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POR


D O N A N T O N I O PIRALA.


MADEID.


POR QUIRÓg, IMPRESOTI DE CAM ARA.
1871 .






INTRODUCCIÓN.


Los viajes de los reyes han sido siempre
grandes acontecimientos para los pueblos que han
recorrido; hoy son además de verdadera impor-
tancia para toda la Nación, porque no van los
monarcas á buscar placeres, ni, como aquel Rey
D. Felipe, en su viaje á Lérma, á permanecer
aislados, hasta-el punto de formarse un cordón
para que no llegara á la residencia real el cla-
moreo del pretendiente, ni la fundada queja del
que pedia justicia. En el dia viajan los reyes
para conocer las necesidades de sus pueblos, para
ejercer la caridad, prodigar dones al desvalido y
estudiar, por el afecto de los ciudadanos, el amor
que les inspiran. *


En monarquías constitucionales como la que
tiene España, el Rey no puede ir á las provin-
cias á administrar justicia, como hacian los so-




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beranos en lo antiguo; no va tampoco á otorgar
franquicias á cambio de tributos, como D. Al-
fonso XI, para hacer la guerra; pero va á ins-
pirarse en la opinión pública, á conocer á los ciu-
dadanos , sus necesidades y á formar con ellas el
barómetro de su conducta.


Y si este Rey es, como el que actualmente
ocupa el Trono de España, un joven ganoso de
gloria y consagrado á la del país que le ha dado
una Corona de inmarcesible brillo, que sol©
anhela ser alabado por sus actos y sentar los
fundamentos de una Dinastía que merezca ser ben-
decida , tal Rey tardará en ser amado lo que tar-
de en ser conocido.


Hoy es el amor de los pueblos el sosten de las
monarquías, y los reyes que, como D. Amadeo I,
no quieren tener otro fundamento de su poder
que el amor que inspiren por el bien que hacen,
que no dan vagar á su afanoso interés por el bien
público, son una segura garantía de buen gober-
nar, son una legítima esperanza de brillante por-
venir. Hagan los pueblos lo que está de su parte,
y moderarán la funesta impaciencia de los parti-
dos políticos; será más fácil la siempre difícil
acción gubernamental, y el Rey, que lo es de
todos los españoles, que no hace rivales distin-
ciones, que vela por la integridad de la ley y




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ama la justicia, hallará más espedito el camino
que desea recorrer, para ser de todos bendecido.


Asi que las públicas demostraciones que ha
recibido en todos los pueblos que ha visitado, no
han sido ordenadas, sino inspiradas, dictadas
por el amor público.


Nada más fácil que llenar el camino de los
reyes de arcos triunfales, el suelo de flores y las
paredes de tapices; que preparar ostentosas fies-
tas que estenúen las arcas municipales, y en vez
de ser afectuosa demostración de cariño, sean
forzada evidencia y evidente ruina de los recursos
de un pueblo ó despilfarro de la Nación, cuando
tantas y tan apremiantes necesidades la aquejan
siempre.


Conocidas estas por S. M., quiso evitarlas, y
ordenó con insistencia antes de marchar, que se
hiciera entender á las diputaciones y ayunta-
mientos de las provincias que visitara «que veria
con disgusto se causasen gastos en festejos para
obsequiarle, y la satisfacción que recibiria en que,
prescindiendo de costosas manifestaciones oficia-
les, se dejara á los habitantes que espresasen
espontánea y sencillamente los sentimientos que
abrigasen por su Real persona.»


«Bien sabia S. M. de qué manera se espresa
el afecto popular, si realmente existe, para que




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pudieran halagarle esas fastuosas manifestaciones,
que, si en último término, poco ó nada prueban,
aun siendo espontáneas, son en cambio altamente
censurables cuando para realizarlas se abandona
el cumplimiento de importantes servicios y de
sagradas obligaciones, y se introduce la pertur-
bación y el desconcierto en la hacienda de los
pueblos.


»De buen grado el Gobierno, respondiendo á
los nobles sentimientos de S. M., prohibiría se-
mejantes funciones y mandaría que no fuesen de
abono en cuenta las sumas empleadas en costear-
las ; pero las leyes que regulan la Administración
local confian á los ayuntamientos y diputaciones
.provinciales la gestión de sus intereses, y el Go-
bierno está obligado á respetar sus preceptos, sea
ó no discreto el uso que de ellos se haga.


»Deber suyo es, sin embargo, hacer lo posible
para que, cesando de una vez la abusiva costum-
bre de los regocijos oficiales, dejen las autorida-
des de creerse obligadas á obsequiar á las personas
reales á costa del presupuesto.*


Y como sino bastara tan loable determinación
para preparar el camino, sino de arcos, de aplau-
sos , aun precedió al regio viaje otra más digna
de alabanza, que devolvía al seno de sus familias
á muchos españoles que lloraban por su patria en




país estranjero, y con una amnistía que no es el
indulto, sino el olvido, que honra al que le otor-
ga y no humilla al que le recibe, abrió las puer-
tas de los calabozos á los que en ellos gemian;
las de la patria á los emigrados; llevó el contento
á todos los que padecian por política, rehabilitó á
todos; á todos permitió gozar las auras de la l i-
bertad, y mostró á la vez esa grandeza que dá un
poder no temido, y esa generosidad digna de las
almas levantadas.


Iba á mostrarse á las provincias, no como Rey
de un partido, sino de los españoles, y sin fastuo-
so séquito, y si los actos que le precedieron po-
dían demostrar los nobles sentimientos de que
estaba poseído, quería además que se le conocie-
ra, que se le tratara, para que se viese como ar-
monizaban los sentimientos con la persona, en
qué íntima relación estaban las cualidades políti-
cas con las morales, qué inseparable era el caba-
llero del Monarca, el ciudadano liberal del Rey
constitucional.


Nadie de quien pudiera recibir lecciones el
Rey le ha acompañado. Es muy fácil ser cor-
tesano de los reyes; muy difícil serlo de Don
Amadeo, porque no gusta de cortesanos, en el
sentido que comunmente se ha dado á esta pa-
labra; y si no muestra su disgusto, porque es




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cortés, no ostenta desear diario acompañamiento,
que pudiera aparecer fastuoso séquito, recuerdo
de orientales pompas, que si antes enaltecían á
los que los formaban, hoy los mira el pueblo
como humillantes, sin que aumenten el esplendor
de la regia persona.




LA INTERINIDAD. — E L REY EN MADRID.


I.


Gran falta cometió la revolución de 1868 en
no haberse apresurado á llenar el vacío que pro-
dujo. Al derribar una Monarquía de siglos, no
podia España, á no declarar ípso fado la repú-
blica, dejar huérfano el Trono por mucho tiempo,
sin graves peligros.


Se habia formado un gran partido republicano,
creció con la revolución, se hizo potente, y no es
quien menos contribuyó á prolongar una interini-
dad funesta.


Muchos estimulaban á los jefes de la revolución
á poner el pie sobre el pedestal en que cons-
tantemente tropezaban; y no porque Jes faltase
valor, sino por no imponerse, ninguno lo in-
tentó, mostrando en esto un loable respecto á la




10«


soberanía nacional. Alguno pudo haberse impues-
to al país, aun arrostrando los celos de sus com-
pañeros; pero no lo quiso hacer, ostentando así
más patriotismo que ambición, aun cuando no
todos agradecieran tanta modestia.


De todas maneras, los jefes de la revolución
presentaron su obra á las Cortes y las dieron el
encargo de constituir el país; pero en las Cons-
tituyentes habia elementos muy heterogéneos,
opuestas tendencias, y aunque pudieron armoni-
zarse todas las voluntades para hacer el Código
de 1869, escelente para los que le hacían, incom-
prensible para los que habían de practicarle, no
se aunaban para cumplir inmediatamente, como
correspondía, el art. 33; de aquí nacieron las di-
ficultades, y no por falta de candidatos, sino
por escasez de resolución. Así se dilataba la cons-
titución del país, y se empezó á atravesar una in-
terinidad de las más graves, por culpa de todos.


Careciendo el Gobierno del necesario prestigio
para imponer un candidato al Trono, se enajenó
las simpatías de muchas personas acomodadas que
contribuyeron á la revolución ó la acogieron sin-
ceramente, de los que querían ver en ella el reina-
do en todo de la justicia, del orden, de las eco-
nomías y de la más perfecta administración, y
tuvo por declarados enemigos á los republicanos,




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cuyas huestes aumentaban cada dia, hostilizaban
crudamente los moderados y encendieron la guer-
ra civil los carlistas.


En combatirla obró activo y enérgico el Go-
bierno; no dejó á Sabariegos progresar en la
Mancha y le derrotó, y como en el Maestrazgo,
Aragón y Cataluña se iban presentando las par-
tidas aisladamente, pudieron ser más fácilmente
derrotadas, así como las de León, y fusilado su
jefe, apresado Polo, internado Tristany, y los
carlistas esperaron inútilmente un jefe.


Faltóles uno de prestigio para organizar una
lucha, á la que brindaba la poco lisonjera situa-
ción del país, y un desengaño más fué el fruto
que sacó de esta intentona, que tuvo entonces en
su contra á los republicanos.


El vencimiento de los carlistas, más pronto
de lo esperado, no devolvió á la Nación esa tran-
quilidad que dá la seguridad del orden; porque
sobre haberse comprendido que no se lanzaron al
campo todos los carlistas que pudieron hacerlo,
testigo Navarra y otras provincias, fué desacer-
tada la dirección de los lanzados, disparatados los
planes y combinaciones, evidente la pugna de
Cabrera con los que rodeaban á D. Carlos, hasta
el punto de dar aquel órdenes que inutilizaban
las de éste, hubo traidores y estafadores, pudien-




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do decir aquel desgraciado señor, que sus mayo-
res enemigos fueron sus partidarios, y en ver-
dad que su generosa confianza no merecia tal
proceder.


II.


Triunfó el GoHerno de los carlistas; pero no
mejoró por eso su situación. Venció á un enemi-
go y le aparecieron otros que le dieron más cui-
dado , no hallándose más fortalecido y conceptua-
do para luchar con los nuevos enemigos: esto en
cuanto á prestigio y fuerza moral, pues respecto
á la material, habia diferencia, y no favorable
al Ministerio, porque los carlistas estaban desar-
mados , y los republicanos tenian armas, muni-
ciones y organización.


Mal avenido el pais con la interinidad de una
Regencia que solo existia por no haber presentado
el Gobierno un candidato aceptable, todos com-
prendían que era necesaria, indispensable, una so-
lución; y á la vez que unos sé aprestaban á presen-
tar su elegido, otros se disponían á rechazarle por
todos los medios imaginables; preparando todos
las armas para la batalla, que la consideran unos
v otros como cuestión de existencia.


Poseyéndose todas las libertad-es políticas, nada




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(1) En Santander salieron á recibirle las mujeres con estan-
dartes.


más ilegal que apelar a la fuerza. Y sin embargo,
el partido republicano, sobrado de gente de a c -
ción, abrigaba en su seno hasta á sus más irre-
conciliables enemigos, que se introducían en él
para soliviantar las pasiones.


Formado el partido de grandes masas, incons-
cientes en su mayor parte, con una imaginación
meridional que impulsa más á obrar que á refle-
xionar, escitado constantemente el sentimiento
político por sus jefes, que no descansaban en la
predicación, pues á la vez que Orense recorría
la costa Cantábrica desde San Sebastian á Ovie-
do (1), predicando las más avanzadas doctrinas con
el más sencillo lenguaje, arrebataba Castelar con
su poética elocuencia á los aragoneses, entusias-
maba Pierrad á los catalanes, y otros recorrían
otras provincias preparando la lucha. Se produce
una agitación febril, es víctima de ella y de su
deber el secretario del gobierno civil de Tarra-
gona, y los que le asesinan y le arrastran pro-
clamaban los derechos individuales y la abolición
de la pena de muerte.


El crimen cometido en Tarragona paralizó un




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momento la acción de los republicanos, pero no
cesaron las dificultades para el Gobierno. Se agra-
vaba la cuestión obrera de Barcelona; crecian las
diferencias entre los personajes de la situación,
revelándose hasta en la prensa y en la masa de
los partidos; suscitaban los Estados-Unidos nue-
vas dificultades en Cuba, amenazando Sickles con
el reconocimiento como beligerantes de los cuba-
nos en guerra con España; la situación de la Ha-
cienda era cada dia más aflictiva, después de ha-
berse aumentado la deuda en el primer año de la
era revolucionaria en más de 4.000 millones
nominales, estando en Setiembre de 1869 á 22
por 100 el consolidado; se vio mermada la rique-
za pública en más de las tres cuartas partes; para-
lizaba el comercio, agonizaba la industria, era
general el malestar, y esto agravaba la situación
del Gobierno y la penuria del país, siendo tal la
del Tesoro, que á no anticipar el dinero el Banco
de España, no se habría podido dar la paga men-
sual á los empleados públicos. Siguen los obreros
de Valencia el ejemplo de los de Barcelona, cun-
den las huelgas, y aunque el Gobierno hace algún
alarde de energía reemplazando al gobernador
de Zaragoza por haber consentido demasiada am-
plitud á la manifestación republicana y reempla-
zaba también al de Barcelona, la situación, sin




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embargo, era cada vez más crítica, la interinidad
más insoportable.


E iban á reanudar las Cortes sus tareas—Octu-
bre de 1869—y si hubiera de detallarse el inter-
regno parlamentario, bien triste cuadro se pre-
sentaría; pero dominaba en todos más la pasión
política que lo que inmediatamente interesaba á
Ja Nación, y á pesar de la soberanía que ejercían
las Cortes, no se esperaba de ellas el remedio, cu-
ya fatal creencia desalentaba el espíritu público;
y como este no se manifestaba debidamente, se
apoderaba de él ese fatalismo que, lo mismo ener-
va las fuerzas individuales que las colectivas y
que ha sido en nuestra raza causa de tantos de-
sastres.


III.


Precisaba cumplir el art. 33 de la Constitución;
se mostró alguna actividad para presentar car-
didato, se alarmaron los republicanos, se apres-
taron á la lucha, enardecieron los ánimos en-
tusiastas discursos y numerosas manifestaciones
públicas, se juramentaron, y el desarme de los
voluntarios de Tarragona, fué el pretesto para
iniciar el alzamiento republicano.


La república, ese patriarcal Gobierno de los




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pueblos, que constituye la aspiración constante
de la mayoría de las masas, en ninguna parte
es menos comprendida que en España, y en nin-
guna debiera serlo mejor, porque es la única
Nación del viejo mundo en la que más han impe-
rado las ideas democráticas; que aquí fué el pue-
blo, y solo el pueblo, el que puso la primera
piedra y amasó con su sangre los cimientos de la
nacionalidad española.


Al sumergirse en el Guadalete la Dinastía goda,
los árabes conquistaron la Península á la carrera
de sus briosos corceles: nada les resistió, pues si
se esceptúa la pequeña.y original defensa de Ori-
huela, todas las ciudades y villas se sometieron al
vencedor que respetaba los usos y costumbres, y
hasta la religión de los vencidos, les dejaba sus
templos y sacerdotes, y como la gente acomodada
veia que pagando el tributo podia permanecer
tranquila en su hogar, en él estuvieron conser-
vando sus riquezas y propiedades. Solo pobres
pelgares, con entusiasmo en el corazón y fó en el
alma, escitados por los que miraban á los invaso-
res más como á enemigos de Dios que de la pá-
tria > corrieron á lo más escondido de Asturias á
llevar el arca santa como el israelita la de la
Alianza: y aquella reunión de gente rústica y
miserable, pero que podia considerarse perfecta-




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mente, y se consideró, como la legítima represen-
tación de España, eligió por su candidato á Pe -
layo, que fuera de raza goda ó romana, habia
protestado con su ausencia de la degradación de
la corte de Rodrigo, se presentó también en As-
turias y le alzaron sobre el pavés en uso de su
soberanía. Con aquellos pocos y buenos venció en
Covadonga; con ellos formó el núcleo de su ejér-
cito, dilató sus dominios y comenzó la restaura-
ción de España. Tal fué el origen de una Monar-
quía que ba durado doce siglos.


Como nació peleando y peleando < tuvo que des-
arrollarse, y para pelear eran menester soldados,
y no habia otros que el pueblo, se compartió con
él la gloria y el botin, y se le concedieron mer-
cedes y franquicias; y cuando se daba tregua á
la lucha contra los infieles, para destrozarse en
civil contienda,—lo cual era muy frecuente,—
para atraerse y conservar guerreros y pueblos,
otorgaban el Rey y los señores esos fueros y
cartas pueblas, que, sin igualen el mundo, cons-
títuyen una de las más preciadas glorias de esta
patria y son el testimonio de su antigua libertad,
de sus costumbres democráticas.


Por eso en España no ha existido el feudalismo
que en el Norte de Europa, y aun en Francia,—á
pesar de haberle hecho Guizot general;—y no


2




18


podia existir, porque necesitando los señores, del
pueblo, para tan constante guerra, tenían que
otorgarle libertades y privilegios para que no se
marchara á participar de los derechos de Behe-
tría de mar á mar y de linaje, para que no fuera
á servir á la Iglesia que le daba inmunidades, ó
al Rey que concedía franquicias municipales ó de
realengo, y buenos .fueros. Por eso aquí existió
poco el siervo de la gleba, el apegado al terruño,
el esclavo, á no ser prisionero ó comprado; y
cuando venían estranjeros, como los monjes de
Sahagun, que desconocían los derechos que goza-
ban los plebeyos, se alzaban estos en armas ó in-
vadían el convento, obligando á aquellos monjes
exóticos á respetar las franquicias y libertades
que habían conquistado con su valor y su sangre.
Así vemos á España adelantarse á toda la Europa
en la admisión del brazo popular en las Cortes.
En las que se reunieron en Burgos en 1169, con-
currieron por primera vez los representantes del
Estado llano, cuando la Inglaterra no le admi-
tió en su Parlamento hasta 1225, la Alemania
en 1293 y la Francia en 1303.


Estudíense las actas de nuestras antiguas Cor-
tes, y se verá que no tuvimos que aprender la
libertad de la raza anglo-sajona, como supone un
ilustre republicano; se verá que teníamos en la




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Edad Media derechos individuales y que hasta se
ponia coto á los gastos de la mesa del Rey. Nece-
sitáronse monarcas como Carlos I y Felipe V para
que se opusieran á unas libertades que descono-
cían, y las ahogaran con la sangre de sus héroes.
Y aun así, no pudieron arrancar de raíz lo que
constituía el hábito y la costumbre de tantos si-
glos : aun era á veces verdad en algunos puntos
el se obedece y no se cumple, por más que todo
cediera ante la voluntad despótica del Monarca,
que no se desdeñaba de lisongear al pueblo para
popularizarse. De ese mismo pueblo salían los
grandes que se cubrían delante del Rey y se sen-
taban á*su lado: el mendigo que llamaba á la
puerta de un convento llegaba á ser general de la
orden y grande de España; el simple soldado ca-
pitán general, y el estudiante pobre, regente de
Cnancillería, consejero de Castilla y ministro:
el talento, la audacia ó la fortuna, ennoblecía lo
humilde y aun servil del origen.


Tienden estas consideraciones á demostrar que,
habiendo en este país tan gloriosos antecedentes
democráticos, los ignoran sin duda muchos de
nuestros republicanos, y especialmente los que
encendieron la guerra civil, comenzándola, aun-
que á su pesar, con asesinatos, saqueos, robos,
incendios y horrores.




20


Jamás se hubiera creido y hasta parece un sue-
ño—porque no se concibe que un partido que se
propone triunfar por la bondad de sus doctrinas,
que proclama la fraternidad como el derecho uni-
versal , la abolición de la pena de muerte como el
derecho de la vida, la autonomía individual hasta
el punto de divinizar el derecho de cada uno, casi,
y aun sin casi, anteponiéndole al colectivo, te-
niendo en más al individuo que á la sociedad—se
haya permitido los escesos y horrores, los atonta-
dos y crímenes cometidos en Barbastro, Valls
y otros puntos. Guiados por sus mayores ene-
migos no hubieran hecho más en su daño; y
aunque nunca pueden achacarse á un paftido los
escesos de unos pocos, perjudicaron grandemen-
te al éxito, y se vio lo que era de preveer,
que en algunos puntos no eran los jefes los que
mandaban, sino los más osados é irresponsa-
bles. Aquí está el mayor peligro del partido repu-
blicano.


Arde en guerra el Principado catalán, se alzan
en armas grandes masas, obstruyen la vía férrea
y el telégrafo causando grandes destrozos, se pro-
nuncia Reus, se dirigen al Priorato, se cometen
en Valls asesinatos en personas inermes, se que-
man casas, los archivos de hipotecas y munici-
pal, saquean, imponen contribuciones, arman




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forzosamente á los paisanos y se estiende la insur-
rección por toda España.


En vano trataron los jefes de evitar estos esce-
sos, imponiendo hasta pena de la vida á sus perpe-
tradores; fueron desatendidos, y las masas, faltas
de ilustración, se dejaron llevar de las malas pa-
siones, perjudicándose y á la causa que defendían,
porque fué grande el daño que hicieron tales des-
órdenes.


Vencida la revolución en Barcelona, abandona-
da por los pronunciados Reus, Valls, Balaguer y
cuantas poblaciones ocupaban, se limitó á los cam-
pos y se vio perdida. Pudo presentar alguna resis-
tencia en Carmona y en alguna otra ciudad; pero
no teniendo capital de importancia, no pudo ha-
cer otra cosa que prolongar algunos dias su der-
rota.


Tenían confianza en Zaragoza; se levantaron
barricadas en el Coso, San Pablo, La Seo y el Pi-
lar, se trabó horrible lucha, se contaron horrores,
pero triunfó el Gobierno, y en Valencia, á donde
tuvo que acudir un ejército: no pudiendo oponer
los federales ante la formidable artillería de las
tropas más que eí fusil y sus pechos; y aunque
llegaron á hacer hasta 900 barricadas recibie-
ron 400 proyectiles huecos, además de multitud de
disparos de metralla y bala rasa.




22


Vencido este último baluarte de la insurrec-
ción, quedó Bejar y otros puntos que no tenian
grande importancia, y el Gobierno pudo conside-
rarse triunfante. No ensangrentó la victoria, que
harta sangre se habia derramado en el combate, y
muchas desgracias pudieron haber evitado algunas
autoridades.


Antes de lanzarse á la palestra los republicanos
federales, se les declararon hostiles los unitarios,
se fué ensanchando la líneaque les dividía, negaron
los segundos á los primeros el título de republica-
nos, y el periódico El Pueblo, con. grande ilustra-
ción y valentía, puso en evidencia á los federales;
con suma habilidad y na pequeña intención, in-
censó á Prim y á los progresistas, y en su distin-
guido comportamiento mostró saber llevar la ban-
dera del partido republicano.


IV.


Los sucesos que acabamos de reseñar ligeramen-
te, no podían menos de afectar al Gobierno, y en
el primer Consejo de ministros á que asistió el Re-
gente, después del regreso del general Prim de las
aguas de Vichy y dé su entrevista con el Empera-
dor Napoleón, de la que tantos comentarios se hi-
cieron, de los que prescindimos, se mostró Ser-




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rano enérgico para que se abandonara el maras-
mo político en que estaba sumido el poder, y se
adoptara una política más pronunciada, que'inspi-
rara garantías de orden y de seguridad; manifes-
tando desear el término de aquella interinidad,
hasta el punto de amenazar, si así no se obraba,
con su dimisión, y marcharse al estranjero. Tal
determinación fué aplaudida, y se deseó perseve-
rara en ella.


A su virtud, propuso Sagasta algunas medidas
restrictivas, pero no fueron aprobadas, porque
habia leyes para el caso, y lo que se necesitaba
era hacerlas cumplir, acordándose una circular á
los gobernadores civiles, que apareció el26 de Se-
tiembre, satisfaciendo, aunque fuerte, á los que
deseaban el orden.


Escrita verdaderamente contra los republica-
nos, la protestaron, y los actos del Gobierno, los
diputados de aquel partido que se hallaban en
Madrid, adhiriéndose á dicha protesta todos los de
provincias. En ella se calificaba al Gobierno de
arbitrario y dictatorial, se le acusábale haber
violado los principales artículos de la Constitu-
ción, desconociendo la soberanía de las Cortes á
título de servirla y defenderla, y atentado á los
derechos individuales. En su virtud iba á formar
la acusación del ministerio ante las Cortes, reti-




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rándose sus autores sino se admitía; pero los
acontecimientos estraordinarios que se sucedie-
ron, suspendieron su presentación.


Para concluir aquella interinidad que se iba
haciendo harto funesta, se presentó la candida-
tura del duque de Genova, aunque con reservas
de algunos ministros, que comprendiansus gran-
des inconvenientes; y para esplorar las ideas de
las fracciones de la Cámara, se reunieron los dipu-
tados. Hicióronlo primeramente los unionistas
para manifestar que, si habian aceptado la Regen-
cia fué á condición de que inmediatamente le su-
cediera una situación definitiva; y como la acep-
tación del joven sobrino del Rey de Italia, llevaba
tras sí la continuación por dos ó tres años de aque-
lla, ó el nombramiento de otra, no podian hacerlo,
y algunos propusieron un retraimiento absoluto y
completo: muchos, que si no se elegia á Montpen-
sier se presentara otro que fuera al menos de ma-
yor edad. Tantos obstáculos pusieron al candida-
to, y tantas y tan buenas razones manifestaron,
que desde^entonces pudo decirse que tal candida-
tura no prevaleoeria.


En la reunión de los progresistas, en vez de dis-
cusión hubo silencio, y en la de los demócratas,
un asentimiento que no era de esperar. Nombró
cada una de estas tres fracciones monárquicas,




25


sus representantes,^>ara entenderse, y el resultado
fué un aplazamiento indefinido, que pudo conside-
rarse como una derrota.


El ministro de Fomento, en tanto, presentó el
dilema de la supresión ó reorganización de su mi-
nisterio, é hizo necesaria la reorganización que
se pedia por las personas conocedoras y se ha pe-
dido por la prensa y la opinión. La cuestión era
de grande importancia, y no menor interés, espe-
cialmente para el comercio, la Industria y las
artes. Debe agregarse á este Departamento la
marina mercante, que por su carácter civil es un
anacronismo que dependa de la marina de guer-
ra; pues en lo que tenga conexión con esta, como
las matrículas de mar, y los juicios á los capita-
nes, que lo mismo pueden ser juzgados por ca-
pitanes de la armada que mercantes, es de fácil
solución; y es natural y lógico que dependa del
mismo centro directivo que las carreteras, cami-
nos de hierro y canales.


Reanudáronse las tareas parlamentarias con es-
caso número de diputados, cansados muchos; se
trató de la prisión de Pierrad y de Serraclara; se
dio un voto de gracias á los comandantes de la
Milicia de Madrid por haberse puesto al lado del
Gobierno,—sin contar con sus subordinados;—se
discutió y aprobó el proyecto de ley para suspen-




26


der las garantías constitucionales, y se resintió
la oposición republicana de la violenta situación
que ocupaba en la Cámara, por tener al frente de
los pronunciados á sus amigos, compañeros y
correligionarios puestos fuera de la ley, con los
que no podían menos de simpatizar, porque el
levantamiento habia sido por acuerdo de todos.
Así que estaba en un terreno firmísimo el minis-
tro de la Gobernación, Sr. Sagasta, al increpar á
los republicanos que teniendo espeditas las vías
legales se lanzaron al terreno de la fuerza; asesi-
naran los que pedían la abolición de la.pena de
muerte; obligaran á tomar las armas y seguirles
los que aclamaban la supresión de quintas; impu-
sieran contribuciones, allanaran casas y cometie-
ran escesos contra las personas y las cosas los que
consideraban ilegislables los derechos individua-
les , é hizo grandes esfuerzos para arrancarles la
declaración de si estaban con los sublevados ó con
el Gobierno.


La veintena de diputados republicanos que en-
tonces ocupaban los escaños del Congreso, dada
la situación en que se colocaron, no podia menos
de retirarse á esperar el resultado de la lucha tra-
bada , y como Prim les aconsejara mirasen bien
lo que hácian, tratándoles con grande benevolen-
cia, conferenciaron con él y el presidente de las




27


Cortes los Sres. Figueras y Castelar, y aunque
se dieron colosales proporciones á esta conferen-
cia, no produjo grandes resultados.


Preocupaba la lucha, y las Cortes arrastraban
una existencia lánguida. Restablecido el orden,
empezó á elaborarse en el partido republicano
una trasformacion, que no podia menos de serle
beneficiosa. Descartado en gran parte el federa-
lismo que produjo el alejamiento de personas de
valer, ganaron en concepto los unitarios, ayu-
dando á estos, no poco, la continuación de la inte-
rinidad y la división de los monárquicos, cada
dia más acentuada, reinando una tal confusión,
que solo un acto de grande energía la hubiera
terminado. Lejos de esto, se suspendieron á los
pocos dias las sesiones de Cortes hasta nuevo avi-
so adomicilio, por no haber asuntos de que tratar;
y aun faltaba discutir los presupuestos, las leyes
de orden público, de diputaciones provinciales y
ayuntamientos, de atribuciones de ios jueces de
paz y otras y otras. Nuevo desengaño que reci-
bió la opinión pública: después de las vacaciones
estivales el país tenia derecho, sino á que se hi-
ciera tanto como habia que hacer, al menos algo.


Y cuando tan grande habia sido el afán por ser
elegidos diputados, ¿qué significaba la poca efi-
cacia en acudir á los debates, y aun de los que




28


acudían, pasar el tiempo en el salón de conferen-
cias y en los pasillos? ¡Qué desengaño para los
alucinados electores, y qué. desgracia para el país
el que sus representantes mostraran más afición
á esa política menuda, personal, que á hacer
leyes, organizar la administración, dar ser y vida
á la revolución, consolidar el país, y cumplir, en
fin, con su deber! ¿Qué de estrañar es que, con
tal conducta se desprestigiara la Asamblea? ¡ Qué
diferencia del patriotismo de las primeras Cor-
tes de Cádiz, que mandando únicamente en el
terreno que pisaban, sitiadas por los franceses,
apenas interrumpieron un dia sus sesiones!


Vuelven estas á reanudarse á los seis días por
iniciativa del Gobierno, para declarar que el ejér-
cito, la armada y los voluntarios de la libertad
habían merecido bien de la patria, y apoyando
Moret la proposición con un discurso magnífico,
como todos los suyos, manifestó que si el ejército
había salvado el orden y la libertad, era necesario
que los diputados cumpliesen su deber constitu-
yendo el país y levantando una Monarquía que
pusiera término á la interinidad. Prim contestó
que deseaba como el que más salir de ella, que
era monárquico, y lo decía para desmentir los
Tumores que corrían; que deseaba un candidato á
gusto de todos, y aseguró que el Gobierno se ocu-




29


paria muy pronto, lo más pronto posible, de la
cuestión de Monarca, que era lo que faltaba para
coronar el edificio revolucionario.


v -


Los apuros del Gobierno, lo crítico de la inte-
rinidad y el profundo malestar del país, le au-
mentaba la deplorable situación de la Hacienda,
con una deuda pública cuyos intereses importaban
entonces'1.329 millones de reales; y como eran
precisas las economías, se formó grande empeño
en hacerlas, principalmente en el culto y clero,
que llegó á ser la cuestión batallona, no solo en
el Ministerio sino entre los partidos coaligados.
Para unos unionistas, era hasta intolerable el pro-
pósito del Sr. Zorrilla, ministro del ramo, que
quería hacer muy radicales economías, impor-
tándole pocp el asentimiento de Roma y que es-
tuviesen ó no autorizadas por el Concordato; para
otros que, sino en total, admitirían en su mayor
parte las reformas, les servían de pretesto polí-
tico para separarse; pero la mayoría, que veía
en la ruptura con los progresistas una nueva dis-
cordia que habia de producir desgracias, ó cuan-
do menos perturbaciones que agravaran la situa-
ción política, aun cuando por el pronto se obrara




30


con más desembarazo, procuraron á toda costa
no romper la alianza y se manejó una solución.
Y como ni unos ni otros tenian grande interés en
el rompimiento, se transigió, bajo cierto punto,
en la cuestión del presupuesto y reforma del cle-
ro, en la marcha política del Gabinete, que ni era
lo enérgica que exigían las circunstancias, ni lo
débil que antes fué; y adoptando así un tempera-
mento medio, ni se remediaban males ni se pro-
ducían bienes; pero esta era la imperiosa ley de
la necesidad cuando se carece de esos grandes ca-
racteres que personifican una situación ó un rei-
nado.


Así no era de estrañar esa fluctuación en todos,
y' que cada dia y á cada hora surgiera un nuevo
conflicto. Ya se creia terminada la cuestión con
los unionistas después de las esplicaciones que les
dio el Sr. Sagasta, comprometiéndose á resta-
blecer por completo el orden moral, y si bien le
aplaudieron y se mostraron conformes, escepto
algunos que querían leyes especiales para algunos
casos, considerando cruel el Código penal para
delitos como los de imprenta, por ejemplo, que
no deben ser juzgados, en efecto, como los comu-
nes, en lo que á la política se refieran, quedó en
pié el tan asendereado asunto del clero.


Los unionistas transigían con que se hicieran




31


en este ramo las mismas economías que en los de-
más, y que se consignara en el presupuesto que
por una ley especial se haria el arreglo; y con es-
ta fórmula, hubo una reunión en la que espuso
Prim la conveniencia de la conciliación hasta
elegir Rey. Enumeró las condescendencias que
habían tenido los progresistas para la mejor ar -
monía de todos!, se quejó de que se tratara con
diarias dificultades de fatigar y destruirse en esca-
ramuzas, y que reconociendo en los unionistas
el convencimiento leal y sincero de la convenien-
cia de poner término á la interinidad, el Gobier-
no habia discutido y formulado su opinión, y la
mayoría del Ministerio contaba con la casi unani-
midad de los diputados progresistas y demócra-
tas. ¿Votará la unión liberal, dijo Prim, el can-
didato que reúna más votos en la mayoría de las
Cortes? En. tal caso los ministros que tenían una
opinión común, aceptaban la proposición sobre
el presupuesto del clero, para mantener la conci-
liación tan necesaria hasta nombrar Monarca, y
de lo contrario consideró salvada su responsabi-
lidad y que Dios nos ayude, añadió.


Como el candidato de la mayoría del Ministe-
rio era el, duque de Genova, consideraron los
unionistas hasta ofensiva la proposición; creció
el caloren aquella situación grave, contestaron á




32
Prim, Ulloa, RÍOS Rosas y Santa Cruz, y sin
ulterior resultado, terminó la junta y todos con-
sideraron difícil continuara la coalición revolu-
cionaria, aun cuando no se creyó desesperada una
avenencia.


Esta se alejaba cuando se veia la resolución
de que se votara al duque de Genova, que no
hacia prosélitos, inclinándose otros nuevamente
á D. Fernando de Portugal, no faltando pro-
puestas á favor de D. Alfonso, con regencia revo-
lucionaria.


No carecia de partidarios D. Fernando, pero
se enageñó muchos desde que envió su. famoso te-
legrama, y aunque en él no hubiera toda la in-
tención que se suponia, hirió, como nopodia me-
nos, -nuestro orgullo nacional, y desde su nuevo
matrimonio se hizo más difícil su candidatura,
aun para los que soñaban con la unión ibérica.


D. Alfonso no podia ser aclamado por una re-
volución que, con su madre arrojó su Dinastía.
Tenia que volver la revolución sobre sus pasos,
abdicar de su pasado, pronunciar el mea culpa y
postrarse á los pies de su elegido; y esto no era
posible, á no ser que lo hubiera hecho el ejérci-
to, y entonces hubiera sido la restauración. Con-
taba solo doce años D. Alfonso, habia que pasar
por una minoridad de seis, pues la Constitución




33


declara la mayor edad para reinar á los diez y
ocho, único Código que ha dejado dé señalar los
catorce consignados en 1 os demás de este país y
hasta en nuestras leyes de partida, y no se podia
esponer la nación á tan larga minoría, cuando nin-
guna registra la Historia que no haya cubierto de
sangre y llenado de luto al país, porque tales pe-
ríodos se prestan admirablemente al desencade-
namiento de las pasiones, á la satisfacción' de
toda mira ambiciosa.


Sea este temor en unos, y el compromiso con-
traído por otros á favor del duque de Montpen-
sier, como el candidato de la revolución, ó más
bien la duquesa, se mostraron decididos los unio-
nistas; estuvieron tan esplícitos en la segunda
reunión como en la primera, y decididos en con-
tra del de Genova, después de no votarle, presen-
taron, ó más bien insistieron en su dimisión los
señores Ardanaz y Silvela, ministros de Hacienda
y de Estado. Y como al discordar los unionistas
en la cuestión de Monarca, manifestaron esplícita-
mente qué no por eso se retiraban de la coalición,
quebrantada quedaba. Fueron estériles los esfuer-
zos de Prim para que continuaran los dimisiona-
rios, se ofrecieron inútilmente sus carteras á otros
unionistas, se volvió á conferir la de Hacienda al
señor Figuerola y entró en Estado el Sr. Martos.


3




34


También dimitió Topete, y con tal resolución,
que se ausentó de Madrid. Era esto grave para
el Gobierno, y se negó Prim á admitírsela, mani-
festándolo asi en las Cortes, al presentar el 2—
dia de los difuntos—los nuevos ministros; aña-
diendo el presidente del Consejo, que no podría
seguir en el Ministerio si Topete marchaba; y
aunque apareció en la Gaceta el decreto negativo,
y se* hicieron inauditos esfuerzos, era irrevoca-
ble la resolución de Topete, aun cuando producía
un grave conflicto, porque no se trataha de una
individualidad cualquiera, sino de uno de los ini-
ciadores de la revolución, considerado por todos
cual uno de sus más firmes sostenedores. En .tan


• apurado trance el Ministerio, y después de las pa-
labras de su. presidente, habia que tomar una r e -
solución, y como cualquiera que fuese tenia que
ser de trascendencia, se reunieron los radicales
para enviar un mensaje de gratitud á Topete, que
se fuese adelante, y nada más. De las palabras de
Prim de retirarse, se hizo caso omiso, porque
no debió haberlas pronunciado.


Homogéneo el Ministerio, insistió en la candi-
datura Genova, envió emisarios, se mostró hos-
til á la idea la Nazione de Florencia, y si no se
retiró esta candidatura, se fué eclipsando.




35


VI.


Cuando los pueblos atraviesan esos laboriosos y
difíciles períodos de organización, y ha de tener
esta lugar después de un sacudimiento tan estraor-
dinario y radical como el que ha sufrido España, *
los acontecimientos son graves, las vicisitudes
frecuentes, las peripecias inesperadas, y nunca
los resultados obedecen á la lógica de los sucesos.


Se habían franqueado algunos caminos y pare-
cía que se marchaba por senderos escabrosos y
á ciegas; así que, ó se llegaba tarde, ó estropea-
do, al término del viaje, y todo eran dificultades
y conflictos.


Los Víctores de la revolución embriagaron á
todos de contento; se gritó adelante, y nadie se
cuidó de escoger el camino: todos parecían anchos
y buenos, todos fáciles; pero bien pronto se t ro-
pezó con dificultades: se fueron venciendo, y cuan-
do se debia respirar se presentaron nuevos obs-
táculos. Creyeron los radicales conjurarlos hala-
gando y procurando atraerse á los republicanos;
pero no se mostraron estos muy condescendientes,
y si bien se propusieron algunos no volver al ter-
reno de la fuerza, siempre violenta y origen de
grandes males y desgracias, quisieron mantener




36


enhiesta su bandera, y mientras les dejaran los
derechos individuales y la libertad de reunión y
manifestaciones, esperaban desquitarse de lo per-
dido y ganar más, valiéndose principalmente de
la propaganda.


Los diputados federales, después del acuerdo de
las Cortes contra los que tomaron parte en la in-
surrección , se hallaban en el caso de adoptar una.
nueva marcha' política. Ya la insinuó el Sr. Su-
ñer y Capdevila en su manifiesto desde Tours, á
donde llegó «roto, sucio, pobre y triste;» y en
verdad que, más habrían ganado combatiendo con
el boletín electoral, como querían, las ilustracio-
nes del partido, lo cual les habría grangeado sim-
patías y partidarios; porque los errores de unos,
la incapacidad de otros y la falta de patriotismo
en muchos de sus contrarios políticos, les prepara-
ba el triunfo. De todas maneras, necesitaban los
republicanos emprender una obra laboriosa de
reorganización, y, ó tenían que segregar á algu-
nos , ó se dividían en dos partidos, uno de ellos
socialista, como sucedió.


Y no podían hacerse ilusiones; los republicanos
mostraron tener la fuerza y las masas que desea-
ban todos, porque ningún otro, incluso el carlista,
pudo presentar en un momento dado sobre 40.000
hombres en combate, ni ofrecer la terrible y he-




37


róica resistencia que en Barcelona, Zaragoza y
Valencia, sin tener en cuenta las hechas antes en
Cádiz y Málaga. Así que, si el movimiento hubie-
ra sido unánime, el Gobierno se habría visto gran-
demente apurado, y fuera la resolución dudosa.


Era evidente la ventaja para todos en decidir-
se por la propaganda, llevando á las masas el co-
nocimiento de los deberes, ya que aprendieron el
de los derechos; y mostrar así á todas las clases
que, la república quería la justicia, que es el de-
recho; el orden, que es su garantía, y la morali-
dad, que es la virtud política que enaltece á un
partido y engrandece á una Nación.


Renacieron deseos de acercarse y fusionarse
partidos afines, y prescindiendo de que no podían
íener muy arraigados los principios monárquicos,
los progresistas que tal pretendían, decían los r e -
publicanos , y con razón, que no les correspondía
ir á buscar á aquellos, haciéndose monárquicos,
-cuando los progresistas lo eran sin rey y teniendo
«líos principios fijos é inmutables. ¿Qué hubieran
.ganado, en efecto, los republicanos, uniéndose con
los radicales, ya fuese para mostrar mayor resis-
tencia á la unión liberal, ya para ayudarles á con-
solidar la obra de la revolución, y darles el ayu-
da que les negaran los unionistas?


Pero á la vez que se querían algunas fusiones,




38


se rompían otras, y aspiraba cada partido á domi-
nar solo, mostrándose así la honda perturbación
que en todos reinaba. Prensa ministerial comba-
tió á los unionistas hasta arrojarlos del Gabine-
te , y prensa ministerial empezó ya—Noviembre
de 69—á combatir el consorcio de progresistas y
demócratas, estando repartido entre ambos el po-
der. Y arreciaba el combate, y se decia que el
progresista llevó á la revolución la bandera, el
unionista la fuerza material, y que el demócrata
nada habia hecho, á no ser recoger la mayor ó
mejor parte del botin. No podia olvidarse el repu-
blicanismo del Sr. Bivero y otros, frescos aun
sus artículos en La Discusión, aun cuando era
evidente que desde la revolución, ó más bien des-
de el manifiesto del 12 de Noviembre, estaban
tan dentro de la situación como los demás, ya
fuera ó no alguno de ellos más ó menos útil, ó
hubiera hostilizado crudamente á los progresistas»


El Gobierno, que pudo haber aprovechado estas
circunstancias, y dado con sus actos motivos de
legítimo aplauso á unos y de satisfacción á todos
los que deseaban que se gobernase, hacia poco,
pareciendo que á cada pensamiento se le oponía
un obstáculo insuperable, aterrador, que enerva-
ba sus fuerzas, debilitaba su acción y veia impo-
sible llevar á seguro puerto la zozobrante nave




39


del Estado. Así clamaba el periódico más minis-
terial de los ministeriales: Esto va mal.


Quedó fuera del Gabinete el unionismo, y los
que presentaban á este partido como un obstáculo
para implantar, en nuestro suelo reformas radica-
les, vieron que no era aquel quien las impedia,
pues nada se hizo después. Se reformó el Gabinete
con el Sr. Martos i cuyo talento es evidente, y
á quien no se le podia negar el mejor deseo, por-
que estaba Nen su interés mostrar que era digno
del puesto que ocupaba, y conseguir gloria; y el
país, sin embargo, siguió deseando lo mismo que
antes, el descontento era igual, y la prensa con-
tinuaba pidiendo lo propio que pedia cuando con-
sideraba que á las reformas se oponían los unio-
nistas.


La falta de iniciativa en el Ministerio y en las
Cortes perjudicaba á todos, hacia daño al país, y
mataba la revolución, enagenándose apreciables
simpatías. Esto hacia esclamar á muchos, que se
habia falseado la revolución, que no estaban á su
altura los que la dirigían; y defraudada la espe-
ranza pública, asemejábase la patria á un enfermo
que se va estenuando, mientras los galenos dispu-
taban sobre la gravedad del mal y los remedios
que convendría aplicarle.


Magnífica situación para aprovechada por los




40


enemigos de la libertad para matarla, y gracias á
que no estaban más unidos, y á que adolecian de
los mismos defectos y errores, cual si lo fueran
de raza.


¿Qué de estrañar era que en medio de tan triste
estado de cosas se volvieran á preparar los carlis-
tas para la lucha, se hablara de ella y se notaran
síntomas, si quier fueran estérileb?


Lo mismo sucedía con el partido moderado, al
que consideraban muchos vencido para siempre
por la revolución. Empezó á dar señales de vida,
pero no reinó en sus huestes la mejor armonía,
lucharon, no ya sobre la abdicación de doña Isa-
bel II en su hijo D. Alfonso, sino sobre su opor-
tunidad ; se ahondó más la división entre los
miembros de este partido á pesar de los patrióti-
cos esfuerzos de San Luís y otros tan ilustrados
como el conde, que sacrificó hasta su salud y vida,
y el resultado fué perjudicial á todos.


Y el país en tanto estaba á la espectativa de los
actos del Gobierno, y las Cortes seguían sus ta-
reas entreteniendo el tiempo en interpelaciones
y acusaciones, faltando número de diputados para
votar leyes, y no estaba verdaderamente hecha
ninguna reforma salvadora: sufría gran dismi-
nución la contribución industrial por la paraliza-
ción de los negocios, era cada dia mayor el déficit




41


del presupuesto general de ingresos, por nulo el
producto de algunas rentas como la de las sales,
saqueadas las salinas, muy mermada la de taba-
cos, por el gran contrabando que de este artículo1


se hacia, y en dfplorable estado los pueblos por la
supresión de sus productos.


Y á pesar de todo, la interinidad continuaba,
sin que se vislumbrara su anhelado término.


VIL


El proceder de los republicanos y las divergen-
cias que se suscitaron en su seno, exigían un ma-
nifiesto, y le dieron cumplido, llevando él apa-
rejada, como se dice jurídicamente, la vuelta de
sus diputados á las Cortes, á hacer la vida de los
partidos legales que tienen espeditas tales vías,
luchar como buenos, y habiendo fé y convicción
en los principios, constancia y valor en la pelea,
sino se obtiene de pronto un triunfo. decisivo, se
consiguen ventajas parciales, que van derrotando
en detall al enemigo, y se adquiere aliento, estí-
mulo y fuerza para mayor pelea y mejor venci-
miento.


Acudieron en efecto á las Cortes el 27, presen-
tando un voto de censura contra el Ministerio,
cuya proposición apoyó Pí y Margall combatien-




42


do el uso que había hecho el Gobierno de la sus-
pensión de las garantías constitucionales; discul-
pó la rebelión republicana, diciendo que no ha-
ffia promovido el combate sino que le habia acep-
tado en el terreno que se le presentó al disponerse
el desarme de la Milicia en varios puntos; estrañó
que Prim asumiera la responsabilidad de los fusi-
lamientos de Montealegre; aseguró que en la des-
titución ó suspensión de los ayuntamientos se ha-
bia faltado á la ley; censuró que continuara la sus-
pensión de las garantías, lo que se hacia por con-
ceptuar á los republicanos-como un obstáculo para
la realización de los proyectos monárquicos del
Gobierno, sin embargo de que, después de venció
do continuaron las mismas dificultades; dijo que
no se hacia la reforma del clero, que se agitaba
inútilmente al país con una fantástica candidatura
al Trono; que el partido progresista no respondía
á su misión, y defendió la república-federal como
sistema de Gobierno, de administración y de Ha-
cienda. Esquivó el Ministerio, por conducto de su
presidente, aceptar la batalla, por no creerlo opor-
tuno, y manifestó que el estandarte de la libertad
no estaba vinculado en los federales, pues lo de-
fendía el Gobierno y la mayoría, que no serian
aquellos los que salvasen la libertad si peligra-
se, y que dentro de pocos dias se levantaría la




43


suspensión de las garantías, cuyo mal se habia
atraído el Sr. Pí y Margall y sus amigos. 146 vo-
tos contra 35 desecharon la proposición.


Fuera de este incidente y el que promovió el
señor Ruano, sobre el atropello que la autoridad
militar cometió con el juez de primera instancia
de Reus, la presencia de los republicanos en la
Cámara, no bastó para sacarla de la atonía en
que se hallaba sumida.


Solo alguno que otro incidente, más escanda-
loso que político, daba animación al Congreso.


Imposible la continuación de aquel estado de
inercia parlamentaria, se reunió la mayoría en
el Senado para ver la manera de que los diputa-
dos asistieran en número suficiente para votar
leyes, á las comisiones, y se completara la de
Constitución para que pudiera hacerse la elección
de monarca. Para lo primero se acordó apuntar
los diputados que votasen ó nó, para saber los que
asistían á las sesiones y los que se abstenían de
votar; en cuanto á lo segundo, que el presidente
de cada sección diera cuenta semanalmente de lo
que trabajaba, y con respecto al tercero, que in-
dividuos de las mismas fracciones de las vacantes
las cubriesen.


¡A qué tristes reflexiones dio lugar el objeto
de la convocatoria y lo en ella acordado! Y el




44


mal continuó sin embargo. ¿Era por qué faltaba
celo y patriotismo en aquellos constituyentes que
tanto se esforzaron para obtener una representa-
ción que no ejercían? ¿No habia en la presidencia
la fuerza y el prestigio necesario á tan elevado
cargo? ¿Carecía de iniciativa el Gobierno? ¿Era
defecto de la situación general?


Como ningún partido estaba en su centro y nin-
guna fracción contenta, no era posible que vol-
vieran las Cortes al entusiasmo de los primeros
dias. Se acechaban unos á otros, desconfiaban to-
dos, se votaba lo que no se quería, faltábala fé, se
desconfiaba del porvenir, y,con tales elementos y
tanto empleado en la Cámara, ¿cómo dar una so-
lución nacional que satisfaciera? Poco importaba
que se pusieran en tablilla los nombres de los que
no votaran, que sobre las comisiones* indolentes
se estampara el estigma de la inercia, que se com-
pletara la comisión de Constitución para hacer la
ley por la que se habia de nombrar Monarca; to-
do esto era pueril y hasta ineficaz para vencer la
frialdad, la indiferencia y aun la esquivez parla-
mentaria.


Falta la Cámara de vitalidad, aun cuando cada
partido estuviera en su campo, y se opusieran
doctrinas contra doctrinas, seria lo mismo: ha-
bría al principio alguna vida y movimiento, pero




45


acabaría pronto. Parecía que aquellas Cortes ha-
bían gastado toda su vitalidad haciendo la Cons-
titución; y si entonces hubieran constituido el país
en Monarquía ó república, y declarádose ordina-
rias, ó disuelto, habrían conquistado eterna glo-
ria, de que participaran muchas nulidades que
había en la Cámara.


Y no es solo el defecto de aquellas Cortes; des-
graciadamente es la falta de muchas anteriores, y
de alguna posterior. Y lo digo con el alma llena
de amargura; pero no sé ocultar la verdad al pú-
blico, y es evidente á todos; siendo justo que cada
uno lleve la parte de responsabilidad que le cor-
responda.


El Regente comprendía lo triste de la situa-
ción que se atravesaba; y si habia sido condescen-
diente no oponiendo obstáculos á soluciones que
conocía sin embargo ser inconvenientes, porque
no se interpretara torcidamente su oposición y no
producir conflictos, estaba ya cansado, muy r e -
petidas veces se lo oí, y el deseo de que hubiese
un Rey verdad, ó se diese un término á aquella in-
terinidad, que seria muy aceptable y provechosa
para algunos, pero insufrible para él y deplorable
para el país.


No faltó en medio de esta crítica situación
quien amenazara con el salto mortal, que consis-




46


tia en cerrar las Cortes y enviar á su easa á los
constituyentes; y aunque no era difícil la empre-
sa, porque nadie defendería á los que no remedia-
ban tanto mal, debiendo haber producido tanto
bien, no importaba ya mucho la muerte de aque-
lla Cámara, y no se ejecutó.


Nada se resolvía, todo eran dificultades; ha-
biéndolas cada dia mayores para la elección de
Monarca, por la situación en que se ponían los
partidos. Y como si la instabilidad fuese el des-
tino común de Europa, casi toda ella atravesaba
un período crítico de elaboración; donde no ha-
bía crisis ministerial la habia política; pues hasta
la Inglaterra veia perturbada su secular normali-
dad por irlandeses y fenianos.


Convierte Napoleón su imperio de dictatorial
en parlamentario, y tiene que seguir la pendiente
de las concesiones: pugna la Italia en laboriosa
crisis: Turin, Ñapóles y Milán se revelan contra
la política de Florencia: sucumbe el Gabinete el
mismo dia que creia haber ganado una victoria;
el piamontés Lanza se opone al florentino Mari;
triunfa la izquierda; procura Lanza imponerse,
no puede vencer los obstáculos y ni aun Cialdini
formar el nuevo ministerio: el Papa confiando
más en la fuerza del derecho que en el derecho de
la fuerza, inauguró el Concilio ecuménico que fijó




47


la atención de todo el mundo: el Austria, por la
indiscreccion de sus prefectos, se veia en guerra
con la Dalmacia, pequeña región de su imperio,
pero importante por el valor de su gente y la na-
turaleza del terreno montañoso: en la Alemania
del Norte es derrotado Bismarck, representante
de la política de anexión: en Baviera eaia un Ga-
binete solo por haberse inspirado en la política del
canciller; en el Schleswig alemán se aspiraba á la
reivindicación danesa, y por todas partes recla-
maban los pueblos su autonomía, y las institucio-
nes se armonizaban con las exigencias del pro-
greso moderno, de la civilización del siglo.


VIII.


Cuando tanto tenían que hacer las Cortes, pues
ni aun los presupuestos estaban discutidos, sus-
pendieron sus sesiones por quince días, pretestan-
do las festividades de fin de año. Esto produjo pro-
funda sensación y general disgusto. Los hombres
pensadores.no veian salvación en cuanto les ro -
deaba; volvió á resonar el nombre de Espartero,
y fué considerado como una esperanza. Barcelo-
na envia una esposicion con 27.000 firmas acla-
mándole Rey; llueven esposiciones de casi to -
das las provincias á las Cortes pidiendo lo mis-




48


mo, y Logroño recibe cada dia multitud de comi-
siones suplicando al duque no se oponga á lo que
constituía él deseo de tantos; y periódicos que ha-
bían defendido la candidatura del duque de Geno-
va, proclamaban entonces la del pacificador de
España.


Finalizaba el año 69 y podia reseñarse el estado
de la Nación manifestando que, procediendo los
partidos con más miras particulares que genera-
les, el resultado no podia ser otro que el que exis-
tia : esto es, una Monarquía sin Monarca, una
Regencia nula, una Constitución inobservada é
infringida, una Cámara mal dirigida y agonizan-
do, una casi dictadura sin dictador, un Tesoro sin
dinero y una revolución en retroceso.


No formamos por esto, ni creemos forme la
Historia, un cargo de culpas á ninguno de los pro-
hombres de nuestra revolución; pero no dejará
de lamentarse de la carencia de uno de esos ge-
nios que, aun sin imponerse, dominan.


Y no se presentó más lisongera la situación al
inaugurarse el año de 1870; pues produjo una
crisis el regreso del Sr. Zorrilla de su viaje á
Valencia, Cataluña y Aragón, donde vio ostensi-
blemente rechazada la candidatura del duque de
Genova. No creyó en su delicadeza deber conti-
nuar en el Ministerioni su colega el Sr. Mar-




49


tos, muy afecto á aquella candidatura; y después
de ocho dias de laboriosa crisis, nuevamente sus-
pendidas en tanto las sesiones, el Regente solo ad-
mitió la dimisión de Martos y Zorrilla, no pu-
diendo vencer su resolución de retirarse, y se
completó el Ministerio con los Sres. Topete, Mon-
tero Ríos y Rivero que dejaba la presidencia de
la Cámara por la cartera de Gobernación, con-


firiéndose aquella á Ruiz Zorrilla.
Reanudan las Cortes sus tareas, se constituye


la comisión de Constitución, nombrando presi-
dente á Rios Rosas, y secretarios á Moret y Mon-
tero Rios, se desiste por completo del duque de
Genova, se procura entrar en vias de mayor or-
den y mejor resultado, y con loable franqueza
manifestó Prim, como presidente del Consejo,
que se habia llegado á un período de turbación en
el que rodeados de densas nieblas, podían hallarse
próximos á realizar la fábula de aquellos dos lo-
bos, que encontrándose en una noche oscura, se
devoraron el uno al otro sin quedar más que los
rabos.


Volvieron en sí los diputados, trabajaron dia y
noche para discutir los presupuestos,—cuyo'exa-
men es una de las más grandes y magníficas con-
quistas de la civilización,—autorizando al Gobier-
no para que continuara invirtiendo desde 1.° de


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Enero las rentas públicas, con arreglo al proyec-
to de presupuestos presentado por la comisión,
haciéndose desde luego todas las reformas y eco-
nomías que en él se establecían; no eran estas las
que el país reclamaba, é iban haciéndose cada dia
más apremiantes; y arreciando en tanto los tra-
bajos en favor de Montpensier, en los que se con-
sideraba interesados á algunos personajes, se pre-
sentó una proposición de ley, que sostuvo Caste-
lar, para que las Cortes declarasen inhabilitados
á todos los individuos de la familia de Borbon, no
solo de la rama primogénita ó descendiente de
Luis XIV de Borbon, sino también de la rama
segunda ó descendiente de Felipe de Borbon, du-
que de Orleans, para ejercer la dignidad que al
jefe del Estado concedía la Constitución de 1869.
Después de negarse el Congreso á votarla por
partes la desechó por gran mayoría.


De nuevo se consideró inminente el rompimien*
to entre los unionistas y radicales, con motivo
del proyecto de ley sobre el matrimonio civil, y
otros del ministerio de Gracia y Justicia y el de
la Constitución de Puerto-Rico, considerada por
muchos como prematura, y especialmente el que
se quisieran introducir ciertas reformas en Ultra-
mar, á las que se oponían no pocos peninsulares,
queriendo otros, y con razón, que no se precipi-




51


tase la discusión de tan importante proyecto,
hasta que estuvieran en las Cortes los diputados
por la Habana. Concluyó este conflicto, como
suelen concluir, por una transacción.


Cuestiones de esta naturaleza dejan siempre
terrible huella; pues aunque nada más justo que'
la lucha de los partidos, no la concibo cuando se
está en un período constituyente, y-son necesa-
rias la fuerza é inteligencia de todos para llevar
á feliz remate la obra emprendida; ofreciendo,
como es natural, las dificultades que á cada paso
origina la constitución definitiva de un pueblo:
con la unión dé' todos, se facilita el trabajo de
construcción, se perfecciona la obra hasta en los
detalles, y con la disensión sucederá lo que á los
edificadores de la torre de Babel. Ningún espec-
táculo más lastimoso y estéril puede dar un pue-
blo. Y sin embargo, es la historia de todos. ¿Es-
tará condenada la humanidad á girar siempre en
un círculo vicioso sin poder salir de él? Imposi-
ble, no lo creemos; porque en medio de esta lucha
continua de intereses encontrados y ambiciones
bastardas, el siglo XLX ha hecho conquistas im-
perecederas.


Conquistan las naciones su soberanía, se dan
por derecho propio sus leyes, y trabajan con in-
cesante afanen vencer añejas tradiciones, desarrai-




52


gar vicios absurdos, tendencias tiránicas, y asi
como la ciencia horada las montañas', penetra en
el fondo del mar, descubre y esplica las manchas
del sol y casi realiza la en su tiempo loca y quimé-
rica pretensión de los titanes, así la política, esa
ciencia de las sociedades modernas, de los pueblos •
libres y civilizados, hallará la solución del proble-
ma social, poniendo en combinada y armónica
acción los derechos de todos los hombres, los inte-
reses de todos los pueblos, el bienestar de toda la
humanidad. Una idea basta, como bastó un pro-
digioso descubrimiento, para poner en relación
inmediata todo el mundo. Y 1Q mismo;que el flui-
do eléctrico lleva la palabra y la idea de un polo
á otro polo, una grande inspiración política, so-,
cial, humanitaria, fraternal, moral, y justa y dig-
na, no necesitará más que insinuarse para triun-
far. Es el destino de las grandes verdades, de los
colosales descubrimientos. La imprenta no nece-
sitó más que inventarse para estenderse por todo
el mundo conocido; el vapor aplicarse, y Fran-
klin solo tuvo necesidad de un para-rayo, para
que digera Turgot


Erij)uit ccelo fulmem
Sceptrunrnque tyranis.


Y solo un para-rayo ha producido el cable que




53


pone en constante é inmediata comunicación á
ambos mundos, el hilo que suprime las distancias
para trasmitir los sucesos y los pensamientos. Si
la política es una ciencia, y para la ciencia no
hay imposibles, ¿los habrá para la política?


Avanzando paulatinamente en esta obra de r e -
construcción social, allegando todos materiales,
contribuyendo con sus ideas cada cual á su per-
feccionamiento, la obra se verá concluida, la
cuestión solo es de tiempo, y el que parece mucho
para la vida de los individuos, es brevísimo para
la de las naciones. Hermanadas inseparablemente
la libertad con la civilización donde menos civi-
lización hay encuentra más obstáculos la libertad,
y tiene que ser la tarea más difícil y laboriosa.


De nuevo la entorpeció la lucha latente, aunque
no muy ostensible, entre progresistas y demócra-
tas, y si no hubo un rompimiento ruidoso, si no
tuvo mayores proporciones la cuestión suscitada
el 3 de Marzo en la regencia con el ministro de la
Gobernación Sr. Rivero, con 'motivo del nom-
bramiento de gobernadores, se debió á la pru-
dencia de algunos ministros, y al deseo de que
no se rompiera la unión por un motivo tan vala-
di como la cuestión de personas. Se aplazó el r e -
sultado, que sino se buscaba, no se rehuia tam-
poco.




54


Y la Nación, en tanto, seguía atravesando un
período angustioso, y se escribía en la prensa y se
decía en las Cortes, que pesaba grande responsa-
bilidad sobre cuantos habían tomado parto en un
movimiento político, cuyo desgraciado éxito ale-
jaba al país del progreso civilizador del siglo y
de la importancia social que por tantos títulos
merece; que el espíritu liberal triunfante se aho-
gaba por falta de dirección, sin acertar á fundar
sobre bases sólidas instituciones definidas; que
crecían y aumentaban los peligros que rodeaban
á la revolución; que, todo era inestable y que una
mansa anarquía reinaba por do quier, como lo
dijo el mismo ministro de la Gobernación, que
tardó tanto, sin embargo, en confeccionar las le-
yes orgánicas.


El Congreso Constituyente que debia inspirar
.confianza á todos, hermanando la libertad con el
orden por medio de útiles y bien meditadas le-
yes, estaba dividido y subdividido en homeopáti-
cas fracciones, careciendo así de un pensamiento
común, gastando sus tuerzas en pequeñas é intes^-
tinas luchas, que ni respondían á los altos móvi-
les políticos de su misión, ni á lo que de sus re-
presentantes esperaba el país, y se enagenaban
hasta la consideración pública. Así se decía en to-
dos los tonos y en todas partes, aun en la misma




55


(1) D. J. L. Alvareda.


Cámara, que aquellas Cortes eran impotentes pa-
ra hacer el bien.


Y como si esto no bastara, la famosa sesión
de la noche del 19 de Marzo, en la que se rompió
estrepitosamente la forzada armonía entre unio-
nistas, progresistas, y demócratas, vino á poner
en terrible situación al Regente, al Gobierno y al
país. Aquellos partidos que juntos habían hecho
la Constitución se dividían, y lo hacia á la vez
lo que constituía la mayoría de la Cámara, pues
demócratas y unionistas estaban agrupados á los
progresistas, que eran el mayor número, pero que
no podían por sí solos luchar contra todas las de-
más fracciones reunidas.


Así publicaba con razón un diputado, y de los
de reconocido talento (1) y que tenia motivos pa-
ra estar bien al corriente de las interioridades de
la Cámara, «que era difícil una confusión mayor
de la que habia llegado á apoderarse de ella. Sin
verdadera unidad en el Ministerio, sin verdadera
unidad en la mayoría, sin unidad en el seno de las
oposiciones mismas, cada individuo, sea ministro
ó diputado, sea radical ó conservador, sea republi-
cano ó tradicionalista, espresaba en las cuestiones
que natural ó incidentalmente venían al debate,




56


su opinion propia, sin pensar en los intereses ge-
nerales de ningún partido, lo cual daba por resul-
tado, que cada uno de los trescientos representan-
tes que tenían asiento en los escaños de la Cáma-
ra, hablase un lenguaje diferente, viniendo pron-
to á convertirse la Asamblea, si semejante estado
de anarquía moral se perpetuaba, en una verda-
dera Torre de Babel.?


Esto viene á justificar cuanto dejamos sentado
sobre la situación de las Constituyentes, situa-
ción que se reflejaba en el país, como no podía
menos de reflejarse, y nos ahorra descender á
ciertos detalles comprobantes.


IX.


En los períodos de elaboración, en que, después
de un gran sacudimiento tiene que constituirse to-
do, son frecuentes esas crisis en que hay momentos,
en que hasta se desespera del porvenir, desfalle-
ce el ánimo y se cree hasta perdida la esperanza.


Este desaliento, este fatal marasmo se veia en
los actos de la Asamblea, en la que la ley de or-
den público, que tanto afectaba á todos, que des-
truía al establecerse, la Constitución, pasó casi
sin discutirse, á pesar de tener tantos artículos,
y en dos ó tres días fué aprobada.




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Lo mismo sucedió con la ley electoral, que en
el primer dia de discusión solo se levantó una voz
para combatirla en totalidad; y aunque el Minis-
terio deseaba que se pronunciara algún discurso
más de oposición, nadie quiso hacerlo, y en la
misma sesión empezó á discutirse el articulado.
Y se trataba de una ley que afectaba á todos los
diputados, que es la base del sistema representa-
tivo, la principal rueda de la máquina guberna-
mental. No podia ser más evidente y palpable la
indiferencia de la Cámara, ó mejor dicho, su fal-
ta de vitalidad.


Producen nuevas crisis Becerra y Echegaray,
Rivero procura sortear la armonía efímera en-
tre cimbrios y progresistas, acechando la ocasión
de sobreponerse; pero se eclipsaba su estrella, y
hasta se vio la justificada inconsecuencia de que
los que destruyeron los consumos los restablecie-
sen: pídese la abolición de las quintas y es Rivero
el que lee en las Cortes el proyecto de ley, exi-
giendo 40.000 hombres para el reemplazo, el
mayor que se habia pedido hacia tiempo, y pro-
curó su inmediata aprobación.


