LA PÉRDIDA: DE LAS AMÍ~RICAS. LA' ÉRDIDA DE LAS AMÉRIC-L~S, ...
}

LA PÉRDIDA:
DE


LAS AMÍ~RICAS.






LA' ÉRDIDA


DE


LAS AMÉRIC-L~S,
POR


RAFAEL M. DE LABRA.


"'!'lienlos publicados ell


1..05 CONOCIMIE::STOS ÚTII.:E!"'.


MADRID: 1869.


hlPllEJITA Á CARGO DE FllANCISCO ROHS,
Meo d~ San/a María. núm. 30.






Comenzaron á ver la luz estos artículos en
momentos muy criticos para las Antillas espa-
ñolas y de positiva gravedad para la Península.
Habíase levantado cerca de Santiago de Ouba
la bandera de la insurreccion al grito mágico
de libertad, y las peripecias de la lucha y las
torpezas del Gobierno provisionall1abian hecho
posible que el movimiento cubano tomase en
ciertas localidades un carácter francamente se·
paratista, que si bien conforme á los deseos de
una parte de sus caudillos, tengo por contrario
á las aspiraciones de la mayoría de aquellos
países y opuesto en un todo á los intereses de
nuestras Antillas, cuyos vastos problemas, hoy
por hoy, solo pueden ser resueltos con eficacia y:
dignidad á la sombra de la Madre Pátl'ia.


¿ A la voz de ¡ muera Espafia! qué español no
se conmueve y qué patriota excusa el mayor
sacrificio? Pues bien, este grito se dió en algu-




-6-


nos lugares de Cuba, y recogido por los reac-
cio:18rios ultramarinos, que tan buenos y dili-
geEtcs r0presentantes tienen en Madrid, sirvió
p~m que desde la prensa y aun en otras esferas
más íntimas y vedadas al eomun de los mor-
tales, S3 excitase el patriotismo peninsular,
pl'c~tendiendo que la pasioll lo oscureciese todo
y que ú toda costa y con cualquier pretexto el
s[a!it qua, más ó méuos llloJificado en imper-
ceptibles detalles, sub~btiese en Ultramar si-
q uiem por unos cuantos meses.


« La cueslian de Cuba-se decia-es una cues-
Uon de fllorza. La honra de la pátria está com-
prometida; y hoy por hoy lo que importa es en-
"hr ú las Antillas soldados, apartándose de
toda politica de prévias concesiones ó reformas
liberaL's, que en otro tiempo sirvieron solo para
la pérdida de las Allléricas.ll-l' como esto se
decia mu)' uHo, y COIllO el Uobü!rIlo no parecia
distante ele estas opiniones, menester fué que
los pocos, los poquísimos que desde aquí mira-
mos con especial cariño lus cosas de América,
ahásemos iambien la voz para reilir duras ba-
tallas con ese inocente patrioterismo, y sostener
ya que era falso que tojos los insurrectos de
CuLa fuesen separatistas, ya que lo debido era
llevar á las Antillas alltos cine todo las liberta-
des ele que en la Península gozumos-couside-
nndo la medida bien como de justicia, bien
como medio de evitar que la idea separatista
cundiese,-ya, C11 fin, que era un error crasísi-
mo la afirma~ioll de que por concesiones libera-




-'1-


les se perdieron los reinos de América á prin-
cipios del siglo.


Algo de lo mucho que por entonces escribí
es lo que el lector verá á continuacion. Aparte
del interés histórico, presumo que alguno polí-
tico tienen todavía estos artículos, pues que
si bien bastante quebrantada (y q niero creer
que en camino de arreglo), la cuestion ultra-
marina aun subsiste. Dicen que el señor gene-
ral Dulce ha proclamado las libertades en Cu-
ba, y dado una amnistía, señalando como pla-
zo de esta unos cuarenta dias. Los insurrectos,
sin embargo, ann no han depuesto las armas-
y en cuanto á Puerto-Rico, el bravo é inteli-
gente Puerto-Rico, todavía, que sepamos, no
goza de aquella dicha. Conviene, pues, insistir
en la cuestion y recordar la historia, para qne
antes de pelear nos hart'emos de razon y en
todo caso nuestros gobernantes no se asusten,
ni ménos duden de la libertad, porque sus efec-
tos no sean inmediatos.


Por lo dem{¡s, no necesito decir una palabra
sobre el sentido que domina en estos articulos,
y ménos pedir escusa á esos lectores (si pOI."
desdicha los tengo) que creen que ante la pá-
tria es necesario falsificar la historia y no tran-
sigir con la critica racional.-Bien que nacido
en Cuba, todos mis intereses y todas mis espe-
ranzas radican en la Península; y si en estos
momentos escribo, con partiCular amor y rara
perseverancia, en defensa de aquella tierra, es
porque la debo mis humildes pero cariñosos




-8-


cuidados por mil razones-por su situacion
tristísima, por la complexidad de sus proble-
mas, pOI' su desgl'aciada histol'ia, pOI' la gene-
l'al ignol'ancia que en la Península l'eina sobre
sus condiciones y sus intereses, y en fin, por-
que allí, más que á ninguna parte de España,
es menestel' llevar la mano de la justicia y los
rayos de la libertad.


LABRA


Enero de {809.




LA PÉRDiDA DE LAS AMÉRICAS.


1.


Aprovechando la general ignorar.cia que en
nuestro país reina sobre la historia del primer
cuarto del siglo que vá corriendo, de algunos
dias á esta parte aparecen en determinados
periódicos ciertas insinuaciones y hasta suel-
tos con aires y sombras de artículos. violen-
tando la exactitud de los hechos y dando á la
emancipacion de las Américas unos anteceden-
tes y una interpretacion que merecen de todas
veras correctivo.


El propósito de lo uno ya lo comprenderán
nuestros lectores, y no podemos ni queremos
ocultarles tampoco el pensamiento que anima
las rectificaciones que intentamos hacer. Mien-
tras 'los fabricantes de historias pretenden pre-
venir los ánimos. afirmando que las Américas
se perdieron por la concesion inoportuna de li-
bertades, y por haber cedido los diputados pe-
ninsulares á las intrigas y la mala fé de los
americanos I nosotros queremos probar que


2




- 10 -


todo esto es inexacto; y lo probaremos con tes-
timonios nadasospechosos, como Toreno,Florez
Estrada, Urquinaona, el famoso Argüelles y el
no ménos ilustre historiador del siglo XIX,
G. Gervinus, tan aficionado á las cosas de Es-
paña y de la América latina, y tan competente
y tan imparcial en la explicacion de nuestros
conflictos. De lo uno y de lo otro el lector saca-
rá consecuencias y ha;,¡ta el Gobierno (si á él
llegan nuestras observaciones, libros de los co-
mentarios de antesala) podrá reparar en la uti-
lidad ó la inconveniencia de acordar medidas
liberales para Cuba y Puerto-Hico, ahora que
las cosas por desgracia han tomado parecido
rumbo al de 1809.


Nosotros no queremos decir si en aquella crÍ-
sis este ó aquel pecó más; no tenemos para
qué entrar en el estudio imparcial de los parti-
dos que en América se disputaban la direccion
del ánimo público y luego pretendieron impo-
ner su dominacion. Creemos ser lo suficiente-
mente justos para dar á cada uno su merecido,
y lo bastante enérgicos para derir á todos la
verdad, pues que todos cometieron inmensos
pecados y todos mostraron gTandes virtudes.
Pero esto no es del momento. Lo que nos inte-
resa es sostener, es probar que quien perdió las
Américas no fué, no, la LIBERTAD.


Ante todo protestaremos que no vamos á ex-
plicar detenidamente la emancipucion de la
América meridional. Crcemos el hecho natu-
ral, determinado por muchas y muy ante-




l'iores causas; y por tanto, se nos antoja tan
corriente la separacion de Méjico, Costa-firme
y Buenos-Aires de España, como la del Brasil
de Portugal. Solo que pensamos que no se de-
bió hacer de aquel modo, ni entonces; pues
que así de ninguna manera convenia, ni á las
colonias ni á la Madre pátria. Las diferencias
tristísimas, los sangrientos conflictos que pos·
teriormente han tenido lugar entre España y
las Hepúblicas amerkanas, en aquel suceso en~
euentran mucha parte de su razon ; y de él han
provenido tambien, muy singularme!lte, las
turbulencias .Y las catástrofes que aniquilan il.
aquellos simpáticos pueblos. Yen esto no pier-
de solo España. no las Hepúblicas americanas:
padece, y grandemente, la humanidad, la ci-
vilizacion.


Pero ya lo hemos dieho, no tomamos las co"
sas tan de alto. La cucstion es más Illodesta-
por lo ruénos en sus términos. El problema
debe plantearse así: Supuesto el estado de las
Américas, ¿la cúnducta de la Metrópoli favore-
ció ó contuvo la emancipaciun'! Y supuesto que
la favol'eeió (que en ello todos convenimos), 10
hizo por sus medidas lilJer,"les .r expansivas, ó,
por el contrario, merceu á las reservas de sus
UolJiernos, á sus vacilaciones, sus errores, y,
en fin, sus injusticias? - BUiScamos, pues, no
las causas primeras, sino las ocasionales de
tan gravísimo suceso.


El período en que aquellas eausas aparecie-
ron y tomaron un desarrollo que inevitablc 4




- 12-


mente habia de concluir en la emancipacion de
la América meridional es el momento histórico
que se extiende desde el levantamiento de Es-
paña contra los franceses y la Constitucion de
la Junta central hasta la vuelta del rey en 1814.
Cierto que antes, así en la Plata como en el
Perú, en Venezuela como en el mismo Méji-
co, se habian verificado movimientos de un
carácter alarmante, aunque muy pronto sofo-
cados ; pero estos sucesos responden á causas,
cuando no superiores, de otro género. Y cierto
tambien que la insurreccion americana se apa-
ciguó un tanto desplles de J8H para renacer
incontrastable cuatro ó cinco años des pues;
pero obsérvese que las causas de este renaci-
miento fueron las mismas que las de la insur-
reccion primera, y como si la venida de Mori-
llo á América paralizó el curso de los sucesos en
1814, en ello entró por mucho la-esperanza,
luego defraudada, de que los capitanes realis-
tas seguirian atora conducta más tolerante que
ia de los vireyes y capitanes eonstitucionales .


. Así, pues, importa saber qué hicieron los
gobernantes de la Península respecto á Ultra-
mar en este período de ·]809 á 1814, que tanta
significacion tiene en nuestra historia y tantos
resultados produjo. La epoca fuá muy grave;
dióse entonces el primer golpe á la tradicion, y al
entrar en la nueva vida, la misma voz que llamó
á los peninsulares en defensa de la independen-
cia nacional, excitó el patriotismo y puso á prue-
ba la lealtad de nuestros reinos de América.




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Ridículo seria negar que allende los mares
existian fermentos de independencia. En todas
las colonias los ha habido y los hay; solo que
las circunstancias los contienen ó los favorecen,
y así la vista vulgar los distingue ó no con fa-
cilidad. En Ultramar, pues. habia insurgentes,
por lo general entre los criollos, y singularmen-
te en las clases de letrados y hombres de estu-
dios, formados, como decia Humboldt de vuelta
de América, "por libros franceses é ingleses»,
y á este grupo se acercaba por instinto, y sin
darse de ello cuenta, cierta parte del clero par-
roquial, harto desatendido y hasta maltratado
en Ultramar. En cambio frente á este, cuyos
recursos eran muy limitados, y cuyo éxito debia
depender más que de todo de lo imprevisto y de
las torpezas de la Metrópoli, existian otros dos
grupos, numerosos y potentes. que no solo
compensaban, sino que reducian al anterior á
una importancia verdaderamente mezquina.
Estos grupos eran: primero, el de las autorida-
des, del alto clero, de los empleados y de los fa-
vorecidos por los infinitos monopolios que la
ley aseguraba á ciertas y determinadas clases;
y dicho se está que todas estas gentes se pere-
cian por el absolutismo español; segundo, el
de los comerciantes é industriales, amantes sin
duda alguna de la madre pátria (que para ellos
comunmente era la tierra natal), pero en cam-
bio nada satisfechos de las estrecheces del viejo
colonismo y de la inmoralidad y la opresion de
los vireyes. Fuera de estos grupos quedaba la




-·14-


masa del país, que ni pensaba ni queria séria-
mente nada.


