:111temano y que estaba esperando en la sala del ministerio de la Guerra. El recibo
"del oficio del general en jefe y envio de la letra, en contestacion, no se tardó dos
"horas (1).))


(1) Ya que hemos copiado de los apuntes del general Alaix este rasgo tan honroso para su ma-
jestad !a reina gobernadora, copiarémos tambien lo que sigue por ser de sumo interés lústórico.
Dice el gen eral Alaix:


"Fuéron varios los emisarios que envié durante los meses de :\Iayo á Octubre de 1839 á distin-
"tos jefes subalternos de la [acciono Forcadell se negó á recibir ningun pal'el, mas no pudo ne-
"garse á oir la proposicion hecha por persona de su confianza; se negó y dt:sechó y no quiso oir
,.ro que tenia relacion á ofertas de dinero, y en honor de la verdad debo decir que generalmente-
"cuantos tuvieron que oir proposiciones hechas por mí, todos rechazaron con aspereza la indica-
',cion de dinero que pro]1ust: á CU,tlltos jefes de facciones subalternas se pudieron, excluyendo á
Balm:tseda y Palillos que ocupaba, y era el terror dt: la Mancha. Buscadas que eran las personas


"que debian ir y venir, se entendian con otras, siendo encargado ele satisfacer lus gastosqueocur-
"rían el subsecretario de la Guerra brigadier D. Fernando :'\orzagaray, que á mi salida del minis-
"terio, quctiendo yo s:lhcr lo que se habia invertido en esta clase de servicios, me dijll '\orzagaray
"no llegaba á cinco mil rcales. habiendo dado más resultados de lo c1ue p"dia esperarse, particu-
"larmcnte en las faccioncs que extendian sus correrías sobre la carretera de Extremaduw, y en las
"de la \Lwcha que interceptaban el camino v tojo el tránsito hácia Andalucía, pucs el la primera
"nlJticia del cunvcnio de Vcrgara se fuéron acogiendo al indulto por partidas parciales, teniendo
,que huir Palillos precipitadamente al lado de Cabrera en el l\laestrazgo.-:\ladnd 20 de Mayo de
"11)+1, firmada.-Isidro Alaix.))




- 158-
A fuer de historiador concienzudo, hemos aprovechado la fiel coyuntura de tener


á nuestra disposicion los apuntes del general Alaix para consignar en nuestra histo-
ria un rasgo de tan patriótico desprendimiento, que tanto contribuyó al magnífico
espectáculo de la reconóliacion de los españoles, que hasta el 3 r de Agosto de r839
lucharon con las armas en la mano; y recibe el historiador que se precia de espaí101
un arrebato de orgullo patriótico al pensar que ese dinero tan generosamente dado,
no sirvió de cohecho ni de soborno, sino á remediar necesidades urgentes de los
que deponian las armas ante la bandera dé la libertad.


Al disolver las Córtes, la mayor preocupacion del ministerio reaccionario era co-
nocer el concepto que de semejante l esolucion formara el general en jefe. Los mi-
nistros como los prohombres del partido, sabian perfectamente que el general Es-
partero no lo podia aprobar, y se lisonjeaban que dejándose llevar de su natural
sim patía hácia las Córtes, lo dejaria conocer. Era feliz coyuntura para dar cuerpo á
esas incesantes calumnias de intervenir el Conde en la direccion de los negocios pú- .
blicos, si llegaba á manifestar una opinion respecto al ejercicio legal de una prero-
gativa de la Corona, que en el caso presente era un escandaloso abuso de esta prero-
gativa. Se engañaron los ministros de medio á medio. Calló el conde de Lu-
chana.


Fiel este en su sistema de abstenerse de toda intervencion en los negocios agenos
á su mision, y más en un conflicto entre las Córtes y el ministerio, guardó silencio:
y ateniéndose escrupulosamente á sus atribuciones, pues su iniciativa hubiese pro-
voc<ldo al ejército á deliberar sobre los actos del gobierno; y el Conde ansiaba con
sobrado ardor la pacificacion de la patria para no distraer el ejército de su patriótica
mision, fomentando el desórden y la anarquía. El general Espartero y el ejército se
mantuvieron impa:;ibles en medio de la agitacion general de los partidos, preparán-
dose á nueva lid, hasta acabar con Cabrera y sus secuaces.


Ahora nos incumbe poner de manifiesto la cond'_~cta de los ministros y sus actos
pro\'ocadores para que el general en jefe saliese de esa prudente resena, é intervi-
niese ilegalmente en la marcha del gobierno. Al emprender este trabajo histórico,
hemos hecho propósito de ser muy parcos de documentos que son conocidos de to-
dos; Y si á veces nos hemos visto en la precision de dar el texto de algunos, ha sido
por ser indispensables á la mayor claridad de la narracion. Mas asumiendo hoy la res-
ponsabilidad de repeler las calumnias que se han dirigido al general Espartero, hay
que dar á luz documentos hasta ahora no conocidos. La verdad tiene su diay ha lle-
gado el de decirla entera. De hoy mús se:: sabrá que los ministros de aquella época
fueron los que se afanaron para que el general en jefe inten"iniera ilegalmente en los
asuntos del Estado, y resplandecerá radiosa la noble y honrada resistencia del ge-
neral Espartero desechando los pérfidos y fementidos halagos de los ministros para
que interviniera en lo que no era de su competencia.


Ya hemos dicho que el general Alaix habia sido nombrado ministro de la Guerra.
Cuando el gabinete deliberó sobre el proyecto de disolver las Córtes, Alaix se opuso




-
159-


resueltamente; mas no prevaleciendo su opinion, hizo renuncia. Le reemplazó inte-
rinamente el general D. Francisco Narvaez, á quien faltó tiempo para comunicar su
nombramiento al general en jefe, pidiénd,ole su apoyo, su aprobacion y sus órdenes.


Hé aquí la contestacion del general Espartero:
"Mas de las Matas 18 de Noviembre de 1839. - Excmo. Sr. D. Francisco N arvaez.-


))Mi estimado amigo: Recibí la de Vd. de 3 r de Octubre último, por la que me anun-
»cia su encargo de ministro interino de la Guerra, con cuyo motivo me hace indica-
))ciones á que debo contestar con la franqueza que me es propia.


»Ni mi posicion social, ni el interés que tengo como espaí101 de que se consolide un
))gobierno que haga la felicidad de nuestra p8tria me hará variar de mi propósito de no
»mezclarme en la designacion de las personas que hayan de componer el gabinete.


»Para mí fué una noticia sin el menor antecedente la dimision que hizo el general
»Alaix y el nombramiento de Vd.: de consiguiente, yo no pude influir en ello, ni ha-
»/)ria Ydriado aquel propósito, aunque se me hubiera exigido que indicase sugeto.
».\lis deseos son que la Corona, e;.erciendo libremente el uso de sus prerogativas, haga
»la eleccion expontánea de los hombres que han de regir el timan del Estado con la
nhonradez, justicia y sabiduría que reclaman las circunstancias: para mí serán bu e-
»nos todos los que á la ciencia de gobernar unan la pureza de sentimientos, haciendo
»la felicidad de la nacion; y como general del ejército estaré completamente satisfe-
»cho si se le atiende con 10 necesario para terminar la guerra.


)¡Estos son los términos en que me he expresado siempre, y sea cualquiera la reso-
Jlsolucion que se :ldopteJ no habd razon para juzgar ni para que se crea que yo haya
»influido.


))Deseo se conserve Vd. bueno, y que disponga de su afectísimo amigo Q. S. M. B.
H-B::tldomero Espartero.))


En el dia mismo en que el general en jefe dirigia esa carta al ministro de la Guerra,
repeliendo del modo mJ.s formal y más terminante las excitaciones que se le hacian
p1Ll que se entrometiera en las resoluciones del gobierno, aquel ministro le encami-
naba otra carta cuya servil obsequiosidad forma singular contraste con el lenguaje se_
\'ero del conde de l uchana. Héla aquí:


));\ladrid y Noviembre, r8 de r839.--Excmo. Sr. duque de la Victoria.-Mi esti-
))m~ldo general y amigo: Por decreto de antes de anoche se me nombró en pro-
»piedad ministro de la Guerra, cuyo destino he aceptado porque ví á la señora de-
,)cldida á que me encargarse de dicho ministerio y porque preciándome en mi interior
"de muy amigo de Vd. creí que en ello le pOGia hacer un servicio en las circunstan-
»cías actúales, toda vez que estoy en la íntima conviccion de que el que ocupa esta
»espinosa silla debe estar en perfecta armonía con el general en jefe de los ejércitos.


»Por la deliberacion de la señora para que yo me encargase en propiedad del mi-
»nisterio, juzgué podia tener alguna noticia de Vd. favorable á mi nombramiento,
))pues me consta no admitiria ninguno en Guerra que le pueda ser á Vd. desagrada-
»ble. No obstante esta persuasion mia, me haria Vd. un seí1alado favor en decirme




- 160-


»francamente su sentir, pues que me hará un honor en ser el que proponga á la se-
»ñora el ministro que más adecuado sea á las ideas de Vd., porque estoy convencido
»que así debe ser por el bien del país y por el de la pacificacion general, sin la cual
»no puede haber felicidad y reposo para los pueblos. Mis intereses, crea Vd., mi ge-
»neral, estarian conformes con dejar un puesto que solo he admitido por mi amistad
»á Vd., pues habiéndome casado en la Habana, tengo allí bienes suficientes para vivir
»con independencia, y para estar á la mira de ellos lo único que me conviene es el
»gobierno de Cuba, sin embargo de ser destino inferior á mi clase y que hoy se halla
»vacante.


»Vo1viendo al sistema que me he propuesto, y creyendo por consecuencia que en
))e1 personal de todos los destinos militares debe haber personas que sean de su con-
Ȓianza, le incluyo adjunta una nota de los que se han juz3ado necesario remoyer por
»ahora y de los que se ha pensaJo qu~ los sustituyan, se¿;uro siempre de que si entre
»ellos hubiere alguno ó algunos que no fuesen de su gusto, desearia me lo indicase con
"franqueza, pues se pondrian á los que Vd., con más conocimiento que yo del per-
»sona1, crea convenientes.


"Para que sea el portador de los decretos y de esta carta he nombrado al oficial
»de esta secretaría D. Bernardo Cortés, teniendo presente que este mismo oficial fué
,,<1 quien Vd. señaló para ir <1 su cuartel general cuando fuí nombrado ministro de la
"Guerra, y me alegraré tambien que este pensamiento sea de la aprobacion de Vd.) el
»cual me consta le es sumamente afecto, y tiene capacidad y relaciones bastantes
»para poderle informar de lo demás que Vd. desee saber.


"Deseo se consene Vd. bueno y que cuente con toda seguridad con la amistad y
»buen afecto de su amigo y servidor Q. S M. B. , Francisco Nar"aez.»


« M UY RESERVADO- r. o ¿Qué conducta deberá guardarse con Córdo\'a?- 2.° ¿Cuál
"con Narvaez?-3.o El ministro de Estado es el eco de Viluma y de Ofalia'-4.o El
»de Hacienda no se presta lo bastante, y debe estar identificado con el de Guerra,
»pues de lo contrario lo pasariamos mal sin recursos.-5.o¿;\leer merece alguna con-
»sideracion?-6.o ¿Aldama deberá conservúrsele empleado?-7. 0 ~Se emplearú á Cleo-
»nard?-8.o ¿Se cree com'eniente que continúe por ahora este subsecretario?-9'0 En
»el caso de deberse mudar ¿habria inconveniente en que le reemplazase el oficial
»mayor Varela?- r o. ¿Cuáles de los generales ó brigadieres empleados deberian re-
»levarse y por q'.liénes?-r l. ¿Cuáles de los de cuartel no deberán ser empleados?»


¿Puede d"rse m,'ls ::enilismo? ¿Podíase abdicar el poder supremo y las prerogativas
de la Corona y de sus consejeros responsab.1es deun modo más absoluto? ¿Hnbia me-
dios más eficaces de pro\'ocar la intrusion del general en jefe en los asuntos del Es ..
tado? Y tras de ponerse así á los piés del general Esparte1'0, que tan honrnda y leal-
mente repelia ese rendimiento, se ha tenido la osadía de acusarle de querer dominar
á los ministros con sus pretensiones, con sus exigencias, y hasta con sus caprichos,
y querer que todos se sometiesen á su preponderancia. Aunque tarde, ha llegado la
hora de poner en tela de juicio ante el tribunal inapelable de la opinion pública esas




aviesas acusaciones, hasta ahora encubiertas con el velo del misterio. N os felicita-
mos de que nos h3ya cabido la honra de rasgar ese velo y poner en claro la conducta
del general Espartero con respecto al gobierno de la reina gobernadora; pues si en
ella resalta la honradez del pacificador de EspaÍ1a, tambien se ve que el partido pro-
gresista aclamánJole por jefe, no ensalzó la intriga y los amaños ocultos. Prosigamos.


La salida del general Alai2\ del ministerio fué seguida de la de otros dos ser.reta·
rios del despacho, el de la Gob",rnacion y el de Marina, reemplazados el primero
por D. Saturnino Calderon Collantes, y el segundo por D. Manuel Montes de Oca.
En seguida fuéron disueltas las Córtes. .


Hemos visto cómo el ministro de la Guerra D. Francisco Narvaez entendia la dig-
nidad del puesto que ocupaba y las prerogativas del trono. Vamos á ver cómo lo en-
tendia el nuevo ministro de Marina, explayándose en la carta siguiente, de igual fecha
que la de su compañero de la Guerra, y de que fué tambien portador el oficial Cortés.


«Madrid, 18 de Noviembre de 183~j.-Yli estimado general y amigo: Habiendo te-
"nido la honra de merecer la confianza de S. M. para desempeñar el ministerio de
"Marina, no me he creido con derecho á renunciar á esta confianza augusta en cir-
"cunstancias tan tristes y calamitosas como las que nos rodean en los momentos pre-
"sentes: he aceptado este cargo como quien admite un puesto que siendo de peligro
"es el puesto del honor.


»Mi primer pensamiento despues de haber jurado en manos de S. M., ha sido diri-
»girme á Vd. para manifestarle con franqueza el estado de las cosas públicas, que no
"sé si á los ojos de Vd. se presentarán con sus verdaderos colores, halLlndose tan
»ocupada su atencion en los grav-Ísimos negocios de la pacificacion completa de la na-
»cion española.


})Que mi primer pensamiento haya sido dirigirme á Vd., no tiene nada de extraÍ10
))por muchas razones: primeramente este era un homenaje debido á nuestra antigua
"amistad nunca desmentida, ni en las épocas en que no eran tan numerosos como
))son ahora los que queman incienso ante el capitan saludado por la victoria: en se-
»gundo lugar creo amenazada la obra que Vd. á costa de fatigas ha levantado en sus
"manos: en tercer lugar, viendo que se intenta hostilizar al trono, y siendo yo uno
"de los llamados para defenderle, no era posible que dejara de dirigirme al hombre
"que ha cifrado su noble, su generosa ambicion, en servir á ese trono de escudo y de
"defensa; porque, amigo mio, lo que á Vd. más honra, no es lo que bastaría el hon-
"rar á los más insignes capitanes: lo que más envidio á Vd. , Y lo digo con entera
"franqueza, no es que haya vencido á los enemigos de su patria, no es que haya
'puesto término á nuestras discordias civiles, no es que haya enjugado las lágrimas
»que tan abundantemente han corrido de nuestros ojos, no es que haya atajado la
"sangre que corrió de nuestras venas; lo que más envidio á Vd. es que haya sido el
))campeon de nuestra reina gobernadora y de su excelsa niña: el haber defendido á
"una señora y á una nil1a es la mayor de todas sus glorias, gloria que puede sólo us-
"ted reclamar entre los capitanes más ilustres.


1 1




- 162-


.. Pues bien, es necesario que sepa Vd. que esa augusta señora y excelsa niña cor-
llren riesgo, y que mientras Vd. derrama su sangre para afirmar sobre sus sienes la
.. corona, otros enemigos más pérfidos porque son ocultos, piensan en llevar á cabo
.. planes que espantan. No soy amigo de exageraciones y me lisonjeo con la idea de
"que Vd. me hará la justicia de creerme .


.. Si la cuestion que hoy se ventila consistiera sólo en averiguar si debian de mandar
"los que quieren pocas y lentas, ó los que quieren muchas y precipitadas reformas,
.. la cosa no mereceria la pena de escribir á Vd. tan larga carta, distrayendo sn aten-
"cion de asuntos infinitamente más graves; pero lo repito, la cuestion hoy consiste
"en averiguar si han de mandar los que acatan á la reina y á las leyes constitucionales,
"ó los que no han disimulado nunca su odio á la legalidad y á los reyes. Es necesario
"que no nos hagamos ilusiones: el partido que representaba el Congreso de diputa-
"dos recientemente disuelto, está dividido en dos fracciones; la más pequeña com-
"puesta de hombres de buena fé que creen posible asegurar el trono, dando un en-
"sanche ilimitado á la libertad, como si la libertad ilimitada no degenerase en licencia.
"Estos hombres perderian el trono por ignorancia, y la época de su mando seria
"transitoria; la segunda fraccion es mucho más numerosa y se compone de gentes
"que aspiran sin rebozo á trastornar el Estado.


nEsta, amigo mio, es la verdadera situacion del país. En la manode Vd. está el ase-
"gurar para siempre la libertad y el órden, y con éste el trono de nuestra reina.
"Confiado en esa mano poderosa he aceptado el ministerio, seguro como lo estoy
"de que Vd. no negará su apoyo á un amigo que sólo aspira á sacrificarse en servicio
nde su reina y de su patria .


.. Mi sistema consiste en lanzar al partido revolucionario del poder á toda costa,
"procurando que quede vencido en las próximas elecciones; organizar los ayunta-
»mientos, las diputaciones provinciales y la Milicia Nacional, de manera que estas
»COrporaciones obedezcan y no se sobrepongan á las leyes; organizar la prensa pe-
"riódica de modo que sea un instrumento de civilizacion, y no cátedra de insurrec-
"cion contra las autoridades y aún contra los reyes, y finalmente castigar con dureza
,,8. todos los que quieran decidir las contiendas políticas, no con razones y por medio
"de una oposicion legal, mas valiéndose de la fuerza y del terror. El órden es á mi
"ver para la sociedad lo que la disciplina para los ejércitos.


"Tal es, amigo mio, el sistema que me propongo seguir, si Vd. no me niega su
"poderoso auxilio, del que no dudo, porque sé que Vd. no permitirá nunca, mien-
"tras conserve aliento, que la patri::l., que Vd. ha salvado, y el trono, que Vd. ha sos-
"tenido, se hundan para siempre bajo la comun ruina.


"El general Narvaez da cada dia nuevas pruebas de la ardiente amistad que á usted
"profesa, y apura sus esfuerzos para remitirle á Vd. recursos sin interrupcion, lo
"que ciertamente conseguirá. Los demás ministros son adictos de Vd., pues de lo
"contrario, ni el general ni yo hubiéramos entrado en el Gabinete.


"Si Vd. tiene de mí la buena opinion que creo merecerle, espero que Vd. me ma-




- 163-
nnifieste sus deseos, seguro de que procuraré complacerle, reservando baJo mi pala-
"bra de honor cuanto Vd. crea conveniente que sepa sólo su afectísimo servidor y
))apasionado amigo que S. M. B.-Manuel Montes de Oca.-Excmo. señor duque de
"la Victoria.»


Se vé, pues, que el primer acto de un ministro de la Corona al tomar posesion de
sus elevadas funciones, es implorar el apoyo del general Espartero y provocar su
intervencion en los negocios del Estado. ¿Y de qué medios se vale ese ministro? De
medios que reprueba la moral. Dejemos por ridícula esa fraseología sentimental que
para nada estima la gloria de haber dado la paz á su patria, de haber puesto un tér-
mino al derramamiento de sangre, de haber enjugado las lágrimas de tantas fami-
lias. Esto nada vale: ser el campeon de la reina, esto es para el ministro lo sublime
de la gloria Hasta aquí el desahogo de un quijotismo que á nadie ofende; pero acu-
sar de tropel á todo el Congreso, casi de regicidas á los unos, de trastornadores del ór-
den á todos, denunciar los proyectos más horribles que están para estallar fraguados
por los representantes de la nacion, pintar á estos como enemigos más temibles que


_los carlistas, de seguro que estos medios de gobierno y de influjo en el ánimo del
general Espartero, no los puede aprobar nadie, pues traslimitan toda raya y salen
del círculo de la discusion. Lo preguntamos á todo español honrado que recuerde los
tiempos en que se escribia aquella carta, ¿ habia lealtad y justicia en esa inaudita
táctica de provocar un conflicto entre el ejército y el Congreso de diputados, deno·-
minando á estos como enemigos encarnizados de la reina y de las instituciones?


Ahora que salen á luz estos documentos, ¿se dirá todavía que el general Esparte-
ro se entrometia ilegalmente en dirigir los asuntos del Estado, ó quedará consignado
en la historia que los ministros de aquella época fuéron los que quisieron faltos de
dignidad y de decoro, que interviniese aquel? N os parece que de hoy más, quedará
este punto dilucidado, tanto más cuando se haya leido la contestacion del duque de
la Victoria á la carta del Sr. D. Manuel Montes de Oca. Por fortuna para EspaÍla, el
general Espartero conocia perfectamente á los hombres que así lo provocaban, y al
través de sus embozados halagos, leia su emponzoÍlada intencion. Supo con exquisi-
to tacto evitar el conflicto que se quería, y la mejor justificacion que podemos pre-
sentar de la conducta de aquel caudillo, para dar en tierra con las calumnias de que
ha sido objeto, no por haber intervenido, mas al contrario, por no haber querido
intervenir en el sentido que deseaban los que á la par que lo provocaban, lo calum-
niaban, la mejor contestacion que podemos dar, es publicar la carta en contestacion
á la ya mencionada.


«'\las de las Matas, 26 de Noviembre de r839.-Excmo. Sr. D. Manuel Montes de
"Oca.-Mi estimado amigo: Recibo la favorecida de Vd. de 18 de este mes, manifes-
Jltándome sus ideas con motivo de haber sido llamado para el desempeño del minis-
»terio de Marina.


» La amistad que profeso á Vd., Y la buena opinion que me merece me animan á
Jlcontestarle con la franqueza que desea, pero haciendo una distincion del hombre




- 164-
"púl1lico al simple ciudadano, porque no quiero confundir los sentimientos 6 afee-
"ciones aisladas con los deberes que el funcionario tiene segun su poslcion social. Yo
"pruebo á Vd. mi consecuente afecto, asegurándole que como Baldomero Espartero
"deseo que D. Manuel Montes de Oca en su elevado puesto alcance una reputacion
"que le inmortalice, y como particular me pida cuanto pueda interesarle, y verá mi
lIafan y mi buen deseo en complacerle. Miembro del gabinete, y yo general del ejér-
"cito, ocupamos posiciones muy diversas que no pueden enlazar más afinidad que la
"que se infiere del superior que manda con la ley, y del inferior que obedece cum-
"pliendo con ella.


"El ejército, la nacíon entera ha jurado la Constitucion de 1837 como ley funda-
"mental de la monarquía. La nacion y por consiguiente el ejército, tienen que res-
"petar y obedecer al gobierno de S. M. doÍ1a Isabel II bajo la regencia de su augusta
"madre la reina gobernadora, que ejerciendo la más grande y delicada de sus atribu-
"ciones, nombra los consejeros de la Corona para que en su sabiduría conduzcan la
"nave del Estado sin tropezar en escollos. Justos como deben serlo, acatarán la ley
"y con ella serán refrenados los revoltosos, y cuantos se apandillen por intereses
"particulares contra los sagrados de la nacion. Si la justicia se ostenta inflexible, si
"su imparcialidad concilia los ánimos, y su sabiduría remueve los obstáculos que se
»oponen á que la patria sea féliz, ¿qué espaÍ10l dejará de bendecir á tan dignos con-
"sejeros? ¿Quién será el osado que no tiem ble al conce bir sólo la idea de desvirtuar
»su accion? ¿Y cómo impedir que esta sea fuerte y que los poderes estén en armonía?
»La opinion que tengo del buen juicio de Vd. no me permite dudar que estam~s
»acordes en sentimientos, y comprenderá que súbdito fiel de un gobierno que deri-
»vado de estos principios sepa manejarlos honrada y discretamente, no podia menos
"de recibir el tributo que es debido, obedeciendo sus órdenes con todo el celo de
»que es susceptible el que todo lo sacrifica por el bien de su reina y de su patria.


"Si tal es, como creo, el apoyo que se invoca; si tales son como espero las miras
"del gobierno, seguro estoy que dado á conocer por sus hechos, no habrá necesidad
"que las armas empeñadas en la destruccion del enemigo comun, que pelea contra la
nConstitucion y el trono legítimo de nuestra reina, tengan que distraerse un mo-
"mento para censurar la tranquilidad de los pueblos libres de su tiránica domina-
»cíon, pues estos mismos pueblos en masa darian á las autoridades constituidas
"cuanto apoyo reclamasen para perseguir y aniquilar á los malvados que quisieran
',atentar contra el órden público.


» Hablo á Vd. con toda la sinceridad que me inspira el conocimiento de su perso-
una, y no dudo que la marcha justa y firme del ministerio por el camino trazado~
"librará todo compromiso y facilitará los medios que son precisos para terminar la
»guerra. En este concepto me hallará siempre dispuesto; pero si sucediera contra
»mis esperanzas que llegasen á ocupar los puestos personas que difieran de mis
uprincipios, y encaminasen las cosas de manera que pudiesen precipitar la causa y
)las eguridad del trono de mi reina, dejaria el espinoso mando que conservo, mien-




Iltras pueda cQntribuir. ;l ~ lustr,e y esplendor, y en mi retiro lloraria los mal~s, sjn
"el remordimientQ de ha;her concurrido á ellos.


"Hace Vd. en su cart~ un mérito de mi conducta por haherme d~clar~d9 CIi\Q'lpeon
"de nuestra reina gobernadora y de su excelsa hija. Rindo 4 Vd. la ~xpresion since-
"ra de mi reconocimiento, porque tengo un placer en que se reconozca una adhe-
"sion que jamás será desmentida, y que me gloriaré de justificar con nuevos hechos
"aun á costa de los mayores sacrificios. Yo seria un ingrato como españal y como
»particular si así no lo hiciese, porque son muchas las distinciones que he debido á
»su bondad, y muchos los beneficios que ha hecho á España. Así el amor de todos
.. sus hijos está cimentado en bases indestructibles, y no me persuadiré que enemi-
»gos pérfidos piensen en llevar á cabo planes regicidas sin que sean descubiertos,
»entregándolos á la execracion pública y al rigor de las leyes para que expien el con-
»sabido crÍmen. Además, cuando se tienen tales noticias, es fücil el descuhrimiento
"de los que conspir:1l1 contra tan sagrados como queridos objetos, y sin embargo de
"que me prometo no perdonará el gohierno medio alguno para el pronto descubri-
"miento y castigo de tales mónstruos, yo conjuro á Vd. por nuestra antigua amistad
»contribuya á ello sin descanso, y me dé frecuentes avisos de cuanto se adelante.


"Deseo se conserve Vd. bueno y que disponga de su afectísimo seguro servidor y
"amigo. -- Baldomero Espartero.»


¿Es este el lenguaje, preguntamos, de un prepotente y osado dictador que allá des-
de su campamento dicta su voluntad á un gobierno, y pretende supeditarle á su ca-
pricho? ¿O es el lenguaje constitucional de quien desecha la sumision voluntaria é
indecorosa de ministros prosternados á sus piés implorando su apoyo? En la carta del
Sr. D. Manuel de Oca todo es servilismo, postraclOn y provocacion. Explaya su
sistema de terrorismo, y desarrolla con afan acusaciones las más graves y hasta tilda
de criminal al Congreso. En su carta el general Espartero se limita á desentenderse
de la eleccion de ministros, siendo su deber y el del ejército respetar las prerogati-
vas del trono; dice lo que en su opinion individual debe ser el gobierno sin salir de
las generalidades más trilladas; y en su parecer, ese gobierno será respetado sin te-
ner que acudir á la violencia, pues tendrá el asentimiento un~versal. En esa hipótesis
que sienta por cierta, dá su plena adhesion al nuevo ministerio; mas añade sin ro-
deos, que si se apartase de estos principios, seria para él un deber dejar el mando.
Ahora bien: ¿el general Espartero no tenia el derecho que asiste á todo ciudadano,
de decir á qué condiciones serviria un gobierno, cuando estas se ciñen al respeto de
la Constitucion y de las leyes? ¿Acaso era exceso el decir á un ministro que provoca
una discusion de principios políticos, que en un caso señalado dejaria el mando
cuando haya adquirido el convencimiento de que conservándolo perjudicaria antes
bien que serviria la causa que defendia? Son tantos los consejeros maléficos, y tan-
tos los que abusan de la confianza de los reyes llevándolos al precipicio, tantos los
que postrados ante los caprichos de los que mandan, que acreedor es á un triquto de
admiracion el que hallándose en posicion de dar un consejo saludable, no escucha




- 166-
más que las inspiraciones de una conciencia pura. Una de esas raras excepciones ha
sido el general Espartero, y la fatalidad de los tiempos ha hecho que su constante y
leal oposicion á proyectos de reaccion que tantas calamidades ha'n traido á España,
le haya sido imputada á crímen por los qLle más debian respetar su noble fran-
queza.


Con exquisita delicadeza rehuye en su carta el general Espartero la discusion del
;istema que le expone el ministro, y se desentiende del lúgubre cuadro que en su
delirio hace este del estado del país, contentándose con una rechifla sobre los proyec-
tos de esos atroces regicidas en víspera de hacer trizas el trono é incendiar el país;
suplicando muy mucho que se le .tenga al corriente de lo que adelante en el des-
cubrimiento de esos mónstruos sanguinarios,


El cotejo de ambas ortas suple á todos los comentarios y pone la verdad en su
resplandeciente ley.


La contestacion del general Espartero no era para animar á los ministros; si bien
evitaba todo compromiso, decia lo bastante para que aquellos supiesen que no apro-
baba planes de reaccion, y mucho menos que los apoyaria, Esta pruuente reserva,
este respeto á las prerogativas del trono, que se le entregaha á discrecion, esa firme
y leal manifestacion de sus principios, era un contratiempo que desbarataba los pro-
yectos de la contrarevolucion. Entonces se pensó en sacar partido de la misma hon-
radez y rectitud del gel).eral en jefe, y partiendo del contenido de sus cartas se creyó
que en ningun caso saldria de la actitud pasiva que habia guardado en medio del re-
molino político que agitaha al país. En esta suposicion, los diarios ministeriales re-
cibieron el santo para proclamar que la reciente disolucion de las Córtes hahia sido
aconsejada por el general Espartero, y resuelta con su anuencia, pronto á sostener
cuanto hiciese el gobierno; así que nada tenian que esperar los bullangueros, segu-
ros de en,contrar en el general Espartero quien castigase su osadía. Con estas y otras
proposiciones del mismo jaez llenaban sus columnas los diarios ministeriales.


El duque de la Victoria no podia ni debia permitir que así lo calumniase el go-
bierno. Si era en él deber sagrado abstenerse de toda intervencion en las resolucio-
nes del gobierno, y si fiel á esta regla de conducta, nunca la infringió, no era menos
perentoria obligacion suya, no permitir que se falseasen sus dichos y sus actos, y
que se diese á (:ntender á la nacíon que habia aconsejado la disolucion violenta aun-
que legal, de sus representantes recien nombrados. Una actitud pasiva era la única
que convenia á su eievada posicion; así lo habia cumplido, y no se le respetaba.
Calumniado y provocado, no pudo dejar de' repeler públicamente una ofensa pública.


Lleno de indignacion por la lectura de los papeles ministeriales y del partido reac-
cionario, que abusaban torpe y villanamente de su nombre, el duque de la Victoria
salió de su reserva y encargó á su secretario de campaí1a, brigadier Linaje, que diese
un solemne mentís á cuanto decian los papeles ministeriales, relativo á la interven-
cion que aseguraban haber tenido en la disolucion de las Córtes.


Dirigió, pues, el brigadier Linaje la siguiente carta al Eco del Comercio, principal




órgano entonces del partido progresista; carta que salió en ese diario el I6 de Di-
ciembre de I839'


"Señores redactores del Eco del Comercio.-Muy señores mios: En el del2 de este
"mes, núm. 204I, manifiestan Vds. que los ministeriales esparcen las voces de que el
"duque de la Victoria ha aconsejado las ilegalidades que ellos ponen en planta y que
»se prepara á sostenerlas con la fuerza.


» El duque de la Victoria lamenta y siente como español honrado los extravíos de
"la Tazan, las animosidades de los partidos y el encono que parece se desarrolla en el
ndia con más fuerza en medio de los sucesos qne tanto debieron influir para que la
))reconciliacion hubiese sido general, franca y sincera.


»Así lo creyó al leer la célebre sesion de 7 de Octubre, experimentando su alma un
))sentimiento de gozo parecido al que disfrutó al estrechar con sus brazos en Verga-
»ra á los que habian sido contrarios á la causa que de11ende, y persuadido de que la
»union entre los miembros del Congreso y los secretarios del despacho era tan pura
"como convenia al bien de la patria, esperó lleno de confianza que la armonía habia
"de presidir necesariamente á todos los actos y cuestiones, dilucidándose con calma y
»argumentos de buena lógica, lo más útil y conveniente para que la nacion saliera del
»estado lastimoso á que la han reducido funestos acontecimientos. Supuesta la mejor
»intenclOn en los ministros y diputados, aun cuando difiriesen en los medios, se pro·
¡¡metió que animados de un mismo deseo, libres ya de pasiones sacrificadas al bien


. »comun, se mirarian por una parte los actos de los consejeros de la Corona, como con-
·,secuencia precisa de circunstancias extraordinarias que no desvirtuan la ley funda-
"mental, cuando los resultados corresponden á las medidas excepcionales, y cuando
"se deja iluso el principio, sometiendo los actos á la aprobacion de los cuerpos co-
"legisladores.


»Y por otra parte confió tambien que se retirarian ó modificarian los proyectos
"despues de una razonada discusion que diese lugar al convencimiento de si eran
"útiles ó perjudiciales sin que apareciese ni aun la sombra de querer ser exclusivos,
»sosteniendo con empeí10 lo que la razon no aconsejare.


"Conviene advertir que estos no son mjs que juicios de un buen deseo, una opi-
"nion aislada que no envLlelve la cen:wra ni de los ministros, ni de los diputados;
"porquc extraií.o el duque de la Victoria á todo lo que no es su principal mision, ca-
"rece de los antccedentes necesarios para calificar los hechos, y sólo quiere que el pú-
"hlico se convenza de que toda voz que se esparza sobre su intervencion en los ne-
-gOCtOS del Estado carece de fundamento y de verdad; que por su opinion particular
>JflO se hubieran disuelto las Córtes, pudiendo estas y los consejeros, segun su con-
>lcepto, haber hermanado los extremos: que menos ha influido en remociones que
»tiene por perjudiciales, mientras que el funcionario no falte al cumplimiento de su
"deber: que tampoco ha ofrecido sostener con la fuerza actos que sean contrarios á
"la Constitucion de r837, al trono de Isabel 11 y á la regencia de su augusta madre,
))y que firme en sus principios y tan amante de la independencia nacional como ce-




- 168-
))loso de que se acaten y respeten aquellos caros objetos, no espera se atreva nadie
»á combatirlos, ni por lo tanto que se quiera distraer al ejército de su principal aten-
))cion, que es la de destruir á los feroces armados enemigos que todavía retrasan la
»pacificacion general, la cual deberia haber sido un freno para las pasiones y parcia-
))les intere:-es, ú fin de que no sirviesen de instrumento ú la prolongacion de la
))guerra. ~


))3írvanse Vds. dar lugar en su periódico ú esta manifestacion y quedará agradeci-
lIdo su atentoseguro servidor que B. S. ;\I.-Francisco Linaje.))


Estil manifestacion del duque de la Victoria retumbó en España como una tronada
que llenó de pa\'or á 103 ministros y al partido reaccionario, alentando á los progre-
sistas el más ardorosa lucha en el terreno legal. Ras,~aJo estrepi tOSJmente el velo
que encubria tantos amaños rateros, la nacion oia con indccible gozo de haca del
general en jefe, que cuantas seguridades habia propalado la prensa ministerial res-
pecto á l(¡s consejos reaccionuios, que se atribuian al duq ue de la Victoria, eran ca-
lumnias, y que no habia aconsejado la yiolenta disolucion de las Córtes, ni la reno-
vacion de empleados, antes bien como espaí10l y particular las desaprobaba.


Aplastados los ministros, descorazonado el bando entero, no sabian unos y otros
cómo salir del atolladero en que se Hian sumidos, resultado de sus propias intrigas.
Exhonerar al general en jefe, no se atrevian ~ q Lledar en situacion tan ridícula pare-
cia imposible; ¿ ú qu~ atenerse en tan duro aprieto? Los sáhios del hando, midiendo
á los hombres por su propio r:1sero, supusieron que lo mJS sencillo y m:ls hacedero
era (:xigir al duque de ia Victo:-ia una retractacion del comunicado de su secretario.
Los consejeros de D.a María Cristina le exiciieron qU2 interviniera directa y perso-
nalmente en el debate. La gobernadora tuvo la debilidad de prestarse :1 esas exigen-
cias y escribió al duque de la Victoria pidiéndole que desmintiese al brigadier Li-
naje. El ministro de Marina por su parte le escribió con el mismo objeto. Tenemos
la fortuna de poder dar al público las contestaciones que dió á ambas cartas el noble
duque de la Victoria, tomando sobre sí con admirable entereza la responsabilidad de
aq ueUa manifestacion.


Hé aquí la contestacion á la carta de S. M. la reina gobernadora:
))Mas de las Matas, 19 de: Diciembre de 1 R3~1.- Señora: COl1 sentimiento me he


»enterado de cuanto V. M. tiene la dignacion de manifestarme en carta del 1) de
"este mes 1 porque no ha podido menos de afectar mi coraza n el considerar á V. ,\1.
))ofendida en la creencia de que el artículo ú que se refiere pudiese inutilizar 105> con-
J)tin uos esfuerzos de V. 1\1.


))Si yo no pudiese justificar mi conducta de una manera que V. M., en vez de ate-
lInuar el ventajoso concepto que le he merecido, lo ratificase convenciéndose de que
lino tiene V. :"1. un súhdito más leal, ni más celoso del esplendor de la Corona, me
))hallaria en una situacion bien emharazosa y el sentimiento seria entonces tanto más
))profundo, cuanto mayor fuese la causa de haher desmerecido el real desagrado.


HEl que en seis años de guerra civil ha seguido constantemente una marcha, y




-
169-


))despues de jurada la Co,r¡.stitucion no ha proclamado otra bandera más que esta ley
»fundamental, el trono legítimo de vuestra excelsa hija y la regencia de V. M., cum-
"pliri los deberes que le imponen tan sagrados objetos, y su pecho presentado siem-
llpre donde el peligro y el honor le llamaban, no se esconderá jamás mientras estén
)len riesgo hasta sacrificar mi vida en su defensa,; del que subvertido el órden y relaja-
llda la disciplina consiguió restablecerla y afianzarla conservando un ejército decidido,
"valiente y virtuoso, que tantos dias de gloria h<1 dado á su reina y á su patria, no
)Juebe temerse que se asocie nunca á pandillas enemigas, cada cual en su cuerda de
»los principios justos y legales; y el que ha' merecido la confianza de V. M., nunca
))jamás llé1d traicion á las obligaciones que lla contraido, y siempre, siempre consa-
ngrará s u existencia en obsequio de V. M. como cspaÍ101 honrado y reconocido á sus
)Jbondades.
))~iempre V. M. desea lo mejor, anhela el bien ue los pueblos, y siempre ha pro-


"pendido á la fe[iciuad de la nacion; pero no siempre ha recibido V. M. las inspira-
,)cion~.; de hO~11brc:; im¡1J.rciales, justo:; y sibio:;, que guardando la necesaria armo-
"nía con sus sentimientos, dirijan los negocios con acierto, evitando cuerdamente
"reacciones funestas que retrasan el triunfo de la causa. Ningun español podia pre-
"sumir que pdigrase des[mes del Convenio de Vergara, y de haber recibido el bando
»rebelde el golpe terrible con la expulsion del Pretendiente. Los que habian sido
»enemigos se abrazaron de corazon , y desde la más populosa ciudad hasta la más
"pequeña aldea, se cntregó al regocijo y cntusiasmo por considerar afianzada ya la
"P1Z: lo, ddntes cntre [os consejeros de la Corona y los miembros del Congreso tu-
"yieron en la sesion del 7 de Octubre el término apetecido, pero la fatalidad cambió
>laq Llella reconciliacion en lid más empeñada y rencorosa. N o a "enturaré mi opinion
"para decidir quiénes produjeron el rompimiento, y por qué razones de alta conve-
>lniencia pú:)lica, pudieron cohonestarlo, mas en mi humilde opinion graduaré que
)hubo [alta de prudencia, y que al abrazar los consejeros de V. M. el extremo de di-
"solver 11s C/):'t2:;, no tuvieron en con:;iueracion que se acababan de hacer las elec-
"ciones, nicJll:mltaron la gLlerra de p1rtiJos que las nue"as iban á producir, cuando
"más elementos habia para c;onsolidar la union que nos ha de dar una paz dura-
"dera.


>IDos de los nuevos ministros me escribieron (1) y V. M. ha "isto mls contesta-
',ciones. Todos sabian mi oposicion ú mezclarme en los asuntos del gobierno, y sin
»embar;.;o. se me dijo se querian someter á mi aprobacion algunos actos, cuando es-
))taoan y.a acordados, y se pidió mi apoyo en la marcha que habian trazado. Yo de-
l) hia sospechar que habia un interés en que apareciese mezclado en ellos, porque ni
"aun se creyó bastante un correo de gabinete, por cuyo medio habian corrido antes
"asuntos de mayor gravedad y se llamó la atcncion pública, enyiando un oficial de
"la secretaría de la Guerra. Sabia por medio de mi mujer los disgustos de V. M. por


(1) Aludeálascartasantesinsertas.
~




- 17°-
»no hallar conforme á sus sentimientos la conducta de algunos. No podia menos de
"serme sensible el desaire que se me hizo, removiendo al comandante general del
"distrito de Búrgos, nombrado por mí sin perjuicio de la real aprobacion en virtud
"de las facultades que me están conferidas, y lamentaba las muchas destituciones de
"cargos públicos sin que en mi juicio hubiese fundamento para hacerlas. El Eco del
"Comercio manifestó que los ministeriales esparcian la voz de que yo manejaba los
"actos y me preparaha á sostenerlos con la fuerza. N inguno contradijo el aserto, y
))mi reputacion no debia aparecer con un lunar que me desvirtuase ante la nacion,
))cuando un partido que aparecia nuevamente en la escena política tuvo tan formal
"empeño en hacerla creer que yo aspiraba á la dictadura.


))Tan poderosas razones me JeciJieron á prevenir á mi secretario de campaí1a que
"redactase el artículo de que se muestran ofenJidos los secretarios Jel despacho. Yo
))no alcanzo, señora, el motivo, á menos que me esté negado manifestar mi opio
"nion particular en obsequ:o de mi necesario concepto, y á 11n de que por lo menos
))los hombres que se han visto separaJos de sus Jestinos no me ten~an por autor
"de su desgracia. Ruego á V. M. que meJite el papel y se penetrará Je los infundados
"temores q Lle le han hecho concebir los que nunca pueJen justificar como yo la ab-
"negacion :llos partiJos. Constitucion) trono Je vuestra hija y regencia Je V. M.,
"han sido, son y serán el objeto de mis sacrificios y desvelos. Los hechos han acre-
"ditado mi consecuencia, y los hechos testificarán á V. M. que soy fiel á mi divisa.
"No tema V. M. que naJie se atreva á ultrajar el trono. El ejército toJo y la masa
»general de la nacion sostienen su lustre, lo acatan y respetan, imponiendo á los tur-
nbulentos, y á cuantos bajo diferentes formas quieran debilitar su esplendor.


»Reconocido, como siempre) á V. M. por las seí1aladas muestras del aprecio con
»que me distingue, espero no duJará V. M. de mis sentimientos, y de la decidiJa
))voluntad con que soy Je V. M. su más constante serviJor y afectísimo súbdito
»Q. B. L. R. P. de V. M.-El duque Je la Victoria.»


Veamos ahora la contestacion dada al ministro Je Marina D. Manuel Montes
de Oca.


« Excmo. Sr. D. Manuel Montes de Oca.-Mas de la,s Matas, I~) de Diciembre
»de 1 83y.-Mi estimaJo amigo: Recibo su carta del 15 de este mes sobre cuyo con-
»teniJo hablaré á Vd. con la misma franqueza que lo hice al contestar á su primera
"del 18 del pasado.


»Supuesta la imparcialidad y justicia de un gobierno, y concediendo que su siste-
»ma pueda llenar todas las necesidades, el general en jefe del ejército merece con si-
"deraciones ya que no por los hechos que lo han elevaJo á esta dignidad, por su ne-
»cesario decoro, y por el ascendiente que reclama su posicion, si los rebeldes han de
"ser completamente exterminados, afirmando la paz por que suspira la nacion.
"Sin meditar que esta paz no está consolidada; sin ocuparse de los encontrados in te-
"reses; sin mirar las directas opiniones y teniendo aún enemigos Jeclarados del tro-
))no y de la Constitucion, que pueJen hacerse fuertes á beneficio Je turbulencias, y




- 17 1 -
))de excisiones, se concibe un vasto plan de reformas chocando de frente contra un
))partido poderoso que desea el restablecimiento de otras, y para vencerle aparece el
"nuevo gobierno inclinado al adversario, al que yo combatí con representaciones
"elevadas á S. M. la augusta reina gobernadora con fecha 31 de Octubre y 6 de Di-
»ciembre del año anterior Estas representaciones fuéron impresas y dadas al públi-
"co porque así lo creí necesario. En ellas censuré á los consejeros de la Corona con
»toda la energía de que es susceptible mi decision, cuando se trata del bien de la
»reina y de la patria. Entonces hablé á la nacion como español y capitan general de
"los ejercitos, pero entonces no huho la aúdacia de presentarme á S. M. con los ne-
"gros colores que ahora se me atribuyen. El trono que siempre he respetado y sos-
»tenido no hubo razon para considerarlo atacado, y los gloriosos acontecimientos que
"se han seguido, responden á cuantas imputaciones se me hicieron por el partido
"derrotado, que en medio de su furor no omitió ni la calumnia, presentando como


.


"dictador al que noblemente y con datos habia anatematizado la pretendida dic-
"tadura.


"Como centinela avanzado de los caros objetos de que me he declarado campeon,
"yo no podia ofrecer un apoyo que distrajese las fuerzas del fin á que están destina-
"das, y menos cuando mi conviccion era y será siempre, de que marchando el go-
"bierno por la justa senda que manifesté á Vd. en mi carta del 26 de Noviembre,
))tendrá asegurada la tranquilidad de los pueblos, dando estos á las autoridades cons-
»tituiJas cuanto apoyo reclamasen para perseguir y aniquilar á los malvados que
»quisieran atentar contra el órden público. Sin embargo, yo aparecia ante la nacion
»como inclinado al partido que fué objeto de mis quejas en las representaciones ya
»citadas: pudo robustecer la idea la venida de un oficial del ministerio de la Guerra,
»disposicion extraordinaria que no ha tenido ejemplo durante mi mando aun cuando
~


"han ocurrido sucesos de la más alta importancia; yo no presupuse con ligereza, aun-
"que el partido opue~;to hizo deducciones; habia sentido la disolucion de las Córtes,
"porque me persuadí que el otro partido podia tener una parte muy directa, porque
"la sesion del 7 de Octubre en que se abrazaron ministros y diputados, abrió el ca-
"mino para consolidar la union que necesitamos; porque esta union puede servir de
~)agcnte poderoso á renovar obstáculos, y hermanar extremos; porque las circuns-
))tancias no podian justificar el rompimiento, y porque la nacion lo que quiere es
)paz, y no que se fomente el encono de los partidos como tenia que suceder en las
nnucvas elecciones; para obtener sin duda el triunfo respecto de estas, se hicieron
»remoc.Íones de funcionarios públicos, que respecto de muchos se expresaba haber
))llenado sus deberes á satisfaccion de S. M. Esto no podia menos de colocar en una
))posicion falsa á los ministros, y de aumentar el número de los descontentos; á mí
»han acudido algunos, como si yo pudiera remediar su desgracia.


"Sin emb~rgo, yo hubiera guardado silencio, si de tales actos no se me hubiese pre-
"sentado como parte de instrumento, y si no hubieran aparecido indicaciones de que
"me preparaba á sostenerlas con la fuerza: la reputacion de un general en jefe que




J7f}. -
-en representaciones dirigidas á S. M., habia denunciado planes de un partido que
naparecia nuevamente en escena, exigía una manifestacion pública tal como la que
»firmó mi secretario de campaña por encargo mio y de mi espontánea voluntad: mis
»opiniones particulares nadie puede hacermelas callar, cuando el silencio es un mal
"y cuandQ no se me guª,rdan las consideraciones que creo merecer: es una s.uposicion
»muygratuita la de que yo me incline á un partido, el artículo no apoya á ninguno,
»no ofende al trono, calma las pasiones y debe llenar los deseos de cuantos 5..610
"aspiran á que haya union, sacrificándose parciales intereses ante lasaras de la patria.
»Se me ha hecho una injuria en sospechar que pueda dispensar mi confianza á quien no
»la merezca, haciéndole capaz de tomar mi nombre sin mi asentimiento, ó lo que es
"peor, se crea que el general que hasta ahora ha merecido la confianza de su reina y
»que ha recibi,do tantas pruebas de que le son gratos sus servicios, era un autómata
"que se deja mdnejar discrecionalmente. •


»Pero lo que sobre todo ha lacerado mi corazon es el que se haya hecho creer á
"S. M., que mi conducta está en abierta contradice ion con los sentimientos que en
"todas ocasiones he manifestado, siendo así que no hay un hecho que con justicia
"apoye la menor contradiccion: que se dé á entender que me mezclo en las cuestio-
"nes políticas cuando acredito que no tengo intervencion: que se me indique de di-
"rigirme á los partidos, cuando declaro que soy enteramente extraño á ellos, y sólo
»sostenedor de la Constitucion, del trono ;de Isabel 11 y de la regencia de su augusta
»madre: y que se suponga que el decoro, la firmeza del trono y mi misma reputa-
"cion estén altamente comprometidos.


"Mi conciencia y la rectitud de mis principios dicen otra cosa. S. M. ha sido alar-
»mada c')n soñados trastornos, con planes inÍcuos que debieran desde que se toman
»por pretexto haberse hecho notorios, apresand~ á los autores, condenando sus
»nombres á la execracion pública, y sus personas al condigno castigo. La madre del
»pueblo tiene su amor en un ejército decidido en su defensa, y un general leal, fran-
»co y honrado, que jamás ha desmentido sus protestas de ser su más firme apoyo;
»en circunstancias más azarosas, y con menos títulos á su confianza; ha escuchado
»mi voz y no se ha ofendido aun cuando la expresion de mis sentimientos ha sido pu-
»blicada más auténticamente: en el dia en medio de su natural dulzura, cuando me-
»nos debia esperar que torcidas intenciones rebajasen su decidido afecto y ciega
»confianza, aparece la severidad para hablarme como reina que cree ofendido el de-
»coro del trono, al paso que como amiga desea lo que sus ministros le piden con
»grave ofensa de la dignidad del general en jefe del ejército. Pero mis razones serán
»sin duda escuchadas, y su real ánimo no podrá menos de convencerse de que solda-
"do franco, leal, consecuente y honrado soy siempre digno de su aprecio.


»Deseo lo pase Vd. bien, y que disponga del fino afecto de su apasionado seguro
))servidor y amigo que S. M. B.--El duque de la Victoria.»


Tanta entereza hace un singular contraste con la falta de tino para sí, y de digni·
dad para la Corona que presenta la conducta del gobierno. La negativa del general




- 173 -
Espartero á las exigencias que venian de tan alto, desbarató los proyectos de los
reaccionarios y hubo que aplazarlos. ¿ Mas cuál no seria la ira reconcentrada que
provocaria esa firmeza que á nada cedia? Hubo que disimular el despecho, pues los
servicios del general Espartero nadie los podia suplir: se aplazó la venganza y allá la
prepararon con afanoso ahinco. Así se pudo vaticinar desde luego que el dia en que
el país alcanzara la paz por completo, seria el señalado para que la lucha entre los
partidos rompiera con furor, y que los dos jefes de los partidos se encontrarian fren-
te á frente, esto es, D.a María Cristina y el general Espartero.




..


CAPÍTULO V.


NUEVAS TENTATIVAS PARA LA INTERVENCION DE ESPARTERO EN LOS NEGOCIOS DEL
.


ESTADO.-V1AJE DE LA CÓRTE Á BARCELONA.


Disueltas las Córtes, el ministerio se apresuró á realizar el plan que tan paladi-
namente desarrollaba D. Manuel Montes de Oca en su carta de 18 de Noviembre
al general Espartero. El rumbo que seguia el gobierno lo encaminaba á un abisnlo;
sus actos eran los precursores de inevitables catástrofes. Las autoridades que él mis-
mo habia elegido poco antes y asistieron con imparcial justicia á las elecciones, fué-
ron de repente exoneradas, y añadiendo la mofa á la violencia, á muchas de ellas
se las decia como por rechifla que S. M. quedaba muy satisfecha de sus servicios,
estribillo tan ridículo como habitual en el guirigay administrativo de nuestras ofici-
nas. Casi toJo el personal de la administracion, así civil como militar, varió, reem-
plazando á los quitados con hombres públicamente conocidos por sus opiniones reac-
cionarias; á los más oscuros empleados les alcanzó el castigo; nadie escapó á ese ex-
crutinio inquisitorial. Los ministros y el bando contrarevolucionario creian que
todo se cifraba en las elecciones que iban á verificarse; tener mayoría era, en su
opinion, haber vencido todas las dificultades del momento y del porvenir: ensueños
de partido.


A conseguir esa mayoría se enderezaron todos los conatos de los ministros, y cuan-
do merced á un expurgo general de empleados, á la corrupcion, á los fraudes, á la
violencia, se hubo conseguido tener el instrumento de la reaccion y hubo que poner-
lo en movimiento, no se tardó mucho en verle en práctica. Las Córtes congregadas
se reunieron el dia 18 de Febrero de 1840: el discurso de la Corona anunciaba des-
embozadamente las leyes de reaccion que serian presentadas á las Córtes. Empezó
la discusion del mensaje en el Congreso, donde todavía habia una minoría patrióti-
ca, y que esforzó cuanto más pudo la evidencia de las ilegalidades más odiosas prac-




- 175 -
ticadas por las autoridades locales. La indignacion de los que aSlstlan á esas discu-
siones cunde por la ciudad y agita el pueblo. A la voz del diputado D. J oaquin María
Lopez, se estremecen las tribunas públicas donde se ha apiñado un gentío extraor-
dinario. En vano el Presidente quiere restablecer la calma perdida; todo es des6r-
den, confusion: á la voz de lo que pasa en el Congreso, acuden los ciudadanos in-
quietos, así como los curiosos y tambien los que están encargados de provocar un
conflicto. La muchedumbre que se estaciona en los alrededores del Congreso va to-
mando un aspecto airado, impaciente, avanzan tropas de línea, y no se convoca la
Milicia Nacional. Está decretado que ha de correr sangre, y sangre corrió por las
calles donde todo lo atropellan los lanceros del capitan general Villalobos. Este de-
clara á Madrid en estado de sitio. Las Córtes se cierran. Así se inauguraron las
Córtes de 1840, entr~ el bullicio de la calle y el estrépito de las armas blandidas
contra el pueblo de Madrid, debiendo fenecer en medio de los cantares de una re-
volucion victoriosa, provocada por los desmanes de la mayoría de las Córtes unida
al gobierno para acabar con la Constitucion de 1837, plan que detuvo el pronuncia-
miento de 1840, pero que se ha realizado en 1843.


Cerradas las Córtes, á los cinco dias volvieron á sus tareas. El Congreso se hizo el
palenque de una lucha encarnizada: el mensaje de contestacion al discurso de la Co-
rona, y la ley de Ayuntamientos fuéron ocasiones de discusiones violentas, apasio-
nadas, que hallaban un eco simpático en la riacion. La mayoría falló en favor de los
ministros concediéndoles cuanto pidieron á su ardor reaccionario. El país fa1l6 contra
la mayoría y el gobierno. La defensa de la Constitucion conculcada, fué la bandera de
la insurreccion que provoc6 la mayoría, borrando el artículo 70 del c6digo funda-
mental.


La lucha ardorosa del Parlamento, no era la única que conmoviera el país; otra no
menos enconada ardia entre el ministerio y el general en jefe. Un nuevo choque vino
á evidenciar la firmeza del duque de la Victoria y las rencillas de los ministros.


