MIS DEBERES FRANCIA Y LOS BORBONES. PUBLÍCALO !!J. ~ • .e 8. VALENCIA: ...
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MIS DEBERES


FRANCIA Y LOS BORBONES.


PUBLÍCALO


!!J. ~ • .e 8.


VALENCIA:
Imprenta de D. Benito Monfort,


.NOVIEMBRE DE 1831.




Es propiedad de la casa de Monfart.




]\{ientras que en el continente
europeo se oyen geJnir las prensas
para lnultiplicar ciertos libros, (1 ne
al paso qnecorrompen la moral,
sielnbran entre los hombres la des-
confianza y la discordia, es justo
opGn el' á este torrente las obras de
aquellos varones conocidos por su
sabiduría, recolnendables por su
piedad, duIcenlcntp, persuasivos
por su fluido y ,,-igoroso estilo. La
abundancia d~ las imágenes, los
giros de una diccion selecta-, la ro ..
tnndidad de los períodos, Jos ata ...
vÍos en fin de culta y arrnoniosa
pOlnpa no bastan en lnanera algu-




IV


na para recomendar una obra co-
mo no se trasluzca al través de sus
líneas el deseo de instruir y la de-
fensa de la verdad. Selnejantes por
esto nluchas producciones JTIoder ..
nas á los fugaces Juetéoros, que bri ..
Han un Dlomento en las ardientes
noches del estío para dejarnos en
1Das lóbrega oscuridad, solo se pro-
.ponen halagar la fantasía y atraer-
nos hácia perniciosos sofismas ó pa-
ra qne respetenlos el ídolo de una
ciencia faláz, ó para que perciba-
nlOS el seductor prestigio de des-
preciahles pasiones. He aquÍ conlO
se reproduce todos los dias entre
nosotros la peregrina fábula de las
tres diosas seduciendo 'el juicio de
un inocente zagal, ó el voluptuoso
cuadro de aquellas ligeras danzas,
que formaban jóvenes disolutas pa-
ra fascinará los estrangeros en las




v


selvas aromáticas de Páfos y en los
sonoros pórticos de Corinto.


Cuántos acriminaron al vizcon-
de de Chateaubriand por haber.'!e
voluntariamente desterrado de su
patria, examinaron muy poco su si-


. tuacion y no se detuvieron en pro-
fundizar los deberes flue le nnian
á la Francia desde que su gobier-
no tODlaba diferente fonna . ..N'o hay
duda que es cosa harto CODllll1 en
la desgraciada época en (Iue vivi-
mos el ver conlO se' aco111odan las
gentes á los canlbios políticos de
las naciones; pero esto no quita
que las haya de mas delicado tem-
pie, y hasta en algun 1l10do perti-
naces en llevar por el cabo el espí-
ritn escrupuloso y tinlorato de su
conciencia política. Su egenJplo
ofrece un curioso rasgo para las
páginas de la historia y nos da 111ár-




VI


gen á refletiones nuevas y' á ines ..
peradas consecuencias. Pocos per-
sonages presentan tanto interés por
sus talentos y opiniones corno el
autor de esta enérgica defensa, y
si bien una crítica grave y lneStUa-
da hallaria aun algo que censurar
en sus ideas políticas y en sus pro-
ducciones literarias, (*) no por es-


(*) Muchos se figurarán que es una lige.:
reza el hallar lunares en el estilo de Chateau-
briand; pero., aunque naoje respeta como
nosotros las singul;¡ces bellezas que lo enno·
blecen, no JJega Iluestro entusiasmo hasta el
estremo de bacernos canonizar sus leves desa-
ciertos. Cuando dice, por egemplo, que el
cristianísmo, lanzando á los sátiros de las gru·
tas y á las ninfas de los arroyos, restituyó á
las selvas la melancolía de su silencio y las
ilusiont:s de su recogimiento, se deja Jlevar
del odio infundado que constantemente mani·
fiesta contra la mitologí: ... Un homhre ue tan
lozana imaginacion como 1\'11'. Chatt'uuhriand
hallara sin duda nuevas y peregrinas inspira-
ciones en aquellos bosques aromáticos de Del-




VII


to podrá negársele el prestlglo de
un ingenio privilegiado, y el hábil
111anejo de un diplomático profun-'
do.


En Sll modo de sincerarse hay
novedad y nervio, no hace diree.,.
tarnente su apología, sino que la
cornprende en la de los monarcas
á quienes tanto debe la Francia:
fos dond~ las musas pronunciaban oráculos,.
donde comunicaban las· trípodes un espíritu
profético. ¿ Puede haber imágen mas hermosa
que aquella con ql:1C nos pintaban los sacerdo-
tes de Apolo á dos águilas, enviadas por Júpi-
ter, partiendo con igual ímpetu de las 0PUtS-
tas estremidades del mundo ~ y chocando CaD
no vista furia en el punto céntrico del univer-
~o, para indicar á los hombres el sitio donde
debian levantar el templo del Dios de la poe-
sía y de las artes? ¿ Y habrá alegoría· mas in-
geniosa para ensenamos que el Sol, esa an·
torcha inmortal que todo lo anima y vivifica,
debe ocupar el centro del orbe segun el su-
blime destino que tiene en la admirable obra
de la creacion?




VIII


describe por consiguiente sus cua-
lidades y sistemas, y nos deja perci-
bir en la brillantéz de sus rápidas
pinceladas el carácter de las diferen·
tes épocas que se han sucedido en '
aquel reino desde que se trastorna-
ron los primitivos elementos de su
cultura y esplendor. Tal es la mar-
cha que sigue en este opúsculo, ta-
les los pensanlientos flue lo embe-
llecen y los motivos tambien que
nos lo hacen considerar digno d(;!
publicacion, en cotejo sobre todo
de aquellas producciones que allle
cinan 'y'Do instruyen, que nos ar ...
rastran suavemente á perjndiciales
doctrinas sin que percibamo~ su in-
fluencia, ni vea-n)os nlas que las
flores diestralnente esparcidas so-
bre el hondo precipicio.




ARTÍCULO PRIMERO.


Desde que anuncié en la tribuna d.e
las cámaras que solo veía un sepul-
cro en el trono de donde hahia ha-
jada Carlos X, quise retiranne de un
mundo que no ofrecia á mi espíritu
sino el cuadro poco lisoogero de las
turbulencias de mi patria. Despues de
haber sido víctim~ de los rigores de
la revolucion , de haber echado la pri-
mera pied ra al gl'andioso edificio de
la legitimidad (1) en los brillantes dias
del imperio, de presenciar en fin las
apacibles auroras de la restauracion y
en ellas el mas h@l'1110S0 período de
nuestra historia ¿ debia contemplar con
faz serena el término de tantas dichas
y el desvanecimiento de tan halagüe-
tías esperanzas?




2
Muchos no obstante, sin hacer mé-


rito de semejantes preliminares, pre-
gúntanme por qué rehnso servir al go ...
hierno actual, y por qu é S8 Ito del ba-
jel cuando le anuncian súhitas tor-
mentas nuevos peligros tal vez y nue-
vos derechos á la admiracion de las
naciones. No se hacen cargo de que
he hablado de la monarquía electiva,
antes que se formase, á los benemé-
ritos pares de la Francia, ni atienden
á que si me retiro del estadio político
y rompo por últinlo el silencio, oblí·
ganme á entrambas cosas el repenti-
no destronamiento y la proscripcion
de tres "soberanos. Con todo fen~o la


v


ventaja de que no perteneciendo á
partido alguno puedo hablar sin ha,-
lagarles ni inquietarIne nlucho de la
inlpl'esion que les causen mis verda-
des. Despojado de lo presente, incier-
to en árden á mi suerte futura, no rin-
do parias á otro ídolo que á ]a lim-
pieza de mi repntacion, ni reconozco




3
otro deber que el de procurar que un
silencio cl1lpnble y vergonzoso no fIn-
palie ella ndo yana exista el lustre de


. .


Inl memona.