Fueron su consecuencia los desórdenes que hu-
bo en algunos puntos, presentándose en su prin-
cipio algo formidable la insurrección en Barcelo-
na é inmediaciones. Venció el Gobierno, púsose




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(1) Ya lo hemos dicho.
En pocas, ó casi ninguna Nación de Europa ni América se


halla establecida la incompatibilidad absoluta en los términos
en que la presentaba la comisión. En Portugal dispone el artícu-
lo 31 de su Constitución que el ejercicio de cualquier empleo,
escepto de ministro ó consejero de Estado cesa ínterin duran las
funciones de par ó diputado: en Bélgica se sujeta a reelección á
los nombrados para un destino retribuido: en Inglaterra é Italia
es compatible la diputación con los altos destinos centrales de la
administración general: en Suiza los individuos del Consejo fede-
ral no pueden tener otro cargo ni seguir otra carrera, ni ejercer
profesión alguna; en Holanda los individuos de los Estados gene-
rales que acepten empleo con sueldo ó reciban ascenso en su car-
rera, dejan de pertenecer á la Cámara, pero pueden ser directa-
mente reelegidos; en los Estados-Unidos, si bien establece la in-
compatibilidad absoluta en el art. 2." de la Constitución federal,
en el 1." señala dietas á los senadores y representantes: también
se señalan en el Brasil, y el ejercicio de cualquiera empleo, es-
cepto los de consejero de Estado y ministro, cesan ínterin se ejer-


este luego en contradicion con la comisión de in-
compatibilidades , y se confundía el espíritu y
hasta se oscurecía la mejor inteligencia, porque no
se acertaba á comprender el criterio que presidia
á los partidos, al Gobierno ni á las Cortes.


Y no es porque yo crea, que habiendo sufragio
universal sea indispensable la incompatibilidad
absoluta, que merma hasta cierto punto la liber-
tad de los electores; en estos es verdaderamente
donde está el mal: tuvieran más patriotismo, y
eligieran diputados dignos, no á los que más tra-
bajan por serlo, ó á los que más dinero dan ó cre-
denciales (1).




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cen las funciones de diputado ó senador; en la República de Chi-
le, se necesita para ser diputado una renta de 500 pesos á lo
menos, según el art. 21 de la Constitución, y por el 23 se consi-
deran como incompatibles á los eclesiásticos que tengan cura de
almas, á los jueces, intendentes y gobernadores; en Bolivia hay
incompatibilidad sin otra escepcion que la de consejero de Esta-
do ó ministro; en Venezuela los senadores ó diputados no pueden
aceptar empleos ó comisiones, sino un año después de terminado
el período para que fueron nombrados, esceptuando los nom-
bramientos de ministros, empleos diplomáticos y mandos milita-
res en tiempo de guerra; pero la admisión de estos empleos deja
vacantes sus puestos en la Cámara; en el Ecuador no puede ser
senador y diputado todo aquel que tenga mando, jurisdic-
ción ó autoridad eclesiástica, civil ó militar en la provincia que
le elija; y por último el art. 64 de la Constitución argentina, es-
tablece que, ningún miembro del Congreso podrá recibir empleo
ó comisión del poder ejecutivo sin previo consentimiento de la
Cámara respectiva, escepto los empleos de escala.


Y el Gobierno reformado no solo no correspon-
día á lo que muchos esperaban, sino que perdía
cada dia más fuerza moral, sin que para restable-
cerla apareciese la tan anunciada circular del mi-
nistro de la Gobernación'. Habia impunidad en los
delitos, ó castigos exagerados, y algo más; la in-
oportuna cuestión del juramento ponia en situa-
ción indefinida i, unos generales y fuera del ejér-
cito á otros, á la mayor parte del clero en rebeldía;
un condenado á muerte por política tomaba de
improviso asiento en el Congreso á la faz del Mi-
nisterio; se daba la razón á los que se oponían á
las quintas, á la vez que estas se establecían, y




60


las esperanzas que hizo concebir el Sr. Rivero al
encargarse de la cartera de Gobernación, las cre-
yeron muchos defraudadas.


Tal situación era insostenible. Pensóse por al-
gunos dar mayores atribuciones al Regente, por
otros elegir una Regencia trina dé Serrano, Prim
y Topete; pero todo tenia inconvenientes graves,
y no se hallaba tampoco una solución salvadora.
Habia miedo de elegir Rey, cuando esto era la
salvación de todos.


Lo era para muchos el establecimiento de la
República; pero sus mayores enemigos lo fueron
los republicanos; y como si no hubiesen hecho
bastante, como si les faltaran motivos de duelo,
como si nada hubieran tenido que hacer para or-
ganizarse y preparar su triunfo, de un buen de-
seo surgió un gran cisma político. Era bueno,
noble, levantado y patriótico el deseo que animó
á los periodistas á hacer la declaración de sus
propósitos de conducta, y como si estuviéramos
condenados a que ningún pensamiento elevado y
digno fructifique en nuestra patria, protestó la
minoría republicana, se dividieron los parece-
res, se empataron los votos, y cuando unos lo
sacrificaban todo á la unión, acortando distan-
cias, y no parando mientes en si se habia de con-
ceder más ó menos autonomía, se mostraron otros




61


intransigentes sin ceder un ápice en su federa-
lismo exagerado y se produjeron nuevas divi-
siones.


Al considerar tanta perturbación poíítica, que
no dejaba de haberla también moral, parecia ver-
se un desquiciamiento social, y se creia uno tras-
portado á la decadencia del Imperio, hallarse uno
en pleno paganismo, en aquella época de duda y
de incredulidad en que á fuerza de haber tantos
dioses no se sabia ácual adorar, y tuvo que ve-
nir un Mesias que destruyera por su base todo lo
antiguo y creara otra sociedad con diferentes con-
diciones de la que existia. ¡Oh! ¡Cuánto ganaría
el mundo con un Jesús político!


Y sin que sea cuestión de forma ni de nom-
bre, la regeneración es á mi juicio inevitable.
La Europa no ha llegado todavía á la virili-
dad de su nuevo ser. Destruidas en unas partes,
más pronto que en otras, las antiguas preocupa-
ciones y errores, no se han desarraigado aun
las añejas y viciosas tradiciones de tantos siglos;
y la revolución que las ciencias han producido
casi de repente imitando el fiat lux de la Escri-
tura, pues apenas han tenido necesidad más que
de mostrar el vapor y la electricidad para que
ambos motores recorran el Orbe uniéndole, en
moral, y en política especialmente, se lucha con




62


teorías, se buscan soluciones, se hacen y refof-'
man constantemente Códigos, y deseando todos el
acierto, y hallar un punto de apoyo estable, nunca
se ha divagado más que en el período de que nos
ocupamos, pocas veces ha habido más inestabili-
dad, y la solución política parecía y parece la
cuadratura del círculo.


La venida á Madrid de nuestros representantes1


de París, Florencia y Lisboa, la anunciada dimi-
sión del presidente del Congreso, la separación
de los Sres. Martos y D. Gabriel Rodríguez dé
lá junta directiva de la mayoría radical, y la
resolución de los defensores de cada uno de los
candidatos de hacerles prevalecer, pusieron en
nueva conflagración los ánimos, y como decia
muy oportunamente un escritor diputado, «pare-
ce imposible que la situación porque el país atra-
viesa pueda empeorarse; y sin embargo, el tiempo
viene á desmentir nuestras creencias, y á ense-
ñarnos prácticamente que la confusión aun puede
ser mayor, la 'salida más difícil, el porvenir más
tenebroso, la resolución, en fin, del problema re-
volucionario, más insoluole, intrincada y labe-
ríntica..... Un decaimiento moral doloroso, se
apodera de nosotros; una angustia política pene-
tra en nuestro espíritu; algo que se asemeja á la
vergüenza asoma á nuestras megillas al escribir




63
estos renglones contemplando el estado en que se
encuentra el país en que hemos nacido.»


Y así pensaba toda persona sensata. Era pre-
ciso acortar las distancias, llegar al planteamien-
to definitivo de la Constitución del Estado, como
manifestó elocuentemente el presidente del Con-
sejo. Se unieron á los progresistas los demócratas,
sus antagonistas antes, y adoptaron los más ambas
denominaciones, para lo cual hubo una reunión
en el Senado, que ocupó gravemente á hombres
formales; pero se creia llegar al término de la
interinidad, que es lo que á todos preocupaba, y
con todo se transigía.


De los candidatos al Trono, solo se habían sal-
vado Espartero y Montpensier; y los partidarios
de uno y otro arreciaron en sus trabajos; llevan-
do en ellos la mejor parte los que querían coro-
nar la obra revolucionaria con el pacificador de
España. No pensaba así, en general, el Ministerio,
debemos decirlo francamente; pero se agravaban
ías circunstancias, urgía la solución, crecía el
ardor de los partidarios de ambos candidatos,
y Prim escribió una carta al duque de la Victo-
ria, que llevó Madoz, diciéndole que al tratarse
del nombramiento de Monarca, y acordándose de
él sus adictos, el Gobierno debidamente autoriza-
do, deseaba se dignase decir si aceptaría la Corona




64


de España en el caso de que las Cortes Constitu-
yentes le eligiesen; que el Gobierno no tenia can-
didatura, pero estaba en el caso de evitar que
alguna fracción se agitara en favor de un candi-
dato que no aceptase. El duque de la Victoria
contestó, como no podia menos, agradeciendo de
corazón las consideraciones que debia al Gobier-
no; que estaba dispuesto á dar su vida por la l i -
bertad y el bien de la patria; pero un deber de
conciencia le obligaba á manifestar respetuosa-
mente que no le seria posible aceptar tan eíevado
cargo, porque su salud y sus años no le permitían
desempeñarlo.


Consideró el Gobierno eliminada la candidatu-
ra del duque, insistieron en ella, sin embargo,
sus partidarios, hasta el punto de enviar una co-
misión á Logroño; pero nadie pudo vencer la
decidida resistencia de Espartero, de lo que soy
evidente testimonio, y de sus esfuerzos para hacer
desistir de ello á sus amigos. Ni aun le venció la
oferta formal y autorizada de proporcionarle
todos los votos de los montpensieristas, si acepta-
ba la Corona.


No aceptado Montpensier por el Gobierno,
vióse este precisado á buscar otro candidato. Dis-
cutióse la ley para la elección de Monarca, que
disponia que bastase para hacerla el mismo nú-




65


mero de diputados que para nacer otra ley, pero
con intención conocida, se pidió por un voto par-
ticular que para la elección de Rey se exigiese la
mitad más uno de todos los' diputados que podían
tomar asiento en el Congreso. Mucho dificultaba
esto la seguridad de la elección, pero conseguida,
la daba mayor importancia. Los republicanos, los
tradicionalistas y cuantos eran contrarios á la re-
volución y partidarios da la, interinidad, batieron
palmas; pero no se arredraron los monárquicos,
se reunieron en el Senado y declararon haber lle-
gado el momento de dar fin á la interinidad eli-
giendo Monarca; una comisión puso este acuerdo
en conocimiento del Gobierno, para que se discu-
tiera en las Cortes; más estas terminaron su se-
gunda legislatura sin resolver tan ardua y apre-
miante cuestión.


Presentóse á poco como candidato al príncipe
Hohenzollern, cuyo proyecto murió al nacer, de-
fraudando la esperanza de los que en aquel la
tenían é infundiéndola mayor á los enemigos de
la Monarquía.


Apremian las circunstancias, se reúne la comi-
sión permanente de las Cortes para acordar la
necesidad de su convocatoria, considerándola jus-
tificada Rios Rosas, Topete, Cantero y Lorenza-
na, que creían conveniente, juzgar los actos del




66


Gobierno durante las negociaciones para presen-
tar la candidatura del príncipe Leopoldo, poner
término á la interinidad, y el temor de que las
complicaciones europeas obligasen al Gobierno á
salir de la neutralidad, ó que las consecuencias
de la guerra entre Francia y Prusia pudieran
constituir una amenaza para nuestra independen-
cia ó nuestra dignidad; pero prevaleció la opi-
nión de que no era necesaria la reunión de las
Cortes. Y sin embargo, la situación política de
Europa, y especialmente la dé España, traían
agitados los ánimos de todos, la mayor parte de
los clubs ss habían declarado en sesión permanen-
te, hasta llegaban á reunirse grupos en la Puerta
del Sol. Más el Gobierno supo hacer frente á estos
peligros inmediatos, y aun ostentó su fuerza dan-
do una amplia amnistía; mal agradecida y peor
pagada por los que más ganaban en ella, los car-
listas, que se levantaron en armas en algunas
provincias; y con tanta torpeza y tan fatal direc-
ción, que fueron derrotados en breve, aun cuando
se ostentaron imponentes por el número en las
Provincias Vascongadas. Otra vez más, demos-
traron los carlistas su impotencia en el terreno
de la fuerza.


Estos y otros sucesos venían á demostrar la
imperiosa necesidad que habia de salir de la in-




67


terinidad, á cuyo efecto diputados respetables pu-
blicaron el 24 de Setiembre un documento, harto
notable, dirigido al país, pidiendo «que la revo-
lución de Setiembre, rasgando las sombras en que
se envolvía1, y recobrando la virilidad perdida,
realizara lo que prometió y cumpliera lo que se
propuso, que era levantar una Monarquía since-
ramente constitucional, reivindicar los abatidos
fueros del Parlamento, y fundar sobre la sólida
base del orden, los grandes principios de libertad
y de derecho, fundándose en lo#alarmante de la
interinidad y alcarzara pronto y debido término
el estado de disolvente incertidumbre, de inso-
portable anhelo, que era el tormento, no ya de
los partidos, sino de todas las clases, familias é
individuos; no ya de casi todos los políticos, sino
de cuantos neutrales ante los indiferentes siste-
mas de Gobierno, cifran únicamente su bienes-
tar en el afianzamiento de la paz pública y en el
goce tranquilo del producto de sus capitales y
trabajo.» Llaman á la interinidad cáncer político
y social, y que elevada á sistema, era absurdo
reinado en los dominios de la lógica, anarquía y
la disolución en el campo de los hechos sociales,
crisis general é indefinida suplantando al estado
normal, é inversión y subversión de las leyes que
gobiernan el mundo.




68


Pedían, pues, la conclusión de la interinidad
como fin, y la inmediata reunión de las Cortes
como medio. La consecuencia de todo, la elección
de Rey, fundando así una Monarquía, verdadera
emanación de la soberanía nacional,, esperándose
el término de todos los males que amenazaban de
una manera aterradora.


El Gobierno luchaba con el fraccionamiento de
la Cámara, y se esforzaba en aunar voluntades
para hacer triunfar una solución que pareciera
más aceptable; npro para esto se necesitaban en
todos grandes dosis da patriotismo, y por des-
gracia se posponía este á intereses personales.
Pero la misma división de la Asamblea daba fuer-
za al Gobierno atrayéndose á alguna fracción, lo
que conseguiría en cuanto presentase candidato
aceptable. Así lo conoció el poder, hizo un último
y supremo esfuerzo, y abierta de nuevo la Cáma-
ra se presentó resueltamente la oandidatura del
duque de Aosta. Combatiéronla los enemigos de la
revolución, los republicanos^ los descontentos del
Ministerio y I03 amantes declarados de otras can-
didaturas, y la apoyaron los que confiaban cie-
gamente en el Gobierno^ los que á toda costa
querían terminase tan funesta interinidad y bajo
la sombra de una nueva Monarquía procurar la
regeneración de España.




69


No dejaban de comprender, aun los más con-
trarios á un Rey estranjero, que hoy no podia
hacer ninguno lo que Carlos I y Felipe V, con-
cluir uno con las libertades y el otro con las Cor-
tes; que en este siglo no puede ningún Rey divor-
ciarse del espíritu moderno, ni dejar de realizar
las aspiraciones del pueblo que rija, pues las di-
nastías más arraigadas, tienen que fundarse en la
opinión, y cuando son levantadas sobre el pavés
de esta misma opinión, tienen mayores deberes
hacia ella, porque contraen desde luego el com-
promiso tácito de atenderla y cumplirla.


Los antecedentes del duque de Aosta eran una
garantía de este cumplimiento, como lo demues-
tra la biografía que va á continuación de estos ca-
pítulos. Joven, valiente , habiendo derramado su,
sangre por la patria engrandecida por su padre;
ganoso de gloria, queridísimo de sus conciudada-
nos, educado en la escuela liberal, y con envidia-
ble posición, ni ambicionaba el Trono de España,
por modestas siempre sus aspiraciones, ni rehu-
saba cuantos sacrificios pudiera hacer-para lo-
grar la ventura de este pueblo, que le fué simpá-
tico desde que le conoció. Los,liberales no podían
prescindir de que D. Amadeo pertenece á una fa-
milia que representa cual ninguna en el continen-
te europeo el espíritu liberal del siglo, que ha sa-




70


(1) Tratábase de ascender al Trono á Guillermo de Orange,
que recordaba agravios y luchas, y decían los altivos lores:


—«Nuestra opinión no ha cambiado; pero preferimos un Go-
bierno cualquiera á toda carencia de él; porque el país no puede
soportar la prolongación de esta interinidad desesperante.»


bido secundar las aspiraciones de los amantes de
la libertad. Educado el duque de Aosta en esta
escuela, era ya una garantía, no de un partido,
sino de todos los liberales; y si obtenía la vota-
ción de las Constituyentes, sacrificando sus más
caras afecciones á la de la patria, no debia habec
más que una enseña para todos los liberales mo-
nárquicos; Rey y libertad.


En esta conducta se inspiraron grandes hom-
bres de Inglaterra al establecerse la Monarquía
de 1688 (1); y esta conducta era la que aconsejaba
el patriotismo en España. Las fuerzas de todos
los monárquicos debían converger á un punto
solo; los votos á una persona. Se había negada
resueltamente Espartero, tenia pocos partidarios
Montpensier, era el candidato del Gobierno el
duque de Aosta, y este fué elegido el 16 de No-
viembre para Rey de España.


Acabó el período de interinidad, y las Cortes
en uso de su soberanía coronaron el edificio re -
volucionario, sobreponiéndose muchos á sus afec-
ciones en pro de la patria, á la que todo se debe»




71


Solo así, aquella Asamblea fraccionada, que iba
mostrándose impotente para terminar dignamen-
te su obra, la consiguió haciendo renacer en el
corazón de todos la esperanza de un lisongero
porvenir.


X.


La elección de Rey no fué seguida de ninguno
de esos sacudimientos que anunciaban y temían
algunos; que pudieran haber protestado de la de-
cisión de las Constituyentes; y el país, en gene-
ral, podía sentir cierta especie de noble orgullo,
al usar, después de tantos siglos, de un derecho
que, lejos de negarse á ningún pueblo del mundo,
es incuestionable, y se daba un Rey en uso de su
perfecta soberanía, pudiéndole considerar más
propio que el que le dieran en un testamento.


La Nación, pues, acató como no podia menos,
la decisión de las Cortes, y siguió con ávida cu-
riosidad los pasos de la comisión que fué á Italia,
satisfaciendo los obsequios que á los representan-
tes de España se dispensaban, y las noticias que
del Rey elegido se recibían. Veíase que iba á ve-
nir un MonSrca sin adhesiones que premiar ni
agravios que vengar, que solo tenia levantados j |
dignos pensamientos, y se arraigaba así más la




72


creencia de los que todo lo esperaban del nue-
vo Rey.


La Historia enseña con triste elocuencia que,
los reyes por los que más sacrificios han hecho
sus pueblos los pagaron peor; y aunque esta Na-
ción hidalga ha recompensado con amor los agra-
vios, tiempo es ya de que sin faltar á lo que la
nobleza de sentimientos obliga, se atienda más al
bien de la patria, que á la satisfacción de afectos
personales, á los que se ligan vínculos políticos.
Esto ha sido origen de no pequeños males, que
no han servido de lección*, pues se han venido co-
metiendo iguales faltas^ y casi por las mismas per-
sonas ó clases.


Sin remontarnos á otros tiempos, por no se-
pararnos de los actuales, hemos visto á la aris-
tocracia española al principio de nuestra rege-
neración política, sino simpatizar con la causa
carlista, admitir resignada el Estatuto Real, des-
deñar á los liberales que querían más libertades,
y combatirles después; escepto algunos grandes
de levantado patriotismo, entre los que supo dis-
tinguirse el marqués de Miraflores. cuyos servi-
cios por la causa de la libertad no son aun debida-
mente apreciados. *


^ La grandeza española cometió una falta grave,
no poniéndose resuelta y lealmente á la cabeza




73


de la revolución, ya que reconoció á la Reina
que la simbolizaba; ó imitando la patriótica con-
ducta de la aristocracia inglesa, dirigiera y en-
cauzara á esa misma revolución, en vez de poner-
la inútiles diques, que al destruirlos, destruyó
también las fuerzas de los que los oponian.


Dueña la aristocracia española de más de la
mitad de nuestro territorio, influvendo en casi
todos los pueblos, hubiera tenido poderosa mayo-
ría en todos los Congresos y fuera dueña de los
destinos del país, á saber dirigirlos. Pero halló
más cómodo, sin duda, retraerse de la vida políti-
ca, dejó caer de sus manos las armas que la ha-
cían invencible, se consideró vencida sin pelear,
y no tenia porqué quejarse de verse relegada,
porque ella propia dejó de tomar parte, cuando
no le combatió, en el movimiento regenerador que
se habia operado en otras naciones, y se efectua-
ba en España.


Y á pesar de tales antecedentes, no compren-
demos cómo la comisión permanente de la gran-
deza de España, suspendió su representación, co-
mo cuerpo del Estado, por no rendir el debido,
tributo al Rey Amadeo. Y esa grandeza cuyas
antiguas glorias son las de la patria, que no debe
ni pued.e vivir enagenada del pueblo,, que la ha
considerado y amado, se debe más á su país que




74


(1) El Almirante de Castilla, los duques de Hijar, del Infanta-
judo, de Béjar, de Alba, de Medinaceli, de Arcos, de Nájera, do
Monteieon y de Uceda, los condes de Fuentes, de Cifuentes, de
Palma, de Oropesa, de Cardona, de Puñonrostro, de Monterey, de
Montijo, de Lemus, de Peñaranda, de Fuensalida, de Amayue-
las, los marqueses de Mondéjar, de Valparaiso, de la Laguna, de


' Camarasa, de Leganés del Carpió, de Alcañices, y no pocos más,
todos grandes.


á personales afecciones, por respetables y sagra-
das que sean.


No hemos citado el ejemplo de la aristocracia
inglesa, porque no se pudieran presentar de la
española, sino por más moderno; pues en no
muy lejanos tiempos, grandes de España se opo-
nían resuelta v decididamente á las invasoras ten-


v


dencias de la Monarquía, poniéndose de parte del
pueblo para defender sus derechos. Eran descen-
dientes de aquellos grandes y señores que se des-
naturalizaban y levantaban pendón contra los
reyes.


Tenemos sin embargo una lisonjera esperanza;
y es que, así como los que más combatieron con-
tra la Casa de Borbon y más sufrieron de ella (1),
fueron después sus más decididos defensores, así
también, sin menoscabo de su dignidad, puedenser-
lo y lo serán, de lo que la Nación quiere. Glo-
rias de España habían sido, y honra de España
siguieron siendo, los duques de Medinaceli, de




75


Osuna, deHijar, del Infantado, y de San Carlos,
los condes de Orgáz, de Fuentes, de Santa Colo-
ma, de Campo Alange y de Polentinos, los mar-
queses de Santa Cruz, de la Granja, de Castella-
nos, de Cilleruelo, de la Conquista, de Ariño, de
Lupia, de Bendaña, de Villar-alegre, de Jura
Real, de Ayerbe y de Feria, y unos asistieron á las
Cortes de Bayona, donde se juró Rey á José Bo-
naparte, que se imponia por la fuerza, y otros
aceptaron sus regios favores.


Las circunstancias modificaron en todos tiem-
pos la conducta de los grandes, y esas mismas
circuntancias les obligarán á trazar su conducta
para su gloria y la del país. Aun cuando hoy no
tengan los títulos nobiliarios la importancia de
otras épocas, siempre serán considerados los que
representan las glorias y grandezas de Espa-
ña, los que tienen una historia de verdadero va-
ler. Inspírense en el sentimiento público; no con-
traríen las exigencias del siglo, no se aislen, y
con la fuerza que aun tienen, y con ilustración,
su influencia será poderosa y benéfica.


No menos mal aconsejada está la mayor parte
del alto clero, mostrándose algún tanto más po-
lítico que religioso.




76


XI.


Elegido Rey, las Constituyentes habian cum-
plido su misión. Oponíanse algunos ásu clausura,
porque faltaba discutir la dotación de la Casa
Real, que constaba de un artículo, la breve ley
de incompatibilidades, una de Hacienda de pocas
líneas, la división de distritos electorales y el ce-
remonial para la recepción del Monarca. Para
esto se señalaron catorce dias; y aunque los que
no querían el restablecimiento de la Monarquía
y sí prolongar el período constituyente, se opu-
sieron ruidosos, venció la mayoría y la razón, y
las Constituyentes completaron patrióticamente
su obra, mereciendo bien de la patria. La Asam-
blea en sus postrimerías, hizo un esfuerzo gigan-
te, y á través de tantos obstáculos, borró su pa-
sado, conquistó gloriosa página en la historia, y
honró á la revolución de 1868, tan temida antes
por creerse que seria el desencadenamiento de
todas las malas pasiones, y que dejaría atrás los
escesos de la. francesa en el siglo pasado. Todo lo
contrario, vimos al pueblo armado y sin autori-
dades, entregada á él mismo la propiedad y la
vida de todos los habitantes de Madrid, sin per-
mitirse el menor esceso, velando por todos y sal-




77


vando á todos. Testigo de su comportamiento en
aquellos dias, de la patriótica dignidad de sus
pensamientos, de la nobleza de sus acciones, con-
movido muchas veces con su proceder, no puedo
menos de hacerle la debida justicia, consignán-
dolo así para su gloria y la de Madrid.


Así, pues, ni nuestra última revolución tiene
las manchas sangrientas que las de otras naciones
al derribar su Dinastía, ni sacrificó las ilustres
víctimas que la de Inglaterra y la de Francia,
ni desmembró su territorio como la de Bélgica.


Y ya que á este país citamos, cumple á nuestro
propósito hacer notar la paridad que hay en la
elevación al Trono de Leopoldo y de Aosta. Libre
y espontánea la elección de uno y otro, sin más
fundamento que la soberanía nacional, atendien-
do á elevadas razones políticas, y sin que para
nada interviniera uno ni otro candidato, pues tan
tranquilo estaba el duque de Aosta en Turin,
como el príncipe Leopoldo en Claremont, ¿qué
justificación ha tenido la grande oposición que se
hizo al que la Europa toda ha denominado, con
justicia, el modelo de reyes?


Y sin embargo, ¿cuan ruda oposición tuvo la
candidatura del gran Rey de Bélgica? Combatié-
ronla los partidarios del príncipe de Orange, pro-
movieron graves desórdenes en Bruselas, escitó




78


las pasiones populares el memorándum del 29 de
Mayo, que formaba el nuevo estado que consti-
tuye la Bélgica, se combatió á la mayoría de la
Asamblea basta en nombre de la independencia
nacional, se escitaron todas las preocupaciones,
todas las pasiones, se llamó traidores á los soste-
nedores de aquella candidatura, fué la Cámara
un verdadero campo de Agramante, estallaron
conspiraciones por todas partes, lucharon á muer-
te los orangistas y los republicanos, llegó hasta á
titubear la mayoría, porque en la Asamblea, en
las tribunas, en las calles, en todas partes vio
contrariado su propósito, y se gritó abaj o los
protocolos, muera el Gobierno, y se pidió la
guerra; peligró la vida de los defensores del Go-
bierno, que tuvieron que refugiarse en los rinco-
nes del Congreso, y solo el heroísmo y la sublime
elocuencia deLebau conjuró la tormenta, y con-
tra la opinión general, se dio á la Bélgica el Rey
amado después por todos, mostrándose orgullo-
sos de tenerle.


Entre nosotros, sin embargo, no tuvo que lu-
char tanto la mayoría, siempre á su cabeza un
hombre valiente, perseverante, que amaba la l i -
bertad y respetaba el Parlamento, que á veces
apasionado y estoico á veces, sonreía al oirse
acriminar injustamente, aplacaba tempestades, y




79


si produjo la del 19 de Marzo, nadie hizo más es-
fuerzos que él para disminuir sus efectos. Sacrifi-
cándose con frecuencia por la unión de todos,
cediendo hasta en sus afectos y compromisos, se
elevó Prim á grande altura, y conquistó glo-
rioso puesto en la historia patria. Todo lo pudo,
y dio su vida por dar Rey á España, para coronar
dignamente el edificio revolucionario, y espiró
diciendo que había hecho la Monarquía y salvado
la libertad.


El Regente le secundó también .en tan patrió-
tica empresa: sabia sufrir con* la esperanza ele
mejoramiento: sacrificaba amistades por el bien
público, y solo le dominaba una idea: entregar la
Regencia al Rey que las Cortes eligieran. No se
ha estinguido en España la raza de los buenos
patricios.


XII.


El Rey, que ha venido á serlo de los españoles
y no de un partido, deseó rodearse de los hom-
bres importantes de todos; y como entonces solo
podia hacerlo de los que le reconocian, se inclinó
más al consejo de un Ministerio de conciliación,
que pudiera efectuar la reorganización de todas
las fracciones, que á formar un Gabinete homo-




80


géneo, al que se oponían los mismos que habían
de constituirle, declinando este honor en obsequio
de la unión.


Hombres importantes, y de los unionistas, sos-
tuvieron la conveniencia de un Ministerio esclu-
sivamente progresista, que hubiera permitido la
organización de un partido menos avanzado; pero
no en todos habia la suficiente calma para saber
esperar, y Serrano formó al fin un Gabinete con
los Sres. Martos, Sagasta, Zorrilla, Moret, Ulloa,
Beranger y Ayala.


Satisfacíale al Rey ver unidos á hombres de
opuestas tendencias; en nada estorbó su acción
gubernamental, y sin más deseo que labrar la
prosperidad del país, no hubo proposición que no
admitiese y aprobase gustoso. Jamás vaciló en
firmar cuanto sus ministros creyeron coveniente.


Prolongáronse las elecciones municipales, como
garantía de mejor resultado, se emitieron 400 mi-
llones en billetes del Tesoro para hacer frente por
el pronto á las apremiantes necesidades de la Ha-
cienda, empezó a, renacer la confianza, se apres-
taron á acudir á las urnas los republicanos y los
carlistas, haciendo uso de ese derecho que pocas
veces ó ninguna hay razón para abandonar, juró
el ejército lealtad al Rey Amadeo, y al comuni-
carse por el ministerio de Estado á los represen-




81


tantes de España en el estranjero el estableci-
miento de la nueva Monarquía, podía decirse que
en la levantada por la soberanía nacional con el
concurso patriótico del país, se fundaba la espe-
ranza de la reorganización de este gran pueblo,
para que ocupara en el concierto europeo el lugar
que de derecho le corresponde.


Si para esto se necesitaba un Monarca sincera-
ramente constitucional, que educado en la escue-
la liberal, comprendiera lo que á la libertad se
debe, sabiendo amar la patria hasta el punto de
derramar gustoso su sangre por ella, tales cuali-
dades las reúne como ninguno D. Amadeo. Así
lo comprendieron al instante cuantos le rodea-
ron, sin vacilar un momento en la sinceridad de
su constitucionalismo.


El Rey, pues, no podia ser un obstáculo á
cuanto pudiera contribuir al engrandecimiento
de la patria; pero necesitaba el ayuda de todos, y
desde un principio, sin esperar los actos del nue-
vo Ministerio, los partidos hostiles á la naciente
Monarquía se coaligaron contra ella en nefando
consorcio, y se aprestaron, á la lucha, legal, sí,
pero escitando las más exageradas pasiones, los
instintos más turbulentos y la ignorancia de las
masas. Y en este pueblo que aun no ha desterrado
antiguos hábitos de holganza, estimulados por la


6




82


sopa boba, en esta Nación en la que las clases niás
privilegiadas no han sido las más instruidas i én
que se contentan unos con gastar las fortunas he-
redadas y otros con escalar altas posiciones por
él favor, más que por los propios merecimientos,
creyendo óue llenarse de títulos y condecoracio-
nes, cubrir la cabeza con una mitra ó ceñir una
faja, dan patente dé saber, no se cuidan más que
de conseguir mayor medro, y no por el estu-
dio y la ilustración, sino por él fecundo cam-
po de la política y perturbando el país. Y
"como no hay cauSá que carezca de partidarios, y
los tiene siempre la vida aventurera, nó faltan
masas inconscientes que se sacrifican por los
que hacen de ellas escabel de sus ambiciosas
miras.


No era posible que una coalición entre los par-
tidos más opuestos, entre los que defienden aún
la inquisición, y los partidarios de los fueros ili-
mitados y absolutos de la razón humana, ó más
bien, de los estravíos de la razón, pudiera ser be-
néfica ni provechosa para él país, ni aun para los
mismos que la formaban. Y como si estos no fue-
ran elementos perturbadores, aún habia partido
que, sino se coaligaba con carlistas y republica-
nos y federales, les alentaba en su empresa des-
tructora y combatía como ellos el poder, no para




83


reemplazarle legalmente, sino para destruirle y
con él toda la obra revolucionaria.


Se acercaban las elecciones de diputados pro-
vinciales, se aprestaron al combate electoral los
enemigos de la Dinastía y de la revolución, lan-
zaron los moderados un manifiesto para osten-
tar ideas harto lastimosamente conocidas, hacer
alarde de principios de honor, mejor sentidos que
entendidos, porque está el bien de la patria por
encima de todo, y se vio con dolor que hombres
de brillante y gloriosa historia se encerraran en
el estrecho círculo de un partido de esperanzas,
pudiendo aún ser útiles al país con su ilustrado
concurso en un campo á todos abierto.


Los carlistas convocaron á sus correligionarios
á las urnas para destruir al Gobierno y á la Di-
nastía, y los republicanos declararon que el acep-
tar la Monarquía, les valdría hoy el escarnio de
todo el mundo civilizado y mañana la eterna mal-
dición de la Historia.


Tales eran los elementos que combatían al po-
der y contra los que éste tenia que luchar en las
elecciones de diputados provinciales, en las que
no sacó la peor parte; convocando en seguida los
colegios electorales para la elección de diputados,
que habían de formar el primer Congreso de te
nueva Dinastía.




84


XIII.


No podia callar el Gobierno ante la coalición
de tan opuestos partidos, y hasta se creyó obliga-
do á intervenir en la contienda electoral, de la
única manera que le era lícito; demostrando su
pensamiento, fijando la atención del país sóbrela
situación que se atravesaba, y creyendo llegado el
momento de hacer enérgicas afirmaciones, quitar-
la esperanza á propósitos insensatos, someter
todas las rebeldías al orden constituido, y evitar
que afectos personales, despechos pueriles, ó ver-
gonzosos arrepentimientos, debilitando lo presen-
te, remitieran el porvenir de la patria á nuevas
y sangrientas oscilaciones.


El Ministerio acudía á la defensa de la obra
común, y «olvidando antiguas diferencias, y so-
metiendo resueltamente todo lo secundario á lo
principal, aparecía unido ante el país, compacto,
fundido en el crisol del patriotismo, y en la in-
quebrantable voluntad de sacar triunfantes los
altos intereses encomendados á su custodia. > Hizo
el programa de la política que se proponía se-
guir, combatió la coalición de carlistas y republi-
canos, y dijo, que si pretendieran que la situación
no tuviese más heredero que el caos, el Gobierno




85


se colocaría á la altura de sus deberes, firmemen-
te resuelto á no dejarse sustituir por la anarquía.


Agradó este lenguaje al público, atemorizado
con los escesos que por tanto tiempo 'habia pre-
senciado , escandalizado de su impunidad; aun-
que aun habia de ver la de los que pretendie-
ron en la noche 'siguiente á la de la publicación
del anterior manifiesto, asesinar en la calle á
Ruiz Zorrilla.


Pero si satisfacía lo que el Ministerio decia,
muchos deseaban verlo traducido én actos con-
cretos, para que los hechos correspondieran á las
palabras; pero aun cuando todos los ministros
fueran á un fin, discrepaban en los medios, por
la heterogeneidad de sus opiniones; y ya se
vislumbró que no era todavía tiempo de llevar
al poder una amalgama de principios políticos
que fuera de él no armonizaban. Así se vio que
cada partido, abogaba por los candidatos de su
comunión, y el Gobierno, procurando contempo-
rizar con todos, contribuía á perpetuar el frac-
cionamiento y el desequilibrio de los partidos,
para hacer así más difícil la elección que en cual-
quiera de ellos hiciera el Rey, como si hubiera
de obligársele á 'que gobernaran siempre partidos
coaligados, lo cual seria una insensatez; pues las
coaliciones tienen sus períodos transitorios.




86


El resultado de las elecciones, no podía menos
de ser el reflejo de la poco homogénea acción gu-
bernamental, y la mayoría que consiguió el po-
der, aun cuando por el pronto se mantuviera
compacta, lo que no era muy fácil, se fracciona-
ria en la primera crisis, y haría difícil, sino im-
posible, la formación de otro Ministerio. Pero no
parece sino que muchos de nuestros prohombres
políticos, se hallan tan sumidos en lo presente que
ni una mirada dirigían al porvenir, cuando tal
debiera ser el cuidado de todos.


Triunfó el Gobierno, como no podía menos, en
las elecciones, consiguiendo llevar al Congreso
una importante mayoría, pero era grande también
la minoría de las oposiciones, y especialmente la
carlista, sin ejemplo en ninguna legislatura; vién-
dose desde luego que su número podia ser la es-
pada de Breno que decidiera la balanza al la-
do que se pusiera, como desgraciadamente su-
cedió.


Mientras el Gabinete se preparaba para la nue-
va legislatura, la primera de la actual Dinastía,
marchaba el Rey á Alicante á esperar á la Reina
y á sus hijos, que sin estar restablecida de una


grave enfermedad, que tuvo en cruel incertidum-
brei todos, oosÁata. $isa,t el «ualo-fla m BUSTO, pa-
tria. Fué admirada la Reina en Cataluña, y al to-




87


mar tierra se vio aclamada, interesando-á todos su
dulcísimo aspecto, encantando su bondad, y asom-
brando su instrucción.


Mostróse el Rey contento de verse rodeado
de su querida familia, y confiando en la lealtad
de sus intenciones, en su firme propósito de con-
sagrarse á la ventura de España, aguardaba tran-
quilo que esta le haria justicia.


XIV.


No esperaban mucho los hombres pensadores
¿i& una^ Cortes, cuya mayoría no pertenecía en
gran número á un solo partido; pero como más
que política habia que hacer administración, y
sobre todo, era de interés común el arreglo de la
Hacienda, se creia que esta necesidad suprema,
generalmente reconocida, daria una tregua más
9 menos larga á las candentes cuestiones políticas.
Establecida la Monarquía, restaba organizar el
país, y esto interesaba á todos los partidos. Pero
la impaciencia ha sido siempre su consejera.


Abriéronse las Cortes el 3 de Abril, asistiendo
el Rey con espartana sencillez y sin el boato de
costumbre, y en esta segunda vez que se encon-
traba en el seno de los representantes de la Na-
ción, les manifestó que, la primera, obligado á en-




88


cerrarse en la fórmula de un juramento que ten-
dría siempre para S. M. la doble sanción de la re-
ligión y de la hidalguía, nó le fué dado manifestar
á las Constituyentes los sentimientos de su cora-
zón por verse elevado por ellas á la suprema dig-
nidad de este pueblo magnánimo; pero en esta
ocasión le cumplía manifestar ante los diputados
y el país, los sentimientos de su alma agradecida,
en la cual se fortificaba cada dia el propósito de
consagrarse á la difícil y gloriosa tarea que leal
y voluntariamente habia aceptado, y que conser-
varía mientras [no le faltase la confianza de este
leal pueblo, á quien jamás trataría de imponerse.»


Refirió, como alejado de las luchas políticas, le
sorprendió el ofrecimiento de la ilustre Corona de
Castilla, que si hubiera sido en él atrevimiento
pretender, habría sido agravio el rehusar cuando
la espontánea voluntad de un pueblo heroico le
asociaba con sus votos á la obra de su regenera-
ción y engrandecimiento, que la aceptó seguro de
que no podia comprometer la paz de Europa ni
lastimar los intereses de ninguna Nación amiga;
proclamó su derecho como una emanación del de
las Cortes Constituyentes, considerándose investi-
do de la única legitimidad que la razón humana
consiente, de la más noble y pura que reconoce
la Historia en los fundadores de dinastías, cual es




89


la legitimidad que nace del voto espontáneo de un
pueblo dueño de sus destinos; que habia recibido
inequívocas muestras de simpatías de los Gobier-
nos estranjeros, que habían acreditado á sus re -
presentantes diplomáticos cerca de su persona; que
le seria satisfactorio el restablecimiento de las
relaciones con la Santa Sede, confiando en que no
se haria esperar la concordia con el Sumo Pontífi-
ce, que sinceramente deseaba en su carácter de
jefe de una Nación católica; que le lisonjeaba 1S es-
peranza de la pronta pacificación de la Isla de
Cuba; que el Gobierno sometería al examen de


s Cámaras las mejoras necesarias para la buena
administración y desarrollo moral y material que
el país tenia derecho á esperar, y que eran fáciles
de obtener cuando se practica sinceramente la li-
bertad , que por lo mismo que es el derecho de
todos, de todos exige, gobernantes como gober-
nados, el cumplimiento de estrechos é ineludibles
deberes; que el Gobierno daria preferente interés
á la cuestión de Hacienda, para dar ocasión de
disminuir las dificultades que le rodeaban y disi-
par los temores que inspiraba su porvenir, y aña-
dió#«Al pisar el territorio español formó el pro-
pósito de confundir mis ideas, mis sentimientos y
mis intereses con los de la Nación que me ha ele-
gido para ponerme á su frente, y cuyo altivo ca-




90


rácter no consentirá jamás estrañas é ilegítimas
ingerencias. Dentro de mi esfera constitucional
gobernaré con España y para España, con los
hombres, con las ideas y con las tendencias que
dentro de la legalidad me indique la opinión pú-
blica representada por la mayoría de las Cama-


*


ras, verdadero regulador de las monarquías cons-
tucionales.—Seguro de vuestra lealtad, como lo
estoy de la mia, entrego confiado á mi nueva pa-;
trijsí? lo que más amo en el mundo, mi esposa y
mis hijos; mis hijos, que si han abierto los ojos á
la luz en tierra estraña, tendrán la fortuna de re-
cibir aquí las primeras nociones de la vida, d^
empezarla hablar la lengua de Castilla, de edu-
carse en las costumbres nacionales, y de inspirar-
se desde sus primeros años en los últimos ejem-
plos de constancia, de desinterés y de patriotismo
que la historia de España ha trazado como una
estela luminosa alo largq de los siglps.—Señalado
por la voluntad del país mi puesto de honor, mi
familia y yo hemos venidp á participar de vues-
tras alegrías y de vuestras amarguras, á sentir y
á pensar como sentís y pensáis vosotros,»á unir en
fin, con inquebrantable lazo nuestra propia suer-
te á la suerte del pueblo que me ha encomendado
la dirección de sus destinos. La obra á que la Na-
ción me ha asociado es difícil y gloriosa, quizá




91


superior á mis fuerzas, aunque no á .mi voluntad;
pero con la ayuda de Dios, que conoce la rectitud
de mis intenciones, con el concurso de las Cortes,
que serán siempre mi guia, porque siempre han
de ser la espresion del país, y con el auxilio de
todos los hombres de bien, cuya cooperación no
ha de faltarme, confio en que los esfuerzos de to-
dos obtendrán por recompensa la ventura del pue-
blo español.»


Ante tan esplícitas declaraciones no se podia
dudar de los sentimientos del Rey, no era lícito
negar la lealtad de sus propósitos, lo elevado de
su patriotismo. Si algunos políticos descontenta-
dizos hallaron que se ocupaba el Rey en el dis-
curso de apertura, mucho de su persona, el país
debía agradecerlo y lo agradeció, porque le impor-
taba bastante el poder tener un cabal conocimiento
del que estaba á la cabeza, del que ocupaba el Tro-
no, del que habia de eseoger entre los designados
por la opinión pública y los votos de las Cámaras,
los más dignos para gobernar el país. El Monarca
que manifestaba tanta lealtad é hidalguía, tanto
liberalismo, no podia hacer traición á sus convic-
ciones ni faltar á lo que el bien público exigía.


Importábale poco que se discutiera su persona,
é interesaba al país que se conocieran sus antece-
dentes. Su política en los tres meses que llevaba




92


en España habia sido estrictamente constitucio-
nal; y si se efectuaron algunos actos políticos ca-
lificados de fuertes, contra varios generales que se
opusieron á jurar al Rey, la voz pública procla-
mó, sin verse desmentida, que á seguir los deseos
del Rey, ningún general, ni oficial, ni nadie,
habría esperimentado el menor contratiempo por-
que no le jurase, interesándose doblemente, por lo
mismo que le afectaba personalmente. Pero era
cuestión de Gobierno y se dijo que no quiso pro-
vocar una crisis en aquellas críticas circunstan-
cias por un asunto en el que la opinión pública le
hacia justicia, si bien el Gabinete estaba en su
perfecto derecho obrando de la manera que obra-
ba. El defecto, en mi humilde juicio, no estaba
en hacer cumplir lo mandado, sino en haberlo
mandado.


Leídas con avidez las palabras del Rey ante las
Cámaras, recibiólas el país con el mismo aplauso
que los senadores y diputados que primeramente
las oyeron, que el público que llenaba las tribu-
nas y las puertas en aquella regia sesión. Todo se •
esperaba ya del Rey, solo en él se confiaba; así
como que la Constitución ni la libertad no peli-
grarían en sus manos.


Solo presenciando aquel acto solemne se puede
comprender el efecto que hizo el discurso del Rey,




93


predispuesta de suyo la opinión de los espectado-
res, al ver el marcial continente, la elegante apos-
tura, la severa dignidad del joven Monarca que
por primera vez se veia usando de un derecho
grande por su importancia, trascendental por lo
que significaba para el presente y el porvenir.


Con vítores y aplausos habia sido recibido en
el Congreso, y tres veces se levantó este en masa
para aplaudir con entusiasmo cuando con acento
firme y resuelto dijo de su propia cuenta queja-
más trataría de imponerse. No podia mostrar
mayor respeto á la Constitución, ni rendir tribu-
to más respetuoso ala representación nacional, á
la soberanía popular.


Ahora solo restaba dejar hacer.


XV.


El Gobierno triunfó moral y materialmente en
las elecciones de diputados; el país se mostró di-
nástico, y solo á una nefanda coalición se debió
que las minorías reunieran un número tan consi-
derable de votos, que el dia en que la mayoría se
dividiera, decidirían las oposiciones.


Esto podrá ser muy parlamentario, pero ofrece
gravísimos inconvenientes para la buena admi-
nistración y gobernación del Estado, y puede ser




94


precursor de grandes desastres. Desde luego pone
á la Corona en graves conflictos, como en los que
se vio á poco. ¿Qué podía esperarse del consorcio
de los partidarios del Sr. Suñer y Capdevila con
los del reverendo obispo de Urgel? Si tal alian-
za debia sublevar á las conciencias católicas, por-
que lastimaba y ultrajaba sus creencias, en el or-
den moral eran un insulto, y en el político un
anacronismo, un semillero de desastres. Era una
coalición para destruir, no para edificar: era una
oposición infecunda por falta de afirmación; así
que carecía de solucionen el orden religioso, mo-
ral y político y venia:, sin embargo, á com-
batir en todos estos terrenos»


Ante este espectáculo tan lamentable, la ma-
yoría tenia grandes y sagrados deberes que "cum-
plir, siendo el primero, sacrificarlo todo á la unión
para salvar el país y la Dinastía; pues con el
triunfo de las oposiciones unidas, quedaría España
desamparada, se pelearían los mismos que habían
triunfado, correría la sangre á torrentes, no solo
en los campos y en las calles, sino hasta en los mis-
mos templos, porque los católicos defenderían en
las iglesias al Dios que los materialistas querrían
derribar del altar. Y después de tanto desorden, de
tamaña anarquía, la reacción era su consecuen-
cia, porque el instinto de la propia conservación




95


haría combatir contra la ira política, la más feroz
de todas las iras.


Afortunadamente se mostró compacta la ma-
yoría en la elección de presidente del Congreso,
consiguiendo la victoria 168 votos contra l i ó pa-
peletas en blanco. Satisfizo este resultado, respira-
ron los amantes del orden y del progreso, abrié-
ronse al Rey más anchos horizontes, autorizó el
regreso de los generales desterrados, que tanto le
apenaba, pues sobre no querer que nadie sufriese,
no permitía que fuera por su causa; quiso el Rey
también que se llevaran á Puerto-Rico las con-
quistas de la libertad en cnanto se le dijo que j o -
dian participar de ellas, y -se convocó á sus elec-
tores para que eligieran diputados. Lo demás, lo
esperaba el Rey del patriotismo de todos. Sabíalo
el país, y se mostraba satisfecho de su elección.
Así lo demostró cumio ^esmió 1Y
en la Plaza de Toros, á presenciar esa fiesta popu-
lar en la que hace el pueblo ostentoso alarde de
sus sentimientos y aspiraciones. Los aplausos más
espontáneos, los vivas más entusiastas, atronaron
el espacio; no eran los que el pueblo romano es-
taba obligado á dar á los cesares; no Jos que
la tiranía exigía, sino la espZosion del sentimiento
público, del verdadero cariño que engendra en el
pueblo el Rey que ha sabido conquistarle por su




96


comportamiento, del que está consagrado á su fe-
licidad siendo el primer cumplidor de la ley;
del que desdeñando fastuosas pompas, remedo de
orientales usos, se muestra á todos como corres-
ponde al primer magistrado de una Nación regida
por instituciones libres. El pueblo de Madrid r a -
tificó en esta tarde el voto de las Constituyentes,
y -protestó de la sistemática oposición que, tanto
los republicanos Gomo los carlistas, hacian á la
nueva Dinastía.


Si esta no era aceptable para tan estremos par-
tidos , éralo ya de hecho para los que ni querian
ir con los federales á la Internacional, ni con los
carlistas á la Inquisición: el problema estaba de
hecho resuelto, el entronizamiento de Amadeo I
justificado. Su leal y noble proceder, era la san-
ción del derecho, de la razón, de la conveniencia,
y se trazaba el camino de todos los amantes del
bien público, de los hombres de verdadero patrio-
tismo.


Demostróle el Rey, y estar identificado con
los sentimientos del pueblo español, al asistir á la
fiesta cívica del Dos de Mayo, complaciéndole en
asociarse á esa patriótica demostración que per-
sonifica la magnífica epopeya de nuestra guerra
de la Independencia. Y más patriota y más español
se mostró D. Amadeo en este acto, que los que en




97


aquel memorable aniversario pensaron locamente
contrariarle, y ¡eran ó se llamaban españoles, y
combatían al Rey por estranjero! De ese Rey que
honraba con su presencia los manes de los que
derramaron su sangre por la patria, de los que
dieron su vida por la salvación de España! Y aun
habia españoles que fraternizaban con los que
querian derribar el monumento que encierra tan
sagradas cenizas! Comprendemos las aberracio-
nes del entendimiento, no las del patriotismo, si
pueden tenerle los que podemos llamar verdugos
de la Historia! Y esto no obstante, sigue la coali-
ción' parlamentaria de las oposiciones, formada
de tradicionalistas, de federales, de alfonsinos, y
de despechados, combatiendo al Gobierno, á la Di-
nastía, á la familia, á la sociedad, á todo, porque
hasta la Commune tuvo defensores, si no apologis-
tas. ¿Qué podia esperarse de la alianza de la de-
magogia roja y de la negra, de los elementos dis-
cordantes que formaban tan monstruosa coalición?
El humano capiíi cervicem pictor equinem de
Horacio. Si hoy no, más adelante presentará la
Historia tal amalgama, como el esceso de la de-
mencia de los hombres.


Ayudados los opositores exagerados por los que
sin participar de sus ideas, deseaban ver destruido
lo existente, para gozarse sin duda ante sus ruinas,


7




98


como Nerón ante la incendiada Roma, hallaban
sin duda más cómodo contribuir á hacer el caos
que á consolidar el orden, en lo cual serian ló-
gicos con su doctrina, mostrándose así represen-
tantes de un sistema político, no ciegos instru-
mentos de una feroz venganza.


Ante tal espectáculo, era disculpable el deseo
de la mayoría de reformar el reglamento de las
Cortes, si sus tareas habían de ser provechosas;
aun cuando jamás pretendió el Rey que se mer-
mara en lo más mínimo la libertad de los diputa-
dos, porque ha sido y es, grande, inmenso, su res-
peto á las Cámaras, su generosa tolerancia á
todas las opiniones. Solo se pretendía que las dis-
cusiones fueran provechosas para el país, y no se
imposibilitara la administración pública, y se es-
terilizara toda una legislatura.


Produjo esto, sin embargo, una crisis; pero la
mayoría acordó llevar á cabo la reforma del re-
glamento del Congreso, y regirse por el de 1854;
dio Moret á conocer su plan de Hacienda, propu-
so un nuevo empréstito sobre la riqueza mobi-
liaria, restablecer los consumos, y procurar des-
envolver los gérmenes de nuestra riqueza para
levantar nuestro crédito y con él la importancia
de la Nación; más no convenia esto sin duda á
las oposiciones, que llevaron el debate hasta la




*
99


existencia, déla Monarquía, queriendo destruirlo
todo y sin proponer afirmación alguna. Y á pesar
de todo el talento de las oposiciones, de su gran
diligencia y esquisito cuidado en buscar defectos
al Rey, no hallaron otra cosa que combatir en él,
que la pobreza de sus remotos antepasados.


Estaban en su derecho los republicanos comba-
tiendo la Monarquía; pero no los defensores de
los Borbones, ya lo fueran de D. Alfonso ó de don
Carlos, en combatir por'estranjero á D. Amadeo.
¿No lo fué Felipe V? ¿Puede alegarse como mejor
derecho una intriga tenebrosa á la cabecera de un
moribundo imbécil que la elección hecha en Cor-
tes? Si la Reina hubiera podido más que el carde-
nal Portócarrero, no hubieran reinado en España
los Borbones.


No olviden los que sostienen la santidad de los
derechos hereditarios, que la Monarquía españo-
la, en tiempo de los godos, fué electiva, y muchas
veces, desde la restauración; y fué defendido y
sancionado este principio; que ocuparon el Trono
reyes como D. Fernando de Antequera por el
voto de seis jueces, y no de los más poderosos,
congregados en Caspe, á pesar de alegarse el de-
recho hereditario del duque de Gandía y del conde
deürgel; pero bastaron solo las dos terceras par-
tes de los votos, si no la elocuencia de San Vicente




100


Ferrer, para que reinara un príncipe estranj ero
con preferencia á los príncipes naturales del país,
y que estos le prestaran pleito homenaje, con-
firmando después las Cortes la elección de Caspe,
sancionando así el principio electivo. ¿Tuvo otro
derecho doña Isabel la Católica? El de la sobera-
nía nacional la elevó al Trono, y el acuerdo y
proclamación en Toros de Guisando arrancó la
Corona que ya cenia D. Alfonso.


Nuestro elocuente historiador el P. Mariana,
—cuya opinión no puede ser sospechosa,—dice á
este propósito que: «los derechos de sucesión al
Trono han sido entablados más por una especie
de consentimiento tácito del pueblo, que no se ha
atrevido á resistir á la voluntad de los primeros
príncipes, que por el sentimiento claro, libre y
espontáneo de todas las clases del Estado, como á
su íñodo dever, era necesario que se hiciese. ¿He-
mos de tener en más los haj os raciocinios y razo-
nes que la salud de muchos? Lejos de nosotros
tanta maldad é infamia.» Cita la multitud de ve-
ces que se ha roto la sucesión hereditaria, resul-
tando que, «siempre que se puso en litigio la le-
gitimidad, el vencedor lo fué más por la gloria de
las hazañas y esclarecidas virtudes que por la
fuerza del derecho que le competía.»


Pero ya lo hemos dicho, el derecho de los pue-




101


blos, la soberanía nacional, está en el orden polí-
tico sobre todos los derechos; y no es doctrina mo-
derna, la proclamó San Pablo y esplicó Soto,
diciendo: Non est potestas nisi á Deo; non quia
república- non creaverit principes, sed quia idfe-
cerit divinitas erudita.


XVI.


Al concurrir el Rey á la conmemoración del
Dos de Mayo, mostró su patriotismo; al presidir
la procesión del Corpus, su religiosidad, cual cum-
ple al jefe de una Nación católica. Hasta la Reina
acudió al Ayuntamiento, á asociarse entre los re-
presentantes de la villa á la gran festividad del
Orbe cristiano. Y sucediendo á poco el 25.° ani-
versario del pontificado de Pió IX, aprobaron los
reyes su celebración á cuantos les consultaron; vi
muchos telegramas, y tuve ocasión de conocer
cuan grandes y dignos son los sentimientos reli-
giosos de SS. MM., como consta á no pocos pre-
lados, que aun tienen escrúpulos en rendir el de-
bido homenaje á esta Dinastía que no les ha infe-#
rido la menor ofensa y tiene probada su piedad
religiosa.


Pero esto mismo disgustó á los tradicionalistas;
arreciaron en sus ataques, no dieron vagar las




JQ2
oposiciones, aguijoneadas por lo que el Rey ga-
naba en la opinión pública, y el que há mostrado
valor, dignidad, patriotismo y religiosidad, se
halló de repente en una de esas ocasiones críticas
para todos los monarcas, y lo que parecía difícil
problema, le resolvió fácilmente, dando una lec-
ción de constitucionalismo.


Cuestiones de Hacienda obligaron al Sr. Moret,
ministro del ramo, á presentar su dimisión, y di-
vergencia, de principios, mutuas desconfianzas de
los ministros entre sí, hicieron dimitir al Gabi-
nete. La causa podría ser muy poderosa para
ellos, pero no era constitucional ni parlamenta-
ria, y así lo manifestó el Rey negándose á admi-
tir la renuncia, añadiendo, que sin una votación
de las Cortes no podría saber, como necesitaba,
con quien estaba la mayoría. Esto era lo verda-
deramente constitucional, y si hasta entonces no
estaba el país acostumbrado á soluciones de esta
naturaleza, podría decirse que el jefe del Estado
no se habia inspirado tan parlamentariamente, y
no siendo parcial con ninguna de las fracciones
en que se dividían los liberales, comprendió ser
más conveniente la continuación del Ministerio,
que esa variación constante que tanto perturba la
administración y perjudica al país.


Continuó el Ministerio, transigiendo momentá-




103


neamente sus diferencias, y aquietando la impa-
ciencia de la gente moza; pero produjo á poco la
salida del ministro de Hacienda un espediente de
tabacos, aun cuando nada afectaba á la justificada
honradez del Sr. Moret, se hizo general la crisis
por la insistencia de retirarse los Sres. Zorrilla,
Martos y Beranger, que hallaban un obstáculo á
su política radical en los elementos menos avan-
zados del Gabinete, se suspendieron las sesiones
de las Cortes durante la crisis, y en este nuevo
conflicto para el.Monarca, y asesorado de los pre-
sidentes de las Cámaras, encargó al general Set-
rano la formación del nuevo Ministerio, aceptan-
do el programa que le presentaba.


Quísose entonces realizar la tan necesaria for-
mación de dos partidos dentro de una legalidad
común, que pudieran perfectamente alternar en
el poder cuando el Parlamento y la opinión pú-
blica les designara; siendo esto tanto más fácil,
cuanto que el Rey jamás habia de oponer el me-
nor obstáculo, como fiel guardador de las prácti-
cas constitucionales. Haríase de este modo un
gran servicio á la Monarquía y al país, y se faci-
litaba al Rey su siempre diñcil cometido, cuando
en S- M. no preside otro deseo que el del acierto.


Serrano, sin embargo, por no herir susceptibi-
lidades, ó no poder vencer algunas impaciencias,




104


que tanto daño hacen á los partidos políticos,
quiso, debidamente asesorado, que continuara la
conciliación, y tener por compañero al Sr. Sagas-
ta; pero inducido éste por sus amigos, y por los
que se oponían terminantemente á que continuara
la conciliación, se negó á formar parte de aquel
Gabinete, aun cuando estaba identificado con el
programa de Serrano, quien declinó el cargo que
se le habia conferido. Diósele entonces al señor
Zorrilla y constituyó el Ministerio de su presi-
dencia con los Sres. Córdova,. Montero Ríos,
Kuiz Gómez., Madrazo, Beranger y Mosquera.
No se proveyó la cartera de Estado, esperando
convencer á Sagasta, que, justamente ofendido
con los anatemas que- le lanzaron, no se creyó
satisfecho con las alabanzas que le prodigaron
cuando su negativa á formar parte del Ministerio
Serrano, é inutilizó el propósito de éste, haciendo
en aras del partido progresista un sacrificio que
creyó fuese después más agradecido. Más si es-
tuvo pronto á seguir la corriente á que le empu-
jaban sus correligionarios, demostrando que no
ambicionaba el poder, no quiso sancionar la rup-
tura de la conciliación, formando parte de un
Ministerio que, aunque homogéneo, se inclinaba
más á otro partido que, en sentir del Sr. Sagasta,
no inspiraba las suficientes garantías, ó no las




105


tenia en algunos de sus hombres. No dudaba de
las de Zorrilla, su compañero en las conspiracio-
nes y en el ostracismo, el que tanto habia traba-
jado por la revolución, el que tan infatigable y
enérgico se mostró para aclamar al Rey; pero si
Zorrilla desconfiaba de la tendencia de Sagasta
á permanecer aliado con los que aspiran más á
conservar las conquistas de la revolución, que á
hacer otras nuevas, aun cuando Sagasta, más que
inclinado á ellas, solo considera que no ha llega-
do la sazón de la ruptura, este desconfiaba á su
vee de la alianza de aquel con los cimbrios. E*sta
mutua desconfianza, fué la base de un principio
de desunión, que habia de ser más adelante fu-
nesta para el partido progresista.


Esto no obstante, si en nuestros partidos políti-
cos no hubiera tan inespertas impaciencias, si los
intereses personales se pospusieran á los de parti-
do y á los del país, ¿qué perdían los unionistas,
por ejemplo, con un Ministerio radical, que pa-
sando, como pasan todos,—pues en ningún pe-
ríodo como en los de organización se gastan más
pronto los hombres,—podían en tanto organizar-
se y fortalecerse para mejor triunfar?


Las diferencias, tampoco eran muy grandes.
¿Podia desconfiarse de Serrano, Malcampo, To-
pete y otros que habían contribuido como el que




106


más á la revolución? ¿Merecían anatema porque
quisieran ir un poco más despacio, y no hacer una
reforma, sin haber asegurado completamente las
ya hechas? Podrá haber en esto un error de apre-
ciación ; pero la Historia enseña que no son más
duraderas las reformas radicales impremeditadas,
que las que se hacen nada más que por satisfacer
pasiones. No considero así las que pretendiera ha-
cer el Sr. Zorrilla; pero casi todas las de su pro-
grama eran posibles sin romper todavía la con-
ciliación. No habia mucha razón y justicia en
tildar de menos liberales á los que tenían la pa-
tente de revolucionarios.


Una vez rota, no era justo tampoco hostilizar-
le , hasta ver si conseguía su firme propósito de
armonizar el orden con la libertad, nivelar el pre-
supuesto, que es la mayor y más justa aspiración
del país, y dejar sentado que el partido progre-
sista, de tan pura y noble historia, sabe gobernar
y labrar la felicidad pública., arraigando en todos,
los principios de moralidad y de justicia. Así lo
consignó en su programa, que, aunque por enton-
ces no fuera otra cosa, le aplaudió el país, y se
esperaba mucho de la unidad de pensamiento y
de voluntad de un Ministerio homogéneo, que po-
dría obrar desembarazadamente con la omnímoda
confianza de la Corona, y con tiempo suficiente




107


para practicar su programa, por la clausura de
las Cortes, cuyas sesiones se suspendieron por dos
meses.


XVII.


La formación del Gabinete Zórrill?, alarmó á
los unionistas y muchos generales hicieron dimi-
sión de los cargos que ejercían; pero el Rey, sen-
tando el principio salvador deque el ejército sirve
á la patria, se negó á admitir sus dimisiones. La
opinión pública aplaudió este acto en contra de ese
afán de asimilarlo todo ala política, y selisongeó en
ver que el Rey tenia en más las conveniencias de
la patria, que las personales de los partidos; y tan
decididos, tan dignos y tan levantados eran sus
propósitos que, al creer uno de sus ayudantes que
su delicadeza no le permitía continuar en su pues-
to, presentó su dimisión, y se negó el Rey á ad-
mitirla contestando que, los cargos que se ejercen
en su Casa, sean militares ó civiles, no tienen re-
lación alguna con la política, solo sirven á su per-
sona, y que el que estuviese investido con el ca-
rácter de representante del pueblo, podia votar
libremente con arreglo á su conciencia y á sus
opiniones políticas, sin que cualquiera que fuese
el uso que hiciera de su voto, pudiese esto afectar




108


al servicio ni desmerecer lo más mínimo en su
concepto personal.


, Magníficas palabras que aún revelan más gran-
diosas ideas, y que á falta de otros hechos, basta-
rían á aquilatar el esquisito constitucionalismo
del Rey.


Partió éste á la Granja, no sin regresar á Ma-
drid todos los sábados, para no interrumpir los
acostumbrados Consejos y evitar á los ministros
la molestia del viaje, tomándosela S. M., é invir-
tió el mes de Setiembre en recorrer algunas pro-
vincias, de lo que nos ocuparemos más adelante,
sin que por esto dejara dé despachar los negocios
del Estado con los ministros que le acompañaban.


Y no dormía en tanto la política, pues lison-
jeados los republicanos con el desenvolvimiento
de la radical, hasta se atrevieron á pedir al Mi-
nisterio alguna hospitalidad ó benevolencia, que
necesitaban para fortalecerse. Pero aunque no se
les negaba, el Ministerio estaba muy preocu-
pado con las economías, todo lo posponía á este
salvador empeño, no se pensaba más que en reba-
jar sumas y publicar en la Gaceta las economías
que se iban haciendo; así como el magnífico y
asombroso resultado del empréstito de los 600 mi-
llones.


Acercándose el tiempo de la apertura de las




109


Cortes, se empezó á descubrir lo que la conve-
niencia tuvo hasta entonces oculto para la gene-
ralidad, y ya no fué un misterio para nadie la di-
vergencia, sino de opinión, en el modo de pensar,
entre Zorrilla y Sagasta; aquel queriendo mar-
char sin contemplaciones de ninguna especie por
el camino de las reformas, y transigiendo con los
partidos que más se le asimilaban, declarando que


' tal .era el dogma del partido progresista, y el se-
gundo, deseando conservar las conquistas de la re-
volución , é inclinándose más á los que se mues-
tran satisfechos con lo hecho, que á los que á su
juicio comprometen la libertad con la amplitud
que quieren darla, y de la que se aprovechan sus
mayores enemigos: los unos proclaman los dere-
chos de la libertad sobre todos, absolutamente
todos los demás, y los otros pretenden subordinar
los derechos individuales á los colectivos.