Con rara fortuna progresaban las operaciones militares: cada nuevo triunfo atraia
á los más beneméritos entre tantos que lo eran, los premios debidos al valor, al sa-
her, al patriotismo. Tras de la toma de Segura y de Castellote, el general en jefe pi-
di6 la faja de mariscal de campo para cuatro brigadieres que habian añadido nuevos
servicios á los muchos ya contraidos, y fuéron los Sres. Ezpeleta, Linaje, Zavala y
Concha. Al ver entre estos nombres el del brigadier Linaje, los ministros' se estre-
mecieron. Premiar al secretario de campaña del general en jefe, a.i autor del comu-
nicado que tan mal parado habia dejado al Gabinete, les pareció un insulto; sin em-
bargo de que en el momento que el general Espartero en sus cartas á la goberna-
dora y al ministro de la Marina, asumia en sí la responsabilidad del escrito puesto
dC" órden suya, el brigadier Linaje quedaba absuelto de tOdo compromiso; su comu-
nicado no era ya más que el cumplimiento de un deber del cargo que desempeñaba.
Con todo, tres de los ministros prefirieron hacer la renuncia de sus destinos antes
que aprobar la promocion del brigadier Linaje. bien que este fuese el segundo en




-. 176 -
antigüedad de los cuatro propuestos. Los demás ministros quedaron en sus puestos,
y el brigadier Linaje ascendió á mariscal de campo. A D. Francisco Narvaez le reem-
plazó en Guerra el conde de Cleonard; D. Agustin Armendariz entró en Goberna-
cion en lugar del Sr. Calderon Collantes y el Sr. Sotelo en Marina. Esta era la cuarta
renovacion parcial que sufria el ministerio; mas antes de elegir remiendos al desas-
trado Gabinete, los ministros que querian serlo á todo trance, siguieron la táctica de
sus predecesores provocando la intervencion del general Espartero en la elcccion de
ministros. El presidente del Consejo dirigió de real órden un despacho al duque de
la Victoria, fecha de18de Abril, suplicándole que de una lista que se le enviaba, sa-
case para Guerra el general de su mayor agrado. Hé aquí la contestacion dada por
el general en jefe.


«Excmo. Sr.: He recibido la real órden que V. E. tiene á bien comunicarme con
»fecha 8 de este mes, manifestando que habiéndose dignado S. M. admitir la dimi-
»sion que han hecho de sus cargos algunos de sus ministros, entre otros el de la
»Guerra, se ha servido encargar interinamente su despacho al subsecretario D. Fer-
)>nando Norzagaray, pero que deseando S. M. oir mi opinion sobre el nuevo nom-
»bramiento, ha tenido la bondad de mandar se me remita la lista que V. E. me in-
))eluye de los generales, para que indique cuál de ellos seria el más á propósito.


»Esta nueva cuanto distinguida muestra de la confianza que me dispensa S. M. me
))impone deberes sagrados del más alto reconocimiento, y aumentaria si fuese posible
»mi firme y decidida voluntad de sacrificarme por la consolidacion del trono de su
llaugusta hija, sin perdonar medio alguno para que se ostente en todo su brillo, con
llel triunfo de la causa que tan de buena fé defiendo. Así ruego á V. E. tenga la dig-
)>nacion de manifestarlo á S. M., pero que animado de un Sll1cero respeto á su real
»persona y convencido de la sabiduría que marca sus deliberaciones, llevada siem.
»pre de un buen deseo, creeria abusar de su mucha bondad, haciendo uso del favor
)'que me otorga, cuando estoy muy seguro que su eleccion llevará el sello del acier-
nto.-Dios guarde á V. E. muchos años.-Cuartel gentral de Aguaviva, r r de Abril
»de r840.-Excmo. ~r. duque de la Victoria.-Excmo. Sr. Presidente del Consejo
»de ministros.»


Véase, pues, con qué obstinada persistencia acosaban los ministros al general en
jefe para que interviniera en la eleccion de los consejeros de la Corona, y con qué
esmerada delicadeza ha rehuido siempre aquel tan peligroso honor, máscara de avie-
sas intenciones, y véase lo que valian esas calumni1s dirigidas á probar que el gene-
ral Espartero, en la época de su mando de je~e del ejército, hacia y deshacia ministros,
dirigia á su antojo los asuntos del país, y tenia sujeta á sus caprichos hasta la misma
reina gobernadora. Ya van muchas pruebas de la falsedad de semejantes acusacio-
nes; no serán las últimas que tendrán cabida en nuestro trabajo histórico.


Seguia el ejército en su noble mision de dar la paz al país; Morella era ya
el único punto importante que quedaba á los carlistas, y todo presagiaba que muy
pronto caeria en manos del general Espartero. La guerra iba acabándose, mas á la




177 -
par que esta iba á menos, allá se encrespaban con furia los 6dios políticos, y las dis-
cusiones de las Córtes tomaban un carácter más violento. La mayoría reaccionaria
triunfaha, y ya parecia que nada pudiese contrarestar su dominio, cuando de pronto
un acontecimiento inesperado vino á cambiar el aspecto de las cosas, y los cantares
de la victoria en ayes de mortal pavor.


La reina Isabel salia todos los di as á paseo sin que nadie notase en su semblante
alteracion á su salud. De repente corre la voz que S. M. necesita tomar los baños
minerales y de mar, y que toda la casa real salia con ese motivo para Barcelona.
Atravesar varias provincias donde la guerra civ il enfurecia aún, con riesgo de un
percance peligroso por más precauciones que se tomaran, andar cien y más leguas
en busca de lo que se tenia á mano, pareció á todos resolucion poco menos que
desesperada, y por tanto se la consideró, vista la apariencia de buena salud de S. M., de
que todo Madrid podia juzgar, como un pretexto para emprender un viaje cuyo obje-
to era otro que el de la salud de la jóven reina. Los acontecimientos han venido á
probar cuán certeros eran los juicios que á la sazon se formaron respecto á ese viaje.


Mas lo que todavía queda hoy un misterio, para nosotros á lo menos, es quién
aconsejó ese viaje; quién fué el autor del proyecto, y de quién sali6 el pensamiento.
En cuanto al objeto del viaje, era bien claro. Lo cierto es, que ni los prohombres
parlamentarios del partido retrógrado, ni los ministros fuéron los autores, pues que
ni consultados fuéron. Así es, que el partido entero quedó como aterrado al saber la
resolucion de la gobernadora. El Correo Nacional, diario el más autorizado del par-
tido, dió la voz de alarma en un artículo del 18 de Mayo, expresándose en términos
que daban bien á conocer los temores del partido todo. En cuanto á los ministros, pa-
rece que la gobernadora les anunció su proyecto como cosa irrevocablemente resuel-
ta, mas que no' entendiéndolo ellos aSÍ, creyeron que se les consultaba, y dijeron que
lo meditarian. Parece que entonces D.u María Cristina explanando más claramen-
te su pensamiento, les dijo que no pedia un consejo, mas que comunicaba una órden
para que se hiciesen los aprestos convenientes para el viaje.


Sea de esto lo que fuera, lo que evidente es que el proyecto no pudo ser aconseja-
do por los hombres de valer del partido: y escudriñando mucho, puédese dar alguna
interpretacion á la brusca y desabrida exoneracion del entonces embajador de Fran-
cia en Madrid, marqués de Rumigny, que coincidió con ese viaje, lo que dió ciertos
visos de verdad á la opinion que corrió, que ese 'proyecto de viaje vino de Paris y
que el mismo ministro Thiers, que en el asunto del famoso Conseil y Suiza no lo su-
po todo, hallúndose de nuevo presidente del Consejo, ignoró todo acerca del viaje ar-
reglado sin su conocimiento entre altos personajes, descubrimiento que provocara la
remocion del embajador: mas esto no pasa de conjeturas.


Atónito Madrid al saber que la farnilia real se iba á Barcelona, y no menos sobre-
cogidas las Córtes, el dia 21 de Mayo el diputado D. Pedro Mendez Vigo anunció
que haria una interpelacion al ministerio sobre este viaje: D. Salustiano Olózaga le
salió al encuentro en nombre de la minoría, declarando que la interpelacion debía


12




..


considerarse como opinion particular del diputado que la hacia, absteniéndose la opo-
sicion de crearel menor obstáculo á un viaje que interesaba ála salud de la reina. El
general Mendez Vigo insistió en su interpelacion, y tuvo ésta efecto en la sesion
del 22. Contestaron los ministros en los términos más ambiguos, que en efecto la
salud de la jóven reina exigia las aguas minerales y baños de mar, mas que el viaje
no t:staba irrevocablemente resuelto. Declaracion á todas luces falta de sinceridad,
mas que daba á entender que el proyecto no tenia la aprobacion de estos, cuyos de-
seos eran que no fuera irrevocable.


La mayoría de las Córtes no se atrevia á tocar esa cuestion por grave que fuera,
primeramente por no faltar á la voluntad de la reina gobernadora de que tan galan
alarde hacia, yen segundo lugar por no hacer una confesion de las aprensiones que
le inspiraba el viaje. A su vez la oposicion, que algo esperaba de él, lo apoyaba
antes bien que estorbarlo en lo más mínimo. El ministerio habia conseguido cuanto
habia pedido á lasCórtes, no se trataba pues, más que de plantear esas leyes reaccio-
narias, para 10 cual se pudo temer alguna resistencia material: en la prevision de
tener que acudir á los medios violentos de la fuerza, era preciso asegurar al ejército y
á su jefe. La guerra civil habia creado un poder extralegal y el más poderoso, esto
es el poder militar personificado en el general Espartero: sin su apoyo y el del ejér-
cito era imposible llevar á cabo el plan ya acordado entre los promotores de la reac-
cion, y sancionado por la mayoría de las Córtes. Todos los antecedentes <,lecian que
EO habia que contar con el general en jefe, ni con el ejército.


En una sola persona se pudo suponer, aunque equivocadamente, influjo bastante
para conseguir lo que se deseaba, y es probable que en esta persuasion consejeros fu-
nestos obtuviesen de D. a María Cristina que tomase á su cargo intentarlo, cohones-
tando el viaje á Barcelona con el pretexto de la salud de la reina. Bien conocemos
que todo esto no son más que deducciones más ó menos lógicas de los hechos ma-
teriales.


Hallábase el general Espartero al frente de Morella dirigiendo en persona las ope-
raciones del sitio, cuando llegó á sus manos una carta de la reina gobernadora, comu-
nicándole la resolucion tomada á consecuencia del dictámen de los facultativos que
aconsejaban que la jóven reina tomase las aguas minerales y los baños de mar, y que
se dirigia á Barcelona con este motivo, Los ministros sólo consultaban al general el
camino que deberian tomar las personas reales para llegar á su destino. El duque de
la VIctoria recibió esa noticia con la ,mayor sorpresa, pues ignoraba que la reina Isa-
bel estuviese mala, noticia que le afligió en ,extremo, pues debió suponer grave la
dolencia cuando para poder realizar el viaje, se exigia en cierto modo que se suspen-
diesen las operaciones de la guerra. Urgencia era esta muy á propósito para alarmar,
así fué que el general Espartero léjos de aconsejar que se postergase el viaje hasta la
toma de Morella, tomando en cuenta un caso tan grave, indicó el camino de Valen-
cia como el más conveniente, y destacó la division Aspiroz para asegurar el paio de
la familia real.




- 179-
Mas sea por los preparativos de marcha, sea por otras causas que ignoramos, la


salida de la familia real para Barcelona se postergó, y esta detencion dió tiempo al
general Espartero para apoderarse de Morella que se entregó el dia 30 de Mayo, Ca-
brera abandonó el Maestrazgo y la provincia de Valencia, pasó el Ebro y reconcentró
sus fuerzas en Cataluña donde le fué siguiendo el ejército constitucional, lo que pero
mitió á la familia real tomar la ruta de Aragon como más corta y más directa. Em-
prendió pues el viaje la familia real el dia 11 de Junio, vía de Zaragoza.


Resolucion era esta que llevaba todos los visos de un despechado afan para conse'
guir á todo trance un objeto apremiante. La: guerra seguia con ardor en las provin-
cias limítrofes de la capital. Balmaseda campeaba en la de Guadalajara por donde te-
nia que atravesar la real comitiva. Con el objeto de proteger su paso, recibió el ge-
neral D. Manuel de la Concha, órden para levantar el sitio de Betela y de Cañete, y
avanzar al camino real de Madrid el Zaragoza, dejando la provincia de Cuenca entre-
gada á lo·s crímenes y pillaje que allí cometian hordas sanguinarias y devastadoras.
Ya hemos dicho que el general Aspiroz con su division habia adelantado al camino
real: vino además el general Mahy ú colocarse en Medinaceli con una brigada de la
Guardia real. Desde luego se desprende de cuanto va referido de movimientos de tro-
pas, que con motivo del viaje se abandonaban provincias enteras al furor de los
bandidos que esquilmaban los pueblos y asolaban el país derramando sangre precio-
sa. Este sólo resultado del viaje hubiera bastado para que se formulara un acto de
acusacion contra los ministros que lo permitieron.


A pesar de tantas precauciones como se tomaron para que nada pudiera estorbar la
marcha de la real comitiva, esta pudo ser víctima de una arremetida de Balmaseda,
cuya osadía y actividad eran harto conocidas. Una refriega se trabó en Olmedilla en-
tre el cabecilla Palacios y el general Concha, en que el primero fué derrotado de-
jando mil trescientos prisioneros en manos del vencedor: Olmedilla se hallaba á tan
corta distancia del sitio donde estacionaba la familia real, que se oia el ruido del fue-
go, y en un caso desgraciado, que el valor y la pericia no bastan siempre á evitar en
una guerra, si el general Concha hubiese sido derrotado ¿qué hubiera sido de la fa-
milia real'?


No era menor la imprevision de los ministros bajo el punto de vista constitucional.
Enlos países constitucionales en donde por la más singular desviacion de la razon se
ha hecho de un rey un Dios, pues no puede errar, el mal nunca puede serIe achaca-
do, y todo el bien es obra suya, pareceria que merced á ese extravío del buen sentido,
esos reyes ó esos semi-Dioses no deberian aparecer en público sino para ser acatados
con el mis reverencioso rendimiento; mas la ficcion legal es tan grosera, tan violen-
ta y tan absurda que la vemos á cada paso hollada. La historia de las monarquías
constitucionales nos dice lo que ha valido ú los reyes esa sacrílega mentira, el dia
que el pueblo cansado y airado ha querido dar una leccion ú sus opresores. Minis-
tros y reyes han tenido igual suerte y la responsabilidad de los primeros no ha salva-
do á los segundos.




Esta ficcion tenia en España el valor que en otras partes, y la reina gobernadora
tuvo que conocerlo en triste experiencia. La discusion de la ley de Ayuntamientos
habia tenido un eco inmenso en el reino. Los ayuntamientos conmovidos represen-
taron contra aquella ley: el gobierno prohibió esas representaciones, mas esta vio-
lencia no tuvo más resultado que el de variar el rumbo de aquellas manifestaciones.
En lugar de ir á Madrid, tomaron el camino del cuartel general y allí se hacinaron
por millares, y el gobierno que así desairaba todos los ayuntamientos permitia que
la reina gobernadora se pusiera en relacion directa con muchos de ellos á su paso
por los pueblos del tránsito. De allí nacieron choques en que la majestad reál y la
irresponsabilidad constitucional quedaron muy mal paradas. Acudieron los plleblos
con sus alcaldes, mas si bien respetLlOs05 y presurosos de dar acatamiento á la fa-
milia real, aquellos concejales pedian con entereza que no se sancionase la ley que
acababa con la independencia constitucional de los ayuntamientos. En Zaragoza las
quejas y las reclamaciones debian tener más peso, atendida la importancia de aquella
interesante poblacion; así fué que los, ministros y la camarilla que acompañaba á la
gobernadora, determinaron cerrar las puertas de la real cámara á las corporaciones
populares de la capital de Aragon. La diputacion provincial y el ayuntamiento de
Zaragoza pidieron una audiencia particular á la gobernadora, y recibieron una ne-
gativa por el conducto del mayordomo mayor conde de Santa Coloma.


En la noche misma del dia en que fué dada esa negativa, recibizt la reina goberna-
dora en pública audiencia las autoridades de la ciudad y de la provincia. Aprovechó
la ocasionla diputacion provincial para quejarse respetuosamente de la negativa dada.
Manifestó lo gobernadora suma sorpresa de lo que oia: negó haber dado tal respues-
ta y aseguró que no sólo no se habia negado á la tal solicitud, mas que ningun co-
nocimiento tenia de ella. Ofreció esa seí10ra oir al momento á la diputacion. En
efecto, concluida la funcion pública, la gobernadora recibió con sumo agrado los di-
putados provinciales, acogió con aparente benevolencia las observaciones que la
hicieran contra la ley de Ayuntamientos, y guardó las que le fuéron presentadas
por escrito dando las mayores seguridades que las tomaria en séria consideracion.


Zaragoza, la ciudad siempre heróica, á la par que usaba de un derecho que sus
servicios eminentes le daban, esto es el de hablar con la franqueza que tan noble-
mente caracteriza á los corazones, no quiso que la gobernadora pudiese equivocarse
sobre el sentido de sus quejas, y al propio tiemro que las expresaban sin rebozo, se
esmeraban en obsequiar á la familia real con todo linaje de homenajes y de recreos.
Esas fiestas públicas exigian un gasto cons.iderable que mal se avenia con la miseria
pública, resultado de siete años de guerra y de inauditos padecimientos; con todo, se
hizo ese sacrificio más. Pero en balde, porque los diarios del bando reaccionario se
esmeraron en afear la mezquindad del recibimiento hecho en Zaragoza á la familia
real, y tuvo el ayuntamiento de Zaragoza que publicar las cuentas de los gastos he-
chos en esa ocasion en contestacion á esas falsas acusaciones.


Los fieles defensores de la libertad y del trono constitucional, los heróicos mo1'a-




dores de Zaragoza aunaban en un mismo pensamiento el trono y la Constitucion,
mas las cosas habian ya llegado á ese punto que toda adhesion al código fundamen-
tal se miraba como una traicion á la Corona. Lastimoso extremo, indicio certero de
un mal sin remedio, de catástrofes inevitables. Los gloriosos servicios de la inmortal
Zaragoza en la guerra de la Independencia, los sacrificios sin cuento hechos por Ara-
gon en pró del trono y de la independencia nacional, autorizaban á esos valientes
campeones de la libertad á expresar sus quejas con caballeroso respeto, y así lo hi-
cieron; fué María Cristina mal aconsejada; no er2 ya la gobernadora de un reino, era
el Jefe de un partido irritado, YÍolento. Salió de Zaragoza, injustamente prevenida
contra sus habitantes, y entró en Cataluña, donde le acompañaban los ecos del en-
tusiasmo aragonés por la Constitucion y por el trono, ecos que retumbaban estrepi-
tosamente en la misma Cataluña.


En Lérida se hallaba el cuartel general del ejército; allí aguardaba el duque de la
Victoria á la real comitiva que llegó el dia 16; el 17 tomó el camino de Cervera y de
Tárrega. H'1l1ábase el ejército acampado en las afueras de este último pueblo de
modo que pudieran las reinas pasar revista. Puesta la comitiva real al frente de ese
brillante y heróico ejército, el general en jefe dirigió á la gobernadora una arenga
digna del primer y más denodado campeon de la libertad. Gustó poco ese lenguaje,
ú pesar de la cortesanía galana y caballeresca del duque, pidiendo en' alta voz á la
gobernadora que se dignase mandar en persona el ejército hasta acabar con los car-
listas. La reina María Cristina contestó con garbosa amenidad, que en ninguna mano
estaba el manJo mejor que en la del vencedor de los carlistas. Fkil era entrever al
trayés de ese torneo de galantería, que el entusiasmo por la libertad y la Constitu-
cío n no era lo que la gobernadora hubiera deseado encontrar en el ejército, y que
aquellas aclamaciones de la tropa y de su jefe estaban de más.


Llegó la real comitiva el 27 á Cervera; el 28 á Igualada; el 29 á Esparraguera.
Hasta allí ni una sola palabra habia mediado el'ltre D.a María Cristina y el general
Espartero relativa á las cosas del dia, verdadero objeto del viaje. Venia la goberna-
dora con la confianza de una reina acostumbrada á paladear la lisonja y la adulacion,
y con las ilusiones de una señora amable á lo sumo, adornada de prendas relevantes
y sabiendo cual nadie usar del lenguaje más seductor, pero tenia que tratar con el
general Espartero ya avezado con tres ail0s de lucha á resistir á esas seducciones, y
seguro de resistir con entereza respetuosa á todos los halagos que acompañan á una
señora que ciíle una diadema.


La primera conferencia sobre asuntos políticos tuvo lugar en Esparraguera; de
ella tomó la iniciativa la reina gobernadora. El general indicó sin rodeos la necesi-
dad de cambiar el ministerio, en lo que convino María Cristina; mas antes de con-
sentirlo, quiso S. M. que el general tomase el empeño de formar un ministerio del
que seria presidente. El duque de la Victoria opuso desde luego su repugnancia,
considerándose todavía necesario al frente del ejército, hasta la total pacificacion.
Dejando pues por el momento este punto de discusion, se puso en tela de juicio la




- 182-


ley de Ayuntamientos, hecha la tea de discordia. Nada omitieron los dos interlocu-
tores para persuadirse recíprocamente de la necesidad de dar ó de negar la sancion á
la dichosa ley. Sostenia la gohernadora que propuesta la ley por sus ministros y
votada por las Córtes, no podia negar la sancion sin caer en una chocante contra-
diccion que redundara en desdoro de la Corona. A esto contestaba el duque de la
Victoria, que ante todo era preciso poner la Corona fuera del debate siendo irres-
ponsable; que toda la responsahilidad seria de los ministros; separados los actuales,
los nuevos consejeros de la Corona podian aconsejar se retirase la ley, y la Corona
conformarse con ese dictámcn, sin alterar en nada el juego natural de un gobierno
representativo; que la ley votada, con razon ó sin ella chocaba la opinion pública
de un modo tan general que no querer hacer algLll1a concesion, era exponerse á per-
derlo todo; por tanto, aconsejaba que suspendiese la sanciol1, que en nada urgía,
se nombraran nuevos ministros, y que estos presentasen una nueva ley que estuviese
en armonía con el espíritu y la letra de la Constitucion; esto era lo que en la opi-
nion del general en jefe aconsejaba la prudencia.


Creyó el general Espartero que alguna mella habian hecho sus razones en el áni-
mo de la gobernadora, ya menos empenada en su primera opinion, y llegó á conce-
bir la esperanza que todo se arreglaria sin choques Con esta esperanza concebida
con sobrada precipitacion, acepto el Duque la mision de formar un ministerio del
que seria presidente, y propuso las siguientes personas para formarlo: Estado, don
Mauricio Cárlos de Onís.-Gobernacion, D. Agustin Silvela.-Guerra, el general
D. Valentin Ferraz.-Hacienda, D. José Ferraz.-Gracia y Justicia, D. Claudio An-
ton Luzuriaga, y Marina, D. Juan de Dios Sotelo, que lo era ya: merecieron los
nombrados el competente asentimiento de la gobernadora.


A pesar de esta anuencia y de una aparente concordia, la naturaleza de las cosas
deja suponer que debió la gobernadora salir de la conferencia poco satisfecha, de-
bió sufrir su amor propio de reina y de señora, no consiguiendo lo que sin duda
creia lo mejor, ni vencer la oposicion del duque de la Victoria. Todo el respeto con
que sostuvo el general Espartero esta discusion, no pujo atenuar el disgusto que re-
sentiria á D: María Cristina y los actos posteriores dan bastante á conocer un re-
sentimiento que, aprovechado por consejeros despechados, llevó á esa señora por una
senda de equivocaciones y de errores á promover una revolucion (1).


Suspensa y con un ánsia indecible estaba la nacion, esperando el resultado de las
conferencias de la gobernadora y del general en jefe, pues de ellas dependia la suerte
de la libertad y de las instituciones. La conferencia de Esparraguera fué la última
peripecia de un drama de donde debia salir por ultimatum la consolidacion pacífica
y normal de las instituciones ó la guerra: estalló la guerra.


(1) Cuanto decimos de la conferencia de Esparraguera, sobre tener motivos para darlos como van
referidos,"resultan de la renuncia motivada que de sus empleosdió el Juque de la Victoria en Bar-
celona.




CAPÍTULO VI.


INTRIGAS DE LA CÓRTE EN BARCELONA.--PROGRAMA DEL GENERAL ESPARTERO.-MOTIN
QUE PROMOVIÓ.-TRASLÁDASE LA CÓRTE Á VALENCIA.-LEVANTAMIENTO GENERAL.


Separóse el general Espartero de la reina gobernadora en Esparraguera, y marchó
á Manresa al alcance de Cabrera que tenia concentradas sus fuerzas en Berga. Pron-
to cayó este último baluarte del despotismo en manos de los libres: Cabrera se re-
plegó á Francia, donde se refugió con su gente: vióse el suelo catalan libre de fac-
ciosos. España habia conseguido la paz y el triunfo de los principios liberales) á
costa de raudales de san3re generosa Y noble. Pareciá que con la paz, primera nece-
sidad de toda sociedad, debieran acallarse 13s pasiones y cicatrizarse las llagas de una
tremenda guerra civil; mas no sucedió así, nuevas turbulencias debieron nacer á
instigaciones mezquinas y criminales: no alboreaba todavía el dia del descenso) el
dia de la reparacion de tantos males; allá se oia á lo léjos el bramido de la tormenta,
el relámpago precursor del huracan ; desde Esparraguera destelló una luz siniestra
por todos los ámbitos de la monarquía.


Llegó la real comitiva á Barcelona el 27 de Junio. La cordial y afectuosa bienve-
nida que obtuvo la gobernadora en aquella industriosa capital era una solicitud in-
directa, la expresion de la esperanza de que se adoptaria un sistema más liberal de
política. Los palaciegos la dieron otro sentido y persuadieron á la gobernadora que
era un rendido homenaje y una adhesion á su gobierno. Lo creyó así S. M., y do-
minada de esa fatal ilusion, se lanzó la gobernadora más allá en el camino de la
reaccion á que tanto la habian comprometido malos consejeros.


Cuando las camarillas de adentro y de afuera supieron lo que habia pasado en Es-
parraguera subió de punto su empeño de acabar con la resistencia del general Es-
partero, y bullian en la real cámara los más funestos consejos. Tampoco faltaron á
doña María Cristina leales servidores que con respetuoso y pausado teson la dije-




ron la verdad y dieron á conocer los peligros de una porfiada negativa á los votos
que formaba el país. Consejos de suma pruJencia y de atinaJa rúon llegaron á los
oídos de la gobernadora. El general D. Gerónimo Valdés y el capitan general de Ca-
taluña D. Antonio Van-Halen, en repetidas ocasiones la hablaron con militar fran-
queza, enterándola del verdadero estado de los partidos, y pio tándola la necesidad de
evitar un conflicto sério coa otorgar conce"iones pruJentes en el círculo de las pre-
rogativas constitucionales. Un cambio de ministerio era, en la opll1ion de aquellos
dos beneméritos generales, la primera cosa que habia que hacer, y en cuanto á sus
sucesores debia bastar para aquietar la ansiedad general elegir hombres que profesa-
ran respeto á la Constituci~n y á su total observancia. Con esto, en su opinion , ce-
saria la agitacion que habian provocado los proyectos reaccionarios de un partido.


En una audiencia particular que pidió y obtuvo elgeneral Van·lIalen, explayó más
y más sus opiniones. Atendió D.a María Cristina con bondadosa atencion las ob-
servaciones que oia de boca de uno de los más denodados defensores del trono cons-
titucional, que llevaba todavía las seíí.ales de la gra\'C herida que poco antes recibió en
la gloriosa accion de Peracamps. Convino S. 11. en algunas cosas, dijo que pensaha
cambiar el ministerio, mas que esperaha para ello tener prescrito el programa del
general Espartero, y hasta tenerlo no haria innovacion alguna. Triste y descorazo
nado salió el conde de Peracamps de aquella 'conferencia, llevando el pleno conven .
cimiento de que sus consejos y sus ohservaciones ninguna mella habian hecho en el
ánimo de la gobernadora, y que quedaba firmemente determinada el llevar á todo
trance sus proyectos, sin ceder un ápice de lo que tenia resuelto. Cualidad fatal de
los reyes no prestar jamás oídos á la verdad.


Hallábase el duque de la Victoria al frente de Baeza, cuando recibió de la gober-
nadora una carta en que se le pedia una ligera alteracion en el personal acordado del
ministerio. D. Javier Istúriz debia reemplazar en Estado á D. Cúrlos Mauricio de
Onís. Dió desde luego su asentimiento el general Espartero; entonces se le pidió el
programa que envió al momento. Este documento no ha visto aún la luz. Nos damos
la enhorabuena de poderlo puhlicar, para que se pueda juzgar el tino y la modera-
cion de las ideas del duque de la Victoria, tan atrozmente calumniado.
I


PROGRAMA.


ccEl estado de fermentacion de los pueblos más notables de la monarquía, y la jus-
))ta ansiedad de los buenos espaí10les que forman la mayoría de la nacion, requieren
))una reforma en el sistema de gobierno de' tal naturaleza, que se inspire confianza
))de que la Constitucion de 1837 no será infringida, y que el trono de Isabel II será
))afianzado bajo la regencia de su augusta madre, librando á la España de una ver-
))gonzosa tutela para que pueda llegar al engrandecimiento de que es digna y á que
))es llamada.


))El nuevo Gabinete conviene que principie por un decreto de disolucion de las ac-
))tuales Córtes, fijando la época de las nuevas elecciones, y seria conducente que es-


.




- 185-
"tas fuesen el producto de la libre voluntad, sin que los partidos intrigasen para sa-
"car á los santones de los respectivos bandos, lo cual encendiendo nuevamente las
))pasiones entorpeceria la marcha del gobierno, que debe ser firme, apoyado en la
"justicIa, en la imparcialidad, en la franqueza de sus actos, en el respeto de las le-
»yes y en la consideracion que se merecen los que han hecho sacrificios positivos
"por el triunfo de la causa de Isabel 11 y de la Constitucion.


"Los proyectos de ley presentados y discutidos en las actuales Córtes~ deben que-
"dar anulados, negándose la sancion, lo que sobre tranquilizar los é1nimos que con-
nsideraban en aquellos, infringida la Consiitucion, ha de aumentar la confianza y el
»amor h,1cia la augusta reina gobernadora; pero debe anunciarse la presentacion de
"otros proyectos que estén en armonía con la ley fundamental del Estado que pro-
"pendan al órden, que concilien los intereses respectivos y que sofoquen para siem-
))pre las miras atrevidas y ambiciosas de los que por lograr su engrandecimiento atra-
"san el bien y la prosperidad nacional.


»El gobierno necesita el apoyo eficaz de los primeros funcionarios y autoridades
"que le están subordinados en los diferentes ramos: y así es preciso remover los
,)obstáculos súbia y prudentemente, echando mano de los hombres que por su cien-
ncia, buena fé y antecedentes, puedan concurrir á llevar"ú efecto la grande obra de
"asegurar la paz interior, la prosperidad de nuestro crédito y la consideracion por
»parte de los gobiernos extranjeros.


»Conviene fijar la suerte del ejército, especialmente la de los indivíduos de los
»cuerpos prov!nciales que tantos servicios han prestado durante la guerra, pUeS no
»es justo queden sin recompensa la f1delidad, la constancia y los méritos rele-
»vantes.


"Las viudas, retirados y pensionistas de la guerra, merecen una particular con-
»sideracion, y es de justicia y conveniencia que sean satisfechas sus asignaciones en
"cuanto lo permita la penuria del Estado, sin que se les postergue á otras atenciones
\) menos sagradas.


pEs cuestion importante el resarcimiento de los perjuicios que han experimentado
"todos los que por adhesion ú la causa h<1n sido víctimas en sus personas y bienes
"del furor de los rebeldes.


)JDehe fijarse la suerte de los indivíduos del Convenio de Vergara, sin más latitud
\Jque lo ofrecido, pero de modo que no sean perjudicados los indivíduos del ejército
:;que por tantos títulos son acreedores á la consideracion del gobierno y á la grati-
ntud de la patria.


»La unidad constitucional requiere un exámen muy meditado sobre los fueros de
\>las Provincias Vascongadas que pueden concederse sin perjuicio del régimen consti-
»tucional, evitándose de este modo los trascendentales á la masa comun, y á las exi-
\Jgencias de otras provincias que puedan alegar iguales ó mayores derechos; pero lo
!)que sobre todo importa desde luego, es establecer las aduanas en la frontera con el
\)arreglo de aranceles y medidas represivas del fraude y circulacion de los grandes




- 186-
),almacenes Je contrabando que existen en dichas provincias á consecuencia de la
»imprudente determinacion del gobierno de haber alterado el establecimiento que
))hizo en la frontera de las expresadas aduanas el duque de la Victoria, en el momen-
))to que alejó al Pretendiente de EspaÍ1a.»


Resplandecen en todo su brillo la cordura, la moderacion y el tino en este docu-
mento, sin mezcla alguna de principios exagerados, mucho menos revolucionarios
en el sentido avieso de la palabra .. Nada contenia que no pudiera aceptar la goberna-
dora, puesto que tenia resuelto separar los secretarios del despacho, y aceptado sus
sucesores. Estos podian aconsejar la negativa de la sancion á los proyectos de leyes,
y la pre~entacion de otros sin mengua alguna del decoro de la Corona; era un efec-
to natural y lógico de las instituciones, pues en los gobiernos constitucionales un
cambio de ministerio no es el resultado de un capricho soberano, más significa un
cambio de sistema político. Mas como en aquella época la gobernadora no daba oído,
ni prestaba fé mJs que á un partido, se empeÍ1ó en lo que este partido le exigia, la
sancion de la ley de Ayuntamientos, primera infraccion del Código fundamental por
parte de las Córtes; preludio de todas las que se meditaban entonces, y se han rea-
lizado despues en cuanto lo ha podido el partido que tan meditado lo tenia. No era
pues dueÍ1a la gobernadora "ti e aceptar el programa del general Espartero, puesto que
una de sus exigencias era que se negase la sancion á la ley de Ayuntamientos, y se
retirasen los demás proyectos reaccionarios. Supeditada á un bando, no lo dirigia y
sólo obedecia á sus mandatos.


El general Espartero conocia muy bien que la resolucion de la gobernado_ra no se
modificaria, y por tanto postergaba de intento su regreso á Barcelona, en la previ-
sion del conflicto que habia de nacer. So pretexto de acantonar adecuadamente las
tropas, y de dar al ejército la mejor organizacion posible, iba eludiendo su vuelta ú
Barcelona: mas tales fuéron las instancias que menudeaban para que fuera ú Barcelo"
na que al fin tuvo que acceder á los deseos de María Cristina y llegó á esta ciudad el
dia 13 de Julio. Triunfal fué su entrada, mas los vítores y las aclamaciones del pue-
blo al ínclito pacificador tuvieron eco doloroso en el corazon enajenado de la go-
bernadora.


Ansioso de salir de un verdadero atolladero, se presentó en palacio el general Es-
partero á los pocos momentos de haber llegado, pré'Tia la vénia pedida y otorgada por
la gobernadora En esa conferencia desarrolló el Duque su programa de suyo tan
claro y terminante, é insistió de nuevo en la negativa de la sancion á la ley de Ayun-
tamientos. Ni aceptó, ni desechó la proposicion D. a María Cristina) y tan sólo en-
cargó al Duque que conferenciara con sus presuntos colegas los Sres. SoteJoy Luzu-
riaga, y sentaran las bases del nuevo Gabinete, acordando entre sí los medios de
salir de la posicion en que se estaba y presentándole al dia siguiente el resultado de
sus deliberaciones para tomar una resolucion definitiva.


En aquella misma noche se juntaron los presuntos ministros, y su conferencia
duró hasta las dos de la madrugada, quedando listo el documento que debíase presen-




-
187-


tar á S. M. Sotelo, cuyo papel en esta ocasion fué cuando menos asaz raro, pues for-
maba parte de un ministerio que estaba resuelto á sancionar la ley de Ayuntamien-
tos, y aceptaba formar parte de otro que no queria esa sanciono Al regresar á su casa
se encontró con la órden de marchar al momento á palacio: así lo efectuó, y halló
reunido el Consejo de ministros en presencia d~ María Cristina, discutiendo la cues-
tion de sanciono La gobernadora insinuó tímidamente la idea de llamar al Duque y
oir su dictámen en la materia. Repelieron los ministros semejante proposicion, ta-
chando de ilegal toda intervencion del general. Con esto se pasó adelante y quedó
sancionada la fatal ley. La real órden de pu'blic~la fué enviada á Madrid por un cor-
reo que salió el 14 ganando horas. Con taimada intencion se daban los ministros esa
prisa; querian. que llegando á Madrid al mismo tiempo la noticia del regreso del Du-
que á Barcelona, y la de haberse sancionado la ruidosa ley, pudiera el público de
.\1adrid creer que éste habia dado su adhesion á la sanciono Se contaba con esta mi-
serable ratería sorprender y parar el primer momento de indignacion que provocara
el consumado sacrificio de un artículo de la Constitucion.


Mofa repugnante hacian los ministros de la opinion pública, mas á su vez la go-
bernadora se apartaba de las reglas más sencillas del órJen constitucional. Corria ya
un mes desde que habia acordado formar un nuevo ministerio, sin que los ministros
supieran que se les buscaba sucesores. Ya aceptados, yasí mismo el programa de la
nueva administracion presentado á peticion de la gobernadora, por quien debia pre-
sidir el Gabinete, se discutió aquel entre los futuros consejeros reunidos por órden
de S. 'M. ; sentaban las bases de su gobierno mientras otros consejeros zanjaban la
cuestion, quedando sancionada la ley. Las funestas tradiciones de la camarilla pudie-.
ron so las inspirar la idea de dos ministerios, discutiendo por separado y sin saberlo
uno de otro, el pró y el contra de un mismo proyecto de le)'.


Fácil es f1~urarse cuál seria la sorpresa del general Espartero, cuando supo por So-
tela y por el general Valdés que quedaba sancionada la ley. N o titubeó un momento
el DLlque, agraviado con harta raza n que tal desaire se le hiciera, y acto contÍnuo
envió á la gobernadora la dimision de cuantos cargos ejercia. Mas hacer esa dimision
lisa y llanamente era dejar en duda los motivos que lo impelian á darla, y manifestar
visos de pueril despecho á lo que era un acto de imperiosa defensa de su propio de-
coro. No cayó el general en ese renuncio, é hizo una exposicion en que quedaban
consignados todos los hechos é incidentes que habian mediado desde Esparaguerra.
Ese documento es precioso para la historia, pues da la clave de los acontecimientos
de Barcelona y da á conocer la guerra de intrigas que bullia en la real cámara. Aque-
llos que piensan que servir los caprichos de los reyes es un deber, tildan de rebelde
al general Espartero por haber escuchado antes que todo la voz de su conciencia:
semejantes fallos tienen apelacion, la historia no se escribe para tales hombres, mas
sí para el público sensato é imparcial; pues que juzgue ese público la conducta del
general despues de haber leido el documento siguiente.


«Señora: Un triste desengaño demasiado sensible á mi corazon me ha convencido




- 188-
"de que en el dia no puedo ser útil ni á mi reina, ni á mi patria, porque sin duda los
»hombres que ostentan hipócrita mente interés por tan caro objeto han podido más
))en el ánimo de V. M. que este soldado fiel á las promesas, á sus juramentos y á los
"deberes que su cargo le imponia.


"La série no interrumpida de triunfos con que la suerte y mis constantes desvelos
"coronaron la grande obra de pacificar á esta nacion magnánima y generosa, eran
»títulos que me hicieran esperar que mis indicaciones serian apreciadas, y que nun-
"ca podria suceder que la reputacion del general en jefe de los ejércitos reunidos
"fuese menoscabada, cuando mis principios han pasado por el crisol de las más pu-
"ras acciones, ni menos debia esperar que llegase este caso, habiendo querido vuestra
»majestad favorecerme con una ilimitada confianza en cuanto pudiera concurrir á
»salvar el trono constitucional de vuestra excelsa hija.


"Correspondiendo, señora, á tan distinguidas muestras de benevolencia y conci-
"liando en cuanto ha estado al alcance de mi capacidad el esplendor de la Corona
"con el bien general, s()lo he hecho un uso prudente en situaciones críticas y cuan-
"do la necesidad lo ha req uerido. Así es, que teniendo un conocimiento íntimo del
"espíritu de los pueblos, y deseando prevenir males que anunciaban las diferentes
»situaciones, y juicios pronunciados, creí hacer presente á V. M. la conveniencia de
"que en uso de sus prerogativas hiciese un cambio de ministerio capaz de salvar la
"nave del Estado.


"Acogida la idea por V. M. quiso por primera condicion que yo formase parte, y
"aun cuando ni mis talentos ni mis inclinaciones me llamaban á un cargo tan superior ,
"el mis fLlerzas, quise probar á V. M. viendo ya próxima la terminacion de la guer-
"ra, que no esquivaba ningun género de sacrificios por ver asegurada la tranquilidad
"pública y satisfecho el unánime deseo de los buenos españoles que constituyen la
"inmensa mayoría y que anhelando la paz, están animados de un entusiasmo puro
"por el reinado de Isabel ll, por la regencia de V. M., por la Constitucion de 1837 y
"por la independencia nacional.


»Este compromiso de mi parte me puso ya en el caso de ofrecer legalmente á
»vuestra majestad y de poner en sus manos la nota nominal de los candidatos que
"profesan aquellos sentimientos, y reunian á mi ver las circunstancias de honradez y
"puro españolismo sin pertenencia á ninguna bandería; las operaciones de la campa-
"ña tan pronto como felizmente terminada, me separaron de V. M., y despues de la
»gloriosa jornada de Berga, se me pidió el programa que formalicé, remití y fué pre-
»sentado á V. M., siendo entre otras las principales bases que se disolviesen las Cór-
"tes, fijándose el término de las nuevas elecciones y que se negase la sancion de los
"proyectos de ley, ofreciéndose la presentacion de otras que conciliasen los diversos
"intereses y estuviesen en armonía con la Constitucion jurada. En consecuencia se
»me avisó que V. M. presentaba algunos reparos, y que para arreglarlo todo era la
»voluntad de V. M. que yo viniese á esta plaza mediante á que la guerra podíase
,,;;;onsiderar como terminada; al presentarme á V. M. expuse á su alta consideracion




- 189-
"las razones por las cuales no debia ser sancionada la ley de Ayuntamientos, primera
"que se esperaba segun la circular que el ministro pasó á los capitanes generales,
»haciendo anticipadamente sérias prevenciones para reprimir cualquiera tentativa
"que se promoviese en los pueblos contra ella.


"Parecia, señora, con tales antecedentes que de no haber desmerecido de la con-
»fianza que V. M. me habia dispensado, y si no requeria algun detenimiento la san-
llcion de dicha ley, era natural que al tratar de dársela hubiese tenido algun conoci-
»miento; pero ¿cuál habrá sido mi sorpresa al verme informado de la precipitacion
»con que se verificó y fué comunicada por' extraordinario á las provincias? La pro-
»funda sensacion que esto me ha producido, no es tanto por las consecuenci:1s que
»me hace temer el espíritu de los pueblos que ven envuelve la infraccion de la ley
»fundamental, porque de no tener la suerte de equivocarme, mi conciencia quedará
»tranquila, sino porque ven un manifiesto desaire y una prueba inequívoca de que
,,y. M. me ha retirado su confianza. Mientras que consideré tenerla, pude llevar con
llresignacion todas las penalidades y hacer con gusto los mayores sacrificios; pero
)len el dia faltando este necesario garante de mi buen comportamiento y llenada la
))mision porque he peleado por espacio de siete años, no me es posible conservar
»ninguno de los mandos que desempeí10 y de que hago formal dimision, rogando
))á V. M. se digne admitirla y me dé el real permiso á fin de retirarme á mi casa donde
»pueda descansar de tan prolongadas fatigas con el consuelo de haber hecho cuanto
))corresponde á un espaí101 honrado que juró no envainar la espada hasta completar
))el triunfo que los rebeldes disputaron al trono de mi reina, vuestra augusta hija;
))pues aun cuando hombres que se gozan en las desgracias de su patria y que miran
\lcon criminal desprecio los sacrificios de los pueblos y la sangre derramada por mis
))compañeros de glorias) de privaciones y peligros, hayan logrado al fin inutilizarme,
))marcharé á mi retiro confiado de que V. M. recibirá sin duda el desengaño que
))me vuel va el aprecio de que jamás me hice indigno.


nAl reiterar á V. M. tenga la dignacion de admitirme la renuncia de mis cargos,
lldirijo á V. M. mi última súplica en favor de los valientes, sufridos y beneméritos
»indivíduos de todas clases que han estado á mis órdenes, dando di($ de gloria á su
))rcina y á su patria para que sean considerados como merecen sus virtudes y reciban
))las recompensas á que por tantos títulos son acreedores. Barcelona 14 de Julio
)de 1 8..¡.0.-Señora.-A L. R. P. de V. lV1.-El duque de la Victoria.n


Es m<.Ís que probable que por la lectura de esta comunicacion del general en jefe,
supieron por primera vez los ministros que hacia un mes que se trataba de su sepa-
racion y reemplazo por un Gabinete que debia presidir el duque de la Victoria. A
más de esta amargura, tuvieron que pasar por otra hasta beber la hez de ella, pues
cuando tan grato hubiera sido á los ministros que se admitiera la renuncia del gene-
ral en jefe, tuvieron que asegurarle en nombre de S. M., que disfrutaba de la plena
y entera confianza de la gobernadora en los términos que contiene el siguiente
oficio de contestacion :




- 19°-
((Presidencia del Consejo de ministros.-Excmo. Sr.: La augusta reina gobernado-


»ra se ha servido pasar á su Consejo de ministros una exposicion de V. E., fecha de
»ayer, en la cual, despues de referir varios antecedentes, manifiesta la sospecha de
lJque S. M. le haya retirado su real confia1).za y concluye por hacer formal dimision
lIde los mandos que desempeña.., pidiendo el permiso para retirarse á su casa á des-
))~ansar de sus prolongadas fatigas.


"Despues de haber oido el parecer de dicho su Consejo, se ha dignado S. M. man-
"darme decir á V. E. como de su real órden tengo el honor de hacerlo, que no ha
"caido segun supone de la gracia de S. M. ni desmerecido su confianza, de la cual
"acaba de dar á V. E. una prueba insig~ con el recientísimo nombramiento de co-
»mandante general de la Guardia real, que es el cargo militar de más importancia,
"concluida la guerra, y que tanto por esta razon, como por ejercer V. E. tan digna-
"mente los dos cargos que se le han confiado, y al mismo tiempo determinar de la
»manera debida las recompensas del leal ejército, que son el primero y más ardiente
.,deseo de S. M., no tiene á bien admitirle la expresada dimision.-De real órden lo
"digo á V. E. para su conocimiento y efectos consiguientes.-Dios guarde á V. E.
«muchos años.-Barcelona 17 de Julio de 1840.-Evaristo Perez de Castro.-Señor
"duque de la Victoria y de MoreHa."


Por grande y robusta que fuese la abnegacion de aquellos ministros, enterados por
la exposicion del general en jefe, que su separacion q.uedó acordada en Esparrague-
ra, á la par que cumpliesen el soberano mandato, sintieron todavía bastante al vivo
su propia humillacion, para no titubear en el partido único que les quedaba por to·
mar, se avinit:ron á hacer dejacion de sus carteras y presentaron la dimision en la
mañana del 18, circunstancia que hay que tener muy presente, aunque parezca de
poco interés, pues ella basta á dar en tierra con la calumnia propalada que la dimi-
síon de los ministros fué el resultado violento df: lé? asonada que estalló en la tarde
de aquel mismo dia, siendo lisa y llanamente la consecuencia lógica de la exposicion
del general, y de no haber admitido la gobernadora la renuncia de este.


Al saber Barcelona que el duque de la Victoria habia hecho dejacion del mando á
la par que ignoraba que no habia 'sido admitida, y que los ministros habian hecho
su renuncia, una violenta agitacion se esparció por la ciudad; corria por las calles la
voz de ¡Abajo los ministros)/ la ley de Ayuntamientos! acompañada de vítores á la
Constitucion, y creciendo el tumulto se reunieron grupos y se levantaron barricadas
en la plaza de San J uan. Seri~n las diez de la noche del 18. Algunas gentes fuéron
de tropel á la casa del general en jefe. Este les mandó dispersar y que no alterasen
el órden público. En efecto, todos se retiraron; mas temiendo nuevos desórdenes,
envió el general ayudantes á todos los cuarteles, dando avisos á las autoridades, para
que estuvieran precavidas. Salieron numerosas patrullas por las calles, y se dieron
órdenes terminantes para conservar la tranquilidad, y no se alterase el órden. To-
madas estas precauciones se fué el general Espartero acompañado del brigadier Ro-
sales, jefe de la plana mayor de la Guardia real á palacio, donde ya se hallaba el ca-




- 19 1 -


pitan general. Con este entró el Duque en la real cámara, enterando á la gobernado-
ra de lo que acababa de pasar; de las disposiciones que habia tomado hasta recibir
nuevas órdenes, ya que hallándose S. M. y el gobierno en Barcelona, no podia obrar
por sí mismo, como lo hubiera hecho sin esta circunstancia. Entonces fué cuando
María Cristina diJo al Duque que los ministros habian hecho renuncia desde la
mañana y se habían marchado.-"Señora, contestó el Duque, yo tambien he hecho
»renuncia del mando, y no por eso he dejado el puesto, y aquí me tiene V. M.
»para ofrecer mis servicios, mi espada y mi vida.n-S. M. agradeció esta espon-
taneidad del Duq ue, y le dió plenas facultades para obrar como lo tuviera por con-
veniente.


Revestido de estas facultades, fuese el general al ayuntamiento pasando por enci.
ma de las barricadas; mandó que se deshicieran estas y que se retirara la gente que
allí se hallaba, en la inteligencia que de no obedecer al momento, tomaria las medi-
das de represion que fuesen necesarias. Se dispersó la gente y quedó la poblacion en
el mayor sosiego: pasó al ayuntamiento y allí se expresó el Duque en los términos
nüs severos, echando en cara á los concejales la flojedad que habian manifestado en


.la represion del desórden, y les mandó estuviesen más sobre sí para que no se repi-
tiesen semejantes escenas. En seguida volvió á palacio para enterar á S. M. de lo
que habia hecho, y no se retiró á su casa ha~ta las siete de la mañana. Gracias á esas
disposiciones no hubo ningun exceso que llorar, y los moradores de Barcelona que
vivian léjos del teatro de ese desórden momentáneo, ignoraron hasta muy entrado el
día lo que habia habido durante la noche.


Los ministros se retiraron los unos á bordo de un buque francés que se los llevó á
PO['t- Vendres: los otros permanecieron en Barcelona. Los oficiales mayores de Es-
tado y Guerra, fLléron habilitallos para el despacho de los negocios, y fLlé nombrado
ministro de Marina D. Francisco Armero, con encargo de formar un Gabinete. Se
dirigió Armer-o al duque de la Victoria consultándole todas las personas que debia
proponer; se negó rotundamente á ello el DLlqLle, insistió Armero que le aconsejase
como amigo. Ni aún así quiso el DLlqUC entrometerse en ese asunto. Ya entonces
hizo Armero la eleccion que le parejó conveniente y propuso á la gobernadora qLle
nombrase para la presidencia con la secretaria de Gracia y Justicia á D. Antonio
Gonzalez, para Estado á D. Cádos Mauricio de Onís, para Gobernacion á D. Vicente
SJncho, para GLlerra á D. Valentin Ferraz, p~lra Hacienda á D. José Ferraz, quedan-
do el mismo Armero de lv1arina. El 19 puhlicáronse en la Gaceta los nombramien-
tos. La mayoría del lluevo Gabinete habia comb:ltido la ley de Ayuntamientos en las
Córtes, votando en contra así en el Congreso como en el Senado. El ministro de Ha-
cienda no era homhre político, y Armero pertenecia al bando retrógrado.


Sin hom03eneidad en el pensamiento político, formado sin conocimiento de los
elegidos, este Gabinete nació sin vida. Con todo fué acogido con alegría. A las ma-
nifestaciones de júbilo de los liberales de Barcelona, opusieron los retrógrados otras
manifestaciones en favor de los ministros caidos. El dia 20 al salir la gobernadora




- 192 -
de palacio, grupos que se estacionaban en la plaza rodearon el coche, llenándole de
peticiones para que S. M. resistiera á lo que pedian los liberales. Acompañaron esta
ovacion con gritos suversivos de j Viva la reina neta! j Viva la gobernadora absoluta!
j~Vluera Espartero y el progreso.' Estas vociferaciones hallaron un castigo inmedia-
to de parte de la gente que acudia al ruido gritando j Viva Espartero! A las palabras
siguieron los golpes, hubo que llamar tropas para separar los combatientes que por
fortuna no tenian armas. En este choque que dejó hondos resentimientos en Barce-
lona, aparecieron por primera vez los nombres de Da María Cristina y del general
Espartero como sím bolos de dos principios políticos opuestos.


El 21 cuando se hallaba restablecido el órden, un indivíduo enajenado de ira, ó
loco, el abogado Balmes, uno de los que se suponian autores del motín del dia ante-
rior, trabó una disputa con un l11divíduo, sacó una pistola del bolsillo y la disparó
contra la persona á quien dirigia el altercado, matando uno que pasaba Se retira en-
tonces á su casa, se asoma á la ventana y empieza un tiroteo contra la gente que se
agolpaba en la calle; mata á unos, hiere á otros. La gente se arremolina, se da en
cierto modo el asalto á la casa y queda Balmes muerto ó de mano agena, ó de la su-
ya propia, cosa no averiguada. Las conmociones populares tienen un arranque tan
violento, sus venganzas son tan rápidas que cuando llegó la tropa enviada por el ca-
pitan general á la primera noticia del tumulto, fué ya inútil si bien pudieron impe-
dir que pasara adelante.


Hallábase el general Espartero conferenciando con el ministro de Marina, cuan-
do le avisaron de lo que pasaba. Sin esperar el caballo que pidió le ensillasen, toma
el coche del ministro y se dlrige acompaí1ado de éste á la playa de San Jaime; se


. apea y va espada en mano á los grupos que allí se encontraban; les afea su terquedad
en el desórden, los manda salir de la playa, lo que consigue. En seguida sube á las
casas consistoriales, y hace las reconvenciones más ágrias al ayuntamiento por no
haber tomado las providencias que bastaran á impedir tales desmanes. Volvió al co-
che de donde no se habia apeado Armero, bien que viera al Duque abalanzarse es-
pada desenvainada contra los perturbadores, y fué á palacio para enterar á S. M. de
lo ocurrido. En aquel mismo dia se puso Barcelona en estado de sitio. Inútil reso-
lucion, efecto de la fatal tendencia que existe entre nosotros á suspender la accion
de la ley, como único medio de salvacion, siéndolo casi siempre de perdicion; abuso
odioso que hay que desarraigar de nuestras costumbres, siendo bien contados los
casos extraordinarios en que las circunstancias pueden servir de excusa á semejante
menoscabo de la ley.


Los acontecimientos que alteraron la tranquilidad de Barcelona en aquella época,
han servido para propalar las más feas calumnias, atribuyéndolo á proyectos inícuos.
Las causas de los sucesos eran evidentes, los hechos notorios, perola verdad nocon-
venia á los odios de partido, y para que se conozca á qué excesos y á qué insensatez
se entrega un partido, un documento público nos servirá de pauta, y es el despacho
telegráfico que á su gobierno trasmitió el general francés Caslfllane, y hay que creer




- 193 -
por el honor de este general que no hizo más que repetir sin discernimiento y sin
tino las vulgaridad.es que llegaban á sus oídos.


"Despacho telegráfico.-Perpiñan 22 de J ulio.- El general comandante la vigési-
»ma division militar al general comandante la décima.


"El 18 Espartero apoyado por una asonada ha obligado á la reina á cambiar sus
»ministros, designando para primer ministro á Campuzano, en consideracion de ser el
»mayor enemigo de la Francia. Perez de Castro, los demás ministros y algunos fun-
»cionarios públicos y guardias se han refugiado á bordo de los barcos franceses. Se
»les espera hoy en Port-Venlrés con otros muchos emigrados que trae el Fenicio.
»La reina ha sufrido ultrajes y se la pLlede considerar cautiva: el dictador Espartero
»ha dado las armas sin consultar el nadie á ochocientos hombres del batallon de la
"blusa. Barcelona está consternada.»


Cotéjense los acontecimientos cuales fuéron, y el despacho telegráfico, y verase con'
qué buena fé y con qué pulso enteraban á su gobierno las autoridades de la frontera,
y si bien ese sistema de difamacion ha sido constante, el despacho del general Caste-
Han e quedará como un tipo de imperdonable ligereza.