:\Iotivos peculiares á mí nlÍsmo,
además de Jos que son comunes á to-
dos, me impusieron la ley de no .'en-
dil' homenage al gobierno de Luis Fe-
lipe. Nadie ignora que la legitimidad
era el 111edio JllaS eficáz de restable-
celO los buenos principios, de cimen-
tar sobre bases sólidas una edllcacion
sana y hacel' de la generacion veni.
dera un pue blo capáz de rivalizar con
el que engra ndcció Jos reinados de
Enrique IV y de Luis XIV. En vista
dd próspero ananqpe que habían to-
1l1,ldo los negocios solo hubiera exi-
gido de nosotros un término de vein·
te años para obrar tan sabias n:laravi·
Has y hacer sobre todo que ninguna
revolucion pudiese ya ser peligrosa.
Los f,'anceses han querido derribada
coa mIo los pendones de la Grecia, las




4
terres de Argél y los fuegos de Na·
varino daban un brillo singular á su
diadenla, y han preferido los vaive-
nes de las conmociones populares al
LIando sosiego de una paz sólida y
profunda. Dificilmenle se hallaria en
la historia algull rasgo poruta,> seme-
jante á este: nacen las revueltas in-
testinas del desórden en la adminis-
tl'aelOn y de las calamidades públicas,
pero nunca del seno ¡niSOla de la pros-
peridad, nunca engalanadas con las
vietorias que la dinastía proscrita aca-
ba de conseguir. ~'111y al contrarío ob·
sél'vase en el áspero rostro' del ge-
nio inmundo de la guerra civil la có-
lera que le inspiraron las aciagas pro.
videncias de un gobierno indiscreto;
y el venenoso placer de echar en ca-
ra á sus principales ministros no los
teiunfos, no los progresos, no la b'o-
nanza, sino las humillaciones, el atra-
~o, la Il'tala direcciono ¿ Qué habrán
dicho los hombres íntegros é impar.




5
ciales del empeiío lllanifestado por los
franceses en ]a revolucion de J Hlio?
¿ Con qué interés no se habrán pre-
guntado cqal era el objeto de aquel
súbito y p.·odigioso movimiento? lla_
ra desterrar á un rey, para prQscri.
hir á toda una dinastía, ¿ son suficien-
tes títulos los que alegaban en cotejo
de los que .podia presen tades Carlos X?
¿ Nada valen en la esfera de los lTIO-
narcas la ascendencia mas prolonga~
da é ilust~e y el haber dado á sus
pueblos un prestigio lnilitar, un cré-
dito mercantíl J una preponderancia


1,' ? po ltICa .••••
He aquí las consideraciones que de


repente se ofrecian al juicio de cual·
quiera varan observador é inlparcial,
sinceraluente adicto á las bases en que
apoyarse debe el grandioso monumen-
to de las instituciones sociales. Añá-
dase á ellas la amargura de ver otra
vez flotando y sin direccion conocida
el bajel desgraciado de la patria, y




6
el' justo recelo' de cual seJ'á Sil .~uerte'
al contemplarlo nuevamente lanzado
en el inmenso mar de las turbulen-
cias políticas, y se tendl'á una idea
algo aproximada del género de ¡m-
presion que debieron ('ansa .. en el pe-
cho de todo hombre sensible aqupllos
desaforados gritos que' hacia n descen-
der rápidamente por las gradas del
trono al descendiente deCarlo-lnag-
DO y al nieto de San Luis.


Confieso qüe obraron en mi pecho
igual efecto, confieso que mas bien
me at'l'ancaron lágrimas que deslum-
hraron con engatiadoras teol'Ías, y
que desde aquel instante aCiago no di.
viso una senda trillada y spgnra pa-
ra la patri8; y 'Dncho menos aquel bl'e-
ve atajo por donde echaba á fin de
1legar mas presto al colino -de la fe-
licidad y de la gloria. i Ah !Bonapar-
te enfrenando, venciendo la revolu-
cion , sepultando bajo cien estadios
los restos de la antigua monarquía




',.. ¡


destruyó la libertad presente con la
perspectiva de una indepencia futu-
ra; labró este vastísilno campo de rui-
nas y de m.nede diciendo á lo Inenos
que semlJfaha en los mismos surcos
que abl'ia la domil1acion universal y
el etet'no pt'estigib de la victoria; pe-
ro los que tnarchan al frente de las
innovaciones actuales carecen quizás
hasta de aquella especie de aUI'€01a
militar que deslulllbraba á los pueblos,
y solo dan impulso á la revolucion á
fllet"Za de manifestarse amalgamados
con la revolucion misma. Tmnan av!


el


que el voraz remolino los envuel va, y
que, selnejante al vien to que trastor-
na y cambia Jos Inontes areniscos de
la Libia, empiece por desorientarlos y
acabe por confundirlos.


Echando uoa ojeada sobre caan-
tos han figurado en las turbulencias
públicas de la Francia habremos de
sentar el principio de que hay hom-
hres que desean la revol ueion Con la




8
libertarl, y otros ~n mucbo mayor nú·
Dlero que quieren la revolllcion con
el poder. Al convencernos de que los
primeros no forman voto en atencion
á su escaséz es necesario busquemos
el principal estímulo que COIl ímpe-
tu tan inquieto hace obrar á los se-
gundos. Unos creerán encontrarlo en
]a alubicion, otros en la rabia de fi·
gurar, casi todos en el afan de pasar
la vida nadando en lnagnificencia y
deleites. Sin embargo aunque estos vi·
cios son comunes á varias personas,
haríamos mal en nlirarlos conlO los
universales resortes que prestan mo-
vimiento á los franceses. Menos fun ..
dado fuera atribuir á la libertad esta
idolatda que poderosamente impele á
una nacion de treinta millones de ha·
bitantes. Tal vez lo creelnos de buena
fe, pero nos equivocamos groseramen-
te. Desengañémonos: no es la alnbi-
cion ,no el furor de la independencia
el agente que lo causa sino la gloria ....




9
aquel fl"enético en tusiasmo , aquella
pasion vital que hizo arrostrar á los
franceses los fuegos del Egipto y las
nieves de San Bernardo: nuestro des-
tino es el de las batallas, nuestro ge-
nio el genio militar, la Francia en
\lna palahra es un soldado.


. Inótil me parecé .~etenerme en las
causas que apresuraron ¡os· aconteci-
mientos de julid. ·ConsÓltense las pá ..
ginas dei .ninisterio de Canning, los
ecos del infundado descontento que
hicieron resonal· en varios. puntos de
la gran nacion los que se empeñaron
en contemplar el ataque de Argél co-
nlO un recur~o ministerial: adviértase
sobre todo la especie de desapego con
que miraban alguno's ai hermano del
rey mártir, y fácilmente se pillará el
hilo que nos traiga al imprevisto des-
tronamiento de un soberano amable,
ilustrado y clemente. Pero el propio
volean que trastornó el solio de los
Borbones alimenta en tre sus eneml-


2




lo
gos el gé.'men de una discordia desas-
trosa á la vez pará su trilJnfo y para
el destino de la patria. :En el mismo
altar donde humeán unos aromáticos
inciensos á la república, adoran otros
el busto de Bonaparte, y bajo el pur-
púreo dosél en que colocan estos á
Felipe de Orleans, quisieran acatar
aquellos á príncipes menos enlazados
con la augusta rama que lo ensalzó
por tantos siglos. 'Por otra parte la
incredulidad nla,'chá á la par de la
l'eligion: hay gentes que viven para
el mundo pres'ente, y las ha y que so-
lo suspiran por el venidero: gentes
que niegan al hombre el rayo de di-
vina inspiracÍon' que lo ilumina, y
gentes que le dan una virtud tan es-
tensa que ya p~ca en peligrosa ido-
latría: muévense en tanto confundidos
y amalgamados estos numerosos ele-
mentos de divergencias políticas y re-
ligiosas; h'astornan el edificio social,
agitan á la inmensa muchedumbre y




11
hacen reparar por donde qniera que
falta del suelo clásico de las artes el
augusto vínculo de la legitimidad) úni.
ca freno que pudiet-a contenerlos, dal'·
les u na dil'eccion feliz y acaso esta-
blecer entre ellos mismos las leyes de
una saludable afJnonía.


Por lo que toca á la monarquía
de veinte y nueve de .Julio, nótase que
]a prensa la sostiene y que la él taca
al mi,slno tiempo sin consideracion.
Esta especie de árbol de la v ida, eu·
yo frulo encierl~a el pelig¡'oso conoci-
lniento del bien y del mal, no se can-
sa de silbarla y aplaudirla, oe tratar-
la con sobrado respeto ó de humi-
llar su decoro con audacia cI'ialinat
Es muy temible además que ese mis-
lTIO afan de indeterulinada indepen-
dencia la devore, y rio lo es menos
que sea víctima de él como trate de
hacer rostro á su arrogancia. Con bar-
ricadas acaban los franceses de des-
tronar á tres reyes para sostener la




12
libertad de la prensa, y acaso no es-
tá lejos. el dia en que vuelvan á le-
vantarlas para atajar el descomunal
torrente de sus u lh·ages. Un gobierno
reciente es un infante~n lnantillas,
un niÍlo vacilante y débil que no pue-
de dat' un paso sin ar:tdadol'es. Cuun·
do las monarquías se elevan deben
apoyarse no en un nlovimiento par ..
Ci:1L y caprichoso, sino en la volun-
tad de los puehlos , en la espada de
los héroes. ¿ Dónde están para ]a nue-
va dinastía los que enarbolaron la ori·
flalua de Felipe augusto en Palestina,
los que llevaba n el renoJllbre de sin
miedo y sin tacha, los Dunois legiti-
nlados por la victoria, Jos TUl'enas y
cuantos hicieron célebre el reinado de
Luis XIV? Solo este recurso pudo ele-
var á Napoleon desde la oscuridad al
imperio y sostenerlo en él por espacio
de nueve afios. 140s luismos franceses
se avergonzáran de obedecerle si á
la sombra de sus triunfantes águilas




13
no se hubiese presentado conlO un
seJni -dios ó un omnipotente guerre ..
ro. Tambien entonces la nacion es-
tuvo en mantillas, pero era una cria-
tura telTible engendrada en el calU-
po de la victoria, robustecida con los
fatigas militares, insensible al estré.
pito del caúon, adornada en fin con
los despojos de cien naciones. Ahora
empero repentinamente nacida entre
las conmociones populares no tiene
nlas energía que la de los partidos, y
es muy probable que al Inenor vai-
ven rompa y haga pedazos su propia
envoltura.