Prescindiendo de quién tuviera más razón, no
era muy patriótica la división que se introducía
en el partido progresista, después de la que se
marcaba entre los que habian contribuido tan dig-
namente á levantar la Monarquía de la revolu-
ción ; poniendo este suceso en grave conflicto al
Rey, conocido su pensamiento de rodearse de to-
dos los hombres amantes de las instituciones que
habia jurado. Aquí vemos otra vez que, á los más




110


altos intereses públicos se anteponían preocupa-
ciones, vanidades, antagonismos, odios, pasiones
mezquinas é intereses, personales. ¡Buena manera
de facilitar al Rey el uso de su elevada y siempre
difícil misión! Cumplíala S. M. agradablemente
al firmar el decreto de amnistía que precedió á
su viaje, pero le atormentaba la divergencia de
los liberales, su desunión, la guerra quef'se ha-
cían ; y si comprendía que diferencias de aprecia-
ción separaban un tanto á los hombres, no se es-
plicaba el encono con que se combatían. Más de
una vez pudo notarse en el viaje el disgusto del
Rey, al saber que se preparaban, para la apertura
de las Cortes, á combatir encarnizadamente entre
sí los que habían estado unidos % y se dividían, se-
parándoles un abismo.


XVIII.


Altas razones políticas tendría el Sr. Zorrilla
para presentar frente al Sr. Sagasta la candidatu-
ra del Sr. Rivero para la presidencia de las Cor-
tes , y mayores aun le suponemos para sostenerla
con tan decidido empeño, cuando Sagasta ofreció
retirar la suya, si Zorrilla retiraba la de su pro-
tegido. Ni los esíuerzos más patrióticos, ni las
amistades más valiosas, ni cuantas consideracio-




111


nes recomendaban evitar un rompimiento funesto
á todos, y que no podia menos de ser germen
de grandes desastres, fueron bastantes á impedir
aquel duelo que habia de producir lamentables
consecuencias, cualquiera que fuese el vencedor,
pues unos y otros contendientes eran liberales, y
progresistas la mayoría de los combatientes. Ol-
vidaban sucesos recientes, parecían ignorar la his-
toria contemporánea, y se lanzaron al combate
con el furor de encarnizados enemigos.


Abriéronse las Cortes, presentó el ministro de
Hacienda los presupuestos, y se dio la batalla en
la elección de presidente, triunfando el Sr. Sagas-
ta. El vencido dimitió, y el vencedor fué llamado
por el Rey.


La situación era difícil para el pais, compro-
metida para el Monarca; y lo que más le apenaba
era la división de los progresistas. En tal con-
flicto, ofreció á Espartero la formación del Gabi-
nete , para que con su prestigio uniera á los divi-
didos; y el que toda su existencia ha sido una
serie de sacrificios por su patria, el que aun daria
su vida y mil que tuviera por verla feliz, se vio
imposibilitado, bien á pesar suyo, á aceptar el
honor que se le dispensaba, le declinó Sagasta, y
el Rey llamó á Malcampo, que no vaciló en echar
sobre sí la inmensa responsabilidad que se im-^




112


ponía ásu patriotismo, conociendo y diciendo que
la empresa era superior á sus fuerzas; la consideró
como un sacrificio en obsequio del Rey y en aras
.del bien público, y formó su Ministerio con Can-
dau, Bassols, Colmenares, Ángulo, Montejo y Ba-
laguer. -Con' ellos se presentó á las Cámaras, y
su programa progresista-democrático, ofreciendo
continuar la obra del anterior Gabinete.


El Rey no se separó de la senda constitucional
que se habia trazado, y para la que no necesitaba
presenciar manifestaciones que se calificaron co-
mo atentatorias á las Cortes, cuya disolución se
pidió.


Proclamado Zorrilla jefe del partido progresis-
ta-democrático, y haciéndose cada dia más la-
mentable la division entre los mismos correligio-
narios, se procuró ponerla término, casi se llegó
á una avenencia, pero no fué esto posible, y la
interminable lista de nuestras fracciones contó
una más, para desgracia de todos; y á fin de que
á nadie quedara duda de la separación de bandos,
publicaron ambos sendos manifiestos, dignos en
la forma, casi idénticos en el fondo, olvidando
decir en uno y otro, que con la division de sus
autores, se iría al mismo resultado que en 1843
y 56, sino reinara Amadeo I.


Los que esto vieron, repitieron las gestiones




para unir á los separados y organizar el partido
progresista, más todo fué inútil, la división quedó
claramente marcada, y la lucha más cruenta
cuanto más fratricida, corriendo ambas fraccio-
nes por una pendiente en la que ninguna será
dueña de contenerse donde quiera sino á donde la
conduzca la violencia de la bajada. La fusión hu-
biera sido posible á tratarse solo de progresistas;
pero debemos ser francos, la amistad, ó la in-
clinación de unos á los cimbrios y de otros á los
unionistas, produjo el disgusto, temiéndose que
ambos llevaran al partido progresista por un ca-
mino que nunca quiso recorrer.


Amenguaba en algo el amor propio de algunos
progresistas, que teniendo tan limpia y noble his-
toria, vinieran á dirigirle los que nunca fueron sus
correligionarios, se quitaran y dieran jefaturas á su
voluntad, anatematizaran á unos y dieran paten-
tes de liberalismo á otros, y se mostraran intran-
sigentes cuando de armonizar voluntades se t ra-
taba. En conflictos de esta naturaleza solo.se halla
solución en el patriotismo de todos.


Contemplaba el Rey estos sucesos, á los que no
podia ser indiferente; siguió con afanoso interés
las discusiones sobre la Internacional, y la que
iniciaron los carlistas pidiendo libertad para es-
tablecer corporaciones religiosas; vio la coalición


8




monstruosa que combatía al Ministerio que aun
no habia verificado ningún acto concreto que me-
reciese examen y censura; comprendió que solo
se disputaba el poder, imposibilitando la marcha
de todo Gobierno para desacreditarlo, y la Di-
nastía, contra la que más principalmente diri-
gían sus tiros; se asombró de que en el estado
de funesta división en que se hallaban los libera-
les, fueran los carlistas los arbitros de la Cáma-
ra, y si bien se persuadió de la imposibilidad de
gobernar con aquellas Cortes, no se decidió á
disolverlas, esperando que la razón, la conve-
niencia y el patriotismo abrieran los ojos de los
ofuscados, y solo accedió á suspender las se-
siones.


De cinco grupos se componía la mayoría que
derrotó al Ministerio, y muchos de los que los for-
maban estaban dispuestos á derrotar á todos los
que se presentasen; porque cuatro de ellos, los
constituían enemigos declarados de las institucio-
nes vigentes. Los mismos que habían votado con-
tra Zorrilla, votaron contra Malcampo.


El Rey, no podia constitucionalmente conside-
rar como mayoría legal y legítima representa-
ción del país, la que acababa de votar contra el
Ministerio y siguió dispensándole su confianza.
Esto, además de justo, era conveniente, y respon-




115


dia al deseo público, que ansioso de orden y bue-
na administración, comprende que no se puede
tener en medio de ese incesante pugilato, no para
hacer leyes beneficiosas, sino para derribar mi-
nisterios.


Las elecciones municipales que se efectuaron
por entonces, no podian menos de resentirse de la
situación que se atravesaba.


XIX.


La situación política entraba en un nuevo pe-
ríodo que prometía ser fecundo en peripecias;
pues no conteniendo unos y otros su impacien-
cia—el mal de siempre—se veian arrastrados
muchos á donde no querían ir, y en círculos, en
reuniones y en la prensa, se emitieron ideas poco
convenientes; se iban separando algunos del Go-
bierno y se le acercaban otros. No diremos que
aquel se hallase entre Scila y. Caribdis, pero sí
que se veia impelido por opuestas tendencias y
en situación poco envidiable á no tener fuerza
bastante para sobreponerse á todos, ó habilidad
suficiente para contentarlos.


De tan difícil posición, no podía menos de par-
ticipar el Rey, porque en una crisis, no le seria
fácil la elección; y aunque no fuera más que para




. 116


evitar á S. M. este conflicto, debieron haberse
mostrado menos intransigentes los que más inte-
rés debian tener en continuar unidos, los que ne-
cesitaban enseñar á la Europa y al mundo, que,
los que habian hecho una revolución grande y
terminado dignamente la interinidad revolucio-
naria dando leyes y Monarca al país, se mostra-
ban á la misma altura de grandeza para consoli-
dar con firmeza su obra.


Así lo pretende el Rey, y deseando reanudar
las sesiones de Cortes para que mejor aconsejados
los partidos se ocuparan de los verdaderos inte-
reses del país, y obrando cada uno en su verda-
dera órbita, se viera claramente quiénes repre-
sentaban en mayor número la opinión pública,
escribió al presidente del Consejo:


«Cuando di a Vd. el decreto de suspensión de
las sesiones de Cortes, su estado de fracciona-
miento y exaltación hacían conveniente esta me-
dida para restablecer la calma de sus deliberacio-
nes. En tales circunstancias, yo no podia encon-
trar en ellas un criterio seguro que guiara con
acierto mi conducta.


En la sabiduría de las Cortes he de procurar
siempre inspirarme, y mi profundo respeto á sus
fueros me hace desear que los períodos de dura-
ción de las legislaturas lleguen á sus términos le-




gales, y para lograrlo he de hacer cuanto de mí
dependa.


La Nación desea, yo con ella, que los presu-
puestos se discutan y se voten, y que se resuelvan
con el concurso de las Cortes las graves cuestio-
nes que se refieren á su gloria é integridad, á su
crédito, á su ordenada administración y buen go-
bierno.


Si por desgracia, circunstancias ajenas á mi
voluntad se opusieran á la realización de mis de-
seos, entonces, cumplidos en conciencia mis de-
beres, haria uso de las facultades que la Consti-
tución me concede, pidiendo á Dios luz y acierto.


Penétrese Vd., señor marqués, de la sinceri-
dad de mis deseos, y crea Vd. que, confirmado
en los sentimientos de confianza que me inspira-
ron su elección, le conservo en mi aprecio.—
AMADEO.—Palacio de Madrid 1 9 de Diciembre
«te 1871.»


La opinión pública aplaudió este documento, en
el que demostraba el Rey su constitucionalismo
y su afanoso interés por conocer las verdaderas
aspiraciones del país, inspirándose en la mayoría
de las Cortes, si esta mayoría, ya que no fuese
homogénea, armonizaba al menos en sus aspira-
ciones.


El Gabinete, que no creia poder gobernar con




las Cámaras, y que no hallaría en ellas la inspi-
ración que se buscaba, aun cuando convenia en
que debían reanudar sus tareas, como había re-
cibido de ellas un voto de censura, dimitió; y
tomando el Rey consejo de los presidentes de
aquellas, y del duque de la Torre y Zorrilla, en-
comendó la formación del nuevo Ministerio al se-
ñor Sagasta, organizándole con los dimisionarios
señores Malcampo, Colmenares, Ángulo y De
Blas, y entrando como nuevos Topete, Groizar y
Gaminde, cuyo mal estado de salud no le permitió
venir á Madrid hasta mes y medio después. En la
formación de este Gabinete como en la de los an-
teriores, ni siquiera indicó el Rey un nombre
para ministro; en todas las crisis ha dejado en
completa libertad al encargado de formarle, para
que eligiera las personas que tuviera por conve-
niente, y dado al instante su aprobación á los
elegidos. Su interés no ha estado ni está en que
sea ministro una ú otra persona, sino en que go-
biernen bien; este es su deseo constante. Así le
han visto deferente todos los ministros que ha ha-
bido , respetuoso con todas las opiniones, solícito
por los intereses generales del país, y afanoso
cuando se trata de reconciliar á los divididos libe-
rales. Aprendió en Italia lo que vale la unión, y
nada le apena como ver divididos por cuestiones




119


de conducta y apreciación á ios que unidos podían
hacer tanto bien. Por. esto se muestra reservado
en ciertas cuestiones políticas, y ejerce su pode-
rosa iniciativa en los asuntos que, como los de
Ultramar interesan á todos; y se le ve llevar á su
mesa á los que van á combatir por la integridad
de España, apresurarse á darles el afectuoso adiós
de partida, y un recuerdo de su cariño y del que
le inspira el país que. rige.


Y el que ha vivido la vida del campamento, el
que sostiene en su alma el sagrado fuego del pa-
triotismo , envidiaba la suerte de los que iban á
pelear por la patria, y hubiera marchado gustoso
con ellos, para con ellos combatir.


Si toda España hubiera presenciado la actitud
y entusiasmo del Rey en los consejos de ministros
en que de los asuntos de Cuba se ha tratado; si le
hubieran visto brindarse á tomar el mando de las
tropas destinadas á aquella Isla; si le hubieran
oido ofrecer toda su fortuna particular para aten-
der á los gastos de la guerra,—pues,si Isabel la
Católica se desprendía de sus joyas para conquis-
tar la más rica de su Corona, Amadeo de su for-
tuna, para conservarla á su patria,—y si hubie-
ran contemplado un momento su decisión, su
patriotismo, comprendieran la grandeza de su
alma, le amaran y gritaran como los sóida-




120


dos al despedirse para la guerra, al llegar á la
Habana, y al pelear con los insurrectos: ¡ viva
el Rey!


XX.
»


Pero hemos llegado al fin del primer año del
reinado de D. Amadeo, sin que se realizaran los
siniestros pronósticos de los pesimistas, sin que ni
siquiera hubiese un conato, como en los dos años
anteriores, de sublevación carlista ni republicana:
ha habido paz, y el Rey ha mostrado ser el primer
constitucional de España, sin separarse en lo más
mínimo de la senda legal que se trazara.


A esta legalidad, á la observancia de las prác-
ticas constitucionales, se debió en gran parte la
tranquilidad disfrutada en el año trascurrido,
porque espeditos los .caminos legales, abiertas
para todos las urnas, libre la prensa y respetado
el derecho de todos, nadie tenia derecho para ape-
lar á esos medios reprobados que solo son lícitos á
\os pue\>\os euanao se\es tiraniza.


Aun con la libertad concedida á todos los par-
tidos, necesitaron coaligarse los antidinásticos
para traer algunos representantes/más que los de
costumbre, y apelar á medios pueriles, inventos
de tocador, para escitar un sentimiento nacional




121 •


mal entendido, consiguiendo solo el ridículo que
produjo una sátira de mal gusto y de peor opor-
tunidad.


Cuantos esfuerzos hicieron los antagonistas coa-
ligados, se estrellaron en la patriótica concilia-
ción de los elementos revolucionarios que afian-
zaron la Dinastía levantada sobre el pavés de la
soberanía nacional. A permanecer unidos, hubie-
ran resuelto las cuestiones de administración v
gobierno, aún pendientes, para gloria propia y
bien del país. ¡Cuánto daño ha hecho á todos la
desunión!


Por la concordia de los elementos revoluciona-
rios se hizo la Constitución, se eligió Monarca y
se pusieron los cimientos de la reorganización de
España, ¿por qué dividirse cuando tanto falta
aún hacer? Por la conciliación nos mostramos
grandes ante la Europa, ¿por qué no seguirla
hasta colocar á España al nivel de las grandes
naciones? ¡Qué inmensa responsabilidad la de los
que la han roto! Y no me refiero á ninguna par-
cialidad determinada, sino á todas, porque como
hermanos considero lo mismo á los unionistas que
á los cimbrios, pues no hay derecho ninguno para
rechazar á los que son y quieren ser dinásticos.
¿Se quiere monopolizar al Rey? El Rey ama á to-
dos , y los celos políticos no tienen razón de ser,




' 122


ante la imparcialidad del Monarca, ante su afecto
á todos.


El mismo Rey ha justificado con su conducta
su elección; pues todos aplauden su constitucio-
nalismo , admiran su rectitud y sinceridad, ala-
van sus virtudes domésticas, y presentan como
modelo su modestia. Esta corona de gloria que ha


. conquistado la real familia debe ser un motivo de
vanidad para España. Gracias á estas cualidades
del Monarca, no queda accesible al enemigo la
brecha que en el baluarte de la situación abren
los mismos que tienen el deber de defenderle con-
tra los intransigentes enemigos.


XXI.


Al conmemorar el Rey el primer aniversario
de su entrada en Madrid, en vez de conceder gra-
cias y mercedes que se agradecen al que las dá y
la Nación las paga, pensó únicamente en el ciu-
dadano que personifica mayor gloria, que es de-
chado de virtudes y modestia, que sin necesidad
de. nombrar le es de todos conocido, y le elevó al
rango de príncipe, con la denominación de Ver-
gara, para perpetuar el hecho más grande y su-
blime de nuestra Historia contemporánea; aquel
acto que terminó una lucha fratricida de las más




123


(1) ¡Lástima que la pasión política retardara la erección del
monumento, dos veces decretado, que perpetúe en mármol tan
grande acontecimiento!


sangrientas que ha conocido el mundo, y que tuvo
lugar en el centro del mismo país ocupado por
los carlistas, en el que penetraban victoriosas las
armas liberales: un empuje más y la guerra aca-
ba en el país vascongado; pero no quería Espar-


tero más sangre, abre sus brazos á sus enemigos,
y se abrazan todos en Vergara como hermanos, no
como vencedores y vencidos (1). El vencedor en
cien y cien combates, el héroe de la guerra civil,
es también el pacificador de España. ¿Cómo habia
de ser olvidado de un Rey como D. Amadeo? El
nombramiento de príncipe le acompañó con esta
carta:


«Excmo. Sr. D. Baldomero Espartero: Tengo
una verdadera satisfacción al dirigirme á usted
acompañándole el adjunto decreto en que he creí-
do deber darle una prueba de la alta considera^
cion que me merece.


Pocos jefes militares han alcanzado la señalada
honra de poner término á una guerra fratricida
á satisfacción de los mismos combatientes, des-
pués de haber dado en los campos de batalla
inequívocas muestras de valor é inteligencia, ante




124
las cuales bajó siempre su frente la fortuna: el
convenio de Vergara bastaría, aun sin ellas, para
que su ilustre nombre pasara cubierto de gloria á
la posteridad.


Sóame permitido, hijo adoptivo de este pueblo
magnánimo, hacerme eco de sus recuerdos y*
sentimientos en este dia tan fausto para mí. Si
hay disensiones entre españoles, afortunadamen-
te todos aplauden al pacificador que tuvo la en-
vidiable dicha de aplacar sus odios, de restablecer
la tranquilidad perdida y de librar innumerables
víctimas del cruento sacrificio á que estaban des-
tinadas.


No está en la esfera de mis atribuciones cons-
titucionales hacer á Vd. otra demostración de mi
aprecio que la consignada en el citado decreto.
Al firmarlo creo haber cumplido un deber sagra-
do, y en este dia, aniversario de mi elevación al
Trono de España, nada podría hacer más digno
de ella ni más grato á mi corazón.


Espero que Vd. lo reciba como tributo debido
y justo de un pueblo agradecido y de su Rey cons-
titucional . —AMADEO . >


Digna la carta de quien la firmaba y á quien
se dirigia, necesitó el duque acallar su modestia,
imposible después de recibir esta otra carta
de S. M.




125


«Excmo. Sr. D. Baldomero Espartero: Las
calorosas felicitaciones.que de todos los ámbitos
de la Monarquía se me dirigen por la merecida
distinción otorgada á Vd. en recompensa de sus
eminentes servicios á la patria, son el más vivo
testimonio de que al concederla he sabido inter-
pretar fielmente los sentimientos y aspiraciones
del pueblo español, que contempla en Vd. tina de
sus más preciadas glorias.


Permitirá Vd. que rehuse una demostración
tan umversalmente aplaudida, equivaldría á con-
trariar la voluntad de la Nación, y yo no puedo
oponerme á ella desconociendo principios que us-
ted profesa.


Devuelvo á Vd., por tanto, el traslado del de-
creto de 2 de este mes, esperando que acatará el
deseo del país, que es el de su Rey.—AMADEO.
—Palacio, 9 de Enero de 1872.»


La Nación hizo suyo el honor dispensado á Es-
partero, y felicitó al Rey, que recibió contento
las muestras de aprobación que se dieron á su ele-
vado y digno proceder.


XXII.


Háse visto evidentemente, que el Rey no ha
venido á serlo únicamente de los que le trajeron,




126


aun cuando estos constituían la mayoría de las
Constituyentes, sino de todos los españoles, y que
deseando armonizar las voluntades de todos, qui-
siera estar siempre rodeado de los hombres que
figuran con derecho en primera línea en los par-
tidos liberales. Esta es su aspiración constante, á
no contrariarla el país; porque en este caso, por
nada ni por nadie dejaría de inspirarse en la opi-
nión pública legítimamente representada.


Cuando vio la lucha que entablaron los parti-
dos dinásticos, cuando el fraccionamiento de la
Asamblea hizo incompatible con su existencia la
de cualquier Gobierno, lo lógico, lo político, lo
conveniente, lo constitucional, era la disolución,
y al darse este decreto- al Ministerio que existia,
es de presumir que se le dio porque era un Gabi-
nete formado ya, no porque tuviera esta ó la otra
tendencia, ni prefiriese á ninguna parcialidad,
atendibles y respetables todas.


Contando siempre con la libertad en las elec-
ciones, el resultado de estas indicará cuál es la
opinión pública, y en ella solamente se inspirará
el Rey, como lo tiene demostrado.


Haya en todos el debido patriotismo, téngase
en el Monarca la confianza que sus actos garan-
tizan, no se olvide que es un Rey eminentemente
constitucional, de modestas costumbres, de arrai-




127


gadas virtudes, de corazón valiente y alma gene-
rosa, accesible á todos; conózcanle, y el que le
conozca le amará.


Con derecho incontestable y suficientes títulos
para estar al frente de la Nación, no impidiendo
el ejercicio de ningún derecho, respetando todas
las opiniones, sin ser obstáculo al triunfo de nin-
guna, para lo que está libre el campo á todas, ¿se
han de tener en más, como no nos cansaremos de,
repetirlo, los intereses de las personas que los de
la patria? ¿Qué seria de esta con una nueva guerra
civil más cruenta que la pasada?


El reconocimiento de los hechos consumados es
hoy axioma político, y muy legal si su ejecución
ha sido nacional, si unas Cortes Constituyentes,
los han sancionado. Ciérrese de una vez el nerío-
do de nuestras convulsiones políticas, lúchese solo
en las urnas y en las Cortes, y piénsese por todos
en elevar esta Nación al grado de esplendor y al-
teza que por tantos títulos merece, para que, aun-
que no seamos lo que fuimos, seamos lo que debe-
mos ser, con solo inspirarnos todos en los sagrados
deberes que para con la patria tenemos.




i




D. AMADEO La)
i.


Al escribir la biografía del Rey cumplimos un
deber, no un acto de adulación; y por lo mismo
que es tan conspicua la posición del personaje que
vamos á presentar al público, omitiremos alaban-
zas y digresiones, para ceñirnos estrictamente á
la verdad, permitiéndonos solo aquellas que se
desprendan de los hechos: á ellos solo nos refe-
rimos.


Quizá nuestra posición parezca á algunos un
inconveniente para dejar de ser verídicos narra-
dores; pero sobre no haber motivo alguno para
ocultar ni aun el más pequeño incidente, como


(1) Hemos escrito esta biografía para la obra, El Estado Ma-
yor General del Ejército, que publica el Sr. Chamorro.


9




130


podrá verse, creemos haber ya demostrado que
sabemos sacrificar las más valiosas amistades á la
verdad histórica, si á ella se oponian.


En medio de esta sociedad de pasiones encon-
tradas y de intereses bastardos, de ambiciones no
satisfechas y de desmedido orgullo, no suele ha-
ber la suficiente calma ni la imparcialidad debida
para juzgar desapasionadamente los hechos, para
no darles torcida interpretación, deduciendo á
veces consecuencias contrarias á su realidad,
Afortunadamente no esperamos suceda esto en las
líneas que presentamos al público, porque se re-
fieren á hechos concretos y evidentes, que no fue-
ron empañados por el hálito de la política de
partido. No; la vida del duque de Aosta no ha
estado consagrada á las luchas de partido aun
cuando estas tengan mucho de nobles y dignas,
sino á la lucha de la patria. Y aun que para al-
gunos sea esta de distinta manera considerada en
varios de sus detalles, para la Italia, que miraba
como un deber sagrado su unificación, el contri-
buir á ella era un acto de elevado patriotismo; y
era además una obligación ineludible en el que,
como el duque de Aosta, el hijo del Rey, el que
ocupaba una posición en el ejército, no podia es-
cusarse, sin cometer un crimen de lesa Nación,
de acudir á su puesto cuando la patria necesitaba




131


de todos sus hijos, de pelear por ella, derramar
su sangre y sacrificar su vida.


Esto hizo el duque de Aosta de la manera que
verán nuestros Jectores. Conquistó glorioso nom-
bre y ocupó un digno lugar en la Historia patria,
obteniendo así el blasón más noble y envidiable á
que puede aspirar el hombre cuando sus hechos
no los consigna el favor, ni la adulación, ni la
pasión política, ni la falsedad, ni parciales plu-
mas, como es tan frecuente, debiendo muchos la
efímera fama de un dudoso concepto á tales me-
dios, que engañan al ignorante y avergüenzan al
entendido y discreto. Así se han elevado falsas
reputaciones, que caerán como castillo de naipes
al inflexible soplo de la verdad histórica; así se
han dado patentes de heroísmo y de talento que
la evidencia hace desaparecer.


El que venera la verdad, el que la dice á los
hombres sin importarle su posición, por alta que
sea, porque la conciencia del género humano es
más alta que ellos, ese, además de cumplir con lo
que debe á la Historia y á sí mismo, merece el cré-
dito de sus conciudadanos y bien de la patria.


Esta es mi más ardiente aspiración, y que al
leerse lo que escribo, pueda decirse que he cum-
plido como bueno diciendo la verdad.




132


II.


D. Amadeo, que cuenta entre sus ilustres y an-
tiguos descendientes á infantes de Aragón y de
Castilla (1) nació en Turin en 30 de Mayo de 1845.


Fueron sus padres Víctor Manuel, que heredó
la Corona de Italia, y María Adelaida Francisca,
hija del archiduque de Austria Raniero.


Poseyendo esta señora esa ilustrada y esmera-
da educación que tanto hace brillar á los prínci-
pes alemanes, supo inculcar en el corazón del
tierno infante, de esa manera cariñosa que solo
las madres saben, porque ellas solas tienen el se-
creto del alma de sus hijos, los sentimientos de
la moral más elevada y pura, las nociones de lo
justo, preparando así al niño á ser un hombre de
bien. Y el que nace en egregia cunay es educado
en regio alcázar, necesita más que ninguno de esa


(1) La primera alianza de la casa de Saboya con el Trono de
España fué la de Beatriz, hija de Amadeo IV, llamada la Condesi-
ta, habida en Cecilia de Baux, denominada por su hermosura la
MalYa Real, quien casó en segundas nupcias con Jaime, infante
de Aragón.


En 1269, muerto D. Jaime, casó con D. Manuel, infante de Cas-
tilla, hijo segundo de San Fernando, siendo hijo de ellos el céle-
bre D. Juan Manuel autor del.famoso Conde de Lucanor, estan-
do aquel enterrado en Pefiafiei.




133


educación modesta que enaltece al individuo para
sublimar luego al príncipe, que ha de estar ador-
nado de esas virtudes, espejo un día en que se
miren los demás.


Así se deslizaron felices los infantiles años del
joven duque de Aosta, y podía vanagloriarse su
virtuosa madre, de los opimos frutos que daban
las semillas de virtud que derramó en aquel tier-
no corazón.


Pronto esperimentó el dolor más acerbo que
puede esperimentar un hijo, perdiendo á la que
no solo le dio el ser como hombre, sino que le en-
señó la senda que habia de seguir el ciudadano y
el príncipe, y se retiró con su hermano mayor al
castillo de Moncalieri, bellamente situado sobre
el Pó á dos leguas al E. de Turin.


Siete años permaneció allí entregado completa-
mente á sus' estudios literarios y científicos; y
como habia un regimiento de guarnición, ponia
en práctica las lecciones militares, aprendiendo á
la vez que las teorías del arte las obligaciones
hasta del soldado; y cual si^esto no fuera bastan-
te, cuatro veces al año iba á Turin á tomar parte
en los ejercicios militares que se efectuaban, siem-
pre en la clase ó empleo que tenia. Así compren-
dió perfectamente todos los deberes de la milicia,
y supo también distinguirse en los cargos que en




134


cada ejercicio desempeñaba. Estimulábase con el
ejemplo su afición, se lisongeaba su inteligen-
cia con el trabajo y se enardecía su alma con el
aplauso.


Pero si su madre había, formado el corazón del
joven virtuoso, su padre no descuidó desenvolver
la razón del príncipe y fortificar su alma dispo-
niéndola para las grandes empresas á que un dia
se podia ver llamado, máxime en aquellos tiem-
pos en los que se vislumbraba para la casa de Sa-
boya un porvenir que podia ser de gloria, si se
hacia digna de ella, ó de infortunios, si la Provi-
dencia ó los desaciertos los procuraban. Prepa-
rábanse días de lucha, y si en todo tiempo es la
carrera de las armas peculiar de los príncipes,
en los desgraciados días que corremos es indis-
pensable, necesaria; y aprovechando las felices
disposiciones y afición del jó vén Amadeo, le puso
bajo la dirección del inteligente coronel de Esta-
do mayor, Ricci, que le enseñó fácilmente el arte
de la guerra y el no menos difícil de guiar las
huestes con la inteligencia del que aprende antes
á obedecer los deberes del soldado.


El coronel d'é artillería Giovanetti enseñóle
también esa ciencia, que hace del arma más te-
mida, cuando es bien manejada, no solo el pode-
roso auxiliar de los ejércitos, sino el decididor de




i 3b


las batallas; de esa arma que hizo del oscuro ca-
pitán del sitio de Tolón el vencedor de las Pirá-
mides, el dominador de Europa, el gran capitán
de nuestro siglo.


Entregado Amadeo en su pubertad al general
Rossi, que sus deberes de ayo los desempeñaba
con paternal cariño y esmerado afán, acechaba
hasta las ideas de su joven educando para culti-
var en todo su inteligencia y hacer provechosos
sut estudios; y á medida que se desenvolvían los
sentimientos de su corazón, cuando los destellos
de su razón tomaban forma, cuando veia los pro-
gresos que en los ramos del saber humano mos-
traban el fruto de los estudios á que se dedicaba,
como si no le satisfacieran, abría nuevos hori-
zontes á la ávida curiosidad del joven, y á la vez
que arraigaba en él las nobles y generosas afec-
ciones con que se alimenta el corazón en la juven-
tud de la vida, despertaba más su deseo de saber,
y viajaba con él, recibiendo así esa instrucción
que penetra por los sentidos, se arraiga en la
mente, va creando la esperiencia, maestra de la
vida, y al paso que se conoce prácticamente el
país que se ama, se estudia sobfe el terreno el
suelo que se mira como propio y se adora la pa-
tria á la que se consagra la existencia. Cuando
uno recorre su patria, el sol que nos alumbra




136


fortifica en nuestro corazón el amor que se la
tiene é ilumina nuestra inteligencia para cono-
cerla mejor.


Recorrió la Italia, inspirándose en Genova en
el amor al comercio, en Florencia y Roma sin-
tiendo nacer en su corazón el entusiasmo artístico
que dio inspiración á Miguel Ángel y á Rafael, y
en esa Italia, cuna de las ciencias y de las artes,
vio en cada ciudad un destello del genio, contem-
pló sus maravillas, admiró la omnipotencia de*la
inteligencia humana en todos los ramos del saber
y se identificó con su grandeza.


Basta viajar por Italia para instruirse; pero
aun fué al estranjero, se condolió al ver la deca-
dencia de la Turquía, aunque comprendiendo que
con aquel suelo y aquel cielo, si no podía ponerse
de nuevo en condicionóle dominar el Mediterrá-
neo é imponerse á Europa, aun le era dado tener
prepotencia para no temer el cumplimiento de
los deseos de Catalina de Rusia, ni necesitar la
tutela de otras naciones para conservar su auto-
nomía , pudiendo conseguirse todo esto entrando
en la vida de los pueblos civilizados que hacen
compatible la libertad con el orden, como empezó
á practicarlo la Turquía á impulsos de su gran
visir Fuad-Pachá.


El año siguiente de 1863 visitó el duque de




137


Aostala Suecia y la Dinamarca, á la sazón que
estos paises escandinavos ofrecian el deplorable
espectáculo de un venturoso desenvolvimiento
interior limitado por peligros exteriores que le
comprometian. La Dinamarca, para quien los
nuevos episodios de su lucha con la Alemania la
iban á traer una crisis suprema, tenia, aun en
víspera de tales estremidades, la Hacienda prós-
pera y un Gobierno amante de todas las reformas
útiles. La Suecia, sobre todo, perfeccionaba su


. legislación y administración, protegía su indus-
tria y- comercio, y se iba procurando una ventu-
rosa hegemonía en el Norte escandinavo, reco-
giendo los frutos del escelente reinado de Osear I,
que sabia desenvolver su hijo Carlos XV..


Magnífica enseñanza ofrecian estos paises al jo-
ven duque; y si no recorrió como Telémaco y
Anacarsis la patria que fué cuna de la ciencia de
gobernar Estados, era porque la Grecia solo con-
serva las ruinas de su pasada grandeza, y por eso
fué á otros pueblos nuevos á estudiar los progre-
sos de la civilización, las conquistas de la libertad.


III.


La Italia en tanto atravesaba una situación di-
fícil, y ante las necesidades de la patria no podía




138


estar ausente el hijo del Rey. Pero aun no habia
llegado el dia de hacer libre la Península desde
los Alpes al Adriático; habia que esperar, y el
duque de Aosta prosiguió sus viajes é instrucción,
recorriendo la Francia y la Inglaterra, emporio
de los adelantos en todos los ramos del saber hu-
mano, examinándolo todo, adquiriendo grande
enseñanza militar al estudiar el estado de los ejér-
citos, armas y plazas fuertes, halagando así la afi-
ción de su juventud; pues la razón del hombre
político se desenvolvía con fruto, estudiando la
Constitución de los Estados, ese mecanismo gu-
bernamental que armonizando los poderes públi-
blicos engendra la prosperidad y ventura de los
pueblos.


También visitó la España, no con el fin de em-
parentar con la familia real, como se ha supues-
to, sino con el mismo objeto con que viajaba por
Europa; con el de conocerla, estudiar hasta sus
costumbres, y adquirir esa instrucción y cultura
que dan los viajes aprovechados.


Veinte años tenia el duque, y la patria exigía
ya su concurso: encargósele el mando de una le-
gión de la Guardia nacional de Milán, obtenien-
do sucesivamente los grados de capitán y mayor;
entró después en el ejército con el grado de te-
niente coronel del 5.° regimiento de infantería,




139


brigada Aosta, y luego mandó en jefe el primer
regimiento también de infantería, brigada del
Rey, con el que tomó parte en las maniobras que
se ejecutaron en el campamento de San Mauricio,
sufriendo con veterana impavidez todos los rigo-
res del vivac como los demás oficiales. Mandó
después el 65 regimiento de la brigada Baltelli-
na, de guarnición en Turin, y se puso á poco al
frente de los lanceros de Novara, que guarnecían
áParma, dejando en este cuerpo, como en todos
los que mandó, los más gratos recuerdos, por
conquistarse las simpatías y el cariño de todos;
procurándolas, no por su posición y su estirpe,
sino por la bondad de su carácter, la caballerosi-
dad de sus acciones y el grande afecto que para
todos atesoraba su corazón.


En medio de estos pacíficos ejercicios, anhela-
ba el duque de Aosta ocasiones en que demostrar
su esfuerzo, en que probar á su patria que no ha-
bía sacrificio que no estuviera dispuesto á hacer
en favor de ella, aun el de la vida, pues no se
adormecían sus príncipes en las delicias de una
nueva Cápua. Y ya presentía su joven corazón
que se acercaba ese dia, que anhelaba con el en-
tusiasmo de la juventud.


Y estaba cerca en efecto, pues el tratado que se
firmó el 10 de Abril de 1866 en Berlín, formaba




140


una alianza ofensiva y defensiva entre la Prusia
y la Italia, la cual era para esta una garantía de
que en breve se anexionaría la codiciada Venecia,
y á ello se aprestó, á pesar de las reconvenciones
que recibió de la Francia. Quiso Austria romper
la alianza de Prusia con Italia, ofreciendo secre-
tamente el Véneto al general Lamármora: todo
fué inútil.


El 20 de junio se declaró la guerra y el 23 pasó
la vanguardia italiana el Mincio, encontrándose
Víctor Manuel de improviso sobre la ribera aus-
tríaca. La confianza de los italianos no tenia lí-
mites : osaban nada menos que atacar de frente
el temido cuadrilátero, y daban al diputado Bog-
gio patente de comisario civil extraordinario en
las provincias de la costa oriental del Adriático,
de las que no dudaba apoderarse fácilmente el a l -
mirante Persano. Este ataque marítimo, desti-
nado á distraer una parte de las fuerzas del archi-
duque Alberto, debia combinarse con el de los
cuerpos de Cialdini, que pasaría el Pó por detrás
del cuadrilátero, en tanto que para impedir fuese
atacado el ejército por la espalda, Garibaldi y sus
voluntarios sostendrían en el Trentino una lucha
necesaria quizá, pero trabajosa y sin brillo. Mu-
cho se ha discutido sobre estas operaciones, sobre


' si debia ó no confiarse el ataque principal al cuer-




141


po de ejército que daba frente al Pó, aun con las
dificultades que ofrecia el paso del rio en un pais
pantanoso, lleno de canales y arrozales; sobre si
una marcha rápida sobre Rovigo, podia tener
buen éxito si la escuadra y el Rey atraian hacia sí
una parte considerable del ejército austríaco, ó si
el serio ataque de frente sobre el Mincio, era una
operación capital bien ó mal pensada. No es este
mi intento, sino el de presentar la parte que en
estas funciones de guerra tomó nuestro personaje,
para quien habia llegado el dia que tanto anhe-
laba su corazón y la ocasión que deseaba de der-
ramar su sangre por la patria.


Mandaba los granaderos deLombardía, que con
los de Cerdeña formaban la tercera división del
primer cuerpo, guiada por el general Brignone,
que se situó el 22 en Volta; hizo una marcha rá -
pida , repasó el Mincio en la mañana del 23 por
los molinos de aquel pueblo, ocupó las alturas de
Pozuelo, desde donde partió á la madrugada si-
guiente para Valeggio, Custoza, Sommacampag-
na, hasta aproximarse á Torre Grherlo, en cuya
posición se habia situado el cuartel general, ocu-
pando Lamármora los tres puntos de las colinas de
Custoza, Monte Torre y Monte Croce, los cuales
constituían el centro, que fué teatro del más san-
griento choque délos ejércitos austríaco é italiano.




142


El ataque á Villafranca se bazo indispensable
desde las primeras horas de la mañana; y esta
difícil operación y la de ocupar fuertemente y
con prontitud la posición de esta colina, fué con-
fiada al general Brignone, dándole así ocasión y
á sil gente de desplegar un extraordinario valor.
Entraron en primera línea los granaderos de Cer-
deña, que mandaba Gozzani de Jurille, y apenas
comenzado el fuego, fuerzas enemigas muy supe-
riores cargaron el frente de la división Brignone,
trabóse porfiado ataque, se hizo cada vez más
rudo el pelear, y aquí fué donde hacia las diez de
la mañana recibió el duque de Aosta el bautismo
de sangre en gloriosa herida.


El camino que entre Custoza y Monte Torre
conduce directamente á un montón de casas ar -
ruinadas llamadas del Gorgo y cerca de una que-
sera denominada la Cavelckina, un poco á la de-
recha del camino, Amadeo se dirigió al asalto de
esta quesera, fuertemente defendida por los gra-
naderos enemigos.


A la cabeza de su gente, y pudiendo decir como
Enrique IV: «á falta de bandera seguir mi pena-
cho,* la precedía algunos pasos, dando así ejem-
plo de valor mostrando él suyo, esponiéndose el
primero al plomo enemigo; y como si no fuera
bastante, estimulaba el ardor de sus soldados con




143


ademanes y con palabras para infundir en todos
el heroico ardor que en su pecho sentia. Anima-
dos los soldados con tan sublime ejemplo, con tan
ostensible amor á la patria, temerosos por la
suerte que de uno en otro instante podia caber al
príncipe, por ser el más espuesto á la granizada
de enemigas balas, no desoyeron el marcial grito,
y toda la masa del regimiento se lanzó impetuosa
obedeciendo los gritos de ¡adelante, hijos mios!
con que les alentaba Amadeo, cual cariñoso padre
que quiere mejor la honra y la gloria de sus hijos
que su propia existencia.


Precediendo siempre á sus soldados, levanta el
sable, y vuelve el cuerpo para invitarles y enseñar-
les con el arma la posición que habían de tomar.


Cincuenta pasos distaban de ella, cuando una
bala penetra impetuosa en su pecho con tan vio-
lento golpe, que derribó del caballo al prínci-
pe, y al verle todos caer súbito al suelo le creye-
ron muerto. Afortunadamente, la posición oblicua
en que se encontraba, indicando á su gente el
punto que habia que tomar y la corta distancia á
ía que se cfisparó el proyectil", fueron su sa lva-
ción. Le atravesó el peto del uniforme, y corrien-
do la bala de izquierda á derecha del pecho, le
causó una estensa herida formando un surco pro-
fundo.




144


Su brava gente siguió combatiendo con doble
empeño, como queriendo vengar á su jefe, mien-
tras los oficiales que le acompañaban se precipi-
taron á levantarle en sus brazos, viendo gozosos
que aún vivia. Colocáronle inmediatamente en un
mulo de la ambulancia, y no pudiendo traspor-
társele solo, ordenó el mismo duque que se colo-
cara en la otra artola un granadero, que se rele-
vó á poco en el Gorgo con otro soldado herido,
siguiendo á Volta, donde le hizo la primera cura
el doctor Mariani.


La sangre, que salió abundante de la herida y
la fatiga de la marcha después del ardor del com-
bate, vencieron las fuerzas del ilustre herido, que
cayó dos veces sobre la ambulancia; y aquella
sangre preciosa mezclada con la no menos pre-
ciosa, aunque más humilde, del granadero heri-
do, patentizaban que los cimientos de la indepen-
dencia nacional de Italia se amasaban con la
sangre del pueblo y de' su familia real. Así se
hizo esta amada de todos los italianos, y' el duque
de Aosta conquistó en su patria glorioso nombre,
debido al que sabia cumplir el dulce et decorum
est pro patria more.


Repasó ordenadamente el ejército italiano el
Mincio á esperar noticias deCialdini y de Persa-
no, y se abandonaron aquellas alturas de Custoza,




145


que habían sido otra vez ensangrentadas en 1848.
Vencida en tanto el Austria eñ Koeniggraetz,


necesitaba el ejército de Italia en los campos de
batalla de Alemania, para cubrir á Viena amena-
zada, y propuso ceder Venecia al Emperador Na-
poleón. Medió este en la contienda, presentáronse
grandes y al parecer insuperables dificultades, no
siendo la más pequeña el tratado del 10 de Abril,
que impedia á la Italia ajustar ninguno parti-
cular; pero se encargó la diplomacia de poner
término á esta guerra, y una Convención decla-
ró unido el Véneto á la Italia, que veia con-
seguido el objeto de sus aspiraciones; y Venecia,
la reina un tiempo de los mares, la perla del
Adriático, la que llenó con su historia el mundo
y al mundo asombró con sus varios hechos, la
que fué amada por su grandeza y compadeci-
da por su martirio, la que es el tormento del
historiador y la inspiración de los poetas; Vene-
cia, en fin, llegó á ser un rico florón de la Corona
de Italia, y esta gran Nación dominaba ya de los
Alpes al Adriático. En breve se enseñorearía de
la ciudad de las siete colinas para realizar los de-
seos constantes de los italianos, el sueño de Ca-
vour, el proposito de Víctor Manuel de dar gus-
to á sus pueblos y grandeza á Italia.


Mientras tenían lugar los anteriores sucesos
10




146


curó el egregio herido, y volvió al instante á la
vida militar activa, encargándose en Ferrara
del mando de la segunda brigada de caballería
de línea, fijando su cuartel en Castelfranco: eneo-
mendósele después la direcicon de la caballería
del departamento de Verona, y establecida eu Ye-
necia la sede de este mando, los vivaces habitado-
res de aquella hermosa región, pudieron admirar
las dreciosas dotes del joven duque de Aosta, que
tan simpático se hizo en breve á todos. En el tra-
to social como en el oficial, en los consejos, en los
cuales intercedía, en los regocijos, como en los
asuntos graves, en todos sus actos, se revelaban
siempre la finura del caballero, la bondad del
hombre generoso y caritativo y la honradez del
príncipe virtuoso. Con su fácil y culta palabra y
sus modales corteses, conquistaba la voluntad de
todos, que veian en él, no al jefe, sino al amigo.


Ávido aún de instrucción, visitó ó inspeccionó
detenidamente todos los institutos de artes, de le-
tras y de ciencias; y no olvidando que era prínci-
pe recorrió los establecimientos de beneficencia,
dejando en todas partes ricos presentes de su mu-
nificencia y liberalidad, siendo en muchas ocasio-
nes verdadero Mecenas de las artes. Así mostrá-
base en estos actos digno heredero de sus augustos
padres.




147


Y lo es físicamente: en los penetrantes ojos de
Amadeo se ve la mirada dulce y suave de su ma-
dre, y en el lineamiento de rostro y en la apos-
tura de la persona recuerda al magnánimo Carlos
Alberto. Aquellos rasgos que sintetizaban á la fa-
milia austríaca, que dieron á España un Carlos I
y un Felipe II, se trazan perfectamente en la fiso-
nomía de D. Amadeo. De que fuera su príncipe
gozaba la Italia, entregada al júbilo de un pueblo
que participaba de las satisfacciones de su Rey y
Dinastía, que eran las suyas propias.


IV.


Como si no bastara el contento de que disfruta-
ba la Italia y sus príncipes, se quiso completar y
se concertó y realizó el matrimonio del duque con
una ilustrada y noble princesa, que estrechó los
lazos de unión entre dos familias dignas.


Avanzaba ásu finia primavera de 1867, que si
es bella en todas partes, es encantadora en Italia,
y de un estremó á otro de la Península tomaron
parte los italianos en la alegría de que disfrutaba
la augusta casa de Saboya, á la que estaba reser-
vado el cumplimiento de los más grandes destinos
de la patria del Lacio; y el valeroso príncipe dio


•la mano de esposo á la serenísima princesa María




148


Victoria*del Pozo de la Cisterna, hija del princi-
pe Carlos y de la condesa Carolina Ghislaine de
Merode, nacida en París el 7 de Agosto de 1847.


Los ascendientes de María Victoria merecen ser
' conocidos, sintiendo que la naturaleza de esta pu-
blicación nos impida ser todo lo estensos que de-
seáramos , á lo cual se presta admirablemente el
asunto; pues si historia grande y gloriosa tiene
la familia del Pozo, no lo es menos la de la Cis-
terna y la de Merode, todas esparramadas en Ita-
lia y en los Países Bajos.


Así leemos en una genealogía de aquella nobi-
lísima familia impresa en Verona en 1662, toma-
da de una crónica m. s. encontrada en Milán:
«Gens a Puteo antiqua Romse nobilitate oriunda
sacrorum imperatorum jussu Mediolanum admo-
dum anteaunum Christi millesimum aceita ea tum
in Urbe, tum Csesarese, num Alexandrige primas
tenuict, urbi ab adversa faccione inde expulsa di-
versa loca potere coacta est.»


En tiempo de Heriberto obispo de Milán, hacia
el año 1040, el partido popular de -esta ciudad,
obligó á emigrar á varios patricios, y entre ellos,
á Santiago, Antonio y Juan del Pozo, que se esta-
blecieron en Asti, Pavía y Venecia, originando las
varias ramas de su familia reproducida en Italia.
Así se halla un Guido del Pozo sobrino segundo de




149


Antonio del Pozo, ser en 1154 juez y comisario
enBiella por. el Emperador Barbarroja; y el su-
cesor de este, el Emperador Enrique VI, le confi-
rió un delicado encargo para arreglar las dife-
rencias entre el obispo Alberto de Vercelli y el
común de Cásale.


De este Guido del Pozo desciende en línea recta
la princesa María del Pozo de la Cisterna, de
quien nos ocupamos.


El príncipe Carlos Manuel de la Cisterna, pa-
dre de la princesa María, era el decimonono
descendiente directo de Guido del Pozo, brillando
esta larga serie de los señores del Pozo en todos
los siglos por sus grandes virtudes. A partir de
Francisco 1—1370,—Francisco II —1433,—Si-
meón—1476,—Antonio III del Pozo—1532,—que
obtuvieron especiales privilegios del común de
Ponderano, y los primeros honores en la ciudad
de Biella y en la corte del duque de Saboya, fué
el primero en el'orden del tiempo, y consiguió
elevada fama Casiano II, hijo del referido Anto-
nio y de Margarita de la Torre, pues siendo muy
joven era ya doctor en leyes y agregado al cole-
gio de jurisprudencia de la Universidad de Turin.
Ciñó, sin embargo, la espada, que no estaba reñi-
da con las letras, peleó y escribió las memorias
de la época, la espedicion que en 1543 capitaneó




150


(1) Dejó escritas estas dos obras de jurisprudencia.
—Additiones ad communes doctorum opiniones—1545.
—Additiones ad Bartolum, Taurini—1577.
Está sepultado en la antiquísima iglesia de San Agustin de Turin,


en la cabilla, que fundó, de San Nicolás, aun existente, pudiendo
leerse en el suntuoso monumento de mármol junto al altar mayor
al lado del Evangelio, erigido por la piedad de sus sobrinos, esta
inscripción conmemorativa de las virtudes del difunto.
—«Puteo Ant. F. Reani Domino et belli et pacis artibus clars qui
apus Carolum V GEBS. Carolo Sabandiae Duci et Eman. Philiberto
apud Francis'cum secundum Franc. regem legatus summa üde ad-
fuit nicire á Turcis absesae opportune subvenit et senatoris digni-
tatem XXV annis, totidemque prsesidis integerrime sustinuit Lo- •
duvicus Puteus Prseses Fabritius Ponderain comes et Carolus An-
tonius Magnae Etruriee Sucis ab intimis cons. fratres Patruo bene
merenti P. vixit an LXXX. obiit an MDLXX.—IX Kal. Octobris.


el duque de Saboya en socorro de Niza, sitiada
por turcos y franceses, fué embajador del duque
Manuel Filiberto aliado de Francisco Rey de Fran-
cia, y despees cíe haber ejercido 25 años el cargo
de senador en Turin, y presidido el Senado, mu-
rió en Setiembre de 1570 á los ochenta años de
edad (1). '


Emulo de la fama del finado, fué su sobrino
Carlos Antonio que ejerció el cargo de primer
consejero del gran duque de Toscana; y necesi-
tando el duque Manuel Filiberto de Saboya un
hombre de Estado capaz de ordenar la legislación
y administración pública, designó para tan im-
portante y delicada misión al conde Carlos Anto-




151


(1) Este arzobispo murió en 1607, y está sepultado en Pisa.


nio del Pozo: desempeñó su cometido con comple-
ta satisfacción del gran duque que admiró los
profundos conocimientos de su delegado, vistió á
seguida el habito eclesiástico, y fué creado arzo-
bispo de Pisa, donde dejó imperecedera memoria
de su munificencia, y por sus piadosas fundacio-
nes, entre las que se cuenta un colegio que lleva
el nombre del Pozo para la educación científica
de siete jóvenes de Biella, y cuyo patronato ejer-
ce la familia de Turin (1).


En el siglo siguiente se distinguió Amadeo I,
hijo de Luis del Pozo, primer presidente del Se-
nado de Turin, figurando aquel como coronel
de milicias en la campaña de Monferrato; y en
el torneo celebrado en Turin en 1619 por el
matrimonio del príncipe del Piamonte con Cris-
tina de Francia, Amadeo del Pozo, fué uno de los
padrinos del príncipe. Madama Real le mandó
durante la regencia á Roma como su embajador
extraordinario; obtuvo de España el marquesado
de Voghera, y de la regente Cristina el de Ga-
ressio, teniendo el honor de ser el primer caba-
llero, de los de su estirpe, de la orden de la Anun-
ciata, cuya dignidad era la más considerada de los




152


(1) Como puede verse en una historia m. s. de los caballeros
de la Anunciata que ex. istq en la Biblioteca del Rey en Turin.


duques de Saboya, y de la que era digno el agra­
ciado por las cualidades y títulos que le adorna­
ban (1).


El castillo de la Cisterna que se eleva sobre una
colma del A.sti}iano, pasó por donación imperial
á fin del undécimo siglo, á la jurisdicción del obis­
po de Astí, juntamente con multitud de tierras
del alto Piamonte, como feudos eclesiásticos, que
por concesión del mismo obispo poseyó la nobi­
lísima familia de esta provincia, cual se espresa
en el Libro verde de la Iglesia de Astí; recono­
ciendo el Papa Alejandro VII el señorío de la Cis­
terna por breve de 19 de Diciembre de 1665, en
Francisco V del Pozo. Su hijo Santiago VI del
Pozo, segundo caballero de la Anunciata, obtuvo
de la Santa Sede acrecentar considerablemente
los derechos y prerogativas anejas al señorío de
la Cisterna; el Papa Clemente IX le acordó el de­
recho de tercia cognizione en las causas civiles y
criminales, y el de vida y muerte; en 1670 se eri­
gió en principado el feudo de la Cisterna, y tres
años después, el de poder acuñar ТАМ ÁUREAS
QUAM ARGÉNTEAS ET CUJUSLD3ET AL­
TERIUS SOLIDE MATERLE MONETAS; y




153


aun existen de aquellas preciosas monedas con
el busto del príncipe en el anverso, y en el r e -
verso el escudo de la familia. Como aparece de
estas monedas, y especialmente de un acta de
investidura del obispo de Asti al príncipe José
Alfonso,—1765— el título de la Cisterna andaba
unido al de príncipe de ¡Belriguardo"; nombre de
un castillo anejo al de la Cisterna.


Amadeo II del Pozo, que ejerció elevados car-
gos en la corte de la Casa de Saboya, gran cruz
de San Mauricio y de San Lázaro, se distinguió
como coronel del regimiento de Saluzzo, cuando
fué enviado al Ceñís para rechazar el paso de los
ingleses que iban á socorrer á Barbetti en el valle
de Lucerna, y á Angrogua, sosteniendo con gran-
de honor el ímpetu de los dos enemigos que tuvo
á su frente, y los rigores de una cruda invernada,
desprovisto de tiendas. Corrió en 1691 al socor-
TO.te Ossa», MfcdMfc'soK tos frasees»
por destacamentos de Vutemberg y Luxemberg,
atravesó valiente por el campo enemigo, penetró
en la ciudad y obligó á los franceses á levantar el
sitio.


Proclamada en 1798 la república en el Pia-
monte, precisado el Gobierno á imponer estraor-
dinari os tributos para hacer frente á sus múltiples
atenciones, recargó los de la nobleza; y siendo el




154


patriotismo del príncipe de la Cisterna más gran-
de que los sacrificios que se le impusieron, y no
lo fueron poco, ofreció entre otras cosas á la Na-
ción, un censo de 16.000 libras del Piamonte. A
este príncipe, siendo después Chambelán de la prin-
cesa Paulina, duquesa de Guastalla, hermana del
Emperador, le nombró esta barón del Imperio
con facultad de trasmitir el título á los descen-
dientes barones en línea recta.


Su adhesión á la causa liberal era una gran cul-
pa para la restauración, y como esta, en Yez.de
atraer, rechazaba á cuantos no se adherían cie-
gamente à ia absurda íirania de aquella reacción
brutal, se desviaron de ella aun los que solo ha-
bían simpatizado con la anterior situación, y el
príncipe de la Cisterna que no podia ser conside-
rado como aquellos ardientes jacobinos, sino como
un hombre de verdadero patriotismo, vióse obli-
gado á emigrar, y le secuestraron los bienes que
poseía en el Piamonte que le devolvieron años
después.


Como para el sabio todo el mundo es patria,
no faltó al príncipe en tierra estranjera el afecto
que se le tenia en la suya. Amóle Luisa Carolina
Ghislaine, de Ja noble casa belga de los condes de
Merode, hermana de la difunta princesa de Mo-
naco y déla de Aremberg, y el príncipe quiso




155


que á la boda precediese el reintegro de su ante-
rior situación. . *


Con el príncipe Carlos Manuel, senador del
Reino, se estinguió la descendencia masculina de
esta noble casa. De las dos hijas de su matri-
monio , la única que ha sobrevivido es la prin-
cesa María Victoria, casada con el príncipe
Amadeo.


Justo, muy justo era que, el último vastago de
esta ilustre familia que creció y se desarrolló vi-
gorosamente al par de la Dinastía saboyana, á la
que durante muchos siglos sirvió de poderoso
auxiliar, tanto en la paz como en la guerra, cer-
rando el libro de sus fastos familiares, se confiase
su precioso depósito á un príncipe de Saboya: ad
Domino factum est istud; así dice el lema de las
monedas de los príncipes de la Cisterna. Sobre el
escudo de estos hay una corona de príncipe; en
en el primero y último cuartel un pozo sostenido
por dos dragones alados, el uno enfrente del
otro, y en el segundo y tercero el águila del Im-
perio romano, que por privilegio especial del
Emperador, puede usar la referida ilustre familia
entre sus timbres y emblemas heráldicos.


Por medio de continuos y referidos enlaces, la
familia de la Cisterna ha emparentado coia. los
príncipes belgiososos, y con los duques de Este.




156


Entre sus más notables palacios, figuran los de
Turin y lojf de Biella.


En los antiguos escudos de esta casa, sobre la
cima del yelmo hay un oso , el cual tiene asida
con las garras una espada desnuda y derecha, con
la siguiente divisa: Jura in armis regnare vi-
debis.


Si tan ilustre y magnífica historia presenta la
familia del Pozo y de la Cisterna, no lo es menos
la de Merode, aun á partir del feld-mariscal conde
de Merode-Westerloo, caballero del Toisón de
oro, grande de España, etc., etc., que nació en
Bruselas el 22 de Junio de 1674.


Huérfano á poco, casó su madre en segundas
nupcias con el duque de Holstein-Rethwisch que
sucedió el príncipe de Vandemont en el cargo de
general de la caballería estranjera al servicio de
España en los Paises-Bajos, en Cataluña y en el
Milanesado; obtuvo por sus servicios el Toisón de
oro y la grandeza de España, y murió de almi-
rante en Madrid,—4 de Julio de 1700,—enterrán-
dole en la iglesia de las Maravillas.


Hallándose en España el joven conde—1688—
aun cuando solo contaba 14 años, tomó parte vo-
luntariamente en la guerra de África; se le pro-
puso el primer Toisón de oro que vacase, ó el
cargo de capitán de arqueros, aceptó lo primero




157


con disgusto dé su madre, declaróse á poco la
guerra entre España y Francia, se trasladó á
Bruselas, peleó voluntariamente en la campaña
que promovió el Rey Guillermo de Inglaterra
—1692—asistiendo á la batalla de Steinkerque,
hizo igualmente la campaña de Landen en la que
supo distinguirse, recibió al fin de ella el Toisón
de oro, y queriendo sü madre desviarle de la car-
rera militar, hizo se criticara á los que se presen-
taban como voluntarios en las campañas, dicién-
dose que carecían del valor y la fé que exige en
todas ocasiones la milicia, pues que si tenia ambas
cualidades se alistase de soldado, pensando que
con esto desistiría; pero lejos de ser así sentó
plaza en la caballería española, no se le dispensó
de ningún penoso servicio, y al verle el Rey un
dia de centinela con ef Toisón, le habló, agradóle
su decisión, le vaticinó que seria un gran militar
y le invitó á su mesa, en la que el mismo Rey le
sirvió la sopa, brindó el primero por su salud, é
hizo el elogio de su padre. Hallóse como soldado
en el sitio de Namur, presenció el bombardeo de
Bruselas—Agosto, 1695—en el que perdió su
casa con cuanto tenia y la de su madre, y estor-
bando esta después que le concedieran el mando
de una compañía de caballería, escribió el conde
secretamente al Rey de España, que le dio dos




158


(1) Memorias del feld-mariscal, conde de Merode-Westerloo.


compañías de caballería en el ejército del Estado
de Milán, como hijo de grande de España, con-
testándole el Rey mismo. Partió inmediatamente
á tomar posesión de su cargo, acogiéndole el mar-
qués de Leganés, el conde de Urgel y demás per-
sonajes como á un amigo; hizo la campaña, y
terminada no aceptó el mando de un regimiento
de infantería, porque había ido á Italia á servir y
á aprender, y no creia digno permanecer en un
país tranquilo cuando había guerra en el suyo. Se
trasladó á los Paises-Bajos, fué maestre de un
tercio de infantería valona, tomó parte en delica-
das comisiones diplomáticas á favor de España,
sintió la muerte de Carlos I I , por si se desmem-
braba esta gran Nación, y al saber que Luis XIV
aceptaba el testamento y reconocía á su nieto
como Rey de España, se lfenó de contento por-
que amaba á esta «grande y rica Monarquía que
pudo hacer temblar á la Francia y á la Europa,
si por su mal Gobierno no se destruyese á sí mis-
ma (1 ) .» Reconoció á Felipe,V, cómo se lo nidieron
en carta particular la Reina y la Regencia, perdió
á poco á su madre, casó con una hija del duque de
Monteleon, sobrina del conde de Benavente, y
emparentada con las principales familias de la




159


(1) Así como el duque de Béjar, al marqués de Terracusa, al
príncipe de Maserano, al duque de Gandia y al de Mouteleon.


(2) Por este tiempo perdió á su hijo poco después de haber
tenido una hija. Ocupáronle algún tiempo los negocios dé familia'
y el casamiento de su hermano el duque de Holstein, con la se-
ñorita de Merode, marquesa de Trelon.


aristocracia y fué á Bayona á recibirla, después de
haber sido grandemente obsequiado en Bruselas
por el marqués de Bedmar y su señora, quienes
al volver los condes de^Merode, salieron á reci-
birles fuera de las puertas de la población y á ob-
sequiarles.


Declarada la guerra entre Felipe V y D. Car-
los de Austria, recibió el conde del primero la
orden de marchar á Italia, á donde también se
dirigió el Rey, le nombró su ayudante de cam-
po (1); se distinguió gloriosamente en varias ac-
ciones y en la toma de Guastalla, á él encomen-
dada, hizo la campaña de los Paises-Bajos, se le
confirió después el mando de un cuerpo de tropas
españolas y valonas, enviado á Alemania (2), y
su comportamiento en esta campaña no pudo ser
más heroico, ni más brillante, ni más humanita-
rio y generoso, agotando su fortuna y empeñán-
dose para hacer bien; y esto teniendo confiscadas
sus tierras de Merote, arruinadas las de Peters-
heim y casi lo mismo las de "Westerloo y una casa




160


notable en Bruselas; así decía que la guerra era
como el juego, que el que tiene mucho se arruina "
y se enriquece el que nada tiene.


Ofendido injustamente^dimitió el,cargo que
ejercía, se retiró á sus tierras,, j no garatizándo-
le su seguridad, aceptó las ofertas del Emperador
de Austria, que le dio el mando de la caballería:
se le nombró después el primero del consejo de
Estado y. Gobierno general de los Paisés-Bajos,
establecido por los ingleses y holandeses, pero no
aceptó.


Hombre de convicción profunda, de gran ca-
rácter y resolución, llegó á adquirir inmenso as-
cendiente hasta entre los enemigos, á la vez que
era estimado de todos por su valor y caballero-
sidad.


Sacóle el Emperador Carlos VI de la grata
ocupación que le retenia en sus tierras, haciendo
caminos, bosques y parques, llamándole á su lado
á ocupar altos puestos, que no le lisonjearon, mar-
chó á viajar por Italia, se le hizo á su regreso
mariscal y se le obligó á aceptar la plaza de con-
sejero de Estado.


Su hija única casó en 1717 con el conde de
Czernin, rico descendiente de los antiguos reyes
de Bohemia; perdió el año siguiente el mariscal
á su esposa; se dispuso á mitigar su pena recor-




161


riendo el Asia hasta la Persia, pero le detuvieron
en Alemania altos negocios de la corte, desdeñó
elevadas posiciones y grandes recompensas, acep-
tando algún tiempo después el cargo de consejero
de Estado con ejercicio.


En 1721 casó con Carlota princesa de Nassau-
Hadamar, y su cuñada Isabel le cedió, al entrar
en un convento, todos sus bienes, y Adriana Er-
nestina de Merode condesa de Thian y Maria
Victoria de Merode su hermana, monjas de Nive-
Ues, le dieron todos los bienes patrimoniales que
tenian en las provincias de Flandes, de Hainaut
y de Namur, que habían heredado por la muerte
sin hijos del conde Thian, Gerónimo Alberto de
Merode, general de infantería que falleció en
Cádiz.


El mariscal murió en 1732 estando en su bi-
blioteca en el castillo de Marode.


Descendiente de aquel ilustre mariscal é hijo
segundo del conde de Merode-Westerloo, prín-
cipe de Rubempré, grande de España de primera
clase, vice-presidente del Consejo privado del Rey
Guillermo, gran mariscal de Palacio etc., etc.,
fué el conde Félix de Merode uno de los más ilus-
tres patricios de la Bélgica, que nació en 1791,
casó á los 18 años con la hija del marqués de
Grammont, nieta de Lafayette, y al sorprenderle


11




162


(1) Antes de morir y después de haberle amputado la pierna
derecha, fué tan grande el interés que inspiró á todos la abnega-
ción, el patriotismo y la ¡desgracia del conde de Merode,—que en
vez de ir á gastar su inmensa fortuna en el estranjero, esperando
como tantos otros que se fijara la suerte de su país, habia dado
su vida por la patria—que se pensó en proponerle candidato a la
dignidad de jefe del Gobierno, y más de un periódico no halló
candidato más digno á la Corona; y al esponer sus títulos se ana-
dia que se mezclaba á ellos una idea cuya singularidad tenia algo
de conmovedora y de poética, cual era que la mutilación del jefe
del Estado seria una imagen á la que se asociarían su gloria y los
recuerdos de la emancipación.


Guando estando en el lecho del dolor le leyeron estos artícu-
los, contestó:—«Yo he combatido por la libertad de mi país, ¿se
quiere manchar mi conducta con ideas de ambición que nunca he
tenido? que se responda á este artículo: ¡lo quiero, lo exijo!


en el cuidado de su hacienda la insurrección en
Bruselas en la noche del 25 de Agosto de 1830, se
asoció á ella, se alistó de soldado en la guardia
ciudadana, cuya formación propuso, fué uno de
los cinco comisionados para redactar y llevar al
Rey los deseos del pueblo, formó parte de la co-
misión de seguridad pública, y después de las
sangrientas jornadas' de" Setiembre le nombraron
miembro del Gobierno provisional. A la vez que
prestaba en la gobernación del Estado eminentes
servicios, su hermano el joven y opulento conde
Federico, que se habia alistado como simple sol-
dado en una compañía de cazadores para pelear
por la independencia de la Bélgica, halló gloriosa
muerte por su patriótica bravura (1).




163
Los que habían pretendido dar el poder al jo-


ven mártir de la patria, pensaron después en su
hermano Félix, que rechazaba los regios honores
con no menos energía que su hermano, - y solo
acogía la candidatura del príncipe de Orange, si
tenia él asentimiento de la Nación.