K,tos elementos subsistieron por largos afios
en la América meridional, y ~oy mismo se pal-
pan allí sus combinadas influencias, modifica-
das naturalmente por el hecho de la indepen-
dencia americana. Mas en la época á que ahora
nos referimos de la relacion de estos grnpos y
de la comunicacion de sus ideas y aprensiones
brotaban dos sentimientos dominantes; un res-
petuoso amor á España y un disgURto profundo
respecto del réglmen"político y económico que
allí privaba. Los independientes, como es na-
tural, no profesaban lo primero, pero en cam-
bio el elemento oficial y el trabajador ó comer-
ciante sí; por otra parte las clases monopoli-
zadoras no convenian en lo irritante del colo-
nismo del siglo XVIII, pero los comerciantes .v
los independientes 10 propalaban de todas ma-
neras. Hechas, pues, las restas y compensacio-
nes debidas. resulta que las dos ideas q ne
tenían más adeptos, y los dos sentimientos
que sobrenadaban en aq uella confusion eran los
que apuntados quedan.


y de ello hartas pruebas se dieron con moti·
va, y aun despues, del levantamiento de la Pe-
Dínsula contra los franceses. La noticia fué
acogida allende los mares con entusiasmo: re-
cibiéronse con júbilo los representantes de la.'3
j untas de Sevilla y de Oviedo; hiciéronse envíos
de dinero á España, y se resistieron las suges-
tiones de los comisionados franceses 1 con una.




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lealtad, q ne lucg'o la J un ta central calificó de
heróica.-En cuanto á la desafeccion general al
régimen colonial, recuérdense la actitud de
Buenos-Aires durante su gloriosa guerra con
los ingleses en 180C;, y sobre todo dcspues bajo
el go1]ierno del delegado de la Central Cisneros,
así como la agitacion de Méjico (el país más e.:;-
pañol de toda la América) en lo'l últimos dias
del inmoral Iturrigarai, y bajo la adrninistra-
cion de Lizana y de la Audiencia.


Ahora bien. supuestos estos antecedentes,
¿qué hicieron nuestros gobernantes para satis-
facer las necesidades de A.mérica y corresponder
á estos sentimientos? Primero y casi por un
año obró la Junta central, aquella .Junta, bajo
la influencia de Floridablanca, tan poco amiga
de la libertad; algo más expansiva y discreta
bajo Jovellanos y Garay, pero nunca tan franca
y valiente como hubiera sido menester y como
entraba en los deseos del simpático Calvo de
Rozas. Despues se encargó de la cosa pública la
Regencia ce muy adicta, como dice un historia~
dar, á la causa de la independencia nacional,
pero ladeada y muy mucho al árden antiguo»,
que retardó cuanto pudo la convocatoria de
Córtes, y que aun reunidas estas, acarició so-
Lre ellas proyectos dignos de entera roproba-
cion. Por último llegaron nuestras inmortales
CórteB de Cúdiz.




n.


La Central de 4809, fué, como todos saben,
un prodigioso esfuerzo del país para dar unidad
y cohesion á nuestra admirable guerra de la
Independencia. Acometida esta, punto ménos
que individualmente, por casi todas las provin-
cias de España, no tenia más direccion que la
que cada general ó cada Junta le daba: en cam-
bio tenia un gran espiritu, el espíritu nuevo,
el espíritu liberal, siquiera envuelto en preocu-
paciones é impotente para levantarse todavht
por cima del amor al terruño.


Muchos han sido los impugnadores del libro
de Toreno, escrito bajo la misma iuea que nos-
otros profesamos; y sin embargo, nadie ha po-
dido negar el hecho de que la guerra, sostenida
brillantemente en medio de catástrofes y fraca-
sos por las Juntas provisionales, cuando todo
era libre y la misma irregularidad de la Revo-
lucion daba desahogo á los sentimientos popu-
lares; la guerra, repetimos, comenzó á decli-
nar con la Junta central, influida por Florida-




-11-


blanca, y harto respetuosa de aquel traidor
Consejo de Castilla que todavía intentaba hacer
prevalecer el antiguo régimen. Y hasta tal
punto desmayó el ánimo público, coincidiendo
con el restablecimiento de la Inquisicion y de
l[ls trabas de la imprenta y la negativa á con-
vocar Córtes I que muy luego el ejército francé:;; ,
pasó Sierra-Morena, obligando á huir á la Cen-
tral hasta los muros de Cádiz.


Pues uicn, esta Junta, en sus primeros mo-
mento s , no titubeó en proclamar la absoluta
igualdad de España y América; "porque-decia
en un decreto de Enero de 1809-103 vastos y
preciosos dominios que España posee en las
ludias no son propiamente colonias ó factorías
como las de otras naciones, sino una parto
esencial é integrante de la Monarquía española,
,y á mád porque la .Tunta deseaba estrechar de
un modo indisoluble los sagrados vínculos que
tinen unos y otros dominios, como asimismo
corresponder á la heróica lealtad y patriotismo
de que acababan de dar tan decisiva prueba ú
la España. en la coyuntura más crítica que se
ltabia visto hasta entonces nacíon alguna" (f).
-Declarucion semejante solo tuvo un Cfécto, el
llamamiento de comisionados de América ú la
Central. Pero qué llamamiento!


En primer lugar hay '1 ue recordar que la


(1) Torüno.-llistoria <lel Icvanto,niento, gn"rr~ r re,olo-
lIion,.de Espóllln. Tomo IJ.-Apéndice ~l Hu rO 8.°


3




-i8-


Central se había formado con dos dipl:.,tados de
cada provincia de la Península, ele3'irlus por' las
Juntas provinciales, que á su vez delJian la vida
á la eleccion popular y que existian en medio
de una irregular pero ámplia libertad. En cam-
bio el decreto de Enero dispuso que cada virei-
nato ó capitanía general de América enviase
solo un diputado, y que la eleerion de este se
hiciese por el Yirey (üechllra del absolutismo
de Cárlos IV y de la ílllnoraliclad de Godoy)
entre los presentados por los cabildos de la~
capitales. No podia darse una desi;;ualdad más
monstruosa: no eabia contr'adiccion m'lyor en-
tre las palabras y los actos de la Junta.


Pero habia más, yera que mientrfis en h
Península el órden antiguo, mal defundldo por
el Consejo de Castilla, se habia rnút; ó menús
deshecho, y aun cuanLlo la Centl'al restnhlecló
al principio muchas intolerancias, ó nunca se
observaron en las más de las provincias, Ó
al cabo se suprimieron por la miBma .Junta, in-
fluida por Jovellanos; en tanto, subs:stia ínte-
¡sra el viejo colonismo allenue hlS mares, con
el mismo personal administrativo y la misma
plenitud de poderes de los vircyes. Y que esto
no ss pasaba buenawenle por los colonos lo
prueban los sucesos de la Plata, que obligaron
al Gobernador Cisneros á decretar el libre trá-
flco con los ingleses; y sobre todo las persecu-
ciones verificadas por Casas y aun Emparan
(representantes el uno de Carlos IV y el otro
de la Central) en Venczuela durante todo el




-Hl-


año nueve, así como la a6'itacion que precedió
al famoso y singular grito de Dolores en el espa-
ñolísimo Méjico.


Las circunstancias hicieron que el decreto de
la Central no tuviera cumplido efedo; mas aun
prescindiendo de esto, siempre quedó para los
americanos la manera con que en tan críticos
momentos y para recompensar un pntriotismo
y una lealtad heróicos, la Junta central enten-
dia la igualdad de aquellos reinos y la Penín-
sula .


.Pero la entrada de los franceses en An(lalucía
determinó la dispersion de la Central y, des-
pues de varios incidentes, la constitucion de la
Regencia. Sin embargo, el mundo todo creyó
muerta la nacionalidad espaiíola; y á Carncas .Y
Buenos-Aires llegó, con la noticia de la rota de
Ocaña y la dispersion de la Central, la de que
muchas juntas provinciales, resucitada" en tan
críticas circunstancias, ó se habian negado mo·
mentáneamente ó se negaban todavía á recono-
cer aquella autoridad. Motivo ó pretexto, ve-
nido despues de la extraña é irritante conducta
(~e la Junta central, respecto de las Américas,
ello fué que con esto se recrudecierolllas agita-
ciones en Venezuela, siendo depuesto el capitan
general y creándose una junta (que luego habia
de convertirse en Congreso) al modo de las de
la Península, para velar por la independencia
llacional, invocando el nombre de Fernando VII.
-T.:"na cosa análoga sucedió en Buenos-Aires;
mientras en Méjico se inicia afIuel reovimiento




-c- 20 -


de Dolores, que partiendo de abajo, sosteniao-
vivamente por el clero inf0rior .Y los indios, re-
viste desde el principio un carácter popular,
(Ine no ofrece ningnn3 otm de las revoluciones
americanas de aquella époc·a.


La H.llgcncía q Ile ca 1810 vino á la vida no
fué más discreta ni oota ,'0 mayores glorias que
1 \ Central. Pesaba, como ahora tamlúcn se
dice, hablando d(~ nu~st.ras provincias ultra-
marinas, cierta lútalidad sobre América; pues
que le cupo ser rG'l'l'esentada en aquel cuerpo
por la persona más réfl'nctrd'i:l á toda iden nue-
va y mér-JOs co:n peteilíe j"l ra acometer las re-
formas radicales que exigía el estado de aque-
llas colonia'!, El Sr. Lardi7.áb:\l era de tempera-
mento rea.cciona¡';o, y ~oJo las circunstancias
13 habian llevadó á la l'~"':c:"~lleia; p.sí que en ella
ftlé siempre el mn,:'()~ ("ll'i,lig'() de las liberta,les
que apuntaban.y de lat~ C~')rtes, que tan tÍ des pe-
('ho tu va la Regeneia que reunir. Hombre de in-
contestable talento, literato apreciado, y bien
que nacido en América, preocupado exclusiva-
mente de la política peninsular, dcjábase influir
mucho en la,"! COSl!S (le arrucHas lejanas tierras
por el grupo de monof01¡zadores que en Cádiz
existia, y sillg'nlun:1entr,l por los comerciantes
que aun al'í tun~o interés debian tener en que
subsi8tiesen ciertas estrecheces é intolerancias
que red undaban en provec'lO de su bolsillo. Por
tanto, poco era de esperar eh la Regencia.


Sin emlJflrgo, acom,eti6 dos medidas de gra-
vedad; Ir¡ una, la cOllvocatQri~ de diputados de




- 21·-·-


~\.mérica á las Córtes, y en tanto estos)l€;:;a-
tan, el nombramiento de suplentes; y la otra,
la libertad de comercio allende los mares; es
decir, lf¡ facultad de comercial' con el extran-
jero.


El primer acuerdo (que por cierto sufrió un
impolítico retraso) se resintió de lo mismo que
el de la Centl'al de Enero de 1S0v, 1,os r;iputa-
dos se eligieron en la Peníuilulu, los unos por
la.., jun tas provinciales y 01 resto por el sufra:
gio universal, medi¡mtc el procedimiento de los
comisarios, ó sea la eleceioll de tres grados, to-
mándose el tipo de un dilJlltado por cada cin-
cnenta mil almas. En cambio, en América los
ayuntamientos de cada provincia debían elegit'
un diputado, aceptando indirectamente el tipo
de un representante porcada CiCll mil h"bitan-
tes blancos y libres (1) - prescindiendo de los
negros y 103 indios, Estaba visto que 103 go-
b~rnantes peninsulares no podian preselndir
de interpretar la igualdad naciollal , con~jgnan­
do siemprc la superioridad de la Peníns~~la.


En cuanto á la segunda medida grase que
!lGmos in:lil~ado, ojaltt no hubiese salido de :::na-
nas de la Hegencia; pues que á poco de drtrb. y
cuando ya en cR.mino c~taba de hacrl' ::ientil' sus
efectos, los comerciantes de Cacliz asediaron á


(1) Lns Amcricas tenia n en10nces unos qtdoce Ir!.i¡¡oncs
de 11l.J¡jtantes; de cll()~ odiO ue il!Jio:5 .. cuat1'O \10 !:e¿l'os y
d resto ¡Je hlancos.




- 22-


los d~rectores, y en nombre de los intereses
creados y del sagrado de la pátria (lo de siem-
pre!) le.,; obligaron, no solo á anular el decreto,
silla á suponer que habia sido una falsificacion;
h!'cho que nunca se probó. Y cuenta que la li-
bartad de comercio era una necesidad de Amé-
rica á que esta habia ya resueltamente ocurri-
do; necesidad imperiosa de que no podia pres-
cj¡l(lir, y de que, por tanto, no prescindió.


Por lo demás el statu qua. Y decimos mal el
slattl qua; porque la Regencia, no aviniéndose
con los sucesos de Venezuela y Buenos-Aires.
y mucho ménos con los de Méjico, redobló las
persecuciones y excitó á una actitud hostíl á
los que no siendo partidarios de la independen-
c;a al principio, se vieron obligados á secun-
llar!a, ya bajo la presion de los insurgentes, á
quienes nunca se podrá negar la energía y la
saperior inteligencia, por más que su numero
fuera pequeño, ya por la política de la metró-
poli, locamente comprometida por unos cuan-
tos ..... patriotas, de que todavía podemos ofre-
cer muestras, en la couservacion de todos los
monopolios y todas las injusticias.