Atendiendo á este orígen precario
de la lnonarqnía actual no debe ya
caltsarnos adrniracion alguna al ver-
la tropezando á cada paso con emba-
razos de perversa índole. Igt:lorando
basta qué punto puede contar consi-
go misma, desconociendo 5US propias
fuerzas por la razoo que penetra la
audacia de sus enenligos, 1 cma y se




14
agita para guardar á Jo menos 11n aire
de consistencia, y no remO\Tcr las de,
leznables arenas que forman la Lase
de tan inluenso edificio. Elevóse por
medio de las pasiones humanas y es ..
tas mismas pasiones le hacen la guer-
ra: sostiéliese pOl' el deseo que anilua
á cada partido de llledrar y engran-
decerse, y está convencida de que es
imposible su tisfaccr las deSlneSUl'adas
pretensiones conque se alzan: mar·
cha por último oponiendo ingeniosísi.
mas recursos al ímpetu de los hura-
canes, per~ desaliéntase con no vel'
un término al peligro, ni un remoto
~'ayo de esperanza brillando al e~tre·
1110 de esta tumuHnosa él ('ena.


Si de sus relaciones interiores pa-
sttmos al aspecto que ofrece en la pal'-
te diplomática vémosla en oposicion
con las monarquías continentales que
la cerca n, acusada aunq'le sin fun-
damenlo por ellas de enemiga del Ól'·
den yde la estabilidad. Es cierto que




15
el eco de su levantamiento ha cau ..
sado trastornos en la Holanda y una
guerra pertináz en las orillas del Vís ..
tula; pero ¿ hay algun género de ven-
taja en que aboguen por un nuevo
estado la insurreccion y la discordia
civil? ¿ Y no es egemplo de tristísi-
mo augurio el que hayamos de apo-
yar en otros paises las nlismas ca'la-
midades que hemos de evitar en el
nuestro? He aquí cOIno la monarquía
de Julio por mas que se empeñ~ en
guardar un continente regio, mages ...
tuoso y severo, no puede desa probar
los rnovimientos populares que seme·
jantes á una desastrosa plaga sieln-
bran la devastacion y la amargura en
]os campos de la B'élgica y en los tér-
l11inos d,e la antigua Polonia. En ellos
lnil'a la reproduccion de sí misma, en
cllo~ una repeticion del clamor que
la instituyó ea París, en ellos los pe-
ligrosos aliados á que desgraciadamen-
te la condena el cará,cter de su est~-




16
blecimienfo. En vano pilfa darse el
aire que le conviene como á monar-
quía reconocida nlostrará apartar los
ojos de tan sangrientas escenas, pues
que ellas traen 'á la memoria de los
hombres las que precedieron á su pro-
pia fundaciol1 vaticinando de repente
la desgracia de Carlos X. De esta Ina· ,
nera fuchando consigo' InisJua y con
la opioion qqe d~ ella forl1pr puedan
los dernás pueblos de Europa, calni-
na ~Qtr~ ~res amenazas como estra ..
viado bagéL pqr incógnitas riberas: uu
espectro reyolucionario ~ un niño que
jupga al e~tremo de una prolongada
hilera de tumbas, y l.JO j6ven á quien
dió su madre lo p~sadQ y su padre
el porvenir.


y despues de 10 que llevamos di-
cho ¿ habrá aun quien se atreva á com-
paral' la época de la restauracion con
ninguna de las que brillan en la his-
toria lnoderna de la Francia? Los que
sostie6en que las ventajas de aquel




17
célehre periodo fueron debi das a las
luces de la. república y del imperio,
tómense el·trabajo de calcular no tan-
to la brillantéz aparente cOlno las ver-
daderas calamidades de estos gobier-
nos, y consideren luego si es asunto
de poca destreza y de poco talento
el cicatrizar las llagas con que des-
garraron el seno de la pah·ia. No ca-
he duda que el carácter de los fran ..
ceses es el mas ay udado y á propó-
sito para olvidar el peligro despnes
de haber sabido arrostrarlo, pero no
siempre están dispuestos á sacar pla-
centero partido de sus amargas conse-
cuencias, ni se ve muy á menudo que
cspresen su dolor alegremente dan-
zando sobre las tumbas de sus pa-
dres (2). Tras largos años de agita-
ciones y desgracias llega por último·
á agotarse el humor mas festivo, es ..
piritl1al y bullicioso, por manera que
i I1sensibles los hombres al estímulo de
la gloria, cansados de pertenecer á un




1f~
pais tan ingrato á Sil marcialidad co-
hlO á su sangre, desprecian cuanto
los exaltaba en otro tiempo y recli-
~1an desesperados la fren te indómita
sobre el polvo de las ruinas. Para en-
tonces .se necesitan los monarcas bOll~
dadosos y filósofos. como Lui~ XVIII,
aquellos monarcas que saben amansar
primero las: iras del tempOl'al recon·
ciliando. á Jos pue~los con la gloria
de sús pa4r~s, y encaminarlos des-
pues por el sendero único que puede
hacerlos iguéllmente famosos, prepo·
tentes y felices. P~l'a entonces des-
cienden del mismo cielo aquellos re-
yes que saben sacar partido del genio
hienhechor de las artes al efee to de
acallar resentimientos, de dulcificar el
espíritu estremado de los handos é ir
preparando para la patria bajo auspi·
cios mas blandos y lisongeros la ge-
neracion que no ha presenciado por
fortuna el sangriento choque de las
¡'¡ltinlas contiendas.




19
Tal ha sido en nucstl'os diasel


carácter de la l'fstauracion: si encon-
tró á la F.'ancia cnsangrentada con
los decretos de Hobespierre y casi de-
sierta con las conscripciones de Bona-
parte, si tremolaban vergonzosamen-
te eu su recinto las banderas de aque-
llos pueblos cuya espalda vió tantas
veces en los combates, si humeaban
en ella los gérmencs de la sospecha
y la discordia, supo conjural~ todas es-
tas plagas, restituir á la patria su an-
tiguo vigor, caloeada en el rango que
la corre~ponde, arrojar á las legiones
aliadas á la otra p~r~e de sus fronte-
ras y aLrir el augusto santuario de las
ciencias, de la educacion y de las ar-
tes. ¿ Y CÓtno fue, pl't~guntarán nues-
trOj nietos, que en tan breves días
obrase Luis XVIII estas portentosas
lllaravillas? .• cómo ? •• alimentando en
su corazon un amor paternal hácia su
pueLlo y apro~.techándose en su bene-
fieio del predominio que le daba el




20
sello de la legitimidad qne resplande.
cía en su frente. Ah! si en los tres
primeros alías de la revolucion exis ..
tió una sombra de independencia fue
debido al simulacro de la legitirnidad:
¿ r¡ué se hizo empero esta misma in·
dependencia desde la muerte de Luis
XVI hasla las pacíficas auroras de la
rcstaul'acion? Desencadenada y sin tér"
mino todo lo devoró durante la re-
pública para ser devorada á su turno
por el consulado y el imperio.