Elegido miembro del Congreso Nacional por.
tres distritos, fué uno de los diputados más influ-
yentes de aquella Cámara, que se declaró desde
luego á favor de un príncipe extranjero; adquirió
fama de orador elegante y elocuente, resaltando en
sus discursos el más acendrado patriotismo, formó
parte de la comisión que fué á ofrecer el Trono de
Bélgica al duque de Nemours, aunque no lo deseó,
pues nunca confió en la aceptación por parte de
Luis Felipe, y al pensar muchos individuos de la
Cámara en nombrarle su presidente, deseando
otros lo fuera Surlet, lejos de alentarles y produ-
cir divisiones, por una lucha de personas, siem-
pre mezquina é impropia de espíritus levanta-
dos, se acerca al mismo Surlet, y estos dos hom-
bres de muy diferentes ideas, pero que armoniza-
ban en patriotismo, sometieron la decisión á un.
diputado amigo de ambos, se decidió por Surlet,
y aunque le apoyó Merode aun tuvo este 43 vo-
tos y 108 el primero.


Al querer la Bélgica elevar al Trono Si prínci-




164


pe Leopoldo, Merode formó parte de la diputa-
ción que fué á sondear sus intenciones, volvió
después con la elección del Congreso, y por ter-
cera vez para estimular al principe á apresurarse
á ocupar el Trono que se le daba.


Instalada la Monarquía, y convocadas las Cá-
maras, es llevado á la de los diputados, siéndolo
sucesivamente por más de un cuarto de siglo, has-
ta su muerte. Nombrado ministro de Estado,
se encargó á poco interinamente de la cartera de
Guerra, propuso la creación de la orden de Leo-
poldo, y á la vez que felicitaba á los franceses des-
pués del sitio de Anveres se opuso resueltamente
á que se derribase el león monumental de Water-
loo. Acepta interinamente el ministerio de Nego-
cios estranjeros, rehusando después aceptarle en
propiedad, se le confiaron delicadas misiones diplo-
máticas, y fué tan digno su comportamiento y tan
loable su patriotismo, que se acuñó en su honor
una medalla con su busto en el anverso y en el re-
verso unas líneas de su notable carta á lord Pal-
merston. Algunos dias antes de su muerte—1857
—habló por última vez en la Cámara defendiendo
valiente y decidido la libertad de enseñanza, que
era una de sus más constantes preocupaciones;
pues la primera vez que tomó la pluma como
publicista*fué para defender esa misma libertad.




165


Si como hombre público mereció el conde de
Merode bien de la patria, como hombre privado
el aprecio de todos sus conciudadanos y que su
nombre viva lo que el recuerdo de sus benéficas
obras.


Estimado de príncipes y reyes, obsequiado por
Pió IX que le regaló el crucifijo ante el cual oró
en su destierro en Gaeta, católico sin fanatismo y
grande propagador de la enseñanza, fué fundador
de establecimientos católicos, de escuelas cristia-
nas, y verdadera providencia para los pobres. Así
fué sentida su muerte y honrada su memoria.
Así se asoció á ella la corte, la Cámara, la pren-
sa, toda la población sin distinción de partidos.
La sesión consagrada á su recuerdo es su mayor
apología: su corona la formaron los elocuentes y
sentidos discursos de los que lloraban su muerte,
los artículos que le consagraron no solo los perió-
dicos belgas, sino muchos estranjeros; y así él
como sus ascendientes, no han faltado al magnífico
pensamiento consignado en el valiente lema de
su escudo:


PLUS D'HONNEUR QUE D'HONNEURS.
Tales son los ilustres antecesores de la Reina


María Victoria, de la esposa de D. Amadeo, de la
que parece reunir en sí todo lo más digno y ele-
vado de sus dignos y elevados ascendientes.




166,


Descendiente por su padre de la más pura raza
del patriciado italiano, que se asoció de corazón á
todas las empresas y peligros para regenerar la
patria, y por su madre á los linajes más devotos,
y adictos á la causa de la Iglesia y á las antiguas
libertades locales, participa del patriotismo del
uno y de la piedad de la otra. Circula por sus
venas la sangre de aquel principe de la Cisterna
que fué el noble más popular, más generoso y
heroico de la causa italiana, pues no solo invirtió
gran parte de su rica fortuna, sino que espuso
más de una vez su vida por la libertad del Pia-
monte: perteneció á las gloriosas falanges de la
joven Italia, fué condenado á muerte en 1829 con
Mazzini y los ilustres patriotas de aquella época,
y ni'arredróle el peligro ni le envaneció el triunfo.


Esta firmeza de carácter, tan digno amor á la
patria y á la libertad, heredóla María Victoria,
así como los puros y levantados sentimientos cris-
tianos , la severa honestidad de costumbres y las
arraigadas virtudes públicas y privadas de su dig-
nísima madre. '


Educada con un recogimiento poco frecuente
en el día, pues hemos oído de sus augustos labios
que no había frecuentado un teatro hasta después
de casada, ha adquirido una instrucción que honra
á su sexo, y que demuestra no ha desaparecido la




167


(1) En su libro intitulado FLORENCIA.— Retratos. Crónicas.
Confidencias.


raza de aquellas mujeres que, como la Latina,
Sabuco de Nantes y otras antiguas y modernas,
han enaltecido las letras y las ciencias, mostran-
do que la inteligencia cultivada de la mujer, es-
cede, por lo esquisita, á la del hombre.


Así escribía de la duquesa de Aosta la ilustrada
María Ratazzi (1) con acento profético estas ele-
gantes líneas:


«Es peligroso para las mujeres que viven cerca
de un Trono, ó que están llamadas á llevar una
Corona, mostrar la verdad de su inteligencia y la
sinceridad de su corazón, porque el juicio que pro-
vocan y las apreciaciones que inspiran, constitu-
yen entonces la medida absoluta de su individua-
lidad. Siendo el prestigio de una alta posición una
especie de velo moral, es necesario grande auto-
ridad para despojarse de él. Así que no he oido
elogios más lisonjeros que los pronunciados fre-
cuentemente cuando se veia pasar á la princesa
Margarita y á la duquesa de Aosta, repitiéndose
sin cesar que habían nacido para una grande po-
sición, que estaban á la altura de sus destinos.




168


«El prestigio que reina alrededor de las prin-
cesas no disminuye á su lado. Si la impresión que
me han producido en una entrevista particular, no
ha sido la misma que la esperimentada al verlas
en el baile, en público, en representaciones, fué
por haber sido más viva y penetrante. Siempre
conservaré un amable recuerdo de la acogida en-
cantadora que me hicieron estas dos jóvenes mu-
jeres, tan diferentes la una de la otra, y tan á pro-
pósito ambas para los altos destinos á que están
llamadas. Un dia que tuve ocasión de hablar de la
profundidad del genio de la duquesa de Aosta, de
su saber y de sus maravillosas disposiciones, que
tan vivamente me habian impresionado, saliendo
del palacio Pitti , y encontrando en mi salón el
encantador cronista que El Internacional tenia,
M. ó Mme. de Monzay—como Vds. gusten—
formulé mi reciente y fresca opinión en términos
tan calurosos, que se asombraron vivamente mis
auditores. Mi entusiasmo fué sin duda contagioso,
porque me encontré en un folletín del espiritual
Monzay, indiscretamente divulgadas quizá, pero
con una verdad fotográfica, las impresiones que
habia detalladamente contado.


>La duquesa de Aosta ha producido, no sola-
mente en mí, sino en todos cuantos la han habla-
do, una impresión inesperada: no puede uno ima-




169


ginarse lo que es realmente, y los que la han vis-
to el año de la Exposición en París dudarían re-
conocerla; tan inconcebible es el cambio operado
en ella. Hoy, que ha entrado en posesión de su
personalidad, se deja ver tal como es. En ella
se resumen la gracia suprema, la distinción in-
nata, la elegancia esquisita. Es digna sin altane-
ría, bienhechora sin afectación, espiritual sin jac-
tancia. Su sonrisa está impregnada de encanta-
dora bondad, á pesar de parecer algunas veces
que sus labios, finamente designados y ligera-
mente levantados, revelan un poco de causticidad
levemente contenida. Cuando se tiene la fortu-
na de hablar con ella, se comprende al instante la
idolatría de su madre, y enternece el pensar el
afecto tierno, excepcional, que estas dos mujeres
se han profesado, y que en tantos años han vivi-
do la una para la otra. Se comprenden las vici-
situdes de la alegría maternal cuando era preciso
separarse de la hija que la princesa de la Cister-
na amaba más que á sí misma. La duquesa de
Aosta, que es ya una mujer notable, promete ser-
lo superior; recuerda á la duquesa de Orleans de
20 años. No conozco en Europa joven princesa de
más fácil conversación, de mayor inteligencia, de
más oportunidad, y al mismo tiempo de más con-
veniente seriedad. No se ha formado en el mun-




170


do, sino que se ha deslizado su infancia en el rin-
cón del hogar, bajo el ojo maternal siempre vigi-
lante y acompañada de sus queridos libros. Y ha
leido tanto, estudiado tanto, que ayudada de un
recto sentido, ha adivinado la vida antes de cono-
cerla: la jó ven princesa posee la erudición de un
literato alemán, y además del latin y del griego
antiguo, que le son familiares, habla con facilidad
cinco ó seis idiomas: ha estudiado las matemáti-
y podría discutir con Babinet sobre el cálculo in-
tegral y diferencial.


»Esta erudición seria no la ha impedido culti-
var las bellas artes: pinta notablemente y posee
la música. En una palabra, reúne tantas seduc-
ciones además, que casi podría tener el derecho de
no ser bonita. No conozco mujer á quien conven-
gan más dignamente los más altos destinos.»


Dichas estas palabras por el que estas líneas es-
cribe, parecerían adulación; por eso citamos á su
autora; y aun cuando pudiéramos añadir algo
más, como no hacemos ahora su biografía, sino
que presentamos algunos apuntes, para que sea
solo ligeramente conocida la esposa de D. Ama-
deo, únicamente añadiremos que, dotada de una
inteligencia privilegiada, lo mismo posee con es-
quisito gusto las artes, que cultiva con amor las
letras, y no solo domina la difícilmente bien po-




171


seida lengua del Dante, sino que la es familiar, así
como la de Fenelon y Racine, y la de Shakes-
pear, deleitándose en hacer graciosas composicio-
nes en varios idiomas. Religiosa sin fanatismo,
virtuosa sin ostentación, noble sin orgullo, ilus-
trada sin vanidad y señora siempre, ni un prín-
cipe como D. Amadeo podía haberse unido á mas
digna consorte, ni una princesa como María Vic-
toria á más conspicuo marido.


Así lo comprendió toda la Italia, y el Munici-
pio de Turin dispuso celebrar tan fausto suceso
con fiestas populares, efectuando regatas en el Pó,
espléndidas iluminaciones, fuegos artificiales é in-
numerables bellísimas barcas empavesadas, figu-
rando una de ellas el Bucentauro, que se conser-
va en uno de los subterráneos del real castillo del
Valentino.


Era el Bucentauro, como es sabido, un grande
y majestuoso bajel, en el que los Dux de Venecia
celebraban en lo antiguo su casamiento con el
Adriático, cuya fiesta se efectuaba con estraordi-
naria pompa el dia de la Ascension, á no impedir-
lo el estado 4^1a mar, pues entonces se aplazaba.


Los regios esposos recordarán con placer las
sinceras muestras de júbilo con que se celebró su
casamiento, porque era querido el príncipe y con-
siderada la princesa.




172


Así fué grande la ventura que disfrutaba el
ilustre matrimonio, y el cielo la hizo mayor,
dándoles después un precioso vastago de su regia
estirpe.


V.


Lisonjeado el duque de Aosta con el dulce en-
canto de la vida doméstica, querido del pueblo y
feliz en el hogar, sin riquezas que desear, sin am-
biciones que satisfacer, vióse de repente favore-
cido con lo que podía constituir la dicha de los más
poderosos príncipes. Huérfana de Rey la España,
le ofreció su Corona, y él, que ninguna ambicio-
naba y solo se debia á su patria, á ella sometió
su aceptación, por más que le halagara ser elJefe
de un pueblo de tanta gloria, que fué en un tiem-
po señor de dos mundos, alumbrados constante-
mente por el sol sus dominios, y que si hoy se
veia sin la preponderancia que en mucho tiempo
tuvo, y perturbado, habia también inmensa glo-
ria que conquistar, procurando la prosperidad de
una Nación de más de 16 mil lones^ almas.


Esta idea únicamente halagaba al príncipe al
aceptar el rico presente que se le ofrecía, si al
concedérselo veia la espresion de la voluntad na-
cional. Así lo espresó la mayoría de las Cortes




173


(1) Omitimos, en obsequio á la brevedad, los pormenores del
viaje de la comisión, publicados ya en la esceleñte Crónica de la
espedkim á Italia por el ilustrado marino D. Ignacio de Negrin.


Constituyentes, pues se deseaba salir de aquella
interinidad funesta, y la votación del 16 de No-.
viembre de 1870, dio la Corona de España al jo-
ven duque de Aosta, cuyas escelentes cualidades
enumeró el presidente de la Cámara al dar cuenta
de la elección que se acababa de hacer.


Nombróse acto continuo la comisión que habia
de ir á Italia á llevar la elección de las Cortes, se
embarcó el 25 de Noviembre en la Numancia, en
la Victoria y en la Villa de Madrid, dióse á la
vela al dia siguiente, arribó á Genova en la noche
del 29, donde entró el 3 de Diciembre después de
tres dias de.observación sanitaria, y continuó la
comisión á Florencia vistosamente engalanada,
donde fué recibida con grandes aclamaciones por
el pueblo, que mostraba el inmenso entusiasmo
de que estaba poseido, y por la corte con regia
pompa y las más señaladas pruebas de distin-
ción (1).


Allí, en el artístico palacio Pitti, después de ser
presentada por nuestro representante la diputa-
ción española, y cumplido por el Sr. Zorrilla el
honroso mandato de las Cortes, de ofrecer el Tro-




174


no de España al duque de Aosta, impetrar el per-
miso del Rey de Italia, como Jefe de la real fa-
milia, y espresar su profundo reconocimiento por
la honrosa y cortés acogida dispensada á la di-
putación desde, su arribo á las costas italianas,
contestó Víctor Manuel que la regia oferta hon-
raba altamente á su Dinastía; pero era á la vez
un gran sacrificio para su corazón; que permitía
á su muy amado hijo aceptar el glorioso Trono
á donde le llamaba el voto del pueblo español,
confiando en que, merced á la divina Providencia
y á la lealtad de la noble raza castellana, podría
cumplir aquel su alta misión , labrando la pros-
peridad y la grandeza de la Nación española.


Zorrilla, entonces, dirigiéndose al duque de
Aosta, leyó un discurso en el que decia que las
Cortes Constituyentes, al terminar el encargo que
recibieran del sufragio del pueblo, habían elegido
á S. A. para ocupar el Trono de Castilla: trazó á
grandes rasgos la Historia y lealtad del pueblo
español hacia sus monarcas, la fidelidad á sus ju -
ramentos , la tenacidad con que en todas épocas
supo reivindicar su libertad y su independencia,
y concluyó ofreciendo solemnemente la Corona
en nombre de la voluntad nacional, esperando
que el duque se dignaría aceptarla, prestándose
á regir los destinos de un país, tantas veces con-




175


fundidos con los de la Casa de Saboya, y á ser dig-
no émulo de sus augustos predecesores.


El príncipe Amadeo, visiblemente conmovido,
contestó: — «Señores: El elocuente discurso de
»vuestro honorable presidente ha aumentado en
?mí la natural y profunda conmoción que ya me
»habia producido el voto de la Asamblea Constitu-
»yente de España. Gratamente os espondré con
»brevedad las razones por las que me he resuelto
»aceptar, como acepto delante de vosotros, con
»la ayuda de Dios y con el consentimiento del
»Rey mi padre, la antigua y gloriosa Corona que
» venís á ofrecerme.


»Dios me habia ya concedido un destino envi-
»diable. Vastago de ilustre Dinastía, participando
»de la gloria y de la fortuna de mi antigua Casa,
»sin tener la responsabilidad del Gobierno, veía
»abierto delante de mí un camino fácil y ventu-
roso , en el cual, como habia sucedido en lo pa-
usado, no me faltarían ocasiones de servir útil-
mente á mi patria.


»Vosotros venís á descubrirme más vasto hori-
»zonte; vosotros me llamáis á cumplir obligacio-
n e s en todo tiempo debidas, más nunca como en
»nuestros dias formidables. Fiel á las tradiciones
»de mis abuelos, que jamás retrocedieron ante el
»deber y el peligro, acepto la noble y alta misión




176


»que la España quiere confiarme, si bien no igno-
>ro las dificultades de mi nueva tarea y la res-
ponsabilidad que asumo ante la Historia. Pero
»confio en Dios, que ve la rectitud de mis inten-
ciones, y en el pueblo español, tan justamente
¡•orgulloso de su independencia, de sus grandes
tradiciones religiosas y políticas, que ha demos-
t r ado saber armonizar el amor al orden con el
»culto apasionado é indomable por la libertad.


¡•Honorables señores, aun soy muy joven, esca-
>samente conocidos los hechos de mi vida, para
»que yo pueda atribuir á méritos mios la elección
»que la noble Nación española ha hecho de mi per-
>sona. Vosotros habéis pensado ciertamente que la
>Providencia quiere conceder á mi juventud la
»más fecunda y útil enseñanza: el espectáculo de
»un pueblo que reconquista su unidad é indepen-
dencia merced á la íntima concordia con su Rey,
»y la práctica fiel de las instituciones liberales.
»Vosotros queréis que vuestro país, al que la natu-
raleza prodigó todos sus dones y la Historia toda
>su gloria, disfrute igualmente de este feliz con-
c ie r to , que ha hecho y hará siempre, yo lo espe-
>ro, la prosperidad de Italia. A la gloria de mi
»padre, á la fortuna de mi país, debo vuestra
»eleccion, y para ser digno de ella, no puedo me-
ónos de seguir lealmente el ejemplo de las tradi-




177


»ciones constitucionales en cfue he sido educado.
^Soldado en el ejército, seré, señores, el primer
^ciudadano ante los representantes de la Nación.
»Los anales de España están llenos de nombres,
»gloriosos; ilustres caballeros, grandes capitanes,
^admirables artistas, atrevidos navegantes, <re-.
»yes famosos. No sé si tendré la fortuna de verter
»mi sangre por mi nueva patria, y si me será con-
cedido añadir alguna página á las muchas que
»celebran las glorias de España. Pero en todo
»caso, tengo la seguridad, porque esto depende
>de mí y no de la fortuna, que los españoles po-
>drán decir siempre del Rey que han elegido: su
¡•lealtad sabe sobreponerse á la lucha de los
¡•partidos, y solo aspira su corazón á la concordia
»y prosperidad del país.»


Al terminar tan notable discurso, victoreó Zor-
rilla á Amadeo I , Rey de España, y le aclama-
ron todos con ardoroso entusiasmo, pues sentían
en aquel momento ése febril amor patrio que in-
flama el alma y enardece el corazón, deseando
que las palabras que acababa de pronunciar el
nuevo Rey las hubieran oido todos los españoles.
El entusiasmo se comunicó á la multitud que lle-
naba la gran plaza del palacio Pitti, y mientras
se estendia el acta de este importante aconteci-
miento , ruidosos aplausos y delirantes vivas re -


12




178


sonaban por do q*uier, repitiéndose frenéticos
cuando Víctor Manuel salió al balcón para mos-
trar su afecto al pueblo, siendo aquellos momen-
tos verdaderamente conmovedores é indescrip-
tibles.


El acta dice así:


ACTA DE RECEPCIÓN SOLEMNE EN EL PALACIO PITTI
EL DÍA CUATRO DE DICIEMBRE DE 1870.


«En nombre de la Santísima é indivisible Tri-
nidad, Padre, Hijo^y Espíritu Santo.


»E1 año" del Señor de 1870, dia cuatro del mes
de-Diciembre á la hora de las doce del dia, en
Florencia, en el Palacio de S. M. Víctor Ma-
nuel II, Rey de Italia;


»Las Cortes Soberanas Constituyentes de Es-
paña han, en votación del diez y seis de Noviem-
bre de mil ochcientos setenta, elegido Rey de Es-
paña á Su Alteza -Real el príncipe Amadeo de
Saboya, duque de Aosta, y al efecto de presen-
tar á Su Majestad el Rey Víctor Manuel II y al
príncipe elegido el voto de las Cortes, fué envia-
da á Florencia una nobilísima diputación presidi-
da por S. E. D. Manuel Ruiz Zorrilla.


introducida la diputación de las Cortes Sobe-
ranas Constituyentes de España en la sala del




179


Trono, el presidente anunció que en la sesión del
dia diez y seis de Noviembre de "mil ochocientos
setenta, después de la votación de las Cortes, el
duque de Aosta fué proclamado Rey de los espa-
ñoles.


»Su Majestad Víctor Manuel II, Rey de Italia,
ha concedido real consentimiento para que su
augusto hijo, segundo-génito S. A. R. el prínci-
pe Amadeo de Saboya, acepte la Corona de Es-
paña.


>Y S. A. R. el príncipe Amadeo de Saboya,
duque de Aosta, habido el consentimiento de su
real padre, ha declarado solemnemente que la
aceptaba con la ayuda de Dios Omnipotente para
sí y sus descendientes y sucesores legítimos la Co-
rona que se le ofrecía de la Nación Española.


>Y para hacer constar en forma solemne los
actos realizados en la presente fausta circuns-
tancia,


»De orden de S. M. el Rey,
»Nos el noble Emilio Visconti-Venosta, minis-


tro secretario de Estado para los negocios este-
riores, Notario de la Corona,


»Ante S. M. Víctor Manuel II, Rey de Italia;
»Ante S. A. R. el príncipe Umberto de Sabo-


ya, príncipe del Piamonte; de S. A. R. el prín-
cipe Amadeo de Saboya, duque de Aosta; de Su




180


Alteza Real el principe Eugenio de Saboya Ca-
riñano;


»A presencia de los testigos designados por Su
Majestad, los excelentísimos caballeros de la or-
den suprema de Santísima Anunciata, marqués
Grino Capponi, caballero Enrico Cialdini, general
del ejército, conde Luigi Federico Menabrea, lu-
garteniente general, y el caballero Urbano Ra-
tazzi;


» Habiendo estendido este acto público en doble
escritura, á la que dan lectura y firman de mano
propia S. M. el Rey y S. A. R. el príncipe Ama-
deo de Saboya, los reales príncipes de la familia
de S. M., el presidente y los miembros de la di-
putación de las Cortes Soberanas Constituyentes
de España, suscribiendo con Nos los testigos, y
estampando aquí Nuestro sello.


» Hecho en Florencia el dia cuatro de Diciem-
bre de mil ochocientos setenta.—Víctor Manuel.
—Amadeo de Saboya.—Umberto de Saboya.—
Eugenio de Saboya.—Manuel Ruiz Zorrilla.—
Félix García Gómez, diputado vice-presidente.
—Cipriano Segundo Montesinos, diputado vice-
presidente.—Augusto Ulloa, diputado.—El du-
que de Tetuan, diputado.—Cristóbal Martin Her-
rera, diputado.—Conde de Encina, diputado.—
Víctor Balaguer, diputado.—Carlos Navarro y




181


Rodrigo, diputado de las Baleares.—Pascual Ma-
doz, diputado.—Eduardo Gasset y Artime, dipu-
tado.—José Rossell, diputado.—El marqués de
Sardoal, diputado.—Miguel Jalón, marqués de
Torreorgaz, diputado.—Francisco Barrenechea,
diputado.—El marqués de Valde-Guerrero, di-
putado.—Luis Alcalá Zamora, diputado.—Juan
Ulloa Válera, diputado.—S. Herrero, diputado.
—J. Luis Alvareda, diputado.—F. Romero y
Robledo, diputado.—Juan Valera, diputado.—
Gabriel Rodríguez, diputado.—Antonio Palau,
diputado.—Antonio Marios Moreno, diputado.—
Manuel de Llano y Pérsi, diputado secretario.—
F. J. Carratalá, diputado secretario.—Maria-
no R. Montaner, diputado secretario.—G. Cap-
poni.—E. Cialdini.—Luigi Federico Menabrea.
—Urbano Ratazzi.—El ministro secretario de
Estado para los negocios esteriores, notario de
la Corona, Visconti-Venosta.» ,


Hiciéronse las presentaciones y felicitaciones
de cortesía, retiróse la comitiva española á su
alojamiento, y apenas habían trascurrido dos ho-
ras, cuando de improviso y sin previo anuncio,
acompañado de su ayudante de campo marqués
de Dragonetti y los oficiales de órdenes marqués
Gualterio y Colonna, se presentó el Rey Amadeo
en el hotel de la Villa á visitar al presidente é




182


individuos de la diputación, ministro de Marina .
y embajador de España; acto de cortesía delicado
y digno, y que si mucho obligaba á quienes le re-
cibían, aun les encantó más al oír al Rey estas
notables palabras cuando se le dijo que había des-
aparecido la fiebre amarilla de Barcelona: «Si así
no fuese, si todavía reinase allí el terrible azote,
preferiría verificar mi desembarco en ese punto.»
Manifestóse dispuesto á complacer á la diputa-
ción partiendo en breve para España, y dejó á
todos encantados con su amabilidad y finura.


Celebróse aquella noche un gran banquete en
Palacio, y al abrirse al siguiente día las Cámaras
italianas, ocupóse Víctor Manuel, como no podía
menos, de la elección de su hijo para Rey de Es-
paña, en estos términos:


«Señores senadores; señores diputados: Mien-
tras la Italia avanza siempre por la senda del
progreso, una gran Nación, que es su hermana
por la estirpe y por la gloria, confia á uno de mis
hijos la misión de regir sus elevados destinos.
(Aplausos y vivas prolongados.) Pláceme tanto
honor para mi Dinastía, porque lo es también
para Italia, y auguro desde luego que España será
grande y feliz, mediante la lealtad del príncipe y
el concurso de su pueblo todo. (Repetidos aplau-
sos.) Estas dos condiciones son el más firme fun-




183


damento de los Estados modernos, que ven por
tal "arte asegurado un risueño porvenir de con-
cordia, de libertad y de progreso.» (Aplausos re-
petidísimos y vivas al Rey de todos los lados de la
Cámara.)


Cambiáronse banquetes, presentóse la marina
española al nuevo Rey, celebráronse fiestas, y
después dé la teatral del 6, partió el Rey de Es-
paña á Turin, haciéndolo el 8 la diputación espa-
ñola para su patria, dejando una comisión para
acompañar al Rey, entregado, como dijo Víctor
Manuel, al Sr. Zorrilla:


«A vuestra lealtad, y á la lealtad del pueblo
español, fio la vida y el porvenir'de mi amadísi-
mo hijo.'»


Fueron antes á Turin á visitar á la Reina, que
aun ocupaba el lecho por no estar todavía resta-
blecida de su reciente alumbramiento; cautivó á
todos por sus envidiables prendas é ilustración y
admiró por -su modestia. Cuantos visitaron á la
que ya era Reina de España, no olvidan los gra-
tos recuerdos que les dejó su presencia.


VI.


El vehemente deseo del Rey se realizó el 26 que
se embarcó en Spezzia á, bordo de la Numancia.




184


El sentido adiós que dirigió á su patria y familia
se confundió con el estampido de los cañonazos y
los vivas y aclamaciones que por todas partes re-
sonaban.


El magnífico golfo de Spezzia, ofrecía en aquel
momento un espectáculo encantador y tierno á la
vez. Cubierto de poderosos buques y frágiles em-
barcaciones , flotando los pabellones de todas las
nacionalidades, todos saludaban al Rey, todos le
despedían cariñosos, todos clamaban por su feli-
cidad y la de la Nación (juyos destinos iba á regir.


A las once de la mañana del 30 entraba la Nu-
mancia en el puerto de Cartagena, en cuyas aguas
supo el Rey la alevosa muerte del general Prim.
Avivó este suceso su deseo de llegar á la corte, se
inflamó su valor ante la espectativa del peligro,
y arrostrando la saña y barbarie de los que no
reparaban en los medios, por inicuos que fueran,
para conseguir su intento, detúvose en Cartagena
el tiempo preciso, aprovechado en visitar á pié
lo más notable de la ciudad y los establecimientos
benéficos, dejando en todos, y á los pobres, cuan-
tiosos donativos; oró en algunos templos, recibió
en todas partes una completa ovación, arroján-
dole flores el pueblo, y el 31 fué por Murcia á
Albacete, donde entró á pié ya de noche, siendo
recibido con arcos y banderas y victoreado.




185


El dia 1." del año 1871 pernoctó en Aranjuez y
el 2 salió para Madrid, encargando, con motivo de
la rudeza del tiempo, que las tropas no salieran de
los cuarteles hasta momentos antes de la llegada á
la corte del tren real.


Entapizado Madrid con alfombra de armiño,
y con una temperatura glacial recrudecida por
abundante nieve, viósele entrar á caballo, prece-
diendo á todos, arrancando aclamaciones produci-
das por su apostura, por su arrogancia sin osten-
tación, por sus elegantes maneras y por la valiente
y digna serenidad que mostraba.


Oró en Atocha breves momentos, contempló el
cadáver del que tanto trabajó por aclamarle Rey
y fué víctima espiatoria del ofuscado, encono po-
lítico, y continuó á caballo, siguiéndole un lucido
Estado Mayor, á cuya cabeza y detrás del Rey
iban los marqueses del Duero y de Sierra-Bullo-
nes y Topete, produciendo el joven Monarca en-
tusiasmo en las señoras, simpatías en los hombres,
admiración en todos; y era natural. Nuestra ge-
neración no estaba acostumbrada á ver un Rey
joven, con fama y hechos de valiente, desafiar la
cruel intemperie y los enconos asesinos con valor
sin arrogancia, con cortesía sin afectación y hasta
con galantería simpática. Arrancaba aplausos sin
solicitarlos, aclamaciones sin buscarlas; le admi-




186


raron todos. Los que otros candidatos tenian,
abrigaron en su pecho una esperanza que les abría
el camino de la adhesión sincera y resuelta.


Juró la Constitución en el Congreso de los di-
putados , comprendiéndose por la energía de su
palabra la firme resolución de cumplirla, y des-
pués de haber tomado posesión de Corona y Ce-
tro en medio de las entusiastas aclamaciones de
los diputados y de cuantos llenaban el Congreso,
el que era ya verdadero Rey de España, el que
podia envanecerse de ocupar un Trono, antes de
ir á Palacio, fué á saludar á la ilustre viuda, á
identificarse con ella en su inmenso dolor, á ren-
dirla el Rey el tributo del caballero.


Dirigióse luego á Palacio, término de su viaje;
visitó á poco sin ostentación al Regente, y comen-
zó su reinado dando ejemplos de digna modestia,
de severas costumbres, de honradez de corazón,
de sentimientos de virtud. Amando sinceramente
á todos los españoles, porque de todos es Rey y
padre, solo anhela la unión de todos para que pue-
dan dedicar su grande inteligencia al bien públi-
co, que es la aspiración de D. Amadeo, interpre-
tando así perfectamente el constante deseo de los
pueblos. Con este criterio se le ha visto resolver
las crisis políticas que se han presentado, inspi-
rándose solo, como buen Rey constitucional, en




187


la verdadera mayoría de las Cortes, genuina re -
presentación del país; y para afirmarse más en
sus decisiones, para conocer por sí mismo el espí-
ritu público y las necesidades de los pueblos, em-
pezó á viajar, y acaba de recorrer una parte muy
principal de la Monarquía, recibiendo por do quie-
ra sinceras y entusiastas muestras de cariño, es-
pontáneas y significativas pruebas de confianza,
obteniendo verdaderamente el plebiscito que al-
gunos deseaban; y esto en las provincias que se
habían mostrado más refractarias á la Monarquía,'
en las que se levantaron en armas mayor número
de republicanos. Era preciso haber visto las ova-
ciones de que ha sido objeto el Rey en Valencia,
en Cataluña y en Aragón para comprender el es-
píritu público que ha dominado en estos tres an-
tiguos reinos, patria de esforzados varones, de
hombres de corazón y de grandes sentimientos.
Era preciso haber visto al pueblo agolparse á to-
das horas á la regia morada, llenar las calles por
donde había de pasar y victorearle todos al verle,
para comprender si inspiraba cariño. Saludándo-
le, hubiéranle mostrado respeto; con las entusiastas
aclamaciones que le dirigían le mostraban amor.
Y en todos los establecimientos que visitaba, en las
fábricas, en los teatros, en todas partes se victo-
reaba al Rey por la multitud, y se victoreaba á la




188


Reina y á los príncipes, y se oian denominaciones
que confirmaban la espontaneidad del entusiasmo
y del sentimiento de los corazones que les inspira-
ban. Todo fué espontáneo, como los arcos y ador-
nos que cubrían las estaciones, las calles y plazas
de todas las poblaciones visitadas; los obsequios
debidos no á la iniciativa de la autoridad, sino á
la de los pueblos., que en todos se le .tributaban.


Satisfecho pudo venir el Rey de su viaje, y sa-
tisfechos quedaron los pueblos al ver que tienen
üh Rey como D. Amadeo I, que ha sabido conquis-
tar por sí mismo el amor público y se afana por
hacerse digno de él.


Consagrado á la ventura de su nueva patria, de
su ya única patria, que la ama con el entusiasmo
noble y sincero de la juventud, y con la convic-
ción del que se debe á su felicidad, no hay sacrifi-
cio que le sea costoso en beneficio de España, ni
puede corazón alguno atesorar más cariño que el
que D. Amadeo atesora para los españoles. Pro-
digando en obsequio de los desvalidos hasta su
fortuna particular, protegiendo las artes, acce-
sible á todos y mostrándose el más fiel y exacto
cumplidor de las leyes, hasta el punto de dar, sin
pretenderlo, y sin ofender, lecciones de constitu-
cionalismo , ó hace la felicidad de España, ó no
hay Rey que pueda hacerla.




EL REY EN PROVINCIAS.


Sin formación de tropas ni faustuoso acompa-
ñamiento, esperando á despedir al Rey las auto-
ridades .y el pueblo que se agolpaba á saludarle,
se presentó D. Amadeo en la estación del Me-
diodia á las nueve de la mañana del 2 de Setiem-
bre, partiendo el tren á los pocos minutos, en
medio de las aclamaciones de los que no pudien-
do tener la dicha de acompañar al Monarca le
deseaban un viaje venturoso.


El Rey iba lleno de satisfacción aun cuando
marchaba á visitar las provincias que se habían
mostrado un año antes más refractarias á la Mo-
narquía, en las que los republicanos se alzaron en
armas en inmenso número y se necesitó todo un
ejército para ir conquistando palmo á palmo el
terreno que defendían heroicos. ¡Fatales prece-
dentes! Y sin embargo, el Gobierno que entonces
regia los destinos de la Nación, que en nada mer-




190


(1) El tren destinado al Rey pertenece á la compañía de los
ferro-carriles de Madrid á Zaragoza y Alicante, es de un gusto
esquisito, y se compone de seis wagones que se comunican inte-
riormente. El acceso se verifica por una escalinata de hierro que
dá entrada al salón del trono, en el cual, á uno de los testeros,
aparece éste, que es de terciopelo carmesí con asiento para dos
personas, y coronado con las armas de España: en los ángulos del
otro testero se ven dos espejos ovalados, y alrededor del salón
corre un diván de damasco de seda carmesí. El techo es de raso
blanco. En el mismo wagón, detrás del testero del trono, hay un
pequeño departamento con una consola de mármol blanco y un
espejo también ovalado.


Este tocador comunica por un puente de hierro con otro ma-
yor que se halla vestido de raso azul, y en el cual se encuentran
los camarotes reales, formados con cogines del color antedicho.


El wagón del trono comunica por el otro testero con un nuevo
salón forrado de piel cenicienta, adornado con profusión de escu-


maba las libertades públicas? que se proponia ha-
cerlas compatibles con el orden, que inspiraba á
todos las más lisongeras esperanzas, confiaba en
la nunca desmentida lealtad de aquellas provin-
cias, que harían el debido honor al regio hués-
ped, y este confiaba á la vez en sí mismo para
captarse, no la benevolencia, sino el'cariño de
valencianos, catalanes y aragoneses. Animaba al
Rey la confianza fundada en su leal proceder, y
no ignoraba que iba á visitar pueblos españoles,
que nunca han dejado de ser hidalgos y nobles.


Guiaba el tren el Sr. Montesinos en repre-
sentación de la empresa del ferro-carril, y el co-
che salón que ocupaba S. M. (1) estaba accesible á




191


dos con las armas de España y rodeado de cogines de damasco de
lana verde. En el centro hay un veladorcito plegado de maderas
embutidas con graciosos dibujos.


Detrás de este carruaje figura un otro formando un nuevo salón
vestido de damasco azul, y más adelante en los otros dos wagones
se hallan establecidas la cocina y demás dependencias, así como
los camarotes para la servidumbre.


Además de los wagones reales figuraban en el tren algunos
carruajes destinados á las autoridades y otro'en el que iba la es-
colta, compuesta de 60 soldados del regimiento de Cantabria—
cinco por compañía—con el traje de Camino.


El rey Amadeo vestía sencilla levita de uniforme militar y
képis.;


todas las personas del acompañamiento que por sí
mismas guardaban la debida etiqueta, interrum-
pida solo por el Rey, al trasladarse á otros salo-
nes, á departir afectuoso con los viajeros que á
S. M. no llegaban por respeto.


Ávido de saber, nada pasaba á su vista desaper-
cibido, y al ver el castillo de Pinto, donde es fa-
ma estuvo encerrada la princesa de Eboli por
mandado de Felipe II, dijo á los que le rodeaban


—Soy admirador de las grandes cualidades de
aquel Rey; pero rechaza mi corazón que pagara
con prisiones servicios como los del duque de Al-
ba y supuestas deslealtades como las atribuidas á
la de Éboli.


En amena conversación se continuó hasta
Aranjuez, donde fué recibido el Rey con grande
entusiasmo por la apiñada multitud; revistó á los




192


voluntarios de la libertad, formados en la esta-
ción , y grandemente victoreado, continuó el via-
je S. M f saludándole en Tembleque las autorida-
des de la provincia de Toledo, entre las que se
distinguió el simpático gobernador Sr. Aguilera.


Revistó el Rey la tropa, cuyos vítores se con-
fundían con los del público y el ruido de las cam-
panas, y gratamente impresionado siguió á Alcá-
zar de San Juan, cuyos vecinos, si tenían fama de
republicanos, mostraron en aquella ocasión su
monarquismo en su entusiasmo y en el empeño
con que se disputaban por ver y victorear al Rey.


"Villarrobledo,de fatal recuerdo páralos carlis-
tas, señaló á poco el principio de la provincia de
Albacete, y el comienzo de los obsequios y feste-
jos que habian de formar una no interrumpida
serie en todo el viaje. Arcos de flores, banderas
y gallardetes, buffet espléndido, campaneo y ví-
tores, todo espontáneo j impresionaron agrada-
blemente á todos. Llenaban la estación los sena-
dores y diputados á Cortes y provinciales, la ma-
gistratura, las autoridades civiles'y militares y
el pueblo todo que rebasaba las inmediaciones,
salvando las vallas, que eran débil obstáculo al
general anhelo de acercarse al Rey. Acompaña-
do de las autoridades y representantes de las cor-
poraciones, prosiguió el viaje, conversando con




193


(1) Esta, que servia de alojamiento á S. M. y á los que le
acompañaban, estaba adornada con elegancia merced al celo que
desplegó su presidente interino el Sr. D. Felipe Viñas y los ma-
gistrados y subalternos que le auxiliaron; siendo de notar que
para conseguir su objeto les bastó dirigirse á las principales fa-
milias de Albacete, quienes se apresuraron á ofrecerles cuanto
poseían, y mediante su concurso quedó magníficamente amue-
blado el palacio.


13


todos, fué victoreado en Minaya como en los de-
más pueblos recorridos, y en la Roda esperaba
toda la población con músicas y banderas, pre-
sentando una verdadera manifestación monárqui-
ca, digna de tan liberal pueblo. Aclámale éste en
la Gineta, y avanzada la tarde llegó á Albacete,
cuya estación espléndidamente adornada, rebosa-
ba en gente que le victoreaba, haciéndolo con en-
tusiasmo cuando le vieron marchar á pié á su
alojamiento, abriéndose trabajosamente paso por
entre la multitud que llenaba las calles, cuyas ca-
sas se ostentaban todas vistosamente adornadas.
La guarnición y la milicia formaban en la carre-
ra hasta la Audiencia (1), donde recibió S. M. en-
seguida á todas las autoridades, y se asomó al bal-
cón á presenciar el desfile de las fuerzas cuya or-
denada marcha impedia el inmenso pueblo agol-
pado á presenciar y victorear al Rey, apagan-
do sus vítores los ecos de las músicas. No eran
solo los soldados y milicianos los que respondían




194


(1) D. Juan Luis Calderón de la Barca, leyó al Rey una oda en
versos sáficos, bien sentida.


á los vivas de los jefes, sino todos los paisanos,
cuyo entusiasmo se aumentaba al contemplar la
satisfacción que mostraba S. M.


La noche fué un festejo constante, tocando las
músicas, paseando todo el vecindario é iluminado
todo el pueblo (1).


Pululando ya la gente al amanecer del siguiente
dia, formadas las tropas y milicia y acompañado
el Rey de la misma multitud que le recibió, y
victoreándole, se dirigió á la iglesia dé San Juan,
cuyo cabildo le esperaba con palio; oyó misa y se
dirigió después al tren que partió á poco despe-
dido con grandes aclamaciones.


Las autoridades y corporaciones de Albacete le
acompañaron hasta el confín de la provincia.


Cruza veloz el tren los términos de Chinchilla,
Villar y Alpera, y se detiene en Almansa, en
cuya estación esperaba el clero, el ayuntamiento y
el pueblo todo; y aunque tiene fama de republica-
no, grandemente se victoreó al Rey. Contempló
aquellos campos, testigos de la famosa batalla que
lleva su nombre y que aseguró la corona á Feli-
pe V, en cuya memoria se levantó un obelisco;
y aunque fuera plausible recuerdo para la casa




195


de Borbon, lo era de gloria para España, porqué-
tropas españolas vencieron á las inglesas y por-
tuguesas que peleaban por D. Carlos. Al derribar
el monumento la pasión política, se ultrajó á la
gloria nacional; ¡siempre son lo mismo los par-
tidos cuando les impulsa el fanatismo político!


En la estación de Venta de la Encina, esplén-
didamente adornada, esperaba la diputación y
autoridades de Alicante, con la bien uniformada
música de Villena, y gran gentío aclamando to-
dos al Rey, ondeando las mujeres sus pañuelos,
y atrepellándose todos por llegar al coche regio.


Entróse en el ferro-earril de Valencia, acom-
pañando á S. M. el Sr. Campo, director de la
compañía, y en Fuente la Higuera se hallaban
las autoridades civiles y militares de Valencia, la
magistratura, corporaciones, senadores y diputa-
dos, y un gentío inmenso, cuyas aclamaciones no
cesaban un instante. La estación estaba Jujosa-
mente adornada con flores, banderas, gallardetes
y colgaduras; habia músicas, y en la espontanei-
dad de los obsequios se comprendía que era el
afecto al Rey, no el mandato de la autoridad
quien aquellos preparase.


El Ayuntamiento, precedido de su elegante
pendón, pudiendo apenas abrirse paso por entre el
gentío, olvidando en aquel momento los sentí-




196


mientos republicanos de su inmensa mayoría, fe-
licitó al Rey y le manifestó que aquella villa» era
el primer pueblo de la provincia que tenia la alta
honra de recibir á S. M., y al franquearle la en-
trada en el reino de Valencia, no podia menos
aquel municipio de demostrar su vehemente de-
seo de que S. M. y el país quedaran satisfechos
sellando la alianza que estableciera la Nación;
«V. M. .sintiendo nacer y acrecentarse en el pue-
blo el amor que merecen vuestras virtudes y los
primeros actos de vuestro reinado, y el país com-
prendiendo que en su Monarca tiene un padre
que vela incesantemente por su prosperidad, y á
quien por tanto debe ese cariño que anheléis como
el mejor brillante de vuestra real Corona.»—Ci-
tóse á Valencia, Barcelona y Zaragoza como
tres joyas que enlazando sus tradiciones ceñían á
su frente la inmortal Corona del antiguo reino de
Aragón, y terminaba diciendo: «Al visitarla, al
recordar sus inmarcesibles glorias, sabréis inspi-
raros en el ejemplo de aquellos reyes que logra-
ron .hacer la felicidad de estas provincias; y el
pueblo, continuando en la tradición de sus ante-
pasados, sabrá también amaros como amaba á
aquellos, y no habrá español que no repita, cual
lo hacen hoy los ecos de estas montañas, el má-
gico grito de viva Amadeo I.>




197


Repetido con entusiasmo este viva, dados al
viento los acordes de las músicas, identificados to-
dos con la declaración de aquel municipio tenido
por republicano, el Rey, no menos satisfecho que
cuantos le rodeaban, y agradecido de todo cora-
zón á aquellas espontáneas y fervorosas muestras
de cariño, hizo él mismo se abriese paso y subie-
ra al carruaje que ocupaba, una hermosa pareja
con traje de labradores, y animando bondadosa-
mente su natural encogimiento, ayudó á la bella
joven Amelia Vila á que hiciera el presente de
dos tarros de miel, como el producto más dulce y
preciado, que acogió S. M. afectuosamente y re -
compensó generoso y delicado para no ofender la
susceptibilidad de aquella alma candorosa que
hasta el hablar la ruborizaba.


Recibió otros presentes que le ofrecieron á por-
fía, conversó con todos, alargó su mano á cuantas
señoras y gente del pueblo se la pedian, no con-
tentándose en su entusiasmo con contemplarle, y
temiendo el instante de la partida, ostentaban to-
dos decidido empeño en hacer cuantas demostra-
ciones de cariño les sugería su afecto y la grata
impresión que les causaba el joven Monarca, con
todos afectuoso, á todos simpático.


Al partir el tren se redoblaron las aclamacio-
nes y se empezó á marchar por una calle de per-




198
sonas, pues de todos los 'caseríos ó barracas, de
todas partes acudían á la línea del ferro-carril á
ver al Rey, y al verle le victoreaban. Así no po-
día sentarse un momento por contestar á tan no
interrumpidas pruebas de cariño.


Viajábase por uno de los países más favorecidos
de la naturaleza, siempre riente, y que recorda-
ba á S. M. las más bellas comarcas de su anterior
patria. •


Allí, en el suelo valenciano, contemplaba el
bello clima de Ñapóles, el purísimo cielo que tan-
tas veces admiró en Italia, y veia una imagen de
aquel hermoso país. Veía más, y así lo dijo, y era
que, el suelo valenciano estaba más perfectamen-
te cultivado que cuantos habia visitado: admiró
la laboriosidad de los hijos de esta privilegiada
región, é hizo notables comparaciones que lison-
jeaban nuestro orgullo nacional y especialmente el
provincialismo de los laboriosos valencianos, que
han perfeccionado con tanta inteligencia la agri-
cultura, que han hecho cultivables hasta los ter-
renos más ingratos, aunque son pocos, y que saben
sacar partido hasta de los accidentes del suelo,
sin que ningún pedazo deje de ser fructífero.


Llegóse en breve á Mogente, cuya estación,
adornada con banderas ostentaba un retrato del
Rey, y las aclamaciones de todos se confundían




199


con la música, que amenizaba aquel cuadro pin-
toresco, sucediendo lo mismo enMontesa y la Al-
cudia, llevando aquí el pueblo un pendón con el
lema de Soberanía Nacional, á la que se victorea-
ba á la vez que al Rey y á la Reina. Y era de
ver en medio de aquel febril entusiasmo, el que
demostraban las mujeres arengando con sencilla
y breve elocuencia á aquella multitud que rom-
piendo vallas se apiñaba al coche regio á victo-
rear á la real familia, y á la libertad.


Si contento podia mostrar el Rey por las ova-
ciones que recibía, aun le esperaban mayores en
Játiva, cuva estación estaba ricamente adornada
con follage y flores, banderas, gallardetes y colga-
duras de seda, adornadas de cintas de oro y plata.


Al llegar el tren ensordecían los aires las acla-
maciones al Rey, al que trabajosamente pudo acer-
carse el ayuntamiento precedido de sus maceros
elegantemente uniformados. Si como se dijo era
republicana la corporación popular, se mostró alta-
mente cortés, y después de cambiar algunas pala-
bras con S. M., se ostentó verdaderamente monár-
quica. No esperaban sin duda, hallar un Rey joven,
simpático, accesible á todos, con todos afectuoso
y siempre con una sencillez y llaneza espartana.


Allí estaba también el clero, los juzgados, todas
las corporaciones, confundidos todos en aquella




200


oleada humana que se precipitaba sobre el wagón
regio,-queriendo cada uno ser el primero en co-
nocer al Rey. Así, que, ni la tropa que había en
la estación, ni los generales de la comitiva, ni las
autoridades bastaban para abrir paso á S. M. que
más de una vez iba conducido por aquella masa
compacta, que se entusiasmaba con el contento
que demostraba el Rey al verse de aquella ma-
nera oprimido y asediado; y cuando se vio la efu-
sión con que trabajosamente podia estrechar las
manos que cariñosa y respetuosamente le tendían
algunos hombres del pueblo, el entusiasmo en-
tonces fué delirante, las aclamaciones inmensas,
la ovación frenética.


Imposibilitado S. M. de visitar á pié la pobla-
ción , vióse precisado á aceptar el carruaje que
había rehusado; y muy despacio, por impedirlo la
apiñada multitud, y precedido de grupos con ban-
deras, siguió una carrera, cuyo suelo estaba al-
fombrado de mirtos y adelfas; arcos de guirnaldas
con banderas y escudos cubrían las paredes de las
huertas, y el trecho que media desde la estación
á la puerta del Españoleto,—en memoria del cé-
lebre pintor, de que fué patria,—y de aquella á
la Seo, por las calles de la Alameda, Corregeria,
plazas de la Libertad, de las Bolsas, del Cuartel
y de Santa Tecla; todas las ventanas y balcones




201


(1) El diputado D. Trinitario Ruiz Gapdepon, presentó á S. M.
á varios alcaldes del distrito, que, como en todas las estaciones,
acudian de otros pueblos á saludar al Rey.


ostentaban vanadas colgaduras, y era vistoso- el
ondear de tantos pañuelos de las bellas sabatenses
al pasar el Rey, y atronador el ruido de las cam-
panas, de las aclamaciones, de los cohetes y tiros,
de las músicas, que entusiasmaban aun á los pocos
que hubieran querido ser impasibles espectadores
de aquel espectáculo.


Oró S. M. en la Colegiata, visitó en el hospital
á todos los enfermos, y al querer un anciano re -
conocido á las cariñosas palabras del Rey, besarle
la mano, se la alargó para que la estrechara, lo
cual conmovió al anciano que derramó lágrimas
de gratitud. Dejó en todas partes pruebas de su
regia munificencia, y de la de la Reina, en cuyo
nombre la mostraba en los establecimientos bené-
ficos; aceptó un elegante refresco en la casa de
D. Eduardo de Diego, que se mostró espléndido
y el Rey galante, haciendo se sentase á su lado á
la hermosa dueña; y como si el público no estu-
viera satisfecho de haber contemplado bastante
á S. M., pidió se asomara al balcón, y lo hizo en-
seguida , produciendo su presencia una esplosion
de aplausos y aclamaciones (1).




202


Sin cesar estas regresó el Rey al tren, dejando
en Játiva imperecedero recuerdo de su visita, y
entusiasmados á todos de su afabilidad, de su trato
sencillo y digno, de la benevolencia, del cariño
que siempre mostró, obligando así, aun á los ma-
yores adversarios de la Monarquía.


Desde la ciudad que tanto se distinguió en la
guerra de sucesión, peleando contra el primer
Borbon de España, corrió el tren real á Manuel,
cuya estación también adornada, estaba invadida
por el pueblo. El ayuntamiento republicano, como
los de la mayor parte de estos pueblos, acompa-
ñado del clero, saludó y felicitó al Rey, que se
mostró no menos afectuoso que en los demás pun-
tos, y siguip á Carcagente, adornada igualmente
su estación y con el mismo gentío y autoridades,
músicas y campaneo, sobresaliendo sobre la puer-
ta principal un targeton con estos versos:


Salud al Rey caballero
Que recorre la Nación.
¡Viva la Constitución
Con Amadeo I!.


La estación de Alcira, la antigua Suero, á la
que se llegó en breve, lucia por su lujoso de-
corado, y las aclamaciones competían con las más
ardorosas que se habían oído.


Enteróse el Rey, con esmerada atención, de la




203


VALENCIA.


La entrada en Valencia era esperada por todos
con ansiedad. Compuesto el pueblo en su mayoría
de republicanos y carlistas, recientes aún los su-
cesos que ensangrentaron las calles de la ciudad,
y evidente la actitud hostil del clero, sobrado


institución por el Rey D. Jaime del Gobierno de
los jurados concediéndole privilegio de mero y
misto imperio sobre todos los pueblos de la ribera
del Júcar, de cómo en tiempo de Carlos I los co-
muneros de Alcira hostilizaron al ejército real,
causándole continuas pérdidas, y cómo Felipe V
la privó de sus fueros por haber peleado valientes
en favor del archiduque Carlos.


Aclamado el Rey en las estaciones de Alge-
mesí, Benifayó y Silla, cuya estación adornada
con gusto estaba llena de inscripciones alusivas
á S. M. cruzóse el tren real en Cataroja con el
correo, prorrumpieron en vivas al Rey los via-
jeros que no pudieron menos de identificarse con
el entusiasmo que en todas partes veian, y por
Masanasa y Alfáfar, se llegó á la ciudad del Cid.




204


influyente, temíase por algunos, si no un des-
acato, porque se confiaba en la hidalguía del
pueblo, un recibimiento que contrastase con las
ovaciones del camino, y que demostrara la esca-
sez de liberales en una población que ha prestado
no pocos servicios á la causa de la libertad, y que
no ha dejado de seguirlas tradiciones que legaron
las antiguas germanías.


Era desconocido el Rey, y aunque le recomen-
daban sus actos, en las imaginaciones meridiona-
les puede mucho la pasión política, y organizados
como estaban t los republicanos, supeditados los
carlistas á sus jefes, y con muchos indiferentes,
se temia que la indiferencia dominase, lo cual
equivaldría á negar el plebiscito que deseaba ob-
tener el Monarca elegido por las Constituyentes
y aclamado por el pueblo de Madrid, y ahora por
el de toda la línea que se había recorrido, como
lo habiá sido también en Cartagena y Alicante.
Importaba, pues, el mismo resultado en Valen-
cia; y como las autoridades nada habían podido
preparar, por estarles prohibido, y se dejaba todo
á la iniciativa del público, tenían que ser espon-
táneos los aplausos y los vítores, y el pueblo es-
pañol no muestra su afecto sino lo siente; y lo
hemos dicho; el Rey no era conocido.


Confiábase sin embargo en su apostura, en las




205


cualidades que le distinguen y enaltecen, y el
mismo Rey confiaba en la rectitud de sus inten-
ciones , en su lealtad, en su proceder, en la sin-
ceridad de sus sentimientos y en la nobleza de
nuestro carácter, que se le haria justicia.


El cañón anunció á las tres y media de la tarde
la llegada del tren real, y en la hermosa estación
de Valencia esperaban apiñadas las autoridades (
que habian quedado, los tribunales, las corpora-
ciones literarias y científicas, mercantiles é in-
dustriales y personas distinguidas de la población
que habían podido penetrar. Los acordes de la
magestuosa marcha real y los vivas en que todos
prorumpieron retumbaban en aquellas bóvedas
á la vez que el ronco tronar del cañón, y el entu-
siasta eco de las campanas; y como si una cor-
riente eléctrica llevara este estusiasmo, se comu-
nicó al pueblo que trabajosamente contenían las
vallas de la estación, y victoreó sin descanso al
Rey llenando á todos de contento.


Pasó S. M. al salón de espera donde recibió á
la comisión del ayuntamiento que presidia el al-
calde Sr. Vidal, que pudo comprender los senti-
mientos democráticos de un Rey constitucional,
á algunas dignidades eclesiáticas, y á cuantas
autoridades y corporaciones esperaban, y de-
seando hacer su entrada en la ciudad, montó




206


en un magnífico caballo y emprendió la marcha
con lucido cortejo.


El aspecto que presentaban las calles de la car-
rera era animado. Hasta poco antes de la lle-
gada del tren real, eran pocos los balcones ador-
nados con colgaduras , pero á última hora se
pusieron en la mayor parte-. Escasos fueron los


# vítores hasta la llegada de S. M. á la plaza de Ca-
jeros, donde al pié del arco de mirto, levantado
por la tertulia progresista, estaban muchos de sus
socios que victorearon calurosamente al Rey, ar-
rojando palomas y paj arillos con cintas de colo-
res. El entusiasmo se comunicó al público, que
contestó á los vivas agitando los sombreros, y un
grupo del pueblo rompiendo la formación, rodeó
al Monarca, que vio un momento detenida su
marcha. Los vítores se repitieron después en va-
rios puntos, y en general el público recibía con
simpatía al joven Rey, descubriéndose á su paso
y saludándole, á cuyos saludos contestaba el Mo-
narca con la digna gravedad que le es característi-
ca. No hay duda que su marcial apostura causaba
buen efecto en el pueblo, que hacia comentarios
sobre su juventud y arrogancia.


Habíase anunciado que el Rey entraría en la Ca-
tedral. Allí le aguardaban dos canónigos de man-
teo y bonete sin desplegar la pompa religiosa con




207


(1) En aquella misma casa se alojó Fernando VII al volver de
Francia en 1814, y en aquellos salones se preparó la feroz reac-
ción absolutista: allí le fué presentada al Rey la célebre esposi-
cion de los persas; allí ofreció JElío el apoyo de la tropa para des-
truir la Constitución, y allí se firmó el incalificable decreto de 4
de Mayo. •


En 1840 albergó también á Cristina, y fué aquella regia morada


que es costumbre recibir, en estos casos á los mo-
narcas; y observado por S. M., pasó de largo por
frente á la Catedral, dirigiéndose á la plaza de la
Constitución, y se apeó á la puerta de la venerada
capilla de Nuestra Señora de los Desamparados,
idolatrada por los valencianos. Nadie le aguar-
daba allí, y al apearse, un hombre del pueblo
tomó las riendas del caballo; penetró el Rey con
dificultad por el gentío y se detuvo breves mo-
mentos á orar en medio del pueblo que le rodeaba.
Después puso en manos del sacristán, como obse-
quio á la Yírgen, el reloj de su usó; magnífico
cronómetro de oro con las iniciales de diamantes
y la cadena adornada con perlas.


Después de esta visita á la Virgen, S. M. volvió
á montar y se dirigió á la plaza de Tetuan, que
estaba inundada de inmenso gentío. En la casa
del conde de Cervellon, preparada para su alo-
jamiento, aguardábanle la Audiencia del terri-
torio, los cónsules y el hermano del dueño de la
casa (1).




208


testigo de su abdicación. En 1858 alojó á la Reina doña Isabel II,
habiéndola habitado antes y después diferentes personajes que
han aceptado la galante generosidad de su dueño, que lo es hoy
el duque de Fernan-Nuñez.


Después de algunas recepciones se asomó el
Rey á presenciar el desfile de las tropas, que no
pudolucir por el numeroso pueblo que inundaba
la plaza, imposible de ser contenido por la caba-
llería que pretendía inútilmente abrir paso á la
tropa, cuyas aclamaciones repetía el público.


Invitó el Rey á su mesa á las principales auto-
ridades, algunos senadores y diputados y al rector
de la Universidad, rindiendo así el debido tributo
a l a instrucción pública; hubo gran serenata de
todas las músicas de la guarnición, inundada la
plaza de gente, como lo estaban las principales
calles, brillando en algunos edificios muy magní-
ficas iluminaciones, y S. M. estuvo largo tiempo
al balcón fumando y conversando con el presi-
dente del ayuntamiento D. Pedro Vidal, que se-
guramente formaría muy distinto concepto del
que tendría de los reyes, al ver los sentimientos
del que tanto obligaba su gratitud. «La coexisten-
cia de la Monarquía con los principios republica-
nos y demás representantes legales de este partido
—escribía á la sazón un periódico de Valencia—
era-una de las principales dificultades de la nueva




209


y estraña situación á que nos ha traído la revolu-
ción de Setiembre. Eran de temer continuos cho-
ques y conflictos, pero vemos que triunfa el buen
sentido. Los republicanos aspiran al triunfo de su
ideal político; pero no- desconocen el ideal de las
instituciones monárquicas, se someten á ellas, y
prestan cortés acatamiento á la persona que las
simboliza. El alcalde republicano de Valencia se
ha sentado á la mesa del Rey, y el pueblo los ha
visto, sin protesta, conversar amigablemente, rin-
diendo el magistrado popular el debido tributo al
Jefe de la Nación. Esta conducta no puede menos
de ser aplaudida por los que ansiamos ver á todos
los partidos girar en el círculo de la legalidad y
la propaganda pacífica.»


La conducta del Rey, era en efecto, de grande
enseñanza para los partidos; y los más opuestos se
mostraron desde luego benévolos para con un Mo-
narca que en pocas horas habia sabido inspirar
simpatías en cuantos le vieron.


Con admirable [oportunidad dedicó el Rey sus
primeras visitas á los pobres y á los desgracia-
dos, y el día 4, y bien de madrugada, y de paisa-
no, fué al Hospital donde le esperaba el pre-
sidente de la diputación provincial, una comisión
y otros invitados. Le recibieron con arcos, flores,
y vítores, visitó detenidamente tócías ías saías Je


14




210


(1) Que es notable.
El 4 de Abril de 1409, al dirigirse á la Catedral el P. Fr. Jofré


Gilabert para predicar el sermón del Evangelio del dia, observó en
las calles de esta ciudad, un grupo de curiosos que maltrataban
á un demente. Fr. Jofré que iba á pronunciar un sermón acerca
de la caridad cristiana, movió a los concurrentes, é inició el pen-
samiento de erigir un hospital donde fueran recogidos los des-
juiciados.


No fueron los oyentes sordos á sus escitaciones, pues reunidos
diez conciudadanos, amigos suyos y modestos mercaderes, con
Fr. Jofré, se dedicaron bajo la presidencia de Lorenzo Saloní y
con toda actividad, á remover los obstáculos que se presentaran
á tan vasta empresa.


Compraron el solar primitivo (a) por 500 florines y consiguie-
ron de D. Martin II el Viejo, la real carta de amortización en 2 de
Diciembre de 1409. Terminada su edificación se abrió en l."de
Junio de 1410, bajo la denominación de Hospital del Folls, (de
dementes).


Este edificio por su pequenez y por el reducido número de en-
fermos que abrigaba, no correspondía á los caritativos sentimien-
tos de sus fundadores y dedicaron toda su actividad á conseguir
de los administradores de ios varios é incompletos hospitales
particulares que en esta ciudad habia, el laudo ó sentencia arbi-
tral de 17 de Abril de 1812, por el cual se incorporaban á este
los demás hospitales particulares, y se aplicaba su objeto á los


(o) Era un moreral cuyo terreno es el que ocupa actualmente las
Hijas de la Caridad y la ermita de San Lucas.


aquel magnífico establecimiento, sin omitir la co-
cina j el escelente gabinete anatómico, conversó
con muchos enfermos, probó los alimentos, se en-
teró con visible interés de la fundación del Hos-
pital, (1) y de que sus gastos están presupuestados
en538.654*50 pesetas y sus ingresos en 280.394*71
resultando un déficit de 286.259'79, á pesar del




211


enfermos y espósitos, bajo la denominación de Hospital general,
con el que se ha designado hasta 1865, desde cuya época se llama
Hospital provincial.
• No debe, pues, el Hospital su fundación á la aristocracia de la
cuna, ni de las ciencias; débela á unos honrados y sencillos mer-
caderes, que no contaron al emprender su colosal empresa con sus
mezquinos Menes de fortuna, sino con su inquebrantable fuerza
de voluntad y con la caridad y acendrada fé de sus conciuda-
danos.


(1) El estado financiero del Hospital, es angustiosísimo. Al
encargarse la actual administración del establecimiento, encon-
tró deudas con traídas por gastos del personal y material por valor
de 247.046 pesetas; y h diputación provincial de Valencia ca-
recía de recursos, no podia cubrir el déficit, y ni las diputa-
ciones provinciales que enviaban sus dementes satisfacían sus
estancias con regularidad, no recaudando cantidad alguna de la
de Madrid y Alicante.


producto de la Plaza de toros (1). No es obstáculo
esta desgraciada situación financiera, para que se
cumplan religiosamente las sagradas obligaciones
del establecimiento, y el Rey salió de él altamen-
te complacido, como no podia menos de estarlo.


Dirigióse enseguida á la casa de Misericordia,
construida en 1673 con el loable fin de recoger
los pobres que divagaban por la ciudad y reino de
Valencia, se pusieron posteriormente telares para
evitar la ociosidad de los pobres y dar algún pro-
ducto al establecimiento, le concedió Fernando VI
varias franquicias y el título de real fábrica de
tegidos de hilo, lana y algodón; Carlos II, que de
todos los grados que se confiriesen en las escuelas




212
del reino de Valencia, se diese una propina á la
casa de Misericordia, y que esta monopolizase el
alquiler de bayetas y lutos. Solo se conservan hoy
los telares de tegidos de lienzos para el servicio
de la casa, que es ahora provincial, sostenida con
el producto de sus rentas, limosnas ó legados, del
alquiler de bayetas y demás enseres para funera-
les, y el de los toldos y demás en el mercado, cu-
briendo la provincia el déficit qué resulta.


Tenia á la sazón 1162 albergados de ambos sexos
y de todas edades: el término medio de existen-
cias es de 941; de 1869 á 70, fué el de 1070, y el
coste diario de su sostenimiento con manutención
y vestuario, de 63 céntimos de peseta. Además de
los talleres de tegidos los hay de zapatería, car-
pintería, espartería, etc., etc.


Enteróse el Rey de todo minuciosamente, ad-
miró el buen orden y administración, que honra á
los que en ella intervienen, y al salir aceptó un
lindo cuadro caligráfico que le ofrecieron y dedica-
ron los niños; le victorearon y cantaron un precio-
so himno patriótico compuesto espresamente (1).


(1) Letra de D. Enrique Escrig González y música de D. José
Alienza Baleares.


La segunda estrofa decia así:


Del rey que bondadoso
del pobre oye la queja




213


y el bien tan solo deja
por donde pasa en pos;
su trono quiera el cielo
ninguna nube empañe
y siempre le acompañe
la bendición de Dios.


CORO.


Nuestras voces los ámbitos llenen
dulces himnos cantando de naÉ
en ae\ esce\so MonaTca
que hoy se digna venirnos á honrar.


Corrió S. M. á la Casa de Beneficencia, cuya
fundación es debida á la decadencia que en 1826
esperimentó la sedería en aquella capital, redu-
ciendo á la indigencia á un sinnúmero de fami-
lias *que imploraron la caridad pública; formóse
una junta que se llamó de beneficencia para so-
correr las necesidades de los pobres, logrando á
poco estinguir la mendicidad, albergando á los
mendigos en el corralón de San Pío V, estramu-
ros de Valencia, cedido por el Real Patrimonio;
se alquiló después una casa en la plaza de San Es-
teban, y en 1841 se trasladaron á su actual mora-
da, antes convento de recoletos franciscanos. Sos-
tenido desde su fundación por la caridad, algunos
arbitrios, una renta de 7.000 reales donada por el
arzobispo López Sicilia, y una rifa mensual que
produce unos 6.000 duros al año, es ya insuficien-




214


(1) Ascienden los gastos á 540.000 reales anuos.


te el ingreso para sus gastos y cubre la diputación-
provincial el déficit de unas 80.000 pesetas anua-
les (1).