(( Tantas bellas pero e"tél'iles promesas-dice
Gervinus refiriéndose á este periodo-y todas
uq uellas reformas aparen tes, irritaron tan tu
más á los americanos, CUduto que, en los mo-
mentos en que tan fatales nuevas se reeibian
ue Espaiía, comenzaban á creer que todos los
partes que les habian anunciado hasta entonces
victoria.s, habían sido fVI'jados para engañar á




- 23-


los habitant,)s de las colonias. Preguntábanse,
y con razon, qué haria España luego de levan-
tada do su caida, si en aq uel momento en tI ue
se hallaba ndueida á un rinconcillo y sin otras
esperanzas ni ot¡·os recursos que los que le daba
América, bacia tan poca justicia á los ameri-
canos! Esta sola considcracion debió empujar
á los independientes resueltos á ]¡, accioll y la
ruptura» (l).


(1) Hislol'ia del siglo XIX.- IV. Las revoluciones latinas.
-La cat~.trQJe de 1810 en América.




.::=t==_


m.


Cuando la.s Córtes extraordinarias se reunie-
ron en Cádiz, la sitnacioll era g-ravísima. El
disgusto allende los mares se revelalm por todas
partes, y el porvenir no parecia muy lisonjero.


A haber sido otra la conducta de la Central y
de la Regencia no hubieran llegado las cosas á
aquel extremo. La una - dice Florez Estrada
en un libro, que « para examinar irnllal'ciillmen-
te las disengiones de la América con la Espaila
y los medios de su reconciliacion)) publicó en
1812-la una, «en vez de estrechar las Améri-
cas con la Península, autorizándolas para for-
mar Juntas compuestas de hombres de probi-
dad J de la confianza pública, elegidos por todos
sus naturales, que fuesen los cuerpos interme-
dios, que mantuviesen los vínculos de amor y
de union entre el pueblo y el gobierno, y que
remediasen las repetidas y notorias injusticias
cometidas en aquellos paises par empleados
que no eran nativos de allí, y que solo habian
sido conducidos para hacer su fortuna, y sin




- 25-


ninguno de los motivos que tiene un natural
para inter¿surse en el bien de su país natal,
estuvo muy léjos de establecerlas, siendo de
creer que esta sola prov}dencia hubiera llenado
de gozo {¡ los americanos y hubiera impedido
que se formase ningun partido de r1esconten-
tos)) (f).


En c:cc'nto á la Regencia, - dice tarn bien el
mismo os<,:·,~itor - " en vez Je ej(,cutar inmedia-
tamente, como halda ,Íllrado, la~ disposiciones
de la Junta central, relativas á que se verifi-
case cuanto úntes la representacion nGcional,
olvidándose de dar clllll.plill1iento á tan Sllgrado
deber, ninguna órden á este intento remitió á
la América, cuando si la hubiera remitido por
el primer correo, fIue llevó la noticia de su ins-
talacion,. hubiera evitado la insurreccion de
Caracas y de Buenos-Aires, y de cO{lsiguiente
la de toda la América- y luego de sabidas las
novedades de la pI'imera de aq uellas poblaciD-
nes, en lugar de precaver la guerra civil acce-
diendo á la,; j llstísimas propo:;iciones que los
vocales de lHluella Junta hadan en su carta de
20 de Mayo, dirigida al Marqués de las Horma-
Z,lS, Ministro de Hacienda, sin atender á lo que
dictalJU la justicia en todo tiempo y sin cOllsi-
deracioll al estado en que se hallaba la Penín-
sula, decretó reducirlos por la fuerza y hacerles
sufrir la ley que se les quisiese dictar» (2).


('1) Pág. 17, cap. 2.·, parto l.'
(2) Pago 37, cupo 2.°, rart. 2/'


4




- 26-


Sin embargo, ántes de emplear los recursos
violentos, envió la l{,egencia dos personajes,
no desprovistos de medios militares, y sobre
todo revestidos de plenos poderes para atraerse
loS ánimos de los insurrectos y pacificar la
América. Pero lo mismo Cortavarria que Elio
llegaron á Caracas y Buenos-Aires respectiva-
mente con las manos vacías de reformas: - y
claro era que al statu quo no se podian resig-
nar los americanos. Fracasaron, pues, los
proyectos de pacifieaeion, y el gobierno adop-
tó entonces una conducta en que Florez Estra-
da vé á la par « el despotismo y la irl'efiexion"
y que arrancÓ á un testigo, nada sospechoso
-al Sr. Costa y Gali, peninsular encargado
de la fiscalía de la Audiencia de Caracas (f)
-la triste afirmacion de que en « el país de los
cafres no podían ser los hombres tratados con
más desprecio y vilipendio.))


Harto se comprende cnán mal preparado en-
contraron el terreno nuestras Córtes de Cádiz.
Se 1mbian sembrado los óJios, y la sangre cor-
ria allende los mares. En la PenínRula oían se
solo los gritos de m,lera Espaila! leíanse úni-
camente las relacioJl~s que una de las partes
(la ofleial) enviaba, y los intere:sados en el stal·u
quo alzaban la voz excitando la pasion de la Jau-
c~ledumbre en provecJlO de lo que ellos llama.,.
ban la pátria y en realidad era sus bolsillos.-


(~) Citado por el Sr. UJ'c[uinuona en el Congreso: sesion
del 14 de ALril de 1031.




- 27-


y sin embargo, las Córtes, á poco dc reunirse
en la isla de Leon, solicitadas pUl' los suplentes
de Ultramur, uie,'on el famoso decreto de 15 de
Octubre de '1810, por el que primero, se ((confir-
mó y sanci<mó el inconcuso concepto de que los
dominios españoles en ambos hemisferios for-
maban una sola y misma monarquía, una mis-
ma y sola nacion y una sola familia, y que por
lo mismo los naturales q lIe fue"en originarios
de dichos dominios europeos ó ultramarinos,
eran iguaks en derech08 á los de la Península,
quedando á cargo de las Córtes tratar con opor-
tunidad y con un particular interés de todo
cuanto pudiese contribuir á la felicidad de los de
Ultramar, como tambien sobre el número y for-
11m que debia tener para lo sucesivo la represen-
tacion nacional en ambos hemisferios »-y se-
gundo, se «ordenó que Ilesue el momento en que
los p::íses de Ultramar, en donde ¡:;e hubiesen
manifestado conmociones, hiciesen el debido
reconocimiento á la legítima autoridad sobera-
na, que se hallaba establecida en la madre pá-
trh, lmlJiera un general olvido de cuanto hu-
biese ocurriuo indebidamente en ellos, dejando,
sin embargo, á st,lvo el d.Ji'8clw de tercero» (1).


Dificil es apreciar p3rfectamente el valor del
decreto de Octubre. Nadie podrá negar que las
Córtes, inspiradas en un alto sentimiento de
justicia y de amor á los reines de América, se


(1) Cúlcccion de los decretos y órdenes de las Córte, ge-
nerales y extraordinarias, etc., cte.-Tomo L°




- 28-


sobrepusieron hasta cierto punto á las pasiones
del momento. Pero nadie podrá negar tampo-
co que era muy distinto el punto de vista que
para estimar la medida tenian los desconten-
tos de Caracas y Buenos-Aires y los hom-
bres de Cádiz; por lo q11e si para estos el de-
creto era un verdadero RASGO, para los primeros
debia ser punto ménos que mera palabrería. A
más no se olvide que aun aquella medida no fué
solicitada por diputados de América venidos de
allí cuando el descontento estaba en las calles
armado y voceando, sino por suplentes nombra-
dos por la Regencia entre los americanos que á
la sazon residian en la Península.


Pero prescindiendo del valor moral que la
medida tuviera, prescindiendo .del carácter
subjetivo (permítasenos la palabra) de la dis-
posicion, y tomando las cosas más por encima
á fin de apreciar lo q Illl el deel'eto era en si y
los efectos que lógieamente debia producir, an-
tójasenos incontestable que el decreto pecaba
de insuficiente para remediar los males como
se proponia.


¡Una amnistía sin IImitacion alguna! Magní-
fico sin duda - á no acompaiiarle la éOnserva-
cion absoluta dc todCl el antiguo régimen ultrn-
marino. ¡ Una nueva declaracion de igualdad de
españoles y americanos! Soberbio-a no venir
despues de una declaracion idéntica de la Junta
central, y Ulla interprctacion tan irritant3 co-
mo la que le habian ciado las antoridades en
América y aun la misma Central y la Regen-




- 29-


cia. Por esto, y algo más, no quedaron satisfe-
chos los descontentos americanos, y los pocos
diputados que despues vinieron en este mismo
sentido se expr,'saron.


Vulgar es decir que aquellos diputados, junto
con los suplentes desde el primer día, no pen-
saron más que en producir conflictos, entorpe-
cer la marcha de las Córtes y acelerar el mo-
mento de la emaneipaeion de América. Ignó-
rase, en primer 1 ngo>!l", la gran participacion
que tuvieron en la gran obra de la Constitu-
cion de 18'i2, .Y como los Mejía. los Alcocer, los
Morales Duarez y los Júnregui figuraron en
primer tél"luino en aquellas inolvidaules Cór-
tes, lo rni;¡mo por su iuteligencia que por su
decision y su actividau.- Por otro lado, es ne-
cesario no olvidar la po;¡kion especialisima que
ocupaban; y biea q ne en alguna de sus preten-
;;iOllcS (como la de (Ille se procediese á elegir de
lluevo los diputados americanos ele aquellas
Córtes bajo un pié de extricta igualdad con la
Península) pecasen su tanto de inoportunos,
ni ann en e~te caso se puede negar, en princi-
pio, la justicia á su demanda, ;; en lo ;;'onel"al
les so\:;ralm la raZOil.


¿Qué era lo que uqueilos diputados reclama-
1au? Dígalo pUl' nosotros D. Agustin Al'güe-
]108, político harto citado por lo;,; euemigos de
América, y á quien, naturalmcnte, no se ten-
drá por sospecllOso. Dice así en SIl Exámen his-
/Qrico de las Córtes ele Cádiz: « En los principios
J resolucjoucs generales quc favorecían uós-




- 30-


tractamente la libertad, los diputados liberales
de Ultramar no se separaban de los ·de Europa.
En este punto los intrreses eran uniformes.
Pero en su aplicacion práctica é inmediata á
todos los casos en que se intentaba conservar
ilesa la autoridad suprema del Estado, dar
fuerza y vigor al Gobierno en la Madre pátria
para sostener la union y coherencia de pro-
vincias tan distantes y dilatadas, se echaha de
ver en Jos diputados de América cierta reserva
ó desvío, se advertia una como cautela; en su-
ma, no era posible desconocer que se dirigian
hácia otro fin, que se guiaban por reglas dife-
rentes, si no contrarias á las que servian de
llorma á los diputados peninsulares La supre-
~ion de los vireycs!! de las facultades extraordi-
narias á jefes de lJrovincias tan remotas, solicita-
da con tanb empeño, á pesar (18 la alteracian
tan considerable que hacia por sí sola en la llft-
turaleza de estos cargos la forma de Gobierno
representativo: el empeño en destruir el equi-
librio é ·influencia de la Metrópoli con una apli-
cacion estricta y ]Joco meditada del principia abs-
tracto de igualdad á la rcprescntacion de la Amé-
rica en las Córtes; el desacuerdo con los diputa-
dos li berales de E 11 ropa en la eleceíon de regentes
y conseie1'os de Estado, todos estos incidentes, y
muchos otros de la misma clase, descubrian el
verdadero espíritu y tendencia de la diputacion
de Ultramar» (1).


(1) Ca~ilulo Y/' T,,,oo .11.- lJ,;ello es rocordar '¡UD en




- 31-


y en otra parte, el mismo autor escribe:
«~luchas otras proposiciones hechas en diver-
sas épocas parecieron demasiado graves para
resolverla~ sin maduro examen. Entre ellas se
pedia la lib,3rtad de comercio extmnjero del mismo
modo que en la Península; la suprcs{on de todos
los estancos, y que el Erario se indemnizase por
otros medios de las cantidades que perci bia
hasta aquí en los ramos sujetos 'l aquellas res-
tricciones. La primera plWposicion en realidad
no era una reforma, sino el trastorno de todo
el sistema económico y administrativo que re-
gia entre las colonias y la Metrópélli. ........ -La
cuestion sobre los estancos en Ultramar no era


,Irnérica suhsistia, por ,lo que hace á la autoridad de los
,i,'eyes, la ley 1.", títulu 3,·, libro 3." de la Recopilación
ce Indias. que dice:


• En toLlos los casos y negocios qlle se ofrecieren JI hagan
-lo que les pareciere y vieren que cUIJviene. y provean toJo
.aquello que Nos pollríamos hacer y proveer, de cualquie,'"
.calidad y condieion '1ne sen, en las p,'ovineias de su cargo,
Jsi por nuestra persona se giJhel'nuf'an. en lo que no tuvie-
·ren especial prohihicion .• -EI virey de Méjico, Duque de
I.inares, htlbia dicho it su sucesol': 1( Si el que viene a go-
hCrnilr este reino no se acuerda repetidas veces que la rcsi-
tlencia mns rigu['osa es la que se ha de tornar al virer en
su juicio pOl'liculár por la Majestad dívina, puede scr más
30berano que el gran Turco, pues no discurrirá maldad que
no haya quien se la fauilite~ ni practicará tiranía que no se
la consienta. JI


en cuanto il la representacion política de América, obsél'-
'ese lo que hemos apuntado sobre la proporcion de los dipu-
tados amol'icanos con Ja poLlacion de América) asi como res-
pecto do! modo de ser aqucllos elegido ••




- 32


ménos embarazosa que la del comercio libre,
atendicndo al estado de penuria y crisis de la
Mctl'ópoli para hallar medios y recursos pecu-
niarios con que sostener una guerra tan activa
y cruel >J (l).