En valde se han empeñado algu ..
nos en destruir el prestigio de estas
verdades anunciando que la restaura,
cion era una época de til'anía y el im-
perio un período de independencia:
en valde nos presentan al liberal de
la conscripcion sentado sobre sus águi.
las con su corona cívica y sus la u re·
les, pues sin hacer ofensa á lo admi-
rable de sus talentos sie"mpre contern-
pIaremos en él al que metl'allaha á
los franceses en las gradas de San




21
Roque é impelía por las ventanas de
Saint-Cloud á la representacion nacio~
nal. ¿ Qué suerte hubiera sido la de
Bonaparte si hubiese levantado la ca ..
beza cuando la voz robusta de Dan-
ton retumbaba bajo las bóvedas de la
convencían, y los decretos d~ Robes-
piel're eran la única ley del tribunal
de salud pública? El prilnero que en-
tonces le llamase César hubiera alrai-
do sobre su caber.a las injurias de Ca-
tón y hecho Ll'illal' en su pecho los
pUllales de Trasíbulo y de Bruto. Su
osadía, sus talentos nlilitares, su ca-
rácter misterioso y Ineditabundo no le
salváran del desprecio y de la muel·.,.:
te; y él, que sin duda tenia un pre-
sentimiento de que las eircllnstancias
habían de favol'ecerlo lllas aun que
los recursos de su ingenio, no titu·
heó en hacerse jacobino, en tiempos
que los que llevaban este dictado ha-
cian gemil' á la Francia bajo un yugo
de hierro. La nlagia de sus victorias,




22
el oelio á las revuelLas, el instante pro·
picio de sllspil'dl' los franceses por un
gobierno algo razonable y seguro ...••
todo favoreció los planes de este gran
caudillo lanzado por el mismo cielo en·
tre las m~s negras turbulencias de la
Francia para cubrir sus vergonzosas
faltas con el esplendor de la púrpura
imperial. No obstante las campaüéts
mas gloriosas y toda suerte de gran-
dezas no pudiero'n sostenerle en el so·
lio. Y no fueron sus principales ene·
migos los ¡llareS en el mediodía y las
nieves en el norte, sino un anciano
casi de~conocido, que vivia en pueblo
humilde y solitario, porque llevaba
escrita en el rostro la mas ilustre as-
cendencia que haya hrillado jamás ba-
jo el d~sél de los 1110narcas. Napoleon
~fectaba desestimarlo, y fue sin em-
bargo la despreciada piedra del tor-
ren te que del'l'ibó la soberbia del. gi-
gante Filisteo.


Cuando el atleta se v·ió tendido




23
en' la arena, Slíbit.o rayo de luz birió
su mente conociendo que 10 agov ia-
ban y que se agitaba en valrle béljO
las sombras de treinta 'reyes. E~fol'­
zóse, sudó, hizo' cuanto pudo para
recuperar lo perdido, pero ya no e!'a
el núslTIo que antes: la verc1éld había
penetrado en su pecho, sahia 'por ella
que el pdncipe legitimo acusaba al
usurpador, y ~ua 1 si esta idea ofusca-
se su raZOll ó debilitase' su energía, ni
tuvo tanta confianza en el campo <le
batalla, nI desp1egó en el gabinete
aquella actividad penetrante y sutil
con que desbarataha los planes de sus
contrarios. Corifinado muy pronto en
los ámbitos de una isla oesierta lle-
vó á este áspero destierrt> los suspi-
ros de los que le hahian admirado
y la compasion' de Jos que le ha bian
'aborrecido. I..4a Francia lamentaba en
su pérdida la de un héroe, pero no
la de un nlonarca. El mundo entero
lo hubiera visto con placer mao'dan-




24
do de nuevo los Inas brillantes egér ..
citos de Europa; pero no figurando
en el solio de I~uis XlV. ¿ y por qué
esta diferencia entre el gran capitall
y el soberano ? ••• porque para lo pri-
mero basta la nobleza del valol' y del
talento, al paso que se requiere pa-
ra lo segundo el prestigio de la his-
toria y el lustre de la legitinlidad y
de la gerarquía.


He aquí uno de los principales
rasgos qu~ ennoblecen la época de la
restauracion: los suce,sos volvieron.á
:;u marcha acostumb~ada, el carro po-
lítico rodó nuevaluente por el antiguo
carríl, y las ciudades y los reinos no
se pasaron ya de una Inano en otra
con tanta facilid::td como una letra de
cambio. Ah! convengamos en que la
verdadera autoridad es un árbol qne
crece con muchísima lentitud: nece-
sita para obtener el respeto que dehe
hacel'le eficáz ir tomando raíces en
el mismo sitio que protege con su




25
sombra, y se presenta conlO del to-
do imposible que lo consiga de los
hombres sin el progreso seguro aun~
que tardío del imperio de la cosluru-
bree


Por lo demás eternos monumen-
t~-s, bellos edificios, estatuas, cana-
les, IDuelles, acueductos, nueva ma-
rina militar, 1a libertad de la Gre-
cia, la destrucciol1 de Argél y u na
industria floreciente hablarán á nues-
tros nietos á favor de la restallracion
y despet°tarán en, eUos el nlas vivo
ageadecimiento. Hay épocas que de-
ben juzgarse por sus efectos, no por
su duracion, y es harto comun en
la historia moderna que las conse-
cuencias políticas de ciertos reinados,
por muy breves que hayan sido, cau-
san huellas mas profundas que los lar-
gos alías de aquellos que figuran en
sus páginas sin que nunca los turba-
sen las disensiones civiles. Tal es la
razon porque el período encerrado en ..
_3~_




26
tre 105 años de 1 í 93 Y 1814- nunca
dejará de compararse al que se con-
tiene desde esta fecha hasta el aIío
30, para que aprendamos en los re-
sultados de entrambos cual se debe
admi ('ar y preferÍl'.


He oido hablar de tal suerte de
Napoleon á los que se llamaban sus
partidarios sin dejar de aprovecharse
de la liberalidad de los Borbones, que
no pocas veces creí que hubiese hun-
dido en el mar la isla que le servía
de tumba y aparecido en la cumbre
de las pirámides ó en los campos' de
Austerlitz rodeado de su famosa gual'·
dia y coronado con los rayos de la "ic-
toria. Con todo muy pronto se desva-
necia esta ilusion, quedándome solo
oe ella el (ksprecio que me inspira ..
ban unas alabanzas tan opuestas á
la conducta de los que las proferian.
¿Fueron estos por dicha los que lle-
varon la legitimidad desde el Bidasoa
á Cádiz, los que humillaron á Caos-




27
tantinopla en la Grecia y á Marrue .
cos en Argél? Lo ig.noro: - nle consta
no obstante que se manifestaron con·
tra la guardia real en los tres famo-
sos dias y derribarol~ el solio de Car-
los X sin reparar siquiera en la in-
consecuencia ó ingratitud que come-
tian. No dudo que sean ahora los
primeros en declamar contra la res-
taul'acion, pero acuérdense de que
para ser creidos necesitan restablecer
el árden, afianzar el crédito y hacer
en u na palabra todo el bien que he':'
mos debido á su influencia.


l.Jejos de suponer en los que di-
rigen la Francia una intencion poco
generosa, nle tOlno la libertad de
preguntarles con honradéz y franque-
za si pueden comparar los bienes de
la legitin1idad con los que se prome-
ten de los disturbios populares. Por
lo que á mí toca veo en la primera
un bien existente, una esperanza ri-
sueña, y en los segundos un mal po:,




28
sitivo sin que 10 dulcifique la pers ..
pectiva del bien. El luonarca es el
padre de su pueblo en la nlonarquía
legítima, porque lo enlazan á él los
vínculos de lo futuro, pero es fácil
que se lnanifieste indiferente con sus
vasallos aquel rey que debe la diade-
ma á un movillliento interpretado por
unos como un derecho y por otros
COlno una Ínsubordinacion. Venero el
nohle carácter de Luis Felipe y me
permito estas observaciones como con-
ducentes al análisis de la cuestion y
no como prueh:ls de enetnistad Ó re-
sentimiento. ¡ Ojalá que el eco algo
apagado de mi voz inspire á sus par-
tidarios todo el respeto que se debe
á su moderacion sin hacerlos desagra-
decidos á la augusta dinastía que aca-
ba de reinar! Hago sempjante voto
con tanta mas sinceridad cuanto que
enemigo de las turbulencias políticas,
á pesar de que mecieron nli cuna é
insultarán probablemente mi sepulcro,




29
no escribo para fomen tarIas sino pa-
ra que eviten nlis semejantes aquel
áspero sendero que tan fatal ha sido
á nuestros padres.


ARTicULO SEGUNDO.


Habiendo bosquejado el cuadro po·
lítico de la }"'rancia desde la caida de
Luis XVI hasta la elevacion de Feli-
pe de Orleans, solo me queda Jnani·
festar los motivos que haya particu-
larmente tenido en desterrarme de mi
patria. No se crea que salgo de ella pa-
ra arrojarla maldiciones desde la curn-
bre de los Alpes 6 los Pirineos; hien
al con trario deseo su felicidad y lle-
vo grabado en mi corazon el mas pro-
fundo agradecimiento háda los hOJn-
hres que la gobiernan. El gefe del
estado merece mis respetos: sin ha-
cer Inal, sin del'l'alnar una gota de
sangre ha conservado hasta ahora la




30
tl'anquilidad de la Europtl, y no' ha
permitido que se desencadenen por
ella los partidos que hierven en Pa-
rís. En los lninistros reconozco cierta
honradé'z, bastantes luces y una in-
tencion laudable: el elupeño con que
se han opuesto á una guerra univer-
sal cuya idea hace ternlllar es tan dig-
no de adllliracion y apl'ecio, como el
ardid con que han conservado la pre ..
pJnderancia de la nacion en medio del
adcnlán verdade .. amen te hostíl q lle
gnal'dan con ella las demás potencias.