Todo lo examinó el Rey detenidamente, y le .
agradó lo bien que se educa á los albergados, que
completada su instrucciónles dedican á varios
oficios que se aprenden en el establecimiento, en el
que se fabrica todo el vestido, calzado, etc., con-
concediéndose por premio y gracia á los jóvenes
más sobresalientes, el que puedan dedicarse á car-
reras literarias. El reglamento de la casa es no-
table.


Visitó acto continuo el establecimiento de be-
neficencia domiciliaria de Nuestra Señora de los
Desamparados fundado en 1853 á instancia del
doctor D. José Vicente Fillol decano actualmente
de la facultad de letras de aquella Universidad, y
cuyo objeto es repartir ración diaria y metálico
á los desgraciados de la ciudad, que previos in-
formes lo merecen, distribuyendo unas .700 dia-
rias.


Socorre además á los enfermos á domicilio,
costea lactancias, y tiene durante el dia 400 niños
repartidos entre la sala de asilo, escuela de pár-
vulos y elemental de niños, según su edad, todos




215


bajo la acertada dirección de nueve hermanas car-
melitas de la caridad. Gasta esta asociación so-
bre 10.000 pesos al año, suministrados por la sus-
cricion voluntaria que asciende á 3.000, y nunca
han faltado donativos y limosnas para cubrir el
déficit, aun cuando no recibe subvención ni pen-
sión alguna.


Se halla al frente de esta asociación una junta
directiva que se renueva anualmente por mitad,
y la componen las personas más acomodadas y
benéficas de Valencia de todas las clases de la so-
ciedad y de todas las opiniones. Un boletín men-
sual dá cuenta detallada de todas sus operaciones,
que merecen no solo el cariño y la gratitud de
los valencianos, sino de todos los amantes de la
humanidad;


Al enterarse de todo esto S. M. y siendo la ho-
ra del reparto de las raciones á los 700 pobres,
ancianos todos, comenzó el Rey mismo á distri-
buirlas por su mano, ejecutándolo después to-
das las señoras protectoras que se hallaban pre-
sentes. Vio luego la escuela de párvulos, los
cuales hicieron varios ejercicios de gimnasia de
salón; examinó la escuela de niñas y sus labores,
y después de mandar dar cartuchos de dulces á
los niños y niñas, además del recuerdo que su ge-
nerosidad dedicaba á cada establecimiento y á to-




216


das las juntas parroquiales de pobres, se retiró
aclamado por todos.


Y no lo fué solo en aquellos asilos del bien, sino
en todo el tránsito de unos á otros,, al cruzar los
barrios más populosos, sin escolta, rodeando cons-
tantemente su carruaje una multitud que le im-
pedia marchar muchas veces.


Visitó también la Lonja donde no era espera-
do, admiró la finura de las madejas que le pre-
sentaron, y un muestrario de arroces, y al notar
que á la puerta hábia algunos individuos de vigi-
lancia, mandó se retirasen, cruzó por el mercado
inundado de gente, le aclamaron al conocerle, y
al retirarse á su alojamiento, podia estar, y esta-
ba, altamente satisfecho de su correria y de la
grata impresión que habia producido. Habia con-
quistado por sí mismo la opinión pública; aun ha-
bía de conquistar el cariño y el entusiasmo de
todos. n


Terminó S. M. la mañana recibiendo á las co-
misiones de los ayuntamientos de la provincia
que habian acudido á felicitarle, á todas las auto-
ridades civiles y corporaciones, y después á las
militares, jefes y oficiales de la guarnición.


Por la tarde se ejecutó la función de toros en
la magnifica plaza que no tiene igual en España,
capaz de cerca de 17.000 almas.




217


(1) Como al comenzar la corrida al echar el alcalde la llave
cayera en el tendido, y al arrojar el Rey con la mano izquierda la
petaca llegara á su destino, ocurriéronse al público ingeniosas
comparaciones entre la fuerza del brazo derecho republicano que
habia echado la llave sobre la cabeza de la gente del tendido, y la
del brazo izquierdo monárquico que lanzara la petaca al medio
del redondel.


Puntual S. M., como de costumbre, saludaron
su entrada con aplausos. Rehusó el gran sitial
que se le habia preparado, dejó la presidencia de
la corrida al alcalde, y cuando en la suerte del
cuarto toro se distinguió Bocanegra, y le arrojó
el Rey su petaca, rompió el público entusiasmado
los límites del respeto, prorumpió en unánimes
aplausos y vivas (1), repitióse la ovación en el
quinto toro, y al quitar Lagartijo al sesto la pre-
ciosa moña que lucia el vicho, todos los espectado-
res pidieron espontáneos y unánimes que la ofre-
ciera al Rey, como lo hizo con aplauso general.


El Tato, director de la fiesta, pidió permiso
para saludar á S. M. que le fué al momento otor-
gado, y al verle el público entrar en el palco
regio, ;que á invitación del Rey se sentaba á su
lado, que le mandó cubrirse, y conversó con él
interesándose en su desgraciado estado, y al des-
pedirse le dio la mano y su petaca, nuevas acla-
maciones y repetidos aplausos resonaron en toda la




218


(1) De un grupo de jóvenes que estaban debajo del palco
de S. M. le dieron esta improvisación, por haber arrojado la pe-
taca


Ha estado Su Majestá
Tan oportuno, señor,
Que al premiar bien el valor
Nombre al torero le dá.


S. M. dio un habano al que se la entregó, y recibió nuevos
aplausos.


(2) Fueron los siguientes:


DIOS Y EL REY.


Dios, en todo soberano,
Creó un dia a los mortales,


plaza, que se repitieron al despedirse el Rey ter-
minada la corrida, en la que no faltaron inci-
dentes que evidenciaron las simpatías que supo
captarse ed joven Monarca (1), que salió del circo
altamente satisfecho, y fué á recorrer el Grao, y
las obras del muelle.


Invitado por la empresa, asistió por la noche
al Circo Español, lujosamente decorado, victo-
reándole la inmensa concurrencia que llenaba,
hasta los pasillos, que se cuidaba más del Monarca
que de la función que se representaba, aun tenien-
do fama el público de republicano, que no por eso
dejó de aplaudir calurosamente los versos dedi-
cados á S. M. que supo recitar bien una hermosa
niña que apenas contaba cinco años (2).




219


Y á todos nos hizo iguales
Con su poderosa mano.


No reconoció Naciones
Ni colores ni matices,
Y en ver los hombres felices
Cifró sus aspiraciones.


El Rey, que su imagen es,
Su bondad debe imitar,
Y el pueblo no ha de indagar
Si es alemán ó francés.


¿Por qué con ceño iracundo
Rechazarle siendo bueno?
Un Rey de bondades Heno
Tiene por-su patria el mundo.


Vino de Nación estraña
Carlos V emperador,
Y conquistó su valor
Mil laureles para España.


Y es un recuerdo glorioso
Aunque en guerra cimentado,
El venturoso reinado
De Felipe el Animoso.


Hoy el tercero sois vos
Nacido en estraño suelo,
Que viene á ver nuestro cielo
Puro destello de Dios.


Al rayo de nuestro sol
Sed bueno, justo y leal,
Que á un Rey bueno y liberal,
Adora el pueblo español.


Y á vuestra frente el trofeo
Ceñid de perpetua gloria,
Para que diga la Historia
«Fué grande el Rey Amadeo.»


Terminada la función se retiró el Rey á pié,
como habia ido, siguióle la multitud aclamándole
y se dieron algunos vivas al Rey de los pobres.




220


En la mañana del 5 revistó las tropas de la
guarnición (1), los cuarteles y el Hospital militar,
hubo nuevas recepciones después de almorzar, y
por la tarde visitó la fábrica de hilados y torcidos
de San Lorenzo, propiedad del inteligente y dis-
creto Sr. D. Juan de Fontanals, bajo la razón
social de viuda de Pujols y compañía, enterán-
dose el Rey de todas las operaciones de aquel no-
table establecimiento (2), hábilmente dirigido.


Visitó enseguida la importante fábrica de cur-
tidos de los Sres. Martínez, hermanos, situada en
la ronda, en el muro de San Felipe, cuyo gran-
dioso edificio comenzó á levantarse en 1869, y
aun no está terminado á pesar de tener constan-
temente ocupados 120 albañiles (3).



(1) Al caer un gran chaparrón durante la revista, le ofrecie-


ron un paraguas y contestó que le aceptaría si le habia para to-
dos los soldados.


(2) Le constituyen 240 perolas de hilar seda movidas por va-
por, produciendo 50 kilos diarios de seda: ocho tornos de retorcer,
y 16 tornos de torcer seda, con 6.200 husos, y 50 máquinas de de-
vanar, puriíicar y doblar, empleando 90 operarías y produciendo
25 kilogramos diarios de seda torcida.


Con las operarías de escoger capullo, hilar y torcer seda, se em-
plean en esta fábrica hoy dia 500; en tiempo de cosecha unas 600.


La producción hoy es de 15.000 kilogramos trabajando al com-
pleto tô do el año.


Si fuese todo el capullo indígena, como antes de la introducción
de simiente del Japón, se podrían producir 20.000 kilogramos.


(3) Su estension es de 10.000 metros cuadrados: tiene unboni-
to jardín de entrada á un patio, elevándose á los lados dos gran-




221


Fabrícanse en este establecimiento gran canti-
dad de pieles desde la suela para el calzado hasta
los más finos chagrines de variados y lindos co-
lores, y como una prueba de lo esmerado del tra-
bajo mostraron en la esposicion pieles de águilas
y de culebras perfectamente curtidas. Por la finu-
ra de la elaboración, y la delicadeza de los colo-
res, compiten los diferentes productos de esta
magnifica fábrica, que honra á Valencia y es un
timbre de gloria para su dueños, con los mejores
del estranjero (1).


des edificios de 1.220 metros cuadrados cada uno, destinados los
pisos bajos á talleres y almacenes, y los principales á secaderos
así como también los terrados que los cubren.


Otros dos grandes edificios se ostentan á los lados en forma de
pórticos, sostenidos cada uno por 99 columnas de hierro, midien-
do una estension de 4.080 metros ambos; están destinados á los
primeros trabajos llamados de ribera, operaciones del tinte y re-
mate de las pieles.—Hay además un taller de chagrines, el edificio
donde está colocada la máquina de vapor de fuerza de 20 caballos,
y 50 nominales, que dá movimiento á dos molinos donde se tritu-
ran las cortezas de encina, pino y randó, y á los batanes y tornos
que ponen en movimiento las pieles colocadas en balsas elípticas;
sacando además por medio de una bomba gran cantidad de agua
para el servicio de todas las operaciones, y dar movimiento á va-
rios aparatos aun en construcción.


La esportacion para toda EspñBa, el estranjero y Ultramar, es
considerable.


Da ocupación todo el año á 200 operarios.
(1) Los ejemplares de este libro que se presentarán á SS. MM.,


irán encuadernados con chagrines de e'sta fábrica, que sus galan-
tes dueños tuvieron la bondad de destinar á este objeto.


El ministro de Marina encargó se mandasen al Almirantazgo




222


Así lo comprendió y lo manifestó el Rey, que
quedó, no solo complacido, sino admirado de
cuanto vio en esta fábrica, y la recorrió toda, sien-
do recibido con grandes aclamaciones por los hon-
rados operarios, que se esmeraban en mostrar
á S. M. su gratitud por la visita, y cuyas virtu-
des expuso el Sr. D. Bernardo Rodrigo, canónigo
de Valencia y Pro-capellan de Palacio, en un
sentido discurso en el que enaltecia el trabajo y
la honra que los reyes reciben visitando esos al-
bergues de la laboriosidad y de las virtudes del
pueblo.


Despedido el Rey con frenéticas aclamaciones,
corrió á visitar á los desgraciados presos, sin pre-
vio anuncio,—que ni de estos se olvidó en medio
de las satisfacciones que le rodeaban,—y se opri-
mió su corazón y el de cuantos allí estábamos, al
ver en aquello que se llama cárcel de Serranos,
que es solo el hueeo de un torreón de la puerta del
mismo nombre, cómo es tratada la humanidad de-
lincuente. Por honra de la culta Valencia, por
decoro de España, debe desaparecer aquel antro
hediondo y pestilente, aquellas cuevas sin luz ni
aire, donde se ve degradado el hombre, donde se


muestras de correas de máquina para sustituirlas por las inglesas
que hoy se gastan, diciendo que todo el curtido podia competir
con el del estranjero.




223


halla peor que las fieras. Allí no.cabe el arrepen-
timiento sino la desesperación; allí el criminal es-
traviado no puede menos de odiar á la sociedad
que de tal manera le trata. Si en todas partes se
debe odiar el delito y compadecer al delincuente,
alli hay que quererle, porque el estar encerrado
en aquellas mazmorras es peor castigo que el de
la muerte. De allí saldrán hombres idiotas, no
corregidos; ¡y sin embargo, á la cárcel de Serra-
nos se lleva á presos políticos!


Siempre hemos compadecido el absurdo siste-
ma penitenciario de España, lamentado la igno-
rancia ó la desidia que ha presidido general-
mente—con algunas—aunque muy pocas—hon-
rosas escepciones—en este ramo tan importante
habiendo tanto que aprender de otros países;
pero cuando vemos que los establecimientos pena-
les de España, en vez de producir, cuestan unos
diez y seis millones de reales, está hecha la apolo-
gía del sistema que los rige.


El Rey lo examinó todo, para convencerse de
lo que apenas podia creer, y hasta probó el rancho
que fué lo único que halló bueno, y mandó de-
jar un recuerdo de su visita para que se aumenta-
se un estraordinario.


Destinada la noche al teatro principal, quiso
visitar antes el centro de las sociedades coopera-




224


tivas, y una de las escuelas nocturnas de arte-
sanos, establecidas en el suntuoso edificio del Ins-
tituto de segunda enseñanza, que fué colegio real
de San Pablo, fundado por el jesuita P . Geróni-
mo en 1.552.


Recibió al Rey el rector de la Universidad, el
ilustrado D. Vicente Boix, cronista de Valencia
y director del establecimiento, las juntas de ar-
tesanos y sociedades cooperativas, y el público que
llenaba aquellos inmensos claustros, galerías y sa-
lones, victoreándole en cuanto le vieron.


Colocados en su puesto los alumnos trabajado-
res, y obstruida la sala con los individuos de am-
bas corporaciones populares, saludaron todos la
entrada de S. M. con una espontánea salva de
aplausos: no quiso ocupar el sitial que le habían
preparado; espuso el rector de la Universidad en
un elegante y correcto discurso el objeto y la or-
ganización de la Junta de las escuelas y de las so-
ciedades cooperativas (1), que tienen por divisa


(1) Iniciada la primera antes de la revolución de Setiembre,
creció y se ha desarrollado en estos dos últimos años, teniendo
por objeto la enseñanza popular gratuita, dividida en dos seccio-
nes ; la instrucción primaria que se dá en cuatro puntos distintos
de la capital y cuenta de 700 á 800 alumnos de 12 á 40 años de
edad, y la superior que abraza todos los conocimientos elemen-
tales , que se relacionan con las artes y oficios, cuyas cátedras
están en el mismo Instituto, y cuyas rentas contribuyen á su sos-
tenimiento. Todas estas enseñanzas son gratuitas y nocturnas.




225


La asociación de obreros data desde Febrero de 1869, reunién-
dose los que existían ya, y cuyos socios habian conseguido por
rigurosas economías adquirir telares y trabajar con tanta modes-
tia como aprovechamiento. Su ejemplo y el buen resultado de
esta asociación, hizo estender elcírculo a otros oficios que se han
unido para mejorar la condición social de sus individuos por la
instrucción, el trabajo y el ahorro. Conocen y respetan los dere-
chos lícitos del capital y de la propiedad, fiando solo en la corpo-
ración inteligente y laboriosa la solución de ese temido problema,
que no han resuelto las frecuentes y ruinosas luchas entre el ca-
pital y el trabajo.


No contando todavía esta asociación con fondos suficientes para
alquilar un local á propósito para sus juntas y escuelas, ha cedi-
do interinamente el Instituto una localidad tastaute espaciosa
con entrada independiente.


15


la moralidad, la economía y la instrucción, y oido
por S. M. con marcado interés, deseó conocer los
detalles que dejamos espresados en nota, y man-
dó se entregasen 1.000 pesetas á la Junta de arte-
sanos y otras 1.000 á la Sociedad cooperativa para
formar la base de la de socorros de los operarios
del arte de la seda, en cuya Sociedad figura el
Rey como primer suscritor.


Examinó, y los ministros de la Guerra y Ma-
rina, los trabajos de aquellos honrados y labo-
riosos artesanos, estrecharon con efusión aquellas
manos curtidas por el trabajo que honra, se
despidió el Rey en medio de las aclamaciones y
aplausos de todos, y como si esto no fuera bas-
tante para demostrar aquellas gentes el apre-




226


ció que hacían de la regia visita y el entusiasmo
que les causara la presencia y el interés que por "
ellos mostró el joven Monarca, le acompañaron
con hachones hasta el teatro.


La ovación no pudo ser más galante y respe-
" tuosa, ni más monárquica. Aquellos beneméritos
artesanos, republicanos y carlistas en su mayoría,
mostraron saber agradecer la visita del Rev.


Llegó al teatro antes de terminarse el segundo
acto del Rigoletto, pero no quiso presentarse en el
palco por no distraer la atención del público; lo
hizo corrido el telón, y recibió una ovación tan
entusiasta de aquella distinguida • concurrencia
como la que acababa de obtener de los artesanos.


Habia conquistado ya el afecto de todas las cla-
ses de la sociedad. Hasta la gente que desde bien
temprano inundaba la plaza y avenidas del teatro,
la que llenaba el elegante y bien decorado pórtico
del mismo, las escaleras y los pasillos, pues tam-
bién aqui se cuidaban todos más de ver al Rey que
la función, le victorearon.


Fueron grandemente aplaudidos el himno que
se cantó y los versos que se leyeron (1) y S. M. sa-


(1) Merece ser conocido el siguiente soneto:
A S. M. EL REY AMADEO I.


Un pueblo de la infamia redimido,
Guardian de sus derechos te ha aclamado;




227


lió altamente complacido de tan notable fiesta y
de los obsequios que le dispensaron.


La fábrica de mosaicos del Sr. Nolla. no podia
pasar desapercibida para el Rey, y á visitarla fué
en la mañana del 6, sorprendiendo su llegada á los
vecinos de Almácera, anunciada por el campaneo
y las aclamaciones de los que conocieron á S. M.,
que iba sin escolta, como de costumbre, ni otro
acompañamiento que el de ordinario y el gober-
nador civil, Sr. Fiol, que le acompañaba casi siem-
pre. Presentóse el ayuntamiento y cura del pue-
blo á saludar al Rey, atravesó éste por debajo de
los arcos de telas de seda con dedicatorias á S. M.
que el afecto de aquéllos habitantes erigiera,
qué adornaron también las ventanas y balcones,
señalaba otro arco de verde y flores el término
de Meliana, y todo el camino, hasta la fábrica, es-
taba alfombrado de hojas de adelfas. Multitud de


Sobre el pavea de libertad te ha alzado
Y coa el óleo del amor te ha unjido.


Para cerrar tu paso eu vano ha sido
Que la tumba de un héroe hayan cavado;
Tú lloraste en su tumba, y esforzado
La senda del deber has proseguido.


Iris de paz y estrella de bonanza
Hoy tus virtudes como brisa suave,
Trueca el mar de pasión ea esperanza;


Y ese mar, dice, al enfrenar sus olas
fBendito el viento que empujó su nave
A las risueñas costas españolas.»




228


(1) En uno habia formada con bellísimos ladrillos esta inscrip-
ción: LA FABRICA A S. M. EL REY AMADEO I.


labradores y mujeres de aquellas inmediaciones
seguian al carruaje real aclamando á S. M., ha-
ciendo gustosos una bien larga correría, á pesar
del mal piso.


La entrada de la fábrica estaba vistosamente
adornada y esperaban á la puerta el dueño y su
familia, diputados á Cortes, los ayuntamientos y
clero de aquellas inmediaciones, algunos invi-
tados y no poco pueblo, victoreando todos al r e -
gio huésped, que visitó enseguida todo aquel
magnífico establecimiento, enterándose hasta de
los menores detalles de esta adelantada industria
que lleva sus productos á toda Europa, á los Es-
tados-Unidos, á toda la América.


En el departamento destinado á formar por
medio de la presión las piezas de mosaico, el Mo-
narca se convirtió en obrero y elaboró por sí
mismo dos ladrillos, escribiendo en ellos con un
punzón su nombre y la fecha, dedicando uno á la
Reina.


Recorrió todos los departamentos (1), admiró
la precisión y variedad de los trabajos, la inteli-
gencia que preside á todo, la laboriosidad de aque-
llos operarios y de tanta niña ocupada en faenas




229


propias de su sexo y edad, inauguró con su fir-
ma un álbum ricamente encuadernado, que per-
petuará el recuerdo de su visita, y aceptó un des-
ayuno espléndido servido por bellas valencianas
que vestían el rico y gracioso traje del país,
ya en desuso. Quiso el Rey tener á su lado al
Sr. de Nolla y á la señora de su hijo', ocuparon
otros asientos las demás señoras de la familia y
amigas que se mezclaron con los que acompaña-
ban á S., M. y admiraron todos la respetuosa •
cordialidad que el mismo Rey imprimió á aquel
inolvidable banquete. Se tomó café y se fumó en
otra «pieza, se visitó la morada del dueño de la
fábrica, que ostenta un verdadero lujo de mosai-
cos, y al retirarse, victoreado por todos, quiso le
acompañase el Sr. Nolla, á quien tuvo por la no-
che á su mesa, honrando así al industrial que,
con una constancia ejemplar, con una laboriosi-
dad sin límites, sin que le arredraran tantos obs-
táculos como ha sufrido, ni le intimidaran tantas
pérdidas como ha esperimentado, ha conseguido
su objeto después de tantos años de una lucha gi-
gantesca, que otras menores han hecho sucumbirá
muchos, y le habrían hecho cejar á él, á no tener
la convicción del genio artístico, y la tenacidad
del que comprendiendo que es bueno y útil lo que
se propone, sacrifica hasta la vida por conseguir-




230


lo. Nolla es un ejemplo elocuente y digno de imi-
tación, de lo que puede la constancia, la laborio-
sidad, la honradez, ese conjunto de toda clase de
virtudes, que honran al trabajo y enaltecen á la
humanidad. Ese héroe del trabajo merece bien de
la .patria, y sino ha sido mártir cónjt el inmortal
alfarero Bernardo de Palissy, que inventó el dar
colorido al barro, se debe á su suerte, y al me-
nor fanatismo religioso de esta época. De Nolla,
puede decirse, como de Palissy,—«pero no mane-
jo más que arcilla.»


¿Qué importa? La grandeza no está en el oficio,
sino en el carácter. Si este homhre es pequeño
¿quién es grande? Así decia Lamartine, y añadi-
remos nosotros que, tenemos por más útil á un
obrero que á un conquistador: el uno construye, el
otro destruye, el obrero deja obras inmortales, el
guerrero conquista laureles quedando en pos de si
huellas desangre, ruinas, horfandad,luto, miseria.


Abismados en estos pensamientos dejamos aquel
templo de la inteligencia y del trabajo, del arte,
de la honradez y de la virtud, sacándonos de
nuestra meditación el campaneo y aclamaciones
de los vecinos de Almácera donde se detuvo el
Rey, como lo habia ofrecido á su paso. Visitó la
iglesia, convertida en teatro, á fin de sacar re -
cursos para concluirla; dejó 2.000 reales, recor-




231


rió á pié el pueblo, y aunque tiene fama de carlis-
ta, victoreó al Monarca constitucional.


Siguiendo el camino, entró en el presidio cor-
reccional de San Miguel de los Reyes, sin ser es-
perado, examinó detenidamente todas las depen-
dencias, bastante más desahogadas que las de las
cárceles de Valencia, probó el rancho, que co-
mieron á su presencia, no permitiendo se suspen-
diera este acto por cortesía, y al contemplar á
aquellos 683 confinados sanos y vigorosos todos,
se condolió S. M. de la inacción en que vivían, y
que no se utilizara la inteligencia y la fuerza de
aquellos hombres gravosos á la sociedad en vez
de serla productores. Otra vez más se lamentó
de nuestro deplorable sistema penitenciario, que
lleva trazas de no mejorar.


De regreso en palacio recibió S. M. á cuantos
solicitaron verle, y por la tarde fué á pié á la fá-
brica de cigarros, pudiendo apenas abrirse paso
por entre el gentió que le rodeaba y victoreaba.


Recibido por los jefes de la fábrica y el admi-
nistrador económico de la provincia y victorea-
do por los operarios, subió á los grandes talleres
de cigarros peninsulares, donde más de 2.000 ope-
rarías se ocupan en su confección (1).


(1) La fábrica tiene un personal de 3.900 operarías, dividi-
das en talleres.]




232


2.085, elaborando cigarros habanos peninsulares: 952, cigarros
comunes: 400, desvenando tabaco para la elaboración de picados
de todas clases: 100; haciendo faroles ó cartuchos para el empa-
quetado de los picados ñnos y entrefinos: 200, empaquetando las
labores de picados, y 173 empapelando las labores de cigarros.


Se elaboran mensualmente 28.000 kilogramos de cigarros ha-
banos peninsulares y 14.000 .peninsulares; pudiéndose elaborar
hasta 20.000 de estos, si fuera mayor la salida de esta elabora-
ción.


Los talleres de picados elaboran mensualmente 200.000 kilo-
gramos que representan ocho millones de paquetes de 25 gramos.


Los vítores de los trabajadoras iban anun-
ciando por todas partes la marcha de S. M. En
el primero de los talleres de peninsulares una ni-
ña, hija de una de las operarías, dio en verso la
bienvenida al Monarca, y en varios departamen-
tos le fueron ofrecidas tórtolas adornadas con
cintas de colores, y se soltaron á su paso canarios
y otras avecillas. No por ello se interrumpió el
orden en los departamentos, y en todos ellos las
operarías continuaban sus labores, llamando la
atención la presteza con que las ejecutaban.


S. M., que iba enterándose minuciosamente de
los detalles de la fabricación, penetró luego en los
salones del oreo, viendo la máquina que se em-
plea para subir desde el patio los materiales, y
luego pasó á los talleres de cigarros comunes,
donde existe también crecido número de opera-
rías. Allí vio la cocina económica establecida para




233


(1) En cuya obra cabe no poca gloria al Sr. Albarracin, depo-
sitario pagador de la fábrica, hoy cesante.


proporcionar comida á bajo precio á las opera-
rías, que tienen la ventaja de calentar las comidas
que llevan de su*casa. En todas partes era reci-
bido S. M. con grandes vítores, y al salir de estos
talleres se le ofreció por una apuesta muchacha,
en nombre de las operarías de la vega, un ador-
nado canastillo lleno de preciosas y sazonadas
frutas, y al mismo tiempo un elegante tarjeton,
en el que las trabajadoras de la fábrica ofrecían
á S. M. la función del Circo Español, aceptada
por el Rey.


Una súplica le dirigieron las trabajadoras, que
encierra una bella idea y una obra de caridad (1),
y al comprenderlo el Monarca, accedió inmedia-
tamente á ella, y gracias á la magnanimidad real,
tendrá Valencia un nuevo establecimiento be-
néfico. Es la construcción de un modesto asilo
donde las operarías de la fábrica que están ama-
mantando á sus hijos y no pueden por ello dejar-
los en sus viviendas, los confien á algunas mu-
chachas que los cuiden bajo cubierto y los entre-
tengan mientras trabajan sus madres. Sabido es
que en el dia, estas pobres madres, tienen que con-
fiar sus pequeñuelos á niñas que los entretienen




234


por los alrededores de la fábrica, sufriendo el frió
y la lluvia en invierno, ó el bochorno de la caní-
cula. Parece que existe'el pensamiento de que en
el asilo haya algunas nodrizas que amamanten á
los niños en caso necesario y utilizar las asiladas
de beneficencia para cuidarlos. Pues bien, la sú-
plica que dirigieron las pobres operarías á S. M.,
fué que ayudase á la construcción del asilo, para
lo cual no alcanzaban sus recursos, obligándose
ellas á su sostenimiento. A la petición acompaña-
ba un proyecto completo, con planos y presupues-
to, que se eleva á 20.000 pesetas, y debe construir-
se en las inmediaciones de la fábrica, cerca del
gasómetro. La alegria que esta concesión produjo
entre las operarías, hizo que se redoblaran los ví-
tores, que acompañaron al Monarca á los talleres
de embotado y desvenado, adornados también con
algunos sencillos ramos, á los almacenes de dis-
tribución, elaboración y demás dependencias, que
lo mismo que las máquinas y aparatos de picar,
movidas por vapor, visitó detenidamente el Rey.


A pié también, y cada vez más aclamado por la
multitud que le cercaba, se dirigió á la Universi-
dad, recorrió todos sus departamentos, admiró los
magníficos incunables y notables códices que en-
cierra su rica biblioteca, y ojeó detenidamente la
Biblia de San Vicente Ferrer, los hermosos ejem-




235


piares de la Divina Comedia y de la Jerusalem
libertada, y otros preciosos libros que el celoso bi-
bliotecario y el ilustrado rector se esmeraron en
que los conociera S. M.


Asistió por la noche, como lo ofreciera, al Cir-
co Español, fué también al̂ teatro de Ruzafa, y
después al principal, recibido en todos con gran-
des aclamaciones, y en todos leyéndose poesías en
su loor; suspendiéndose en algunos la representa-
ción más de una vez, para dar lugar al entusias-
mo del público.


El jardín de aclimatación y otros sitios, fueron
también visitados por S. M. que verdaderamen-
te se multiplicó- en Valencia, recibiendo en todas
partes no solo pruebas de respeto sino de afecto;
siendo una de las que mucho le agradaron la se-
renata de guitarras y voces con que el pueblo le
obsequió, hallándose la gran plaza del palacio cua-
jada de gente, que no cesó de victorear al Rey—
constantemente al balcón—y á la Reina.


El dia de la salida de Valencia, y muy de ma-
drugada, recorrió S. M. de paisano y á pió los
principales sitios de la ciudad, entró en algunas
tiendas, examinó el mercado, y conocido al pun-
to recibió una completa ovación, que demostró
las simpatías que habia conquistado en su corta
permanencia en la población.




236


Pero aun estaba reservada al Rey la grande y
verdadera muestra del cariño que se le tenia, del
que habia sabido captarse por su comportamiento.


Si alguna duda pudiera quedar de que las auto-
ridades superiores de Valencia habían cumplido
con escrupulosa exactitud las órdenes del Gobier-
no, para que no hiciesen ninguna clase de prepa-
rativos para la recepción del Monarca, la desva-
necería por completo el contraste que formaba la
cortés pero reservada actitud en que estaba la ge-
neralidad del pueblo valenciano el dia de la lle-
gada de S. M., cuando aún no le conocia perso-
nalmente, y las entusiastas demostraciones que se
le tributaron en proporción creciente á medida
que pasaba más tiempo en la ciudad del Cid.


Así lo confesaban los mismos adversarios de la
situación, siendo objeto de la común admiración la
difícil facilidad con que el Rey armonizaba la lla-
neza del ciudadano con la dignidad de su altísima
magistratura; y hasta los mismos republicanos no
ocultaban, en sus conversaciones semi-públicas, y
sobre todo en las privadas, que una vez votada la
Monarquía por las Cortes Constituyentes, no ha-
bia podido ser más acertada la elección de la Di-
nastía.


Y era verdadero el afecto que se demostraba al
Rey, cuando todas las corporaciones y tantos par-




237


ticulares acudían á saludarle, cuando tantos rega-
los desinteresados le hicieron, y tantos obsequios le
tributaron. Accesible el Rey á todos y con todos
afectuoso, espléndido en todas partes, era natural
fuese querido. Y cuando nada podia esperarse ya
del regio huésped, cuando solo se trataba de des-
pedirle, la ovación de entonces superó á todas las
que habia obtenido.


Con la puntualidad acostumbrada salió S. M.
en carruaje para la estación; formada la tropa en
la carrera, llena de gente, adornados todos los bal-
cones, y poblados de señoras.


Las personas invitadas á acompañarle en el via-
je aguardaban, lo mismo que las autoridades y
corporaciones, en la estación del ferro-carril,
donde debían despedirlo las últimas.


En la plaza de Santo Domingo veíase multitud
de personas que esperaban la salida del Rey, y
cerca de la puerta del palacio se habían agrupado


' centenares de trabajadoras de la-fábrica de cigar-
ros, deseosas de manifestar al Monarca su grati-
tud por la concesión del asilo, y otros obsequios.


Apenas apareció en la plaza el carruaje que
conducía al Rey, estallaron ruidosas aclamacio-
nes, y cayeron sobre él multitud de pequeños ra -
milletes que le ofrecían las pobres operarías con
clamoroso entusiasmo. En la carrera, diéronse




238


también algunos vivas á S. M., viéndose multitud
de gente que se precipitaba por las calles cerca-
nas para alcanzar un buen sitio desde donde ver
pasar al Monarca.


La concurrencia aumentó considerablemente al
llegar á las calles de las Barcas y Mártires, donde
era ya difícil el paso, y donde á la par aumentaban
las aclamaciones. A través de aquella pasó la co-
mitiva, llegando á la estación, en la que se detuvo
el coche real al pié de la puerta que dá entrada al
restaurant, comenzando en este punto una ova-
ción que llegó á impresionar el ánimo del Monar-
ca, á quien se veía vivamente afectado. Multitud
de flores sueltas caian á su paso, ofreciéndosele
por personas de todas clases ramos de flores, al-
gunos de ellos modestísimos, pero que no por eso
dejaba de tomar el Monarca. En la puerta de la
estación le esperaba el alcalde de la ciudad, acom-
pañado de una comisión del ayuntamiento, y el
Rey penetró en una de las salas de descanso, donde
se despidió de las' autoridades y corporaciones.


El público, que hasta entonces se había conte-
nido, rompió al fin la prohibición de entrar, in-
vadiendo la estación y acercándose á D. Amadeo
que con mucha dificultad podia caminar hacia el
wagón real. La música del batallón del Príncipe
tocábala marcha de los reyes, la artillería, si-




239
tuada junto á la plaza de toros, lanzaba al aire
veintiún cañonazos, y los vítores y aclamaciones
se confundían bajo la bóveda de hierro con los
acordes militares y el estrépito de la pólvora. Fué
un momento solemne que debió dejar satisfecho
al joven Rey, en cuyos ojos pareció asomarse una
lágrima de emoción cuando tres elegantes seño-
ras, de las muchas que habían acudido á la despe-
dida, pusieron en sus manos tres lindos ramille-
tes. S. M. les estrechó la mano lo mismo que
á otras varias que le ofrecían flores á su paso ó le
saludaban con el pañuelo, y atravesando la com-
pacta muchedumbre, llegó al coche real, á cuya
portezuela estuvo hablando afectuosamente du-
rante algunos minutos con el alcalde de Valencia
y el señor provisor del cabildo catedral.


Al marchar el tren, el Rey, de pié en la porte-
zuela de su carruaje, dio un viva á Valencia,
que fué contestado con entusiasmo y devuelto al
Monarca, y uno de los jefes de su séquito dio tam-
bién un viva á la liberal Valencia.


A las once y cuarto arrancaba el tren de la es-
cion entre las aclamaciones del pueblo, que se
retiró paulatinamente, lo mismo que las autori-
dades y corporaciones que habían ido á despedir-
le, entre los que se veian lujosos uniformes de
todas las dependencias, á los individuos de los




240


DE VALENCIA Á CASTELLÓN.


Ya en marcha, contentos todos de los agrada-
bles recuerdos que se llevaban de Valencia, se
dejó en breve el pintoresco caserío del Cabañal;
llegó el tren real á Albuixech, pequeña estación
situada en despoblado, donde aguardaban su paso
el alcalde y el cura de aquel pueblo, que dieron
vivas á S. M., contestados por las personas que
de los campos inmediatos se habían acercado al
edificio. Después de un corto trayecto, llegó al
Puig, cuya estación estaba adornada, aguardando
en ella, entre un público numeroso, el cura pár-
roco y el ayuntamiento. Estas autoridades, des-


juzgados con sus togas talares, y una comisión de
los cónsules que las diversas naciones tienen acre-
ditados en Valencia.


El Rey marchó agradecido del pueblo valen-
ciano, y este quedó gratamente impresionado de
la regia visita. La Monarquía habia triunfado,
y D. Amadeo podia decir que habia obtenido en
Valencia el plebiscito que exigian los más intran-
sigentes.




241


pues de saludar al Monarca, le presentaron una
petición para que, siguiendo la antigua costum-
bre de los reyes de Aragón, continuada hasta
la caida de los Borbones, hiciera el Rey el dona-
tivo de unas velas á la histórica Virgen que se
venera en aquel monasterio desde el tiempo de
la conquista, pretensión á que desde luego acce-
dió el Monarca.


La estación de Puzol era una de las más ador-
nadas de la línea y donde mayor concurrencia y
entusiasmo manifestó el pueblo. Todo su frontis-
picio estaba cubierto con telas de colores nacio-
nales, destacándose sobre este fondo pabellones
de seda: en el centro estaba bajo dosel el retrato
de S. M. con una dedicatoria que decia:—A mies-
tro augusto soberano—yálos lados seis inscrip-
ciones rodeadas de.ramos de laurel, en las que
se leia en la derecha Amadeo I—Prim—Ruiz
Zorrilla—y en la izquierda—Libertad—Mora-
lidad—Justicia—A ambos lados déla estación
habia arcos de mirto y arrayan, y las verjas
estaban adornadas oon gran número de banderas
nacionales.


Al divisarse el tren real, empezaron á voltear
las campanas, y la estación se vio invadida de un
gentío inmenso, á pesar de que la recolección del
arroz hacia indispensable la ausencia de muchos


16




242


(1) El siguiente:
«Señor: El pueblo de Puzol, por conducto de su humilde alcal-


de, os saluda entusiasta y unido á V. M. con el sentimiento de
la más legítima adhesión. Con la libertad y con el afianzamiento
de vuestra gloriosa Dinastía, que ha de ser la cuna de nuestra
regeneración política y social, estamos, señor, dispuestos á arros-
trar toda clase de pruebas hasta sellar, si es preciso, con nuestra
sangre las convicciones que nos animan. Nosotros, rudos hijos
de los campos, carecemos de la elocuencia fascinadora que aeaso
hace mentir al corazón; por eso nuestras sencillas palabras de-
ben tener para V. M. el mérito de ser hijas de las más puras y
honradas aspiraciones. El cielo y el amor de los españoles os
acompañen siempre para bien de esta hidalga Nación y perpetuo
lauro de V. M., de vuestra augusta esposa y real familia.—El al-
calde, francisco Alonso.»


vecinos, mucho más amenazando, como amena-
zaba el tiempo, con una tempestad.


Los vítores y aclamaciones confundiéronse sú-
bitamente con los acordes de la música del pue-
blo, que tocaba la marcha real, y al parar el tren
acercáronse respetuosamente á S. M. el ayunta-
miento, clero, maestro de escuela y otras perso-
nas distinguidas de la población.


El alcalde, en medio de la mayor emoción, di-
rigió á S. M. un breve y sentido discurso (1), y
prorumpió después él en vivas al Rey Amadeo I,
á la virtuosa Reina doña María Victoria, á la l i-
bertad y á la memoria del general Prim, que fue-
ron calurosamente contestados.


El Rey conversó brevemente con el alcalde, y




243


á no haber llevado marcado su itinerario, hubiera
bajado un momento en la estación.


Al partir el tren, arrojáronse materialmente á
la portezuela del coche multitud de hombres y
mujeres á quienes S. M. dio cordial y francamen-
te la mano.


En el trayecto entre Puzol y Murviedro la co-
misión de la Diputación, presentada por el señor
gobernador, tuvo el gusto de oir de S. M. la es-
presion del agradecimiento que sentia por la buena
acogida que tuvo en Valencia. El presidente se-
ñor Pedron le rogó volviera á visitar la ciudad,
cuando le fuese posible, y los demás diputados fe-
licitaron á S. M., con quien conversaron largo
rato enterándole de las necesidades de sus distri-
tos. Al Sr. Piñange, que rehusó una distinción
personal que se le quería hacer, le ofreció 2.000
reales para el hospital de Requena.


A las doce llegó el tren á Murviedro, donde
también fué brillante el.recibimiento. La estación
estaba adornada con colgaduras, gallardetes j
arcos de mirto, y allí aguardaba el juzgado, el
ayuntamiento, un comisionado del clero y otras
personas notables, en medio de una gran multi-
tud del pueblo saguntino. El Rey se detuvo una
hora en la población, que estaba vistosamente en-
galanada con colgaduras, dirigiéndose en'primer




244


lugar á la iglesia mayor, donde le esperaban dos
beneficiados, y en la cual oró. Después se enca-
minó, seguido siempre de gran gentío, al hos-
pital, donde visitó los seis enfermos existentes,
y saludó cortesmente á las señoras que forman
la junta del establecimiento. También allí dejó
un donativo para las necesidades del mismo.


En el tránsito por todas las calles de la pobla-
ción fué muy aclamado el Monarca, que por falta
de tiempo no pudo subir á visitar el célebre teatro
romano, regalándole el ayuntamiento la memo-
ria histórica que sobre Sagunto y sus ruinas
desde su fundación hasta nuestros dios ha publi-
cado el Sr. Boix, quien antes habia entregado
personalmente á S. M. un ejemplar de su precioso
libro, que estimó en mucho, y conversó largo
rato cbn el ilustrado cronista valenciano. De re-
greso á la estación, despidiéronse de S. M. las
autoridades y representantes de Valencia, si-
guiendo el tren real su marcha en medio de en-
tusiastas vítores.


En la estación de Las Valles estaban los alcal-
des de los pueblos vecinos y el batallón de milicia
nacional que corresponde á los mismos, unifor-
mados la mayor parte de sus individuos, y al
frente su comandante.. A pesar de que no estaba
prevenido en el itinerario, el Rey bajó del tren




245


(1) Al reparar el Rey en un veterano de franca y noble fiso-
nomía, dijo á S. M.:—Señor, he hecho ya tres campañas por la
Monarquía liberal, y á pesar de mis años estoy dispuesto á hacer
la cuarta en obsequio de V. M.


para revistar esta fuerza, siendo recibido con
repetidos vivas, mientras la música de la milicia,
tocaba el himno de Riego. S. M. entregó al co-
mandante 2.000 reales para los milicianos pobres
que estaban sin uniformar (1).


En Almenara, primer pueblo de la provincia
de Castellón, esperaban el tren real las autorida-
des de la misma, que siguieron con S. M., con-
versando ̂ con todos, conforme se las iban presen-
tando.


Aclamado en Chuches, siguió á Nules, pueblo
en que por mucho' tiempo han dominado las opi-
niones carlistas: fué de las estaciones que más
se distinguieron, tanto por la elegancia de sus
adornos, cuanto por la mucha afluencia de gentes
que saludaron al Rey con atronadores vivas.


Idénticas manifestaciones se repitieron en Bur-
riana, enfrente de cuya estación se habia hecho
un bonito arco, debajo del cual, y en un elegan-
te solio, se ostentaba un retrato de S. M.; en uno
de los lados se leia el siguiente lema: Amadeo I,
Prim, Ruiz Zorrilla', y en el otro estas signifi-
cativas palabras: Libertad, justicia y moralidad.




246


CASTELLÓN.


A todas estas ovaciones superó la de Castellón
déla Plana, aunque muchos desconfiaban de la
actitud del "Vecindario conocidas las ideas republi-
canas del ayuntamiento (1), y del deber de las


(i) La Protesta], diario federal, publicó á la sazón estas nota-
bles líneas:


«Otras ciudades, dice, se adelantan á Castellón en mostrar á la
persona del Rey los respetos y atenciones que se merece, no
porque ciña sus sienes una Corona, sino porque representa á la
autoridad constituida. Bajo este solo carácter se le debe conside-
rar, y en este supuesto es un acto propio de un buen republica-
no el respetarle para que podamos mañana exigir iguales respe-
tos de nuestros adversarios políticos a las personas encargadas
de los poderes públicos bajo un Gobierno republicano.


Los alborotos y manifestaciones ruidosas son el sepulcro don-
de van á perderse las libertades; el orden sin la opresión es el
medio más prudente, más eficaz y más seguro para que una idea
se apodere de las inteligencias.»


No fué menos entusiasta la acogida que hizo al
Rey el pueblo de Villareal, donde también paró
el tren el tiempo necesario para que S. M. visi-
tara las reliquias de San Pascual que allí se con-
servan y se tienen en gran estima.




247
autoridades, que cumpliendo la circular del go-
bierno se encerraron en la fria recepción ofi-
cial que aquella les imponía, dejando al pue-
blo que manifestara espontáneamente sus senti-
mientos.


A pesar de la gran distancia que hay desde la
estación del ferro-carril hasta el gobierno de pro-
vincia, convertido en palacio por esta noche, y á
pesar de no ser estrechas las calles de San Juan,
de Enmedio, de Salinas y Mayor, en todo este
trayecto la multitud formaba dos espesas mura-
llas que apenas dejaban espacio para el paso del
coche en que iba S. M., formando, por decirlo así,
la cornisa de aquellas murallas dobles hileras de
balcones engalanados con colgaduras de seda y
banderas nacionales y coronados por miles de ca-
bezas femeninas de alegre y penetrante mirada
árabe, de trigueña tez y sonrosados labios que vic-
toreaban al Rey, y arrojaban composiciones poé-
ticas, á él dedicadas.


A la salida de la estación le esperaban lindas pa-
rejas de jóvenes vestidas con el pintoresco traje
del país, que cubrían de flores el pavimento por
donde iba á pasar S. M.


Un poco más arriba habia un bonito arco de
ramaje dedicado al Rey por la asociación de so-
gueros, que con su pendón tradicional, verde con




248


franjas de oro y rematando en un elegante ramo
de flores, aguardaban á S. M. para acompañarle
con una banda de música hasta su alojamiento,
como así se verificó enmedio de las aclamaciones
populares más espresivas.


A la entrada de la población habia otro arco de
flores y ramas, en cuyo frontis se leia esta ins-
cripción: Los partidos liberales al popular Rey
de España, y en las dos pilastras ó columnas la-
terales los siguientes lemas: Libertad y orden.
Constituciónde 1869.»


Otro arco colocado al estremo de una de las
calles indicadas lucia en su parte más elevada un
bonito trasparente, leyéndose por uno de los lados
Viva Amadeo I, Rey de España y por el otro
Viva la Reina María Victoria.


También en las infinitas banderas que habia co-
locadas en los balcones se leian afectuosos lemas
ó inscripciones, como la de: Viva Amadeo 1, el
Rey más liberal que han tenido los españoles.


Apenas habia entrado el Rey en el gobierno de
la provincia, un mar de cabezas se agitaba debajo
del balcón principal; y al presentarse en él S. M.
fué saludado con repetidas salvas de aplausos, que
no cesaron un momento hasta que concluyó el
desfile de las tropas á las cuatro y media, á cuya
hora recibió á las autoridades y corporaciones, y




249
por la noche asistió al Casino Nuevo, (1) cuya fa-
chada estaba lujosamente adornada y vistosamente
iluminada. Al entrar el Rey cantaron un precioso
himno, cuyo coro decia:


Al gran Rey que es de reyes modelo
Y esperanza de nuestra Nación,
A Amadeo I de España
Hoy saluda, leal Castellón.


Circuló por el salón, sin querer ocupar el sitial
que le tenían preparado, presenció de pió algunas
danzas, aceptó un refresco en el espléndido buffet
preparado, y bien avanzada la noche se retiró
victoreado por todos, como lo habia sido á la en-
trada.


Al dia siguiente, que lo era de la Virgen, oyó
misa muy de madrugada, visitó el Hospital pro-
visional, que contiene 150 camas, y habia 116 en-
fermos militares y civiles, esmeradamente cuida-
dos por hermanas de la caridad; se dirigió en se-
guida al Asilo de huérfanos, fundación del obis-
po Climentz, que dejó tan piadoso recuerdo á sus
paisanos; luego á la Casa de Misericordia, estable-


cí) Sabedor de que habia habido algunas dificultades para ce-
lebrar aquella noche el baile con que querían obsequiar al Rey
los socios del Casino, deseó se invitara desde luego á las señoras
para que fueran sin etiqueta, diciendo que se esperaría mientras
las avisaban. Lo hicieron así, y cuando asistió S. M. estaba lleno
de señoras el salón del Casino.




250


(1) Constituyendo la soguería la principal industria de Caste-
llón, y apoderada la Hacienda de los terrenos y casas que consti-
tuían sus talleres, acudieron al Rey para que les protegiera en su
deplorable situación, y S. M. acaba de comprar los terrenos y ca-
sas y regalarlos á la asociación, que ha tenido una vez más moti-
vos para bendecir la mano bienhechora que les ha salvado de una
ruina segura, no siendo menor el beneficio dispensado á la agri-
cultura Castcllonense, que 'dedica muchas tierras al cultivo del
cáñamo. Así acaban de demostrar todos su contento paseando el
retrato del Rey y vitoreándole.


'cimiento provincial de 250 plazas, todas ocupa-
das, fundado en 1822; recorrió sus talleres de
construcción de ropas para los asilados, la escuela
de las niñas, examinando sus labores y oyéndolas
leer, y se enteró de las condiciones y de los recur-
sos de estos benéficos asilos, dejando en todos, como
en todas partes, generosa memoria de sus visitas.


No quiso abandonar la ciudad sin visitar el Ins-
tituto provincial, recorriendo todas las clases,
admiró el magnífico San Bruno de Rivalta que se
guarda en la sacristía de este centro de la ciencia y
marchó á la estación, despedido con el mismo en-
tusiasmo y aclamaciones con que fué recibido, y
precedido de la inmensa asociación de sogue-
ros (1).


En Castellón, como en Valencia, dejó impre-
siones gratas, é inolvidables recuerdos.


A juzgar por los que dejó la guerra civil en los
pueblos que ahora iba á recorrer el Rey, y con-




251


(1) Entre esta estación y la de Benicarló se sirvió en el tren
un almuerzo fiambre.


siderar que habían sido el foco de aquella lucha
gigantesca sostenida en el Maestrazgo, que fue-
ron los que tantas veces engrosaron las huestes de
Cabrera, y que aun no ha desaparecido el espíri-
tu carlista en ellos dominante, causa asombro
que hicieran al Rey el recibimiento que en todos
le hicieron. Llegó á Benicasin, y no contentos con
victorearle y voltear las campanas, le regala-
ron un precioso ramillete de dulces; le recibieron
en Torreblanca y Alcalá con músicas; le aclamó
el inmenso gentío que llenaba las estaciones (1); y
la de Benicarló, á pesar de su fama carlista, se os-
tentó con vistosos arcos y banderas, y la multi-
tud que la llenaba no cesó de victorear al Rey, á
quien se obsequió con cortesía y se aclamó con
entusiasmo; y si este tributo rendían al soberano
constitucional los que defendieron distinta causa,
los de Vinaróz de ideas opuestas, por republica-
nas, no fueron menos espresivos en los adornos de
la estación, ni menos entusiastas en las aclama-
ciones, pues aquella ostentaba arcos y banderas y
músicas, y la multitud que llenaba los andenes no
cesó de victorear al Rey, al que se presentó el
ayuntamiento, el clero y las autoridades, dejan-




252


do S. M. el carruaje para revistar la compañía
de cazadores que daba la guardia de honor, con-
versando largo rato con aquellas corporaciones y
agradeciendo cortés las aclamaciones del pueblo.


Ulldecona, tenido por no menos carlista que
los que más lo son del Maestrazgo, y donde
esperaban las autoridades y corporaciones de la
provincia de Tarragona, fué el primero en ador-
nar con arcos la estación, mostrándose tan ob-
sequioso como cuantos se habían recorrido, suce-
diendo" lo mismo en Santa Bárbara. Lisongeaba
seguramente que pueblos de tan opuestas ideas,
y todas contrarias á la situación política del país,
personificada en el Rey y en los ministros que le
acompañaban, olvidaran sus opiniones y aclama-
ran á D. Amadeo. Era sin duda que solo se acor-
daban entonces que eran españoles, que les visita-
ba un Rey que solo anhelaba la ventura de su
nueva patria, y parecían identificarse con él para
animarle en su noble propósito. No se tenia enton-
ces más que un sentimiento, no se alimentaba más
que una aspiración, y el sentimiento era el de la
patria, la aspiración la de su felicidad, que seria
segura ó inmediata si aquella armonía de volunta-
des á la presencia del Rey fuera constante á la
presencia üe\ mal del pais, producido por la di-
vergencia de ideas, por la pasión con que se sus-




253


tenían. Convenciéronse los pueblos de que el estí-
mulo de sus opuestas pasiones, entraña más ambi-
ción que patriotismo, y de que sin orden no hay
libertad ni felicidad posible, que el orden es la
garantía de la propiedad y del trabajo y estos lo
son de la sociedad, y la voluntad de todos armo-
nizaría como armonizaba al saludar al Rey, en
el que todos veian condiciones para ocupar dig-
namente el puesto á que le llamaron las Cortes
Constituyentes.


Tortosa, la patria de Cabrera, la ciudad que
permaneció en poder de los liberales, por el va-
liente patriotismo de los pocos que la defendie-
ron, no solo presentó su estación magníficamente
adornada con arcos, flores, banderas, é inscrip-
ciones alegóricas, sino con un espléndido buffet,
debido todo á la iniciativa de los particulares que
lo costearon en unión de "las autoridades, jefes y
oficiales de la guarnición.


Anunciada la llegada de S. M. con salvas de ar -
tillería y músicas, fué recibido con grandes acla-
maciones, acudió á saludarle el ayuntamiento re-
publicano federal, con cuyo alcalde conversó
placentero, y con cuantas personas le fueron
presentadas (1); siéndolo muy especialmente el


(1) Recibió también á una desconsolada esposa cuyo marido
desertor de un buque de guerra anda errante por el estranjero:




254


no permitió el Rey que se arrodillase á sus pies y enterado de la
petición de indulto que solicitaba se lo concedió en el acto.


Sr. Despachs digno director de La Ciudad de
Tortosa, y su cronista, y autor de Las Amazo-
nos del Ebro, el ilustrado Sr. de Arévalo.


Entró un momento en el buffet en el que lucia
rica bajilla de Sevres y cubiertos de oro, se re-
partieron con .profusión bien sentidas poesías, y
por la necesidad de llegar temprano á Tarragona,
no prolongó más su estancia donde tantas prue-
bas de cariño recibía, y donde tanto se distin-
guieran. l a s ueñoxas exv « o s ^o\&m<aA\OTie& a\.^,ey,
símbolo para ellas de la paz que conservaría á sus
maridos y á sus hijos, á los que alzaban muchas
en sus brazos para enseñarles á conocerle, para
que aprendieran á amarle como la personificación
de un sistema que sin imponerse, busca anheloso
el bien de todos los ciudadanos por el libre ejerci-
cio del derecho de todos combinado con deberes
sagrados.


Despedido con caluroso entusiasmo corrió al
tren, se detuvo un instante en la estación de Am-
posta, adornada con arcos y banderas y el retra-
to del Rey; recibió la felicitación del ayuntamien-
to y oyó originales versos y las aclamaciones de
la multitud, que se repitieron en Ampolla, en




255


TARRAGONA?


Acogió en el andén las felicitaciones de cuantos
le esperaban, y en una carretela á la Dumont se
dirigió á la Catedral por la estensa carrera ador-
nada con arcos que habían levantado los partidos
judiciales de la provincia, y ostentando todos los
balcones vistosas colgaduras. Agolpábase la gen-
te en toda la carrera victoreando al Rey después
de contemplarle; fueron atronadoras las aclama-
ciones al atravesar las plazas de Olózaga y de la
Cantera, se echaron á volar palomas en otras ca-
lles, se arrojaron muchas flores, y en el centro
progresista democrático, que levantó un pórtico


Ametlla y enHospitalet, recibiendo modestos, pero
muy apreciados presentes de aquellos entusiasma-
dos habitantes: revistó en Cambrils y Salou á los
nacionales de Riudecols, como antes á los de Hos-
pitalet, Pratdip y otros, que aunque muy distantes,
acudian á conocer y aclamar al Rey, y á las cinco
de la tarde los cañones de Tarragona anunciaban
la llegada del tren real á la eiudad, recibido con
las mismas aclamaciones que en todas partes.




256


de grandes dimensiones, el entusiasmo fué indes-
criptible, llamando notablemente la atención del
Monarca la torre que con sus mismas personas
formaron los chiquéis de Valls.


Llegada la regia comitiva á la catedral, que
estaba iluminada como en los dias de grandes
festividades, S. M. fué recibido por el señor go-
bernador eclesiástico, su secretario, y algunos in-
dividuos del cabildo en traje de coro, ofreciéndole
el agua bendita el primero.


Se dirigió luego por el coro al altar mayor en
el que oró, y después, á la capilla de Santa Tecla
en la que también oró, precediendo al Rey cua-
tro infantiles con blandones. El órgano tocó du-
rante la visita del Monarca, que quedó satisfecho
del recibimiento que le hizo el digno clero de
aquella catedral.


Regresó no menos aclamado á su alojamiento
en la casa de Sr. Rius, presenció el desfile de las
tropas, recibió al ayuntamiento y á cuantos acu-
dieron á saludarle, y le dieron por la noche una
serenata los coros de Valls y Reus, y las músicas
de la guarnición: la multitud que llenaba la calle
á pesar de la lluvia, no cesó un momento de acla-
mar al Rey.


Casi toda la ciudad estaba iluminada, lucien-
do poco, por lo desapacible de la noche.




257


A la mañana siguiente visitó lo primero, como
de costumbre, los establecimientos de beneficencia,
municipales y provinciales, y el hospital militar;
y terminado el cumplimiento de este deber bené-
fico que con tanto placer ejercia en todo el viaje,
como si solo hubiera sido su objeto visitar y con-
solar á los pobres y enfermos, á los huérfanos y
desvalidos, fué á ver el riquísimo Museo arqueo-
lógico, honra de Tarragona y del ilustrado y apa-
sionado amante del Museo su director ó inspector
D. Buenaventura Hernández Sanahuja. Asombró
al Rey cuanto allí hay denotable, que bien merece
un especial catálogo con láminas para propagar su
conocimiento, muy importante para la Historia.


Presenció después desde el balcón del ayunta-
miento la veloz construcción de una pipa jerezana;
los chiquets de Valls y las danzas del país lucieron
sus habilidades, hubo numerosa recepción en los
salones de la casa en que se hospedaba S. M.,
asistiendo todos los ayuntamientos de la pro-
vincia que, reunidos anticipadamente en las ca-
sas consistoriales, se dirigieron en procesión, con
sus respectivos maceros, algunos con pendones y
todos con anchas bandas de seda, insignia del car-
go,—lo cual presentaba un bello y original espec-
táculo,—y todos estos municipios mostraron su
adhesión al Rey, que con todos conversó particu-


17




258


(1) Las vías construidas para el servicio de la ejecución del
dique del Qeste, inaugurado en esta tarde por el Rey, mide una
estension de 1.200 metros; 600 desde el muelle de la cantera á la
vía de Valencia, y 600 desde esta vía hasta el arranque del dique.
La primera estaba preparada antes de la inauguración, y la se-
gunda se ha construido en los cinco dias espresados, utilizando
los confinados del presidio de Tarragona.


larménte encantándoles las palabras lisonjeras que
les dirigió y la natural llaneza que mostróles.


Por la tarde se celebró una de esas fiestas de
verdadera utilidad y de gratos recuerdos; la inau-
guración de las obras del contramuelle para la
cual se habia improvisado en cinco dias un cami-
no de hierro de más de 600 metros dentro del
mar (1). La dirección de las obras, que tiene por
presidente al Sr. D. Benigno López, cuya modes-
tia iguala a su gran valer, dando al acto la im-
portancia que merecíanle habia preparado esplén-
didamente, y mostrado su'esquisito gusto en el
elegante pabellón que abierto á todos los vientos,


; habia levantado sobre las últimas rocas de la len-
gua de tierra donde terminaba el nuevo ferro-
carril, cual si estuviera construido el pabellón
sobre el mar, ocupando una gran parte del mismo
el magnífico buffet con que obsequio á los invita-
dos. Hasta el tiempo procuró realzar la fiesta,


. porque era una magnífica tarde de otoño.
Reunióse en la plaza de la Cantera la Junta de




259


Obras del puerto, autoridades, diputados y'demás
convidados, y a l llegar S. M,, entró toda la comi-
tiva en el tren que. habia preparado.


Llegado al sitio, y una vez apeados en el lujoso
y espacioso pabellón, el Sr. D. Agustín Peira,
individuo de la- espresada Junta, pronunció un
corto pero elegante discurso referente al objeto,
encomiando la gran utilidad de las obras y citando
el- acuerdo tomado por la Junta de aprovechar
la ocasión de la visita del Rey para verificar su
inauguración, leyendo acto seguido el secretario
Sr. Piqué el acta dé dicho acuerdo. El Gobernador
civil, Sr. Mascaré y rogó á S. M. se dignara firmar
dos pergaminos en que se hacia constar tan solem-
ne inauguración, uno dé los cuales con seis mo-
nedas, de plata con el busto de S. M., encerró en
una caja de zint que el mismo Rey colocó; en el
hueco de la piedra, y tuvo lugar la ceremonia
áer arrojar quella al mar, entre los vítores y
aclamaciones de! los concurrentes y de gran nú-
mero de personas que en diferentes botes ro-
deaban completamente la contrapunta.


Terminada la ceremonia sirvióse un abundante
y variado refresco, en el que no escasearon los
dulces, pinas de América y preciados vinos.


La música de Iberia y otra de paisanos, ameni-
zaban el acto tocando escogidas piezas*




260


Después de servido el refresco, S. M. saltó por
entre las peñas á uno de los botes del vapor de
guerra León, surto en el puerto, y se dirigió á di-
cho buque, cuya tripulación le recibió tribután-
dole los honores de ordenanza. Después de visitado
el vapor, tomó de nuevo el bote y dirigióse á la
capitanía del puerto donde desembarcó, marchán-
dose á pié rodeado de la multitud que obstruía el
el paso. Cuando esta vio, al acercarse el carruaje
á S. M., que lo despidió y siguió andando, redo-
blaron las aclamaciones que no cesaron hasta la
regia morada/ donde presenció de nuevo la torre
de los chiquets, cogiendo al niño que llegó hasta
el balcón, y le entró.


Se quemaron por la noche vistosos fuegos arti-
ficiales, aunque no lucieron todo lo que prome-
tían, por haberse mojado antes y asistió después
S. M. al teatro, que estaba iluminado y con muy
escogida concurrencia que aclamó al Rey, que
yasehabia captado las simpatías de todos. Así con-
fesaba con verdadera naturalidad un periódico de
aquella localidad, que la animación pública iba
creciendo, que el Rey habia gustado por su talan-
te sincero y modesto, al propio tiempo que re -
suelto y enérgico, que habia llamado la atención
la naturalidad con que estuvo impasible presen-
ciando el desfile de las tropas, sin separarse un




261


(1) Y anadia: «Y será de salud robusta, pues llegada la hora
de la comida, retardada algún tanto por aquella circunstan-
cia, no quiso demorar ni perder un solo instante, sentándose á
la mesa sin cambiarse la ropa. Esto no impidió el que seguida la
comida, presenciara muy atento la serenata y coros hasta las dos
de la madrugada, para levantarse luego después de tres horas de
descanso á inspeccionar los establecimientos, de beneficencia;
á todos anticipándose y sorprendiendo con esta tal diligencia
en que por lo no sabida é inesperada no contábamos.»


Diario de Tarragona.


momento de su puesto, á pesar del copiosísimo
chubasco que á la sazón caia, soportándolo con
cierta fruición cual ordinario accidente en cam-
paña (1).


Tanta actividad por el afanoso interés de S. M.
en acceder á los afectuosos deseos de todos, resin-


. tió un momento su fuerte salud; pero merced á un
sueño reparador ayudado de la ciencia del módi-
co de cámara Sr. Carretero, volvió á su estado
normal y á continuar el mismo método de vida,
en su anhelo de complacer.


Al enterarse, ya restablecido, del cariñoso inte-
rés que la ciudad mostró, por su importante sa-
lud, al saber que todas las manifestaciones de ca-
riño, que constantemente se le dispensaban, se
convirtieron instantáneamente en sentimiento por
su indisposición, cuya noticia corrió por toda Tar-
ragona veloz como el rayo, y se suspendieron de
súbito todos los festejos, las primeras palabras de




262


(1) Publicando lo siguiente:
«Sumamente satisfecha ha quedado la Comisión dé festejos dis-


puestos para recibir á-S. M. el Rey, del modo cómo Tarragona ha
correspondido á ios trabajos y deseos que la han animado para la
consecuencia de sa objeto, y'hace-presenté-á estos vecinos, insi-
guiendo lo ¡acordado, que-cumplidos fies tres -dias dé fiesta, desde
hoy cesen las iluminaciones y vuelvan las cosas á su estado ordi-
nario, pues que aunque el ¡Rey permanece todavía 'éo Wies'tra ca-
pital, no quiere éste que su estancia en ella irrogue perjuicios al
comeído, á la, Musirá y a. la agricultura, pues que terminada
la recepción oficial quiere presentarse cómo un particular entre
los tarraconenses que tantas pruebas le han dado de cariño, de
entusiasmo y de respeto. •


«Réstanos tan solo añadir, que la Comisión ha llenado perfecta-
mente su cometido, y que todos éa general y las comisiones espe-
ciales en particular, han trabajado con ahinco, con desinterés, coa
fervor para que la primera capital de Cataluña que ha visitado
S. JP. el Rey, dejase un grato recuerdo al huésped Real, tanto por
el modo como se le recibia, como durante los dias de su perma-
nencia en ella.»


•S. M. fueron de interés para la ciudad diciendo
que si reconocido estaba al afecto -que le habían
-mostrado, ahora estaba agradecidísimo á la aman-
te simpatía que le había inspirado su ligera' do-
lencia, y encargó se dieran las-gracias á todos;
añadiendo que duraria-loque su *vida el 'recuerdo
afectuoso que -de Tarragona llevaría. Deseó no se
renovaran los festejos, ya que se -prolongaba su
permanencia y - así lo dispuso el gobernador y la
comisión (1).


No omitió S. M. en Tarragona ta visita fá les
presos, haciéndola minuciosa, y á los 'cuarteles,




263


fué á conocer también las antiguas ruinas mal, lla-
madas torre ó sepulcroi de los Scipiones, visitó por
la noche el Ateneo de. la clase obrera y asistió al
baile del Círculo de artesanos, recibiendo, en. todas
partes las más entusiastas aclamaciones, y admi-
rándose de la. compostura de aquellos, trabajado-
res que podían lucir en los primeros salones por
su finura y sencilla dignidad. .


Parecía imposible que aquella ciudad, en la
que habían ocurrido actos que olvidar quere-
mos, estuviera espléndidamente iluminada todas
las noches, hasta que se prohibieron los, iestejos,
el pueblo todo acudiera á la calle en que se alo-
jaba S. M. y cada vez que salía recibiera una
ovación no interrumpida y que, la inmensa ma-
yoría délos republicanos quisieran serlo ya con
el Rey Amadeo. Y en efecto, ¿qué más podría
hacer el presidente de la-república española? ¿Qué
hubiera hecho más en Valencia y en todo el ca-
mino? Mezclábase en todas partes, con el pue-
blo, se confundía con la. multitud, estrechaba
por afecto la mano del artesano y ¡del labriego
que se acercaban k, hablarle, trataba ;á todo el
mundo con cariñosa franqueza, sin faltar á su dig-
nidad, y todo era en S. M. espontáneo, todo natu-
ral. Hasta una tarde que quiso bañarse en el mar,
lo hizo sin séquito ni otros preparativos que cojer




264


el bote de un buque de guerra y dirigirse á alta
mar con sus ayudantes.