No It'c)mos menester aii:ulir consideracion al-
guna á las observaciones de D. Agustín Argüe-
lle~, BaRta con ellas, á n lIestro parecer, par:.:.
justificar la impaciencia y el dÜlgnsto de los di-
putados americanos,. así como par'u pro bar
más nuestro aserto de que el decreto de Octn-


(1) Capílulo n, Tomo H.- No ¡Jebe prcseinJirse tic '[lle
hasta 177H las prohihieioncs mercantiles halJian llegado hnsla
lo imposible. Por supuesto, los extrlmjerO!i; estllhon ohsoln-
1000mcntc ineilpllcitaLlos pora comerciar con las Amerír,ns; lo!!
",pañoles solo podio n l,"cerlo por el puerto de Cadíz, bajo
la inspeccioll ue la C3sa UP Sevilla y por medio !.le los f¡:-
lnOSOtl g;1.ieones y las no menos cé!eJ¡rc~ fórius de JJl;;pn !
POJIHuná; y hnsta las mismas provinci:ls amcl"ÍC¡}nfiS no po~
rlían truncar entre si, L1cspues de los decretos de Carlos III
liubsistió solo la primera de estas prohibiciones; traba qUe
alguna vez (corno en Buenos-Aires en 18DD) tuyieron qUí~
levantar tem~,oralm('ntc las lmlol'iuaues espaiínJas: qlle liJ5
JuntiJs nnwr¡c'tni.l~ ,";lIprimicron, á po,~o dr C¡)I1~t¡IIl¡I'H·. y r¡lle
ti Ifl. postre uholió Ferll<lnuo VII en 1H18 respecto de Cuha !
l)i1~rto-nico, pDI'3 'loe estas: islas prosperilr;¡n,


En Cllonto a los estancos ((4UC Ol'iJn di) la snl, del plomo,
de la pólYor~1. y d(~l [llugllO y sus compuestos. aSl CQlflO uel
tabaco y de. los nUi¡H!s) hay que advertir que rr.oah;!l sohf/~
HIlOS pueblos gravatlog ya por un sinnúmero de impuestos
indirectos tan enojosos como el quinto tlel oro y plata extrai·
dos .. los tributos tle i!ltl¡os, el uhnojal'lfazgo. las QlcllIH¡Ja~
lobre )lulque '1 Dg'uurdi'Jllte oc CJiHI, la lotería. los dos il()-
y\:nos del LlicznlO. 188 bulas, etc., etc,-flmcn de lu~ p~oiJi ..
b¡cionl'. en rnóteria de cultivo} LlHlnlStria y pcitca.




- 33-


bre era insuficiente. Las mismas Córtes lo de-
mostraron despueg.


Si fuese la ocaslon de apuntar críticas sobre
la conducta general de los diputados de Amó-
rica, algoy aun algas tendríamos que censurar
-por ejemplo, en el 'modo con que, punto mé-
nos que por unanimidad I trataron al discutirse
la Constitucion la cuestion de razas. Pero este
es el momento de apreciar su actitud y sus pre-
tensiones, en lo que se refiere á la Madre pá-
tria. Y cuenta que al aprobar estas no descono-
cemos que muchos de aquellos diputados po-
Jian acariciar esperanzas de un porvenir inde-
pendiente I pues que como dice tambien Argüe-
Hes, el triunfo de la Metrópoli en la lucha
empeñada con el coloso francés, á los unos
parecia quimera y á los otros punto rnéuos que
imposible: en cuyas aprensiones les acampa-
naba la Eut'opa entera.


l'io fueron, sin embargo. completamente esté-
riles los esfuerzos de los diputados ultramarinos;
y vé ahí una nueva desgracia de las Córtes dc
Cádiz. Resistieron estas al principio á hacerlo to-
do, prescindiendo de que en tan críticos momen-
tos es de necesidad acometer hasta lo temerario;
y á la postre, como hemos dicho, fl!eron conce-
diendo, poco á poco, mucho de lo que se las
pedia. Así, declararon la libertad de cultivo .Y
dc industria, y la de pesca y buceo de perlas: re-
vocaron la lteal órden de la Regencia !il capitan
general de Puerto·Hieo, y cualquiera 01m que
hubiese sido expedida á cualquier punto de la


5




- 34-


Monarquía, por las que las autoridades pudieran
;remover, confinar ó proceder contra persona al-
guna: abolieron totalmente el tributo y la
mita de indios.: proclamaron de nuevo la igual-
dad de americanog y peninsulares, insistiendo
en un punto gravísimo tratándose de colonias,
cual es el de la capacidad de los colonos para
todos los empleos y destinos: suprimieron las
matrículas de mar: extinguieron los estancos
menores: aclmitieron como coloniales los géne-
ros traidos á la Península en buques extranje-
ros: mandaron establecer en Ultramar los
Ayuntamientos y Diputaciones provinciales, y
por último, extendiendo á América la famosa
Constitucioa de f812, convocaron, bajo un pié
de igualdad con la Península, á los diputa-
dQs americanos para las Córtes ordinarias de
1813 (1).


(1) Coleccion de decretos. etc" etc. Tomos 1 y n.




IV.


Creían los ilustres hombres de Cádíz que su
laboriosa Constitucion había de ser el remedio
universal, y no maravilla por tanto que espera-
sen con extraordinaria fe que, con la promul-
gacion de aquella carta allende los mares, ter-
minasen pronta y radicalmente las agitaciones
y 101i disgustos. Pero era tambien necesario pres-
cindir de los antecedentes, la índole y las condi-
cionesde los reinos de America, lo mismo que de
la naturaleza de sus relaciones con la PenÍnsu-
la, para aguardar tal cosa. Aparte de esto, tam-
poco hubo tiempo-como luego veremos-de
que la Constitucion surtiese efecto en el Nuevo
Mundo: más aun cuando la conducta de los go-
bernadores y capitanes generales hubiese sído
otra, de seguro no hubieran quedado satisfechos
los deseos de aquellos inmortales legisladores.


No es del caso examinar la obra de Cádiz, ni
ensalzar su valor, habida cuenta, así de su mé-
rito intrínseco, como de las espccialÍsimas cir-
cunstancias en que se hizo, y de las prendas de




- SG-


energía, inteligencia y patriotismo que supone
en sus uutol'es. Bastaria el título V (de los tri-
bunales y de la ad"rninistracion de justicia enJo
civil y criminal) para que con profundo respeto
mirásemus la Constitucion gaditana; pero no
es bajo este punto de vista como debemos ahora
considerar aquella faplosísima obra.


Los legisladores de Cádiz habían pensado que
la justicia, lo mismo q ne la conveniencia, exi-
gian la completa asimilacion de los reinos de
América ú la Península; así que la Constitu-
cíon de 1812 no sanciona diferencia alguna entre
los dos hemi.~ferios-como no se tenga por lo
contrario las leves modificaciones que sufren
algunos artículos de aquella Carta en puntos
secundarios ó de detalle, y el silencio que se ob-
serva en ella respecto de la esclavitud, indirec-
tamente snncionada. La misma cuestion de ra·
zas, que salta á primera vista, la Constitucion
la sortea (que no resuelve), determinando en sus
títs. t.o Y 2.0 las condiciones generales de la na-
cionalidad"española y de la ci udadanía, por cima
'de las distancias y de los climas. De esta mane-
ra, si el nrt. 5. 0 reconoce el carácter de españo-
les á los hombres libres, nacidos y avecíndados
en los dominios de España, "á los extranjeros
naturalizados por carta especial ó por avecinda-
miento, y á los libertos que adquieran la li-
bertad en las Españas; el arto 18 preceptúa co-
mo condicion de la ciudadanía, la nacionalidad
del individuo por ambas líneas, y el 22 exten-
samente trata de los españoles que por cual-




- 37-


quier línea son habidos y reputados por ori;,;i-
narios del Africa, á quienes las Córtes, apre-
ciando sus servicios á la pátria, su talento, apli .
eacion y conducta, podrian conceder carta de
ciudadano, supuesto, siempre que fuesen ingé-
nuos sus padres (l).


Fuera de esto, el gobierno superior de la Mo-
narquía con sus Secretarios del despacho y su
Consejo de Estado, la unidad religiosa, la 1c-
gislacion civil y criminal, la representacion en
Córtes, la organizacion de tribunales y la ad-
ministracion de justicia en lo civil y criminal,
el gobierno interior de las provincias y de los
pueblos, las contribuciones, la organizacion de
la fuerza militar nacional, y en fin, las bases de
la instruccion pública, son unos mismos para
América que para la Península. Cierto que, á pc·
sar de todo esto, subsistia cierta diVersidad, por


(1) Es notallilísima la discusion habida en las Cártes de
Cádiz sohre el reconocimiento de los derechos de eiud.dani",
á los libres de color. La mayorla de los diputados america-
nos lo pretendiall. si ilien los más negah"n el derecho de
ocupar altos puestos y de venir á las Có¡'les á los negros y
mulatos; conviniendo todos en exigir como única condicioll
la de que el bombre de color fuese hijo de p'dres ingenuos.
Los diputados peninsulares, quú al principio halJian sido los
mas avanzados cuando los americanos tituheaban .. dcspucs
se negaban DI tal reconocimientOJ comprondiendo que el de-
seo de los americanos (y así em la verdad) eonsistia en rc-
cOllocer á los hombl'es de color solo el lluecho de votar. ó
como ellos llamaban, el voto activo, para anmf'ntar la reprt~­
sentacion blanca de América. Claro que por cima de estas
miserias estaban hombres como Alcoeer y Lurrozabal.




- 38-


ejemplo, en materia de contribuciones, en pun-
to á libertad de trafico, respecto de las faculta-
des de los Gobernadores superiores y de los Vi-
reyes, y en fin,-como antes lIemos dicho,-
por lo que hace á la esclavitud, reconocida solo
en América; pero estos eran puntos que queda-
ban fuera ele la Constitucion, considerados como
propios ello las leyes secundarias y que podian
ser resueltos de una ú otra manera sin exigir
modificacion alguna de un solo artículo consti-
tucional.


No era esta la tradicion española en punto á
gobernar colonias. Si no lo probase cumplida-
mente la comparaeion detenida de la Recopila-
cíon de Indias con nuestros Códigos generales,
bastaria reparar por un momento en la signi-
ficacion y alcance del famoso Consejo de Indias,
que en la Península residia, asi como en el ca-
rácter y atribuciones de los Vireyes y de las Au-
diencias allende los mares. Compuesto aquel
de dos salas (una de justicia y otra de gobierno)
no solo era el tribunal de apelacion en los gra-
ves negocios contenciosos, sino el confecciona-
dor exclusivo de las leyes especiales que impor-
taban á las Indias, y el único conducto por don-
de debieran ir las disposiciones superiores á las
Colonias; de tal modo, que solo con el sello del
Consejo eran estos acuerdos valederos. Por otra
parte, las Audiencias revcstian un doble carác-
ter, y así mientras por un lado entendian en los
negocios contenciosos, por otro debian ser con-
sultadas én los asuntos graves de gobierno por




~ 39-


los Vi reyes y Capitanes generales. yen determi-
nados casos y solicitadas por los particulares
agraviados, podian intervenir en defensa de es-
tos contra las medidas de las autoridades.-Por
último las leyes de Indias habian cuidado de po-
ner en manos de los Vireyes el summum de la au-
toridad ,para resolver en los casos críticos y
urgentes, como pudiera hacerlo el mismo Rey
si posible fuere el consllltarle.


De esto resulta que si bien la suprema direc-
cjon de las cosas americanas era atendida y
practicada desde aquí. esto es, desde la Penínsu-
la, en cambio se dejaba á los poderes provin-
ciales de América gran autoridad y facultades
superiores á las de sus semejantes' del resto de
la Monarquía. Sin duda que esto no se hacia de
la mejor manera, pues que lo mismo en la Pe-
nínsula que en las Indias, se prescindia del ele-
mento popular, y aun en estas últimas estaban
desatendidos completamente los naturales del
país, recibiendo los vireinatos y capitanías ge-
nerales todos sus empleados y directores de la
Península, máxime desde que con los últimos
Felipes desapareció en ambos hemisferios la
menor sombra de libertad: más no puedc ne-
garse que con el sistema de las leyes de Indias
podian ser mejor atendidas, más pronto, más
discreta y más eficazmente (supuesto el régi-
men absoluUsta que en toda la nacían privaba)
los negocios especial;simos de aquellos lejanos
países, que COll otro sist0ma de asimilacion
completa, calcado en U:1 principio de infecundo
y opresivo centralismo.