Á pesar de que apoyado en estas
ventajas lIle hubiera sido fácil discul·
par ante los hOlnbres mi perjurio ~ he
preferido el destierro á ponerme en
con tradiccion conmigo misluo, y una
perspectiva hUlnilde al desacierto de
armar nll larga vida pasada contra
un brevísimo porvenir. Con mas sa-
tisfaccion se beben las aguas de un
rio desconocido que dulcísilnos néc-
tares en la dorada copa del remor-




31
dimiento, y el honlbre que mas vive
ya por sus memorias que por sus pla.
ceres debe tener SUlllO cuidado en
COl1scrV[lr la pureza y el consolador
prestigio de aquellas.


Estudiando la conducta de algu-
nos que debian estar en mis ideas he
llegado á figurarme que la cuestion
de la lealtad está sujeta mas que otra
alguna al espíritu de una interpreta-
cion caprichosa. He visto á lnuchos
que han creído deber servir hoy á su
patria porque se juzgan grandes y vir-
tuosos, al paso que sostenian á Cal~­
los X porque se preciaban de fieles
é incorruptibles. Admiro la sutileza
con que hallan siempre una razon pa-
ra administrar elnpleos y recibir pen-
siones, y siento no tener un juicio tan
agudo, una conciencia tan fácil de
acallar, tanto apego á mis principios,
y que no nle h3.ya quedado en el mun-
do sino una triste lógica, que por des-
graCIa dejó ya de ser de 1110da. Los




32
que detestan á los que mandan por.
que rabian por mandar, los que mas
se ocupan en tra~lucir la deidad del
alío venidero que en defender la del
pre",en te, esos serán sin dud'l los es-
pÍl'itus fuel'tes que despues de haber
prestarlo jural1l~nto á la república, al
directorio, al consulado, al imperio,
á Luis XVIlI y á Carlos X les reste
todavía algo que dar á LUIS Felipe,
y aun al gobierno que le sucediese
como le persiguiera la desgracia. Ah!
si Carlos volviese á ser por un mo·
nl~1l to el ídolo de las naciones se les
vería rompiendo lanzas pOl' la legiti-
111idao, def~l1dicndo en cerrado palen-
que la dinastía de Luis XIV, Y lo
que es mas incomprensible, el lim-
pio lustre de su propio pundonor.


Estas mismas ideas que me hacen
salir de mi patria lne llevaron en otro
tiempo á las enmaralíadas selvas del
nuevo mundo. J':u su misterioso seno
recogí di versas veces mi espíritu, y




33
sentado en la ribera de los ríos ó jun-
to al crater de los volcanes quise des.,
cubrit' en la armonía del orbe entero
la que debe reinar en los varios ele-
lnentos del cuerpo político. Cuando
silbaban los vientos por aquellas in~
luensas soledades figllrábame el tu-
multo de París, y percibir los clamo-
res de las víctiJnas que arrastraban
los jacobinos á la guillotina. Un Ino·
vimiento de ternura hacíame .vishun-
brar entre ellas a 19una persona que·
rida , y tendiendo los brazos hácia los
lnares de Europa apenas podia arti-
cular una sola palabra rnien tras ha-
liaba mi rostro el Jnas tl'istísiJllo llan-
to. ¡ Con qué entusiásnlo no me acor-
daba entonces de aquellos pacíficos
reyes, que nos habian gobernado sin
desórden y sin estrépito renovando
los apacibles dias de Trajano y Mar-
co-Aurelio!


lIabiendo regresado á. mi pa tria
sorprendióJne el aspecto de las gen-




34
tes que hahitaban en ella. No sé qué
advertia en sus semblantes de azora-
do y espantadizo, reliquias de la es-
pada del terror con que las habian
herido Robespierre y sus satélites.
Donde quiera hallaba seÍlales recien-
tes de destruccion: cerrados los tem-
plos, abiertos y sin cadáveres los
sepulcros, llenos de víctimas los ce-
menterios, ningun vestigio de la ver-
dadel~a religion, niugun resto de la
cortesanía que brillaba en la an ligua
nohleza de la Francia •... y en medio
de estos lúgubres objetos hombres de
caras siniestras ó macilentas, que atra-
vesaban en silencio cual si no existie-
ra entre ellos el mas leve vínculo, ó
se mirasen 111útuamente cOlno delato·
fes y verdugos.


Este cuadro desapacible para cual-
quier europeo, horroroso para el que
venia como yo de meditar tranquila-
nlsnte bajo Jos susurrantes árbole's del
desierto, fortaleciólne en las salucla-




35
bIes nláximas que ya me habia ins"
pirado el instinto de la razon y va-
lió á nli cspú'itu un siglo de espe-
riencías y de estudios. lbase elevan-
do entonces el hombre mas porten to-
so que haya visto el mundo,. hombres
á quien pal'ece que reservaba el desti-
no la dominacion uni \rersal como no
se hubiese precipitado en adquirirla.
Á pesar del esplendor que lo rodeaba
y de que en mis juveniles años era su-
Jnamente fácil que me llegase á des·
lumbrar, agradecíale en lo Íntimo de
nli pecho los esfuerzos con que res-
tablecía el gobierno y el culto, pero
detestaba el ambicioso afan que se
echaba de ver en su carácter, y el
rápido movimiento con que se enea ..
lninaba á la nsurpacion. Por esto nuo ..
ca confundí los talentos del general
con la audacia del varon político; mi
C01'8Z0n era suyo en el campo de ba-
ta l/a y se le manifestaLa rebelde en
el alcázar de las "rl1lledas.




36
Pero así que brillaron los días de


la restauracion me lancé el primero en
la arena política y consagré mis dé-
hiles talentos á la patria. Con ella sa-
lí de la Qscuridad y con ella vuelvo
al retiro: ni yo sabría de qué frases
usar, si le fuese infiel, al efecto de
justif-icar lni condueta, ni el público
Jne perdonára mi bárbara ingratitud.
Semejante al perro del pobre que si-
gue hasta la sepultura el ataud de su
serlor, voy tras del entierro de la vie-
ja monarquía, y despues de hacerle
los úl timos honores me echaré tam-
bien sobre su tumba.


No dudo que habrá muchos que
oirán este homenage de lealtad con
el mayor despecho y como un ultra-
ge á la lDonarquía actual; pero pue-
den consolarse con la esperanza de
que no volverá á importunarles el eco
de ,ni voz ya próxima á desaparecer
del mundo político. Entiendan sin em-
ha"go que hosquejo estas líneas por




37
hallarnos desgr~lciadamente en un si ..
glo en que]a fidelidad necesita de es-
plicacion y la consecuencia de apo-
logía. Si nunca hubiese figurado en el
CÍrculo diplomático de la Francia, y
harto feliz con mi inclinacion á la li·
teratura y á las artes no saliera de
nli humilde y delicioso retiro, no me
veria precisado á defender ó justifi-
car una conducta, que, segun mis dé·
hiles alcances, se justifica y se defien-
de por sí misl}1a. Pero ¿ estaba en fui
mano desobedecer á las indicaciones
de un gobierno paternal y negarme
al poderoso deseo de al ternar con los
varones mas ilustres de mi patria?


El reinado de Luis XVIII fue no-
table por el tono de mansedumbre
delicado cálculo y filósófica toleralJ'
cía que Jo distinguian. En el de Ca,.
los X ya se empezaban á notar la e-
pléndida arrogancia y el dominio uai·
versal de la antigua monarquía. 0-
locada el primero entre la guerra y




33
1~ pa z, la usul'pacion y la legitimi ...
dad, los tl'astornos políticos y la mal'·
cha an terior de los negocios debía se-
iíalarse por un carácter JnagnéÍ nimo,
propicio é indulgente. El segundo e111-
pero, encontrando algo cicatrizadas
las llagas de la república y del impe ..
rio, estaha en el deber de manifes·
tal' al mundo que el valor oe los fran-
ceses Catllpea debajo de la bandera
blanca con mas lustre y entusiásmo
que cuando se convirtieron en injus-
tos conquistadores bajo los auspicios
de la bandera tricolor. En lo Íntimo
de rni pecho veneraba las sabias pro·
videncias que ensalzaron uno y otro
período, tan propias para la felicidad
::le los franceses, y quise merecel' tarn-
líen su agradecilnien lo ,tomando par-
e en ellas en cuanto fuese permiti.
(O á mis escasas nociones y al fervor
G mis anhdos. Tal ha sido la pureza
Q lni p4tl'io[Ísmo y el fel iz inslin to
qe nle impelía á estudiar los futuros




39
destinos de la Francia, y que al la-
mental' la suerte de Luis XVIII no so-
lo vaticiné las .glorias de Carlos X, si·
no tnmLien las desgracias que aca~o le
agoviarian en recompensa de su lau-
dable intencion y sus continuos afa.
nes.