El 12 se efectuó una de esas espediciones que
dejan inolvidables recuerdos en cuantos tienen la
dicha de asistir á ellas, y que de seguro jamás ol-
vidará S. M, por la ovación "constante de que fué
objeto. A las ocho de la mañana, hora fijada por el
Rey para verificar la escursion por la línea de
Tarragona á Lérida, y cuyo término debia ser
Vimbodí, con el objeto de conocer el estado de ade-
lanto en que se encuentra la agricultura en los
pueblos del tránsito, salió de la estación el tren
real, llevando dos máquinas adornadas con guir-
naldas de flores y banderas nacionales, habiéndose
reunido anticipadamente en la estación las autori-
dades, los individuos que componían la comisión
de festejos, el Excmo. Ayuntamiento y demás in-
vitados.


Al llegar el tren á Vülaseca, cuya estación,
como todas, estaba adornada con arcos y ban-
deras, un gentío inmenso llenaba el andén y
lados de la vía; siendo recibido S. M. con gritos
de viva el Rey, contestados por todos los es-
pectadores. El ayuntamiento felicitó á S. M.
y á los pocos minutos continuó el viaje hacia
Reus.


En el andén de la estación de Reus, lujosamen-




265


te decorada, así como en los alrededores, se veían
miles de personas, y en el primero, formando á
pió la caballería cazadores de Bailón, que fué re-
vistada por S. M., tocando una música la marcha
real.


En el acto de subir el Rey otra vez al coche
real, una porción de niñas elegantemente vesti-
das, ofrecieron á S. M. flores y tortas en bandejas
de plata.


Después del cambio de máquina siguió el viaje,
y llegó á la Selva, cuyas inmediaciones estaban
atestadas de gente que prorumpió en estrepito-
sos vivas; y tanto en esta como en todas las de-
más poblaciones del tránsito, formaban los vo-
luntarios de la libertad, revistados también por
S. M., disparándose morteretes en todas las es-
taciones desde Reus á Vimbodí. En la Selva se
ofrecieron á S. M. canastillos de frutas, un ra-
millete de mucho gusto y un saquito engalanado
de avellana.


Al cuarto de hora de haber salido de la Selva
llegó el tren á Alcover, cuya población recibió á
S. M. como los demás pueblos, con repique de
campanas, salvas y gritos de entusiasmo, y entró
un momento S. M. en la bien adornada estación,
que ostentaba en sendos aparadores muestras de
los productos industriales y agrícolas, y se le re-




266
:galaron algunas magníficas uvas. En la Plana,
'población pequeña, pero que puede decirse tiene
"en ella una estación la importante villa de Valls,
l a animación superó en mucho á la de todas las
demás poblaciones. Miles y miles de personas
entusiasmadas aclamaban á S. M. ondeando los
pañuelos y los'gorros Los voluntarios de la liber-
tad, en numero de mas de "mil, formados á ío
largo de la vía fueron revistados por el Rey, y
unido á este conjunto él aspecto que presenta-
ba todo aquel terreno tan accidentado, cuyos ve-
ricuetos coronaba la gente escalonada en forma
de anfiteatro, los árboles tomados por asalto,,las
músicas, los coros, los vivas, las torres de los
chiquets de Valls, todo aquello en fin, entu-
siasmaba, y solo viéndolo puede formarse una
idea de aquel cuadro tan nuevo como sorpren-
dente. ,


En la misma estación de la Plana había otra
esposicion industrial, artística y agrícola y ,se le
regalaron á S. M. dos mantas trabajadas en Valls
como producto de la industria de dicha villa, por
uno de los vallenses que allí había»


Siguió él pintoresco y bellísimo pueblo de La
Riba que, como los anteriores tiene su contin-
gente de voluntarios de la libertad, y á los gritos
viva Amadeo I, fueron revistados por el Rey, es-




267


tando adornados con follaje los alrededores de la
estación y én cuya entrada y salida se habían' le-
vantado arcos de ramas.


La población de Montblanch, frente al liberal
pueblo de Barbera, villa cabeza de partido, recibió
á S. M. con campaneo, música y vítores, y el
ayuntamiento precedido de los maceros y de los
gigantes y enanos, asistió en corporación al reci-
bimiento. Los voluntarios de la libertad fueron
también revistados por S.M. Diéronse varios vivas
que fueron contestados por el crecido número de
espectadores, ño siendo mayor 'porque se habían
retirado'los de los pueblos inmediatos que hacia
dos días estaban aguardando al'Rey, y habían es-
perado hasta aquel día á !lás once, marchándose
desesperanzados.


La Esplugá de Francoli, pueblo célebre por su
manantial ferruginoso', recibió con vítores y en-
tusiasmo al Rey voftteáíidose las campanas, Co-
mo en los demás p1 tíebfos de la vía", desdé laque
se divisa el renombrado monasterio de Poblet.


Vimbodí fué el termino, del viaje, y como en
las demás poblaciones, tocaron las campañas,
formó la milicia y hubo estrepitosos vivas.


El viaje fué una no interrumpida ovación, rei-
nando en todos los puntos de la linea el mayor
entusiasmo, y recibiendo S. M. continuas pruebas




268


de adhesión y de simpatía, pues los vítores se pro-
longaban por toda la línea, por la que se estendian
los vecinos de aquellos pueblos.


Llegóse á Vimbodí á la una en punto, y hecho
el cambio de las dos máquinas que se necesitaban
para arrastrar aquella hilera de coches, regre-
só el tren hasta Reus, dirigióse. S. M. en carre-
tela á la celebrada y distante ermita de Miseri-
cordia, atravesando por la población, que estaba
engalanada como ninguna.


La magnifica estación de Reus se ostentaba
adornada con escudos y banderas, y al apearse
S. M., las músicas tocaron la marcha real.


Al regresar del templo, subió á la fábrica se-
dera Reusense, y muy detenidamente fué visi-
tada por el Rey; de allí se dirigió al Seminario,
casa de Caridad y después á la casa de la ciudad,
—que conserva dignamente gloriosos recuerdos
de Prim;—se ofreció á S. M. un sencillo refresco
y salió de las casas consistoriales, poco después,
para visitar los cuarteles.


El en.tu.áasm.0 ÍMÁ ciedeado, y en la esta-
ción prorumpieron las muchísimas personas allí
reunidas, en entusiastas vivas al Rey y á do-
ña María Victoria, y tanto á la entrada como
á la salida del tren se dispararon morteretes.
Las de la carrera estaban con colgaduras




269


y la calle de Monterols y Mayor adornadas con
pabellones de telas fabricadas en Reus.


La concurrencia era inmensa en todas partes,
y de los balcones se arrojaban al Rey versos y
flores.


La ovación que hizo Reus á S. M., fué, como
todas, espontánea: el mismo ayuntamiento habia
declarado dias antes, «que dejaba á la iniciativa
particular de los vecinos la demostración de sus
deseos y sentimientos en favor de S. M. el Rey
D. A m a d e o Y un periódico republicano, La
Redención del Pueblo, dijo al dia siguiente:


«En honor de la verdad, D. Amadeo, durante
su estancia en Reus, se ha portado como un ver-
dadero Rey democrático, y no parecía disgustado
de la franqueza republicana y noble independencia
con que le trató nuestro ayuntamiento popular.»


No se conoció ciertamente que hubiese repu-
blicanos en Reus: los que no aclamaban al Rey
no podían mostrarse más deferentes. Reus probó


' ser un pueblo ilustrado.
Y lo era en efecto, y llamaron la atención


las importantes y francas consideraciones que pu-
blicó el Diario dé aquella ciudad, en la primera
plana del número del dia de la visita de S. M.,
que lujosamente impreso se repartió con pro-
fusión.




270
«Señor, decían:
»Dignaos apartar por un. momento vuestra con-."


sideracion.de,las,frases lisonjeras que la,pasión
política.os dirija; dignaos apartar.por un momen-
to la vista de las demostraciones de fiesta y.-re*,
gocijo en que se la distraiga.; y. venid á contem-
plar, no la improvisada, superficie, sino el fondo
de esta tierra que pisáis..


»Aqui amamos el. trabajo; aquí deseamos ante .
todo y por encima de todo ver realizada la pros- ;.
perida4 -públicaaquí. estamos desengañados de,
los partidos„ de la política, de los gobiernos,
de los diputados, y hasta de los jefes del Estado,
porque desde muchos años, y á costa, de sacrifi-
cios cada vez mayores y menos llevaderos, hemos ;
presenciado el constante espectáculo de progra-
mas que no se han cumplido.


»Pespues.de .tantos y tan solemnes desengaños,
ya los programas no tienen para nosotros valor
alguno; y para creer necesitamos ver..Creeremos
en 1a moralidad cuando la veamos practicada;
creeremos en las economías cuando las veamos
hechas, no de un modo ilusorio, sino de un modo
radical y estable; creeremos en la prosperidad
pública cuando la veamos enderezada á su reali-
zación; y entonces, y solo entonces seremos deci-
cidos partidarios de quien haya procurado tales




271


bienes al país, sea quien fuere, llámese como se
llame, y venga de donde venga.


»Para los que no amamos sino vivir de nuestro
honrado trabajo, es triste cosa ver á tantos y
tantos hombres que sin títulos, sin merecimientos,
sin carrera, sin derecho alguno se encaraman á la
mesa del presupuesto, ó ayudan á sus hermanos,
primos, parientes y amigos á que saquen jugo del,
presupuesto.


»Para los que ayudamos á llevar las cargas del,
Estado, es triste cosa ver como en una Nación
que no ha tenido guerras, los que han llegado á ,
generales, se cuentan por centenares, y á cente-


os éscedentés y los retirados de cada
clase, que pudieran muy bien prestar servicio
todavía. Y ¡aun hay quien habla de otorgar as-
censos!


»Señor: Nosotros, los catalanes, los que no as-
piramos á vivir de la política sino de nuestro tra-
bajo, pensamos, hablamos y obramos con llaneza,
y sin ficción ni farsa. Por esto no creeremos en la
moralidad, mientras veamos que el ser diputado
es un título para encaramarse al presupuesto ó
para hacer que se encaramen los ahijados que no
tienen derecho alguno á ello. No creeremos en la
moralidad mientras hayamos de contemplar el
milagro de tantas nulidades, ayer desconocidas,




272


ayer desprovistas de influencia, y hoy elevadas á
la diputación á Cortes, y convertidas en influen-
cias de la situación. Si se quiere que se restablezca
la moralidad en este país donde la inmoralidad
viene causando tantos estragos, preciso es que co-
mience por ahí, por los representantes'del país.
Mientras no se comience por ahí, es inútil todo
cuanto se haga y se proponga.»


Prolongó S. M. su estancia en aquella liberal
población hasta la caida de la tarde, regresó á
Tarragona, casi de noche y desde la estación se
dirigió á pié á su morada.


A las diez de la mañana del 1 3 dejó el Rey la
ciudad de los Césares, despedido con entusiastas
aclamaciones quedando en todos tan grato, r e -
cuerdo de su permanencia como el que llevaba del
afecto de los tarraconenses.


Con campaneo y aclamaciones fué recibido Su
Majestad en Altafulla; felicitóle el ayuntamiento
y ofrecióle una señorita, en representación de las
del pueblo, un precioso ramillete que el Rey
aceptó gustoso. Visitó en Torredembarra á los
milicianos, aclamándole todos y á la Reina; en
Vendrell, le invitó el comité liberal con un deli-
cado buffet y al entrar en él, y hallarle sin gente
cuando tanta habia alrededor, mandó franquear la
entrada: fué delirante entonces el entusiasmo, así




273


como el respeto, sin que nadie se acercara á la
mesa, y distinguióse entre los vítores, el de viva
el mejor de los reyes. Continuó el entusiasmo y
aclamaciones en Arbós y Monjos, donde estaba el
pueblo en masa, los voluntarios de Yillanueva y
otras poblaciones cercanas, autoridades y corpo-
raciones, agotando cuantos medios hay de espre-
sar la alegría, sin omitir poesías, flores y frutas
que se le regalaron, palomas que en gran número
revoloteaban para caer luego en manos de los es-
pectadores , cuando se le presentó una comisión
de la milicia, regalándole un ramo de olivo como
signo de la paz que la Monarquía de Amadeo I ha
de consolidar en España. Revistó muy detenida-
mente la fuerza que le aclamaba, y regresó al
tren, muy conmovido de la entusiasta acogida que
se le hizo, pasando por un camino sembrado de
flores y limitado por un gran arco de triunfo que
le dedicaba el distrito.


Villafranca merece que se consigne como uno
de los pueblos que se distinguió en la línea, y en
donde S. M. tiene personas que han sabido sacri-
ficarse siempre por la libertad y que hoy están
dispuestos á demostrarle, aun á costa de su vida, el
respeto, alta consideración y estima con que con-
sideran á la nueva Monarquía elegida por el voto
de la Nación y digna del pueblo que la proclama.


18




274


Abriéndose diíícilmente paso por entre el pú-
blico, entró en la estación llena de banderas, ga-
llardetes y arcos de triunfo: de todas partes se
arrojaban palomas, poesías y flores; las músicas,
salvas, campaneo y el eco de más de 10.00Q bocas
que repetían los vivas á S. M. producían un efec-
to indescriptible; y era tanto el numeroso público
reunido que no pudo recibir más que de paso á
las comisiones que de Barcelona habían llegado
para saludar al Rey. Inmediatamente subió á una
carretela descubierta y se dirigió con todo el
acompañamiento á la iglesia principal. Las calles
del tránsito estaban atestadas de gente, guarne-
cidas con arcos de hermoso follage y colgaduras en
todos los balcones, desde los cuales se arrojaban
flores y poesías del Sr. Madorell. Al salir de la
iglesia marchó directamente al alojamiento que
le tenia preparado el senador Sr. Fontanals, don-
de recibió las comisiones que habían llegado de
Barcelonavaceptó un refresco que se le tenia pre-
parado y volvió al tren con el mismo gentío é
iguales aclamaciones, que se sucedieron sin inter-
rupción por el pueblo que ocupaba á ambos lados


' de la línea un trayecto de más de media legua.


En La Granada, San Sadurní y Gélida se repitié-
ronlas demostraciones de entusiasmo por la mul-
titud que ocupaba las estaciones, todas adornadas.




275


En Martorell fué recibido el Rey con respetuo-
so silencio y dejó de acudir el ayuntamiento re-
publicano; pero cuando se mandó que se franquea-
ra al pueblo la entrada á la estación se precipita-
ron todos como una ola, y al ver al Rey le
aclamaron. La Monarquía, —en aquel momento
al menos—triunfó del federalismo. Allí tuvo oca-
sión de apreciar el artesano como era recibido
por S. M. que estrechaba la mano que aquel du-
doso y tímido le alargaba; y cuando veian en el
Rey aquella llaneza que se les habia negado y
desfigurado, cuando comprendían que el Monarca
era digno del pueblo que más ame las libertades
públicas y se convencían por sí mismos que no
era el personaje que se les habia retratado con no
muy piadosa intención, su entusiasmo superó á
su anterior indiferencia y los vivas que se dieron
á S. M, en la republicana Martorell no fueron
menos repetidos y afectuosos que los de los demás
puntos del tránsito.


Así pudo preguntar muy oportunamente S. M.
—¿A quién representa el ayuntamiento?
Siguió el entusiasmo en Papiol y en Molins de


Rey donde se presentaron con el ayuntamiento
dos sociedades corales con sendos pendones, can-
taron hábilmente, se soltaron palomas al apearse
S. M. á visitar la fuerza que llenaba la adornada




276


BARCELONA.


Desde las primeras horas de la mañana se ob-
servaba en la ciudad un movimiento estraordina-
rio; la animación y bullicio propios de los días
festivos y que forman la fisonomía especial de
Barcelona comparado con los dias laborables, á
lo que se unia la grande afluencia de forasteros.


A las dos de la tarde salían las tropas de los
cuarteles, aumentando el movimiento y animación
que llegaba á su colmo á proporción que se acer-
caba la hora indicada para el arribo de S. M.


Los fuertes de la plaza hacían los primeros dis-
paros, anunciando que el tren real acababa de
llegar á la estación de Sans; el movimiento hasta
entonces inusitado ya, trocóse en torbellino, aflu-
yendo gente de todas partes hasta convertir las


estación, así como las de San Feliu, Cornelia,
Hospitalet y Sans, en las que el gentío era tan in-
menso que formaba una calle en toda la línea has-
ta Barcelona, á cuya ciudad anunció el cañón de
Monjuich, el de Atarazanas y los de los buques de
guerra surtos en el puerto, la llegada del Rey.




277


avenidas de la línea férrea, las de la estación y la
inmensa plaza de Cataluña,' estendiéndose hacia
el paseo de Gracia, la anchurosa calle de Ron-
da, estación de Sarria, etc., etc., en un solo grupo
compacto, innumerable y anhelante de- acer-
carse cada cual más, y el primero, al regio hués-
ped, á quien se aguardaba.


Las clases todas estaban confundidas, abundan-
do bastante las señoras entre tanta y tanta multi-
tud: á los innumerables coches que habían condu-
cido antes á las autoridades, corporaciones y de-
más personas invitadas al acto, agregáronse otros
muchos carruajes ocupados por familias que iban
á ser testigos de la entrada y á tomar parte al
mismo tiempo en el general regocijo. Un verda-
dero laberinto llegaron á ser aquellos sitios; un
movedizo oleaje de seres humanos y de vehículos
sin que á pesar de tan estraordinaria confusión,
viniese el más mínimo incidente á turbar aquel
perfecto orden, en medio del desorden más admi-*
rabie y digno.


Dieron otra vez á los vientos sus roncas voces
los cañones de los fuertes, y las campanas de to-
dos los templos, en señal de que acababa de llegar
á la estación de Barcelona, vistosamente engala-
nada, el tren conductor de S. M.


Pocos instantes después, á las cuatro y media,




278


(1) Dicho pabellón era verdaderamente regio: magníficamente
dispuesto y bellamente decorado, consistía en un salón improvi-
sado con mástiles dorados y pintados, de más de cien palmos de
altura coronados de gallardetes: fondos imitando el armiño, cor-
tinajes—recogidos por cordones y borlas de oro—y demás acce-
sorios azules; siendo también de este color el techo salpicado de
estrellas con un grande escudo de armas en el centro semi-tras-
parente. En el fondo un gabinete-tocador.


En uno de los costados del improvisado salón habia un precio-
so surtidor-cascada adornado con plantas y flores adecuadas, de-
bido al buen gusto del jardinero Sr. Oliva. Del pabellón se bajaba
por medio de una ancha escalinata á un elegantísimo parterre
con su centro alfombrado, elevándose en ambos lados altísimas
antenas sobre sus correspondientes pedestales con guirnaldas de
ramaje y flores naturales y jarrones dorados de columna á co-
lumna. Entre unos y otros adornos descollaban además distintos
escudos de armas, banderas, grandes leones dorados, etc., etc.


(2) Decia así:
«Señor: Habéis venido á Barcelona precedido por la fama de


vuestras virtudes y llegáis entre nosotros habiéndoos conquistado
ya las más ardientes simpatías de todos los buenos liberales.


»En nombre, pues, del municipio de Barcelona y en el de to-
dos y cada uno de mis conciudadanos os felicito por ello y os doy
la bienvenida.


«Indigno sucesor de aquellos beneméritos é insignes concelle-
res que en patente prueba del ardiente amor que profesaban á
sus buenos reyes les hablaban siempre el lenguaje de la verdad,
os diré señor, que tenéis ya sobrados merecimientos para espe-
rar de los catalanes, más que simpatías y cariño, leal y entusias-
ta adhesión, á la par que el más sincero afecto.


aparecía el Rey en el grandioso pabellón (1) dis-
puesto por el ayuntamiento, donde recibió á este
dirigiendo el alcalde primero Sr. Soler y Matas,
un discurso á S. M. dándole en nombre de Barce-
lona la bienvenida (2).




279


Al notar el Rey la insistencia del público para
acercársele, mandó se franqueara el paso, y ro-
dearon todos á S. M. aclamándole (1).


Al abandonar el pabellón el Rey, que vestía
uniforme de gala de capitán general de ejército,


»A1 llegar señor á las playas de nuestra patria, un suceso hor-
rible que llenó de dolor y luto los corazones de los españoles
todos, vino á demostrar con un signo providencial lo acertado
de vuestra elección hecha por la libérrima voluntad de un pue-
blo dueño de sus destinos, al paso que la noble sangre de la he-
roica víctima inmolada en aquellos supremos momentos, fué el
eterno lazo que debe unirnos á todos los buenos españoles y en
especial á todos los catalanes, porque sangre catalana fué la que
se vertió en aquel tan triste como aciago dia y con ella se podrá
escribir, señor, la primera página' de vuestra historia, que á no
dudar os dará por vuestra resolución en aquellos terribles mo-
mentos, el dictado de Amadeo I el Animoso.


J A este título habéis añadido ya el de Benéfico y yo, Rey de
España, en nombre de Cataluña, os suplico señor, añadáis á tan
hermosos dictados, el de protector de nuestra industria, el de pro-
tector de nuestros grandes intereses morales y materiales que
tan caros nos son.


»Hacedlo así, señor, y no dudéis no, que habéis labrado á la
par que vuestra propia felicidad y la de vuestra querida esposa y
familia, la que sentimos 110 se halle entre nosotros para saludar-
la con toda la efusión de que son capaces nuestros corazones, la
de los españoles todos, ya que no podéis olvidar, Rey mió, que
los reyes son solo felices, cuando felices son los pueblos que go-
biernan. •


«Aceptad, señor, el afecto y adhesión del alcalde primero de
Barcelona, y permitid se acerque á saludaros su fiel municipio
para ofreceros sus leales y sinceros respetos.


»¡Viva el Rey! ¡Viva doña María Victoria!»
(1) El peso inmenso que sostenia entonces el tablado le resin-


tió y se hundió un trozo que afortunadamente no causó desgracia
considerable; solo tres ó cuatro contusiones.




280


montó á caballo, presentóse en la gran plaza de
Cataluña en medio del innumerable pueblo que
le estaba aguardando, y fué saludado con la
más espontánea, entusiasta y general ovación, to-
mando activa parte las señoras agitando al aire
sus pañuelos y enviándole de .todas partes, inclu-
so de los balcones y terrados atestados de gente,
cariñosos saludos. Los nutridos vivas, se seguian
sin interrupción, y las músicas contribuian con
sus acordes a aumentar la animación.


Rompió la marcha la regia comitiva, abriendo
paso la fuerza municipal de caballería y un pique-
te de la guardia civil.


La misma muchedumbre que en la plaza de Ca-
taluña, y poseída de igual entusiasmo, habia en
toda la carrera. A la entrada de la Rambla se os-
tentaba un magestuoso arco.


Si es que hubiese alguna, serian muy contadas
las casas de la carrera,y los balcones y ventanas
que no tuviesen col gaduras y otros adornos mu-
chas, llenas de gente agitando los pañuelos los
gordos y los sombreros, sucediéndose los vivas y
las aclamaciones y manifestándose más y más á
cada paso las simpatías dispertadas por el joven
Monarca, quien correspondía á los saludos des-
cubriéndose continuamente, como se descubrían
también los espectadores, acercándose varios




281


hasta los pies del caballo que montaba S. M. y
recibiendo este los memoriales que se le presen-
taban.


Las tropas que formaban el cordón, quedaban
confundidas con el pueblo y á retaguardia en mu-
chos puntos; de manera, que quien realmente
custodiaba al Monarca era el mismo pueblo tanto
ó más que los soldados. A mitad de la carrera
iban ya algunos grupos intercalados antrela escol-
ta y la regia comitiva.


Así se llegó á la Catedral.
El recibimiento hecho por el cabildo á S. M.


fué conforme al ritual, y con el debido aparato.
A la presidencia de la comitiva eclesiástica, se di-
rigió por el coro al presbiterio, donde el Rey se
colocó debajo del dosel situado al lado del Evan-
gelio.


Se cantó el Te-Deum, durante el cual entró el
numeroso pueblo que llenó los claustros, y termi-
nada la ceremonia bajó el Rey á la capilla de
Santa Eulalia, de allí pasó á la del Santo Cristo
de Lepanto, y luego se dirigió á la puerta prin-
cipal, donde fué despedido con igual ceremonial
que al recibimiento.


Pocos momentos después de salir el Rey de la
iglesia, empezó á caer una menuda lluvia, pre-
cursora de la tempestad que sobrevino.




282


No por eso el joven Monarca abandonó su ca-
ballo, ni abandonaron su puesto lo que estaban
aguardando su paso. Continuó S. M. pausada-
mente su marcha hacia la plaza de la Constitu-
ción entre los vítores de la multitud.


Al entrar en la calle de la Libertad, arro-
jaron desde un balcón algunos centenares de
sentidas poesías dedicadas á D. Amadeo I. En di-
cha calle continuó la misma ovación. En todos
los balcones se veian mover los blancos pañuelos
y se oian de cuando en cuando entusiastas ví-
tores.


Otro tanto sucedió en la Rambla, donde ya to-
dos estaban medio calados á causa de la lluvia.


Del teatro Principal se arrojaron también poe-
sías.


Lo propio sucedió, echándose además á volar
palomas adornadas con cintas desde los balcones
del Círculo Liberal, así como desde lo alto del
grandioso cuanto elegante arco de triunfo que, á
través de la Rambla, habia levantado dicho
centro.


Llamó también la atención, y con justicia, el
suntuoso decorado con que engalanó los balcones
del local que ocupa el Círculo Liberal. Y no po-
día menos de suceder así dada la bien entendida
combinación de grupos distintos de banderas, atri-




283


butos de la industria, artes y ciencias y otros ac-
cesorios que formaban el conjunto, destacándose
en primer término un precioso busto de gran ta-
maño del festejado Monarca, debido al inteligen-
te escultor Sr. Novas.


Hasta llegar S. M. al palacio de la capitanía
general, donde se alojó, continuó diluviando, sol-
tando acto continuo las nubes un tremendo agua-
cero, sin que por esto abreviara el Rey el paso,
ni dejara de descubrirse á cada instante para sa-
ludar.


A aquel diluvio se debió que no desfilasen las
tropas que habian formado, por ordenar S. M. se
retirasen, presenciando solo parte del desfile des-
de el balcón de la capitanía que dá á la muralla
del Mar.


Sin descansar un momento ni desnudarse, em-
papado como estaba, por no hacer esperar á los
que aguardaban, recibió en seguida al ayunta-
miento , á la audiencia, claustro universitario,
autoridades, á la sociedad de los Amigos de los
Pobres y á cuantos al palacio habian acudido, con-
versando con todos y á todos mostrándoles la sa-
tisfacción que esperimentaba por el recibimiento
que acababa de hacerle Barcelona y que tanto es-
timaba.


Iluminóse la ciudad, por la noche, y al salir el




284


Rey á pié á recorrerla, le asedió de tal manera, en
cuanto fué conocido, la inmensa multitud que ro -
deaba el palacio, ávida de contemplar al Monarca,
que no pudiendo avanzar tuvo que retroceder y
renunciar á su paseo.


Las músicas de la guarnición le dieron una
magnífica serenata.


El recibimiento que hizo Barcelona al Rey,
resolvió el problema del viaje de S. M., que obje-
to aquella noche de todas las conversaciones fué
unánime la opinion de que era un Monarca agra-
dable, simpático, digno; un joven de corazón es-
forzado, de ánimo valiente; que los aplausos que
no buscaba sabia agradecerlos con dignidad; que
su presencia infundía respeto sin producir' te-
mor, y que evidente su caballerosidad, reunía en
sí todas las prendas que se necesitaban para ser un
buen Rey constitucional.


—¿Podrá serlo, preguntaban los más intransi-
gentes, si un partido se apodera de su persona,
tuerce sus nobles instintos y dispone de su volun-
tad? ¿Si los que le rodean no le presentan las co-
sas y personas sino bajo el prisma de sus pasiones?
¿Prescindirá de ser monopolizado, sino por cama-
rillas, por hombres de partido?


Y la contestación la hallaban en el mismo viaje
del que iba á inspirarse en la opinion pública; en




285


su comportamiento en todas las poblaciones visi-
tadas, no concediendo preferencias ni distinciones
marcadas, y estrechando lo mismo la mano del
alcalde republicano que la del de cualquiera otra
opinión; oyendo á todos, y repitiendo siempre
S. M. que quiere ser Rey de los españoles no
de un partido, y así hemos visto lo ha demos-
trado en más de un acto.


Solo de esta manera conquistaba generales sim-
patías y aplausos, que aumentaban cuanto más
conocido era.


Así obtenía desde el principio el respeto y la
consideración hasta de los desafectos, y lo consiga
naban los periódicos de oposición, leyéndose en
uno al siguiente dia de la entrada del Rey en
Barcelona:


«Hay algo superior al culto de las ideas y es el
culto de la verdad. No queremos averiguar las
causas del hecho, no queremos apreciar su impor-
tancia, pero el hecho es que Barcelona hizo ayer
al Rey Amadeo un recibimiento tan cariñoso que
de seguro ha sorprendido á los mismos progre-
sistas que con tanto afán y tantos temores prepa-
ráronlas ceremonias oficiales.»


Este hecho es lo que acabamos de manisfestar.
Decíase en otro escrito:
«Los que esperaban ansiosos disturbios y carre-




286


(1) La casa provincial de Caridad, fundada en 1802, albergaba
á la sazón 1889 individuos de ambos sexos, de todas edades, ha-
biendo entre ellos 331 fatuos.


Su cocina de vapor, es modelo: contiene seis calderas de hier-


ras, los que se hubieran alegrado de que la entra-
da del Rey hubiera sido tria é irreverente, habrán
quedado convencidos de que no es D. Amadeo el
Rey de una fracción ni el representante de un
partido, sino la espresion genuina de la voluntad
nacional.»


Barcelona que, como todo pueblo culto, puede
honrarse de los establecimientos benéficos que en-
cierra, los presentó cual correspondía á la regia
visita que les dedicó S. M. en el primer dia de su
estancia, yendo muy de mañana al Hospital pro-
vincial , á la Casa de Misericordia y á la de la Ca-
ridad, examinándolo todo con escrupulosa deten-
ción, recibiéndole en todas partes con arcos y
flores, músicas, himnos, coros y con cuantas de-
mostraciones sugería á sus ilustradas juntas la
cortesía y el afecto al Monarca.


Magníficos establecimientos de este género se
habían visitado; pero aún hubo que admirar en
algunos de los de Barcelona, conteniendo todos
numerosos acogidos, perfectamente tratados, dán-
doles educación é instrucción completa y utilizan-
do sus disposiciones (1).




287


Mucho satisfizo al Rey el buen estado de estos
centros de caridad, y al saber que todos los apa-
ratos notables eran producto de la industria
del país, dispensó lisonjeros elogiosa los directores
de estas casas y los alentó.


Hubo después en palacio una brillante recepción
á la que asistieron sobre doscientos-cincuenta mu-
nicipios ; visitó por la tarde la Casa de Materni-
dad , el Asilo de los niños huérfanos por los Anu-
de los pobres, institución reciente que cuenta
á SS. MM. entre sus asociados, y que continuando
sus dignos fundadores con el celo y desinterés que
has,ta aquí, adquirirá las proporciones que su fi-
lantrópico objeto merece para bien de la huma-
nidad desvalida y honra de la culta Barcelona;
siguió luego por el ensanche á la casa de las Her-
manitas de los pobres, y entusiasmado el pueblo
que á todas partes seguía al Rey y le veía tan so-
lícito por los desgraciados, cogieron algunas per-
sonas ramas de los árboles, y rodeando el coche
de S. M. le acompañaron como en triunfo, á la
vez que se adornaban los balcones. Así llegó acla-
mado al establecimiento antes referido, poblado
de pobres ancianos que enternecidos por el interés


ro, y en una sola se hacen desahogadamente las raciones para
todos los albergados, y se pueden hacer infinitamente más.


En el Hospital de Santa Cruz habia entonces 812 enfermos.




288


que por ellos mostraba S. M., le cogían la mano
besándosela y empapándola con sus lágrimas.
Aquel llanto de gratitud, las bendiciones de tan-
tos seres encanecidos, enternecieron á todos, y
nadie olvidará seguramente las tiernísimas esce-
nas que allí se presenciaron.


. Por mañana y tarde, produjo la presencia del
infatigable Monarca en los barrios estremos y en
las estrechas calles donde radican algunos dé los
establecimientos visitados, una de esas revolu-
ciones tan gratas para quien las motiva, como
para quienes las presencian. El vecindario acla-
mando desde sus casas al regio visitante ; el pú-
blico de la calle, agrupado y dando vivas á su
vez, pañuelos agitándose, rostros en quienes se
retrataban las emociones del corazón, todo, en
fin, lo que es la esprésion íntima de sentimientos
espontáneos y naturales de gratitud y afecto
al Rey.


Si esto hacia el pueblo en las calles, la buena
sociedad que reunió aquella noche el grandioso
teatro del Liceo, completamente lleno, le tributó
una entusiasta ovación, que empezó á recibir el
Rey antes de llegar al teatro, de la inmensa con-
currencia que se apiñaba en toda aquella grande
estension de la Rambla, compartiendo con los ví-
tores que al Rey se dirigían los dedicados á la




289


(1) No debemos dejar sin especial mención la orden de S. M.
para que desalojaran inmediatamente las tropas que le ocupaban
el magnífico edificio de la nueva Universidad, que aun no está com-
pletamente terminado.


Situado en las inmediaciones de los ferro-carriles de Zaragoza
y Sarria, es una buena posición estratégica, á lo cual se debió el
que se destinara^ más ó menos interinamente á cuartel, lo que se
edificaba para templo de la ciencia; pero al ver aquellas ventanas
ojivales, con casi todos los vidrios rotos; las cátedras convertidas
en cuadras, no estraño que los barceloneses se irritaran al pa-
sar por enfrente del edificio en cuestión, y lo mismo debió su-
ceder á S. M. cuando así se ha apresurado á disipar este motivo
de disgusto para los habitantes de la ciudad condal.


Esta ha correspondido, por su parte, manifestando por medio
de la prensa, sin distinción de matices, su gratitud al Rey, á quien
no impiden sus aficiones militares el reconocer que, así como los
estudiantes no deben ir á los cuarteles, tampoco los soldados de-
ben alojarse en las universidades, sino momentáneamente, y
cuando lo haga necesario la conservación del orden.


Inútil me parece hacer estensivo al general Córdova mi modes-
to pero merecido elogio, por la parte que en ello tuvo y porque
el Rey no ejercía un acto de carácter político sin el asentimiento
ó sin el consejo de sus ministros responsables, cual corresponde
á un Monarca tan sinceramente constitucional como D. Amadeo.


Por lo demás, uno mi voz á la de los periódicos barcelone-
ses, á fin de que se termine cuanto antes la nueva Universidad y
puedan las ciencias sentar en ella sus reales, para honra de todo»
y muy especialmente del ilustrado Monarca que con tan esquisita
solicitud procura adelantarse á los deseos de los pueblos que 1&
ha confiado el voto de la Nación.


19


Reina Victoria, que para un pueblo de las morige-
radas costumbres del catalán, no podia ser olvi-
dada la que es de ellas modelo.


La mañana del 15 la invirtió en visitar los
cuarteles (1) y revistar las tropas en ellos aloja-




290


(1) Cuyo presidente el Sr. Bosch y Labrús felicitó al Rey en
estos términos:


«Señor: Venimos en nombre del Fomento de la Producción Na-
cional á saludar á V. M. y felicitarle por su bienvenida.


El Fomento de la Producción Nacional, asociación esclusiva-
mente económica y que abarca la representación de las distintas
clases productoras, no tiene otro objeto ni alimenta otras aspira-
ciones que las que indica su título; fomentar la producción, des-
arrollar el trabajo, acrecentar la riqueza íntimamente convenci-
dos no solo sus fundadores, sino cuantos á ella se han adherido
en esta y en otras provincias, que solo en el fomento del trabajo
y consiguiente acrecentamiento de la pública riqueza pueden
encontrar los pueblos condiciones bastantes de prosperidad y so-
siego, y los gobiernos recursos permanentes para subvenir á los
altos fines que les impone la civilización y el progreso.


Ardua es la tarea que el Fomento se ha impuesto, pero las sim-
patías que V. M. desde su advenimiento al Trono viene manifes-
tando en favor de la industria nacional, á la par que facilita
nuestra misión, nos animan á proseguir con celo y eficacia la co-
menzada obra, con la esperanza de llegar en breve tiempo á un
resultado satisfactorio en beneficio de los intereses morales y ma-
teriales del país.


das, prefiriendo esta más detenida y exacta revis-
ta á la de una ostentosa parada, que asemeja siem-
pre á un alarde de fuerza, á un vistoso espec-
táculo para el público.


Cuando llegó á palacio S. M. le aguardaban
distintas comisiones y particulares á las cua-
les recibió en breve, durando esta recepción
dos horas, porque detenidamente habló con todas
aquellas. Estaban representadas la Junta de Obras
del puerto, la Asociación del Fomento de la Pro-
ducción Nacional, (1) el Círculo liberal, la reunión




291


democrática y otras corporaciones. Con todos
conversó largamente el Rey y á todos trató con
igual deferencia.


También recibió S. M. acompañado de varios
diputados que se hallaban en Barcelona, á una
comisión de obreros para felicitarle en nombre
de 12.000 compañeros suyos. Uno de los comisio-
nados dirigió á S. M. un correcto discurso de
bienvenida en apoyo de los deseos espresados en
una esposicion de que se hizo entrega ¡al Rey,
pidiéndole protegiera el derecho de asociación de
los obreros por los medios legales, y en consecuen-
cia con los preceptos constitucionales.


S. M. que habia escuchado con religiosa aten-
Señor: mientras otras naciones más afortunadas se dedicaban


por todos los medios á desarrollar sus gérmenes de riqueza, mien-
tras en la Europa civilizada se verificaba una gran transforma-
ción en la manera de producir, aplicando á la agricultura la in-
dustria y las ciencias, la Nación española, tan desgraciada como
digna de mejor suerte, empleaba su vigor/y agotaba sus fuerzas en
guerras civiles y discordias intestinas. De ahí viene principalmente
el atraso en que nos encontramos con respecto á otros países en la
mayor parte de los ramosjle producción; de ahí viene la necesidad
de compensar por medio de tarifas arancelarias la diferencia de
medios y elementos entre los productores españoles y los de otras
naciones más afortunadas. Hágase esto como reclaman la conve-
niencia y la justicia, adóptese un sistema económico nacional de
acuerdo con nuestro atraso y con nuestras necesidades: á la par
que será un eficaz antídoto contra las perturbaciones sociales,
aumentando y estendiendo los medios de subsistencia, impedirá
que siga siendo un hecho lo que ha dicho recientemente un re-
putado economista, que no encontrando los españoles ocupación




292


cion al modesto orador, fué con no menor religio-
sidad oido por los comisionados, quedando uno
y otros altamente complacidos de tan intere-
sante entrevista, que produjo además la liber-
tad de algunos de sus compañeros que estaban
presos.


El teatro Principal dispensó aquella noche á Su
Majestad una ovación no menos entusiasta que la
del Liceo, en la que tomó parte toda la escogida
concurrencia que llenaba el local hasta los pa-
sillos.


Los más vehementes deseos del Rey en Barce-
lona, después de haber visitado á los pobres y á
sus compañeros de armas, los cumplió el 16 em-


lucrativa fuera de los círculos oficiales, el instinto de propia con-
servación les obliga á buscar un empleo en esos centros. Nuestra
Nación puede y debe ser grande; en nuestra Nación hay gérme-
nes de riqueza sobrados para que los españoles no tengan que re-
currir al presupuesto para subvenir a sus necesidades y labrarse
una posición independiente.


Quiera Dios, señor, que imitando las'clases la moderación, la
laboriosidad y el respeto á la ley de que V. M. nos da cotidianos
ejemplos, se acostumbren al cumplimiento de los deberes que
impone el patriotismo; y que contribuyendo cada cual dentro de
su esfera y en el círculo de sus atribuciones á facilitar la acción
del Gobierno, pueda este dedicarse á satisfacer las aspiraciones
del país, protegiendo el trabajo, base principal de moralidad, fo-
mentando la producción, primer elemento de prosperidad y
grandeza.


Dios conceda á V. M. y a la real familia una dilatada y próspe-
ra existencia para labrar la felicidad de este pueblo tan leal
como honrado.»




293


(1) Existen en esta fábrica siete máquinas de vapor que pro-
ducen una fuerza de 550 caballos efectivos.


Estas máquinas consumen al año 3.850.000 kilogramos de car-
bón de piedra, y agregando el que se emplea en el blanqueo, tin-
tes, secadores, gasómetro, etc., en cantidad de 1.900.000 kilogra-
mos, resulta un total de 5.750.000 kilogramos.


La hilatura se compone de un gran número de máquinas para
batanar, cardar y convertir en mecha el algodón en rama, y
de 114 máquinas de hilar, Selfactings, ó automáticas, con un to-
tal de 42.000 husos. La producción en un año asciende próxima-
mente á 700.000 kilogramos de hilo de diferentes números desde
el 20 al 60.


La sección de tegidos, aparte de sus preparaciones cuyas má-
quinas unas ponen el hilo en rodetes, otras en los cilindros llama-
dos plegadores, y otras dan el apresto á los urdimbres, contiene
cerca de mil telares mecánicos de diferentes anchos, que produ-


pezando el dia con la visita de la gran fábrica que
posee la España Industrial en Sans, construida
en 1848 en una aérea de 73.000 metros cuadra-
dos, de los cuales tiene 20.500 edificados con edi-
ficios de tres y cuatro pisos.


El ayuntamiento de Sans, que salió á recibir
á S. M. le acompañó hasta la fábrica, en medio
del mayor entusiasmo de la población que habia
adornado con ramajes varias calles y levantado
un arco de triunfo.


Al penetrar el Rey en aquella suntuosa fábrica,
fué entusiastamente aclamado por los operarios
de ambos sexos, regalándole las operarías un rico
devocionario dedicado á la Reina. Enteróse S. M.
minuciosamente de todas las operaciones (1),




294


cen unas 550 piezas diarias de 50 metros de largo, formando al
año una producción total aproximada de 160.000 piezas, ó sean
unos ocho millones de metros de tegidos de diferentes anchos y
clases.


Estas piezas se blanquean y tiñen en el mismo establecimiento,
se destinan luego, unas á géneros blancos, otras á percalinas
para forros y más de 100.000 á ser estampadas en la sección dedi-
cada á este objeto.


En esta sección de estampados existen ocho máquinas de pin-
tar con cilindros qug imprimen á la vez en las telas dibujos de
dos, tres, cuatro y hasta diez. colores.


A esta sección, va anexo un taller de grabadores con tres má-
quinas pentógrafas, cinco de moldear y otras accesorias para gra-
bar, ya directamente por medio del ácido nítrico, ya con moletas
ó matrices de acero, los cilindros de cobre que sirven para la es-
tampación. De estos existen más de mil con dibujos tgrabados que
se renuevan en cada estación.


Existe en fin, la sección de aprestos con sus máquinas de almi-
donar, lustrar, grabar, prensar, medir y doblar el género, y va-
rios talleres para la reposición de los útiles y reparación de la
maquinaria del establecimiento.


En resumen: abraza esta fábrica todas las industrias y todas las
manipulaciones necesarias para convertir el algodón en rama en
géneros blancos de diferentes clases y anchos; en percalinas de
multitud de colores y dibujos; en indianas de una variedad conti-
nua y adaptada á los gustos de todas las provincias de España; y
en telas llamadas cretonas y persas para muebles, cortinages y
habitaciones, de variados gustos y calidades.


El personal que depende de este establecimiento es entre em-


aceptó un. espléndido refresco, y despedido con
las mismas aclamaciones, pasó á la fábrica del se-
ñor Güell, en el mismo pueblo, donde produjo
igual animación y entusiasmo su presencia, no
saliendo menos admirado de los escelentes pro-
ductos de esta fábrica.




295


pleados y operarios de unos 1.070 hombres, 450 mujeres y 170
nifíos. En suma, 1.690.
El algodón y demás primeras materias que consume en un año


importan unos Rv. 11.500.000
YiO&ysroaNs», taj^y»i«№\fc» «. 6.000.000
Y los gastos generales amortización y reparacio­


nes. . . « 1.500.000
Rv. 19.000.000


El capital social es de 32 millones de reales.
La dirección de esta Sociedad está confiada á ios Sres. Muntadas


hermanos, que fueron sus fundadores en union con algunos ca­
pitalistas de Madrid y Barcelona.


(1) La Sociedad anónima La Maquinista Terrestre y Marítima,
tiene por objeto la fundición de metales, construcción de buques,
calderas, máquinas de vapor terrestres y marítimas, locomotoras
para eauáuos te \ a m o , motores hidráulicos, transmisiones de


La Maquinista terrestre y marítima estable­
cida en la Barceloneta, que no solo honra á Bar­
celona, sino á España, no podia dejar de ser vi­
sitada por un Rey que se interesa por el progreso
de la industria y la dispensa toda su protección,
y á ella fué, recorriendo todos sus talleres, admi­
rando aquel acertado empleo de la inteligencia y
de la fuerza, presenciando la fundición de colo­
sales piezas de hierro, la inteligente clavazón de
las calderas y cuantas operaciones grandes, admi­
rables todas, exige la construcción de inmensas y
complicadas máquinas, así como el esmero de lo
que constituyen los indispensables pormenores de
una fabricación en tan grande escala (1).




296


movimiento, y en una palabra, toda clase de maquinaria para
las industrias fabril, agrícola y metalúrgica.


Para la ejecución de estos trabajos, cuenta con un capital de
un millón de duros, y posee unos vastísimos talleres en el barrio
marítimo de la Barceloneta, contiguos á la orilla del mar, en
cuyos patios pueden entrar los buques que deben ser reparados.


Los talleres ocupan una área de 16.000 metros superficiales, y
en ellos hay grandiosos departamentos para la fundición del hier-
ro, para el ajuste de las máquinas, para las fraguas y martineft
de vapor, para la calderería de hierro y de cobre, para cerraje-
ros-ajustadores , para carpinteros-modelistas y finalmente, para
las secciones de ingenieros, delineantes y administración de la
Sociedad.


Los terrenos y edificios que posee, la Compañía tienen un valor
de 300.000 duros.


La maquinaria toda que tiene en activo servicio para la mani-
pulación del hierro y construcción de máquinas vale 180.000
duros.


Visitó por la tarde la fábrica de sederías de
don Eduardo Reig, que cuenta con un personal
de unos 400 operarios, y de la cual salen ar-
tículos, crespones especialmente y pañolería en
tal abundancia, y tan variadas clases, que difícil-
mente habrá en provincias mercado de alguna
importancia donde no figuren los productos de di-
cho establecimiento.


Con ocasión de esta visita, ofreció el Sr. Reig
á S. M. un precioso retrato tegido en seda negra
y blanca de perfecto parecido y de un trabajo tan
esmerado, que apenas se diferencia de la mejor li-
tografía, con sus claro-oscuros, y todos los deta-
lles del uniforme.




297


Aquellos inteligentes obreros dirigieron tam-
bién un discurso á S. M. agradeciéndole la visita
que les hacia, considerada por ellos como un pre-
mio y un estímulo á la vez de su laboriosidad.


Visitó enseguida la fábrica de B. Sola y Sertz
hermanos, y los magníficos almacenes de toda cla-
se de tegidos que eran una verdadera esposicion,
y ya de noche, y con pena de no visitar detenida-
mente la fábrica de Escuders, regresó á palacio,
no impresionado sino admirado de cuanto habia
visto, manifestando á todos que no creia, ni se sa-


: #
Los materiales acopiados que comunmente tiene en almacén


para ser transformados en máquinas y artefactos, valen por tér-
mino medio 50.000 duros.


Los operarios que actualmente ocupa la Sociedad, son 800.
El número de quintales de hierro que anualmente se funden en


este establecimiento, es por término medio de 40.000.
El valor de los productos que elaboran anualmente los talleres


no puede precisarse con exactitud, puesto que depende de la ma-
yor ó menor demanda del mercado; pero puede calcularse en
unos 220.000 á 250.000 duros.


La Sociedad ha construido en épocas anteriores diversas máqui-
nas, calderas y artefactos para la armada nacional y para estable-
cimientos sostenidos por el Estado. Hoy por hoy nada construye
para ese destino.


El dia en que S. M. se dignó visitar los talleres de La Maquinis-
ta Terrestre y Marítima, y después de haber seguido uno por uno
todos sus departamentos, se fundió en presencia del Rey una
gran pieza ó segmento del volante dentado para las máquinas de
vapor gemelas de la fuerza de 120 caballos en junto, destinadas
ala fábrica de hilados, tejidos y blanqueo que los señores don
José Puig y Compañía tienen establecida en el pueblo de Esparra-
guera (Cataluña).




298


bia en el estranjero que hubiera en España tanta
y tan adelantada industria.


Por la noche asistió al concierto que el Círcu-
lo filantrópico dedicaba á S. M. en el Circo Bar-
celonés convertido en un verdadero jardín, hasta
con una cascada que se habia improvisado en el
salón de descanso, frente á la puerta de entrada;
ostentándose también en el jardín improvisado
en el sitió de la orquesta, un elegante surtidor de
mármol que lanzaba el agua á grande altura.


Los mismos aplausos y aclamaciones que en los
teatros á que asistió en las coches anteriores, se
le tributaron; aclamaciones que empezaron desde
su salida de palacio.


Llenaban el puerto de Barcelona luciendo su
magestuoso porte la Villa de Madrid, la Nu-
manciay la Méndez Nuñez, á las que fué á vi-
sitar el Rey el 17, pasando por delante de los va-
pores de guerra Ulloa y Lepanto, y la corbeta
Diana que hicieron los saludos correspondientes.


Visitó primero la Villa de Madrid, recibido con
los honores de ordenanza, revistó su tripulación,
recibió á todos los pilotos de los buques mercan-
tes que acudieron á saludar al Rey, conversó con
ellos afablemente, representóse un simulacro de
abordaje por la proa, y fué obsequiado S. M. con
un delicado buffet.




299


(1) La historia del puerto de Barcelona es antigua, pues ya
en el siglo XIII se construyó el arsenal de las galeras del Estado,
cuyos edificios se descubren entre los de Atarazanas.


En 2 de Agosto de 1439 se sentó la primera piedra del muelle
y se hicieron algunas obras, destruidas por un temporal; se inau-
guraron de nuevo en 1447, teniendo en 1482,103 metros de lon-
gitud; se paralizaron, empezaron de nuevo en 1590 en cuya época
se construyó la muralla de mar; en 1602 tenia ya el muelle 167
metros, que es próximamente hasta donde está situada la fuente
de la Aguada; volvieron á paralizarse las obras, se prosiguieron
en 1619, paran otra vez en 1641, se continuaron en 1693 hasta
1697 en que quedaron terminados unos 330 metros, que viene á
ser hasta el sitio en que hoy está colocada la machina; se hicie-
ron los primeros trabajos para mejorar el fondo en 1679 á 1688,
en 1745 se emprendieron nuevamente las obras del muelle y
en 1792 se llegó al estremo donde hoy existe la linterna vieja.
Reservadas al siglo actual las grandes obras, se empezaron el 24
de Setiembre de 1816 las del Muelle Nuevo, del que en 1822 ha-
bía construidos 418 metros; se suspendieron por las vicisitudes
políticas y se continuaron en 1825, hasta que \VL 1832 se termi-
naron hasta donde hoy existe el faro.


Visitó también la Mendez-Nuñez y la Nu-
mancia preparada para el baile de la noche, y en
una falúa se dirigió á la punta del muelle del
Oeste á examinar las obras del puerto (1). Esta-
ba destinado al Rey colocar la última piedra, que
fija el centro del morro del espigón Oeste, pró-
ximo á terminarse. Al enseñar á S. M. el inge-
niero Sr. Garran, el estado en que se hallan las
obras, indicóle que un gran cubo de piedra', que
allí estaba preparado, debia colocarse en el citado
centro del morro en que termina el muelle, y




300


Destruido en 1844 por los temporales el estremo del Muelle
Nuevo, que se reforzó en el mismo año, se construyó en 49 el de
la Paz.


En 1855, el ingeniero D. Pedro Andrés y Puigdollers, formó un
proyecto para el puerto, que fué aprobado en seguida por Real
orden, se adjudicaron al año siguiente las obras del dique del
Este que comenzaron á ejecutarse, se rescindió la contrata en
1861 habiéndose hecho 216 metros lineales de dique, formó don
José Rafo un nuevo proyecto, cuyas obras empezaron á ejecutar-
se por subasta que se rescindió también en 1865, habiéndose
construido obras que costaron más de 8 millones de reales; se
continuaron estas por administración; se estudió por el ingenie-
ro D. Mauricio Garran la modificación del proyecto aprobado; se
organizan de nuevo y en grande escala los trabajos, se creó la
Junta del Puerto en 1868 para arbitrar fondos para las obras, si-
guen estas con actividad empleándose en ellas más de 1.400
operarios, se aprueba el proyecto definitivo de Garran, hoy direc-
tor de las obras, y Barcelona puede vanagloriarse de que en bre-
ve tendrá uno de los mejores puertos, merced al celo é inteligen-
cia de la dignísima Junta del Puerto, que la componen verdade-
ras ilustraciones de aquella industriosa capital.


haciendo funcionar la grúa, quedó el cubo senta-
do en su sitio. En el centro se fijó una bandera
española que dio á conocer al público tan impor-
tante hecho, que revela la próxima terminación
de aquella obra; y el Sr. Garran se dirigió á Su
Majestad y le dijo, que si aquella piedra signifi-
caba la próxima terminación de la obra, revelaba
al propio tiempo que no está lejano el dia en que
el país toque los satisfactorios resultados que ha
de obtener poseyendo un puerto tan importante
como el de Barcelona, deseando á S. M. que la




301


firmeza de la piedra en el sitio donde se habia co
locado, simbolizara el afianzamiento de la Mo-
narquía personificada en D. Amadeo.


Acto continuo se procedió á arrojar al mar 800
toneladas de piedra, para el fundamento de di-
cho morro, para que S. M. viese con cuanta
sencillez se practicaba tan importante operación.
Como dichas piedras se hallaban en cuatro gran-
des barcazas, fué un espectáculo sorprendente
ver las nubes de espuma que levantaban al caer
aquellas moles de roca; y para que fuera más
grandioso el espectáculo, se dispararon á la vez
infinitos barrenos en la cantera de Monjuich—
que no pudo visitar S. M. por falta de tiempo—
y sus detonaciones eran las salvas de aquella
magnífica ceremonia, de aquella fiesta de la in-
dustria y del arte; salvas más útiles que las que
se emplean para ostentosos festejos, sin más bene-
ficio que el ruido, y allí la pólvora que se gasta-
ba arrancaba de la montana la'piedra que iba á
servir de cimiento al muelle, ó dar antes de co-
mer al picapedrero para colocarla labrada en los
bellísimos faros que han de ostentarse á la entra-
da del puerto como sus vigilantes centinelas, ó
como celosos amigos, dando con su luz guia y
amparo al navegante.


La junta de las obras, que tenia preparado un




302


(1) Debemos hacer constar que la junta de las obras del puer-
to, considerando que los fondos que recibe deben aplicarse ínte-
gros á las obras que tiene á su cuidado, con una delicadeza que
le honra, costó con fondos del bolsillo particular de, los indivi-
duos que forman aquel cuerpo, el refresco que ofreció á Su Ma-
jestad.


(2) Junto á aquel edificio habia un notable gabinete de petri-
ficaciones sacadas del fondo de la montaña de Monjuich.


«


delicado buffet (1) invitó á S. M., que aceptó
aquella muestra de agradecimiento, y la comiti- -
va pasó al depósito de las herramientas, que sin
perder su fisonomía característica sirvió para el
fin que se proponía la junta. Colocados simétri-
camente todos los instrumentos que los operarios
emplean en las rudas faenas de las obras del puer-
ta, entre picos, palas, azadones, poleas y otras
máquinas, se supieron disponer tres mesas ates-
tadas de ramilletes, dulces, vinos y licores que
formaban combinaciones agrícolas, é indicaban
que una mano diestra y esperimentada había
ordenado cuanto allí se veía (2). La vagilla era
de oro y la cristalería escelente. S. M. tomó
un ligero refrigerio, y al marcharse fué despedi-
do al grito de ¡viva el Rey!


Presenció las regatas dispuestas por la mari-
nería de los buques mercantes; asistió, aunque
tarde, á la corrida de toros celebrada en su
obsequio; pusiéronse en pié los espectadores sa-




303


ludando á S. M. con nutridísimos aplausos y vi- '
vas, se arrojaron poesías de algunos palcos, fué
aclamado como en la de Valencia, y por la noche
en la función que en el teatro del Liceo daban los
amigos de los pobres; pasó después al circo ecues-
tre, al baile en el prado Catalán y al teatro de
Romea, victoreándole en todas partes la inmensa
concurrencia que habia acudido, aunque no se
tenia la seguridad de la asistencia de S. M., quien
se 'presentó á poco en el baile que se dio á bordo
de la Numancia, que en medio de la oscuridad
de la noche presentaba, por su iluminación este-
rior, un golpe de vista deslumbrador y mágico.


Convertida la popa del buque en espacioso sa-
lón de baile, cuyo principal adorno consistía en
caprichosos grupos de flores, plantas y arbus-
tos, combinados con gusto artístico, llamaba la
atención sobre manera un promontorio que partía
del palo mayor y formaba una vistosa cascada de
agua. Los cabrestantes convertidos jarrones con
inmensos ramos de flores.


Sobre una de las escotillas habia formado un
grupo con atributos militares y armas de todas
clases.


La iluminación, que no pudo hacerse con gas,
como se habia pensado, era espléndida, á la par
que bien combinada, pues además de gran núme-




304


ro de arañas de cristal, la daban unos originales
candelabros cuyos pies eran balas cónicas de 300,-
que sostenían grupos de bayonetas en las que es-
taban puestas las velas.


Cubría el salón un toldo en cuyo centro se os-
tentaba la cruz de Saboya, de grandes dimen-
siones.


La parte de proa, que también se hallaba cu-
bierta con un toldo con la misma cruz, estaba
igualmente adornada, con flores y servia de salón
de descanso. Debajo del castillo el guardar opas.


Los botes y lanchas conducían en pocos minu-
tos al buque, donde se verificaba la fiesta, á los
convidados, que al llegar á él se encontraban sor-
prendidos con un lindo jardín flotante, en el que
habia una comisión de la oficialidad para acom-
pañar á las señoras hasta la escala.


En los arcos de follaje que se alzaban sobre la
balsa, se leia en letras colosales, formadas con
vasos de colores: A S. M. el Rey.


Cuando el Monarca se embarcó en la puerta
de la Paz, encendiéronse en ella flamas de benga-
la, á cuya señal hicieron lo propio otros buques,
y se disparó un castillo de fuegos artificiales en
la capitanía del puerto.


Al llegar S. M. á la Numancia, la banda de la
Villa de Madrid, que se hallaba en la primera,




305


20


tocó la marcha real, y desde el alcázar fué ilu-
minado el salón con la luz eléctrica, ó Drumont.


El Rey, con los ministros de Marina y de la
Guerra, recorrió el salón, seguido de las perso-
nas que le acompañaban, conversando con algu-
nas señoras y caballeros. En el mismo momento,
una escelente orquesta, Oculta entre las flores,
inauguró el baile con un rigodón, bailado por
multitud de parejas.


Otras danzas siguieron en esta; pero fué casi
imposible poder bailar á causa de lo numerosísi-
ma que era la concurrencia, y escogida, figuran-
do gran número de distinguidas familias de Bar-
celona, vistiendo por lo general elegantísimos tra-
jes, habiendo muchos lujosos y de esquisito gusto.


Cuando cesaba la orquesta, la banda que estaba
en el primer puente, tocaba escogidas piezas de
ópera; así que la música no tenia interrupción; y
como no se veia y se oía dulcemente, el encanto
era completo.


A las dos empezaron á servir helados y dulces
á las señoras que en triple fila de sillas se halla-
ban sentadas sobre cubierta.'


S. M. fué invitado á un buffet en uno de los
camarotes, en el que.entró seguido de algunas
autoridades y de varias señoras: y algún tiempo


después se abrió para todos.




306


Prolongó el Rey su estancia toda la noche en
aquella verdadera mansión del placer, que no en
otra cosa estaba convertida la acorazada fragata,
imponente máquina de guerra que conserva los
gloriosos trofeos del Callao, sin que nadie pen-
sara ni un momento que solo mediaba una tabla
entre la muchedumbre y el abismo.


El 19 visitó S. M. la magnífica fábrica de sede-
derías del Sr. Escuder, como habia prometido, la
grandiosa de hilados y tegidós de los Sres. Batlló
y el suntuoso almacén de muebles de los señores
Pons y Rivas, admirando en todos los adelantos
de nuestra industria, que honra á España, siendo
de lamentar que no sea tan conocida como de-
biera.


En varios de los establecimientos visitados por
el Rey, dejó lotes de 1.000 reales para los obre-
ros y obreras.


Pero aun asistió aquel dia á uno de los actos
más grandiosos y benéficos de un pueblo culto.
Inspirado el ayuntamiento de Barcelona en los
levantados sentimientos del Rey, siempre dis-
puesto en pro de las clases desvalidas, y queriendo
solemnizar de una manera que le fuera grata su
estancia en la capital del principado, que á todos
llenaba de júbilo, acordó en consistorio de 24 de
Agosto, en sus deseos de demostrar su adhesión y




307


(1) Al convocar el ayuntamiento á los aspirantes se presenta-
ron 41 solicitudes, que examinadas detenidamente quedaron re-
ducidas á 29 por no estar las restantes comprendidas en las con-
diciones del programa.


Escedia este número sin embargo* al de los donativos ofrecidos,
y eL ayuntamiento, que no veia más que 29 personas igualmente
dignas de la gracia, siéndole imposible escoger entre los concur-
rentes cuáles debieran ser los agraciados y queriendo sostener al
mismo tiempo lo acordado, dispuso que la suerte lo decidiera,
convocó á los 29 aspirantes á presenciar el sorteo, les comunicó


respeto al Rey que representaba la voluntad de
todo un pueblo espontáneamente manifestada, sub-
vencionar veinte donativos de 500 pesetas cada
uno, á favor de los que sin más recursos que el
trabajo, hubiesen tenido la desdicha de verse im-
posibilitados para él á consecuencia de algún ac-
cidente desgraciado, inherente al mismo.


Barcelona, que vive por la industria y se des-
arrolla y engrandece por el comercio, esa noble
ciudad patria del trabajo y cariñosa madre adop-
tiva de todos los adelantos del siglo, no podia
dejar de pagar un tributo á aquellos seres que,
víctimas de su amor á lo que constituye el más
honorífico distintivo del carácter de su país se
veían privados del sustento, y consideró el ayun-
tamiento la ocasión más oportuna la visita de S. M.
para que los himnos de agradecimiento de los des-
graciados se unieran con las aclamaciones de jú-
bilo que su presencia inspiraba (1).




308


la resolución tomada por el municipio, y un laudable pensamien-
to germinó en la mente de todos; una voz unánime salió de sus
agradecidos pechos, que revelaba lo mucho que puede la frater-
nidad de la desgracia; pensamiento que un instante convirtió en
una sola familia á 29 personas que por vez primera se veian. La
idea de que nueve de aquellos infelices debian quedarse sin auxi-
lio entristeció todos los semblantes, algunos ojos vertieron amar-
gas lágrimas y todos estuvieron conformes en que el importe total
de los veinte ;donativos se repartiera en partes iguales entre los
que se llamaban mutuamente queridos hermanos en el infor-
tunio.


Formulada en este sentido una atenta esposicion al municipio,
accedió este á repartir las 10.000 pesetas como deseaban los su-
plicantes, formó 29 lotes en vez de-20 y organizó la solemne fun-
ción para adjudicarlos.


A las dos y media de la tarde estaba reunida
en el magnífico salón de Ciento de las casas con-
sistoriales una brillante concurrencia, solícita de
apreciar aquel interesante acto, cuando se pre-
sentó S. M. acompañado del cuerpo municipal y
de una.numerosa comisión de la escelentísima
diputación. Al entrar en el salón fué respetuosa-
mente saludado, en tanto que dos bandas de mú-
sica tocaban la marcha real. El secretario, señor
Camps, leyó con conmovidb acento una sentida
relación del acuerdo de que acabamos de hacer
mérito y que estaba encaminado á llevar un con-
suelo á las familias desgraciadas de aquellos po-
bres obreros, la reseña de cuyos servicios, sufri-
mientos y desgracias trazó sucintamente, logran-
do impresionar á todo el concurso.




309


Seguidamente, llamados cada uno por su nom-
bre, porque en su mayor parte se hallaban
presentes, S. M. les iba entregando placentero,
un documento en que constaba el donativo, diri-
giendo á algunos de ellos palabras afectuosas. Este
acto fué conmovedor en estremo y produjo una
impresión difícil de esplicar. Los circunstantes
prorumpieron en entusiastas vivas.


S. M. á poco rato salió del salón, cuya concur-
rencia quedó vivamente afectada, y atravesan-
do varias piezas del antiguo consistorio y de las
oficinas municipales, seguido siempre del ayun-
tamiento y de la comisión de la diputación pro-
vincial, se dirigió á pié á visitar el magnífico edi-
ficio del palacio de la diputación y de la audien-
cia territorial, donde fué recibido en el salón de
San Jorge; pasó al de Sesiones, vio los de la au-
diencia, en todas partes encantó por su trato y el
interés que en todo mostraba, y aclamado, se
dirigió al terreno que ocupaba el jardin botáni-
co á inaugurar las obras de un edificio destinado
á escuelas públicas costeado por el ayuntamiento.
Colocó con el ceremonial de costumbre la prime-
ra piedra, y se levantó acta, que con algunas
monedas con el busto de S. M. fueron encerradas
en la piedra.


Siguiendo entre la apiñada muchedumbre, que,




310


como cuantas veces se presentaba en público, le
rodeaba, no cesando de aclamarle, se dirigió á
las cárceles nacionales, que visitó detenidamente
informándose del régimen del establecimiento y
dirigiendo varias preguntas á los presos, uno de
los cuales, que se hallaba en el patio, dirigió al
Rey un discurso de felicitación, que escuchó Su
Majestad benévolo y descubierto á pesar de la
lluvia que en aquel momento caia. Le aclamaron
frenéticamente en todos los departamentos, aun
en el de los enfermos, á quienes dedicó palabras
consoladoras, y á todos un recuerdo, y la gente
que en la calle esperaba siguió aclamándole hasta
palacio.


Concurrió por la noche á la función que daba
en el Liceo la compañía dramática italiana del
Sr. Mayeroni, y después al teatro Romea á ver
la comedia catalana del Sr. Soler, Las Francesi-
llas; obsequiado en ambos teatros y en los dos
victoreado, así como en todo el tránsito de ida y
regreso á palacio.




311


GERONA.