Llegó á Madrid la ley sancionada en Barcelona; mas era tal la fermentacion que
reinaba en la capital, que los ministros que habian quedado en Madrid no se atrevie-
ron á promulgada y se limitaron á decir en las Córtes que la gobernadora habia dado
su sancion á la ley. Bastó esta declaracion para que subiera de punto la ansiedad ge-
neral: el ayuntamiento y la Milicia Nacional tomaron una actitud abiertamente hos-
til' Y declararon solemnemente que no darian cumplimiento á una ley que barrenaba
la Constitucion. Todo hacia presagiar una catástrofe, la conHagracion era inmi-
nente.


El cambio de ministerio y los nombres de los nuevos consejeros calmaron de
pronto la ansiedad general. Se aplazó un rompimiento hasta conocer el resultado
del viaje de los ministros que habian salido de Madrid para Barcelona, menos el de
la Gobernacion que no admitió, en cuanto recibieron sus nombramientos. Llegaron
el dia 6 de Agosto, y se presentaron á S. M. que deseó tener por escrito el progra-
ma del nuevo Gabinete. El dia 9 lo tuvo S M. firmado por todos los ministros, me-
nos el de Marina. Las principales bases eran la disolucion de las Córtes y la suspen-
sion de la promulgacion de la ley de Ayuntamientos sancionada. La gobernadora
desechó desde luego la primera, y consintió que se quitase de real órden lo que en di-
cha leyera contrario á la Constitucion. En vano se manifestó á S. M. que en sus fa-
cultades no estaba el alterar una ley, y que para ello era precisa la cooperacion de
las Córtes; pero que el Gabinete, compuesto en su mayoría de personas que habian
combatido la ley sancionada, no podian presentar á las Córtes sino una nueva ley.
En cuanto á la disolucion de estas siendo una necesidad absoluta, formándose un
Gabinete de personas sacadas de la oposicion, no podian transigir sobre este punto:
no accediendo S. M. ú esas observaciones, D Antonio Gonzalez, presidente electo,
hizo renuncia. Sus compaí1eros no imitaron ,>u ejemplo, aceptaron con la esperan·


13




- 194-
za de vencer la resistencia de la gobernadora. Pronto perdieron esta ilusion, y se
re tiraron.


Desde los primeros dias de Agosto, ansiaba D.a María Cristina por marcharse de
Barcelona, mas las complicaciones que trajo consigo la mudanza de ministerio la
obligaron á permanecer hasta el 21. Zanjadas ya las dificultades pudo embarcarse en
un vapor del comercio que la llevó á Valencia. Acompañaban á la gobernadora los
ministros de Estado, de Guerra y de Marina, que renunciaron sus puestos en cuan-
to llegaron á Valencia: hubo nuevos nombramientos y nuevas renuncias, y este
desquicio del gobierno acabó por provocar un levantamiento, que en efecto estalló
al llegar á Madrid la noticia de un último ministerio, que colmó la medida del su-
frimiento.


Desde el dia en que la gobernadora habia salido de Madrid, la accion del gobier-
no estaba como suspendida; mas caido el ministerio, ya no existió gobierno alguno.
Los ánimos se iban encrespando más y más. En esto llegó á Madrid el dia 31 de
Agosto la noticia de la formacion de un nuevo ministerio del partido reacciona-
rio, y fué la señal para que Madrid, el dia 1.° de Setiembre, levantase la bandera de
la insurreccion.




CAPÍTULO VII.


SUCESOS DE MADRm.-CARTA DE ESPARTERO Á LA REINA GOBERNADORA.


Hemos llegado á la narracion de una de esas violentas conmociones, que por más
que se diga nunca son ni pueden ser el resultado de una miserable conspiracion ur-
dida en alguna cripta de anarquistas. Por fortuna la sociedad se halla al abrigo de
semejantes atentados, y no basta para producir esos estremecimientos sociales que
un cierto número de indidduos aislados quieran destruir un gobierno en una asona-
da. Es preciso que de antemano los gobernantes hayan abusado hasta la saciedad del
poder supremo; es preciso que hayan hacinado sobre sus cabezas odios terribles; es
preciso que sedientos de persecuciones y de venganza hayan anulado desapiadada-
mente las leyes, hollado todas las creencias generosas y lastimado millares de cora-
zones, para que un grito :le rebelion tenga eco y produzca una revoluciono Lo que
hay que admirar siempre es la paciencia, la longanimidad de los pueblos. Abrase el
libro de la historia antigua y moderna, y lo que sorprende es que gobiernos bárba-
ros, atroces ó estúpidos hayan podido durar aí10S y siglos, y que el desgraciado país
que así maltrataban y degradaban los haya sufrido.


N o dirémos que el gobierno que regia á España en Agosto de 1840, fuese ni bár-
haro, ni atroz; no era más que ciego, desatentado y débil. Con humos de energía,
los ministros no eran los jefes respetados de un bando, eran los instrumentos de este,
y ese bando queriendo seguir por seryil imitacion el sistema que veia puesto en prác-
tica en Francia, se afanaba por contrariar el desarrollo de la libertad de España. Ya
hemos visto en 1835 y 1836 pronunciamientos contra esa reaccion, acabando
con los que la promoyian: en el primero cayó un ministerio, en el segundo quedó
abolido el Estatuto real; mayores debian ser las consecuencias de un tosco pronun-
ciamiento y más amargos sus frutos, porque más osadas eran las pretensiones de




- 196 -
despojar el país de las conquistas ya hechas; se explayaban más paladinamente, y la
coalicion del gobierno y de las Córtes en esa cruzada liberticida no dejaba más ar-
bitrio que acudir á un lev<'lntamiento general contra ese poder amenazado. Como el
primero reconozco la omnipotencia de los representantes de una nacion, producto le-
gítimo de elecci011t:s libres; mas nadie podrá sostener racionalmente que una nacion
deba someterse humildemente á los mandatos de un Parlamento ilegítimo en su
orígen. Hay más, por ilusoria que sea en los gobiernos constitucionales la eleccion
de diputados, por imperfecto y muy á menudo impuro que sea el orígen de los re-
presentantes del país en esos gobiernos, mientras se conforman al punto admitido
si no aprobado por la nacion, las insurrecciones contra las leyes por malas que sean,
tendrán poco eco en el país; mas si traslimitando la raya del derecho, los guardado-
res naturales del pacto en virtud del cual E'xisten, dan el ejemplo de desgarrarlo con
mano sacrílega, el pueblo que se levanta airado contra esos profanadores,. usa del
único derecho que aún le queda contra las violencias y las usurpaciones de los reyes,
de los Parlamentos y de los ministros. El ministerio Perez de Castro borrando el ar-
tículo 70 de la Constitucion y la mayoría de las Córtes votando ese atentado, se pu·
sieron fuera de la ley constitucional, se insurreccionaron á su modo contra la Cons-
titucion, y téngase presente que con el fin de que no quedase ni la facultad de peti-
cionar, por real órden del 12 de Mayo se inhibió á los ayuntamientos de enviar re-
clamaciones contra la ley municipal. Apurados todos los medios de defender el dere-
cho por los trámites legales, fué ya ineYÍtable acudir á la fuerza, y el pueblo de Madrid
dió el grito de la Il1surrcccion que muy luego cundió á toda EspaÍ1a. Mús justo y le-
gítimo debió ser ese pronunciamiento, muy preparadQs debian de estar los ánimos,
pues no se levantó una voz para detener el curso de ese levantamiento que se verifi-
c6 en todos los úmbitos de la monarquía sin un grave desórden, sin la menor opo-
S1ClOn.


Profunda sensacion habia causado en Madrid la noticia llegada en la tarde del 31 de
Agosto del ministerio que por último habia nombrado la gobernadora en Valencia,
y en aquella misma tarde ya se notaban síntomas muy claros de lo que debia acon-
tecer al dia siguien te.


Hallábase el ayuntamiento reunido en 1.° de Setiembre, como de costumbre, ocu-
pado en sus tareas administrativas, cuando de repente se agolpan en las Casas Con-
sistoriales intlnitas personas. De entre estas salen algunas que suben, y se presentan
,<l ayuntamiento congregado. Pregunta el alcalde primero qué se quiere; explayado
el objeto de esa repentina conmocion, súpo.se que tenia por objeto enterar al ayunta-
miento que el pueblo de Madrid, convencido que desde Valencia se queria acabar
con la Constitucion y la libertad, se hallaba con la firme resolucion de no permitir
que se le arrancara lo que á costa de tanta sangre habia conquistado.la nacion. Con-
testó el Sr. D. Joaquin María Ferrer que presidia el ayuntamiento, que el pueblo de
Madrid debía contétr con la eficaz cooperaclOn del ayuntamiento para la defensa de las
instituciones y de la libertad. Serenada la gente con las seguridades explícitas dadas




_. 197-
por el ayuntamiento, se iban retirando los grupos, cuando llegó un despacho del ge-
neral Buerens, jefe político y gobernador militar de Madrid, dando aviso al ayunta-
miento de que se advertia insólita reunion de gente en varios puntos de la ciudad
S111 que se supiese el objeto de esas reuniones; lo que ponia en conocimiento del
ayuntamiento con el-fin de que tomase las precauciones que tuviera por convenien-
te para mantener inalterable el órden público, dándole cuenta de lo que determinara
para arreglar sus propias resoluciones con el pleno conocimiento de las del ayunta-
miento.


Llamó éste á los comandantes de la Milicia Nacional. Todos se brindaron con
patriótico entusiasmo en defensa de la Constitucion; en vista de esa enérgica maní-
festacion, se mandó tocar generala: con indecible ardor acudió la heróica Milicia de
la capital á sus puntos. Tambien la autoridad militar puso sobre las armas las tropas
de la guarnicion, y mandó que un batallan del regimiento Reina Gobernadora to-
mase posesion de la Casa de Correos. Lo supo la :\lilicia Nacional, y al momento el
segundo batallan de ella que se hallaba en la Plaza de la Villa, se adelantó corrien-
do, y tomó posesion de la Casa de Correos, ocupcínLiola militarmente: la tropa se
pasó á la calle Mayor, viendo ya oc~pado aquel edificio.


Sobresaltado y estremecido el general Buerens con este primer suceso, se fué á
la Villa, y se quejó amargamente de lo que estaba pasando, pidiendo imperiosamente
que se mandase retirar la Milicia. Se negó ú ello el ayuntamiento, y se declaró en
ses ion permanente, convocando ú la diputacion provincial, á los senadores y dipu-
tados tí Córtes por la provincia de Madrid. Volvió el jef-: político á exigir que se
mandase retirar la Mtlicia Nacional y dió el ayuntamiento otra negativa. Se retiraba
el jefe político de las Casas Consistoriales con :mimo sin duda de volver con fuerza
armada y conseguir con ella lo que iba negado, cuando al llegar á la puerta de la
Villa lo arresta el oficial que allí mandaba, y lo lleva detenido el una capilla con su
ayudante.


P,ISO avanzado era este; ya la insurreccion no podia detenerse, así fué que el ayun-
tamiento acordó por unanimidad diferentes proposiciones que presentó el síndico
D. Fernando Garrido, y que formaban el programa del pronunciamiento; mas en-
terado el capitan general Aldama de tan graves ocurrencias, pensó que la tropa de-.
bia intervenir para atajar sus resultados y poniéndose á la cabeza de un batallon del
Rey se encamina hácia la Villa. Tomadas estaban las ayenidas por la Milicia Nacio-
nal, pide el paso el capitan general, y le es ne~ado ; entonces manda hacer fuego, in-
trépida contesta la MilIcia, y cae el general Aldama debajo de su caballo acribillado
este tí balazos. Cede la tropa y se retira; una compahía de cazadores se acoge á una
casa vecina, mas muy luego se entrega y se une á los milicianos. N o tardó el regi-
miento entero en seguir el ejemplo de aquella compaií.ía, y asimismo los salvaguar-
dias. El general Aldama con las tropas que quisieron seguirle tomó posicíon en el
Retiro, mas viendo que los pocos soldados que le queJaban se le iban poco á poco,
evacuó el Retiro el dia 2. En el acto de emprender la mar.::ha , un batallan entero se




- Ig8-
vino á Madrid; el general Rodil tomó el mando de las tropas y de la Milicia en
nombre de la insurrecciono


El dia 2, el ayuntamiento dió un manifiesto, en el cual daba cuenta de lo ocurrido
en el dia anterior, y anunció que una junta sacada de la diputacion provincial y del
ayuntamiento quedaba instalada en la Villa, presidida por el alcalde primero, don
Joaquin María Ferrer.


No me :ietendré en los pormenores históricos de aquel pronunciamiento que son
conocidos de todos, y que se hallan en varios escritos y documentos públicos, y
llego desde luego al papel que cupo al general Espartcro en aquel suceso.


María Cristina, y los que tan fatalmente la aconsejaban, no se hicieron ilusion
sobre la gravedad del movimiento de Madrid y que cundia con la rapidez del rayo
por toda España sin hallar la menor oposicion por parte del pueblo ni de las tropas;
conociendo, aunque tarde, cUJn imprudente habia sido el desden con que se habian
desechado los consejos del general Espartero, se llegó á calcular las consecuenci<1s
de los errores cometidos, que habian provocado un levC1ntam;cnto gencral. Enton-
ces volvió los ojos D.a María Cristina hácia el general Espartero, no como á media-
dor que por medios pacíficos calmara las pasiones, y devolviera la tranquilidad al
país, mas para que usando de la fuerLa brutal anonadara la insurreccion á caño-
nazos.


La parte que tuvo el duque de la Victoria en aquellos sucesos ha sido objeto de
tantas calumnias, se han tan villanamente falsificado los hechos y mucho más las
intenciones, que hay que volver por el honor de la verdad histórica, presentando
los hechos, no sólo en la parte material, sino en su sentido genuino.


La grave y formal acusacion formulada contra el general Espartero por sus de-
tractores, es que requerido por la gobernadora d~ marchar con el ejér(;ito de su
mando contra la capital insurrecta no obedeció, como en la opinion de algunos lo
exigia la obediencia pasiva del militar, y sólo representó á la gobernadora, los in-
convenientes de tan airada resolucion.


Confieso que no soy adepto de las teorías generalmente admitidas, respecto á la
obediencia pasiva del militar. La admito, la creo indispensable enfrente del enemi-
go: la admito igualmente en el servicio ordinario de las tropas, mas la niego sin ti-
tubear en las graves agitaciones políticas de una nacion, y en las luchas ardientes
de las opiniones. ¿ Quién será el juez, se me dirú, del caso en que deba cesar la obe-
diencia pasiva del militar? El sentido comun contesta, la razon, la humanidad; tales
casos de que cada uno tiene conocimiento cabal, no es posible admitir el principio
de que la fuerza armada creada con el fin de proteger la sociedad, pueda convertirse
en verdugo ciego y furibundo á la voz de una autoridad militar en quien cabe el ca-
pricho, : el odio, la venganza, dolorosas enfermedades del corazon humano. El hom-
bre, el ciudadano, por el mero hecho de revestir el uniforme del soldado, no se ha de
convertir en una máquina pasiva de muerte.


Mas dejando á un lado teorías cuyo exámen no equivale á lo que de sí arrojan la





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práctica y los hechos, recordaré un caso que por su magnitud es conocido de todos,
yen donde se ve que la obediencia pasiva del militar, no sólo fué una calamidad pú-
blica, mas que lo fué tambien para quien siguió esa regla fatal, orígen de perpétua
proscripcion, razon por la cual no tuvo imitaciones en r848. Hablo de la revolucion
deJulio de r830en Francia.


Estalla á consecuencia de los decretos qJJe en virtud del artículo r4 de la Carta, cre-
yeron el rey y los ministros poder promulgar; el pueblo de Paris sin preocuparse de
una cuestion metafísica sobre el ejercicio legal de un artículo de la Carta, se sublevó
contra aquel gobierno, vía legítima si no fLié legal.


Un militar eminente, un mariscal de opinion opuesta d la que profesaban los mi-
nistros de Cárlos X, se hallaba reve~tido del mando de las tropas. A la vista de la in-
surreccion, siguiendo las órdenes que tenia de combatirla y de anonadarla, el maris-
cal Marmont duque de Ragusa, se apresta á la lucha; dominado por el principio de
la obediencia paSIva del militar, considera su honor comprometido en la ejecucion de
las órdenes del rey y de los ministros, reune sus tropas, acomete el pueblo insurrec-
to. El combate se empeí1a, truena laertillería, corre la sangre de los combatientes, la
guerra civil arde en Paris, y á la vuelta de tres dias de una lucha sangrienta, triunfa
la insurreccion y tres generaciones de reyes se encaminan hácia el destierro perpé-
tuo, perseguidos por la indignacion pública; la Francia contaba una revolucion más.


¿Cuál ha sido la suerte que le ha cabido al mariscal Marmont víctima de su ciega
obediencia militar, trás de la victoria del pueblo? Fu ~ maldecido por sus conciudada-
nos que le pedian cuenta de la sangre vertida en aquellos tres dias, y echádole en
cara su cruel ohediencia pasiva. El mariscal Marmont cuyo nombre se halla asociado
á las glorias militares de la república y del imperio, y tambien á los mayores desas-
tres de la Francia, VIve aún proscrito de su patria, hallándose hace muchos años am-
nistiados hasta los ministros cuyas órdenes obedeció, y sufre diez y nueve años de
proscripcion, suplicio inaudito en la edad avanzada del mariscal y que probablemente
durará CUdnto su vida, y que más que el gobierno de la Francia le impone la opinion
pública. Para mayor claridad de nuestro pensamiento y poner más de manifiesto la
fatal energía que desplegó el mariscal en el cumplimiento de lo que graduó ser su
deber, darémos algunos pormenores de las negociaciones que en medio del combate
mediaron para que desistiera el mariscal de su fatal empeño.


En lo más récio del combate, los diputados congregados en casa del Sr. Audry
de Puyraveau, uno de ellos, admitiendo la proposicion del Sr. Casimiro Perier, re-
solvieron entrar en negociaciones con el mariscal Marmont. Se nombró al efecto
una comision que la componian los Sres. Laffitte, Perier, Mauguin, Lobau y Gerard,
q u~ se encaminaron en busca del mariscal; en este paso les precedió el Sr. Arago
que algunas personas habian determinado á que se avistase con el mariscal, cono-
ciendo el imperio que ejercia en el ánimo de éste, con el fin de salvar á Paris de una
irreparable calamidad. Llegado á presencia del mariscal, éste, antes que Arago abriese
la boca, le grita con voz aIte.rada y alargando los brazos:-«No me proponga una cosa




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"que me pueda deshonrar.-Lo que vengo á proponerle, dice Arago, le honrará
"á Vd. no le pido á Vd. que saque la espada contra Cárlos X; mas dimita Vd. el
"mando, y vaya Vd. corriendo á Saint Cloud.-¿Cómo es eso, que yo ahandone el
"puesto donde me ha colocado la confianza del rey; que yo soldado ceda delante de
"paisanos insurrectos; que me conduzca de manera que la Europa entera pueda de-
"cir que nuestras valientes tropas han huido ante un populacho armado de piedras
))y de garrotes, es imposible, es imposible; ya conoce Vd. mis sentimientos, y sahe
"Vd. si yo apruebo esos malditos decretos. 01as un hado fatal pesa sohre mí, y se
))ha de cumplir.-PLlelie Vd. desmentir esa fatalidad, le dice Arago; un medio le
«queda á Vd. para borrar en el ánimo de los habitantes de Paris, los recuerdos de
"una in vas ion; Yaya, ,'aya Vd. sin demora á Sain t Clouli (1)>>.


Hé aquí la obediencia pasi\'a del militar en su fatal ce;.;ucdad; hé aquí el pundonor
del soldado en su mJ.s fclIütica exaltacion? ¿Pues de qué ha scrvido ese olvido de sí
mismo, esa abdicacion de sus propios sen timientos ante el dolor irreflexivo de la
obediencia pasiya?;,.1\. qué ha conducido ese orgullo del uniforme enfrente del pueblo
insurrecto? A que corriese mucha sangre, á perder la dinastía, y á atraer sobre el
que así subordinaba cie¿amente su opinion á la de un rey, la maldicion de sus con-
ciudadanos, el destierro, b proscripcion.


Pr;osigamos. Interrumpida por un momento la conversacion entre el mariscal y
Arago, volvió á anudarla éste con ardoroso empeño:-«Pues bien, murmuraba el du-
"que de Ragusa, esta noche \'eré lo que haya que hacer.-Esta noche exclamó
»Arago, ¡qué dice Vd.! Esta noche millares de familias se hallarán enlutadas. Esta
"noche todo estarú acabado, y sea cual fuere el éxito del combate, la posicion
"de Vd. será horrible. Vencido, es Vd. perdido; vencedor, jamás le perdonarán á
»Vd. la sangre vertida.»


En esto llegó la comision de diputados. Lafltte suplicó al mariscal que hiciese ce-
sar el derramamiento de sangre; le hizo presente cuán funesto debia ser no sólo al
país, sino al trono, ese empeño de conculcar terca y osadamente todas las leyes cons-
titutivas del país; contestó el mariscal que no era de su competencia dar una opinion
sobre la inconstitucionalidad de los decretos; que militar, so pena de infamia, debia
permanecer en el puesto donde le habia colocado la confianza del rey; que además
antes de pedir que se retirasen esos decretos, debia exigir que soltasen las armas los
paisanos; era para él cuestion de honor el no ceder:-«Vuestro honor, señor mariscal,
»interrumpió con sobresalto Laffitte, vuestro honor! mas no hay dos honores, y de
»todos los crímenes el mayor es el de yerter la sangre de los ciudadanos.»-¿Es po-
»sible que me hableis así, Sr. Laffitte, Vd. que me conoce, contesta el duque de Ra-
llgusa con voz penetrante .. qué puedo hacer ... escribir al rey ... ?» El Sr. Laffite, pre-
gunta entonces á Marmont, si tenia alguna esperanza de buen éxito, dando ese paso;


(1) Luis Blanc.-Historia de die, aÍlos de reinado.-Tomo I. pág. 241.




_. - 201 _. -


hizo el mariscal una señal negativa con la cabeza.-"En ese caso, dijo entonces Laffi-
"te, estoy decidido á lanzar mi alma, cuerpo y bienes en el movimiento (1)."


He tomado estos pormenores en la obra del mejor historiador de aquella época y
de aquellos sucesos, porque lo analógico de las posiciones del mariscal francés y del
capitan general español, me han parecido idénticos; solamente han interpretado
sus deberes militares de un modo enteramente opuesto; lo que los Sres. Laffitte y Ara-
go aconsejaban al mariscal Marmont, ya empeñado el combate, el general Espartero
lo hizo espontáneamente para no empeñarlo; la órden de María Cristina puesta en eje-
cucion hubiera sido la seÍ1al de una nueva 'guerra civil, no obedeciéndola ciegamente
el general Espartero, evitó un fatal é inútil derramamiento de sangre: antes de des-
envainar la espada representó á la gO!lernadora del reino con acendrada lealtad y no
poco patriotismo los peligros de la lucha que se iba á empeñar. Pues este acto de
civismo) de honradez, de cordura, que dos eminentes ciudadanos franceses aconseja-
ban al mariscal Marmont, ejecutado espontáneamente por el duque de la Victoria,
ha sido calificado por sus detractores de acto de rebelion; á tanto llega el espíritu de
partido.


y si á la vuelta de diez y ocho años el duque de Ragusa, no ha conseguido aún el
perdon de su obediencia pasiva, cuando obró embriagado por el humo de la pólvora
é impelido por aquella excitacion calenturienta que comunica la vista de la sangre,
los azares del combate, el ruido de las armas, ¿cuál no seria el anatema que hubiese
recaido sobre la cabeza del general Espartero si hubiese obedecido las órdenes reci-
bidas, no teniendo por excusa las circunstancias fatales en que se halló el mariscal
francés, hallándose á cien leguas de Madrid donde habia estallado la insurreccion
triunfante ya en todo el reino? Sin haber encontrado un obst,kulo, el general Espar-
tero estaba en una de esas situaciones en que la sangre fria y la ret1exion ejercen todo
su imperio; las aprovechó el Duque evitando una sangrienta cont1agracion, y detuvo
con su presencia patriótica los efectos de órdenes dadas ab irato.


A más de esas consideracion;;s cuya gravedad no ha de poder negar ningun hom-
bre de buena fé, otras razones motivaban la conducta del general Espartero, y bien
merecen que las apuntemos.


Expelido Cabrera del Maestrazgo y lanzado más allá del Ebro, el ejército del cen-
tro á las órdenes de D. Leopoldo O'Donnell, se hallaba reconcentrado en Valencia y
su provincia. Cuando la gobernadora hubo determinado ir desde Barcelona á Valen-
cia, el general Espartero suponiendo que el viaje seria por tierra, destacó de su propio
ejército una division de tropas escogidas para proteger el camino, division que fué
luego á incorporarse con el ejército del centro. Si pues se queria á todo trance com-
batir la insurreccion, allí estaba el ejército del centro mucho más á la mano que el
de Cataluña, pues además de estar mandado por un general de bien conocidas opi-
niones contrarias á la insurreccion, más cerca de la capital sin tener que someter


f¡) Louis Blanc, tomo 1.




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ningun pueblo de importancia para llegar á Madrid, ¿por qué pues, cuando es de todos
sabido que en semejantes circunstancias la prontitud de la represion es la primera
condicion del triunfo, se desechó la cooperacion del general O, Donnell y de su ejér-
cito, para llamar el de Cataluña á doble distancia de la capital, y teniendo que sofo-
car la insurreccion de Zaragoza sublevada, y que por el bien conocido valor de sus
moradores hubiera hecho una defensa desesperada? Debíase dejar Zaragoza insurrec-
ta para marchar á Madrid, ¿y por qué razon? Madrid no es en España lo que Paris
en Francia; en Paris se deciden todas las cuestiones de la nacion. N o así Madrid,
las huestes imperiales se apoderaron de Madrid y en sus muros estacionaron largo
tiempo sin que la guerra por eso perdiese nada de su cruda fiereza. En 1835 y 1836,
bien que todo el reino estuviese pronunciado, pudo el gohierno tener Madrid sujeto,
y los pronunciamientos al fin triunfaron: en r843 al contrario, Madrid negó su co-
operacion al pronunciamiento luchando contra la insurreccion, yal fin sucumbió;
mas lo que querian los consejeros de la gobernadora, era que el general Espartero
fuese el instrumento de sus planes reaccionarios ya que no huhiese conseguido su
adhesion en Esparraguera ni en Barcelona. Se creyó que subordinaria sus principios
políticos á lo que se llama el deber militar, y se equivocaron; el general EspartE'ro
ante todo quiso ser buen ciudad;-¡no y prudente consejero del Trono.


El coronel Paniagua llegó á Barcelona portador de la real órden del 5 de Setiem-
bre por la cual se mandaha al duque de la Victoria que marchase contra Madrid el la
cabeza del ejército. Hé aquí la contestacion del Duque:


«Seí10ra: Con la franqueza y lealtad de un soldado que jamás ha desmentido ser
»todo de su reina y de su patri;-¡, he manifestado á V. 1\1. en diferentes ocasiones
llcuanto convenia á su mejor servicio, á la prosperidad nacional combatiendo noble-
»mente á los enemigos que bajo cualquiera forma han maquinado contra el órden
»establecido; pero una pandilla cuyos reprobados fines habia logrado sofocar por mis
llpúblicas representaciones y el fuerza de señalados triunfos en los campos de batalla,
»ha seguido constantemente en sus trabajos empleando el maquiavelismo y la falaz
»intriga para hacerme desmerecer del justo aprecio que V. M. me habia dispensado,
))consiguiendo enyoher á esta magnáninl'] nacion en nuevos desastres, en nuevas
»sangrientas luchas, cuando la voz de paz tenia enajenados de gozo á todos los es-
»pañoles.


"La creencia de haberme retirado V. M. su confianza, tuve ocasion de expresarla
»en r 5 de Julio al hacer la renuncia de todos mis cargos, y aunque el presidente del
»Consejo de ministros de aquella época tomando el nombre de V. M. seí1aló un he-
»cho para convencerme de lo contrario, no podia yo quedar satisfecho porque los
»motivos que expuse á V. M. recibieron mayor grado de fuerza no Siendo rebatidos,
»y admitiendo el Gabinete el peregrino enc;-¡rgo de hacerme saber la negativa de la
»dimision, no obstante, que justifiqué en ella habia dispuesto V. M. reemplazarlo con
»otro que satisfaciese más el espíritu de los pueblos, previniendo los males que anun-
))ciaban las diferentes situaciones y juicios pronunciados.




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))Yo debia hacer un nuevo sacrificio por mi reina y por mi patria resignándome á
»continuar á la cabeza de las tropas, puesTo que se creyó necesario, aunque ya sólo
»conservé una débil esperanza de que no llegasen á tener efecto mis funestas predic-
"ClOnes.


»Los pueblos más considerables de la monarquía por medio de sus corporaciones,
"y la Milicia Nacional de muchos puntos habian acudido á mí, porque los títulos de
})gloriosos sucesos que consolidaron el trono de yuestra excelsa hija, creyeron me
"habian de conceder la accion de hacer indicaciones por el bien general, que fuéron
"acogidas favorablemente: todo su deseo áa que la Constitucion de 1 ~37 no se me-
),noscabase ni infringiese por un gobierno de quien todo 10 temian en vista de
"su marcha, notable por las escandalosas remociones de funcionarios públicos, por
»la indebida disolucion de unas Córtes que acababan de constituirse, por la inter-
»vencion en las elecciones de nuevos diputados y por las leyes orgcí.nicas que some-
"tieron á su deliberacion.


)JA estas auténticas demostraciones se unia el conocimiento que mi posicion me
"permitia tener del estado de las cosas, sus relaciones y necesarias consecuencias, y
»convencido por lo tanto de la imperiosa necesidad de impedir los males, hice pre-
"sente á Y. ;\1. la conveniencia de que en uso de sus prerogativas, acordase un cam-
"bio de Gabinete capaz de salvar la nave del Estado, idea que admitió Y. 1\1. bajo el
.. compromiso de que yo aceptase la presidencia, y que no rehusé por ver asegurada
})la tranquilidad pública y satisfecho eluncí.nime deseo de los buenos españoles que
.. constituyen la inmensa mayoría de la nacion .


.. Rechazado mi programa sin duda porque sus principales bases consistian en la
.. disolucion de las actuales Córtes, y en que los proyectos de le:' que les habian sido
.. presentados, se anulasen negJndose la sancion, sabe Y. J\1. todo cuanto movido del
»mayor celo expuse en las varias conferencias que me permitió luego que terminada
»gloriosamente la guerra contra los rebeldes armados, se me hizo saber el deseo de
.. Y. M. de que me presentase en Barcelona, insistiendo particularmente en la conve-
»niencia de que no fuese sancionada la ley de Ayuntamientos, pues que siendo con-
»traria á lo expresamente determinado sobre el particular en la Constitucion jurada,
"temia que se realizasen mis pronósticos.


"El tenaz empeílO de los cohardes consejeros de Y. M., lanzó con su imprudente y
"precipitada medida la tea de la discordia, poniendo en combustion á esta industrio-
"sa capiud, pero cllId,mdo de salnr todo peligro abandonando sus puestos con una
»::mticip;:¡da dimision para ir ::11 extranjero á derramar el Hneno de la calumnia. Su-
"poniendo autor al que habia procurado conjurar el lTlaL y que ya manifiesto evitó
"las terribles consecuencias que sin duda provocaron, esperaban tambien estos viles y
"bastardos españoles que aparentando hipócritamente adhC'sion á la ley fundamen-
»tal del Estado consideran un crímen se proclame este principio beber la sangre de
))sus fieles sostenedores, bajo el pretexto de anarquía que ellos concitan y fraguan
.. rastreramente en el club á que están afiliados.




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204-


»V. M. en aquellos críticos momentos debió ser impulsada únicamente de su na-
»tural bondad en favor de un pueblo dign) por sus virtudis y señalados servicios de
"que sea considerado y satisfechas sus justas exigencias. Así se creyó en vista de los
"reales decretos de nombramientos de nuevos ministros hechos en personas de cono·
"cido espc:ñolismo, amantes de la Constitucion jurada del trono de vuestra augusta
"hija y de 11 regencia de V. M., y á excepcion de uno que renunció el cargo, todos
"los demís hicieron el sacrificio de aceptarlo poniéndose en marcha para ofrecer sus
"servicios á la Corona, celosos de su lustre y de la prosperidad del Estado. Sus prin-
"cipios eran bien conocidos, y no era posible que contra ellos y sus propias convic-
"ciones siguiesen la torcida marcha de los que les precedieron Por esto la nacion se
"entregó á la grata y lisonjera esperanza del porvenir dichoso que tanto anhela. Por
"esto, se110ra, en públicas exposiciones se consideró un medio de salvacion el pro-
"nunciamíento de Barcelona, reprobado sólo por los enemigos de V. M. y de la Cons-
"titucion, y por los que no late en sus pechos el sentimiento de independencia na-
"cional que ha de constituir nuestra ventura.


nEl programa que los ministros electos presentaron á V. M. no podia ser mc1S
»justo ni más moderado; pero los dias trascurridos debieron servir á la pandilla
"egoísta y criminal para mover nuevos resortes, y hacer creer á V. M. que debia lle-
"varse adelante el sistema que aplanó al anterior ministerio; y ni esta consideracion,
"ni las razones empleadas con elocuencia, verdad y sana intencion sirvieron para
"que las bases fuesen admitidas, las renunCIas se fuéron sucediC'ndo por consecuen-
»cia forzosa; la nacion quedó sin gobi.:!rt1o constitUldo despues de una tan prolon-
"gada crísis, siguiéronse otras elecciones, y los antecedentes de algunos, todo, seúora,
"fué la seúal de alarma en la capital del reino, alarma que ha encontrado eco en Zara-
"goza, y que será muy probable cunda en otras provincias.


»Acompaño á V. M. una copia de la comunicacion que me ha dirigido D. Joaqiun
"María Ferrer, presidente de la junta provisional de Madrid y otra de la contestacion
"que he creido necesario dar: en el pronunciamiento que se ha verificado ya, ha sido
"vertida sangre, el objeto se me dice no es otro que el de sostener ilesos el trono
"de Isabel, 13 regencia de V. M" la Constitucion del Estado y la independencia na-
"ciona!.


"Yo creo, señora, que tales son los principios que profesa V. M.; pero en un go-
"bierno representativo son todos los consejeros de la Corona, como responsables de
"los actos, los que se necesita que ofrezcan las seguridades que con tanta ansiedad
»se han esperado, y siendo un hecho que los elegidos, despues de la aceptada dimi-
"sion del Gabinete Perez de Castro, y que podian satisfacer aquella ansiedad, tuvie-
"ron que retirarse por no suscr:bir á la promulgacion de la ley de Ayuntamientos
))contraria á la Constitucion, se descubre el motivo que ha impulsado el lamentable
"y sensible movimiento que ha puesto en conflicto á V. M., y que afecta mi corazon
"aun cuando hace mucho tiempo lo tenia predicho. Los medios de reprimirlo creen
»10s ministros que están alIado de V. M. que es hacer uso de la fuerza del ejército,




"=""' 205 -


))segun la real órden que se me comunica con fecha 5 de este mes, y al efecto se me
nelige á mí que no he perdonado ningun medio para evitar llegase el dia de tan ter-
nrible prueb,a que podrá comprometer para siempre el órden social, hacer que corra
»á torrentes la sangre, malograr un ejército que nos hace respetables, y perder el
nfruto de las señaladas glorias que han aniquilado á las huestes con que el rebelde don
"Cirlos creyó usurpar el trono y levantar cadalsos para sacrificar á los que le han de-
.,fendido y conquistado la libertad.


»Por esto, y por lo que V. M. me dice en su carta autógrafa de la misma fecha que
nhe tenido el honor de recibir, observo que por tales sucesos han hecho concebir
"á V. M. el temor que peligra el trono, creo es un deber sagrado tranquilizar en esta
»parte á V. M , haciendo con nobleza y con la honradez que acostumbro las obser-
llvaciones que me sugiere mi lealtad y patriotismo, por si logro inclinar el ánimo
»de V. M" á que dando fé á mis palabras acuerde los medios de salvacion únicos, que
»con justicia me parece se deben adoptar. Por el relato de esta exposicion se eviden-
»cia, sin hacinar otros antecedentes, que la direccion de los negocios no ha llevado el
),sello de la prudencia y la imparcial justicia que hace fuertes y respetables los go-
» biernos; el empeño ha sido constante desde la disolucion de las anteriores Córtes,
"de desacreditar al partido liberal, denominado del progreso, estableciendo un siste-
nma de proteccion exclusiva en favor del otro partido llamado moderado que se pro-
»curó aumentar con personas de precedentes sospechosos, y haciendo patrimonio
nde esta fraccion todos los principales destinos del Estado. Así, señora, ni puede ha-
llber armonía, ni confianza, ni conseguirse que la paz se restablezca tan sólidamente
»como debia esperarse despues de terminada la gUí:rra.


nAl partido liberal se le ha calumniado además por los corifeos del otro, suponien-
»do que conspiran contra el trono y la Constitucion, y que no son otra cosa más
nque anarquistas, enemigos del órden social, y no pocas veces se han fraguado aso-
nnadas y motines para corroborar este malhadado juicio, pero que no han produci-
ndo ningun efecto porque los hombres han penetrado á fuerza de desengaños el orí-
ngen y la tendencia: los abortos han sido una consecuencia precisa, porque la falta
»de motivo hacia imposibles combinaciones generales que tampoco estaban en los
Hintereses de los motores el ensayar so pena de convertirse en daño propio. Así
)Jahortaron los alborotos de Madrid y de Seyilla en los últimos meses del año 1838, y
»mis representaciones á V. M. de 28 de Octubre y 6 de Diciembre debieron conven-
"cer por qué manos fuéron aquellos dirigidos y cuál el opuesto fin á que eran enca-
»minados; entonces se faltó sin ningun pretexto al gobierno constituido de V. M., y
»cuando estaba la guerra en su mayor incremento, lo cual hubiera podido inutilizar á
»los defensores de la justa causa, permitiendo el triunfo al bando rebelde.


»En el dia yo considero los pronunciamientos hasta ahora demostrados bajo una
»faz muy diferente. No es una pandilla anarquista que sin fé política procura sub-
"vertir el órden, es el partido liberal que vejado y temeroso de que se retroceda al
»despotismo, ha empuñado las armas para no dejarlas sin ver asegurado el trono de




- 206-


»vuestra excelsa hija, la regencia de V. M., la Constitucion de 1837 y la independen-
»cia nacional: hombres de fortuna, de representacion, de buenos antecedentes, se
»han empeñado en la demanda, y lo que más debe llamar la atencion es que cuerpos
ndel ejército se han unido espontáneamente, sin duda porque el grito proclamado es
»el que está impreso en sus corazones, y por el que han hecho tan heróicos esfuer-
»zos y presentado sus pechos con valor y decision al plomo y hierro de sus venci-
»dos enemigos; por otra parte no tengo noticia de atropellamiento, ni crímenes de
»aquellos con que se marca el desórden de la anarquía.


» Estas consideraciones y otras muchas que omito por no molestar demasiado la
»atencion de V. M., creo que debieran pesarse antes de llevar á cabo un rompimien-
»to en que los hijos con los padres, los hermanos con los hermanos, los españoles con
»españoles fuesen impelidos á renovar sangrientas luchas por unos mismos princi-
»pios, despues de haber consentido en abrazarse libres de la ferocidad del enemigo co-
»mun que sostuvo la encarnizada lucha de siete años, y ¿quién asegura de que esto
»llegue á realizarse aunque la ciega obediencia conduzca á tan sensible combate al
»que mande la fuerza? ¿ Se ha olvidado lo que sucedió al general Latre al dirigirse
»sobre Andalucía? ¿ N o acaba de unirse la guarnicion de Madrid al pueblo madrile-
»ño abandonando á su capitan general? Y si tal sucedic:se con los cuerpos que man-
»dase Ó condujese, ¿qué seria de la disciplina, qué del ejército? Si yo marcho á Madrid,
»llevaré el cuidado de lo que pueda suceder con las demás tropas en el estado de fer-
»mentacion en que se hallan los pueblos. Si mando un general de mi confianza, su
lJcompromiso es terrible y muy dudoso que el soldado se bata contra compatriotas
»que les abrirán los brazos, diciéndoles:-La causa ce mi empeí10 es la misma por que
»habeis derramado vuestra sangre y sufrido las inauditas penalidades que hacen glo-
»rioso vuestro nombre.


»V. M., como prenda para que recupere su confianza mayor que nunca, me dice
»que me decida á defender el trono libertando á mi país de los males que le amenazan.
» N Llllca, señora, me he hecho digno de que V. M. me retirase su aprecio, mi sangre
»derramada en los combates, mi constante anhelo, todo mi sér consagrado á la con-
»solidacion del trono y á la felicidad de mi patria, la historia en fin de mi vida
»militar, no dicen nada á V. M. ¿ es necesario que pruebe ahora la fé de mis
»juramentos satisfacien4o, tal vez, los conatos aleves de esos hombres que sin los tí-
»tulos que me envanezco de tener, han conseguido qu~ V. M. se manifieste sorda á
»mis indicaciones y escuche sus insidiosas tramas? Yo creo, seÍ10ra, que no peligra
»el trono de mi reina, y estoy persuadido que pueden evitarse los males de mi país
»apreciando los consejos que para conjurarlos me parecia deber dar á V. M. Todavía
))señora, puede ser tiempo; un franco manifiesto de V. M. á la nacion ofreciendo que
»la Constitucion no será alterada, que serán disueltas las Córtes, y que las leyes que
nacordaron se someterán á la deliberacion de las que nuevamente se convoquen,
»tranquilizará los ánimos, si al mismo tiempo elige V. M. seis consejeros de la Co-
»rona de concepto liberat pero justos y sábios.




-2°7-
»Entonces no lo dude V. M., todos los que ahora se han pronunciado disidentes


»depondrán la actitud hostil, reconociendo entusiasmados la bondad de la que fué
»siempre madre de los españoles; no habrá sangre ni desgracias, la paz se verá afian-
»zada, el ejército siempre victoreado conservará su discIplina, mantendrá el órden y
»el respeto á las leyes, será un fuerte escudo del trono constitucional y podrá ser
»respetada nuestra independencia, principiando la era de prosperidad que necesita
nesta trabajada nacion en recompensa de sus generosos sacrificios y heróicos esfuer-
,¡zos, Pero si estas medidas de salvacion no se adoptan sin pérdida de momentos, di-
"fícil será calcular el giro que tomarán las cosas y hasta dónde llegarán sus efectos,
"porque una revolucion por más sagrado que sea el fin con que se promueve, no será
»extraño que la perversidad de algunos hombres la encaminen por rumbo contra-
»rio moviendo las masas para satisfacer criminales y anárquicos proyectos. Dígnese
»V. M, fijar toda su considerdcion sobre lo expuesto pJrJ que su resolucion sea la méiS
»acertada y feliz en tan azarosas circunstancias.-Barcelona 7 de Setiembre de 1840.
»Señora, A L. R. P. de V, M.- El duque de la Victoria,»
¡ Era preciso dar por extenso este documento á pesar de ser bastante largo y bien
conocido, porque pinta perfectamente la posicion del general Espartero, á la par que
es la mejor refutacion de cuantas calumnias se han fraguado contra la reputacion
de aquel por su conducta en esta circunstancia. ¿Quién puede con visos de razon ha-
llar en esa exposicion de hechos y de razones una palabra vituperable, un asomo
de pensamiento de rebelion, la negativa de obedecer? El general Espartero, llamado
á resolver por 1:1 fuerza material un caso grave, gradsimo, antes de dar cumplimiento
á una órden de cuya ejecucion debia resultar un conflicto terrible, señala respetuo-
samente los inconvenientes, los peligros de una resolucion airada, emite su opinion,
indica el medio de salir pacíficamente de tan duro aprieto y no pasa adelante,
!'pues qué el derecho de representacion está inhibido á un general en jefe en la situa-
cion en que se hallaba el duque de la Victoria? ¿Y si es un derecho inherente á todo
ciudadano, ¿cómo pasar su ejercicio como un acto de rebelion, por hallarse quien lo
ejerce en posicion más encumbrada, cuando por lo mismo tiene deberes más sagra-
dos para con el país y para con el trono en los países monárquicos?' ¿l\Iás que otros
tiene motivo para conocer el estado de la nacion, y los peligros de una resolucion
imprudente, y más autoridad para que se oiga su voz; y por último, el general Es-
partero expuso su dictámen á la gobernadora con todo acatamiento, y esta, al recibir
la exposicion del Duque, podia exonerarle del mando, darle un sucesor, yempren-
der la solucion del problema del modo que lo deseaba.


Vitupere quien quiera la conducta del duque de la Victoria en aquella ocas ion;
confieso que me precio de entender los deberes de un jefe militar en los conflictos
políticos, como lo interpretaron los dos eminentes france~es, cuyas palabras he re-
producido, dirigidas al duque de Ragusa, opinion que la Francia ha sancionado,
manteniendo el destierro del desgraciado mariscal, víctima del pundonor militar
y de la obediencia pasiva; y por colmo de infortunio, Marmont tuvo el dolor de ver




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arrancada ignominiosamente su espada por manos de aquellos mismos en cuyo servi-
cio la sacara. «En San Cloud la palabra traicion era el eco de las maldiciones que
"llenaban Paris contra el que habia hecho verter tanta sangre durante tres dias en
»nombre del deber militar; así fué dos veces maldecido, por aquellos en favor de
;'quienes combatió y por aquellos contra quienes combatió (1 ).Il


Lo mismo hubiera conseguido el general Espartero. Si hubiese marchado contra
la insurreccion, el ejército no le hubiera obedecido, y la gobernadora lo hubiera
abandonado.


(1) Louis Blanc.-Historia de die~ años de reinado.-Tomo 1.




CAPÍTULO VIII.


ESPARTERO PRESIDENTE DEL CONSEJO DE MINISTROS.-DOÑA MARÍA CRISTINA RENUNCIA Á
LA REGENCIA.-ESPARTERO REGENTE DEL REINO.


El manifiesto del general Espartero puso coto á los proyectos de violencia y de
combate. La gobernadora accedió por último á los prudentes consejos que le tenia
prodigado con tanta antelacion, y nombró un ministerio de liberales. Tardía conce-
sion: estos, en presencia del país sublevado, y regidas las provincias por juntas in-
surreccionales, no tuvieron por conveniente aceptar el ministerio. Entonces fué
cuando la gobernadora se decidió á nombrar al general Espartero presidente del
Consejo con encargo de formar el gabinete. Algunos pírrafos de la real órden de
nombramiento merecen reproducirse, porque son una contestacion de oficio á cuan-
tas calumnias se han inventado contra el duque de la Victoria respecto á aquellas cir-
cunst8ncias. Muy léjos de considerar la contestacion del Duque como un acto de re-
belion, la gobernadora recuerda y encomia la lealtad y el patriotismo del general
Espartero, y en aquel momento María Cristina estaba exclusivamente rodeada de
adversarios políticos, y enemigos personales del Duque, á cuyos sentimientos se
hacia justicia, aunque tarde.


A los españoles) la regencia provisional del reino.
«Restituida á la capital nuestra augusta reina D. a Isabel II y constituido el gobier-


))no Jctual, los indivíduos que la componen no pueden menos de dirigirse <í sus con-
"ciudadanos al tiempo de empezar á desempeÍ1ar el encargo que la Constitucion les
))confia. N o cierta mente para presen tar planes de mejoras, esperanzas de prosperi-
))dad que sólo se realizan á fuerza de tiempo, de tranquilidad y de sosiego, sino para
))manifestar con la franqueza que corresponde á su carácter y con la entereza propia
"de su posicion, el pensamiento que los anima, y el principio de conducta que en


14




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»1a corta duraclOn de su autoridad se han propuesto seguir y están resueltos á de-
"fender.


"A nadie parecia ya posible que la nacion se salvase de la red en que la tenia n en-
"vuelta los enemigos de sus derechos; ocupados tenian todos los resortes y medios
"de gobierno: dominando exclusivamente en los Cuerpos legislativos por medio de
"mayorías facticias artificiosamente combinadas; entregados los ministros á ciegos
»esclavos suyos y lo que era aún más triste, reducido y enconado á fuerza de suges-
»tiones insidiosas el poder supremo del Estado.


"Ya los españoles veian venir el momento de repetirse el escándalo del aÍ10 14, Y
"por descanso de siete años de fatigas y de combates y por recomrensa á su constan·
lIcia, á su fidelidad y servicios, contemplábanse atados otra vez al yugo de la servi-
»dumbre con los lazos formados por su misma lealtad .. ,


"Constitucion pues rigorosamente observada, respeto religioso á la ley, son los
»principios únicos y exclusivos del gobierno actual...


"J efe es del Gabinete actual el que lo es tambien de los ejércitos nacionales; el que
"en cien combates que ha dado á los encarnizados enemigos del trono de Isabel 1I y
"de los derechos del país, no aspiraba á otra gloria ni á otro premio que á dejar sen-
lItada la prosperidad de su patria sobre la base de una Constitucion liheral á cuya
"sombra pudiese él mismo deponer su espada y descansar de sus fatigas ...


"Madrid 2 de NO'v'lembre de 184o.-EI dU'-1ue de la Victoria.-Joaquin María Fer-
"rer.-Alvaro Gomez Becerra.-Pedro Chacon.-Agustin Fernandez Gamboa.-Ma-
»nuel Cortina.-Joaquin de Frias."


Venia á ser esta real órden la re:-llizacion de lo acordado en Esparraguera; i mas
cuán diferentes eran los tiempos! En Junio el país, aunque agitado, conscrvi1ha un
estado normal, y ahora lo dominaba una revolucion triunfante, cuyas consecuencias
se agravaban de dia en dia. Aceptada la mision que le confiara la gobernadora, pi-
dió el general Esp:utero marchar directamente ,1 Madrid para combinar la forma-
cion del gabinete, que debía presidir. Otorgada esa autorizacion, marchó el Duque á
Madrid, donde llegó el día 2~) de Setiemhre.


Toda revolucion anda de prisa, y se pierde pr{)J1to de vista el punto de arranque:
las exigencias suben y se formulan con una rapidez espantosa; idéntico rumbo llevó
el pronunciamiento de Setiembre; mas con todo, era tanta la sensatez que descolla-
ba en la generalidad de la nacion, que se castigaron en Madrid con una severidad
excesiva delitos de imprenta. De la creacion de juntas en cada provincia, y de la re-
sistencia que hallaba el movimiento en el gobierno que aún existia en Valencia, salió
el pensamiento de una junta central, de un'a co-regencia y la disolucion entera del
Senado; proyectos puramente teóricos de una revolucion triunfante, que no pasa-
ron de proyectos, y que en efecto no se obtuvieron. Es evidente que la gobernado-
ra hubiera podido con suma facilidad evitar esa confiagracion, contentando consti-
tucionalmente al partido progresista, que de seguro no es acreedor al nombre de
revolucionario. Enterado el general Espartero de las pretensiones de los delegados




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para la junta central, deslindadas en dos representaciones de 30 de Setiembre y
de 15 de Octubre, contestó que la necesidad de una ca-regencia no existia, teniendo
la gobernadora ministros adictos á la Constitucion, y que la disolucíon de todo el Se-
nado era contraria á la Constitucion; bandera del movimiento, por tanto, que no ad-
mitiria ni una ni otra de esas dos exigencias. Bastó esta negativa para que no se in-
sistiera; la junta central de hecho no existió nunca, y muy luego se olvidó hasta
su nombre.


En cuanto el la junta de Madrid, enterada del nombramiento del general Esparte-
ro, publicó un programa de sus ex.igencias; meÍs modestas aún que las de los delega-
dos á la junta central. Se limitaba á pedir que la reina diese un manifiesto repro-
bando los actos y consejos del anterior ministerio; que se alejasen de palacio los altos
funcionarios de la servidumbre que rodeaban el la gobernadora; que se retirase la ley
de ayuntamientos; que se disolvieran las Córtes, y que se convocasen otras con po-
deres especiales para consolidar el pronunciamiento y sus consecuencias.


Todas esas manifestaciones que no pasaban de generalidades asaz triviales, ni por
asomo tenia n carácter revolucionario, y ninguna diticultad grave presentaban. N un-
ca hubo triunfo popular con intenciones más inocentes, y se pudiera con razon decir
del pronunciamiento de 1840, que fué mucho ruido para poca cosa.


Acogido en Madrid con sumo entusiasmo, el general Espartero se ocupó al momen-
to de dar fin á esa agitacion papelera de proclamas y de programas. Reducido el pro-
nunciamiento á una lucha Lle palabrería, rayaba en lo ridículo, y entre tanto la gober-
nacion del reino, entregada el 13s jun tas de provincias, desq uiciaba la monarquía por
falta de una direccion central; el 3 de Octubre ya quedó formado el ministerio que
lo componian las personas cuyos nombres siguen:


Presidente sin cartera, el general Espartero.
Estado, D. Joaquin María Ferrer.
Gobernacion, D. Manuel Cortina.
Gracia y Justicia, D. Alvaro Gomez Becerra.
Guerra, el gencral D. Pedro Chacon.
Hacienda, D. Agustin Fernandez de Gamboa.
Marina, D. Joaquin Frias.
Acordados estos nombramientos, fuéron enviados los decretos á la aprobacion de


la gobernadora; la dió S. ~1. al momento, y en cuanto llegaron á Madrid, salieron
los nuevos ministros con direccion á Valencia, donde llegaron el dia 8 por la noche:
acto contÍnuo puso el duque de la Victoria en conocimiento de la gobernadora su lle-
gada) fa de sus compaí1cros, solicitando la honra de ser admitidos en la presencia de
su majestad. Contestó esta que recibiria todos los ministros á las once y media de la
noche; así se efectuó, y cumplidas las ceremonias de etiqueta, el duque de la Victo-
ria tomó la palabra para expresar á S. M. que los ministros estaban á su disposicion
para dar el juramento y tomar posesion de sus puestos, con ánimo de hacer todos
sus esfuerzos con el fin de devolver la tranquilidad al país, empresa árdua de la que




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era preciso ocuparse sin demora. Preguntó D.a María Cristina si traian ya formu-
lado el programa de su futura administracion, deseando ante todo conocer cuál seria
éste. Fué contestado á S. M. que no habia habido tiempo, y se acordó que le seria
presentado al dia siguiente, seí1alando la una y media para recibirlo.


El programa no estaba aún pronto á dicha hora; fué el ministro de la Guerra á dar
aviso de esta dilacion á S. M., la cual tuvo á bien señalar la hora de n.ueve y media
para recibir los ministros. Ya reunidos en el real aposento, el ministro de la Gober-
nacion dió lectura del programa firmado por todos los secretarios del despacho; nin··
gun óbice puso S. M., y en seguida les exigió el juramento, dejando para más' ade-
lante ocuparse del programa, citándolos para el dia siguiente á las once de la noche.


Retirábanse todos los ministros, cuando S. M. detuvo al general Espartero. Ya
una vez solos, la gobernadora manifestó al Duque q Lle tenia tomada la firme resolu-
cion de dejar la regencia y alejarse de España, impelida á esto por todo lo que se ha-
bia escrito en mengua suya, y que además necesitaba reponer su quebrantada salud,
y dió fin el esta manifestacíon diciendo al general que le confiaba la guardia de sus
hijas, y le exigia la palabra-de no abandonarlas jamás.