He aquí, amado lector, el reslÍ-
men de mi carrera política. V ueI vo al
fin al encanto de aquellas distraccio-
nes, que nunca nos agravian ni alte··
ran con la ingratitud que hallamos tan
fL'ecuelltemente en los hombres. En-
tre tanto no dudo que los franceses
se cOl'ouarán d~ nueva gloria en las
batallas, pues que con tanta facilidad
saben ceñirse los laureles bajo un go.
bierno legítimo como conducidos por
la república ó el directorio. Cuando
se trata de vencer, de conservar an-
te la Europa el lustre de su nombre,
acallan sus resentimientos, ponen tre-
gua á las venganzas, suspenden el fu-
ror de los partidos y solo ie acner-




40
dan de Enrique IV y de Luis XIV. I..Ia
magia irresistihle de estos nombfes
obl'a sieJl1pre en sus pechos con una
especie de frenesÍ, pues por mas que
quieran hacérselos olvidar es imposi-
ble que traigan á la memoria los hel'-
mosos dias de su patria sin asociar á
ellos los nobles caudillos que los hi-
cieron tan célebres. A las órdenes de
Dntnoul'iez triunfaban al parecel' en
nombre de la república, á las rfe Bo-
naparte para ensalzar al diL'eclorio, á
las de Ney para el esplendor del im-
perio; pero en realidad al efecto siem-
pre de sostener la clara reputacion
del nombre frances, aquella reputa-
cion que heredaron en los tiempos
modernos de los Ínclitos nlonarcas que
acabarnos de nOlnbrar.


Desengañémonos: los franceses se-
rán siempre una sola familia cuyos es-
fuerzos se dirigen á un mismo blanco.
Los hechos remotos de nuestra his-
toria , aqudlos hechos que para otras




41
naciones no son l11as que objetos de
curiosidad al jurisconsulto y al anti-
cuario, nos int~resan conlO recientes,
y solo velnos en ellos los eslabones
de la luminosa cadena que nos Beva
á la intnortalidad. As! es que el pue-
blo de las antiguas Galias se levan ta
en roed io de la Europa coronado con
los laureles de sus padres, con los que
él nlismo adquiere y con los qu e se
promete aun de su inastinguihle valor.


Aconsejo á los ingenios q ve tra ...
ten de escribir ]a historia de mi pa-
tria que desde la cruz del Gólgota
traigan al pie del cadalso de 1.uis XVI
las tres verdades que cons tituyen los
elementos del órdeo social: la verdad
religiosa, la filos ó6ca y la política (3}.
Nunca pierdan de vista que la espe-
cie humana hace siempre progresos
en la carrera de la civi 1 izacion aun
en aquellos instantes en que parece
arrastrada de UD luovimiento ft'tró-
grado. Inclíuase el hombre por su na ..


4




42
(ura! eza á u na pe rrecrion indefinida,
y pOI' mas que se halle lejano de re-
lnontarse á la sublime altura de don-
de nos enserian que ha deseendido lns
primitivas y religiosas tradiciones de
todos los pueblos, no cesa de enca-
ramarse pOI' la esc:U'pada pendien Le
de este desconocido SinaÍ, desde cnya
cumbre podrá divisar algunos rayos
de la aureola del Altlsinlo. Sobre so-
ciedades que incesantemente mueren
oh'as incesantemente viven; una gc-
neracÍon cae cuando la siguiente está
ya en pie, y á luedida que se reju-
venece el 11lundo van al parecer en au-
mento la audacia y el arranque del
ingenio. He aquí en esta imágen atre-
vida aquel gigante de la escritura, que
conlinuamente crece y que solo dejará
de elevarse cuando su frente de bronce
tropiece con las bóvedas del empíreo.


Las negociaciones y ]05 combates
parecieron cesar de comun acuerdo
en el siglo. pasado para dejar libre el




43
campo á las ideas. Sesenta años de
un ocio vergonzoso procuraron al pen·
samiento un espacio competente pal'a
desenvolverse, elevarse é invadir to-
das las clases de la sociedad de~de el
magnaLe que habitaba en los alcáza.
res ha&ta el pastOl' que poblaba las
cabañas. Desconocida de esta suerte
l~ fuerza de los antjguos hábitos y
debilitada la saludable influencia de
las costumbres, no pudieron ya ofre-
cer una resistencia muy tenáz á los
sofísmas de la filosofía ni á los des-
lumbrantes cálculos de la política. De ..
seando aplicar Luis XVI las teorías
de los economistas y enciclopedistas,
que hicieron famo'so el reinado de su
abuelo, restableció los parlamentos,
moderó lQs pechoS' y cambió la suer-
te de los protestantes. El SOCOlTO pres-
tado á la révolucion de América, in-
justo si se atiende al derecho priva ti-
vo de las monarquías, paro útil á la
especie hamalla en general, acabó de'




44
trastornar los espíritus de la Francia
y oe inclinarlos á muy arriesgadas
aplicaciones. En medio de ellas el rey
111ártir dejó el mundo para recibir en
el cielo el pre,nio de la ingratitud con
que lo trataron sus propios vasallos.
:Entre las fuentes bautisnlales , que re-
generaron á Clovis, y el cadalso de
Luis XYl debe colocarse pues el gran-
de imperio cristiano de la Francia: la
misma religion protege las dos estre-
midades de esta gloriosa arena: dócil
.siC{l.11zbro inclina la cervíz, adora lo
que destruistes y quema lo que adoras-
tes dijo el sacerdote que administra-
ba á Clovis el balltisnlo de las aguas:
hijo de San Luis sube á los cielos es·
clamó el piadoso ministro que asistía
á Luis XVI en el bautismo de la san-
gre.


Desapareció entonces el mundo an-
tiguo. Á luedida que las oleadas de
la anarquía se iban retirando, levan-
tóse Napoleon á la entrada de un nlun-




45
do nuevo COlno aquellos gigantes di-
bujados por el pincél de la historia
que se mostraban á lc;>s hOlnbres des-
pues de los estragos del diluvio. En
su caída, en la coronacion de Luis
XVIII, en la desgl'acia de Carlos X, Y
en el ensalzamiento de Luis Felipe ya
se ven sucesos de otro temple parti-
cipando hasta cierto punto de la épo-
ca instable que les ha precedido. El
sosiego de la sociedad, el órden de
los tiempos y la sucesion perpétua de
las dinastías fueron reemplazadas por
una especie de inquietud y desasosie-
go, que, seJnejantes á las movedizas
arenas de ciertos rios, carecen de con- .
sisteocia y no sufren que sobre ellos
se levante un edificio muy duradero
ó robusto. De nada sirven á este obje-
to la virtud, la magnanilnidad y el va-
lar: todo se trastorna, en breve CÍr-
culo de año's todo perece, y solo la
vencedora cruz del cl'istianÍslllo triun-
fará de tan rápidos vaivenes y per-




46
mane~erá en pie en medio de tantas
ruinas. Asomé la frente en el mundo
político cuando ci'eí que podia echar-
se un clavo á estil rueda, y vuelvo
á esconderla desde que se desvanec~
mi esperanza.


Nada me resta que decir sino des-
pedirme con la scncilléz y buena fé
de nuestros autores antiguos. Imitaré
su egemplo puesto que mis largas re-
laciones con el público parecen auto-
rizarlo. Así que dirigiéndome á la nue·
va Ft'ancia, adios, amigo lector, te
digo: sobrado sé -q~e te restan largos
años y las delicias de una exi~encia
hermosa, al paso que solo nle que-
dan horas desapacibles y estériles, re·
cuerdos en lugar de esperanzas, y la
sole1ad que ya reina en derredor de
un aliento que se apaga. Sin embar-
go tú entras en ellllundo con la Ila.
Jna fugáz y fosfórica de la illlsion, y
yo salgo de él con la clara é inestin-
guible luz del desengaño.