La inmortal Gerona no podia dejar de ser vi-
sitada por D. Amadeo, y á ella fué el 19, partien-
do de la estación que hoy ocupa parte de los fosos
de la Ciudadela mandada levantar por Felipe V,
demoliendo todo un barrio de 900 y tres
conventos para construir aquel formidable ba-
luarte de opresión. Y si de él necesitó el primer
Borbon de España para ser respetado, al primer
Rey de la casa de Saboya bastaba su presencia para
ser aclamado; bien es verdad que aquel debió su
Corona á una intriga tenebrosa junto al lecho de
agonía de un moribundo imbécil, y el duque de
Aosta á la libre y pública votación de unas Cortes
Constituyentes: el uno necesitó pelear y traer un
ejército estraño en su ayuda, el otro ha venido
solo: Felipe V tuvo que ensangrentar los campos
de Almansa y Villaviciosa para imponerse á los
españoles, y Amadeo I solo ha derramado benefi-
cios, enjugado lágrimas y socorrido necesidades
para reinar sin imponerse: el nieto de Luis XIV
vino á acabar con los restos de nuestras liberta-
des matando nuestras Cortes, y el hijo de Víctor




312


Manuel, ñel cumplidor de la Constitución jurada
solo quiere reinar con el Parlamento; pero el uno
representaba el despotismo de aquella época y el
otro personifica la liberal ilustración de la pre-
sente.


D. Amadeo no recorría la Cataluña en son de
conquista, sino como el bienhechor que distribuía
beneficios, como el amante padre que visitaba á
sus hijos, como el Rey constitucional que iba á
inspirarse en las necesidades de sus pueblos, á
identificarse en sus aspiraciones.


Pasó rápidamente por Clot, cuya fundación se
atribuye á unos caballeros provenzales, que han
dado nombre á aquella comarca, por Horta y
San Andrés, de remoto origen, que cuenta más
de 14.000 almas, por la saludable Santa Coloma,
por Moneada, célebre por su empinado cerro y
su historia, y atravesando el magnífico anfiteatro
que forman las montañas de Monserrat, las ele-
vadas crestas de San Llorens Savall, Puig de la
Creu, San Miguel de Fay, Farell, el alto pico de
Tagamanent y el grandioso Monseny, á cuyas in-
mediaciones se halla un considerable número de
pueblos, y en cuyos campos hay en cada palmo
un recuerdo histórico desde el tiempo de los car- ,
tagineses hasta nuestros dias, se pasó por Mollet,
Montmeló y Granollers.




313


La ovación habia sido constante en todo este
trayecto, rivalizando los pueblos entre sí por de-
mostrar al joven Monarca, desconocido ayer y
hoy admirado, la seguridad que tienen en su rei-
nado. Sucedió en San Andrés lo que en muchos
pueblos tenidos por republicanos: el inmenso gen-
tío que desde larga distancia formaba calle á uno
y otro lado de la via, en cuanto conoció al Rey
le aclamó, y al anunciar su arribo á la estación,
las campanas y las músicas, las aclamaciones
fueron unánimes, agitando los hombres los gorros
y las mujeres los pañuelos. Presentáronse al Rey
las autoridades populares y el clero, formaron
los voluntarios de la libertad y una fuerza del
ejército, y si complacidos pudieron quedar del
Rey, no marchó este menos satisfecho del recibi-
miento que le hicieron, de la multitud de palo-
mas adornadas con cintas de colores que le echa-
ron en Moneada, de las muy espresivas demos-
traciones que presenció en Mollet, en cuya bien
adornada estación los niños ondeaban banderas y
las niñas sembraban de flores el suelo que pisa-
ba S. M. al revistar la fuerza del ejército y de
voluntarios y recibir á las autoridades. Repitié-
ronse en Montmeló tales escenas y en Grano-
llers, sirviéndose aquí además un sencillo refres-
co y leyendo el Sr. Cuspinera una poesía titulada




314


(1) Manifestó entre otras escelentes ideas que, el clero habia
sido en todos tiempos el más firme y decidido apoyo de los reyes,
así como la religión católica el luminoso faro que conduce á los
mismos y á sus pueblos al puerto seguro de su prosperidad y
ventura, terminando con un viva á la religión, al Rey D. Amadeo
y á su augusta y cristiana esposa.


Acto continuo le fué entregado un ramo por una preciosa ni-
ña de la población, que en oportunas frases hizo presente á S. M.
una vez mas, los sentimientos de respetuoso cariño que esta vi-
lla le profesa. Terminaba dicho ramo con una dedicatoria en le-
tras de oro y estaba sujeto con riquísimos lazos de moiré. Don
Amadeo lo aceptó con sumo agrado, pues comprendió que en él
se simbolizaba de una manera delicada los sentimientos que de
palabra habia escuchado.


La cruz blanca y La cruz negra, que oyó Su
Majestad con atención y estrechó agradecido la
mano del joven poeta. Al partir el tren, un gru-
po de niños presentó al Rey un bonito cesto lleno
de uvas y melocotones.


En Cardedeu, cuyos habitantes se han distin-
guido siempre por su fidelidad á las leyes y fue-
ros del país, aun á bien caro coste, y goza fama
de saludable, presentó la estación y sus avenidas
el más pintoresco golpe de vista, por sus adornos,
arcos, grupos de niños con ramos de laurel, y de
niñas con ramas de olivo, multitud de palomas
revoloteando, músicas, salvas y un gentío inmen-
so que aclamó entusiasta al Rey, á quien el cura
párroco dirigió un elocuente discurso (1). Almor-
zóse en el tren antes de llegar á Llinás, don-




315


de fué recibido con las mismas aclamaciones
y gentío, así como en San Celoní, Gualba y Bre-
da; esperaban aquí las autoridades y corporacio-
nes de la provincia de Gerona y el canónigo se-
ñor Povill; siguió el tren á la histórica Hostel-
rich, al Empalme y á Sils á donde habia acudido
el juzgado de Santa Coloma de Farnés y su pobla-
ción, y en la bien decorada estación y bajo un bo-
nito templete de foliage se presentó una impro-
visada cuanto bien dispuesta esposicion de aperos
de labranza, vinos, frutas tiernas y secas, algu-
nos otros artículos, y corchos obrados y en plan-
cha, haciéndose á presencia de S. M. algunos
tapones con tal celeridad y delicadeza, que mere-
cieron plácemes y recompensa.


Caldas de Malavella, célebre por sus famosas
aguas termales, Riudellots y Fornells—los hor-
nos—fueron los últimos pueblos de la línea y
ofrecieron las mismas aclamaciones que los ante-
riores.


Se sabían los preparativos hechos en Gerona;
pero se desconfiaba de los muchos carlistas que ha
habido siempre en esta población.


Llegóse á las dos, y el tren fué saludado desde
lejos por salvas de aplausos y atronadores vivas.
El espectáculo que ofrecía la estación era impo-
nente. Todas las clases de la sociedad hallábanse




v 316


(1) La Lucha, diario liberal de Gerona, apareció en este dia
lujosamente impreso, llenando la primera plana con estas líneas:


A S. M. EL REY D. AMADEO I.


Señor: con noble entusiasmo saluda tu venida á la inmortal
ciudad un pueblo libre que cifra en ti toda su esperanza.


Que tu Dinastía cimentada con la sangre generosa de un már-
tir sea el árbol de la paz, á cuya sombra bienhechora crezca y se
desarrolle la grandeza de la patria.


Nuestros pechos exhalan hoy un solo grito unánime entusias-
ta : ¡ Viva el Rey que aclamó la soberanía nacional! ¡ Viva el Rey
Amadeo•!!— La Redacción.


confundidas, los pueblos se distinguían por las ban-
deras que llevaban, y eran en grandísimo núme-
ro. Bajó el Rey, y es imposible describir lo que
pasó: la multitud que se apiñaba para ver á S. M.
no cesaba de victorear con un entusiasmo indeci-
ble al Rey amado, al Rey de los españoles (1).


Descansó brevísimos instantes en un salón pre-
parado de intento, saliendo luego á la puerta es-
terior donde encontró á los comités monárquico-
liberales de la provincia presididos por D. Pedro
Grahit, presidente del de Gerona, y un inmenso
gentío que ocupaba la espaciosa plaza de la esta-
ción, que aclamó á S. M. con entusiasmo.


En carretela descubierta entró en Gerona por
la puerta de Alvarez, muy bien adornada, te-
niendo por séquito al pueblo que le vitoreaba.
Siguió por la calle del Progreso que presentaba




317


un panorana hermosísimo; una línea de arcos de
bog en cada acera profusamente adornados de
banderolas, gallardetes y ptros objetos, y todos
los balcones decorados con esquisito gusto; una
multitud inmensa que le embarazaba el paso
y los armoniosos acordes de la marcha real,
formaban un espectáculo conmovedor al par que
entusiasta.


Continuó la regia comitiva por el puente de
San Francisco bellamente adornado, y á cuyo
estremo se levantaba majestuoso un magnífico
arco, imitación á piedra labrada del país, en el
que se admiraban, la esbeltez de la obra, la be-
lleza arquitectónica y el buen gusto en la construc-
ción: este arco estaba dedicado al Rey por los l i -
berales de la provincia y debajo de él, recibió
y aclamó á S. M. una numerosísima comitiva de
liberales presididos por el arquitecto del arco
Sr. Suveda.


La bajada del puente á que da paso el arco,
presentaba en cada acera una línea de palos ador-
nados de bog, unidos en sus estremos superio-
res por guirnaldas, con los cuatro mejores títulos
de honor de Gerona y la mayor parte de los sitios
que en su larga historia ha sufrido, lo cual forma-
ba un panorama sumamente serio y original.
Entró S. M. seguido del mismo entusiasmo en la




318
plaza de la Constitución que ofrecía magnífico
aspecto por sus adornos que consistían en colga-
duras en todos los balcones y ventanas y dos
grandes pabellones que ocupaban enteramente la
plaza. Siguió por la calle de Ciudadanos que es-
taba magníficamente adornada. Al entrar en la
de la Cort Real, ofrecióse á la vista de S. M. otro
bello arco de triunfo y toda adornada de r a -
maje, árboles y. colgaduras de vivísimos colo-
res. La calle de Ballesterías estaba adornada de
un modo sumamente original.


Unas líneas de bramantes dé balcón á balcón
sostenían una enramada aérea de bog, entrela-
zada con gallardetes; y en la subida de San
Félix un sencillo arco de mirto y dos líneas de
árboles, acabados de poner.


Apeóse S. M. en la plazuela de San Félix su-
biendo á pié á la Catedral, donde fué re-
cibido por tres señores canónigos en traje de
coro, visitó la iglesia y oró unos instantes, bajan- •
do luego á la casa de D. Joaquín de Pastors,
morada del ilustre general Alvarez durante el
sitio de 1809, donde colocó una lápida conme-
morativa de este acontecimiento, y visitó aquella
casa.


Entró luego en la iglesia de San Félix don-
de visitó las cenizas del general Alvarez y de




319
San Narciso, colocando la primera piedra del
monumento que ha de guardar los restos de
aquel héroe, y regresó por la bajada de San
Félix y calle de Ballesterías, entrando en la
Platería y plaza de las Coles que se hallaban
adornadas con más de 3.000 gallardetes coloca-
dos en bramantes de balcón á balcón á la altura
del primer piso.


Ya en su morada, la casa de D. Joaquín de
Caries, presenció el desfile de la tropa, entusias-
tamente victoreado por el pueblo y ejército, y re-
cibió á todas las corporaciones de Gerona y su
provincia.


Sin descansar fué á visitar el hospicio y hospi-
tal, enterándose hasta de los más minuciosos de-
talles, dirigió palabras de consuelo á los enfer-
mos, repartió limosnas entre ambos estableci-
mientos, y retiróse entrada ya la noche; obse-
quiándole tres nutridas orquestas con una sere-
nata, y bailándose sardanas ¡largas.


Es imposible formarse una idea, no solo exacta,
pero ni'siquiera aproximada, de la entusiasta re-
cepción que el Rey Amadeo tuvo y de la ova-
ción unánime que en todas partes recibió. Gerona
fué la ciudad que acogió con más entusiasmo
al Rey.


La iluminación fué espléndida y general.




320


(1) La terra que pugnaba—un dia y altre dia,
al cel los crits alsantne—de amor y libertat,
vuy lluita perqué vegis—¡oh! Rey, la patria mia
que un' altre proba dona—de santa lleyaltat.


La terra que donaba—enveja á la victoria,
la terra que posaba—á s6n servey lo sol,
desperta del veil somni—en brassos de la gloria,
per véurer al Monarca—del gran poblé Espanyol.


Arrivas á una terra—que al món dugué la guerra,
arrivas á la patria—d' Entenca y de 'n Roger;
llurs cants de la victoria—retrunyen per la serra,
la gloria de 'ls seus pares—revlu com lo Uorer.


La mar que la rodeja—los monts en que descansa
no teñen altres ecos—que patria y llibertat;
cada pit es un bronse—cada bras una llansa
y 1. sol que la il-lumina—ja may s' es apagat.


Aqui tothom treballa,—aqui tothom venera
mes que á la vida 1' honra—y mes que á 1' honra, Déu;
aqui cuant un hom' jura—ja may se 'n torna enrera,
si 1 poblé Rey t' aclama—segur lo poblé es téu.


• Oh! Rey; si bamboleja—un dia ta corona,
la jura d' aqueix poblé—dins de ton cor escriu;
si un dia tot te falta—recorda't de Girona,
si En Alvarez no aleña—Girona encara viu.


Entre los himnos que le dedicaron merece es-
pecial mención por su valentía y belleza, uno en
catalán, sin firma de autor (1).


La Lucha que solo pudo tirar al dia siguiente
medio número, por haber preferido sus operarios
tomar parte en el general regocijo á ganar el jor-
nal, bajo el epígrafe Estamos orgullosos, mani-
festaba no hallar palabras con qué espresar la en-
tusiasta ovación que habia recibido el Rey, des-




321


REGRESO Á BARCELONA.


El viaje de vuelta desde la inmortal ciudad, fué
otra serie no interrumpida de verdaderas ovacio-
nes en todos los pueblos ¡de la línea. Difícilmen-


(1) Y anadia:
tUn pueblo austero, un pueblo libre y por consecuencia fran-


co, sin adulación de ningún género, sin afectada alegría, salió
compacto y unánime á esperar á su Rey, á darle la bienvenida,
no con frases estudiadas y cortesanas reverencias, sino con las
sencillas muestras de su leal adhesión al mejor de los Monarcas,
con las francas manifestaciones de su estraordinario entusiasmo.


»Por todas partes no se oyen más que hurras y vivas; por todas
partes no se ven más que galas y vistosos adornos; en todas par-
tes se oyen los cánticos patrióticos de un pueblo, como nadie,
amante de la libertad, como ninguno adherido en cuerpo y alma,


21


cribir el gozo unánime y frenético entusiasmo de
que estaba poseida Gerona (1).


Muy de mañana visitó el Rey varios estableci-
mientos públicos, entre ellos la Universidad libre,
el Instituto provincial, los cuarteles y los gobier-
nos civil y militar; y á las once, y después de ha-
ber revistado en la Dehesa á la guarnición y á un
batallón de voluntarios, salió la comitiva regia de
Gerona por la línea de la costa.




322


te podría darse idea de las demostraciones de sim-
patía y adhesión que iba recibiendo á su paso el
joven Monarca". En las más de las localidades, en-
galanadas todas, se cerraban las puertas de mu-
chas casas para agolparse sus habitantes en las
estaciones del ferro-carril y sus avenidas á fin de
unir cada cual sus aplausos á los de la genera-
lidad. La animación, de consiguiente, no podia
ser mayor ni más francamente manifestada. Des-
de largas distancias se saludaba la aparición del
tren real, y estaba ya muy lejos al partir, cuando
aun se oian los vivas y se divisaban los pañuelos
y los sombreros agitándose al aire en señal de ca-
riñosa despedida.


Hasta el Empalme se repitieron las mismas
aclamaciones y festejos que á la ida, y en los pue-
blos de la costa el recibimiento hecho al Rey su-
peró al que hasta entonces habia tenido en todas
las líneas recorridas.


Acogido con grande entusiasmo en Tordera,


como vulgarmente se dice, á la Dinastía que simboliza el escla-
recido soberano D. Amadeo I por la gracia de Dios y de la volun-
tad nacional.


»La alegría que en estos momentos nos domina, el entusiasmo
que embarga nuestros corazones, no nos dejan ser más estensos,
no nos permiten ser más espresivos, si es que espresiones bas-
tantes hay que pongan de relieve, aunque pálidamente, el reci-
bimiento que Gerona ha hecho á su Rey, á su idolatrado sobe-
rano.»




323


Blanes (1), Malgrat y Pineda, n ó en Calella una
notable esposicion industrial, recibiendo al Rey
con floresy palomas el inmenso gentio que llenaba
la estación, y aclamado en San Pol, se detuvo en
Canet á visitar la Virgen de la Misericordia, que
se baila á buena distancia en una elegante ermita
moderna, lo cual produjo en el pueblo una gran-
de esplosion de entusiasmo. Toda la estensa car-
rera estaba adornada con arcos y colgaduras; de
casi todos los balcones arrojaban flores al Rey,
al que no se cesó de victorear un momento. Re-
•cibió en el santuario delicados presentes para la


(1) Cuyo alcalde dijo al Rey el siguiente discurso:
«Señor: El ayuntamiento constitucional de Blanes, primer pue-


blo de la última provincia de España, tiene el alto honor de feli-
licitar á V. M. por su feliz arribo á ese país y de ofrecerle el testi-


monio de su más profundo respeto y leal adhesión.
«Aquí no hallará V. M. el ornato y fastuosidad con que otros


pueblos ricos han celebrado la agradable y aspirada visita de su
Rey; aquí no hay arcos triunfales, ni pompa en el municipio, ni
regios alcázares que ofrecer á V. M. para su descanso; este pueblo,
señor, es pobre y no puede recibir á V. M. cual deseara y cual por
tantos títulos se merece.


»Mas, en cambio, señor, ved aquí el júbilo de este vecindario;
ved retratada en los semblantes la más cumplida satisfacción que
nos conmueve y enternece: es, señor, que un Rey popular, un Rey
democrático, el Rey de los pobres se halla entre nosotros.


«Empero, si nos'faltan riquezas para ostentar la recepción de
V. M., si no tenemos palacios en que dignamente hospedarle, en
«1 corazón de cada uno tiene V. M. su domicilio, aquí vive, y cada
pecho es de hoy más un escudo para su defensa.


íBlandenses: ¡Viva el Rey Amadeo I de España!; Viva el Rey ami-
go de los pobres!»




324


(1) El alcalde de Mataró que tenia la convicción del entusias-
mo que produciría la presencia del Rey en el pueblo, le dirigió este
discurso:


«Señor: En nombre de la ciudad de Mataró, tengo la honra de
presentar á V. M. el homenaje de su respetuosa adhesión y su sin-
cero cariño.


«Cansada la Nación española de vivir como los pueblos asiáti-
cos, muda, inmóvil, estática y fija tan solo en lo pasado, al en-
contrarse como nos encontramos en este momento nosotros, de-
lante de un Monarca que se sienta en el Trono de Castilla, cifran-
do sus deberes en la libertad, y sus derechos en el amor del pue-
blo, se ha sentido otra vez fuerte y potente, y con el júbilo del
que vé abrirse ante sus ojos un vastísimo porvenir de paz, de
gloria y de progreso, lanza unánime del fondo de su pecho esta
palabra:


«¡Viva el Rey Amadeo 1! ¡Viva el Rey liberal entre los liberales!»
El Rey, aunque faltándole el tiempo accedió á entrar en el


pueblo, y á su regreso era opinión general que si hubiese per-
manecido media hora más, la ovación que fué grande habría sido
delirante.


Reina, aceptó un refresco en el que se distinguían
hermosas frutas, y muy complacido de cuanto
vio, y de todos, regresó por la misma carrera y
con igual entusiasta ovación.


Por la saludable Arenys de Mar y Caldetas á
Mataró, donde instado por las autoridades para
que entrara en la población, lo ejecutó recorrien-
do las calles principales bien adornadas, siguien-
do al carruaje una multitud de pueblo que acla-
maba al Rey arrojándole versos del Sr. Colar y
Llanger (1). Fué entusiastamente acogido en Vi-
lasar y Premia con músicas y palomas, y adorna-




325


das las casas con las banderas de los buques; le
obsequiaron en Masnou con un banquete, pro-
ducto de una suscricion voluntaria, y por Mongat
fué á Badalona, donde se detuvo para visitar la
fábrica de cristal, la de galletas que compite con
las mejores de Inglaterra y la de refinación de
azúcar (1). Descansó un rato en las casas consisto-
riales, aceptando un refresco que el ayuntamiento
tenia preparado y la población en masa acudió
á victorear á S. M., viéndose todos los balcones
adornados, desde los cuales llovían flores y versos
al pasar el Monarca.


Según el itinerario, el Rey debia llegar á Bar-
celona á las dos de la tarde, pero no pudo hacerlo
hasta las siete y media, esperándole un gentío in-
menso que le acompañó hasta palacio, asistiendo
por la noche al teatro de Romea.


Tuvo D. Amadeo á la mañana siguiente el gran
placer de abrazar á su hermano el príncipe Hum-
berto, que llegó en la fragata Constituzione, sin
que esto impidiera al Rey ejecutar la espedicion
que habia ofrecido á Tarrasa.


(1) Cuyo propietario el Sr. Fonrodona y Castelló está hacien-
do laudables esfuerzos por sostener abierta su fábrica después de
la reforma arancelaria de 1." de Agosto de 1869, rebajando los
derechos dejos azúcares refinados estranjeros á una mitad de lo
que antes pagaban, cuando esta industria se halla aun entre
nosotros en su período naciente.




326


Adornada la estación de Zaragoza con gusto y
elegancia, y grandemente concurrida, como si el
pueblo barcelonés no se saciara de contemplar al
Rey, se dirigió á ella aclamado, y en marcha el
tren real, recorrió la línea que conduce á los prin-
cipales centros manufactureros de aquella fabril
provincia y que debia dar á S. M. una idea apro-
ximada del estado de perfección en que se encuen-
tra la industria lanera en la importante villa que
pocos momentos después era objeto de su visita.


Las demostraciones de entusiasmo y de respeto
fueron generales en todos los pueblos del tránsito.
En Sardañola, Moneada y Sabadell acudieron los
avuntamientos con los voluntarios, formados en
los andenes, confundidos con el pueblo, victo-
reando al Rey y á la Reina.


En la última de las estaciones bajó S. M. á
revistar las fuerzas ciudadanas, que ascendían á
unos 600 hombres completamente equipados y
uniformados, y á duras penas podia el Rey abrir-
se paso entre la multitud compacta y numerosa
que habia invadido la estación.


Cuando las campanas de la parroquia anuncia-
ron al impaciente vecindario que S. M. salía de
Sabadell, el ancho espacio que hay frente de la
estación estaba materialmente cuajado de espec-
tadores, asaltando antes la muchedumbre el an-




327


den, todas sus dependencias y cuantos puntos
halló accesibles para poder presenciar la entra-
da del tren real. Al llegar este al terraplén del
barranco que separa la villa del pueblo de San
Pedro, ya no fué posible á los voluntarios de
la libertad ni al batallón de cazadores de San-
tander, mantener espedita la estrecha via que
para el preciso paso de la regia carretela tenia
encargo de guardar. Los vivas al Rey y á la Rei-
na fueron tantos y tan entusiastas, nutridos,
prolongados y generales, que era imposible en-
tenderse; el tañido de las campanas, los ecos de la
numerosa banda y,música de los voluntarios y la
prepotente y cada vez más entusiasta gritería de
la apiñada multitud, formaban un todo grande,
majestuoso y conmovedor. Al subir S. M. á la
carretela, apareciendo á su lado la primera auto-
ridad local, mayor y aun más entusiasta manifes-
tación ruidosa tuvo lugar, agitando todo el mun-
do los sombreros, gorras y pañuelos.


Apenas el Rey y su comitiva hubieron tras-
puesto un bien acabado arco de triunfo que rema-
taba con las armas de España y de Tarrasa, la
compacta multitud que le aclamaba no se con-
tentó con marchar detrás, sino que, desapare-
ciendo por las calles laterales que encontraba-al
paso, reapareció nuevamente al comenzar la ca-




328


lie de San Pedro ávida de victorear al joven Mo-
narca.


Este, pudo contemplar á su sabor el imponente
aspecto de esta calle adornada por ambos lados,
como todas las de la carrera, con millares de pie-
zas de paño y lana, llamando la atención el deco-
rado de los casinos de Artesanos y Tarrasense, la
fábrica de los Sres. Vieta y compañía, la casa del
registrador de la propiedad, -y otras muchas par-
ticulares que se distinguían por la riqueza y sig-
nificación de sus adornos, hallándose además ocu-
pados todos los balcones por distinguidas damas
que saludaban al Rey agitando sus pañuelos y
unían sus vivas á los no interrumpidos de la mul-
titud, correspondiendo S. M. muy afectuosamente
á tantas demostraciones de simpatía y adhesión.


Antes de llegar á la plaza de la Constitución,
una gran multitud de palomas revoloteaban alre-
dedor'de la regia carretela y gran numero de ra-
mos de flores llovían sobre la misma, llegando á
tanto el entusiasmo de una señora muy conocida,
que tiró á S. M. el riquísimo pañuelo de mano que
llevaba. El Rey recompensó tanta galantería con
un muy afectuoso saludo, guardándose la prenda.


Aquella plaza, soberbiamente decorada, alzaba
en su centro un elegante templete donde hallá-
banse espuestos los escudos de todos los pueblos




329


del partido de que es cabeza esta villa y remataba
con una gran corona real, de la que partian como
radios hasta tocar los lados y ángulos de la ancha
plaza, sendas piezas de lana de vivísimos colores,
á manera de gigantesco dosel, presentando un as-
pecto deslumbrador. La gran multitud que estaba
otra vez allí reunida continuó la calurosa ovación
de que era objeto S. M., confundiéndose los vivas
con el son de las campanas y los ecos de la cha-
ranga de cazadores, hasta que el Rey entró en la
iglesia parroquial, precedido del clero y fué al
prebisterio preparado convenientemente, donde
oyó un solemne Te Deum.


S. M. no siguió la £dle que le abrían las t ro-
pas, después dé salir del templo, y al advertirlo
el pueblo se precipitó como torrente desbordado
hacia el punto donde pensaba encontrarlo. Creía-
se que desde el hospital iría á la fábrica del señor
Galí, y alrededor de esta se agolpó la multitud;
pero el Rey tomó un largo rodeo para llegar á
este grandioso establecimiento; circuló entonces
la noticia de que iba á la esposicion del Casino de
los Artesanos, y hó aquí otra vez á las masas cor-
riendo detrás de S. M., como si temieran no ver-
le ó tardar en saludarle.


Hasta que S. M. hubo almorzado no tuvieron
ocasión los tarrasenses de continuar aclamando-




330


le, y ya desde este momento creció en tales tér-
minos su entusiasmo, que parecian querer desqui-
tarse del tiempo perdido por la mañana. No aban-
donaron al Rey ni un solo momento, siguiéndole
á todas partes y atronando continuamente los
aires con sus vivas á Amadeo I, á la Reina doña
María Victoria, á los principes, á la libertad, á
Espartero y á la memoria dePrim.


Cuando el Rey pasó por delante del Centro pro-
gresista-democrático, sus socios estaban reunidos
en el mismo y saludaron á S. M. con tan indeci-
ble entusiasmo, que le sorprendió agradablemen-
te, parándose un momento á contemplar el severo
y artístico decorado del edificio, otro también de
los que más se han distinguido.


En la fábrica de D. Antonio Gali y compañía
pasó un gran rato y se enteró minuciosamente de
todas las operaciones que á su vista se practicaron
y son necesarias para convertir el tosco vellón de
lana que tuvo á la vista, en finísimo y delicado
paño como la muestra que tiene en el regalo que le
hizo el reputado fabricante D. Ignacio Amat. Al
salir el Rey de la fábrica hizo subir á su coche al
Sr. Gali y le llevó á su lado, honrando así la indus-
tria y distinguiendo digna y debidamente al indus-
trial. Este acto fué tan aplaudido como debia serlo.


Visitó el magnífico instituto de segunda ense-




331


ñanza, y admirado el Rey de encontrar en aquella
población un establecimiento á tanta altura, diri-
gió las más espresivas felicitaciones al director,
quien después de dar las gracias á S. M. por las
lisongeras frases que habia merecido, contestó:


«Señor: todo lo que S. M. halla digno de aplauso
en el establecimiento,-se debe al planteamiento en
España de la libertad de enseñanza, la más fecunda
quizás de las reformas que la revolución ha llevado
á cabo para levantar al abatido pueblo español.»


El mismo director rogó después al ministro de
la Guerra, general Córdova, trasmitiera esta su
opinión al presidente del Consejo de ministros se-
ñor Ruiz Zorrilla, qtft firmó el decreto que esta-
bleció en España la enseñanza libre.


En el camino se habia improvisado una esposi-
cion de los productos fabriles de Tarrasa, que exa-
minó el Rey detenidamente, quedando altaniente
sorprendido del grado de perfección en que se ha-
lla la industria en aquella localidad. Los fabri-
cantes ofrecieron á S. M. delicados presentes.


En la estación, después de haber revistado el
batallón de voluntarios perfectamente uniforma-
dos é instruidos, fué despedido el Rey por la po-
blación en masa, que no cesó de victorearle hasta
que el tren se perdió de vista. Á las cinco de -la
tarde se llegó á Barcelona.




332


Por la noche paseó solo con el príncipe Humber-
to por varias calles de la ciudad.


Nadie habia fijado al principio su atención en
unos sencillos caballeros que en nada se distin-
guían de los demás; pero les conocieron, y empe-
zó el público á agolparse á su alrededor y acom-
pañarles victoreándoles.


Penetró S. M. en el cafó Cuyas, fué objeto de
las más distinguidas demostraciones de simpatía
y afecto por la concurrencia, que llegó á ser in-
mensa dentro del salón en cuanto se divulgó la no-
ticia de su presencia, y ocupó una de las mesas co-
mo un particular.


Los comentarios á que eraban lugar estos he-
chos tenían entusiasmados á los catalanes.


Llegó el dia de la partida, que habría demorado
gustoso el Rey, accediendo á las diferentes peti-
ciones que le dirigieron; y la serie de entusiastas
y continuadas manifestaciones de que habia sido
objeto durante su permanencia en la ciudad, tu-
vieron digna conclusión con la mayor de todas
ellas, fruto de las simpatías que conquistó entre
los barceloneses el joven Monarca.


A las ocho de la mañana, el son de los tambo-
res y músicas militares puso en movimiento la
población, y cuando las tropas estuvieron forma-
das en la carrera que debia seguir la comitiva,




333


escasos eran los balcones de las casas en que no
hubiese colgaduras.


A las nueve y media las salvas y las campanas
anunciaron la salida de S. M. de su alojamiento,
y desde aquel instante la animación fué crecien-
do. En muchas de las calles que recorrió la regia
comitiva, fué saludado el Monarca con vivas, y
desde los balcones por las señoras con los pañue-
los. En la calle de la Libertad se tiraron desde
un balcón algunas poesías, y en la de Cádiz dos
señoritas que se hallaban en la acera, entregaron
á S. M.. ramilletes de flores.


Al llegar á la estación fué aclamado lo propio que
su augusta esposa, por la inmensa concurrencia.


En el vestíbulo había una esposicion de todos
los útiles de los caminos de hierro.


En la sala de espera, magníficamente adornada,
y en el anden, esperaban al Rey todas las autorida-
des, para despedirle las locales y para acompañar-
le en su espedicion á Monserrat las provinciales.


Las músicas de artillería y de la municipalidad
tocaron la marcha real, en tanto que las muchas
personas que habia en las ventanas y bajos del
edificio victoreaban.


Entonces sucedió un espectáculo indescriptible.
El numeroso pueblo que afluía de la ciudad, quiso
penetrar en los andenes, y aunque en todas las




334


entradas había guardias, fué imposible contener
la impetuosa corriente humana que los invadió,"
metiéndose en los wagones que en ellos estaban,
y estendióndose por ambos lados de la vía férrea
hasta una distancia lejana.


Cuando el Rey estuvo en el coche real, muchas
personas preguntaban para acercársele y estre-
char su mano. Allí recibió también distintos rega-
los, entre ellos un vasito de oro, una pequeña y
bien trabajada araña de cristal y otros varios,
amen de muchos memoriales que recogía.


Pronto el silbido de la locomotora dio la señal
de partida, y asomando el Rey por la ventanilla
de la portezuela, saludó á todos, siendo contesta-
do con los más entusiastas vivas, que se prolon-
garon hasta perderse de vista el convoy (1).


Recibiendo aclamaciones en el tránsito, se lle-
gó en breve á la antigua Sabatellum, que si es
pobre en recuerdos históricos, es rica por el tra-
bajo, por sus manufacturas, que ya en el siglo XIV
abastecía con sus paños los mercados de Sicilia y
de Holanda.


Inmenso gentío ocupaba las avenidas de la es-
tación: descendió del coche S. M., fué recibido


(i) El príncipe Humberto, que muchos esperaban ver dirigir-
se á la estación al lado de su augusto hermano, fué á ella antes
en coche particular.




335


en una plataforma, construida esprofeso, (Jando
frente á una calle que conduce directamente á la
Rambla, y recorrió una y otra aclamado sin cesar,
agitando sus pañuelos y arrojando poesías varias
las señoras que llenaban los balcones. La anima-
ción fué estraordinaria, y no parece sino que los
sabadellenses se disputaban acerca de quién podia
poner mejor de manifiesto los sentimientos de ad-
hesión y simpatía hacia el festejado Monarca.


El hermano de S. M., S. A. R. el príncipe
Humberto, heredero del Trono de Italia, que ocu-
paba en la entrada un asiento en el coche al lado
de D. Amadeo I , se conmovió profundamente á
la vista del magnífico recibimiento dispensado al
Rey, y al ver crecer á cada paso las ovaciones.


Paró en casa del Sr. Sellares, donde aceptó un
espléndido almuerzo; á la comitiva dio otro el
Centro Democrático constitucional, de que es
presidente el Sr. Moranas, formando la mesa
una A, servido con profusión y desviviéndose los
señores socios para obsequiar á sus convidados
y anticiparse á sus deseos. Después del almuerzo
y en una sala aparte se sirvió el café.


Dirigióse luego á ver la esposicion en la que
los industriales de Sabadell se escedieron á sí
mismos. La abundancia, riqueza, y bondad de los
variados géneros espuestos, eran tales, quese hacia




336


(1) Los siguientes estados son un elocuente testimonio de la
industria de Sabadell.


IKTDTTSTEIA L A N E R A .


Cuatro
máquinas
de vapor.


Fuerza
nominal.


Consumo
diario de


carbon
en kilo-
gramos.


Consumo
de algodón


en
kilogramos.


Valor
del algodón


término
medio en
pesetas.


Husos.


TELARES.


A
mano.


Mecá-
nicos.*


170 7.930 416.000 1.031.240 18.000 250 342


OPERARIOS.
Total


de
operarios.


Salario
semanal


en
pesetas.


Empresas-
semirétores.


Productos
anualesen piezas. Horábres. Mujeres. Niños.


219 345 145 709 5.708 58.500


de todo punto imposible fijarse en una muestra,
porque otra al lado de aquella reclama para sí la"
atención, yá esta hacia olvidarla que seguía, y así
sucesivamente. Paños de todas clases, y otros gé-
neros de tejidos, pañuelos, finísimas mantas, tar-
tanes, lanillas, etc., etc., constituían el conjunto,
la riqueza espuesta por los Sres. Serret y Turell,
D. Juan Capmany y compañía, Sellares, Planas
y Massaguer, Corominas, D. Joaquín Casailovas,
Vila, Duran, Miarons, Doria y Vilalta, Volta y
otros que no recordamos (1).


La colocación de los géneros perfectamente
combinada. Una columna en el centro, figurando




337


INDUSTRIA ALGODONERA.


2§j

as
5. e.|


360'


Cl MJ


O »


100


o
c


s s


° 2 in P


16.640


Consamo


de lana


en


kilogramos.


1.500.000


Valor


de la lana,


termino


medio en


pesetas.


7.500.000 73


9


60.000


TELARES.


1.000 70


OPERARIOS.


&


4.764 1.982 1.258


Total


de


operarios]


8.004


Salario


semanal


en


pesetas.


100.050


PRODUCTOS.


P ut*'©


60.000 20.000; 30.000


22


una chimenea de una máquina de vapor, hecha
con madejas de estambre y lanas hiladas de dis-
tintos colores, y la boca de lana también, en bruto
y limpia. Cuatro columnas más en los ángulos,
pero un tanto adelantadas, hechas con piezas de
cortes de pantalón, gabanes, pamelas, etc., etc.
Dando frente á la puerta de entrada, se leia esta
incripcion significativa: Sin reformar la base 5.*
nuestra industria perecerá.


El camino que conduce desde la Rambla al edi-




338


ficio de la esposicion se hallaba adornado por los
organizadores de esta, de una manera la más pro-
pia y con artículos y lemas alusivos al objeto de
esta improvisada fiesta industrial y local.
' Allí se ostentaban también un notable sillón y


sillas rústicas que adquirió S. M.
El príncipe Humberto y su acompañamiento,


quedaron asombrados de los productos de nuestra
industria, manifestando repetidas veces que supe-
raba á lo que se habían figurado; que no se cono-
cía en el estranjero tan grande adelanto, que se
habían hallado, con grande satisfacción, con una
España grande, rica en inteligencia y en medios
de producción opulenta, con provincias industrio-
saSj trabajadoras, que no podían menos de amar
la libertad con el orden que la hace florecer, y
que, con paz y la debida protección al trabajo, á
la industria y á la agricultura, seria la primera
potencia del mundo.


El paso del tren real por Tarrasa fué otra ova-
ción por el estilo de la del día anterior, con la sola
diferencia de que S. M. no abandonó el coche,
deteniéndose tan solo para despedirse de las auto-
ridades y de la inmensa multitud que se trasladó
á la estación y á sus avenidas todas, ganosa de
confirmar con sus entusiastas aclamaciones, la
espresion de sus leales y cariñosos sentimien-




339


tos tan calurosamente manifestados el dia antes
á S. M.


En el parador de Viladecans, edificándose ac-
tualmente, se presentó un número bastante creci-
do de habitantes de los caseríos comarcanos para
pagar también al Rey su tributo de adhesion.


Sin otra parada llegó el tren á la estación de
Monistrol, donde trasladáronse los espedi'ciona-
rios á los carruajes que tenia preparados la dipu-
tación provincial para hacer el trayecto hasta el
celebre monasterio.


El pueblo de Monistrol ofreció también sus ar-
cos de triunfo, sus colgaduras, etc., para festejar
el paso del Monarca y saludarle con sus vivas.


La llegada al monasterio presentó á la vista de
los viajeros el más magnífico espectáculo. Aca-
bábase de subir la rápida y tortuosa cuesta, cuyas
múltiples revueltas presentan nuevos y variados
panoramas que en esta ocasión iban toman-
do tintes tanto más fantásticos á proporción que
las sombras de la noche envolvían la histórica
montaña.


Las avenidas del monasterio estaban inundadas
de gente, y habia allí una compañía de veteranos
que desde Barcelona habían acudido á Monserrat
para tributar á S. M. los últimos honores.


Frente á la fuente esperaba una comisión de la




340


diputación provincial, que siguió con el Rey que
penetró por la calle que precede al monasterio,
adornada con verdes ramages, banderas y escu-
dos , con las cruces de Saboya y de San Jorge y
las barras catalanas.


El Rey se apeó en el pórtico de la iglesia, muy
bien iluminada; ocupó el solio preparado en el
prebisterio y entonó el Te JDeum la Escolanía del
Santuario con acompañamiento de la orquesta.


Terminado, subió el Rey al camarin de la Vir-
gen, visitó la santa imagen, se dirigió á dar un
paseo por el recinto del monasterio, y á su regre-
so ocupó el aposento que se le tenia preparado
junto á la cámara abacial, habiendo visto la espo-
sicion de vinos del pais. Allí le ofreció sus respe-
tos el reverendo P . Abad.


Después de la espléndida comida con que obse-
quió la diputación provincial, se quemaron fuegos
artificiales en aquellas indescriptibles montañas,
los cuales y las luces de bengala producían un ad-
mirable efecto fantástico; hubo coros, músicas y
bailes,-y lo apacible de la noche, iluminada poruña
luna esplendente, el júbilo que todos sentían y lo
encantador del sitio, más admirado cuanto más
se conoce, convidaban á la velada de aquella no-
che inolvidable.


Cantóse al despuntar él alba la solemne Misa




341
según costumbre diaria, con las voces y la or-
questa de la Escolanía é iluminado el templo,
produciendo el contraste de la macilenta luz de la
aurora, con la de la iluminación de la iglesia, lo
venerado de la fiesta y el recogimiento de la mul-
titud postrada de hinojos, uno de esos efectos y de
esas emociones que se esperimentan y no se es-
plican.


Inauguráronse las obras del panteón de cata-
lanes célebres en el claustro gótico, cuyo pensa-
miento honra al Sr. Balaguer, á quien debe Ca-
taluña mucho afecto, pues en todas partes se
mostraba apasionado ensalzador de todo lo que es
catalán, y se regresó á Monistrol, donde se
despidió el Rey de su hermano que volvió á
Barcelona y S. M. fué á Manresa, donde tuvo
un recibimiento que en nada desmereció del
de las poblaciones más importantes recorridas.
El gentío inmenso: los vivas y aclamaciones
unos y otras entusiastas: las clases todas sin dis-
tinción de partidos, figurando entre la concur-
rencia.


Las autoridades y demás corporaciones saluda-
ron á S. M. al apearse en la estación, dirigiéndose
en carretela descubierta á las casas capitulares,
donde recibió á las de la ciudad j á las de todos
los pueblos del partido.




342


Después pasó al colegio de San Ignacio, en el
que almorzó, cantando en el ínterin distintas pie-
zas la sociedad coral de Castalia, entre ellas los
celebrados rigodones titulados: Los nets Almo-
gavers. ,


En la carrera habia tres preciosos arcos de
triunfo, uno de ellos verdaderamente monumen-
tal, levantado por el Centro monárquico-consti-
cional; otro estaba confeccionado con productos
del país de la industria algodonera. Los balcones
de las casas con colgaduras, y las señoras saludan-
do con sus pañuelos.


Rajadell, primera estación de la línea que si-
gue á la de Manresa, saludó el paso de S. M. con
el frontis engalanado; y las autoridades locales
y el vecindario entero, dispensaron al regio via-
jero la misma cordial acogida que tantas veces
va descrita.


Calaf, población de mayor importancia, cor-
respondió á tenor de esta á la triunfal escursion
del Rey.


Entre San Guim y Cervera y á pocos kilóme-
tros de esta última ciudad, detúvose el tren real
para inaugurar la carretera de Guisona. Estaban
esperando en este punto, el gobernador de Léri-
da, diputación provincial, comisiones de la judi-
catura y otras para recibir á S. M. en el límite




343


(1) En el sitio de la ceremonia se habia levantado una linda
tienda de campaña y un arco con estas inscripciones:


—LOS CAMINOS SON LAS ARTERIAS DE LA RIQUEZA PUBLICA.


— A D. AMADEO I EMBLEMA SOBERANO DE LA VIRTUD v DEL TRABAJO.


de la provincia, (1) con multitud de gentes con
banderas.


Si el Rey habia podido apreciar los sentimien-
tos que imperan en las tres de las provincias
catalanas visitadas, Tarragona, Barcelona y Ge-
rona, su llegada á Cervera, primera población
de la de Lérida, vino á probarle que la cuarta
venia á completar el cuadro.


En efecto, Cervera tenia preparado á S. M. el
más espléndido recibimiento. A los primeras au-
toridades y corporaciones de la provincia se unie-
ron en la estación las locales y un inmenso gentío.
Aquí empezaron las aclamacionesy los vivas que
no cesaron hasta la salida. Visitó S. M. el presidio
instalado en el suntuoso edificio de la antigua Uni-
versidad que tanto nombre ha dado á la ciudad que
cuenta aun hoy con esa joya del arte arquitectó-
nico y fué un dia centro de la juventud estudiosa,
y ¡coincidencias raras! en su vejez, por así decir-
lo, á la Universidad de Cervera vérnosla destinada
á un objeto bien distinto, por cierto, del que acon-
sejara su edificación; y la de Barcelona antes de
estar concluida, háse visto también empleada para




344 •


fines distintos de los que podian presumirse al
colocarse su primera piedra. ¡Quiera Dios que
haya sido pasajero este anormal destino, y que en
adelante sirva única y esclusivamente de templo á
la ciencia!


Es imposible pisar los umbrales del hoy presidio
de Cervera, sin que al pensamiento acudan ideas
y comparaciones lamentables (1).


Después del presidio donde se recibió á S. M. con
marcha real y un coro, tocada aquella por la or-
questa compuesta de penados y cantado el segundo
por los mismos, pasó á visitar las casas consistoria-
les, cuya fachada también es notable obra de arte.


Ofreció á S. M. el ayuntamiento un delicado re-
fresco, y regresó á la estación por la misma car-
rera engalanada; los balcones poblados de espec-
tadores, abundando^as señoras que no cesaban de
agitar sus pañuelos y de arrojar flores, palomas y
versos en catalán y castellano, habiendo algunos
notables (2), y el piso de las calles sembrado de
espliego y otras yerbas olorosas.


(1) Uno de los ancianos penados ofreció á S. M. una especie
de cubre-cama con bonitos dibujos, obra en que invirtió quince
años; otro presentó otro objeto y el Rey les dejó palabras de
consuelo y algunas limosnas, enterándose al propio tiempo de la
marcha del establecimiento.


(2) Era exacta esta estrofa de una improvisación.
Las gayas donzelletas


Avuy mostran llurs galas,




345


LÉRIDA.


Aumentada la población de Lérida con más de
20.000 forasteros, como sucedía en todas partes,
llevando consigo la animación y el contento; con-
teniendo la ciudad los voluntarios de la libertad
de casi toda la provincia, que acudieron anhelosos
por conocer al Rey. y demostrarle su adhesión,
solo se esperaba con impaciencia el estampido del


Batent del cor las alas
Ab mágica ansietat;
Que totas volen veure ' us
Desitjan saludarlos,
Y probas volen darvos
De s ' adhesió y lealtat!


En Tarraga.no fué menos cariñosa la acogida
que se hizo al festejado joven Monarca. La esta-
ción presentaba un precioso golpe de vista, sobre
todo un pabellón que se improvisó, adosado á la
misma, donde habia espuestas variadas y mag-
níficas frutas.


Bellpuig, Vilagrasa, Mollerusa y Bell-Lloch,
las cuatro estaciones que faltaban hasta llegar á
Lérida, saludaron al regio huésped con manifes-
taciones iguales á las de tantos otros pueblos.




346


cañón del castillo, que al anunciar la llegada del
tren real á Mollerusa, el ayuntamiento, la dipu-
tación, el claustro de catedráticos del Instituto,
corporaciones y empleados acudieron á la distan-
te estación, ala que en breve llegó S. M. aclama-
do por la multitud que la invadia. Recibidas las
felicitaciones y cambiados saludos, se dirigió á su
alojamiento en la casa del Sr. Nuet, recorrien-
do una estensa carrera bellamente adornada con
arcos de triunfo, guirnaldas, pabellones, colgadu-
ras, y polulando comparsas de bailes, jigantes y
cuanto el afecto sugirió á los leridenses.


Desde los balcones y ventanas, desde las tien-
das del tránsito, de entre la aglomerada multitud
de las calles, los vivas resonaron continuamente.
Palomas en abundancia y versos lanzados al espa-
cio, y otras y otras manifastaciones del júbilo
general que á todos embargaba, ponían el sello al
magnífico recibimiento hecho á S. M.


Oró en la modesta iglesia de San Jaime, por
mostrarse el clero de la Catedral más político que
religioso; presenció el desfile de las tropas y volunta-
rios, recibió á todas las autoridades, corporacio-
nes y á las comisiones de los ayuntamientos de la
provincia, dirigiendo á todos la palabra y ente-
rándose de sus necesidades, hubo serenata du-
rante la comida, y á las once fué S. M. á los




347


INAUGURACIÓN DE LA ESPOSICION DE BARCELONA,


La esposicion con que Barcelona inauguraba
las seculares fiestas de la Merced, era un ver-
dadero acontecimiento para toda Cataluña, por-
que toda ella llevaba su contingente á aquel cer-
tamen.


Penetrado de ello S. M. quiso contribuir tam-
bién al esplendor de la fiesta, y ya que no pudo
prolongar su estancia en Barcelona, como le ro-


(1) Letra del Sr. Calero y música del Sr. Carreras.
*


Campos Efíseos acompañado cíe 50 voluntarios
con hachas encendidas. Por todas partes la mul-
titud le victoreaba, así como al entrar en el sa-
lón circular profusamente iluminado. Examinó
el Rey los productos allí espuestos, deteniéndose
en algunos que llamaron su atención; distribuyó
los diplomas concedidos á los mejores espositores,
cantóse un coro (1) por algunos individuos del
regimiento de Burgos, y se retiró S. M. en medio
de las aclamaciones y vítores de la multitud que
obstruía ŝu paso dentro y fuera de los Campos
Elíseos.




348
garon, concibió el proyecto de ir desde Lérida,
presentarse de improviso, y casi solo salió á las
tres de la madrugada del mismo dia que llegó á
Lérida, y á las once de la mañana atravesaba la
ciudad condal en carretela descubierta, haciendo
dudar á los que le conocian que fuera el Rey, cor-
rían á convencerse, las carreras de unos llama-
ban la atención de otros, escitóse la curiosidad de
todos, á la sorpresa sucedió en breve la eviden-
cia, y cuando entró en la capitanía general fué
victoreado.


Una hora después visitaba á la Virgen de la
Merced, tomando parte en los honores que se la
tributaban; y desde la iglesia se dirigió á la Uni-
versidad para inaugurar la esposicion (1) en me-
dio de un pueblo entusiasmado por la inesperada
llegada de S. M. Lleno el local de la más escogi-
da sociedad de Barcelona, recibió al Rey con
aplausos. Recorrió todos los salones1 acompañado
de la junta organizadora, y se enteró minuciosa-
mente de todo con especial interés, notándose lo
que le agradaba aquel alarde de la inteligencia y
laboriosidad de los catalanes, á pesar de que ape-


(1) Eu la imposibilidad de dar ni una idea aproximada de ella,
recomendamos á los amantes de nuestra industria y artes, si
quieren conocer lo que fué aquella magnífica esposicion, la his-
toria de ella, publicada en un tomito por el ilustrado D. Agustin
Urgelles de Tovar.




349


ñas habia un departamento que estuviera conclui-
do de arreglar, ni aun que ñuSiese recibido todos
los objetos que habian de esponerse.


Durante la regia visita estuvieron dos músicas,
tocando una después de otra, sin interrupción en
el pórtico.


Asistió después á la corrida de toros, donde
recibió una grande ovación; tuvo á su mesa á los
presidentes de la esposicion y á otras personas
notables y concurrió á los ieaíros del Liceo y de
Talia y al baile dado en el Embalats (1); retirán-
dose á las dos de la madrugada, y regresando á
Lérida á la mañana siguiente.


Cuando se comprendió que la repentina é ines-
perada visita del Rey á Barcelona no tuvo más
objeto que asociarse á la gran festividad que se
celebraba, se admiró el propósito, se alabó la for-
ma y rapidez de la ejecución, y se vio que para don
Amadeo ni la distancia, ni el cansancio,4 ni otras
consideraciones eran obstáculo para correrá iden-
tificarse con lo que enaltece á un pueblo, como
acudiría á participar de sus desgracias ó peligros
para aliviarlas ó defenderlas. España tiene un
Rey joven que no está educado en la molicie, que
ama la actividad y desea evidenciar el afecto y el


(1) Así se llama el magnifico y bien adornado salón que im-
provisan con lona en el campo.




350


REGRESO Á LÉRIDA.


El regreso de S. M. á Lérida, acalló las absur-
das suposiciones á que habia dado lugar la repen-
tina marcha á Barcelona, v una vez más se vio
lo fecunda que es la imaginación de los partidos,
ó de los hombres.


Llegó una hora antes de en la que se le espera-
ba, visitó acto continuo los establecimientos de
beneficencia é Instituto de segunda enseñanza,
revistó á la guarnición y voluntarios en la plaza
de Prim, ó inauguró por la noche la fuente que
en ella habia de construirse.


interés#que los españoles le inspiran, no solo por
conveniencia propia, sino por convicción, porque'
ha tenido sobradas ocasiones de conocer las cua-
lidades que enaltecen nuestro carácter nacional
á la vez que condolerse de que esta patria, que
es la suya, no esté á la altura que le corres-
ponde.


Nada omitirá el Rey para conseguirlo, que
también es interés suyo; y aunque sobrio de pa-
labras, es abundoso en hechos.




351


Por la breve descripción que hemos hecho,
prescindiendo de muchos pormenores, se puede
comprender que en toda Cataluña, porque de
toda habia representantes en las cuatro capita-
les, fué aclamado el Rey, y obtuvo el plebiscito
que se deseaba.


Testigos fueron antes de la llegada de»S. M.


Hubo serenata, • continuaron los festejos y las
iluminaciones hasta hora bien avanzada, y á la
mañana siguiente partió para Zaragoza, dejando
en Lérida los mismos gratos recuerdos que en los
demás puntos.


A corta distancia se detuvo á inaugurar el ca-
mino vecinal que ha de ir á Almenar y otros pue-
blos atravesando la comarca del Segriá.


En el templete levantado al efecto, y adornado
habia esta inscripción:


A L E G R E G I O D E F E N S O R D E L O S I N T E R E S E S N A C I O N A L E S


L O S P U E B L O S A G R A D E C I D O S .


En Almacellas fin de la provincia de Lérida y
de Cataluña, se despidieron las autoridades. La
estación adornada; mucha gente y muchos vivas.




352


(1) Eu todas hubiera sucedido lo mismo que en las que visitó
y se espresó en muchas cartas como esta:


tHaré notar á Vd. lo fructuosa que ha sido la real visita en
esta provincia. Antes todo eran divisiones; los unos deseaban re-


los Sres. Salmerón y Llano y Persi, que tuvieron
ocasiones en su escursion por los principales pue-
blos del principado, de apreciar los sentimientos
de sus habitantes en favor del Rey elegido por las
Cortes Constituyentes, aun cuando en muchos pun-
tos habian desfigurado hasta su misma persona,
¡que á tanto ciega el espíritu de partido! Pero aun
esto redundaba en beneficio del Rey, porque al ver
su bizarra aposturay como armonizaba la digni-
dad con la llaneza, al conocer que no era mentida
la fama de esforzado que le precedía, al examinar
sus costumbres, al esperimentar su trato y los
efectos de su comportamiento como hombre y
como Rey, la opinión pública imparcial estuvo de
su parte, y si- de muchos tuvo el amor, tuvo de
todps las simpatías.


Asi dijeron muy oportunamente los republica-
nos en más de una población: este hombre ha des-
truido en un dia el trabajo de tres años.


¡Lástima que no hubiera podido el Rey perma-
necer más tiempo en las poblaciones que visitó al
correr del tren (1), que no pudiera satisfacer los
justos deseos de tantos fabricantes, de Barcelona




353


23


especialmente, que solicitaban su visita á sus fá-
bricas y talleres! Grato hubiera sido al Rey com-
placerles, como lo decia constantemente; pero no
habia tiempo; y no porque le desperdiciara, pues
hasta su actividad fué objeto de no muy bondado-
sos comentarios de algún periódico de Madrid.


Y no faltó, sin embargo, al más mínimo deber;
y despachando todos los días con los ministros,— *
que tampoco descansaron en todo el viaje,—hasta
robar al necesario reposo las horas que consagra-
ba á sus consejeros para acordar economías al país


troceder, otros andar muy aprisa, y en los más todo eran dudas,
(en política se entiende). Este estado de cosas parece haber cam-
biado bastante, y en todas las conversaciones no oirá más que elo-
gios á S. M.; de modo que muchos adversarios políticos é indife-
rentes de antes, están ahora completamente identificados con la
nueva Dinastía y las instituciones que nos rigen, y de consiguien-
te puede considerarse á S. M. D. Amadeo I, Rey de los españoles,
como el lazo de unión entre los partidos.»


—Declase en otra carta:
«SOLSONA, 21 de Setiembre.


Señor —Muy señor mió: Las cualidades características que
distinguen á nuestro joven Rey eran con entusiasmo esplicadas
anteayer en la feria del Baucal, y ayer en la de la Torregasa, por
los que han tenido ya la satisfacción de ver y victorear á don
Amadeo en esa capital; y ya por este país la opinión va manifes-
tándosele propicia. No es del agrado de los neos, pero Ja verdad
es más ó menos tarde conocida y se abre paso por entre las pe-
ñas y los valles por fuerte que sea el empeño en resistirla ú ocul-
tarla. En aquellas concurridísimas ferias se dio completo crédito
á la sencilla narración de los obsequios tributados á D. Amadeo
en esa industrial ciudad, porque los referían personas que los
presenciaron y porque esta montaña deseaba saberlos por medio
de alguno de sus moradores.»




354


y tratar los graves negocios del Estado, que no se
interrumpió un dia el despacho, accesible á todas
horas á los ministros, que se mostraron infatiga-
bles en su tarea gubernamental.


Así ayudaban todos al buen éxito del viaje, y
ojalá que las noticias que estando en Barcelona,
empezaron á recibirse de Madrid, sobre las di-
ferencias que comenzaron á separar á Zorrilla y
Sagasta, no hubieran producido en todos el natu-
ral disgusto, que debia producir un suceso pre-
cursor de otros más graves y que ahondaba las
divisiones que el interés y el bien de la patria con-
denan, cuando el origen de todos los males está
en la abundancia de partidos.


Pero en esta ocasión más, se vio la elevación de
miras del Rey, que al condolerse de la división,
á todos recomendó terminara; que quería la unión
de todos; que ni era ni seria Rey de partido, sino
de los españoles. Por eso estrechaba la mano de
los republicanos de Reus y de los carlistas de la
Montaña, y al sentar á su mesa á los fabricantes é
industriales, á los hombres de ciencia y de letras,
no se cuidaba de si eran más ó menos liberales, si
progresistas ó moderados, carlistas ó republica-
nos, sino que eran españoles y héroes del trabajo
ó del saber, y bastábale esto. Testigos cuantos tra-
taron áS . M.




355


(1) Sabedor el Rey, en más de un punto, que pobres ancianos
habian hecho á pié largas jornadas y hallaban en si mismos difi-
cultades para el regreso, mandó socorrerlos y que se les pusiera
un carruaje á su disposición.


Y esto que circulaba y se sabia en todas partes,
le hacia más simpático y querido, se deseaba verle,
y acudían á la capital, desde el remoto confín de
la provincia, pobres gentes que hacian á pié el
camino (1) sin más objeto que conocer al Rey, y
al verle le aclamaban, como si fuera el Monarca
que necesitaba el país.


En las clases obreras, en ese pueblo que cuando
obra espontáneamente tiene el instinto del bien al
que le impulsa la nobleza de su corazón, cuando
redeaba al Rey le aclamaba, y en aquel instante,
hubiera dado su sangre y su vida para defenderle:
de ese pueblo salieron las ovaciones más espontá-
neas, los más delicados obsequios, y hasta suscri-
ciones para hacer regalos al Monaro?. de quien le
pretendían divorciar. ¿Y se quiere hacer de estos
obreros ilustrados, nobles, laboriosos, los verdu-
gos de la sociedad que es obra de ellos mismos,
los instrumentos de una institución que es enemi-
ga del trabajo porque quema las fábricas, del ca-
pital porque destruye la riqueza pública, de la fa-
milia porque viola sus santas leyes, y de la socie-
dad porque la ultraja? ¡Imposible! Las aberracio-




356


ARAGÓN.—ZARAGOZA.


En Binefar, primer pueblo de la provincia de
Huesca, esperaban las autoridades y comisiones
de esta provincia en la bien adornada estación, con


(1) Y anadian:
«Paz, que permita á los pueblos entregarse confiados á grandes


y levantadas empresas; paz, que esterilice las borrascas políticas
que agostan la Nación, y paz, finalmente, moral y material, que
aniquile las discordias intestinas y realce la agricultura, las artes
y la industria. .


Justicia, que coloque á cada cual en su lugar, desterrando de
la administración los díscolos, los holgazanes y derrochadores
que cual vampiros, chupan del Estado, á beneficio de las conmo-
ciones políticas, la savia que han perdido en su desordenada exis-
tencia; justicia, que se reparta entre todos con equidad, sin ver
blancos ni negros, ni azules, sino ciudadanos españoles, sujetos
á iguales deberes y con opción á iguales derechos.


Religión, único motor para dirigir á las sociedades como á los
individuos; religión, sin fanatismo ni supercherías, pero franca y


nes del momento nada constituyen, y los obreros
ilustrados no'pueden ser jamás instrumento de
los que conspiran contra la patria y el bien pú-
blico.


Así basta los periódicos dedicados á la enseñan-
za, saludaban al Rey y le pedian PAZ, JUSTICIA,
RELIGIÓN Y EDUCACIÓN (1).




357


los retratos del Rey y la Reina: inmenso gentío
aclamó á S. M. en cuanto llegó, felicitándole las
autoridades (1).


Pasó el regio viajero al salón, recibió en él á
las autoridades y comisiones, y el Sr. Blasco, dig-
no catedrático del Instituto de Huesca y su ilus-
trado cronista, presentó respetuoso á S. M. un
ejemplar de sus obras, con una bien sentida espo-


resueltamente proclamada, acatada y atendida; religión, y como
base la moral cristiana, en lugar de la deleznable moral univer-
sal, ídolo de yeso, pintado de todos los colores; religión, en fin,
en el Estado, como edificante ejemplo en una Nación católica por
escelencia.


Educación, generalizada y estendida á todas las clases de la so-
ciedad; educación, menos encomiada y más atendida por el po-
der público; educación, armónica y general, que abrace las tres
acepciones en que se divide; educación, progresiva y reformado-
ra, pero consciente, paulatina, lógica y arreglada al carácter,
fisonomía é historia del pueblo español; educación, en fin, regida
por el talento y la esperiencia, y no por el rutinario empirismo
ó por la inconsciente novedad.


Estas son, Señor, las aspiraciones que nosotros creemos ver en
los pueblos todos de este Principado: al elevarlas á su alta consi-
deración porgan humilde conducto, no nos proponemos sino lle-
nar los deberes de nuestra misión, haciendo oir nuestra voz has-
ta las alturas del poder, abogando sin cesar por la mejora moral
y material de la Nación, cuyo régimen tiene V. M. confiado.


Dígnese V. M. acogerla con su proverbial benignidad, mientras
ruega á Dios le guarde por muchos años.


Señor: A L. R. P. de V. M., la redacción de El Monitor de pri-
mera enseñansa:—Barcelona 14 de Setiembre de 1871.»


(1) El gobernador civil, Sr. Abad, terminó con estas palabras:
cLa provincia de Huesca, señor, en la que tuvo origen la nacio-


nalidad aragonesa, en la que ostentaron su valor indomable reyes
como Pedro I y Alfonso el Batallador, en la que hubo Cortes como




358


las de Jaca y Monzón; la provincia, donde, al recuerdo de bri-
llantes hechos, viven aun los descendientes de aquellos héroes
que invocaba César, diciendo á sus enemigos: «Fatiamvos púnise
pernizos Ansotanos; esta noble provincia, en fin, poblada de va-
lientes hijos que aman y veneran las virtudes de su esclarecido
Monarca, os recibe y saluda alborozada y desea tributaros el ho-
menaje del pueblo más entusiasta.


Alto-aragoneses: -
¡Viva el Rey! que todos repitieron entusiastas.
(1) La siguiente:
Señor: Humilde catedrático del Instituto de Huesca y cronista


de esta ciudad y su provincia, con cuyo distinguido gobernador
y celosos senadores y diputados vengo á saludaros, tengo el ho-
nor de ofrecer á V. M. estos libros que tratan de la gloriosa his-
toria de este país de inmortal memoria; aquí, señor, se halla el
que fué célebre monasterio de San Juan de la Peña, en cuyos ele-
vados peñascos se dio el primer grito de libertad y reconquista,
por unos cuantos montañeses que con la clava en la mano, la fé
en el corazón, y guardando en su pecho acendrado cariño para
sus reyes, bajaron á la llanura á fundar la más poderosa nació-


sicion (1); recibió también al juzgado y ayunta-
miento de Tamarite, al de Fraga, que hizo un
regalo de sus preciados higos, y á otros munici-
pios, y como principio aquel punto del territorio,
de la Audiencia, y de la capitania general, allí es-
taba también una comisión del tribunal de justicia
de Zaragoza y el segundo cabo, que continuaron
su viaje con el Rey, y con él almorzaron en un
carrascal entre Binefar y Monzón, sirviendo á Su
Majestad, junto á una encina, las viandas que en
el tren se llevaban. Y era poético el aspecto que
presentaban aquel bello terreno, cuya eterna so-




359


ledad interrumpió la regia comitiva, y cuyo acto
se procuró perpetuar por la diputación de Huesca
ó el dueño de la finca.


Prosiguió el viaje, anunció el cañón del célebre
castillo de Monzón la llegada á este punto, en cuya
estación adornada con arcos y banderas (1), es-
peraba el ayuntamiento, un sacerdote y gentío
inmenso, que victoreó al Rey, llamado el po-
pular y el de los pobres, por lo agradecidos que
quedaron; dedicóle un espresivo soneto el coronel


nalidad del Occidente; aquí están la antigua y morisca ciudad de
Jaca, y la vencedora Osea, preciada joya de Sancho Ramírez, de
Pedro I y del Monarca de la terrible campana, que con otros re-
yes yace en Huesca sepultado; aquí la que fué renombrada Uni-
versidad, cuya antigüedad se eleva hasta la escuela que fundó el
bizarro general romano Quinto Sertorio; y aquí, en fin, señor,
está mi querida ciudad, que vais á visitar, la inmortal Zaragoza,
asiento de la Virgen cuyo nombre invocaban nuestros antiguos
monarcas al intentar las colosales empresas que les dieron gloria
imperecedera y universal; cuna de innumerables mártires, hé-
roes y sabios; ciudad favorita de Alfonso el Batallador y de otros
muchos reyes; y heroico y muy heroico baluarte, que en otro
tiempo sostuvo su independencia y fidelidad á su Monarca contra
ejércitos formidables.


Seguid, señor, vuestro viaje felizmente, y no olvide V. M. que
Huesca, cuyas crónicas escribo*, y Jaca y Zaragoza, cuyas histo-
rias publico, y Barbastro y Teruel, y Daroca y Albarracin y Ca-
latayud y Tarazona, y Aragón entero, del que lleváis memoria
en estos libros, ha sido, es y será siempre envidiable y glorioso
dechado de valor, de lealtad y de acendrado amor á sus reyes.


(1) Y esta inscripción:


A S. M. EL REY DEMOCRÁTICO D. AMADEO I


EL AYUNTAMIENTO DE LA MUY ANTIGUA Y LEAL VILLA DE MONZÓN.