Inútil nos parece insistir en las diferencias
que separaban á las Indias de la Metrópoli, y
no ménos impertinente se nos antoja detener-
nos en demostl'ar los graves perjuicios que á
los intereses de aquellas había de traer la reso-
lucían de todos sus problemas urgentes, y to-
dos sus graves y peculiares negocios desde la
Península,-esto es, á muchos miles de leguas
dd distancia-yen época en que las comunica-
ciones no eran fáciles. Esto, sin embargo, fué
lo que sancionó la Constitucion de 1812; advir-
tiendo que si bien inspirada la obra gaditana en
un sentido democrático, sus preceptos distan
abismos de aquel liberalismo radical que, reco-
nociendo al individuo la plena autonomía así en
la esfera política, como en la económica, como
en la social, limita el poder del Estado á lo me-
ramente indispensable para asegurar eL órden
político, administrar justicia y representar la
personalidad nacional en el concierto de los
pue bIas ci vilizados,-y consiguie n temen te hace
poco temible la incompetencia, la inoportunidad
ó el extravío de las autoridades superiores. Nada
de esto sucedia con la Constitucion del 12; Y el
Gobierno soguro estaba de entender á cada paso
en cuestiones de puro interés individual ó local,
así como las Córtes debianestarpreparadas á to-
mar resoluciones sobre aSllntos que ni ele oidas
conocían, por pertenecer á lejanas y singulares
comarcas.


Algo preocupó esto á las CÓl'tes de Cádiz , si
bien nunca llegaron á dominar la cuestion ni á




- 41 --


verla tal cual en sí era. Cierto que el problema
era gravísimo. En primer lugar era la cues"tion
colonial, q uela misma Inglaterra no resolvió sino
cuarenta años despues, y aun de un modo que
no nos satisface por completo. Despues, el pro-
blema haLia venidQ al debate bajo la forma de
una protesta de los americanos contra el modo,
para ellos ofensivo, que la Península tenia de
apreciar la igualdad de los reinos de uno y otro
hemisferio. j Qué ml1Cho que las ilustres Córtes
de Cádiz resolviesen la cuestion proclamando
á la postre, con un desinterés que admi ra , la
igualdad absoluta de la Península y de los rei~
nos de América; igualdad imposible, á lo mé-
nos en todo el ri~or y toda la extension que los
legisladores gaditanos pretendieron!


Pero hemos dicho que algo de lo que estamos
observando entrevieron las Córtes de Cádiz.
Tratábase de los Secretarios de Estado y del Des-
pacho (cap. 6.°, tít. 4.°) Y no fué floja la discu-
sion que versó sobre si habia de existir un Mi-
nistro especial de la Go bernacion para ultramar,
y despues de conseguido esto, sobre si habían de
ser dos (uno para la América meridional y otro
para la setentrional con las posesiones de Asia) ó
unosolo, como al cabo se acordó ("1). Tratábase de
las facultades de los ayuntamientos y de las pro-
vincias, y se discutió y aprobó que en Ultramar
pudiesen las diputaciones, con expreso consenti-


(1) Art. 222.
6




- 42-


miento del jefe de la provincia, usar de los arbi·
trias más convenientes para la ejecucion de
obras de utilidad comun, si la urgencia de estas
no permitiese esperar la resolncion de las Cór-
tes, así como que velasen sobre la economía,


e órden y progresos de las misiones para la con-
version de indios infieles (J). Tratábase, de la
supresion de los Oonsejos especiales para dividir
las funciones administrativas do las puramente
contenciosas, creando el Consejo de Estado yel
Supremo Tribunal de Justicia; y si bien se sos-
tuvo por algunos diputados que la mitad de los
individuos de aquel alto cuerpo debía ser de
americanos, al cabo no se sancionó esto, lo-
grándose quc doce de sus miem bros, á lo ménos,
fuesen nacidos en las provincias de Ultra-
mar (2). Tratábase de las Audiencias de Améri-
ca, y se examinó y aprobó que estas pudiesen co-
nocer de los recursos de nulidad lo mismo que
el Supremo Tribunal y á diferencia de las Au-
diencias peninsulares (3) ..... Et sic de cteteris.


Claro se vé que todas estas conéesiones á b
especialidad de los asuntos de América no po-
dian satisfacer sus necesidades. Nosotros cree-
mos (y permítasenos esta digresion) que dada la
extensioIl y poblacioIl de las Américas, era una
locura pensar en la unidad nacional al modo que


(1) Art. 53:;, parral')s 4.° 1 10.
(2) A rt. 232.
(;';) Art.2ü8.




43 -


los hombres de Cádiz la deseaban (1). Procla-
mada la absoluta igualdad de americanos y pe-
ninsulares (base de la unidad nacional que ellos
pretendían) IÓ3'ico era pedir representacion en
Córtes bajo un pié de extricta i¿uaIdad tam-
bien; y á concederlo las gaditanas, tarde que
temprano sucederia que el mayor número de
diputadoslseria americano, y que se plantease la
cuestion de llevar la capitalidad á las Colonias,
como ya por aquellos tiempos se sugirió. A este
disparate, lÓ2,'ico despues de todo, las Córtes
de CádÍ:!; ocurrieron ne,;'ándosc á dar el carácter
de ciudadanos, y por tanto á contarlos para gra-
duar la representacion de las Américas, á los
hombres de color libres: mas harto se com-
prende cuán inj usto era este acuerdo, y qué po-
co conciliable con el espíritu democrático de la
Constitucion.


(1) A nuestro parecel" el mero hecho de la revolucion
española implicaha la separncion de los reinos de América y
la Peninsulll: so!o que c~ta sc>paracioll, para producir buenos
cfectos, no podia sel', por entonces y aun bastante despues,
absoluta y defillltiva. El prohlemiJ, pues, qtle desconocieron
los legislarlores de Cildiz. cnl1~istia en dHI' ron un medio de
preparar lu pronta cllpllcip;;cion de ]as AllléricliS a]a somhra
de lil bandora eSllUiJo1a, Ya &fJ tiempo ¡Jo ebrios III hahia
entrevisto esta eventualidad el Condo ,le MUIIUil, proponivlldv


que a los "ircinatos ameriC[dlOS f'uCl'cn Infantes de España.
-No quet'emos nf podemos insistir mas ea C.'ite punto, que
afecta a la cue~tlon colollinl: cucstion que se debe resolver
siempre fija la vista en un principio expansivo. aunque ,'a-
riando siempre )os mCllios, segun las circunstancias y las
condiciones !le los países.




44 -


Pero aun supuesto que la extension y pohla-
cion de las Américas no fueran tan considera-
bles con respecto á la Península; y aun dando·
de barato que los legisladores de Cádiz hubie-
sen cerrado los ojos ante el porvenir, aceptando
en toda su trascendencia el principio de igual-
dad, comprenderíamos que se hubiesen declara-
do ungs mismos, en la Península yen las Indias,
los que en el lenguaje político moderno se lla-
man derechos individllales, que se hubiesen ex-
tendido á Ultramar la legislacion civil y crimi:-
nal; y hasta todos los títulos de la Constitucioll
gaditana en que se trata de la nacionalidad y
la ciudadanía españolas, de las Córtes, del rey,
de los tribunales, de las contribuciones, de la
fuerza militar, de la instruccion pública y de la
observancia de la Constitucion. Quizá esto hu-
biera producido buenos efectos por el momento:
quizá de esta manera hubieran podido conti-
nuar las buenas relaciones de americanos y pe-
ninsúlares por cuatro, ocho y hasta doce años,
satisfecha en algun modo la enérgica aspiracion
de libertad de aquellos, y dispuestos unos y
otros á sortear los conflictos y á acallar las
quejas, en gracia del principio igualitario á que
la Constitucion, y soure todo su extension á
Ultramar obedecia. Pero lo que nunca podría-
mos calificar de discreto y de eficaz es la pro-
mulgacion allende los mares de todos los ar-
tículos del título 6.° de aquella famosísima
Constitucion.


Trata aquel título del gobierno de los pueblos




- 45-


y de las provincias, y si bien autoriza á los
ayuntamientos y diputaciones para cüidar de
l~ salubridad y comodidad pública, para admi-
nistrar é invertir los caudales de propios y ar-
bitrios, para cuidar de las escuelas, hospita-
les, hospicios, etc., etc., y de la construccion de
caminos y demás obras públicas, pal:a proponer
al Gobierno y á las Córtes los arbitrios necesa-
rios para sus empresas, etc., etc., siempre'están
sometidos á leyes y reglamentos especiales y
harto nimios, así como á la intervencion yapro-
bacion del superior Gobierno. Pues bien, esto es
inadmisible en buenos principios de política y
administracion; esto ha producido y produce
siempre el aniquilamiento de la vida local y poco
á poco la muerte del país-pero esto era en las
Américas, dada la distancia que las separaba y
separa de la Península, y supuestas sus parti-
culares condiciones físicas y morales, pura y
sencillamente imposible.


A más, fuera de la Constitucion quedaban
muchas cuestiones sin resolver; cuestiones que
importaban á la vida económica de aquellos
países; que tocaban al comun dc las gentes,
capaz de apreciar antes las necesidades mate-
riales que las morales y políticns-y á que los
rebeldes habían atendido de un modo general-
mente acertado, haciendo que sobre él tomasen
asiento grandes y respetables intereses. No era
de esperar, por tanto, que mientras estos no
quedasen ÍL salvo, sancionados explícitamentlJ
por un articulo constit1lcional, dejase de tener




- 46-


formidables enemigos la obra de Cádiz, ni que
mientras las necesidades materiales no fuesen
atendidas de un modo análogo á las políticas,
concluyese el descontento de los americanos.


Por todo esto la Constitucion de 1812, la
Constitucion sola, no podia satisfacer las nece-
sidades de Ultramar. No es que fuese demasiado,
como dicen algunos, suponiendo graciosamente
que la obra de Cádiz era en punto á libertades,
radical y casi anárquica: es que no era BASTANTE.
Como luego veremos, las autoridades españolas
no dieron tiempo á que pudieran apreciarse los
efectos de la Constitucion en América. en todo
el año i 3 Y parte del 14, es decir, desde su pro-
mulgacion hasta el triunfo del absolutismo en
la Península; pero aun cuando no hubiera pasa-
do así, no nos habria estl'aiíado que á la pos-
tre los americanos se quejasen de la Carta, á
que nosotros dimos y aun damos una verdade-
ra y merecida importancia.




v.


Todavía acompañó otra desgracia á la polí-
tica de las Córtes de Cádiz respecto de los rei-
nos de América. A buscarlos expresamente no
hubieran podido encontrarse hombres más in-
capaces para gobernar aquellos revueltos paí-
ses y para secundar ó facilitar la obra de las
Córtes en aquellos críticos momentos. que los
generales encargados entonces de la direccion
de las cosas allende los mares.


Si es en Buenos-Aires no pudo darse mayor
ineptitud que la demostrada por el general
Erío. Cierto que su presencia en la Plata, sin
otr0s recursos que los puramente militares,
-:; sin ánimo ni autoridad para hacer las refor~
mas políticas y económicas, que ya por sí ha-
bian iniciado los porteños. luego de depuesto
el Virey Cisneros y de creada la Junta, no daba
derecbo á esperar que tal mensajero fuese allí
buenamente aceptado. Así que la Junta de
Buenos-Aires se negó á reconocerle, pues de-
cia que Eiío, en todo caso, solo representaba




- 48.-


á otra Junta pro\incial de la Península, tan
respetable y tan soberana, pero no más que
ella.


Pero fuera de esto, las condiciones perso-
nales de EIío obstaban de un modo grave al
logro de su empresa eminentemente política y
de conciliacion. Imbuido en las preocLlpaciones
del viejo y brutal realismo de los Córdova y los
Alba, duro por temperamento, saturado de
aquel españolismo ciego y altanero que ya
Montesquieu criticaba, y que bastante gene-
ralizado en las clases superiores peninsulares
que en América residen, proporciona á cual-
quier menguado la Husion de que es hijo de
Cortés ó de Pi zar ro ; incapaz de renunciar por
un momento á la idea de que los americanos
eran rebeldes á quienes convenia rellncir á la
fuerza y sin ningun género de miramientos,
Erío acometió su empresa con cierla grosera
diplomacia que por precision habia dé traer in-
mediatamente la lucha. material-que, por otra
parte, estaba en el deseo de los leaders ameri-
canos.