El genio del CrIstIanismo es la obra clá-
sica que recordó á los franceses las ventajas de
la lf'gitimidag y las consoladoras dulzuras de
la religion. A ella se debe el primer movi.
lnicnto de la Francia hácia el sagrado culto
de sus padres y los primeros síntomas de pde.
lidad hácia sus antiguos monarcas. Napoleon
la ha mirado en su destierro como una de las
causas que, despertando la inclinacion hácia
los pasados tiempos, le despojaron de su pres-


. tigio y mas contribuyeron á derribarle.
Cuando se considera que pocos aíÍos antes


las cuestiones teológicas y las controversias
sabias eran 10 que mas es citaba la admiracion
y el entusiasmo de los franceses , apenas fe
concibe la facilidad con que prescindieron de
t:stas inclinaciones. Hubo en efecto un tiempo
sumamente felíz y memorable para ellos, en
que en medio de Jos pasatiempos de la ciudad
y las intrigas de ]a corte tenían singular ca-
})ida estos objetos. La religion cristiana pare-
da", COlllO es justo, el mas nobltl é importan·




48
te de todos , y el escaso número de los que
se atrevian á atacada no alcanzaba otra re ..
compensa que la flversion y el luenosprecio.


Las disputas suscitadas entre 105 mas sa-
hios ministros de la Iglesia galicuna lIama-
han la atencion de todo el reino impelién-
dole á decidirse por alguno de los cOl)Úlncan-
tes. Veíase en el palacio de la duquesa de
Longueville á los profundos sabios de Puerto-
Real meditando nuevos ataques contra los cé-
lebres jesuita3 de Versalles, mientras los
enérgicos discursos de Bossuet, opuestos á la
b I~Dda elocuencia de Fen(l Ion , ofrecian con
ellos un singular contraste de sublimidad y
dulzura, de fortaleza y mansedumbre.


y no solo en el seno de la F'rancia se
manifestaban las gentes como poseídas de un
fervor teológico, sino que igualmente brilla-
ba en los delllás pueblos de Europa. Leibnitz
y Newton, dignos entrambos de disputarse ]a
palma de los mas mtiJes descubrimientos que
honran ]a geometría moderna, hacian alarde
de inscribir su ilustre nombre en la lista de
]os mas famosos defensoffs del cristianismo.
Uno y otro, despejando las tinieblas de la
cronología, confirmaban la que resplandece
en los libros de Moisés. Si aparecia por egem-
pío un libro tal como la Historia de las va-




riaciones toda la república cristiana se ma ..
nifestaba conmovida : despedía Roma gritos
de gozo y admiradon, al mismo tiempo que
en las riberas del Támesis y en 16s panta-
nosos v:.dles de la Holanda se elevaban los
injuriosos denuestos del calvinismo, agitándo-
se en valde bajo los triunfantes rayos con que
lo heria Bossuet.


Pero desde últimos del pasado siglo, en~
durecido el pecho de los franceses y eerrado
á los afectos mas puros, miraban con indis-
culpable inJiferenéia ]a inmoralidad de los
proc6nsules que les mandaban, y el jnnoble
punal con que los aéometian. Paseábanse in-
sul tantes é irreflexivos sobre las ruinas del
trono de Carlo-Magno, vergonzosamente de-
semejantes al famoso período en que bastaba
para despertar su ternura el solo aspecto del
desmoronado monasterio que ilustráran los ta-
lentos de Pascal. Publícase entonces el genio
del cristianÍslIlo, y cual si reeuperasen su ra-
zon avergüénzanse de sí mismos y vuel ven
los ojos á lo:; antiguos objetos de su adoracion
y cariño. No sé qué especie de atractivo se
halIa en las páginas de esta obra que hiere
agradablemente el oido y el corazon, seme-
jaBle á los suspiros de la lira de Orfeo cuan-
rto alIlansaban las iras de las deidades del




50
Tártaro. Con harto motivo, pues, debe mi-
rarla su autor como una de fas mas robustas
piedras sobre que se levantó el grandioso edi-
ficio de la relig~on y de la legitimidad.


Sabido es que euando e!1lpezaron á cal~
~flfse los mas ll~gros disturbios de la revolu-
<firm francesa se instituyeron unos hailes en
J!arís· donde solo eran admitidas las persouas
que tenían que llorar a'gun pariente cercano
t;ntre Jas víctimas de la' guillotina. El vestiJo
tetrico que llevaban, y el cabello acomodado
de suerte que recordase la sencilJéz ó el des-
aliÍlo de los que condujeran al mplicio pre-
~entaban de un modo patético y evidente las
tristísimas calamidades de la ];'1rancia. Puede
muy bien decirse que, danzando melancólica-
mente aquellos jóvenes sobre los sepulcros de
sus padres, se dejaban arrastrar de aquel ama-
hJe genio de los tiempos alltiguos, que dicta~
ha juegos funerales para recordar á los hom-.
hres el fin desgraciado ó prematuro de los
héroes.


En tres clases deben dividirse los histo-




51
riadores· de estos tÍltimos tiempos. Amantes
los primeros de la primitiva escuela no han
que riJo separarse del carril trazado por los
grandes maestros. Otros han inventado la his-
toria fatalista por un efecto de las mismas
turbulencias que pres~nciaron, y ~lgunos fi-
nalmente la descriptiva, deseosos de. presen-
tar á su siglo (fl cpaJlro fiel de las costum-:
bres de nuestros antepasados y el exacto di-
bujo de las altas cualidades que han ennoble-
cido á los grandes hombres con los defectos
ó caprichos que los afeaban. Pigura entre los
de ]a antigua escuela una muger célebre qué
no ha tenido rival, tan digna de elogio por
la elevacion de su talento como por la singu~
lar entereza de su ~spíritu. No.· par~ce sino
que Mad. de Stae! hubiese heredado de las
montanas de su pais la inflexibilidad del ca~
rácter, la robustéz de los sentimientQs y la
vehemencia de los conceptos. En sus conside-
raciones sobre la revolutú;m Franccsq se en-
cuentran la profundidad de la filosofía, el fue-
go de la imaginacion y las flores de la orato-
ria. Tan pronto la vemos remontarse cpmo el
águila del desierto fulI;ninando ws rayos con-
tra los déspotas y los usurpadores, tan pron-
to abatir el vuelo para introducirse en los tu-
multos y penetrar hasta las mismas grutas




52
donde se fraguaban en el silencio de la noche
las tramas y las conspiraciones. Si pinta á un
personage se vale de estilo á ]a vez sencillo
y magestuoso, si describe á un guerrero hace
brillar en sus manos la l)alma de la victoria,
y si nos traza al gefe audáz de las hordas po·
pula res sabe imprimir en sus facciones el ci-
nismo de los vicios y el atrevimiento de los
hombres desalmados.


Tribuno por cálculo, aristócrata por in-
clinacion, dice bosquejando los rasgos mas
distintivos de Mirabeau, hombre en fin que
hablando de Coligni nunca dejaba de añadir,
como por paréctesis , ser primo suyo, era el
estraordinario talento que descollaba en los
estados generales como el genio de la revolu-
cion. Ah!, esclamaba á veces cual si le reve-
lase el destino su prematura muerte, cuando
yo duerma en el sepulcro esos facciosos se ar-
rancarán entre sí los despojos de la púrpura
real con la misma tenacidad que ahora se 105
arrebatamos al monarca.


"Acaso, continúa la ilustre escritora, soy
digna de reprension en manifestar cierta pesa-
dumbre por la temprana pérdida de un ca-
rácter poco estimable, pero es tan raro en el
mundo un ingenio a par del suyo vehemente
y precóz, y tan probable que ya no admira-




.53
remos otro igual en el curso de nuestra vida,
que nos es poco menos que imposible el no
lanzar un suspiro cuando deia caer la muerte
sus puertas de bronce so br: a {uel h~m bre á
la \Tez profundo y eJocuen te, enérgico y au-
dáz, fer6z tribuno y distinguido literato."


No son menos verdaderos y valientes los
rasgos cou que termina la pintura del carác-
ter de Robespierre.


"Vi6sele, esc)ama hablando de su muerte,
vi6sele tendido sobre la misma tabla que tan-
tas veces hahia ensangrentado con sus fallos.
Desunidas lus quijadas del pistoletazo con que
se quiso quitar la vida sufria los mas agudos
dolores , sin que puJiese decir una palabra
en su defensa aquel que habia pronunciado
tantas para la condenacion de Jos demás. Sin
embargo al arrastrarlo el verdugo debajo de
la suspensa cuchilla hubo de tocar involunta-
riamente su desgraciada mandíbula, y aquel
áspero movimiento hizo arrojar al tigre un
rugido de desesperacion y de c6lera, inJican-
do al parecer toda la sed de sangre que seca-
ha aquellas fauces. Rod6 al fin su cabtza por
las tablas del patíbulo y cesaron desde en-
tonces aquellos días de terror y de luto, opro-
bio eterno de los bom bres, y negro baldon
de la historia de Francia."