360


Sr. Pardo de la Casta, y se llegó á poco á Selgua,
cuya estación, se hallaba vistosamente engalana-
da, leyéndose las inscripciones de Libertad, Justi-
cia, Moralidad y Constitución de 1869; y en el
andén aguardaban á S. M. las autoridades y co-
misiones de Barbastro, á que corresponde la esta-
ción, en la que también tenian mesas con dulces,
pastas y vinos; y mientras el Rey conversaba con
cuantos le iban presentando, tocaba la música,
bailaban los danzantes, el joven teniente Sr. Za-
canda y Conchillos leia un bien sentido soneto á
S. M. y los ancianos y pobres de Barbastro le en-
tregaban unos versos, dándole la bienvenida y de-
mandándole favor.


Inundado el salón por las señoras s y, todos las.
alrededores por el pueblo, los .vivas con que fué
el Rey recibido, crecian á cada momento, y al
despedirse, las aclamaciones de todos era una ova-
ción unánime, tan calurosa como espontánea.


Paróse en Tormillo, Lastanosa, Sariñena y
Granen para recibir S. M. las felicitaciones de los
que en estos puntos le esperaban y oir al gra-
cioso y conocido ciego de la última villa, que can-
tó al compás de su guitarra; y en Tardienta,
esperaban al Rey con un espléndido buffet, cos-
teado por la diputación: recibió á varías comi-
siones de la capital, y el presente que dos niñas




361


de la casa de la Caridad hacían al Rey y á la Rei-
na, de unos pañuelos bordados, ofreciéndolos en
verso: se enteró por las autoridades y corporacio-
nes, de las necesidades de la provincia, mostrando
el grande interés que le inspiraba, y no ha olvida-
do: se despidió aclamado de todos; lo fué también
en Almudevar y en Zuera, donde le esperaban
las autoridades y comisiones de Zaragoza; se des-
pidieron las de Huesca, llevando tan grata im-
presión del Rey, como favorable concepto en su
ánimo dejaban.


La estación de Zuera ostentaba un bonito arco
de ramaje, de siete portadas, formando ángulo,
adornado con banderas.y gallardetes, leyéndose
la siguiente patriótica inscripción: Libertad, Or-
den y Moralidad, reinando S. M. Amadeo I,
aseguran el desarrollo de nuestra agricultura. Y
á ambos lados la dedicatoria: Zuera, al Rey. En
la parte superior el escudo de armas de la villa.


Poco después llegó una comisión del ayunta-
miento de San Mateo de Gallego.


La municipalidad de Zuera, cuyo presidente y
varios individuos eran republicanos, se esmera-
ron en obsequiar y mostrar sus respetos y cariño
al jefe del Estado, ofreciéndole además un deli-
cado refresco.


A las cuatro de la tarde llegó el Rey á la esta-




362


(1) Decia así el discurso:
«Señor: No la modesta personalidad mia, no el individuo de


condiciones profundamente republicanas, es el alcalde de Zarago-
za, investido por el sacratísimo sufragio universal, quien por un
deber ineludible se presenta y se pone á vuestras órdenes.


Vais á penetrar en el recinto de la ciudad, que sobrada ya de


cion de la inmortal ciudad, que estaba sencilla
pero elegantemente decorada, esperándole comi-
siones de todas las corporaciones y del casino mo-
nárquico-liberal, juntas de distrito y veteranos


. de la milicia nacional, de los ayuntamientos y di-
putación de Teruel y otras, siendo saludado el
Rey al descender del coche con entusiastas vivas
por la inmensa muchedumbre que llenaba por
completo el andén.


Entonces fué cuando el alcalde Sr. Marinó, di-
rigió al Rey el discurso de que tanto se habló, y
del que seguramente no privaremos á nuestros
lectores para que juzguen por sí, que, puede serla
peroración todo lo republicana que quiera, pero
no es galante, ni cortés, y mucho menos exacta,
porque si demostrado no tenia ya el Rey su va-
lor, y probado con su sangre, si peligro hubiera
habido en entrar en Zaragoza, no podia tener más
lisongero estímulo; así que aquello de si valor no
tuviereis, sobre ser inexacto, como hemos dicho,
era candido (1).




363


timbres gloriosos, tiene el título de siempre heroica: que cuando
ha peligrado la integridad nacional ha sido una nueva Numancia:
que humilló las huestes napoleónicas en su mismo triunfo. Pisa-
reis un suelo macizado con los osamentas de los valientes muer-
tos en defensa de la patria. Zaragoza ha sido y es el centinela más
avanzado de las libertades; cuando ha sido libre en sus manifes-
taciones, nunca Gobierno alguno le pareció bastante liberal: in-
quebrantable en su fé, resignada pero inconmovible en su infor-
tunio, jamás en pecho de ningún hijo suyo se anidó la falaz ale-
vosía.


Entrad en el recinto de Zaragoza; si valor no tuviereis, tampo-
co lo necesitarais, que los hijos de la siempre heroica son valien-
tes frente á frente y cobardes para toda traición. No hay escudo
ni existe ejército más poderoso en estos momentos para defender
vuestra persona que la lealtad de los descendientes de Palafóx,


Sonrióse el Rey de una manera significativa, y
sobre sí siempre, estrechó la mano del alcalde.


Inmediatamente salió el Rey de la estación,
montó en un brioso alazán negro, y se puso en
marcha, bien difícilmente, por la muchedumbre
que apiñada ocupaba el espacio que media desde
la puerta del Ángel á la estación de Barcelona.
Aclamado en el ámbito de la plaza de la estación,
siguió siéndolo en toda la carrera, cuyos balcones
engalanados, llenaban las señoras agitando los pa-
ñuelos: de muchos se arrojaron flores, palomas
y versos.


Al llegar el Rey al arco que en la calle de Jai-
me I levantó el Casino monárquico-liberal, salie-
ron de aquel gran número de palomas, flores y




364


pues que hasta sus enemigos asilo sagrado gozan cuando techum-
bre zaragozana les cobija.


Quien por primera vez visita á Zaragoza halla, un templo gran-
dioso de glorias que admirar y un libro precioso para aprender.
Pensad que es muy española, tanto como la ciudad que más; que
ama con pasión las libertades en sus más dilatadas pero naciona-
les manifestaciones; que en la testera del sálon de su municipio
se ostenta el lávaro santo de los derechos individuales, cuya pu-
reza anhela con fervor.


Pensad y meditad que si seguís inflexiblemente el camino de la
justicia; si hacéis mantener á todos las reglas de la más estricta
moralidad; si protegéis al productor que hasta aquí tanto dá y
tan poco recibe; si sostenéis la verdad del sufragio; si un dia á
vos os debe Zaragoza y la España toda la satisfacción de las ince-
santes aspiraciones de la mayoría de este gran pueblo que venís á
conocer, entonces, tal vez, os adornen timbres más brillantes en
concepto mió.


Podéis ser el primer ciudadano de la Nación y el más amado en
Zaragoza, y la gran república española os deberá la felicidad com-
pleta.—He dicho.>


poesías, y S. M. fué frenéticamente aclamado por
centenares de personas que ocupaban la calle y
plazuela de Ariño, hasta el punto de no poder
continuar y tener que abrir paso los generales
Córdova y Rosell; pues entusiasmada la pobla-
ción por saludar al Rey popular, ocupó por com-
pleto el centro de la calle, obstruyéndola. La co-
mitiva continuó por las calles del Coso y Al-
fonso I, dirigiéndose al templo metropolitano de
Nuestra Señora del Pilar, donde oró y dejó rica
ofrenda.


Continuó su carrera y la aclamación por las




365


(1) Al llegar á la entrada del Coso, entre la Audiencia y el Ca-
sino mercantil, fué objeto de una de esas calurosas aclamaciones
que salen en presencia de cierto* hechos de todo corazón gene-
roso. Una mujer del pueblo se le acercó á entregarle un memo-
rial, pero cuando llegó al centro de la calle, el Rey habia cruza-
do ya por delante de ella; pero el Rey se apercibió, y volviendo la
cabeza observó el ademan de la pobre mujer que le alargaba el
memorial; entonces S. M. tiró la rienda del caballo y le hizo dar
dos ó tres pasos atrás, inclinándose en seguida y cogiendo la soli-
citud de las manos de la atónita hija del pueblo: todo esto suce-
dió instantáneamente, y tal impresión produjo en la muchedum-
bre esa sencilla deferencia "del soberano, que no pudo menos de
estallar en frenéticas aclamaciones y aplausos.


Un poco más arriba, al llegar al magnífico arco triunfal del Co-
mercio y la industria, se repitieron las ovaciones que habia reci-
bido al pasar bajo el de la calle de San Gil, viéndose rodeado
completamente por la multitud que le aclamaba llena de entu-
siasmo, y cubierto por una lluvia de flores, poesías y palomas.


Al llegar al paseo, un buen hombre del pueblo, de oficio car-
bonero, con su traje, su cara y sus manos negras por el tizne del
carbón y el fuego, se acercó á S. M. y le tendió la mano; el Rey se
inclinó con amabilidad y estrechó con fuerza entre las suyas aque-
lla mano callosa y ennegrecida, lo cual produjo nuevos y frené-
ticos vivas.


Desde varios balcones del paseo se le arrojaron con profusión
ramos y flores.


Al llegar al palacio de la capitanía general, la artillería de la
plaza le saludó por tercera vez con 21 cañonazos.


En la plaza de Santa Engracia, bajo los balcones del palacio, le
esperaban las comparsas de gigantes y enanos, lujosamente ves-
tidos, los cuales saludaron al Rey con sus tradicionales danzas.


calles de Convertidos, Santiago, Virgen, Mani-
festación, Mercado, Cerdári, Coso, Paseo á la
capitanía general, habiendo atravesado toda Za-
ragoza, por el más largo trayecto (1).


Un momento después, salió S. M. á uno de los




366


balcones de la fachada que da al paseo, teniendo
ásu derecha al alcalde popular, republicano, señor
Marinó y á la izquierda al ministro de la Guerra,
y al gobernador civil Sr. Loma, presenciando des-
de allí el desfile de las tropas (1) que terminó de
noche.


En esta obsequiaron las músicas militares á
S. M. en la plaza de Santa Engracia con una
gran serenata. Todo, el paseo, la plaza y las ave-
nidas estaba inundado de gente, ávida de contem-
plar al Rey que permaneció al balcón gran rato
conversando familiar y largamente con muchas
de las personas y autoridades (2).


(1) El espacio ó carrera y acera que hay entre el palacio y el
paseo por donde cruzaban las tropas se hallaba cubierto mate-
rialmente por miles de personas; un piquete de la guardia civil
de caballería quiso despejar la calle y empezaba á ejecutarlo: en
este instante el Rey se apercibió de ello, y mandó retirar los
caballos: un vitor inmenso salió entonces de los labios de miles
de almas, y por algunos segundos se escuchó un aplauso uná-
nime.


(2) La generalidad de los balcones en todas las callos y pa-
seos se veian iluminados y adornados sin que hubiera precedido
aviso ni escitacion alguna. El arco de triunfo del ejército que
habia en el paseo presentaba un aspecto deslumbrador, ilumina-
do por gas con un gusto y una delicadeza que llamaban la aten-
ción. La fachada del cuartel de Santa Engracia, la galería de ar-
cos déla plaza de la Constitución y el monumento de Pignatelli
en la glorieta, se hallaban iluminados con profusión de farolillos
á la veneciana. Todos los obeliscos del paseo y del Coso ostenta-
ban también grupos de farolillos. En los arcos levantados pDr el
comercio y la industria y el casino, se leían estas inscripcionss:




367


líomenaje de adhesión al Rey de los españoles: en el otro, A Su
Majestad el Rey Amadeo I, el Casino monárquico-liberal—María
Victoria, Amadeo'I.—Honor al comercio que todo lo reparte,
honor á la agricultura que todo lo produce, honor á la indus-
tria que todo lo transforma, honor á las artes que lodo lo embe-
llecen.


A S. M. el Rey Amadeo I, el comercio y la industria.'— Or-
den, Justicia, Moralidad, Economías.


(1) El antiguo hospital real y general de Nuestra Señora de
Gracia fué fundado por D. Alfonso V de Aragón, el Sabio, en 1425,
para todos los dolientes que se presentaran, aun cuando tuvieran
enfermedades contagiosas, admitiéndose los dementes, los expó-
sitos hasta la edad de cinco años, á las mujeres desgraciadas, para
que fuera casa de maternidad. La caridad del fundador nc hizo


A la mañana siguiente, mientras los seculares
ó indispensables gigantes y enanos recorrían con
su música y séquito de chiquillos, las calles de la
ciudad anunciando la fiesta, iba el Rey á postrar-
se de hinojos ante la venerada Virgen de los ara-
goneses, oyó misa y salve cantada, visitó el tem-
plo, pudo tomar trabajosamente el carruaje, y
después de saludar á la Virgen del Pilar fué á
visitar á los pobres y á los presos, invirtiendo
toda la mañana en el hospital, Casa Amparo, dé
Misericordia y la cárcel, recibido en todas partes,
como lo habia sido en cuantos establecimientos de
este género habia visitado, sin faltar flores, poe-
sías y bellos himnos (1).


Llamó la atención justamente en la casa de
Misericordia la preciosa iglesia nueva de piedra,




368


distinción para que se ejerciera, de nación ni creencias: así se leia
y se lee sobre la puerta de entrada:


DOMÜS INFIRMORUM, ÜRBIS ET ORBIS.


Esto hace la apología de su sabio fundador, de la caridad cris-
tiana de los aragoneses en el siglo XV y de la ilustración de aque-
lla época.


Dotóle con grandes rentas, aumentadas con-donaciones, privile-
gios é inmunidades, como constaba en su rico archivo que pere-
ció, como todo el hospital, cuando al apoderarse de él los france-
ses en 1808, lo incendiaron con cuanto en él había y no cogieron.


En el año económico de 1869 á 70, los 7.883 acogidos y 1.802
'niños, de los cuales se lactaban y criaban fuera de la casa 1.692,
pagándose las nodrizas esternas á 28 rs. mensuales, y habiendo
ocasionado los acogidos de todas clases 391.011 estancias, sin con-
tar con las de los niños que están fuera de la Inclusa, importó el
presupuesto 2.880.119 rs. 9 cents., de los que habia que dedu-
cir 268.156 rs. 17 cents, que se debían por atrasos.


El Hospicio provincial se fundó á solicitud de los hermanos de
la congregación de la Santa Escuela de Cristo de Zaragoza en 1666,
para socorrer los pobres y educarlos. Tomó Felipe V el estableci-
miento bajo su patronato: protegiéronle otros reyes y el inolvida-
ble Pignatelli: débele mucho á su ilustrado gobernador civil don
Ignacio Méndez Vigo, que demostró lo que el eminente Burgos
consignó en su famosa y sin igual Instrucción á los subdelegados
de Fomento, que para las autoridades no hay imposibles, aunque
esto se refiere á las que saben serlo—muy pocas por desgracia—


imitando un templo bizantino; así como en los
colegios de niñas se admiraron las esmeradas la-
bores, dedicadas algunas á la Reina, cuyos bor-
dados competían sino sobrepujaban á los más es-
quisitos^ probando el estado de la instrucción de
aquellas niñas la que poseen sus ilustradas profe-
soras; pudiendo decirse lo mismo de los. niños y
de los aprendices de los talleres é imprenta.




369


24


Complacido el Rey de cuanto habia visto, y
pudiendo estarlo de la manera como fué en todas
partes recibido, regresó á su alojamiento, en el
que hubo grande y numerosa recepción, no solo de
las autoridades y corporaciones de Zaragoza y su
provincia, sino de las de Teruel y Huesca, que no
satisfacía á los hoscenses haber visto á S. M. al
pasar por. su provincia.


obtuvo el hospital grandes legados de eminentes patricios, que
nada hay mas generoso y levantado que la caridad, y el número
de acogidos que pasa de 630 por término medio, viene á costar 2
reales 35 cents, por estancia.


Hay talleres para construir cuanto se necesita en el estableci-
miento.


El Hospitalico, que es un hospicio dentro de otro hospicio, fun-
dóse en 1543 porol hospital que-tenia la Magdalena y la cofradía
de Santa Fé, que cedieron sus casas, ropas, camas y enseres para
establecer un asilo donde sé acogiesen los huérfanos menores de
quince años.


Fué destruido en 1808 el edificio, siguió con varia fortuna el es-
tablecimiento, y en 1836 se agregó, así como el llamado de Pere-
grinos y sus rentas y obligaciones al Hospicio hoy provincial.


Tiene una imprenta, creada en 1869 por D. Gervasio Ucelay, vice-
presidente de la diputación provincial, que dá escelentes resultados,
y se enseña también la música, la encuademación y otros oficios.


En los cuatro establecimientos de beneficencia se albergan dia-
riamente 4.165 acogidos; causan 1.520.225 estancias al año, y as-
cienden los gastos á escudos 252.002'295.


Los ingresos propios ó naturales en el año económico de 1869
á 70 ascendieron á escudos 214.768'778.


Los gastos á escudos 436.460'995. *
Siendo el déficit que tiene que abonar la provincia, 221.692*217.
Los señores á cuyo cargo están estos establecimientos y la ce-


losa Junta de beneficencia, se muestran infatigables por conser-
varlos dignos de la caridad y cultura de Zaragoza.




370


Asistió por la tarde á la corrida de toros, reci-
biendo una entusiasta ovación del público que lle-
naba la plaza, el que se cuidaba más de contem-
plar al Rey que del espectáculo, á pesar de su
afición á ellos, y por la noche fué al casino mo-
nárquico-liberal á inaugurar las cátedras que
sostiene para sus socios y familias. .


Al retirarse S. M. se encontró con más de tres-
cientos socios que, con grandes hachones encen-
didos, rogaron al Rey les permitiera apompañar-
le hasta el palacio de la Diputación provincial, y
obtenida trabajosamente la venia, rodearon el
carruaje, que marchando al paso por orden del
Rey, se dirigió por la calle de San Jaime y Coso
al palacio de la plaza de la Constitución. Hallá-
base esta obstruida por un mar de gente, que
aclamó repetidas veces á S. M., tanto en el trán-
sito como al asomarse al balcón para ver los
fuegos. *


El palacio de la Diputación estaba adornado
con sumo gusto, tanto exterior como interior-
mente, y los diputados ofrecieron al Rey, des-
pués de concluir los fuegos artificiales, que fue-
ron lindos, un delicado refresco. Mientras duraba
éste, y cada vez que se asomaba el Rey le victo-
reaban y arrojaban flores, hasta las señoritas des-
de los balcones, cuyas flores recogió el Monarca,




371


y llevaba aún en su mano al dirigirse á su aloja-
miento , seguido de un gran número de personas
que le victoreaban, así como las que al paso se
situaron.


A las siete de la mañana siguiente, asistió
S. M. á la inauguración del cauce de riego que
termina dignamente las monumentales obras del
Canal Imperial de Aragón.


Al llegar á la plaza de Torrero, fué saludado
por los concurrentes, y la música de Estremadu-
ra tocó la marcha real, mientras el Rev visitaba
la preciosa pirámide truncada que se habia erigi-
do en el centro y cuyos cuatro frentes estaban
formados por cuadros de semillas, legumbres, fru-
tas y frutos del país, lo cual produjo una agrada-
ble sorpresa al Monarca.


La comitiva se dirigió á la inauguración de la
prolongación del Canal Imperial, cuyas obras se
han ejecutado en los últimos años y al que se ha
dado el nombre de Nuevo Canal de riego.


Al efecto, el Monarca y las primeras autorida-
des se embarcaron á bordo del barco Pignatelli,
y la comitiva en otros dos que enarbolaban la
bandera nacional.


Poco más de media hora después, la pequeña
escuadrilla arribaba á la Almenara de Valdegur-
riana, sobre la que se habia levantado un elegan-




372


(1) Dice así:
Amadeo I, por la gracia de Dios y la voluntad nacional, Rey


de España, inauguró esta acequia de riego, guc continúa la
grande obra de CarlosIII.—28 de Setiembre de 1871.


te templete. Leyóse la real orden autorizando la
inauguración, y enseguida un sacerdote procedió
á la bendición, terminada la cual S. M. declaró
inaugurada la prolongación del Canal: tomóla lla-
ve y abrió el mecanismo que sostiene las com-
puertas, bajando después con toda la comitiva alas
dos barbacanas que forman las sólidas obras de fá-
brica que constituyen el lecho del canal, para pre-
senciar el paso de las aguas que por primera vez
se precipitaban espumosas en vistosa cascada por
aquellas compuertas, para llevar en breve la r i -
queza y la prosperidad á dilatadas campiñas, hoy
estériles por falta de riego, y cuyos pueblos bende-
cirán seguramente el nombre del soberano bajo
cuyos auspicios se ha inaugurado. El hecho se ha
consignado para perpetua memoria en una lápida
de mármol blanco, que se descubrió en aquel ins-
tante (1). La comitiva partió después en sus car-
retelas, recorrió la acequia y regresó por la Car-
tuja y el camino del Bajo Aragón á la capital.


Tanto en la nueva almenara, como en Valde-
gurriana y en dos puentes que atraviesan la ace-
quia más abajo de aquel punto, habia construidas




373.


vistosas tiendas, empavesadas con banderas y
gallardetes, ~
• Al pasar por frente al edificio que será, cuando
Dios quiera, estación del ferro-carril de Esca-
tron, los vecinos que ocupan aquellas casas cu-
brieron materialmente de flores el coche del Rey,
obsequio que agradeció en alto grado.


Momentos después se dirigió al hospital mili-
tar, donde dio el ascenso á teniente coronel á un
comandante que se hallaba allí herido desde la
sublevación republicana de Octubre de 1869.


Luego tuvo la deferencia de visitar en su pro-
pia casa, Coso, al capitán de artillería Sr. Fa-
jardo, que habia salido hacia pocos dias del hos-
pital militar, donde estubo mal herido por la
misma causa que el anterior. S. M. le dio en el
acto el ascenso á comandante.


También ascendió á alférez á un sargento de
artillería, que llevaba largos años de servicio.


A las dos de la tarde entró el Rey en la Uni-
versidad literaria, en cuyo paraninfo le aguar-
daban los espositores premiados en el certamen
aragonés de 1868, para recibir de sus manos los
diplomas y medallas que merecieron. Encerraba
además el paraninfo cuanto de notable hay en
Zaragoza, en ambos sexos. S. M. fué victoreado
á su entrada, sin cesar, hasta que tomó asiento




374


y empezó el acto con el ceremonial de costumbre,
mereciendo especial mención el momento en que,
llamada á recibir su premio una infeliz ciega,
acompañada de su aneiana madre, ambas vestidas
con estremada humildad, se aproximó al Trono
que ocupaba el Rey. Este dejó su asiento, bajó
las gradas, y dando su mano á la ciega la llevó
hacia sí, dirigiéndola afectuosas frases.


En el primer momento, una sensación indefi-
nible se apoderó de todos los espectadores de
aquel sublime rasgo; después estalló un aplauso
general, repitiéndose los vítores y las aclama-
ciones.


Leyó un discurso el Sr. Borao, y el alcalde se-
ñor Marinó, después, subyugado quizá por la dig-
na sencillez del Monarca, le prodigó merecidos
elogios, y esto le turbó algo, aunque á pesar de
todo no pudo menos de alabar á quien, colocado
tan alto, tentaba su mano y ensalzaba á la des-
gracia. Durante la ceremonia, la música que es-
taba en el atrio, tocó escogidas piezas, y se re-
partieron poesías dedicadas al Rey por el acto que
ejercía, de los Sres. Chacorren y Escuder, Sali-
nas y Baranda y Benedicto.


. Después de la distribución de premios, el Rey
pasó revista á las tropas de la guarnición; revista
á pió, minuciosa, verdadera revista y no parada.




375


Hubo mucha concurrencia y S. M. fué aclamado
diferentes veces, retirándose cuando terminó aque-
lla, para asistir al teatro, en el que tuvo aquella
noche la ovación que en todas partes.


En la mañana del 29= y grandemente aclamado
por todo el pueblo de Zaragoza que acudió á des-
pedir al Rey, dejó la inmortal ciudad, bien con-
tento de haber, conocido los hidalgos sentimientos
de los siempre nobles y valientes aragoneses, la
leal franqueza que los caracteriza, y su levantado
patriotismo. Y aquí, como en todo trayecto, sintió
viajar con tanta rapidez.
. Pero iba á esperimentar ahora las emociones
más grandes y placenteras de todo el viaje. Las
habia esperimentado inmensas en Játiva, en Va-
lencia, en Murviedro, en Castellón, en Zarago-
za, en Reus, en Gerona, en Barcelona y en otros
muchos puntos y muy especialmente en todos los
pueblos de la cesta desde Malgrat á Barcelona;
pero en ninguna parte como en el camino de Za-
ragoza á Logroño.




376


NAVARRA.—RIOJA.—LOGROÑO.


Todas las estaciones que se halla en el trayec-
to hasta la capital de la Rioja, estaban decora-
das , en todas habia arcos, ondeaban banderas y
gallardetes, no faltaban músicas y el gentio era
inmenso.


Las Casetas y La Joyosa, á pesar de la poca sig-
nificación de sus pueblos, aun acudiendo á' ellas
los vecinos del pintoresco Pinseque, tenian llenos
los andenes y sus inmediaciones en larga distan-,
cia, y parecían competir todos los espectadores
en sus aclamaciones al Rey.


No fueron menos entusiastas en Alagon, villa
de más importancia, donde llovieron sobre S. M.
versos (1) y flores, y se oyeron aclamaciones que


(1) Merecen consignarse por la nobleza del pensamiento las
siguientes composiciones:


ALAGON A DOÑA MARÍA VIGTORLV REINA DE ESPAÑA.


Bien puede tu corazón
Latir en dulce reposo,
Cuando sepas que tu esposo,
Victoria, está en Alagon.
Esta es una población,
Que por su madre os aclama:
Que entusiastamente os ama




377


verdaderamente enternecían por su concepto y
por la sinceridad de los que las pronunciaban. En
Pedrola aumentaba la música el entusiasmo y la
animación de aquel momento; era significativo el
decorado de Luceni, y aquí y en G-allur, en Cor-
tes y en Rivaforada, podia decir el Rey que se
hallaba entre los españoles más apasionados á "su
persona; así que el contento de S. M. era grande.


Pero aun le faltaban mayores y satisfactorias
emociones; aun tenia que ver como un pueblo
siempre liberal ó invicto, recibía al elegido por
las Constituyentes, al Rey de la revolución. Ha-
bíanse reunido en Tudela las autoridades milita-
res de las provincias Vascongadas y Navarra, y
el gran terreno que hay entre la ciudad y la es-
tación, se había desmontado por el ejército y se


Con cariño el más sincero,
Al Rey, como caballero,
Y á YOS, como esposa y dama.


A D. AMADEO I REY DE ESPAÑA.


Alagon: villa leal,
Guiada de buen deseo,
Saluda á D. Amadeo
Con un afecto filial:
Promesa le hace formal
De siempre estar á su lado,
Si procura con cuidado
Ser guardador de su ley,
Padre bondadoso y Rey
Justo, libre y esforzado.




378


construyó en su frente un magnífico castillo al-
menado con baterías á los lados que no cesaron de
hacer fuego desde que llegó el tren real. Forma-
ban á "ralo 7 otro \ado do o-sta, gT&n p\az& \as íwer-
zas del ejército y milicia nacional perfectamente
uniformada; y al presentarse el Rey á revistarlas,
fué recibido con vivas atronadores. Atravesó la
población, toda adornada y con arcos en muchas
calles, arrojáronle flores y palomas; y hasta la
casa del alcalde, señor marqués de Frías, la car-
rera toda estaba llena de gente que no cesó un
momento de aclamarle.


Aceptó el elegante buffet que le tenían prepa-
rado, y regresó á la estación con el mismo gentío
é idénticas aclamaciones y con el profundo senti-
miento de no poder acceder á las repetidas ó in-
sistentes súplicas de permanecer algunos ratos
más en la siempre fiel y leal Tudela, por el deseo
de llegar de dia á Logroño. Hubo que apresurar
una despedida, que se hacia interminable por el
anhelo de los que se quedaban y la pena de los que
marchaban, y en breve se llegó á la estación de
Castejon, bellamente adornada; recibióse al Rey
con música y cohetes, era de arcos la calle que
habia que andar al dejar la vía de Pamplona para
tomar la de Logroño, y ya en ella detúvose un
momento en Alfaro, por satisfacer el deseo del




379


inmenso gentío que espresaba con grandes acla-
maciones, músicas, versos y cohetes el júbilo que
le producía la presencia del Rey. Repitióse todo _
en Rincón de Soto, donde habia arcos hasta en el
camino, y avanzando la tarde, y cada vez con más
prisa, se procuraba abreviar la parada en las esta-
ciones, y con este propósito llegó á Calahorra;
pero produjo tal frenesí la presencia del Rey, era
tal el empeño de todos por contemplarle, que las
autoridades, los voluntarios, los paisanos, las mu-
jeres, los niños, todos pedían á gritos que bajara .
del coche, que querían que su Rey amado visitara
el pueblo para que le victoreasen hasta los que
impedidos no podían salir de la población; y en su
amante y fervoroso deseo, amenazaron con quitar
los rails si no se les concedía el gusto de contem-
plar á su Rey. Apresuróse S. M. á satisfacer tan
justo anhelo, llegó hasta la plaza de la población,
y no olvidará seguramente el Monarca, la frené-
tica ovación que recibió de los calagurritaños, de
la famosa ciudad que tanto enaltecieron los ro-
manos y que tanto sufrió. Calahorra toda no tenia
más que un pensamiento, amar al Rey, ni otro
propósito que defenderle hasta dar por él la últi-
ma gota de su sangre; así que hubo momentos en
que se mostró profundamente conmovido, y aque-
llas aclamaciones unánimes inundaban de grati-




380


L O G R O Ñ O .


Sin cuidarse nadie de lo bien adornada que es-
taba la estación, pues todos buscaban anhelantes
la persona del duque de la Victoria, ahí está,
pronunciaron todos los labios, cuando el pausado
marchar del tren permitió se le viera entre el in-
menso gentío que le rodeaba victoreando al Rey.
Detúvose el tren cuando S. M. llegó frente á Es-
partero, apeóse el Rey presuroso, ambos-anduvie-
ron al encuentro uno de otro, y tendió el Monar-
ca los brazos al que apenas se atrevía á tomarle


tud el noble corazón del joven Monarca. Com-
prendió la hidalguía de los leales y francos rioja-
nos, y les amó.


Aun resonaban los vítores no interrumpidos de
Calahorra, cuando se detuvo el tren en Alcana-
dre, cuyos pobladores parecían en su entusiasmo
competir con los de la anterior ciudad; se pasó
rápidamente por Besojo; se divisaron á poco las
torres de la Redonda, y las salvas ty cohetes y
campaneo anunciaron que se entraba en la ciudad
fundada según es fama por Brigo IV.




381


las manos. Ante tal escena y esperando todos oir
la palabra del duque, se restableció espontánea-
mente un silencio profundo, imponente, y con
esa voz penetrante que conserva el que tantas ve-
ces inflamó de patriótico ardor el corazón de los
soldados en el campo de batalla, con ese acento de
convicción profunda, con ese lenguaje de noble
lealtad y sin igual franqueza, dijo al Rey:


«Señor: todos los pueblos reciben á V. M. con
patriótico entusiasmo, porque ven en su joven
Monarca el más firme sostenedor de la libertad é
independencia de la patria, y están persuadidos
de que, si enemigos de nuestra ventura intenta-
ran turbarla, V. M., á la cabeza del ejército y de
la milicia ciudadana, sabrá confundirlos y escar-
mentarlos, señalándonos siempre el camino del
honor y de la gloria.


Señor: mi salud quebrantada no me ha permi-
tido ir á Madrid para tener la honra de felicitar
personalmente á V. M.y á su augusta esposa por
su advenimiento al Trono de San Fernando, y hoy
lo verifico reiterando una vez más que acataré
fielmente la persona de V. M. como á Rey de Es-
paña, cuya suprema dignidad le ha sido conferida
por la voluntad nacional.


Señor: en este pueblo tengo una modesta casa,
que ofrezco á V. M. rogándole se digne honrarla




382


descansando en ella. Mi mujer hace á V. M. el
mismo ofrecimiento y me encarga salude á V. M.
respetuosamente.»


No bien habia acabado de pronunciar estas pa-
labras, como si todos no pudieran contener por
más tiempo el entusiasmo de que se hallaban po-
seídos, prorumpieron unánimes en vítores al
Rey, á la Reina, á Espartero, á la libertad; y en
medio de aquella esplosion del júbilo que todos
sentían, ni pudieron oirse las afectuosas y lisonje-
ras palabras que dirigió el Rey al duque, ni nadie
se cuidó más que de aclamarlos con cuantos adje-
tivos les sugería su contento, que era delirante,
así como su afecto profundo; y como en todos
abundaba el mismo sentimiento y no necesitaban
comunicar uno á otro su alegría, corrieron todos
al pueblo á participarla á los demás y siguieron
con el Rey y el duque que iban juntos, lloviendo
sobre ellos flores, palomas y versos de todos los
balcones, poblados de señoras que también victo-
reaban y agitaban sus pañuelos.


Llegaron trabajosamente hasta Nuestra Señora
de la Redonda, donde oró el Rey, y siguió, ya os-
cureciendo, á la casa palacio del hoy príncipe de
Vergara, donde la hoy también princesa, con el
delicado gusto que la distingue, con la finura y
elegancia que le es tan natural, tenia preparadas




383


las habitaciones para S. M., á quien recibió á la
entrada de ellas, quedando el Rey altamente
prendado de las esmeradas atenciones de que fué
objeto, y de la manera como fué tratado (1).


Esmeráronse también las principales familias
de Logroño en obsequiar á los que acompañaban
á S. M., que en todos dejaron gratos recuerdos, y
en pocas poblaciones se vio más decidido y gene-
ral entusiasmo.


Habian acudido á Logroño las autoridades y
corporaciones de Navarra, de las provincias Vas-
congadas y de Burgos; la milicia de todos estos
puntos tenia allí sus comisionados para ofrecer su
adhesión al Rey; estaban los voluntarios de toda
la provincia, y ni en las ferias y fiestas más popu-
lares de aquella capital, acogiera tanta gente que
duplicando la de la población, y sin albergue po-
sible, muchos hallábanle aceptable, sino cómodo,
en los cafés y en los portales, que todos quedaban
abiertos.


Los que conozcan el carácter riojano y el de los
vascos, comprenderán perfectamente el júbilo que
reinaría entre aquellas gentes abrazadas y can-
tando por las calles, acogidos en todas partes con


(1) Este alojamiento fué uno de los muy escasos en que fué
verdaderamente huésped S. M., no permitiendo los dueños de la
casa que interviniera en nada la servidumbre del Rey.




384


esplendidez y cariño, porque en todos dominaba
nn mismo sentimiento, y aumentada esta anima-
ción constante con las músicas que abundaban, con
la llegada á cada instante de nuevos amigos que
acudian llenos de igual entusiasmo á rendir idén-
tico tributo,


Y desde luego, y antes del arribo del Rey, ha-
biaun objeto de común cariño para todos, Espar-
tero, personificación de la grandiosa epopeya de
los siete años, del más leal y sincero patriotismo,
de todas las virtudes públicas y privadas. Todos
querían verle y contemplarle, y accesible á todos,
gozaban cuando en vez de hallarse con un anciano
decrépito se encontraban con un veterano ergui-
do, alta la frente, viva y penetrante la mirada,
potente la voz, amable, franco y amigo. Así que,
cuando se trasladó desde su casa á la estación á
esperar al Rey, se pudo adivinar fácilmente la
ovación que el Monarca recibiría por la que se
tributó al duque, á quien constantemente se acla-
maba con los dictados más cariñosos y familiares.


A pesar del natural cansancio del camino y de
tantas emociones, asistió S. M. al teatro del Liceo
acompañado del duque ; fué el Rey aclamado, le
dieron luego una magnífica serenata de guitarras,
que organizó hábilmente el profesor D. Martin
Ganuzas, visitó á la mañana siguiente los estable-




385


cimientos de beneficencia, revistó las fuerzas de
la guarnición y de la milicia, y recibió después
á las autoridades, corporaciones y comisiones que
habian acudido á Logroño, y en tanto número,
que se prolongó mucho la recepción; presenció
por la tarde la corrida de toros celebrada en su
obsequio, continuando durante toda ella las acla-
maciones que no tuvieron interrupción, y á las
ocho de la noche dejó con sentimiento aquella
capital para venir á Madrid.


Si entusiasta habia sido el recibimiento, no lo
fué menos la despedida; y si con pena se salia de
todas las poblaciones visitadas, con profundo sen-
timiento se dejó Logroño y con él quedaron tam--
bien los logroñeses. Pero conocían al Rey, le ha-
bian mostrado una adhesión sincera y decidida,
le consideraron dignísimo de ella, y esto le satis-
facía. El Rey llevaba recuerdos inolvidables, y
los llevaban todos.


Prometíase descansar en el camino; pero no
contaba con que era insaciable el deseo de ver y
aclamar al Rey, que se halló iluminadas las es-
taciones del tránsito, en las que era recibido con
cohetes y músicas, el mismo gentío é iguales ova-
ciones. Comprendíanse estas en los que se presen-
taba por primera vez; pero no en las que ya habia
visitado hasta la de Las Casetas, donde dispararon


25




386


(1) Aquí se arrojó al tren real una magnífica poesía de don
losé María Huid saludando á D. Amadeo'I.


Decía en ella:


Recorréis afanoso
Los pueblos que á regir os dio el destino:
Seguid ese camino,
Seguidle sin cesar, guardián celoso
De nuestras sabias leyes:
Bien comprendido habéis que es provechoso
Se conozcan los pueblos y los reyes.


Os mira España


vistosos fuegos artificiales, le ofrecieron ramos
las señoras y le dieron todas cuantas pruebas su-
giere el mayor afecto.


Despidiéronse las autoridades de Zaragoza, y
S. M. continuó toda la noche á la ventana del
coche, recibiendo las felicitaciones de los que le
esperaban en todo el largo trayecto hasta Calata-
yud, donde se detuvo algunos momentos más á
recibir los grandes obsequios que le hicieron sus
leales habitantes, á quienes hubiera complacido
gustoso el Rey, quedando como le suplicaban al-
gún tiempo en la población, si los negocios de Es-
tado no exigieran su pronta llegada á Madrid,
máxime marchando menos rápidamente de lo que
estaba marcado en el itinerario, porque en Epila,
en Riela, en Morata, en Mores (1) y en otras esta-




387


,Si el destino un dia
Nos llama á nuevas lides,
Si en esta brava tierra de los Cides
Levanta su pendón la tiranía
Joven Rey, á las armas volaremos;
Con vos iremos á la lid sangrienta:
La libertad y el Trono que os sustenta
Con la ayuda de Dios'les salvaremos.


ciones, tuvo que detenerse para corresponder ga-
lante á las manifestaciones que le hacian, revistar
la milicia que le esperaba y le aclamaba, vién-
dose el mismo gentío que de dia; pero pasaban
todos contentos la noche en vela por ver un ins-
tante al Rey y aclamarle.


Descender del palacio á la cabana,
Visitando al dolor, oyendo al triste
Relato lastimero,
Y la mano estrechando del que viste
El humilde ropaje del bracero.
En cambio recogéis de tantos dones
Cratitud, adhesion y bendiciones.


Valiente, generoso,.fiel dechado
De todas las virtudes, por la senda
Que marcháis, proseguid: asegurado
Vuestro reinado está: sirven de prenda
Vuestra nobleza y el amor sincero
Que ya inspirado habéis. El pueblo os llama
REY DE LOS POBRES, SI , REY CABALLERO.


Con tal Rey „ con la dulce compañera
Que el cielo os deparó, cuya alma pura
Al encomio supera,
No hay que dudarlo, el español espera
Tiempo feliz de paz y de ventura. •




388


En Sigüenza, donde le aguardaba el cabildo de
la Catedral para tributar los honores debidos
al Monarca, se detuvo también; subió al pueblo,
oró en la Catedral y recibió á la ida y á la vuelta
de la ciudad, las mismas aclamaciones que en to-
das partes.


Paró un momento el tren en Jadraque y en al-
gunas otras estaciones, permaneció algo más en
Guadalajara y poco después de la una entró en Ma-
drid, teniendo la satisfacción de abrazar á la Reina
que esperaba amante en el andén con las autori-
dades , corporaciones y la multitud que habia acu-
dido á la estación. En la carrera, en la que esta-
ba formada la tropa, circulaba inmenso gentío
para ver y dar al Rey la bienvenida.




C O N C L U S I O N .


Como en Valencia y en Cataluña, halló S. M. en
Aragón y en la Rioja sembrado de flores el cami-
no, vivo el entusiasmo, crecientes las manifesta-
ciones de adhesión y de afecto.


Así de'cia la prensa zaragozana que r desde el
momento en que el Rey puso los pies en Aragón,
comprendería que aquel pueblo, al que su prover-
bial altivez hacia aparecer serio y grave para con
quien no le conocía, no era inaccesible al entusias-
mo por sus príncipes, cuando estos representan y
simbolizan, como el actual Monarca, el principio
fundamental déla libertad, la soberanía nacional,
tan de antiguo encarnada en sus gloriosas tradi-
ciones.


«Zuera, Villanueva de Gallego y los pueblos l i-
mítrofes, y Zaragoza después, añadía, saludando
al Monarca con aclamaciones entusiastas, declaran




390


inflexiblemente una de dos cosas: ó espíritu de
servilismo, ó ardiente afecto al representante
ilustre, á la personificación más alta de la sobe-
ranía de la Nación, por cuya idea»han vertido tan-
ta sangre y han prodigado sus riquezas en todo
tiempo los bizarros aragoneses. Y como seria mal
caballero y mal español quien lo primero sostu-
viera; como la indignidad no pudo florecer nunca
en el arrogante corazón de esta patria de valien-
tes y leales, es necesario convenir en que nues-
tra afirmación es cierta; esto es, en que el recibi-
miento hecho al Rey significa la adhesión caballe-
rosa y legítima al ilustre príncipe en quien prin-
cipia una Dinastía nueva, y á esa Dinastía que es
á su vez la obra de la voluntad nacional.


»Hé aquí la interpretación genuina y lógica de
los obsequios tributados por los aragoneses al Mo-
narca español.»


No reconocieron otro origen los que recibió en
Castilla, y es que aquí, como en todos los puntos
recorridos, hay un deseo tal de tranquilidad, se
halla tan encarnado el sentimiento del orden y
de la justicia, que al ver al Rey le consideraron
digno de personificar en él sus aspiraciones y se
las manifestaban al par que le aclamaban.


Veian un Rey joven, sabían que era valiente,
habían visto que era constitucional y el primer




391
servidor de la ley, se evidenciaba en todos sus
actos su caballerosidad, á cada instante su carita-
tivo desprendimiento; que era digno en sus ac-
ciones, afectuoso en sus palabras y accesible á
todos, y no se necesitaba, como lo hemos dicho,
más que conocerle para quererle.


Y aun esto sin esperimentar constantemente y
de cerca su trato, que entonces puede presentar-
se á D. Amadeo como modelo de príncipes. Le-
gal y constitucional siempre en la gobernación
del Estado en la parte que le corresponde, de la
que ni una línea se escede,.amante del bien públi-
co, apasionado por la justicia, sin necesitar estí-
mulo para el bien, esclavo de su palabra, exacto
para el tiempo y deseando enterarse de todo para
comprenderlo todo, es el verdadero Rey de un
pueblo constitucional.


Y es justa también la aclamación tantas veces
repetida en todo el viaje al Rey caballero, por-
que no es posible educación más esmerada y digna
que la suya. El público le ha visto repetidas ve-
ces mostrar deferencias de las que no ha querido
prescindir por ser Rey, y los que tienen la honra
de estar más cerca de su persona, le ven constan-
temente con cuánta urbanidad trata aún á los
más inferiores, mostrando así más la superiori-
dad de su rango. Ni conoce la ira, ni practica la




392


reprensión, y aumenta su dignidad, si aumen-
tarse pudiera, con la dignidad con que á los de-
más trata: ni aun reservadamente, y muchísimo
menos en público, ha mostrado su disgusto por
una falta ó un descuido; acostumbra á sonreírse,
y á más obliga esta sonrisa que la reprensión que
hiere y ofende, cuando la falta ó el descuido es in-
voluntario. Así puede ser modelo de urbanidad;
así es amado de todos; así puede presentársele co-
mo el tipo del caballero perfecto.


Siéndolo como ciudadano y viviendo la vida ín-
tima de la familia, trasluciéndose todo esto en el
público, ¡con cuánta justicia no es aclamado!


Reflejando estas virtudes en la sociedad, imí-
tense , y mucho habrá que agradecer á la nueva
Dinastía que sigue la senda que muchas otras, no
menos dignas, han seguido en España, para su
.bien y el del país.


No hemos creído nunca en la maldad, ni hemos
sido jamás instrumento de maledicencia respetan-
do siempre á nuestros superiores en dignidad;
pero pediremos siempre que los actos de estos sean
el espejo en que se reflejen con claridad todas las
virtudes, que no está la humanidad tan depravada
que deje de admirarlas y aclamarlas.


En pueblos meridionales como el nuestro, pue-
de mucho la pasión política; pero al fin la verdad




393
se abre paso, y los que aman la Monarquía por
convicción y á la vez al país, no podrán menos de
aclamar á D. Amadeo, como lo han hecho los que
le han conocido personalmente,-los que han visto
que no era el Rey cual le presentaba la pasión de
partido, ofuscada siempre, sino'el Monarca sin-
ceramente constitucional que ama á su nueva pa-
tria y á los españoles todos, y que no tiene otro
interés ni otra aspiración que el bien público, la
felicidad de España, que es su propio bien y su
propia felicidad.


Esto es lo que dá el verdadero prestigio al Rey
y á la Monarquía, no las pompas que el Oriente
nos legó para divinizar á los soberanos y humillar
á los subditos. •


No negamos á la Monarquía el debido decoro
para realzarla; pero la han de realzar más sus
obras que el aparato que la rodea; no la escatima-
remos la pompa debida á la magestad; pero que
no sirva para enaltecerla á costa de la degrada-
ción de los demás; bueno es cercarla de esplendor
y brillo; pero que no sea un esplendor que insul-
te ni un brillo que ofusque. Esto puede ser donde
los siervos pegan la frente en el suelo al paso de
los reyes, no donde los ciudadanos les miran para
aclamarles y bendecirles. Bien estaba en el paga-
nismo doblar la rodilla ante los reyes, porque no




394


había verdadero Dios ante quien postrarse, y de
los reyes hacían dioses; pero la sociedad cristiana
se postra de hinojos delante del altar, y debe acer-
carse al Trono con la frente erguida, la concien-
cia tranquila y el corazón amante. La fuerza de
los reyes no está en las pompas fastuosas, sino en
el amor de los ciudadanos.


Así piensa el que ocupa el Trono de España, así
lo ha demostrado en su viaje, y por eso le han
aclamado; y con la mano sobre el corazón, con la
conciencia del deber, con honrada convicción pro-
clamamos y aseguramos, que han sido sinceras
esas aclamaciones, que ha sido verdad la ovación
que el Rey ha recibido y que no podia haber teni-
do más legal y unánime plebiscito.


Si la voluntad, de suyo tornadiza, ha podido,
que lo dudamos, cambiar después algún tanto en
algunos puntos, tornaría de nuevo al mismo sen-
timiento cuando necesitara escitarse.


El Rey puede estar plenamente satisfecho del
éxito del viaje: ha podido comprender las aspira-
ciones, las necesidades, los sentimientos de los paí-
ses que ha visitado, y puede con más pleno conoci-
miento de causa, con la perfecta convicción del de-
ber , procurar lo primero la paz como emanación
de todo bien, y con ella asegurar el orden que en
todas partes se proclamaba', la moralidad que en




395


mil inscripciones se demandaba, y la justicia que
por do quier se pedia. ,De aquí partía, como de
tres ineludibles orígenes, la protección á la indus-
tria, á las artes y á la agricultura; el enalteci-
miento de las letras y de la ciencia, bases de todo
adelanto y fundamento de la civilización de los
pueblos, que no pueden ser civilizados faltándoles
instrucción.


Con esta convicción el Rey, visitó los institutos
y universidades, examinó las bibliotecas, recorrió
escuelas enterándose en ellas del adelanto de los
alumnos, y alentando así la instrucción pública fo-
mentaba la civilización.


Visitó las fábricas y los talleres, las manufac-
turas todas, examinó las primeras materias y los
productos elaborados, conversó con el obrero, es-
trechó su callosa y honrada mano, se convirtió
también en obrero en la fábrica de Nolla, y se
enalteció el Rey honrando al industrial y al arte-
sano, que hasta en su mesa los tuvo.


Jardines de aclimatación y esposiciones de pro-
ductos agrícolas, tuvieron al Rey examinando
unos y otras, repartiendo premios, alentando á
los favorecidos y estimulando á todos, y compren-
diendo prácticamente que la agricultura es fuen-
te de riqueza pública y debe atenderse.


Quiere asociarse á la gran fiesta de todas las




396
artes é industrias,,de la agricultura y de la cien-
cia, deseando rendir el debido tributo á esos cer-
támenes de todo lo más grande de la inteligencia
humana, que se llaman esposiciones $ y sin me-
dir la distancia, ni arredrarle el cansancio, ni in-
timidarle la fatiga, se traslada en una noche desde
Lérida á Barcelona, y con sorpresa, asombro y
aplauso de todos, se presenta á inaugurar la mag-
nífica exposición que las cuatro provincias de
Cataluña celebraban, en Barcelona.


Inaugura y termina obras de puertos, canales
de riego, caminos, escuelas, monumentos, y une
su nombre á todo lo más grande y útil al país, y
lo hace con encantadora benevolencia, con placer
sin límites, porque goza más en el bien de otros
que en el propio.


¿Cómo no aclamarle los pueblos? ¿Cómo no
bendecirle?


Y el que de tal modo procede en la paz, cuan-
do haya que defender las leyes y el país, será el
primero en ocupar su puesto, en ser el baluarte de
la patria que le está encomendada, en restablecer
el orden como necesidad de la vida, en defender
la sociedad como deber de la Monarquía.


Esto, que lo conocen todos, es una de las más
grandes garantías que ofrece el reinado de Don
Amadeo; y si hoy, por error de cálculo ú otras




397


(1) LA OPINIÓN NACIONAL, periódico republicano de Caracas, lia
publicado el siguiente artículo:


«Nosotros, á fuer de republicanos, somos por índole y convic-
ción enemigos de los reyes, y por consiguiente de todas las mo-
narquías: mas no por esto dejamos de ser hombres justos y €scri-
tores imparciales.—Guando el cable submarino de la Habana
anunció la horrible nueva del fusilamiento de Castelar como el
primer acto político del Rey D. Amadeo I, no tuvimos reparo, co-
mo nunca lo hemos tenido, en condenar con severidad é indigna-
ción el supuesto crimen y al supuesto coronado criminal. La no-
ticia, empero, según más tarde lo anunció la prensa semi-oflcial
de Madrid, no pasaba de ser una superchería de origen carlista
para prevenir contra el recien llegado Monarca la opinión de to-
dos los pueblos civilizados. Puesta la calumnia en evidencia, juz-
gamos entonces que no habia de ser malo un Rey á quien calum-
niaban sus enemigos, pues es de suponerse inocencia y bondad
en un hombre público á quien á falta de culpas propias se las in-
ventan é imputan.
' Nuestras conjeturas eran del todo fundadas. Por la prensa es-


pañola y aun la de Inglaterra y los Estados-Unidos, hemos podi-
do seguir hasta en sus pormenores la conducta del soberano ele-
gido por las Cortes Constituyentes de España para ocupar el Trono
en que se sentaron sabios como Alfonso, reinas como Isabel I,
conquistadores como Carlos V y varones tan piadosos como San
Fernando; y debemos confesar, en honor de la verdad, que el jui-
cio que de D. Amadeo I hemos formado, ajustándole á la sana
filosofía de los hechos, es el que un republicano honrado puede
formar de un Monarca honrado también. De Rey no tiene él hasta


causas que respetamos, no están á su lado todos
los amantes de la Monarquía y de la patria, lo
estarán cuando comprendan las cualidades que
enaltecen á D. Amadeo, vque aun no son de todos
conocidas cual debieran serlo; y eso que en un
rincón de América, y por los republicanos se le
ha hecho ya la debida justicia (1). ¿Dejará de ha-




398


ayer duque de Aosta, sino la Corona y el título. ¡Cosa rara en los
reyes! Amadeo I ha comprendido perfectamente el espíritu del
pueblo español, se ha identificado con él, y con tacto y modera-
ción esquisitos, con una habilidad de verdadero estadista, en po-
cos meses de reinado ha hecho olvidar á la susceptible altivez de
sus subditos su calidad de príncipe estranjero, y aun á los mis-
mos austeros republicanos que en la prensa y en las Cámaras le
combatían sin tregua y hasta con demasía, les ha desarmado su
noble actitud en el firme terreno de la legalidad.


Es preciso recordar que el Monarca electo llegó á Madrid en
medio de una situación estraordinaria; de sorda agitación en las
masas populares; del escandaloso asesinato del general Prim,
cuya sangre humeaba todavía; de odios y pasiones; de intereses
encontrados; de partidos descompuestos, heterogéneos, múltiples,
cada cual con su bandera y sus aspiraciones, sus tribunos y sus
jefes; de una ojeriza casi general al nombre de estranjero; de
mal reprimidas amenazas contra la nueva Dinastía; de inmensas
dificultades políticas, económicas, religiosas, de todo género en
fin; y á pesar de tan gigantesca aglomeración de combustibles,
que parecían pronto á estallar, el Rey Amadeo, que antes que
todo es valiente, hizo su entrada en Madrid perfectamente sereno,
á caballo, «como todo un hombre,» según la' gráfica espresion
de uú periódico contrario á su Dinastía, pues rehusó la carroza
de gala que le fué ofrecida, saludando cordialmente á la multi-,
tud, como quien entra á reinar en un país cuyo amor está segu-
ro de conquistar en poco tiempo, y cuya felicidad lleva entre las
manos.


Y así ha sucedido en realidad. Su munificencia no se hizo espe-


cérsele por los españoles? Imposible; está en la
propia conveniencia, en interés de la patria, en
el bien público.


Iba en el tren regio un ilustrado periodista in-
glés, Mr. Hamilton, que enviaba á Londres y á
los Estados Unidos relación diaria de cuanto veia;
y sin prevenciones ni afectos, con esajusta se ve-




399


ridad que caracteriza á sus compatriotas, dio á co-
nocer, como no se habia hecho hasta entonces, tan
detalladamente al menos, al pueblo que aclamaba
y al Rey que de las aclamaciones era objeto, que
el coloso de los periódicos ingleses, El Times, pu-
blicó un artículo que mostró tener algún conoci-
miento más del que los estranjeros acostumbran
al tratarse de España (1). ¿Han de ser más justos


rar; á manos llenas ha derramado copiosos dones sobre los ins-
titutos dé beneficencia, hospitales, cárceles, presidios, inclusas,
casas de refugio y reclusión, y sobre cuantos seres menesterosos
encierra la coronada villa. Su liberalidad como príncipe rico, le
ha granjeado tantos corazones como su liberalismo'cual sobera-
no de la Nación española. Sobre él llovieron desde los primeros
dias de su reinado las sátiras, las diatribas, los insultos de lps
partidos enconados, sin conmoverle. ¿Qué más? Permitió á Caste-
lar que desde lo alto de la tribuna del Parlamento español, lla-
mase á sus progenitores «los hambrientos duques de Saboya,» los
«maceros y alabarderos de los antiguos reyes de España.» Por
primera vez ha oido la Europa asombrada á un diputado del pue-'
blo calificar de hambriento á un Rey hijo de reyes.


Pero eso y mucho más hace la libertad cuando hay gobiernos
que la respetan. Amadeo I dejó pasar el torrente. Siguió ̂ nante-
niendo inflexible la política liberal que abrazó desde la iniciación
de su reinado, y con la observancia estricta de la ley y la honra-
da práctica del sistema parlamentario, ha logrado al fin reducir
al terreno de la legalidad aun á los hombres irreconciliables del
partido carlista.»


(1) No podemos resistir al deseo de consignar aquí, sino todo
el artículo, algunos de sus más notables párrafos:


«EL/VIAJE DEL REY AMADEO.


«El viaje del Rey Amadeo por las provincias del Sud de la Penín-
sula, es interesante por el mero hecho de no haber dado lugar á




400


Debemos reconocer, por lo tanto, que cuanto hay de sincero y
espontáneo en las aclamaciones con que las ciudades de España
han recibido á su joven soberano, se debe en gran parte á las
cualidades personales del Monarca. En primer lugar, aun cuando
Amadeo fuera un «perro de italiano,» como dicen algunos, se ha
mostrado tan valeroso como el Cid, á la vez que tan desprendido
y generoso como el que más entre los Alfonsos y Fernandos; ha
introducido grandes economías en la lista civil, mermada ya por


los estraños con el Rey que nosotros mismos?
¿Ha de poder más la pasión de partido, la ofusca-
ción política, que el interés y la conveniencia de
la patria?


Cuando el Rey verdaderamente reina y no go-
bierna, está el poder en el Parlamento y hay una
Constitución que consigna los derechos y los debe-
res de todos y de cada uno; cuando el Monarca no


ningún suceso estraordinario. Hace solo ocho meses que el des-
embarco en Cartagena del soberano recientemente elegido, su
tranquilo Yiaje á la capital y su paseo desde la estación de Ato-
cha hasta el palacio del Congreso, atravesando después por la
Puerta del Sol para dirigirse á su regia residencia, se considera-
ron como un prodigio, si no como un augurio de inesperada for-
tuna. Resuelto á esponer la vida, intimidando á sus enemigos
con su marcial aspecto, el Rey Amadeo supo imponer respeto á
sus subditos, merced al valor personal, esa cualidad que tanto
aprecian los españoles, y de este modo aquel que parecía desti-
nado á perecer, vio que se respetaba su existencia como una cosa
sagrada. Hubicrase dicho que la Providencia velaba sobre el hom-
bre que tan poco se euidaba de sí mismo, y no parecía sino que
aquella invisible protección confirmaba el.principio del derecho
divino. Después de esto, no se temió por la seguridad personal
del Rey ni en Madrid ni en la Granja, y no se dudó que podia sa-
lir tranquilamente de su capital para darse á conocer al pueblo
de sus vastos dominios.




401


.escluye partidos ni personas, ¡á cuan tristes re-
flexiones no dá lugar esa hidrópica sed de pertur-
bación constante, de permanente inquietud, de
criminales amenazas!


Pero abramos el corazón á la esperanza; vea-
mos en esa insensata y porfiada lucha la febril
agitación de los partidos cuando disfrutan de una
libertad no por muchos comprendida ni por todos


las Constituyentes, y tal es su generosidad y desinterés, que sus
rentas, aumentadas con la inmensa fortuna de su esposa, le per-
miten aspirar al titulo de BONDADOSO, aliviando la miseria allí
donde se halle y bajo la forma que se presente.


Añádese á esto que el príncipe, cuya complexión era raquítica
y enfermiza en un principio, tiene ahora una naturaleza robusta
que se ha ido desarrollando admirablemente, y su aspecto gallar-
do y majestuoso contrasta con sus modales, en los que se revela
la cortesía hereditaria de ios príncipes de Saboya, juntamente con
esa gravedad que se hizo entender al joven Rey seria el medio
más seguro para agradar á los españoles. Pero además de todo
esto, hay otra cosa de más importancia que las cualidades perso-
nales del Monarca para escitar la lealtad del pueblo español al
ver á aquel que proclamado por los representantes del país debe


• considerarse como el soberano de su elección. La Monarquía, así
en España, como én otros países, no dejará nunca de tener su
valor simbólico, y el advenimiento de Amadeo se ha. considerado
como el fin de la revolución. Los grandes cambios políticos pue-
den conmover, electrizar y aun interesar á la multitud en un
principio, pero el pueblo sg cansa al fin y se desengaña.


Dícesenos que los diarios republicanos manifiestan «el más pro-
ífundo disgusto al ver la debilidad y abyección del carácter es-
»pañoi, resultado debido al Gobierno monárquico, > y segura-
mente debe haber sido enojoso para los hombres de su partido
que el Rey dirigiera sus primeros pasos hacia las ciudades y pro-
vincias donde se lisongeaban de tener su cuartel general. Monta-
do en su caballo, el joven Rey, adelantándose á su escolta y acom-


26




402


pasamiento, ha recorrido las calles entre un inmenso gentío en
ciudades como Játiva, Valencia, Castellón y Tarragona, y alli ha
sido recibido por corporaciones, algunas de las cuales eran repu-
blicanas y habían jurado no adherirse á los principios monárqui-
cos. Debe ser enojoso para los republicanos oir á la multitud de-
cir «que después de todo, ninguna república podría presentar
»nunca un joven tan galante y que contestase con tanta gracia á
»los entusiastas vivas del pueblo.»


¿Y qué tiene de estraño todo esto? ¿No había demostrado el po-
bre Prim á los españoles que era una locura pedir la república en
un país donde no había republicanos? Para la mayor parte de los
hombres de ese país, la palabra «república* es sinónimo de revo-
lución continua, de eterna guerra civil, y harto saben los españo-
les que San Fernando no pudo obtener, entre otras gracias otor-
gadas por la intercesión de la Virgen, la de que se les concediera
un buen Gobierno. Persuadidos de esto, se resignan con su suer-
te, transigen,con sus gobernantes, tales como son; en lo cual dan
pruebas de ser una raza en alto grado sufrida, más no creen por
esto que cualquiera forma de gobierno es buena.


Una esperiencia de cuarenta años les ha hecho conocer que el
resultado de toda tentativa de reforma es una revolución, y que
la consecuencia de esta es la anarquía, que lleva consigo una
reacción y el establecimiento de un Gobierno con todos los defec-
tos de los anteriores. No se puede menos de reconocer que des-
pués de los moros y los inquisidores, los españoles deben consi-
derar á sus políticos, sean del partido que quieran, como la más
peligrosa plaga del país, y no es de estrañar que aclamen al Go-


observada: consideremos que se halla el país en,
ese período de elaboración, que será trabajosa,
pero al fin fructífera. La pelea producirá cansan-
cio; los desengaños esperiencia; adquirirá el or-
den su fuerza; la libertad bien entendida su pres-
tigio; el país su ventura, y D. Amadeo será por
sus merecimientos el Rey de todos amado.


El primer Borbon de España batió tambor y




403


bienio que les ofrezca más garantías de tranquilidad y bienestar,
sea cual fuere su nombre. Los españoles son naturalmente so-
brios, laboriosos é inteligentes, y la gran mayoría, dedicada á la
agricultura, es conservadora en sumo grado; el pueblo es igno-
rante, pero no carece de ingenio, hasta cierto punto, si bien suele
dejarse dominar por las preocupaciones religiosas.


La inmensa mayoría de la población no se cuida de los nego-
cios del Estado; los conocimientos en política, aun entre los hom-
bres que hacen de ella una profesión, son muy escasos, y los par-
tidos se componen de grupos ó fracciones sin principios fijos y
reconocidos. En semejante país y bajo tales circunstancias no tie-
ne evidentemente limites la influencia que puede ejercer un Rey
animado de las mejores disposiciones, con un Gabinete unido y
una mayoría parlamentaria bien organizada. Se nos ha dicho que
el nuevo empréstito español de 600 millones ha quedado cubier-
to con creces por entusiastas suscritores, y si el Rey vive, no ha-
brá razón para desconfiar de la Hacienda española, á pesar de
medio siglo de despilfarro.


España es acaso el único país del continente que puede intro-
ducir grandes economías en sus establecimientos navales y mili-
tares, en esos ramos que causan la ruina de muchas naciones. La
gran dificultad para el Rey Amadeo estaba en el primer paso:
dado éste, lo demás debia venir por sus pasos contados. Pudo ha-
ber cuestión acerca de si seria ó no Amadeo el jefe del Estado en
España, pero una vez sentado en el Trono, debia serle tan fácil
desempeñar ¡su cometido como á otro cualquiera de los que rei-
naron antes que él. El pueblo español no es de aquellos que aspi-
ra á gobernarse por sí mismo, sino que desea ser gobernado de
un modo ú otro, aun cuando no tan bien como pudo desearlo San
Fernando.»


levantó estandarte; cruda guerra sostuvo y afian-
zó su Dinastía, á pesar de los españoles que le
combatieron: el primer descendiente de la casa
de Saboya, derrama beneficios en vez de sangre y
asienta más dignamente los fundamentos de su




404


(1) Porque escribimos por nuestra cuenta, ya que no nos sea
lícito publicar un estado, como deseáramos, de las cantidades da-


Dinastía. El de Anjou venia de una corte que
no se distinguió por la severidad de sus cos-
tumbres, y el de Aosta, en vez de gastar su ju-
ventud en jardines como los de Versalles, habia
viajado instruyéndose por Europa, defendido
su patria y derramado su sangre por ella: Don
Felipe enterró millones para tener otro Versalles
en la falda de Guadarrama, y D. Amadeo levan-
ta asilos al desvalido; y sin embargo, el nieto de
Luis XIV aunque empezó á vestirnos á la fran-
cesa, y á introducir las costumbres de aquella Na-
ción, fué un Rey tan español como los Alfonsos
de Castilla; el hijo de Víctor Manuel, que nada
ha importado de Italia, no necesita hacerse espa-
ñol, porque lo es ya, como para todos es evidente.


Por conocerlo así, le han aclamado en todo el
viaje con sincera espontaneidad, y sin atender to-
dos más que á los impulsos de su corazón leal y
entusiasmado, que no se subyuga á despóticas im-
posiciones de partido.


Y no es porque el Rey hiciera alarde de las cua-
lidades que le distinguen, porque hasta en el santo
ejercicio de la caridad la practica ignorando una
mano la limosna que dá la otra (1); y segura-




405


das en limosnas, socorros, etc., diremos que de más de tres mi-
llones de reales, que se gastaron en el mes del viaje, ascendieron
á más de dos millones los empleados en la caridad.


El importe de los trenes, escepcion hecha de las dos líneas de
Barcelona á Gerona, por haberle cedido la empresa en obsequio á
los intereses de S. M., incluyendo el trasporte de equipajes y efec-
tos de cociua, fué solo de pesetas 52.731,38.


mente que á no tener director de sus rentas é
intervenirse con escrupulosidad todos los gas-
tos, nadie sabría sus dádivas, como nadie sabe las_
que dá' particularmente. La beneficencia tiene
en SS. MM. el verdadero instrumento de la ca-
ridad.


Siendo pues el Rey generoso y caritativo, ca-
ballero y valiente, constitucional y recto, impar-
cial y justo, y evidente su españolismo, las acla-
maciones que ha recibido en todo el viaje las me-
rece de toda España, y la ovación de todos; y .
Rey joven, ganoso de gloria y consagrado com-
pletamente á la del país, cifrándola en su felici-
dad, no omitirá esfuerzo ni sacrificio, para le-
vantar esta Nación al grado de prosperidad y de
esplendor que portantes títulos merece. La gran-
deza de una Monarquía enaltece al Monarca, y
cuando tiene un Rey los levantados sentimientos
que D. Amadeo, no cede en la noble, digna y pa-
triótica empresa de hacer venturoso al país, para
afianzar interiormente el orden, y el respeto




406


esteriormente. Por eso el Rey se ha identifica-
do con los españoles: ayudémosle en su grande


.obra, para que también lo sea nuestra; que nada
hay más digno que procurar la grandeza de la
patria.




ERRATAS IMPORTANTES.
PÁGS. LÍNEA. DICE. DEBE DECIR.


132 2." descendientes. ascendientes.
148 2.* Carolina Ghislaine. Luisa Ghislaine.
164 13 * Anveres. Amberes.