Quizá no hay tier·ra en el mundo en que se
necesite mayor habilidad para que un diplomu-
tico logre su propósito que la América meridio-
llal; y en la época l\ que ahora nos l'eferil.Üos
aquella necesidad subia de punto. Resultado
de tantos años de opresion y de mutismo, la
sinceridad no era por cierto la virtud predomi-
nante de los estadistas americanos; á cuyo de-
fecto unbn una per~picacia y una illtencion




- 49-


iguales, si UD superiores, á las que tanto nom-
bre han dado á los políticos de Italia. Así que
el grosero manejo de Erío, ni por un instante
pudo sorprender á hombres de la talla y de la
voluntad de ltU Saavedra ó de un Moreno-y
obligado aquel á la guerra, que como antes de-
damos, era muy del gusto de los que partida-
rios de la independencia todavía no habian po-
dido proclamarla, y aguardaban á que la Me-
trópoli con sus torpezas la hiciese necesaria;
obligado á la guerra, repetimos, sus esfuerzos
.r sus actos militares quedaron muy por bajo
de la salvaje actividad de Artigas, del tacto .de
Belgrano y de los felicísimos y trascendentales
empeños de San Martin. j Qué mucho que tal
pasara si á los hijos de la Revolucion oponia
nuestra malaventurada España la pesadez, )u
l'Iegnera, las estrecheces de los hombres del an-
ti,?uo régimen!


mio, pues, no sufrió más que reveses, con-
cluyendo por pedir, á fines de 1St 1, una sus-
pension de armas, despues de la que se vino á
la Península, á desem peñar otro papel uada sim-
pittico. En Montevideo quedó Vigodet, hom-
bre de mejor voluntad, pero privado de recur-
sos, reducido á aquella sola plaza de armas, y
viendo- en el mal' al temerario Brown y en tier-
ra al feroz Artigas ..... La causa estaba perdida:
"lUucho tenia España que hacer-di(;e un re-
ciente historiador de La Plata-para volver las
colonias á aquello~ qentimientos de lealtad que
habian brotado con tanta fuerza, cuando el


7




- 50-


cautiverio del rey Fernando VII. La torpeza de
los españoles y la audacia de algunos tribunos
habian hecho imposible la vuelta al antiguo es-
tado de cosas. Para los espailoles el tiempo de
las concesiones habia pasauo. El amor propio
Begaba á los que hubieran podido informar al
Gobierno de Madrid. En una palabra, los pa-
triotas eran considerados corno rebeldes, y no
se queria oir hablar de ellos. El restableBimien-
to del órden fué confiado á 2.200 soldados qu@
llegaron á Montevideo en el navío San Pablo y
en la fragata Prueba, en los últimos de Setiem-
br~ de 1813" (1).


Poco antes se habia reunido el Congreso de
las "Provincias Unidas del Rio de la Plata» y sin
embargo de proclamarse autoridad soberana "pa-
ra conservar y sostener la integridad, la liber-
tad y la prosperidad de las provincias y la santa
religion católica, apostólica romana,» todavía
no desechó la idea de dependencia respecto de
Fernando VII. Aun en 1814 vinieron á España
dos delegados para procurar, á cambio del reco-
nocimiento expreso de la supremacía de la Madre
patria, la concesion de la autonomía colonial y
la libertad de comercio. Aun en 1815 Rivada-
via, el gran Hivadavia, quizá el primer político
de la América meridional y que nunca abominó
de España, en medio de sus generosas aspira-


(I) La Plata, por S. Arcos. IV Repúhlica argentina. pá-
gina 514.




- 51-
ciones literales, pretendia en Europa, y c(,!'ca
del ex· rey Cárlos IV, la union personal de Es-
paña y América. Pero todo fué inútil. l'Íllc;,;tros
hombres estaban ciegos. La cuestion do Amé-
rica era para ellos (lo mismo que ahora se dice)
una cuestion de fuerza, y el ~ongreso de Tucu-
man, á mediados de 1816, proclamó In indepen-
dencia de la Plata. .


Veamos cómo pasó en Caracas. Que D. Yi-
cente Emparan, Capitan general de Venezuela
por los años de 1809 y mucha parte del 10, ca-
recia absolutamente del don de gobierno, cosa
es que nadie puede contradecir. NombmLÍo por
la Central para sustituir al acomodaticio Casas,
se desató al principio contra todo lo que signi-
ficaba un deseo superior á lo existente allende
los marcs, á reserva de manifestar una debili-
dad incomparable cuaTIllo la revolucion ameri-
cana estalló en Caracas con cierta energía (á
mediados de 1810) obligándole, primero á pre-
sidir una Junta popular y despues á embarcarse
para la Península con otros altos funcionarios.


Indudablcmente esta vergonzosa retirada
alentó mucho la revoluoion venezolana. por lo
mismo que el peso de la Capitanía g'eneral había
sido tan considerable y temido hasta entonces:
y tanto más repugna la conducta de Emparan-
impropia de aquella raza que habia dota40 á
América de gobernantes y hombres del temple
de Gasea, Toledo, Linares, RevilIagigedo, Guz.
man y Vasconcellos-cuanto que las simpatías
por España eran en Venezuela profundas y daban




- 52-


pié para una reaistencia enérgica, como lo pro-
baron los sucesivos y expontá-neos levantamien-
tos del elemento español en Caracas, y la actitud
",'el'claderamente heróica, la fidelidad insupera-
ble y la decision peregrina de Coro y Maracaibo.


Pero no hay que extrañarlo: todo esto es el
l esultado natural de encomendar la direccion
lle los negocios públicos al elemento militar.
Faltos sus homb¡'es de verdadera educacion po-
lítica, criados bajo los rigores de la disciplina,
y desconociendo absolutamente la complexidad
de la vida civil, necesitan para que su empeiio
se logre la completa pasividad de los pu81;los; y
cuando estos se conmueven y se agitan. no sa-
ben encontrar el medio entre la aéometida y la
retirada. Solo merced á cualidades excepciona-
les, algunos de estos hOll bres logran á las veces
Jominnr la situae;ion, comprendiendo que en los
momentos criticos de la vida de los pueblos, an-
tes que el sable que corta en vez de desatar,
conviene la mano que descose en vez de romper.
Pero esto es puramente excepcional, y su mis-
ma singularidad abona nuestra observacioll so-
bre las in"conveniencias del mando militar: pro-
badus, punto ménos que constantemente. en las
Indias españolas cuando estuvieron gobernadas
solo por brigadieres y generales,


El hecho fuó, pues, que los caraqueños em-
barcaron á las autoridades peninsulares, y, pro-
testando fidelidad á Fernando VII, se negaron
á reconocer la Regencia-lo mismo que habia
hecho Buenos-Aires, Contestó aquella con el




- 53-


bloqueo de los puertos sublevados de Venezue-
la, enviando luego á las provincias fieles al in-
tendente Cortavarria, á fin de pacillcar la capi-
tanía general-casi al mismo tiempo que de Ca-
racas iba á Lóndres el famoso Bolívar para ob-
tener apoyo de los ingleses mediante la libertad
de comercio, y la intervencion del gobierno bri-
tánico para el arreglo de las diferencias de Es-
paña y América.


Como en otro lugar hemos dicho, Cortavarrü.
llegó á Venezuela sin otra cosa que palabras, y
en momentos en qne las pasiones comenzaban
á agitarse, excitadas por el ardor de los revolu-
cíonarios y los efectos del bloqueo y de la de-
claracion de rebeldes con que la Regencia, en
Agosto de t8fO, habia eondenado á les ¡iberaIe.s
venezolanos. La mision del enviado de la Re-
gencia era inútil: la mayor parte de la capita-
nía general se identificó con el movimiento re-
volucionario, mientras que Coro y J\laracaibo
persistian en su adhesion á la Madre pátria, rc-
chazando las embestidas de sus paisanos, y sir-
viendo de base para los ataques que los realistas
intentaron, asi como de esperanza para los que,
aun en el corazon mismo del país sublevado, eu
Caracas, en Cumaiía, en Valencia y otros luga-
res, se levantaron, en todo el año 1 f, adamando
el nomure de Espaiia, á costa de mucha y pre-
ciosa sangre.


Al delirio de los unos, á la ambician de los
otros, á los rencores de estos, á las desgracias
de aquellos, y á la pasion de todos, se juntaroIl




- 54-·


los estragos de una guerra constante y dura,
que pOI' momentos tomaba para las dos partes
beligerantes el carácter de nacional. Al grito
de ¡viva España! se respondía ¡viva Venezuela!-
y no maravilla que el 5 de Junio de 1811, reuni-
do el Cow;reso de las provincias de Caracas,
Barinn~, Barcelona, Oumaña, Margarita, Tru-
jillo y :Jlérida, se redactase y proclamase (ántes
que en ningun otro pueblo) el Acta de indepen-
dencia de Venezuela, en lo que tambien influyó
ba~t:mte el ejemplo de la América del Norte.


:Meses despues. y ya en 1812, un marino,
:;I,lontevcl'de, por sorpresa ocupó á Valencia y á
Puerto Oabello, y con él tomaron la ofensiva
los rC:llistas. La conducta del nuevo Capitan
beneral y pacificador de Venezuela no es para
descrita. Pródigo de palabras y dispuesto siem-
pre á firmar toda clase de pactos y transaccio-
nC,q, en cambio no encontraba la menor dificul-
tad para violarlos en seguida. «Todos los ódios y
todos los insultos imaginables-dice Gervinus
-se vertieron sobre la cabeza de los clwcutos
para pagades cuanto habian hecho á los go-
dos. Algunas semanas dcspues comenzaron en
granele escala las prisiones por todo el país,
elevándose aquellas, segun cuentan, á la cifra
de 1.500. Se in ventaron conspiraciones á fin de
poder continual' maltratallllo con el destierro,
las ejecuciones y la confiscacion, 'y la soldades-
ca inauguró un_horrible sistema de asesinato,
salteamiento, destruccion é insultos personales,
donde quiera que se presentaba.»




- 55-


La misma Constitueion que las Córtes de Cá-
diz miraban como remedio á todos los males,
sirvió á Monteverde para satisfacer su sed de
venganza y sus miras personales. A fines de
1812 proclamó en Venezuela la Constitucion, y
los que fiados en ella y en el indulto, ó mejor
amnistía, que las Córtes dieron para solemnizar
este hecho en toda la nacion, regresaron á sus
hogares, á poco fueron víctimas de Un auto de
11 de Diciembre, por el que se mandaba "pren-
der á todos aquellos que por sus hechos yem-
pleos obtenidos en el gobierno insurgente fue-
sen sospechosos, ó que por sus ideas subversi-
vas ó anti-evangélicas fuesen perniciosos; ó que
pOI' su influjo en el pueblo, su aptitud, persua-
sion ó intereses fuesen á propósito para ponel'se
á la cabeza de una asoLlada, violencia ó motin.»
-¡Pero qué más! los mismos subordinados de
Monteverde protestaban contra semejante con-
ducta; y has taJa Audiencia, en Febrero de 1813,
decia al Ministro de Graci!l. y Justicia que los
más de «los procedimientos eran nacidos de
venganzas y del proyecto de apoderarse de los
bienes de las víctimas,» afirmando que' todas
estas medidas eran tan imprudentes como in-
justas.


"En efecto-observa Gervinus-nada excitó,
entre los americanos, el furor de los partidos y
la sed de implacable venganza como esta con-
ducta de jefes improvisados, que á sí mismos se
autorizaban para destruir, con tan sangrienta
barbarie, aquel pueblO de hermanos, en nombre




- 56-


de un fantasma de Rey, y para someter "el uní -
verso de Colon" á UlÍ pobre resto de España, es-
capado del yugo de los [¡'anceses. Por esto fué
por lo que si los más ardientes patriotas de
Venezuela, en el mes de Mayo, habían desespe-
rado de su causa, perdida por la apática indo-
lencia del país, ya hácia el fin del año hasta los
hombres más tiblos habian aprendido á compa-
rar, con reconcentrada rabia, la diferencia que
existia entre los sacrificios hechos por la causa
de la pátria y los golpes dados por el despotis-
mo de los soldados)) (t).


Y comentando estos sucesos en las Córtes de
1837 el diputado Urquinaona (que habia sido
tambien enviado á Ultramar para pacificar aque-
llos países, y que ya en Marzo de 1813 habia pe-
dido á las Córtes y á la Regencia "q ue hiciesen
una indagacion general y un escarmiento tan
público como eran los excesos de las autorida-
des ultramarinas," exclamaba: ,,¡Un pueblo así
tratado, así exprimido, así dislacerado, necesi-
taria leer las proposiciones y los discursos de
sus diputados para levantarse y sacudir el yugo
de la opresion genera!!" (2)


Naturalmente, á poco Monteverde suspendió
la Constitucion. No habia producido ni podia
producir resultados: bien es que nunca, ni pOl'


(1) Gervinus,-,lIi.sloria del siglo XIX. Independencia de la
América española. Desarrollo y decadencia de la revolucion
do 1811 a 1817.