Atónito, aterrado al oir semejante manifestacion, que nada anteriormente habia
hecho presentir, el general Espartero calculó de golpe toda la gravedad de su posi-
cion personal. VLlelto de su primera sorpresa:-"Seí10ra, dijo el general á la reina, no
puedo creer que sea esa una reso.lucion irrevocablemente tomada; me parece que
V. M. cede con sobrada facilidad á impresiones dolorosas ciertamente, mas que son
inseparables del rango y de la potestad suprcma.-No, replicó S. M., los últimos su-
cesos han podido tal vez fijar y apresurar la realizacion de mi propósito, pero hace
mucho tiempo que lo tengo pensado.- Permítame V. M. replicó el general, que le
diga con la franqueza de un soldado leal, que en todo esto hay una cosa que con so-
brado motivo me sorprende cruelmente. V. 1\1. sr: ha dignado llamarme aquí sin
darme conocimiento de la resolucion que tenia tomada, y que ahora se sirve comu-
nicarme. Si el respeto no me lo prohibiese, (tiria que hay en esto una especie de
traicion, porque es bien seguro que si hubiese tan siquiera sospechado la existencia
de semejante proyecto, no tendría la honra de hallarme ante V. M., y no hubiera
aceptado el puesto que la gra\"(~dad de las circunstancias, y mi adhesion á V. M., al
trono de vuestra excelsa hija y ú las instituciones me han hecho aceptar.-Lo creo
así, dijo S. M., Y es precisamente el motivo por el cual nada dije; mas cuento tan á
ciegas con tu fidelidad y tu adhesion á mi hija, que no titubeo en confiarte su guar-
da; bien sabia de antemano que tus debere~ serian antes que todo.~Señora, dijo el
general profundamente conmovido, permítame V. M. que la observe que si deberes
tengo como general y como español, otros mucho más sagrados tiene V. M. como
reina y como madre.-i\lira, Espartero, contestó la reina, no te canses, conozco á los
reyes; dentro de dos aí10S mi hija empezar,í á recelarse de mí, á odiar mi autoridad,
más vale que nos separemos antes q L1e esto suceda. -Cuando esto fuera cierto, seño-
ra, y q Lle la autoridad de la gobernadora pesara á la reina, nadie puede suplir la falta




- 213-


de la madre para con la hija.-Acabemos, Espartero, mi resolucion es irrevocable; te
confio el cuidado de mis hijas y la defensa del trono; eres su mejor y primer defen-
sor, estoy bien segura que les serás religiosamente fiel como general y como espaí101.
-Señora, V. M. me hace justicia contando con mi fidelidad,'pero una vez más diré que
no puedo figurarme que V. M. quiera insistir en su propósito, cuyas consecuencias
pueden ser tan funestas al país, al trono y el vue~tra augusta hija))- Más de una hora
duró esta conferencia. Combatió el general el proyecto de la gobernadora por cuan-
tos medios pudo hallar en su acendrada lealtad, tal vez mc1S allc1 de lo que exigia su
dignidad personal de hombre y de general.' Tojo fué inútil, permaneció la goberna-
dora inmutable á su propósito.


Al separarse de la gobernadora fué el general á avistarse con sus colegas, él quienes
dió parte de la resolucion de S M.: tan sorprendidos quedaron estos como el general
al oirlo de boca de la gohernadora, y acordaron que en la conferencia de la noch e
se intentaria por todos los medios disuadir á D. a l\brÍa Cristina de su proyecto:
esta conferencia duró CLlatro horas, las dos primeras fuéron exclusivamente emplea-
das en combatir la resolucion de la gobernadora. Se apuraron en V ,111 o los medios de
persuasion; los ministros hablaron de renunciar sus carteras, hab iendo admitido el
peso del gobierno pZlrtiendo de un supuesto que ya no existia, si S. M. se empeñaba
en llevar adelante su resolucion. Contestó S. "'1. que ante todo habia querido, con la
formacion del ministerio, dejar al país un gobierno legal y constitucionalmente or-
¡..;anizado, dehiendo el ministerio ejercer pro\'isionalmente la regencia hasta que las
Córtes nombrasen una dc11nitiva: que quedando el gobierno en manos de personas
que merecian la confianza del país, no hahia que te mer las, desgracias que allí se va-
ticinaban: hablaron en contra varios de los ministros, y tomó por último, el general
Espartero la palabra, y sacando de su posicion peL-;onal nuevos argumentos que pu-
diesen conmover el corazon de la gobernadora, recordó sus serYicios coronados por
la fortuna y la victoria, al cabo de los cuales iba él encontrar por única recompensa la
calumnia que se desencadenaria en mengua de su propia honra, falsificando los he-
chos y adulterando las intenciones, esforzándose por echar un horron sobre una re-
putacion sin mancilla. La energía, la elocuencia del alma se estrellaron en una reso-
lucion irrevocable; no discutió la gobernadora y tZln sólo dijo que dejando la regen-
cia, su intencion era conservar la tutela de sus hijas.


Agotada la cuestion, se tocó la del programa. Declaró S. M. que no lo podia acep-
tar, q uc en ningun caso podia vituperar los actos del pasado ministerio, repelió con
menos {¡hinco la suspension de la ley de Ayuntamientos, dió su asentimiento á la
disolucion de Córtes y llegó á pedir que se redactase el decreto para firmarlo antes
del acto de la r~nuncia de la regencia. Se negó del modo más terminante á dar su
ap1robacion á los actos de las juntas que calificó amargamente de revolucionarios y
de ilegales.


Larga discusion se trabó sobre cada uno de estos puntos y al fin hubo como un
resquicio de esperanza que tan porfiada discusion hubiese producido algun :efecto en




- 2I4-


el ánimo de S. M. cuando por último llegó á pedir que se le presentase un proyecto
de manifiesto, citando los ministros para las nueve de la noche en que se leeria. Lle-
gó la hora, tuvo efecto la lectura del manifiesto, convino S. M. que estaba redactado
con exquisito tacto y suma nloderacion, mas insistió en que no se hablase de los úl·
timos ministros. Á esto se hizo presente que siendo responsables los ministros, el re-
cordar esta responsabilidad era en prez y decoro del trono; tambien manifes-·
tó S. M. deseo de que no se hablase de la leyde Ayuntamientos, y por fin, tras deuna
larguísima discLlsion sobre el conjunto de los acontecimientos pasados, las juntas yel
ejército, acabó S. M. por decir que podria permanecer enla regencia, si los ministros
decian en el manifiesto que tomada esa resolucion la habia abandonado en vista de los
ruegos de sus ministros, que le habian hecho presente que su pcrn1aneH.cia en la re- I


gencia, era un bien para la nacion. Alborozcldos los ministros con esta manifesta-
cion que tan cabalmente cumplía á sus deseos, aceptaron con suma alegría cuan-
to pedia S. M. Se convino en las alteraciones y en la adicion que se harian en el
manifiesto tomando cita para nueva conferencia ú las cuatro y media de la tarde si-
guiente.


Al tiempo de despedir los ministros, María Cristina quiso hablar en particular al
general Espartero y con este fin lo detuvo. Esta conferencia tuvo por objeto consultar
al Duque la decision del ayo de ~. M. Y de S. A. Contestó el DuqLle que sin relacio-
nes políticas, ni de sociedad en Madrid, con ocia muy poca gente fuera del gremio
militar, por tanto que mal podia indicar personas idóneas á tan delicado encargo,
mas que si se le autorizaba, lo consultaria con sus comp:lií.eros; elles precisamente
dijo S. M., entre militares pensaba elegir el ayo de mis hijas, y nombró á los gene-
rales García del Valle, Cortinez y Roncali. El Duque obsenó á S. ~1. que por gran--
des que fuesen los méritos de cada uno de los nombrados, ninguno en su opinion
reunia los datos que requeria este puesto de ayo; quedó acordado que se consultaria
á los ministros, y estos pro;msieron al dignísimo senador D . .\lanuel José Quintana,
una de las esclarecidas glorias de Espa:í.8. Acogió la gobernadora la proposici/)n con
verdadero gusto, y hasta dignó reconn~nirse él sí misma por no haberlo pensado. Que-
dó nombrado aquel ilustre español. Jamels honor mJs merecido fL10 otorgado al más
digno: todos los partidos dplaudieron tan acertada eleccion, homenaje asaz difícil de
conseguir en aquellas circunstancias, pues D. o\lanuel.J osé Quintana ha pertenecido
siempre al bando progresista; la calumnia misma en!11lh.leció acallada ante las virtu-
des, patriotismo y saber de ese ínclito literato.


El 11 de Octubre, ú la hora señalada por la gobernadora, se presentaron los mi-
nistros con el proyecto de manifiesto en el cual se habia puesto la indicacion que
habia pedido María Cristina; mas sea que conociera que bs bases esenciales habian
quedado las mismas á pesar de la inserta adicion) sea por otros motivos que i;.;nora-
mos, S. M. dijo que á pesar de que aprobaba el manifiesto, insistia en su resolucion
de renunciar á la regencia y de alejarse de España. Tan repentino cambio sorprendió
en extremo á los ministros: volvieron á insistir en lo que ya habian dicho para disua-




- 215 -


dir á la gobernadora de su propósito, repitiendo hasta la saciedad sus anteriores ar-
gumentos: todo fué en balde. Viendo ya que mayores instancias serian inútiles, acaba-
ron por conformarse con la voluntad de S. M. Entonces se redactó el decreto de diso-
lucion de las Córtes el cual iba encabezado con una exposicion que explicaba la opor-
tunidad imprescindible de semejante medida. La gobernadora la firmó sobre la mar-
cha. Hé aquí el decreto y su preámbulo.


Exposicion dil'igida á S . . ~. por su Consejo de' ministros.
«Señora: Desd<: que se anunció la elección de las actuales Córtes se alzó un clamor


J¡general contra las medidas que se adoptaron para prepararla; la experiencia dió á
))conocer sobradamente con cuánta razon se habia tomado, ni nadie se atreveria á
»decir que hubo en ella la libertad que tan neces8ria es, para que su resultado pu-
)ldiera estimarse como la yerdadera expresion de la yoluntad nacional. Juzgado está
»sin embargo lo contrario por la única autoridad que la Constitucion reconoce como
))competente, y vuestros consejeros responsahles se guardarün de levantar el sello que
»semejante juicio puso, y hasta de poner en duda su legitimidad; pero sí recuerdan
))su orígen porque en la opinion ha dejado una huella indeleble por más que legal-
)¡mente se haya procurado hacer desaparecer.


))EI fatal proyecto de ley de Ayuntamientos vino ü consumar las sospeehas que se
»hahian concebido y el empello con que se sostuvo y aprohó, y hasta el sistema de-
lIsusado que se adoptó para su discusion aumentaron la impopularidad del Congre-
))so de diputados hasta e.1 punto de haber tenido lugar dolorosas demostraciones del
))desagrado público en que habia incurrido. La ley del diezmo y otros proyectos
¡'que la opinion resiste, completaron la ohra; y así es, que una de las princip~lles exi-
Jlgencias de los puehlos al alwrse en defensa de la Constitucion que han visto infrin-
))gida, ha sido la de que se disuelvan las actuales Córtes; exigencia, señora, que es ir-
))resistible, atendidos los antecedentes que quedan manifestados; tenemos á conse·,
))cuencia la honra de proponer ú V. M. su disolLlcion, y para que tenga efecto como
"lo exigen las circunstancias del país, el adjunto proyecto ~e decreto.-Valencia 11
))de Octubre de 1840.))


Real decreto.


i "Conformándome con el parecer de mi Consejo de m1111stros, y mediante alguna
"de las razones que en su exposicion de 11 del actual me ha manifestado, se disuelve
)jel Congreso de diputados,,,


Forma)izado este acto, se trató de la renuncia: el ministro de la Gobernacion, don
Manuel Cortina, la redactó; y aprobada por S. M., quiso D.a María Cristina que
fuese d~ su puño y letra, y así lo hizo siendo su texto el siguiente:


))Señor secretario del despacho de Estado.-A las Córtes.-EI actual estado de la
»nacion, y el delicado en que mi salud se encuentra, me han hecho decidir á renunciar
"la regencia del reino que durante la menor edad de mi excelsa hija D.a Isa-




- 216-


"bel II, me fué confiada por las Córtes Constituyentes de la nacion reunidas en 1836,
"á pesar que mis consejeros con la honradez y patriotismo que les distinguen me
"han rogado encarecidamente continuara en ella, cuando menos hasta la reunion de
"las próximas Córtes, por creerlo así conveniente al país y á la causa pública; pero
»no pudiendo acceder á alguna de las exigencias de los pueblos que mis consejeros
»mismos creen deber ser consultados para calmar los ánimos y terminar la actual
"situacion, me es absolutamente imposible continuar desempeñándola y creo ohrar
"como eXIge el interés de la naclon, renunciando á ella. Espero que las Córtes nOI11-
»hrarán personas para tan alto y elev:1do encargo y que contrihuyan á hacer tan fe-
»liz esta nacion como l11erece por sus virtudes; á las mismas dejo encomendadas mis
»augustas hijas, y los ministros que deben conforme al espíritu de la Constitucion I
»gobernar el reino hasta que reinen, me tienen dadas sobradas pruebas de lealtad para
))no confiarles con el mayor gusto tan sagndo depósito. Para q lle produzca: pues los
))efecto~) correspondientes, firmo este documento autó:..;rafo de la renuncia que en
"presencia de las autoridades y corporaciones de esta ciudad entrego al Presidente
))de mi consejo para que la presente á su tiempo á las Córtes.-María Cristina.-Va-
«lencia 12 de Diciembre de 1840.))


La declaracion de renuncia fué acompañada de toda la solemnidad posible en pre-
sencia de todas las autoridades de Valencia y de un concurso considerable de asis-
tentes. Á ninguno de los testigos de aquel acto se le ocurrió duda alguna sobre la ex-
pontaneidad con que obraba D.a .\1aría Cristina en su n1Ús completa libertad; y cuen-
ta que una señora que tanto teson habia manifestado en aquellas circunstancias) no
hubiera puesto su firma al documento que encerraba su renuncia, si una sola palabra
hubiese herido su voluntad. Los términos pues de su renuncia son la prueba más
patente de que estuvo S. M. en la m<1s absoluta libertad, en ese acto final de su re-
gencIa.


¿Cuál fué, pues, el motivo, la causa íntima de esa resolucion de la gobernadora? De
seguro no fué el motivo aducido de su quebrantada salud, pues gozaba de la más per-
fecta. Tampoco es admisible el alegado desacuerdo de sus opiniones y de las de sus
ministros en cuanto á los medios de apaciguar la insurreccion, pues en circunstan-
cias hasta más graves, María Cristina se adelantara á concesiones de asaz más alta
importancia que las que le eran pedidas en aquel momento, y cosa rara, el último
acto de su regencia, fué el decreto de disolucion de las Córtes, que otorg;:¡do dos me-
ses antes hubiera evitado el pronunciamiento.


La causa verdadera, la causa determinante .de aquella resolucion fblé exclusiva-
mente la posicion personal que se creara la gobernadora en su vida privada. Esta
posicion era para D.a María Cristina un suplicio diario durante su regencia, y tal vez
de ella nació su injusta prevencion contra el partido progresista. Si D! María Cris-
tina hubiera gobernado el reino constitucionalmente, sin dar oído exclusivamente
á un bando, los progresistas hubiesen siempre respetado los secretos de la vida do-
méstica de la gobernadora, bien que secretos no habia i mas D. a María Cristina no




-
21 7--


creyó en la posibilidad de ese respeto, y pensó que el bando contrario protegeria más
eficazmente un estado contrario á las leyes, á la Constitucion, y que sin preceden-
te en las reinas de España, destruia sus derechos á la regencia.


Esta situacion violenta, y los consejos que recibia de adentro y de afuera, deter-
minaron el viaje de la gobernadora á Rlrcelona, y la lanzaron en la lamentable lu-
cha que empeñó sobre cuestiones políticas que quizás le eran muy indiferentes. Con
todo, este proyecto de renunciar la regencia y de abandonar España, si llegó á existir
real y verdaderamente antes de los acontecimientos de [1-)-+0, debió ser muy aéreo,
y de ningun modo resuelto, ni siquiera en los primeros dias del pronunciamiento.
}Ias cuando en medio de una a~itacion algo desaliñada en su ímpetu) mal pasa-
jero é inseparable de un estremecimiento general en el país, apareci(') un escrito
que daba los pormenores más minuciosos de la yida pri\"C1da de la gobernadora) lo
que hasta entonces no habia sido más que un pensamiento vago, indeterminado, se
convirtió en resolllcion irrevocable. La publicacion de ese escrito debió ciertamente
c:msar dolorosa sorpresa en el ánimo de la gobernadora, pues si no nos engañan in-
formes que creemos auténticos, D. a 7vIaría Cristina, que conocía muy de antemano la
existencia de ese papel, habia pagado una suma considerable por el manuscrito que
le fué entregado; mas la maledicencia ó la calumnia van siem pre unidas ;Í la felonía, y
al entregar el manuscrito, se cometió la deslealtad de gU:Jrdar una copia, que sirvió
en 18-+0 para publicar lo que se convino debia quedar sepultado en el silencio. doí1a
"Luía Cristína conocia tan cabalmente el orígen de ese escrito, que desde luego in-
dicó al ministro de la Cobernacion, D. Francisco Cabello, de donde provenia, y nom-
bró á su autor.


Ese escrito ofrecia un carácter de verdad en sus pormenores, estos eran tan mi~
nuciosos que :1 n:ldie se le ocurrió una duda sobre la autenticidad de los hechos; mas
la vida )ri\"aJa de la gobernadora, puesta púhlicamente en tela de juicio en di<1s de
zozobra y de revolucion, fué un acontecimiento doloroso para todos; fué un hecho
que debió causar :1 tan alta seí10ra un dolor prOfL1l1do, pudiendo temer que se pro-
yocase en las Córtes venillcras el e":lll1en legal de cuestion tan gr,we como espinosa.
D?ií.a :'vIada Cristina no podia correr ese albur ni debia someterse tÍ. tanta humilla-
cion. De allí su irrevocable resolucion de renunciar la regencia y alejarse de Espaií.a.
Al punto á que hahian llegado las cosas. el partido á que se atLl\'o D. a "laría Cristina
fl.,¿ cuerdo y atinado; m,1S ¿con qué justicia se ha querido dcspues extraviar la opi"
nion pública sobre las causas de esa renuncia, y por qué tantas calumnias contra los
ministros honrados llamados tÍ. Valencia y contra los pro:.;resistas, cuando la CClusa
primordial, la única tal vez de aquella determinacion es tan otra, y en nuestra opi-
nion de ningun modo política? Por gr,H"es que fLlesen las circ.unstancias de 11-)-+0, no
eran tan apuradas como las de 1835 y sobre todo de 183G, y á buen seguro que las
esc('nas brutales, odiosas de los sargentos de la Granja, eran hasta más propias á
inspirar á la gobernadora el deseo y firme propósito de renunciar la regencia, que el
pacífico pronunciamiento de 1840.




- 218-


Mas reyes, ó ciudadanos, grandes ó pequeños, todos somos presas de nuestras pa-
siones y vivimos dominados por las circunstancias que nos creamos voluntariamen-
te. Cuando se ha dicho que no hay grande hombre para su ayuda de cámara, se ha
querido decir que las miserias de la vida privada, que no conoce generalmente elpú·
blico, influyen poderosamente y dirigen más de lo que se piensa la vida de los reyes,
como de los hombres emll1entes, quienes á la par de las criaturas más oscuras su-
fren el imperio funesto de su pasion, de sus debilidades y de sus errores.


El gen.:ral Espartero ha sido principalmente el blanco de las más negras calumnias
como el que más que nadie ha querido imponer á la gobernadora la resolucion de
dejar la renuncia, y tambien de haber muy de antemano aspirado á la regencia, y
cuando menos á la co-regencia; muy ['ronto vamos {¡ presentar un documento au- /
téntico que contestará á la primera calumnia, yen cuanto á la segunda recordarémos
la franca y leal manifestacion del Sr. D. Manuel Cortina en las Córtes despues de la
ca ida de! regente. Allí declaró que cuando en Valencia se trató de toen en el pro-
grama la cuestiol1 de ca-regentes, se opuso el duque de la Victoria al pensamiento, lo
com 1Jatió denodadamente, y cediendo al fin á la opinion unánime de sus compaí1e-
ros, exigió que se formulase la indicacion de modo que se le excluFra de la posibili-
dad de ser co-regente, para que en ningun caso se le pudiera acusar de haber provo-
cado ó consentido en esa alteracion de la regencia única en vista de una ambician
personal.


En nuestros dias cuando el acatamiento supersticioso á los reyes ha venido tan á
menos, cuando el espíritu de exámen y de Íl1\"estigacion reduce los hombres y las
cosas á su verdadero valor intrínseco, vemos todavía gentes que consideran como
desmanes espantosos de la revolucion, actos que no pasan del cumplimiento de un
deber, siendo así q uc nuestros antepasados de seguro hasta más monárquicos que
los de nuestra época, obr:1han con una energby una soltura que se miraria hoy como
un atentado. La renuncia de D.a ~laría Cristina, los actos del ministerio en Valen-
cia han sido denunciados, el primero como un efecto de la violencia, los segundos
como actos revolucionarios respecto 6. aquella señora. En corroboracion de este
aserto nuestro presentamos un ejemplo histórico. Oigamos el lenguaje dirigido á l~
gobcrn;:¡dora del reino, madre de D. Cárlos 11, en r667, y cotejémosle con el que usa-
ron en r840 los ministros para con la gobernadora, madre de Isabel 1I. Hé aquí lo
que decia el conde de Castrillo, presidente del Consejo de regencia, ;Í la viuda de Feli-
pe IV el dia G de Diciembre de rGCl7.


«Seí10ra: mi edad 3.Y3.nzada, mis pocas fuerzas, y el sin número de asuntos intrin-
»cados, me ponen en la necesidad de remitir en las manos de V. M. los cargos de
»que me hall? reyestido, porque veo quecl gobierno de la monarquía es muy dife·
"rente de lo que debiera ser. Los reyes de Espaí1L1 han establecido Consejos con el fin
"de tener mil1lstros que miraran por los intereses del reino, que buscasen sugetos de
»mérito que desempeñase~ los destinos públicos, que hiciesen presentes los servicios
"que estos hubiesen prestado, y las razones que tenían los ministros para proponer




-
21 9-


))al rey que los nombrasen á esos destinos. Hoy dia, nada de esto se hace, la reina
))puede consultar al que dirige su conciencia (1) y tomar sus informes de este sugeto
))prescindiendo del dictámen del Consejo y por sí mandar en las secretarías que se
))d~ posesion de los destinos á los que haya nomhrado, y aún as~e podria dar Es-
))paña por dichosa, si no hubiese más que este mal á que poner coto; mas los princi-
»pales ministros están convencidos que nada bueno se puede esperar de ,semejante
»gobierno, que la monarquía marcha á su ruina y se va anonadando, y es para míun
))pesar muy grande que tamaíla desgracia acontezca dLlrante la regencia de vuestra
llmajestad.» ,


Contestó la reina que si tan mal gohernaba, dejaria la regencia y se marcharia á
Alemania.


»Sell0ra, con ~estó el Conde, las reinas de España no salen del reino; que el con-
»,'ento de las Reales Descal:¡as se ha fundado para q '.le alli se acojan las reinas viudas.
"Se sabe que V. 1\1. ha enviado ciento ochenta mil escudos á Bohemia para estable-
"cer un cOll\'ento; los que semejantes consejos dan á la reina, no saben que V. M. no
))puede salir de Espaíla Se sabe cómo ha salido ese dinero del reino, y de dónde se
"ha sacado. Soy un pobre hidalgo de Córdoba, el mayorazgo de la Condesa mi espo-
»sa 1:0 pasa de cuatro mil escudos. Si V, 1\1. no me conserva el goce de mi sueldo
»como presidente del Consejo de Castilla, con los bienes de mi esposa, me retiraré á
"vi\'ir en alguna aldea, considerándose dichoso si aquel sueldo sin'e para las necesi-
"llades del Estado. !<ecomiendo á V :'11. sus infelices súbditos. Son fieles y á pesar
)de hallarse recarg:1dos de contribuciones, lo que méís sienten es el desprecio con
)'que V, .\1. Y el que la dirige (el cual es un extranjero) los tr::ltan (2)>>.


Sobrada analogía existia en la posicion di; ambas gobernadoras. Cotéjese el len-
guaje del conde de Castrillo en ¡(J(J; y el de los ministros en rfL.¡.o) y dígase cu/tI fué
el más respetuoso, ~l más ca 111 eelido; el Conde en tono alti,o y casi amenazador de-
clara que las reinas \'iudas no salen de Es[)níla) y que para ellas se ha fundado el con-
\'ento de las Reales Desealjas. Los ministros de r8-to hacen cuanto les es posible para
disuadir ú D,a :\huía Cristina de su propósito, y tan léjos de hablarle del encierro de
Lll1 convento~ cWl11do ya no fu~ dado contrarestar la marcha á el extranjero, todo
lo preparan para que la tra\'csía sea lo menos penosa á S . .\1. Nada se dijo de dinero
en\'iado fuera, y no porquc no supieran los ministros por \'oz pública y fama que
h:lbian salido para el e'\tranjcro no ciento ochenta mIl escudos, sino muchos y mu-
chisimos millones, y no p lra fundar com'entos ú obras pías. Y toda'lía se tildará de
rc\'olucionarios á los ministros de Valencia, y hasta de desaciertos para con una seño-
ra. Tal es el servilismo de un partido) qu: el lenguaje de los scrvidores más elevados


(1) El P. ;\'iLudo, jesuita.
::!) .\li1:jnct, Corre,'poll,iellcia de Espclña, vcil. 57.-S11ceúon de España, tomo ll, pág. Go5.
~o tcnicndll á la vi~ta el tcxto ori:~itlaL el quc damos es la traduccion del de Mr. Mignet.




- 220-


de la monarquía hace dos siglos, usado hoy dia apareciera mal sonante, descomedi-
do, revolucionario. Eso hemos adelantado.


Al tiempo de promulgar la renuncia de D.u María Cristina, los ministros dirigie-
ron una proclama á los españoles en la cual iban relatados fielmente los pormenores
más esenciales de lo que habia pasado antes de aquel acto: era el resúmen de las
conferencias en que se habia discutido la resolucion de S. M. Aquel documento es
del 13 de OctLlbre. D. a l\laría Cristina no salió de Valencia hasta el 17, tuvo pues so-
brado tiempo para protestar contra aquella manifestacion, si en algo hubiese éstél fal-
seado la verdad; no lo hizo, si nús tarde tuvo á bien hacer otra cosa, claro está que
fué á instigaciones de propios y de extraños, que miraban más por sus intereses y los
de su partido, que por el decoro y el honor de aquella señora.


Aquí vamos á insertar la mejor prueba de la verdad de nuestro aserto, dando pu-
blicidad á la carta que dirigió S. J\1. desde Port\"Cndres al general Espartero, carta
cuya existencia debieron ignorar los consejeros de Marsella, pues de conocerla, es de
creer que no exigieran el manifiesto de 8 de Noviembre, en que faltando á la verdad se
formula la más injusta acusacion contra los leales y honrados ministros de aquel mo-
mento.


Recordemos ante todo, los pormenores de la salida de Valencia. Allí se embarcó
D. a María Cristina el 17 de Octubre, la acompañaron al em barc2dero los ministros,
los generales, el ayuntamiento. Se la hicieron todos los honores debidos á su alta
dignidad. El ministro de Estado D. J 03quin "laría Ferrer y la duquesa de la Victo-
ria entraron en el bote que desde el GrD.o llevó á S. NI. á bordo del Balear, y no se
despidieron hasta que el vapor emprendió su marcha. Al llegar á Portvendres, tuvo
tiempo D.a María Cristina en las treinta y seis horas que duró la travesía de meditar
sobre los acontecimientos que Ül llevaban á tierras extrañas. ;,Podrá nadie negar que
si S. M. hubiese sufrido actos de Yiolencia y de descomedimiento de alguna especie de
parte de los ministros, la primera cosa que hubiera hecho S. M. en ese caso hu-
biera sido protestar en cuanto hubiese gozado de libertad, ya que se la quiere supo-
ner coartada en V,llencia? Pues si ya libre, y hallándose en país extranjero, ninguna
protesta hizo S. J\I. (;n aquellos primeros momentos en que más se sienten recientes
agravios, cuando los hay, es preciso conocer que ninguna queja tenia que formular.
Pues bien, la primera demostracion que hizo S. ;\1. fué la expresion de sus senti-
mientas: es la carta que D.a ::\Iaría Cristina dirigió á su llegada á Portvendres al ge-
neral Espartero. Si más tarde por una deplorable contradiccion firmó S. M. el mani-
fiesto de Marsella, fué obra de su partido 1 Y' de ninguna manera la expresion de sus
verdaderos sentimientos de aquella señora, y mucho menos la de la verdad. (1)


«Espartero: Anoche he llegado á este punto despues de una navegacion muy feliz,
"y no puedo menos de decirte que el ca pitan, su segundo y los encargados del con-


(1) L'na corona real con las iniciales!\1. C.




- 221 -


))signatario se han comportado muy bien, por lo cual te los recomiendo eficazmente,
nmuyen particular el capitan que desearia el grado de alférez de navío, y el segundo el
"de fragata.


nMucho deseo tener noticias de mis queridas hijas y del país por quien tanto me
nintereso: en estos objetos siempre pienso y mi corazon está con ellos, á todos tus
ncompañeros dirás muchas cosas en mi nombre y tú cree en el aprecio que de tí hace.
n-María Cristina.-Portvendres I9 de Octubre I840.»


Leida esta carta, preguntamos si tan explícita declaracion de aprecio dada por doña
María Cristina al general Espartero y á sus compañeros en el ministerio no es la
mejor contestacion á esa arriada de calumnias que arrojó el partido retrógrado con-
tra los últimos ministros de la gobernadora. Si más tarde esta seí10ra desmintió de
una manera tan de sentir los afectuosos sentimientos que la animaban al salir de
Valencia y en los primeros momentos de su llegada á Francia, sentimientos que
eran un tributo pagado á la verdad, recaiga la responsabilidad de tan lamentable con-
tradiccion en quien competa. En nuestra opinion, hubiera debido el general Espar-
tero haber dado publicidad á esta carta, en cuanto salió el manifiesto de Marsella:
mucho respeto se dehe á la desgracia, mas no tanto como dejar correr feas calum-
nias, sin un correctivo eficaz, y el manifiesto de Marsella fué un tejido de torpes ca-
lumnias. Si hoy dia podemos hacer lo que fuere más oportuno, en Noviembre de I840
no nos ha costado poco trabajo conseguir del general Espartero la autorizacion de
la carta de D. a J\laría Cristina, y para triunfar de sus escrúpulos ha sido preciso con-
vencer/e de que su reputacion sin mancilla es patrimonio de la nacion, como la ver-
dad pertenece á la historia.


No se contentó D.a María Cristina con dirigir esa carta al general Espartero; la
acompañó de regalos para la duquesa de la Victoria y de cartas que por ser de inti-
midad particular nos abstenemos de publicar, mas que corroboran más y más la s;:¡-
tisfaccion de quien tales pruebas de ella daba á la esposa del general; los reyes no
suelen ser pródigos aun de merecidos testimonios de su satisfaccion para con sus
súbditos, y nadie los d;:¡ en cambio de agravios.


Completamos el anterior documento con la contestacion del general Espartero,
q Llien estaba muy ageno el dia 3 de Noviembre de lo que se tramaba contra él en
Marsella en aquellos dias en que contestaba á S. M.


"Madrid 3 de Noviembre de I840.-Señora: He recibido la carta que V. M. se
"dignó dirigirme con fecha I 9 del mes pasado, y he visto con suma satisfaccion su
"feliz viaje desde Valencia, y lo bien que se portaron con V. :VI. los encargados del
))consignatario á quienes V. M. me recomienda; tan luego como sepa el gobierno los
»nombres del capitan del buque y de su segundo, se les expedirán los reales despachos
ndel grado de alférez de navío y de fragata.


nS. M. Y S. A. no tuvieron novedad en su viaje, y siguen muy bien; yo las veo con
nfrecuencia y procuro se diviertan lo posible; siempre les hablo de V. M. y les noto
ne! mayor interés por saber de su querida madre. Antes de ayer me enseñaron la




- 222-


"carta que V. M. les escribe desde Portvendres: yo les dije que escribiria á vuestra
»majestad y me manifestaron que tambien ellas escribian.


»El Sr. infante D. Francisco ha dirigido á la regencia provisional del reino una
"declaracion fecha en Paris á 25 de Octubre, acompaúando un manifiesto acerca de
"corresponderle á S. A. por la ausencia de V. M. la tutela de la reina D. a Isabel Ir, y
»de la señora infanta D." María f.uisa.


»La regencia no.desconoce lo que en este asunto interesa más á su reina y á su
»patria; pero deseando el mejor acierto, ha consultado al Tribunal Su;wemo de J us-
"ticia, y á su tiempo pondrá en noticia de S. A. el resultado de que yo tendré' el ho-
"nor de avisar particularmente á V. M.


"Mis compáí1eros á quienes hice presentes los recuerdos de V. M. me encargan
»expresar á V. :\1. su justa gratitud) y con la misma tengo el honor de repetirme su
»más constante servidor que B. L. R. P. de V. M.-Seúora.-EI duque de la Vic-
»toria.»


Vacante la regencia, la Constitucion prescribía que el ministerio la ejerciera pro-
visionalmente, hasta que reunidas las Córte~; estas nombrasen nueva regencia; así se
hizo volviendo el go~icrno á .\1adrid, donde llenÓ el dia Úl de Octubre con la reina
D. a Isabel II y su hermana.


El pronunciamiento de 1840 fué un acontecimiento de suma importancia por sus
resultados inmediatos. Como todos los acontecimientos de esa n<lturaleza, el pronun-
ciamiento de r840 comt)rometió posiciones adquiridas, los que las poseian las per-
dieron, se hirieron muchos intereses par:!. satisfacer otros, por tanto tuvo admirado-
res entusiastas, á la par que detractores apasionados: los unos lo ensalzaron hasta
graduarlo de heroismo, los otros lo rebajaron hasta tildarlo de traicion; ningun elo-
gio por pomposo que fLlese bastaba á los unos para gloriÜcar el pronunciamiento;
los otros apuraban el vocabulario de la injuria y de la calumnia para ajarlo. Los acon-
tecimientos de 1840 no merecian ni tanta honra, ni tanto vilipendio: no fué una re-
volucion, y tan sólo el triunfo de un partido sobre otro; se inauguró un principio
vacilante de pr03reso más teórico que práctico, dando 1in á una conspiracion tIa-·
grante de retroceso. Los actos del partido vencido en 1840 vencedor á su vez en 1843
son la mejor justificacion de los temores que dieron lugar al levantamiento del aúo
de r840.


Resumiendo los acontecimientos de esta última época en algunas consideraciones
generales dirémos, que el partido retrógrado viendo que no podia contar con las masas
de un pueblo inerte, ni con las clases activas.de la nacion, que no podict aspirar al domi,
nio exclusivo en las Córtes, ni en el ejército 1 mús decidido á acabar con la verdadera
libertad, y destruir las instttuciones obra del partido progresista, conspiraba sin ce-
sar, y provocó el pronunciamiento de 1840. En tiempos ordinarios 1 en hlS monar-
quías todas constitucionales1 las simpatías del rey en favor de un partido bastan para
momentáneamente dar vida y sér á un partido cualesquiera. N o pudo ser así en Es-
paña en donde la guerra civil habia dado una preponderancia marcada al brazo mili-




- 223-


tar, y por una rara coincidencia ese partido militar personificado en el duque de la
Victoria, era contrario á los proyectos retrógrados que patrocinaba la Corona. Fe-
nómeno poco comun en la historia del mundo fué el de ver un general victorioso
sosteniendo la emancipacion del pueblo y la lihertad, rechazando las seducciones y
los halagos del poder real. Esta circunstancia explica por sí sola el triunfo fácil de la
democracia en 1840, pues hay que decirlo, si por una parte hemos probado que el
general Espartero ningun pacto tuvo en el pronunciamiento de 1840, hay que reco-
nocer que sin su adhesion franca y leal á la causa popular y á la bcll1dera de la demo-
cracia, sin su patriótico rompimiento con D. a .\-laría Cristina en Barcelona, el levan-
tamiento de 1840 no se huhiera efectuado, ó hubiera costado mucha sangre. Mas esta
es la historia de todas las revoluciones siempre vencidas, cuando una fuerza militar
ciega y brutal organizada obedece sin límite á las órdenes de los que mandan. No
conocemos excepcion él esta regla; ni siquiera en los asombrosos acontecimientos
de 1848 de que hemos sido testigos oculares: la tropa salvo algunos destacamentos de
guardia municipal, no sólo no se batió contra el pueblo, sino que entregó sus armas
y sus cartuchos ú los paisanos insurrectos.


Vituperan á su sabor los admiradores de los desmanes absolutistas al general Es-
partero por haber negado su apoyo ú la reaccion que se meditaba en 1840: ya lo en-
tendemos, mas nosotros que no profesamos ese acatamiento rendido á los caprichos
de los gobernantes, sean monárquicos ó republicanos, pagamos un tributo de venera-
cion al soldado honrado que salido de l;:¡s filas del pueblo, tras de haber hecho triun-
far la causa de la libertad en los campos de batalla, negó el apoyo de su espada vic-
toriosa cuando se exigió que la desenvainase contra el pueblo y la lihertad , y tuvo
el alma bastante elevada para repeler las seducciones de todo linaje que se usaron
para que aceptase una mision funesta.


y no se diga para oscurecer tan gloriosa magnanimidad que el general Espartero
rechazando halagüeí10s ofrecimientos aspiraba á mayores honores. Si tan mezquina
ambician hubiese abrigado, si el pacificador de Espaí1a, hubiese tenido esa torpe sed
de poder, de riquezas, camino expedito tenia por delante; quien es capaz de tan mi-
serables cálculos de goces materiales sabe especular y calcular adhiriéndose á los pro-
yectos del partido retrógrado; el general Espartero abria para sí un manantial inago-
table de seguras ventajas: hubiera sido rey de hecho, y hasta al rango de semi-Dios le
hubieran ensalzado los reyes y las aristocracias de toda Europa. Un pronunciamien-
to popular sofocado por un hijo del pueblo, hubiese sido para los que se apellidan
amigos del órden una conquista inapreciable; todo el que en puesto elevado se ofrece
él combatir la causa del pueblo, todo el que perjurándose se hace instrumento de des-
truccion de la libertad, recibe él manos llenas el premio de su atentado: riquezas, ho-
nores que deshonran, todo se le prodiga. Mas véase cuál ha sido en todas las monar-
quías yen todas épocas la suerte de los hombres privilegiados, cualesquiera hayan sido
sus servicios á la patria y á los tronos: prefiriendo la fidelidad de los principios demo-
cráticos él los favores de los reyes, han merecido la persecucion y el destierro. N o




- 224-


Ignoraba el general Espartero esa triste historia de la ingratitud de los reyes, y aún
de los partidos: conoció muy. de antemano la suerte que le esperaba aceptando el
papel de jefe popular de la nacion; mil veces nos lo ha dicho con mucha antelacion
á los acontecimientos de 1843; mas puesto por las circunstancias en la necesidad de
optar entre el perjurio y el honor, entre sus principios y las venganzas de un partido
implacable, quiso ser fiel á sus juramentos, sin hacerse la más pequeña ilusion sobre
el porvenir que le tenia reservado la suerte.


El pronunciamiento de Setiembre de 1840 fuéjusto, fué legítimo, y lo hicieron los
ciudadanos sin que el ejército tomara en ningun punto la iniciativa;' mas adicto á
lo que hacian los pueblos, producto de una opinion de progreso debió ser fecundo
en resultados, y con todo el pronunciamiento de 1840 fué un acontecimiento estéril
como otros tantos en España. Tras de haber profundamente agitado al país, abortó
en sus consecuencias, careció de una idea vivificadora, de un pensamiento fecundo
que concentrando las fuerzas intelectuales del país, dirigiera al país por la senda de
una verdadera regeneracion. El pronunciamiento de 1840 hecho en nombre y por la
libertad, acabó por el despotismo que entronizó el pronunCiamiento de 1843, pro-
movido para acabar con un gobierno de libertad que se convino llamar tiranía. La
tiranía rige á España desde que cayó aquel gobierno.


Sin duda los hombres en cuyas manos vino á parar el mando en 1840 ep el go-
bierno, como en las Córtes, se equivocaron muy á menudo, cayeron en graves er-
rores, mas lo que sobresale es la imprevision y la inexperiencia. ¿Qué podia resultar,
sino lo que hemos visto, cuando al dia siguiente de un triunfo inesperado todo el par-
tido progresista se entregó á la más fatal ilusion respecto al pon'enir? Conocida y
desbaratada una vastísima conspiracion contra las instituciones del país, quedaron
sus elementos dispersos mas intactos. Vueltos en sí los conspiradores de dentro y de
afuera, tímidos en los primeros dias, la. lenidad del gobierno les alentó, y muy luego
se presentaron á cara descubierta sin temor, sin represion. Sus ataques á mano ar-
mada léjos de despertar al partido progresista y de inspirarle un pensamiento de
union, fuéron elorígen de las más grayes disensiones: y creyendo los progresistas no
tener ya enemigos que combatir, llegaron á fraccionarse y en seguida á desgarrarse
entre sí, y por último, una de esas fracciones por efecto de un error inexplicable formó
alianza con sus más encarnizados enemigos; se subleyó contra el regente del reino
de consuno con el bando retrógrado. Este se apoderó naturalmente del mando á la
caida del regente, y descargó sus golpes indistintamente sobre todo el partido pro-
gresista proscribiendo, encarcelando, fusilando á sus contrarios como á sus aliados
de un día.


¿Lo que decimos hoyes acaso un fatídico oráculo tras de los acontecimientos? No.
Gracias á Díos ningun interés per.:;onal nos ha alucinado jamás, cálculos egoístas ja-
más han tenido cabida en nuestro corazon, y en ese sosiego del espíritu y del alma
hemos visto las cosas cómo eran y cómo debian ser: por eso en los primeros dias
del triunfo de 1840, al contemplar el rumbo que se daba él la insurreccion pura de




- 225-


todo acceso, vimos que marchábamos á una contrarevolucion, á un abismo, y en el
doloroso presagio de futuras desgracias escribíamos en los primeros días de 1841 los
sigu ien tes renglones:


{(Como en 1835 Y 1836 hemos visto la más perfecta tranquilidad tras el huracan
»de un estremecimiento general, el órden se ha restablecido inmediatamente de un
»modo que honra la cordura del pueblo; prueba nada equívoca que en España el
"llamado espíritu revolucionario en la mala acepcion de la palabra, gracias á Dios, no
»existe: el exceso de la provocacion pudo· sólo producir un levantamiento: ¿por qué
"fatal desdicha con elementos tan sanos y till1 enérgicos para resistir los poderes
»ilegales y el espíritu de retroceso, no se presentan jefes de ánimo intrépido, de in-
"teligencia y de génio organizador para coordinar esos elementos, y producir una
"completa regeneracion en la vida moral, intelectual, comercial, industrial, adminis-
"trativa de España, tierra fecunda en que se diria que no hay más que quererlo para
"que brote por do quiera el órden con la libertad, la prosperidad pública con el des-
"arrollo de la riqueza nacional (1).»


El órden y la prosperidad pública no podian ni crearse ni siquiera despuntar en
una atmósfera de disensiones intestinas. El levantamiento de Setiembre abortó, de-
tenido por las conspiraciones del bando reaccionario, y anonadado por los errores
del progresista. Triunfó la contrarevolucion en [843, y quedaron destruidas las li-
bertades públicas y las instituciones que el pronunciamiento de 1840 quiso resta-
blecer en su pureza y sobre bases ind-::structibles: el edificio levantado sobre arena al
primer soplo de la reaccion, se desmoronó, sepultando en sus ruinas las conquistas
de la revoluciono


(1) Hi,!Oria política de la España moderna, tomo II, pág. 57 8 Y 579. \


,


15




CAPÍTULO IX.


LA REGENCIA PROVISIONAL. -ESTADO DE LAS RELACIONES DIPLOMÁTICAS ENTRE
ESPAÑA Y ROMA.


Instalada la regencIa. en Madrid, dirigió un manifiesto á la nacion en el cual se
daba cuenta sumaria de los acontecimientos de Valencia, y se sentaban los princi-
pios que seguiria la regencia en el período de su administracion; allí se decia que no
había consentido la renovacion de todo el Senado, por ser contrari~ á la Constita-
cion por cuya leal y precisa observancia se habia hecho el pronunciamiento. La re-
gencia solicitaba encarecidamente de la cordura y buen sentido del pueblo una sin-
cera cooperacion para llevar el peso de la regeneracion política del país, puesta á su
cargo; recordaba los funestos estragos de la discordia, invitando á todos los leales
defensores de la libertad el agruparse bajo la bandera de la Constitucion como al úni-
co pendan nacional.


Por desgracia en este manifiesto el ministerio-regencia no daba el mejor ejemplo
de ese espíritu de concordia en cuyo favor abogaba con tan justa razono Dominado
por las pasiones del momento, allí se olvidaba de sus propios preceptos y de la mi-
sion conciliador::¡ que debia llenar. Volviendo la vista atrás, usaba para con el go-
bierno caido y el partido vencido una dureza de lenguaje que ni era el de una rigo-
rosa imparcialidad, ni justo de un modo absoluto; sobre todo no era prudente ni
político, ni acorde con el espíritu de tolerancia que por su gloria y honra procla-
maba y practicó el ministerio-regencia. No era justo, porque nunca lo puede ser
un anatema arrojado por un gobierno normal contra un partido en masa; no era po-
lítico porque azuzaba pasiones comprimidas y de ningun modo apagadas; no era
prudente porque los actos del ministerio-regencia, para dar á la revolucion el empu-
je que la debía consolidar, no respondian por su energía á esa animosidad provoca-
dora. Un bando poderoso que conservaba todos sus elementos de accíon no podia




- 227-


Olr sm un despecho natural acusaciones duras que salidas de boca del gobierno
herian mas hondamente; era hasta cierto punto una provocacion á nuevas luchas
á las cuales el partido retrógrado se hallaba sobradamente dispuesto. Lo que distin-
gue los gobiernos fuertes es la templanza en el lenguaje, es la fé ardiente en sus prin-
cipios, son los actos enérgicos y hasta de arrojo en el círculo de las leyes y de la jus-
ticia y una grandísima parsimonia de palabras. Lo contrario es lo que caracteriza
los gobiernos déhiles que tratan con el vano ruido de proclamas y de manifiestos
hacerse ilusion sobre su propia debilidad: mas tambien digamos desde luego que el
bando en cuyo favor criticamos el lenguaje' de la regencia provisional, se ha esme-
rado en dar la razon á aquel manifiesto así por sus actos posteriores durante la re-
gencia del duque de la Victoria, como desde que en r 843 se apoderó de~ mando del
que ha hecho tan fatal uso, yendo mucho más allá de las acusaciones que le di-
rigía el min isterio- regencia en r 840.


Pas-adas las primeras agitaciones de un estremecimiento general, la tranquilidad
pública quedó perfectamente restablecida; las juntas, que hay que decirlo, habian
cometido algunas graves injusticias respecto á personas, habian tambien hecho cosas
muy buenas, y desembarazado el terreno de muchos obstáculos que no hubiera re-
movido el gobierno. La regencia provisional mandó que cesase ese poder enérgico,
turbulento si se quiere, mas que sólo era capaz de una accion salvadora: la regencia
no vió más que los inconvenientes, seguramente grandes que resulta han de la exis-
tencia de las juntas, y no conoció las ventajas que podia sacar de esa fuerza popular,
dirigiéndola con tino y regularizándola como dique á los proyectos reaccionarios de
los vencidos: las juntas hubieran sido autoridades asaz más vigilantes que los jefes
políticos. Se prefirió disolverlas para dar más fuerza al gobierno central, medida que
equivalió á licenciar las trO¡1aS al dia siguiente de una hatalla, estando á la vista el
enemigo vencido, mas todavía formidable. En el órden político una revolucion equi-
vale á una batalla en la guerra. Ese error de la regencia provisional, esa confianza
en sí misma sin contar para nada con el elemento popular, han sido comunes á to-
dos los ministerios liberales que han tomado el mando tras de un pronunciamiento;
y el resultado ha sido siempre el mismo; un apocamiento inaudito de fuerzas y una
caida poco despues, En 1835, r836, r840 y 1843, la disolucion de las juntas, esto es,
la repudiacion del brazo popular de la fuerza revolucionaria, ha sido el primer pen-
samiento de los hombres llevados al poder por la oleala popular, y al pié del decreto
lie disolucion se puede leer el de la caida de los que lo firmaban.


Si dis~ntimos de las acusaciones al~o destempladas á que aludimos, en el j1ani-
tiesto de la regencia, es preciso reconocer que siguió en sus actos el generoso siste-
ma de tolerancia qLle proclamó: se presentó como un poder reparador, y si á tan
noble desempeño del mando, á sus actos de concordia, hubiese unido la energía
fundada en el derecho y en las leyes, hubiera sin duda alguna salvado el país de las
convulsiones que no tardaron en ponerlo todo en cuestion, lo pasado y lo venidero.
La regencia provisional anuló los actos de destierros y de proscripcion de las juntas,




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autorizando á las personas, víctimas de esas arbitrariedades, á volver á sus casas; la
policÍa secreta dejó de existir, y hubo una amnistía para los carlistas.


Alabanzas y encomios merecen esos actos de tolerancia y moralidad, y si la liber-
tad en España no hubiese tenido enemigos encarnizados, la moderacion y la humani-
dad de la regencia, sus constantes desvelos para mejorar la administracion pública,
hubiesen echado los cilnientos de un órden público duradero unido á la más lata li-
bertad, pues tojos sus actos manifestaban el d-.:seo ardiente de tranquilizar los áni-
mos y de apagar las llamas de las discordias civiles. Mas si la regencia provisional pu-
do en los primeros dias de su mando, acariciar una ilusion que le honra, respecto á
los enemigos del pronunciamiento, no se entiende cómo pudo perseverar en ella á la
vista de los hechos que muy luego sobrevinieron, y cuyo carácter de provocacion
debió abrirle los ojos sobre los peligros que amenazaban al país y la libertad. Desde
el día que apareció el manifiesto de D. a María Cristina dado en Marsella, la mode-
racion de la regencia provisional no fué más que debilidad.


Nuestros lectores tienen muy presente la carta escrita por D," María Cristina al
general Espartero desde Portvendres, con fecha 19 de Octubre. Llega á Marsella esta
señora, y la escena cambia enteramente; aquetlos que apreciaba pocos dias antes,
no merecian ya más que palabras violentas y reconvenciones amargas. Ese cambio
repentino fué obra de españoles descontentos, de emisarios del gobierno francés
que de tropel llegaron á Marse:la. Segun tenemos entendido, estos consejeros se
sorprendieron en los prirneros momentos de no hallar en D. a María Cristina sín-
toma alguno de resentimiento contra los ministros de Valencia. N o tardaron en al-
terar el ánimo de S. M., é ignorando la existencia de la carta de 19 de Octubre, no
pararon hasta conseguir de la gobernadora una declaracion opuesta á sus verdaderos
·sentimientos. Para ello se pusieron en juego los medios nlcÍs activos con el fin de
ganar á sus proyectos reaccionarios la cooperacion de esta señora, cuyo nombre
era indispensable al triunfo de las malas pasiones de propios y de extraiíos.


Toda abdicacion del poJer supremo por voluntario y espontáneo que sea, no tar-
da en ser objeto de pronto arrepentimiento, esta es una ley de naturaleza, que obró
muy luego en el 5.nimo de D a :\1:J.ría Cristina. Ya despertado ese primer sentimiento
de toda potencia derruida, fué muy fácil persuadir á la ex-gobernadora de que debia
por sí misma y por su partido, hac:r una manifestacion pública, por contraria que
fuese á la verdad, declarando que la renuncia de la regencia le habia sido arrancada
por la violencia, único medio de reanimar su partido, y que volviese este al mando,
circunstancia de que dependia la conservaci,on de la tutela de sus hijas, y cuya pé¡:-
dida era irrevocable consecuencia de la renuncia de la regencia. Esa consecuencia
constitucional, á la cual María Cristina no habia pensado ó á lo menos que creyó
posible evitar, fué sin duda la causa determinante del cambio de aquella señora. A
la vista de un peligro que tal vez no habia calculado, firmó entonces esa peregrina
homilia, obra sacrílega en el fondo y en la forma, el manifiesto del 8 de Noviembre.
Empleando el lenguaje de un misticismo hipócrita servía para cubrir las más inícuas




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falsedades,y las acusaciones más villanamente torpes. N o se arredra su autor en es-
tablecer un parangon entre los disgustos de la gobernadora y la pasion del divino
Salvador. Bajo la máscara de una fementida clemencia se invocaba una religion de
paz y de concordia, se fraguaba una ridícula novela de martirio, y se lanzaba con
palabras bíblicas la tea de la guerra civil, llamamiento que no tardó en tener las más
funestas consecuencias. En ese documento se .presentaba D.a María Cristina como
un mártir de la revolucion que tan generosa habia sido para con ella, se la pro-
clamaba YÍctima de pasiones políticas, observadora de la legalidad y defensora de
la Constitucion, eterna y monótona cantinela de todos los poderes destronados,
atribuyendo su caida á todos, amigos y enemigos, menos á sí mismos.


Los consejeros de María Cristina, tras de verter en su manifiesto las calumnias
contra sus adversarios políticos, tambien quisieron descargar su ira contra sus pro-
pios correligionarios políticos, cuya cobardía, en su opinion, habi:l comprometido la
causa de la gobernadora y del partido retrógrado, y le echaron en cara el abandono
en que dejaron ,í eS:l seií.ora. En el manifiesto dado por María Cristina desde Marse-
lla se consigna la más amarg:l censura del partido en masa.


N o habia trascurrido un aí10 desde la fecha de este manifiesto, cuando muchas vÍc-
timas vinieron á figurar en el doloroso martirologio de nuestras disensiones civiles;
valientes dignos de mejor suerte cayeron exánimes, llevados á la muerte por las in-
trigas y conspiraciones urdidas. Pudo la memoria de aquellos desventurados ser un
remordimiento eterno y un eterno castigo para los que los impelieron á una fatal
resolucion sin tomar parte en los peligros, esperando sosegadamente en el extranje-
ro el resultado de la empresa.


La regencia provisional dió la mayor publicidad al manifiesto de D. a María Cristi-
na, en lo que obró muy acertadamente; lo acompañó de una refutacion hecha con
tino y dignidad; mas desde aquel dia todas las consideraciones debían cesar, aquel
manifiesto daba á la regencia la pauta de un cambio total en el sistema que habia
adoptado. Habia sido grande y noble al manifestarse generosa hasta con demasía el
dia del triunfo, mas cuando el enemigo tocaba el clarin de guerra y arrojaba el guan-
te, debíase recoger con firmeza patriótica, y sin salirse jamás del círculo de las leyes,
prepararse abiertamente á la lucha haciendo imposible el ataque por todos los me-
dios justos y:morales que se tenian á la mano, y sobraban. La regencia provisional se
contentó con oponer un escrito á otro escrito, una refutacion á una acusacion, la
yerdad á la mentira, y cumplido esto descansó en un fatal quietismo. Nada hizo para
salvar el porvenir, y léjos de dar á la revolucion el ensanche y la fuerza de des:lrrollo
que la salvara, todo lo esperó de la bondad de su causa; no procedieron así los con-
trarios: no bastando los enemigos de dentro, fuéron á buscar poderosos auxiliares
de afuera, el gobierno francés y Roma fuéron sus aliados, y pronto verémos con
qué esmero trabajaron Luis Felipe y Gregorio XVI en fomentar la guerra civil en Es-
pana.


En todas nuestras disensiones políticas, los príncipes de la casa real siempre y por




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desgracia suya y nuestra han tomado una parte activa en ellas. N o fué esta la menor
de las complicaciones y el menor embarazo con que tuvo que tropezar el nuevo
gobierno. .


En cuanto la noticia de la renuncia hecha de la regencia por María Cristina llegó á
Paris, donde resilia el infante D. Francisco, éste creyéndose con derecho á la tutela
de sus sobrinas, dirigió con fecha de 25 de Octubre una carta á la regencia provisional,
pidiendo aquella tutela, y no contento con este paso, que si hubiese quedado. secreto,
no hubiera tenido rnayores incol1\"enientes, lleyado del prunto epidémico en España
de dar sin ton ni son manifiestos al público, el Infante dirigió el suyo á los espaí101es;
allí explayaba SL1S pretensiones, il1\"ocaba sus derechos, rccordaba las leyes del reino,
siendo en su opinion lbmado á ejercer la tutela de sus sobrinas.


La regencia provisional contestó á el Infante que su solicitud pasaba á consulta
del TribunalSuprcmo, y que se le cnteraria dc\dict:lmcn que diera. El Tribunal apo-
yándose cabalmente en las lcyes dcl reino, desechó la demanda del Infantc, y el go-
bicrno cn conformidad de ese dictLlmen, repelió la solicitud y de todo informó a11n-
fa.nte en un despacho circunstanciado al que se dió publicidad en 28 de Noviem-
bre, contestando así al manifiesto publicado por el Infante.


Si aquel príncipe mejor aconsejado se hubiese abstenido de entrar, públicamente á
lo menos, en la palestra, hubiese eYÍtado la mortificacion pública que sufrió en la
negativa que recibió, negativa que ratificaron las CÓl'tes, cuando llamadas á nom-
brar un tutor con arreglo á la Constitucion, no tuvo el Infante un voto en su favor;
mas en ningun país los príncipes de las casas reinantcs no pueden figurarse que su
voluntad no sea desde luC'go un derecho, ni un título suficiente á que todos lo aca-
ten. Las monarquías constitucionales los hallan con las mismas preocupaciones e
idénticas pretensiones que las absolutas.


Al proponer que se desechara la solicitud del Infante respecto á la tutela, el Tribu-
nal indicaba las medidas de precaucion que eran de tomarse en interés de las hi-
jas de Fcrnando VII en el ínterin que se nombrara un tutor, y entre aquellas aconse-
jaba el nombramiento de una comision que hiciese el inventario de los diamantes
y joyas de la Corona, y de todo aquello que formaba el patrimonio de las reales
pnncesas.