54
Montsier, el vizconde de Segur y otros


muchos se han hecho un distinguido lugar en
esta cla~e de historiadores y nos. han dado una
prueba de que el antiguo modo de escribir la
historia es acaso el mas á propósito para de·
leitar la imaginacíon y fortalecer el espíritu.


Pasando á los discípulos de la escuela mo-
derna conocida con la denominacíon de siste-
ma fatalista hallamos á dos de ellos M. 1\1 ig-
llet y M. Thíers unidos entre sí por el triple
lazo de la amistad, de la opinion y del talen·
to, los cuales se han diviJiJo la narracÍon de
]os fastos revolucionarios. Lo qUl~ el uno ha
encerrado en el breve círculo de una ohra rá-
pida y profunda, ha estendido el otro con
igual interés en mas espaciosos límites. Este
último bosqueja con superior pincél el retrato
de Danton.


"Este hombre, dice, á quien llamaron el
Mirabeau del populacho, tenia singular seme-
janza con el célebre tribuno de las altas gerar-
quías. H,mase tambien una estraordinaria mez-
cla de vicios y de buenas cualidades en este
audáz demclgogo, el único capáz de presen-
tarse con un carácter algo digno en medio dé
las hordas jacobinas. Una revolucion á sUs ojos
era un simple juego en que el vencedor podía
disponer de la vida del venddo."




55
La lucha de Robespierre contra Camille


Desrnoulins y Danton está representada en sus
pcíginas con un grande interés no solo por la
energía de las frases del autor, sino por andJ r
sem braJas entre ellas varias espresioncs ca-
racterísticas de los mismos revolucionarios.


"Mas quiero ser guillotinado que verdu-
go, gritaba Danton en el momento de morir;
mi vida no vale la pena de conservarse á tan·
ta costa y los negocios del mundo ya me fas-
tidian. "


Aconsejáhanle que se marchase. "Mar-
charme! repuso con singular vehemencia, no
por cierto, á menos que pudiese llevarme la
patria en la suela del zapato."


Encerrado en el mismo calabozo donde
metieran á Hebert Iamentábase de haber he-
cho instituir el tribunal revolucionario, y dis-
culpaba su pensamiento con suponer que no
tuvo la intencion de que llegase á ser el azote
de la humanidad.


" Yo soy Danton , respondió al presidente
de este mismo tribunal en el interrogatorio;
tengo treinta y cinco anos, hállome aun ante
vos para aterraros y muy pronto me hallaré
en el sepulcro para no ofenderos."


"Arrastro á Robes[Jierre al mismo supli.
r"io" escJamó en lo alto del cadalso...... no"




56
tablps palabras que derraman en las páginas
de la obra el mismo terror que existia enton-
ces en los habitantes de París.


M. Mignet ha trazado un vigoroso dibu-
jo mientras M. 'l'hiers nos pinta un cuadro el
m~s completo de los disturbios de la Francia.
No habria mas para prubar el vigor de sus
descripciones que poner á la vista de los lec-
tort's la pintura que hace de la muerte de l\1i-
rabeau y la de Luis XVI, / tanto mas dignas
de notdlse cuanto que donde luce estraordina-
riamente su pluma es en el dibujo de los carac·
teres osaJos y vulgares, que de las Ínfimas cla-
ses uel pueblo supieron elevarse hasta brilJante
altura entre el vaiven rápido de los torbellinos
polítieos Convengo con él en que es justo que
el hombre de partido perezca en el cadalso,
asi como en el campo de batalla el varon con·
quistador y ambicioso; mas no dejaré de pre ..
guntar al mismo tiempo á las generaciones fu-
turas si 10 era que el rey mas bondadoso y
clemente no solo fuese despojado de la púr ..
pum, sino arrastrado á la guillotina.


"Mirabeau, dice M. Tbiers, no menos
.orprendia por su audacia que por el arte
verdaderamente mágico conque disponía á su
arbitrio de las pasiones populares. Sin embar-
go los excesos cometidos sin interrupcion, las




· 57
fatigas de un trabajo asíduo, y las fuertes con-
mociones de la tribuna gastaron eu poco tiem-
po aquella naturaleza de bronce, que parecía
prometer la vida de un siglo. Cuando se acer-
caba su fin y cuando sus robustos y varoniles
acentos eran ya los últimos ecos de sus triun-
fos, su voz vibraba con menos fuerza en la
bóveda del gran salon, á pesar de que la sig-
nifieancia de sus gestos y la energía de sus
miradas indicab&ll todo el fuego de su espíri-
tu. Con él parecía aun avasallarlo todo cual
si no le hubiésemos de ver dentro de breves
instantes pálido, con los ojos hundidos, pos-
trado en el lecho del dolor y sufriendo súbi-
tos desmayos. Cinco veces quiso tomar la pa-
labra en la tribuna y otras tantas no pudo
romper el discurso: sacáronlo de allí casi exá-
nime, sin fuerzas y lleváronlo á su casa de
donde ya no debía salir sino para ser trasla-
dado al panteon. No obstante de haber exigi-
do de sus amigos la promesa solemne de que
nunca llamarían á los médicos para él, deso-
hedeciéronle en esta ocasioD, y el fallo de los
facultativos anunció que la muerte se babia ya
apoderado de sus estremidades inferiores. La
cabeza fue la parte últimamente atacada cual
si hubiese querido respetar hasta el último ins-
tante la esplendorosa llama que en ella ardia."


:.J




58
En los sectarios de la escuela descriptiva


se admira el deseo de darnos una idea la mas
completa del carácter de aquellos siglos so-
brado distantes del nuestro para que la pudié-
semos tener muy acabada. Los que logran con-
seguir su objeto ofrecen en su narracion pin-
toresca y animada no solo un dulce atractivo
á la fantasía, sino vasto campo al juicio mas
despejado y profundo.


De estas escuelas apreciamos la primera
por su nervio y sencilIéz y la última por su
erudicíon y su pompa. Con respecto á la se-
gunda aunque acreditada por hombres de ta-
lento tiene inconvenientes de algun peso. El
principal de ellos ha sido el que acarrearon el
crédito y la brillantéz de sus propios funda-
dores. Una muchedumbre de discípulos care-
ciendo de las luces y la fuerza de sus maes-
tros han creido ponerse á su nivel y tal vez
sobrepujarles exagerando sus principios. De
aquí nace que se haya formado una secta de
partidarios del terror con el ohjeto de justifi-
car los desórdenes revolucionarios. Preséntan-
se sus individuos á manera ~ arquitectos de
es(~ueletos y calaveras pretendiendo levantar
con semejantes materiales el portentoso editlcio
de la armonía social. En su narracioIl decla-
matoria los asesinatos son á veces arrebatos




59
ingeniosos, á veces dramas terribles á los que
es fuerza perdonar la sangre que vierten en
gracia de la grandeza y el cálculo que encier-/
rano Transforman los acaecimientos fn perso-
nages por manera que en lugar de decir ad-
mirad á Robespierre no se cansan de repetir-
nos que admiremos sus obras. Segun este sis~
tema faláz el asesino no es laudable, pero el
asesinato laudabilísimo, y por una inmediata
consecuencia aunque los miembros de los tri-
bunales jacobinos sean horrorosos , sus accio-
nes son sublimes. En él los 110m bres no son
nada, las cosas todo, y las cosas no son cul·
pables. Repetíamos hasta ahora: detestad el
crímen y perdonad al delincuente; pero si
prestamos crédito á los discípulos de Thiers y
Mignet la máxima debe presentarse á la in-
versa diciendo detestad al delincuente y perdo-
nad ..... que digo? aUlad, reverenciad, ensal-
zad el crímen.


N o es menos funesta otra consecuencia
del sistema fatalista, ]a cual se echa de ver en
el carácter que imprime en sus producciones.
Ventajoso es para la tregedia el fatalismo que
sujeta á tal ó tal personage á los rigores dd
hado, pero 10 que es disculpable y aun digno
de elogio en la imaginacion de un poeta trae
graves inconvenientes al plan del historiador.




fiO
La buena . ó mala conducta, la sensatéz ó la
ambicion; la ilustracion ó la ignorancia son
los únicos fatalismos de la historia, pues que
segun el apego que profesan á estas cualidades
velflOS salir airosos y triunfantes á los reyes
y á los héroes. De otra manera las revolucio-
nes mas terribles, las calamidades mas serias
estarían sujetas á la influencia de un destino
inevitable, y semejantes á los indios de la
América septentrional ni nos fuera lícito apar-
tarnos para dejar pasar el carro político, aun
cuando rodase su sanguinaria rueda sobre:
nuestros propios cuerpos.