(2) Diario de las Córtes <le 18m. Sesiones de Abril.




- 57-


un momento, habia sido verdad en Venezuela.
Tras esto la revolucion americana tomó vuelo,
dirigida por Bolivar, y á mediados de 1813 otra
vez habian vuelto los peninsulares á verse redu-
cidos á Maracaibo y Coro. La guerra tomó un
carácter que hace extremecer, lo mismo del lado
de los españoles que de los americanos, y que,
para honor de la humanidad, convendria que
desapareciera de la historia.-La presenc¡a de
Morillo en Venezuela, hácia mediados de 1815,
coincidiendo con un gran cansancio en toda la
América latina (iJ. exccpcion de Buenos-Aires),
.Y con el triun'fo y la resurreccion de España en
Europa, dió algunas esperanzas de conciliacion.
El Gobierno absolutista de 1814 habia prome-
tido hacer justicia á las Américas, y el General
1.10rillo llevaba instrucciones, en que indudable-
mente rebosaba indulgencia para los rebeldes.
Sin embargo, á poco de Ilegal' á Venezuela, Mo-
rillo, siguió la tradicion represiva: confiscó pro-
piedades, persiguió sospechosos, derramó san-
gre .... y sus mismos consejeros entrevieron la
próxima y definitiva proclamacion de la Repú-
blica independiente de Colombia.


Méjico tambien pasó por situaciones muy
análogas. Allí, sin duda alguna, la desafeccion
al órden de cosas colonial era más profundo y
más general que en el resto de la América lati-
na; allí, sin embargo, el fermento separatista
era punto ménos que imperceptible.


En Méjico se evidenció como en ninguna otra
parte toda la inmoralidad de la administracion


8




58 -
colonial á fines del siglo XVIII y principios del
corriente: en Méjico el alto clero nadaba en la
abundancia, mientras el bajo apenas si podia
vivir, exprimido y maltratado. Por manera que
allí el descontento estaba, no precisamente en
ciertas y determinadas clases instruidas y de
aspiraciones de mando, sino abajo, entre las
gentes humildes, en el clero parroquial, en los
hombres que palpaban las estrecheces y las in-
conveniencias del absolutismo colonial en la
vida íntima, comun y diaria. No pasaba esto en
Venezuela, donde existia una aristocracia inte-
lectual, que llevaba la voz de los agravios y
sonreía ante un porvenir independiente: aris-
tocracia que expulsó á Emparan, y si bien á la
postre acometida por las masas inferiores, nun-
ca dejó de capitanear la insurreccion y de in-
tentar comunicarla el carácter separatista, á
que tanto contribuyó con sus desaciertos el
Gobierno español.


Por otro lado Méjico nunca habia podido
apreciar su propio valor, ni por tanto calculado
lo que seria viviendo la vida independiente ó
entregado á sus exclusivos recursos. No pasa-
ba esto con Buenos-Aires. que durante la guer-
ra con los ingleses á principio;; 'del siglo, se
habia visto separada, punto ménos que absolu-
tamente de la Madre pátria, peleando y sostc-
niéndosepor su propia cuenta.


Por último, la corriente peninsular casi toda
se derramaba por Méjico. y las relaciones con
España eran más ü·ecuentes que en ningun otro




- 59-


Vireinato: por todo lo que el sentimiento espa-
llO] era allí perfectamente inatacable. Los po-
cos, los poquísimos que no le a~ari~iaban, ya'"
cian en el más profundo silencio.


Así se explica que á pesar de la deportacion
del Virey Iturrigaray, al modo <N la de Empa-
ran, y la incautacion del poder por la Audien-
cia, á nombre de la Central, y luego de separa-
do Garibay, Méjico reconoció á todas las Juntas
y poderes de la Península; y si el famoso ÍIi-
dalgo dió el grito de Dolores, nunca fué contra
el rey de España. La fuerza de las cosas hizo que
al fin el movimiento degenerase en separatista.


Pero el hecho es que en Méjico habia gran
descontento; y para prevenir una catástrofe la
Regencia envió á Venegas. A este y á su suce-
sor Callejas les cupo la empresa de preparar y
secundar la política de las Córtes gaditanas.
i Pero cómo lo hicieron!


El levantamiento de Hidalgo. sostenido luego
por Morelos é Ignacio Rayon, encontró no poca
resistencia en el país desde el instante en que,
hácia fines de 1811, comenzó á circular el rumor
de la próxima declaracion de independencia; y
el último de estos capitanes constantemente
sostuvo la necesidad de valerse del nombre del
rey para el logro de la revolucion mejicana.-La
política de los gobernantes españoles debia,
pues, apreciar estas condiciones; pero en Méjico,
como en todas partes, la conducta del Virey y de
sus generales facilitó el empeño de sus más de-
clarados enemigos.




- 60-


« La causa de los patriotas noeraya(en 1812)
aquella peste ~uyo contagio tanto se habia te-
mido en tiempo de Hidalgo. El sombrio espíri-
tu de la política espaiiola-escribe el historia-
dor del siglo XIX-que hacia obrar al Virey, ha-
bia sido un inmenso socorro para los patriotas,
aun en medio de los triunfos militares obteni-
dos por los realistas. El deseo de conquistar la
inq.ependencia habia adquirido una fuerza cada
vez mayor. La esperanza de encontrar otra sa-
lida á esta situacion se habia desvanecido á
resultas del sistema de persecucion y opresion
inaugurado por Calle.ia, aquel hombre sin en-
trañas. En efecto, al principio, como más tarde,
no hubo uno solo de sus despachos que no con-
tuviese la narracion de barbáries cometidas á
sangre fria, ó que no hablase de pueblos redu-
cidos á cenizas y de prisioneros por él asesina-
dos. En todas las provincias del centro los
partidarios se levantaron en masa, y si bien no
obraban de concierto con Morelos, haciandi-
versiones poderosas en su favor» (1).


Al cabo vino la promulgacion de la ConstHu-
cion de 1812, Y llegó, como en el resto de la
América latina, tarde. La independencia era
una idea aceptada por el Congreso revoluciona-
rio de Chilpanzingo, en Noviembre de ISI3.-
Pero tampoco la conducta de las autoridades


(!) Historia. etc .. etc. Desarrollo y decadencia de la re-
volucion de 1M! á 1817.




-61-


españolas permite apreciar todo~ los resulta-
dos que hubiera producido aun entonces el re-
c.onocimiento de ciertas libertades en Méjico. A
los dos meses de plantear la de inlprenta la
suspendió Venegas, asustado de lo que se éscri-
bia, volviendo á las pe¡'secucioneil y preten-
diendo influir en los electores de un modo que
hizo necesaria su destitucion por el Gobierno
de Cádiz. En cambio CalleJ~, que sucedió á
Venegas, violentó muchos articulos de la Cons-
titucion, despreciando la autoridad de las cor-
poraciones populares, tan susceptibles en todas
partes, y'proponiendo, antes de concluir el año,
la suspension de las Córtes de Cádiz.


De mucho habia qlle prescindir, sIn duda,
para confiar en los efectos de la Constitucion.
~o se derl'ama en balde la sangre, no se siem-
bran ódios, no se comprometen intereses, no se
crean esperanzas ni se excitan las pasioneel en
una lucha horrible de cerca de tres año3 para
que en un par de meses todo concluya, y se pro-
duzca la bienandanza y la armonía entre elemen-
tos hasta aquel instante perfectamente antagó-
nicos,-Pero aun suponiendo que en tan corto
plazo debiera produeir la plenitud de sus efectos
el planteamiento de la Constitucion española de
113j2, aun dando de barato que en América no
tuviesen lugar aquella confusion, aquel vértigo,
aquellos excesos, aquella irregularidad que ve-
mos en todos los pueblos educados por el siste-
ma antiguo de represion y oscurantismo, al
liia siguiente de proclamada la libertad y de




- 62-


iniciada su nueva vida; aun concediendo todo
esto, ¿cómo podia pensarse que la promulgacion
de la Carta de tSI2 allende los mares habia de
ser una cosa séria y fecunda, llevada á efecto y
secundada por hombres como los generales de
Venezuela y de Méjico, incompatibles por inte-
rés, por educacion y hasta por temperamento
con todo régimen liberal? Para que este pro-
duzca resultado, es necesario siempre, y máxi-
me en los primeros momentos, que lo asistan y
dirijan sus hombres: es decir, los hombres que
oreen en libertad, que no se asustan á los seis
meses,-qlle ni temen sus excesos ni se aturden
ante sus peligros.


Lo que sucedió-en Méjico era de esperar. De-
cayó el movimiento revolucionario, como en
casi toda la América latina, en los tres años
siguientes al t 4, gracias, muy señaladamente,
á la política bondadosa y de conciliacion que
llevó á efecto el representante del absolutismo,
Ruiz de Apodaca. sucesor de Calleja: pero el
gérmen de la insurreccion no se extinguió. Pa-
sado aquel plazo, brotaron sus nuevos efectos,
porque sobre la voluntad de los hombres está
la lógica de las cosas, y la lógica en Méjico,
como en todo el mundo americano, exigia ya
la independencia y la libertad.


Fácil nos seria recorrer otros Vireinatos y
Capitanías generales, registrando hechos aná-
logos á los que hemos observado en Méjico,
Venezuela y Buenos-Aires, eabezas de la insur-
reccion americana. "Todavía en algun pueblo,




- 63-


como Quilto ó como Chile, palparíamos más los
superiores esfuerzos que se necesitaron para
sofocar las simpatías por Esparra ..... Pero es
inútil aumentar Los ejemplos, alargando inde-
bidamente este ligero trabajo.




VI.


De todo lo expuesto, resulta:
1.0 Que la Central no tomó medida alguna


liberal respecto de América, contentándose con
proclamar la igualdad de aquellos reinos con
los e13 la Península, si bien interpretándola, al
(;onvocar los diputados americanos para la Jan-
~il, de un modo desfavorable ti Ultramar.


2 o Que la Regencia (os decir, la primera l{~
gencia del Obispo de Orense, el General Casta-
ños, el Consejero Saavedra, D. Antonio Escaño
y D. Miguel de Lardizabal) no solo siguió una
conduNa semejante á la de la Central, al lla-
mar los diputados lÍ Córtes de Amérka, sino
que despues de conceder la libertad de comercio
revocó su acuerdo, y luego de vista la resisten-
c'¡a de los americanos á continuar en el stat!l
lJuo y á escuchar á los que enviados por la Re··
gencia se presentaban allende los mares con lrts
manos vacías de reforma~ y solo con huen::s pa-
labras en los labios, detlllrminó presdndir de
",odo otro recui''lO qne el de las armas, sin tomar




- 65-


autes ni despues una sola disposicion liberal.
3.° Que las Córtes extraordinarias de 1810,


. si bien á poco de reunirse, repitieron la decla-
racion de igualdad de los reinos de Ultramar
con los de la Península, y dicron una amplia
amnistía á lo·s rebeldes de América, sin embar-
go, mantuvieron intacto el statu quo, con lo quc
claro está que aquellas medidas no podian pro-
ducir los deseables efectos; y si al cabo decre-
taron algunas reformas de verdadera importan-
cia, ni estas fueron todas las que hubieran con-
venido, y los americanos enérgicamente recla-
maron, ni las acordaron cual cumplia, esto eR,
con resolucion, con oportunidad, quizá de un
golpe, sin reservas y con valentía.


4.° Que la misma Constitucion del 12, pro-
mulgada muy luego en América y tenida por el
summum de las cOllcesiones posibles y el límite
de las aspiraciones liberales, sin embargo,
no era bastante para satisfacer las necesidades
de Ultramar, pues que, en su afan de igualar
aquellos países con los de la Península, no con-
cedía á las corporaciones y autoridades provin-
ciales de aquellas tierras más poderes que á los
de estas; poderes escasos, determinados por un
principiocentralizador que si perjudicial en Eu-
ropa, era absolutamente imposible en América
-mientras, por otra parte, subsistia, aunque
interinamente, la organizacion económica colo-
nial, de todo punto inconciliable cpn las exigen-
cias de la época y la voluntad manifiesta de los
americanos.


9




- 66-


5.° Que aun suponiendo que los acuerdos de
las Oórtes hubiesen sido otros, nunca su efica-
cia se habria hecho scntir bajo la administra-
cion de los hombres nombrados COl' la Regencia
para gobernar los países ultramarinos: hom-
bres de temperr.mento y educacion absolutistas
ti incapaces de comprender y practicar un régi-
men liberal, que antes bien combatieron con
sus atropellos infinitos, sUs persecuciones sin
tasa y hasta la 1Juspension, que acordaron de la
Constitucion, despues de haberla violado de un
modo repugnante y escandaloso, á los dos ó
tres meses de proclamarla allende los mares.


y 8.° Qúe la meticulosidad de los legislado-
ree y gobernantes de acá en conceder las ámplias
reformas que la situaciou de Ultramar exigia,
y más si cabe, la c'Juducta impolítica y tiránica
de los Vircyes y Oapitanes generales, fueron
fomentando el descontento de los americanos,
produciendo ódios y creando intereses contra-
rios á la Madre pátria, hasta un punto tal, que
la sep¡¡.racion de las Colonias llegó á ser el vivo
é incesante deseo de la universalidad de los co-
lonos.