Conforme con el dictámcn del Tribunal, la regencia provisional nombró una co-
mision de cinco indivíduos recayendo la eleccion en los Sres. Duque de Zaragoza,
D. Dionisio Capaz, D. José Landero, D. José Bustos y D. Pedro Amat.


Las personas que formaban la comision, ofrecian por todos conceptos las garantías
de que confiado así á su c::lo y él su patriotismo el exámen de tan importante cuestion,
resplandeceria la verdad en toda su pureza; verdad que tanto interesaba conocer,
pues iba envuelta una cuestion de moral pública de la más trascendental importan-
cia; mas con asombro general nada se supo de los trabajos de aquella comision, cuya
publicidad era tan necesaria. El silencio que hasta la fecha ha cubierto las investiga-
ciones de aquella comision, no nos permite entrar en una discusion sobre el parti-.




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cular, pues nos faltarian los datos para sostenerla, mas en nuestra opinion el silencio
que guardó la regencia provisional sobre esa cuestion, fué uno de los errores más
funestos de su administracion, y dirémos las razones que tenemos para creer-
lo así.


Con razon ó sin ella, justa ó injustamente existia una opinion si no confesada por
todos, admitida universalmente, de que la tutela ejercida por D: María Cristina no
presentaba el estado de una administracion entendida y adecuada á los intereses de
las hijas de Fernando VII. Para dar fuerza á esa opinion habia muchos hechos pú-
blicos y notorios, tales como la parsimonia que se observaba en los gastos de pala-
cio, á pesar del presupuesto monstruoso de la casa real, á quien España paga la tri-
gésima sétima parte de su presupuesto, mientras Francia no pagaba más que la cen-
tésima parte del suyo á la familia real, é Inglaterra la 133 á su reina; esto sin contar
los réditos del patrimonio real de España. Al alcance de todos estaba el abandono
en que yacian los palacios y sitios reales donde no se hacian ni las reparaciones
más precisas. Por do quiera se veian en Madrid cosas de palacio vendidas, y corria
la voz que los diamantes, joyas, vajillas de oro y de plata, y las riquezas y preciosi-
dades de la Corona, habian desaparecido y pasado al extranjero. Fernando VII dejó
un inventario de cuanto existia en palacio y así lo declara en el artículo IV de su tes.
tamento. Ese inventario ha desaparecido.


La cuestion de tutela que por sí misma era una de las más importantes que tenian
que resolver las Córtes, puesto que Da María Cristina insistia en conservarla, reci-
bia de las circunstancias que creaba la opinion pública respecto á la administracion
de la tutora una importancia colosal. Habia un conflicto que deslindar no solamente
bajo el punto de vista del derecho legal y constitucional, sino de la moral pública, y
de una buena ó mala administracion.


Ahora, pues, si aquellas acusaciones por generalizadas que fueran, eran falsas, ca-
lumniosas, inventadas torpe y villanamente por el espíritu de partido; si las investi-
gaciones de la comision nombrada por la regencia provisional daban por resultado
una justificacion de la administracion de la tutela, el honor de aquella señora ausen-
te, el del trono, imponian á la regencia provisional el deber sagrado de proclamar
solemnemente la pureza de aquella administracion, y acallar con pruebas auténticas
esas calumnias, esos rumores confusos de acusacion infundada. Lo exigia tambien la
gravedad de la resolucion que iban á tomar las Córtes, pues es muy cierto que resul-
tando que el ejercicio de la tutela habia sido un dechado de pureza y de acertada ges-
tion, era un paso inmenso dado á la solucion legal y constitucional; pues semejante
administracion hubiera sido un título indisputable á la confianza de las Córtes, que
pasando por encima de consideraciones de un órden subalterno, y cediendo algo
del derecho rigurosamente legal y constitucional, hubieran debido conservar la tu-
tela á la madre que tan noblemente habia desempeñado las obligaciones de tutora
de sus hijas.


Mas si por lo contrario, habia alguna verdad en las acusaciones que corrian públi"




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camente, si por desgracia era cierto parte de lo que se decia, deber imperioso incum-
bia á la regencia provisional el dar al público los resultados de las investigaciones de
la comision con todos los documentos auténticos; así lo exigia el bien público, la
tranquilidad del país y la moral. Puesto en tela de juicio ante la opinion pública, lle~
vado luego al fallo de los representantes del país, ese proceso hubiese zanjado á
priori la cuestion de tutela, pues ya entonces dejando el un lado el punto legal dede-
recho, prueha manifiesta de una mala gestion, era motivo suficiente y hasta impe-
rioso de quitar la tutela el una madre que tan malamente habia correspondido á la
confianza del rey difunto y de la nacion, desconociendo los deberes de madre y de
tutora.


Ni una ni otra cosa hizo la regencia provisional con sumo perjuicio del país. Ig·
noramos las consideraciones que mediaron para adoptar una resolucion tan contra-
ria el los intereses de las princesas menores, del Estado y de la moral pública, cu-
briendo con un velo hasta ahora no conocido esa delicadísima cuestiono Las dudas
que tienen algunos, la segLlridad que po recen tener muchos respecto á la administra-
cion de la tutela de D." l\laría Cristina contrarias á la dignidad y honra de esta seño-
ra, han sido rechazadas con indignacion por sus partidarios como otras tantas ca-
lumnias, sin que haya un dato auténtico para sostener la acusacion y es sabido que
es axioma forense, que en la duda la presuncion legal es en favor de la inocencia del
acusado: hasta ahora se ha podido decir con razon que ha sido calumniada esa seño-
ra. La regencia provisional nada dió al público, y siguió el misterio; si tuvo las
pruebas de la lealtad de aquella administracion, la generosidad, la justicia, la política
y la moral hacia n el la regencia un deher de manifestar la verdad, yes de sentir que
un gobierno popular compLlesto de hombres íntegros, no haya dado al mundo el
ejemplo de una justicia que dominando las posiciones más eleyadas en la gerarquía
social, recordase á todos grandes ó pequeños que si á veces la leyes impotente, la
inflexible justicia de la opinion tiene siempre imperio y alcanza á todos. Desde el dia
en que salió á luz el manifiesto de D.a María Cristina, equivalente á una deela-
racion de guerra, toda consideracion que se tuvo fué un acto de deplorable debi-
lidad.


Roma dehía ser la primera en dar su apoyo á los proyectos reaccionarios que se fra-
guaban contra la libertad de España, y de los cuales el manifiesto de D.a María Cris-
tina fue el precursor. En éste habia lógica: no se podia esperar otra cosa de la política
seguida para con nosotros por el Vaticano, desde la muerte del rey. Desde aquella
época, confundiendo el Papa lo divino y lo .profano, una cuestion dinástica con los
intereses de la Iglesia, vino á deelarar el trono de España Sede vacante. En esto si-
guió el Santo Padre el ejemplo de la mayor parte de los soberanos de Europa que no
vieron monarca de España ni en la hija, ni en el hermano de Fernando VII, y si es
difícil de explicar esa negacion monárquica en los reyes, es todavía rnLÍ.s inaudita en
el Sumo Pontífice, quien por interés la religion, nunca debiera abandonar la iglesia
de España como lo ha hecho.




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N o estará demás recordar en compendio las resoluciones internacionales que han


existido entre el gobierno de Madrid y la Santa Sede, desde que murió Fernando VII,
para que se vea cuán injustos han sido los procedimientos de Gregorio XVI, mani·
festándose tan hostil <Í. un pueblo que jamás ha negado al jefe de la cristiandad home·
najes de respeto y de sumision.


A la muerte de Fernando VII, el Santo Padre manifestó al gobierno español el
sentimiento que le causaba tan infausto acontecimiento, y que dirigia al Todopode-
roso las más fervorosas preces para que protegiera el reino católico de España, huér-
fano de padre. Estas últimas palabras contrarias al dogma monárquico, que el rey
nunca muere en el sentido político, indicaban sobradamente que el Sumo Pontífice
no reconocia en Isabel 11 un rey legíti mo. En efecto, no tardó mucho S. S. en decla·
rar que no podria reconocer á Isabel II como reina de España, mientras no se pusie-
ra de acuerdo con algunos gobiernos <Í. quienes consultaba, esto es, á los que no ad-
mitian por legítima la pragmática sancion de r 789, promulgada en Marzo de 1830; Y
cuando el gobierno de r830 comunicó la pragmática al de Roma, este se contentó con
decir que no consideraba aquello sino como un documento que merecia exám :n,
cuando llegase el caso de ocuparse de la cuestion dimística. El gobierno español con-
testó, haciendo presente á S. ~. el verdadero estado de España, declarando que la in-
mensa mayoría de los espalloles tenia por reina legítima á la hija del rey, y que se
hacia con esas reticencias embozadas un agravio positivo al rey católico y á España,
pues acababa la Santa Sede de reconocer un rey en Portugal, en la persona de un
usurpador. Replicó torpemente el gobierno romano que habia reconocido á D. Mi-
guel á la vuelta de dos atlOS de pacífica posesion del trono, y que además habia he-
cho la reserva que reconociendo un soberano de hecho, no pretendia la Santa Sede
emitir una opinion en favor del mejor derecho de los pretendientes al trono de
Portugal.


Hemos calificado de torpes semejantes razones, porque más tarde se puso Grego·
rio XVI en contradiccien consigo mismo. Llevaba Isabel 11 siete años de poses ion
pacífica del trono á la muerte de aquel Papa, sin que por eso la hubiese reconocido
como reina; las verdaderas razones que tuvo aquel Pontífice fuéron otras, y la dife-
rencia de su conducta nacia de la del principio que representaban D. Miguel en Por-
tugal y D.a Isabel Il' en España. El primero personificaba el poder absoluto, monár-
quico y sacerdotal, é Isabel II simbolizaba la libertad y la reforma eclesiástica. En el
ánimo yen la política del Papa, la cuestion política dominaba <Í. la cuestion religiosa.


Tales fuéron los preliminares de ojeriza, que no cesó de manifestar Gregorio XVI
al gobierno español durante su pontificado, prevenciones injustas que con el trascurso
del tiempo y la marcha de los acontecimientos degeneraron en hostilidad abierta.
Siendo así que existia libertad de imprenta en España, se quejó S. S. de los ataques
que sufria el clero en los diarios. Contestó el gobierno español que lamentaba como el
primero esos extravíos de la prensa, que en varias ocasiones hahia llevado ante los
tribunales á los autores de escritos poco ortodoxos, no pocas veces castigados con ar-




reglo á las leyes, mas que habia que tener presente cuán difíciles eran :de remediar
esos excesos, mientras no se pusiera coto á los de clérigos, apóstoles de guerra civil
cuando capitaneaban rebeldes exparciendo ellut0 y la desolacion en las provincias: que
el gobierno no podia dejar de participar de la indignacion pública á la vista de la guerra
sanguinaria que dirigian mlllistros del altar; que varios clérigos cogidos con las armas
en la mano h1bian sufrido la pena de su crímen harto probado, pasando en seguida
el gobierno espaÍ10l de la justificacion de su conducta, á la justa reconvencion que
merecia el de Roma por la que observaba. Se le dijo que era por lo menos muy extra-
Í10 que se manifestara tanta indignacion por los castigos legalmente impuestos á
clérigos rebeldes y sanguinarios, y que no hallara el Santo Padre una palabra de cen-
sura contra la rebelion misma, que de seguro no hubiera tomado tanto vuelo si pre-
lados diocesanos interpretando en el sentido favorable á la rebelion, la actitud hostil
del Santo Padre no la hubiesen fomentado, en vez de oponer su influjo al furor beli-
coso de sacerdotes díscolos y depravados, formando estos parte de la faccion y trans-
formando los templos del Sei10r en arsenales de armas fratricidas_ Estas reflexiones
y otras muchas que recaian en hechos materiales auténticamente probados, ninguna
mella hicieron en el ánimo del Papa Gregario y siguió atronando al gobierno espa-
Í10l con sus injustas quejas.


Siguiéronse tambien largas negociaciones diplomáticas sin que se adelantase un
paso hácia el reconocimiento de la reina por el Papa, hasta que vino á cortarlas una
negativa absoluta y formal dada al representante de España en Roma, de donde vi-
nieron instrucciones análogas al cardenal Tiberi á la sazon nuncio apostólico en Ma-
drid, y más tarde al arzobispo de Nicea sucesor de aquel, negativa fundada en la re-
solucion tomada por ciertos artículos del Papa, de no reconocer á Isabel 11.


Que aquellos soberanos dejasen de reconocer á la reina de Espai1a, era una cues-
tion muy sencilla, reducida á una interrupcion de relaciones diplomáticas; no así el
Papa que teniendo el doble carácter de soberano temporal y de jefe de la Iglesia,
tiene otros deberes, y exige otras consideraciones en un país católico. Que como prín-
cipe temporal se hubiera negado Gregario XVI á reconocer á Isabel Il, la cosa era
de muy poc~ monta; no así en cuanto á lo espiritual, pues causaba un sumo trastor-
no en la Iglesia, en la cuestion de los obispos que fué la primera que el gobierno es-
pai10111evó ante la Santa Sede, puesto q ue p~r desgracia de Espai1a, los ~eyes Cató-
licos habian admitido la intervencion del Papa en la eleccion de los obispos. Faltan-
do á las reglas de la Iglesia primitiva de EspaÍ1a, habíase otorgado á los Papas un de-
recho fatal de que no podian menos de abusar éstos como lo han hecho siempre, y
como lo ha hecho Gregario XVI.


El gobierno de Madrid no podia ver con indiferencia la interrupcion de sus relacio-
nes con Roma. Cada dia la muerte disminuia el número de los prelados diocesanos
por ser la mayor parte de avan,zada edad, y buen número de diócesis iban quedando
huérfanas, mal que iba en aumento rápido. Sacerdotes dignos por sus virtudes y
su saber de la benevolencia y aprecio del Santo Padre, presentados para los obispados




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vacantes, eran rechazados por Su Santidad, acudiendo en defensa de la negativa á to-
das las sutilezas y sofismas de la curia romana, descartando toda esa broza curial, y
siendo la primera dificultad que presentaba Su Santidad la fórmula de presentacion
que en la opinion del Vaticano no debia ni podia prejuzgar la cuestion dinástica. El
Gabinete español propuso varias fórmulas, hasta consentir en omitir el nombre del
soberano que presentaba los obispos: tamaña condescendencia fué en balde. Roma
desechó todas las fórmulas presentadas por el gobierno de Madrid, y á su vez propu·
so que no se hiciese mencion del derecho de presentacion, diciendo Su Santidad que
otorgaba las bulas de motu proprio, y P01" 'un efecto de la benignidad de la Sede
apostólica.


Muy grosero era el lazo, para que á pesar de su extremada debilidad cayera en él
el gobíerno espaí10l, y resuelto á no transigir sobre el d,-,recho de presentacion y á no
admitir las bulas de investidura canónica, sin que esa cláusula fuese explícita y cla-
ramente inserta, habiendo por otra parte hecho con demasía cuantas concesiones
eran compatibles con la dignidad de la nacion , el decoro del trono y los derechos
tradicionales de la. corona de Castilla, se cortó la negociacion, diéronse los pasapor-
tes al N uncio y este se alejó de España.


Este conflicto del poder temporal y del espiritual, esa negativa de la Santa Sede
de reconocer á Espaí1a el derecho de presentar los obispos, recuerda el orígen de la
intenencion de Roma en la conservacion de los obispos, y como en materia tan de-
licada, toda opinion personal apareciera producto del espíritu innovador de nuestra
época, es muy preferible acudir á dictámenes de época muy diferente, y ninguno más
adecuado que el texto literal de lo que decia al Consejo real de Felipe V el fiscal de
aquel Consejo el dia 1~) de Diciembre de 1713. Habiendo el rey puesto á consulta del
Consejo el exámen de diferentes cuestiones sobre los abusos '1ue poco á poco ha bid
introducido la córte de Roma en la disciplina de la Iglesia, con gravísimo detrimen-
to del poder real, el Consejo pasó la consulta á su fiscal general D. Melchor Macanáz,
para que diera su dictámen. Este dignísimo magistrado puso una consulta donde bri-
llan á la par que el saber la entereza y el patriotismo, en la que abarcando todos los
puntos consultados, extendió en dos pedimentos de 19 de Diciembre de 1713 Y 2 de
Enero de 17!4, cincuenta y cinco gestiones en el primero y treinta y seis en el se-
gundo. La .de la investidura de los obispos era la 40 millonesíma del primer pedi-
mento leido en Consejo pleno. El lenguaje del fiscal general fué justo y severo á la
par contra las pretensiones del Papado.


Si así se expresaba en 1713 el fiscal general de un rey absoluto ante el Consejo, no
eran seguramente las ideas liberales de nuestros dias las que reinaban en España en
aquella sazon, lo que inspiraba aquellas enérgicas palabras, era por el contrario el
más acendrado respeto del poder :nonárquico que no consentia que se cercenase en
10 más mínimo ni aun por el Papa. Así se defendian las prerogativas de la Corona;
así se repelían las pretensiones de Roma, y hoy dia no se podria usar de aquel len-
guaje en nombre de la soberanía de la nacion y en defensa de su omnipotencia sin




- 236-
ser tildado de revolucionario, de irreligioso y quizá de ateo, y hay que añadir para
gloria eterna del ínclito fiscal que hahlaba en presencia de la Inquisicion y sin po-
der contar con la firmeza del rey para estar al abrigo de los tiros del Santo Oficio,
cuyo poder no tenia límite, y así sucedió. Á poco de haber presentado sus pedimen-
tos tuvo que huir Macan<"Íz para sustraerse á la venganza del Santo Oncio, abando·
nado por Felipe V tras de una lucha asaz tenaz con aquel, en la que llevó la peor
parte el rey, cuya autoridad habia querido conservar ilesa el ilustre fiscal; mas no
pudiendo Felipe V sostenerlo en España contra sus enemigos, 10 envió al Congreso
de Cambrai J luego á Paris, dándole varias comisiones diplomáticas, y por último,
fué enviado á Breda para que asistiera al tratado de paz general. Vuelto á Espaí1a
el infeliz Macanaz cayó en manos de la Inquisicion, que no discutia pero asesina-
ba á sus contrarios. Llevado á la cárcel de Pamplona, donde sufrió el trato más
cruel, fué luego conducido á un castillo de la Coruña, donde permaneció los doce
últimos años de su demasiado larga vida: hasta 1759 no fué puesto en libertad por
Cárlos IlI, y murió seis aí10S despues á la avanzada edad de noventa años. Tal fué el
pago que recibió del rey Felipe V el sábio defensor de los derechos de la Corona con-
tra las pretensiones de Roma.


Hoy dia no hay Inquisicion, llamamos la época presente época de libertad, de dis-
cusion, de exámen; se habla mucho de independencia, y á pesar de todo no hemos
leido nada, sea en lo que ha publicado el gobierno, sea en lo que se ha dicho en las
Córtes sobre los ah usos del poder de Roma, que pueda compararse por la energía y
elevacion de pe nsamiento, la entereza y solidez de los argumentos á los pedimentos
del fiscal de Felipe V, sin que esta excesiva moderacion del gohierno constitucional
de España haya merecido el menor miramiento por parte del Va ti C;l11 o , mientras ha
vivido Gregario XVL y si al advenimiento de Pío IX han mejorado las cosas, al ca-
rácter de este se ha debido, mas no á la energía del gobierno español.


Vamos á examinar cuáles fuéron las relaciones de la regencia provisional con res-
pecto á Roma, y los hechos que mediaron en aquella época; mas para apreciarlos es
preciso dar un paso atrás y recordar el orígen de la investidura del vi~e-gerente de la
nunciatura extr2.ñado del reino por la regencia provisional.


Al dar fin á su mision diplom:ltica, el Nuncio de S. S. solicitó á la par que sus pa-
saportes, la honra de despedirse de la familia real y como por incidente pedia la au-
torizacion de dejar al Sr. de Campomanes, asesor de la nunciatura, encargado pro-
visionalmente del despacho de los asuntos urgentes. Tenia la nota del N uncia la fe-
cha de 3 de Mayo de 1834. D. Francisco Martinez de la Rosa, á la sazon ministro de
Estado, accedió al momento á la solicitud del Nuncio con fecha del 4 del mis-
mo mes.


Vino á Madrid un nuevo representante de Roma, el Arzobispo de Nicea, mas sus
credenciales estaban redactadas en términos que el gobierno español por propio de-
coro como por respeto á la dignidad de la nacion y á las prerogativas del trono, se
negó á admitirlo. Á pesar de esta repulsa, el enviado pontificio pasó al conde de To-




reno ministro de Estado, con fecha 30 de Junio de 1835, una nota en la cual le anun-
ciaba que atendido el estado valetudinario de Campomanes, habia resuelto la Santa
Sede darle un sustituto para los casos de enfermedades ó de ausencias en la persona
del Sr. Ramirez de Arellano fiscal de la nunciatura, y sin esperar la contestacion del
ministro español, el enviado romano comunicó al electo su nombramiento, y le dió
posesion de su destino. En este paso dió á conocer el arzobispo de Nicea que sabia que
todo podia esperarlo de la debilidad del ministro, obrando con audacia, y en efecto
no se equivocó. El conde de Toreno admitió por válido el paso dado por el sagaz ar-
zobispo, sancionando así el acto más atentario de los derechos de la nacion, y de las
prerogativas del trono; y contrario á todos los precedentes, pues en todos tiempos
el gobierno español habia rechazado esas delegaciones de los N uncios. Si débil andu-
vo el Sr. ""lartinez de la Rosa accediendo á la solicitud de un Nuncio, el conde de To-
reno admitiendo un nombramiento directo de Roma en favor de un súbdito español,
comunicado por un agente que ningun carácter diplomútico tenia, ofendió gravemen-
te la dignidad nacional y vulneró las regalías de la Corona; mas congraciarse el apo-
yo del clero con un fin político, ha sido siempre parte de! sistema del partido retró-
grado, y blasonando de monClrq uico por excelencia, nunca ha dejado de abandonar
á los ministros las preroga ti vas de la Corona, si este sacrificio podia servir sus ambi-
ciones personales, adquirir un aliado mús y seguir un dia más en el poder.


En 12 de Julio de 1838 el Sr. Ramirez de Arellano dió parte al gobierno del falle-
cimiento del Sr. Campomanes, de cuyas resultas tomaba posesion de la nunciatura
en calidad de vice-gerente. El ministro de Estado, conde de Ofalia, admitió esta nue-
va usurpacion, sin por esto conseguir que el gobierno pontificio se mostrara inclinado
á mejores sentimientos respecto á España; inevitable fruto de la debilidad. Hubo más;
no le habia bastado al Santo Padre manifestarse hostil á España como soberano tem-
poral, negándose á reconocer á Isahel II; no le habia bastado olvidarse de todo espíri-
tu de caridad evangélica en SLlS obligaciones como jefe de la Iglesia dejando muchas
diócesis sin prelados, causa eficiente de sus disturbios, dió S. S. un paso más avan-
zado en esa guerra anti-cristiana, y se negó á reconocer al comisario de la Cruzada
nombrado por el gobierno, mas no pudiendo sostener esa nueva negativa, en vez de
otorgar la dispensa por diez años como era costumbre, la limitó á un año solo, expi-
diendo clandl:stinamente un breve al arzobispo de Toledo, autorizando á los confeso-
res á otorgar por sí y ante sí la dispensa mediante una limosna á los pobres. Habíanse
suprimido los jesuitas, el Santo Padre protestó contra esa supresion que calificó de
atentado contra la religion y la Iglesia; en el consistorio del 2 de Febrero de 1836


, ,


hizo una alocucion que fué el preludio de la que salió á luz el 1. o de Marzo de 1841 Y
de la que nos ocuparémos más adelante.


El obispo de Leon, prelado revoltoso, habia sido emplazado ante el Tribunal Supre-
mo de Justicia por sus actos y su conducta; así que estalló la guerra civil se presentó
como uno de los agentes más activos de la rebelion, y más tarde fué uno de los con-
sejeros de D. Cárlos. Emplazado de nuevo ante el mismo Tribunal, reclamó Roma en .




-238-
favor del obispo rebelde las inmumdades eclesiásticas, como si semejantes inmuni-
dades pudiesen proteger la felonía y la rebeldía. Y para que no quedase duda de la
parcialidad de la Santa Sede, recibió el obíspo faccioso delegacIOnes de aquella para
acudir á las necesidades espirituales de las provincias teatro de la rebelion, para otor-
gar dispensas y proteger los clérigos que tomaran parte en la faccion.


Tal era el estado de las relaciones internacionales entre Madrid y Roma, cuando
los acontecimientos de 1840 vinieron á agravar una situacion ya bien mala. El Sr.:Ra-
mirez de Arellano, furibundo ultramontano y fanático absolutista, provocó 90n sus
tropelías una medida enérgica contra su persona por parte de la regencia provisional.
Desconociendo que todo lo debia ála tolerancia indisculpable del gobierno, se atrevió.
ya se~ movido por intrigas secretas ó por su propio impulso, á hostilizar á la regencia
provisional por todos los medios que estaban á su alcance, lisonjeándose que á fuer-
za de osadía llegaria á intimidar, y lo que consiguió fué su extrañamiento del
remo.


Las juntas habian, como hemos dicho, cometido algunos lamentables excesos con-
tra las personas; la de Madrid habia suspendido de sus funciones á los jueces del tribu-
nal de la Rota; la de Cáceres habia extrañado al obispo; la de Granada, la de la Coru-
ña, la del Málaga, la de Ciudad Real y otras, habian desterrado á canónigos y varios
clérigos conocidos por su odio á las ideas liberales. Sin duda eran estos deplorables
abusos de la fuerza, harto connaturalizados entre nosotros, lamentable resábio de
que adolecen todos los partidos en España y fuera de ella; la intolerancia política ha
reemplazado á la intolerancia religiosa.


La regencia provisional habia dado sobradas pruebas de su moderacion, de su
templanza y de su firme resolucion de subsanar en un sentido de justicia los actos
de las juntas que fuéron contrarios á esta. Bien podia descélt1sar el fogoso represen-
tante de Roma en la regencia provisional, para que los ministros del altar que hubie-
sen sido dctimas de unas tropelías lamentables á la par que inevitables en un mo-
mento de agitacion popular, recibiesen plena y cabal satisfaccion; mas el fanático
Arellano no quiso dejar al gobierno el mérito de unaintervencion reparadora, y diri-
gió al ministro de Estado, con fecha deiS de Noviembre, una nota redactada en el
estilo más descomedido. El intruso vice-gerente pedla del modo más altanero pronta
satisfaccion de los actos de la junta, y daba fin á su escrito con estas palabras: espero
recibir una contestacion satisfactoria.


Tras de este primer paso, y envalentonado sin dULla con el manifiesto místico reli-
gioso de D. a María Cristina, en 17 de No'viembre dirigió otra nota Arellano, ponien-
do su veto á la nueva demarcacion de parroquias decretada por la regencia. En esa
insolente protesta reclamaba para la autoridad eclesiástica el derecho exclusivo de
arreglar la demarcacion civil de las parroquias; y por último, pasó una tercera nota
en 20 de Noviembre protestando contra el decreto de la regencia fecha del 1.° de
aquel mes, en el cual autorizaha al obispo electo de Málaga D. Valentin Ortigosa, á
tomar posesion del gobierno eclesiástico de aquella diócesis.




- 239-
Cansada la regencia con las impertinencias de ese clérigo turbulento, pasó las tres


mencionadas notas en consulta al Tribunal Supremo, y oidos los fiscales generales,
dió un dictámen muy detenido, probando que el Sr. Ramirez Arellano ningun carác-
ter público tenia que le autorizase á pasar notas al gobierno. que si por una culpable
tolerancia se le habia sufrido hasta la fecha, el abuso escandaloso que de ella hacia,
exigía que se pusiese fin á su ilegal intrusion diplomática. En cuanto al objeto de
sus notas, tanto con respecto á la demarcacion de las parroquias, como de la investi-
dura dada al obispo electo de Málaga para gobernar aquella diócesis, 'el Tribunal, en
un dictámen ilustrado, análisis de los antecedentes en 5emejante materia y rico de
hechos históricos, rechazaha con arreglo á las leyes del reino, en nombre del dere-
cho nacional y de las regalías de la Corona, las pretensiones del intruso agente de
Roma. Concluia el Tribunal pidiendo que atendido el espíritu de hostilidad que ma-
l11festaba el Sr. Ramirez de Arellano respecto al gobierno, atendida la falta completa
de carácter público en dicho agente, faltando éste en sus escritos á la exactitud y á la
verdad, fuese Arellano extrañado del reino y ocupadas sus temporalidades: que se
cerrase la nunciatura y cesase el tribunal de la Rota. Este dictámen lleva la fecha de
26 de Diciembre de 1840.


Conformándose con el dictámen del Tribunal, se cerraron el tribunal de la Rota y
la Nunciatura; y el Sr. Ramirez de Arellano, extrañado del reino, fué llevado á la
frontera de Francia con una escolta: así quedó roto el último y débil vínculo seml-
oficial que existia en 1840 entre el gobierno de Madrid y la Santa Sede.


No necesitaba tanto Roma para poner el grito en el cielo. Este acto de rigor del
gobierno español, diferentes decretos sobre la ordenacion de los clérigos (lO de Di-
ciembre), sobre los bienes de los conventos (6 y 13 de Diciembre), sobre la dotacion
del clero (21 de Enero de 1841), parecieron una explosion de la ira romana, estalló,
y por impotentes que sean ya los rayos del Vaticano, allá los arrojó el Santo Padre
contra la Esp:1iía constitucional en una alocucion en el consistorio de 1. e de Mayo
de 1841, que ha de quedar como tipo sui generis. Pocas veces un Papa ha usado de
un lenguaje menos evangélico, menos digno de los preceptos de la santa religion, en
cuyo nombre hablaba. Corria parejas con el manifiesto de D. a María Cristina; y
como á la fecha de la alocucion de Gregorio XVI rse hallaba aquella señora, aun sin
temor de faltar á la verdad histórica, se puede suponer que no fué estraña á ese toque
de guerra del Sumo Pontífice: el momento de dar á luz ese documento incendiario fLlé
diestra y mañosamente escogido; se eligió el tiempo de cuaresma, y se contaba con
los sermones y el influjo del tribunal de la penitencia para influir en el ánimo de los
fieles que concurrieran á los sermones y á la confesion. En esto cometió Roma un
anacronismo; no tuvo más acogida aquel escrito que la de una completa indiferen-
cia y la suerte misma que le cupo al manifiesto de D: María Cristina. Solamente
los hombres pensadores que deseaban ver la Iglesia española reconciliada con el jefe
de la cristiandad no pudieron menos de sentir esa lamentable confusion de cosas tan
distintas como la religion y la política, que siempre deberian estar separadas. Hasta




ahora toda alianza del trono y del altar :contra la libertad de una naClOn ha sido
siempre fatal á la nacion misma, á la religion y á los gobiernos.


Las quejas del Papa, prescindiendo del lenguaje duro y apasionado en que las ex-
presaba, eran del todo injustas y sin el menor fund;:¡mento; recaian principalmente
sobre la venta de los bienes del clero, sobre el extrañamiento del vice-gerente de la
Nunciatura, y sobre haberse cerrado el tribunal de esta.


En cuanto al primer punto, seria cosa fatídica y enojosa el discutir el derecho na-
cional que asistia á España para echar mano de los bienes del clero, y más aún dete-
nerse en el exámen de las ventajas ó perjuicios que resultan á una nacion de la des-
amortizacion de fincas urbanas en manos muertas y corporaciones religiosas.


El extrañamiento del vice-gerente, tan léjos de constituir una infraccion del dere-
cho internacional, no fué más que el uso de un derecho inconcuso. Arellano er;:¡ súb-
dito español sinningun carácter político; se entr'-lmetia á nombre de una potencia ex-
tranjera á censurar actos del gobierno y protestar contra otros; y no era la prime-
ra vez que el gobierno espaí10l habia tomado medidas severas contra los N uncios en
tiempos en que no imperaban ideas liberales, y en época más cercana las costas de
Cádiz extrañaron al nuncio Gravina por turbulento y faccioso; mucho más podia ha-
cer lo que hizo con un intruso y un español.


¿Y faltan acaso en nuestra historia resoluciones enérgicas tomadas por los reyes
contra las pretensiones de Roma y contra los obispos irreverentes para con el
Trono?


Fernando el Católico, ofendido que el Papa hubiese en viado al reino de N ápoles un
agente encargado de una mision que no queria permitir, manifestó su enojo á sus mi-
nistros porque no habian castigado con el mayor rigor la osadía y la insolencia de
aquel enviado, y amenazó al Papa hasta con negarle toda obediencia como no re-
nunciase á sus injustas pretensiones.


A pesar de su fanatismo religioso, los príncipes de la casa de Austria, viendo que
sus respetuosas reclamaciones á la Santa Sede quedaban desatendidas, desplegaron la
mayor energía para sostener la dignidad de su Corona y sus prerogativas. Cárlos IV,
cansado con la discordia que fomentaba el papa Clemente VII, mandó que no
se reconociese en España más autoridad eclesiástica que la de los arzobispos y obis-
pos. Felipe II tomó igual resolucion á consecuencia de sus desavenencias con el
Papa Pablo IV; en el reinado de aquellos reyes varios Nuncios fuéron extrañados
del reino.


Don Cárlos IV mandó que los arzobispo~ 'y obispos ejerciesen la plenitud de sus
facultades espirituales en conformidad con la antigua disciplina de la Iglesia esp;:¡¡10la
en cuanto á las dispensas matrimoniales; y con respecto á la consagracion de los
obispos y otros casos de suma gravedad, se debia consultar la Cámar;:¡ que los resol-
veria; todos los prelados del reino tenian que conformarse con este precepto.


En cuanto al tribunal de la N unciatura, veamos cuál ha sido su orígen y sus vi-
cisitudes.




- 24 1 -
La admision de un N uncio con jurisdiccion para fallo de pleitos data de 1537,


hasta cuya época un Nuncio no .... habia sido más que un embajador. Cárlos V fué quien
cediendo á las reclamaciones de súbditos y de corporaciones sobre los inconvenien-
tes de ir á Re>ma para ventilar ciertos litigios, pidió al papa Pablo 111 que delegase á
su Nuncio una jurisdiccion que hasta entonces habian ejercido los obispos, y le auto-
rizase ú fallar en última instancia sobre esos litigios. El aúm de invadirlo todo que
caracteriza á la curia romana se deJÓ muy luego sentir, y no pasó mucho tiempo sin
que conociera los inconvenientes de esa jurisdiccion. Con cierta prevision del abuso
Cárlos V se reservó el derecho de renunciar' para sí y sus sucesores á esa jurisdiccion.
En el reinado de Felipe V, el tribunal de la Nunciatura se cerró por órden de aquel
m marca; lo mismo aconteció en el reinado LIe CCldos II 1, supresion que duró siete
años; cuya desayencncia se terminó en 1771 con un br~ve apostólico de 2G de Marzo,
sustituyendo el tribunal de la Rota al de la Nunciatura.


(_y acaso por haber hecho esto aquellos reyes han sido acusados de desacato para
con la Santa Sede? No, ú lo menos que sepamos. Así pue~, cuando Gregorio XVI en
su J.locucion del 1.° de .\larzo pretendia que -el got)ierno espaí10l con cerrar d tribu-
nal de la Rota hahia cometido una violacion mJ.lúiicsta de la jurisdiccion sagrada y
apostólica, ejercida, decia S. S., deslic los primeros tiempos de la Iglesia, se ofendia la
verdad históricJ., se senta~)a una l'roposicion contraria ú las decisiones de los conci-
lios de Toldo, contr,l1'ia :1 la historia eclesi:lstica de España, contraria á la realidad,
siendo el origen lie esa jLlI'isdiccion el que hemos il1llicado.
QLle~la, pLle.;, demostrado que en el reinado de íos reyes absolutos de ardorosa féca-


tólica, ilustres jurisconsultos y teólogos cspaí101es aconsejalJan la supresion del tri-
bunal de la ~L1nciatura, de or:gen reCIente y cuya existencia no l1:lbia sido más que
un efecto de excesi\'a tolerancia, y que dicho tribunal permaneció cerrado por mu-
chos aÍlos e" !os reinados de Felipe V y de Cárlos III, sin que por esto Roma prodi-
gase ú aquellos monarcas harto ardientes católicos el anatema que Gregorio XVI ful-
minó en su alocLlcion de l." de :'IIarzo contra la regencia provisional por haber hecho
en lbO de su derecho lo que habian mandado aquellos dos monarcas.


Ni por estos actos de la re~encia pr(wisional, ni por ninguno de los de minis-
tros anteriores, tenia moti \'OS el Santo PaJre para manifestar esa implacable ene-
mistad húcia EspaÍ1a. Lo:; puntos en litigio, las controversias existentes ni eran nue-
\'as, ni más gra\'es que otras que se habian ventilado entre la córte de Madrid y la
Santa Sede, en cuyos casos los reyes de Esp,úla habian hecho lo que la regencia pro-
\-isional: mas es así que las quejas del Sumo Pontífi·~e no tenia n el orígen que se
a~'cctaba, en vez de ser una cuestion espirituaL lo que se empeilaba era lucha pura-
mente política, y por lo mismo contraria á los intereses de la religion: nada habia en
los actos de la regencia que pudIese alarmar los escrúpulos del Santo Padre por ar-
diente que fuese su celo en conservar intacta la pureza de la fé católica, ningun cisma
la amenazaba, ni la altera 1)a, mas por desgracia un miserable empeÍ10 político pro-
yocaba ese di,-orcio, desconociendo S. S. el carácter de Padre comun de los fieles


16




- 242 -
para seguir las inspiraciones políticas de los enemigos de la libertad española propios
y extraños, subordinando su gloriosa y santa autoridad espiritual á las exigencias las
más descabelladas de ciertos gobiernos. Imitando Gregorio XVI á los soberanos para
quienes el trono de España se hallaba vacante, no reconocia ni á Isabel 11 ni á don
Cárlos por rey. Gregorio XVI hacia en esto la contra-partida de su antecesor, quien
durante la guerra de sucesion, reconoció sucesivamente dos reyes de Espaí1a en la
persona del duque de Anjou, y en la de su competidor el archiduque Cárlos.


Demos gracias á Dios que durante ese conflicto lamentable, no se haya introduci-
do en España algun cisma. Todo lo ha hecho la Santa Sede para que así sucediera, mas
si desafueros tan graves no han producido todo el mal que pudieran, no han dejado
de tener efectos funestos; el clero ha perdido mucho del respeto y del prestigio que
le son indispensables, la autoridad de la Santa Sede ha perdido toda consideracion,
la fé religiosa se ha entibiado. Estos han sido los frutos ópimos de la imprudente
conducta de Roma, azuzando directa ó indirectamente al clero español á tomar par-
te enla lucha política, comprometiendo altamente su dignidad, su carácter sagrado,
su santo ministerio, y exponiéndose á todas las vicisitudes venideras, inseparables de
las agitaciones políticas, que dejan en pos de sí hondos resentimientos. La injusticia
es una pésima consejera aun en las cosas materiales del mundo, mas cuando tiene
por primera consecuencia alterar las creencias religiosas, inquietar los ánimos, agitar
las conciencias, quien tales males provoca e~ responsable ante Dios y la sociedad de
todos los que causa; y el nadie sienta menos la injusticia y la intolerancia, que al Vi-
cario del Crucificado en la tierra, del Dios de pCiZ, de mansedumbre y de clemencia.




,


CAPÍTULO X.


HOSTILIDAD DE LA FRANCIA.-NEGOCIACIONES CON PORTUGAL SOBRE LA NAVEGACION DEL


DUERO. -DISCUSION SOBRE LA FORMA DE LA REGENCIA.-EL GENERAL ESPARTERO Re-


GENTE DEL REINO.


El manifiesto de D.a María Cristina y la alocucion del Papa no eran los únicos me-
dios de accion que en el extranjero se aunaban contra la regencia provisional. SUS
relaciones internacionales con la Francia presentaban de parte de esta un carácter
de hostilidad marcado, y no tardó el nuevo ministerio francés en entrar en línea con-
tra el gobierno español. Aquel ministerio, faltando á ras reglas más vulgares del de-
coro y de lo que se deben entre sí los gobiernos, insertó en el discurso de la Corona
á las Cámaras congregadas, expresiones injuriosas á la dignidad de España, califican-
do de anarquia la situacion que crearan los acontecimientos de Setiembre; acusacion
desde luego falsa, ingrata, y por último, atentatoria al derecho de las naciones. ¿Qué
hubiera dicho la Francia, si en los primeros alÍ.os que siguieron á la revolucion de
Julio, cuando Paris, Lyon, y otras grandes poblaciones del reino eran teatro diario
de conmociones sangrientas, y cuando á cada paso la vida del rey estaba expuesta á
los tiros de asesinos, los ministros de la reina de Inglaterra hubiesen puesto en
boca de la soberana, hablando al Parlamento, palabras parecidas á las que hemos ci-
tado, por más que la caltficacion hubiese sido exacta? Con justa razon la Francia se
hubiera indignado, y por humilde que fuese entonces la política de Luis Felipe para
con la Inglaterra, los ministros mismos por decoro al nombre francés, hubieran
protestado contra un atentado internacional, y cuando los ministros hubieran calla-
do, los dIputados no hubIesen guardado silencio. Llevada de una"r1oble susceptibilidad
la Cámara de los diputados, celosa de su propia honra, quiso salvaguardarla de una
nacion amiga é independiente; no quiso asociarse á la censura del ministerio, votó en
favor de una proposicion del diputado Pascalis sostenida y ampliada por Odilon Bar-




- 244-
rot, y borró del mensaje de la Cámara palabras análogas á las que encerraba el pro-
yecto de respuesta presentada por la comisiono Mas si esta simpatía de la Cámara,
si esta leccion dada al ministerio, merecia 11 gratitud de los españoles, estos podian
desde luego sacar de este contraste un conocimiento cabal respecto á la política que
seguiria el Gabinete francés, formulada sin rebozo en el discurso de la Corona; pú-
dose prever que las conspiraciones contra la libertad de España y su reposo, halla-
rian proteccion y estímulo en el palacio de las Tullerías y en el gobierno francés. En
efecto, b Francia se convirtió en un asilo de conspiradores bajo la proteccion abier-
ta de las autoridades francesas y el público apoyo de Luis Felipe.


Así vemos que apenas instalada la regencia provisional se halla amenazada con las
intrigas y conspiraciones de sus contrarios, con la enemistad del Santo Padre, dando
pábulo á la reaccion, y con el apoyo decidido del gobierno francés en favor de los
que tratasen de agitar las pasiones en España. Por temibles que fuesen enemistades
tan poderosas, por grandes que fuesen los peligros que asomaban, vanos hubiesen
sido los esfuerzos reunidos de tantos enemigos, si la regencia provisional hubiese
conocido que los elementos de revolución que bullian eran solos los que debia expo-
ner á los elementos de perturbacion y de reaccion que dentro y fuera del reino se
combinaban para destruir los resultados lógicos del pronunciamiento de Setiembre.
No obró la regencia provisional con aquella energía que nace de la fE: ardorosa en los
principios y de la con11anza en el pueblo. Se constituyó desde luego en gobierno nor-
mal, no siéndolo más que de un partido sin alianza alguna fuera, y trató de luchar
con otro partido que tenia auxiliares de suma fuerza. Empeñada la lur::ha en ese ter-
reno, el resultado, que no es siempre una prueba del acierto ó del error, en este caso
ha demostrado cuán equivocadamente_obraron la regencia provisional y los ministros
que la siguieron en el carril trillado por esta.


La regencia provisional halló establecida una negociacion con Portugal sobre una
cuestion muy importante para ambos países, la del tratado de navegacion del Duero,
negociacion que tuvo á dicha orillar pací11camente, y de la cual damos cuenta cir-
cunstanciada para que se conozcan su orígen, sus trámites y la solucion que tuvo.


En 3r de Agosto de 1835, tirmóse un tratado para la libre navegacion del Duero,
entre los gobiernos de España y Portugal. Una de las cláusulas del tratado concedia
el tránsito de los productos de la industria y del suelo espaí101 por el Duero hasta
Oporto para la exportacion sin más recargos que los derechos de depósito. El nego-
ciador esp<1Í101 quiso que se otorgase igual franqui<::ia á las mercancías extranjeras
que remontasen el rio para su introduccion en España, mas á ello se negó el gobier-
no portugués.


U na comision compuesta de dos vocales españoles y dos portugueses, se reunieron
en virtud de un convenío anterior en Oporto, para formular un reglamento de poli-
cía respecto á la nave¡;acion del Duero: quedó formado este reglamento en 15 de
Abril de "836, y los comisionados portugueses concedieron la pedida franquicia de
derecho sobre las mercancías que remontasen el rio para ser introducidas en Espa-




ña; mas el gobierno de Lisboa se negó á ratificar el mencionado reglamento, 111len-
tras el gobierno español, por su parte, no hiciese dos concesiones importantes. La
primera consistia en el pago por parte de los exportadores sobre las mercanCÍas en
tránsito para España de los derechos de consumo que pagaran, si se consumieran
en Portugal; la segunda consistia en que la franquicia de derecho de tránsito otorga-
da á las mercancías espaÍ101as, no fuese extensiva á lo;; vinos, que debian pagar un
derecho de 300 reales.


Esta última pretension :lel gabinete de Lisboa era una violacion evidente del ar-
tículo 8. o del tratado que establecia de un modo absoluto la franquicia de tránsito,
mas el gobierno de Madrid no lisongeándose de vencer la resolucion de los portu-
gueses, trató de conseguir una disminucion de derecho en las mercanCÍas dirigidas á
España, y en los vinos que debian exportarse para Oporto. Las negociaciones enta-
bladas sobre estas bases se malograron, los portugueses exigían á su vez la introduc-
cion en España del pescado salado, de Jos frutos coloniales y del tabaco; tam bien pi-
dieron el privilegio de bandera en todos los puertos de España para las exportaciones
del suelo portugués, exigencias que el gabinete de Madrid rechazó por inadmiSIbles.


No era cosa fácil de avenirse con pretensiones tan divergentes, así fué que pasaron
años sin que mediase un arreglo definitivo. El est3.do político de anlbos países tam-
poco favorecia mucho las negociaciones entabbdas, mas en CU3nto mejoró aquel,
nombróse l1UeV3 comision con el objeto de revis:)r el reg13mento de Oporto, toman-
do en cuenta las exigencias del gabinete portugués. Se juntó 3quella en Lisboa en 23
de Mayo de 1840, acordó el nuevo reglamento y quedó este firmado. Se diferenciaba
del primero en dos puntos. Las mercancías que remontaban el rio Duero con destino
á España, pagaban los mismos derechos d' consumo que hubiesen pagado al consu-
mo en Portugal, y se prohibia la exportacion por el Duero de los vinos, aguardien-
tes y licores españoles, hasta que los dos gobiernos se convinieran definitivamente
sobre este punto.


El gabinete de Madrid decl3ró h3113rse pronto á dar su aprobacion, siempre que el
de Lisboa hiciese igual declaracion, m3S este pretendió tener la obligacion de llevar
el reglamento á la sancion de 13s Córtes, opinion combatida por el gobierno español,
fundándose este en que el reglamento siendo una consecuenci3 inmediata y depen-
diente del tratado firmado y ratificado por las dos partes contratantes, la sancion
de las Córtes era en un todo supérflua. Esperó el gobierno de Madrid que á pesar de
este incidente daria el de Lisboa fin á la negociacion, consifjuiendo la sancion de las
Córtes en la legislatura de 1840; mas llevado este asunto á las Córtes, la discusion
no daba un paso, se interrumpi3 sin motivo, volviéndose 6. ella como por incidente.
Fu¿ ya evidente y claro á todas luces que lo que queria era dar largas y llegar al fin
de la legislatura sin que fuese sancionado. Quejóse el gobierno espaí101 de estos proce-
dimientos poco ltales, y las notas que mediaron con este objeto fuéron de dia en dia
agriándose en términos que se pudo temer un rompimiento formal entre ambos
países.




Aquí no será fuera de propósito decir algunas palabras sobre la posicion y las ten-
dencias de los personajes que ejercieron el poder en Portugal desde la época en que
se ratificó el tratado, á lo menos en lo que atañe á este.


Los ministros portugueses desde el mes de Setiembre de 1836 hasta Noviembre
de 1839 fuéron poco favorables al tratado, y es preciso reconocer que para eludir su
ejecucion, usaron de medios que desdicen de la buena fé; no así los ministros que
tomaron el mando en 1839. El obj eto como los principios del tratado tenian sus sim-
patías y merecian su aprobacion, y es más que probable que hubiesen dado cima á
la negociacion y que el tratado hubiese recibido su cabal ejecucion, á no haber es-
tallado dos insurrecciones en el año 1840, acon tecimien tos que reclamando todo el
cuidado del gobierno, no pudieron los ministros ocuparse de otra cosa que no fuese la
pacificacion del reino. Hay tambien que reconocer que el gobierno portugués trope-
zaba con grandes dificultades en el país mismo, siendo la opinion púbhca muy opuesta
á dicho tratado. Los diarios de los diferente~ partidos atacaban el tratado, bajo el
punto de "ista político, aduciendo por razon que se daba un pretexto á España para
intervenir en las cuestiones interiores de Portugal. Los propietarios terreños clama-
bancontra el tratado, fatal decian ellos, á la agricultura nacional; ya veian los trigos
de Castilla inundar el reino, y este arruinado. Los contrabandistas y los que trafica-
ban con estos ponian el grito en el cielo, conociendo que la extraccion legal del trigo
de España daba en tierra con su criminal industria; y por último~ á las quejas de los
propietarios agrícolas, de los contrabandistas y de los traficantes, se juntaba el cla-
moreo de esa turba de gente desasosegada y descontentadiza, tan numerosa en un
país agitado como Portugal por principios políticos mal entendidos, pronta siempre el
fomentar la discordia. En palacio mismo no faltaba quien, usando de su influjo, se
oponia al tratado; de modo que todo se reunia para dad los ministros sérios recelos,
de que el último término de la negociacion pudiera ser una guerra.


El gobierno portugués, lógica y absolutamente hablando, se hallaba en una falsa
posi;::ion; carecia de buenas razones para combatir el tr:::tado , y los medios de dila-
cion de que echaba mano para eludir la ejecucion del tratado, repugnaban á su bue-
na fé, á la par que menoscababan la dignidad de Espaí1a. En todas las cuestiones de
este linaje suelen mezclarse incidentes, que de poca monta en sí, aprovechados con
perfidia y sagacidad por los partidos, irritan los pasiones. Se hizo correr por Madrid
voces que se propalaban como salidas del palacio de Lisboa y de la legacion francesa
en aquella capital, que .cundiendo por España, contribuyeron y no poco á agriar los
ánimos, harto inclinados á la credulidad. .


El gobierno portugués, fiel á su primer pensamiento de llevar el reglamento á las
Córtes para su aprobacion, lo presentó en efecto. Aquellas Córtes contaban una ma-
yoría de setembristas : á pesar de los principios de esta mayoría, y á pesar de la opo-
sicion fundada ó no que encontraba el tratado, la cuestion hizo algunos pasos hácia
una solucion pacífica. El primer argumento que los contrarios al tratado formularon
rué, que hecho y ratificado cuando regia la Carta, no era obligatorio, habiendo fene-




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cido aquella reemplazada con la Constitucion. La mayoría rechazó este sofisma des-
leal y subversivo. Se entró en la discusion del reglamento; la mayoría se pronunció
de un modo absoluto en favor de la discusion por artículos; y desde luego se pudo
vaticinar que el reglamento saldria destrozado y enmendado en un sentido hostil
al tratado. El mini sterio, temiendo este resultado, como lo ha declarado más tarde,
prefirió suspende r la discusion, dejándola para otra legislatura.


En este estado se hallaba la negociacion cuando ocurrieron en España los aconte-
cimientos que vinieron á producir un cambio de regencia. Tomando de nuevo el hilo
de la negociacion, el ministerio-regencia, r'enovó las quejas ya anteriormente pre-
sentadas al gobierno de Lisboa sobre las dilaciones que sufria la aprobacion del re-
glamento, y manifestó sus recelos de que se hiciese interminable la solucion de las
dificultades. En esto llegó á Madrid 13 noticia de haberse de nuevo suspendido la dis-
cusion del reglamento en las Córtes. El gobierno español creyó ver en esta circuns-
tancia una nueva prueba de mala fé, y llevado de esta opinion) dirigió al gabinete de
Lisboa notas en que despuntaba un tono altivo y amenazador.


Había llegado á Madrid el mariscal Saldanha con el carácter de enviado ex-
traordinario encargado de seguir la negociacion, con el Sr. D. J oaquin María Fer-
rer, ministro de Estado, quien puso á la vista del mariscal los documentos de
la negociacion, hízole la historia de los trámites seguidos, de las quejas y recla-
maciones en balde presentadas en repetidas ocasiones al gobierno portugués, y aca-
bó el ministro español, con decir que la regencia provisional estaba firmemente re-
suelta á orillar este asunto aunque fuese enviando cincuenta mil hombres á Portugal
para obtener por la fuerza lo que se negaba á la razon y al derecho; que el señor
don Manuel María de Aguilar, nombrado ministro de S. M. en Lisboa, no iria á su
destino, y que el secretario de legacion, Soler, habia salido para aquella capital con
el objeto de encargarse del archivo de aquella legacion reemplazando al Sr. D. Ma-
nuel Viniegra, que tenia órden de salir de Lisboa, y por último, que si en el plazo
de quince dias, contados desde el dia 2 de Diciembre (la conferencia era del 3), el
gobierno de Madrid no recibia el aviso oficial de que el reglamento de123 de Mayo se
hallaba puesto en ejecucion, el duque de la Victoria marcharia con cincuenta mil
hombres á Portugal para dar cumplimiento al tratado.


El mariscal Saldanha presentó inútilmente cuantas reflexiones le sugirió su celo,
sin alterar en lo más mínimo la resolucion del ministro español imbuido de la opi-
nion de que el gabinete de Lisboa no buscaba más que pretextos para eludir la ejecu-
cion del tratado. Entonces el mariscal, separándose de la discusion del tratado, acu-
dió él recriminaciones apasionadas, acusando á la regencia provisional de buscar una
ocasion de promover en Portugal una revolucion semejante á la que acababa de ve-
rificarse en España. Repelió con altivez el ministro español tan injusta como gra-
tuita interpretacion de la resolucion tomada por la regencia provisional, expuso de
nuevo las razones en favor de la resolucion adoptada, sintiendo que pudiese provo-
~ar un cambio de ministerio en Portugal; hizo conocer al enviado portugués, que si




luchaban los ministros de S. M F. con dificultades grandes, no eran menos las que
tenia que vencer la regencia provisional, puesto que la opinion pública se hallaba
de tal manera pronunciada contra la política portuguesa en la cuestion del tratado,
que no podria la regencia provisional presen tarse á las Córtes sin haber orillado esa
negociacion, so pena de encontrar en ellas un voto de censura, Recordr) D. Joaquin
María FerrE'r al mariscal que los ministros de Estado, conde de Oralia y Perez de Cas-
tro sus antecesores habian mirado la cuestion bajo el mismo punto de vista que la
regencia; que ambos tenian resuelto el acudir J las armas para que se diese por par-
te de Portug:.ll cumplimiento 3.1 tratado, resolacion que no se llevó ú cabo, y fu~
aplazada en atencion á la gueml ciYil. El mini3tro espa~ol yino ú pasar ú esta conclu-
sion, que el gabinete de Lisboa podia evitar todos los males que amagaban, dando
cumplimiento al reglamento sin presentar este ú la sLlncion de las Córtes. paso inú-
til en la opinion de la regencia ~ la que no cediéndole al ministerio portugu~s en
respeto á la Constitucion y prerogcHi\'as de las Córtes, no l,resentcHia ú la sancion cié
estas el mencionado reglamento, mir:lndolo como una consecuencia directa de un
tratado firmado, aprobado y ratificado hacia cinco aiíos,


El resultado de la conferencia del 3 de Diciembre fLl~ qLle el mariscal¡,idió sus pa-
saportes, extremo que combati:'¡ el mil1i:itro eS¡,J:101, asegurando al portu~u~s, que
ninguna persona podia ser m.ís gr,lta ú la regencia l:ae la suya, y ninguna m;Ís ade-
cuada para dar á la ne,.;ociacion una salidel plcíilCel. Sosega\.lo con esta amistosa ma-
nifestacion el Sr, D. J oaquin .\LH;a Fen'cr, el mariscal desistió de S~l ')'o!J1')sito, \' i. •
manifestó el deseo "le conferenciar sobre este asunto con el duque de la Victoria :'[
quien habia merecido la acogiLla mis honrosa. Al momento le fué otorgada la pedida
conferencia en la cual el Duque exphyó al mariscal sus simpatías hicia la nacion
portuguesa cuya felicidad anhela 1)a ta:1to cono la de? ESl,~l:la, iD.!:; le hizo presente
que debia hacerse cargo de las exigencias de L1 o¡,ii1~ol1 púhlica, y de las provincias
m:1s interesadas en el cLlmrlimiento del trat'lQo, llegando en estas el desconten to él1
punto de temerse gravÍsimos Jisturb:os en las Clstilhs. Esforzó el Duque las razones
para convencer al enviaJo ;)ortugu¿s lle bs a:l1Ístosas llisposiciones de la regencia en
favor d: Portug::d) pronto por su partc:', dar d::: ellas CLunta:i prueha:i fuesen compa-
tibles con el honor del gOJierno y la di,:-\"niJad de Espaiía,


Enterado el gabinete de Lisboa por su el1\'iado del rumbo que llevaba la negocia-
cion, creyó hallarse en el caso de acudir al ministro de 1 nglaterra en aquella capital,
Lord Howard, pidiendo en nombre de la reina, la intervencion de la Gran Breu1l1a,
con el fin de evitar los tristes resultados que' pudiera tener ~ara Porl ugal una resolu-
cion ab irato de la regencia de Espai'1é1, En la nota que pasó el ministro de Estado
de S. M. hacíase la historia del tratado desde :.;u orígen, y para cohonestar la resol u-
cion de presentar el reglamento el la sancion.de las C(')[-tes, im'ocaba esc,-úpLllos cons-
titucionales, en atencion ú que el reglamento encerra!'a cLlusulas de impuestos que
por su naturaleza estauan sUjetos el la ap¡'obacion de las Córtes ~ daba seguridades
que la interrumpida discusi011 "oh'eria el ahrirse en cuanto se reuniesen las Córtc:.;





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convocadas para el dia 2 de Enero, y que el regla mento quedaria aprobado y cumpli··
mentado en todo el mes de Febrero, y por último pedia en nombre de los tratados
existentes entre las dos coronas de Portugal y de Inglaterra, la intervencion de esta
en el caso que la regencia de España llevase á efecto su anunciada invasion.


El gobierno de Lisboa dando al de Lóndres la seguridad que el reglamento queda.
ria aprobado y cumplimentado en el mes de Febrero, la mediacion del Gabinete in-
glés quedaba limitada á conseguir que la regencia de España diese pausa á los prepa-
rativos de guerra que estaba haciendo, .


Tal era el estado de las cosas á principios de Diciembre, cuando el dia 9 de dicho
mes D, .\Ianuel Viniegra encargado de negocios de S. M., presentó al Gabinete de
Lisboa el ultimatum de la regencia, En este documento se reproducian todas las
quejas anteriores y s .'ntaba por conclusion un plazo de veinticinco dias contados
desde la fecha de la nota, dentro del cual debia el gobierno portugués dar por aproba-
do y sancionado pura y lisamente el reglamento del23 de Mayo de 1840, y de no ha-
cerlo así, declaraba la regencia que daria por nulas cuantas concesiones se habian he-
cho desde el 14 de Abril de dBG, y se atendri'1 al reglamento firmado en Oporto.
Adem;ls declaraba la regencia que en esos veinticinco dias no daria oídos directa ni
indirectamente ;1 proposicion alguna que no fuese la adopcion del reglamento
del 23 de .\1.1)'0 sin la menor alteracion, y que cumplido el plazo otorgado, la regen-
.:ia se consideraria con plena libertad de usar de cuantos medios reclamara su digni-
dLld para conseguir la justicÍa que en vano reclamaba del gob iemo portugués, y por
último decia la regencia que si la terquedad de este le ponia en el caso de acudir á
las armas, las tropas que entrarían en Portugal vivirían á costa del país invadido y no
saldrian hasta que Portugal hubiese pagado todos los gastos de la guerra; y como la
regencia echando mano de este medio extremo no tenia más objeto que el de hacer
cumplimentar un tratado solemne, declaraba que no pensaba apoderarse de parte al·
gL1l1a del territorio portUgLl~S ni entrometerse directa ni indirectamente en los asun-
tos interiores de aquel reino, ni tratar de ningun otro as un to que estuviese pendien-
te entre ambas coronas. Tras de estas declaraciones algo duras y usando de expresio-
nes poco medidas, hablaba la regencia de sus simpatías hcí.cia la nacion portuguesa.
y de sus deseos que la cuestion que se discutia tuviese una solucion amistosa y pací-
fica, manifestando la esperanza que ante el interés de le: paz que tanto necesitaban los
dos reinos, el Gahinete portugués renunciaria á pretensiones sin fundamento que
ponian en peligro las bLlenas relaciones entre ambos países que nunca debieran cesar
de existir.


A este ultim,atum opuso el gabinete de Lisboa un memorandum, más bien dirigido
al gobierno de Lóndres que al de Madrid, y cuyo ohjeto era sincerarse de los aplaza-
mientos forzosos que habia sufrido el cumplimiento del regbmento. Decia el memo-
randum que el reglamento consentido por los comisarios portugueses era sobrada-
mente perjudicial á los intereses nacionales para que fuese admitido, pues era muy
tiuro el exigir que Portugal habilitase uno de sus puertos para que los españoles die-




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sen salida á sus vinos destinados á concurrir con los vinos de Portugal en los mer-
cados extranjeros, concesion que hubiese provocado un levantamiento en las provin-
cias por donde atraviesa el Duero. Volvia al tema de la necesidad de llevar el regla-
mento á la sancion de las Córtes, en razon de haberse firmado el tratado en 1835,
época en que regia la Carta, y que el reglamento era de 1840, época en que imperaba
la Constitucion, cuyo texto hacia una obligacion á los ministros de pedir la sancion
de las Córtes, ya que el reglamento encerraba cláusulas fiscales en materia de contri-
buciones, para cuyo cobro debia respetar las atribuciones y prerogativas de las Cór-
tes. Con estas y otras razones especiosas se defendia el Gabinete portugués del cargo
de mala fé que le dirigia la regencia de España.


_ Hecha la defensa propia, pasaba el ministro portugués al capítulo de recriminacio-
nes, quejándose amargamente del lenguaje usado por el ministro español en la nota
que contestaba, en que se notaban expresiones que zaherian la dignidad nacional.
Se adelantaba el ministro portugués á decir, que anunciando la regencia que las
tropas que entrarian en Portugal, no saldrian hasta que los gastos de la invasion fue-
ran pagados, daba á conocer sus miras ambiciosas de cónquista, y si bien el ultima-
tum español decía lo contrario, no pasaba esa declaracion de un lazo y de un engaño
para adormecer y tranquilizar al gobierno inglés, de quien Portugal impetraha pro-
teccion en nom hre de la reina.


El Gabinete de Lóndres, perfectamente enterado por sus representantes en Lisboa
y en Madcid de los pormenores y de la verdad de los hechos, viendo el rumbo que
tomaba la negociacion á fines de Noviembre, habia notificado al ministerio portu-
gués que el mejor medio de zanjar las dificultades de esa negociacion, era el de obrar
de buena fé, yen 17 de Diciembre manifestó que la Inglaterra no se consiJeraba em-
peñada á sostener el Portugal á todo trance, ya tuviese razon ó no en las relaciones
internacionales, y que en la cuestion trabada con España, el gobierno portugués ca-
recia de razon, siendo evidente á todas luces que tenia estrecha obligacion de cum-
plimentar un tratado solemnemente ratificado hacia cinco años.


Obrando con tacto y tomando en cuenta las últimas razones presentadas por el
ministro portugués, lord Palmerston, encargó al ministro de su Majestad britál1lca
en Madrid hiciese presente al duque de la Victoria los vínculos que Ul1lan Inglaterra
y Portugal; que los ministros de esta última potencia no aduciendo ya más razones
para sincerarse que escrúpulos constitucionales, pedíase en favor del Gabinete portu-
gués un plazo suficiente á zanjar la dificultad constitucionalmente: por su parte el
gobierno inglés tomaba el empeño de usú de todo su influjo en Lisboa para que se
hiciese justicia al gohierno español.


Llegada á tan favorable extremo, parecia que la negociacion iba á orillarse pacífi-
camente; mas mientras se cruzaban estas notas, el Gabinete de Lisboa, irritado con
elultimatum de España, se preparaba á repeler la fuerza con la fuerza. Del 13 al 20 de
Diciemhre, hizo aprestos de guerra: con un decreto quedaron suspensas las garan-
tías constitucionales; otro decreto mandaba el alistamiento de todos los empleados;




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un tercer decreto prescribia una quinta en aumento del ejército, y por último, se
amnistiaban todos los desertores que se presentaran. Todo anunciaba que se prepa-
raba una tenaz resistencia, esforzándose el gobierno en hacerla popular y nacional.
Se anunció que el rey tomaria el mando en jefe del ejército formado en tres divisio-
nes á las órdenes de los mariscales Saldan ha y duq ue de Fesceira, y del teniente ge-
neral Baron das Antas.


No quedaba rezagada España en sus disposiciones militares; marchaban tropas
hácia la raya de Portugal, la artillería se dirigia á los puntos marcados para la entra
da en el reino vecino, y tal era el acalorami'ento de los ánimos en Madrid y en Lis-
boa, que un rompimiento parecia inevitable. Por fortuna la cordura y los verdaderos
intereses de los dos países pudieron mús que la exaltacion belicosa del amor propio
individual, habiendo el Gabinete de Lisboa tomado el compromiso de hacer sancio-
nar el reglamento antes que acabase Febrero, de manera que el tratado estuviese en
plena y cabal ejecucion en ese tiempo, compromiso del que salia garante el Gabi-
nete inglés. Este pudo obrar' con eficacia en Madrid y conseguir el aplazamiento pe-
dido por Portugal; la mediacion de la Inglaterra fué pues aceptada por los dos Gabi-
netes de Madrid y de Lisboa.


Con estos antecedentes el Gabinete portugués facultó al mariscal Saldanha para
que declarase ú la regencia que aceptaba la mediacion de la Inglaterra, haria en y las
Córtes cuestion de Gabinete la aprobacion del reglamento, contando con esto, espe-
rando que esta manifestacion seria el primer paso dado hácia el restablecimiento
de la buena armonía entre los dos países y de la cual pendia la prosperidad mútua.
Acogió la regencia con verdadera alegría las seguridades del gobierno portugués, y
les dió por su parte muy cumplidas de sus deseos y buena querencia de llegar á ese
feliz y pacífiCO resultado.


Pidió el Gabinete portugués que la regencia retirase su ultimatum cuyas expresio-
nes duras habian lastimado hondamente la dignidad portuguesa. Se negó á ello la
regencia, y se limitó á facultar al mariscal Saldanha á que le dirigiese una nota que
daria lugar á explicaciones satisfactorias relativas á las palabras indicadas: estas eran
las de falsedad y de luclza sin gloria. Así se hizo: la regencia dió expli~aciones que
fLléron admitidas por el enviado portugués.


Estos preliminares pacíficos fu~ron sancionados por la aprobacion del rcglame-nto
en las Córtes. D. Manuel María de Aguilar recibió órden de estar en disposicion de
marchar á su destino en cuanto la Corona hubiese sancionado el voto de las Córtes.
Pidió el gobierno portugués que se internasen refLlgiados súbditos suyos que se ha-
llaban en la frontera; la regencia se mostró dispue~ta á dar esa satisfaccion, y en
cuanto á el ultimatum declaró que quedando orillada la negociacion, se debia mirar
aquel documento como ~i no hubiera jamás existido,


A fines de Enero el reglamento aprobado por las Córtes y sancionado por la Corona
quedó cumplimentado, y el tratado de la navegacion del Duero que pocos días antes
amagaba una guerra entre las dos naciones peninsulares,) tuvo su cabal existencia.




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Tan feliz desenlace de una larga y desagradable negociacion ofreció al general Es-
partero ocas ion de manifestar una juiciosa moderacion sin menoscabo de la dignidad
nacional: la sed de gloria militar no impulsó al general afortunado y victorioso á bus-
car en otra guerra extranjera nuevos laureles y más prestigio. Desoyendo las exci-
taciones de una ambician perjudicial, siempre se manifestó en los consejos de la re-
gencia inclinado á los medios pacíficos, y su pensamiento prevaleció. Orillada que
fué la negociacion, el duque de la Victoria escribió á la reina D.a María de la Gloria
ofreciéndole su espada y la cooperacion de España, en el caso que el pretendiente
O. Miguel tratase de alterar la tranquilidad del reino: contestó la reina con las ex-
presiones más atentas, asegurando al general que nunca olvidaria la espontaneidad
de sus ofrecimientos, que aceptaba con gratitud.


A los tres años de haberse dado esas ~eguridades, llegó el general Espartero á Lis-
boa, á horda del navío inglés El Malabar, y o.a María tenia tan olvidados los ofreci-
mientos aceptados con 'gratitud, que no se permitió al general proscrito poner el pié
en tierra portuguesa. La gratitud de los reyes es siempre la misma en todos tiem-
pos y en cualquiera circunstancia.


Con el mayor órden se habian hecho las elecciones; habian gozado los electores
de una completa libertad, y el gobierno habia prodigado cuantas garantías exigia la
sinceridad de las elecciones; y si alguna reconvencion pudo merecer la regencia fué
de haberse abstenido sobradamente de toda intervencion, dejando á los electores sin
direccion alguna en circunstancias en que el acierto interesaba tanto al porvenir de la
nacion. Y cuenta que no se trata de esa intervencion inmoral, de corrupcion ó de in-
timidacion de que echan mano los gobiernos opresores y corrompidos; sí, de ese in-
flujo moral, público, patriótico, que consiste en ilustrar las cuestiones en que van en-
vueltos los verdaderos intereses del país, las necesidades más apremiantes de los pue-
bias, y las cuestiones principales que los representantes de la nacion tienen que re-
solver. El gobierno más que nadie tiene un deber de promover el exámen de esas
cuestiones para que los electores sepan adecuadamente la importancia de la mision
que van el desempeñar los elegidos, y en el presente caso, dos cllestiones muy graves
tenia n que resolver las Córtes , la de regencia y la de tutela, cuya solucion dcbia te-
ner un influjo vital en el porvenir de la nacion.


A pesar de la excesiva reserva de la regencia, á pesar de las garantías de órden y
de prote~cion que otorgaba á todos los partidos, el bando reaccionario se abstuvo en
masa de votar y no acudió á las elecciones; de lo cual resultó un mal que no previó
la oposicion retrógrada, y que llegó á ser fatal á la mayoría progresista. La falta de
adversarios políticos en el Congreso (pues no habia más representante de un partido
que el Sr. Pacheco) fué la causa primordial de las hondas disensiones que estallaron
en el Congreso, compuesto exclusivamente de progresistas, no teniendo adversarios
naturales que combatir por aquel instinto de controversia inherente á toda reunion
de hombres. Se formó en el Congreso ~e 1841 una oposicion de los más ardientes
¡;;ontra los más tibios de un mismo principio político: desarrollóse el gérmen á me-




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dida que se fuéron acalorando los ánimos, y mediando acontecimientos que dieron
pábulo á las pasiones, fuese poco á poco encrespándose el encono entre los progre-
sistas' hasta llegar al fatal rompimiento de r849, que abrió la sima donde se hundió
todo el partido progresista.


Lo contrario sucedió en el Senado, y por la razon opuesta,· el general Espartero
como encargado de formar el ministerio y en seguida la regencia provisional, repe-
lió el proyecto de una disolucion total del Senado, como lo exigian algunos. Las
elecciones dieron la mayoría en el Senado á los progresistas, mas dejaron ,en su
seno una minoría bastante numerosa, para que dividiéndose la mayoría, hubiese
la minoría sido dueÍ1a de las votaciones, agregándose á una ú otra fraccion de la ma-
yoría: esta circunstancia mantuvo la union en el Senado, cuya mayoría no se pudo
ni alterar ni atraer la coalicion.


Las Córtes se reunieron en 19 de Marzo de 1841, aniversario de la promulgacion
en Cádiz de la Constitucion de [812. La regencia provisional habia infringido un ar-
tículo constitucional: era obligacion suya convocar las Córtes en el plazo legal de
tres meses contados desde lafecha del decreto que disolvia las anteriores; el decreto
era del 11 de Octubre; debieron, pues, las Córtes estar convocadas para igual dia de
Enero. Alargando el plazo de dos meses, dió la regencia provisional un ejemplo per-
judicial. Un poder provisional más que ningun otro, debe observar estrechamente la
letra de la ley y de la Constitucion, pues todo lo que lleva visos de querer mante-
nerse en el ejercicio del poder más allá del plazo legal, da lugar á que se supongan
miras ambiciosas, que seguramente no existian en el caso presente. La renovacion
de las diputaciones provinciales cLlya existencia era ilegal por.haber el gobierno an-
terior falseado las elecciones de estas, exigia ese retraso de dos meses en la convo-
cacion de las Córtes, siendo las diputaciones provinciales la base de la eleccion de
diputados á Córtes, y los encargados de resolver hasta cuestiones relativas á eleccio-
nes. Muy racional parecia ese óbice. ¿Era posible ó no hacer esa renovacion en el
plazo legal de la Constitucion? Es lo que quedó en duda para algunos; de lo que sí
estamos seguros es, que cuando la regencia provisional tomó sobre sí la responsabi-
lidad de infringir un artículo constitucional, fué por creer de un modo absoluto que
era cosa inevitable.


No se presentaba la regencia provisional intacta á las Córtes: un acto administra-
tivo de muy poca importancia provocó en Febrero la renuncia del ministro de Ha-
CIenda, D. Agustin Fernandez de Gamboa. Ocurrió la duda si la regencia provisional
formando un todo compacto, podia aceptar la renuncia de uno de sus indivíduos, la
ley de las mayorías prevaleció, la renuncia fué admitida y el ministro de Estado se
encargó de la secretaría de Hacienda.


Congregadas las Córtes, la regencia provisional pidió que el decreto de amnistía
de 30 de Noviembre en favor de los carlistas, y otro relativo á los delitos políticos en
las colonias fuesen convertidos en ley. Pidió igual aprobacion por la suspension de
la ley de a yun tamien tos sancionada por D. a María Cristina, pidió su voto de ab·




soIucion por haber prorogado dos meses la convocacion de las Córtes, y dió cuen ta
á las Córtes del convenio ajustado con los diputados de Navarra relativos á los fueros
de aquella provincia, en uso de la autorizacion que daba la ley de 25 de Octubre
de 1839, puso sobre la mesa del Congreso el acta de renuncia de la gobernadora del
reino, el manifiesto de Marsella de 8 de Noviembre y la contestacion de la regencia
y asimismo del infante D. Francisco, para que l(fuera entregada la tutela de sus au-
gustas sobrinas, y la contestacion de la regencia.


Cinco meses de existencia llevaba la regencia provisional, las elecciones se habian
verificado, estaban reunidas las Córtes, y todavía nadie sabia cuál era el pensamien_
to del gobierno en cuanto á la regencia definitiva, cuestion grave en la cual parecia
natural que la regencia provisional tuviese una opinion determinada, cuestion que
fomentaba la desercion en el partido progresista dividido en hando de unitarios y tri-
nitarios, di\'fergencia funesta en todos sentidos á la resolucion de las Córtes. Carecía
de aquella solemne circunstancia de la unanimidad, primero y único prestigio que
necesitaba un poder temporario nacido de sucesos graves para tener toda la fuerza
moral que le era indispensable, si habia de hacer frente á las 'eventualidades de un
porvenir encapotado y preñado de tempestades.


La prensa tomó la iniciativa de des pejar la incógnita, y no sabiendo nadie á qué
atenerse respecto á la opinion de la regencia provisional y sohre todo á la del gene-
ral Espartero, allá se lanzaron los diarios á interpretarla cada uno á su modo, mez-
clando como acontece en semejantes casos la verdad y el error, las suposiciones más
gratuitas con algunas realidades. El silencio porfiado de la regencia irritaba más y
más la curiosidad y la ansiedad pública, hasta que El Eco del Comercio, queriendo
poner al general Esparrero en la necesidad de explicarse, publicó en 2() de Marzo un
artículo en el cual atribuia á este la resolucion de no permitir una regencia trina,
queriendo ser único regente. El tiro no dió en falso y el general sobradamente pro-
penso á dar cuenta de sus actos y de sus opiniones al público, se le puso con razon
ó sin ella en la precision de explicarse de un modo claro y terminante, poniendo así
un término á las divergencias de la prensa y á las habladurías del público.


La franca manifestacion del Duque fué recibida con mucha aceptacion por El Eco
del Comercio á quien iba dirigida; ensalzó su sinceridad y oportunidad, poniendo así
un término á la ansiedad del público: amigos torpes ó enemigos aviesos alimentaban
la opinion que el Duque acabaria con las Córtes caso que estas no lo eligieran regen-
te único. No faltaron gentes que censurasen esa declaracion, achacándola á miras de
intimidacion. En nuestra opinion, sin negar al general Espartero el derecho que le
asistia de aceptar la regencia única, ó de no admitirla con co-regentes, creemos que
esa declaracion fué un paso imprudente, siendo un lazo de la provocacion; y como
en nuestra opinion de entonces que en nada se ha alterado despues, hubiéramos
deseado para gloria y ventura del noble pacificador de España, que no hubiese acep-
tado la regencia, ni única, ni trina, sentimos que hiciera esa declaracion. El resul-
tado vino á poner de manifiesto que tan léjos de adquirir la regencia de uno una




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mayoría imponente, quedó esta en minoría en cuanto á el partido progresista.


Empero digamos <;lesde luego que provocado á explicarse y cediendo á la provoca-
cion, no pudo el general Espartero usar lenguaje más digno de un leal español, to·
mando el empeño solemne de acatar y hacer acatar lo que determinaran las Córtes.
Para los que tenemos la honra de conocer á fondo la acrisolada honradez del du-
que de la Victoria, sabc:mos cuán sincera era esa su declaracion, mas no es menos
cierto que dió lugar á sensibles interpretaciones, y era de sentir que su ensalzamien-
to al poder supremo fuese la señal de una primera y honda division en el partido
progresista, que con razon ó sin ella la regef.lcia trina tenia en su favor el voto delos
hombres encanecidos en las luchas de la libertad. Sea recuerdo de las cosas pasadas,
sea prevision del porvenir, es cierto que todos los más experimentados adalides de la
libertad, estaban por la regencia trina y entre los demás progresistas los habia de una
y otra opinion.


Abrióse la discusion sobre la regencia en 28 de Abril de 1841, Y se tropezó desde
luego con dudas en el modo de votar, sea con respecto al número de regentes, sea
con respecto á las personas elegidas: fué preciso nombrar una comision mixta de am-
bos cuerpos colegisladores, la cual se convino en que esa cuestion preliminar se so-
meteria á la resolucion de la reunion general del Senado y del Congreso; se trataba
de saber si el voto seria público ó por excrutinio secreto.


Larga y apasionada fué la discusion en el Congreso; ya los servicios eminentes del
general Espartero habian perdido algo de su inmarcesible mérito, tal es la ingratitud
de los partidos, y la veleidad de la opinion de los hombres. Tomaron la palabra un
sin número de diputados: hubo discursos en que se faltó hasta á las reglas de más es-
trecha urbanidad. Se llegó hasta discutir las personas en los términos menos parla-
mentarios, sobresaliendo en ese sentido el Sr. Gonzalez Brabo, llamado más tarde á
tan triste celebridad.


En el Senado fuéron los discursos más comedidos, aunque tal vez los hubo más
imprudentes en un sentido opuesto á los del Congreso, y muy propios á quitar á la
regencia única toda probabilidad de buen éxito. Callada se estuvo la regencia provi-
sional por muchos dias, hasta que al fin el Sr. D. Alvaro Gomez Becerra, ministro de
Gracia y Justicia, vino á declarar que optaba por la regencia de uno.


En 8 de Mayo se reunieron los dos cuerpos colegisladores; la cuestion prévia del
voto público ó secreto sobre el número de los regentes, fué resuelta en el sentido de
la publicidad por 254 votos contra 36.


Se procedió á la votacion: la regencia de uno obtuvo 153 votos contra 136 que ob-
tuvo la trina, hubo un voto para la de cinco, mayoría en favor de la primera 17.


Se procedió al excrutinio secreto sobre la persona que debia ser regente, y resul-
tó lo siguiente:


El general Espartero. 179
D. Agustin Argüelles. . 103
Doña María Cristina. 5




- 256-
El conde de Almodovar.. . .
El brigadier García Vicente.
U na cédula blanca. .....


Fué proclamado el general Espartero regente del reino, y ello de Mayo prestó
juramento ante los dos cuerpos colegisladores reunidos.


Se vé que la carta del general Linaje ninguna intimidacion habia producido, que
el principio de la regencia de uno solo habia obtenido una mayoría de 17 votos, Y es
de recordar que habia veinte y dos senadores que pertenecian al bando reacéionario
que votaron por la regencia de uno. Así se pudo decir con razon que esta habia sido
rechazada virtualmente por el partido progresista. Qué motivos tuvieron los reaccio-
narios para votar la regencia del general Espartero objeto de un odio implacable, lo
ignoramos. Ya fuese entre los dos males por el menor, ya fuese que los contra-revo-
lucionarios creyeron que la regencia seria un triunfo más señalado de la democracia,
ya sea que pr~vieron que seria más difícil el volcar la regencia trina que la regen-
cia de uno, ó que calculasen que seria más fácil calumniar y desacreditar al generaL
encargado únicamente del poder supremo que si lo partiese con otros Jos regentes
y con ellos la responsabilidad de sus actos, lo cierto es que votaron en SLl favor.


Mas lo que hay que decir es que jamás discusion de cuestion de interés tan vitaL
gozó en ningun tiempo y en ningun país de una latitud de libertad más ámplia, y
como ya hemos dicho no anduvieron los adversarios del general Espartero escasos
de recriminaciones, de reticencias, de sospechas injuriosas, y si bien todos reconocian
que la presencia del general pacificador era indispensable en la regencia, no disimu-
laban muchos la poca :confianza que les inspiraba el ejercicio del poder supremo en
sus manos y allí fué recordar la historia de los dictadores y de los tiranos, saliendo ú
luz los nombres de Cromwcll y de Bonaparte con todo el énfasis de la más pueril de-
clamacion. Aunq ue sea doloroso confesarlo, es preciso conocer que la regencia del ge .
neral Espartero salió de la discLlsion y del voto de !J.s Córtes herida de muerte por la
falta de union en el partido progresista. Sumo tino hubiese manifestado el duque de
la Victoria no admitiendo un cargo que por tales trámites llegaba ú sus :nanos.


En cuanto el regente hubo jurado ante las Córtes, sus colegas ministros hicieron
renuncia de sus destinos, dirigiéndole la carta colectiva siguiente:


«V. A. sabe la lealtad con que le hemos ayudado á gobernar la nacion durante el
"azaroso período que ha trascurrido desde que' la reina madre renunció la regencia
>len Valencia hasta que V. A. la ha adquil:ido por el \'oto de los representantes de los
"pueblos, y con la misma lealtad creemos de nuestro deber manifestarle la COl1\'e-
"niencia de que el ministerio que se organice sea enteramente nuevo, cualidad que
"consideramos indispensable para que pueda hacer la felicidad del país en la época
>lque ahora principia.


"En las circunstancias que han precedido hemos contraido compromisos y se han
»suscitado animosidades que podian acaso oponer un obstáculo á la marcha franca y




25 7
»severamente imparcial, si hien siempre conforme al principio á que dehe su orígen
"que en nuestro concepto dehe adoptarse por el nuevo ministerio, y como al bien del
"país debe todo sacrificarse, creemos que V. A. está en el caso de alejar esta dificul-
"tad que su gobierno sea tan fuerte como lo exige el estado de la nacion.


"Agregase á esto que todos d~seamos volver á la vida privada por descansar de
"las penosas tareas que V. A sabe nos ha ocasionado nuestra administracion, en el
,,~~-_stimoso estado en que encontramos las cosas públicas.


»Ojála el cielo haga tan dichoso á V. A. y al país como lo deseamos.
»Madrid y Mayo 14 de 1841.-Fernando Manuel Cortina.-Joaquin María de Fer-


ll:oer.-Joaquin de Frias.-Alvaro Gomez.-Pedro Chacon.»
Así acahó la regencia provisional; recapitulemos su existencia. Tomó la direccion


suprema del país en circunstancias bien difíciles y azarosas; mas no fue censurable para
un gobierno revolucionario. La nacion estaba entregada á sí misma desde Setiembre,
y si este estado anormal habia desquiciado el poder central, tamhien habia servido
para que las ¡untas hicieran reformas que nunca emprende un gobierno regular. La
fuerza colosal de qLle disponia la regencia provisional, le permitia emprenderlo todo,
y debia atreverse: ú tanto para hacer imposible una reaccion contrarevolucionaria. Las
complicaciones y dificultades del momento eran sobre todo administrativas, y si bien
conocemos su importancia, las creimos de solucion posible: lo que se presentaba
árduo y rodeado de peligros era el porvenir, teniendo que habérselas con un partido
\"encido mas no destruido y que habia de conspirar eternamente. Contra esos peli-
gros, faltó á la regencia prevision y energía. Los primeros momentos de una revo-
lucion son los más adecuados para manifestar su decision, y los primeros actos de la
regencia provisional fuéron todos p,lra alentar el espíritu reaccionario viendo los que
debian fomentarlo que la regencia carecia de ese instinto revolucionario que es el
génio de las grandes cosas. Muy luego se volvió á emprender de nuevo la obra de
destruccion que tres años más tarde se ha realizado. La regencia provisional ha
sido para la revolucion de 1840, lo que fué la junta de gobierno para la de 1820.
Detuvo su curso natural, la descarriló, la redujo á la impotencia, la impotencia
alentó á los enemigos, y proJujo en ambas épocas la desunion de los liberales, y h1
Jesunion de estos fué la causa de la caida del sistema constitucional en 1823, y la
del partido progresista en 1843. Con un in térvalo de vein te años las Córtes y los mi-
nistros de las dos épocas no supieron responder á la mision salvadora que les era
confiada; las mismas incomprensibles faltas, la misma lenidad dieron en 1820 y 1840
pábulo á 13s conspiraciones absolutistas de dentro y de afuera. En la primera época
fué Fernando VII el centro de la contra-revolucion apoyada por el gobierno francés;
en 1843 hubo otro jefe de la contra-revolucion Igualmente fomentada por el gobier-
no de Francia; los mismos errores, y los mismos resultados.


Mas si nos creemos .con derecho para dirigir á la regencia provisional estas obser-
yaciones, hijas de nuestro afan patriótico por el triunfo de la libertad, bajo el punto
de yista de un gobierno revolucionario, nos apresuramos en reconocer que los hombres


17




- 258-
que compusieron la regencia provisional, dieron durante el período de su admini~­
tracion pruebas manifiestas de una honradez sin par, de un deseo incesante del bien
público y de una moderacion que no han tenido imitadores, y que quedará como
honra eterna de los que tanta generosidad tuvieron, generosidad que hubiera debido
ser de mejores resultados, si el partido que protegia hubiese sido capaz de gratitud,
mas reconocemos tambien que recon vencion es esa que por desgracia se puede hacer
en general á todos los partidos; sino Jígalo la historia de todas las disensiones civiles,
achaque del corazon humano que conduce á esta desesperada conclusion, que si de-
bemos siempre ser justos y tolerantes con nuestros adversarios políticos mientras
la lucha se halla empeÍ1ada, la generosidad es á veces un peligro, y siempre un
error.




CAPÍTULO XI.


MINISTERIO DE LA REGENCIA.-SUS ACTOS.


Acabamos de ver que el principio de la regencia de un solo indivíduo habia sido
virtualmente rechazado por la mayoría progresista, y que sólo debió su triunfo á los
22 votos de la minoría retrógrada, no alcanzando aún así más que una ventaja de 17
votos. Admitido el principio, el general Espartero obtuvo una mayoría verdadera
aunque corta en el partido progresista, mas una minoría imponente protestó todavía
con sus votos contra la persona elegida.


En esta sensible disposicion de los ánimos, el regente llevado de un pensamiento
atinado á la par que prudente de concordia y de civilizacion, si bien llamó en prime-
ra línea para form3r el ministerio á los prohombres parlamentarios que más habían
contribuido á su ensalzamiento á la regencia, quiso dar cumplida satisfaccion á la
fraccion progresista que habia querido una regencia de tres, formando el ministerio
de las notabilidades de las dos fracciones en que se habia dividido el partido progre-
sista en la cuestion de regencia, y amalgamarse así las dos opiniones.


Tan feliz inspiracion fracasó, sea por la torpeza y mala maña de la persona que
m<'ís principalmente tuvo encargo de formar el gabinete, ya sea por efecto de suscep-
tibilidades, pero en armonía con la magnitud del objeto que se queria alcanzar, ya
sea por otras causas incidentales de escaso interés histórico, lo que es cierto es que el
generoso pensamiento del regente no halló eco, y que las personas más notables de
las Córtes, los Sres. Olózaga, Cortina, Sancho y Gonzalez llamadas ó consultadas no
pudieron convenirse para reunir los hombres mis eminentes del parlamento yofre-
cer así á la nacíon un tipo de concordia en la uníon de hombres eminentes, poco há
divididos en la cuestion de regencia. No necesitaba menos el regente en la árdua mi-
sion que las Córtes acababan de confiarle. Esta garantia fecunda de un porvenir ven-
turoso faltó á la nueva regencia, sin que una sola dificultad de las que se presentaron




- zGo-
en la negociacion que duró doce dias, pueda racional y justamente achacarse al ge-
neral Espartero. Mas aunque sea doloroso el decirlo, hay que reconocer que el pri-
mer acto de la regencia, la formacion del ministerio, léjos de ser una ocasion de aunar
las filas del partido progresista, en un pacto de alianza sincera y patriótica entre los
principales jefes del parlamento, alianza imperiosamente indicada por las circuns-
tancias, fué orígen de disgustos, causa de disension y de desvío entre ellos, tris-
te y aciago principio que llevaba en sí el gérmen de futuras y más aciagas disen-
SIOnes.


A la vuelta de doce dias de inútiles gestiones entre el regente y las personas ya
nombradas, entre estas y el Sr. D. Antonio Gonzalez á quien cupo más directamente
la mision de formar el ministerio, al fin salió el decreto que anunció á Espaúa que
existia un Gabinete; lo formaron, D. Antonio Gonzalez 'presidente y ministro de
Estado, el general D. Facundo Infante en Gobernacion, D. José Alonso en Gracia y
Justicia, el general D. Evaristo San '\-1iguel en Guerra, el general D. Andrés García
Camba en Marina interinamente, y luego en propiedad D. Pedro Surra y Rull en
Hacienda.


Si era de sentir que no formasen parte del ministerio los oradores más brillantes
de las Córtes, el nuevo gabinete ofrecia las más sólidas garantías; eran todos hom-
bres bien conocidos en las luchas de la libertad, partidarios sinceros de la Constitu-
cion á cuya formacion habian contribuido, sostenedores de la re\iolucion de 1840 en
la que estaban altamente comprometidos, y que gozaban del justo aprecio de sus
conciudadanos así por su probidad como por la moderacion de sus principios en el
buen sentido de la palabra. El ministerio Gonzalez me recia encontrar en las Córtes
sincero apoyo y eficaz cooperacion, salvo á juzg~r por sus actos, si bastaba á la gra-
vedad de las circunstancias. Por desgracia no fué así; fué acogido en el Congreso con
una frialdad notable que luego degeneró en violenta hostilidad.


Un discurso que pronunció el presidente del Consejo en la sesion del 22 de
Mayo fué el programa de la nueva administracion; dió las seguridades más leales de
marchar por la senda del progreso y de las reformas; mas llevado ull vez del deseo
de captarse una benevolencia que conocia faltarle en el Congreso, tuvo el Sr. D. An-
tonio Gonzalez la imprudencia de tomar el inconstitucional compromiso de no disol-
ver aquellas Córtes. lnútil halago; esa renuncia á una de las más importantes prero-
gativas de la Corona no sirvió más que para desprenderse de una arma poderosa en
el caso de un conflicto ya muy fúcil de prever. Así sucedió, que cuando á la vuelta de
un aúo la oposicion tuvo la mayoría por erecto de una fatal coalicion, dió al minis-
terio un voto injusto de censura en la sesion del 22 de 1\1ayo; este no pudo usar de
la prerogativa de disolucion, que habia al decreto, y se vió en la precision de dar y
dió su renuncia.


La primera cuestion que se presentaba al ministerio, cuestion grave, era la de la
tutela.


Al renunciar la regencia, quiso D.a María Cristina conservar la tutela, y no pu-




- 26\ --


diendo desempeñarla directamente pretendió hacerlo por delegacion, nombrando un
Consejo que hiciera sus veces en su ausencia. Seguíase con este motivo una negocia-
cion con la regencia provisional. La reina madre hahia indicado para formar el Con-
sejo de tutela cinco personas: los Sres. D. ;\LlOUelJosé Quintana, D. Vicente Sancho,
D. Francisco Cahello, D. Donoso Cortés y D. Manuel Montes de Oca; más tarde
redujo el número á tres, conservando los tres primeros que pertenecian al partido
progresista, eliminando los dos últimos que eran de bando retrógrado.


En este estado se halla ha la negociacion cuando el ministerio Gonzalez se formó.
El Sr. Donoso Cortés, agente de María Cristina, se ayistó con el presidente del Con-
sejo, quien le declaró que en tan delicada cuestiono el gohierno no pensaha tomar
mis parte que la ~e contrihuir en los límites de un inl1ujo moral á que la eleccion de
las Córtes recayese en la persona que indicaria D a María Cristina para tutor, siem-
pre que esa persona tuviese las calidades que e~igian las circunstancias para ser tu-
tor de las reales princesas, pero que el esto se limitaria la accion del gobierno, sien-
do asunto de peculiar y exclusiva prerogatiya de las Córtes. Tras de esta declaracion,
ceñida él la observancia de un artículo formal de la Constitucion, el ministerio acudió
á las Córtes para que declarasen vacante la tutela, proveyendo él esa vacante conforme
á el art. (jo de la Constitucion.


En un país trabajado largo tiempo por discordias ciyiles, sin que de ellas haya sa-
lido un estado de cosas normal con condicion de estabilidad, y sin que un pensa-
miento grande sin'a de handera, todo incidente l1Ue\'O por pequeño que sea, es oca-
sion de quisquillas, de choLIues, de \'anidad cuyos resultados empeoran más y más la
situacion. Si el incidente es grave tanto ma:'ores son las consecuencias; así sucedió
con la tutela.


Hemos hablado de la sensihle desavenencia del partido progresista en la cuestion
de regencia entre los trinitarios; la mayoría, una vez adoptada otra opinion, dió su
adhesion sincera y leal al general Espartero, lo consideró como el legítimo elegido
por la nacion yen los dias de infortunio que luego sobrevinieron, bien le demostró
aquella mayoría su pCltriótica tidelidad; mas entre los mismos trinitarios los hubo que
miraron la eleccion del regente como una derrota de la que quisieron desquitarse.
Hemos visto á D. Agustin ArgL'lelles candidato de 103 votos para la regencia única,
recaida esta en el general Espartero. D. Agustin Argüelles vino <1 ser el candidato
para tutor, y en esta candidatura no tuvo competidor; de los que lo preconizaban con
un determinado fin, los que obra han por espíritu de partido, como los que no aten-
dian más que á las eminentes virtudes de D. Agustin Argüelles, votaron en el mis-
mo sentido.


Por el Senado yel Congreso reunidos en la de Julio. la tutoNa fuédeclarada vacante,
\' D. Agustin ArgL'lclle:; fué nom')rado tutor obteniendo 180 votos de los 239 votan-
tes; hubo 7 votos pedidos en nombres insi,~nificantes, uno obtuvo D. a María Cristi-
na )' 31 votos pertenecientes á los del partido retrógrado, se manifestaron con cédu~
las hlancas. Era él la sazon D. Agustín presidente del Congreso. Sometió á la reso~




- 262-


lucio n de las Córtes, la cuestion de saber si eran ó no compatibles los cargos de pre-
sidente y de tutor en una sola y misma persona, declarando de antemano que en
caso negativo optaba desde luego por la presidencia de las Córtes. Declaróse el Con-
greso por la afirmativa unánimemente. Verémos á ese mismo Congreso al año siguien-
te quitar la presidencia á D. Agustin Argüelles, y á el otro año un nuevo Congreso,
poner en cues tion si podia ser di pu tado si endo tu to r: tal<:s eran los progresos de la
anarquía mental que iba cundiendo.


Con una intencion pueril y de mala especie, que nacia del mal humor que conser-
vaban algunos trinitarios de no haber triunfado su opiniun, unido á algunas suscep-
tibilidades nacidas de la formacion del ministerio, se quiso dar á la toma de pose-
sion de la tutoría y al juramento que habia de prestar el tutor, la misma solemnidad
que recibió la eleccion del regente, y usar del mismo ceremonial para el juramento,
equiparando así un cargo privado de familia á la investidllra del poder supremo del
Estado, y no contentos con esta imprudente asimilacion se trabajó, y con harto éxi-
to, para provocar una sensible tibieza entre los dos más ínclitos ciudadanos de Espa-
ña. Entre el regente y el tutor por la nobleza de carácter, por sus virtudes públicas
y privadas, y por su esclarecido patriotismo, debiera existir naturalmente la más
estrecha concordia en todo lo que pudiera contribuir al bien procomunal del país, y
á la consolidacion de la libertad de que eran los dos más ilustres campeones, vivie-
ron siempre en una reserva que desdecia de sus sentimientos, merced á tristes oficio-
sidades de gentes mal avenidas con la union de esas dos altas é ilustres personifica-
ciones de la libertad no exentas de pequeñeces; miserias del cornzon humano que
hombres imprudentes ó pérfidos irritaron con grave perjuicio de la causa pública y
suma alegría del partido reaccionario.


Hé aquí cómo al principiar la regencia electiva, una fraccion del partido progre-
sista se esmeró en disminuir su prestigio y su fuerza moral de que tanto necesitaba
el regente, y la otra fraccion de ese mismo partido más tarde es quien provocó su
violenta caida; de manera que en ambos casos el partido progresista es el que ha to-
mado la iniciatlva de debilitar primero, y de volcar en seguida la obra de Setiembre
de r840, acabando con la regencia del general Espartero, cuya investidura era el re-
sultado más importante de aquel pronunciamiento. Quiera el cielo que el tremendo
éxito que han tenido aquellas disensiones se halle siempre en la mente del partido
que en tales errores cayó, para no caer en otros, en las luchas que todavía le son re-
servadas en el porvenir.


En la declaracion de la tutela vacante, y en el nombramiento de un tutor bajo el
solo punto de vista de la ley y de la Constitucion, las Córtes incurrieron en la misma
equivocacion en que estuvieron la regencia provisional y el ministerio Gonzalez.
Nuestro dictámen es que reduciendo la cuestion á una controversia legal ó constitu-
cional, la opinion contraria pudo hallar en la elasticidad maravillosa de todos los tex-
tos de ley los sofismas que hacia n á su propósito. Antes de tocar el punto de derecho
se debía haber ventilado la cuestion moral de una buena ó mala adminístracion, pro-




- 263 -
va cando un juicio solemne, trayendo á las Córtes los documentos relativos á la ges-
tion de la tutora. Si de este exámen resultaba una administracion digna de elogios,
ningun inconveniente habia en combinar el precepto constitucional con los deseos de
la tutora; mas si por desgracia resultaba lo contrario, ya la resolucion de las C6rtes
no hubiera llevado visos de una mala querencia, de un capricho de partido apoyado
en texto de leyes, yen artículos constitucionales, cuya justa aplicacion podia negarse
ó aparecer violenta; reducir pues una cuestion de moral pública unida á la política en
que debían fallar los representantes de la nacion formando un tribunal supremo, á
las proporciones de una cuestion de derecho de la competencia de los tribunales or-
dinarios, fué quitar á la resolucion tomada la majestad augusta de un fallo solemne,
y fué una irreparable falta.


La primera consecuencia que tuvo, fué la protesta hecha por D.s María Cristi-
na en Paris en el mes de Julio: aquel documento fué remitido al cuerpo diplomático
residente en Paris, sin que sea fácil saber con qué objeto, y se publicó en los dia-
ríos de :lquella capital. Allí se discutian los derechos de la tutora con una parsimo-
nia muy natural; el ministerio Gonzalez lo refutó con dignidad y energía, mas como
toda controversia legal, quedó el derecho oscuro y en duda para los unos, claro y
evidente para otros, cada cual interpretando la cosa á su modo; escollo que se hubie-
se evitado siguiendo el rum bo que hemos indicado.


Se dijo entonces que la eleccion de la persona para el cargo de tutor contribuyó
no poco á irritar á o.a María Cristina. D. Agustin Argúelles, decíase, h8bia sido víc-
tima de Fernando VII en [814; no podia, pues, ser un tutor generoso y desinteresado
de l:Js hijas del rey que tan cruelmente lo habia tratado. Los que así se expresaban
sabian muy bien que calumniaban los nobles sentimientos de un varan sin par, que
jamás supo odiar ni pensar en un acto de venganza. N o creímos entonces que la
ele.:cion del Sr. O. Agustín Argüelles fuese la más acertada en razon de las circuns-
tancias de aq uella época, que exigian un v igor y una energía que entre tantas prendas
como adornaban al tutor, faltaban á su candoroso c2rácter; mas es precisamente por
esa exquisita bondad, por esa mansedumbre admirable que no hubiéramos querido
que D. Agustin Argüelles hubiese sido tutor, teniendo que luchar con las personas
más aviesas . .\las fuera de este que en nosotros es un homenaje á las elevadas virtudes
de D. Agustin, ¿quién podia en España dirigir con mayor autoridad la educacion
moral, intelectual y política de las reales niñas que el más virtuoso de los hombres?
;Qué manos más puras para administrar el patrimonio de aquellas, que las del hom-
bre cuya probidad y desprendimiento eran objeto de respeto y de admiracion hasta
para sus adversarios? ¿Quién reunia más saber, mayor ciencia, más erudicion que ese
docto varan, antorcha de las Córtes en todas las cuestiones graves? ¿Quién, por últi-
mo, gozaba en el reino de un respeto más unánime, de una veneracion hasta cierto
punto religiosa que D. Agustín ArgLi.elles, cuya mansedumbre, amenidad de lenguaje
y bondad inalterable, han sido, y queJarcÍn como tipos inimitables? La autoridad del
hombre privado corria parejas con el puritanismo inflexible del hombre público. Su




patriótica elocuencia jamás tropezó con una palabra ofensiva para sus contrarios, y
en aquella alma generosa jamás entró una gota de hiel ni para sus verdugos.


y ese hombre modelo de todas las virtudes, es el que ha servido de blanco á escri-
tores sin pudor ni vergüenza, instrumentos venales de ira agena, para compararlo al
infame y estúpido carcelero del Delan, criminal y villano parangon que nos sonroja-
ríamos de recordar, si no lo hiciéramos para pintar con este solo hecho, á qué extre-
mo de aberracion puede conducir el odio, el encono y los furores de partido. Mas
si á tal delirio han podido llegar escritores de nuestra época, allá las Córtes de Cádiz
dieron el apellido de Divino al ÍnclÍto orador, al sumo español, título que la historia
conservará á quien tuvo la gloria de merecerlo como una anticipada protesta contra
los denuestos de tiempos posteriores.


Las Córtes hélbian elegido al regente del reino y al tutor de las reales princesas en
las filas del pueblo. Con esta doble eleccion se manifestaban á la Europa los progre-
sos de la razon humana en España; los m1S dignos erar: los elegidos de la representa-
cion nacional prescindiendo de alcurnias y de tradiciones de un obsequioso servi-
lismo; mas estos destellos de una completa emancipacion mal apreciada dentro y
fuera de Espaí1a, causaron una sorpresa que degeneró en ojeriza poco disimulada.
Se quiso ver en estos nombramientos un desvío del principio monárquico, como se
habia querido ver en la reforma del clero un pensamiento anti-religioso, calumnias
de partidos, mas que pudieron lastimosamente hacer que hasta el advenimiento del
Sumo Pontítice á la tiara, fué la córte de Roma un auxiliar poderoso de D. Cárlos y
el clero tomó más parte que le conviniera á su sagrado carácter en la contienda. Ven-
cido el Pretendiente y expúlsado de España, no cambió por esto la política de Gre-
gario XVI con gravísimo daño de la religion, y del bien espiritual que España
tanto me recia recabar de la beneyolencia apostólica.


Ya hemos tenido ocasion de hablar de la alocucion de S. S. fecha 1.° de Marzo
de 1841. La regencia provisional por razones cuya gravedad ignoramos, no tuvo por
conveniente contestar á esa alocucion del ~anto Padre., El ministerio Gonzalez suplió
la falta, y en un maniJiesto enérgico, combatió las extrañas pretensiones del Vaticano
reduciendo á SLl JLlstO vellor las inju . ;tas acusaciones y las raras exigencias del Papa.
Este manitiesto que no excedia los límites de una legítima defensa, estaba escrito
con aquella moderacion que dan la justicia y el buen derecho: honra á aquel mi-
nisterio por su firme decision en favor de la independencia y dignidad nacional.


A fines de Julio apareció en Paris una protesta de D. a María Cristina contra la
eleccion de un tutor hecha por las Córtes; como eco de esa protesta, en los primeros
dias de Agosto trece damas de Palacio hicieron renuncia de sus puestos, en una for-
ma casi colectiva, pues todas iban fundadas en causas de igual jaez; una real Prin-
cesa abria las hostilidades contra la revolucion; lógico y natural fué que scÍloras con-
testaran las primeras á su llamamiento.


Nada en verdad autorizaba ese pronunciamiento palaciego. D. Agustin Argüelles,
como tutor, ninguna alteracion habia introducido en el servicio y en el personal de




- 265-
Palacio. La señora Marquesa de Santa Cruz habiendo hecho renuncia de su puesto
de aya y de camarera mayor, el tutor no habia hecho más que admitirla, nombrando
por aya á la señora Condesa de Espoz y Mina, viuda del ilustre general, y procla-
mada para ese puesto por la opinion pública, mas bien que nombrada por el tutor,
como la persona más digna por sus virtudes de ocupar ese puesto. La señora Mar-
quesa de Bélgida fué nombrada camarera mayor. La persona encargada de dirigir la
cducacion de las reales niñas era el Sr. O. Manuel José Quintana, nombrado ayo
por o.a María Cristina desde VLllencia. Amigo íntimo del tutor, este confirmó gus-
tosísimo un nombramiento que él mismo hubiera hecho á no encontrarlo ya reali-
zado. El obispo electo de Tarragona, el virtuoso Valdés Busto J prelado esclarecido
por su saber y su religiosidad, fué nombrado confesor de S. M. y de S. A. y encar-
gado de su educacion religiosa.


Ninguna innovacion, pues, hahia introducido el tutor en el régio alcázar que diese
lugar á las indecentes diatribas que diariamente salían en los periódicos llamados
moderados, mientras la prensa liberal acusaba al tutor su excesiva moderacion y rer-
judicial tolerancia, conservando en Palacio toda la servidumbre del tiempo de María
Cristina. La suspicacia asombradiza de los partidos, divisaba un conspirador en
cada empleado ó criado de palacio: habia exageracion en esas reconvenciones, mas
tambien habia en ellas alguna verdad: era público y notorio que por aquel tiempo
pareciera un centro de conspiracion <.1 donde acudian todos los descontentos, y no se
heria esencialmente Id Jógic:.l rensando que en esa conspiracion tomaran parte anti-
guos servidores de Palacio. Cuando personajes de alta categoría se mostraban agen-
tes activos de ella, corriendo las Provincias Vascongadas, la Navarra y Castilla pre-
parando los ánimos á la rebelion y llegaron las cosas por aquel tiempo á tal punto,
que el21 de A¿osto el ministerio llamó la,atencion de las autoridades sobre las tramas
que se urdian en Bilbao, y les señaló las personas encargadas de tan funesta misiono


Mientras las Córtes y el gobierno se ocupaban de la obra reformadora que necesi-
taba el país, allú á h léjos se veia ya el huracan que muy pronto hahia de estallar
sobre la desdichada Espai'la, causando nuevos estragos, nueyas dctimas y mcí.s san-
gre vertida: mas antes de llegar á esa página sangrienta de nuestros interminables
()Jios, digamos de paso cuáles fuéron los principalcs actos del gobierno, y cuáles los
trabajos de las Córtes en union del regente.


Presentaron los ministros un proyecto de ley para la total abolicion del diezmo.
Discutido y aprobado en las Córtes, fué sancionado por el regente en 14 de Agosto.


Una ley_ que desvinculaba los bienes del clero y los mayorazgos fué votada en las
C6rtes, ysancionada en 2 de Setiembre.


Otra ley sobrc vinculaciones fué votada y sancionada en I~) de Agosto.
El ministerio aceptó otra ley, cuya iniciativa salió de las Córtes, sobre beneficios


eclesicí.sticos y obras pías, cuyas vinculaciones fuéron abolidas,
Una ley sobre la recaudacion de contribuciones prO\inciales y municipales trazó


el órden en ese ramo de la administracion.




- 266
Una ley para la construccion de caminos.
Una ley que regularizaba el convenio hecho con los diputados de Navarra sobre


fueros.
Una ley sobre retiros militares.
Una ley para una quinta de 50.000 hombres que debian cubrir las bajas que resul-


taban de la licencia dada á 88.000 soldados.
Una ley que introducia algunas variaciones en la ley electoral.
U na ley sobre el canal de Guadarrama.
U na ley sobre el comercio de aguardientes.
El presupuesto fué discutido con toda pausa y aprobado, presentando Ulla rebaja


de 200 millones.
Una asignacion anual de dos millones fué votada para el regente.
Algunos proyectos de sumo interés, sobre la instruccion pública, reforma de los


procedimientos criminales presentados por el gobierno no llegaron ú discutirse por
falta de tiempo. A más de estos trabajos que son testimonios elocuentes de los des·
velos de las Córtes y del gobierno por el bien público, y la consoliJacion de las ins-
tituciones, el ministerio hizo por sí en el círculo de sus atribuciones reformas im-
portantes en el ejército. Este fué reduciJo á 2R regimiento-; de infantería de á tres ba-
tallones y 15 regimientos de caballería; las milicias provinciales formaron una reser-
va de 50 batallones; la GuarJia real fué reformada, suprimienJo la mitad de ella; la
artillería de la Guardia fué refundida en la del ejército; los distritos militares reci-
bieron nueva organizacion; se Jedaró que el sorteo para el ejército y la milicia pro-
vincial seria simultáneo; se conceJió el retiro á los oficiales de esta última, cual lo
disfrutaban los del ejército; atinada y justa recompensa otorgada ú los que tan rele-
vantes servicios habiln prestado d la libertad durante la guerra.


Tales fuéron en resúmen los trabajos legislativos y aJministrativos Je las Córtes
y del gobierno en los primeros meses de su e~istencia. Dirémos sucintamente cmlles
fuéron los actos más notables del ministerio en sus relaciones internacionales, actos
en que sostLlVO con te son, dignidad y energía los derechos de la nacion, en los asun-
tos que halló ya en vías de negociacion, y las que empezó el mismo.


Nuestras relaciones con la Francia se hallaban en un estado de frialdad que linda-
ba con la hostilidad. Con toJo, la cuestion de los Alduides, agitaJa de resultas de
una invasion de franceses en el país de Quinto, contraria al tratado de 1785, vino á
orillarse en favor del gobierno español que obtuvo del francés una completa satisfac-
cion, y un nuevo deslinde de la raya intel~nacional. Propuso el gobierno francés com-
prar el terreno en litigio, lo que no admitió el ministro español.


En 1837 el ministerio de aquella época habia arrendado al gobierno francés el
Plato del Rey por un periodo de cuatro años. La causa de este arriendo tenia por
objeto tener allí un hospital militar, donde vinieran los enfermos que desde Argel
volvían á Fran-::ia. El Plato dd Rey pegado á Mahon ofrecia un descenso muy ven-
tajoso á los enfermos que fatigaba una trayesía sobro.dal11ente larga hasta Talan




-
267-


ó Marsella. Llevado de un sentimiento filantr6pico y de humanidad, el gobler-
no habia accedido gustoso al deseo del francés. Imprudentes revelaciones hechas
en la tribuna de la Cámara de diputados por los que habian sido ministros poco
antes, pusieron al gobierno español en la necesidad de declarar al de Francia que
no renovaria el convenio de 1837 relativo á el Plato de Rey. Sobrada razon le
asistia.


En la discusion de la Cámara sobre el mensaje en contestacion al discurso de la
Corona, acosados los ministros del Gabinete formado bajo la presidencia del señor
Thiers en 1.° de Marzo, y que habia salido en 29 de Octubre, para que diesen una
explicacion sobre la órden trasmitida para que volviera á Tolon, dieron los interpe-
lados las razones que mejor cuadraron á su propósito; mas la oposicion poco satisfe-
cha de los motivos aducidos, y calificando con mucha dureza esa disposicion, uno de
aquellos ministros el conde Faubert, arrebatado de ira en la ses ion del 3 de Diciem-
hre de 1840, tuvo la imprudencia de decir que la vuelta de la escuadra habia tenido
por objeto apoderarse de las Islas Baleares, pues hien le debia España garantía.