Ahora oien, si las cosas han pasado así, y re-
tamos á cualesquiera á que rectifique uno solJ
de nuestros asertos, ¿ con qué dererho y con
qué fin, uno y Otl'O dia se grita que la libertad
y las concesiones de los hombres de Oádiz fue-
ron la causa de la pérdida de las Américas?


y no se diga que aun cuando aquellas conce-
siones (suponiendo que respondiesen completa-




- 67-


mente á las necesidades de Ultramar) hubiesen
tenido efecto al principio,-en el año nueve, por
ejemplo,-las cosas lmoieran seguido una mar-
cha análoga, porque la idea separatista estaba
en la mente de los colonos, y todo lo que no fue-
ra acceder por completo á tan extravagante
exigencia, era para los americanos como acuer-
do de poca monta y de ninguna eficacia. Seme-
jante observacion es necesario mirarla despa-
cio-tanto más, cuanto que despues de todo es
una contra-prueba de las afirmaciones que nos
hemos permitido' en este ligerísimo trabajo.


Que la independencia de las Américas reco-
noció muchas y diferentes causas, ya lo digimos
al principio de estos artículos. Aun prescin-
diendo de las exigencias de las leyes históricas
que explican la descomposicion de los grandes
cuerpos para que se formen individualidades
poderosas, con vida y fin propios, el ejeIpplo de
la emancipacion del Norte-América, auxiliada
por los reyes de Espaiía en ódio á Inglaterra,
así como el de la separacion del Brasil; la in-
fluencia de la Revolucion francesa, con sus ideas
soberbias, generosas, fecundas, más profunda-
mente perturbadoras; las sugestiones de los
ingleses y de todos los interesados en que el
antiguo régimen colonial despareciese, para el
logro de su provecho: el ejemplo mismo de Es-
paña, sacando fuerzas de donde nadie las espe-
raba, resistiendo al coloso del siglo y gobernán-
dose en ausencia ,de sus reyes, como nacion
independiente y soberana;-todo esto, y mucho




- 68-


más, que no es necesario consignar ahora que
no estudiamos en la plenitud de sus causas el
movimiento americano de principios del siglo,
todo concurrió para que aquellos sucesos se ve-
rificasen y las relaciones de la Metrópoli y las
Colonias españolas revistiesen el carácter la-
mentable q~e ofrecen de 1809 á 1814, Y aun con
posterioridad hasta 182.0. Más al propio tiempo
que esto, es necesario reconocer que la ocasion
de que tantas y tan poderosas influencias pro-
dujesen sus efectos, y de un modo por todo ex-
tremo doloroso, la proporcionaron los gober-
nantes y legisladores españoles de aquella crí-
tica época.


Sin género de duda, en América habia á
principios del siglo hombres capaces de com-
prender la necesidad más ó ménos imperiosa
de una separacion de la Metrópoli y las Colo-
nias. Sin duda alguna, allí existia un grupo
apasionado de enemigos de España, dispuesto
á utilizar el ejemplo que las demás Colonias
del mundo daban, y los auxilios que les podian
prestar ingleses y holandeses para el logro del
pensamiento de emancipacion: pero lo que
tambien aparece como incontestable es que
este grupo era poco numeroso, reducidísimo. y
que la inmensa mayoría del país, si descontenta
del régimen colonial, ni soñaba en separarse
de la Madre pátria. Esto ya lo hemos dicho al
principio de este trabajo, y convillne repetirlo
aquí de nuevo.


Por tanto, locura hubiera sido en los prime-




- 69-


ros dias de 1810, cuando la revolucion amane-
cía en Caracas y Méjico y Buenos-Aires, levan-
tar la bandera separatista. Así que los mismos
partidarios de la emancipacion, aquellos hom-
bres que desde el primer dia eomprendieron
que la revoluciou solo podia concluir en la in-
dependencia de las Américas, aquel grupo que
no se hubiese nunca contentado con las refor-
mas hechas por España, aun al principio del
movimiento americano. se cuidaron mucho de
no suscitar prevenciones, y protestando un
amor y un respeto profundo á la Madre pátria,
sin lo que el país no les hubiese escuchado, de-
jaron al tiempo y á las torpezas de los gober-
nantes peninsulares el empeño de caracterizar
el movimiento y de empujarlo en un sentido ab-
solutamente conforme á los deseos separatistas.


y lo consiguieron. Atiéndase el curso de los
sucesos y repárcnse las fechas de los grandes
acontecimientofl. La tibieza y las reservas de
la Junta central, de la Regencia y de las Cór-
tes de Cádiz, harto más hicieron en pró de la
emancípacion de las Américas, que los esfuer-
zos de los Moreno, los Saavedra, los San Mar-
tin, los Briceño, los Bolívar y los Rayon. Aque-
llos hacian desesperar aun á los más sinceros
amigos de España, de la reforma del régimen
colonial y del cumplimiento absoluto de pala-
bras solemnemente empeñadas. Estos se redu-
cian á explotar tantas decepciones y tantos
dolores, así como á utilizar las tropezas de los
primeros.




- 70-


Despues los Vireyes y Capitanes generales
llevaron al extremo la política de los errores y
de las insensateces. Su ceguedad no les permi-
tió distinguir ideas ni tendencias: su barbárie
no les consintió Un momento de tolerancia ni
de tacto y buen gobierno. Para ellos, los que no
estaban á su lado (y su lado no era el de las
Córtes de Cádiz, no! si que el del viejo absolu-
tismo que los l1abia educado y enaltecido) eran
decididamente enemigos: y dominados por esta
idea, consiguieron que todos los matices se
fundieran, y que á la postre todo el país se vie-
se dominado por el sentido más acentuado y
resucIto; por la pasion más enérgica, completa
y absolutamente enemiga de la Madre pátria.
Cuanto se necesitó para llegar á este extremo,
cuanto resistió el espíritu americano profunda-
mente enamorado de España, y cuanto hicieron
aquellos soldados para precipitar las cosas y
satisfacer todos los deseos de los separatistas,
dando á la lucha el carácter de nacional.. ...
claro se ha podido ver por lo que ligeramente
hemos apuntado en el anterior artículo.


y se explica muy bien que la mayoría del país
se resistiese á la idea del separatismo. Aun pres-
cindiendo del elemento peninsular que allende
los mares vivia, elemento de extraordinaria
fuerza y de sorprendente decision, entre cuyas
virtudes figuró siempre un amor á la tierra na-
tal incomparable, gigantesco, inmenso, que le
llevó á todo género de imposibles y toda clase
de excesos: aun prescindiendo de la oposicion




-'1t-


que debian ofrecer los intereses más ó ménos
oficiales, entendiendo por tales así los que vi-


o vian de las magníficas condescendencias del Te-
soro, como los que disfrutaban los monopolios
que las leyes aseguraban á determinados hom-
bres y particulares clases: aun prescindiendo de
todo esto, téngase en cuenta la inmensa pesa-
dumbre de la tradicion; repárese en la oscuri-
dad en que hab1an sido educados y en que vi-
vian los reinos de América; obsérvese que la
emancipacion era lo nuevo, 10 vago, el porvenir
quizá, el ideal,-para la mayor parte, lo des-
conocido; mírese que el camino estaba sem-
brado de dificultades, y que la guerra era el
recurso po~ible, y cuéntese con el natural temor
de todos los intereses creados. jQué mucho que
las Américas se resistiesen años y años á pro-
clamar definitivamente su independencia!


Pero llegó un momento en que la indepen-
dencia simbolizó la consolidacion de nuevos y
grandes intereses, la tranquilidad de los anti-
guos violentamente perturbados, la suspension
de las persecuciones, el restañamiento de las
heridas, el término, siquiera momentáneo, de
la guerra, y la base de dulces é infinitas espe-
ranzas-y entonces toda la América quiso ser,
y rué, independiente.


Así las cosas, ¿cómo hay quien se atreve á
decir que la idea separatista estaba en la mente
de los colonos desde el principio? ¿Y cómo hay
quien, faltando á la verdad descaradamente,
osa afirmar que las concesiones y las libertades




-72 -


otorgadas á Ultramar fueron la causa de la pér-
dida de Ías Américas?


Repetimos lo que digimos al comenzar este
trabajo: no nos incumbe examinar detenida-
mente la emancipacion de la América española.
Creemos el hecho muy natural; solo que pensa-
mos que no debió hacerse del modo que lile hizo,
ni en el momento en que tuvo efecto. Esto así,
pensamos tambien que á haber sido otra la con-
ducta de la Regencia, de la Central y de las Cór-
tes de Cádiz, la separacion no se hubiera veri-
ficado entonces,-es decir, cuando las Améri-
cas carecian de condiciones para vivir una viua
propia ;-ni de la manera violenta y perjudicial
-así para los intereses de la Metrópoli como
para los de las Colonias, como, en fin, para el
progreso general de la civilizacion-con que se
llevó á cabo. A nuestro favor deponen el más
ligero exámen de la economía social de las Amé-
ricas, la historia de lo que por seguir la opinion
contraria allí sucedió; y, en fin, el ejemplo que
despues nos han dado las grandes Colonias el el
mundo gobernadas con tino por sus Metrópolis.


Pero la conducta de nuestros gobernantes fué
la que hemos observado, y las consecuencias
fueron las que eran de esperar, y que todavía
lamentamos. Aprendan los hombres de gobier-
ne: reparen que la historia no es un puro entre-
tenimiento, y que si bien los hechos no se repi-
ten de un modo absoluto y perfecto, suelen
~proximarse bastante. Y en cuanto á los ene-
migos de las soluciones expansivas y de la po-




-'73 -


lítica liberal reconozcan al cabo que allende el
mar, como en todas partes, las estrecheces y
las intolerancias produjeron sólo dificultades y
desastres .....


Pero esta es la moralidad de los recuerdos
históricos que nos hemos permitido avivar.
Desenv01verla seria ya cosa fuera de nuestro
propósito.- A ser nuestro especial objeto des-
cubrir analogías, registrar diferencias y aplicar
á lo que en estos mismos momentos ocurre en
Ouba y Puerto-Rico, la leccion que ofrecen los
sucesos de 1809 á 1814, con facilidad saldríamos
de nuestro empeño.
• Quizá. ahora más que entonces han abundado
las palabras y las promesas; como que de trein-
ta años á esta parte apenas si ha habido parti-
do en la oposicion ó prohombre caido que no las
haya hecho ;-y más que entonces, ahora se
destacan, con incontrastable fuerza, en aquellas
tierras necesidades mOrales y materiales que
solo pueden atenderse con una política franca y
valientemente liberal: como que las Antillas
por sus aspiraciones, sn inteligencia y el des-
arrollo de sus intereses económicos, no ceden á
á la mejor provincia de la Península. Bajo este
punto de vista, hoy la situacion es más grave
que á principios del siglo, y la gestion de los
negocios ultramarinos exige mayor conocimien-
to y superior voluutad en 103 directores. En
cambio, estos pueden aprovechar la historia.


Aparte de estas capitales diferen¿ias ,'que no
son, sin duda, pa.ra tranquilizar el ánimo, las


10




- '74-


cosas de hoy se parecen tanto á las de ayer .....
que temblaríamos ante el porvenir si no fiáse-
mos mucho, muchísimo en las próximas Cons-
tituyentes (1). No debemos ni queremos apre-
ciar aquí la conducta del Gobierno provisional,
y singularmeute del Ministro encargado de les
negocios ultramarinos. Bástenos decir que,han
defraudado todas nuestras esperanzas .....


Pero no nos apartemos de nuestro propósito,
siquiera sea tentador el decir algo sobre la
cuestion de Ultramar, tan preñada de dificulta-
des, como mal entendida en la Península;)an
grave para la honra de España y el interés ge-
neral de la civilizacion, como mal llevada por
los que d~bieran haber mirado siempre los pro-
blemas ultramarinos como extraordinarios y
trascendentales, pero que soberbia 6 inocente-
mente los han traido á su mesa cual negocio
baladí ó simple motivo para dar un monton de
empleos y á lo sumo ocupar un puesto. No,
volvamos á nuestro modesto objeto y termine-
mQs ya este ligero trabajo; repitiendo lo que
creemos haber probado, con argumentos de
muy diferente especie, á saber: QUE NO FUÉ, NO,
LA LIBERTAD QUIEN PERDIÓ LAS AMÉRICAS.


Et nunc intelligite.


(1) Por fcrluna. sahemos á úllima hOl'o '1uo el General
Dulce ha roto las semejanzas. iniciando en Cnba una polí-
tica do tolerancia y planteando las libertades. Adelante! Ade-
lante! Solo así se resuelve la eueslion de Ultramar.