Tan peregrina confesion hecha á la tribuna por un indivíduo de aquel ministerio,
ya era obligacion sagrada para un ministro de España no permitir por más tiempo que
sobre el territorio español tuviera pié un gobierno que tal pensamiento habia conce-
bido. Digamos de paso que al acometer semejante atentado, el gobierno agresor no
hubiera encontrado desprevenido al de Espaí13. El proyecto del ministerio Thiers no
se habia fraguado tan de secreto que no tuviera en tiempo oportuno aviso el general
Espartero; lo tuvo muy oportunamente y lo recibió en Albacete, hallándose con los
demás ministros en camino para Valencia, y desde Albacete como general en jefe,
despachó órdenes para que fuesen tropas y artillería á las Islas.


La declaracion del ministerio español, negándose á renovar el arriendo, dió lu-
bar á mil calumnias contra el regente y su gobierno en la prensa ministerial de Pa-
rís. Se llegó el decir que se habian dado órdenes para que se emharcasen los enfer-
mos, cualquiera fuese su estado; cuando tan al contrario, se ha hia mandado que se
diese á los enfermos y á los convalecientes todo el tiempo que fuera necesario para
su completo restablecimiento: mas la calumnia era una de las armas de que más ha-
-.;ia uso aquel gohierno para sus miras ulteriores sobre España, y no perdia ocasion
Je esgrimirla.


La cuestion del comercio de cabotaje en las costas de España por los barcos fran-
ceses, dió lugar á una negociacion que provocó el gobierno francés, apoyándose en
las estipulaciones del tratado de Utrech. El gabinete español rechazó enérgicamente
tales pretensiones, é hizo prevalecer su derecho.


En cuanto á la Inglaterra, las relaciones que tuvo la regencia fuéron las de una
buena y cordial inteligencia, acompañada de las consideraciones que se deben entre
sí los gobiernos; mas no eran más íntimas de las que h~bian mediado entre el go-
hierno de Inglaterra y el de España desde la muerte del rey_


Al tomar posesion de la secretaría de Estado, halló el ministro D. Antonio Gon-




- 268-
zalez dos asuntos en vía de negociacion con el gobierno inglés. y ambos tuvieron la
más honrosa soluciono


El uno era relativo á una tropelía del cónsul inglés en Cartagena l que habia auto·
rizado á un crucero de su nacion á apoderarse por la fuerza de un barco contraban-
dista de Gibraltar, apresado por un guarda-costas español y llevado á Cartagena. El
cónsul fué inmediatamente exonerado, y el gabinete de Lóndres manifestó al de Ma-
drid el sentimiento que le habia causado la conducta de aquel funcionario. Á su vez
el regente habia tenido noticia que ese cónsul habia servido brillantemente en las fi-
las inglesas en favor de la causa de España durante la guerra de la Independencia l
intercedió con esmero para que aquel cónsul obtuvIese un empleo fuera del territo-
rio español, favor que fué otorgado, mostrándose el Gabinete inglés muy agradecido
por esa noble intervencion del gobierno español en favor de un súbdito inglés funcio-
nario público de quien tenia motivo tan justo de queja.


La otra negociacion era relativa á la cesion de las islas de Annobon y de Fernando
Póo en la costa occidental de Africa, á la embocadura del Niger. Estaba ya firmado
el tratado mediante el pago de una suma de seis millones de reales.


La importancia de aquellas lejanas posesiones cedidas á España por Portugal en el
tratado de San Ildefonso de 1775, era cuando menos muy problem~ítica; peí1as malas l
clima mortífero: aquellas islas de ninguna utilidad presente ni futura, podian ser; mas
el pundonor nacional se sobresaltó que así se traficase con una porcion cualquiera de
territorio español; la prensa se mostró unánime contra esa cesion l obra del ministe-
rio Perez de Castro. El gobierno del regente, para cubrir su responsJbilidad y poder
desechar el tratado constitucionalmentel lo llevó al Senado, siendo necesaria la apro-
bacion de las Córtes en virtud del arto 48 de la Constitucion. La acogida que tuvo
en el Senado autorizó al ministro á retirar el tratado antes que se discutiera, y le
anuló sin que por eso se alteraran en lo más mínino las relaciones amistosas entre
ambos gobiernos.


Tiraba á su fin la legislatura de 18411 cuando el gobierno, enterado de los proyec-
tos de rebelion que se fraguaban en Paris, no le cabía duda del inmediato rompi .
miento. Á pesar de la inminencia de una crísis violen tal se determinó á cerrar las
Córtes en 23 de Agosto, en vísperas, digamos, de una catástrofe que debia alterar
tan hondamente la tranquilidad del país apenas restablecida. Fut: este imperdonable
y fatal error. La primera obligacion del ministerio fuera la de presentarse á las Córtes
enterándolas de cuanto acontecia, poner de manifiesto las pruebas, si las tenia ma-
teriales y no le faltaban morales. de la cOl1spiracion cuyo centro era Paris, y cuyas
nmificaciones abarcaban varias provincias de España, y tras de esta manifestacion,
debia pedir el las Córtes poderes extraordinarios l si lo creia necesariol ó cuando me-
nos pedir que los senadores y diputados del reino permanecieran en MaJrid para po-
der ser congregados instantáneamente en cuanto lo exigiesen bs circunstancias. Te-
nemos la firme conviccion que semejante manifestacion hubiese bastado para desba-
ratar los proyectos criminales que luego estallaron. y cuenta que mús gloria recaba




-
269-


un gobierno en evitar un estallido trastornador, que en sofocarle cuando haya roto; y
si á pesar de todo, los conspiradores hubiesen llevado adelante su plan, sea que el mi-
nisterio se hubiese hallado revestido de poderes extraordinarios otorgados por las
Córtes con arreglo á la Constitucion, ya sea que hubiese podido reunirlas al momento,
es muy prohable que hubiese evitallo al país una lucha sangrienta, y en todo caso las
deplorables disensiones que sobrevinieron tras del triunfo. Precisamente por haber
el gohierno echado mano de medidas extraordinarias cuyo otorgamiento era prero-
sativa de las Córtes, no hubieran estallado ó no hubieran tenido pretexto para mani-
festarse. El ministerio no tuvo prevision, ni' aquel respeto constitucional que es la
fuerza prin.:ipal de los gobiernos regidos por una ConstituclOn. Las discusiones apa-
sionadas ú que dieron lugar algunos actos del gobierno censurados con excesiva du-
reza y sobrada imprudencia, fuéron el punto de partida de la desunion del partido
progresista, cuyo último resultado fuéron la contrarevolucion de 1843, y las des-
gracias que han venido despues.


Mas por una fatalidad inexplicable, todos los hombres que llegan al poder se incli-
nan á ilusiones fatales á los intereses públicos y él su propia gloria. Ese prisma fatal
hace siempre creer que sabemos más que nuestros amigos, y que somos más fuertes
que nuestros enemigos. No se atreverán, es la palabra sacramental; se atreven y
cuando se acude al remedio esya tarde, contesta el hado fatal. El ministerio Gonza-
lez yió muchas cosas al través de ese prisma, y pagando un trihuto ú esa ley del error,
h:llló próroga en las Córtes en 23 de Agosto de 1841.




CAPÍTULO XII.


ESTADO DÉ LOS PARTIDOS POLíTICOS DURANTE LA REGENCIA.-MANIFIESTO DE DOÑA MARÍA
CRISTINA.-INSURRECCION MILITAR DE OCTUBRE DE I84I.


Sacudimientos como los que habia provocado un cambio en la regencia del reino,
y llevado un hijo del pueblo al poder supremo, no se efectúan en una monarquía sin
lastimar grandes intereses, sin trastornar muchas posiciones, sin herir creencias y
susceptibilidades irritables y rencorosas; conspirar es además en España un hábito
tradicional, casi un estado normal.


En semejante crísis, los vencidos no pierden la esperanza de un desq uite y de una
venganza: suponer que han de renunciar á sus proyectos, es vana ilusion; contener-
los uniendo la energía á la justicia y al respeto de las leyes, y sobre todo hacer la
felicidad del pueblo, son los deberes sagrados del poder nuevo si ha de ser respetado.
El pronunciamiento de Setiembre desconoció algunas de las condiciones de su por-
venir, y la reaccion contra la victoria empezó al dia siguiente del triunfo del partido
progresista; luego vinieron las conspiraciones; en seguida hubo una rebelion san-
grienta, y por último, una contrarevoluclon completa.


Antes de engolfamos en la relacion de los hechos de la insurreccion militar de Oc-
tubre, apreciarémos el estado de los partidos, contrarios al pronunciamiento del año
anterior.


Los carlistas, vencidos en una lucha de siete años, quedaron sin esperanza de vol·
ver á las armas; no se emprenden dos veces guerras de esa naturaleza, para la cual
además faltaban medios y elementos. D. Cárlos, sin prestigio entre los suyos; pri-
sionero en Bourges, falto de recursos, sin apoyo alguno en el extranjero, se hallaba
reducido á las estériles simpatías de gobiernos absolutistas sobradamente léjos para
servir útilmente la causa de un pretendiente español, y á las demostraciones serviles


. de realistas impotentes para su propia causa en Francia. Los jefes militares carlistas,




- 27 1 -
los unos habian dado su adhesion más ó menos sincera á la causa de la reina y á la
Constitucion, los demás se hallaban refugiados en Francia harto fatigados por la mi-
seria, y por una policía suspicaz é inquisitorial. A pesar de todo, el partido carlista
podia dar en un caso dado un apoyo peligroso á una insurreccion que hubiera auxi-
liado.


Los llamados moderados vencidos en Setiembre, tenian medios poderosos de ac-
cíon, y guiados, aconsejados, apoyados por el gobierno francés en los planes que se
proyectaban: conspiraban en Paris sin rebozo contra la tranquilidad y las institu-
ciones de España. Los descontentos acudian ·á la capital de Francia como los emigra-
dos franceses á Coblentz (1); aquellos eran admitidos con suma distincion y agasaja-
dos en el palacio de las Tullerías, 'sin que hubiese mediado en su presentacion el en-
cargado de Negocios en España, como lo requeria el derecho de gentes, y la práctica
más vulgar de las relaciones internacionales entre gobiernos amigos y aliados.


Numerosos auxiliare~ halla dentro de España todo proyecto de trastorno en el en-
jambre de empleados cesantes, cuyo número en 1í)41 era exorbitante. Como hasta
ahora los cambios políticos entre nosotros han tenido por primero y á veces único
resultado un cambio completo de empleados, desde el más encumbrado hasta el más
humilde, muchos entre esos empleados descontentos y hambrientos, están dispuestos
á lanzarse á toda insurreccion que presente algun viso de probabilidades de buen
éxito. El pronunciamiento de 1840 no había sido parco de destituciones. Contaba,
pues, otros tantos enemigos como cesantes habia hecho.


Hemos dicho ya cuál era la composicion del ejército y los elementos que encer-
raba; entre los generales, muchos propendian al absolutismo; otros andaban des-
contentos por no creerse bastante premiados; no faltaban algunos que poco dispues-
tos á reconocer la superioridad del general Espartero, se figuraban que ocupaba un
puesto que más conviniera á su propio mérito. La mode~tia no es la virtud más so-
bresaliente en tiempos de revueltas: ¿ y á qué extrañarlo entre nosotros? ¿ N o hemos
visto acaso esas miserias del corazon humano respecto al genio más extraordinario
de los tiempos modernos? ¿ Faltaron acaso generales franceses que mal avenidos con
la gloria del general Bonaparte conspiraron contra su persona? Y cuando llegó el dia
de la desventura ¿ cuántos ingratos no tuvo que contar el Emperador entre sus an-
tiguos compañeros y sus lugartenientes, bien que colmados de beneficios? "El con-
.¡ tagio, dice el Baron de Menneval hablando de aquella época, habia cundido á la
,¡mayoría de los jefes del ejército: en~vez de acudir á la voz del Emperador, allá le im-
"pusieron la necesidad de abdicar: este sacrificio lo hizo N apoleon con el fin de séll-
"var los derechos de su hijo. Mas viéndose en Fontainebleau abandonado por todos
»sus compañeros de armas, impacientes de gozar descansadamente de los honores y


(1) Punto en las orillas del Rhin, donde se reunían todos los emigrados franceses durante la primera
revlllucion de Francia.




,


»de las riquezas de que los habia colmado, hizo el sacrificio por entero firmando una
»abdicacion absoluta» (1).


Si tales sentimientos pudieron tener cabida en el corazon de generales franceses
respecto á Napoleon, y cuando el sagrado del suelo patrio se hallaba pisado por el ex-
tranjero y la capital amenazada por los ejércitos de la coalicion, ¿ qué hay que extra-
ñar que sentimientos mezquinos de envidia y.de rivalidad tuvieran abrigo en el pecho
de generales españoles, antiguos compañeros de armas del regente, cuya modestia
autorizaba hasta cierto punto esas pretensiones jactanciosas, prontas á interpretar la
modestia en el sentido de la inferioridad?


«Un Estado, dice Maquiavelo, que sacude el yugo del despotismo y consigue la li-
»bertad, tiene contra sí todos los vencidos descontentos, y no tiene por amigos á
»todos los vencedores: los que vivian con los abusos del régimen ca ido 1 .conspiran
))por cuantos medios están á su alcance para restablecer el príncipe con cuyo reinado
»esperan adquirir de nuevo riquezas y poder, y como un gobierno libre no debe
»distribuir honores y empleos públicos sino con mucha reserva, economía y discer-
»nimiento, es muy difícil que pueda satisfacer á los que se creen dignos de esas re-
»compensas, y hasta acontece que los que las han conseguido mereciéndolas, piensan
»que nada deben al que las otorgó.»


Estas reflexiones del inmortal historiador de Florencia se amoldaban tan adecua-
damente á la posicion en que se halló el regente en I K4I, que las hemos citado con
esmero como prueba que nada hay que sea nuevo sub sole, que los extravíos del co-
razon humano son inherentes á nuestra débil organizacion, y son los mismos en too
das épocas y en todos los países: las mismas causas producen iguales efectos: las
causas de la insurreccion de 1 ~4 1, cuyas peripecias vamos á narrar, fuéron las que
hallamos en el cuadro que tan maestramente pinta Maquiavclo.


El partido que así preparaba nuevos trastornos no podia contar con las masas,
apáticas las más, y otras mal dispuestas en su favor. Faltándole así el apoyo de sim-
patías populares, sentó su plan en una insurreccion militar como primera base de
un trastorno general. Bien seguros estaban los conspiradores de hallar adherentes en
el ejército, atendida la composicion de este, y tambien por esa predisposicion fatal
del ejército que ya hemos explicado en otro lugar. Vamos ahora, para ilustrar los
hechos que despues hemos de referir, á insertar íntegro el


.i\,lanifiesto de D. a María Cristina á la Nacion.
«Españoles: Al ausentarme del suelo esp.añol en un dia para mí de luto y de amar-


))gura, mis OJos arrasados en lágrimas se clavaron en el ciclo para pedir al Dios de
»las misericordias que derramara sobre vosotros y sobre mis augustas Hijas mercedes
»y bendiciones.


»L1egada á una tierra extranjera, la primera necesidad de mi alma, el primer mo-


(1) Baron de Menneval. Napa/eall y Mm·ja Luisa. Pág. 62.




"vimiento de mi corazon, ha sido alzar desde aquí mi voz amiga, esa voz que os he
"dirigido si.empre con amor inefable, así en la próspera como en la adversa fortuna.


"Sola, desamparada, aquejada del más profundo dolor, mi único consuelo en este
"gran infortunio es desahogarme con Dios y con vosotros, con mi Padre y con mis
"hijos.


"No temais que me abandone á quejas y recriminaciones estériles; que para poner
"en claro mi conducta como gobernadora del reino excite vuestras pasiones. Yo he
»procurado calmarlas y quisiera verlas extin~uidas. El lenguaje de la templanza es el
"único que conviene á mi atliccion, á mi dignidad y á mi honra.


»Cuando me alejé de mi patria para procurarme otra en los corazones espaÍ10les,
»la fama habia llevado hasta mí la noticia de vuestros grandes hechos y de vuestras
))grandes virtudes. Yo sabia que en todos tiempos os habiais arrojado á la lid con un
nímpetu hidalgo y generoso para sostener el trono de vuestros príncipe.:;; que le ha-
nbíais sostenido á costa de vuestra sangre y que habiais merecido bien, en dias de
»gloriosa recordacion, de vuestra patria y de la Europa. Yo juré entonces!consagrar-
Hme á la felicidad de una nacían que se habia desangrado para rescatar del cautiverio
"á sus reyes. El Todopoderoso oyó mi juramento: vuestro júbilo dió bien á enten-
Hder que le habiais presagiado: yo sé que le he cumplido.


»Cuando vuestro rey en el borde del sepulcro abandonó con una mano desfalleci-
»da las riendas del gohierno para ponerlas en mis manos, mis oJos se dirigieron
»alternativamente hácia mi esposo, hácia la cuna de mi hija y hácia la nacion espa-
nñola, confundiendo así en uno los tres objetos de mi amor, para encomendarlos en
» una misma plegaria á la proteccion del cielo.


,) Los an¡.;ustiosos afanes de madre y de esposa, cuando peligraban la vida de mi
!!csposo yel trono de mi hija, no basUron para distraerme de mis deberes como rei-
"na. A mi voz se abrieron las universidades, á mi voz desaparecieron inveterados abu-
\)SOS y comenzaron á pbntearse útiles y bien meditadas reformas: á mi voz encontra-
"ron un hogar, los que le habian buscado en vano proscritos y errantes por tierras
HcxtraÍ1as. Vuestro gozoso entusiasmo por estos actos solemnes de justicia y de cle·
"mencia sólo pudo compararse con la intensidad de mi dolor, con la grandeza de mis
»amarguras. Yo reservaba para mí todas las tristezas; para vosotros, españoles, todas
"las alegrías.


H .\Lis adelante, cuando Dios fué servido de llamar cerca de sí á mi augusto esposo,
"que me dejó encomendada la gobernacion de toda la monarquía, procuré regir
')e! Estadq como reina justiciera y clemente. En el corto período trascurrido desde
))mi ascension al poder hasta la con\ocacion de las primeras Córtes, mi potestad
))fué única pero no desp6tica ;' absoluta pero no arbitraria, porque mi voluntad la
"puso límites. Cuando personas constituidas en alta dignidad y el Consejo de gobier-
»no, á quien sl?gun la última voluntad de mi augusto esposo debia yo consultar en
"casos graves, me hicieron presente que la opinion pública exigia otras segur ida-
"des de mí, como depositaria del poder soberano, las dí, y de mi libre y espontá-


!tí




- 274-
lInea voluntad convoqué á los Próceres de la nacion y á los Procuradores del reino.


))Yo dí el Estatuto real y no le he quebrantado; si otros le hollaron con sus piés,
))suya será la responsabilidad ante Dios que ha hecho santas las leyes.


»Aceptada y jurada por mí la Constitucion de 1837, he hecho por no quebrantar-
»la el último y el mayor de los sacrificios: he dejado el cetro y he desamparado á mis
))hijas.


"Al referir los hechos que han traido sobre mí tan grandes tribulaciones, os ha·
))blaré como á mi decoro cumple con sobriedad y con mesura.


))Servida por ministros responsables que tenian el apoyo de las Córtes, acepté su
))dimision exigida imperiosamente por un motin en Barcelona. Desde entonces co-
))menzó una crísis que no ha llegado á su término sino con mi renuncia nrmada en
»Valencia. Durante ese aflictivo período, se habia revelado contra mi autoridad el
))Ayuntamiento de Madrid, siguiendo su ejemplo otros de ciudades populosas: los
»insurreccionados exigian de mí que condenara la conducta de unos ministros que
»me habian servido lealmente; que reconociera como legítima la insurreccion; que
))anulara ó cuando menos suspendiera la ley de Ayuntamientos, sancionada por mí
),despues de haber sido votada por las Córtes; que pusiera en tela de juicio la unidad
))de la regencia.


»Yo no podia aceptar la primera de estas condiciones sin degradarme á mis pro-
))pios ojos; no podia acceder á la segunda sin reconocer el derecho de la fuerza, de-
))recho que no reconocen ni las leyes divinas ni las leyes humanas, y cuya existencia
:Jera incompatible con la ConstitucÍon y es incompatible con todas las Constitucio-
»nes; no podia aceptar la tercera sin quebrantar la Constitucion que llama ley á lo
»que votan las Córtes y sanciona el Jefe supremo del Estado, y que pone fuera del
»dominio de la autoridad real una ley ya sancionada; no podia aceptar la cuarta sin
))aceptar mi ignominia, sin condenarme á mí propia y sin debilitar el poder que me
»habia legado el rey, que connrmaron despues las Córtes Constituyentes y que con-
»servaba Yo como un sagrado depósito que habia jurado no entregar en manos de los
»facciosos.


))Mi constancia en resistir lo que no me permitian aceptar ni mis deberes ni mis
))juramentos, ni los más caros intereses de la monarquía, ha traído sobre esta llaca
))mujer que hoyos dirige su voz) un tesoro de tribulaciones tal, que no pueden ex-
))presarlo los vocablos de ninguna lengua humana. Bien.lo recordareis, espat10les: yo
,.he llevado mi infortunio de ciudad en ciudad, recogiendo la befa y el baldon por el
))camino, porque Dios por 'uno de sus decretos que son para los hombres un arcano,
))habia permitido que la iniquidad y la ingratitud prevalecieran. Por esto sin duda se
))habian alentado los pocos que me aborrecian hasta el punto de escarnecerme, y se
))habian acobardado los muchos que me amaban hasta el punto de no ofrecerme en
),testimonio de su amor sino un compasivo silencio. Algunos hubo que me ofrecieron
))su espada, pero no acepté su oferta, prenriendo yo ser sólo mártir á verme conde-
»nada un dia á leer un nuevo martirologio de la lealtad española. Pude encender la




- 27 5
"guerra civil, pero no debia encenderla la que acababa de daros una paz cimentada en
"el olvido de lo pasado: por eso se apartaron de pensamiento tan horrible mis ojos
»maternales, diciéndome á mí propia que cuando los hijos son ingratos, debe una
"madre padecer hasta morir, pero no debe encender la guerra entre sus hijos.


nPasando dias en tan horrenda situacion, llegué á mirar mi cetro convertido en
»una caña inútil, y mi diadema en una corona de espinas. Hasta que no pude más y
»me desprendí de ese ~etro y me despojé de esa corona para respirar el aire libre,
"desventurada sí, pero con una frente serena, con una conciencia tranquila y sin un
"remordimiento en el alma.


¡¡Españoles: esta ha sido mi conducta Exponiéndola ante vosotros para que la ca-
),lumnia no la manche, he cumplido con el último de mis deberes. Ya nada os pide
¡,la que ha sido vuestra reina, sino que ameis á sus hijas y que respeteis su memoria.
» -Marsella á 8 de N oviembre de 1840. - María Cristina. (1)


Pocos meses habian mediado desde que estas palabras de paz habian sido pronun-
ciadas, cuando allá ardia de nue\'o la tea fúnebre de la guerra civil.


Entremos en la narracion de los hechos.
Tenia el gobierno en las Provincias Vascongadas y Navarra autoridades elegidas


con sumo tino, de probidad política á toda prueba, de energía y de inteligencia. Los
Sres. Laserna, en Bilbao; Manrique, en Vitoria ; Amilibia, en San Sebastian, y Ma-
dOl, en Pamplona, correspondieron dignamente ú lo que la patria y el regente de-
bian esperar de su pa triotismo. N o así las autoridades mili tares: incapacidad, cuando
no hubo defeccion, indecision ó tibieza, este es el triste cuadro que ofreció la con-
ducta de muchos jefes militares en el mando de las provincias en 1841, Y mús aún
en 1843.


Mandaba en Bilbao el general Santa Cruz; el gobierno habia enviado de guarni-
cion á aquel punto el regimiento infantería de Barban al mando del coronel Larra-
cha; pasaba este jefe por exagerado en el sentido liberal: habia hecho su carrera al
lado del general Espartero, debia este y pudieron los ministros contar á ciegas con
la fidelidad del corónel de Barban. Se equivocaron, Larrocha estaba ganado á la in-
s,urrecclOn.


El comandante general de Alaya era el general Rivera, cuya adhesion no podia
ser sospechosaj hasta la víspera de la defeccion, daba de su fidelidad las seguridades
mis ardientes; el gobierno emió de guarnicion él Vitoria el regimiento de caballería
del Rey al mando del coronel Rizo; como Larrocha, Rizo pasaba por exaltado libe-
ral. Como Larrocha pasó Rizo ú la insurrecciono


El general Rivera era virey de Navarra, compaílero de armas del regente en las
guerras del Perú; militando i las órdenes inmediatas de este en la última guerra, y
gozando de la plena confianza del general en jefe Espartero debia este contar con la
sincera y eficaz cooperacion de Rivera para sostener el gobierno de la regencia. Ri-


([) Gaceta dell unes 16 de Noviembre de 1 <:)4°.




vero manifest6 pocas simpatías en favor del pensamiento de Setiembre, mas no cre-
yó el regente esta circunstancia suficiente para removerlo de Navarra, suponiendo
que los deberes del militar que aceptaba tan elevado mando podrian siempre más en
el ánimo del general, que sus opiniones políticas cualesquiera que fuesen.


Cuando los conjurados de España dieron á los de Paris por acabado cuanto podia
asegurar el triunfo, vino la órden de empezar el movimiento y este estalló con corta
diferencia de di2.s en los puntos principales en que estaba preparada la insur-
recclon.


El general Leopoldo 0 1 Donnell fué quien rompió el primero la marché! en Pam-
plona en el mes de Octubre. Se hallaba D. Leopoldo O'Donnell de capitan general
de Valencia con el mando en jefe del ejército del centro, cuando el pronunciamiento
de 1840. En el manifiesto de Marsella hablando D.a María Cristina de los ofrecimien-
tos que algunos le habian hecho para emprender la guerra civil, todos en España su-
pusieron que aludia principalmente al general O' Donnell, cuyas opiniones eran bien
conocidas. Sea de esto lo que fuere, poco despues de la renuncia de la gobernadora,
pidió O'Donnell y obtuvo del gobierno una licencia para viajar en el extranjero. Fué
á Paris, asistió á las conferencias de los conspiradores y fué proclamado jefe de la pro-
yectada insurrecciono Esta consistía en promover una sublevacion militar, ganando
generales con mando de provincias y jefes de cuerpos que las guarnecían, romper en
Navarra y Provincias Vascongadas proclamando el restablecimiento de los fueros,
con el fin de halagar al bando fuerista que no hahia seguido la bandera de D. Cárlos
y los oficiales del convenio de Vergara. La primera empresa debia ser y fué apoderarse
de la ciudadela de Pamplona como base de operaciones y refugio de la reina Isabel
que debia ser arrebatada del palacio de Madrid; entretanto se proclamaba la regencia
de María Cristina, anulando la del general Espartero.


Los conspiradores no iban extraviados en las esperanzas que fundaron en la defec-
cion de algunos jefes militares con mando yen la cooperacion de otros muchos que
no lo tenian: muchas fuéron las adhesiones que recibieron, y mucho más numero-
sas las que no se manifestaron: no poco adherentes estuvieron á la capa, hasta ver
hácia dónde se ladeaba la victoria para ir en socorro del vencedor, táctica de los es-
peculadores de trastornos.


Mas el plan era radicalmente falso en cuanto á las simpatías y las disposiciones del
pueblo en las Provincias Vascongadas y en Navarra; aquellas provincias donde don
Cárlos halló el más sólido apoyo de su causa, donde tan numerosos y tan intrépidos
partidarios tuvo, estaban cansadas, y tras de una guerra que tantas desgracias y mi-
serias les habia causado, no aspiraban ya más que á vivir en paz. Un levantamiento
en favor de María Cristina hubiese sido un contrasentido, casi un perjurio en los
partidarios de D. Cárlos. María Cristina ó Espartero eran igualmente usurpadores
para aquella gente, y en cuanto á los fueristas no carlistas, no formaban más que
una oligarquía sin importancia propia, sin influjo en las masas.


Convenidos en el plan, distribuidos los papeles que cada uno debía representar en




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ese drama sangriento, sea inexperiencia, sea fatuidad, lo cierto es que los principa-
les autores hacian alarde de sus proyectos públicamente, y á pesar de este audaz de-
safío al gobierno, este ninguna resolucion tomaba para poner coto á un escándalo
público, que excediese de las más vulgares precauciones de tiempos tranquilos. Vi-
vian los ministros en una inalterable confianza, esperando los acontecimientos de
cuya iniciativa se encargó el general D. Leopoldo O' Donnell , apoderándose de la
ciudadela de Pamplona que le entregó la tropa que la guarnecia. Dirémos algunas
palabras soore hechos que precedieron á esta sublevacion y servirán á un mismo
tiempo de censura y de excusa para los ministros, porque hay errores que llevan
consigo hasta cierto punto su absolucion.


El general O'Donnell usando de la licencia que le otorgó el gobierno para viajar,
rué á Paris, regresó á Espai1a con ánimo de preparar todo lo que convenia al más fe-
liz éxito de la empresa concertada en Paris, pidió al gobierno su cuartel para Bilbao,
el ministro de la Gobernacion D. Facundo Infante le contestó que Bilbao era un cen-
tro de maquinaciones sobre las cuales tenia el gobierno cabal conocimiento, maqui-
naciones en que sin quererlo podria el general hallarse comprometido, por tanto le
aconsejaba eligiese otro cuartel en cualquier otro punto, incluso Madrid. Aprove-
chando tan lata facultad de cleccion, eligió O' Donnell Pamplona y el gobierno se lo
otorgó. Pamplona era precis:lmente la clave de los planes de insurreccion, de modo
que el gobierno tras de conservar el mando de Navarra y la guardia de Pamplona al
general Rivero de fé política poco ardiente en favor de la revolucion, permitió que
el jefe de la contrarevolucion residiese en el punto elegido para plaza de armas de la
insurrecciono Era difícil llevar m6.s allá la imprevision. Atacados en las Córtes por
este hecho de suyo tan grave, los ministros contestaron que descansados en la leal-
tad del general O' Donnell, nunca pudieron suponer que las seguridades que de su
parte recibian encu.brian un proyecto de sublevacion: pobre excusa, para quien
amaestrado en las luchas de los partidos, desconoce que hay momentos en la vida
política de los hombres, que mirándose unos á otros como enemigos, creen que to-
dos los ardides de la guerra son permitidos, y no habia carecido el gobierno de repe-
tidos avisos sobre la participacion del general O' Donnell en los planes de insurrec-
cion que amJgaba y de los cuales era señalado como el jefe y el alma.


Idénticos avisos tenia el jefe político de Pamplona D. Fernando Madoz. ¿Cual no se-
ria su sorpresa al ver que el gobierno autorizaba la residencia en Pamplona del gene-
ral O'Donnell? Mas como por el fuero militar quedaba el general O'Donnell sujeto á
las órdenes del capitan general, supuso el jefe político que este tendria órdenes espe-
ciales de vigilar á O'Donnell, no sin tener graves aprensiones sobre el modo con
que Rivero daria cumplímiento á esas órdenes, si existian.


No tardaron esa aprensiones en subir de punto. En 27 de Setiembre varios jefes
y oficiales de la guarnicion se presentaron al jefe político, haciéndole declaraciones
posítiyas r terminantes sobre una conspiraeíon en vísperas de e~tallar á cuya cabeza
se debía poner el general O'Donnell; añadian que los conjurados contaban con la




neutralidad del capitan general; indicaban los oficiales afiliados, y asimismo el objeto
de la conspiracion.


En duro aprieto se encontró el jefe político Madoz homhre de corazon puro, de
patriotismo ardiente, y de firmeza á tanta prueba. La acusacion lanzada contra el ca-
pitan general podia ser falsa, y si bien desde luego destruia toda connanza entre las
dos autoridades principales de la provincia, no por eso se hallaba una de ellas auto-
rizada á obrar contra la otra, sin más motivo que una revelacion onciosa, tal vez sin
fundamento. Para salir de tan mal paso, el jefe político reunió personas de su con--
fianza, el regente de la Audiencia, indivíduos de 13 diput3cion provincial y del Ayun-
tamiento, el comandante de la Milicia N ;:¡cional y algunos jefes de los cuerpos de la
guarniciono Se acordó en esta conferenci3 que el Sr. D. Luis ,de Sagasti, diputado
á Córtes, saldria g3nando horas p3ra Madrid port3dor de las dec13raciones recibid3s,
pidiendo el relevo del ca pi tan general, y la salida de O' Donnell de Pamplona. Era ya
tarde; salió Sagasti el dia 28 de Setiembre, accedió el gobierno á lo que pedia el jefe
político; por real órden de 3 de Octubre fué reemplazado Rivero por el general don
Pedro Chacon. El dia 2 la ciudadela estaba ya en poder de O' Donnel!.


El dia 2<) recibió el jefe político nuevas revelaciones. Se le pedia mandar arrestar
á Rivero, único medio de desconcertar los conjurados y de hacer abortar el plan. N o
pudo creer el jefe político en la connivencia de este, y sobre todo no debió acceder á
tan ilegal proposicion. Los ofici::des fuéron en busca de algunos de sus corn[laí1eros
que apoyasen sus declaraciones; cinco de ellos vinieron y confirmaron las declara-
ciones ya hechas. Con estos nuevos anuncios, reunió el jefe político en junta las au~
toridades popubres y algunos magistrados. Allí se debatió durante varias horas las
cuestiones más árduas, sobre todo, la de arrestar al general Rivero y los conspira-
dores cuyos nombres se hallaban en una lista. Nadie se atrevió á aconsejar semejan-
te resolucion, contentándose con co:nunicar al cClpitan .~~eneral las declaraciones
recibidas, menos las que le eran personales, suplicándole que tomase las disposicio-
nes que exigia la gravedad del caso. Esta comunicacion al capitan general tuvo efec-
to el dia 30 á bs once de la noche. Contestó Rivero que daria las órdenes conve-
nientes y tomaria disposiciones tales, que si la rebelion llegase i estallar, queJaria
sofocada al momento y su", autores tratados con toJo el rigor de las leyes militares.
A pes3.r de estas seguridades, ninguna Jisposicion vino á inJi':Clr que en efecto el Cd-
pitan general habia tomado en cuenta la comunicacion q L1C le habia sido hecha.


En 1.° de Octubre, á las cinco de la mal1ana, el jefe político, sin sosiego y agitado
por las noticias apremiantes que recibia d~ un inmediato rompimiento esperando
sacar al capitan general de la apatía en que le veia, le escribió pidiéndolc en nom-
bre de la patria y de la tranquilidad pública que mandase prender al capitan Ibañez
del regimiento de caballería del Príncipe, ocupar sus papeles, y vigilar muy de cer-
ca al general O' Donnell, al coronel del regimiento del Príncipe, y al coronel y tenien-
te coronel de Ex:trer~adura, sin permitirles salir de la plaza: mas Rivero, léjos de
acceJer á esta solicitud, contestó fundándose en los pretextos más frívolos, que no




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podia dar estas órdenes. En aquel mismo dia permitió al general O' Oonnell que sa-
liese á las dos de la tarde acompañando á su familia á Villava, de donde pasó es ta á
Francia, volviendo á la plaza O'Oonnell, sin que este paso tan significativo de
O'Oonnell despertase á Rivera de su letargo.


En ese mismo dia l. o de Octubre, á las ocho de la noche el general O' Oonnell
entró en la ciudadela vestido de paisano. El batallan de Extremadura que la guarne-
ciaestaba en el plan y ganado de antemano; quedó desde luego O'Donnell dueño
de la ciudadela. Dió el mando á un oncial de su connanza, Ascarraga, y bajó á la
ciudad; púsose el uniforme y se presentó -en los cuarteles para sublevar las tropas:
lo consiguió con un batallan de ExtremaJura, del mismo cuerpo del que guarnecia
la ciudadela; el tercer batallan se negó ú seguir tan fatal ejemplo; lo mismo hizo el
regimiento de Gerona; con esto conocie) O' D onnell que no conseguiria más ado-
rantes, se replegó á la ciudadela, sigui~l1liolc la casi totalidad del estado mayor de
Rivero.


Mientras así cai;! en manos de la rebelion la ciudadela de Pamplona, el capitan ge-
neral permanecía en el tcatro muy tranq uilo, retirándose acabada b funcion sin sa-
ber una palabra de lo que rasaba. El gcneral O' Donnell, no con temeo con igual in-
diferencia por parte del jefe político, destacó un p:Lj Lletc con órden de apoderarse de
su persona, mas avisado D. Fernando ,\ladoz con tiempo pudo endirse, y fué á re-
Lll1irse á las tropas lldes que se hallaban reunidas cn la plaza del castillo. N ingun
ademan hicieron los sublevados para apoderarse del capitan general.


Pasado el primer momcnto de sorpresa, las autoridades civiles pensaron en los
medios de contrarestar los progresos de la insurreccion y de combatirla; mas léjos
de cooperar el los esfucrzos de aq uclias, los militares convocados para atender á los
medios de defcnsa, con cortas excpcioncs se esmeraron en declarar que toda resis-
tencia era imposible, formando singular contraste sus razones con el valor cívico
de aquellas autoridades y su firme resolucion de defenderse contra la ciudadela. El
Ayuntamiento, despreciando los consejos dc ánimos apocados, ó nacidos de una
complicidad tenida con los rebeldes, hizo prodi~ios para poner la ciudad al abrigo
de una arremetida de los rcbeldes: la Milicia Nacional, las tropas tieles, la Diputa-
cion provincial y el jefe político se unieron con admirable decision y entusiasmo al
Ayuntamiento, sin que esta decision de las autoridades civileS y populares sacase de
su indiferencia al capitan general y sus subordinados. Un consejo de guerra ha ab-
suelto al general Rivero por su conducta en aquella circunstancia: dudamos que la
opinion pública haya admitido ese fallo legal. lo haya sancionado y ratificado; mas
ese contraste entre las autoridades civiles y militares en órcunstJ.ncias graves, es por
desgracia antiguo y achacoso entre nosotros.


DueÍ10 de la ciudadela de Pamplona O'Oonne11, dirigió al ejército y á los navar-
ros proclamas violentas en que explayaba el objeto de la rebelion. Que un conspira-
dor obsceno, en el ardor de un primer é inesperado triunfo se entregue á declama-
ciones de ira y de dcsden contra el poder que ataca á mano armada, es cosa sobra-




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da mente vulgar para extrañarlo, la calumnia es las más veces el único recurso posi-
ble que le queda á la insurreccion para cohonestar sus miras; mas que un teniente
general que habia figurado con distincion y adquirido gloria y renombre en los cam-
pos de batalla, que habia tenido últim;lluente rdaciones amistosas y de aprecio con
los ministros, al levantar un pendon de guerra para sostener sus opiniones políticas,
haya podido poner su firma á semejantes proclamas, es lo que no se comprende.
¿Quién en Espa1Í.a allecr aqLlellas prOcla1111S no conocia que cada renglon contenia
un aserto puramente gratuito? ¿Qui~n no sabia que el Convenio de Vergara de nin-
guna manera contenia la palabra solemne del general en jefe que los fueros serian
conservados? ¿Quién en España creía quc la vida dc la reina y de la infanta, su her-
mana, peligraban? ... ¡Pobrezas Jel corazon humano! No hallando una razon posible
que autorice su ex.travío, el hombrc de paniJo se irrita, se acalora y deficnde un
error como pudiera hacerlo de '_ll1a \'crjad inmensa, y la honraJez calla, el entendi-
miento se oscurecc; de allí esas aberracioncs lamentables de hombres honradísimos
enajenados por el espíritu de partido.


El general O'Donnell más que otro conocia los horrores de una guerra ci\'il, pues
habia adquirido justa fama y merecida gloria en la que habia asolado el país durante
seis años, y con todo no se estremecia á la idea de promovcr otra guerra fratricida
por un mero cambio de regencia, proclamando la de D. a María Cristina contra la
creada por las Córtes.


La insurreccion de Pamplona cundió á Bilbao, ú Vitoria, á Zaragoza) á Madrid,
á Castilla la Vieja. Sigamos su desarrollo en los puntos en que estalló: hemos
dicho que mandaba en Bilbao el general Santa Cruz, militar sin encrgía cívica; el go-
bierno, contando muy equi,'ocadamente con la adhesion del coronel Larrocha, lo ha-
bia destinado con su regimiento á dar la guarnicion de Bilbao (1). Era Bilbao un
centro donde acudian de tropel muchos personajes que no pertenecian á la provincia;
los baños de mar servian de pretex.to :1 esos conciliábulos; si todos 110 tomaban una
parte activa en el proyecto de insurreccion, todos la aplaudían y todos se adhirieron
á él en cuanto se hubo realizado.


(1) Que el gobierno se equivocó es cierto, mas sin que pueda achacársele esta equivocacion iÍ
culpa. Los antecedentes del coronel Larrocha autorizaban una entera conlianza legítima, una circuns-
tancia muy reciente debia aumentarla; el Hco ,id Comercio publicó por entonces una carta de
aquel jefe, en contestacion á una circular del ministro de la Guerra á los inspectores, para que estos
la trasmitieran á los jefes de cuerpos, cuyo objeto era recomendarlos la mayor vigilancia, atendl-
dos los proyectos de los conspiradores de scducir la tropa, Contestó Larroclla en los t<Erminos si-
guientesen 9 de Agosto: "Puede V. 1\1. estar muy segura que el regimient r ) quemanclo jamás des-
mentirá sus principios de honor, ni la gratitucl que debe al general glorioso que ta ntas veces los con-
dujo á la victoria .• ) Suplicaba el coronel Larrocha al inspector general que tuviese á bicn poner á la
vista del regente su contestacion, á lo que en efecto accedió el inspector.


Cotéjense las palabras y los hechos del coronel Larrocha, y dígase si hay gobierno que pueda estar á
cubierto de semejantes desengaños.




Las noticias de la insurreccion de O' Donnell y la de Piquero en Vitoria, llegaron
con corta diferencia de horas á Bilbao el dia 4. Los afiliados al movimiento determi-
naron pronunciarse, bajaron al arenal ya lleno de gente, mezclados á los grupos que
allí estacionaban, excitaron á dar el grito de rebclion. Las autoridades congregadas
en casa del comandante militar, resolvieron remitir un parte al general Alcalá, dán-
dole aviso de lo que pasaba; el secretario de la jefatura política fué encargado de lle-
\'arlo, y salió para San Sebastian escoltado por dos lanceros; mas tuvo que volverse
atrás hallando el camino interceptado por la insurrecciono Acongojado, tímido, in-
deciso, no sabia el general Santa Cruz á qu0 resolucion atenerse ni qué partido to-
mar; este apocamiento de alma decidió de la suerte de Bilbao.


Los conjurados, seguros de la adhesion del coronel Larrocha y de muchos oficia-
les de su regimiento, viendo que el general Santa Cruz no tomaba determinacion
alguna, cuando podia contar con los soldados cuya adhesion era muy grande al re ..
gente, se presentaron al débil general para intimarle que su mando habia cesado, y
muy luego vino Larrocha con muchos oficiales, manifestando que tanta resistencia
era inútil. El regimiento unido al pueblo se habia pronunciado; el apurado Santa
Cruz ninguna resistencia opuso y se sometió á la intimacion. Ya entonces se presen-
tó D. l\lanuel U rioste de Herran como comisario régio, en nombre de S. M. la reina
gobernadora. Larrocha tomó el mando militar; en la noche del 4 al 5 el general San-
ta Cruz, el jefe político Laserna y algunos más empleados fieles al gobierno, fuéron
llevados á Orduña.


El dia 5 los diputados generales dieron una proclama, monótona repeticion de las
acusaciones sabidas. Se reunió la diputacion foral á las doce del dia en el local de
sus sesiones, acudiendo á esa reunion los personajes del partido retrógrado que se
hallaban en Bilbao, y hasta el vice-cónsul de Francia. Con est: séquito se presentó
el diputado general de Vizcaya D. Domingo Eulogio de la Torre, anunciando desde
el balcon de la casa foral que quedaba pro~lamada la reina Isabel II, y durante su
minoría D.a María Cristina gobernadora del reino, y asimismo el res tablecimiento de
los fueros.


La diputacion convocó inmediatamente las juntas generales de Vizcaya, cuya reu-
nion tuvo efecto en los dias 12, 13 Y 14 de Octubre; allí el diputado corregidor, pre-
sidente, pronunció un discurso furibundo contra el gobierno de Madrid, contra el
cual las calumnias más descaradas, las quejas más absurdas y las recriminaciones
más nécias se hallaban hacinadas; felicitaba por último á Bilbao y la provincia de ha-
ber proclamado el restablecimiento de la regencia de María Cristina, habiendo S. M.
dado palabra que reconoceria los fueros de Vizcaya en toda su integridad; en la reu-
nion del 14 se propuso el alistamiento de todos los hombres válidos de diez y ocho á
cuarenta años en defensa del pronunciamiento efectuado. Se nombró una comision
que entendiese del armamento y equipo. En aquella reunion oligárquica hubo quien
no se dió por contento con el alistamiento propuesto y pidió que se extendiese á
los hombres de diez y siete á cincuenta y hasta sesenta años, mas el pueblo, que no




participaba de ese ardor belicoso, dejó sin efecto el entusiasmo de aquella reunion.
El acta de aquellas sesiones fué impresa y circulada con profusion. Si despues del
triunfo el gobierno objeto de tan torpes calumnias hubiese querido ensañarse contra
sus detractores y sus enemigos, no tenia más que echar mano de aquella acta; no lo
hizo y es hoy para aquel gobierno un título de gloria.


En la sesion del 14 fuéron leidas dos cartas, la una de las diputaciones forales de
las Provincias Vascongadas á D. a María Cristina, fecha 1.0 de N oviembre de 1840, Y la
otra de contestacion de esta señora, fecha en Paris á 7 de Diciembre, que prueba la
inteligencia que existía entre aquellas corporaciones y la gobernadora para llegar al
trastorno que sobrevino en Octubre de 1841.


Pasemos á los acontecimientos de Vitoria. El general Piquero, comandante milnar
de Alava, no se contentó con permitir que los conspiradores organizasen sus planes~
mas se puso ú la caheza de la insurreccion militar, provocando la defeccion del regi-
miento lle caballería á las órJenes Jel coronel Rijo; el dié14 dirigió ú la tropa una pro-
clama enfática llena de insultos y Je calumnias contra el gobierno que servia el dia
antes. Allí anunciaba el restablecimiento de la regencia de D.a María Cristina. Pi-
quero, no habiendo podido alterar la fidelidad del jefe político Manrique, lo hizo ar-
restar y llevar á la cárcel pública, donde fué puesto en el CLurto que sirve de última
mansion á los reos de muerte ya en cctt)illa; delicada atencion de un jefe militar re-
belde, usada á la primera autoridad civil de la provincia.


En CLlanto Vitoria cayó en manos de la insurreccion, se presentó el Sr. D. Manuel
Montes de Oca, en calidad de indivíduo Jel gohierno provisional en nombre de la go-
bernadora y durante su corta ausencia. Era D. ,vlanuel ,\lontes de Oca el mismo que
hemos visto en 1839 ne;;ociar la aJhesion del general Esp~lrtero al plan reaccionario
de aquella época, y que se intentaba llevar adelante; el gobierno sabia que Montes de
Oca ela uno de los jefes de la con:;piracion que se fraguaba, y que en su casa se reu-
nian los conjurados; lo llamó el Sr. n. Facundo Infante, ministro de la Gobernacion,
con quien tenia relaciones antiguas de amistad; le habló el ministro como amigo,
dando 6. Montes de Uca los mh prudentes conseJos, hacíénJole presentes lo:; peli.;;ros
á que se exponía conspirando sin contar los males que iba ú atraer sobre el país.
Don Manuel Montes de Oca negó :;u participacion ú proyectos de tra:;torno, maniLstó
el deseo de alejarse de Madrid, pidiendo un pasaporte para 13úrgos; el ministro le
contestó que no tenia meís que presentarse al de :\larina, que se lo daria; a:;í lo hizo
Montes de Oca y el general Camba dió el pasaporte, recibiendo en cambiu nue\'as
seguridades por parte del agraciado de su ninguna inteligencia en proyectos de agi-
tacion. Dueño del pasaporte pasó D. J\lanuel Montes de Oca á Búrgos, de donde se
fué á Vitoria clandestinamente, presentándose como representante de D. a María
Cristina en cuanto estalló la rebelion.


En Vitoria como en P Jmplona, salieron proclamas de un mismo estilo. Allí se ca-
lumniaba á los hombres, se alteraban los hechos, se calificaba en nombre de la 1110-
deraciol1 de traidores á todos los que no reconocieran la rebelion como gobierno lc-




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gítimo, imponiendo la pena de muerte á los que no lo hicieran en el plazo de doce
horas. La ilusion en que vivian los sublevados que el pueblo navarro vascongado
se entusiasmaria en favor de los fueros, perdió á los que proclamaban con tanto afan
esos fueros. Allá se presentaba un hijo de Medina hablando á los alaveses de fuero,
que tal vez conocía sólo de nombre~ el pueblo quedó espectador pasivo de ese afan
fuerista de castellanos y andaluces, que ni el idioma del país hablaban. La faccion
fuerista iniciada á los proyectos de contrarevolucion, las autoridades forales se adhi-
rieron á la rebelion, dando proclamas imitadas de las de los agentes oficiales de doña
María Cristina. En medio de tantas tropelías, citarémos hechos que honran infini-
tamente á las autoridades locales resistiendo las demasías de los jefes de la insur-
reCCIOn.


Preso el jefe político Manrique y arrestadas otras personas, el ayuntamiento de
Vitoria, que desaprobaba la rebelion, dirigió el dia 13 una representacion enérgica al
comisario de D.a María Cristina, quejándose de semejantes tropelías y pidiendo que
las personas detenidas fuesen puestas en libertad; la representacion fué devuelta á el
ayuntamiento por D. Pedro Egaí1a, con la advertencia que no tenia el aYllntamien-
to derecho para dirigirse al gobierno.


Los preparativos de resistencia, los pedidos de dinero y de hombres agitaron so-
bremanera los ánimos; las quejas más sentidas fuéron presentadas por el procurador
de Vitoria al diputado general, que se vió en la precision de convocar una junta ex-
traordinaria. Los diputados alaveses censuraron en ella sin embargo la conducta del
diputado general, declarando la junta que la provincia no queria una nueva guerra
civil, y que nada deseaba tanto como la conservacion de la paz. El diputado gene-
ral, viéndose objeto de una reprobacíon unánime, hizo renuncia de su cargo.


Otro documento que rodriamos citar en apoyo de lo que acabamos de decir del
espíritu general de la provincia de Alava, es un despacho de D. Manuel Montes de
Oca al general O' Donne11, interceptado en la noche del 18 de Octubre.


No habian pasado veinticuatro horas desde la fecha de esa carta, cuando el malo-
grado que la escribía era preso y entregado por los miñones alaveses á aquellos con-
tra quienes días 2i.ntes fulminaba Montes de Oca decretos de muerte. No halló el des_
graciado comisario un abrigo, un protector en aquella provincia, mientras los insur-
rectos del país pudieron salvarse protegidos por los habitantes. Llevado á un consejo
de guerra, fué sentenciado :í muerte, sufriendo la pena de que tan pródigo se habia
mostrado en sus proclamas, horrible extremo al que conducen ódios implacables: en el
día del triunfo, los partidos ciegos todos, no preveen la reaccion que provocan con sus
excesos, y allá se vierte sangre humana con una facilidad que horroriza y estremece.
Arrestado el dia 19 Y llevado á Vitoria, fué sentenciado D. Manuel Montes de Oca
el dia '20. Y fu~ fusilado en aquel dia. Murió con sumo valor, yíctima de maquinacio-
nes cuyo orígen no quiso revelar, víctima de esa odiosa justicia excepcional que se
llama consejo de guerra. Caballero, persona dotada de bellísimas prendas, mas hom-
bre de partido, ardiente y decidido, interrogado sobre los pormenores y el orígen de




su mision, contestó el desventurado D. Manuel Montes de Oca que el honor le man-
daba no contestar.


En la provincia de Guipúzcoa mandaba el general Alcalá, que permaneció fiel al go-
hierno. La diputacion foral se trasladó á Vergara, donde se hallaban reunidas las tro-
pas sublevadas por el general U rbistondo, procedente del Convenio de Vergara. Allí
se proclamó D.a María Cristina gobernadora del reino y durante su corta ausencia
formaban el gobierno provisional el conde de Monterron, diputado general, y el ci-
tado general Urbistondo. La diputacion foral decretó el 11 de Octubre el alistamiento
de todos los hombres válidos de diez y ocho á cuarenta años; el general Jáuregui, que
siempre habia figurado en las filas liberales, se adhirió á la rebelion y fué nombrado
comandante de las tropas, cuyo alistamiento quedó en proyecto, pues era tal la
aversion con que aquellos moradores miraban la insurreccion, que léjos de alistarse
para sostenerla, la mayor parte de los mozos emigraron al interior del reino.


La rebelion, mirada con repugnancia por los habitantes de Guipúzcoa, y combati-
da con denuedo por las autoridades civiles y algunas militares, no pudo pasar de los
puntos ocupados por las tropas defeccionarias. El capitan general Alcalá, y el jefe po-
lítico Amilibia, desplegaron mucha actividad y obraron con sumo tino; lograron así
detener los progresos de la rebelion y mantener la tranquilidad en casi toda la pro-
vincia. Este último, hijo de Guipúzcoa, fué el protector de sus paisanos durante la
insurreccion, y más tarde lo fLlé de las personas comprometidas; San Sebastian, la fiel,
se distinguió por su lealtad y su enérgica adhesion á la causa de la libertad y de la
unidad nacional. La Milicia de aquella ciudad, en un ion á la de otros puntos que acu-
dieron presLll'osas y valientes en socorro de la capital de la provincia, se encarga-
ron de la defensa de esta, y así pudo el general Alcalá disponer de las tropas fides
para obrar contra los insurreccionados.


Si escasísimo eco hallaron los conspiradores en Navarra y Provincias Vasconga-
das, todo fué repulsa en el liberal Aragon. Con todo, no temian provocar la contra
revolucion en Zaragoza, contando con un regimiento de la Guardia real, que allí se
hallaba de guarnicion, á lo menos con un cierto número de oficiales de aquel cuer-
po. Era á la sazon capitan general de aquel distrito el general Ayerbe, tan poco pre-
vi·;or como el de N avarra, dejando que en Zaragoza se conspirase tan sosegadamente
como en Pamplona. Nada supo, nada vió hasta que estalló la mína debajo de sus
piés. Sólo entonces mostró más decision que Rivero para apagar el incendio, cuyas
primeras llamaradas le sacaron de su letargo. Ayerbe, aragonés y muy querido entre
sus paisanos, tenia, más que Rivero, medi0s de conocer hora por hora lo que ma-
quinaban los conjurados) aislados en un pueblo como la heróica Zaragoza, entre cuyos
moradores no habian de encontrar adherentes, como pudo tenerlos O, Donnell en
Pamplona; y con todo, como Rivero, Ayerbe se dejó sorprender.


Un extranjero, un oficial piamontés emigrado de su patria despues de los aconteci-
mIentos de aquel país en 1821, habia venido á España con ciertos cuerpos del ejérci-
to de D. Pedro, que de Portugal pasaron al servicio de España; habia ascendido por




su mérito y valor al grado de mariscal de campo. D Cayetano Borso fué el alma de
la conspiracion en Zaragoza, á donde vino enviado desde Madrid.


Oficiales leales enterados de esto, le den uncian al capitan general, que ningun caso
hizo de esas indicaciones: mas al llegar á Zaragoza la noticia de la insurreccion per-
petrada en la ciudadela de Pamplona, una diputacion de patriotas y de las autori-
dades populares se presentó al general Ayerbe, pidiéndole que estuviese sobre aviso
dándole pormenores sobre la conspiracion que se fraguaba á su vista. Ayerbe tran-
quilizó á la diputacion que le manifestaba sus temores, diciendo que habia llamado á
los jefes de los cuerpos que formaban la gua'rnicion, y habia recibido las seguridades
más positivas de fidelidad, respondiendo sobre sus cabezas de la lealtad de las tropas.
Semejantes protestas no bastaron á calmar la zozobra de los zaragozanos; desde
aquel momento estuvieron más alerta que nunca, poniendo en duda las aseveracio-
nes de Ayerbe, aunque hasta entonces habia gozado del mayor concepto é inspira-
do una confianza sin límite.


Mientras esto pasaba en Zaragoza, O' Donnell, que necesltaba reforzarse para obrar
en Navarra, dió á Borso órden de romper y de venir á Pamplona con toda la tropa
que pudiera traerle. Borso, desesperando de dar el golpe en Zaragoza por la oposicion
manifiesta del pueblo, tomó la resolucion de hacer salir sin ruido la tropa, cuyos ofi-
ciales estaban ganados, lo que efectuó en la noche deIS al 6 de Octubre; mas apenas
hubo empezado el movimiento, cuando avisaron algunos habitantes al capitan gene-
ral. Al oir esta relacion se turbó Ayerbe, contestó con palabras ambíguas y preña-
das, contestadas con amargas reconvenClOnes; mas cuando al amanecer supo el pue-
blo de Zaragoza la salida de la tropa con Borso, su indignacion y rabia fuéron tales,
que no dudando ya que Ay(~rbe estuviese en el plan de insurreccion, estuvo la vidrt
de este en peligro. Saliendo por fin de su apatía natural ó voluntaria y calculada,
marchó el capitan general en persecucion de Borso á la cabeza de alguna tropa y de la
Milicia Nacional y lo alcanzó luego; los soldados extraviados por sus oficiales igno,·
raban á dónde se les llevaba y por órden de qué autoridad marchaban. Al ver al capi-
tan general que venia tras de ellos y al oir de su boca que iban engañados por una
traicion, se detuvieron y se pusieron á las órdenes de su general. Hubo entonces
una especie de capitulacion, dando Ayerbe pasaportes para Francia á unos cincuenta
oficiales que el gobierno tuvo la generosidad de no dar dc.baja. En cuanto al desven-
turado Borso, abandonado por la tropa, poco anduvo sin caer en manos de carabine-
ros del resguardo, que lo entregaron á la Milicia Nacional de Borja y Gallur, cuyas
columnas corrian la campiña desde que se supo la insurrecciono Llevado á Zaragoza,
fué juzgado por un consejo de guerra, sentenciJdo á muerte y fusilado. La insurrec-
cion militar provocada en Aragon no duró más que pocas horas, esto es, lo que tar-
dó en querer sofocarla el capitan general.


En el centro de la monarquía, en Castilla la Vieja, tambien hubo una insurreccion
militar, capitaneada por el brigadier Orive, coronel del regimiento Reina Goberna-
dora: la preparaba aquel jefe muy de antemano, mas no con bastante maña que no




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se enteraran de sus gestiones el capitan general Aleson y el jefe político de Vallado-
lid, Gutierrez'; ambos dieron parte al gobierno de las maquinaciones de Orive. El ge-
neral Aleson tuvo la precaucion de dividir el regimiento en trozos, que envió á dife-
rentes puntos de la capitanía general, quitando así el Orive un centro eficaz de accion
en Valladolid: fué Orive exonerado del mando. Vino á Madrid para justif1car su con-
ducta, calumniada, decia, por las autoridades de Valladolid, El ministro de la Guerra
oyó la justificacion, mas no desistió de la resolucion tomada; entonces Orive se pre-
sentó al regente, renovó sus pTotestas de adhesion , protestando contra una exone-
racion atentatoria á su honra; dejóse persuadir el regente y despidió á Orive, satis-
fecho, devolviéndole el mando de su regimiento. Volvió Orive á Valladolid, y á los
pocos dias enarboló la bandera de la insurreccion; gracias á las sábias medidas toma-
das por el capitan general, no pudo Orive reunir más que algunos cortos destacamen .
tos. Perseguido en seguida por soldados de su mismo regimiento y por las tropas
que desde Zamora salieron con el brigadier Osorio, se puso Orive en marcha para
Portugal, donde penetró el 20 de Octubre con doscientos treinta y cinco soldados;
estos fuéron desarmados en el pueblo de Malladas por las autoridades portuguesas.


Abortó, pues, tambien en Castilla la Vieja la insurreccion fraguada con tanto afan;
mas todos estos movimientos parciales de una vastísima conspiracion, estallando á un
mismo tiempo, estaban pendientes del golpe que debia darse en Madrid, y se dió en
la noch\' del 7 de Octubre, á cuya relacion pasamos.


Hay en los anales de los pueblos coincidencias históricas tan singulares que he-
mos querido ofrecer á nuestros lectores, la ocasion de cotejar la conspiracion que
de órdende Felipe V fraguó en Paris su embajador, príncipe de Cellamare, contra el
duque de Orleans, regente de Francia, y la que se fraguó en 1 ~41, igualmente en Pa-
ris, contra el duque de la Victoria, reñente de España. El objeto de ambas conspira-
ciones es el mismo; los medios empleados para conseguirlo son tan idénticos, y el
resultado tan parecido, que hemos querido reproducir el plan de Felipe V y de los
conjurados de Paris) tal como lo ha publicado Mr. Vatout, bibliotecario que era de
Luis Felipe, en su obra sobre aquella conjuracion.


Extracto del plan de los conjurados enviado por el príncipe de Cellamare,
embajador de Felipe Ven París) á el cardenal Alberoni.


"Nada más importante que asegurarse de las plazas limítrofes de los Pirineos y de
las personas notables que viven en aquellas comarcas, ganar la guarnicion de Bayo-
na ó apoderarse de la plaza.


El marqués de P ... es gobernador de D ... sus opiniones son conocidas. Cuando se
halle decidido, es preciso que triplique sus gastos para atraer á la nobleza; debe der-
ramar dinero en gratificaciones.


En Normandía, Carentan es un punto importante; trabajar con el gobernador de
esta ciudad como con el marqués de P ... , ir más allá, asegurar ú sus oficiales las re-
compensas que pidan.




Obrar en el mismo sentido y con los mismos medios en todas las prOVInCiaS, en
cuanto lo permitan la prudencia y la posibilidad.


Para hacer frente á estos gastos, es preciso contar con trescientas mil libras torne-
sas en el primer mes, yen seguidl cien mil en cada mes, pagadas con toda exactitud.


Este gasto, que cesará hecha la paz, pone al rey católico en el caso de obrar con
seguridad en caso de guerra.


España no será más que un auxiliar. El verdadero ejército de Felipe V se halla en
Francia: un cuerpo de diez mil españoles es más que suficiente con la persona del rey.
~ Pero es preciso ganar á lo menos la mitád del ejército del duque de Orleans; este


es el punto capital y esto no se puede ejecutar sin mucho dinero, con gratificacion
de cien mil libras por batallon y escuadro n si es necesaria, además la paga ordina-
ria y premios para los jefes.


Veinte batallones es un gasto de dos millones de libras. Con esta suma se organiza
un ejército seguro y se destruye el de los enemigos.


Si no se tiene más que tropas extranjeras, es preciso no exponerlas á el albur de
una batalla. Se disputará el terreno pié á pié, aguardando el pronunciamiento de las
provincias, dándoles el tiempo de declararse.


Es casi cierto que no serán los súbditos más adictos al rey de Espaíla los que se em-
plearán en el ejército destinado á combatirlo; que vayan á la~ provincias como agen-
tes y allí podrán trabajar con suma utilidad; darles un carácter oficial, si no lo tienen
ya. Con este objeto es necesario que S. M. envie cédulas en blanco que su embaja-
dor en Paris llenará; así se harún oficiales superiores y subalternos.


Vista la multiplicidad de órdenes que habia que dac conviene que el embajador
pueda firmar en nombre del rey de España.


Tambien conviene que S. M. C. firme sus órdenes como hijo de Francia, y so-
brino del rey de Francia: este es su título.


Los oficiales deberán ser elegidos por el ministro de S. M. C. de acuerdo con los
jefes.


Se formará un ejército de treinta mil hombres que S. M. C. hallará formado.
aguerrido y disciplinado.


Este ejército se distribuirá en las capitales de provincias en el mes de Mayo. Nan-
tes, Rayana, son los puntos esenciales.


N o dejar salir de F;.spaña al embajador de Francia; su persona responderá de las
que se pronuncien (1)).


NI úd.ense los nombres, y tenemos la conspiracion de Octubre de 1841 con todos
sus pormenores y medios de ejecucion.


(1) Vatout. Conjuracioll de Cel/amare, tomo II, pág. 305. Archivos del ministerio de Estado.




CAPÍTULO XIII.


INSURRECCION MILITAR DE OCTUBRE DE 1841 .-(Continuacion).


Las noticias que llegaban á Madrid de la insurreccion de los generales O'Donnell,
Piquero y Borso, de lo::; coroneles Larrocha y Orive, sacaron al gobierno de su inau-
dita apatía, mas sin por eso resolverse á tomar resoluclOnes adecuadas á las circuns-
tancias. Tenia la lista de los militares afiliados al plan de rebelion, mas en vez de ar-
restarlos, se contentó el ministro de la Guerra con darles órden de ir de cuartel á los
puntos que les designó. Bastó esto para que los interesados, léjos de obedecer, se ocul-
taran en Madrid, donde no fué posible hallarlos. Es sabido cuán difícil es el descubrir
en una poblacion como Madrid proscritos políticos, y más cuando no hay policía; y
merced á teorías poco en armonía con la realidad de las cosas, y á las economías he-
chas por las Córtes, el ministro de la Gobernacio,1 no tenia á sus órdenes más que
doce agentes de policía, y á su Jis~osicion doscientos mil reales. El gobierno, supo-
niendo que los militares buscados saldrian de Madrid, circuló una órden á las autori-
dades de las provincias para que fuesen arrestados donde se les encontrara. Inútil y
vana precaucion: ellos permanecian muy descansados en Madrid.


Este modo de proceder contra conspiradores, cuando ya habia estallado la rebe-
lion, podrá parecer extraño; mas se ha abusado tanto y tanto en España, cometien-
do los actos más escandalosos de arbitrariedad so pretexto de legítima defensa, que
queriendo inaugurar una época de legalidad, se exageró el respeto á las formas lega-
les. En ningun caso se deben conculcar, mas aún ateniéndose á ellas en el sentido
más escrupuloso, los ministros se hallaban plenamente autorizados por la gravedad
de las circunstancias y los indicios morales y materiales de la complicidad de ciertas
personas á arrestarlas, entregándolas inmediatamente á la justicia ordinaria para que
obrase conforme á la ley; no se hizo así y se dió lugar á un atentado que tan fatal
hubiera podido ser, y que aún así costó vidas preciosas que tanto hubiese importado
conservar.




- 2Rg--
En la aprension del rompimiento que amagaban, el gobierno habia llamado á


Madrid los regimientos de Alcázar de San Juan, Mallorca y Badajoz y el de Lusita-
nia de caballería. Otro regimiento de infantería, el de la Princesa, estaba acuartelado
en las inmediaciones de la capital; el gobierno supo que se trabaTa-ba'para seducir
aquel cuerpo, entrando en el plan el teniente coronel y algunos más oficiales; trajo el
regimiento á Madrid. El coronel Enna que lo mandaba, fué llamado por el ministro
de la Guerra en presencia del regente para que diese cuenta del estado de disciplina
del regimiento, haciéndole presente las dudas que se tenian respecto al teniente co-
ronel y algunos más jefes. Contestó Enna que respondia del teniente coronel como
de sí mismo; se hizo garante de sus opiniones, de su fidelidad, de su adhesion al go-
bierno y al regente. Pasaba dicho teniente coronel por exaltado en sus opiniones
liberales. Con estos antecedentes, que casi daban visos de calumnia á las acusa-
ciones, y las garantías del coronel, se creyó en la lealtad del teniente coronel
N ouvilas, quien poco tardó en desmentirla, pues fué el eje de la insurreccion de17
de Octubre, en la que sólo tomaron parte algunas compaÍ1ías del regimiento de la
Princesa.


La conspiracion era puramente militar; las tramas que los conjurados urdlan en
los cuerpos de la guarnicion, fuéron poco á poco descubriéndose; en toda maquina-
cion de esta naturaleza, á medida que se acerca el momento de obrar, hay forzosa-
mente que enterar del santo á un mayor número de personas, de aquí el peligro ine-
\'itable de las indiscreciones ó de las delaciones; esto mismo sLlcedió, Llegó á saber el
plan un oncial leal y decidido de uno de los cuerpos de la guarnícion, y fué á comu-
ni-:ar lo que sabia á LIno de los ayudantes del regente, empeí1ándose en paralizar los
esfuerzos que se hacian para sublevar su regimiento.


La órden dada á los que real y verdaderamente eran los jefes de la conspiracion
para que salieran de Maclrid, algunas otras precauciones tomadas de resultas de las
indicaciones que se recibian respecto á las intrigas que se agitaban en los regimien-
tos, no dejaron ya duda alguna:.í los conjuraclos q Lle el gobierno estaba sobre aviso y
los vigilaba muy de cerca. Desde su retiro insistian los escondidos para que se rom-
piera cuanto antes, y así se iba:.í ejecutar cuanJo el gobierno paró el golpe, separando
de repente ochenta y cinco ollciales de la Guardia real. Suspendidos, desconcertados
con un acto de vigor de que no creian al gobierno capaz, los conjurados en el primer
momento resolvieron aplazar el rompimiento, mas muy luego volyieron al primer
pensamiento de obrar1 y mandaron que los 01iciales separados de la Guardia real se
presentasen en sus cuartele:.; para trLlbajar con el soldado y atraerlo á la rebelion. Así
lo intentaron los onciales, mas fL1éron recibidos á balazos y algunos detenidos por la
tropa. Al recibir la noticia de este nue\'o desengaÍ10 y no contando ya más que con el
regimiento de la Prlncesa 1 descuidado por el gobierno llevado á una fatal confianza
por las seguridades del coronel Enna 1 los jefes de la conspiracion se consultaron so-
bre la resolucion que debía tomarse. Parece que el malogrado general Leon fué de
dictámen que se aplazase todo, mas que el general D. Manuel de la Concha sostuvo


ISJ




- 29°-
la opmlOn contraria que desgraciadamente prevaleció, y quedó convenido que el
rompimiento se efectuaria en la noche del 7 de Octubre, pues á poco que se tardase
el gobierno lo descubriria todo, y les quit3ria el único recurso que les quedaba en la
tropa, del regimiento de la Princesa, Se resolvió pues que en aquella noche se inten-
taria apoderarse de la reina con la tropa de que aún podian disponer.


Como todo presagiaba un ataque sin que se supiese adónde y cómo podia y debia
empezar, se tomaron por el Ayuntamiento, Milicia Nacional y jefe político cuantas
precauciones eran indicadas por las circunstancias. Un batallon de la Milicia estaba
de reten, y todas las tropas en sus cuarteles con instrucciones á los jefes para el caso
de alarma, un batallon entero reforzaba al anochecer la guardia habitual del re-
gente.


Llegó la tarde del 7 de Octubre y dieron los conjurados la órden de ataqu,e: la eje·
cutó el teniente coronel Nouvilas á las siete y media de aquella tarde presentándose
en el cuartel de su regimiento mandando formar la tropa: los soldados ohedecieron
á la voz de su jefe. Entonces se presentó el general Concha que habia sido coronel
del cuerpo; arengó á los soldados dándoles á entender que peligraba la vida de la rei-
na, y que se trataba de salvar á S. M. Los húsares de la Princesa se hallaban acuar-
telados en el mismo recinto: los halagos, como las amenazas fuéron inútiles con
ellos y mandó entonces Concha encerrar los húsares en los dormitorios donde se 111-
llaban con centinelas de vista. Se dijo que hubo una órden para que se degollaran los
caballos.


Del regimiento de infantería siguieron al general once compaí1ías, con las cuales
marchó á Palacio; la guardia exterior estaba ganada, se unió á Concha y todos jun-
tos penetraron en el Real Alcázar cerrando en se¡;;uida las puertas.


A la noticia de lo que pasaba con su rep,imiento, el engaúado coronel Enna corrió
al cuartel, llegando cuando la tropa se disponia á marchar; quiso arengar á sus solda-
dos, fué detenido y encerrado en un cuarto bajo del cuartel; mas al oír el toque de
marcha, consiguió Enna romper la puerta. Se abalanzó á sus soldados, les habló, les
gritó que iban á cometer una felonía. Su voz fué oida, la tropa se detuvo, y consiguió
Enna arrancar á la sedícion 500 hombres de su regimiento. A esta enérgica y noble
decision de Enna, se debió que el general Concha no pudiese llevar más que once
compaí1ías. Sin esta circunstancia, todo el regimiento hubiera seguido á Concha.


Los húsares, valientes y fie!cs, echaron abajo las puertas de los dormitorios, mon-
taron á caballo, y á escape vinierOJ1 á formar en la calle de Alcalá, frente á la resi-
dencia del regente.


Se hallaba aquella tarde de jefe de dia el Sr. D. Manuel Cortina, comandante del
segundo batallon de la Milicia. A los primeros síntomas apreciables de una próxi·
ma rebelion, mandó tocar generala sin esperar órdenes de nadie. La Milicia heróica
é intrépida acudió con el entusiasmo y la espontaneidad de que siempre ha dado tan
eminentes pruebas cada vez que la libertad ha estado en peligro. D. Manuel Cor-
tina tomó por sí y ante sí las más acertadas disposiciones militares, y mostrando




- 29 1 -
extraordinariamente en aquella aciaga noche un valor y una presencia de espíritu
admirables.


En cuanto á los ministros, engañados sin duda por los partes que recibieran del
aplazamiento que en efecto fué convenido entre los conjurados, sin que llegara á su
noticia que habian vuelto á su primera resolucion, no conocieron su error hasta que
las primeras descargas de los sublevados en Palacio les trajeron la noticia que estos
eran dueños del Alcázar Real; y tal era el descuido en que vivian aquellos ministros,
que el presidente del ConsE'jo, D. Antonio Gonzalez, ministro de Estado, se halla-
ba muy sosegado ,despachando en su secretaría, cuando rompió el fuego en el patio
de Palacio. Muy agenos estaban los sublevados de creer que tenian tan á la mano al
presidente del Consejo; á los primeros tiros se escondió para no caer en manos de
los insurrectos.


Por una de aquellas resoluciones que la fatalidad de los tiempos de revueltas civi-
les sólo explica, cuando ya no se sabe en quién se puede fiar, ni de quién hay que
desconfiar, habia recaido el mando militar de :Madrid en el conde de Torre Pando,
anciano honradísimo, como lo probó, mas sin la necesaria energía en circunstancias
tan azarosas. Apresurémonos á hacerle la debida justicia: manifestó el Conde sumo
valor personal y patriótica honradez.


Tremenda, horrible noche fué aquella del 7 de Octubre. Diluviaba, y la oscuridad
profunda en que yacia la poblacion, aumentaba la confusion de aquE'llos momentos.
Llegaba la insurreccion como un caso impensado, bien que todo lo presagiaba de al-
gunos dias antes; mas no se sabia qué ramificaciones pudieran tener los conjurados
entre la tropa; se temia que el ejemplo fuese contagioso. La caballería de la Guardia
real ocupaba la plazuela de la Cebada en actitud algo equívoca; no se sabia qué par-
tido tomarian los cuerpos de infantería de la Guardia; todo era duda, incertidumbre,
angustia, que aumentaba el retumbar lúgubre de las descargas que se oian en Pala-
cio, sin que se supiera á punto fijo lo que allá dentro pasaba. Era evidente que en-
contraban los conjurados una fatal resistencia: mas no era fácil calcularlo que po-
dria durar esta, ni se sabia cómo llevar socorro á los valerosos defensores, siendo
imposible penetrar en Palacio, sin echar abajo las puertas á caf10nazos, y no se
queria hacer uso de artillería, por un respeto á la mansion de la reina.


Por fortuna mandaba la guardia interior del Régio Alcázar, asaltado por los que
más se preciaban de monárquicos, un militar de esforzado valor, de imperturbable
serenidad y de indomable teson, digno por todos conceptos del puesto confiado á
su hidalguía. Este héroe de tan prodigiosa defensa, era el coronel D. Domingo Dul-
ce teniente de alabarderos. Dulce salvó en aquella noche una causa altamente com-
prometida, pues si los conjurados que penetraron en Palacio, hubiesen conseguido
apoderarse de la reina, ¿ quién puede calcular las consecuencias que este hecho hu-
biese tenido? Hé aquí lo que pasó en Palacio.


Los generales D. Diego Leon y D. Manuel de la Concha con las tropas que los ha-
bian seguido y la guardia exterior de Palacio que se les habia unido, ocupaban el pa-




" ',', • J li '" j .' !,
tia. La guardia interior exclusivamente confiada á unos pocos alabarderos, presenta-
ba poca apariencia de una tenaz resistencia, mas estos los mandaba Dulce, quien por
fortuna muy sobreaviso de un ataq uc posible, se hallaba provisto de abundante repues-
to de municione~. Tambien en la prevision de un golpe de mano, el tutor y el inten-
dente de Palacio habian mandado tapiar varias entradas que desde el p1tio condu-
cian por diferentes escaleras á las reales cúmaras. La guardia de alabarderos era
regularmente de solos diez y ocho hombres: algunos dias antes del 7 de Octubre,
acudian cien hombres de refuerzo á las ocho de la noche. Sin duda los conjurados
ente~ados de la hora en que se aumentaba la guardia de Palacio, dieron el grito una
hora antes. En efecto, . cuando él la hora de costumbre llegaban los alabarderos, se
encontraron con el Palacio ya ocupado por los conjurados, y tuvieron que volver
atrás. ¿Por qué ra.zon cuando se tomaban precauciones extraordinarias contra un
atentado de que se tenia la seguridad moral, no era esta fuerza de alabarderos per-
manente? y ¿por qué razon no se confiaba la guardia exterior de Palacio á la Milicia
Nacional, en cuya fidelidad no cabia dLlda, en vez de fiarla á la tropa, al alcance de las
seducciones de los conjurados? Son cosas que han quedado sin explicacion y ni in-
tentarémos dársela.


Los conjurados ya dueños del patio de Palacio, y no temiendo un ataque afuera,
todo su afan era buscar las escaleras excusadas por donde subir, mas no hallándolas
las unas por tener tapiada la entrada, las otras por no conocerlas, se resolvieron á
penetrar por la principal, no dudando que acabarian muy pronto con la resistencIa
de diez y ocho hombres, si estos intentaban hacerla, lo que tal vez no supusieron po-
sible. Por fortuna, la algazara y gritos de aq ueUa soldadesca en rebdion, y algunos
tir~s· disparados adrede ó por casualidad, anunciaron al coronel Dulce que la hora
del combate habia llegado; la aceptó animoso y decidido el valiente comandante de
alabé:\rderos.


Al divisar los conjurados en la escalera principal, bajó Dulce hasta la primera me-
seta para reconocerlos, y dió la voz de alto. A esta voz el oficial, que precedia al-
gunos pasos su tropa, retrocedió, y Dulce volvió á toda prisa á los suyos, mandando
preparar las armas. Abren el fuego los soldados de la Princesa, contestan los alabar-
deros, y allí se traba horrible lucha. Consiguen los agre,;ores penetrar por la galería
que en el piso superior da la vuelta del patio, y por allí hacen fuego á lo interior de
la sala donde se hallaban los alabarderos. Dulce dispone su gente de modo que con-
testase por todas partes al fuego que recibian, dando la órden de replegarse hácia los
reales aposentos, y hasta la cámara de la r-cina, en el caso que los agresores forzasen
los primeros puntos de la defensa. Por las ventanas que daban ála plaza hizo Dulce
disparar algunos tiros, dando así aviso que si bien oponia una tenaz resistencia, nece-
sitaba socorro. Todo el que conoce el Palacio de Madrid, sabe que presenta la posibi-
lidad de defensa que pudiera ofrecer una ciudadela. Cerradas las puertas, y estas en
poder de los sublevados, como por ser de noche era imposible socorrer á los heróicos
alabarderos, á menos de echar abajo las puertas de Palacio con artillería, y este me-




- 293 -
dio no se queria emplear, se circunvaló Palacio por todas partes con tropa y Milicia
N acional, y así se aguardó á que amaneciese. De nada hubiera servido ese cardan de
tropas, si sucumbiendo Dulce se hubieran los agresores apoderado de la reina. A pe-
sar del cardan, ningun jefe se halló en Pdlacio cuando en él se penetró: todos se ha-
bian salvado favorecidos por la oscuridad de la noche. Si algunos fuéron hallados al
dia siguiente ya léjos de Madrid, los más precavidos se escondieron en la pobla-
cion pidiendo un asilo á amigos ó adversarios políticos y todos 10 hallaron gene-
roso y cumplido, hasta que abonanzada la tempestad pudieron marchar á países
extran jeras.


Á la primera noticia de lo sucedido en Palacio, el regente se aprestó á montar
á cabal! o, dando las órdenes que exigian los diferentes partes que llegaban suce-
sivamente; mas resuelto ya que no se haria uso de artillería contra Palacio, hubo
que esperar que amaneciese contentándose con tomar todas sus avenidas y bocas-
calles.


Mas mientras una parte: de la tropa rebelde hacia esfuerzos repetidos para penetrar
en las reales dmaras, otra parte se destacó para atacar las avanzadas y fué recibida
:í balazos por la Milicia Nacional. En la plazuela de Santa María hubo varias desgra-.
cías; allí fué mortalmente herido D. l\liguel de la Guardia. capitan de cazadores del
segundo batallan, herida á que sucumbió pocos días despues. Guardia era el oficial
qne en el l. u de Setiembre habia el pnmero contestado al fuego que abrió la tropa
que venia con el capitan general Aldama p:ua apoderarse del Ayuntamiento. Halló
Guardia la muerte á pocos pasos del sitio donde habia un año antes dado pruebas de
su yalor, defendiendo en las dos ocasiones la causa de la liQertad.


Cuando amaneció, se hallaha el regente en la plaza de Oriente: á los primeros albo-
res del dio. se intimó :llos reheldes la rendicion y pidieron capitular. Se les negó y se
entregaron á discrecion, dejando los soldados las armas en el patio interior de Pala-
cio. Engañados por sus jefes, arrepentidos de haber servido de instrumentos ciegos
á un horrihle atentado, los soldados de la Princesa fuéron perdonados por el regen-
te; losoficiales hallados en Palacio fué\On entregados á un consejo de guerra.


EVJ.cuado el régio alcázar por los que acababan de violar aquel recinto que lla-
maban sagrado, se encontró sangre y muertos en la escalera de Palacio. Allí yacian
infelices soldados víctimas de odios personales, más bien que de opiniones políticas
que provocaban la rebelion y la guerra civil en la desventurada España. Diez y nueve
aí10s hacia que en el 7 de Julio tambien corrió sangre en esa misma escalera, sangre


de otras víctimas de iguales furores. Fernando VII provocó en 1822 otra rebelion de
su guardia contra la Constitucion. Palacio fué el asilo de los conspiradores; de Palacio
salió la seÍ1al del combate, y en esa escalera murió el valiente Landaburru asesina-
do por sus propios soldados que quiso sostener. Mas es casi seguro por tradicion,
que en aquel régio alcázar reside el genio del mal. ya sea como teatro de desvocada
prostitucion como en tiempos de María Luisa, ya sea de conspiraciones de familia
como en esa misma época y en otras más recientes, ya sea como en inteligenCias




- 294-
criminales con el extranjero contra la nacion como en tiempo de Fernando VII.


Asistia la reina y su hermana á la leccion de música, cuando se oyeron los prime-
ros tiros. La señora condesa de Mina, aya de las hijas de Fernando VII, acudió al
ruido, y tuvo el valor de atravesar en medio del fuego cruzado de los agresores y de
los defensores por la meseta que de la escalera principal conduce á la entrada priva-
da de la real cámara. Halló la Condesa á sus augustas pupilas en la mayor consterna-
cion y procuró calmarlas con el tacto exquisito que distingue aquella seí10ra. Hácia
las diez el sueño más fuerte á esa edad que el temor, se apoderó de las reales nií1as,
se acostó la reina en su cuarto habitual y se puso á su lado un catre para la infanta;
mas no bien se habian acostado, cuando una bala venida de afuera rompió los cris-
tales y se quedó en el espesor de la visagra. Si en la confusion muy natural en aque-
llas circunstancias se hubiera descuidado cerrar esa vidriera, la di reccion de la bala
era tal que hubiera dado á la infanta; otra bala llegó á penetrar y dió ¡;entra la pared.
Al ver esto fuéron llevadas las augustas niñas á una recámara interior, allí se pusie-
ron colchones en el suelo, y allí pasaron la noche las hijas de Fernando VII, amena-
zadas en su existencia por los que encendían la guerra civil, en nombre de la madre
de aquellas princesas. Cuando dos años más tarde, hubo por último triunfado el par-
tido que quedó vencido el 7 de Octubre, los que así pusieron en tan grave peligro la
vida de la reina Isabel y de su hermana, fuéron colmados de honores, de gracias, de
ascensos, y el valiente y honradísimo coronel Dulce fué desterrado en premio de su
lealtad.


Dadas las órdenes más severas para que fuesen arrestados los jefes de la conjura-
cion, los que salieron de Madrid fuéron hallados al dia siguiente. El general Lean,
los dos hermanos Fulgosios, el conde de Req uena, el brigadier Frias y Quiroga fuéron
traidos presos á "\1adrid, los demás quedaron escondidos en la capital. El general
Leon fué cogido por los húsares de la Princesa de cuyo regimiento llevaba el brillan-
te uniforme: vino á Madrid gozando de todas las consideraciones y respetos debidos
á su desgracia y á su nunca bien ponderada bizarría en los campos de batalla. Se le
conservaron sus armas y caminaba á caballo aliado del oficial de la escolta quedando
esta algunos pasos atrás; no se le pidió que entregase su espada sino en el momento
de entrar en el cuartel de la Milicia Nacional que le sirvió de cárcel.


Sumo interés inspiraba la suerte del desventurado Lean á todas las personas en
quienes las pasiones que hierven en épocas de contiendas civiles no habian embota-
do tanto sentimiento generoso. Se contaban sus proezas en la guerra, y hasta se in-
vocaba en su favor lo que tal vez le faltaba 'de tino y de discrecion, falta que habíase
explotado pérfidamente para hacer de este valiente un instrumento de ódios que no
cabian en su pecho; mas á la par que esto se decia, habia una irritacion violentísima
entre los perpetradores del atentado, que hacia correr la sangre en varios puntos de
España, para saciar una frenética ambiciono La Milicia Nacional que contaba varias
víctimas, el pueblo de Madrid que estuvo á pique de ver encendida la guerra en sus
calles, pedia justicia y el cumplimiento de la ley. Madrid recordaba los acontecimien-




- 295 - ...


tos de 1822 , Y la impunidad que siguió á la rebelion de la Guardia real, cuyos jefes
tras de haber cubierto de luto la capital y ensangrentado sus calles, ni fuéron casti-
gados ni tan sólo juzgados; y á pesar de esto, puestos en libertad por las bayonetas
extranjeras recibieron un premio por su rebelion y se mostraron los más implaca-
bles enemigos de los liberales. ,


A pesar de esta cruel exigencia de la opinion pública para que la ley tuviese su
más cruel aplicacion, el regen te deseaba ardientemente y el ministerio estaba dis-
puesto á usar de clemencia con el malogrado general Leon, cuando una fatalidad vino
á destruir ese pensamiento de humanidad .. Llegó la noticia que el general Borso ha-
bia sido pasado por las armas en Zaragoza; y hombres que hoy dia gozan de favores
del gobierno se emplearon con una atroz actividad para que el general Leon sufriese
la suerte de 13orso, dando á entender que la gracia de L eon seria la señal de una su-
blevacion en Aragon. Calumniaban aquellos hombres el los heróicos y generosos
aragoneses; mas no es menos cierto que la muerte de 13orso y la inhumana excita-
cion de aquellos emisarios decidieron de la suerte de Leon.


Llevado este ante un Consejo de Guerra de generales, fué su defensor el mariscal de
campo D. Federico H.oncali, asistido por D. LLlÍs Gonzalez Bravo. La defensa no pu-
diendo disimular la culpa, se limitó á lJcJir la pel1c1 inmediata el la capital, atendidos
los eminentes sen'icios del general Leon, y que fuese juzgaJo considerando su culpa
como delito político (1): no tuvo la fortuna el defensor de salvar á su cliente, que fué
sentenciado el muerte. La sentencia fué llevada al Tribunal Supremo de Guerra y
;\larina, que se conformó con ella. Atendidas las circunstancias de la muerte del ge-
neral Borso v el estado de la opinion púhlica, desgraciadamente no creyó el minis-
terio que podia aconsejar el uso del derecho de gracia; yel malogrado general Leon,
primer conde de l3elascoain, fué pasado por las armas el dia 15 de Octubre: otros
cinco oficiales tuvieron la misma desdichada suerte.


Cuando fué arrestado el genenl Leon, se le encontró la carta siguiente que diri-
gia al regente, contando ya con la victoria: la reproducimos Íntegra como recuerdo
de aquellos acontecimientos.


"Sr. D. Baldomero Espartero: Muy Sr. mio: Habiéndome mandado S. M. la
»reina gobernadora del reino D.a .:\laría Cristina de Borbon que restablezca su auto-
"riJaJ usurpaJa y holhja á consecuencia de sucesos, que por consiJeracion á Vd. me
l)abstendré de calificar, y como el honor y el deber no me permiten permanecer
"sordo (¡ la voz de la augusta Princesa, en cuyo nombre y bajo cuyo gobierno, ayu-
"Jado de la nacion, hemos dado fin á la terrible lucha de los seis aÍ1os, para que no
»desconozca Vd. el móvil que me llama á desenvainar una espada que siempre em-
))pleé en servicio de mi reina y de mi patria, y no en el de banderías ni privadas am-
))biciones, le noticio que en obedecimiento de las órdenes de S. M. y para el bien del
l)reino, he debido comunicar á todos los jefes de los cuerpos del ejército, que S. M.


(1) D(:f<!llsa del gcncral ¡,con, por el mariscal de campo D. FederICO Roncali, pág. 33.




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"hallándose resuelta á recuperar el ejercicio de su autoridad 1 me previene llame
"al ejército bajo su bandera 1 la bandera de la lealtad castellana, y le aperciba y dis-
llponga á cumplir las órdenes que en su real nombre estoy encargado de hacerle saber.


"En su consecuencia, las leales Provincias Vascongadas y el reino de Navarra con
"todas las tropas que las guarnecen, el cuya cabeza se halla el general D. Leopoldo
>lO'Donnell, se han declarado en favor de la legítima autoridad de la rema, y como
"los jefes de los cuerpos que ocupan las demús provincias del reino han oido igual-
»mente la voz del deber y del honor, se hallan Jislmcstos á se;;uir la bandera de la
"lealtad; el movimiento del Norte va á ser secundado por el Mediodía y el del Este,
"y el gobierno saliJo de la revolucion de Setiembre palpará bien pronto el desenga-
>lÍ10 de haber desconocido los sentimientos de fidelidad el sus reyes y á las leyes pá-
»trias que animan al ejército y al pueblo espaí10L


"Como esta situacion va necesariament2 :1 ponerme en pugn~l con el poder de he-
»c!10 que Vd. está ejerciendo, antes que la SLlerte de las armas decida una contien-
>Ida que la justicia de la Providencia tiene ya decretada, habla e11 mí el recuerdo de
»que hemos sido amigos y compaí1eros y desearia e\'itar á Vd. el conllicto en que
»ya á verse, á la historia un ejemplo de triste severidad y al país el nuevo derrama-
"mien to de sangre es paí101a.


»Consulte Vd. su corazon y oiga á su conciencia antes de empeñar una lucha en
"la que el derecho no está de parte de la causa, á cuya cabeza se halla Vd. coloca-
,,jo. Deje ese puesto que la rebelion le ofreció, y que una equivocada nocion de lo
"que falsamente creyó sin dL1Ja exi;;ia el interés público, pudo sólo hacerle aceptar,
"y yo contaré todavía como un dia feliz aq llCl en que, recibiendo en nombre de
»usted la delegacion de la autoridad reyolucionaria que Vd. ejerce, pueda hacer pre-
»sente á la reina que en algo ha contribuido Vd. á reparar clmal que habia causado.


"Reciba Vd. con esta, la última prueba de la amistad que nos ha unido, la ex-
»presion de mi deseo de encontrar todavía en Vd. los sentimientos de un buen es-
»pañol, que son los que animan constantemente á su atento S. S. Q. S. M. B.-
»Diego Lean.»


El caballeroso carácter del malogrado general Leon, no admite la suposícion que
esa carta fuese una mera in vencion de su parte, un ardid de guerra. N o, el general
Lean en ningull caso, ni por ninguna causa era capaz de faltar á la verdad; su hi-
dalguía es garante á los contemporáneos y á la historia de que habia recibido la mi-
sion que tan fatalmente habia aceptado y que desempeí1ó aciagamente, y que por ór-
den de D.a María Cristina, enarboló la band~ra de una rebelion militar para resta-
blecer la autoridad de la ex-gobernadora; yen los ensueños de un triunfo que aquel
desdichado creyó segLlro, cediendo á los halagos de una voz fatal que le mandaba en-
cender la guerra civil en su patria, indicaba ya de antemano cuál seria la suerte del
regente, si no deponía el poder que le confiara la nacíon, fallo cruel que recayó con
todo su rigor sobre la cabeza del que habia tenido la desgracia de escribir aquella
carta, y el inaudito descuido de conservarla.




- 297-
Se ha hablado tanto de este funesto suceso, fuera y dentro del remo se ha desfi-


gurado tan atrozmente lo que pasó entonces, que creemos de nuestra obligacion, de-
tenernos en el exámen del hecho con la imparcialidad que exige la gravedad de la
historia, recordando incidentes quizá olvidados y narrando otros no conocidos.


Desde luego decimos que la pena de muerte es un acto de barbárie que más se pa-
rece á una venganza que á un castigo. Tiempo fuera que desapareciese de todos los
códigos penales Jel mundo; atroz en todos los casos, en materia política no tiene
e:--:cusa, es profundJmente inmoral, es monstruosa, porque raras veces alcanza á los
verdaderos autores de una conspiracion cuyo objeto es volcar un gobierno; en una
palabra, es un asesinJto Jurídico y de peor especie que el que perpetrara el guerrero
yencedor con el vencido. Más que nadie hubiésemos deseado que el gobierno, pro-
ducto de una eleccion popular, ejerCIendo el poder real hubiese quedado á los ojos
de los pueblos como un ejemplo glorioso de clemencia y de generosidad, y que nin-
guna sentencia de muerte, ~ lo menos por delito político, hubiese recibido su bárba-
ra aplicacion durante su mando. Mas los que han calumniado al regente atribuyendo
el suplicio de Leon á sentimientos que nunca encerró el noble corazon del general
Espartero, como los que lo han censurado amargamente por no haber hecho LlSO de
la más santa prerogativa, la del perdon, no se han hecho cargo que el uso de esa pre-
rogativa era una cuestion ministerial, resuelta desgracia~amente por los encargados
del poder constitucional, bien ú pesar suyo, porque dudar de la moderacion de
aquellos ministros fuera una nueva calumnia. Tambien desconocen aquellos censores
las circunstancias de aquel momento, cuúl era el estado de la opinion, y el funesto
intlujo que tuvo la muerte ya ejecutada de Borso. Y sin reclamar en favor de su opi-
nion una absolucion que le negamos, mas tambien repeliendo acusaciones inventa-
das por tanta maldad, veamos antes de examinar el hecho doloroso que nos ocupa,
lo que nos dice la historia de semejantes casos en otros países y sin remontarnos á
tiempos remotos, digamos lo qLle pasó en Francia cinco meses despues de la revolu-
cíon de r830, cuando se trató en Diciembre de juzgar á los ministros autores de los
decretos que dieron lugar el la revoluciono Bien que las pasiones debian haberse cal-
mado, fué preciso poner sobre las armas 30.000 hombres para proteger el palacio de
Luxemburgo contra el furor popular y sustraer por sorpresa los ministros de Cár-
los X el ese furor, llevándolos de escondite al castillo de Vincennes; y cuando la sen-
tencia dada por la Cámara de los Pares fué conocida en Paris, provocó una indigna-
cion gener:.ll que desde el pueblo cundió á la Milicia Nacional, y entre sus filas se
decia: «Dstamos sobre las armas para dar fuerza á la ley, y no para proteger crimina-
»les y procurar ú los pares una ocasion de dar un fallo contra la revolucion de Julio,
»salvando los que han merecido un castigo ejemplar:)) (obsérvese que los ministros
fuéron sentenciados á la pena inmediata á la pena capital) y diciendo esto los unos
tiraban al suelo sus fusiles, otros rompian sus sables contra los postes del Palacio. La
córte era la única que estaba gozosa. El autor de quien tomamos estos pormeno-
res deslinda los motivos de ese júbilo de la nueva dinastía que no tenemos por qué




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reproducirlos aquí (1). Mas desde luego, sin hacernos cargo de esos motivos, decimos
que rué júbilo que honra mucho á nuestros ojos á los que lo experimentaron.


Admitiendo que los ministros de Cárlos X hiciesen un uso criminal del art. 14 de
la Carta, punto asaz disputable al punto de vista de la legalidad, de seguro no preten-
dian hacer contra la libertad y las leyes del reino más de lo que estaban dispuestos
á realizar los conspiradores de Octubre, y de hecho han cumplido en r843. Si no
corrió tanta sangre en Madrid en la noche del 7 de Octubre de 1841, como" en Paris
en Julio de 1830, no dependió de la buena voluntad de los agresores, sino de 10 des-
cabellado de la agresion. Ya se ha visto lo que sabe hacer ese partido cuando le asis-
ten los medios, y dudo mucho que la artillería de Cirlos X disparase en Paris un nú
mero de caí10nazos igual á los que disparó el general O' Donnell con.tra Pamplona
desde la ciudadela, entregada por una felonía. Véase, pues, cómo en iguales circuns-
tancias se agitan por do quiera las mismas funestas pasiones.


Mas si hubo aplicacion de la ley de eterna dolorosa memoria contra adversarios
políticos, bueno es recodar que á lo menos las desdichadas víctimas de ese rigor me-
recieron todas las consideraciones y respetos debidos á la desgracia, que la ley los
protegió con todo su inviolable y sagrado caní.cter, que la defensa fué completa y
libre, que el juicio fué público como el debate, que todas las fórmulas tutelares de la
inocencia, fueron prodigadas á los acusados y cuando la fatalidad quiso que prevale-
ciera una sentencia capital, se la despojó de .cuanto tenia de humillante una dcgra-
dacion militar que heria á un valiente en su honor, y á su desventurada familia en su
porvenIr.


Hay casos que presentan un contraste tan palpable, que es preciso recordarlos,
porque pintan mejor que cuanto se dijera la moralidad, los principios, los senti-
mientos de los partidos, y en honor 'del partido progresista, tenemos que establecer
un parangon, recordando cómo entendió éste la justicia política, y cómo la entendió
el bando llamado moderado. Tomemos dos causas idénticas de dos personajes que
ambos habian prestado grandes y brillantes servicios á la causa de la libertad en los
CJlllpOS de batalla durante la última guerra, ambos vencidos en una lucha de parti-
dos, ambos víctimas de nuestras funestas discordias, Leon y Zurbano, ambos tenien-
tes generales,


El general Leon, despuc:'> de haber reconocido la regencia votada por las Córtes y
.confiada al general Espartero, capitaneó una rebelion militar para volcar esa regen-
cia y establecer la de D. a María Cristina renunciada en Valencia.


El general Zurbano se levantó en armas para defender la Constitucion indigna-
mente conculcada por un partido, cumpliendo así hasta cierto punto con un deber
que prescribe el juramento de la reina.


El general Leon al dia siguiente de la rebelion, cae en manos de sus adversarios
políticos, se usa con él de cuantas consideraciones era digno, es traido á Madrid libre


(1) Luis Blanc.-Historia de die~ años de reinado, torno 11, págs. :l ¡J Y siguiente:>.




- 299-
su persona, ceñida la espada, honrado y respetado por la escolta; no se le llevó á la
cárcel sino á un cuartel de milicianos, y allí se le prodigó cuanto podia disminuir
la amargura de su desgracia. Fiscal de la causa un brigadier, sus jueces son generales
y brigadieres, Su defensa es libre, y tiene el defensor el tiempo necesario para auxi-
liar á su cliente y hallar los medios de atenuar el error fatal en que habia int;urrido:
cuando una funesta sentencia es pronunciada, se la despoja de circunstancias agra-
vantes, y pasa al Tribunal Supremo de Guerra y Marina, el cual confirma el fallo de
los primeros jueces.


El general Zurbano es habido dos meses 'despues de su rebelion, es decir, cuando
b irritacion debia estar apagada, es lleyado en Logroño maniatado y amarrado como
un vil malhechor, y allí sin forma de proceso, sin defensor, sin tribunal ni jueces, es
infame mente asesinado en vista de una real órden, y á las pocas horas de haber lle-
gado á Logroño, la tierra aún empapada de la sangre de sus dos hijos, recibe el cadá.
ver del valiente y benemérito Zurbano, que tanto como el que más entre los genera-
les, habia contribuido á la derrota del bando carlista.


A la imparcialidad de los vivientes, á la inflexible justicia de la posteridad entre-
gamos el cotejo de estos dos hechos, y ninguna reflexion aí1adirémos, nosotros que
desaprobamos hoy como en 15 de Octubre de lS41 la sentencia fatal que acabó con la
\'ida de un valiente digno de mejor suerte.


La calumnia es por desgracia un arma de que se sirven los partidos desapiadada-
mente, y á vece:~ es la única posible. Cuando hay que atacar reputaciones sin mancilla,
entonces sin arredrarse, allá se falsean las intenciones, se desfigur~1l110s hechos, el er-
ror cunde, y hay que discutir mentiras absolutas como si fuesen yerdades inconcusas.
Nuestras funestas discordias presentan no escasos ejemplares de esa inmoralidad,
¿quién dir6 los villanos y torpes medios usados contra el gobierno de la regencia? Los
que sin exponer sus personas, impelieron al desdichado general Lean á la muerte,
ya que ningun auxilio le prestaron en la hora del peligro, han querido pagar un triste
homenaje el su memoria calumniando el gobierno' de la regencia; á estas calumnias
contestamos hoy ratificando hechos inícuamente desfigurados.


Dos acusaciones han servido de tema tÍ los póstumos defensores del general Lean,
la primera fué que el general Espartero llevado de un embozado rencor contra el ge-
neral Lean, consintió en la muerte de este desventurado compañero de armas, con
el fin de deshacerse de un rival temible. La segunda que el tutor D. Agustin Argüe-
lles y la seÍ10ra condesa de Mina, aya de la reina y de la infanta su hermana, se ha-
bian opuesto el que S. M, escribiese pidiendo la gracia de Lean.


Vamos el contestar el estas dos odiosas acusaciones, tejido de inícuas é indecentes
falsedades,


El duque de la Victoria que no es capaz de abrigar en su noble pecho ódio ni ani-
mosidad villana contra nadie, mal podia siendo regente 1 ver un rival temible ó no en
el general Lean, cuando siendo general en jefe le habia siempre tenido á sus órdenes
inmediatas ó dadolc mandos importantes, ateniéndose á sus brillantes prendas mi·




- 300-


litares, prescindiendo de sus opiniones políticas; y esta imparcialidad magnánima del
general Espartero es tanto más de apreciar, cuanto que no ignoraba la parte indi-
recta que tuviera Leon en varias intrigas ó conspiraciones que se tramaban, y en las
que siempre sonaba el nombre de Leon; que en la de Pozuelo de Aravaca estuvo á
pique Leon de presentarse como jefe de aquella rebelion, cuando de tan mal paso le
salvó un amigo prudente. Todo lo supo el general en jefe, lo disimuló, y conservó
á Leon el mando que tenia.


Cuando el pronunciamiento de r840, el general Leon se presentó bien á las claras
como adversario del duque de la Victoria, y desde entonces los descontentos y los
enemigos del Duque lo tomaron como punto de mira de sus proyectos de rebelion.
Pidió el conde de Belascoain una licencia para viajar por el extranjero, y se le conce-
dió. A su regreso lo recibió el regente con toda la efusion de un amigo y de un com-
pañero instándole para que le visitase á menudo conforme á su antigua confraterni-
dad militar; mas muy luego rodeado de personas interesadas en imbuirle los temores
más absurdos sohre peligros imaginarios, abusando de la sencillez y credulidad del
general Lean, llegaron á disuadirlo de ver al regente) y en efecto cesó de visit3.rle.
A poco de este rompimiento de relaciones empezó el gobierno ú recihir informes
sobre la conspiracion que se fraguaba, y todos unánimes presen tahan al general
Lean como el jefe de ella, sin que el regente quisiese prestar f~ á semeja.ntes acu-
saciones.


En este estado seguian las cosas, cuando hácia fines de Setiembre el general Leon
hizo saber al coronel Gurrea, secretario del regente, que deseaba verle. Gurrea al
momento fué á casa del general. ~1as ¿cuál seria su sorpresa, cuando trús de lo~ pri-
meros cumplidos, le dijo el general que le habia llamado para consultarle sobre el
arreglo de asuntos de fa mília, no atreviéndose á dar un paso en ellos, sabiendo que
el regente le tenia un ódio mortal, y que estaba seguro que se habia expresado en
los términos más violentos contra él?


Al oir el coronel Gurrea tan extravagante lenguaje que denotaba una especie de
enajenacion mental, puso todo por obra para atraer al general á la razon, haciéndole
presente que el regente nada tenia que ver con el arreglo de sus asuntos.de familia, y
en cuanto á las inhlmes acusaciones de que le habia hablado nadie mejor que el mis-
mo podia graduar su maldad, pues nadie con ocia mejor la bondad y mansedumbre del
Duque. El coronel Gurrea terminó la conversacion suplicando al general que echara
de su casa á los que tan vil oficio hacian, y se viese con el regente que le conservaba
entero su antiguo afecto. Hay que advertir que el coronel Gurrea habia dejado de ir
á casa del general Leon, por no haber sido admitido las repetidas veces en que habia
ido á verle: el paso espontáneo que acababa de dar el conde de Belascoain llenó de
gozo á Gurrea quien volvió 6. casa del rei:5ente con la dulce esperanza del que iba men-
5ú jero de una cordial reconciliacion entre dos antiguos amigos. En efecto, acogió el
regente con suma alegría lo que le dijo Gurrea, y mandó á este que yolviera al mo-
mento á casa del Conde y le preguntara si puesta la mano al pecho podia haber creido


"




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un minuto las infamias de que habia hablado,y que por su parte le aseguraba que le
conservaba aprecio y afecto, y estaba presto á darle de ello las pruebas que quisiera.


Voló presuroso Gurrea con este mensaje á casa del conde de Belascoain, quien con-
movido de tan gratas y cordiales seguridades, ya quiso explayar sus quejas. La pri-
mera que soltó fulE que el Duque él su paso por Aranjuez, de vuelta de Valencia
en 1840, no lo habia recibido.-¿Mas fLlé Vd. á verle? preguntó Gurrea.-No, dijo el
conde, porque en camino para irle á saludar, me encontré con una persona que me
dijo que excusaba ir, pues no seria admitido.-Y ¿quién tuvo la culpa, mi general, si
no Vd. que prestó con tanta facilidad oído él una mentira? Pues precisamente el Du-
que tiene la misma queja contra Vd., y con tanto más motivo, pues como amigo pri-
mero, y como subordinado era deber de Vd. el presentarse y tanto más en cuanto aca-
baba Vd. de recibir del Duque la mayor prueba de aprecio y de confianza que un hom-
bre político y un general puede en circunstancias difíciles dar á otro; y ¿qué habia Vd.
olvidado que el Duque sabiendo las dificultades que Vd. encontraba para tener víve-
res en los pueblos sublevados contra las tropas que bajo el mando de Vd. se mante-
nían en actitLld hostil contrael pronunciamiento, le remitió á Vd. un sin fin de cédu-
las en blanco con su firma al pié para que Vd. las llenase con las órdenes que tuviera
por conveniente, y cómo es posible que á los pocos dias de haber recibido una prue-
ba tan manifiesta de una confianza sin límite pudo Vd. prestar oído á infames habla-
durías, y darles fé al punto de faltar ú todas las relaciones de amistad y de gerarquía,
absteniéndose de ver al general en jefe á su paso por Aranjuez? Pareció que estos ar-
gumentos sin réplica, habian hecho mella en el ánimo del general Lean, y se despi-
dió Gurrea con la conviccion de que habia disipado los temores hasta ridículos del
general, y que la reconciliacion se efectuaría.


Estas lisonjeras esperanzas no se realizaron; cada dia recibia el gobierno prue-
vas evidentes que el conde de Belascoain estaba en la conspiracion. Se trató de pren-
der á varios jefes militares, entre los cuales estaba el general Lean i el regente se
opuso, declarando qne respondia de Lean, yen tonces manifestó á los ministros las dos
entrevistas que habia tenido con Gurrea. En vista de las seguridades dadas por el re-
gente y de los hechos recientes, se aplazó la medida propuesta de arrestar al gene-
ral, y siguió Gurrea visitClndolo. En una de esas visitas, el Conde hizo presente al
coronel la malísima posicion de fortuna en que se hallaba; haciéndose cargo que al
punto á que habian venido las cosas era imposihle que el regente lo emplease en
servicio activo, ni para él el de aceptar un mando; mas atenido á su sueldo de cuartel
y este mal pagado, se veia en los mayores apuros. Dió el coronel Gurrea cuenta de
este incidente al regente, y este anhelando hacer un servicio á su antiguo amigo y
compaÍ1ero sin ofender su delicadeza, entregó dos mil duros á Gurrea , que debian
llegar á manos del Conde sin que este supiera de dónde venian.


El dia 3 de Octubre, Gurrea tenia ya preparado el envio de los dos mil duros,
cuando uno de los conjurados arrepentido se le presentó, le comunicó el plan á cuya
cabeza dijo hallarse el general Lean. Con este aviso se activaron más y más las in-




- 302-


vestigaciones, y todo vino á dar la prueba de la parte principal que tenia el malogra-
do Conde en el plan. Gurrea tomó sobre sí el manifestar á los ministros el acto de
generosidad del regente; y estos en vista de las pruebas de la complicidad del gene-
ral, consiguieron que suspendiese el envio de aquella suma, que por corta que fuese,
podia servir á los conspiradores. Muy luego se dió la órden al general Lean de ir de
cuartel á un punto determinado junto á Madrid, órden que no cumplió, escondién-
dose para salir en la noche del 7 á capitanear la rebelion.


y cuando los instigadores de ese sangriento episodio de nuestras contiendas civi-
les, hubieran perdido al imprudente general que siguió sus fatales consejos, no ha-
llaron más que injurias yatroces calumnias contra los que todo lo habian intentado
para cegar al desgraciado general Leon. Sí, ambiciosos, cobardes y pérfidos conse-
jeros le llevaron al ~uplicio; ellos solos son responsables del desdichado fin que tuvo
el primer conde de Belascoain.


Vengamos al in.:idente relativo al tutor D. Agustín Argüelles y á la señora conde-
sa de Mina.


Apurados ya los trámites de la causa del general Leon y resuelta ya la ejecucion
del terrible fallo, los amigos y deudos del desvcnturado conde de Belascoain deter-
minaron acudir á la jóven reina para que se interpusiese en favor de aquel. El dia q.
víspera del dia fatal que debia añadir el nombre de una nueva víctima á las tantas y:1
marcadas en el martirologio de nuestr:1S discordias, volviendo á eso de las dos de la
tarde la condesa de Mina á su aposento de Palacio, halló esperándola la señora Mar-
quesa de Zambrano con otra Sel10ra y dos niñas de corta edad; las acompañaba don
Joaquin Roncali, hermano del general defensor del Conde. La seÍ10ra de ZJmbrano
presentó á la señora de Mina las dos niñas, diciéndola que eran sobrinas del general
Leon; enteráronla del objeto de la visita, el de conseguir ver á S. M. y presentarla
una súplica impetrando la gracia de su tio. La señora de Mina se brindó presurosa-
mente á proporcionar la ocasion de entregar la súplica á S. M. en el momento de
salir á paseo. La señora marquesa de Zambrano , con el fin de excitar más y más el
interés de la aya de S. M., cosa muy inútil, le dijo, que no se debia perder minuto,
aÍ1adiendo estas palabras: "Bien sé, señora, que ningun derecho tengo á pedirle un
favor; mas he oido decir que Vd. pagaba las ofensas con el beneficio»; haciendo alu-
sion á los decretos de exterminio dados por el marq ués de Zambrano, ministro de
la Guerra en 1830, contra el general Mina, cuando se presentó en armas en la fron-
tera, y ordenador en 1831 de la espantosa carnicería de Málaga, donde fuéron dego-
llados Torrijos y sus cincuenta y tres compañeros, acto de abominable ferocidad de
que presenta pocos ejemplos la historia.


La señora condesa de Mina, que en efecto siempre ha pagado el mal con el bene-
ficio, sin detenerse, subió al cuarto de S. M. y en presencia de la servidumbre hizo
presente á S. M. el mensaje que traia, guardó silencio S. M. por un breve rato, y
dijo luego: «Mejor será liamar al tutor; sí, repitió, que se llame al tutor». D. Agustin
Argüelles fué llamado y acudió al momento. Enterado del objeto del recado, dijo que




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